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Proceso de educación comunitaria: zonas de contactos interaccionales de potencialidades comunitaria y orientación educativa Aída Rosa Gómez Labrada I ; Clara Suárez Rodríguez II,* I Universidad de Las Tunas, Cuba II Universidad de Oriente, Cuba RESUMEN La Orientación Educativa promueve en los sujetos la búsqueda de posibles alternativas de respuestas a las contradicciones y conflictos que enfrentan; de aquí que ésta tenga un carácter de esencia en todo el proceso educativo comunitario, mediado por una reflexión en acción que enriquece las zonas de contactos interaccionales de potencialidades comunitarias (ZOCIPC) y a su vez estas promueven una Orientación que desde la diversidad logra la integración social comunitaria y se visualiza en la socialización comunitaria. Palabras clave: Educación comunitaria, Socialización comunitaria, Sustentabilidad educativa comunitaria. Introducción. El surgimiento de las comunidades se produce con el propio nacimiento del ser humano en el largo proceso de evolución, en el cual el trabajo y la vida en grupo fueron factores fundamentales. Este proceso se inicia en la comunidad primitiva y con la aparición de nuevos instrumentos y técnicas para el trabajo, y la propia necesidad de la vida en grupo trae como consecuencias mayor producción, la división y especialización del trabajo, el surgimiento de clases sociales que acentúan las diferencias entre éstas y el rol protagónico del ser humano en el desarrollo de una determinada región o territorio y que empiecen a surgir fuertes lazos y sentimientos de identidad y pertenencia a un grupo en un contexto determinado.

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Proceso de educación comunitaria: zonas de contactos interaccionales de potencialidades comunitaria y orientación educativa

 

Aída Rosa Gómez LabradaI; Clara Suárez RodríguezII,*

I Universidad de Las Tunas, Cuba II Universidad de Oriente, Cuba

RESUMEN

La Orientación Educativa promueve en los sujetos la búsqueda de posibles alternativas de respuestas a las contradicciones y conflictos que enfrentan; de aquí que ésta tenga un carácter de esencia en todo el proceso educativo comunitario, mediado por una reflexión en acción que enriquece las zonas de contactos interaccionales de potencialidades comunitarias (ZOCIPC) y a su vez estas promueven una Orientación que desde la diversidad logra la integración social comunitaria y se visualiza en la socialización comunitaria.

Palabras clave: Educación comunitaria, Socialización comunitaria, Sustentabilidad educativa comunitaria. 

Introducción.

El surgimiento de las comunidades se produce con el propio nacimiento del ser humano en el largo proceso de evolución, en el cual el trabajo y la vida en grupo fueron factores fundamentales. Este proceso se inicia en la comunidad primitiva y con la aparición de nuevos instrumentos y técnicas para el trabajo, y la propia necesidad de la vida en grupo trae como consecuencias mayor producción, la división y especialización del trabajo, el surgimiento de clases sociales que acentúan las diferencias entre éstas y el rol protagónico del ser humano en el desarrollo de una determinada región o territorio y que empiecen a surgir fuertes lazos y sentimientos de identidad y pertenencia a un grupo en un contexto determinado.

Después de la Segunda Guerra Mundial los programas de desarrollo estaban más dirigidos al protagonismo de los comunitarios y en 1954 se plantea en la reunión del Consejo Económico Social de las Naciones Unidas la expresión «desarrollo comunitario» para designar un medio instrumental hacia objetivos tendentes a la elevación de los niveles de vida; lo integran procesos por medio de los cuales los esfuerzos del pueblo se unifican con el de las autoridades para mejorar las condiciones económicas, sociales y culturales de las comunidades, para integrarlas a la vida nacional.

En el ámbito internacional son significativos los fundamentos epistemológicos que aportan diferentes autores, dado su carácter universal y general. Marco Marchioni en La utopía posible, planificación social y organización de la comunidad, refleja el rol del Estado y la relación entre política social y desarrollo económico, y la importancia de la participación y el protagonismo de los comunitarios en su proceso de transformación.

Ezequiel Ander-Egg se refiere en diferentes publicaciones relacionadas con la organización y desarrollo de las comunidades, a cómo es necesario lograr el autodesarrollo a partir del protagonismo de los propios actores.

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Es importante destacar el proceso de descentralización en América Latina, fundamentalmente en materia de políticas sociales que se torna significativo a partir de la década del 70 cuando se promueven diferentes vías y en el nivel local comienzan a protagonizarse más las acciones de autodesarrollo.

Paulo Freire realizó un gran aporte a la metodología de la investigación popular, de utilidad en América Latina y Cuba a través de sus obra Pedagogía de la Pregunta, de la Esperanza, de la Autonomía, entre otras.

La obra y epistemología investigativa de estos y otros autores, por su valor científico y flexibilidad en su aplicación, sirven en gran medida como fundamentos y referencias para la educación de las comunidades.

En Cuba con el surgimiento y desarrollo de la Batalla de Ideas se requiere de nuevas formas de participación de las comunidades en la solución de sus problemas, se produce un enriquecimiento del contenido de conceptos como: participación, integración, coordinación y aprendizaje, formando parte del núcleo de acciones y eventos protagonizados por los actores sociales, expresión máxima de la praxis-transformadora de la sociedad, en la cual el proceso de educación comunitaria es distintivo.

Con esta visión se advierten las zonas de contactos interaccionales de potencialidades comunitarias (ZOCIPC), como movimiento que promueve valores, conocimientos y trazan nuevas pautas culturales, dinamizadas por una Orientación Educativa que se realiza en las propias comunidades y desde sus realidades con actores sociales que en un interactivo potencian el autodesarrollo.

 Desarrollo

¿Cómo potenciar el proceso educativo en la comunidad? El estudio de la educación en el ámbito comunitario como un proceso organizado y dirigido, tiene un sentido educativo al estar orientado a fomentar el autodesarrollo desde las realidades y vivencias de los propios comunitarios. El proceso de educación supone la influencia consciente y dirigida hacia un objetivo: fomentar y desarrollar en los comunitarios un comportamiento social activo como resultado de un sistema de influencias formativas que contenga las exigencias necesarias de la sociedad y las propias realidades de la comunidad.

Desde estos puntos de vista se pueden plantear como principios de la educación comunitaria:

1. Principio de la Contextualización. Se requiere tener como punto de llegada y partida para el accionar en la comunidad, las peculiaridades del contexto sociocultural y educativo con sus valores, identidad, cultura y vida cotidiana.

2. Principio del carácter perspectivo del desarrollo social comunitario. Es importante tener en cuenta no solo las necesidades y problemas de los procesos complejos actuales, sino también las perspectivas del desarrollo social, la autoeducación de los comunitarios y su visión futura.

3. Principio del carácter sistémico y orden lógico desde la diversidad social. La educación comunitaria logra sus objetivos si se tiene en cuenta la diversidad de influencias sociales y el orden sistémico e integrado de las acciones individuales y colectivas mediadas por una comunicación dialogada en la propia comunidad.

Es importante tener en cuenta los conocimientos, hábitos, habilidades, necesidades, problemas, la vida cotidiana y la cultura de los actores sociales. Sobre esta base aumentará paulatinamente la complejidad del contenido y las

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influencias pedagógicas por lo que es importante el diseño de estrategias y programas que se fundamenten en esta lógica.

