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Globalización. Trayectoria del proceso y del concepto en América Latina * Federico Fritzsche, Gustavo Kohan y Marcela Vio Instituto del Conurbano, Universidad Nacional de General Sarmiento Introducción En este trabajo abordaremos la discusión acerca del concepto de globalización, a partir de la consideración de dos dimensiones: la de la producción científica, analizando cómo ha nacido el concepto, desde qué disciplinas y cómo se ha difundido en las ciencias sociales. La otra dimensión que consideraremos es la de la realidad concreta y para ello caracterizaremos brevemente este proceso que involucra a todas las sociedades actuales. En primer lugar, desarrollaremos las trayectorias del concepto y del proceso, las cuales a veces presentan desfasajes y a veces son simultáneas. Luego, abordaremos la discusión conceptual acerca de la globalización desde las perspectivas más importantes que se han ocupado de este fenómeno. Más adelante, presentaremos y caracterizaremos algunos trabajos empíricos que abordan distintas líneas temáticas relacionadas con la globalización en América Latina. Por último, formularemos algunas reflexiones a modo conclusión, a partir del debate y los estudios empíricos reseñados. 1. Globalización: fenómeno y construcción conceptual Con frecuencia se presenta a este proceso como un fenómeno exclusivamente económico, reciente e ineludible, del que no se persigue una explicación y comprensión, sino una mera aceptación y adaptación a las condiciones que impone. Esto se produce porque el término globalización ha sido ampliamente difundido en ámbitos empresariales y financieros, con lo cual se presta a numerosas confusiones, ya que no ha sido conceptualizado de manera sistemática y fundamentada. Es por eso que existe una tendencia a la fetichización de la globalización, ya que, desde distintas perspectivas, se constituiría en la causa y fuente de beneficios universales, así como de perjuicios, fragmentación y desigualdad (Hirsch, 1997). De esta manera, se lo ha utilizado como expresión de la aceleración de los flujos comerciales y financieros, pretendiendo extrapolarlo a otras dimensiones de la realidad (incluso económica) mucho más complejas. * Trabajo presentado en el Congreso Internacional: América Latina: identidad, integración y globalización. Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba. 10 al 12 de julio de 2003, Córdoba. 1

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Globalización. Trayectoria del proceso y del concepto en América Latina*

Federico Fritzsche, Gustavo Kohan y Marcela Vio Instituto del Conurbano, Universidad Nacional de General Sarmiento

Introducción

En este trabajo abordaremos la discusión acerca del concepto de globalización, a partir

de la consideración de dos dimensiones: la de la producción científica, analizando cómo ha nacido el concepto, desde qué disciplinas y cómo se ha difundido en las ciencias sociales. La otra dimensión que consideraremos es la de la realidad concreta y para ello caracterizaremos brevemente este proceso que involucra a todas las sociedades actuales.

En primer lugar, desarrollaremos las trayectorias del concepto y del proceso, las cuales a veces presentan desfasajes y a veces son simultáneas. Luego, abordaremos la discusión conceptual acerca de la globalización desde las perspectivas más importantes que se han ocupado de este fenómeno. Más adelante, presentaremos y caracterizaremos algunos trabajos empíricos que abordan distintas líneas temáticas relacionadas con la globalización en América Latina. Por último, formularemos algunas reflexiones a modo conclusión, a partir del debate y los estudios empíricos reseñados.

1. Globalización: fenómeno y construcción conceptual

Con frecuencia se presenta a este proceso como un fenómeno exclusivamente económico, reciente e ineludible, del que no se persigue una explicación y comprensión, sino una mera aceptación y adaptación a las condiciones que impone. Esto se produce porque el término globalización ha sido ampliamente difundido en ámbitos empresariales y financieros, con lo cual se presta a numerosas confusiones, ya que no ha sido conceptualizado de manera sistemática y fundamentada.

Es por eso que existe una tendencia a la fetichización de la globalización, ya que, desde distintas perspectivas, se constituiría en la causa y fuente de beneficios universales, así como de perjuicios, fragmentación y desigualdad (Hirsch, 1997). De esta manera, se lo ha utilizado como expresión de la aceleración de los flujos comerciales y financieros, pretendiendo extrapolarlo a otras dimensiones de la realidad (incluso económica) mucho más complejas.

* Trabajo presentado en el Congreso Internacional: América Latina: identidad, integración y globalización. Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba. 10 al 12 de julio de 2003, Córdoba.

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1.1. Algunas definiciones

Por todo lo anterior, creemos necesario considerar algunas definiciones del concepto como punto de partida para su discusión. Existen diversas definiciones de globalización que podrían agruparse en dos grandes vertientes. La primera lo presenta como un fenómeno relativamente reciente y neutro, mientras que la segunda hace hincapié en el proceso histórico de mundialización que le sirve de sustento y en los actores fundamentales que intervinieron en el proceso.

Dentro del primer grupo, subrayamos una definición del Banco Mundial (BM, 1994): “...La globalización se refiere literalmente al máximo alcance de la integración internacional producto de una creciente interconexión de economías nacionales a través de flujos de mercanías, servicios y factores de producción”. Sin embargo, más recientemente, este organismo complejiza un poco su conceptualización, indicando que: “La globalización es aclamada por las nuevas oportunidades que brinda, tales como el acceso a nuevos mercados y transferencias tecnológicas, las oportunidades que permiten incrementar la productividad y elevar los niveles de vida. Pero la globalización también es temida y muchas veces condenada porque suele traer aparejados inestabilidades y cambios no siempre bienvenidos. Expone a los trabajadores a la competencia de las importaciones, lo cual puede afectar sus trabajos; debilita a los bancos y a las economías enteras cuando irrumpen los flujos de capital extranjero” (BM, 2000: 4). De la misma forma neutra y ahistórica el Fondo Monetario Internacional (FMI) define la globalización como “la interdependencia económica creciente en el conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento del volumen y de la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos internacionales de capitales, al mismo tiempo que por la difusión acelerada y generalizada de la tecnología.” Al respecto, José Gandarilla Salgado (2000) destaca dos cuestiones que aparecen como claves en esta visión encubridora y mistificadora de la globalización: el concepto de interdependencia (que oculta los procesos de explotación, dominación y apropiación presentes en la lógica del capital mundial) y el quedarse en la forma de manifestación del fenómeno o proceso sin interesarse por los actores políticos y económicos que lo impulsan (en este caso las multinacionales, los estados desde los que se impulsan globalmente y los organismos e instituciones supranacionales que actúan en el ámbito mundial como garantizadores y creadores de consenso para las medidas económicas y políticas que acompañan a la globalización neoliberal).

Otra definición que se acerca a las de este primer grupo es la de Gilpin (1987), quien concibe a la globalización como un incremento de la interdependencia en las economías nacionales, en el comercio, las finanzas y la política macroeconómica. A su vez, Guillén (2000), la considera como un proceso que conduce a una mayor interpendencia y a una consciencia mutua entre las unidades económicas, políticas y sociales en el mundo y entre los actores en general.

Por otra parte, la segunda vertiente subraya otros procesos más complejos. Por ejemplo, Coraggio (1998) la define como un proceso que involucra cambios vertiginosos en los que se combinan: a) una nueva revolución tecnológica, b) la mundialización de los mercados, c) un nuevo balance del poder político en la esfera internacional y d) el auge del mercado como institución central. A su vez, Castells (1996) asigna un papel central a los aspectos tecnológicos de esta nueva etapa de la expansión capitalista y define a este proceso como la interacción de otros tres que él expresa como: a) una nueva revolución tecnológica basada en la tecnología de la información, b) la formación de una economía global basada

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en la estructuración todos los procesos económicos a nivel planetario y c) la aparición de una nueva forma de producción y gestión económica denominada informacional.

Por otra parte, este autor afirma que lo distintivo de esta nueva etapa de desarrollo capitalista no es el carácter central del conocimiento y la información, sino su aplicación a aparatos de generación de conocimientos y procesamiento de información/comunicación, lo cual produce un círculo de retroalimentación acumulativo entre la innovación y sus usos. En esta línea de argumentación, Castells plantea que esta nueva etapa se caracteriza por el paso de una economía industrial a una economía informacional/global que está definida en su carácter informacional por el hecho de que la productividad y la competitividad de sus unidades o agentes (ya sean empresas, regiones o estados nacionales) depende fundamentalmente de su capacidad para generar, procesar y aplicar con eficacia la información basada en el conocimiento. Su carácter global está dado porque la producción, el consumo y la circulación, así como sus componentes (capital, mano de obra, materias primas, gestión, información, tecnología, mercados), están organizados a escala global en forma directa o a través de vínculos de sus agentes económicos como parte de una misma red. Cabe destacar que para el autor la diferencia entre una economía mundial y una global está dada porque la segunda es capaz de funcionar como una unidad en tiempo real a escala planetaria, mientras que la primera no. Podríamos agregar, aunque parezca obvio, que para que se constituya la segunda, es necesario que exista antes la primera.

Para Ferrer (1996) la globalización es un fenómeno antiguo, asociado con los intercambios internacionales de bienes y servicios y la internacionalización del capital y la producción. El rasgo distintivo actual estaría dado por la internacionalización de los mercados y de la producción, ligada a las nuevas tecnologías de información y comunicación, a diferencia de experiencias anteriores vinculadas a la búsqueda de materias primas o nuevos mercados (Oman, 1994).

Otra definición es la que aporta Giddens (1991), quien propone considerar a la globalización como un distanciamiento entre el espacio y el tiempo, dos dimensiones que están inextricablemente unidas entre sí en la visión moderna del mundo. Por otra parte Harvey (1990) y Mittelman (1996) observan que la globalización causa una compresión del espacio y el tiempo, una contracción del mundo. Más específicamente, el primero sostiene que “...en estas dos últimas décadas hemos experimentado una intensa fase de compresión espacio-temporal que ha generado un impacto desorientador y sorpresivo en las prácticas económico-políticas, en el equilibrio del poder de clase, así como en la vida cultural y social”.

En relación con esto último, cabe destacar aquellas definiciones que hacen hincapié en los rasgos territoriales de la globalización. Por ejemplo, de Mattos (1997, 1999) y Vázquez Barquero (2000) sostienen que la globalización es un fenómeno vinculado al territorio, no solo porque afecta a los países, sino, sobre todo, porque la dinámica económica y el ajuste productivo dependen de las decisiones de inversión y localización de los actores económicos y de los factores de atracción de cada territorio. El proceso de globalización, por lo tanto, es una cuestión que condiciona la dinámica económica de las ciudades y regiones y que, a su vez, se ve afectado por el comportamiento de los actores locales.

