generaciones e historia

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LAS GENERACIONES EN LA HISTORIA

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L A S G E N E R A C I O N E S

E N L A H I S T O R I A

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D E L M I S M O A U T O R

Medicina e Historia,  E d i t o r a N a c i o n a l . M a d r i d , 1 9 4 1 .

Estadios de Historia de la Medicina y de Antropología Médica,  E d i t o r a

N a c i o n a l . M a d r i d , 1 9 4 3 .

Sobre la Cuitara Española,  E d i t o r a N a c i o n a l . M a d r i d , 1 9 4 3 .

Menéndez Pelayo: Historia de sas problemas intelectuales,  Ins t i tu to de

E s t u d i o s P o l í t i c o s . M a d r i d , 1 9 4 4 .

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P E D R O L IN E N T R L G O

L S

GENER CIONES

EN L H IS TO RI

¿T A

?r

INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS

M DRID • MC MXLV

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E S PR O PI E D A D

Queda hecho el depó

sito que marca la ley.

DIANA. Artes Gráficas.—Larra, 6. Madrid.

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Í N D I C E

Págs.

C art a a Xav ier Zubi r i 8

CAPITULO I.

E L A P O Y O D E L H O M B R E E N L A H I S T O R I A . — E l h o m b r e

como ser h i s tór ico .—Los problemas de la His tor io logía .—Mo

dos de v iv i r l a mudanza h is tór ica .—La seglar idad comple t iva .

El op t imismo del p rogreso .—El pes imismo de la regres ión .—

La inseguridad cr í t i ca .—R egres ión y cr i s is 17

PÍTULO

  I I .

L A INSEGURIDAD DEL HOMBRE.—Muer t e , do lo r y f l n i t ud .

E l hombre , an ima l en fermo .—F in i tud y angu s t i a .—S egur i

dad an ima l , i n segu r idad humana .—El h i a to en t re e l hombre

y el m undo 41

CAPÍTULO  I I I .

L A SALIDA DE SI MISMO.—La sa l ida mí s t i ca .—La sa l ida

in s t i n t i va .—La sa l ida agón ica .—La aven tu ra i dea l .—La com

pañ ía de l hombre .—Fama y acc ión h i s tó r i ca .—La fama mun

dana .—L a fam a t rág i ca .— La fam a t ra scenden te 69

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Págs.

CAPITULO IV.

L A C R E A C I Ó N H I S T Ó R I C A , E L H A S T I O Y L A

  NOVEDAD

Recapi tu lac ión .—La creac ión h is tór ica .—Seguridad y pos ib i l i

dad .—Esencia de las c r i s i s h i s tór icas .—Psico logía de la insa

t isfacción histórica .— El hast ío .— El afán de novedad.— Sinopsis . 101

CAPITULO V.

B I O L O G Í A E H I S T O R I A . E L I N G R E S O D E L J O V E N E N L A

VIDA HISTÓRICA.—Biología e His tor ia .—Edad e His tor ia .—-

La v ida juveni l .—El adolescente y la v ida h is tór ica .—Lo im

puesto al joven.—Lo depuesto por el joven.—Lo puesto por el

joven.—Lo pro pue sto por el joven.—E l est i lo juveni l 131

CAPÍTULO VI.

L A G E N E R A C I Ó N C O M O C O N C E P T O H I S T O R I O L O G I C O .

HISTORIA DEL CONCEPTO.—I. Per íodo prec ien t í f ico de l vo

cablo.—II. Período cient í fico del vocablo.—Ranke.—Dilthey.—

Ot toka r Lo renz .—Ortega y Gasse t .—Pete rsen .—Pinde r .—

W echss l e r.—D rerup .—Resum en : Mannhe im y Pe t e r se n 207

CAPÍTULO VH.

L A G E N E R A C I Ó N C O M O C O N C E P T O H I S T O R I O L O G I C O .

TEORÍA DE LA GENERACIÓN.—Discon t inu í smo h i s tó r i co y

v ida pe rsona l .—La seme janza gene rac iona l .—Es t ruc tu ra de l a s

generac iones .—C urso de las generac ion es .— His tor iograf ía de

l a s gene rac iones

  265

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Pertenecemos a la misma genera*

ción los que percibimos el sentido

trágico de la época en que vivimos

y no sólo aceptamos, sino que reca~

bamos para nosotros la responsabi

lidad del desenlace.

JOSÉ ANTONIO

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C A R T A A X A V I E R Z U B I R I

Induamuv arma lucís.

( S a n P a b l o ,  Rom.  XIII,  12.)

I nuestra inteligencia toma su pábulo de una fre

cuente amistad con los hombres y las cosas-^de ti,

Xavier, he aprendido yo esta vieja lección helénica-^,

¿por qué los libros, obras de la inteligencia, no han de

mostrar la huella grabada en su figura por la total si

tuación amistosa de que nacieron? Com placíanse en

ostentarla los autores antiguos, y todavía hoy es un

gozo descubrirla, bajo el solemne indumento de la anti

gua retórica, en esas páginas iniciales de los infolios,

colmadas de ofrecimientos, dedicatorias, elogios, pro

testas de amistad y hasta discretas ironías. Luego el

hombre puso más su orgullo en ser racional que en ser

amistoso, y así se ha hecho de árido, esquinado y pe

dante el contorno de sus libros. Procedían los autores

S

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como  si su propia y personal minerva hubiese brotado

directamente del cerebro de Júpiter, más directamente

aún y más armada que la mismísima Palas Atenea.

No quiero yo incurrir en esa insipiente fatuidad.

Siendo más humilde, quiero tener el orgullo de ser más

verdadero. Sé muy bien que todas las obras de la inte

ligencia nacen de una situación personal, aquella en que

ha vivido y vive su autor. Sé, también» que esa situa

ción personal sólo llega a dar alguna experiencia útil

cuando la persona que en ella existe ha puesto amorosa

afección, afición, como dice nuestro pueblo, en la tarea

de percibirla y cultivarla. Sé, por fin, que la condición

de "bien nacido", la más honrosa ejecutoria de cuantas

reconoce la estimativa española, sólo es merecida por

quienes en todo momento declaran, con la palabra o con

la conducta, las personas, las acciones y los objetos a

que se aficionaron y de que obtuvieron granjeria.

Pues bien; dentro de la situación personal en que

este librillo ha tenido regazo — España es su nombre, tal

como puede y debe vivirla un español sediento de ver-

dadera concordia entre sus hombres y de cristiano

decoro en sus destinos— •,  ha sido tu amistad, Xavier,

monte todo orégano, venero indeficiente y benéfico.

Porque es así, y sólo porque es así, permíteme decir en

alta voz lo que a tu amistad deben estas páginas.

Hay en ellas, por de contado, no pocas cosas malas:

errores, imprecisiones, omisiones, excesos, insistencias.

No me jacto de lo malo; mas tampoco me sonrojo dema

siado,  que aprendiz soy y ningún defecto me es ajeno.

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No es lo ma lo del aprendiz errar, sino empecatarse en

el yerro. Creo, sin embargo, que no todo es malo en

estas páginas, y si no fuese así, no las daría a la estam

pa. Sobre lo menos malo de este libro se proyecta la

huella de tu magisterio y tu amistad. La cual huella no

consiste tanto en el empleo de alguna de tus ideas, cuan

to en la fidelidad o, por lo menos, en el propósito de

fidelidad del libro a dos actitudes fundamentales de la

mente. Ellas son las que ahora quiero comentar.

De ti he aprendido la lección más importante para

todo el que aspira a una vida intelectual medianamente

eficaz: que sólo es vivo y verdadero nuestro saber cuan

do,

  sin poner en duda nuestra posibilidad de conocer

algo con firmeza, contemplamos como permanente pro

blema aquello que sabemos o aprendemos. El haber de

nuestra mente está en gran parte edificado con guijarros

de aluvión, rutinariamente aceptados como evidentes de

suyo o impuestos al ánimo por la sugestiva influencia

de la novedad . Por eso, la ardua y constante discrimi

nación entre la usualidad, el deslumbramiento y la evi

dencia es una de las primeras reglas de la vida intelec

tual, si no la primera. Así lo he entendido yo, viéndote

muchas veces indagar, con denodada resolución, los úl

timos supuestos históricos y los últimos estratos esen

ciales de una cuestión cualquiera, fuese vieja o reciente.

De ejercitar modesta y discentemente tal hábito ha

nacido este libro. Había de ser la primera parte de otro

mayor, dedicado a comprender con mente histórica y

alma española la llamada "generación del 98", Así

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como mi estudio acerca de Menéndez Pelayo fué pre

cedido de unas reflexiones sobre el problema de la bio"

grafía, juzgué conveniente meditar sobre el problema

historiológico de la generación antes de meterme a des

cribir las vicisitudes y andanzas de una de ellas, aun

que fuese tan reciente y aireada como esta del 98. Tenía

yo en mi espíritu o creía tener una idea de lo que es una

generación histórica: vestigios de esa idea quedan es

parcidos en mis escritos, tantas veces volanderos o ur

gidos por diversos apremios, y muy especialmente en

unos artículos que bajo el título "Tres generaciones y

su destino" publiqué durante el inolvidable estío de 1937.

Mas cuando me he hecho radical problema de aquella

idea mía, la he hallado harto insuficiente y más que me

nesterosa de revisión. Entré en lecturas, acampé reite

radam ente en las zonas caliginosas del problema , es

cribí,

  taché buena parte de lo escrito, volví con humil

dad a la tarea, medró el volumen de mi engendro, y lo

que había de ser introducción metódica al estudio de

una generación, se ha convertido en libro hecho y dere

cho sobre el tema de las generaciones. No pretendo con

él haber dejado exhausta la cuestión, ni le creo en fran

quía de rectificaciones y pulimentos; aspiro, eso sí, a

situar este problema en su lugar natural y a tratarlo

conforme a su peculiar índole.

Otra lección tuya, Xavier, late en estas páginas: la

obediencia al imperativo del concepto. El saber humano

comienza por ser puro asombro y vaga intuición adivi

natoria; no merece, empero, la preclara dignidad de su

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nombre, mientras lü originaria intuición no se ha con

vertido en concepto riguroso, bien articulado, completo,

transparente, escueto de aristas. No trato de negar el

enorme valor histórico de los intuitivos y metaforistas

geniales, como lo fueron, por ejemplo, Nietzsche, DiU

they y Bergson; pero su mérito intelectual y su eficacia

histórica no llegan a los de esos acuñadores de concep

tos que saben aunar en sus obras la gracia de la fecun

didad y el heroísmo de la ascesis: el mérito y la eficacia

de Aristóteles, Santo Tom ás, Galileo, Descartes o K ant.

Casi me arrepiento, abrumado, de haber traído los

anteriores nombres al atrio de este librejo, y aún más

de haberlos escogido como modelos, "Verm is sum." Ni

siquiera m e reconozco con derecho a cobijarme bajo la

fronda de árboles tan venerables, porque la personal

insuficiencia unas veces, la prisa otras, la pereza algu

nas y'—'¿por qué no decirlo?— 'Una invencible debilidad

de escritor por la digresión, el adjetivo y la metáfora,

me han vedado la severa observancia del mandam iento

que antes proclamé. M as ni la parvedad de mi aliento

ni la blandura de mi ánimo, logran apartarme de reco

nocer la excelencia de un mandato cuya grandeza, tú,

Xavier, me has hecho sentir con fuerza por mí no co

nocida.

La inquietud problema tizante—perdóname el voca

blo,  en gracia a su expresividad*—, la lectura de todo

cuanto sobre el tema ha venido a mis manos, cierta pre

ocupación conceptual y la instante p resión del tema mis

mo,  tan vivo y actual para todos los conmovidos por la

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Historia, han hecho crecer y configurarse este pequeño

libro.

  ¿Merecerá alguna atención? ¿Se perderá su me

nuda vo¿ entre el estruendo de las armas, éstas armas

de la destrucción y de la tiniebla? Muy vivamente lo

temo.  Mas tampoco debemos cerrar el corazón a la es

peranza. Tam bién es posible que algo quede del esfuer

zo cumplido hoy por quienes, como tú, como yo, como

otros españoles, como muchos cristianos de este mundo

amenazado ~-dé jame compensar mi pequenez con la

valía y la muchedum bre de los otros—*, no tenemos otras

armas que ceñir sino aquellas que nuestro San Pablo

ofrecía a los romanos: las armas de la luz.

PEDRO

  LAÍN

  ENTRALGO.

Madrid, en el Segundo Domingo de Adviento de 1944.

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N O T A S

I

Tal vez moleste a los puris tas del len

guaje ver escri ta la palabra "generacio

nal" . Deben pensar que , usado é l sus

tant ivo "generación" para expresar téc

nicamente un concepto his toriológico, el

adjet ivo "generacional" era inevitable,

aunque no lo reconozca la Academia . Y,

por otra parte , cuando de excepción se

der iva "excepcional" , de nación "nacio

nal" , de función "funcional" y de funda

ción "fundacional" , ¿por qué no decir

"generacional" para expresar lo re la t ivo

á las generaciones?

II

Dificultades de orden tipográfico impi

den que la transcripción de los vocablos

gr iegos a nues t ra graf ía sea enteramen

te correcta. Por una parte , el s igno de

cantidad sobre la e y la o cuando co

rresponden a la  eta  y a la  omega  no es la

barra, s ino el acento circunflejo. Por otra,

ha habido necesidad de prescindir de los

acentos sobre la e y la o cuando trans

criben a la

  eta

  y a la

  omega.

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CAPÍTULO I

EL APOYO DEL HOMBRE EN LA HISTORIA

EL HOMBRE COMO SER HISTÓRICO

V_y

 O más o menos hondura, precisión y elegancia, to

dos hemos pensado o escri to desde hace no pocos dece

nios esta gastadísima verdad: "el hombre es un ser his

tór ico". Un  zóion histotikón,  como diría un helen o,

dicen los helenopedantes y decimos, que la sinceridad

nunca sobra, los helenoaprendices. Lo cual es decir

muy poco, si la frase queda en rótulo, o muy mucho, si

vale como definición acabada. Porque el hombre es,

ciertamente, un ser histórico, pero también es un ser

eterno. Más aún: su modo de ser un ente histórico, su

humana historic idad, es r igurosamente incomprensible e

inexplicable sin su condición de ente inmortal y eterno,

sin su humana inmortal idad y eternidad.

Quede ahí e l sobrecogedor problema de las re lacio

nes entre la historicidad y la eternidad del hombre, y

miremos más cavilosamente el doble filo semántico de

17

2

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la perogrullesca aserción citada: "el hombre es un ser

histórico". ¿En qué sentido es el hombre un ser his

tórico?

Es histórico el hombre en cuanto

  hace la Historia.

Desde que se conserva memoria de sus vicisi tudes, el

hombre ha sido y sigue siendo lo mismo: hombre. Pero

el modo de ser hombre, por obra del l ibre albedrío que

distingue a los/ hu m ano s y de una ra ra ne cesidad que

les impele, ha ido cambiando con el t iempo. Esas mu

danzas en el modo de ser hombres que los hombres, sin

dejar de ser tales, han ido experimentando, consti tu

yen lo que l lamamos su "Historia". En cuanto el hom

bre  hace  esa Historia suya, esto es, en cuanto es hombre

mudando l ibre y menesterosamente el modo de serlo, es

un ser histórico.

Es histórico el hombre, por otra parte, en tanto

cuenta historias:  quiero decir, en cuanto  escribe la His

toria.  Las mudanzas en el modo de ser hombre sólo se

hacen "H isto ria" — pasan a ser "h istóricas"— por el

hecho de que un hombre las cuente o relate. Según su

etimología, "historia" vale tanto como investigación o

exploración, mas también es el relato de lo que se ha

aprendido o invest igado. Es precisamente el hombre,

entre todos los seres, el que t iene esta extraña tendencia

a contar lo que le va ocurriendo y lo que ocurrió a quie

nes ya murieron; y esta condición de narrar las vicisi

tudes propias y ajenas hace doble y más complejamente

verdadera la ya repetida frase: el hombre es un ser his

tórico.

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con que fué pintado un paisaje pueden estar hechas con

la tierra de ese paisaje mismo, pero no por ello dejará

de ser el cuadro consti tutivamente  exterior  al trozo de

naturaleza que representa. A ese últ imo centro de la

vida humana en el cual y desde el cual se proyectan y

se contemplan las mudanzas del propio vivir y del vivir

ajeno es a lo que suele l lamarse  espíritu.

Quiere todo ello decir que los hombres sienten, per

ciben su propio mudar. De otro modo no podrían con

tar lo y, probablemente, tampoco hacerlo. Pero el sen

timiento de la propia mudanza*—o, cuando menos, el

modo expreso de ese sentimiento, la "cuenta" que el

hombre se da de él , como suele decirse—varía según

la índole personal y la situación histórica del sujeto que

la percibe. Me refiero, como es obvio, a las mudanzas

en el propiq exist ir que en virtud de su carácter más

genuinamente "histórico" son compart idas simultánea

mente por varios hombres: una guerra , un cambio de

régimen, una crisis política cualquiera; y no a las in

transferibles vicisi tudes de la propia intimidad personal.

Siempre, frente a un suceso polí t ico cualquiera, unos

pensarán que "se armó la gorda" y otros dirán "aquí no

ha pasado nada" .

Un ejemplo. Para los hombres atentos a la zona más

superficial de la Historia, los años que transcurren en

tre 1868 y 1875 son marco cronológico de mudanzas

nada l ivianas en la vida histórica de los españoles. Mu

chos pensaron que la revolucioncita de 1868 cortó el

hilo de la  auténtica  historia española, y por eso pudo

2

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decirse luego que la Restauración vino a "reanudar la

Historia de España". Instalado en otra visión de la

Historia, piensa Unamuno, en cambio, que la vicisi tud

histórica castizamente l lamada "la Gloriosa" fué sólo

un accidente ajeno a la  verdadera  historia de España.

"No fué la restauración de 1875—dice—lo que reanudó

la historia de España; fueron los millones de hombres

que siguieron haciendo lo mismo que antes, aquellos

millones para los cuales fué el mismo el sol después que

el de antes del 29 de septiembre de 1868, las mismas

sus labores, los mismos los cantares con que siguieron

el surco de la arada. Y no reanudaron en real idad nada,

porque nada se había ro to"

  2

.

LOS PROBLEM AS DE LA HISTORIOLOGIA

Hemos de pensar , por tanto, que en la total interro

gación planteada a la mente por las mudanzas del hom

bre que l lamamos  históricas^*las vicisitudes de un a vid a

humana compart idas por otros, merecedoras de que se

las re la te y efect ivamente narradas o relatadas—cabe

distinguir una triple estructura.

1.

  E st á en primer término el problema de  lo que

en sí misma sea esa mudanza^su índole y su alcance—

respecto al real y verdadero ser del hombre. A la onto-

2

  "En torno al casticismo",

  Ensayos,

  ed. de Aguilar, I, 20.

21

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logia y a la teología de la Historia toca debatirse en

torno a este problema cardinal.

2.

  C ons t i tuye un segu ndo problema la

  vivencia de

esa mudanza

  por p art e del hom bre qu e la prom ueve, la

padece o, más senci l lamente, la experimenta. Muchos

españoles sintieron que su modo de exist ir cambió con

el tránsito del régimen monárquico a la República

de 1931. ¿Cómo vivieron aquellos españoles'—los agen

tes y los pacientes^el cambio experimentado por su

vida? ¿Qué  cuenta  se dieron de él? ¿Qué alcance le con

cedieron? ¿Cómo lo estimaron? Las memorias, las cró

nicas,

  las cartas y, en general , todos los documentos

autobiográficos son las "fuentes" en que puede saciarse

la sed de saber que esas preguntas delatan. Construir

la teoría de la referida vivencia es tarea perteneciente

a la psicología del acontecer histórico.

3.

  El tercer problem a que ofrece el m ud ar histó

rico viene planteado por  la vivencia refleja de esa mu~

danza en la conciencia del historiador.  Puesto un his

toriador actual ante la vicisi tud de la historia de Es

paña l lamada "Restauración de Sagunto", ¿cómo la ve,

cómo la valora, cómo la describe desde su concreta si

tuación de hombre y de historiador? Más aún: ¿cómo

debe verla, valorarla y describirla? La ciencia que nos

enseña a dar respuesta idónea y suficiente a estas pre

guntas recibe el nombre de Historiografía o doctrina

sistemática del relato histórico. Y el conjunto de estas

cuatro discipl inas del saber^Teología de la Historia ,

Ontología de la Historia , Psicología de la Historia , His-

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tor iografía—const i tuye la más general que Ortega, con

evidente acierto, propuso l lamar

  Historiología

  o ciencia

general del acontecer histórico.

MODOS DE VIVIR LA MUDANZA HISTÓRICA

Esta visión panorámica, casi baedekeriana, de los

problemas que la mudanza histórica plantea, no sirve

aquí sino de soporte a otra meditación más próxima al

tem a d e mi libro. M e refiero al m odo d e sentir el ho m

bre esa peculiar mutación de su existencia que l la

mamos acontecer histórico. Puesto que, como sabemos,

varía con la índole personal y con la situación histórica

de cada hombre su modo de percibir directa o refleja

mente—como actor o como historiador—las mudanzas

en su modo de existir que constituyen el curso de la

Historia, ¿cabe dist inguir en esa variedad modos gené

ricamente dist intos? ¿Puede ser reducida a unos cuan

tos  modos típicos  la enorme variabil idad que forzosa

mente presenta la percepción de las vicisi tudes histó

ricas propias o ajenas? ¿Cómo siente el hombre la in

serción de su existencia en el tiempo histórico?

Tal vez consigamos una respuesta aceptablemente

ordenada y suficiente analizando la vivencia básica de

ese elemental sentimiento del exist ir humano: la viven

cia del  apoyo  que el hombre tiene en su propia situación

histórica.

23

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LA SEGURIDAD COMPLETIVA

Hay épocas históricas en las cuales se cree el hom

bre más seguro de si mismo, más suficiente. Hay en ellas

un más denso y firme arraigo de los hombres en su pro

pia si tuación. Sienten que su vida está seguramente apo

yada en la Historia, y esta seguridad les hace ver en

su propia época una suerte de madurez, como si los

tiempos hubiesen alcanzado ya una altura casi defini

t iva. El correr de los años no es entonces carrera con

sunt iva y apremiante , s ino mansa y previsible andadura

del hombre sobre la planicie de su t iempo. No se t iene

prisa ni se conoce la provisionalidad, y los hombres ven

su misión histórica en continuar y completar la obra

de sus padres . Tiempos conservadores , gobernados por

hombres de senescente madurez: son las "épocas de

historia aburr ida", que Montesquieu consideraba tan fe

lices.  La juventud no t iene entonces valor por sí misma:

es un modo deficiente de ser hombre, un "todavía no",

y el brote de las generaciones apenas alcanza relieve

histórico. Ortega habló de "épocas cumulat ivas". Tal

vez sea preferible l lamarlas  épocas completivas,  si se

atiende a la conciencia que el hombre tiene de completar

o perfeccionar un modo de existir sentido como casi

suficiente.

No debió ser otra la conciencia del romano en la

época de Augusto. Virgil io, por ejemplo, t iene la segu

ridad de habitar en un mundo histórico firmísimo, casi

definit ivo. Las murallas de su ciudad son para él  áltae

24

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moenia Romae,  bast iones seguros de una urbe que, para

dar hechura y consistencia históricas al mundo, se alza

entre todas

quan tum lenta solent ínter viburna cupressi,

(Egl.  I, 25.)

como el ciprés sobre el flexible mimbre. Todavía en

tiempo de Plinio el Joven, antes de que se advirt iesen

gérmenes de podredumbre en los cimientos mismos de

Roma, podía escribirse así: "Me deleita que, como la

cierta ca rre ra de¡ los astro s, así esté disp ue sta la vida

de los hombres, los viejos sobre todo"  {Ep. III,  1). El

curso temporal de la existencia humana se le ofrece

entonces al romano con una suerte de seguridad cósmi

ca. La

  res publica

  tiene un orden casi tan firme como una

res  coelestis,  como un sistema sideral.

También cree estar a los a lcances de una edad se

mejante el español del siglo xvi, cuando parece ir lle

gando a su siempre inacabado céni t nuestra empresa

imperial:

Ya se acerca, Señor, o ya es llegada

la edad gloriosa...,

escribirá e l animoso Hernando de Acuña. Y otro tanto

puede decirse del francés a fines del siglo xvn. No es

un azar lingüístico que la palabra con que el francés

moderno ha expresado el sentimiento de sentirse seguro

2 5

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EL OPTIMISMO DEL PROGRESO

No es este el único modo de sentir la mudanza de

nuestro existir que solemos llamar tiempo histórico.

Otras veces, en las épocas sentidas como  progresivas,

y a merced de una más o menos explícita creencia de

su alma, pone el hombre esa venturosa "madurez de los

tiempos", hecha ya flagrante utopía, en una hora siem

pre por venir. Vive entonces a la vez oprimido y espo

leado por una rara conciencia de tránsito y provisiona-

lidad, como si cada época sólo adquiriese valor y fir

meza por acercarse sucesivamente a esa futura, siempre

inasible plenitud; la cual, a diferencia de la  plenitudo

temporis  del Crist ianismo, asienta en una remota y espe

rada posibilidad de la existencia

  natural e histórica

  del

hombre, y no en un modo   sobrenatural y gratuito  del

humano existir . El hombre se apoya entonces en su si

tuación histórica sólo fugaz y apresuradamente, para

saltar desde ella hacia otra ulterior, más próxima al de

seado "estado final" en que se cree y se espera.

Así ha sucedido, por ejemplo, mientras dominó en

las almas el progresismo de los siglos xvm y xix, tanto

en la forma positiva de los comtianos y spencerianos,

como en la metafísica de Hegel y los suyos, o en la ma

terialista del marxismo. Este desmedido optimismo pro

gresista, esta fe quiliástica en el despliegue espontáneo

de la mera  naturaleza  humana a lo largo de la Historia

apuntan con el orto de los l lamados "siglos modernos"

y se configuran con precisión en la primera mitad del

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décimooctavo, por obra de Fontenel le , del Abate de

Saint-Pierre , de Turgot , de Voltaire . Léase el  Esqaisse

de Condorcet y se advert i rá con plena clar idad el re

flejo de esta actitud del hombre sobre la obra del histo

r iador. Las nueve épocas que Condorcet dist ingue en

la historia de la Humanidad, desde que  les homm es sont

réunis en peuplades,

  ha sta el mo mento en que escribe,

el de la Revolución Francesa, son por él consideradas,

más que desde el punto de vista de la si tuación histó

rica en que realmente vive—-"republicano independien

te "  de 1793, perseguido por la propia República—',

desde el creído sueño en una edad dorada a que la

Humanidad se acerca. El t iempo histórico sería una con

tinua carrera progresiva del hombre, de curso más o

menos regular, en derechura hacia una indefinida  der-

niére époque  de luz, libertad y virtud; en la cual, como

con pasmosa fe declara Condorcet, hasta "la duración

media de la vida debe crecer sin cesar". Unos lustros

más tarde, Víctor Hugo, embriagado ya por este vino

de la fugacidad de la Historia y por la fe en la próxima

bienaventuranza, cantará con inigualado entusiasmo el

viaje infinito de la nave del progreso:

splendide, elle introduit les peuples, marcheurs lourds,

dans la comm union des aigles.

EL PESIMISMO DE LA REGRESIÓN

Rudo contraste hay entre la Historia vista desde la

optimista fe del progresista y la que se escribe desde

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el pesimismo antropológico de la contrarrevolución ro

mántica o desde cualquiera de las épocas sentidas como

regresivas.

  Apóyase entonces el hombre en su si tuación

histórica como en una superficie descendente y resba

ladiza, al término de la cual amenaza la caída en una

catástrofe histórica . Donoso, por e jemplo, interpretando

con pesimista y casi protestante l igereza la idea cató

lica sobre el origen del mal, no vacila en afirmar que

"el pecado corrompió en el primer hombre a la natu

ra leza humana"

  i

.

  De ahí que vea en la vida histórica

del hombre una terrible urdimbre de mal y dolor. "El

hombre nace apenas—dice en otro lugar—, y no parece

sino que viene al mundo por la virtud misteriosa de un

conjuro maléfico, y cargado con el peso de una conde

nación inexorable . Todas las cosas ponen sus manos

en él . . . Los pocos que por ventura resisten, comienzan

a andar el camino de su dolorosa pasión, y después de

guerras continuas y de varios sucesos van a parar a la

*  Ensayo,  II, 8 (ed. de M adrid, 1851, pág . 205 ). To m ada a la letra,

esta expresión está con la tesis luterana

  (natura hom inis intrinsice corrupta

est)  y contra la tomista y tridentina, según la cual no fué la secuela del

pecado original una corrupción de la naturaleza humana, sino

  spolatio in

gratuitis, vulneratio- in naturalibus (Summ a,  I, 2, q. 85, a 1). La corrup

ción producida por el pecado original sería de los

  hábitos

  del hombre, no

de su  naturaleza.  Uno de los problemas cardinales de la antropología cató

lica es explicar el alcance de esa   vuíneratio  de modo que no llegue a ser

corruptio naturae.  Si el progresismo peca por pelagiano, la contrarrevolución

—tal vez sin saberlo, como le sucedía al ardiente y bienintencionado Do

noso—peca por maniquea. La idea de una corrupción esencial de la natu

raleza humana por obra del pecado original conduce lógicamente a una

especie de maniqueísmo.

29

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Dist inguen a la mental idad contrarrevolucionaria

(Bonald, Lamennais, Donoso, Lasaulx) dos notas fun

damentales: una antropológica, el pesimismo y la des

confianza del hombre respecto a su actividad puramente

"natural"; otra histórica, la creencia implícita o decla

rada en un más feliz estado anterior, desde el cual, por

obra del pecado, vendría dando la Humanidad dolo

rosos tumbos

  6

. En la historiografía progresista, el cen

tro de referencia desde el cual reciben su más hondo

sentido los sucesos históricos es siempre el esperado

"estado final", la

  derniére époque

  de Condorcet; en la

historiografía contrarrevolucionaria, un supuesto y año

rado "estado anter ior", desde el cual se habría despe

ñado el hombre por obra de su falaz y corrompida l i

bertad. Léanse con cuidado las reflexiones polémicas de

Donoso en torno al origen de las ideas de l ibertad, igual

dad, fraternidad y solidaridad, y se le verá interpre

tar las ,

  bronco y nostálgico, como reminiscencias "de su

cesos acaecidos en aquella época primitiva que precede

a todos los tiempos históricos".

LA INSEGURIDAD CRITICA

Junto a la vivencia completiva, progresiva y regre

siva de las mudanzas históricas propias o ajenas cabe

distinguir, en fin, una vivencia  crítica  del mudar histó

rico.

  Esto es: del propio mudar, en lo que t iene de his

tórico. ¿Cuándo el propio mudar es sentido como crí-

31

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tico,  cuánd o se hace  crisis  la cont inua mudanza? Ortega

contestaba hace poco: "hay crisis histórica cuando el

cambio de mundo que se produce (de una generación a

otra) consiste en que al mundo o sistema de conviccio

nes de la generación anterior sucede un estado vital en

que el hombre se queda sin aquellas convicciones, esto

es,  sin mundo. El hombre vuelve a no saber qué hacer

porque vuelve a de verdad no saber qué pensar sobre

el mundo. Por eso el cambio se superlativiza en crisis

y t iene el carácter de catástrofe"

  7

. De otro modo: sién

tese como crít ica una mudanza histórica cuando, al tér

mino de ella, no puede apoyarse la existencia en la pro

pia si tuación. Los supuestos básicos con que uno se

orientaba en la si tuación anterior, las creencias y con

vicciones  históricas  sobre que se apoyaba

  8

, son radi

calmente insuficientes para dar cuenta de la situación

a que tras la "mudanza crí t ica" l lega la propia exis

tencia.

Aparece entonces ante los hombres con patencia y

dramatismo excepcionales la constitutiva imprevisibili-

dad de su dest ino. No importa que los soportes natu-

7

  Esquema de las crisis,  Madrid , 1942, pág . 38 .

8

  Su br ay o con toda de l ibe rac ión l a pa lab ra

  históricas,

  para indicar en

qué me apar to de la doc t r ina or teguiana . Creo que e l hombre es capaz de

creenc ia en rea l idades t rans o sobrehis tór icas . En e l t ránsi to de la Edad

Media a los t iempos modernos no fa l la la c reenc ia en un Dios persona l ,

uno y tr ino, sino, a lo sumo,  un modo histórico—el me diev al, y sólo en lo

que tenía de medieva l—de creer en la rea l idad sobrehis tór ica de un Dios

persona l , uno y t r ino . La

  devotio moderna

  difiere de la

  devotio antiqua

  sólo

en ser forma histórica dist inta de  una misma  devoción.

32

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rales de ese destino—complexión y salud del cuerpo y

del alma, medio físico en que transcurre la vida, etcé

tera—sean óptimos, ni que la voluntad se aplique con

tenaz energía a cumplir los propios planes de vida; ni

siquiera que la fe religiosa sea viva y operante, si esa

fe no l lega a conceder una "santa indiferencia" abso

luta. El hombre corriente y moliente no se apoya sólo

en su cuerpo (naturaleza viviente), en su suelo (natu

raleza cósmica) y en su cielo (fe religiosa), mas también

en su t iempo, en su propia época; y cuando ésta se con

mueve, su vida tórnase tan incierta como cuando t iem

bla la tierra bajo el pie. Nadie podrá edificar su casa

sobre el seísmo, por inteligente que sea el plano y firme

la piedra de construcción, ni logrará dar coherente he

chura a su vida durante una época estremecida y cr í

t ica, por recias que sean su naturaleza y su voluntad.

Los años y los días son entonces desiguales e imprevis

tos,  yérguense las generaciones con acusado perfi l y el

ser joven, a diferencia de lo que acontece en las épocas

que l lamé completivas, se convierte en necesidad o en

consigna hasta para muchos sexagenarios. Domina a los

hombres, incluso a los que descansan sobre una t radi

ción, una rara y dúplice conciencia de inseguridad y de

adanismo. Tanto vale esto como decir que esos hombres

son desgraciados y orgullosos: les da infelicidad el sa

berse permanentemente amenazados por lo desconocido

y orgullo el sentirse cada día a la cabeza de un siglo

inédito. ¿Cómo no recordar el orgullo y la infelicidad

del revolucionario europeo en el tiempo incierto de 1790

33

3

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a 1848, o el dolor esperanzado y combativo, dramático

y edificante, de tantos hombres de nuestra época?

Otras veces sobrecoge al hombre una entrañable

nostalgia o le espolea un exultante afán de aventura.

La desazón que forzosamente inocula en el alma la sú

bita presencia del misterio del tiempo histórico es para

unos signo de t iniebla y para otros vislumbre de aurora.

No se entendería la obra de Quevedo sin tener en cuen

ta la amarga y desengañada nostalgia del hombre que

ve cuartearse su vivienda histórica. La constancia del

tema de la muerte y aquel sentimiento suyo de insegu

ridad existencial , tan patente a veces:

¿Quién, cuando con dudoso pie, y incierto

piso la soledad de aquesta arena

me puebla de cuidados el desierto?

sólo pueden entenderse viéndole instalado en una si tua

ción histórica capaz de inspirar el famoso

Miré los muros de la Patria mía.

Frente a esta nostálgica zozobra, póngase, por ejem

plo,  la esperanza confiada de Acuña en el "Ya se acer

ca, Señor. , .", cuanto se erguía nuestro Imperio, o aque

lla conciencia auroral con que el editor de Galileo enca

bezaba en 1638 los

  Discorsi e dimostrazioni materna-

tiche intorno a due nuove scienze,  del a t lante pisano:

"Di queste due nuove scienze,..—la mecánica racional

y la resistencia de los cuerpos sólidos al desplazamien

to—  in quesío libro si aprono le prime porte."  Ma s c ua n -

34

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do para un hombre se abre una puerta , para otro se

cierra: esas puertas que abrían a la aventura del hom

bre moderno un horizonte nuevo eran las mismas cuya

sombra poblaba de oscuros cuidados el mundo español

del español Quevedo

  9

.