El proceso de educación supone la influencia consciente y dirigida hacia un objetivo: Fomentar y desarrollar en los comunitarios un comportamiento social activo como resultado de un sistema de influencias formativas que contenga las exigencias necesarias de la sociedad y las propias realidades de la comunidad.

La Orientación constituye un proceso que prepara al individuo para el logro de una personalidad saludable y madura, que esté en condiciones de hacer sus elecciones personales, partiendo del desarrollo de un conjunto de potencialidades que le permitan desenvolverse plenamente en la sociedad.

Es por ello que debe ser analizada como un proceso continuo y gradual donde un sujeto de manera guiada puede ir asimilando y consolidando todas aquellas herramientas que en un momento dado de su desarrollo, le permitan actuar en correspondencia con las agencias de la situación a enfrentar.

La finalidad de la Orientación siempre trasciende la situación concreta en la que ella se origina, por el hecho de que responde también a una imagen ideal, a un determinado modelo del hombre o relación, hacia el cual se encaminan las acciones y/o procedimientos que garantizarán el acercamiento gradual al mismo.

La articulación entre lo instructivo, lo educativo y lo orientador en el proceso educativo comunitario, repercute en una actuación cada vez más independiente, activa y reflexiva del comunitario en el proceso de satisfacción de sus necesidades e intereses y el la consolidación de su esfera motivacional.

El proceso educativo comunitario es considerado con un enfoque holístico configuracional (Fuentes H., 1998: 44), significado como «Un proceso que de modo consciente se desarrolla a través de múltiples relaciones de carácter social que se establecen entre comunitarios y los que inciden en la educación con el propósito de instruir, educar, orientar a los participantes, dando respuestas a las demandas de la sociedad, para lo cual se sistematiza y recrea la cultura acumulada por la sociedad por vía formal e informal»

El reconocimiento del proceso educativo comunitario como un proceso social, enfatiza ante todo en relaciones interpersonales que se establecen entre individuos en diferentes sistemas comunicativos, y en este proceso el individuo puede revelar los valores que aportan los conocimientos. Para ello se requiere su concepción como un proceso de orientación, a través del cual es posible movilizar todos aquellos recursos persono lógicos necesarios para lograr la apropiación de los saberes de la humanidad, en el que además pueda ser capaz de identificar las múltiples contradicciones que en él se presentan y de encaminarse a la búsqueda de sus posibles soluciones.

El proceso de educación comunitaria se puede potenciar desde diferentes dimensiones, en este análisis y teniendo en cuenta la Teoría Holística Configuracional de los procesos sociales (Fuentes, Homero, 2001: 13). Desde este punto de vista, el proceso de educación de las comunidades es una totalidad, portador de cualidades significantes para su funcionamiento que son el resultado de las múltiples relaciones dialécticas entre sus expresiones y aspectos constitutivos que se dan en la comunidad.

Sin embargo, el estudio de este complejo proceso lleva a la necesidad de abstraer algunos de estos aspectos para centrar la atención sólo en aquellos que, desde la perspectiva asumida, sean los que más aporten a la comprensión del proceso y predicción de su comportamiento, por lo que el proceso será analizado desde tres de

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sus dimensiones más generales: diversidad social comunitaria, integración social comunitaria y la socialización comunitaria. Sólo se separan para su estudio, por cuanto constituyen expresiones de la totalidad

La dimensión diversidad social comunitaria (Figura 1) se da en tanto en la comunidad existen diferentes actores sociales que inciden en su educación y desarrollo con un mayor o menor grado de actuantes como decisores. En lo social una de las formas de expresión de procesos de complejización está dada por la multiplicación de actores, de los nexos reales y potenciales que se generan entre ellos y la multiplicación de repertorios de acciones posibles entre los que estos pueden elegir y de innovaciones que podrían introducir en sus formas de reproducción.

 Esta dimensión es expresión concreta de la praxis comunitaria, mediada por esta, manifiesta su unidad dialéctica y constituye una manera esencial que refleja la realidad y la reproduce en forma de conocimientos. Se expresa en principios, leyes, categorías, otorga el dinamismo a las necesidades e intereses de los comunitarios, sirve de vínculo en la relación conocimiento práctica, revelando las propiedades, cualidades de la realidad; el sujeto participa en los diferentes eventos a partir del prisma de su valor y significado que tengan para él.

La transformación práctica desentraña la naturaleza de las cosas. Su acción no se reduce al simple conocimiento, sino además a qué necesidad satisface y qué propiedad posee significado en correspondencia con sus intereses. Esto determina la interpretación recíproca objetiva de conocimientos y valor en todo su quehacer social.

Es la expresión del movimiento a través de las relaciones dialécticas entre las configuraciones percepción social y valoración social y su expresión en la comunicación educativa. La primera infiere las características del yo individual y del yo actuando con el otro para materializase un nosotros actuando; la percepción de sí y del otro con sus cualidades positivas y negativas permite ir configurando cualidades, valores, conocimientos que los actores sociales significan necesarios para influir en la educación.

La configuración valoración social es expresión de la práctica social; en interacción recíproca mediada por la práctica expresa en síntesis los momentos objetivos y subjetivos del devenir social. Lo valorativo penetra en el sentido y significado que tiene en la diversidad social los diferentes eventos que se desarrollan en la comunidad, en relación con la percepción que tengan de los actores decisores.

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La valoración social tiene su significación a partir de su expresión concreta como valor, en tanto permite al comunitario asumir posiciones en las relaciones con sí mismo, con los otros y con la realidad donde se desenvuelve, a partir de aquello que representa un valor para el propio individuo. Esta visión alcanza determinada connotación en el proceso de formación y desarrollo de los valores que orientan la conducta de los actores sociales en la comunidad.

Estas configuraciones tienen su expresión en una comunicación educativa como proceso social, colectivo, pero con un sentido personal para los comunitarios, el cual no se puede separar de su valor social. Los actores sociales implicados promueven motivos, necesidades específicas hacia un proceso interactivo de enriquecimiento mutuo entre los comunitarios, cuya riqueza principal es la propia calidad del proceso. Marx señala que precisamente en la comunicación los individuos se crean unos a otros de manera física y espiritual. «La comunicación, según Marx, es la elaboración de los hombres por otros, su formación mutua como sujetos sociales» (Pupo, R. 1990: 34). En el proceso de comunicación se lleva a cabo un intercambio de actividades, representaciones, ideas, orientaciones, intereses, y se desarrollan y manifiestan el sistema de relaciones entre los actores sociales.

En estas relaciones no solo interviene el contenido de la información que se trasmite, sino las imágenes de uno y otro interlocutor; así como también una imagen de cómo somos percibidos por esta otra persona. La manera en que se organizan las percepciones está permeada por nuestras experiencias anteriores, el conocimiento, el significado y posiciones que tienen los otros actores sociales en la acción transformadora de la comunidad.

En las relaciones entre estas configuraciones se produce un movimiento hacia un comportamiento social activo y positivo en los comunitarios. Evidencia la necesaria solidez de los nexos en la diversidad que promuevan procesos de desarrollo en la comunidad y desde ella en un constante precisar de los puntos de contactos, lo colectivo y lo individual, pero con un nexo a través de la comunicación educativa, de manera que distinga la posibilidad que en un orden jerárquico va integrando habilidades, conocimientos y valores, que se reflejan en todo el quehacer comunitario y enriquecen la dimensión.