1.2. Trayectoria del concepto

Como punto de partida señalamos que el momento histórico asociado a la gran

expansión del proceso globalizador coincide con el fin del llamado siglo XX corto (Hobsbawm, 1994), y tiene como hito la caída del muro de Berlín y la descomposición de la

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Unión Soviética. Sin embargo, tal como señalan diversos autores, a principios de la década de 1990 existía el fenómeno, pero no el concepto como tal (Ramonet, 2002).

Centrándonos ahora en el plano del conocimiento científico, tal como afirman diversos autores, este momento histórico que señalamos como la expansión de la globalización coincide a la vez con una crisis de confianza epistemológica para el conjunto de las ciencias (de Souza Santos, 2002). Esta crisis ha puesto en duda la legitimidad de los paradigmas dominantes de las distintas disciplinas y en la mayoría de los casos ha puesto en crisis sus objetos de estudio.

Disciplinariamente, surge de la economía (Hirst y Thompson, 1996) y “explota” en todas direcciones, abarcando al conjunto de las ciencias sociales, al mismo tiempo que la severa crisis de confianza epistemológica hace mella en ellas. De esta manera lo que observamos en principio es que el concepto de globalización ha inundado al conjunto de las disciplinas. Si observamos la producción académica de los últimos 15 años todas las disciplinas vinculadas a las ciencias sociales han encontrado para su estudio objetos nuevos con atributos de globalidad. En este sentido, el concepto de globalización y la globalización como proceso que afecta a la sociedad en todas sus dimensiones ha permeado a las disciplinas, resolviendo para algunas la obsolescencia de sus objetos. A su vez, como ya fue enunciado, ha sido utilizado de manera fetichista para no explicar lo que los límites disciplinarios no permiten y que tiene que ver con los fundamentos de los procesos que se están experimentando. Es por eso que diversos autores sostienen la necesidad de una perspectiva interdisciplinaria de análisis, ya que “las fronteras que anteriormente podrían haber justificado las perspectivas disciplinarias estrechas se están derrumbando progresivamente” (Hardt y Negri, 2000: 17).

Guillén (1999) sostiene que el término inglés “globalization” fue utilizado por primera vez alrededor de 1960 en un sentido amplio, en oposición a muchos otros usos, refiriéndose a lo global como algo esférico, total o universal. Sin embargo, la difusión “explosiva” del concepto, según Harvey (1997), se inicia en los noventa a partir del discurso ideológico del mundo de las finanzas y particularmente desde las compañías emisoras de tarjetas de crédito, llamadas “globales”.

Este discurso ideológico, no científico y ahistórico –en tanto presenta a la globalización como un fenómeno nuevo, inevitable e irreversible, ante al que hay que adaptarse o perecer– se fue imponiendo en otros ámbitos. En primer lugar, en el llamado “mainstream” económico que difunden sobre todo las agencias financieras internacionales (FMI y BM, principalmente), tal como se aprecia en el primer grupo de definiciones reseñadas. Luego, y casi simultáneamente, irrumpió de manera arrasadora en el campo de la producción científica y académica concerniente a diversas disciplinas de las ciencias sociales. Comenzó en la economía y rápidamente se extendió al resto, en particular en el mundo anglosajón, dado el origen del término.

De hecho, se generó una controversia con el concepto de mundialización que manejaba la comunidad francesa en ciencias sociales (Gandarilla Salgado, 2000). Este concepto alude al proceso secular de expansión del sistema capitalista europeo y se considera más explicativo y menos mistificador e ideológico que el de globalización. Distintas corrientes y escuelas de pensamiento intentaron resistir, sin éxito, el embate arrollador del concepto de globalización. Entre ellas encontramos concepciones tan diversas como la corriente de pensamiento vinculada a la teoría de la economía-mundo y sistema mundial (Wallerstein y otros), los autores vinculados al estudio del proceso de internacionalización y transnacionalización de la economía (Sunkel, Cardoso, Faleto y otros autores de la CEPAL), así como otros ligados al pensamiento marxista clásico, que centraba su análisis en el imperialismo como fase superior del capitalismo (Petras, Amin y otros). Incluso la escuela francesa de la regulación capitalista intenta explicar el proceso de

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transformación del régimen de acumulación fordista en el flexible a partir de conceptos como modo de regulación, paradigma tecno-económico, modelo de desarrollo, y aludiendo al proceso secular de mundialización (Aglietta, Boyer, Coriat, Lipietz y otros).

También en el campo de los movimientos sociales y políticos, muchos de sus ideólogos se resistían a la utilización de este concepto, a tal punto que se plantean como movimientos “antiglobalización”. Finalmente, y en un breve lapso que dura como mucho una década, se impone y los que sostenían la postura antiglobalizadora (que conceptualmente, aludían a la mundialización), se apropiaron del concepto resignificándolo, como etapa culminante de la mundialización y proponiendo alternativas de globalización. Esto mismo sucede en el campo científico y académico con muchas de las corrientes de pensamiento mencionadas anteriormente.

Como indicador de la manera en que se impuso el concepto de globalización, es dable observar que en la última década la literatura sobre la globalización ha crecido más que cualquier otro indicador sobre el proceso (transacciones financieras, circulación de mercancías, etc.). Se ha producido una verdadera explosión en la cantidad de artículos sobre la globalización relativos a temas económicos, sociológicos y políticos (se publican varios miles todos los años). 1.3. Trayectoria del proceso

Como proceso, en principio, la globalización presenta múltiples dimensiones y pueden

observarse procesos de escala global en las distintas esferas: en la económica, en la política, en la social, en la cultural e incluso en la ambiental. De este modo es difícil establecer el origen del proceso, es difícil también responder a preguntas tales como ¿qué sucedió primero, la globalización económica y luego la cultural?, ¿es posible pensar en una globalización de la cultura sin una economía globalizada? Cualquier respuesta afirmativa a estas preguntas nos haría caer en determinismos poco deseables. Si es posible pensar que este proceso tiene rasgos dominantes político-económicos, entonces es imposible e incorrecto para el análisis de este proceso escindir lo político de lo económico.

La globalización como proceso económico es la expresión de una etapa de recomposición del capital que podría caracterizarse a través de tres rasgos dominantes: la gran valorización del capital financiero en detrimento del capital productivo, la expansión de los servicios frente a la actividad industrial así como la mayor participación de los servicios en los procesos productivos, y la difusión de las tecnologías de información y comunicación que se constituyen como nuevo paradigma tecnológico y que facilitan la movilidad del capital.

De todas maneras, caber señalar que cuando se habla de globalización pueden diferenciarse analíticamente varios niveles de significados. En lo técnico se relaciona con la implantación de nuevas tecnologías. En lo político, relacionándola con el fin de la Guerra Fría y el mundo bipolar, dado que Estados Unidos se erige en la potencia militar por excelencia, sin restricciones. En lo ideológico-cultural, como la universalización de determinados modelos de valor. Por último, y como dimensión sustantiva y fundante, en lo económico, se caracteriza por la liberación del tráfico de mercancías, servicios, dinero y capitales, así como por la posición cada vez más dominante de las multinacionales. Cabe aclarar que esta caracterización en niveles que formula Hirsch (1997) es una entre muchas posibles que nos sirve para presentar la amplitud y diversidad del fenómeno. Muchas de estas cuestiones serán retomadas cuando se analicen los principales debates en torno al concepto.

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Si consideramos a la globalización como resultado del proceso histórico de mundialización (Amin, 2001a; Ferrer, 1996; Harvey, 1997; Santos, 1997; Saxe-Fernández, 1999; Vidal Villa, 1996; Wallerstein, 1974/1980), debemos señalar que se asentó, en principio, en la expansión geográfica del sistema económico europeo que comenzó en los siglos XIV y XV con los grandes descubrimientos geográficos de las exploraciones portuguesas y españolas. Ahora bien, en esta primera etapa expansiva se buscaba controlar nuevos territorios para garantizar la explotación de riquezas y productos (metales preciosos, especias, materias primas y hasta esclavos) en forma directa o por intermedio del intercambio comercial.

Ya en los siglos XVIII y XIX se produjo una marcada aceleración en las transformaciones sociales y económicas que consolidaron al sistema capitalista como orden social y económico dominante. En consecuencia, el proceso de mundialización se desplegó explosivamente, sustentado, además, en las nuevas demandas generadas por la revolución industrial, así como también por el mejoramiento de los medios de transporte. Cabe recordar que todas estas transformaciones están estrechamente vinculadas e interactúan como parte de un mismo proceso, si bien no es posible determinar si alguna de ellas constituye el “motor” de los demás cambios. Esta segunda etapa, colonialista, liderada por Gran Bretaña y Francia, no sólo buscaba explotar ciertas riquezas sino también lograr el control político de los territorios conquistados para garantizar la expansión de los mercados en los cuales colocar los productos manufacturados. Esto dio lugar a una nueva División Internacional del Trabajo, por la cual los países industrializados de Europa obtenían las materias primas de las colonias (y ex colonias como América Latina, desde principios del siglo XIX) con las que elaboraban los productos industriales que luego vendían en diferentes mercados, entre los cuales los de dichas colonias.

En las últimas décadas del siglo XX, luego del proceso de descolonización, esta expansión se aceleró aún más y se consolidó con la imposición del sistema capitalista a escala global. Entre otros factores, los avances tecnológicos (sistemas de comunicación, de transmisión de la información, etc.) contribuyeron de manera importante en la difusión de este proceso de integración/exclusión económica. Milton Santos (1979), incluso, denomina a este proceso “universalización perversa”, conceptualizándolo a partir del proceso de munidalización ya mencionada. A su vez, el proceso de Globalización difunde nuevas formas de producción, pero además nuevas pautas y prácticas de consumo, así como también nuevas pautas y prácticas culturales e incluso políticas (redefinición del rol del Estado, prácticas político-partidarias democráticas, etc.).

Esta integración económica a la que hacíamos referencia se manifiesta en tres dimensiones: en primer término, la transnacionalización del capital, producto del incremento del poder de las firmas y grupos económicos transnacionales por sobre la capacidad regulatoria del Estado. En segundo término, la expansión del sistema financiero internacional, que contribuye a la creciente movilidad del capital en el tiempo y el espacio. En tercer término, la consolidación de bloques económicos que funcionan como unidades distintas a los estados nacionales en esta nueva economía global.

Otra característica propia de la globalización que podemos reseñar sintéticamente se constituye en torno al surgimiento de un nuevo balance del poder político en la esfera internacional, que ha dado lugar a nuevas formas de gobierno supranacional, como es el caso de la Unión Europea. En este sentido, se plantean nuevas expresiones de dominación, ya que el centro se reagrupa y pluraliza (la llamada “Tríada” entre Estados Unidos, la Unión Europea y Japón) y la periferia permanece dispersa (García Morales, 2001). Incluso, en términos de política internacional algunos intentos de integración de países atrasados se han debilitado, como en el caso de los No Alineados (Amin, 2001b).