REGRE SIÓN Y CRISIS

Conviene hacer aquí un necesario dist ingo entre la

vivencia del mudar histórico que antes l lamé

  regresiva,

basada sobre un formal pesimismo antropológico e his

tórico, y la que ahora llamo  crítica.  El pesimista de las

épocas percibidas como regresivas—el romántico con

trarrevolucionario, por ejemplo—-siente que su propia

existencia, puesta en aquella situación histórica, resbala

inexorablemente hacia la iniquidad y la destrucción:

recuérdense los textos de Donoso. El hombre que vive

como crít ica su si tuación en la Historia nota con azora-

miento la radical desorientación de su existencia, pero

9

  E n su ya c i tado

  Esquema de las crisis

  hace Or tega una ráp ida , agu

dís ima y v ivaz enumerac ión de las v ivenc ias propias de las c r is is h is tór icas .

La v ivenc ia fundamenta l es la de azoramiento o desor ientac ión: Pe t ra rca ,

e l madrugador Pe t ra rca , hab ló , po r e j emplo , de una  perplexiías animorum.

Esta radica l desor ientac ión puede conducir , según los casos, a l au tof lngi -

mlento de soluciones, a la frialdad escéptica, a la angustia , a la desespe

rac ión (un heroísmo a la desesperada , por e jemplo) , a l c in ismo, a raptos de

fur ia y f renesí , a la amargura , a la res ignac ión, a súbi tas a legr ías y entu

s i a smos o rg iá s t i cos .

1 0

  E n m i  Menérídez Pelago  he in ten tado m ostra r la c la ra conc ienc ia que

tuvo don Marce l ino de v iv i r en una época de c r is is .

35

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se afana por salir de esa desorientación, mediante una

serie de ensayos a tientas, hacia un suelo histórico iné

dito y más firme. El hombre en crisis es un desorien

tado ,

  no un pesimista. Basta leer a cualquiera de los

que en el último tercio del siglo xix perciben la honda

crisis histórica que por entonces apunta-—la crisis del

l lamado "mundo moderno"—-para advert i r con clar idad

esta profunda y sutil diferencia entre crisis y regresión:

Di l they y Brentano, Bergson y Unamuno, Nie tzsche y

Menéndez Pe layo

  10

  sienten o interpretan sus mudan

zas históricas de modo muy dist into que Donoso o Hól-

derl in. "Si uno se pregunta en la actual idad—decía Dil

they—  dónde  tienen puesto su fin las acciones de una

persona individual o las de la Humanidad, pronto apa

rece la profunda contradicción que encierra nuestra épo

ca. Frente al gran enigma del origen de las cosas, del

valor de nuestra existencia y del últ imo valor de nues

tras acciones, no se halla esta época nuestra más orien

tada que un griego en las colonias jónicas o itálicas o

un árabe en la época de Averroes"

  11

. No obstante , este

desorientado Dil they expresará en otra ocasión su se

gura confianza en "la continuidad de la fuerza creado

ra "

  12

  y empeñará su vida en descubrir nuevos horizon

tes al saber filosófico. No es muy distinta la actitud de

Brentano. Sabe muy bien que vive al término de una

1 1

  Ges. Schr.,  VIII, 197.

1 2

  Ges. Schr.,

  V II, 2 91. En mi ulterior exposición de las ideas de D ilthey

acerca de la "generación", podrá verse con claridad el ánimo fimdacional

con que desde su juventud miró su obra filosófica.

38

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CAPÍTULO  n

L A I N S E G U R I D A D D E L H O M B R E

MUERTE,  DOLOR Y F1NITUD

S. i r OR qué el hom bre vive en el con stan te dra m a de

mudar históricamente? ¿Por qué su existencia histórica

es un continuo ensayar formas de vida dist intas?

  Varia

et multimoda  encontraba San Agust ín a su propia vida

y

  ubique inquieta, nusquam secura

  al a lma humana. "Lo

que hace la mutabil idad del hombre en todo el t iempo

de su vida mortal , si es que debe l lamársela vida, es que

se acabe por l legar la muerte", dice en otro lugar  {de

Civ. Dei,  XIII , 10) . Si e l hombre muda en la Tierra ,

piensa San Agust ín, es porque ha de morir , porque su

existencia terrenal es consti tutivamente perecedera, por

que su vivir es un ir muriendo.

Escribía Ortega hace pocos años: "La vida (huma

na) es, por lo pronto, radical inseguridad, sent i rse náu

frago en un elemento misterioso, extranjero y frecuen-

41

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temente hosti l : se encuentra con esas cosas que . l lama

enfermedades, hambre, dolor. . . , con el rayo y el fuego,

la sequía y la lluvia torrencial, con el temblor de tierra,

con el asta que otro hombre le hunde en el flanco; se

encuentra sobre todo con que a las personas queridas, a

los otros hombres, les pasa de pronto una cosa muy

extraña.. . Su cuerpo se queda inmóvil y rígido—-como

mineralizado. Me diri jo al prójimo que me acompañaba

y no me resp on de. Re spo nd erm e es el acto típico y esen

cial en que percibo que existo yo para el prójimo. Aho

ra ya no me responde: he dejado de exist ir para él; por

t an to ,  ya no estoy en compañía con él . Y descubro con

un escalofrío, que con respecto a él me he quedado

solo"

  1

.  Todos es tos desazonadores enigmas y proble

mas son los que obligan al hombre a ensayar frente a

ellos una reacción práctica y una acti tud interpretativa;

una conducta y una ciencia . Esos problemas y enigmas

son, en suma, los que le fuerzan a irse haciendo su pro

pia vida y, por tanto, a mudar, a ir cambiando indivi

dual e históricamente.

Una y otra meditación sobre el mudadizo exist ir del

hombre, la del ardoroso creyente tagasteño y la del

templado espectador castellano, t ienen sin duda una

raíz común. Uno y otro ven la causa del mudar humano

-—comprendido en él esa manera de mudar que l lama

mos "histórica"—en la elemental percepción que el

hombre hace de la muerte y del dolor. Ve morir a los

1

  Esquem a de las crisis,

  págs. 21 y 25.

42

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puede llegar la mano del hombre, por eficaces que sean

las técnicas del desplazamiento local; hay, en fin, un

ingente haz de posibil idades de existencia que el hom

bre puede imaginar , pero no asumir . Nadie me impide

conjeturar lo que pueden ser en sí mismas la existencia

real del caballo y del ángel, o la existencia fantástica

de la sirena y del centauro, o la existencia pasada de

un hombre de Neanderthal , o la existencia posible de

un español en el siglo xxv; pero, de hecho, me está ter

minantemente negada la posibil idad de asumir cual

quiera de esos múltiples modos de ser. La muerte, el

espacio y, sobre todo, el inexorable imperativo de mi

propia identidad—'la necesidad de no poder ser sino

aquello que soy—me convencen eficaz y despiadada

mente de mi finitud. Finitud, grillete del hombre. La

enfermedad, el dolor y la amargura de renunciar nos

irán haciendo penosa y opresora la conciencia de esa

entitativa limitación.

Mas no basta la finitud para que el hombre mude

personal e históricamente. También el animal es un ente

vivo y finito, también está limitado por la muerte, por

el espacio, por la contingencia y por la identidad; y, sin

embargo, el animal no t iene  historia,  en el sentido actual

del vocablo

  2

. En la concreta existencia del hombre hay

2

  Ti en en " his to r ia" e l an im al o la p lan ta en e l sent ido he lénico , e t imo

lógico de la pa labra : e l hombre puede "contar" cosas de uno y o t ra , y eso

es l a "His to r i a Na tu ra l " .

  Pueden tener

  también "his tor ia"-—en e l sent ido ac

tua l de l té rmino—, pero só lo a lcanzan a tener la adje t ivamente , en cuanto

l legan a formar par te de l mundo en que e l hombre hace su v ida . Puede

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que al mismo tiempo advierto, con claridad mayor o

menor, que cabe exist ir sin ñnitud. Ese "vaciado" de

infinitud posible en que ontológicamente descansa mi

finita existencia puede ser también concebido real y po~

sit ivamente: es, mirado desde la menguada mente del

hombre, el singular "sobreser" que l lamamos  Dios.  La

revelación nos dirá luego que el "sobreser" infinito de

Dios es el creador  ex nihilo  de todos los seres finitos.

Hay, por tanto, en la existencia lúcida del hombre

una sutilísima y entrañable tensión entre el sentimiento

de la propia finitud y la posibilidad de concebir modos

de ser—el modo de ser de ese "sobreser" que l lamamos

Dios—no sujetos a la finitud que nos encadena. ¿Qué

nombre dar a esta tensión ontológica? Los hombres han

elegido vocablos cuyo significado dentro del lenguaje

vulgar y cotidiano fuese capaz de expresar o sugerir

la limitación a que se ve forzado un ser capaz de con

cebir modos de ser ontológicamente trascendentes del

suyo.  Unos, como San Agust ín y Unamuno, han ha

blado de

  enfermedad;

  otros, como K ierke gaa rd y Hei~

degger , de  angustia;  quiénes, como Donoso, de  conde

nación

  3

.

3

  C ua nd o He gel d i jo : "El que está con den ado po r Dio s a se r f ilósofo ... ",

no se refería , en

  el fondo,

  a cosa d is t in ta de esa " tensión " onto lóg ica en t re

la finitud sentida y la infinitud concebida como posible . Es fi lósofo aquel a

quien se hace c la ro e l  problema  de su pr op ia finitud.

46

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EL HOMBRE, "ANIMAL ENFERMO"

En cuanto San Agustín se enfrenta con su propia

vida, esto es, con la vida del hombre en este mundo,

pronto descubre en el la una nota fundamental : la "in

quie tud",  Inquietum est cor tneum,  escribe en el primer

capítulo de sus  Confesiones  y repite con largu eza en

otras partes. Esta "inquietud", ingéni ta en la natura

leza humana tras la culpa original, se expresa psicoló

gica y éticamente como una continua lucha del hombre

consigo mismo. Con singular energía lo expresa San

Agus t í n :  Exsutgit, opprimo; renititut, refreno; repag-

nat, expugno...: quis in me seminavit hoc bellum? (Con

tra JuL,  V, 7 ,  26).  Po r el pecad o se apa rtó vo luntaria

mente el hombre del lugar ontológico que en el orden

total de la creación le estaba asignado. Por eso su vida

será inquietud permanente e interna lucha mientras la

gracia no le devuelva, redimido y renovado, al puesto

que perdió. La instancia promotora de esa constante

lucha que es la vida terrena se l lama "concupiscencia",

y el estado del hombre a ella sometido es  aegritudo,

"enfermedad". "Nacer aquí en cuerpo mortal , es co

menzar a estar enfermo", exclama San Agust ín   (En. in

Ps„  CII , 6) ; y en otro lugar insiste : "No te juzgues

s a n o . . .

  pues larga enfermedad es esta vida"

  (Serm.,

L X X X V I I , 4 ) .

El pecado original es la causa de esta esencial

aegritudo,  piensa Sa n A gu st ín, y la inquietud su sínto

ma permanente. Pero el daño fundamental de la enfer-

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Mas no es esto sólo la conciencia. Tiénela el hom

bre en cuanto es t i tular de un modo de ser l lamado   es

pirita,  una de cuyas notas esenciales consiste en la trans

mundanidad, en ser dist into del mundo y poder enca

rarse con él . Y desde el momento en que el hombre

se siente distinto del mundo, ¿no aspirará a ser y a

vivir según un modo de ser y vivir distinto del que en

el mundo ve? Por lo menos, así lo piensa Unamuno;

"así que un espíri tu animal, desplacentándose del mun

do ,

  se ve frente a éste, y como distinto de él se conoce,

ha de querer otra vida que no la del mundo mismo"

  9

.

Ahora vemos claramente, más claramente quizá que

su propio autor, el sentido de las palabras de Unamuno*

La conciencia puede ser l lamada "enfermedad" porque

mediante ella advierte dolorosamente el hombre la ten^

sión que en su ser existe entre el sentimiento de ir mu

riendo y un ansia de vivir más allá del mundo, de exis

t ir plena e inacabablemente. "El hambre de Dios, de

sobrevivir, nos ahogará siempre ese pobre goce de la

vida que pasa y no queda"

  10

. La enfermedad del hom

bre es tener hambre de Dios: de ahí que ella sea tam

bién el aguijón que le incita hacia un nuevo y más vigo

roso modo de sa lud. "¿En fermedad ?— pregunta U na

mun o — . T a l v ez; pero quien no se cuida de la enfer

medad descuida la salud, y el hombre es un animal esen

cial y sustancialmente enfermo. ¿Enfermedad? Tal vez

9

  S.  t.  III  (Ensayos.  II, 692).

1 0

  S.  t,  III  (Ensayos,  II, 694).

51

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lo sea, como la vida misma a que va presa, y la única

salud posible, la muerte; pero esa enfermedad es el ma

nant ia l de toda salud poderosa"

  n

. Esta tan agust i -

niana interpretación de la "enfermedad" antropológica

es lo que permite a Unamuno ver en la existencia his

tórica del hombre•—la "enfermedad del progreso", le

hemos oído l lamarla—"el camino de Dios, de l legar a

E l,

  de ser en El"

  12

.

Coinciden San Agust ín y Unamuno en ver a l hom

bre como un "animal enfermo". Coincide también su

modo de interpretar esa "enfermedad". Los griegos l la

maron al hombre "animal locuaz" o dotado de  logos,  y

los lat inos, traduciendo a su modo el dicho helénico,

"animal racional", que vale tanto como decir animal

calculador. Más tarde le dirán "animal sapiente" y "ani

mal instrumentífico" o hacedor de instrumentos. San

Agust ín y Unamuno, e l afr icano padre de Europa y el

vasco europeizado y africanizante, prefieren bucear en

la profundidad y atienden más al modo de hablar y

saber que al hecho mismo de que el hombre hable y

sepa. Si el hombre habla según su modo de hablar y

sabe según su modo de saber, es porque en los senos

1 1

  S.

  (. ,

  II I

  (Ensayos,

  II, 692).

1 2

  S.  t.,  II  (Ensayos,  II, 671). Mídase en estas últimas palabras la dis

tancia inmensa que hay entre la consideración religiosa y, a la postre, opti

mista que Unamuno hace de la "enfermedad humana", y el pesimismo radical

de la tesis de Klages. La perturbación que el "espíritu" produce en la vida

del "alma" no tiene ningún sentido dentro del pensamiento de Klages, y

mucho menos ese sentido salvador que vemos en los textos de Unamuno.

52

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FINITUD Y ANGUSTIA

La desequilibrada tensión de nuestra existencia en

tre la finitud sentida y la infinitud supuesta es también

lo que Kierkegaard y Heidegger l laman

  angustia.

  M í

rase Kierkegaard a sí mismo y se ve como "una criatu

ra creada de finitud e infinitud y siempre, por tanto, en

un estado de tensión"

  15

. Es este un pensamiento insis

tentemente repet ido por aquel a quien Unamuno l lama

ba "el hermano Kierkegaard". Esa tensión entre f ini tud

e infinitud es precisamente la que existe entre la tem

poralidad y la eternidad del hombre: "El sujeto exis

tente—dice en otra ocasión el danés—es eterno, pero

en tanto que existente es temporal"

  16

. ¿Cómo se le ma

nifiesta al hombre esa su entitativa tensión entre finitud

e infinitud, entre temporalidad y eternidad? Después del

pecado original , piensa Kierkegaard, esa tensión se re

vela como  angustia

  17

. "En lo más íntimo del hombre ha

bita siempre la angustia ante la idea de pasar inadver

t ido a Dios. . . El sentirse junto a muchos, unido a ellos

1 5

  Abschliessende unwissenschaftliche Nachschvitt,  t rad . a lem ana de

Got tsched, pág . 179.

™   Ibid.,  pág. 169.

17

  K ie rk egaa rd admi te que t ambién en l a inocenc ia de A dá n hab ía una

c ie r t a angus t i a . "Soñando p royec ta e l e sp í r i tu de an temano su p rop ia rea l i

dad, pero esta rea l idad es nada ; y la inocenc ia ve cont inuamente de lante

de s í esa nada"  (El concepto de la angustia,  t rad . esp . , pá g . 65 ) . Si tuarse

ante la propia n ih i l idad ser ía e l supuesto onto lógico de la angust ia . "El

e fec to de l pecado o r ig ina l—añade Kie rkegaa rd—o la ex i s t enc ia de l mismo en

e l indiv iduo es una angust ia que só lo se d i fe renc ia cuant i ta t ivamente de la

d e A d á n "  ibíd.,  p á g . 8 1 ) .

54

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con vínculo de sexo o amistad, disimula tal vez esta

angustia. Pero, a pesar de todo, la angustia continúa,

y uno apenas es capaz de ponerse a pensar lo que le

ocurriría si se quedara solo"

  18

. Más claramente que en

otros textos aparece en éste la raíz ontológica de lo que

la angust ia es para Kierkegaard. Angust ia a l hombre

el temor de pasar inadvert ido ante Dios y, por tanto,

quedar reducido a la nada de su origen, no ser eterno.

Con otras palabras: la angustia es el temor de que la

muerte sea para la propia existencia, además de muerte,

aniquilación, reducción a la nada. Esta esencial rela

ción entre la angust ia y lo que "puede acontecer"—con

el futuro, en últ imo extremo—la convierte, según ve

remos, en el motor humano de la Historia. Si la angus

tia es el temor del hombre a que Dios no le vea, la

acción histórica  viene a ser el recurso del hombre para

que Dios le vea.

La "enfermedad" de la existencia humana es la an

gustia de su propia finitud. El hombre se angustia ante

el riesgo de ser totalmente perecedero sabiendo que,

cuando menos ,  puede  y  quiere  no serlo. Estas dos fra

ses resumen cuanto Kierkegaard y Unamuno nos dicen

acerca de la "enfermedad" o de la "angust ia" que el

ser del hombre padece. Su sentido ¿será también el sen

tido de la  angustia  heideggeriana?

La angust ia , viene a decirnos Heidegger

  19

, es él

Die Tagebücher,

  trad. alemana de Haecker, I, pág. 249.

Sein und Zeit,  págs, 180, sqq.

55

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fundamental temple de la existencia humana, el modo

de hallarse a sí misma cuando se si túa ante la unidad y

la totalidad de su propio ser. La existencia del hom

bre t iene la curiosa condición de "encontrarse o hallarse

a sí m ism a": en cué ntras e, a sí misma triste o aleg re,

exal tada o deprimida, dispuesta o perezosa. Pero todos

estos modos de encontrarse a sí misma los advierte

o infiere nuestra existencia cuando va haciéndose a tra

vés del mundo y sus cosas. En ellos se encuentra a sí

misma la existencia en función de lo que hace. ¿Cómo

se encuentra, cuál es el temple de su ser cuando se

sitúa ante sí misma, no en función de sus quehaceres

en el mundo, sino por lo que ella misma es; cuándo se

coloca ante la unidad y la totalidad de su ser? Vese

entonces la existencia del hombre como un continuo ir

haciéndose distendido temporalmente entre dos cabos:

el cabo inicial del nacimiento y el cabo final de la muer

te .

  Existir humanamente es, por lo pronto, salir de la

nada con el nacimiento e ir acercándose a la muerte, ir

temporalmente muriendo. Y cuando la existencia se ve

así,  instalada fugit ivamente en su propia temporalidad,

rodeada por la nada de que sal ió y amenazada por la

nada hacia que va, su modo de encontrarse a sí misma

es la  angustia.

La "angust ia" heideggeriana es e l supuesto ontoló-

gico de las consideraciones psicológicas de Kierkegaard

sobre la angustia del hombre y el modo de ser corres

pondiente a la idea unamuniana del hombre como "ani

mal enfermo". Hay, no obstante , una mínima, pero de-

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via, después de lo expuesto: cuando la existencia se

comprenda a sí misma, relativamente a ese su poder ser,

teniendo a su vista la muerte: "con la muerte bajo los

ojos" ,  dice gráfica y vigorosamente Heidegger

  23

;

sin que la muerte al ojo estorbo sea,

dijo,  desde la pura acción, nuestro capitán Francisco de

Aldana. Fini tud, temporal idad, muerte , historic idad e

Historia son conceptos reciamente trabados entre sí

dentro del agudísimo y coherente pensamiento de Hei

degger. "La historia, en tanto modo de ser de la humana

existencia, t iene sus raíces tan esencialmente ahincadas

en el futuro, que la muerte, como posibil idad la más ca

racterizada de ese exist ir , revierte a la existencia pre

cursora a su condición  facticia  de estar arrojada (a ser

en el mundo), y de ese modo presta a l

  pasado

  su pecu

liar jerarquía en el dominio de lo histórico. El auténtico

ser a muerte, esto es, la finitud de la temporalidad, es

el oculto fundamento de la historicidad de la existen

c ia humana"

  24

.

SEGURIDAD ANIMAL, INSEGURIDAD HUM ANA

Tal vez sea ya posible reducir a clara y ordenada

sinopsis los apuntes de nuestro recorrido. El animal

nace ,

  muda y muerte; pero su mudanza biológica, regida

23

  Sein und Zeit,

 382.

24

  Sein und Zeit,

  386.

59

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por el seguro t imón del instinto, no consti tuye una "his

toria". También el hombre nace, vive biológicamente y

muere; también la vida humana es una mudanza bio

lógica. Pero la existencia concreta del hombre nos

muestra un nuevo modo de mudar superpuesto al bioló

gico o finamente imbricado con él: es el mudar "histó

r ico" ,

  a t ravés del cual van ensayando los hombres di

versos modos de serlo.

¿En virtud de qué muda el hombre históricamente?

La raíz más honda y común de todas las respuestas dice

as í :

  muda el hombre históricamente porque en el fondo

de su ser hay una peculiar "tensión" ontológica, cuya

raíz es el advertimiento de que su vida es un ir mu

riendo. Esa tensión ha sido bautizada en la historia con

distintos nombres, según la si tuación personal e histó

rica del ocasional bautista:  inquietudo,  "agonía" ,  inse-

curitas,

  "angust ia" son ta l vez los más caracter izados.

¿Cómo se expresa de hecho esa desacordada ten

sión ontológica? ¿Cuál es su traducción óntica? Mire

mos de cerca la acción del animal y comparemos con

ella la acción humana. La nota más característ ica de

la existencia animal es tal vez la "seguridad". Hállase

el animal en permanente e inmediata conexión funcio

nal con el conjunto de estímulos específicos que le ro

dean y consti tuyen "su" ambiente; y l lega a hacer algo,

rompe a moverse animalmente cuando, directamente

incitada por una cierta constelación de estímulos am

bientales, la potencia vital de uno de sus instintos—ham

bre,  sueño, apeti to sexual, tendencia al movimiento, et-

6

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cétera— alcan za un cierto nivel, que pued e ser l lamad o

"de efectuación". Pues bien: contemplando desde fuera

la conducta de un animal, advertiremos sin esfuerzo que

para él , en el momento de hacer algo, no hay sino aque

llo que hace. Si ponemos a un perro hambriento ante

su pitanza, acude a ella prendido, absorto por el estí

mulo en que el al imento consiste. Condúcese aquel perro

como si entonces no existiese para él cosa distinta de

la presa que le atrae: nada se interpone, por tanto, entre

el estímulo y el apetito, y esta inmediatez entre el animal

y su ambiente—representado en cada momento por la

parcela cuyo estímulo desencadena la reacción instinti

va: presa, hembra, lát igo, etc. '—es,lo que permite hablar

de su "seguridad". El ambiente en que el animal se

mueve le impedirá a veces satisfacer su instinto, hará

incómoda otras esta satisfacción e incluso podrá ser

para él causa de muerte . Pero hasta cuando se mueve

hacia la muerte va "seguro" el animal, porque entonces

no existe para él otro camino sino aquel a cuyo término

ha de morir. Basta tal vez haber contemplado la so

berbia seguridad con que el toro,

  ciegamente

  atraído por

el engaño del matador '—esto es: no viendo entonces

sino ese engaño—, se adelanta amenazador hacia e l

hierro que ha de matarle .

Miremos ahora una acción humana. Hay ocasiones

en que la acción del hombre se acerca bastante a la pura

instintividad de la acción animal: el orgasmo sexual o

el acto de beber un sediento pueden servir como ejem

plo.

  Hál lase el hombre entonces

  casi

  inmediatamente

61

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fundido con la parcela de su mundo que estimula su

movimiento instintivo; pero, desde luego, sólo  casi.  E n

todas las acciones autént icamente humanas—y esto las

separa

  toto coelo

  de las acciones meramente instinti

vas—hay siempre una "distancia" medianera entre e l

hombre y la parcela de su mundo que consti tuye la ma

teria de su acción, y hasta entre el hombre y su acción

misma. He dicho una "distancia", no un "vacío". Ese

hiato está "l leno". ¿De qué? Voy a decirlo con una frase

poética, que inmediatamente trataré de reducir a con

ceptos: ese hiato entre el hombre y lo que hace está

lleno de ensueños; o, mejor aún, de ensueños y de cadá

veres de ensueños.

Cuando el hombre hace algo por su propia volun

tad—describir una carta, montar una máquina o disparar

un arma—, hace ese "algo" porque es lo que entonces

quiere hacer. Quiere hacer aquello, puede hacerlo y lo

hace .

  Bien. Pero ¿quiere hacer el hombre, en el momento

de hacer a lgo,  sólo  ese "algo" que en aquel momento

hace? Basta tal vez preguntarlo para advertir que la

respuesta ha de ser forzosamente negat iva. Táci ta o

expresamente, con turbia imprecisión o con art iculada

lucidez, todo hombre  querría  hacer, en el momento de

hacer algo, muchas más cosas de las que entonces hace.

Sea más precisa la expresión: querría hacer una infini

dad de cosas y, por imperativo de su propia tempora

lidad—la vida temporal del hombre consiste en un ro

sario de acciones anudadas una a una—, sólo   una  le es

hacedera. Entre e l hombre y aquel lo que hace se inter-

62

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pone á modo de impalpable y perturbadora argamasa

todo cuanto quisiera y no puede hacer .

¿Cómo está const i tuida esa masa de ensueños—va-

gos o precisos, urgentes o l ivianos—que el hombre qui

siera y no puede actualizar? Las respuestas individuales

serían extremadamente diversas. Mas también cabe

tomar la pregunta con radicalidad y rigor intelectual.

Quien así se disponga ante ella, dist inguirá en la res

puesta dos ámbitos estrictamente dist intos entre sí .

Veámoslos .

1.

  El ho m bre quisiera hace r, en principio, todo lo

que piensa o sueña que se

  puede

  hacer . O, t ranspor

tando la idea al dominio ontológico: el hombre quisiera

ser todo lo que piensa o sueña que se puede ser. Re

cordemos aquel lo de Unamuno: "quiero ser yo y, s in

dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme la to

talidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a

lo i l imitado del espacio y prolongarme a lo inacabable

del t iempo.. ." Muchos siglos antes había dicho Solón

que cuando el hombre posee lo más que puede poseer,

extiende su mano para alcanzar el doble. Y cuando al

comienzo de la Historia hubieron de ser tentados los

hombres, no les prometió la serpiente el goce de tal o

cual bien concreto, sino la posesión de todos los posi

bles :  "Seréis como dioses", les dijo. De otro modo: el

hombre, en principio, anhela su propia infinitud. Quiere

ser , en expresión de San Pedro, "part ic ipante de la na

turaleza divina"  {II Petr.,  I , 4) , aunque muchas veces

no sepa decirlo con estas palabras.

63

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dianera extraordinariamente compleja. La fracción de

esa zona medianera más próxima al mundo presente

—desde un punto de vista ontológico, ya se entiende'—

está consti tuida por la  idea  de lo que se ve y el  pro

yecto  de lo que se hace. Nada vemos sin interpretarlo

teóricamente y nada hacemos como hombres sin pro

yectar lo precursoramente, aunque la interpretación sea

a veces rudísima o errónea y el proyecto vago o torpe.

La necesidad ineludible de interpretar lo que ve con

ducirá a l hombre a una

  teoría

  del mundo y de sí mismo;

el imperativo de proyectar lo que hace imprime necesa

riamente a lo hecho un cierto  artificio  y da lugar , cuan

do los art ificios están sistemáticamente ordenados, a

esos repertorios de proyectos de acción que l lamamos

técnicas.

Entre todos los ingredientes que "rellenan" el hiato

interpuesto entre el hombre y su mundo, la teoría y el

artificio son los dos ontológicamente más próximos a la

realidad: en el mejor de los casos pueden ser hasta una

adaequa tio intellectus et rei,  como diría un escolástico.

No son, sin embargo, los únicos, aunque sean los más

vivos y operantes. Junto a los ingredientes que el hom

bre inv enta y actua liza — teoría y artificio— están los qu e

crea y se ve obligado a matar: proyectos de existencia

posibles y no actualizados, proyectos de existencia im

posibles y soñados. Una tupida e impalpable mixtura

de teorías, artificios, posibilidades muertas y ensueños

imposibles se interpone siempre entre el hombre y su

mundo, hasta en aquellos momentos en que más vital-

65

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mente se funde con él . Esta movediza zona intermedia

da una radical e ineludible "inseguridad" al contacto

del hombre con su mundo. El animal vive "seguramen

t e " ,  aun en medio de la amenaza, porque en el momento

de hacer algo no hay para él sino aquello que hace. El

hombre vive "inseguramente", aun en medio de la bo

nanza, porque, haciendo su vida, s iente con más o me

nos claridad que podría y querría hacer al mismo tiem

po una infinidad de vidas dist intas de la que hace. Vivir

humanamente es siempre decidirse y resignarse a ser

un  hombre ,  el  hombre concreto y perecedero que uno

es,  pudiendo uno ser mucho más y queriendo ser infi

ni tamente más de lo que es. Por eso puede decir Peter

Wust que e l hombre es un  animal insecurum

  25

, y por

eso Unamuno, siguiendo a San Agust ín, puede l lamarle

"animal enfermo". La "inseguridad" del hombre, como

su original y originaria "enfermedad", proceden de la

misma raíz: la ya descrita tensión discordante entre la

finitud sentida y la infinitud creída o soñada.

La relación del hombre con su mundo l leva siempre

la huella de la inseguridad. ¿Y la relación del hombre

consigo mismo? Está e l hombre inseguro porque, ha

ciendo algo, podría y querría hacer cosas que no hace.

Pero ¿por qué no puede hacerlas? La respuesta es inme

diata . No puede hacerlas porque, siendo hombre, vese

forzado por imperativo de su identidad a no poder dejar

de ser hombre: si yo  sé  algo del águila, no es  hacién-

Ungewissheit uncí Wagn is,  Sa lzb urgo , 1937.

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está entonces con la angustia, y la angustia no es com

pañía buena. "No es bueno que el hombre esté solo",

d i jo Yahvé  (Gen.,  II ,  18)  viendo la soledad de Adán,

y hasta antes de que éste hubiese pecado. Por eso el

hombre no se queda radicalmente solo consigo mismo,

ni siquiera cuando más solo parece estar. Espoleado por

la angustia de su soledad, impelido por esa discordante

tensión de su ser entre la finitud sentida y la soñada

infinitud, el hombre  sale de sí mismo.  Saliendo de sí ,

hace el hombre su vida, se hace a sí mismo; y, a la vez,

busca compañía sosegadora y suficiente a su soledad.

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CAPÍTULO I I I

L A S A L I D A D E S I M I S M O

Ó MO  sale el hombre de sí? ¿Qué compañía busca

y encuentra? Es fácil encontrar una respuesta genérica

a la primera de estas dos interrogaciones: el hombre

sale de sí mismo mediante  la acción.  La acción humana

es el movimiento desde un modo de ser hombre y uno

mismo a otro modo de ser hombre y uno mismo. La

acción de leer un libro, por ejemplo, no me impide seguir

siendo hombre y yo mismo, pero mi modo de serlo es

dist into después de la lectura.

Pero decir que el hombre sale de sí mismo mediante

la acción no es decir mucho, porque la oración y el pen

samiento son acciones, tanto como pueden serlo pintar

un cuadro o comer una naranja . Habremos de pregun

tarnos, en consecuencia, por los modos t ípicos de que

el hombre dispone para salir de sí mismo. Cinco son

estos,

  según mi cuenta.

¿c

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1.  LA SALIDA MÍSTICA

Mueve al hombre a salir de sí mismo la discordante

tensión que en los senos de su ser existe entre la fíni-

tud sentida y la infinitud querida y soñada. Pues bien:

además de  querer  la propia infinitud, puede uno  creer  en

ella. Por la revelación sabe el hombre que está hecho

"a imagen y semejanza de Dios"; y así , para todos

aquel los que verdaderamente creen en la verdad reve

lada, la infinitud no es sólo un concepto o una mera

posibilidad, sino un ser real, el ser realísimo de Dios.

El ser infinito de Dios ha creado de la nada el ser finito

del hombre; pero, haciéndole a su imagen y semejanza,

le dota de una cierta infinitud que podríamos l lamar "de

segunda mano". Más aún: la creación es también per

manente sustentación. Existe e l hombre y sigue exis

t iendo en cuanto su existencia, en su más recóndito hon

dón ontológico, descansa permanentemente en la real i

dad infinita de Dios. El ser de las criaturas, y por modo

eminente el del hombre, echa sus últimas raíces en el

ser creador de Dios. "He aquí que Vos estabais dentro

de mí", dice a Dios San Agust ín

  Conf,,

  X, 27) .

Cuando un hombre sabe creyentemente que en el

fondo mismo de su persona está la realidad personal e

infinita de Dios, dando a su ser últ ima sustentación on-

tológica—esto es, haciendo que  sea^—,  puede muy bien

enderezar su vida hacia la conquista de esa divina infi

nitud desde lo que de infinito hay en su espíritu humano

y creado. El t ipo más puro de estos conquistadores de

7

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su persona hacia los demás—escribiendo, fundando Or

denes rel igiosas, aconsejando a gobernantes, e tc .—exis

te como verdadero actor de la Historia . Cuando el hom

bre busca la infinitud dentro de sí mismo, se pone

  por

encima  del acontecer histórico, se extrahistorinca por

sublimación.

2.

  LA SALIDA INSTINTIVA

Si el hombre puede salir de sí mismo por la vía es

condida de su intimidad, también puede salir de sí y

derramar su existencia por las calientes acequias de su

vida instintiva. El místico sale de sí mismo hacia den

tro;  el hombre instintivo sale de sí mismo hacia fuera.

Quien habitualmente se entrega a la satisfacción de su

instinto, intenta anular la angustia de su soledad

  con

fundiéndose  con las parcelas de su m und o que ocasio

nalmente sirven de estímulo a su vida instintiva: la   com

pañía  se trueca en  confusión.  A ho ra ya no existe en el

alma aquella discordante tensión entre la sentida fini-

tud del vivir terreno y la anhelada infinitud de un vivir

plenario y eterno

  2

; pero así como el místico anula la

sales"

  porque alguien lo contó. Pero, aunque nadie lo hubiese relatado, la

Historia Universal no sería la que ha sido sin esa acción de César. La his

toria del Oriente Antiguo está llena de sucesos muy importantes para el

curso de la Historia Universal, de los cuales apenas tenemos noticia.

2

  La eternidad, segú n Boecio, es a la vez una "vida interm inable" y una

"posesión entera y perfecta" de esa vida.

72

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angustia de esa tensión a fuerza de buscar en sí mismo

la infinitud en que cree, el hombre instintivo intenta ma

tarla sepultándose en la pura finitud de la vida somá

tica

  3

.