El comportamiento socialmente activo se sitúa primero en un concepto de sujeto consciente, que participa activamente desde la actualización de sus potencialidades, en su desarrollo personal y en el contexto social que le envuelve, sustentado en los valores sociales que hacen más positiva las relaciones interpersonales (independencia, autonomía, responsabilidad, sentido del deber, cooperación, solidaridad, autenticidad, creatividad, apertura a la comunicación). El carácter positivo de la actuación, entendido en el sentido humanista, significa asumir la comunicación como un proceso que favorezca en sí mismo y en el otro el entendimiento y el crecimiento, basado en la asimilación de valores morales valiosos dentro del proyecto de desarrollo social.

La dimensión integración social comunitaria (Figura 2) es vista como un fin, como un medio en la medida que reporta un cierto orden societario, pero también es vista como un camino por el cual transitan los sujetos para incorporarse a tal estructura. En este sentido la integración social requiere de la capacidad de vincular individuo y sociedad en un solo gesto. Es decir, la integración es un producto de la vinculación social en sus diferentes planos y en su resultante de la articulación de las configuraciones, colaboración y coordinación comunitaria con síntesis en la toma de decisiones.

 

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Las relaciones dialécticas en estas configuraciones vista como un accionar de alcance estratégico, permite la armonización de políticas, la identificación de todos los que participan con los objetivos y metas del proceso integracionista, y facilita la circulación de sujetos y medios para el logro de estos objetivos. La integración se hace, se construye desde las prácticas concretas y cotidianas «La integración más que una exigencia teórica, es un requerimiento concreto. En lugar de ser algo que debe definirse ha de convertirse en algo que debe hacerse» (Guédez, 1994: 34)

Esta dimensión también es expresión de la praxis comunitaria y las necesarias transformaciones, convirtiéndose en una necesidad para el logro de resultados positivos, reflejan un accionar educativo en tanto va integrando comunitarios, estructuras, medios y antepone la acción colectiva a la individual.

Así, en una comunidad los diferentes actores sociales tanto endógenos como exógenos llegan a entender una mejor colaboración y coordinación. Según M. Marchioni (2001: 18), «la coordinación busca la implicación del servicio o institución y no de las personas a título individual y voluntario». Esto requiere de un trabajo y una metodología que son funciones de los investigadores o promotores comunitarios y de la propia comunidad. La coordinación implica tanto los recursos oficiales o institucionales y voluntarios como las características de la personalidad de los actores sociales.

La colaboración comunitaria es expresión que antecede y precede, es consecuente con lo coordinativo; si ésta no se hace realidad en el proceso comunitario, entonces lo coordinativo no surte efectos positivos, refleja la subjetividad. Se trata de poner énfasis en los sujetos actuantes como portadores de capacidades cognitivas-afectivas que los distinguen en su interacción con los otros, lo cual puede favorecer el proceso de educación y desarrollo en la comunidad.

Armonizar dialécticamente estas configuraciones permite su síntesis en la toma de decisiones como expresión que propicia actuar colectivamente y de forma coordinada en la organización, planificación y desarrollo de las actividades y acciones comunitarias que promueven la solución de problemas y satisfacción de necesidades. De estas relaciones emerge un movimiento de aprendizaje social como expresión de interiorización y concientización de modos de actuación que posibilite hacer, convivir y crear en un contexto determinado y mostrar interactividad entre los comunitarios lo que permite un crecimiento individual y social presente en todo

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el proceso integracional y que en su relación dialéctica con la diversidad social comunitaria hace que se sustenten las bases para el proceso de promoción como fundamento para la educación comunitaria.

El aprendizaje social, cualidad que refleja la apropiación de la experiencia histórico social, de las riquezas y diversidad de la cultura en un orden comunitario; su apropiación a través de los diferentes métodos y recursos propios en determinados espacios y es reflejo de un proceso activo interaccional del sujeto en la construcción del conocimiento y generar sentimientos, valores y actitudes positivas en la comunidad.

La socialización comunitaria (Figura 3) es una dimensión cuyo sello distintivo emerge como centro de todo el modelo pedagógico. Se habla de una socialización que alude a una forma de acción social que les permita a los sujetos reconocerse como actores que, al compartir una situación determinada, tiene la oportunidad de identificarse desde intereses, expectativas y demandas comunes que están en capacidad de traducirlas en formas de actuación colectiva.

 

En esta dimensión se integran aspectos sociológicos, psicológicos y pedagógicos por los cuales los actores sociales se insertan en dicho proceso, reciben sus influencias y gradualmente de manera activa la elaboran e interiorizan. Se explicitan las acciones de influencias sobre los comunitarios y los suyos propios, puesto que en todo ello no sólo los actores sociales se hacen miembros de la sociedad, sino también se individualizan. Por tal razón, la socialización comunitaria es resultante de las relaciones de las configuraciones aspiraciones y expectativas comunitarias que se sintetiza en la participación social comunitaria.

Las aspiraciones como configuración están ligadas al crecer y vinculadas a las experiencias y necesidades de los comunitarios, a su contexto histórico- cultural concreto, suponen el querer y poder lograr nuevas formas de autonomía que implica a su vez fomentar la autoeducación y autoestima.

La percepción de sí y del otro con determinadas posibilidades para educar y emprender acciones en la comunidad, la autoestima positiva condicionan consecuentemente expectativas a ese nivel; la confianza en la obtención de logros y éxitos y la seguridad necesaria para esforzarse y perseverar a pesar de los obstáculos que puedan surgir en el desarrollo de las acciones transformadoras.

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Si las aspiraciones de los actores sociales no están vinculadas a la eficacia y calidad de la propia educación en la comunidad que implique necesidades, motivos e intereses, las expectativas no estarán comprometidas con la atribución de éxitos; ambas se dan en una unidad.

La configuración participación social comunitaria como síntesis, denota la posición de tomar parte o intervenir en una actividad o tarea. Los niveles y formas de su intervención pueden ser diferentes de acuerdo con el significado que tengan para los actores sociales; esto infiere el interés subjetivo o ideológico: la correspondencia entre los fines de la participación y las necesidades reales de los comunitarios, la satisfacción socio afectiva, reconociendo la identidad social y la posición real de cada sujeto con la comunidad.

Si estos móviles actúan en un sentido positivo, emerge un movimiento desde un núcleo teoría-práctica, praxis transformadora, con lo que muestra la capacidad de movilización activa de los actores sociales para la toma de decisiones y de influencia en el ámbito comunitario, que se hace efectiva cuando el tejido social toma parte con el fin de que actúen en la solución de problemas y la satisfacción de sus necesidades.

Tal organización permite las aspiraciones y expectativas como configuraciones que muestran conocimientos y habilidades las cuales conjugadas con lo motivacional-afectivo, despliega la capacidad de interiorización, personalizando aquello que es significativo, a la vez que se encuentran situaciones donde aparecen puntos de coincidencia entre lo que individualmente se expresa como necesidades subjetivas y, asimismo, al formar parte de una comunidad, en sus necesidades colectivas, es reflejo trasmitido por una misma base, aunque con distintos grados de asimilación. Son portadores y resultados de una semántica social y cultural, al formar parte de sus vidas, su historia y cotidianidad, reflejo de un proceso educativo, que hace un movimiento de liderazgo comunitario.