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Llegados a este punto, creemos conveniente plantear algunas ideas que buscan cuestionar las explicaciones vigentes y dominantes que, en general, centran el proceso como un fenómeno principalmente económico y tecnológico. Si bien existen numerosos autores que discuten esta cuestión (Bernal-Meza, 1995; González Casanova, 1998; Saxe-Fernández, 1999; Hirsch, 1997; Rapoport, 1997; Santos, 1997; Sassen, 1998; Vilas, 1999), nos basaremos en el argumento de Harvey (1997), que sintetiza los principales ejes de discusión. Para este autor no tiene sentido basar la discusión de la globalización en términos de si es un fenómeno absolutamente nuevo o no. Sobre este punto sostiene que desde una perspectiva histórica puede decirse que ya desde el año 1492 la globalización existe y que desde el siglo XVI han habido distintos sistemas globales que se desarrollaron junto con el sistema capitalista. En cambio, sostiene que lo que cabe preguntarse es acerca de los nuevos rasgos de esta globalización. Para Harvey el concepto de globalización representa un cambio importante en el discurso, y se pregunta por qué y qué sucede cuando se desplaza un discurso que habla del imperialismo, que habla sobre el neocolonialismo y las diferentes formas de dominación que tienen al menos una noción política detrás de ella y qué pasa si además esa noción es reemplazada por el término globalización que aparece como neutral. En este sentido es importante develar quién se está beneficiando con este cambio discursivo, quien lo provocó y por qué.

Por otra parte sostiene que el hecho de que la globalización sea observada con una perspectiva histórica no significa que ahora no esté ocurriendo algo diferente. En relación a esto señala tres cuestiones que estarían marcando las grandes diferencias respecto de otras épocas de internacionalización de capital. En primer lugar, la vertiginosa desregulación de las instituciones financieras y de los sistemas financieros y el poder que han cobrado sobre otros sectores del capital, lo que ha derivado en el cambio de la importancia en las relaciones entre los distintos estados y territorios. En segundo lugar, la importancia de la información no en tanto innovación tecnológica puesto que ya han existido otras revoluciones de la información como lo fueron el telégrafo y el teléfono, sino como instrumento de utilización política bajo la consigna de que las instituciones y agrupaciones sociales desaparezcan para que todos los individuos se integren en una red informática y formen parte de la “sociedad del futuro”. Finalmente, la reducción en los costos del transporte que ha permitido un alcance mayor de la globalización. Estos tres factores han abierto un abanico de posibilidades para la acumulación del capital que es muy diferente a las que existían hasta la década del setenta.

Harvey atribuye una importancia superior a la reducción de los costos de transporte con la consecuente desaparición de la fricción por distancia (que remite a su idea de la compresión espacio-temporal). En esta línea, plantea que los tres factores distintivos de esta globalización condujeron a la dispersión y expansión de la producción, lo que devino en una difusión extraordinaria del proceso de proletarización y lo que el define como la constitución de una nueva clase obrera global. Para el autor, así como hubo cambios en el mapa de la actividad manufacturera mundial desde la década del setenta hasta la actualidad, también los hubo en la localización de la clase asalariada. De este modo explica que la gran reducción de la clase obrera industrial de los países industrializados antes de la década del setenta se produjo paralelamente con la expansión de las clases obreras en los países del sudeste asiático y, en el caso de América Latina, con la gran expansión del proletariado en México. Harvey encuentra en la formación de la clase obrera global la posibilidad de una construcción de sentido global por parte de sus trabajadores como el único vehículo para resistir a la globalización de la acumulación de capital. Agrega, además, que esta gran expansión de la proletarización estuvo acompañada por un proceso de urbanización masiva, que el siglo XX es el siglo de la urbanización. Establece, en este sentido, que es posible pensar que la globalización se logró a través del crecimiento de las ciudades y de las conexiones entre las ciudades en una estructura mucho más sistemática de intercambio y

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relaciones de clase (Agnew y Knox, 1994; Knox y Taylor, 1997; Sassen, 1991; Storper, 1994, 1997). Cabe mencionar, además, que la metropolización –proceso por el cual, las grandes ciudades se extienden incorporando centros urbanos preexistentes– es un rasgo distintivo de la globalización y muy importante en América Latina (de Mattos, 1998, 1999; de Mattos y otros, 1998; Sassen, 1998). Volveremos sobre este tema más adelante, a propósito de los estudios empíricos en la región.

Finalmente, Harvey explica que la lucha anticapitalista se encuentra entonces en todas partes y señala la necesidad de que esas expresiones de lucha se articulen; es decir que lo que denomina como particularismos localistas militantes construya un sentido global que de curso a la lucha global de resistencia al capital. Esta concepción converge con los postulados posteriores propios del Foro Social Mundial de Porto Alegre (Ramonet, 2002), así como con algunas tesis de Hardt y Negri (2000) y de Sousa Santos (2002). Señala, en este sentido, el riesgo de que estos particularismos locales devengan en situaciones de competencia entre lugares, ya que la competencia interurbana no tiene beneficios, sólo conduce a una transferencia de recursos de los gobiernos locales al capital productivo privado en vez de a los ciudadanos. Para Harvey, entonces, el gran desafío del siglo XXI es la construcción de una geografía que respete la diferencia y que desde la diferencia y la particularidad local construya sentido de manera amplia e inclusiva, orientando la definición y construcción de un ambiente natural, social y político donde todos quieran vivir. 1.4. La globalización en América Latina

Retomando la idea de recomposición del capital a la que alude el proceso de

globalización, podría pensarse que así como las dictaduras para América Latina fueron funcionales a las necesidades de recomposición del capital, la globalización para los países subdesarrollados o periféricos podría cumplir un papel similar. En el contexto de América Latina puede establecerse que existen, para algunos países al menos, dos momentos en el despliegue del proceso de globalización en sus territorios. Un primer momento que se asocia a la aplicación y/o profundización del modelo político económico neoliberal, que se expresa principalmente en la adquisición por parte del capital privado de casi la totalidad del patrimonio público. El segundo momento se caracteriza por un Estado debilitado y un desplazamiento importante del poder al capital financiero, que se constituye así en el actor más poderoso y con capacidad de sustituir al poder político o subordinarlo por completo.

Reflexionando sobre el caso argentino, parecería estar entrando en un tercer momento, ya que podría considerarse que el segundo culminó con la crisis política del 19 y 20 de diciembre de 2001 y que ahora atraviesa un tercera fase en la cual el poder político necesariamente deberá establecer nuevas alianzas para ejercer el gobierno y reconstruir su capacidad de regulación de la sociabilidad del Estado-Nación.

Por otra parte, la mayor autonomía del capital y el triunfo del modelo neoliberal impuesto desde los organismos internacionales a la periferia, restrinigió aún más la capacidad del Estado para controlar la economía. Existen nuevas formas de control social que también están por fuera del Estado y que se sustentan en el intento de homogeneización de las prácticas y pautas de consumo, propias de las sociedades desarrolladas occidentales promovidas por el capital internacional.

En este sentido aparece una discusión que será retomada más adelante y que expresa dos posturas teóricas contrapuestas frente al tema: una que sostiene que la globalización socava el poder de los estados nacionales y otra que, contrariamente, afirma que el Estado-Nación se fortalece en este proceso. En este punto nos parece importante señalar que se hace necesario distinguir entre los estados-naciones industrializados, avanzados, y/o

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centrales y los no industrializados, atrasados y/o periféricos (Borón y otros, 1999; Bonnet, 2002; Romero, 2002). Esto se debe a que, en principio, el proceso de globalización podría estar explicando una estrategia de los estados-naciones dominantes para sobrevivir a la gran autonomía del capital mientras que su soberanía puede estar implicando simultáneamente la pérdida de soberanía de los estados dependientes. 2. Principales debates

Como la globalización es un concepto transversal, en el sentido en que atraviesa

distintos campos disciplinarios y temáticos, todas las ciencias sociales tienen muchos núcleos de interés en torno a esta cuestión. Consecuentemente, sería imposible abordar en un trabajo de estas características, la totalidad de las temáticas en discusión, así como de las concepciones y líneas de pensamiento. Como mero indicador ilustrativo, podemos mencionar un congreso reciente organizado por la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) cuyo tema central gira en torno a la globalización y su impacto en América Latina, el cual cuenta con comisiones de trabajo específicas que analizan el fenómeno y, además, con más de un tercio de las ponencias dedicadas a la globalización, aun en comisiones referidas a la teoría social (ALAS, 2001). Por lo tanto, sintetizaremos las discusiones en cuatro debates claves analizados por Guillén (1999). Cabe aclarar que si bien esta reseña se refiere principalmente a la literatura anglosajona, resulta útil como marco general para la discusión, en tanto, muchos autores latinoamericanos participan directa o indirectamente de estos debates. Expresados como preguntas, se trata de los siguientes: ¿La globalización produce convergencia? ¿La globalización socava la autoridad de los estados-naciones? ¿La globalización es diferente de la modernidad? ¿Se está formando una cultura global?

2.1. ¿La globalización produce convergencia?

Este primer debate se centra en el supuesto de que la globalización produce

convergencia de las sociedades hacia un patrón uniforme de organización económica, política y cultural. Este es el debate más significativo, ya que constituye uno de los fundamentos más importantes sostenido por la ideología neoliberal de la globalización, contestada y discutida por numerosos autores, entre ellos muchos latinoamericanos (Bernal-Meza, 1995; Calva, 1995; Gandarilla Salgado, 2000; Garretón, 2000; González Casanova, 1998; Marcos, 2000; Ortiz, 1997; Rapoport, 1997; Ruiz Arriaga, 2000; Santos, 2000; Vargas Aguirre, 2000; Vilas, 1999, y Zemelman, 1999, entre otros).

En este sentido tanto los economistas como los sociólogos de la teoría de la modernización predijeron que la difusión de los mercados causaría convergencia en la sociedades, desde su pasado preindustrial. Esta línea de pensamiento surge en las décadas de 1950 y 1960. Esta convergencia está relacionada con varios de los mitos/supuestos de la llamada ideología de la globalización, discutidos por Vilas (1999), como por ejemplo: que se trata de un proceso homogéneo, que es, asimismo, homogeneizador (o convergente), que

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conduce, por lo tanto, al progreso y al bienestar universal y que la globalización de la economía conduce a la globalización de la democracia.