En rigor, el movimiento instintivo puro—en cuanto

el hombre es capaz de

 deshombrecerse,

  como decía Q u e-

vedo,

  y cumplir actos instintivos puros—está al margen

de la Historia. Buscar el placer de un plato sabroso,

desvivirse por gozar "fembras placenteras" y compla

cerse en dominar a los otros hombres o al mundo pue

den no ser acciones históricas, sobre todo si el hombre

que las cumple busca exclusivamente el placer instin

t ivo que el puro hecho de cumplirlas l leva consigo. Mas

como la vida del hombre, por imperativo de la propia

naturaleza humana— -esto es, por el hecho de ser el hom

bre una  persona  actual izada a t ravés de un cuerpo—,

está organizada social e históricamente, los actos ins

t intivos humanos t ienen casi siempre una proyección ge-

nuinamente histórica. La economía, la familia, la polí

tica, etc., son los cauces por los cuales llegan a la His

toria los actos instintivos del hombre, hasta cuando éste

quiere limitar a la mera instintividad su salida de sí

mismo

  4

.

3

  Los pan te ís ta s de la  Vida  ("e te rn o re to rno " , f reudismo metaf ís ico , e t

cé te ra ) no vac i la rán en a f i rmar que también sa l iendo de uno mismo por la

vía del inst into se l lega, por "confusión", a una cierta infinitud,

4

  Q uie ro e l iminar de quien me lea un posib le e rror in te r pre t a t ivo . N o

se me ocul ta que todo hombre , por e l hecho de ser lo , sea míst ico o s ibar i ta ,

cumple acc iones inst in t ivas y , por lo tanto , "sa le de s í" por la v ía de la

instintividad. La diferencia está en que el hombre rel igioso cumple la acción

73

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3.

  LA SALIDA AGÓNICA

El místico, dije, sale de sí a fuerza de quedarse con

sigo mismo. Busca a través de sí mismo la sosegadora

e infinita compañía de Dios, persigúela creyentemente

y la encuentra. Pero ¿y el hombre que anhela la infini

tud sin acabar de creer en ella? Quiere creer en Dios,

busca tal vez un descanso en El y no encuentra fuerza

propia ni ajena para creer en algo más que en sí mismo.

Son estos hombres místicos en extravío, angustiada y

inst in t iva con in tenc ión de sa lvac ión—así e l santo en cuanto ta l—, e l pol í

t ico de veras poniéndola a l se rv ic io de su in tenc ión h is tór ica y e l hombre

inst in t ivo con in tenc ión puramente inst in t iva , de puro p lacer . Pero e l hom

bre , por muy inst in t ivo que quiera se r , es s iempre una persona y nunca

puede reduc i rse a un manojo de inst in tos b io lógicos.

Pocos p rob lemas an t ropo lóg icos e s t án peo r p l an teados que e l de l i n s

t in to .

  La tendencia a in te rpre ta r b io lógicamente la v ida humana y conver t i r

la b iograf ía en b io logía—tan tentadora cuando se t ra ta de estudiar la ac t i

v idad de l inst in to—, ha l levado a ver los inst in tos de l hombre como si fuesen

zoo log ía pu ra ; como s i no hub ie se in s t in tos p r iva t ivamen te  humanos,  no

zoológicos, en la v ida persona l de l hombre . Si un inst in to es , en su ra íz , la

tendencia na tura l y espontánea de un ser v iv iente a su operac ión, e l se r

v iv iente l lamado "hombre" es t i tu la r de " inst in tos" d i fe rentes de l hambre , e l

sexo y e l ansia de poder ío ; y , por o t ra par te , e je rc i ta de modo esenc ia lmente

dis t in to de l zoológico su na tura l tendencia a sa t i sfacer sus ape t i tos nut r ic io ,

sexual y de poder ío .

Para una d iscusión fundamenta l de la inst in t iv idad

  humana

  podr ía se rv i r

como base la enumerac ión que hace Aris tó te les de los b ienes  exteriores  o

móviles externos del apeti to humano. Dist ingue cinco: la riqueza f 'pZoti-

tos),

  e l hono r  (timé),  e l p lacer  (hedoné),  e l pod er  (politiké dynamis)  y la

glor ia o fama  (dóxa) (Ethic. Nic,  I, 3, 8 et  passim).  So bre e l ape t i to de

glor ia véase lo que luego se d ice .

Para no compl icar mi exposic ión con una d igresión demasiado ampl ia e

importante , en toda e l la uso la pa labra " inst in to" en e l sent ido hoy habi tua l .

74

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agónicamente instalados en la tensión de saberse finitos

y querer creer en la propia infinitud. ¿No es ésta la idea

que acerca del hombre Unamuno se obt iene leyendo su

obra literaria, y la interpretación que él mismo da acer

ca de Pascal , de Kierkegaard o de Senancour? Si se

sabe entender la expresión conceptual y no estimativa

mente, podría decirse que estos hombres son "ensimis

mados intrascendentes". Viven consigo mismos, mas no

logran pasar de sí mismos; y de este quedarse en vilo,

apoyados en la radical insuficiencia ontológica de su

propio ser humano, nace su permanente congoja . Decía

Platón que la filosofía es un secreto diálogo de un

hombre consigo mismo. Entonces ¿serán los fi lósofos

puros—

-esto es, aquellos que no tienen algo de místi

cos—hombres ensimismados que no saben t rascenderse

a sí mismos? No otra es, si bien se mira, la última raíz

de aquel pensamiento de Ortega y Gasset , según el cual

la Filosofía habría nacido de la "desesperación"

  5

.

4. LA AVENTU RA IDEAL

También pueden salir los hombres de sí mismos ha

cia el mundo del ensueño. La condición libre y espiri

tual de la naturaleza humana le permite al hombre ma-

5

  Vide  el prólogo a la trad. castel lana de la  Historia de la Filosofía,  de

Bréhier . La a f i rmación de Ortega debe ser entendida , c la ro está ,  cum grano

salís.

75

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nejar, aparte las cosas reales de su entorno, más o

menos modificadas por el artificio técnico, también las

imágenes de las cosas, las ideas de las cosas y las arbi

trarias modificaciones que su interna libertad introduce

en las imágenes y las ideas de esas cosas reales. Ade

más de manejar su mundo real con las manos de su

cuerpo y su capacidad de artificio, maneja el hombre,

merced a las invisibles manos de su espíritu, un tras-

mundo o mundo ideal compuesto de imágenes, imagi

naciones, fantasías, intuiciones de la inteligencia, con

ceptos e imaginaciones o ensoñaciones conceptuales. Es

el mundo en que viven el poeta y el intelectual en el

momento de su creación y el mundo a que se sienten

conducidos quienes, por obra de lectura o audición, pe

netran de verdad en los senos de una obra poética e

intelectual ajena.

Ved a ese hombre que, sentado en un si l lón, se en

trega, absorto, a la lectura de un l ibro imaginativo.

¿Dónde está verdaderamente ese hombre, dónde vive

su alma en el momento de la lectura? Los observadores

superficiales dirán: está ensimismado. No aciertan. Ese

hombre no está en sí mismo, sino fuera de sí. Mas no

como el frenético o el orgiasta, que están "fuera de sí"

en el mundo exteror. El lector absorto está "fuera de

s í"  en su mundo inter ior . Vive en un mundo imaginario,

utópico, y durante la fugaz estancia de su alma en el

fingido reino de su ensueño siente calmarse la congoja

de tener que vivir en este mundo real, finito y esencial

mente insatisfactorio. El hombre ha salido de sí , bus-

76

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cando la compañía de sus propios sueños. Pronto debe

volver, sin embargo, a la áspera realidad de que se

evadió

  6

.

5. LA COMPAÑÍA DEL HOMBRE

Puede el hombre, en fin, salir de sí mismo buscando

la compañía de otros hombres. Es cierto que muchos

de nuestros actos instintivos t ienen en otros hombres el

término natural de su acción. Pero, en tal caso, el hom

bre exterior a nosotros no actúa como persona, sino

6

  T od o hombre d ispone de un mu ndo utópico , hac ia el cua l se evade

de cuando en cuando . Unos lo encuen t ran l eyendo nove la s , o t ros hac iendo

matemát icas o l ingüís t ica , o t ros ideando mundos pol í t ica y soc ia lmente más

felices. Todos ellos—el lector de novelas, e l teórico de la ciencia y el soñador

pol í t ico—salen de s í para v iv i r ocasiona lmente en un mundo soñado más

o menos próximo a la rea l idad . .

Esta sa l ida de uno mismo hac ia un mundo idea l es la ra íz común de las

acc iones humanas más espec í f icamente c readoras ,  poéticas,  como di r ía un

gr iego. La c reac ión o

  poiesis

  puede adoptar t res modos fundamenta les:

1. El mo do   evasivo,  prop io de las c reac iones ima gina t ivas ( l i te ra r ias ,

p lást icas , e tc . ) . El poe ta

  stricto sensu,

  el pintor, e l músico creador, e tc . , se

evaden  s iempre desde el m und o rea l hac ia e l mu ndo de su u topía . ¿Q ué bus

can? Sépanlo o no lo sepan, buscan a Dios. En e l peor de los casos, e l "Dios

desconocido" de que San Pablo habló a los a tenienses .

2.

  E l m o d o

  teorético:

  c reac iones in te lec tua les propia me nte d ichas. El

fi lósofo y el hombre de ciencia se evaden también del mundo real , pero lo

hacen a o t ro que , en la in tenc ión de su c reador , a l menos, es tá unívocamente

re lac ionado con la rea l idad . La mecánica a tómica o las ca tegor ías kant ianas

son c reac iones que t ra tan de expresar lo que en la rea l idad "es" o "sucede" .

3.  E l m o d o  técnico:  c reac ión de inst rumentos a l se rv ic io inmedia to de

los f ines v i ta les . Con su acc ión c readora , no in tenta ahora e l hombre eva

dirse del mundo real , sino modificarlo con arreglo a sus fines.

77

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como mero estímulo de nuestra instintividad. Cuando

un acto sexual, por ejemplo, es puramente instintivo—lo

cual sólo acontece en la medida en que un hombre

puede hacerse puro instinto—, la mujer no es tal "mu

jer", sino "hembra"; no es una persona femenilmente

sexuada, sino un cuerpo vivo sexualmente apetecible.

Mas no es éste el modo de buscar y hallar a los otros

hombres a que ahora me refiero.

Sólo halla el hombre

  compañía

  propiamente dicha

cuando t ra ta con real idades personales, con "personas":

la realidad personal de Dios o la realidad personal de

los otros hombres. El trato con la realidad personal

de Dios es dado al hombre cuando sabe vivir re l igiosa

mente, y por modo eminente al místico. Alcanzamos

trato con la realidad personal de los otros hombres a

merced de nuestra

  convivencia

  con ellos. P er o aqu í se

nos adelantan con urgencia un problema ineludible y

una dist inción necesaria.

¿Cómo convivimos con los otros hombres, en tanto

personas? La respuesta es por demás evidente: convi

vimos con los otros hombres haciendo una vida común

con ellos, o haciéndoles participar en nuestra vida pro

pia , o part ic ipando de alguna manera en la suya. Con

vivo,

  por ejemplo, con todos los que oyen un concierto

al mismo tiempo que yo, o con aquellos de mis alum

nos que verdaderamente part ic ipan de mi pensamiento

cuando me oyen una lección, o con el amigo cuya des

grac ia verdaderamente me apena . Mas la pregunta an

terior subsiste íntegra:  ¿cómo  convivimos con los otros

78

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hombres ,

  cómo

  llega a ser efectiva esa "participación"

en la vida ajena? En otro lugar

  7

  he in tentado demos

trar que la única respuesta suficiente dice así: el hom

bre convive como persona con otras personas humanas

coejecutando

  los mismos actos espiri tuales. H alla ré,

pues ,

  verdadera compañía humana, cuando la persona

que está conmigo  ejecute  los mismos actos espirituales

que yo. Más prec isamente : cuando yo   crea  que los eje

cuta; cuando, por e l hecho de hal larse apoyadas nues

tras personas en el suelo de una misma creencia—his

tórica o trascendente, poco importa a este respecto—,

sentimos los dos una comunidad en nuestro destino ca

paz de hacernos  creer  que es verdadera esa coejecución

de nuestros actos espir i tuales. Toda  convivencia,  para

ser verdadera, ha de apoyarse en una  confidencia  y en

una  confianza;  esto es, en una comun idad de fe y de

esperanza entre las personas que conviven.

Las vías a través de las cuales se convive con otras

personas son tan varias como las acciones del hombre.

La acción vital , cuando no es puramente instintiva; la

palabra hablada o escri ta; la obra de arte, en tanto se

halla intencionalmente enderezada a la contemplación

de los demás; la caricia y la agresión material; la ex

presión mímica, son otros tantos cauces por los cuales

puede el hombre buscar y hallar la compañía de otros

hombres.

Impónese aquí, sin embargo, la dist inción de que

7

  Medicina

  e

  Historia,

  Madrid, 1941, cap. III.

79

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cidad, y en sus senos late el ánimo de modificar poco

o mucho el destino  histórico  de los demás hombres.

Cuantas veces haga publ icar sus versos el poeta , y sus

especulaciones el filósofo; cuantas veces exponga el pin

tor, enseñe el docente, venda el industrial y hable el

político, ellos y los que con ellos participan en su mis

mo empeño-— leye nd o, viend o, oy en do , com pra nd o, et

cétera—cumplen una acción genuinamente histórica. La

convivencia no se agota ahora en la simple coejecución

de actos espiri tuales: quienes así conviven quieren, con

voluntad más o menos expresa y aler tada, que esa co

ejecución tenga importancia suficiente para influir en el

curso de la Historia. Y este influjo no depende prima

riamente de la índole del acto coejecutado, sino de su

públ ica t rascendencia: una comida, un discurso, una

batal la—cualquier acción humana, en suma—pueden

ser ejecutados con intención de hacer Historia y alcan

zar importancia histórica verdadera.

FAMA Y ACCIÓN HISTÓRICA

El hombre "hace Historia" sal iendo de sí : haciendo

Historia, intenta eludir la angustia de su propia sole

dad mediante una acción convivida pública o histórica

mente por otras personas. Esta acción puede consist ir ,

como ya dije, en  repetir  algo que otros hicieron ante

riormente, en  imitar  algo que otros están haciendo en

aquel momento o en crear algo que los demás coejecu-

81

6

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sión de Aristóteles, pueden decirse de muchos modos.

La tesis no es precisamente nueva. En su discurso

del

  Banquete,

  refiere Sóc rate s su diálo go inm ortal con

Diót ima, la forastera de Mantinea. Habla Diót ima del

impulso amoroso, cuenta a Sócrates el mito del naci

miento del Amor  (Evos),  defínele como una tendencia

natural hacia la inmortal idad y añade: "¿piensas, por

ventura , que Alcestes habría muerto por Admeto, y

Aquiles por la muerte de Patroclo, y vuestro Codro por

la futura realeza de sus hijos, si no hubiesen creído que

perduraría una imperecedera memoria de su vir tud, ésta

que de ellos tenemos?"  (Symp.,  208 c) . Hay en todos

los hombres, dice Platón por boca de Diót ima, "un po

tente impulso de hacerse famosos y alcanzar un nombre

inmortal por los siglos de los siglos". La acción histó

rica sería para Platón fruto de una suerte de fecundi

dad del alma. Cuanto más excelentes son los hombres,

más aman y anhelan la inmortal idad; y son estos hom

bres excelentes los que, en virtud de la singular fecun

didad de su alma, engendran las vir tudes ejemplares:

la justicia, la serenidad del ánimo, la sabiduría, el valor

prudente y lúcido

  10

.

La tesis platónica es bien clara. Los hombres, si tua

dos entre la sabiduría perfecta y la ignorancia total ,

10

  Según Platón, todos los  poetas—esto es, los hombres "creadores"-—

tienen esta fecundidad del alma: poetas en el sentido actual de la palabra,

pensadores originales, inventores, etc. Pero quienes por modo más excelente

la poseen son los políticos que saben regir justa y hábilmente la ciudad.

84

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modo mundano de entender la fama. Desde que comien

za a secularizarse el mundo, allá en la baja Edad Me

dia , menudea en la Historia esta act i tud mundana del

hombre ante la fama de su propia hazaña. Más diré:

ape nas falta del ánimo d e los hom bres, incluidos los m ás

honda y sinceramente rel igiosos. El honrado Bernal

Díaz del Cast i l lo ha ido al Nuevo Mundo—él nos lo

dice,  sin salirse una l ínea de su maravil losa naturali

dad—con e l propósi to de "ganar es ta nueva España ,

si rviendo a Dios, a l rey y a toda la Crist iandad". Esa

religiosa intención no le impide, sin embargo, escribir

sus propias hazañas "para que digan en los t iempos ve

nideros: Esto hizo Bernal Díaz del Cast i l lo para que

sus descendientes gocen las loas de sus heroicos he

chos" .  En Bernal el anhelo de fama se une todavía a

una voluntad de salvación eterna. Mas cuando la secu

larización de la vida sea total, la  dóxa  del hombre que

dará en ser pura

  nombradla:

  es la

  gloria mundi

  o

  vana

gloria

  de la ascética cristiana

  12

. Tal es el sentido de la

fama en el mundo histórico habitualmente l lamado "mo

d e r n o "

  13

.

1 2

  C ua nd o se con sagr a a un nu ev o Pont í fice , se quem a sob re su cabeza

un ve l lonc i to de estopa , a la vez que se pronuncian las tan repe t idas pa la

b r a s :  Sic íransic gloría mundi

El Papa va a se r mundanamen te famoso y se

l e p rev iene ace rca de l ve rdade ro va lo r de e sa fama mundana que l e agua rda .

1 3

  E st a idea de la His tor ia como ámbi to de una  lama  p u r a m e n t e m u n

dana es la que c r ispaba los nervios de Unamuno y le hac ía v i tuperar la obra

de " los que meten bul la en la Histor ia" . "La Histor ia , la condenada Histor ia

—dec ía , a lud iendo a e s t e modo

  mundano

  de en tende r l a—n os op r ime y ahog a ,

imp id iendo que nos bañem os en l a s aguas v iva» ' de l a hum an idad e t e rna "

(Ensayos,  I , 26 9) . "El enred ar a los hom bres en la v ida h is tór ica de la

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LA FAMA TRÁGICA

Más suti l y profundo es el modo de entender la

fama que antes he l lamado

  trágica.

  En e l modo mun

dano de entenderla, el ámbito de la fama es el mundo

histórico-social, esto es, el mundo exterior. En el modo

que ahora l lamo trágico, ese ámbito es el mundo interior

del que ejecuta la acción histórica. Mas no debe pen

sarse que esa "fama" existente en el mundo interior del

protagonista es tan sólo una complacida o disgustada

reacción personal a la noticia de su fama externa. La

"fama", si se me permite usar esta palabra en una acep

ción bien distinta de la usual, consiste ahora en la par

ticipación  expresa  de la existencia humana en su pro

pia hazaña. Me expl icaré .

¿Qué es la "fama", en el sentido habitual del vo

cablo? Algo nos dice para la respuesta la etimología:

"fama" viene de

  pHémé,

  "lo que ha sido revelado o ma

nifestado por la palabra". ¿Qué será , entonces, la

"fama" de una hazaña o de un hombre? El Diccionario

de la Academia responde: "Opinión que el común t iene

de la excelencia de un sujeto en su profesión o arte."

nación—escribió otra vez—¿no les distrae y aparta de luchar por su propia

vida eterna?"  (Ensayos,  I, 216). Luego comentaré más detenidamente estas

ideas de Unamuno.

La conexión de senticlo que para el hombre "moderno" existe entre   ¡ama

e  inmortalidad  aparece con impresionante claridad en un pasaje de Sha

kespeare. Cuando Casio advierte que su embriaguez ha sido públicamente

conocida, dice a la go : "¡ H e pe rdido mi reputación ... ¡He perdido la pa rte

inmortal de mi ser, y lo que me resta es bestial ..."  (Ótelo,  acto II, escena III.)

88

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La definición es harto restrictiva, porque no sólo a través

de su profesión o arte conquistan los hombres su fama,

ni ésta se refiere sólo a su "exc elencia" ~ h a y tamb ién

"mala fama", como la que Cervantes dio al pintor Or-

baneja—, ni las cosas y las obras, como el Vesubio o

"las Meninas", dejan de tener su fama. Digamos, pues,

corr igiendo a la Academia, que "fama", en este sen

t ido,  es la "opinión que el hombre t iene de una persona,

una obra o una cosa". Y como esa opinión lo es en

tanto ha sido expresada, diremos, en fin, que la fama

de un hombre, de una obra humana o de una cosa na

tural es lo que el mundo dice acerca del hombre, la obra

o la cosa.

La etimología nos plantea, sin embargo, un proble

ma semántico bastante más fino. Fama es lo que ha sido

manifestado por la palabra, y en este caso por la pa

labra de las gentes, del "mundo". ¿Qué es, entonces, lo

que nos revelan las palabras con que el mundo expresa

su opinión acerca de una persona, una obra o una cosa?

Creo que la respuesta es obvia: nos revelan  el sentido  y

la importancia  que para e l mundo t ienen. Mejor aún:

el sentido y la importancia que van teniendo, puesto que

las opiniones del mundo cambian en el curso de la His

toria. La fama del

  Quijote

  será, po r tan to , la historia

del sentido y la importancia que el  Quijote  ha ido te

niendo para las generaciones t ranscurr idas desde su

publicación. En suma: la ocasional fama de una hazaña

pasada nos dice cómo los hombres entienden en aquel

momento la influencia que tal remota hazaña t iene sobre

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t iene respecto al destino de la propia existencia? Con

cede al hombre tal posibil idad una maravil losa condi

ción de su naturaleza: la de hacerse expresa a sí mis

ma. La existencia humana t iene la necesidad y la vir

tud de interpretarse, y lo consigue en cuanto el  temple

que primariamente t raduce el modo de encontrarse a

sí misma se ordena y ar t icula—se expresa—en un

coherente sistema de noticias. En el mejor de los casos,

de  palabras.  Entiende el hombre la si tuación en que se

halla su propia existencia cuando es capaz de "darse

cuenta" de ella, de "contársela" a sí mismo en forma

bien clara y articulada.

He aquí una nueva  pheme,  un insospechado modo

de la "fama". Es ahora la opinión que el hombre t iene

de sus propias acciones, lo que "se dice" a sí mismo

acerca de lo que hace. Si la fama de una hazaña en el

mundo exterior revela el sentido y la importancia que

esa hazaña va teniendo para el mundo, esta "fama"

íntima revela con expresa claridad el sentido y la im

portancia que la hazaña cumplida t iene—mejor: va te

niendo—para la existencia temporal del hombre que la

cumplió

  u

.

Todavía no está suficientemente contestada mi an

terior pregunta. ¿Cómo advierte el hombre el sentido y

la importancia de su acción respecto al destino de su

1 4

  Los teólogos l lam an a la bue na fama  clara noíitia cum laude.  La fama

a secas es, pues,  clara noíitia.  Y en cuanto esa "c la ra not ic ia" de lo que

significa lo que se hace la adquiere uno en sí y por sí mismo, la "fama" de

la propia acc ión es ésta que l lamo   trágica.

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a ser lo verdaderamente cuando el hombre ve en la

muerte el término absoluto de su propia existencia? La

an gu stia de pe nsa r que . el ser de nu estra existencia es

un "ser a muerte" hace radicalmente trágica la fama

que ante uno mismo tienen sus propias acciones. Ser

"famoso" es en ta l caso una autént ica t ragedia: la t ra

gedia del hombre a quien no satisface pensar que sólo

puede ser inmortalizado por la granjeria y la fama mun

dana de sus obras

  16

.

LA FAMA TRASCENDENTE

He l lamado  trascendente  al tercer mo do de ente n

der la fama. Cuando el hombre t iene cert idumbre de

que su vida personal no acaba con su muerte, descubre

eo  ipso  la existencia de un tercer ámb ito para su "fam a";

un ámbito que puede ser l lamado t rascendente . En la

interpretación mundana de la fama, el ámbito de su

propagación era el mundo exterior: es la  Pheme  que

como diosa inmortal , nuncio de Zeus y pregonera de

la victoria, veneraron los atenienses y luego, bien ar-

1 6

  N o es o t ro el subsu e lo ant ro poló gico de l géne ro l i te ra r io l lam ado " t r a

gedia" . ¿Por qué , por e jemplo , es una verdadera " t ragedia" la v ida de

Macbe th? He expues to a lgunas idea s a j enas y p rop ia s ace rca de l t ema en mi

aná l is is de la "ca ta rs is  ex auditu"  (en  Estudies de Historia de la Medicina

y de Antropología médica,  M adr id , 1943, pá g . 200 sq q. ) .

Cla ramen te pe rc ib ió San Pedro e l sen t ido t r ág ico de l a f ama puramen te

te r rena .  Omnis caro—escribió— ut {oenam, et omnis gloria eius tanquam [los

foeni: exa ruit [oenum , et líos eius decidit (I Peí.,  I , 24) .

94

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mada de t rompeta , han reproducido los escul tores mi-

tologizantes y los fabricantes de tanagras en serie

  17

.

En la interpretación trágica, el ámbito de la fama es

el mundo interior y aún íntimo del protagonista de una

acción. La fama es ahora una secreta voz, que en los

senos de nuestro ser nos i lustra acerca del sentido que

nuestras acciones van teniendo para nuestra vida. ¿Cuál

es el ámbito de la fama cuando se la entiende de modo

trascendente? Lo diré con muy pocas palabras: e l ám

bito de la mirada de Dios

  1S

.

Si el ser del hombre ha sido sacado de la nada por

un acto creador de Dios y si su existencia personal no

acaba con la muerte, ésta será, desde luego, término

inexorable de sus acciones terrenales, mas no punto de

referencia para determinar el últ imo sentido y la ver

dadera importancia de esas acciones. Su sentido defi

nit ivo sólo podrá ser establecido desde el punto de vista

de esa vida perdurable que tras la muerte comienza.

1 7

  He sio do c i ta como diosa a Phém e, "po dero sa e inm orta l" ; pero , según

W i lamowi tz , pa rece en tende r l a como l a ma led icenc ia púb l i ca de que e l hom

bre debe son ro ja r se . En Baqu í l ide s e s l a p regone ra d iv ina , anunc iadora de

la victoria . Sófocles, en el  Edipo Rey,  la l lama  Phama,  y po r bo ca de los

anc ianos de Tebas l a dec la ra inmor ta l . La  Phama,  " l a buen a m ensa je ra " ,

como la l lama una inscr ipc ión de Tusculum, es considerada h i ja de la espe

ranza en la v ic tor ia .

1 8

  E s el ám bi to de la fama en que pen sab a San Pab lo cuan do dec ía a

los tesa lonicenses:  loquimur non quasi hominibus placentes, sed Deo, qui

probat corda nostra... nec quaerentes ab hominibus gloriam, ñeque a vobis,

ñeque ab alus (I Thess.,  I I , 4 -6 ) . Qu ie re San P ab lo ob ra r , no pa r a que lo s

hombres hablen de é l con a labanza , s ino para que le vea y apruebe Dios,

"que sondea nues t ros co razones" .

95

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a Dios atravesando lo que de natural y de histórico

hay en su alma: potencias y facultades, hábitos adqui

ridos,

  etc. El santo de la acción exterior busca a Dios

a t ravés de la Naturaleza y de la Historia que le rodea:

cosmos físico y viviente, personas con las que convive,

si tuación histórica en que se halla. La Historia aparece

entonces como el universal conjunto de las acciones con

que los hombres justifican ante Dios su existencia tem

poral; la existencia histórica es, en consecuencia, una

antropodicea,  una justificación del hombre.

El hombre se angustia, oímos decir a Kierkegaard.

"ante la idea de pasar inadvert ido a Dios". Esa angus

tia ontológica ante la posibilidad de dejar de ser es el

motor más radical de la acción humana, el aguijón que

impele al hombre a salir de sí haciendo algo en el tiem

po y, por lo tanto, señalándose como ser histórico. ¿Para

qué hace el hombre lo que con deliberada voluntad de

Historia hace? "Para que hablen de mí", contesta el

mundano. "Para cumplir e l dest ino que he querido dar

me" ,  responde el hombre trágico, fi ja su mirada en la

propia muerte . "Para que Dios me vea", dice todo hom

bre que adivina o ve el último sentido de su acción ex

terior. Cada acción humana es entonces un verso del

poema con que el hombre, cada hombre, expresa y jus

tifica su razón de haber llegado a ser algo distinto de

la nada. ¿Ante quién expresa y justifica esa razón de

ser? En parte, ante sí mismo, porque por sí mismo de

cide y conoce parcialmente su vida. En últ ima instan

cia, ante el "Ser" creador que le hizo ser el hombre que

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es y le da fuerza para seguir siéndolo: ante Dios. La

vida temporal del hombre es, vista en su más honda

realidad, un hacerse a sí mismo buscando a Dios:

siempre buscando a Dios e ntre la niebla,

dijo un hondo poeta que quería creer; buscándole entre

las criaturas que "proclaman la gloria de Dios", cantó

otro que creía

  22

.

2 2

  La h is tor ia sem ánt ica de la " fam a" en e l mu ndo m oder no es ente r a

mente para le la a la h is tor ia de la secular izac ión de la v ida de l hombre . En

una pr imera e tapa , se esc inde la fama en dos ámbi tos apenas re lac ionados

entre s í por v ínculo d is t in to de l precepto mora l : e l "s ig lo" , ámbi to de la

fama mundana—"es te mundo" , como sue le dec i r nues t ro pueb lo—y un mundo

trascendente en que se c ree . El progreso de la secular izac ión puede corre r

luego dos caminos d is t in tos . Es uno e l de oponer d i lemát icamente esos dos

mundos y quedarse só lo con e l v is ib le ,  linde si anima est inmovtalis—escri

b ía b i en t empranamen te Pomponazz i— te rc en a despicienda sunt, et aetecna

prosequenda; ai si moríalis existat, contrarius m odus prosequendus est.  M a s

también cabe que e l hombre in tente asumir en su exis tenc ia h is tór ica la

rea l idad de l mundo t rascendente y se vea a s í mismo como "Dios hecho His

tor ia" . No ot ra cosa representa la Histor io logía de l idea l ismo absolu to hege-

l iano.

  Hegel no ve en la Histor ia una

  antropodicea,

  s ino una ve rd ade ra

Teodicea:  la H isto ria U niv ers al es, dice, "la just ificación de Dio s, la ver

dade ra Teod icea , l a ob ra que Dios hace de s í mismo" . La fama mundana

que los hombres l legan a alcanzar sería el bri l lo de su propia justif icación.

Así debió considerar Hegel , por e jemplo , la g lor ia h is tór ica de Napoleón;

"el espíri tu del mundo a caballo", como él le l lamó.

99

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C A PI T U L O I V

L A C R E A C I Ó N H I S T Ó R I C A , E L H A S T I O Y

L A N O V E D A D

RECAPITULACIÓN

V^ONVIENE  tal vez, antes de dar otro paso, ordenar

compendiosamente los resultados del capítulo anterior.

Lo haré en una serie de concisas proposiciones.

1.

  E l ho m bre, por ob ra de la tensión qu e en el

seno de su ser existe entre la finitud que siente y la

infinitud que anhela, no puede permanecer quiescente

en sí mismo y sale de sí a través de la acción personal;

aquella que ejecuta como persona, y no como cuerpo

físico o como mero ser viviente.

2.  Co n cad a una de sus acciones personales pr o-

pónese el hombre alcanzar una si tuación personal menos

insatisfactoria que aquella en que tales acciones fueron

emprendidas. Lo cual no equivale a decir que dicho

empeño sea siempre logrado, porque el hombre puede

errar en sus decisiones acerca de sí mismo.

3.  E st a salida de sí mismo que es la acción pe r-

101

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sonal del hombre puede acontecer a través de cuatro

vías diferentes y en busca de dist intas metas. Puede

el hombre salir de sí:  a)  A través de su propia intimi

dad y en busca de Dios: acción mística, si el hombre

encuentra verdaderamente a Dios; acción agónica, s i le

persigue y no le encuentra,  b)  Por la vía de sus res

puestas instintivas a los estímulos de su ambiente bioló

gico y en busca de una "confusión" vital con el mundo:

acción instintiva o vital en sentido estricto,  c)  Hacia un

mundo ideal creado por su propio espíri tu: acción crea

dora propiamente dicha. La acción creadora puede ser

evasiva (creaciones imaginativas: l i terarias, plásticas,

etcétera), teórica (creaciones intelectuales en sentido

estricto) y técnica (creación de instrumentos al servicio

de los fines vitales),  d)  Hacia las personas que le ro

dean: acción convivencial privada y pública. En la ac

ción convivencial que suele llamarse privada busca el

hombre la "compañía" de las personas de su contorno.

En la acción convivencial pública persigue el eco de

su propia fama.

4 .  T o d a s las acciones exter iores del hom bre

  1

  están

históricamente configuradas y pueden tener, aunque el

que las cumple no se lo proponga, una consecuencia ge-

nuinamente histórica

  2

. Hay, sin embargo, un t ipo de

1

  E s decir , tod as las que no que dan en la pu ra intimid ad.

2

  l i na acc ión pe r sona l se hace e fec t ivamen te h i s tó r i ca— háya lo in ten

tado o no e l hombre que la e jecuta—cuando e l ámbi to de su inf luenc ia pú

blica, por la calidad de la persona ejecutora o por la importancia facticia

de la misma acción, l lega a ser suficientemente dilatado.

102

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guntándonos: ¿por qué la mudanza histórica es perci

bida unas veces como segura y prometedora perfección

y otras como insegura crisis? ¿Cómo se manifiesta en

la conciencia del hombre, antes de l legar a hacerse ex

preso apeti to de fama, esa angustiosa tensión entre la

finitud de su situación facticia'—existencia en una cir

cunstancia natural y en una si tuación histórica, dispo

nibil idad de ciertas facultades naturales—y la infinitud

a que por su propia naturaleza t iende?

LA CREACIÓN HISTÓRICA

Dije antes que el cumplimiento de la acción histó

rica puede adoptar tres modos t ípicos dist intos: la repe-

tición  de lo que otros hicieron en t iempos pasados (exis

tencia histórica tradicional); la

  imitación

  de lo que al

guien hace en el medio histórico-social en que se vive

(existencia histórica adocenada); la  creación,  menuda

o grandiosa, de modos de existencia nuevos (existencia

or ig ina l o c readora) . Todo hombre , por muy adocena

do o muy genial que sea, repite, imita y crea algo con

sus acciones personales. Detengámonos un momento a

considerar e l modo "creador" de hacer Historia , e l más

pert inente a nuestro empeño: sólo creando algo verda

deramente nuevo y verdaderamente ef icaz sobre el des

t ino de los otros hombres

  3

  es, en efecto, como va cum-

3

  Com o ya dije, la condición histórica de una acción humana depende

del ámbito que adquiere esa eficacia sobre el destino de los otros hombres.

104

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se l imitó a ello su obra creadora. Dio Galileo además

expresión acabada y precisa a un nuevo "modo de ver"

los movimientos de la Naturaleza, consistente en atri

buirles una rigurosa y exacta determinabil idad matemá

t ica . Esta hazaña de Gal i leo será fundamento y pábulo

de toda la Física moderna, y en ello consiste la pecu

liar índole de su grandeza. La obra creada no se l imita

ahora a "estar ahí", acabada y siempre disponible, como

acontece con los "resultados", por muy originales que

éstos sean: por razón de su índole, el genial invento

de Galileo será durante tres siglos el suelo fecundante

de una casi invariable si tuación intelectual. Cuantas

veces,

  desde el siglo xvn hasta los primeros años del XX,

se ha planteado un físico tal o cual problema de su dis

ciplina, descansaba su mente sobre la idea de que el

l ibro del Universo  é scritto in lingua matemática,  como

el pisano dijo

  5

.