Se establecen relaciones y se comunican en función de las experiencias y representaciones, como parte de la comunidad donde participan, se van desarrollando sentimientos, actitudes, ideales y motivos que le imprimen peculiaridad, se manifiestan los actores sociales que orientan y enseñan a hacer haciendo, aquellos que por sus capacidades y cualidades orientan y guían todo el proceso educativo.

Lo subjetivo se expresa en la interacción del sujeto individual cuyo proceso de auto desarrollo comunitario integra lo cognitivo, habilidades y valores; desde esta perspectiva; de igual forma hay que considerar a los actores sociales como sujetos que se implican en este proceso con sus creencias, saberes, identidad y experiencias, los cuales le permiten argumentar las posiciones que adoptan ante las exigencias de la propia comunidad. Sobre la base del despliegue de estas dos configuraciones emerge la socialización comunitaria como dimensión que resuelve la contradicción fundamental en el proceso de educación comunitaria.

En el núcleo del movimiento se generan zonas de contactos interaccionales de potencialidades comunitarias (ZOCIPC). Este movimiento va cualificando conocimientos, valores, sentimientos, motivos, y conformando las pautas culturales como parte de las configuraciones que adoptan criterios racionales o no, acerca del conocimiento de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento en un contexto, espacio y tiempo determinados.

Las zonas de contactos se producen entre los propios actores sociales; a su vez se identifican con las relaciones y nexos en la diversidad y la necesaria colaboración-coordinación– decisión, como premisa fundamental para el desarrollo de las comunidades. En dependencia de las aproximaciones sucesivas y la calidad de estas, puede producirse la síntesis básica inicial que permite condiciones para una acción social comunitaria, mediadas por el

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devenir de una realidad contextualizada, estableciendo las pautas de aproximación entre la percepción individual y colectiva de necesidades y problemas de la comunidad.

En tanto, permite la interactividad desde una visión humana e integral y enfatiza en una comunicación con sentido del otro, en función de determinados fines y objetivos que necesariamente reflejaran el interés social de esa comunidad, en forma concreta y específica. Los actores sociales empiezan a asumirse como parte de ella, sin abandonar su individualidad, pero sí el individualismo, gestan y avanzan hacia un movimiento de educación y transformación comunitaria.

La expresión de ZOCIPC promueve el cambio social comunitario al inscribirse en la práctica educativa, insertada en la riqueza de la realidad social, exige y plantea un proceso de despliegue, descubrimiento y potenciación de las vías de satisfacción de las necesidades sociales detectadas. Se trata de revalorizar, rescatar, y resignificar la promoción del trabajo comunitario como mediador para la concientización de los problemas sociales y la búsqueda de alternativas para su satisfacción, se sintetiza en la socialización comunitaria y se visualiza en la sustentabilidad educativa comunitaria como cualidad de orden superior.

Los diferentes eventos que se dan en la comunidad tienen que estimular en los actores sociales el protagonismo y el autodesarrollo, lo que está en el núcleo de la contradicción; si se separa de ese nivel se produce la ruptura entre los procesos diversidad social comunitaria e integración social comunitaria y la contradicción desaparece, cesa por tanto el movimiento y el cambio en el proceso de educación comunitaria.

Las relaciones entre las dimensiones y configuraciones son penetradas por la subjetividad de los actores sociales, permitiendo:

• el desarrollo de motivos e intereses. • la participación en el diseño, organización y ejecución de los diferentes programas y acciones. • la solución de problemas. • el intercambio de saberes, aprenden a aprender y enseñan a enseñar. • determinar la significación que para ellos tienen cada aspecto del objeto que estudian y transforman, y personalizar nuevas cualidades.

La socialización comunitaria es una expresión de las relaciones dialécticas entre las dimensiones diversidad social comunitaria e integración social comunitaria. En la interrelación dialéctica de ambas dimensiones se fortalece un núcleo; el movimiento ZOCIPC. En la jerarquía de su rol y función se distinguen los actores sociales decisores, que con un enfoque interdisciplinario y el respeto a la identidad, trazan las estrategias para construir zonas de potencialidades y saberes que fluyen en un interactivo educativo.

La socialización trasciende a la integración y respeta lo diverso, la identidad y particularidades de los actores sociales, evidencia nexos interdisciplinarios que promueven procesos de desarrollo en la comunidad y desde ella y en constante precisión con respecto a los puntos de contacto a través de la comunicación. Lo anterior distingue la sustentabilidad educativa comunitaria. Refiriéndose a lo interdisciplinario, Ander-Egg planteó «un estado mental que requiere de cada persona una actitud, a la vez, de humildad, de apertura, de curiosidad, una voluntad de diálogo y finalmente, una capacidad para la asimilación y la síntesis» (1999:45).

La Orientación Educativa dinamiza las ZOCIPC y a su vez estas potencian el contenido del proceso orientador educativo, en tanto la percepción y valoración social que los comunitarios hacen de sí y del otro, se modifica

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progresivamente al desarrollar cualidades y valores en un orden individual y colectivo, lo que genera nuevas zonas de contactos como consecuencias de las relaciones dialécticas que se dan en las dimensiones diversidad social comunitaria, integración comunitaria con expresión y síntesis en una socialización comunitaria

Conclusiones

En el proceso de educación comunitaria existe una relación dialéctica entre sus dimensiones, diversidad social comunitaria, integración social comunitaria y se sintetiza en la socialización comunitaria, las que desde su comprensión y desarrollo, emerge una cualidad de orden superior: la sustentabilidad educativa comunitaria. Las relaciones dialécticas que se establecen entre las configuraciones y dimensiones, generan un movimiento denominado zonas de contactos interaccionarles de potencialidades comunitarias (ZOCIPC), lo que permite cualificar conocimientos, habilidades, valores y trazar las pautas culturales que desde un orden educativo, genera la actuación y liderazgo y tiene su expresión en un proceso de educación en la comunidad

En las zonas de contacto ZOCIPC, el movimiento trasciende significativamente y penetra en la subjetividad de los comunitarios al operar con un conjunto coordinado de pensamientos, prácticas, ideas y visiones de la propia comunidad. Se precisan las particularidades culturales y la identidad, accionando para el autoaprendizaje, en torno a la resolución de las necesidades sociales y educativas y la puesta en práctica de dinámicas que posibiliten reflejar el movimiento de las configuraciones y dimensiones del proceso con síntesis en la dimensión socialización comunitaria donde la Orientación Educativa se distingue como potenciadora.

 

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* Aída Rosa Gómez Labrada es profesora auxiliar, con Especialidades en Psicología, Pedagogía e Historia, Master en Ciencias de la Educación Superior, Investigadora en Desarrollo Social y Comunitario. Secretaria académica RED de Orientadores Latinoamericanos, Universidad de Las Tunas, Cuba. Correos. [email protected] y [email protected]. Clara Suárez Rodríguez colabora en la Universidad de Oriente, Cuba. Correo.- [email protected].