El programa de investigación sobre la sociedad-mundial apoya esta concepción, subrayando las similitudes estructurales convergentes entre sociedades y entre estados nacionales, tanto en términos de concordancia de la cultura-mundial de la modernidad racionalizada como de los grupos domésticos que reclaman del estado cuestiones tales como los derechos ciudadanos y humanos, el desarrollo socio-económico y la educación.

Por otra parte, teóricos sociales y políticos, así como historiadores críticos han intentado refutar la visión convergente de la globalización, argumentando que, por el contrario, se trata de un proceso de desarrollo desigual que fragmenta y coordina a la vez. En este sentido, lo ven como un fenómeno dialéctico que promueve la diversificación cultural, más que la homogeneización (Giddens, 1990). Otros autores, adhieren a esta concepción con el aporte de información empírica, sosteniendo que la globalización no es homogeneizante ni universalista, dado el rápido crecimiento de la economía informal.

Otros estudios teóricos y empíricos desde América Latina (p. ej.: Calva, 1995; García Morales, 2001; Garretón, 2000; Ianni, 2000; Romero, 2002; Santos, 2000; Vilas, 1999) pueden sustentar también la tesis de que la globalización produce divergencia y diversidad y que no necesariamente socava las políticas nacionales y las instituciones. Es decir, los distintos estados nacionales pueden optar por diferentes políticas económicas y sociales nacionales divergentes (que pueden agruparse en dos vertientes principales: neoclásicas-neoliberales y democráticas-redistributivas). En el mismo sentido, las firmas y los países pueden tomar distintos caminos para incorporarse a la economía global. A su vez, los sistemas nacionales de innovación, comercio e inversión siguen cumpliendo un papel importante en la definición de las reglas de juego económicas en las que se desarrolla la actividad de las firmas.

También desde la sociología de las organizaciones, estudios comparativos entre instituciones de países europeos, asiáticos y latinoamericanos han demostrado que existen diferentes patrones de comportamiento y organización que persisten a través del tiempo y contribuyen a la competitividad de las firmas.

Además de los atributos de homogeneización (convergencia), también se cuestiona la supuesta homogeneidad del proceso de globalización, ya que la difusión de las transformaciones no es la misma en todos los lugares ni para todos los sectores sociales ni en todos los períodos históricos. Como ejemplo, cabe considerar las transformaciones del capitalismo luego de la crisis de 1930 que llevaron a un vuelco al mercado interno de muchas economías nacionales, constituyendo un relativo retroceso con respecto a los procesos de integración económica que se habían dinamizado desde fines del siglo XIX, y que volverían a cobrar fuerza a partir de las décadas de 1950-60, con la creciente internacionalización económica capitalista.

En conjunto, ambas perspectivas presentan datos empíricos que las sustentan. La razón de esa supuesta discordancia entre los datos radica en que el nivel de análisis de la perspectiva que cuestiona la convergencia, es bastante más profundo que el de aquélla que la sostiene.

2.2. ¿La globalización debilita la autoridad de los estados-naciones?

La primera concepción sostiene que la globalización desafía la autonomía,

independencia y soberanía territorial exclusiva y excluyente de los estados nacionales. Varios autores consideran que este proceso tiende a cuestionar la capacidad de regulación

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de los estados, dado que se produce una tensión entre el liberalismo de mercado (pretendidamente más “globalizador”) y uno democrático (supuestamente más “nacionalizador”).

En este sentido, el deterioro del Estado-Nación radicaría en el fracaso en sociabilidad al interior de sus fronteras, haciendo hincapié en el estado nacional como forma efímera. Se sostiene que la existencia de tantos estados nacionales en el mundo actual no contradice esta tesis, ya que los nuevos estados (luego de las transformaciones posteriores a 1989-91) son débiles y con poca capacidad de control. De la misma manera, se cuestiona que el número de estados nacionales sea garantía de diversidad ni de soberanía e independencia nacional. A su vez, los Estados en el sudeste asiático han tenido un rol importante (proteccionista) sólo en la etapa fordista; mientras que en la etapa actual también sufrirían las consecuencias del proceso de globalización. En definitiva, una de las autoras que sostienen esta concepción (Strange, 1996), asegura que existen desplazamientos de poder en la sociedad global que van de los estados débiles a los fuertes, de los estados a los mercados –podríamos agregar que es un pasaje recurrente en América Latina– y, por último, de los mercados laborales a los financieros).

En este mismo sentido, existe una línea argumental ligada sobre todo al ambiente de los negocios y con gran influencia en las élites económicas y políticas que orientan las políticas macroeconómicas y la gestión del Estado, según la cual la globalización se entiende como la expansión del mercado a escala mundial. Sostienen que el avance del proceso es tal que no sólo los estados-naciones han perdido una gran parte de su poder sino que están a un paso de su aniquilamiento. Dentro de esta corriente, Kenichi Ohmae (1990, 1995) argumenta que en el futuro la nueva economía mundial tendrá como núcleo no a los estados-naciones sino a muchas regiones entrelazadas, al modo de estados-regiones, ciudades-estados o ciudades–globales.

Desde otro punto de vista, diversos autores sostienen que los estados todavía pueden controlar la globalización, entendida como efímera y menos abarcativa de lo que pretenden los ideólogos neoliberales (Hirst y Thompson, 1996). Otros autores consideran que el sistema mundial no amenaza a los estados sino que los favorece (Wallerstein, 1974/1980; Skocpol, 1979; Tilly, 1992). Gilpin (1987) argumenta que la globalización ha reforzado el papel de las políticas nacionales y regionales en el marco de un sistema híbrido más globalizado y al mismo tiempo fragmentado. También se recuerda que la globalización fue creada por estados, reorganizándolos, más que dejándolos de lado; mientras que el poder no se desplaza desde los estados sino dentro de los estados desde los ministerios de industria y trabajo hacia los ministerios de economía y los bancos centrales, dada la mayor importancia que cobró recientemente el capital financiero en relación a otras fracciones –industrial, comercial, etc.–.

Curiosamente, la visión de la sociedad-mundial coincide con esta perspectiva, sosteniendo que los estados-naciones siguen siendo los actores centrales de la globalización en la definición de los problemas de sus sociedades respectivas. Según estos autores, el moderno estado-Nación “puede tener menor autonomía que antes pero ciertamente tiene más que hacer”.

Por último, podríamos caracterizar una tercera visión que argumenta que los estados no han perdido ni ganado relevancia, sino que más bien se han redefinido las características modernas de soberanía y territorialidad, a partir de una desnacionalización del territorio nacional (Sassen, 1996; Hardt y Negri, 2000).

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2.3. ¿La globalización es diferente de la modernidad?

En principio, en este debate, que resulta más complejo y abarcativo que la discusión misma respecto de la globalización, encontramos dos perspectivas principales: la que sostiene que constituye una continuación de la modernidad y aquélla que asegura que se trata de un cambio y una transición hacia una nueva era.

Desde una perspectiva, la modernidad está vinculada estrechamente con la globalización, dado que es inherentemente globalizante, ya que en la era moderna el nivel de la distancia tiempo-espacio es mucho mayor que en cualquier período previo y las relaciones entre las formas sociales locales y distantes, por un lado, y los hechos, por el otro, comienzan a ser correspondientemente “estrechas”. La globalización se refiere, esencialmente, a un proceso que reduce hasta en los modos de conexión entre los diferentes contextos sociales o regiones que se vinculan a través de la superficie de la Tierra como un todo (Giddens, 1990).

La otra concepción asume que la globalidad es algo diferente a la modernidad, entendiendo que la modernidad es “la imposición de una racionalidad práctica sobre el resto del mundo a través de la acción del estado y el mecanismo del mercado, y la generación de ideas universales para acompañar la diversidad del mundo”, mientras que “la globalidad restaura la infinitud de la cultura y promueve la interminable renovación y diversificación de la expresión cultural más que la homogeneización o la hibridación” (Albrow, 1997). Otros autores suscriben a esta concepción a partir de la sustitución de las políticas de construcción de los estados-naciones modernos por las políticas identitarias. Se señala, en definitiva, que nos encontramos en presencia de una transición hacia una nueva era, más que en el apogeo de la antigua.

Los sociólogos consideran al debate entre modernidad y globalidad como central. “La globalidad es una multiplicidad de concepciones, no acerca de la hegemonía cultural o paradigmática sino de la proliferación de vínculos en red de naturaleza económica, política, social y cultural que une a las naciones” (Guillén, 1999: 14). Es por eso que los autores que comparten esta idea, afirman la existencia de una nueva era ya no moderna y critican a los teóricos y observadores –particularmente neoliberales y marxistas– que consideran a la globalización como un proceso estructural, inevitable y abrumador.

Otros autores, en fin, desde un análisis económico, plantean que la expansión económica de fines del siglo XIX era moderna, en tanto unía mercados nacionales geográficos, discretos, mutuamente exclusivos, mediante las corrientes internacionales del comercio y las inversiones, mientras la economía “global” actual está determinada por la escala creciente de la tecnología, la producción internacional integrada y la integración internacional de las corrientes de información. Así, la globalización tiene un significado sustantivo porque a fines del siglo XX los mercados nacionales se “transnacionalizan”.

Más allá de las dos visiones enunciadas anteriormente, cabe mencionar, por último, la perspectiva de quienes critican las concepciones eurocéntricas de modernidad, sosteniendo, por el contrario y desde el punto de vista sociológico, que consiste en la forma societal en que se constituyen sujetos, aunque no sólo desde la vertiente racional, sino también desde la expansión de la subjetividad y las identidades y memorias colectivas, pudiendo la tradición, en determinadas circunstancias, ser también una dimensión constitutiva de sujetos, es decir, “moderna” (Garretón, 2000). Esto permite pensar en una diversidad de las modernidades más que en un fin de la modernidad.

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2.4. ¿Se está formando una cultura global?

Muy pocos autores defienden hoy la idea del surgimiento de una cultura global, partiendo de la débil base conceptual constituida por la noción de “aldea global” (McLuhan, 1964), retomada, a su vez, por investigadores provenientes de la disciplina del márketing y algunos sociólogos que sostienen que el consumismo y la estética se globalizan, estandarizando gustos y deseos.

La gran mayoría, en cambio, argumenta en contra de los efectos homogeneizantes del consumismo masivo, ya que se generan resistencias e identidades como contratendencia. Por otra parte, si bien diversos autores (entre ellos, los de la perspectiva de la sociedad-mundial) coinciden en la tendencia hacia la conformación de una sociedad civil-mundial, no consideran que esto lleve mecánicamente a una universalización cultural y de las pautas de consumo.