No es difícil advertir que la creación de un "resul

t a d o "

  reposa siempre sobre la creación anterior del

"modo de exist ir" en que ese resultado está inserto. El

resultado intelectual que solemos l lamar "leyes de Van

t'Hoff

se apoya en el modo gali leano de interpretar

la naturaleza, como el resultado l i terario t i tulado   Sona

ta de estío

  descansa, s in mengua de su original idad, so

bre el modo "modernista" de entender la creación l i te-

5

  E n el te rcer decenio de l s ig lo X X com enzará , por obr a de He isenb erg ,

Schródinger , de Brogl ie y Dirac , un nuevo modo de entender la " ley" de

los movimientos f í s icos. El los han in ic iado—no está conc lusa aún—una nueva

situación histórica del pensamiento físico.

106

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rar ia . Cada hombre va haciendo su vida adocenada o

creadora, inmerso y apoyado en la "si tuación" histó

rica que determinan unos cuantos modos de exist ir pre

viamente inventados. Sólo a los grandes creadores de

la Historia está reservada la invención de modos de

existir dilatadamente válidos. Viviendo sobre esos mo

dos de exist ir , labrarán luego los hombres mediocres

la modesta originalidad de sus personales resultados y

repetirán sus adocenadas imitaciones y copias los hom

bres vulgares

  6

.

SEGURIDAD Y POSIBILIDAD

Va implícita en lo dicho la idea de que las situacio

nes históricas pueden ser nuevas y viejas, vivaces y ca-

6

  E l org ullo del hom bre y la fe en su pro pia suficiencia pu ede n l levarle

a ver como "resul tados" def in i t ivos c reac iones que no son s ino t ransi tor ios

"modos de exis t i r" . Recuérdese , como e jemplo máximo, e l esca lofr iante i?e-

sultat

  con que Hegel c ie rra su

  Historia de la Filosofía.

  N o hay ah í un re

sul tado, s ino un "modo de in te rpre ta r" la Histor ia .

Hay re su l t ados humanamen te vá l idos : cons igúe los e l hombre po r e l me ro

hecho de ser lo , y se mantendrán en v igenc ia mientras haya hombres. Ejem

plo,  e l b inomio de Newton. Otros resul tados lo son de una s i tuac ión h is tó

rica y su vigencia, si l legan a alcanzarla , dura sólo lo que la si tuación en

que se ha l lan inser tos . De este t ipo es e l pre tendido   Resultat  de He gel, sólo

vigente para los hombres insta lados sobre e l modo de pensar hege l iano.

Cada s i tuac ión h is tór ica de l hombre , con sus ac ie r tos y sus e rrores , es

un in tento de l hombre para a lcanzar , desde este mundo y en este mundo, la

verdad y e l b ien a que como hombre puede aspi ra r . Y, en ú l t ima instanc ia ,

un modo de in te rpre ta r a Dios.

107

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ducas .

  La "vejez" de una si tuación histórica l lega con

el transcurso del t iempo; mas, como la vejez de las per

sonas ,

  no depende pr imar iamente de su "edad" crono

lógica, sino del caudal de sus "posibil idades" de vida:

vida biológica y personal en el caso de un hombre, vida

histórica en el de una situación

  7

. Ofrécese joven y pro

metedora una si tuación histórica cuando brinda a los

hombres que en ella existen un gran caudal de posibi

l idades de acción; es vieja y opresora cuando sólo pre

senta escasos recursos a la necesidad y al gusto que el

hombre t iene de hacer inéditamente su vida.

Reconstruyamos mentalmente, por vía de ejemplo,

la situación histórica del intelectual europeo en el co

razón del siglo xvn. Acaban de exist ir Gali leo y Des

car tes;  existen creadoramente Newton y Leibniz , Huy-

gens y Locke, Harvey y Spinoza. ¿Cómo vivirá ese

hombre su propia si tuación espiri tual? Un nuevo y muy

vigoroso modo de exist ir históricamente acaba de ser

estrenado por el hombre europeo. Inicióse el al iento de

esa nueva vida en la baja Edad Media, balbuceó sus

primeras palabras en el siglo XV, dio sus primeros pasos

en el xvi y llega a briosa y completa juventud en la pri

mera mitad del xvn. Trátase de un ambicioso modo

nuevo de si tuarse el hombre ante su propio exist ir y

7

  So bre la fecund a idea de la "po sibil id ad" en el aco nte cer histórico y

sobre su fundamento onto lógico , véase e l t raba jo de X. Zubir i "Grec ia y la

pervivencia del pasado fi losófico", recogido en su l ibro  Naturaleza, Histo

ria, Dios.

1 0 8

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frente a los problemas que ese existir le plantea. Los

europeos de entonces van a intentar la magna empresa

de hacer y entender su vida terrenal, histórica, sin otro

recurso que el atenimiento a sus propias fuerzas huma

n a s .  Antaño ayudaba al hombre a hacerse su vida la

fe en un Dios razonable y comunicativo; tan razonable

y comunicat ivo, que se había dignado "hablar" a su

criatura predilecta de modo que ésta le entendiera. La

razón  del hombre venía a ser un espejillo, infinitesimal-

mente reducido, de la absoluta

  Razón

  d ivina . Hogaño

sigue el hombre creyendo en Dios; mas le ha puesto

tan alto, tan lejos de sí, que ya no se cree capaz de

entender su palabra expresa o piensa que es impropio

de Dios hacerse locuaz y "razonable". Dios ser ía puro

arbitrio, pura voluntad omnipotente y l ibérrima, y la

razón cosa exclusivamente humana. De esta "razón" se

siente el hombre t i tular: humildemente, porque es tan

poca cosa la razón que Dios no se digna tenerla; orgu-

llosamente, también, porque sólo él la posee.

Equipados con esta desl igada razón y movidos por

su propia voluntad, empéñanse los hombres en hacerse

a radice  una vida históricamente nueva. Viven enton

ces como descubridores que acabaran de arr ibar a una

tierra inexplorada y fecunda. Para ellos todo el monte

es orégano, según suele decirse. Basta a los hombres

vivir a la altura de su tiempo para que su existencia con

temple ante sí un espléndido abanico de sendas prome

tedoras. Pénese la razón humana ante el cosmos físico,

y crea la Astronomía y la Física "modernas". Medita

IOS

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sobre su noción de cantidad, racionaliza mediante la

idea de infinitésimo la variación continua, y construye

la espléndida Matemática "moderna". Reflexiona en

torno a su modo de saber y acerca de su propio cono

cimiento, y pone en marcha la Filosofía "moderna". Es

fuérzase en ordenar con precisión y seguridad racio

nales el mudadizo y azaroso curso de la vida histórica

— la

  fortuna,

  como de cían los renace ntistas— •, y edifica

el Estado "moderno". Es entonces la aurora de los si

glos que por antonomasia l lamamos "modernos", y el

europeo un rey Midas de la acción histórica: donde

quiera que pone sus manos, nace una novedad por

tentosa.

Viven esos hombres, en consecuencia, con la íntima

sensación de holgura del que puede hacer muchas cosas

y casi todas con un éxito inmediato y fabuloso. ¿Cómo

puede ser percibida la fracción propiamente histórica

del mudar humano, sino como un despliegue cómodo,

seguro y completivo de la situación en que su existencia

echa raíces? Será suficiente un pequeño avance en el

proceso de secularización del vivir para que el europeo,

seguro de sí mismo y de que el sentido de la vida hu

mana se agota en la Historia, sueñe optimistamente con

un progreso indefinido hacia el "estado final" de su pe

tulante autosuficiencia: los progresismos hegeliano, po

sit ivista, marxista, proudhoniano, etc. , son otras tantas

versiones concretas de esta estupenda fe de los hom

bres en su propia fuerza.

En suma: la abundancia de posibi l idades de exis-

110

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sus posibil idades históricas está considerablemente

amenguado respecto al opulento del siglo xvn

  8

. Vive,

además, inseguro y amenazado, porque los caminos que

emprende le conducen muchas veces al dolor, al fracasó

o a la ruina. El libre y espontáneo empleo de la razón

humana en orden a los problemas económicos, tan fe

cundo otrora, trae en esta sazón la lucha de clases y

lo s  cracks  financieros. La consideración mensurativa del

cosmos, antaño cifra y compendio de la razonabilidad

humana y de la exacta determinabi l idad de la Natura

leza, conduce ahora al principio de indeterminación, de

Heisenberg, y a la humilde noción del "observable", de

Dirac. El intento de ordenar racional y razonablemente

la convivencia histórica de los hombres termina en las

guerras mundiales y totales. Y la fe optimista en la ra

zón viene a dar en el irracionalismo de la vida o de la

existencia. Si la vida espiritual—-cuidado: no quiero de

cir la vida re l i g io s a^ tuvo tan ho lgad a com odidad para

el europeo en el siglo   XVII,  ahora, no obstante ser tan

rica y suti l , muéstrasele angosta e insegura. Vive in

quieto, azorado, incierto, y siente muchas veces que al

dar un nuevo paso falla el suelo bajo su planta. La si

tuación histórica que tres siglos antes ofrecía tan pro

metedoras perspect ivas, aparece ahora tan vieja y gas-

8

  M e refiero, como es obvio, a las posibilidades de

  creación

  histórica

que entre 1900 y 1930 ofrece al hombre la situación histórica llamada "mundo

moderno".

  Las posibilidades de

  repetición

  son, en cambio, infinitamente más

numerosas,  porque todo lo hecho en el pasado puede ser repetido en el pre

sente.  El problema está en si el mero repetir satisface o hastía.

112

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tada como la capa de la copla: "que sólo porque se

va—puede dec i rse que es capa".

¿Cómo será entonces vivida la propia mudanza his

tórica? Por lo pronto, de un modo crí t ico. Un modo de

existir se va, se agota. Los hombres—'primero unos po

cos,  los vigías del destino histórico luego, todos o casi

todos—advierten que ha entrado en crisis el soporte

histórico de su existencia. Mientras no inventen un

modo de exist ir fundamentalmente nuevo, haciendo de

corazón cabeza, sus vidas se agi tarán sobre un congo

joso vacío. Algunos, más animosos, se aprestarán a la

necesidad de inventar ese nuevo modo de exist ir , y en

la empresa quemarán su vida. Otros, más cobardes o

menos capaces, se dejarán ganar por la sensación de

abismo que les invade el alma y pensarán que la His

toria es o va a ser una regresión hacia la catástrofe.

La acción histórica del hombre es percibida en el pri

mer caso como un auroral arranque creador, y en el se

gundo como un penoso esfuerzo permanente para de

tener o aplazar la catástrofe que se teme. La índole del

temperamento individual, las dotes nativas del espíri tu

y la singularidad biográfica de cada hombre le l levarán

hacia una act i tud creadora o hacia una postura regre-

sista cuando se halle en una situación crítica; esto es,

en una si tuación dentro de la cual apenas ve para su

existencia posibilidades históricas viables

  9

.

9

  La vivencia crítica puede a veces depender exclusivamente de motivos

singulares y biográficos. En cualquier situación histórica, hasta en las más

seguras y prometedoras para el resto de los mortales, puede un hombre caer

113

8

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El modo de vivir la propia si tuación histórica de

pende, en suma, del caudal de posibil idades de exis

tencia que nos brinda y de la índole de esas posibil i

d ad es .

 • P ero , sea cualqu iera la situación en qu e la H is

toria coloque al hombre, éste siempre tendrá ante sí dos

permanentes recursos: el de recluirse en su intimidad

y contemplar desde ella él acontecer histórico como cosa

ajena a sí mismo—así hacen el místico y el estoico, por

no citar sino los ejemplos más demostrativos—y el de

afrontar heroica y creadoramente, inventando caminos

nuevos o prosiguiendo los antiguos, la si tuación despe

jada o angosta en que a uno le ha tocado exist ir .

Una mudanza histórica , acabamos de verlo, es vi

vida completiva o críticamente en función de las posi

bil idades que la si tuación a que tal mudanza pertenece

ofrece a la acción del hombre. Con ello han aparecido

ante nuestros ojos los dos cabos extremos de la acción

histórica. A un lado, la tensión ontológica que fuerza

al hombre a hacerse a sí mismo saliendo de sí . Al otro,

la figura visible de la acción misma: repetición, imita

ción, creación de resultados o de modos de exist ir . Per

tenece también a este últ imo cabo la vivencia singular

y la vivencia típica o genérica de la propia acción. El

contenido de la acción—escribir, pintar, mandar polí

t icamente, etc.—y su relación con la biografía del que

por razones personales muy diversas en crítica confusión. Un converso, por

ejemplo, ha pasado por un momento en que no sabía qué hacer con su vida;

su existencia singular carecía de "salidas" satisfactorias, vivía en crisis.

114

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la ejecuta determinan lo que de singular t iene el modo

de vivirla. Genérica o t ípicamente considerado, el cam

bio que la acción histórica supone para la existencia del

que la ejecuta es vivido de modo completivo o crítico y

como progresión optimista o como pesimista regresión.

PSICOLOG ÍA DE LA INSATISFACCIÓN HISTÓRICA

Queda por estudiar un eslabón intermedio, acaso el

más importante desde el punto de vista de mi actual

empeño. ¿Cómo se manifiesta psicológicamente la tan

mencionada tensión ontológica del ser humano entre la

sentida finitud de su existencia natural e histórica y la

infinitud a que naturalmente aspira? Con otras pala

b r as :

  en la acción histórica propiamente dicha ¿qué im

pulsos psicológicos hacen posible la proyección activa

y creadora del apeti to de fama e inmortalidad?

La más inmediata traducción psicológica de la insu

ficiencia ontológica del hombre es el inesquivable senti

miento de insatisfacción que toda si tuación, cualquiera

que sea la comodidad y la abundancia de sus posibil i

d ad es ,  suscita en el alma del que la vive. "Nadie está

contento con su suerte", suele decir nuestro pueblo. Y

acierta; porque lo insatisfactorio de una si tuación no

depende de la objetividad de su contenido, sino del

simple hecho de ser lo que es: la si tuación de un hom

bre en "su historia" y en "la Historia". No es una si

tuación marco de la existencia humana que en ella vive,

115

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sino forma de esa vida suya: mi condición de europeo

del siglo xx, español, profesor universitario, etc., no es,

vetbi gratia,

  un ropaje de mi vida personal—a lo más lo

será de mi espír i tu, pensando paul ina y agust inianamen-

t e — ,  sino la madera de que esa vida mía está hecha.

Y si todas las diversísimas formas históricas que va

adoptando el ser del hombre son siempre insatisfacto-

rias para él , ¿no deberá buscarse la causa de tal insa

t isfacción, más que en el contenido de esas diversas

situaciones, en el hecho de ser hombre quien las vive?

Ser hombre en la Tierra puede ser, en efecto, motivo

de orgullo, pero no manantial de satisfacción plenaria

y duradera. Nuestro problema es ver cómo esa radical

insatisfacción se expresa en la conciencia y en la con

ducta humanas.

El modo de expresarse la permanente y esencial

insatisfacción del hombre se halla originariamente in

formado por la condición temporal y sucesiva de la

existencia humana. Si uno está insatisfecho porque no

es cuanto quiere ser, ni siquiera cuanto piensa que pue

de ser; y si el no ser cuanto se quiere ser depende muy

esencialmente de que la vida  pasa,  entonces ese inevi

table pasar, esa consti tutiva sucesividad de la existen

cia humana informarán, antes que todo otro momento

configurador, la insatisfacción de ser hombre en la Tie

rra. Por eso, la fracción genuinamente histórica de la

insatisfacción humana—el no sentirse satisfecho con lo

que uno recibe de su medio histórico, por el hecho de

hacer su vida en él—adopta dos modos de expresión

116

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fundamentales, tenuemente dist intos entre sí : el  hastío

de lo pasado, sólo por ser pasado, y el anhelo de

novedad.

EL HASTIO

Todo cuanto se hace pasado-—obras, vivencias, e t

cé tera—hast ía

  10

  tan pronto como comienza a serlo.

Hastíase el hombre, en efecto, cuando se ve obligado

a permanecer en una si tuación cualquiera y, pasado el

deslumbramiento inicial en que su novedad pudo po

nerle, advierte la radical insatisfactoriedad de esa si

tuación en que se halla. Sólo el trato con realidades ca

paces de crear permanentemente si tuaciones nuevas

—tal es el secreto de las personas y de las obras que

se hacen amar—está exento de hast ío. Dicho de otro

modo: esas personas y esas obras no l legan a hast iar

porque la permanente novedad que ofrecen a los hom

bres que con ellas tratan las exime de hacerse

  pasadas

y, por lo tanto, de convertirse en   objetos muertos

  u

.

1 0

  N ues tro pueblo, con un hondo y certero sentido, emplea la palabra

aburrirse,

 de

  ab

  y

  horrere,

  apartarse con horror de una cosa. ¿Por qué aburre

lo pasado, por qué el hombre se aparta con horror de ello? La respuesta es

simple y honda: porque lo pasado es

  lo muerto.

  El aburrimiento es, en su

raíz, el horrorizado advertimiento de que la vida del hombre en la tierra es

un ir muriendo.

1 1

  La

  Iliada

  o el

  Quijote

  no son obras "pasadas", porque desde que

fueron escritas conservan la virtud de ofrecer estímulos nuevos, siempre

nuevos, a los hombres que las van leyendo. Por eso puede tener una "his-

117

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La producción de hastío es el inexorable destino de

todas las obras humanas o, mejor, de todas las viven

cias que se hacen insistentemente invariables, pasadas,

muertas. Uno podría vestir , comer, solazarse como se

hacía en 1900. ¿Nos impide una imposibil idad abso

luta, por ventura, usar siempre trajes del mismo corte

o leer novelas del mismo género? Indudablemente, no.

Mas nos lo impide el hastío, temprano revelador de que

tod a si tuación histórica es radicalm ente insatis factoría

para el hombre que la vive. El hastío ante lo que ya ha

sucedido es el más trivial y sensible síntoma de la an

gustia humana frente a la finitud y a la propia morta

l idad; una angustia latente siempre, por debajo de las

más diversas apariencias del alma, en el fondo mismo

del ser humano.

toria" la interpretación que los hombres hacen de las obras que "no pasan".

Un  Quijote—o su contenido espiritual al menos—no es un objeto, sino una

inagotable fuente de posibles estímulos espirituales.

Valga otro tanto, y por más eminente manera, para las realidades per

sonales. Una persona amada no hastía, porque nuestro amor nos hace convi

vir con ella, coejecutándolos, todos o gran parte de los actos personales con

que su persona y la nuestra se van actualizando en el tiempo. La constitu

tiva "novedad" de los actos coejecutados—todo acto personal, aunque sea

Imitativo, es constitutivamente inédito—es la que impide el hastío junto a

la persona amada. Tan pronto como el amor desaparece, cesa la coejecución

de actos personales, rómpese la convivencia propiamente personal y esa per

sona a la que habíamos amado se convierte en un simple

  objeto animado,

en un ser viviente y locuaz, más o menos agradable o disciplente. Un hom

bre sin amor a los otros hombres va haciendo su vida entre animales par

lantes, cuando no entre piedras más o menos utilizables.

118

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EL AFÁN DE NOVEDAD

El anverso del hast ío ante lo pasado es e l anhelo

de lo nuevo. Entrambos estados de ánimo son, en efec

to ,  las dos caras de una jánica si tuación personal

  12

: el

hastío es el rostro negativo de la insatisfacción de ir

pasando, el afán de novedad su faz posit iva; el rostro

del hastío mira hacia el pretéri to de la propia existen

cia, la faz del afán de novedad hacia su futuro. ¿Qué

delata este permanente afán de novedad, esta const i

tutiva

  novelería

  de la vida humana?

El citado carácter anversivo del afán de novedad

nos pone también sobre la pista de la respuesta. Inme

diatamente, e l afán de novedad expresa de un modo

posit ivo la radical insatisfactoriedad de todas las posi

bles si tuaciones temporales del hombre. Si uno desea,

por ejemplo, comprar un sombrero nuevo, no sólo puede

hacerlo cuando su sombrero anterior está roto-—esto es,

cuando ha dejado de tener un sombrero—, sino cuando

le hastía, le aburre ese sombrero anterior. Con otras pa

labras: cuando la si tuación de usar el sombrero viejo

le resulta penosamente insatisfactoria.

Pero el afán de novedad t iene también un sentido

último, además de tener esa significación inmediata.

Desde el punto de vista de la ult imidad de su sentido,

el afán de novedad es un signo revelador de nuestro

12

  To da s las situaciones del hombre son necesariamente jánicas.

  Asi

  lo

exige la sucesividad de su existencia terrena.

119

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entrañable anhelo de vida eterna. Si el hombre se afana

por "lo nuevo", es porque desde el fondo mismo de

su ser anhela una situación de su existencia que no delu

de ser nueva, que no pase. "No pasar", no sent i r que

se gasta la propia existencia ha sido nota constante y

esencial en la idea que los hombres tuvieron siempre

de la suma felicidad.

Los griegos, por ejemplo, vieron en la insenescencia

o condición de no envejecer  (agératos), la virtu d prin

cipal que conseguiría el hombre si lograra aproximarse

a la condición de los dioses. Cuenta Calipso a Hermes,

mensajero de Zeus, la l isonjera acogida que dispensó

al zarandeado Ulises, y pondera su divina solicitud de

ninfa con estas significativas palabras:

Le acogí amistosamente, cuidé de él y le prometí

la inmortalidad y una juventud nunca senescente.

(Od.,

  V, 135-136.)

Pretende la soli taria ninfa hacer su esposo al hombre,

y para lograr tal propósito le promete una vida seme

jante a la de los dioces. Eran éstas, sin duda, las pala

bras que más seductoramente debían sonar en el oído

de un griego.

Los textos sagrados del Crist ianismo llaman a la

suma beat i tud "vida eterna"  (Mtt„  X I X , 2 9 ;  loan.,  III,

15,  16, 36; etc. , etc.) , "herencia incorruptible e inmar

cesible" (/ Peí . , I , 3-4), "tesoro indeficiente"  (Luc,  XI I ,

33 y XVIII , 22) . . . , pa labras todas que expresan, en

una acepción nueva y sobrenatural , la idea helénica de

120

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recrea, lo que no nos hace, por re-creación, inéditos, nos

hastía. Pues bien; la satisfacción producida en nosotros

por la vivencia de lo nuevo deseado—aun cuando lue

go,

  pasada su fugaz novedad, nos defraude o nos hie

ra—consiste en revelarnos que nuestro ser personal

vive creadoramente

  15

  y, por lo tanto, t iene una puerta

abierta a la esperanza de seguir viviendo. La vivencia

de la novedad viene a ser un adelanto de la vida eter

na que el hombre anhela y una prenda de la viabil idad

de nuestra esperanza en ella

  16

.

Esta secreta entraña de la novedad determina la ín

dole de la satisfacción que su vivencia pro du ce

  17

. ¿Cómo

y hasta cuándo nos satisface, en la medida que sea, la

novedad de una cosa? Las dos preguntas t ienen una

1 6

  La vida de toda persona es siempre una actividad "creadora": ver

daderamente creadora en el caso de las personas divinas, analógicamente

creadora en el caso de la persona humana.

16

  Dice San Juan de la Cr uz con gra n insistencia

  (Subida del Monte

Carmelo,  III

7, 2;

  III

9, 1;

  III

15, 1, eí

  passim)

  que el alma se ha de unir

con Dios, según la memoria, en esperanza. Para ello la memoria ha de ser

purgada de su contenido—los cadáveres de nuestra vida pasada, si se me

permite esta expresión—, y así queda expedita para recibir la gran novedad

de la visión de Dios.

Es nuevo para nosotros, según la psicología de San Juan de la Cruz,

aquello que no recordamos haber visto o vivido; lo que no está en nuestra

memoria y, por tanto, podría estar en nuestra esperanza. La novedad de

  las

cosas es como un espejo de la infinita y absoluta novedad de Dios, y su

vivencia prenda mínima, pero prometedora, de nuestra esperanza en El.

17

  La novedad satisface cuando ha sido buscada o cuando nos sorprende

agradablemente. De modo más general, cabe decir que la novedad

  interesa:

interesa satisfactoriamente cuando agrada el contenido de lo que como nuevo

se nos ofrece; interesa displicentemente (horrorizando, asqueando, etc.) cuando

ese contenido es hostil a la vida personal del que vive la novedad.

122

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respuesta común. Nos sat isface la novedad de una cosa

deslumhrándonos, poniéndonos en sorprendente y sú

bito contacto con el pequeño misterio que tal novedad

supone; y esa parva satisfacción dura mientras la cosa

que est imam os nueva sigue ofreciéndonos un rostro p ro

blemático y misterioso. Cada si tuación nueva es para

el hombre ya hecho lo que un juguete para el niño:

interesa—por la vía del encantamiento o por la del des

agrado—hasta que uno rompe su inci tadora superf ic ie

y reduce a conocimiento el misterio albergado en su

ent raña .

La vivencia de novedad es, en efecto, un tenue y

fugaz contacto del alma humana con el misterio. Es

nuevo para nosotros todo lo que excede de nuestra exis

tencia, tal como ésta se halla actualizada en el mo

mento de percibir esa novedad. Yo soy lo que soy en

mi presente; y soy ahora lo que he sido en tanto mi

pasado es suscept ible de recordación memorat iva o ha

bitual en ese presente. No es nuevo el l ibro que tengo

ante mí, porque cuando le veo recuerdo memorat iva

mente haberlo visto alguna otra vez en mi pasado; mi

acción de ir escribiendo las letras de nuestro alfabeto

no es nueva para mí, porque, trazándolas sobre el papel,

actualizo el hábito adquirido que l lamamos "saber es

cr ibir". Todo lo que rebasa la actual idad de mi pre

sente es para mí nuevo, y se me ofrece, por lo pronto,

como problemático o misterioso. Mínimo o grandioso,

toda novedad es un deslumbramiento.

¿Qué hace el hombre frente a la novedad? Si es un

123

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sibarita de la novelería, tal vez se demore un poco pa-

ladeando el inicial deslumbramiento, al menos cuando

la novedad es agradable . Mas, con demora o sin e l la ,

pronto se empeña en que la novedad deje de ser lo. Afá

nase por comprender esa si tuación suya y t ra ta de re

ducirla a noticias claras, bien sabidas y bien art iculadas.

Quiere, en suma, que todo lo nuevo se le convierta en

"habas con tadas" .

Es justamente ahora cuando se puede definir con

cierta precisión la satisfacción que la novedad deseada

produce en nosotros: esa satisfacción no consiste en la

simple vivencia de un deslumbramiento ante lo nuevo,

sino en la vivencia de un deslumbramiento que uno es

tima comprensible. Cabe distinguir, en efecto, entre la

novedad de una si tuación vivida como absolutamente

incomprensible y la de aquellas otras que uno espera

poder comprender en todo o en parte .

Si el deslumbramiento espiri tual producido por la

situación nueva es invencible por la mente del hombre

que la vive—y, en el caso extremo, absolutamente in

vencible por la mente de cualquier hombre—, la reac

ción a la novedad no es ni puede ser nunca la satis

facción, sino el espanto: en el orden sobrenatural , es el

espanto de los t res Apóstoles test igos de la Transfigu

ración

  18

; en el puramente natural , el espanto del rús-

1 8

  E n la Transfiguración— como, por otra parte, en la experiencia mís

tica verdadera—el deslumbramiento es absoluto. "Los discípulos—dice San

Lucas—fueron sobrecogidos por el terror mientras entraban en la sombra

de la nube"  (Luc,  IX, 34 ). Tex tos análogos no son infrecuentes en la E s

critura.

1 2 4

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tico o del primitivo ante la aparición de un cometa. La

total incomprensibil idad de una si tuación, aterra.

Muy otras son las cosas cuando se estima vencible

el deslumbramiento que la novedad produce. Más aún,

cuando esa novedad es querida y creada por uno mis

mo,  como acontece en el caso de las mudanzas genui-

namente históricas. La novedad de la propia si tuación

deslumhra; y si el contenido no es formalmente desagra

dable, ese deslumbramiento satisface por serlo y porque

nos consideramos capaces de vencerle con las armas de

nuestra comprensión

  19

. En el ejercicio de ordenar y

comprender nuestro deslumbramiento es precisamente

en lo que consiste la satisfacción engendrada por la no

vedad. Trátase, en f in de cuentas, de una autointer-

pretación, porque, hasta en el caso del deslumbramiento

producido por un objeto exter ior—la aparición de un

cometa, por ejemplo-—, no es la realidad exterior lo

que comprendemos o interpretamos, sino la si tuación

personal en que el hecho de experimentarla nos ha

sumido.

El ejercicio de esta autointerpretativa comprensión

de la novedad

  20

  puede conducir a dos metas dist intas.

18

  H ay , sin embargo, ocasiones— en las situaciones históricas críticas,

sobre todo—en que una novedad querida y planeada como agradable con

duce a la ruina o al dolor del que la busca. Es el momento en que el hombre

"no puede contar con su mundo", por la crisis en que a la sazón se encuen

tra la fracción histórica de ese "mundo".

2 0

  E n otro lugar  (Estudios de Historia de la Medicina y de Antropología

Médica,  Madrid, 1943, págs. 173 y sigs.) he tratado con alguna amplitud

este tema de la interpretación psicológica dé las situaciones vividas como

125

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sumirá su vida en la inacabable tarea de intentar re

solverlos—así el f i lósofo "puro", "fáustico", como le

llamaría Spengler—-, o en un devoto y humilde reco

nocimiento de ese  quid ignotum  que consti tuye el fondo

misterioso de toda posible si tuación—así el hombre sen

cillo y piadoso—, o, como el filósofo creyente, en el

arduo empeño de acordar esas dos act i tudes del espí

r i tu humano

  21

. En cualquiera de los tres casos, la si tua

ción en que se vive nunca deja de ser nueva: no muere,

no se estat iza jamás.

SINOPSIS

Hagamos aquí una breve estación y t ra temos de

reducir a escueta sinopsis la estructura esencial de la

acción histórica. Punto de partida de esta acción, como

de todas las humanas, es la inestable tensión ontológica

del hombre entre la finitud que siente y la infinitud a

que aspira. Tal tensión ontológica se expresa psicoló

gicamente en la vivencia de la propia si tuación, y adop

ta dos formas cardinales, conexas íntimamente entre sí :

2 1

  Es te vivo y vivificante c ontacto del espíritu con el misterio en que

cree—el misterio por excelencia, el de la Divinidad—es el que permite al

cristiano verdadero cantar y seguir cantando el himno litúrgico:

Recedant

  vecera,

  nova sint omnia;

corda, voces et opera.

Por obra de la Redención, el mundo es para el cristiano siempre capaz de

incitante "novedad". El cristiano, en cuanto tal, no debe conocer el hastío.

1 2 7

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el hastío de lo pasado y el afán de novedad. Movido el

hombre por ese hastío y este afán, sale de sí mediante

una acción personal. La acción personal del hombre

puede adoptar diversas formas, por razón de su con

tenido y según la vía que la persona eli ja para salir de

sí.

  Todas las acciones del hombre proyectadas hacia

fuera pueden tener una consecuencia histórica, cuando

su pública eficacia sobre las personas presentes o futu

ras adquiere ámbito suficiente. Pero, entre todas, un

tipo merece singularmente el nombre de "acción his

tórica".

La acción intencionalmente histórica va enderezada

a un fin remoto a través de un fin próximo: el fin pró

ximo es una eficacia pública sobre el destino temporal

o eterno de las personas con que se convive o de las

que han de vivir en el futuro; el fin remoto o último es

la obtención de gloria o fama. Ya sabemos que esta

gloria o fama puede ser entendida según t res acepcio

nes fundamentalm ente dist intas. La esperanz a de la glo

ria o fama producida por su acción histórica otorga a

la persona que la cumple la prenda de una cierta in

mortal idad y compensa más o menos—según sea la glo

ria  vera  o  vana,  como dicen los teólogos'—la angustia

que engendra el hecho de vivir la propia finitud.

Las acciones históricas son ejecutadas según tres

modos t ípicos diferentes: pueden ser repetición, imita

ción y creación de resultados o de modos de exist ir .

Sólo la acción creadora—'evasiva, teórica o técnica--'

merece verdaderamente el nombre de "acción históri -

128

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ca". No obstante , la singularidad personal y temporal

que dist ingue a los actos humanos imprime un seilo de

rigurosa ineditez hasta a las más adocenadas acciones

de repetición e imitación. Todo acto humano es, en ma

yor o menor medida, una verdadera e inédita creación

personal .

La índole consciente y autointerpretativa de la hu

mana existencia permite, en fin, que los hombres con

templen desde su propio espíri tu la mudanza objetiva

cumplida en la propia vida y en el ámbito del aconte

cer histórico por obra de sus acciones

  intencionalmente

históricas  y como resultado de sus acciones  efectiva^

mente históricas;  aquellas que, sin pretenderlo origina

riamente, influyen de hecho sobre el curso de ese acon

tecer . Esta mudanza puede ser vivida de cuatro modos

típicamente dist intos entre sí : la seguridad completiva,

la inseguridad crítica, el optimismo progresista y el pe

simismo de la regresión. La ocasional coyuntura de la

situación histórica en que uno existe y la peculiaridad

nativa y biográfica de cada hombre determinarán el

modo de vivir subjetivamente la mudanza objetiva y

dinámica que las acciones personales esculpen sobre el

movedizo cuerpo de la Historia.

129

9

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C A P Í T U L O V

B I O L O G Í A E H I S T O R I A . E L I N G R E S O D E L

J O V E N E N L A V I D A H I S T Ó R I C A

Xlv L esqu em a de la acción histórica que d a re m ate al

capítulo anterior no pasa de ser eso, un esquema*. La

estructura de la acción histórica en él diseñada está to

davía excesiva y artificiosamente abstraída de la varia,

compleja y coloreada real idad. Muéstranos

  al hombre

actuando históricamente. Bien. Pero ese hombre ¿es

varón o hembra, rico o pobre, culto o salvaje, viejo o

joven? Nada de esto se nos dice. Y aunque todos los

hombres, varones o hembras, ricos o pobres, cultos o

selváticos, viejos o mozos, cumplan sus acciones his

tóricas de modo genéricamente idéntico ¿no cabe pen

sar que influirá en ese modo de cumplirlas, diversifi

cándolo, la diversidad de condiciones humanas que los

precedentes adjet ivos expresan?

A tres grandes vectores puede referirse, en mi en-

131

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t ender ,  la  variadísima influencia  que la  diversa condi

ción humana ejerce sobre  el  modo  de  hacer  la  Hi s t o

r ia :

  el

  vector social,

 el

 biológico

 y el

 religioso .

 Una

 mis

ma acción histórica tendrá diferente rostro según la  con

dición social (clase, profesión, etc.), la  peculiaridad bio

lógica (sexo, edad, temperamento,  etc.) y las  creencias

religiosas  del  hombre  que la  cumple. Dejaré  a un  lado

el problema  de  cómo  se  implican  la  Sociología,  la Re-

ligión  y la  His tor ia ,  y  consideraré  con  alguna atención

el

  de las

  relaciones entre

  la

  condición biológica

  y el

suceder histórico.

M u d a  el  hombre  en su  vida  por ser un  zóion his~

torikón,.  mas  también simplemente  por ser  zóion,  ser

viviente. ¿Cómo interfieren  y se  art iculan  en la  vida

del hombre estos  dos órdenes de su m u d a r :  el  biológico

y el  histórico?

BIOLOGÍA B HISTORIA

Para resolver  el  grave problema  que  esta interroga

ción plantea, debe comenzarse  por  dist inguir  y  precisar

las grandes categorías de la  existencia biológica. Cinco

cabe señalar

  en un

  primer examen:

  la

  especie

  o

  cons

titución específica,  el  sexo,  la  edad ,  la  constitución  in-

dividual  y la  higidez

  x

. Un ser  viviente adquiere  su

1

  Con la

  palabra "higidez" pretendo nombrar

  la

  raíz biológica

  de lo que

se llama habitualmente "estado  de  salud",  una de  cuyas posibilidades  es,

132

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existencia concreta y actualizada en cuanto pertenece

a tal especie, posee tal sexo, vive en tal edad, está in

dividualmente consti tuido de tal modo y goza salud o

sufre enfermedad. Estas cinco variables determinan el

status  estático y dinámico del ser viviente en cada mo

mento de su vida

  2

. Pero, entre todos los seres vivien

tes,

  una especie, el hombre, se señala por una singular

condición de su existencia: la de vivir históricamente.