©  2013  Centro de Investigación y Formación para la Docencia y Orientación Educativa

Revista Mexicana de Orientación EducativaSite: http://www.remo.ws/

es a las Ciencias Sociales Abril 2012

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COMUNIDAD Y PARTICIPACIÓN SOCIAL. UN DEBATE TEÓRICO DESDE LA CULTURA

 

David Rubio Méndez (CV)[email protected] de OrienteVivian Vera Vergara (CV)[email protected] de Ciencias Médicas de Guantánamo.

Resumen:

El presente trabajo, titulado: “Comunidad y Participación Social. Un debate teórico desde la Cultura”, aborda el tema de La Participación Social, en su relación dinámica con La Comunidad y La Cultura, desde el enfoque de la teoría sociológica; permitiendo comprender este proceso a partir de  nuevas posiciones teóricas, y su reconceptualización desde una dimensión sociocultural integrada.

 Se  valora la dimensión estructurada, de la participación social, en tanto indicador de estratificación social  con respecto a las normas culturalmente institucionalizadas, sea en los niveles macro o micro sociales,   donde los individuos actúan constreñidos en consecuencia a los imperativos externos e impersonales de las estructuras  de las normas culturales conformadas en un proceso histórico social.

Desde la dimensión de la acción social, se valora  la participación social como proceso subjetivo de interacción social, en el que los individuos reconocen sus disposiciones de necesidad, dentro del contexto grupal, incorporando, desde la autonomía, las normas estructuradas y homogéneas por lo que actúan conscientemente en correspondencia con su libertad individual.

Por último se interpreta la participación social desde una dimensión integrada, lo que implica  una relación dinámica entre las dimensiones socioculturales de la estructura y la acción, valorando que todo grupo social, aun cuando actúe siempre bajo condiciones  socioculturales estructuradas, las que le son históricamente heredadas, poseen, incluso a nivel individual, una capacidad endógena para ejercer el control, tomar decisiones, y emprender acciones de cambio, favorables al desarrollo social y cultural de la comunidad, logrando desde la acción colectiva la modificación oportuna de aquellas normas culturales estructuradas en los niveles  social (macro)  o comunitario ( micro) según sea en caso.

Palabras clave: Participación social, socialización, comunidad, cultura participativa, estructura social,  acción social.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:Rubio Méndez, D. y Vera Vergara, V.: "Comunidad y participación social. Un debate teórico desde la cultura ", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Abril 2012, www.eumed.net/rev/cccss/20/

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La  comprensión de la Participación  Social en sus diferentes  interpretaciones y alcances,  indica que estamos ante un problema complejo y en extremo abarcador, de profunda ambigüedad conceptual, con distintas significaciones en dependencia de las orientaciones teóricas de quienes intentan definirla y los objetivos de aquellos  interesados en aplicarla. El debate teórico, en  los espacios académicos, en ocasiones no logra salvar las distancias, ni resolver a tiempo las limitaciones que la diversa y cambiante realidad impone a los planificadores o  promotores  de proyectos de desarrollo comunitarios en su quehacer  cotidiano.

La participación como fenómeno complejo implica una dimensión conceptual abstracta, distinguiéndose de sus propias expresiones concretas, las que ocurren ligadas a procesos determinados, con mayor nivel de especificidad: Político, Económico, Cultural, Laboral, Desarrollo local, etc. En tanto acción social, ha sido abordada por diferentes autores, entre los que se destacan: Ezequiel Ander-Egg, Carlos De  Medina, Marco Marchioni, entre otros;  quienes enfatizan en la participación social dentro de los procesos de transformación y desarrollo de comunidades.

 En su contextualización cultural, como especificidad teórico-metodológica o en la observación e interpretación de su praxis, su estudio resulta insuficiente; lo cual se debe en gran medida a  la dimensión holística de la Cultura y de la generalidad y complejidad  de la participación social como proceso.

  Cecilia Linares Fleites (2004) asume la relación cultura-sociedad desde un enfoque más integrador. Sin llegar a observar el carácter estructural de la cultura y su influencia coercitiva sobre el individuo. Interpreta  la participación social en relación con la diversidad y riqueza cultural comunitaria y analiza los diferentes niveles de participación que genera esta diversidad y conflictividad de las estructuras socioculturales, no obstante no rebasa los límites de la acción contextual al tratar la dinámica interna del proceso en cuestión.

 A partir de los elementos conceptuales, que ubican al fenómeno de la participación  social en su dimensión cultural, relacionado fundamentalmente con el micro contexto comunitario, logramos definir las interrogantes iniciales para este trabajo; teniendo en cuenta, además,  todos aquellos factores que condicionan la conflictividad en que se manifiesta como practica social, que se complementan a partir de la introducción del concepto de desarrollo endógeno (o carácter endógeno del desarrollo)  y que plantea la necesidad del control y la organización del proceso desde la perspectiva de los actores sociales directamente implicados, no desde los promotores externos.

Si la legitimidad de los procesos de intervención comunitaria, cuya única finalidad es el cambio y el desarrollo, se logra introduciendo una dimensión más participativa,  respetuosa de las culturas locales, entonces:¿El desarrollo comunitario, valorado como fenómeno sociocultural, implica el principio de que la participación social tiene como base una construcción cultural?

¿La incorporación de los saberes populares a los procesos de intervención comunitaria conduce al desarrollo sostenido, sin obviar la incorporación selectiva de las tecnologías exógenas?

¿Cómo hacer verdadera y efectiva la acción comunitaria en la elaboración de las decisiones, y no sólo en la ejecución de las opciones propuestas desde posiciones verticales y externas?

En Cuba la década de los 90 del siglo XX se presenta como un contexto favorable  para el estudio y el trabajo con las comunidades. Así aparecen importantes trabajos que, trascendiendo las perspectivas descriptivas iniciales, intentan sistematizar experiencias  desde el análisis teórico, destacándose los estudios realizados por

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Haroldo Dila(1996) y Roberto Dávalos (1998) y Cecilia linares Fleites (2004),  destinados a explicar este proceso en las estructuras sociopolíticas y de gobierno, en diferentes niveles territoriales: circunscripciones, consejos populares y municipios, sin llegar a observar la participación social en su relación dinámica con la cultura como macro fenómeno.

El debate contemporáneo entre las políticas institucionales y  las Ciencias Sociales, ha estado centrado en las bases que deben sustentar las estrategias comunitarias y las acciones que conduzcan, desde las perspectivas de la sociedad socialista cubana actual, a la autogestión como vía  de transformación y desarrollo comunitario.; ello implica reflexionar en torno a:

¿Cómo aplicar de modo coherente y dinámico  las decisiones centrales del Estado teniendo en cuenta las diversidades regionales, socioeconómicas y socioculturales?

¿Cómo  articular de manera adecuada los recursos humanos, internos y externos al medio comunitario, en función de los procesos de desarrollo local?

Según los autores que  abordan  la participación social, la misma  está sujeta a un proceso subjetivo de “toma de conciencia”, y ello solo se logra mediante un proceso de motivación hacia la acción, de reconocimiento de la necesidad del cambio, de identificación de los problemas o demandas comunitarias.

En este sentido “el querer y el saber participar” parecen constituir los principios básicos de la participación social comunitaria. Este modo de interpretar la participación social, nos conduce a la inevitable construcción teórica de un proceso, cuyos cimientos  se apoyarían  únicamente en la acción consciente. No obstante cabria cuestionarse si  la participación social es únicamente un proceso de interacción sociocultural, implica también, desde su fenomenología  un hecho sociocultural. ¿Es la voluntad individual la que, en última instancia, condiciona la situación de participación en que se define el sujeto como actor?