La conformación de mosaicos religiosos, culturales contrastan con la visión homogeneizadora de la cultura global, tal como lo demuestran diversos estudios culturales (Waters, 1995; García Canclini, 1999). La proliferación de identidades adscriptivas (étnicas, religiosas, etc.) como reacción a las tendencias globalizadoras también son argumentos en este sentido, así como las características fragmentadoras del propio proceso de globalización.

En otra línea, el sociólogo Anthony Smith (1990) invalida la misma pregunta, ya que considera que existe una diversidad cultural (de la misma manera en que anteriormente vimos la tesis de las diversas modernidades), por lo que no corresponde cuestionarse acerca de la existencia de una “cultura”, ya sea global o no.

2.5. Debate en América Latina

Los principales debates reseñados hasta aquí se refieren principalmente a la literatura

anglosajona, pero remiten a cuestiones y perspectivas presentes en las ciencias sociales latinoamericanas, tal como hemos visto en algunos ejemplos. Sin embargo, existen algunos núcleos de discusión específicos que interesan al pensamiento latinoamericano en ciencias sociales. Principalmente, están referidos a la discusión entre la llamada ideología de la globalización, de raíz neoliberal y su crítica desde distintas concepciones.

En este marco, el debate se centra en el constante intento de refutación de los principales mitos difundidos por dicha ideología (Bernal-Meza, 1995; Borón y otros, 1999; Marcos, 2000; Minsburg y Valle, 1997; Ruiz Arriaga, 2000, y Vilas, 1999, entre otros). Se destacan los siguientes: la globalización como novedad, que contrasta con la perspectiva de la globalización como resultado del proceso histórico de mundialización. La homogeneización y convergencia que produce, ante lo que se sostiene la fragmentación, desigualdad y exclusión generada en los países de la región. Esta perspectiva se sustenta en numerosos estudios empíricos y en los análisis de la CEPAL (2000).

Otro de los debates en curso se refiere al debilitamiento de los estados-naciones, ante lo que se propone la vigencia de la capacidad de regulación de los estados latinoamericanos, en el marco de la integración regional.

Otros mitos difundidos y que también se discuten son: la globalización como fenómeno estrictamente tecnológico-comunicacional, como el fin de las fronteras, como sinónimo de integración y como orden superior e incuestionable, entre otros. Por supuesto, recordamos una vez más que estos debates atraviesan –tal como lo hace el mismo fenómeno– las diferentes realidades regionales y locales, constituyendo verdaderamente un

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debate global. En este sentido, podríamos afirmar que uno de los elementos que más se ha difundido y globalizado es la propia reflexión acerca de la globalización.

3. Algunos trabajos empíricos en América Latina

La “transversalidad” del concepto a la que ya hicimos referencia dispara una serie de líneas temáticas en los estudios empíricos que resulta prácticamente inabarcable. Sólo listaremos una breve reseña de las principales, analizando con mayor detalle, luego, algunos estudios pertenecientes a temáticas relacionadas con los principales ejes de discusión que hemos caracterizado en el punto anterior. Entre ellas, encontramos: - Estudios teóricos y discusión conceptual sobre la globalización (Borón, 2002; Castells, 1996; Gandarilla Salgado, 2000; García Morales, 2000; Garretón, 2000; Guillén, 1999; Hardt y Negri, 2000; Harvey, 1990; Hirsch, 1997; Hirst y Thompson, 1996; Marcos, 2000; Ortiz, 1997; Petriella, 2000; Ramonet, 2002; Rapoport, 1997, Romero, 2002; Ruiz Arriaga, 2000; Santos, 1979, 2000; Saxe-Fernández, 1999; Vargas Aguirre, 2000; Vázquez Barquero, 2000; Vilas, 1999; Zemelman, 1999). - Estudios económico-financieros (Aninat, 2000; Calva, 1995; Banco Mundial, 1994, 2000; CEPAL, 2000). - Proceso histórico de globalización de la economía y sus efectos en América Latina. Transformaciones económicas y productivas. Esta es una de las líneas más desarrolladas (Benko y otros, 1997; Bernal-Meza, 1997; Borón y otros, 1999; Bonnet, 2002; Ferrer, 1996, 1999; Gandarilla Salgado, 2000; García Morales, 2001; Gatto, 1990; Harvey, 1997; Hirsch, 1997; Minsburg y Valle, 1997; Petriella, 2000; Rapoport, 1997; Romero, 2002; Santos, 1979, 2000; Saxe-Fernández, 1999; Saxe-Fernández y Petras, 2001; Soler, 2001, Storper, 1994; Sunkel, 1987; Vidal Villa, 1996; Vilas, 1999). - Impacto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en la economía y la sociedad (Benko y otros, 1997; Castells, 1996, 2001; Castells y Hall, 1994; Coriat, 1994; Gatto, 1990; Lipietz y Leborgne, 1990). - La perspectiva del desarrollo humano (CEPAL, 2000; PNUD, 1994). - Problemas ambientales y sustentabilidad/sostenibilidad del desarrollo (Abalerón y otros, 1997; Reboratti, 1996; Gentile, 1998; Sachs, 1982). - Reestructuración en regiones metropolitanas, como actor privilegiado dentro de la globalización. Esta es otra línea muy desarrollada (Amaral de Sampaio y Pereira, 1997; Blanco, 1996; Catenazzi, 1999; Ciccolella, 1999; Coraggio y otros, 1997; de Mattos, 1997, 1998, 1999; de Mattos y otros, 1998; Harvey, 1997; Hiernaux Nicolás, 1999; Jaramillo y Cuervo, 1993; Santos, 1997; Sassen, 1991, 1998; Storper, 1997) . - Desarrollo local en el marco de la globalización. Esta también es una línea muy trabajada (Arocena, 2002; Boisier, 2001; Coraggio, 1998; Garofoli, 1995; Santos, 1997; Storper, 1994, 1997; Vázquez Barquero, 1993, 2000). - Desarrollo regional (economías regionales en el contexto de la globalización) (López Gallero y otros, 1997; Rofman, 1995, 1999; Storper, 1997). - Cambios en la sociabilidad de los estados-naciones (Calcagno y Calcagno, 1999; de Sousa Santos, 1997, 2002; García Delgado, 1998; Garretón, 1999; Ianni, 2000; O’Donnell, 1998; Vilas, 1998.

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- Procesos de integración supranacional (Agudelo, 1998; Bernal-Meza, 1999; Calva, 1995, López Gallero y otros, 1997; Saxe-Fernández y Petras, 2001). - Estudios culturales (García Canclini, 1997, 1999; Garretón, 1999; Harvey, 1990; Ortiz, 1997. - Resistencias y alternativas al “pensamiento único” y la globalización neoliberal. También aquí se encuentran numerosos trabajos, en particular a partir del Foro Social Mundial de Porto Alegre (Amin, 2001a, 2001b; Arroyo, 1998; Bernal-Meza, 1995, 1997; Borón, 2002; Borón y otros, 1999; Calva, 1995; de Sousa Santos, 1997, 2002; García Morales, 2000; Garretón, 2000; Giarracca y otros, 2001; González Casanova, 1998; Hardt y Negri, 2000; Harvey, 1997; Hirsch, 1997; Hirst y Thompson, 1996; Marcos, 2000; Petriella, 2000; Ramonet, 2002; Ruiz Arriaga, 2000; Santos, 2000; Saxe-Fernández, 1999; Saxe-Fernández y Petras, 2001; Vargas Aguirre, 2000; Vilas, 1999; Zemelman, 1999).

3.1. Cultura y globalización

En relación a los aspectos centrales de la globalización desde la cultura (García Canclini, 1999), las características fundamentales que presenta la globalización en América Latina pueden listarse como: la pérdida de autonomía de las economías nacionales, el cambio en las subjetividades de las personas, los procesos de globalización económica y, simultáneamente, el nacionalismo cultural.

Lo fragmentario es un rasgo estructural de los procesos globalizadores en América Latina. Se presenta como un conjunto de procesos de homogeneización, y a la vez fraccionamiento articulado del mundo, que reordena las diferencias y las desigualdades sin suprimirlas

Si se atiende a lo que sucede entre los intercambios entre lo global y lo local, es un proceso con varias agendas, reales y virtuales que se estaciona en fronteras o en situaciones translocales y trabaja con su diversidad.

Coca Cola y Sony están convencidas que la globalización no es tener fábricas por todo el mundo sino convertirse en “parte viva de cada cultura”. La industrialización de la cultura contribuye a homogeneizarla pero… El 60% de la música que se compra es del repertorio de cada país y disminuyó en los últimos 3 años un 40% la venta de discos de rock en inglés; sin embargo, el 80% de este mercado está manejado por “majors” en distribución y producción.

Las grandes ciudades tienen espacios para imaginar la globalización y articularla con lo nacional y lo local (García Canclini, 1999). En este sentido, el proceso de globalización se produce por intermedio y a través de las ciudades. La tendencia a la metropolización es inherente a la globalización (Castells, 1996, de Mattos, 1997, 1998; Sassen, 1991, 1998, entre otros). En las ciudades, la globalización puede verse como “triangulación” de Estado-Nación, economía global y localidades estratégicas.

El total de personas que deja su país para establecerse en otro por año es de 130 millones o sea un 2,3% de la población mundial. El “planeta nómade” está poblado por “sedentarios” y la imagen de un mundo recorrido por olas inmigratorias incontrolables es propio de la gran tienda de los clichés.

En la década del ochenta se leía el eje local/global como contradicción. Esta visión ha cambiado y se ha complejizado, en tanto el proceso de globalización se imbrica fuertemente en lo local.

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Al ver que el alejamiento político y las desigualdades acentuadas no sólo engendran descreimiento sino turbulencias en las cúpulas financieras y en las economías, alto abstencionismo electoral y estallidos erráticos de las bases sociales, García Canclini se pregunta si este modo injusto de globalizar es gobernable. El malestar aumenta por “temor a sobrar”, miedo al otro, a la exclusión y al sin sentido, según múltiples estudios efectuados en distintos países de América Latina.

3.2. Globalización y economía

Al presentarse como una transformación del modo de producción industrial y un

nuevo modelo de desarrollo posindustrial y globalizado, el mercado “penetra” y erosiona al Estado. Asimismo los organismos internacionales intentan fijar políticas nacionales comunes en países dependientes.

En las últimas décadas el FMI y el BM han dedicado todos sus esfuerzos en imponer el pago de la deuda. Para ello han delineado sus políticas en “pseudo programas” económicos consistente en ajustes permanentes y en impulsar privatizaciones de empresas públicas. Pese a ello la deuda sigue creciendo de manera imparable. El accionar de estas entidades ha facilitado la transnacionalización y oligopolización económico-financiera del sistema (Minsburg y Valle, 2000).