Esto supuesto, ¿cómo las restantes categorías de la vida

biológica influyen sobre la historicidad del existir hu

mano? Tal es el problema o, mejor, el venero de pro

blemas que aquella interrogación suscita.

¿Cómo se manifiesta el  sexo  en la acción histórica

del hombre? ¿Qué pone en la fracción propiamente his

tórica del destino de una persona el hecho de ser esa

persona varón o hembra? ¿Influye el sexo sobre el con-

por supuesto , la enfermedad. En este sent ido , es la "h ig idez" la ocasiona l

d isposic ión de los hábi tos opera t ivos animales re la t ivamente a su e je rc ic io ,

y depende de una ecuac ión ent re la ocasiona l pecul ia r idad de l ambiente y

el estado en que, relat ivamente a él , se encuentra la total idad fisiológica del

ser v iv iente .

2

  E l  estado  de l animal es un concepto ana lógicamente equiva lente a la

s i tuac ión de l a pe r sona humana . Con o t ra s pa lab ra s : l a   situación  es el

estado  correspondiente a un animal persona l e h is tór ico , es to es , a l hombre .

Estado

  y

  situación

  pued en también ser consid erados como secc iones t ran s

versa les de la v ida tempora l de l animal y de l hombre . Los médicos, exc lu

s iva y , por lo tanto , abusivamente a tenidos a una v is ión b io lógica , zoológica ,

de sus enfermos, l laman, por e jemplo ,  status praesens  a la secc ión t ransver

sa l de la v ida b io lógica de sus enfermos en e l momento de explorar los . Mucho

se ganar ía s i , en lugar de  status praesens,  dijesen  situs praesens  y descr i

b iesen , no só lo e l "estado" b io lógico de l enfermo, mas también su "s i tuac ión"

persona l . Debe dec i rse , s in embargo, que a lgo se va hac iendo en este sent ido .

133

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tenido de la acción humana? ¿Hay acciones históricas,

aparte las directamente dependientes de la vida sexual,

privativas de uno u otro sexo? ¿O se limita la influen

cia del sexo al  modo,  a la forma exterior o estilo de

hacer la Historia? ¿Virilízase la mujer por el hecho de

intervenir directamente en la Historia o hay un modo

femenino de hacer lo que masculinamente hace el va

rón? He aquí una serie de incitantes preguntas para

una ciencia de la Historia que de veras quiera hacer

honor a su nombre.

Análogas cuest iones pueden plantearse en orden a

las influencias de la constitución individual y del estado

de salud o enfermedad sobre la acción y la obra his

tórica del hombre. ¿Cómo influye el tipo constitucional

de un hombre sobre su obra histórica? ¿En qué se dis

t inguen las diferentes razas y los dist intos t ipos cons

titucionales—el pícnico y el leptosomático, por ejem

plo—relat ivamente al modo de "hacer la Historia" los

hombres que a unas y otros pertenecen? ¿Qué influen

cia tuvo, por ejemplo, el hábito corporal y el tempera

mento nativo de Napoleón sobre el contenido y sobre

la forma de su hazaña histórica? ¿Qué relaciones exis

ten, en fin, entre la salud y la enfermedad de los actores

de la Historia y la obra histórica por ellos cumplida?

Confesemos que apenas se ha iniciado la tarea de

responder con alguna suficiencia a todas estas pregun

tas,

  no obstante ser todas el las r igurosamente ineludi

bles para una doctrina sistemática del acontecer his

tórico. Por mi parte, me l imito a proponerlas, luego de

134

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haberlas si tuado en su lugar natural . Harto haré si con

sigo explanar con cierta claridad una parte del pro

blema que ahora me interesa: el de las relaciones entre

la edad biológica y la acción histórica.

EDAD E HISTORIA

Desde que los hombres han hecho de su propia exis

tencia un objeto de conocimiento—lo cual vale tanto

como decir : desde que existen los hombres—, han visto

part ido en "edades" biológicamente dist intas e l curso

continuo de su vida entre el nacimiento y la muerte:

puericia o infancia, adolescencia o pubertad, juven

tud, madurez y senectud o vejez son los períodos más

frecuentemente señalados como característ icos

  3

. ¿Cómo

influyen estas diversas edades en la obra histórica de

un hombre? Si todas las cosas que un hombre va ha

ciendo a lo largo de su vida t ienen el sello caracterís

t ico y permanente que les da el haber sido hechas por

uno y el mismo hombre, ¿qué diferencias hay entre las

obras que ese hombre cieó en su juventud y las de su

madurez o su senectud? ¿En qué se parecen las obras

3

  En el artículo de Or tega  Los tres "hoy" diferentes de cada "hoy". El

concepto de generación. La edad como modo de vivir

  (publicado en

  La

Nación,  de Buenos Aires, 10-IX-1933) expone su autor, junto a sus pro

pias ideas sobre el tema, una excelente selección de opiniones antiguas y

modernas en torno a la ordenación de la vida humana en edades biológi

camente diversas.

135

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y las acciones históricas de todos los jóvenes, por razón

de serlo, y en qué se dist inguen de las obras y de las

acciones históricas propias de los hombres maduros y

de los viejos?

  4

.

La consideración de la edad infanti l debe ser de an

temano excluida cuando se trata de la relación psico

lógica entre la edad y la acción histórica, porque el

niño no es sujeto de acciones propiamente históricas.

No vive el niño fuera de la Historia; pero su relación

con ella no es de acción, sino de pasión, de pasividad:

el infante no pasa de aceptar, traduciéndolos a su men

talidad infanti l , algunos de los componentes del mundo

histórico-social en que hace su vida.  ¿Qué  componentes

del mundo histórico del adulto son los que selectiva

mente capta la vida del niño?  ¿Cómo  los transforma y

los adapta a la pecularidad de su vivir infantil?  ¿Cómo,

4

  La psicología d i fe renc ia l de las edades ha s ido t ra tad a con un doble

error in ic ia l . Por una par te , se ha hecho una psicología   analítica  del niño

o de l adul to (estudio a is lado de la percepc ión, de la memoria , de la in te l i

genc ia , e tc . , e tc . ) , o lv idando que e l

  todo

  del alma infanti l o del alma adulta

no puede ser reduc ido a un mosa ico de func iones psíquicas a is ladas. Por o t ra

par te , se ha v is to en la sucesión de las edades una suer te de progresiva

maduración biológica,  como si en e l adu l to l legasen a m adu rar gé rmen es

de v ida b io lógica y persona l ya contenidos en e l a lma de l n iño . La v is ión

maturativa  y b io lógica de l c rec imiento de l hom bre debe ser sust i tu ida po r

una v i s ión  creativa  y pe r sona l . E n l a v ida de l hom bre ha y una m adurac ión ,

mas también una sucesiva c reac ión de modos persona les de v ida . Algo ha

hecho Spranger por romper la l imi tac ión b io lógis ta de los ant iguos esquemas

conceptua les , pero no lo suf ic iente . Basta s in duda adver t i r la f recuencia

con que apela a las metáforas biológicas: adolescencia como floración, des

cubrimiento del yo como apertura del cáliz , e tc .

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en fin, influyen sobre la vida ulterior del niño esos com

ponentes del mundo histórico que penetraron en el suyo

propio? Tales son las preguntas a que han de respon

dernos los psicólogos de la infancia.

La participación activa del hombre en la Historia

comienza cuando descubre la  realidad  del mundo his

tórico en que vive—el niño, como acabo de decir, co

noce sólo una imagen puerilmente falseada de esa rea

l idad—y cuando, a la vez, despier ta a vida autónoma

su propia persona. Ambos decisivos sucesos t ienen su

orto en la adolescencia o primera juventud. Es, pues,

entonces cuando el niño comienza o, mejor, puede co

menzar a ser sujeto activo de la vida histórica.

No consti tuye precisamente un azar que también

sea entonces cuando el hombre adquiere—súbitamen

te,  muchas veces—la noción de la finitud de su exis

tencia. Para el niño no existe una idea del tránsito de

la vida hacia la muerte. Oye hablar y habla de la muer

te ,

  sabe que alguien ha perecido, mas no refiere esa no

ción a su propio existir, ni al de las personas vivas que

integran su mundo. Un día , cuando su infancia va de

jando de serlo, descub re súbi tamen te que la vida "p as a"

y corre hacia la muerte. Con gran nit idez lo expresó

Adolfo Stahr en un pasaje de sus  Lebenserinnerungen:

"Por raro que parezca, la idea de que también nuestros

padres pueden morir no se me había ocurrido nunca.

Entonces, de golpe, surgió como realidad en mi con

ciencia, y con ella el sentimiento de la  finitud  de todas

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las cosas"

  5

. Tan pronto como el niño descubre que vi

vir '—su propio vivir y el de las personas de su entorno—

es un ir muriendo, puede comenzar a ser persona his

tórica, agonista de la Historia, porque su entera vida

personal, sépalo él o no lo sepa, va a ser edificada sobre

su modo de reaccionar a ese elemental y hondísimo sen

timiento de su propia finitud

  6

.

Cualquiera que sea, sin embargo, la índole de la

mutua relación, parece claro que es en la adolescencia,

o en el tránsito desde la infancia hacia ella, cuando se

inician y cumplen estos tres magnos sucesos de la vida

del hombre: el hallazgo y la creación de la propia per

sonalidad, el descubrimiento de la continuidad y de la

fugacidad de la vida, la capacidad de intervenir per-

5

  Ci t . po r Sp ra nge r ,  Psychologie des Jugendalters,  7 .

a

  ed„ Leipzig, 1926,

página 35 . La idea de la fugac idad de la v ida puede surgi r de muchos modos,

y a veces muy precozmente . En e l curso de una conversac ión famil ia r nada

grave , se me ocurr ió dec i r a una h i ja mia de ocho años la tan repe t ida f rase

tópica : "C reces m ucho, h i ja . ¡C óm o me va s hac iendo v ie jo " Súb i tame nte

aparec ió en la conc ienc ia de la n iña la idea de l enve jec imiento , asoc iado ta l

vez a l leve sent imiento de culpabi l idad que la f rase sugiere . Estaba a legre

hasta entonces; mas, de repente , su cara comenzó a ensombrecerse y rompió

a l lorar con gran desconsue lo . En e l curso de los meses subsiguientes , es te

tema de la edad pa te rna susc i ta en e l la una sonr iente gravedad, que con

t rasta de modo muy vivo con su indi fe renc ia en la época ante r ior a l suceso

referido.

6

  Co n toda c la r idad expresa S pra ng er esta l legada de l adolescen te a la

v ida h is tór ica ac t iva : "Sólo con la adolescenc ia l lega a se r posib le una

colaborac ión ac t iva en la cul tura . . . Aunque no sea s ino un grani to lo que

añade e l joven a l acervo de la cul tura preexis tente , es también entonces

cuando comienza su capac idad de procrear en sent ido espi r i tua l"   (op. cit.,  p á

gina 50) . Sobre los supuestos de esta posib i l idad , véase lo que ahora he

apuntado y lo que luego d i ré .

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sonal y creadoramente en el curso de la Historia. ¿En

qué forma tiene lugar aquella iniciación y este cumpli

miento? He aquí el problema.

LA VIDA JUVENIL

Nadie, que yo sepa, ha descrito el alma del joven

con tanta profundidad, suti leza y precisión como Spran-

ger. Cuantas veces se encuentre uno frente a tal o cual

problema psicológico de la edad juvenil—si se entiende

por psicología la descripción y la comprensión cientí

fica de la vida del alma—hará bien volviendo al precioso

libro del profesor tudesco. Y para predicar con el ejem

plo,  no pasaré adelante sin tomar de él algunas ideas

pertinentes a mi actual propósito.

El enorme y delicado tránsito desde la infancia has

ta la pr imera madurez—no otra cosa es la adolescen

cia, vista con criterio biográfico—se expresa, según

Spranger, en tres decisivos procesos psicológicos: el

descubrimiento de la propia personalidad, la formación

paulatina de un plan de vida y la creciente penetración

en los distintos dominios de la vida. Al cabo de la

adolescencia, el alma del joven ha ganado, a través de

las tormentas del tránsito, un modo de ser hombre esen

cialmente distinto del infantil y caracterizado por una

doble vertiente, interna y externa. La vertiente interna

consiste en ser y en saber que se es una persona sin

gular; la externa, en la capacidad de intervenir crea-

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al del niño. Un niño inteligente, por ejemplo, puede sa

ber infinitamente más y mejor que un adolescente mal

dotado o mal educado. La diferencia está en el modo

de poseer lo que se tiene y se sabe.

  El adolescente co

mienza a serlo cuando advierte, con más o menos lu

cidez, que "es" algo que podría "no ser" . Entre la oscu

ra conciencia de ser  quien  es y la percepción de ser  lo

que  concretamente se ve obligado a ser—por tener lo

que t iene, hacer lo que hace y saber lo que sabe—, se

abre una delgada, pero abismal fisura. ¿Cómo se ex

presa psicológicamente esta íntima situación de la vida

personal? Hay, ante todo, un cambio de orientación en

la mirada. La mirada del alma, fi ja e inmersa hasta en

tonces en lo que se tiene, se hace o se sabe, va a expe

rimentar un giro radical: desde entonces, además de

contemplar sus haberes biológicos y psíquicos, va a

iniciarse en el extraño ejercicio de preguntarse, temblo

rosa y problemáticamente, por el íntimo centro desde

el cual sabe uno lo que sabe, hace lo que hace y tiene

lo que tiene. El lenguaje familiar expresa este decisivo

paso con una frase sencilla y significativa: el niño, suele

decirse, comienza a ser reflexivo.

¿Qué ve dentro de sí el niño cuando, por haber co

menzado a mirar hacia el centro de su alma, deja de serlo

y se convierte en adolescente? Ve tan sólo un  vacío.  V e

no más que su  necesidad  de ver en sí mismo algo pr o

pio.  No ve, en suma, sino  el problema  de llegar a ser

hombre con personal autonomía. Este inicial sentimien

to de la propia personalidad como vacío, necesidad y

141

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problema supone un rompimiento del adolescente con

lo que antes era—luego volveré a este tema del rom

pimiento con su vida anterior y con el mundo—y de

termina dos de sus vivencias fundamentales: la  soledad

y la  inseguridad.

El adolescente comienza a serlo cuando empieza a

sentirse solo, radical e irremediablemente solo. Vive su

propia exis tenc ia—dice Spranger—"como un mundo

por sí , para siempre separado, como una isla, de todos

los demás seres—cosas, hombres—que componen el

mundo exter ior"

  9

. Penetra en el adolescente "la con

ciencia de que se ha abierto una honda sima entre su

yo y todo lo demás: no sólo todas las cosas, mas tam

bién todos los hombres están infinitamente lejanos y son

infinitamente extraños, y, en lo más hondo de sí, está

solo consigo mismo"

  10

. ¿De qué depende, en qué con

siste este raro y penetrante sentimiento de soledad?

Spranger no nos lo dice. Por mi parte, creo que puede

ser verdaderamente comprendido si se piensa en la ex

periencia del joven cuando por vez primera vuelve la

mirada hacia su propio ser. ¿Qué ve el joven? Antes lo

dije:  un vacío, una necesidad de ver algo propio. ¿Y

0

  Op. cií.,

  pág . 38 . E l n iño no se s i en te " so lo" . Cuando no adv ie r t e

en su entorno la presenc ia de n inguna o t ra persona , su reacc ión es e l

miedo, no e l sent imiento de so ledad. Siente miedo; y no ante e l vac ío per

sona l , s ino ante la proyecc ión imaginada de sus propias v ivenc ias o ante

la deformación ca ta t ímica de l medio: es la conversión de l á rbol en fantasma

durante la noche . La v ida de l n iño es , pues, r igurosamente "excéntr ica" : e l

infante vive "fuera de sí" .

1 0

  Op. cií.,  p á g s .  40-41.

142

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no brota el sentimiento de soledad cuando el hombre

vive dentro de un mundo material y personal en que

no ha puesto nada propio o en el cual se ha hecho "pa

sado"—muerto, incapaz de recreación—lo que en otro

tiempo pudo poner? El adolescente se siente solo por

que ni en sí mismo ni en el m und o d escu bre n ad a  suyo

  n

.

Al sentimiento de soledad se asocia la inseguridad

en el empeño de conocerse a sí mismo y de manejar la

propia vida. Si siempre es problemática la realidad de

la propia vida personal, en cuanto se halla distendida

hacia un incierto futuro, en modo superlativo habrá de

serlo cuando el joven no ha empezado a exist ir perso

nalmente por cuenta propia . La  "anarchie des tendan-

ces",

  de que habla Mendousse, y las "oscilaciones en el

estado de ánimo" del joven, descri tas por Stanley Hal l ,

son otras tantas expresiones vivenciales de esa super-

1 1

  Recu e rdo ahora un ve r so e sc r ito po r su au to r en un mom ento "c r í

t ico" de su v ida :

¿Quién seré yo? ¿Qué puedo llamar mío?,

dec ía . Este sent imiento de no poder l lamar  suyo  a nada—o, po r lo menos ,

e l de tener que preguntarse a s í mismo si puede l lamarlo a a lgo—es la ra íz

ant ropológica de l sent imiento de so ledad.

Tampoco resis to a la ten tac ión de anotar la cur iosa coinc idenc ia que

exis te ent re los rasgos psicológicos de la adolescenc ia , ta les como, por e jem

plo ,

  les descr ibe Spranger , y la carac te r izac ión de la conducta de los hom

bres durante los per íodos de c r is is h is tór ica , ta l como la expone Ortega

en su  Esquema de las crisis.  Lo anter iormente d icho permite comprender la

ana logía . Podr ía dec i rse que las c r is is h is tór icas convier ten en adolescentes

a los hombres que en verdad las v iven. Por eso es tan ampl io e l margen

de la "coe tane idad" en las generac iones h is tór icas de las épocas c r í t icas: en

e l las todos pueden ser jóvenes y muchos vue lven a se r lo de hecho.

143

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lat iva inseguridad ontológica del hombre joven. Siente

el adolescente que puede serlo todo, y el hervor de tan

innumerables posibilidades de existir le llena de con

fusa y anhelante inseguridad. "Cuanto más se embra

vecen las tormentas de la pubertad—escribe Spran-

ger—, tanto más surge en el alma la impresión de que

en ella hay material

  para todo".

  El joven no se com

prende a sí mismo, y de ahí su punzante ansiedad de

"ser comprendido" por quienes le rodean. No sabe

quién

  es, ni acierta a elegir, a querer algo entre todo

  lo

que

  puede ser. Todavía no sabe querer ser. Por eso los

primeros actos verdaderamente personales de su volun

tad—unamente lo observó Car lo ta Bühler—no están

enderezados a la consecución de fines concretos, sino al

ejercicio de contrastar "personalmente" la nueva, re

cién estrenada facultad de afirmarse a sí mismo. Como

los atletas en el estadio, el adolescente, antes de co

menzar su personal "carrera" en la vida, ejercita la vir

tud de sus nacientes e intactas "facul tades".

Este descubrimiento de sí mismo como vacía sole

dad e inseguridad hirviente y problemática determina,

hombre adentro, las t res act i tudes del a lma que Spran-

ger considera cardinales en el orto de la vida adoles

cente: la

  autor reflexión,

  la

  hipersensibilidad

  y la

  ten

dencia a la autonom ía.

El adolescente ha empezado a mirarse a sí mismo.

Quiere encontrar su propio ser personal y, según la na

tiva finura de su espíritu y la educación recibida, se

pregunta con mayor o menor explicitud: ¿por qué exis-

144

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to yo?, ¿en qué consiste mi propio ser y mi propio va

ler? Búscase a sí mismo, l leno de extrañeza y anhelo, y

a la vez trata de huir de sí , proyectándose hacia un

mundo irreal , fantástico. Mejor dicho: trata de l lenar

de ensueño y fantasía el vacío que siente en lo más

íntimo de su incipiente vida personal. No otra cosa hay,

a la postre, en la tan conocida tendencia de los adoles

centes vivaces a huir desde su medio habitual hacia lo

desconocido: son los  Wanderjahre,  los año s de inqu ie

ta peregrinación del esquema biográfico goethiano.

Esta anhelante vivencia del propio vacío, nacida

junto a la impresión o la creencia de poder serlo todo

y esencialmente enlazada con ellas, engendra la enor

me,

  casi enfermiza sensibil idad del adolescente. Bas

tará que las personas adultas del contorno vulneren sin

delicadeza o menosprecien esa hipersensibil idad para

que el joven intente "vivir su propia vida", en hosti l i

dad más o menos expresa con la vida ya "hecha" que

le rodea. Tal es la raíz más profunda de los movimien

tos juveniles de secesión, desde las pandillas de jóve

nes aventureros hasta las organizaciones de mayor ca

l ado ,

  como la  Jugendbewegung,  aq ue l significativo

"Movimiento de la Juventud" en la Alemania de

W e i m a r .

Unida a la autorreflexión y a la hipersensibil idad

del adolescente descúbrese, en ñn, su tendencia a la au

tonomía personal. Pronto advierte el joven que sólo

podrá ser "alguien" si se propone y cumple determi

nados fines personales, aunque éstos queden en ser el

145

1

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modestísimo de coleccionar sellos o el de leer más nove

las de aventuras que los amigos. Lo importante es, como

dice Spranger, "poseer a lgo propio, disponer de un do

minio en el que ningún otro tenga voz ni voto". La vi

vencia del mundo en torno, que en el niño dependía

fundamentalmente del "modelo" impuesto por los pa

dres y las personas ejemplares del medio más inme

diato

  vt

,  hácese ahora estr ic tamente personal . El ado

lescente vive "a su modo" sus relaciones familiares y

siente por sí mismo su contacto con la naturaleza y el

comercio humano con la sociedad que le rodea. Ve las

cosas a t ravés de ventanas propias, y esta personal sin

gularidad de su visión es justamente la que le permite

descubrir la "verdad" y la "real idad" objet ivas del

mundo.

El descubrimiento de la propia personalidad, cum

plido a merced de la naciente autorreflexión y testifi

cado por la hipersensibil idad del adolescente y por su

tendencia a la autonomía personal, exige imperativa

mente del joven l lenar el menesteroso vacío que siente

ser en su más secreta intimidad. Necesita hacer algo

que en verdad pueda l lamar "suyo", y se propone ha

cerlo.  La autoproposición de fines personales y la pre

sión creciente del mundo exterior conducen, en conse-

12

  E n tesis general, el niño sólo tiene "gusto s" individuales en lo tocante

a los estímulos de la vida instintiva: gusto por tal o cual comida, inclinación

espontánea hacia tal o cual tipo de juego, etc. En su relación con el mundo

histórico-social—mejor dicho: con los componentes del mundo histórico-

social que penetran en el suyo infantil—el niño "piensa" y "estima" como

sus padres y maestros. Vive "excéntricamente", como antes dije.

146

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cuencia, a la paulatina  elaboración de un plan de vida.

El mero hecho de que, más o menos lúcidamente, se

presente en el alma del joven la idea de ordenar en un

proyecto su vida futura, supone un descubrimiento de

capital importancia, conexo con el de la propia perso

nalidad: descubre el joven que el transcurso de la vida

personal posee una const i tut iva cont inuidad. Además

de advertir con sorpresa que  es  "él mismo", percibe que

seguirá siendo  "él mismo" y que sólo distendiendo pro-

yectivamente su existencia hacia el futuro'—no impor

ta a este respecto que el proyecto de vida sea fantás

t ico o desmesurado—puede  ser  en verdad algo estr ic

tamente personal. Se l lega a ser "alguien", tal es la

conclusión, haciendo "algo" valioso y original, aunque

la originalidad y el valor de lo que se hace no monten

mucho.

Siente confusa y hervorosamente el joven—-antes lo

apunté—que en su alma hay materia l para todo. Pues

bien: poco a poco, bajo la constante incitación del me

dio—familia, maestros, figuras ejemplares del entorno

personal—ese material informe y multivalente se con

creta en un vago plan de vida, que el muchacho pro

clama en su alma con exaltado entusiasmo o aquiescen

te secuacidad: "quiero ser esto", tal es la fórmula ri tual

de ese trance. En el alma del adolescente, y sin que su

conciencia tenga forzosamente que percibirlo con cla

r idad, "ha sido ensalzado el yo rey—escribe Spran-

ger—entre los muchos yos posibles que uno t iene en

tonces dentro de sí" . La persona ha elegido o inven-

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tado el camino para su propio e íntimo afán de singu

laridad y de valimiento.

Es entonces, en fin, cuando el joven puede   ingresar

creadoram ente en los diversos dominios de la vida

  en

to rno :

  la economía, el saber intelectual, la vida políti

ca, la creación estética. El problema que plantea al ado

lescente el inicial vacío de su propia personalidad y el

descubrimiento de que la vida "se hace" y "pasa" con

tinuamente, son los supuestos de esta creciente penetra

ción del joven en cada una de las provincias de la vida

histórica y social . Una vida rigurosamente original va

a comenzar para é l . Aunque esa original idad haya de

quedar muchas veces reducida a un modesto mínimo:

el invento de un modo personal de vivir y hacer lo que

las gentes de su alrededor repiten o imitan adocena

damente .

EL ADOLESC ENTE Y LA VIDA HISTÓRICA

Este apretado escorzo del despertar juvenil a la

vida personal nos permite abordar con decorosa sufi

ciencia el tema de la relación entre la adolescencia y la

Historia. El niño, dije, no es ni puede ser sujeto activo

de la Historia. El adolescente lo es en tanto ha descu

bierto el problema que le plantea la existencia tempo

ral de su propia personalidad. Percibe que sólo puede

existir consti tuyéndose en  gerente  de su propia vida, y

en virtud de su activa y ejecutiva  gerencia  es capaz de

desgranar esa vida suya en una serie sucesiva de

  res

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gestae,  de hazañas privadas e históricas. El adolescen

te ,  por el simple hecho de serlo,  puede  hacer Historia

y, en parva o magna medida, la hace. Esto supuesto,

¿cómo se hace patente esa activa participación del joven

en la vida histórica? Con otras palabras: ¿cómo se con

figura la fracción histórica de la persona a lo largo de

la edad juvenil , durante los años en que la persona en

tera va tomando su propia y definitiva figura espiritual?

La lectura de las páginas anteriores hace obvia la

siguiente aserción fundamental: cualquiera que sea el

camino definitivo que el hombre siga en su acción his

tórica, ésta ha comenzado siendo una continuación de

la vida histórica con que en su adolescencia se encon

tró y, al mismo tiempo, un rompimiento con ella. Dicho

de otro modo: el joven es lo que es prosiguiendo la

obra de sus padres y rompiendo a la vez con ella. La

índole de la época en que el joven existe y la de sus

condiciones nat ivas y habi tuales—temperamento y edu

cación—determinará un ocasional predominio de la ac

t i tud prosecutiva o una preponderancia de la postura

polémica.

Ha de haber, desde luego, continuación. El joven

tiene que comenzar necesariamente su vida histórica

operando sobre los componentes de la que encuentra

hecha: la creación de que el hombre es capaz, por muy

genial que su condición sea, no puede ser una  creatio

ex nihílo.

Ha de haber , por otra parte , rompimiento, porque

el joven no puede l legar a ser "alguien"—esto es, una

149

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lescencia, cambia fundamentalmente el modo de esa re

lación. No es necesario, ni siquiera frecuente, que el

adolescente l legue al desamor o a la aversión por sus

padres. Muchas veces—sobre todo en medios sociales y

en épocas de vida cómoda—, seguirá amándoles y obe

deciéndoles, y hasta más entrañable y del icadamente

que durante su puericia . Otras, s ingularmente cuando

en el muchacho apunta una vigorosa personal idad y

cuando la vida pública, la privada o las dos   van mal,

aparecerán una discordia o una reserva más o menos

acres entre el padre y el hijo

  u

.

  Sea, empero, pacífico

o polémico el rostro visible del cambio en la relación

paternofilial, lo importante es la verdadera esencia del

cambio mismo. Quiero decir: la aparición de una  dis~

tancia personal  entre el hijo y el padre

  15

. El hijo, que

vivía hasta entonces inmediatamente vinculado a la

existencia del padre, comenzará a mirarle

  desde

  el re-

más en la es t ruc tura temperamenta l e inst in t iva de la v ida humana que en

su cond ic ión p rop iamen te pe r sona l . Un n iño t e rco no e s una pe r sona t enaz

mente fi ja a sus propios fines, sino, como dicen los alemanes, una   trotzige

Natur,  una na tu ra l eza renuen te .

1 4

  "D on de no ha y har ina , todo es mo hína " , d ice la exper ienc ia de nues

t ro pueblo . Espec ia lmente v is ib le se hace la verdad de l re frán con mot ivo de

la c r is is de la adolescenc ia . Ni s iquiera es prec iso in te rpre ta r esa "har ina"

de un modo exc lusivamente económico.

1 5

  H e aqu í un s igni f ica tivo pasa je autobiográf ico de Go ethe : "Lle gó por

f in San Miguel , la fecha tan impacientemente esperada . Abandoné entonces

y de jé t ras de mí con la más absolu ta indi fe renc ia la respe table c iudad que

me había engendrado y educado. . . Hay c ie r ta época en la cua l los h i jos se

apa r t an de sus pad re s , l o s se rv ido re s de sus dueños , l o s f avorec idos de sus

bienhechores; y este movimiento de independencia , es te in tento de v iv i r una

vida propia está s iempre , t r iunfe o no , en los p lanes de la Natura leza ."

151

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cien descubierto y todavía inédito centro de su adoles-

cente persona. Las condiciones nativas del adolescente,

su educación, la peculiaridad de la vida familiar y la

ocasional coyuntura de su mundo hisíórico-social , de

terminarán que esa mirada suya sea más o menos amo

rosa u hosti l . Entre las aludidas condiciones nativas del

joven hállase en primer término la sexual; bien sabido

es que el sexo matiza muy ostensiblemente el modo de

establecerse la

  distancia personal

  entre el hijo y los

padres

  16

.

1 6

  C ua tro tipos fundam enta les deben estudiarse , desde e l pu nto de v is ta

de l sexo, en la re lac ión pa te rno-f i l ia l : h i jo-padre , h i jo-madre , h i ja -padre e

hi ja -madre . Como es sabido, per tenece a l psicoaná l is is e l méri to de haber

p r o p u e s t o

  científicamente

  este prob lema de las re lac iones ent re padr es e h i jos ,

mas también le corresponde e l deméri to de haber fa lseado, por uni la te ra l idad

faná t ica , los té rminos de su p lanteo y las v ías para su t ra tamiento . Los

f reud ianos o r todoxos nos hab la rán de "comple jos de Ed ipo" y "de E lec t ra " ,

los adle r ianos de "protestas v i r i les" , e tc . Las cosas son a un t iempo más

senc i l las y más comple jas . Trá tase , senc i l lamente , de la ín t ima tendencia de l

adolescente a const i tu i r de manera autónoma su propia v ida persona l . Esta

tendencia se conf igurará luego psicológicamente según las f iguras más d i

versas y ba jo la acc ión conjunta de los momentos causa les antes apuntados:

condic iones na t ivas de l adolescente , educac ión ante r ior , índole de la v ida

famil ia r , s i tuac ión h is tór ica en que se v ive . No exc luyo, pues, la posib i l idad

de que en a lgunos ca sos sea v iv ida como un "comple jo de Ed ipo" más o

menos v ivo y a r t icu lado la "d is tanc ia persona l" ent re e l adolescente y sus

padres . Mas también exis te la posib i l idad de que esa "d is tanc ia persona l" ,

o r ig ina r i amen te v iv ida de modo , po r a s í dec i r lo , "neu t ro" o "pu ro" , sea

luego sexual izada en su in te rpre tac ión por la acc ión sugest iva de l medio

(médicos psicoana l is tas , audic ión de conferenc ias , lec turas , e tc . ) . En mi t ra

ba jo "La ob ra de Seg i smundo Freud" (en

  Estudios de Historia de la Me

dicina y Antropología Médica,  M adr id , 1943) he t ra tad o con amp l i tud esta

pos ib i l idad de sexua l i za r in t e rp re t a t iva y suges t ivamen te v ivenc ia s que en

su or igen e ran "neutras" desde e l punto de v is ta de la sexual idad.

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tintos individuos que le componen figura también—'en

cuanto cada hombre es una persona—-entre las notas

consti tutivas del  género  humano

  17

.

Sea grande o chica, sin embargo, la incipiente ori

ginalidad histórica de cada joven, el simple hecho de

su existencia denota una previa ruptura del adolescente

con el mundo histórico y social que halló frente a sí

y dentro de sí a l despertar a la vida personal . Tampo

co ahora debe ser necesariamente interpretada esa rup

tura como una pura negación nihil ista de los valores,

los hábitos y las obras visibles que integran el mundo

histórico con que el adolescente se encuentra: la rup

tura no ha de ser por necesidad un rompimiento total ,

aunque siempre lo sea parcial. Como acontecía en el

ámbito privado de la convivencia personal, la raíz del

suceso es, inicialmente, la distancia,  el  apartamiento'-'el

"paso atrás", diría un aficionado a los toros—que se

establece entre la recién despierta persona del adoles

cente y todo "lo otro". Hasta los hábitos más sólida

mente esculpidos por la educación en el alma infantil

tórnanse

  extraños

  a un o mismo, siquiera sea fugazm en

te ,  cuando se les contempla desde el inédito y acu-

1 7

  Los "gé nero s" de las rea l idad es na tura les se definen

  sólo

  por las

notas en que se parecen todos los indiv iduos que los componen. El "género

humano" , en cuan to e s t á cons t i tu ido po r pe r sonas s ingu la re s , r e a l i z adas a

t ravés de cuerpos v iv ientes indiv idua les , se def ine  también  po r el hec ho de

que todos los indiv iduos que lo componen   tienen que ser  pe r sona lmen te s in

gulares . Nada se opone a que dos caba l los gemelos univ i te l inos sean igua

les;  en cambio , dos gemelos univ i te l inos humanos

  tienen que ser

  p e r s o n a l

mente d is t in tos , por mucho que se parezcan sus carac te res somát icos.

154

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que así se ve, cuidará de ir llenando con su vida ulterior

el íntimo vacío de su alma que ese hiato denuncia: "la

interior bodega", diría San Juan de la Cruz. ¿Cómo y

de qué lo llena?

No es difíci l la respuesta: aceptando parte de los

elementos que componen el mundo histórico "viejo";

rechazando defini t ivamente otros; creando obras nue

vas y modos de exist i r inédi tos; proyectando y soñando

futuras obras, acciones y si tuaciones personales. La

aceptación de lo ya hecho permite que en la Historia

haya "cont inuidad" y "t radición"; e l arrumbamiento de

lo viejo e inservible hace posible la existencia de un

"pasado histórico"; la creación de resul tados y de mo

dos de exist ir originales determina la "novedad" del

acontecer, el "cambio" de la existencia humana en el

sentido del progreso, de la regresión o, sencil lamente,

de la mera alteración; los proyectos y ensueños ponen,

en fin, algún "orden" en el incierto futuro de la exis

tencia personal y engendran la "utopía" histórica. El

presente de la vida personal es una permanente y crea

dora l ínea divisoria entre las dos vertientes temporales

del acontecer: a un lado, la existencia pretéri ta, que

aporta al presente la actualidad de lo que "se conti

núa" y el recuerdo de lo que "pasó"; a otro, la exis

tencia futura, prefigurada por un "proyecto de vida",

ordenador del presunto porvenir , e inci tada por una

"utopía" más o menos histórica . El hombre que hace

su vida t iene siempre a su esp alda un cam ino ya an da do

y un "Paraíso perdido", y frente a sí—-salvo en los

156

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casos de pesimismo absoluto'—un camino por andar y

un "Para í so e spe rado"

  19

.