¿Querer participar constituye un pasaje directo a la acción o Poder participar es la condicionante básica del proceso en cuestión?                  ¿Qué define “el poder participar”?, ¿La voluntad de los otros, que permitan o estimulen al sujeto a involucrarse en la acción,  o está condicionada por las estructuras sociales y culturales, que definen los roles del individuo dentro de un contexto determinado?

Estas interrogantes son las encargadas de  guiar el estudio  hacia la comprensión global del problema, a partir de las díadas analíticas que tipifican la  teoría sociológica, a saber la relación: Estructura Social -  Acción Social; y Niveles Micro y Macro Sociales de la Estructura y la Acción social:

1. La participación social constituye un hecho sociocultural estructurado desde normas culturales estandarizadas, la cual define las condiciones de integración social en que se encuentran individuos, grupos y comunidades.

  La Cultura es un macro fenómeno que influye sobre los actores, por tanto la participación social está condicionada culturalmente por las estructuras no por la acción. Los procesos de intervención social comunitarios, aún cuando en apariencia resuelvan  problemas comunitarios y se realicen con enfoque endógeno,

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solo generan un espejismo participativo, si los supuestos beneficiarios continúan en desventaja, en condiciones de marginación, con respecto a las normas estandarizadas culturalmente.

1. La Participación social se define como un proceso de interacción social, donde los individuos se involucran a partir del reconocimiento de las necesidades de cambio, prevaleciendo el ejercicio de libertad individual, grupal y comunitaria, sobre las normas socioculturales.

 

Los grupos sociales, las comunidades, e incluso los individuos, muestran una relativa independencia y autonomía frente  a las normas sociales y culturales institucionalizadas, lo cual les permite, no solo decidir libremente su conducta frente a un conflicto o situación de cambio, sino también influir en la transformación de las normas  institucionalizadas que definen las condiciones de marginación  o participación social, en su propio contexto  y en otros.

La participación social es co-extensiva al hecho social: toda persona, lo quiera o no, interactúa con otros y concurre, aunque sea con su pasividad y su sumisión, a un cierto modo de ser social. Sin embargo, con el concepto "participación", en cuanto fenómeno analizado por la Sociología y por otras Ciencias Sociales, se intenta evidenciar la implicación de la persona o del grupo en la vida social en formas y modalidades diversas. Se considera a la persona en su condición de sujeto de la vida social, de su organización y de su proyecto.

Poder experimentar la participación es el mejor modo de aprenderla. 

La capacidad real de participación  se conforma en el proceso de socialización  generado desde la familia, y otras instituciones con funciones educativas, que entran en relación con el individuo, desde la infancia hasta la adultez  formando una cultura participativa, como derecho y deber de la persona, en su relación con el medio social al cual pertenece.

Suelen ser más efectivas las funciones educativas en aquellas instituciones donde la participación misma es un estilo conductual sistemático.   Al referirnos a la participación social como fenómeno de mayor jerarquía, no debemos interpretarlo como la mera posibilidad de acceso al poder o la toma de decisiones, pues esta pretensión no rebasa los límites de la utopía en la práctica social actual, en cualquier contexto o latitud; sino como un proceso de equilibrio entre las normas sociales institucionalizadas y las disposiciones de necesidad de los diferentes grupos, capas o clases sociales.

 En este sentido entendemos la participación social en contraposición al fenómeno de la marginación social, el cual no es más que la negación de toda forma de participación. Las normas sociales institucionalizadas resultan medidas estandarizadas para la segregación o exclusión social de acciones o estilos de vidas, propias de personas o grupos sociales, que no se adecuen a sus patrones centralizados.

  La mayor parte de los procesos participativos micro localizados, emprendidas desde instituciones sociales externas o desde el propio seno comunitario, aun cuando resulte evidente su éxito, no rebasan los límites de la participación contextual, en tanto sus condiciones de marginación con respecto a la macro estructura, solo quedaría resuelta con la modificación de aquellas normas sociales o culturales que los excluyen de los patrones de éxito estandarizados; en tales casos solo se genera con éxito el espejismo de la participación social.

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  La participación es un proceso que está vinculado a las necesidades y motivaciones de los distintos grupos y sectores, así como la dinámica de las relaciones establecidas entre ellos en distintos momentos, condiciones y espacios, lo que va conformando todo un conjunto de redes que estimulan u obstaculizan procesos participativos...¨ (Dávalos, 1997).

  El enfoque endógeno del desarrollo comunitario, muy aceptado entre estudiosos y promotores, presupone la existencia  de una dinámica  interna participativa; que en la comunidad exista  una capacidad y estilos participativos propios.

    La pretensión actual por desarrollar estilos de vida participativos, o lo que es lo mismo  promover  una determinada cultura participativa  es similar a la idea de E.  Durkheim  sobre una estructura integradora  que incluya una moralidad común. No obstante esta idea puede resultar contradictoria  puesto que la cultura participativa  en tanto moralidad común  posee  una naturaleza objetiva, externa al individuo, mientras que  la intención  por promover  cambios o modificar  los estilos participativos  sugiere  un elemento subjetivo de adaptación, educación y valoración consciente, de internalización subjetiva. El reconocimiento, interiorización y  expresión de una voluntad y necesidad de participar, no solo es activa en el sentido personal sino también está condicionada por la  moralidad colectiva.

  La cultura participativa indica una conducta socialmente activa frente al conflicto, demanda o problema, que afecte a las personas en su cotidianeidad;  indica un nivel sostenido y coherente de acciones concretas. Es la capacidad o potencialidad  endógena de los grupos para ejercer el control, tomar decisiones y emprender acciones de cambio, favorables al desarrollo social y cultural de la comunidad.  Con este concepto se comprende que la participación social, más que un medio es un fin, una meta del desarrollo, y que los estilos de vida participativos constituyen ingredientes esenciales para el logro de una mayor calidad de vida. No obstante debemos detenernos en una cuestión importante para este análisis:   Si la cultura participativa, como estilo de vida, es el resultado de  un proceso de aprendizaje individual y colectivo, entonces presupone la carencia  o inexistencia de  dichos estilos  o de la actividad en sí misma, dentro del contexto comunitario. Ello indica la existencia de un proceso  previo de adaptación al cambio; que bien pudiera interpretarse como un enfoque exógeno de la participación social y del desarrollo comunitario, si tomamos en cuenta la hipótesis de que la cultura participativa  es incorporada por el individuo y los grupos sociales  a partir de la mediación de las instituciones sociales y culturales, estructuralmente ajenas al medio comunitario.

¿Cómo explicar entonces  la esencia de aquellos procesos participativos comunitarios que se generan de manera espontánea, autónoma, sin que medie intervención institucional alguna?

  Hemos asistido a la férrea  crítica  de algunos autores  a las practicas exógenas con motivos del desarrollo comunitario, alegando su inconsistencia en  el contexto sociocultural comunitario; en tal sentido la concepción de cultura participativa también en dicho contexto o al menos su suerte estaría en dependencia de la reacción que provoque en los individuos, los grupos sociales y en el medio comunitario en general las propuestas de cambio exógenas.