El Estado se retira de “lo social” dejando a cargo a Organizaciones No Gubernamentales o diversas iglesias de remediar lo que el mercado no puede, pero el Estado sí conserva con el control de la moneda (Banco Central), las leyes laborales y la represión (todo lo que fija el costo salarial y las condiciones de la fuerza de trabajo).

Se evidencia una separación entre lo económico y lo social, en tanto lo social es atendido de manera focalizada y asistencialista fuera de los circuitos del mercado, tal como habíamos señalado al principio de este trabajo.

Algunas causas de la globalización y la transnacionalización en América Latina pueden detectarse en la cuantiosa, progresiva y sistemática expansión mundial de las empresas transnacionales y sus inversiones de capital en casi todos los países de la región, lo que les ha permitido una enorme concentración y un poderío económico, financiero comercial y tecnológico (y político) de tan gigantesca magnitud que jamás había sido conocido antes. También la creciente y extraordinaria expansión mundializada del capital financiero junto al importante incremento del comercio de bienes y servicios –caracterizado por una exacerbada competencia– y la conformación de los principales bloques comerciales inmersos en una disputa por la expansión y el dominio de los mercados mundiales.

La globalización no es un fenómeno nuevo, es producto de la expansión transnacional (nuevas y antiguas transnacionales) que se globalizan impulsadas por la búsqueda de la maximización de la ganancia de sus inversiones. El mercado financiero internacional se encuentra profundamente distorsionado por la existencia de un volumen creciente de capitales calculados en mas de un billón y medio de dólares en rotación diaria que mediante la utilización del ultramoderno sistema informático, son destinados exclusivamente a la especulación financiera, cambiaria, bursátil, etc. En 1986 las transacciones diarias en el mercado financiero mundial llegaban a 188.000 millones de dólares; es decir, en poco menos de una década las operaciones diarias se han decuplicado.

En el contexto de la globalización del capitalismo e integración regional en el cual se desenvuelven muchos países latinoamericanos, emergen cambios estructurales asociados a las transformaciones productivas, tecnológicas y a la mayor apertura externa de sus econo-mías.

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Otras características salientes del proceso de globalización son las siguientes: reconversión productiva y económica, fragmentación socioeconómica y espacial con formas diversas de segregación, expansión agroindustrial y concentración de recursos en grandes empresas, progresiva urbanización, metropolización y desruralización, inserción de ciudades fronterizas en el sistema internacional, creciente "transnacionalización”, y expansión de pautas culturales y de consumo.

La apertura externa y la desregulación de las actividades económicas, y el proceso más inclusivo de globalización destruyeron la mayoría de los mecanismos proteccionistas que amparaban a las firmas que operaban en los mercados internos de los países de América Latina y redujeron las opciones de política económica a disposición de gobiernos del área. La globalización ha pasado a ser una forma de disciplinar las políticas macroeconómicas nacionales.

Para muchos autores, analistas y gobiernos, la lógica general de funcionamiento de los grandes grupos de empresas transnacionales determina y explica la totalidad de nuestras sociedades y economías. Sin embargo, no debe confundirse la hegemonía de las fracciones globalizadas del capital con el funcionamiento del mundo real, que va mas allá y es mucho mas heterogéneo. 3.3. La globalización y el desarrollo local

Suele discutirse si la actual etapa de la globalización significa uniformación o

diferenciación, contraponiendo ambas posibilidades. En términos muy generales, la complejidad y el desarrollo de un sistema supone no la homogeneización sino la diferenciación creciente. Precisamente, lo que conspira contra la globalización como sistema complejo es la concentración de poder contraria a la diversidad de centros de poder en pocos grupos económicos. Y aun así, el capital monopólico no necesariamente pugna por homogeneizar el sistema en sentido absoluto. Su poder le permite beneficiarse de una distribución desigual del ingreso, diferenciando mercados o de las diferencias de los modos y costos de vida entre regiones, para poner a competir los trabajadores de las zonas con mayores salarios con las de salarios de indigencia, reduciendo la fuerza del sindicalismo donde alcanzó a tenerla.

La “otroriedad” puede ser condición de existencia y fuente de sentido de la propia identidad. ¿Cómo fundamentar un aparato de dominación militar a escala global si no existieran regímenes o culturas que puedan ser presentadas como amenazantes? En general los poderes económicos, políticos e ideológicos pueden beneficiarse de las diferencias porque tienen capacidad para manipularlas, exacerbarlas y hasta crearlas.

Por supuesto, la globalización incluye también fuertes tendencias a homogeneizar y uniformar. La extensión del ámbito de inversión a nivel global exige un sistema legal global que garantice patentes, contratos y plena movilidad del capital.

El desarrollo del capital requiere entre otras cosas, mercados globales y su correspondientes valores respecto a la libertad de mercado , a la propiedad privada, a los contratos, cuya institucionalización es resguardada por organizaciones internacionales, una cultura del consumo masivo incentivada por la universalización de un imaginario de la buena vida consistente en poseer los bienes y servicios que el capital produce, difundida por medios de comunicación masiva manejados por el mismo capital. La institución central de este sistema es el MERCADO y el ESTADO el instrumento para respaldarlo. La persona se disuelve en ROLES como consumidor o trabajador (Coraggio 1998).

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La teoría económica neoclásica propugna la disolución de las comunidades, de las identidades y comportamientos colectivos como condición para el funcionamiento pleno del capitalismo. Sin embargo, la persistencia de características particulares lleva al capital a adecuarse, estudiando las diferencias para adaptarse a ellas o incluso para exacerbarlas en propio beneficio (por ejemplo, por medio de estudios de mercado).

Lo local y lo global

Los resultados del proceso de reestructuración del capital a escala global tienen incidencia directa sobre localidades o regiones completas que son afectadas negativamente por estos procesos y en el contexto de una descentralización del Estado impulsada por la convergencia del interés en minimizar el poder del Estado nacional y la vieja lucha por una democracia participativa. Aparece, entonces, la necesidad de pensar el desarrollo local basado en o poniendo en valor lo particular. Habría dos perspectivas principales que se dan actualmente:

Una primera concepción propone un desarrollo local a partir de la generación en un determinado territorio las condiciones que reclama el capital esperando que lleguen inversiones y fuerzas transformadoras propias del actual estilo de modernización capitalista. Es decir, lograr integración plena al sistema productivo global en la expectativa que eso resolverá por “derrame” los problemas del desempleo, empobrecimiento, etc. En este modelo habrá agentes económicos locales competitivos y otros que deberán ser desplazados por no serlo. Cunde el individualismo y la competencia.

Una segunda perspectiva asocia al desarrollo local con otro desarrollo alternativo al del capitalismo excluyente: un desarrollo basado en las fuerzas y procesos endógenos, contrapuesto al desarrollo del capital a escala global. Un desarrollo a cargo de o generador de otros actores del desarrollo de otras relaciones. Es decir, el desarrollo implica aquí un fortalecimiento de una entidad societal o comunitaria local que aviva su dinamismo.

La primera concepción tiene adeptos en buena parte de las prácticas actuales de promoción del desarrollo local y su crítica a la globalización es fundamentalmente la crítica a la exclusión de determinados territorios mas que a la exclusión social en su interior, pues están dispuestos a importar la inversión que justamente dualiza en lugar de integrar. La segunda perspectiva está presente en los enfoques que tienden a rechazar la integración al mercado global y se centran en el desarrollo desde abajo, dando a la sociedad y a sus comunidades un papel predominante, con la dificultad para legitimar propuestas de clausura que los beneficiarios no quieren y para resolver coherentemente la relación externa entre esos sistemas diferenciados y el mercado global. ¿Competir por la inversión global?

El discurso hegemónico sostiene que el desarrollo económico local se logra siendo exitoso en la competencia (con otros municipios o localidades como contrincante) por la atracción del capital global, el capital que viene de afuera. Que esta inversión externa nos ubicará como ciudadanos y gobernantes en el mundo global, será portadora de la nueva modernidad, el empleo de calidad, de los ingresos tributarios. Que el desarrollo local, de producirse, va a venir de afuera. Algunas ciudades pueden tener éxito en este modelo, pero no es generalizable como receta universal e infalible (Coraggio, 1998).

Por otra parte hay quienes ven el desarrollo local como un proceso endógeno, abierto a un mundo global. Es desde adentro y abajo, no desde afuera y arriba y en confrontación o negociación fuerte con las fuerzas externas, que el desarrollo va a surgir (Garofoli, 1995, y Vázquez Barquero, 2000, entre otros).

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Hay inversiones que expolian como gigantescas aspiradoras las capacidades e identidades de los trabajadores, los ecosistemas y pretenden ganar a costa de destruir el tejido social, la ética pública y la dignidad humana. Esta hipótesis que sostiene la necesidad de competir entre municipios tiene, además, una lectura muy perversa: que para competir tenemos que lograr que el capital global sea más rentable en nuestras ciudades que en cualquier otro lado del mercado global y que eso se logra bajando sus costos y facilitando su movimiento libre, sin restricciones políticas ni morales e incluso dándole ventajas inéditas, hasta subsidiándolo por encima de los tan criticados subsidios a las empresas públicas. Esto se ha convertido en un programa economicista, procapital, monopólico y antisocial, porque hoy bajar más los costos de producción en los países de América Latina implica: más flexibilización laboral, más precariedad del trabajo, baja de salarios, pérdida de otros derechos humanos, incapacidad directa e indirecta para recaudar por parte de los municipios y, por lo tanto, falta de recursos para atender necesidades que no satisface el mercado.

Si este programa neoliberal logra atraer inversiones, no tendremos ninguna certidumbre de que se fijarán en el lugar, mucho menos de que reinvertirán sus ganancias en la economía local en lugar de girarlas a un fondo global de acumulación. Hasta las empresas de servicios públicos privatizados pueden dejar de invertir, dejar de mantener el capital fijo y finalmente pedir la nacionalización nuevamente cuando el mercado local pierda dinamismo e interés relativo a otras inversiones.

Hay otro problema con esa hipótesis que afirma que el desarrollo vendrá de la mano de la inversión externa. Estas inversiones rara vez resuelven los problemas de ingreso y empleo. En muchos casos destruyen muchos mas empleos que los que crean. Cuando además funcionan como factorías globales, no desencadenan otras inversiones, no industrializan, no requieren de redes sociales más densas.

3.4. Globalización y Estado-Nación

El Estado-Nación como actor soberano o autónomo por excelencia de las relaciones

internacionales de los últimos siglos ha entrado en crisis. De hecho, en un contexto en el cual cobra un rol fundamental la inversión externa directa (IED), los estados-naciones compiten por atraer capitales para poder equilibrar sus cuentas. Al ser tan inmensa la competencia, los capitales se hacen cada vez más exigentes, demandando todo tipo de prebendas (tasas de interés por encima de las internacionales, libertad amplia de remesas, exenciones de impuestos, subsidios, reducción de costos del trabajo, transporte, etc.).