En suma: el adolescente acepta algo que el medio

le impone

  o le ofrece, rechaza o

  depone

  lo que no con

viene a su vida y no se ve obligado a aceptar,   pone  en

su vida y en el mundo circunstante el resultado de su

vivaz presencia y de sus acciones creadoras y  se pro

pone  planes de vida futura y ensueños utópicos o eva

sivos.

  Lo impuesto por el medio al joven, lo depuesto

de su vida y del medio por él, lo puesto por él en el

medio y en su vida y lo propuesto por él a sí mismo y

a los demás son, pues, los cuatro elementos sistemáti

cos de la autoconfiguración del joven como persona his

tórica

  20

. Veamos con más atención cada uno de ellos.

LO IMPUESTO AL JOVEN

Llega el niño a su adolescencia y comienza a hacerse

problema de sí mismo y de cuanto le rodea. Sin saber

que se lo dice, dícese lo que, ya adulto y sabiéndolo,

1 9

  Las diferencias comenzarán cu ando se trate de precisar el "lugar"

de esos "Paraísos": unos, como el progresista o el reaccionario, lo pondrán

en la Historia; otros en una existencia escatológica. Recuérdese lo dicho

en el primer capítulo.

2 0

  El orden de esta enumeración no debe ser considerado como un

orden cronológico. Aun cuando esos cuatro elementos se hallan finamente

imbricados entre sí, tal vez deba darse cierta prioridad cronológica a la

autoproposición del joven. Tan pronto como el adolescente percibe el vació

de su vida personal, se propone—clara o turbiamente—algo con que llenarlo.

Luego volveré a tratar este tema.

157

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se decía a sí mismo San Agust ín: "No es cosa de tanta

maravil la que esté lejos de mí todo lo que no soy yo"

(Con/. , X, 16). Sitúase el adolescente en la intacta y

vacía atalaya de su propio espíri tu y mira desde ella

—anhelante , menesteroso, confundido—todo lo que

hasta entonces ha consti tuido su existencia. ¿Qué des

cubre su mirada? Descubre, por lo pronto, tres campos

distintos en que mirar: su naturaleza biológica, el haber

psicológico que el medio le ha ido dando y el mundo

exterior en que vive

  21

.

Su naturaleza biológica le impone un sexo, una de

terminada consti tución individual, un temperamento

conexo con ella y un habitual estado de salud o de en

fermedad

  22

. Se ve varón o hembra, al to o bajo, rubio o

moreno, vivaz o calmoso, fuerte o enfermizo. La natu

raleza biológica, sólo muy escasamente modincable por

obra de la voluntad y del ejercicio, proporciona al ado

lescente el  instrumento somático  con que necesariamen

te ha de ir haciendo su vida personal. Son muy diver

sos los modos de sentir la posesión de ese instrumento:

2 1

  Apen as es necesario advertir que las cosas no aparecen de modo

tan claro y ordenado en la conciencia del adolescente. En muchos casos no

habrá en ella sino un vago sentimiento de lo que expongo como expresa y

bien recortada noticia. Describo ahora sistemáticamente el

  contenido

  del

alma del adolescente cuando éste empieza a mirar desde sí mismo; luego

intentaré precisar la forma que adopta ese contenido. O, con otras palabras,

el  estilo  del alma adolescente.

2 2

  Es decir: una vida biológica constituida por ciertos

  hábitos corpo

rales

  sanos o morbosos. Son, como diría un escolástico, los hábitos de la

primera naturaleza: funciones fisiológicas, canalizaciones instintivas de la

vida, etc.

1 5 8

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vivencias, acti tudes y reacciones determinadas por el

sexo,

  sentimientos de suficiencia o inferioridad, etc. Mas

no es este un tema pertinente a mi actual propósito, y

debe quedar sólo enunciado

  23

.

El segundo de los campos que en su propia vida

descubre la mirada del adolescente es el haber psicoló

gico que el medio, operando sobre sus condiciones na

t ivas,  ha puesto en sus manos. Este haber psicológico,

obsérvese, es  suyo  en cuanto puede manejarlo, mas no

por lo que atañe a la originaria peculiaridad de su con

tenido. El niño se ha limitado a recibir todo lo que su

medio ha ido esculpiendo o incrustando en su vida a

partir del punto y hora en que salió del vientre de su

madre. Nada ha hecho por su cuenta personal para que

los elementos de ese haber psicológico y el conjunto

en que se ordenan sean lo que son y como son, y por

esto,  l legado a la adolescencia, puede mirarlos con ra

dical extrañeza: son suyos por donación, no por crea

ción. Como antes dije, el haber

  verdaderamente

  pe r -

sonal  del adolescente no consiste sino en la necesidad

de tenerlo.

Este acervo psicológico que el adolescente halla en

su propia vida está consti tuido por tres órdenes de ele

mentos: creencias, noticias y hábitos espiri tuales. Las

creencias, que pueden ser estrictamente históricas y re

l igiosas o seudorreligiosas, formarán, si son aceptadas,

2 3

  El mom ento más im portante para la determinación de ese modo de

sentir la "imposición" es la relación entre la vivencia del propio cuerpo y

los fines que el adolescente se propone cumplir en su vida.

159

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ordenado de creencias vigentes, formas de vida, há

bitos históricos usuales y tri l lados, insti tuciones histó-

rico-sociales y obras o productos de la acción humana.

Las creencias vigentes en el medio histórico no han de

coincidir por necesidad con las que la educación infan

til imprimió en el alma del joven. ¿Cuántos son los mu

chachos que, educados, por ejemplo, en un fervoroso

catolicismo, deben vivir luego en un medio escasa o nu

lamente católico? Valga otro tanto para las formas de

vida (modos ocasionales de la religiosidad, de la vida

social, política y económica, del pensamiento filosófico

y científico, etc.) y para los hábitos históricos (modas,

costumbres cotidianas) en que se expresa y actualiza

la situación histórica y social.

Tal es, apretadísimamente dibujada, la est ructura

sistemática del paisaje que desde su inédita personali

dad descubre la interrogante mirada del joven. ¿Cuál

puede ser, vista también con esta esquemática genera

l idad, su personal reacción ante él? Comenzaré a res

ponder haciendo observar que cada uno de los t res

mencionados campos se presenta en la vida del adoles

cente de modo específicamente distinto; con un dife

rente grado de "adherencia", s i se me permite esta plás

t ica expresión.

L a

  naturaleza biológica

  le está rigurosamente

  im

puesta:  ha de hacer su vida con ella, quiera o no, y ape

nas es dado a su arbitrio la posibilidad de modificarla.

Frente a la naturaleza biológica que, como suele decirse,

le ha tocado a uno en suerte, el problema está, sobre

161 i i

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todo ,

  en el modo de reaccionar a la forzosidad de su

imposición.

E l  haber psicológico  hál lase  impreso  en su vida. Las

creencias, las noticias y los hábitos que la educación le

dio están esculpidos con profundidad diversa en la cor

teza o en la albura de su alma, a la cual, como suele

decirse, "imprimen su carácter". La crisis puberal trae

inevi tablemente consigo una cier ta "extrañeza" del jo

ven ante los hábitos y creencias de su edad infantil: si

unos y otros fueron impresos con arraigo y hondura

en el muchacho por la educación de los primeros años

y, por otra parte , no contrar ían de modo muy osten

sible los vigentes en el medio histórico, no es infre

cuente que perduren hasta la madurez; si la impresión

fué laxa y pugnan por su índole con los usuales en el

mu ndo circunstante , caerán m uchas veces como una cor

teza seca cuando el adolescente se apreste a hacer por

sí mismo su vida. Entra también en juego el vigor pro

pio de la personalidad que apunta. Por ejemplo: sólo

los jóvenes de personal idad muy vigorosa son capaces

de arrancar de su alma hábitos operativos y creencias

firmemente enraizados en ella. En cualquier caso, la per

sonal revisión que el joven hace de su vida anterior

—aunque, en tantas ocasiones, sin conciencia clara del

proceso revisivo—altera inexorablemente el contenido y

la figura de su haber psicológico.

Si la naturaleza biológica está "impuesta" a l ado

lescente y a su haber psicológico lo encuentra "impreso"

en su alma, el  mundo exterior  a que abre sus ojos y, en

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máxima medida, la fracción histórico-social de ese

mundo, se hal lan  ofrecidos  a su contem plación y a su

acción personales. Claro que la índole de este "ofre

cimiento" puede ser muy diversa. Cuando el medio fa

miliar, social o político es rudamente coactivo, el ofreci

miento puede hacerse imposición o exigencia difícil

mente eludibles, y en tal caso el adolescente se ve obli

gado a aceptar en su ulterior existencia los hábitos o las

formas de vida que se le imponen o se le exigen. Otras

veces,

  en cambio, puede el adolescente tomar o dejar a

su antojo cada uno de los elementos que integran su

mundo histórico y social . Supuesta ta l l ibertad~y siem

pre existe en alguna medida, al menos por lo tocante

a la "intimidad" de la aceptación y del apropiamiento—¡

¿qué elementos del mundo histórico son los que el ado

lescente selectivamente acepta? ¿Por qué y cómo los

acepta y se los apropia?

Apenas es necesario ponderar la inmensa diversi

dad de los casos individual y t ípicamente posibles. En

lo que atañe a la intensidad del afecto por lo aceptado,

la divergencia puede ir desde una recepción "obvia y

sin grat i tud alguna", como dice Spranger, hasta e l en

tusiasmo más caluroso y explosivo; y por lo que toca

a la peculiar condición de los elementos que se aceptan

o se buscan, la caprichosidad individual dará realidad

a cuantas variantes pueda imaginar e l hombre más ima

ginativo, no contando los casos rigurosamente inima

ginables. Creo, no obstante , que, s in mengua de esta

casi infinita diversidad, es posible señalar una línea ge-

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ble auge de los jóvenes en las si tuaciones históricas ver

dadera y ostensiblemente crí t icas.

Mas también interviene en la selección el alma del

joven, y por eso puede darse a la precedente interro

gación una segunda respuesta . Cualquiera que sea la

índole o la edad de la situación histórica a que despier

ta, el adolescente aceptará de ella y aun buscará entre

sus elementos: aquellos en que la vida interna y la

fuerza prevalezcan sobre la forma y la perfección ex

presiva; los que ofrezcan a su actividad una participa

ción por relación directa de persona a persona, y no a

través de fórmulas técnicas intermediarias; y, en fin,

aquellos otros cuya aceptación suponga para él una

"distinción" visible y aún chil lona dentro del mundo en

que vive.

Un polí t ico que, como Prim, ofrezca con voz tonante

y entusiasta "destruir en medio del estruendo los obs

táculo s", tend rá siempre más adep tos juveniles que quie

nes ,  a la manera de Metternich, se propongan t r iunfar

por la perfección y la sutileza de sus acciones

  26

. No

es otro el fundamento de la seducción que la vida he-

2 0

  A veces predomina la influencia de otros momentos selectivos. Puede

ocurrir muy bien que, después de una época

  Stucm und Dtang,

  el afán de

distinguirse prevalezca en muchos jóvenes sobre el gusto por lo tempes

tuoso e impulsivo. Aparecen entonces grupos o subgrupos generacionales

de jóvenes "superfinos", que tratan de señalarse personalmente mediante la

exquisitez. En no pocas ocasiones creen alcanzar la buscada finura imitando

los modos de vivir y los gustos de sus abuelos: tratan de afirmar su juven

tud, en consecuencia, senilizándose artificiosamente. ¿No hubo mucho de esto

en la vida parisiense tras el Terror, durante el Directorio y el Consulado?

¿No hemos visto algo parecido en España, durante los últimos años?

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roica y aventurera—o, cuando menos, sus t rasuntos l i

terar ios— ejercen sobre las a lmas adolescentes. La aven

tura difícil y esforzada es un modo de vivir que, por

definición, no puede configurarse en fórmulas hechas:

de ahí su aire tan esencialmente "prometedor" y el en

canto que ofrece a la vida vacía y anhelante del joven.

Esa t ierna y palpi tante desnudez del a lma juveni l es

también lo que determina su preferencia por las accio

nes y por las formas de vida históricas en que domine

la relación personal directa y cálida sobre la indirecta

y formularia. El hombre soporta la fórmula como me

dio de relación cuando es él quien la ha creado o, por

lo menos, cuando ha puesto algo personal en ella: cuan

do la crea o cuando la re-crea. Sólo esa creída presen

cia de una porciúncula de su vida personal en la fórmu

la "hecha" y convenida permite al hombre admitir sin

reserva la real eficacia comunicativa de los artificios

convencionales. ¿Cómo puede aceptarlos, entonces, un

alma inédita, virginal, cuyo único patrimonio personal

es el de no haber hecho nada con su persona? Sólo un

contacto directo y caliente con la desnuda realidad de

ot ras personas

  27

  satisface el ansia de compañía y com

prensión que hierve en el alma del joven, apenas ha

descubierto su radical e inerme soledad. El gr i to: "¡Ca

maradería: abajo las convenciones " fué, y no por azar,

2 7

  An tes dije en qué consiste el "con tacto" de una persona con otra

"realidad personal" exterior a ella: es, como se recordará, la creencia en que

"el otro" coejecuta los actos personales propios, y uno mismo los del otro.

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la consigna más central del movimiento juvenil alemán

tras e l hundimiento del Segundo Imperio.

Acepta el joven con avidez, por fin, los elementos

de su mundo histórico y social que le garanticen una

cier ta "dist inción". Quiero decir : que le hagan dist into

de los demás, que le señalen personalmente dentro del

medio en que vive. Dist inguiéndose, s iendo "dist into",

t iene el joven la cert idumbre de poseer una persona

lidad y ser "él mismo". La peculiaridad de la si tuación

histórica, las condiciones nativas del muchacho y la ín

dole de su educación anterior decidirán en cada caso

qué elementos históricos del medio son elegidos por

esta ansia juvenil de distinción y valimiento personales.

A veces intentará dist inguirse e l adolescente condu

ciéndose de modo convencionalmente caballeresco; otras

adoptando un aire chi l lonamente desembarazado y de

portivo, o cultivando con llamativo artificio sus nacien

tes recursos capi lares; a lgunas jactándose ostensible

mente de "estar de vuel ta de todo" y no creer en nada.

La diversidad, ya se ve, puede ser casi infinita.

Resumiré sinópticamente. Puesto el joven ante el

medio histórico en que se hizo y pasó su infancia, co

mienza su v ida propiamente personal "ext rañándose"

de él, mirándolo como cosa más o menos ajena a su

inédita persona. A este inicial extrañamiento siguen un

movimiento de aceptación y otro de repulsa. Salvada

la frecuente posibilidad de la excepción, el joven acepta

de preferencia los siguientes elementos de su mundo his

tórico: 1.° Los que por razón de su singular peculiari-

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dad o por su pertenencia a una si tuación histórica "jo

ven" ofrezcan objet ivamente un gran caudal de posi

bil idades a la vida personal de cualquier hombre.

2.° Aquellos en que la fuerza interna predomina sobre

la perfección formal. 3.° Los que le garantizan una re

lación directa y viva con las otras personas. 4.° Los que

le permiten dist inguirse o "causar sensación" dentro del

medio en que vive.

Todos los jóvenes, por el hecho de serlo, abrevan

la sed de su naciente vida personal en estos cuatro ve

neros .  Las condiciones nativas de cada uno, su educa

ción anterior, la índole de los ñnes que autónomamente

o por sugestión ajena haya propuesto a su vida y la

peculiaridad de la situación histórica y social en que

habita, decidirán luego cuál es el filón preferido por

cada muchacho, la singularidad de los elementos his

tóricos que irá incorporando a su ulterior existencia per

sonal y el modo o estilo de esta incorporación.

Veamos ahora lo que el adolescente, por el hecho

de ser joven, rechaza o depone de su propia vida y del

mundo histórico circundante .

LO DEPUESTO POR EL JOVEN

La relativa explicitud con que he descrito el movi

miento de aceptación del joven ante su mundo histó

rico,  me permite tratar con mayor concisión su movi

miento de repulsa. Acepta el joven con entusiasmo,

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resistencia o pasividad tales elementos de su mundo

histórico, deja de percibir otros

  28

  y rechaza abier ta

mente los restantes. ¿Qué elementos entre los vigentes

en su medio no acepta el joven en su vida? ¿Por qué los

rechaza, por qué, irremisiblemente, los convierte en "pa

sados"?

Puede contestarse a la pr imera de estas dos inte

rrogaciones leyendo por su envés las antes mencionadas

razones de la aceptación juvenil . Rechazará el joven,

por lo tanto: 1.° Los elementos de su mundo que, por

hal larse históricamente muy "gastados", apenas ofrez

can posibil idades a una vida deseosa de cierta origina

l idad personal . Abundan ta les e lementos en las si tua

ciones históricas viejas y bizantinamente conservadas,

y de ahí la rebelión juvenil contra ellas cuando esa "ve

jez" l lega a hacerse perceptible. 2." Aquellos en que el

acabamiento de la forma expresiva prepondera sobre

la interna y todavía informe tendencia a la acción y

a la expresión. 3.° Cuantos supongan una relación in

directa y artificiosa entre persona y persona. 4.° Los ya

vulgarizados, a fuerza de uso y de difusión, dentro del

medio histórico o social en que vive el joven

  29

.

2 8

  H e aquí un problema im portante, que sólo puedo enunciar de pa

sada: ¿a qué elementos de su mundo histórico-social es ciego el joven, por

razón de su juventud?

2 9

  Alguno s usos pueden ser a la vez vulgarísimos en un medio social y

"distinguidos"—en sentido genérico, no meliorativo—en otro. Baste citar

como ejemplo suficiente el voluntario aplebeyamiento de la aristocracia espa

ñola a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX: casticismo de la manóla

y el chispero, etc.

170

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los que const i tuyen el "pasado". Si existe un "pasado

histórico" en continuo crecimiento es, en efecto, porque

siempre hay unos cuantos hombres jóvenes coetáneos

que,  para afirmarse a sí mismos, necesitan relegar a la

condición de "pasados" tales y tales componentes del

mundo en que viven. Conocemos ya las l íneas gene

rales de ese movimiento de repulsa . Sigamos preguntán

donos: ¿por qué el joven rechaza de su vida y de su

mundo esos, precisamente esos elementos?

Apenas puede darse una respuesta unívoca a ta l

interrogación. Muchos jóvenes adoptan una act i tud

renuente frente a su mundo histórico movidos por una

servil tendencia a la imitación, algunos por resentimien

to ,  otros por congénita indocil idad, no pocos sin saber

por qué. Hay, sin embargo, casos que bien pueden ser

l lamados "históricamente puros". Son aquellos en los

cuales la repulsa está condicionada por motivos predo

minantemente históricos: pasan a segundo plano las

instancias dependientes de la personal biografía del

joven y deciden las dimanadas de la si tuación histó

rica en que ese joven existe.

¿Cuál es, entonces, la negativa instancia común de

todos los elementos históricos que por razón de su his

tórica peculiaridad, y sólo por ella, son selectivamente

depuestos de la vida y del mundo juveniles? En el ca

pí tulo precedente quedó apuntada la respuesta . El joven

rechazará preferentemente de su propio haber psicoló

gico y de su mundo los elementos que producen en él

una de las dos fundamentales vivencias del acontecer

172

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histórico: la vivencia del hastío. Incorpora el joven a

su vida los ingredientes del mundo presente capaces de

prometedora e inci tante  novedad;  dep on e de él y de su

infantil acervo psicológico aquellos que ofrecen a su

alma menesterosa, por todo estímulo, la insoportable

experiencia del  hastío.

Conocemos también la raíz psicológica y el trasíon-

do ontológico del hastío. Hastían al hombre aquellos

elementos de su mundo público o privado que, incor

porados a su existencia personal, ponen a ésta en una

situación en la cual no descubre posibilidades de vida

original y satisfactoria. Son esas situaciones de la vida

personal en que uno, como suele decir el vulgo, no halla

"perspect ivas" o "sal idas". Una costumbre, una acción

o un espectáculo dejan de "recrearnos"—y, por lo tan

to ,  nos hast ían—cuando ya no nos sent imos capaces de

"recrearlos"; esto es, cuando ya no sabemos hacer de

ellos algo que pueda ser otra vez vivido como nuevo.

La acción o el espectáculo nos parecen agotados, muer

tos,  y esa subjetiva impresión del agotamiento de un

elemento histórico es la que le hace hastioso, aburrido

y, en úl t imo extremo, "pasado".

Obsérvese que lo decisivo para la repulsa de un

elemento histórico es

  la vivencia

  de su agotamiento. Una

costumbre histórica—por ejemplo: la moda masculina

de llevar barba crecida o la femenina de usar falda

corta, para atenernos a lo más menudo y trivial—estará

realmente agotada cuando no quepa modif icarla nove

dosamente y sólo ofrezca al hombre la posibilidad de

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repetir en forma monótona y rutinaria alguna de sus

ocasionales variantes. ¿Puede decirse, sin embargo, que

una costumbre histórica se encuentra  real y verdade

ramente  agotada? ¿No cabrá siempre ejecutarla o mi-

rarla según un ángulo de acción o de visión distinto e

inédito? El agotamiento histórico de un hábito o de una

forma de vida consiste menos en su objetiva incapaci

dad de renovación o recreación que en nuestra perso

nal incapacidad para renovarlo o recrearlo

  31

. Si un

físico de 1920 percibía la insuficiencia de la Física tra

dicional y se veía impotente para- recrearla o renovarla,

en su impotencia había, más que una "imposibil idad"

por razón del objeto, una "insipiencia", una insuficien

cia suya para salir de su perplejidad intelectual.

Rechaza el joven, en suma, aquellos elementos de

su mundo histórico que  no sabe  recrear personalmente

y aquellos otros que, por una peculiar razón biográfica,

no quiere

  incorporar a su personal existencia. Las va

riantes de este "no querer" son prácticamente i l imita

da s .  Los modos del "no saber" juveni l pueden orde

narse, en cambio, en tres grupos t ípicamente diversos.

Refiérese el primero a los hábitos y formas de vida

cuyo agotamiento histórico sea prácticamente real: no

" s a b e "

  el hombre recrear la ejecución o la vivencia de

esos hábi tos porque apenas "se puede" hacer lo . El há

bito es entonces una suerte de fósil operativo, frente al

3 1

  A veces no será lo decisivo nuestra incap acidad, sino nuestra falta

de "ganas" de renovarlo. Véase lo que luego se añade.

174

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bre.  Son todavía, si quiere repetirse la expresión antes

usada, muy susceptibles de recreación; pero esas posi

bil idades no aparecen ante los ojos juveniles, y por eso

los jóvenes suelen dejarlos de lado y, en ocasiones,

hasta rechazarlos definit ivamente de su vida. Valga

como ejemplo el hábito de comprender "históricamente"

ciertos elementos del mundo histórico circunstante.

Quien sepa comprender un concepto usual o una cos

tumbre según la historia de ese concepto o de esta cos

tumbre, l leva mucho adelantado para incorporarlos a su

vida con personal originalidad

  32

. Tal hábi to compren

sivo es, empero, muy ajeno a las normales posibilidades

del a lma juveni l . "Propende la juventud—dice con ra

zón Spranger—a edificar su existencia sobre los menos

supuestos posibles." Todo joven se siente un poco

Adán. Más aún: lo es verdaderamente . Y s i es te ada-

nismo le permite hacer inéditamente muchas cosas, im

pídele también hallar el filón de originalidad que el co

nocimiento histórico de los problemas brinda a la vo

luntad creadora del hombre maduro.

Queda por mencionar el tercer tipo de la insipiencia

juvenil . Muchas veces rechazan los jóvenes un elemen

to de su mundo histórico-social por error respecto a las

32

  Un ejemplo concreto: la innegable originalidad cread ora de Brentano

débese en buena medida a su intimidad con la verdadera historia del pen»

Sarniento europeo. Su profundo conocimiento de Aristóteles, por ejemplo, le

permitió ser un pensador original, o al menos contribuyó a permitírselo. Si

la originalidad de un hombre es hija, por una parte, de la nativa condición

creadora de su genio, débese, por otra, a su intimidad con la historia de

aquello que pretende hacer: filosofía, matemática, pintura o arte culinario.

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posibil idades de originalidad que ese elemento ofrece.

Este e lemento queda entonces preter ido; pasa al "pa

s a d o " ,  si se me permite la redundancia. Mas como no

se halla definit ivamente exhausto, permanece en el pa

sado como en reserva, hasta que, con el t iempo, un

hombre o una generación descubren sus todavía inédi

tas posibil idades históricas y lo incorporan a renovada

y fecunda actual idad. Todas las act i tudes "neo"'—neo

platonismo, neohipocrat ismo, neokant ismo, neotomis-

m o - s o n posibles por la insipiencia de ciertas gene ra

ciones pretéri tas respecto a las posibil idades históricas

que Platón, e l hipocrat ismo, Kant o Santo Tomás se

guían ofreciendo a la mente humana durante la prete

rición subsiguiente al primer auge de su prestigio

  33

.

Quien de veras redescubre y reactual iza a Platón, reco

bra posibi l idades de Platón desconocidas o preter idas

por sus inmediatos seguidores; y, en verdad, no cabe

ser eficazmente fiel a una tradición si no es recobrando

de continuo posibil idades históricas latentes en el pa

sado .

  "Lo que no es tradición, es plagio", dice un agudo

aforismo de Eugenio d'Ors; "lo que no es original, no

es verdaderamente t radicional", podría estamparse en

el reverso esa aforíst ica verdad.

La acti tud negativa o repelente del joven no atañe

3 3

  Es te redescubrimiento de las posibilidades históricas contenidas en

actitudes humanas pasadas es muchas veces suscitado por situaciones ulte^

riores al olvido de dichas actitudes. En ese caso, no es imputable el olvido,

sin más, a las generaciones que subsiguieron a la invención de lo más tarde

xedescubierto.

177

12

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l legar a la adolescencia, el niño pasa de ser una per

sona en potencia—-o en posibil idad—a ser una persona

en acto. Mas ya dije que este paso no consiste tanto

en saber que se es algo, cuanto en advertir que uno po

dría no ser aquello que hasta entonces es—salvo en lo

que atañe a la naturaleza biológica—y ser algo o mucho

de lo que entonces no es. Una vida intelectual propia

mente dicha comienza cuando el hombre es capaz de

discernir lúcidamente lo que las cosas son de lo que no

son. Del mismo modo, y por razones más hondas, ini

ciase la verdadera vida personal cuando el adolescente

alcanza a percibir con claridad lo que "él mismo" no

es.  La noción del "no ser", diáfana o turbiamente per

cibida, permite que se recorte y defina la humana noción

del "ser" e indica a la vez la llegada del hombre a su

vida propia

  35

.

Esta punzante percepción del "poder ser" lo que "no

se es" impide hallar una satisfacción plenaria aceptando

o rechazando lo ya hecho. En el íntimo y exigente vacío

que es la vida personal del adolescente, esos elementos

gustosa o pasivamente aceptados no pasan de ser , como

dir ía un humanista ,  rati nantes in gutgite vasto;  y no

precisamente por su insuficiencia cuantitativa, que siem

pre otros hombres fueron e hicieron más de lo que uno

tiene tiempo, posibilidad y deseo de hacer, sino porque

8 6

  Es ta or ig inar ia condic ión de la v ida perso na l de l hom bre— perc ib i r

lo que "é l no es"—const i tuye e l supuesto de su v ida in te lec tua l—perc ib i r lo

que "no  es"-—.  La ac t iv idad in te lec tua l de un hombre no es s ino la proyec

c ión de su v ida persona l hac ia e l dominio de l saber .

179

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la edificación de una vida personal exige de suyo ma

ter ia les cuya novedad no quede en un modo personal

de aceptar y vivir lo que otros anteriormente hicieron.

En el a lma del joven, apunta de pasada Spranger, "des

plázase el acento de la vivencia hacia aquello de que

se carece, hacia las zonas que perduran vacías en el

interior y en el mundo comunal. Lo no creado reclama

su derecho a exist ir"

  38

. Sólo una serie de acciones y

obras estrictamente personales—-mínimas o grandiosas,

no importa al caso—puede l lenar un vacío subjetivo

cuya esencia consiste en percibir que uno no ha hecho

todavía  nada verdaderamente original y propio. El jo

ven no puede l imitarse a incorporar y rechazar: con ne

cesidad de ser o no ser, necesita  poner  algo en su

vida y en el mundo. Necesi ta , en suma, ser "creador"

de algo.

¿Qué ponen los jóvenes en su vida y en el mundo?

Dos cosas, en mi entender: su propia presencia y sus

obras ;

  el

  estímulo

  que supone la existencia de hombres

jóvenes para quienes ya no lo son y, por otro lado,   las

acciones y las obras  que visiblemente atest iguan su ope

ración creadora. Examinemos sumaria y sucesivamente

los dos problemas.

Por innegable que sea la capacidad creadora de las

almas jóvenes—'no me refiero, como es obvio, al caso

excepcional de los jóvenes precozmente geniales—, debe

juzgarse con cautelosa reserva la importancia verda-

Op.

  cit„  pág. 153.

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Si uno atiende a la relación existente entre la acción

o la obra originales y el pasado inmediatamente ante

rior a su creación, cabe distinguir en ésta dos modos

distintos: la creación  continuadora  y la creación  origi

nante.  Me apresuro a reconocer que toda creación hu

mana está siempre en continuidad completiva o polémi

ca con su pasado inmediato; pero los lazos en que se

manifiesta esa continuidad pueden tener visibilidad e

importancia muy variables. Cuando la creación perso

nal pertenece al tipo de las

1

  que he l lamado cont inua

doras ,

  su autor se ha limitado, en general, a proseguir

completiva o adversativamente la elaboración de un

elemento histórico preexistente . Toda obra humana, por

muy conclusa y exhaustiva que parezca, deja, en efecto,

cabos sueltos, vías abiertas a una continuación creadora

—o recreadora—de su contenido: lo que hay de crea

ción en la dialéctica marxista es una continuación pro-

secutiva y unilateral de la dialéctica hegeliana; Valle-

Inclán es un original creador cont inuando a D'Annunzio

y a Barbey d 'Aurevi l ly; Adler , negando polémicamente

a Freud, continúa el camino por Freud iniciado.

Más pura es la creación cuando apenas son percep

tibles los lazos que unen a la obra original con sus pre

cedentes inmediatos. La crí t ica minuciosa descubrirá

raíces venecianas en la pintura del Greco y anteceden-

menschliche Lebenslaul ais psychologisches Problem   ( t r ad . e sp . en Es pas a -

Calpe Argent ina , Buenos Aires , 1943) , en e l cua l se aborda con in tenc ión

científica, creo que por vez primera, e l problema de estudiar empírica e

idóneamente e l curso de la v ida humana .

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tes del kantismo en Hume (o en Luis Vives, como pre

tendió Menéndez Pelayo) . Todo e l lo es o puede ser

cierto; pero, aun siéndolo, no impide que la obra de

Doménico Theotocópul i y la de Manuel Kant a lcen

abrupta e insospechadamente en la Historia su genial

original idad creadora. Todos los actos humanos ver

daderamente personales son siempre, cuando menos,

mínimamente creadores, y por tanto mínimamente ge

niales.  Mas cuando la genial idad es de veras patente ,

y mejor cuando alcanza a ser ostentosa, la originalidad

creadora del hombre crece, y sin salvar, como es obvio,

la infinita distancia, se asemeja pasmosamente a la

creatio ex nihilo  de Dios. El genio lo es, entre otras co

sas,  por convertir en casi evidente la misteriosa verdad

de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de

Dios .  "Donde quiera que se encuentre el sello de lo

genial y creador—escribió Menéndez Pelayo-—, all í

está el soplo y aliento de Dios, que es el creador por

excelencia. . ." Vale esto tanto para las obras del genio

maduro y esplendente como para las incipientes crea

ciones del genio juvenil. Los jóvenes geniales son, pues,

quienes en verdad cumplen la más honda y entrañable

de todas las ansias juveni les: destacarse con origina

lidad absoluta o casi absoluta del medio en que exis

ten y hacen su vida. Ser de veras joven equivale, en

el fondo, a querer ser genial.

Cabe dist inguir en la operación creadora del joven

otros dos modos t ípicos, atendiendo a la determinación

genética de aquello que se crea. Me explicaré. ¿De qué

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depende la índole propia, el peculiar contenido de una

obra original? Una breve meditación acerca de este

problema permite responder aislando dos t ípicas posi

bil idades. Según la primera, el contenido de la crea

ción está equívoca o multívocamente determinado por la

negatividad de la ruptura juvenil con el mundo histó

rico circunstante. La voluntad y aun la necesidad ju

venil de acciones originales tienen como supuesto ese

inicial y provisional "¡no " que el joven ha dicho a su

mundo al comenzar su existencia personal. Hállase el

joven bajo el imperativo de hacer algo que en verdad

pueda l lamar "suyo"; mas, para cumplirlo, su primera

norma es puramente negat iva: "no hacer lo que se

h ace" ,  no ser lo que se es en torno a su naciente vida

personal. Muchos hombres no aciertan a salir de esta

equívoca si tuación y desgranan de por vida su origi

nalidad personal en acciones poco o nada coherentes,

determinadas no más que por la negativa disposición

de su autor frente al mundo. Son, en suma, personas

sin "conducta". Mas no es preciso recurrir a casos tan

extremados para advertir esta multívoca y negativa

determinación de la operación creadora. ¿Cuántas ve

ces buscaron los hombres una improvisada originalidad

personal mostrando con obras que "no eran" o, cuando

menos, que "no querían ser" románticos, católicos, hu

gonotes o comunistas?

La determinación de las acciones originales no es

siempre negativa y multívoca; puede ser también posi

t iva y unívoca. La norma de la operación creadora deja

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entonces de sei

4

  un vago "no hacer lo que se hace" y

se convierte en un exigente y preciso "hacer lo que uno

quiere". Gali leo hizo y dijo no pocas cosas para mos

trar que no era aristotélico

  39

; pero las creaciones de

Gali leo verdaderamente importantes y decisivas no

fueron determinadas por esa negativa razón, sino por

una creyente adhesión posit iva de su mente a la fecun

da concepción matemática de los movimientos natura

les.  Una adhesión personal turbiamente present ida en

su pr imera juventud, cuando oyó a un Chr is t ian Wurs-

teisen hablar de las novedades copernicanas; clara y

lúcidamente cult ivada más tarde, cuando veía el l ibro

del Universo escri to en triángulos, círculos  ed altre

figure geometriche senza i quali mezzi é impossibile

intenderne umanamente parole.

La orientación positiva y unívoca de las acciones

originales tiene su nervio más íntimo en la libre capaci

dad del hombre para inventar, elegir y decidir. Cuan

do los hombres viven intensamente la verdad o la jus

ticia de algo, se adhieren con una cierta forzosidad a

eso que tan de veras creen verdadero o justo. Gali leo,

por ejemplo, nos cuenta haber dejado a Ptolomeo por

Copérnico  mosso, per non dir forzato, da ragioni piú

efficaci.

  Mas por grande que sea el impulso natural del

alma hacia tales o cuales acciones personales, la causa

eficiente de éstas será siempre una libre decisión, un

"porque así lo quiero" de su autor.

8 9

  A un qu e lo fuese má s de lo que él creía .

186

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social e histórico ejerce en la génesis de su figura vi

sible y acabada

  40

, La "circunstancia", dir ía Ortega,

entra en la consti tución misma del "yo" que yo soy.

Pone el joven en su vida y en el mundo acciones

creadoras y estímulos. He descrito sumariamente la es

tructura de la creación juvenil , dentro de una idea ge

neral acerca de la creación humana. Veamos ahora en

qué consiste y cómo opera el estímulo que el joven es.