  La  definición política de la educación popular  plantea como punto de partida la acción  organizativa a través  de un proceso de internalización o toma de conciencia.  Paulo Freire concibe la educación popular como un esfuerzo de las masas populares, a favor de la movilización popular, o un esfuerzo incluso dentro del propio proceso  de movilización y organización popular con miras a la transformación popular.   Según la concepción

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de Freire los educadores deben comenzar desde el nivel de percepción que poseen lo educandos, lo que no significa que los primeros se queden al nivel de los segundos, sino elevar sus niveles de percepción de la realidad mediante la promoción, la organización y la sistematización de sus propios saberes.

Los proyectos de educación popular, requieren de participación social para lograr  sus objetivos, no solo como materia prima sino también como producto resultante. Se trata no solo de educar  sobre la base del reconocimiento o percepción de la realidad, sino enseñar las maneras de organizarse  para actuar sobre esa realidad. La experiencia  y el pensamiento de Paulo Freire en la década de los 60, marcó un punto fundamental de referencia en los planteamientos de  la participación social como proceso de  de “cambio de conciencia”;  desde la educación liberadora orientada a la transformación social.

El enfoque endógeno del desarrollo comunitario, al ser aplicado al fenómeno de la participación social,   nos conduce a la observación de una dinámica interna participativa, ello implica reconocer la existencia de  una capacidad,  voluntad y maneras propias de los grupos sociales para dirigir con autonomía sus acciones de cambio.

La dinámica interna de la participación social es portadora de los estilos de vida participativos, o lo que es lo mismo, de la cultura participativa, por lo que el proceso de aprendizaje y socialización no parte de la intervención  externa sino que nace del afianzamiento y sistematización de las estructuras socioculturales internas, que al mismo tiempo, significan la interpretación y contextualización  de las macro estructuras. Esta valoración resulta nuestra concepción endógena de la participación social.

 La cultura participativa  es también una manera de manifestarse la identidad cultural  La cultura participativa no solo es el resultado de un proceso de socialización llevado a cabo, con métodos de educación popular, por las sedes decisionales externas al medio comunitario, sino que también existe como potencialidad interna y es aprendida, reproducida, como un conjunto de estereotipos culturales heredados, por medio de  los canales y espacios tradicionales de socialización: la moralidad colectiva en la familia y otros grupos sociales de pertenencia, por tanto sería acertado hablar de diversidad de culturas participativas en dependencia de los diferentes escenarios o contextos culturales comunitarios.

 El análisis en este sentido pudiera conducir a una interpretación contradictoria en cuanto a la relación conceptual entre la cultura participativa y la participación social propiamente dicha.   Teniendo en cuenta que de hecho la participación es contrapuesta a la idea de exclusión o discriminación  sea por motivos políticos, raciales, religiosos, de género, generación, etc.

La cultura participativa bien pudiera incluir como fenómeno identitario indicadores de reactividad, es decir, puede ser observado en determinados contextos socioculturales una cultura participativa de exclusión que limita la participación misma. No obstante sería ingenuo considerar como “simple”  su delimitación conceptual, no debe reducirse metodológicamente lo que en la práctica sociológica se muestra  sumamente  complejo, pues desde las interioridades individuales el fenómeno pudiera mostrar matices insospechados.

  Al análisis de la cultura participativa pudieran aplicarse algunas reflexiones de Espronceda (2003), que aun cuando esté destinada  a la explicación del parentesco como forma de vínculo social, bien pudieran orientar la explicación de la cultura participativa como manifestación de la identidad cultural. Dicha autora enfatiza en a cada sujeto le son inherentes determinadas coordenadas culturales, en ellas tienen gran peso costumbres y tradiciones aceptadas o impuestas cuya permanencia y cambio produce un incesante flujo de patrones en franco

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debate: entre lo que desde siempre se asume y lo nuevo que se asigna, para obtener como resultante cualidades sui géneris.

La observación  y aceptación  de la diversidad de la cultura participativa, como fenómeno identitario, en dependencia del contexto cultural comunitario, constituye no sólo una expresión de democracia cultural sino también  una práctica ventajosa  para el logro del éxito de cualquier proyecto de desarrollo comunitario. No debe obviarse que la cultura participativa, como fenómeno de identidad implica un proceso de aprendizaje de códigos y normas de conducta, regulando la actuación del individuo y los grupos sociales dentro de un entorno sociocultural delimitado, ya sea de manera consciente o inconsciente, voluntaria o impuesta, espontánea o dirigida.

En comunidades  con estructuras socioculturales tendientes a la tradicionalidad (fundamentalmente rurales)  pueden ser observadas manifestaciones  de culturas participativas localistas y reactivas, en este caso pudieran clasificarse como cerradas, impermeables a la intervención institucional externa, con subordinación reactiva a las estructuras sociales externas. En cambio en  las ciudades, con mayor tendencia hacia  la asimilación de lo moderno por la influencia constante de la la globalización tecnológica y donde la composición socialmente heterogénea implica un amplio espectro de interacción social, la dinámica cotidiana debilita el sentido estricto  de la identidad permitiendo una cultura participativa más abierta a la subordinación pasiva frente a las estructuras sociales externas.

 “La participación social es un proceso vinculado a las necesidades y motivaciones de los diferentes grupos, así como la dinámica  de las relaciones establecidas entre ellos en distintos momentos condiciones y espacios, lo que va conformando un conjunto de redes que estimulan u obstaculizan el desarrollo de auténticos procesos participativos” (Dávalos,1997).  Debe tenerse en cuenta que las necesidades y motivaciones referidas a grupos sociales, aun cuando constituyan manifestaciones socio psicológicas, están condicionadas culturalmente.  Las acciones que son impuestas desde el exterior al medio comunitario provocan un cambio mecánico e impersonal y la tendencia social es al rechazo; por otra parte las acciones que son propuestas desde el interior  del medio comunitario provocan un cambio dinámico y propio (internalizado por los individuos y los grupos sociales) y la tendencia social es la aceptación, enriquecimiento y sostenibilidad.

 En cualquiera de los casos la cultura participativa requiere un proceso de aprendizaje, internalización y socialización. Aun cuando los cambios sean propuestos desde dentro, por alguna asociación, grupo gestor o líder determinados, si no logran representar los intereses, motivaciones y necesidades de los diferentes grupos sociales, si la importancia del cambio no es reconocida  por los actores sociales, entonces la cultura participativa, condicionada por las estructuras socioculturales internas, pudiera obstaculizar el proceso. El cambio propuesto desde adentro también pudiera ser considerado por el actor como mecánico e impersonal.

 La libertad y autonomía con respecto a las estructuras externas no necesariamente implica una subordinación a las estructuras sociales internas, máxime  si estas últimas no son consecuentes con las normas socioculturales macro sociales  La cultura participativa, endógena en esencia, desarrolla mecanismos dinámicos, adaptativos y creativos para poder existir y manifestarse, por lo que necesita un proceso de educación y socialización mediante los cuales los individuos  aprendan las maneras de participar de un determinado grupo o comunidad, adquieren los códigos, símbolos y herramientas morales fundamentales para actuar (o no)  en uno u otro proceso.

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La cultura participativa convertida en moralidad colectiva, de alguna manera constriñe al individuo y ejerce un determinado nivel de influencia sobre la motivación  y la voluntad del mismo, haciendo que este se sienta obligado a aceptar determinadas reglas, signos y estereotipos. Cuando determinadas formas participativas se convierten en preceptos morales el individuo se ve controlado por la opinión pública.