Se debilita así la capacidad de control, asignación y de distribución de los estados y ello es particularmente evidente en los periféricos. En estos países comienza a ser decisivo el rol que tienen los organismos internacionales en la orientación de sus políticas.

El endeudamiento genera crecientes condicionamientos desde fines de los setenta y estos organismos no sólo imponen condiciones de ajuste para posibilitar el pago de la deuda y equilibrar las cuentas fiscales sino que comienzan a pautar la política económica, las políticas sociales y la reforma institucional, y esto cambia la estructura decisional del Estado. Porque ya no hay política pública de significación que no sea monitoreada, financiada o controlada por algún organismo internacional (García Delgado, 1998).

La globalización muestra en positivo la generalización en los últimos 20 años de los regímenes democráticos a nivel mundial. Pone en crisis regímenes autoritarios de diversas especies (dictaduras militares, regímenes socialistas). Pero está vinculado también con el predominio económico de inversores, grandes firmas, organismos internacionales y

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naciones centrales que condicionan a estos regímenes democráticos, que reducen su poder político promoviendo democracias crecientemente formales y apatía en los públicos.

Debilitamiento de la capacidad integradora en lo social

El capitalismo desregulado favorece la concentración económica y el crecimiento de las desigualdades, el desanclaje de las condiciones de prosperidad de las elites de las de los asalariados. Debido al doble movimiento que producen la crisis fiscal y el endeudamiento, el Estado se retira de lo social y de lo productivo y apura una reconversión tecnológica que flexibiliza y margina una parte significativa de la población por no tener las capacidades para insertarse.

El empleo deja de ser el gran integrador de la sociedad configurando, por tanto, sociedades duales o débilmente integradas. Las estrategias de globalización generan pérdida de integración interna, y esta situación da lugar al surgimiento de una nueva cuestión social, distinta a la del surgimiento del industrialismo y del movimiento obrero, caracterizada por el desempleo estructural, la precarización, exclusión e inseguridad urbana creciente.

Hay también un pasaje de la forma de producción taylorista–fordista a la posfordista. La producción se deslocaliza y puede realizarse desde distintos países al mismo tiempo, deja de pensarse en grandes unidades y las empresas se orientan hacia unidades más pequeñas y flexibles. Lester Thurow sostiene que por primera vez en la historia humana, cualquier cosa puede hacerse en cualquier parte y venderse en todas partes. En el mismo sentido, podríamos añadir la argumentación del Banco Mundial (1994), que afirma que en la actualidad, más importante que consignar el “made in” en los productos, resultaría rubricar el “made by”. La doble emancipación del capital financiero en América Latina

El capital financiero, como expresión de la economía simbólica se independiza tanto de la economía real o productora de bienes como del territorio nacional. A partir de la revolución tecnológica que brinda posibilidades de invertir en cualquier lugar del mundo y en tiempo real los intereses de las grandes corporaciones se desterritorializan. Ambas economías se independizan, siguen caminos divergentes, aflojan sus nexos. La economía simbólica crece más que la real.

Los grupos que más se benefician con la globalización son los vinculados a las multinacionales industriales, bancarias, mediáticas y de seguros así como los profesionales de mayor calificación. Estos tres grupos de actores usan su poder internacional para obtener concesiones a nivel nacional en términos de tributación, remuneración y localización. De esta forma la globalización enriquece más a los ricos y empobrece más a los pobres.

La economía globalizada ha incorporado fuertemente la consideración de los costos laborales y la presión impositiva entre los elementos significativos para la decisión de radicar inversiones. Un extraño matrimonio ha venido estableciéndose entre el éxito económico por un lado y desestructuración, exclusión y disgregación por el otro (García Delgado, 1998).

Como respuesta a la amenaza de la competencia amplificada surgen las regiones que buscan operar a una escala territorial, económica y comercial para aumentar su capacidad económica y política.

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La globalización como proceso y como ideología

La globalización intenta convertirse en una ideología que justifica el único camino. Se produce como ideología cuando los sujetos y los actores principalmente beneficiados que la impulsan la asocian con la interpretación que racionaliza sus propios intereses como universales y valiosos para todos los sectores. Interpretación en la cual la competitividad aparece como la teleología en la que deben justificarse las principales medidas, ya que ha dejado de ser un medio y se ha convertido en el objetivo principal, no sólo de las empresas sino también del Estado y de la sociedad en su conjunto. En este marco, el Estado y cualquier intento de regulación de los mercados son demonizados.

La política queda encerrada dentro del plus o beneficio ideológico conquistado por el establishment, que logra asimilar los requerimientos de la globalización a sus propios intereses. Una situación en la que bajo la apariencia de la no-intervención estatal, y con el justificativo de la libertad de los mercados, se interviene y se toman decisiones dirigidas a beneficiar a unos pocos y a consagrar reglas de juego y la seguridad jurídica de los contratos así como para mostrar como irreversible la escisión entre competitividad y cohesión social (Bernal-Meza, 1995; García Delgado, 1998; Rapoport, 1997). 3.5. Globalización y regiones metropolitanas

El importante proceso de reestructuración socioeconómica por el que han atravesado

las regiones metropolitanas de América Latina durante la década del noventa se vincula directamente con las políticas de ajuste estructural que se han implementado bajo imposición de los organismos financieros internacionales (FMI y BM, principalmente) que ya han sido reseñadas a lo largo de este trabajo.

En este contexto, y gracias a la creciente incorporación de Inversiones Extranjeras Directas IED, se observa la difusión de grandes equipamientos de consumo y, simultáneamente, la declinación de la industria como principal factor de urbanización, aunque ésta sigue siendo motor de cambio espacial bajo nuevas formas, como los procesos de crecimiento periférico, la revalorización de áreas centrales y la formación de nuevos enclaves pericentrales de actividad, favoreciendo un tipo de metropolización difusa o policéntrica (de Mattos, 1997, 1998). En estas circunstancias, el estado nacional disminuye sus intervenciones directas sobre el territorio, deviniendo en promotor de los nuevos proyectos urbanos privados, lo que posibilita que los cambios generados por la reestructuración metropolitana obedezcan antes a factores externos que a necesidades locales.

Por otra parte, los estados de menor jerarquía (provinciales y municipales) intentan desempeñar el rol que el estado nacional dejó vacante, adquiriendo un protagonismo desconocido anteriormente, aunque sin contar con los recursos económico-financieros y técnicos, particularmente en el caso de los municipios.

Las características de dicha reestructuración adoptan la siguiente fisonomía: nuevas formas de producción del espacio residencial; difusión de grandes equipamientos de consumo, entretenimiento, turismo y espectáculo; ampliación, modernización, equipamiento y localización de los distritos de comando; nuevas pautas de localización del capital industrial, y rediseño de la red de transporte metropolitano (Blanco, 1996; Ciccolella, 1999).

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La Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA)

Las mutaciones que afectan al patrón de metropolización están relacionadas con las transformaciones económicas y, particularmente, con el incremento y sesgo de las inversiones que viabilizan, en la Argentina, las tendencias globalizantes del capitalismo flexible (Ciccolella, 1999; Coriat, 1994; Gatto, 1990; Lipietz y Leborgne, 1990; Méndez y Caravaca, 1996). Esta dependencia creciente respecto de las condiciones capitalistas genera una presión a favor de la ampliación del mercado en el que menos consumidores adquieren un mayor volumen de productos, tanto en términos relativos como absolutos. Asimismo, se lleva a cabo un masivo abandono de infraestructuras y equipamientos industriales en tradicionales fragmentos urbanos manufactureros y, simultáneamente, se revitalizan y consolidan nuevos espacios industriales en los bordes de la RMBA. Asociada a esta tendencia, la ampliación y modernización de la red vial (priorizando las autopistas), que ha sido favorecida por la inversión en la década del noventa, se convierte en un generador de nuevos procesos de urbanización, metropolización e industrialización.

Cabe destacar aquí que estos procesos se han venido desacelerando notablemente a partir de la recesión que comenzó en 1998 y se interrumpió con la crisis de fines de 2001 y la consecuente devaluación de la moneda. Sin embargo, y dada la inercia territorial propia de estos procesos de urbanización y metropolización, aún no se manifiestan con claridad y a gran escala procesos en otro sentido. De todas maneras, sí se verifica una incipiente y precaria industrialización sustitutiva de importaciones, caracterizada por nuevos fenómenos, como por ejemplo: el esbozo de una recuperación rudimentaria de la actividad industrial en algunos sectores –como el alimenticio, textil y metalmecánico–, y la apropiación y puesta en marcha de empresas quebradas y abandonadas, por parte de los trabajadores, generalmente organizados en cooperativas. Estos fenómenos podrían generar en el futuro modificaciones tendientes a complejizar el patrón de metropolización antes caracterizado.

A modo de conclusión

A lo largo de este trabajo hemos abordado la trayectoria del concepto y del proceso de globalización, hemos reseñado sintéticamente los principales debates conceptuales que suscita y hemos analizado algunos estudios empíricos en América Latina. A partir de ese desarrollo, pretendemos, por último, formular algunas reflexiones a modo de conclusión, a partir de nuestra “apropiación” del concepto.

En primer lugar, creemos que considerar a la globalización como una realidad inobjetable, incomprensible e inabarcable presenta fuertes limitaciones para su conceptualización teórica. Tal como ya lo hemos señalado, esta forma de presentar y representar a esta última etapa de expansión del sistema capitalista en todas sus dimensiones, pretende ocultar las consecuencias negativas que dicho proceso trae aparejadas. En este sentido, hablar de globalización en lugar de imperialismo o neocolonialismo, implica despolitizar y naturalizar los procesos sociales, omitiendo cuestiones tales como la creciente desigualdad y fragmentación socioeconómica, las relaciones de dominación y subordinación tanto entre estados nacionales como al interior de los mismos entre distintos sectores sociales. Precisamente, si bien es cierto que la distinción entre primero y tercer mundo, así como entre centro y periferia resultan obsoletas para explicar este nuevo “mundo geoeconómico”, también es claro que existen diferencias y fragmentaciones en distintas escalas, por lo cual puede afirmarse que hay periferias en el centro y centros en la periferia. Todo esto impide que el mapa geopolítico

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tradicional resulte explicativo de la configuración actual del poder político y económico. En ese sentido, el centro político no coincide con el económico como en períodos anteriores.