Hállase el mundo histórico y social consti tuido por

los niños, jóvenes, adultos y viejos contemporáneos. No

contando el ingrediente infanti l , inactivo desde el punto

de vista histórico, viven los jóvenes entre los adultos y

los viejos contemporáneos con ellos. Mejor: conviven

con ellos, coparticipan con ellos en la tarea de hacer la

Historia. ¿En qué consiste esta activa participación de

los jóvenes? Por una parte, ya lo sabemos, en lo que los

jóvenes hacen por sí mismos. No es preciso insistir

acerca del tema. Por otra, en lo que hacen los adultos

y los viejos respondiendo al estímulo que para ellos

supone la activa, operante y, en ocasiones, urgente pre

sencia de los jóvenes contemporáneos.

Librémonos, ante todo, de creer que la importancia

de tal estímulo es igual en todas las épocas históricas.

Hay algunas-—son las épocas que antes l lamé comple

tivas-—en que la juventud no existe con entidad pro

pia. Vese entonces en el joven, más que lo que él , como

joven, es, lo que como hombre  todavía no es:  un "no

adul to", un aprendiz en camino de ser hombre grave

y maduro. La ontología helénica expresaría esa si tua-

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ción diciendo que el joven es un   me ón,  algo que "no

e s"

  por no haber completado todavía el paso de su

estado potencial a su estado actual. No es otra la si

tuación de los jóvenes en los pueblos tradicionalmente

gobernados por ancianos, como algunos de la Antigüe

dad clásica. El joven Telémaco es, sin duda, el tipo lite

rario más representativo de estos jóvenes que sólo ejer

citan su juventud aprendiendo a continuar la obra de

sus padres y abuelos:

ningún otro ha usurpado tu dignidad; mas en paz

sigue cultivando Telémaco la herencia del rey,

(Od. XI,

  184-5.)

dice a Ulises Penélope, la "honrada madre" del apren

diz de adulto.

Esto no acontece siempre. Hay si tuaciones históri

cas'—son singularmente, las que solemos l lamar crí t i

cas—en las cuales posee la juventud consistencia pro

pia . Más que un "aprendiz de adul to", e l joven es en

tonces un "hombre joven", posi t ivamente caracter izado

por la peculiaridad de su juvenil contribución a la His

toria. La juventud existe como tal y reclama petulante y

hasta agresiva su derecho a la operación histórica. ¿Qué

pueden hacer los adultos y los viejos cuando tan de

continuo les urgen las promociones juveniles? Difícil

mente se l legará en tales casos a una cooperación ar

mónica entre jóvenes, adul tos y viejos. Mucho más pro

bable será que se establezca entre los jóvenes y los no

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jóvenes una sorda y prolongada colisión, con uno de

los dos posibles y contrarios resultados finales: la vic

toria de los no jóvenes, el triunfo real o aparente de los

jóvenes

  41

.

Cuando es efectiva la victoria de los adultos, siguen

éstos detentando el poder de decisión e imponiendo a

la Vida histórica y social el estilo por ellos alcanzado

a lo largo de su ya pasada juventud. No quedan enton

ces al joven, vistas esquemáticamente las cosas, sino dos

salidas: o una entrega resignada al efectivo mando de

los adultos, esto es, su automática conversión en "apren

diz" de adulto (del modo de ser adulto que encarnan

sus vencedores); o re t i rarse a sus propios cuarteles,

quiero decir, recluirse artificiosamente en un modo de

vivir juvenil, ajeno, todo cuanto sea posible, a las for

mas de vida dominantes en torno a él . No es otra la

génesis de los movimientos juveniles de secesión: el

movimiento  Sturm und Drang  en la Alemania de 1775,

los conventículos de los jóvenes románticos en la Fran

cia reaccionaria de 1825 a 1830, la  Jugendbewegung  en

la Alemania de Weimar , la

  Falange

  originaria en la

España de 1933 a 1936. A veces dominará en la orien

tación del movimiento secesivo juvenil una ambición po

lí t ica, otras un propósito de renovación intelectual o de

4 1

  C ua nd o se pro duc e esa esc is ión ent re jóven es y no jóven es, no debe

pensarse que está l ibre de excepc iones e l impera t ivo de la edad. Siempre

habrá jóvenes por la edad a l i s tados como aprendices en las ñ las de los adul tos ,

y adul tos o v ie jos de "a lma joven" , voluntar ia y fe rvorosamente adscr i tos

a l mov imien to juven i l . Todos reco rda rán a lgún pa ten te e j emplo p roceden te

de su persona l exper ienc ia .

190

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revolución estética. El diverso contenido ocasional de

los fines a que los jóvenes tienden, no excluye, sin em

bargo, la formal coincidencia genética de todos los mo

vimientos de juventud: todos están consti tuidos por una

legión de hijos resueltos a no vivir como a la sazón

viven sus padres y a imponer, si pueden, su inédito y

reprimido estilo. En el seno mismo de todos los mo

vimientos secesivos juveniles late siempre la rebelde vo

luntad de imponer—"cuando l legue nuest ra hora" ,

dicen los jóvenes como consigna—el inédito estilo de

vida que puso en reclusión la decisiva y pírrica victoria

de los adultos.

Sólo muy excepcionalmente tendrá lugar el caso in

verso :

  un triunfo total de los jóvenes sobre los adultos

y los viejos. La edad de mandar—en polí t ica, en la vida

intelectual, en el arte, en la economía—es la madurez;

y si por un extraordinario azar histórico fallan a favor

de los jóvenes los supuestos en que los adultos y los

viejos apoyaban su existencia y su efectivo mandato,

nunca será duradero ese ineludible ascenso de los jó

venes a los puestos de dirección: fracasará la "gestión

de los jóvenes, aunque parezca haber t r iunfado el "es

pír i tu" juveni l , y pronto surgirán nuevos hombres adul

tos al frente de la triunfante y seudotriunfante juven

tud. Usemos una expresiva metáfora mili tar: los jóve

nes son muy capaces de "romper el frente", pero no

saben—mejor , no pueden saber—"explotar la ruptura" .

Las victorias de los jóvenes sobre los adultos, su

puesta la colisión entre ellos, apenas pueden ser victo-

191

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criminarlos. Llamaré  proyecto

  u

  al primero de esos dos

aludidos componentes: es la parcela de la autopropo-

sición cuya futura actualización puede conjeturarse pro

bable o, cuando menos, posible . Mas los hombres no

se conforman con poner ante sí proyectos de vida más

o menos actualizables en el futuro. El hombre es un ser

utópico; y, por serlo, propónese también, secreta u os

tensiblemente, modos de existencia imposibles o de

ardua y remotísima probabi l idad. Nadie , y mucho me

nos los jóvenes, se conforma con proponerse los ñnes

que por sus condiciones personales y por las del medio

en que vive aparecen más l lanos y hacederos: ser mé

dico,  ingeniero, mil i tar o comerciante . Además de pro

ponerse uno de ta les proyectos, cada hombre querrá ser

conquistador de ínsulas remotas y pingües, poeta o mú

sico excelso, Napoleón o Don Juan, y hasta asumirá

imaginat ivamente modos de ser jamás usados por hom

bre alguno. En suma: junto al proyecto de existencia,

fundido en ocasiones con él , hay en toda autoproposi-

ción humana un nuevo ingrediente , e l  ensueño,  const i

tuido por los imposibles que uno quisiera ser. En todo

ideal humano se traban con indiscernible suti leza las

razonables hebras de un proyecto viable y las vedijas

inasibles de un imposible ensueño.

Deciden acerca de la posibi l idad de l proyectólo de

su probabi l idad, en el caso más favorable^la part icu-

4 4

  De trás de esta palabra castellana está, como todo buen entendedor

sabe,

  el

  Entwutí

  de la analítica existencial. N o tra to, pues, de plagiar este

concepto, sino de apropiarme de él.

194

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lar verdad y la mutua adecuación de las varias instan

cias que en él se conjugan: el fin a que se aspira, la

idea acerca de uno mismo y la persona l visión del mu ndo

propio. La imposibil idad del ensueño puede depender,

en cambio, de dos causas esencialmente dist intas. Veá-

moslas por separado.

Hay ensueños personales cuya imposibil idad es sólo

una cuestión "de hecho": el ensueño es entonces un im

posible físico o histórico, no un imposible metafísico.

Tal acontece, por e jemplo, cuando un hombre de inte

ligencia mediana sueña despierto con eclipsar a Leibniz,

o cuando un atribulado por el dolor y la inseguridad

se extasía con el ensueño de una futura y utópica edad

dorada. Las diversas utopías que de siglo en siglo van

encendiendo la ilusión en el alma de los hombres son

casi siempre ensueños histórica o físicamente imposibles.

Otras veces, en cambio, la imposibil idad del ensue

ño es rigurosamente ontológica; no dimana de ser uno

quien es y de vivir en el mundo histórico y social que

le ha tocado en suerte, sino de ser él un hombre y de

ser el hombre lo que es. Si uno sueña con poseer en

la Tierra las propiedades que la mente humana atr i

buye a los ángeles o a los cuerpos gloriosos, aspira a

un imposible ontológico. La utopía determinante de la

caída original—el  evitis sicut dii  de la serpiente—es el

máximo ejemplo imaginable de estos ensueños ontoló-

gicamente imposibles.

La imposibilidad de los ensueños puede ser, en fin,

bien percibida por el hombre soñador o totalmente inad-

195

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No es difícil advertir que este ejercicio de la auto-

proposición—con sus dos dimensiones, la proyectiva y

la ensoñadora—es, sin duda, el primario en la vida per

sonal del hombre. El niño, pese a lo que tantas veces

ha dicho una chirle y seudorromántica l i teratura, no

sueña despierto ni proyecta. Los l lamados ensueños in

fantiles son, dichas las cosas técnicamente, proyeccio

nes catatímicas, actualizaciones imaginativas de sus de

seos :  el niño "soñador" vive sin reservas, frontal e in

genuamente, e l contenido de sus "ensueños", y jamás

ve en el los creaciones autopropuestas, meramente po

sibles o imposibles del todo. Tampoco proyecta, porque

no se dan en él los supuestos que el proyecto personal

exige. El curso temporal de su existencia no se le apa

rece como una continua sucesión de si tuaciones perso

nales,

  distendida hacia un futuro posible, sino "como

una serie de momentos primitivamente desligados entre

sí e infinitos en sí mismos; de los cuales es gozado cada

uno tan intensamente, que falta casi por completo la

conciencia del flujo y de lo irreparable" (Spranger). No

hay en la existencia del niño un proyecto  stricto sensu ,

sino,

  a lo sumo, el momentáneo deseo de una si tuación

futura: así "proyectan" los niños la recepción de los

juguetes de Reyes o la delicia incitante de un futuro

veraneo.

El adolescente, en cambio, comienza a serlo cuando,

con mayor o menor explicitud, se dice para su coleto:

"soy algo que yo, en el presente y en el futuro, podría

no ser, y no soy algo que yo, en el futuro, podría ser";

197

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es decir, cuando concibe un proyecto o un ensueño l i

gados con su presente de modo continuo y sucesivo, y

vividos, no obstante, como invención personal meramen

te posible

  4?

. La creación de un proyecto personal más

o menos viable, más o menos orlado de ensueños es,

por lo tanto, la primera de todas las creaciones perso

nales con que el joven procura llenar el inicial vacío de

su propia intimidad. Uno comienza a ser persona so

ñando y creyendo en los propios sueños: el hombre, en

cuanto persona terrenal , está hecho—Shakespeare lo

adivinó'—de la estofa de los sueños, y sus acciones per

sonales no son sino esfuerzos por dar viviente y vivida

actualidad real a los ensueños y proyectos que en su

personal intimidad va concibiendo.  Somnia Dei per

hispanos,

  ensueños de Dios por medio de los españoles,

l lamó Línamuno a la Historia de España; un ensueño

de Dios y del hombre, por cada hombre cumplido, ven

dría a ser, en último extremo, el curso temporal de cada

existencia humana.

Si los proyectos y ensueños de cada adolescente

consti tuyen la primera de sus creaciones personales,

podrá decirse de ellos,  mutatis mutandis,  cuanto acerca

4 6

  La percepc ió n de la nu da posib i l idad de l pro yec to t iene como fun

damento onto lógico la v ivenc ia de la fugac idad y de la morta l idad de l hu

mano exis t i r . La adhesión de l hombre a sus ensueños, no obstante la b ien

adver t ida imposib i l idad de éstos , t iene como úl t imo supuesto una impl íc i ta

fe—o,

  cuando menos, una impl íc i ta "voluntad de fe"—en la inmorta l idad

de la propia persona : es una indi rec ta expresión de l   non omnis moriav

cr is t iano.

198

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de la operación creadora del adolescente dije en el apar

tado anterior. Se dirá que un proyecto es  continuador

cuando, por la índole de su contenido, prosiga comple

tiva o adversativamente la l ínea de otros proyectos per

sonales antes inventados. Predominará en un proyecto,

por contraste , su carácter  originante,  cuando la capa

cidad inventiva del joven reduzca al mínimo las ata

duras de ese proyecto con todos los proyectos perso

nales del pasado. El joven Augusto se propuso vivir

continuando la obra polí t ica de César; Paracelso, en

cambio, decía de sí mismo, con jactancia renacentista:

"estoy solo, soy nuevo". Augusto quería crear una obra

pol í t ica cont inuando; Paracelso pretendía crear una

ciencia médica originando, innovando.

Puede repet i rse también a propósi to de los proyec

tos juveni les cuanto antes expuse sobre la determina

ción de las creaciones del adolescente. El contenido de

un proyecto juvenil está, en ocasiones,  negativa y muU

tívocamente  determ inado por la rup tura del adolescente

con su mundo y su vida anterior: el joven pretende,

simplemente, l legar a ser y soñar lo que en su mundo

no se es ni se sueña. Otras veces será la determinación

positiva y unívoca:  afina entonces el joven la puntería

de su elección y se propone ser y soñar lo que él, afir

mativamente, quiere soñar y ser. La dist inción personal

no radica ahora en la vanidad de ser lo que "no se

estila", sino en el orgullo de ser y querer ser lo que "uno

mismo es".

Apenas será necesario recordar las instancias que

199

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gobiernan y orientan la radical l ibertad personal para

proyectar y soñar . Uno proyecta y sueña para su vida

lo que libremente quiere. Los caminos de ese libérrimo

albedrío para el proyecto y el ensueño hállanse, sin em

bargo, l imitados y orientados por t res coordenadas: las

condiciones nativas del joven

  47

, la influencia educa

tiva del medio en que se formó, la peculiaridad de la

situación histórica y social a que despierta. Si Paracelso

dijo de sí mismo "soy nuevo", no poco influyó sobre

la pretensa novedad de su proyecto personal e l hecho

de haber vivido él en la primera mitad del siglo xvi; es

decir, durante el fastigio de la petulancia renacentista.

No sería difíci l encontrar multi tud de ejemplos a cada

una de las tres mencionadas influencias orientadoras.

Con este análisis de los proyectos y ensueños que

el adolescente se propone, termina mi sinóptica exposi

ción del procesó espiritual según el cual van configu

rando los jóvenes la incipiente vida de su persona.

Acepta el joven con variable entusiasmo lo que su me

dio le impone y una parte de lo que le ofrece, rechaza

con blandura o violencia la parte restante, estimula a

los que con él conviven y va creando personalmente,

en su misma vida y en su mundo, proyectos, acciones,

hábitos, obras visibles y ensueños. La existencia perso

nal del joven, vacía cuando se descubre como autor de

47

  Todos conocen, por ejemplo, las sugestivas investigaciones de

Kretschmer sobre la relación entre las creaciones del hombre de genio

  y

  su

iipo

  constitucional.

2

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sí mismo, va poblándose de inédito contenido, y el anhe

lante e inseguro adolescente se trueca, como suele de

cirse,

  en hombre "hecho y derecho".

EL ESTILO JUVENIL

Alguien podrá objetar que el esquema precedente no

es privativo de la edad juvenil . En todas sus edades,

pasado el decisivo trance de la adolescencia, hace el

hombre su vida personal aceptando, rechazando y

creando proyectos y acciones personales. La objeción

es indudablemente certera . La pecul iar idad de la edad

juvenil, en lo que atañe a la configuración de la vida

personal, no consiste tanto en la

  estructura

  del proceso

configurador cuanto en el modo formal, en el  estilo  con

que ese proceso es cumplido por los jóvenes. Enton

ces,  ¿qué notas esenciales definen el estilo del joven en

la tarea de edificar la vida personal?

Intentaré contestar a esta pregunta dist inguiendo

cuatro modos de considerar las posibles diferencias en

el cumplimiento del proceso configurador.

1.

  Se gún  el "tempo"  con qu e dicho pro ceso es

cumplido. En un plazo de cinco, de diez, de veinte años

a lo sumo, el joven, partiendo del tantas veces men

cionado vacío inicial , debe dar remate a una figura de

su persona relativamente invariable. Los hombres siguen

enriqueciendo su vida personal pasados los treinta o los

treinta y cinco años, mas no es frecuente que, traspuesto

201

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ese cabo, cambien de un modo fundamental el rostro de

su alma. Quiere ello decir que, de ordinario, durante los

quince o los veinte años subsiguientes a la adolescen

cia entra a formar la "sustancia" de la vida personal

mayor copia de materiales que en todo el resto de la

vida

  48

. E l  tempo  de la aceptación, de la repulsa y de

la creación juveniles habrá de ser, en consecuencia, con

siderablemente más vivo que en cualquier otra edad:

la juventud biológica de un hombre es una espuela para

el movimiento histórico de su existencia.

2.  Se gún  la importancia relativa de los diversos

componentes

  del proceso. D ur an te la juventud qued a

en un segundo plano la creación de obras y acciones

verdaderamente originales. Predominan, en cambio, la

aceptación más o menos recreadora de lo que el medio

ofrece, la repulsa de lo que hastía y desplace y la auto-

proposición de proyectos y ensueños. El alma juvenil

es,  por necesidad, un constante manant ia l de ensoña

ciones y esperanzas.

3.  Se gún  el modo de cumplir  cada una de las ac

ciones que integran los componentes del proceso. Un

joven y un adulto pueden aceptar, rechazar y crear los

mismos elementos históricos y psicológicos: una moda

indumentaria, por ejemplo, puede ser simultáneamente

aceptada por miembros de todas las edades. ¿Será igual

el modo de aceptarla unos y otros? Evidentemente, no.

4 8

  Sobre la cronología de las edades y su diferencia psicológica, véase

el articulo de Ortega  El pasado, entraña de lo actual. Las cinco edades del

hombre

  (publicado en

  La Nación,

  de Buenos Aires, 24-IX-1933).

2 2

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Supuesta, entonces, tal diferencia, ¿cómo acepta, cómo

rechaza, cómo crea el joven lo que personalmente quiere

y puede aceptar, rechazar y crear?

Dos notas creo posible dist inguir en el  modus fa~

ciendi

  juvenil; la

  inseguridad

  y la

  radicalidad.

  La vida

del joven transcurre, en el plano de la existencia per

sonal, según el esquema que en el plano de la existen

cia biológica l laman los biólogos conductistas "ensayo

y error". Apenas sabe el joven hacer su vida personal;

sus actos son meros ensayos en la obra de ser el hom

bre que quiere ser—'dramáticos ensayos unas veces,

lúdicos otras—y, como tales, muy expuestos al error.

"Los jóvenes t ienen derecho a equivocarse", oí decir a

un agudo conversador. Esta condición de la vida juve

nil,  ayudada por e l gusto deport ivo de "probar de todas

las cosas", como escribió el Arcipreste, da una vivaz y

movible

  inseguridad

  al "m odo de ha ce r" de los jóve

nes .  En todo momento puede un joven dejar de hacer

lo que personalmente hace, y hasta emprender un acto

de sent ido contrar io a l que abandona.

Extrañamente unida a esta inseguridad operat iva

hál lase otra nota del modo de hacer juveni l : la  radica*

lidad

  de las acciones personales del joven. Cuando un

joven actúa como tal

  49

, se entrega a sus acciones per

sonales poniéndolo todo, como suele decirse, a la carta

de lo que hace. La juventud apenas discierne matices y

4 9

  N o siempre sucede así. Ya sabemos que en ocasiones los jóvenes se

ven constreñidos a imitar a los viejos, y hasta lo estiman distinguido

en otras.

2 3

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términos medios. Una fanática y excluyente radicalidad,

un esquematismo rígido y simple suelen regir la inter

vención de los jóvenes en los dist intos dominios de la

vida: la acción política, la creación artística, la produc

ción o la secuacidad intelectuales. Como las fibras

musculares del corazón, el alma de los jóvenes se pone

en ejercicio según la más extrema de las leyes: el "todo

o nada". Todo joven, puesto a hacer a lgo que perso

nalmente siente, podría tal vez decir respecto a su per

sonal empresa lo que en orden a la acción política escri

bió en 1840, a los catorce años, el estudiante Fernando

Lassalle: "No, no quiero convertirme en un l isonjero

sonriente y cobarde, aun cuando tuviera ta lento para

ello.  Quiero anunciar la l ibertad a los pueblos, aunque

haya de morir en el empeño. ¡Lo juro por el Dios que

gobierna a las estrellas, y sea yo maldito si soy infiel a

mi juramento "

  50

.

4.

  Según  el contenido de las acciones personales

integrantes del proceso configurados Antes expuse al

guna de las notas que definen el contenido de las ac

ciones personales preferidas por el joven. No creo

necesario insist ir sobre ello. Mas no quiero abandonar

este tema sin aludir a una nota que caracteriza mucho

el contenido de las acciones juveniles: la confusión.

Es la acción juvenil , no obstante la esquemática ra

dicalidad con que su autor la cumple, consti tutivamente

incierta y confusa. Dijo una vez Ortega que el am-

Tomo e s t a s f r a se s de Sprange r ,  op. cit.,  pág. 217.

2 4

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biente de las aulas infanti les "debe mantenerse peren

nemente antiguo, primitivo, siempre entre luces y ru

mores de aurora". El alma del adolescente vive tam

bién—'mucho más, tal vez, que la del niño—en incierta

confusión auroral. Si todas las acciones del joven son,

en cuanto al modo de hacerlas, radicales y esquemá

t icas,

  son también, por razón de su contenido, germi

nales e imprecisas. La enorme riqueza de posibil idades

que encierra la vida de cada joven hace que en la es

quemática simplicidad de sus acciones se agolpen con

fusamente atisbos y esbozos de todo cuanto él , movido

por su juvenil ambición y servido por su educación y

sus talentos nativos, podría l legar a ser. Por eso el vivir

juvenil es consti tutivamente incierto y confuso, además

de ser inseguro y radical . La paulatina madurez de su

persona i rá despojando de sus acciones tanto advent i

cio esbozo y dará, por fin, ordenada nitidez a la figura

exterior e interior de lo hecho

  51

.

Así va tomando cuerpo sustantivo y forme la exis

tencia personal de cada joven. Mas con él y junto a él

viven cientos y cientos de jóvenes coetáneos. Son aque-

5 1

  El cur ioso lec tor po drá i lu st ra r con e jemplos todas estas notas def i-

n i tor ias de l es t i lo juveni l . Deberá asimismo tener b ien presente que esta

exposic ión mía de las re lac iones ent re la edad y la Histor ia es de l iberada

mente abst rac t iva , aunque en todo momento me haya esforzado por destacar ,

junto a la edad y con la edad, los restantes momentos que in te rv ienen en la

configuración de las acciones históricas: los biológicos (sexo, , consti tución

individua l , h ig idez) y los soc io lógicos. En la rea l idad se impl ican inextr i

cablemente todos estos momentos conf iguradores , y con e l los e l componente

psicológico de la acti tud rel igiosa.

2 0 5

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l íos con quienes ha compartido la educación, el jue

go,  las vicisitudes históricas del pueblo a que todos ellos

pertenecen. ¿No se parecerán en algo, por razón de esta

convivida coetaneidad, las vidas definit ivas de todos

esos jóvenes? ¿No se dist inguirán todos del mismo

modo, frente a las promociones que les precedieron en

la tarea de hacerse la vida y hacer, con ello, la His

toria en curso? He aquí, emergente en su lugar natural ,

el tema de la generación. Mirémoslo ahora más de

cerca.

2 6

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C A P I T U L O V I

L A G E N E R A C I Ó N C O M O C O N C E P T O H IS -

T O R I O L O G Í C O . H I S T O R I A D E L C O N C E P T O

UÉ es una

  generación?

  ¿En qué consiste? Deje

mos previamente de lado un significado de la palabra

que pudiéramos l lamar t radicional : "generación" en el

sentido de "génesis" física u ontológica. Atendiendo

sólo a la acepción estrictamente historiológica del vo

cablo,

  hay que dist inguir dos etapas fundamentales en

la historia de su empleo: una precientífica, científica otra.

I . PE R I O D O PR E C I E N T I FI C O D E L V O C A B L O

Tomemos, a guisa de ejemplo, textos de un par de

escritores recientes, ilustres los dos por su manejo del

castellano y nada sospechosos de pedantería científica:

Bécquer y Zorri l la . En las primeras páginas de la  His

toria de los Tem plos de España,  dice el aére o poeta

sevi l lano: "cuando nos hayan revelado sus secretos las

ar tes ,  cuando descifremos el Apocalipsis de granito que

escribió el sacerdote en el santuario y aparezcan a núes-

i

2 7

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tros ojos esas  generaciones  gigantes que duermen bajo

las losas de los sepulcros. . ." Oigamos ahora el parla

mento del locuaz escultor en la Segunda Parte de  Don

Juan Tenorio:

y al mirar de este panteón

las enorm es proporciones,

tendrán las

  generac iones

la nuestra en veneración.

En los dos casos es usada la palabra "generación"

con un propósito claramente alusivo al curso histórico

de la sociedad y, por lo tanto, de la vida humana. Béc-

quer y Zorri l la ent ienden por "generaciones" las su

cesivas "hornadas" de hombres—si se me permite ese

expresivo vocablo familiar—que vivieron antaño o que

contemplarán en el futuro la pasmosa obra del artífice.

En el texto de Zorri l la hay todavía más: las "genera

ciones" futuras podrán ver en el panteón, aparte una

creación de su autor, también una obra de la "genera

ción" a que el escultor pertenece. Pero en uno y otro

caso carece el término de toda intención técnicamente

acuñada. Su significado es, sin más, el cuarto de los que

consigna el Diccionario de la Real Academia: "Con

junto de todos los vivientes coetáneos"

  1

.

Este sent ido vagamente histórico de la palabra "ge

neración" ofrece por sí mismo un pequeño problema a

la mente del historiador y aun a la del simple curioso.

1

  La Academia no entiende por "coetán eos" a los hombres que  tienen

una misma edad (todos los jóvenes, todos los viejos, etc.), sino a los que

2 8

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H ero do to, por su pa rte , contrap one la "generación o

género de los hombres"  {gema anthrópéíe)  —en el sen

t ido de "la edad de los hombres" o "del género huma

no"'—a las edades heroicas o míticas

  3

. La acepción

métrica de la  genea  se repi te en Platón  (Tim.,  23 c) , y

Dionisio de Halicarnaso restringe a su propio t iempo,

a la edad o "generación" a que su vida pertenece  (epi

tés hémetéras geneás,

  "de nuestra generación", escri

b e ) ,  el uso del vocablo.

Todas estas acepciones de la palabra griega pasan

a la  generatio  latina; y así, cuando se traduce al latín

el texto griego de los Evangelios, el término   genea,

usado en este sentido de unidad de medida y de época

histórica, se dirá  generatio. Non praeteribit generatio

haec~genea,  en el orig inal helénico—-doñee omnia haec

fiant,  dice Cristo en el Evangel io de San Mateo  (Mtt.,

X X I V , 3 4 )

  4

. El vocablo

  generatio

  viene a ser una di-

namización, una procesalización del  genus;  más que el

"género" es e l "proceso de engendrar", y en ese matiz

procesal va incoada su futura significación histórica.

El Crist ianismo sobrenatural iza e l modo de enten-

3

  Cue nta asimismo H erodo to (II, 141) cómo los sacerdotes egipcios le

revelaron el secreto de que la duración de tres "generaciones" constituye un

siglo. Mas no debe pensarse que los antiguos estuvieran acordes acerca de

lo que dura cada "generación". Sobre este problema, véase a Ed. Meyer,

Forschungen  zar  alien Geschichfe  I, 1892, págs. 169 y sigs., así como el

libro de Drerup que luego menciono (págs. 9-10).

4

  La misma traducción de  genea  por  generatio  se lee en San Lucas

(Luc,

  XXI, 32).

210

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der la acepción antropológica de la  genea  griega y la

generatio  la t ina. La "natural idad" de la "generación"

humana va a ser sobrenaturalmente vista , s in mengua

de su arraigo en una génesis natural y biológica. Den

tro del pensamiento crist iano, l lámase  generatio  al con

junto de todos los descendientes de Adán, unidos entre

sí por comunidad natural genét ica , y más todavía por

haber sido todos creados a imagen de Dios y sobrena

turalmente redimidos por la sangre de Cristo. Con este

significado parece usar San Jerónimo, por ejemplo, la

pa labra  generatio,  y ese es el sen tido del  genus huma-

num   en los comentaristas crist ianos de la Historia, San

Agust ín y Orosio primero, San Buenaventura más

tarde . En  La Ciudad de Dios  usa San Agust ín e l tér

mino  generatio  con el sentido de unidad de medida del

acontecer histórico, y evalúa su duración en treinta

años

  (de civ. Dei,

  X V , 20 y 21 ; X V I , 3 ) . Y pues to que

San Agust ín y San Buenaventura ven la historia de la

Humanidad como la vida temporal de un solo hombre

— sicut in uno homine assignantur aetates diversae ita

et in mundo,

  dice San Buenaventura—, vendrá a ser la

generatio  la unidad elemental para contar las "edades"

de esa Humanidad, creciente siempre, como un solo

hombre, hacia su fin sobrenatural

  5

. El "t iempo histó

r ico",

  según la metáfora agustiniana, es la distensión

temporal de esa universal biografía.

5

  S a n A g u s t í n :  de vera relig.,  X X V I I , 5 0 ;  de civ. Dei,  X , 14 . S an Bue

n a v e n t u r a :

  In IV Sent.,

  40, dub. 3.

211

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Más ta rde—en los s ig los modernos, sobre todo—se

irá secular izando la visión del "género humano", hasta

l legar a la idea puramente na tura l de la "Humanidad":

el cuerpo o conjunto de todos los individuos pertene

cientes al género natural  homo sapiens.  La idea cris

t iana de una unidad natural y sobrenatural del "género

humano" perdura, enteramente secular izada ya, en esa

concepción uni tar ia y natural de la "Humanidad". Pero

esa hipotét ica "Humanidad" t iene una historia , hipoté

t icamente uni tar ia también: la "Historia de la Huma

nidad" o Historia Universal. La filosofía y la ciencia

histórica del Romanticismo percibirán con toda agudeza

esta secular izada historic idad del "género humano"

  6

.

¿Podría ser ajena a este proceso de secularización e

historificación del "género humano" la idea que en el

siglo xix late bajo el vocablo "generación"? La respues

ta negat iva es obvia . La "generación" del "género hu

mano" se i rá viendo part ida en "generaciones" tempo

ral e históricamente separadas: cada "generación", se

gún este nuevo significado de la palabra, es el "conjun

to de todos los vivientes coetáneos", como nos dice la

Real Academia. Debajo de tal concepto se adivina la

metáfora biológica de una "Humanidad" uni tar ia ; la

cual, como una madre fecunda y gigantesca, ir ía dando

a la vida, en partos sucesivos, "hornadas" de mell izos

históricos. Estas "hornadas" se hallarían infinitesimal-

6

  La historiología del Romanticismo seculariza biológica o dialéctica

mente la ya mencionada metáfora de San Agustín y Orosio.

212

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mente próximas entre sí , y cierto número de ellas com

pondrían el conjunto de todos los hombres que convi

ven en un momento dado; esto es, la "generación" co

rrespondiente a ta l momento

  7

. Bécquer y Zorri l la son

inconscientes testigos de esta acepción secularizada e

historificada de la vieja  generatio.

No queda ahí , s in embargo, este parcelamiento tem

poral de la "generación". Renace la vieja acepción men-

surat iva de la

  genea

  griega y la

  generatio

  latina, y el

"conjunto de todos los vivientes coetáneos" será más

rigurosamente part ido en grupos homogéneos por la

edad, en "generaciones" contemporáneas entre sí . Coin

cidirían siempre, en consecuencia, una generación de

viejos, otra de hombres maduros y otra de jóvenes. No

sé quien habrá sido entre nosotros el adelantado en la

tarea de dist inguir y, por lo tanto, de contraponer ex

presamente—aun sin intención propiamente científica—

las dist intas generaciones en cualquier momento coexis-

ten tes .

  Por mi parte, he encontrado en los textos del

Menéndez Pelayo joven y polemista evidentes mues

tras de esta más concreta acepción del término. Hasta

tres veces habla en  La Ciencia Española  de "nuestra

generación", refiriéndose a la suya y contraponiéndola

a la de los hombres—adultos cuando él escribe—que

hicieron la República española de 1870.

7

  Claramente se advierte que los hombres del siglo XIX— unos más

lúcidamente que otros, claro está—veían en la Historia una consecuencia

espontánea de la Naturaleza. Luego intentaré deshacer este error.

213

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II .

  PERIODO CIENTÍFICO DEL VOCABLO

Todas estas vicisi tudes

  del

 vocablo

  y

  otras muchas

que

 se me

 escapan const i tuyen

  la

 historia

 de su

  período

precientífico

  8

.

 T r a s

  él

  viene otro

 en el

 cual

  se

  intentará

convertir

  en

  concepto científico

  y

  r iguroso esta vaga

idea  de la  generación como "unidad"  de la  mudanza

histórica.

RANKE

El primero  en  sospechar  que la  idea  de  "genera

ción" podría convertirse  en un  concepto historiográfico

precisa  y  técnicamente definido  fué,  según  lo que yo

alcanzo  a  saber ,  el historiador Leopoldo von R a n k e . En

el apéndice

  a la

  edición definitiva

  de su

 H istoria

  de los

pueblos románico^germánicos  léese este inequívoco pr o

grama

  de

 t raba jo: "Ser ía

 tal vez una

  tarea historiográ-

fica presentar

  la

  serie

  de las

  generaciones,

  en

  cuanto

fuese posible,

 tal y

  como

 se

 ensamblan

  y se

  singularizan

en

  la

  escena

 de la

  Historia Universal .

  Se

  debería hacer

plena justicia a cada una de ellas; po dría describirse una

serie

  de

  figuras preclaras,

  las que en

  cada generación

tienen  más  estrechas relaciones entre sí, y  mediante cu-

yos antagonismos sigue progresando  la  evolución  del

8

  Me

  refiero,

  tal vez no sea

  oc ioso repe t i r lo ,

  a la

  acepc ión in tenc iona l

mente h is tor io lógica ,  no  sr  la que he  l lamado t radic iona l  o  gené t ica .

214

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mundo: los sucesos corresponden a su naturaleza"

  9

.

Ot tokar Lorenz cuenta haber oído decir a Ranke, en

el curso de un diálogo, que el término "generación" po

dría servir para expresar "ciertas ideas activas durante

el lapso temporal medio de una vida humana".

D1LTHBY

La idea de Ranke debía estar muy en la atmósfera

espiritual siglo xix, como suele decirse, cuando, con en

tera independencia del gran historiador, vamos a verla

conceptual y práct icamente propugnada por un joven

ambicioso y sediento de creadora novedad: el f i lósofo

Guil lermo Dil they

  10

. En 1867 pronunció en Basilea su

9

  Sámíliche Wevke,

  33 , pá g . 323 . Co nozco t r e s expos ic iones de con

junto , a lemanas las t res , acerca de la h is tor ia de la "generac ión" como

concepto h is tor iográf lco . Es una la de J . Pe te rsen , y se ha l la en

  Die litera*

rischen Generationen,  contr ibuc ión su ya a l l ibro  Die Philosophie dev Lite*

raturwissenschaft,   d i r ig ido po r Er m at in ge r (Ber l ín , 1930, pá gs . 130-18 4) .