Sean internas o externas, al medio comunitario, las acciones derivadas de un proyecto de cambio, solo podrán generar verdadera participación si actúan mediante la moralidad colectiva sobre el actor; solo de esta manera se puede condicionar y controlar las acciones de los individuos.No debe obviarse el carácter subjetivo de este proceso de internalización, pues los individuos no asumen de manera tácita o mecánica  las disposiciones colectivas, indudablemente el ejercicio de la libertad individual debe tenerse en cuenta en el análisis  del proceso de socialización de la cultura participativa.

En el caso que nos ocupa pudiera interpretarse que  las disposiciones de necesidad, tal como las plantea  T. Parsons, solo pueden ser internalizadas en el proceso de socialización de la cultura participativa endógena. Esta  emerge desde la propia dinámica interna participativa  de las comunidades, lo cual no deriva en una respuesta mecánica a esta influencia, que de cualquier manera es externa al individuo, sino que ello implica un proceso innovador, de aportes individuales, en dependencia de la diversidad de motivaciones, interpretaciones y orientaciones de necesidades. Aunque la  cultura participativa sea  incorporada por el individuo con determinada  independencia, hasta el punto de enriquecerla desde sus experiencias cotidianas, siempre condiciona su actuación dentro  y fuera de su contexto comunitario.

 La observación sistemática de la práctica de intervención comunitaria demuestra que los grupos sociales implicados en cualquier proceso participativo suelen ser más eficaces cuando basan sus acciones en valores tradicionales. Cuando la actividad socioeconómica se organiza en base a grupos de parentesco u otros unidos por lazos tradicionales, con redes de socialización y liderazgo, con determinado nivel de filiación, se pueden alcanzar altos niveles de rentabilidad en cuanto a producción y distribución de los bienes y utilidades, pues la filiación y los lazos tradicionales comunes posibilitan la percepción del cambio de manera flexible, consiguiendo la participación y el compromiso por  el bien colectivo.

Los cambios sociales, políticos, económicos y culturales que tienen lugar  a niveles macro sociales, afectan inevitablemente las estructuras locales, a pesar de toda resistencia al cambio generado a partir de la relativa autonomía simbólica comunitaria. Durkheim consideraba que los cambios en el nivel de los macro fenómenos sociales producen cambios en el nivel de la acción y la interacción individual.

No obstante la drástica verticalidad del cambio, tiende en muchos casos a desestabilizar el orden autónomo logrado a partir  del conjunto de signos culturales, que definen los estilos de vida comunitarios, los códigos de comunicación grupal los espacios de sociabilidad y las formas de socialización de valores consuetudinarios.

Los cambios externos desorientan a los grupos sociales con respecto a las nuevas normas sociales y culturales impuestas desde la macro estructura; esta situación conduce inevitablemente a la marginación de grupos o comunidades enteras, aun cuando los efectos de esa marginación no resulten evidentes, por la aparente estabilidad del orden interno comunitario.

La  adaptación al cambio, por estos motivos no resulta un hecho inmediato, mecánico, sino un proceso paulatino, donde debe resolverse la contradicción entre lo que se debe cambiar y lo que se desea mantener.  Si

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este proceso de adaptación se logra, la pequeña estructura  estará en condiciones de participación social, en caso contrario queda es situación de marginación.

 La subordinación  a un proyecto impuesto, externo o ajeno a la comunidad  puede generar rechazo, pues implica un condicionamiento impersonal, limita la capacidad de influencia  o decisión endógena, en cambio la subordinación  a un grupo o líder   interno es más personal. Sin embargo aunque la subordinación a un grupo, a un estimulo interno sea más efectiva  que la subordinación a las estructura objetivas, sí existe una marcada influencia  de los estímulos externos, como la moral colectiva, establecidas a partir de la internalización de normas y estereotipos sociales  por el individuo, de alguna manera lo constriñe, condicionando y  controlando su libertad de acción.  La subordinación bajo una pluralidad puede tener efectos  desiguales; por un lado , la objetividad del mando de una colectividad puede  servir para fortalecer la unidad  del grupo, más que el dominio  arbitrario  de un individuo; por otro lado,  es probable  que se engendre hostilidad  entre los subordinados  si no reciben la atención personal del líder.

En una comunidad con  mayor nivel de socialización el individuo o los grupos sociales  actúan con mayor independencia, con más autonomía o libertad  con respecto a los cambios propuestos verticalmente desde la macro estructura externa o desde  la propia estructura comunitaria. Entendida esta socialización como mayor vinculación comunitaria con el medio social externo, donde la mayor parte de sus miembros ejerzan  funciones laborales fuera de los límites comunitarios, o simplemente tengan la posibilidad de satisfacer necesidades sociales y culturales fuera de la comunidad.    Con liderazgo individual o colectivo, con más libertad para adaptación o la resistencia, según sea el caso; pudieran actuar, incluso con mayor indiferencia, en tanto que solo estructural y formalmente pertenecen a una estructura pequeña por sus límites espaciales o culturales, mientras que funcionalmente, por sus posibilidades de interacción, no posen pertenencia específica, restringida.

 Es el caso en que los individuos desarrollan solo una pequeña parte de sus vidas cotidianas dentro de los límites comunitarios; cualquier cambio o problema social que afecte en esencia el equilibrio sociocultural comunitario, no necesariamente afectaría sus intereses individuales, aun cuando las estructuras intra o extra comunitaria, con una marcada influencia moral, coercitiva, no lograran motivarlos o constreñirlos lo suficiente.

Aunque parezca  contradictorio, este proceso de socialización abierta ubica al individuo en mejores condiciones de participación social con respecto a las normas institucionalizadas externas, o a tales efectos reduce  al mínimo sus condiciones de marginación social;  si sostenemos la hipótesis de que la socialización abierta hacia las relaciones sociales extra comunitarias favorece las posibilidades de adaptación al cambio.

 En comunidades rurales, distantes de los centros urbanos, donde mayor cantidad de personas estén involucradas en un proceso de interacción comunitaria, aun cuando su tamaño poblacional sea mayor que en los casos anteriores, un proceso de cambio externo o interno afectaría en mayor grado a mayor cantidad de personas.

En estos casos  los niveles de  libertad o autonomía  en  las acciones estarán determinados por el liderazgo o por un sistema simbólico favorable o no a la subordinación o a la independencia de acción. En este contexto cualquier proceso de intervención comunitaria que genere participación contextual pudiera tener relativo éxito;

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sin embargo el proceso de socialización cerrada, no libraría al individuo de la marginación social con respecto a las normas institucionalizadas externas, pues, básicamente limita su interacción  con procesos sociales extra comunitarias y por ende limita el desarrollado  de habilidades  adaptativas.

 Si el actor no reconoce la necesidad del cambio por no corresponderse con sus disposiciones de necesidad, la cual está condicionada por la estructura sociocultural  de la comunidad o grupo a que pertenece, entonces el proceso se obstaculiza.

Esto sucede porque las personas  construyen en la cotidianeidad, tipificaciones de la posible acción de los otros, incluyendo entre los “otros” no solo a los de fuera de su micro medio comunitario, sino también a los de adentro.

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