En relación con lo anterior, consideramos que esta creciente escisión entre la dimensión política y económica, tendiendo a independizar a esta última de la primera, es una de las características fundamentales del proceso de globalización. Por supuesto, en todos los casos tal escisión se llevó a cabo por medio del poder político. En efecto las políticas económicas de privatización generalizada de servicios y empresas públicas, racionalización y reforma del estado, propias, sobre todo, de varios países de América Latina, fueron posibles gracias a la utilización del Estado como herramienta política de definición sobre la economía. Significativamente, entonces, el Estado ha sido el principal actor en disminuir la capacidad estatal de operar sobre la sociedad.

En cuanto a los debates, sobre la cuestión de la convergencia que la globalización supuestamente produce en sociedades hacia un patrón uniforme de organización económica, política y cultural, creemos que una vez más las generalizaciones no sirven. Para una amplia franja de la sociedad existe una tendencia hacia una convergencia mayor sobre todo en relación al acceso a ciertos bienes de consumo. En este sentido, el acceso a tecnologías de información y comunicación está señalando un nivel de convergencia mayor pero al mismo tiempo también produce una divergencia más pronunciada; es decir, la brecha socioeconómica que se genera entre los que pueden acceder y los que no es cada vez mayor. Por eso, rechazamos cualquier postura que pretenda establecer que la globalización por naturaleza tiende a producir la convergencia social.

En este sentido, los datos del propio Banco Mundial ratifican la idea de que la profundización en los procesos de liberalización está provocando un agravamiento de las desigualdades en el planeta: por ejemplo, la cifra de pobres, es decir, de aquellos que viven, que malviven, con menos de un dólar diario, pasó de los 1.200 millones en 1998 a 1.600 al año siguiente, alcanzando prácticamente el 30% de la población mundial (Soler, 2001).

En la misma línea, puede argumentarse que el resultado del creciente proceso de concentración mundial de la producción y del conocimiento en un puñado de países más avanzados, ha sido el aumento de las desigualdades en todos los sentidos. En relación con la concentración de la pobreza, en 1960 (antes del “auge de la globalización”), el 20% más pobre de la población mundial recibía el 2,3% del ingreso, mientras el 20% más rico concentraba el 70,2%. Para 1992 (en plena “euforia globalizadora”), el 20% más pobre recibía sólo el 1,4%, y el 20% más rico el 82,7% del ingreso (Calva, 1995).

No obstante, la situación de desigualdad siguió acentuándos, ya que en 1997 el 20% de la población más rica, residente en los países de renta alta, participaba en el 86% del producto bruto mundial, al tiempo que en el otro extremo el 20% de la población más pobre, residente en los países de renta baja, participaba en tan solo el 1% del mismo. Igualmente, en ese mismo año al primer grupo de países ricos le correspondió el 82% de las exportaciones mundiales y el 68% de la inversión extranjera directa mundial, al tiempo que al grupo de los más pobres sólo le correspondía el 1% por ambos conceptos. Similar situación se observa con relación al uso de las líneas telefónicas y la conexión a Internet: 74% y 93% para el primer grupo, y 1,5% y 0,2% para el segundo, respectivamente (Nayyar, 2000: 11). Estos y muchos otros datos que podrían agregarse nos permiten afirmar que la convergencia es sólo discursiva y no comprobable empíricamente.

En relación al poder de los estados-naciones frente a la globalización, como ya lo señalamos antes nos parecen falsos los términos de este debate. Discutir acerca del incremento o la merma de poder de los estados-naciones frente a la globalización considerándolos como un conjunto homogéneo es desde el comienzo una premisa no válida. Así que sin intentar desarrollar aquí nuevas categorías que nos permitan agrupar a los estados para abordar esta discusión, podemos, sin embargo, identificar a los estados-

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naciones industriales europeos que encontraron en la reagrupación en bloque y en la globalización una estrategia válida para conservar su porción de hegemonía mundial luego del fin de la guerra fría. Del modo contrario, para los estados-naciones latinoamericanos, a partir de su contribución con el proceso de globalización del capital, por ejemplo, a través de la privatización de los servicios públicos y de la desregulación de sus mercados financieros, la emergencia del mercado como institución central que trajo aparejado el proceso de globalización implica necesariamente un recorte de su incumbencia y una reducción importante de su capacidad de intervención política y económica. Lo que sí podemos concluir es que para casi todos la globalización implica un cambio en los términos de ejercicio de su soberanía, es decir, la soberanía de los estados-naciones ahora se expresa bajo formas también nuevas. Esto último es objeto de una nueva línea de debate que se está desarrollando recientemente.

En lo que respecta a la relación entre globalización y modernidad, creemos que se está produciendo una combinación de tendencias aparentemente contrapuestas que complejizan el debate. Es decir, la llamada “compresión espacio-temporal” (Harvey, 1990) propia del proceso de globalización tiende a imponer una racionalidad práctica sobre el resto del mundo a través de la acción del estado, el mecanismo del mercado y la generación de ideas universales para acompañar la diversidad del mundo. Esta tendencia resulta coherente con la idea de modernidad. Por otra parte, también es cierto que se verifica una creciente renovación y diversificación de la expresión cultural al mismo tiempo que la homogeneización o la hibridación. Lo cual nos induciría a pensar en el arribo de la “posmodernidad”. Ahora bien, ante este panorama, además, cabe añadir que no hay consenso en cuanto al par conceptual de modernidad-posmodernidad, ya que diversos autores sostienen que existe una modernidad múltiple. En definitiva, esta última concepción podría contener esta combinación de tendencias aparentemente contradictorias, ya que ambas podrían estar involucradas en la constitución de sujetos, característica propia de la modernidad desde una visión no eurocéntrica (Garretón, 2000).

En relación a la formación de una cultura global, coincidimos con la visión de Anthony Smith (1990), ya que la diversidad cultural que prolifera en el contexto de la globalización (tendencia a la que hemos hecho referencia en el párrafo anterior) invalida la cuestión. Es decir, no podemos concebir una cultura singular ya sea global o no, sino una pluralidad, una diversidad cultural, creciente además.

Los trabajos empíricos analizados dan cuenta de varias de las dimensiones de la globalización: cultural, económica, política y territorial. Esta última tiene una particular importancia, ya que se tiende a redefinir tanto el territorio como su análisis. Esto se manifiesta en la vigencia del debate sobre el desarrollo local y endógeno, ya no como antagónico de las tendencias de la globalización sino desde la posibilidad de una integración dinámica en ese contexto.

Por otra parte, muchos trabajos se han centrado en caracterizar aquellas transformaciones que se identificaron en el territorio y que para muchos están estrechamente vinculadas a la globalización. Según estos estudios se podría afirmar que la espacialidad de la globalización tiene características precisas que se traducen en las grandes ciudades, en la extensión de sus periferias con bordes difusos y en la proliferación de nuevos centros consolidando lo que se ha dado en llamar ciudades policéntricas. Si las ciudades fueron las grandes protagonistas de la revolución industrial en el siglo XIX, podemos decir que las protagonistas en esta etapa de globalización son sus áreas metropolitanas, cuya estructura urbana se caracteriza por la organización a partir de importantes vías de comunicación rápida (autopistas) y en cuyas adyacencias se extienden fragmentos de tejido urbano, construyendo una ciudad de tramas discontinuas y centros insulares. A estos trabajos se le agregan aquéllos que intentan definir nuevas categorías de

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ciudades según se encuentren más o menos globalizadas. Así como antes se denominaban “ciudades industriales” a aquéllas que se consolidaron fuertemente a partir de la economía industrial diversos autores utilizan el concepto de “ciudad global” para designar a las áreas urbanas que se constituyen en los centros desde donde se produce y gestiona la economía global. Del mismo modo, se define una nueva jerarquía urbana mundial que se articula en forma de red y distingue entre ciudades globales de primer y segundo orden acorde a indicadores construidos ad hoc para medir el grado de globalidad de una ciudad.

En cuanto a la dimensión económica, queda claro, tal como lo muestran los estudios empíricos presentados, que el proceso de globalización, profundizado en la década del noventa, ha generado en América Latina una creciente fragmentación y desigualdad social, dando como resultado una significativa exclusión de amplios sectores de la población que antes estaban más integrados al mercado de trabajo y las relaciones sociales en general.

Ahora bien, cuando intentamos desentrañar los mecanismos concretos que dan por resultado estas tendencias, notamos que la relación no es directa con la globalización, sino que está mediatizada por el papel que cumple el estado (principalmente el Estado-Nación), que opta por favorecer en la asignación de recursos a grandes grupos económicos transnacionales (en el caso argentino, podemos citar los ejemplos de los subsidios a peajes de rutas y autopistas, a los ferrocarriles, al correo, exenciones impositivas a supermercados, promoción industrial favorable a grandes empresas multinacionales, así como transferencias de capital a bancos extranjeros, entre otros) en detrimento de las políticas universalistas tradicionales, tales como el sostenimiento de la salud y educación públicas. En este sentido, cabe señalar que el Estado-Nación, lejos de debilitarse, cambia su rol a partir del contexto de globalización, manteniendo algunos de sus atributos fundamentales, tales como el monopolio de la violencia legítima, la emisión de moneda y la regulación (o “desregulación”) de las relaciones laborales.

Por último, nos interesa destacar dos hechos recientes (junio de 2003) acontecidos en Argentina que ilustran la vigencia de la discusión sobre globalización y posibles alternativas que se atisban en la realidad latinoamericana.

En primer lugar, Alieto Guadagni (ex secretario de industria del gobierno de Menem y prestigioso analista económico del establishment) explica –en el diario La Nación– la globalización financiera de la década del noventa como un fenómeno por el cual, a través del pago de los intereses de la deuda externa a los organismos multilaterales de crédito, los países latinoamericanos contribuyeron a financiar el enorme déficit fiscal de Estados Unidos, permitiendo su consolidación como potencia económica y militar hegemónica del siglo XXI. Creemos que esta afirmación desenmascara una de las facetas ocultas de la globalización cuando se presentaba desde un discurso único e inapelable.

Por otra parte y en la misma semana, en oportunidad de la visita a la Argentina de altos funcionarios del FMI, el presidente Kirchner cuestionó a la dirigencia del organismo internacional el haber tomado como modelo la política económica del gobierno de Menem, haciéndolo recorrer el mundo como ejemplo de política económica exitosa, cuando en realidad el país se estaba empobreciendo, fracturando y endeudando fuertemente, hechos estos que hicieron eclosión en la crisis de diciembre de 2001. La pregunta que cabe formularse, entonces, es la siguiente: ¿Estaremos ante un nuevo momento en el que los estados-naciones de América Latina, con vistas a no profundizar los errores de décadas anteriores, puedan comenzar a ponerle límites al capital internacional y a las exigencias de los organismos multilaterales de crédito?

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