Otra es la de K. Mannheim, en los  Kólne r Viertelja,hrshefte füv Soziolog ie,

VIL Es la te rcera la de E. Drerup, a l comienzo de su monograf ía  Das Ge*

neraíionspvoblem in der griechischen und griechisch-rómischen Kultur,  P a -

de rborn , 1933 . Las t r e s toman com o pun to de pa r t ida e l p ro g ram a de R anke ,

ta l como é l lo expuso en e l lugar c i tado y como lo comentó luego su d isc í

pulo Ot tokar Lorenz , y los cá lculos b io lógico-demográf icos de Rümel in ,

en 1875.

1 0

  E n 1 861, e l f rancés Just in Dro me l publ icó un l ibro t i tu lado  La loi des

révolutkms,  en el cua l , ap oy ad o en la idea de la generac ión, pre tendió

establecer un s is tema "c ient í f ico" para la predicc ión de l fu turo . Basábase

Dromel en considerac iones b io lógico-pol í t ico-e lec tora les , y pre tendía que cada

unos qu ince años acaece un impor tan te suceso po l í t i co gene rac iona lmen te

de te rminado : a s í i n t e rp re t a Drome l l a p re sen tac ión de even tos revo luc iona r ios

en los años 1789, 1800, 1815, 1830 y 1848.

215

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lección inaugural acerca de  El movimiento poético y

filosófico en la Alemania de 1770 a 1800

  n

.

  "Mov i do

por una ser ie de condiciones históricas constantes—de

cía Dil they, resumiendo su pensamiento—brotó en Ale

mania, durante el último tercio del siglo  XVIII,  un movi

miento espiri tual cuyo curso, cerrado y continuo, se ex

tiende como un todo desde Lessing hasta la muerte de

Schleiermacher y Hegel . Y la fuerza propulsora, per

manentemente act iva en todo el t ranscurso de este mo

vimiento, consist ió en el empeño, históricamente funda

do ,

  de poner los cimientos a una visión de mundo y de

la vida en la cual encontrase su satisfacción el espíritu

alemán." Dilthey ve cumplido ese movimiento hacia un

nuevo "ideal de la vida" '—tales son sus propias pala

bras—en tres e tapas históricamente discernibles, co

rrespondientes a otras tantas generaciones de alema

n e s :

  la de Klopstock y Lessing, la de Goethe y Schil ler,

y una tercera consti tuida por dos grupos, el berl inés

(Gentz, Tieck, Bernhardi, Schleiermacher) y el que

centran Schel l ing y Hegel , Con este ensayo historiográ-

fico inicia Dilthey, que por entonces cumple sus treinta

y cuatro años, lo que explícitamente l lama "la tarea de

nuestra generación":

  "fu nd ar una ciencia em pírica de

los fenómenos espiri tuales".

Este leve apunte basta sin duda para a t isbar las dos

ideas cardinales del ensayo. Una de el las puede for

mularse así: la obra filosófica y literaria de un hombre

1 1

  Gesamm elte Schriften,

  V ,

  12-27.

216

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está parcialmente determinada, en su contenido y en su

estilo,  por la generación a que ese hombre pertenece.

La segunda dice: sólo pueden ser comprendidas la obra

de un hombre y la de la generación a que pertenece si

se las sitúa en conexión con el acontecer histórico gene

ra l .

  Las mencionadas generaciones de l i teratos y pen

sadores son generaciones de l i teratos y pensadores   ale

manes,  y el esfuerzo individual y colectivo de todos

ellos estaba enderezado a conseguir, por el camino de

la producción espiritual, la máxima felicidad

  humana

  a

que entonces, por su si tuación histórica de  alemanes,

podr ían aspi rar

  12

. Un anhelo de mayor felicidad es lo

que lleva a los hombres, piensa Dilthey, a configurar

sucesivamente su mundo exterior y su mundo interior;

esto es, a hacer la Historia.

El concepto de "generación" que emplea Dil they

para construir la mencionada lección inaugural había

sido apuntado por él en su trabajo acerca de Schleier-

macher (1860). Seis años después lo explanó algo más

precisa y art iculadamente en un ensayo biográfico sobre

Novalis, recogido en su l ibro  Das Erlebnis und d ie

Dichtung

  13

. Examinemos las nociones metodológicas

que preceden al retrato l i terario de Novalis.

1 2

  E n uno de los párrafos del ensayo  (loe. cií.,  pág. 15) apunta Dilthey

las razones por las cuales se orientó principalmente hacia la actividad crea

dora del espíritu—-literaria, filosófica, musical-—ese esfuerzo de los alemanes

de entonces por conseguir la felicidad históricamente posible.

1 8

  El trabajo sobre No valis apa reció el año 1866 en los  Preuss. ]ahr~

bücher,  pág. 596 y sigs. Yo citaré su reproducción en  Das Erlebnis und die

Dichtung,  8.

a

  ed., Leipzig y Berlín, 1922, págs. 268 y sigs.

217

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rácter a la cultura espiri tual de una época." Cada uno,

evidentemente, a su modo, según su individual l ibertad.

Entonces, ¿vese reducido a perseguir arbi t rar ieda

des individuales el historiador que pretenda describir la

cul tura de esa época? ¿Habrá de rendirse—se pregunta

Dilthey, mostrando con evidencia cómo el significado

histórico de la "generación" t iene siempre detrás la me

táfora biológica de una Humanidad uni tar ia y mater

nal—

 "a la arb itraried ad de la na tura leza crea do ra, de

cuyo misterioso regazo se alzan los individuos según un

cierto orden y una determinada selección"? ¿O se halla

de algún modo determinado el l ibre empleo que cada

individuo hace de esas condiciones exteriores? Dilthey

contesta afirmativamente: existe esa determinación, mas

no por modo posit ivo, sino negativo; no como orden eje

cutiva, sino como cauce limitante. Uno de tales límites

o cauces es la "generación" a que el individuo pertene

ce:  el conjunto de los hombres "que se formaron bajo

la actividad de las mismas condiciones".

La obra creadora de cada individuo se ordena e in

tegra en la del conjunto generacional a que pertenece.

En cuanto es un miembro operante de ese conjunto,

cada individuo contribuye l ibremente a "crear" con su

acción histórica la obra de su propia generación; mas, al

propio tiempo, su libertad de creación se halla en algún

modo determinada a operar dentro del l ímite, solo rela

t ivamente variable, que la real existencia de ese con

junto le impone. La generación, entendida como con

cepto histórico, sería a la vez obra de los hombres y

219

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límite de su albedrío histórico, producto y tope de su

libre acción.

Esta idea de la generación como obra y como límite

preside el método historiográfico propuesto por Dilthey

para la descripción de los conjuntos generacionales. "La

marcha de nuestra investigación histórica y de nuestro

conocimiento r iguroso es muy análoga—dice—a la que

Hippel promete emplear en una futura novela: propó-

nese Hippel caminar hacia atrás, metiéndose cada vez

más profundamente en el pasado, desde la muerte ha-

cia el nacimiento, desde los efectos hacia las causas."

En consecuencia, una generación sólo podrá ser des-

cr i ta mediante una "al ternante consideración de los in

dividuos y sus condiciones, por una parte, y del com

plejo de las condiciones exteriores presentes a esos in

dividuos, por otra". Entre el manojo de todas las bio

grafías coetáneas y la descripción de las condiciones

históricas exteriores a ellas aparecerá, como límite y

producto de todas las hazañas históricas individuales, el

concepto de generación y la ocasional peculiaridad de

aquella que se estudia. Por eso piensa Dilthey que su

ensayo biográfico sobre Novalis será úti l para aprehen

der el espíritu de la prodigiosa generación histórica a

que Novalis pertenece: la integrada por él y por

Schle iermacher , Ale jandro de Humboldt , Hegel , Nova-

lis,

  los Schlegel , Hólder l in , Wackenroder , Tieck, Fr ies

y Schelling.

Todavía vuelve Dilthey a enfrentarse con el con

cepto de generación. Es en 1875, fecha de un opúsculo

22

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Sobre el estadio de la historia de las ciencias del hom

bre, de la sociedad y del Estado

  u

.  Veamos con algún

detalle las precisiones que añade al pensamiento de diez

años antes.

Par te ahora nuest ro pensador de considerar la His

toria como un  movimiento continuo

  15

. Este movimiento

tiene un curso visible: es el acontecer histórico. Pues

bien, se pregunta Dilthey, con una evidente contami

nación naturalista de su naciente historicismo, ¿no ne

cesitaremos una

  unidad de medida

  para estudiar el cur

so de ese movimiento de la "Humanidad"? Contempla

do ese movimiento "desde fuera", parece transcurrir

según las unidades de medida del t iempo físico: horas,

meses, años, decenios, siglos. Pero la unidad idónea

para estudiar el curso del movimiento histórico "debe

radicar en él mismo", es decir, en la  vida del hom bre,

tomada según su duración media y la sucesión de sus

edades

  16

. Lo que las horas y los minutos del reloj son

respecto al tiempo vivido o psicológico, son, respecto a

las curvas vitales de los hombres, los decenios y los si

glos del calendario de la Historia. La duración media de

la vida del hombre debe ser, pues, la unidad de medida

1 4

  Ges, Schr.,

  V, 36 y sigs.

1 5

  Lu ego verem os e l e r ro r de pr inc ip io que hay en este concepto , v igente

desde e l Romant ic ismo y " logi f lcado" por Hegel .

1 6

  No es un azar que fuesen dos f í s icos—primero Pr iest ley en su

Chati of biography,  luego Pogge ndor f en sus  Lebenslinien—quienes propu

sie ron hacer de la durac ión media de la v ida humana la unidad de medida

de l t iempo his tór ico . La idea h is tor io lógica de la "generac ión" nace de una

v i s ión  todavía naturalista  de la His toria .

2 2 1

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del t iempo histórico. Mas como el hombre convive para

vivir, y más para vivir históricamente, esa unidad de

medida cobra forma histórica ordenándose en un nuevo

concepto: e l de "generación".

Dos son, entonces, las acepciones historiológicas de

este vocablo. Es, por una parte, un   lapso temporal  que

puede servir como interna unidad de medida para or

denar el curso del acontecer histórico, lapso subordi

nado a la idea de la vida temporal del hombre. "Este

lapso temporal—prosigue Dil they—extiéndese desde el

nacimiento hasta aquella edad a la cual se añade, por

lo común, un nuevo anillo de crecimiento al árbol de la

generación

  17

, y abarca alrededor de treinta años. La

historia intelectual de Europa, desde Tales. . . compren

de no más de 84 generaciones."

Al lado de esta acepción cronológica hay otra más

pertinente al contenido de la Historia: es la que hemos

visto definida en el ensayo sobre Novalis. Según ella,

es la generación "una  relación de simultaneidad entre

individuos,  aquellos que en cierto m odo crecieron ju n

tos...  N ac e de el lo un a más profunda relación entre ta les

personas. Quienes durante los años recept ivos experi

mentaron las mismas influencias directrices, constituyen

juntos una generación. Así entendida, una generación

1 7

  O bs érv ese la per t in ac ia de las me táforas na tura l i s tas , botá nicas en

este caso . La Humanidad es v is ta como un á rbol , y su Histor ia como la

sucesiva adic ión de ani l los de c rec imiento a l t ronco de ese á rbol . Así como

podemos ca lcula r la edad de un á rbol contando esos ani l los en una secc ión

t ransve rsa l de su t ronco , podremos med i r l a H i s to r i a de l a Human idad po r

las generac iones en que va t ranscurr iendo.

222

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sámente definido, han sido elaborados luego, con un

apoyo expreso en los textos originales o con indepen-

dencia absoluta de ellos, por una serie de pensadores:

Ot tokar Lorenz y Ortega y Gasse t han a tacado e l pro

blema de la generación desde la historiología general;

K. Mannheim, desde la sociología; Kummer, Petersen,

Hans von Mül ler , Wechssler y Jechske han apl icado

el concepto a la historia de la Literatura; Pinder, Al. Lo

renz y otros, a la historia del Arte; Drerup, a la historia

de la Antigüedad clásica. La palabra "generación",

usada con una intención polí t ica o como arma de com

bate ,  se ha hecho luego expresión tópica, latiguillo de

moda. Algunos han l legado hasta a inventar su propia

generación antes de comenzar a vivir. Dejemos de lado

tan pintorescas manifestaciones de esta vivísima, casi

opresora conciencia histórica del hombre actual, e inda

guemos de cerca el pensamiento de los más caracteri

zados t ra tadis tas de l concepto: Ot tokar Lorenz , Or tega

y Gasse t , Pe tersen, Wechssler , Pinder , Drerup y

Mannhe im.

OTTOKAR LORENZ

Ot tokar Lorenz

  19

  se propuso muy temáticamente

conciliar la Biología y la Historia mediante la idea de

la generación. La unidad objetiva o física del tiempo

histórico—el siglo—hállase en relación con la vida hu-

1 9

  Die Geschichíswissenschaft in Hauptrichtungen und Auígaben,  B e r

l ín , 1886 y 1891. Lo renz se apoy ab a de modo mu y ta xa t ivo en e l pro gra m a

224

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mana por el hecho de consti tuir la duración media de

tres generaciones sucesivas, entendiendo por genera

ción, cronológicamente, el lapso a que se extiende la

act ividad vi ta l de una vida humana media. Cada t res

generaciones ~  t res un idade s historiométr icas— forma

rían una unidad superior, el  siglo;  tres siglos juntos da

rían origen a otra más amplia unidad del curso histó-

r i c o ~ u n a  época~;  y pa sa do s tres veces tres siglos,

veintisiete generaciones en total, se cumpliría un pe-

tíodo  de la Historia Universal . Lorenz pretendió con

firmar su tesis con las elucubraciones aritmético-histó-

r ico-li terar ias de W . Sch erer . N o merecen m ás larga

mención todas estas arbi t rar ias construcciones, indignas

del valioso l ibro a que pertenecen. "Pura cabala", dice

de ellas, a modo de epitafio, E. Troeltsch.

ORTEGA Y GASSET

Mejor será examinar otros ensayos más ser ios acer

ca del tema, y en primer término el reiterado de nuestro

Ortega y Gasset . Si se prescinde de cier tos a t isbos muy

madrugadores, en 1914, la primera formulación bien

explícita que Ortega da a sus ideas sobre el tema de

la generación acontece en 1921 y es impresa en   El tema

de su maestro Ranke; pero, evidentemente, va mucho más lejos de lo que

éste quería, sobre todo eti lo tocante a la sistematización aritmética de las

generaciones.

225

15

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de nuestro tiempo,

  el año 1923

 20

. Dist ínguense los hom

bres entre sí , comienza diciendo Ortega, por la si tua

ción histórica de su espíritu, y lo más primario y ele

mental en esa diferencia es el modo, históricamente va

riable, de un componente de la existencia humana que

Ortega l lama "sensibil idad vital": es la "sensación ra

dical ante la vida", el modo de "sentir la existencia en

su integridad indiferenciada", el "fenómeno primario

de la Historia". La primera tarea, cuando se intenta

comprender una época, debe ser, por tanto, la defini

ción de su sensibilidad vital.

Si la variación en la sensibilidad vital afectase a

un solo individuo, el suceso no tendría trascendencia

histórica; las variaciones de sensibilidad vital decisivas

en la Historia adoptan la forma de la generación

  21

.

"Una generac ión—precisa Ortega—no es un puñado

de hombres egregios, ni simplemente una masa: es como

un nuevo cuerpo social íntegro, con su minoría selecta

y su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ám

bito de la existencia con una trayectoria vital determi

nada. La generación, compromiso dinámico entre masa

e individuo, es el concepto más importante de la His

toria, y, por decirlo así, el gozne sobre que ésta ejecuta

sus movimientos." Ya se ve que Ortega no se conforma

2 0

  Obras,  2 .

a

  ed. Madrid, 1936, II , págs. 832 y sigs.

2 1

  E n 1933 re i te r a rá este pensa mie nto: "Si se t ra ta se de un o o pocos

jóvenes nuevos que reacc ionan a l mundo de lo s hombres maduros , l a s mod i

ficaciones a que su meditación les l leve serán escasas; ta l vez importantes

en a lgún punto , pero , en f in de cuentas , parc ia les . No podr ía dec i rse que su

ac tuac ión cambia e l mundo,"

226

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con hacer de la generación un mero  concepto  historio-

gráfico. Radicalizando, ontologizando el programa de

Ranke, pretende convert i r a la generación en una

  ca

tegoría

  fundamental de la existencia histórica.

Adviértese sin esfuerzo el excesivo biologismo del

pensamiento historiológico de Ortega. La historia es

una entre "todas las demás disciplinas biológicas", dice

textua lmente . "Una generac ión—añade , a poco—es

una variedad humana, en el sent ido r iguroso que dan

a este término los naturalistas. Los miembros de ella

vienen al mundo dotados de ciertos caracteres t ípicos. . ."

Las metáforas que emplea Ortega son, también, deli

beradamente biológicas: cada generación es "un latido

impermutable en la serie de pulso.. . , un proyectil bioló

gico lanzado al espacio en un instante preciso, con una

violencia y una dirección determinadas".

H e aquí , s inópt icamente, las no tas fundamentales de

este primer contacto de nuestro pensador con el pro

blema de la generación: 1. La generación es la unidad

primaria y fundamental del acontecer histórico. Debe

ser, en consecuencia, el concepto historiográfico más ele

mental y básico. 2. Toda generación se define por el

peculiar modo de su sensibilidad vital, y debe ser con

siderada como una variedad humana, una suerte de

mutación biológica de la especie. 3. En toda generación

hay una masa y "una escasa minoría de corazones en

vanguardia". La minoría es la que otea las metas de

la acción común y acierta a expresar con lucidez la

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sensibilidad vital de la generación

  22

. 4 . Dentro de una

generación, sin mengua de la profunda unidad vital de

todos los miembros que la componen, pueden exist ir di

vergencias y hasta antagonismos. 5. El vivir de cada

generación "es una faena de dos dimensiones, una de

las cuales consiste en recibir lo vivido—ideas, valora

ciones, instituciones,  etc.—- por la prece den te; la o tra, en

dejar fluir la propia espontaneidad". El espíri tu de la

generación "depende de la ecuación que esos dos in

gredientes formen". 6. Cada generación percibe frente

al mundo  su  pecul iar verdad, y representa una ventana

histórica abierta a  la  verdad común a todos los hom

bres.

  "Cada individuo, cada generación, cada época

aparecen como un aparato de conocimiento insusti tui

ble...,  son puntos de vista esenciales. Yuxtaponiendo las

verdades parciales de todos se lograría tejer la verdad

omnímoda y absoluta ."

Ortega, como Dil they, vuelve en la madurez sobre

el tema de la mocedad. En 1933 dio un curso de lec

ciones, bajo el título  En torno a Galileo (1550-1650).

Ideas sobre las generaciones decisivas en la evolución

del pensam iento europeo.  La primera de estas lecciones

estuvo dedicada a la idea de generación y no ha sido

recogida en

  Esquem a de las crisis,

  libro en el cual apa-

22

  Ob sérv ese una clara diferencia entre la idea que Or tega tiene de la

generación y la de Dilthey. Para Dilthey, una generación es un puñado de

hombres egregios, un "estrecho círculo de individuos": los que "otorgan su

carácter a la cultura espiritual de una época". Dilthey restringe la idea de

generación a la "minoría" de que habla Ortega.

228

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recen impresas todas las restantes

  23

. En cambio, ese

mismo año publ icó Ortega en  La Nación,  de Buenos

Aires ,

  una serie de art ículos consagrados al tema de la

generación. Esos ar t ículos t ranscriben, indudablemente,

la mencionada primera lección del curso en torno a Ga-

lileo

  2i

.  Veamos cómo nuestro fi lósofo elabora a los cin

cuenta años un pensamiento barruntado a los t re inta y

expresamente formulado a los cuarenta .

¿Qué es, para e l Ortega de 1933, una generación?

Una variación en la sensibil idad vital de los hombres,

había dicho en 1921; "el órgano visual con que se ve

en su efectiva y vibrante autenticidad la realidad his

tórica", precisa en 1933. "La generación—'prosigue, re

sumiendo su pensamiento—-es una y la misma cosa con

la estructura de la vida humana en cada momento. No

se puede intentar saber lo que de verdad pasó en tal

o cual fecha, si no se averigua antes a qué generación

2t

  Esquem a de las crisis y otros ensayos,  Madrid, 1942.

24

  Creo que no ha sido toda vía publicado en Es pañ a el pensamiento de

Ortega acerca de la generación. Si se prescinde de reseñas fragmentarias

en

  El Sol

  y de alusiones en algún libro de Julián Marías (en sus notas a

la antología de textos de Dilthey  Teoría de las concepciones del mundo,

Madrid, 1944), sólo conozco el atinado compendio de María Luisa Caturla

en su libro  Arte de épocas inciertas  (Madrid, 1944, págs. 151 y sigs.). En

Esquema de las crisis

  se refiere alguna vez el propio Ortega al texto apa

recido en  La Nación.  De los artículos publicados por Ortega en este diario,

los más importantes en orden al problema de la generación son:

  El método

de las generaciones. El hombre, creador de universos, y la Historial   (27-VIII-

1933);  Los tres "hoy" diferentes de cada "hoy". El concepto de generación.

La edad como modo de vivir   (10-IX-1933);  El pasado, entraña de lo actual.

Las cinco edades del hombre

  (24-IX-1933);

  El cometido de la nueva ciencia

histórica  (8-X-1933).

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le pasó, esto  es,  dent ro  de qué  figura  de  existencia  hu-

mana aconteció.  Un  mismo hecho acontecido  a dos ge-

neraciones diferentes  es una  realidad vital y, por  tanto,

histórica completamente dist inta. . .

  Un

  hecho aislado,

 así

sea  el de más  enorme calibre,  no  expl ica ninguna rea

lidad histórica;  es  preciso antes integrarlo  en la  figura

total  de un  tipo  de  v ida humana"

  25

.

Existe const i tut ivamente  el  hombre ,  ha  dicho siem

pre Or tega ,  en una  determinada circunstancia . Esta  se

halla primariamente compuesta

  de

  puros

  y

  desazona-

dores enigmas,  que obligan  al  hombre  a  reaccionar bus

cándoles  una  interpretación;  en  suma:  le obligan  a  pen

sar,  a  hacerse ideas,  los  instrumentos  por  excelencia,

con  que vive. El  conjunto  de  esas ideas forman nuestro

horizonte vital  o  m u n d o "

  26

. Ese  " m u n d o "  del  hombre

cambia, porque cambia  su  modo  de  reaccionar ante  los

"en igmas"

  que

  constantemente

  le

  p ropone

  su

  "c i rcuns

tanc ia" ,  y a ese  cambio  del  mundo humano es a lo que

l l amamos "His tor ia" . Pues b ien; para Ortega  hay dos

formas  de  cambio vital histórico:

1.

a

  C ua nd o cambia algo  en  nuest ro mundo.

2.

a

  C uan do cambia  el  mundo.

Esto úl t imo—'concluye nuestro pensador—acontece

normalmente

  en

  cada generación"

  27

. La

  generación

  se-

ría,  por  tanto ,  el  cambio histórico elemental  del  mundo.

O bien, vistas

  las

  cosas desde

  el

  punto

  de

  vista

  de la

25

  Esquema

  de las

  crisis,

  págs. 13-14.

26

  Ibíd., pág. 26.

27

  Ibíd.,

 pág. 37.

23

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permanencia y no desde el punto de vista del cambio:

una generación es un "presente histórico" elemental . "El

presente del destino humano es el que es, dice Ortega,

porque sobre él gravi tan todos los otros presentes, to

das las otras generaciones"

  28

. El curso del acontecer

histórico sería, esquemáticamente, una sucesión discon

tinua de cambios súbitos elementales en "el cariz total

del mundo", separados por períodos relat ivamente cons

tan tes ,

  aquellos en que la generación nueva e innova

dora explana y da vigencia histórica al cambio de que

es protagonista. Esos activos remansos del acontecer

serían los "presentes históricos" elementales. La idea

que Ortega t iene acerca de la mudanza histórica queda

muy plást icamente expresada por una metáfora suya,

aquella en que compara el curso del acontecer histórico

con el de las representaciones escénicas de los teatros

por horas. "Un automático mecanismo trae irremisible

mente consigo—escribe—que en una cier ta unidad de

tiempo la figura del drama vital cambia, como en esos

teatros de obras breves, en que cada hora se da un

drama o comedia diferentes"

  29

. Cada generación es la

protagonista de un cambio súbito elemental y dura un

"presente elemental", el lapso durante el cual despliega

en acciones creadoras la inédita peculiaridad de su sen

sibil idad y la impone al mundo precedente.

Trataré de exponer con precisión el pensamiento

de Ortega. Su punto de part ida es un anál isis de la

2 8

  A r t .  El pasado, entraña de lo actual.

2 9

  A r t .  Los tees "hoy" diferentes de cada "hoy ".

231

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estructura histórica del "hoy" y una idea de la edad

como situación vi ta l . "T o do

  hoy—'

dice gráficamente Or

tega, explanando su pensamiento de 1921 y recogiendo

el de Pinder—envuelve t res  hoy  diferentes": e l "hoy"

de los que ese día son muchachos, el de los hombres

maduros y el de los viejos. Esta trina estructura vital

del "hoy" impone una r igurosa dist inción entre "con

temporaneidad" y "coetaneidad". Los jóvenes, los hom

bres maduros y los ancianos que viven en un mismo

"hoy" cronológico son contemporáneos entre sí , mas no

coetáneos. El término "coetaneidad" debe reservarse

para expresar la relación temporal entre los hombres

contemporáneos de la misma edad vital y, por lo tanto,

de la misma generación. Ya se ve que la edad es para

Ortega la nota más definitoria de la historicidad del

hombre; es, dice textualmente, "la razón y el período

de los cambios históricos". Pero ¿qué es la edad, den

tro del pensamiento de Ortega? ¿Cómo se relaciona con

la Historia?

"La edad es estar el hombre en un cierto trozo de

su escaso tiempo—es ser comienzo del tiempo vital, ser

ascensión hacia su mitad, ser centro de él, ser hacia su

término—o, como suele decirse, ser niño, joven, maduro

o ancian o." N o es lo imp ortante , desd e el pun to de v ista

de la edad, tener

  tantos

  años, sino ser niño, joven, ma

duro o viejo. "El concepto de edad no es de sustancia

matemática, sino vital . La edad, originariamente, no es

una fecha"; es, añade en otro art ículo, "una etapa en

la trayectoria vital del hombre".

232

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Cinco edades, c inco etapas cabe aislar , según Or

tega, en la trayectoria vital del hombre: niñez, juven

tud, iniciación, predominio y vejez. Durante la niñez

y toda la porción de juventud corporal que corre hasta

los treinta años "se entera el hombre del mundo en que

ha caído, en que t iene que vivir". El niño no interviene

en la historia; el joven, hasta los treinta años, apenas,

aunque "juegue a preocuparse de lo colectivo". El joven

vive para sí ; su vida actuante es personal, no histórica,

y la juventud "la etapa formidablemente egoísta de la

vida". Cambian las cosas a los treinta años. "A esa

edad el hombre comienza a reaccionar por cuenta pro

pia frente a l mundo que ha hal lado; inventa nuevas

ideas sobre los problemas de ese mundo: ciencia, téc

nica, religión, política, industria, arte, modos sociales.

El mismo u otros hacen propaganda de toda esa inno

vación e integran sus creaciones con las de otros coetá

neos obligados a reaccionar como ellos ante el mundo

que encontraron. Y así , un buen día, se encuentra con

que su mundo innovado, el que es obra suya, queda

convertido en mundo vigente. Es lo que se acepta. Lo

que rige en ciencia, política, arte, etc. En ese momento

empieza una nueva etapa de la vida: el hombre sostiene

el mundo que ha producido, lo dirige, lo gobierna, lo

defiende. Lo defiende porque unos nuevos hombres de

treinta años comienzan, por su parte, a reaccionar ante

ese nuevo mundo vigente ."

Vale esto tanto como decir que la madurez se parte

en dos períodos de quince años: uno, desde los treinta

233

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a los cuarenta y cinco años, de iniciación y polémica;

otro,  desde los cuarenta y cinco años a los sesenta, de

predominio y mando. Pasados los sesenta, comienza la

vejez, la jubilación de la actividad histórica. El hom

bre de más de sesenta años sería "superviviente de una

vida que murió". No vive en esta vida, está fuera de

hecho, vive ajeno a las luchas y pasiones. "De aquí que

los hombres de treinta, que están en lucha con la vida

impuesta por los de cuarenta y cinco, busquen con fre

cuencia a los ancianos para que les ayuden a combatir

contra los hombres dominantes."

La edad, piensa Ortega, determina el mudar de la

historia, es "la razón y el período de los cambios his

tór icos". Mas para que la edad determine el "período"

de los cambios históricos'—dando como cierta y demos

trada la existencia de esos "períodos" elementales^, la

coetaneidad no debe ser cosa matemática o cronológica,

sino vital. "La edad no es una fecha, sino una  zona de

[echas,  y tienen la misma edad, vital e históricamente,

no sólo los que nacen en un mismo año, sino los que

nacen dentro de una zona de fechas." Pertenecen a la

misma generación, por tanto, los nacidos dentro de la

misma zona de fechas

  30

. Mas ¿cuál es la anchura de

esta zona? Las reflexiones de Ortega sobre las edades

del hombre le conducen a fi jar para la "zona de fechas"

30

  Ya se ve que la "zona de fechas" es el expediente de que se vale

Ortega para convertir a la edad—modo de existir biológico y personal to

cante a la vida del individuo—en el fundamento del acontecer histórico, en

"la razón y el período de los cambios históricos".

234

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una duración de quince años. Por tanto, en un mismo

"hoy" coincidirían: una generación infanti l , histórica

mente inactiva; otra juvenil , en período de aprendizaje;

dos históricamente activas, aspirante la una y dominante

la otra; y, por fin, la generación senil, compuesta por

los mayores de sesenta años.

Insiste mucho Ortega en que las generaciones no se

susti tuyen ni se suceden, como los antiguos pensaban,

sino que se solapan o ensamblan. "Siempre hay dos

generaciones actuando al mismo tiempo, con plenitud

de actuación, sobre los mismos temas y en torno a las

mismas cosas, pero con distinto índice de edad y, por

ello,  con dist into sentido."

La agrupación de los hombres en conjuntos vital e

históricamente homogéneos haría de la edad el "perío

d o "

  de los cambios históricos; la constante polémica

de estos conjuntos humanos entre sí convertiría a la

edad en la "razón" de los cambios históricos. "Si todos

los contemporáneos fuésemos coetáneos'—dice Orte

ga-—, la historia se detendría anquilosada, petrefacta,

en un gesto definitivo, sin posibilidad de innovación ra

dical a lguna"

  31

.

3 1

  Esta frase nos muestra con singular nitidez cómo O rteg a superlativiza

•—inadmisiblemente, en mi entender—la importancia   histórica  de la edad. La

causa más radical del suceder histórico no consiste en la mutua y sucesiva

polémica de las generaciones contemporáneas, sino en la insatisfacción que

toda

  situación histórica produce en el hombre que la vive, hasta en aquellos

que más directamente la crearon. Remito a lo dicho en los capítulos II y III.

La sucesión de las edades no es el "motor" del acontecer histórico; es

tan sólo

  uno

  de los momentos determinantes de la "figura" adoptada en con-

235

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¿Qué es, entonces, una generación? Mirada en sí

misma, es "el conjunto de los coetáneos en un círculo de

actual convivencia. El concepto de generación no im

plica, pues, primariamente, más que estas dos notas:

tener la misma eda d (vital , no ma tem ática) y tener algú n

contacto vi ta l". Pero desde el punto de vista del acon

tecer histórico, una generación sería mucho más: "cada

generación representa un trozo esencial , intransferible

e i rreparable del t iempo histórico". Con otras palabras,

un cambio y un presente elementales del acontecer his

tórico. El añ o 191 1, en un a conferencia acerca del pe n

samiento matemático, anunciaba Ortega que frente al

continuismo, al evolucionismo y al inñnitismo, dominan

tes a la sazón en todas las disciplinas científicas, surgi-

cre to por la operac ión h is tór ica de l hombre , junto a o t ros momentos b io ló

gicos (sexo, const i tuc ión indiv idua l , h ig idez) , a los soc io lógicos (c lase soc ia l ,

profesión , agrupac ión humana a que se per tenece , e tc . ) y a los dependientes

de las c reenc ias re l ig iosas que se profesan . Aunque Ortega ext rema la in te r

pretación biográfica de las edades, es la edad el port i l lo por el cual se le

mete la Biologia en la Histor ia , hasta const i tu i rse en su " razón" y de te rmi

nar la impera t ivamente . No en vano ve en e l r í tmico juego de las generac iones

"un au tomá t i co mecan i smo" .

Lo pr imario en e l pensamiento h is tor io lógico de Ortega , como en e l de

todos los que hacen de la generac ión e l concepto fundamenta l y e lementa l

de l acontecer h is tór ico , es su radica l v i ta l i smo. Pero la Histor ia es resul tado

de acc iones "pe rsona le s" , aunque e sa s acc iones hayan de se r e j ecu tadas po r

cuerpos v iv ientes . Por eso la idea de una "zona de fechas" no es un ha l lazgo

empír ico , s ino una const rucc ión a l se rv ic io de un  a  prior/; el a pn'ori de la

coe tane idad "vi ta l" , de la generac ión y , en ú l t imo ext remo, de la concepción

biológica de la Histor ia . Si Ortega no hubiese pensado que " la Histor ia es

una más ent re las restantes d isc ip l inas b io lógicas" , como nos d ice en  El tema

de nuestro tiempo,  seg ura me nte no hubiese l legado a esta idea de la gen e

ración.

236

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rían pronto un fínitismo y un discontinuísmo. La idea

de generación vendría a mostrar el tr iunfo del discon

tinuísmo sobre el continuismo en el dominio del pensa

miento historiológico.

Fal ta , no obstante , lo más inexcusable para hacer

de la generación "un riguroso método de investigación

histórica". Falta "precisar de qué fecha cronológica o

cuál otra fecha se extiende una generación". ¿Cómo dis

tribuiremos concretamente en grupos de quince años los

años del t iempo histórico? Supongamos que un joven

cumple los treinta años en 1945. "Como la generación

no es una fecha—-dice Ortega—, sino una  zona de le

chas  que hemos fi jado en quince años, ese joven no pue

de saber si su fecha actual de treinta años pertenece

a los quince años hacia atrás o a los quince años hacia

adelante, o bien si se está en medio de la zona de su

generación, teniendo a ambos lados dos series de siete

añ o s . "

  Desde la perspectiva individual, el hombre no

puede estar seguro de si en su fecha de edad comienza

una generación o si acaba, o bien si es ella el centro

de la generación.

¿Cómo puede resolverse el problema? La estima

ción de la edad del hombre como "razón y período de

los cambios históricos" conduce a O rte ga a dos rotun dos

asertos: primero, el curso de la Historia está  realmente

ordenado por generaciones; segundo, e l período de cada

generación es exactamente, con un "automatismo ma

temático", el quinquenio. Cada generación está polémi

camente si tuada entre otras dos. Por tanto, "la gene-

237

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ración implica ineludiblemente la serie toda de las ge

nerac iones . De ahí—concluye Ortega—que de terminar

la zona de fechas cronológicas que a una generación

corresponden sólo puede hacerse determinando la tota

lidad de la serie".

He aquí el  modus operandi.  Deslícese la mirada a

lo largo de un gran ámbito histórico. Hay un momento

en que el hombre vive tranquilamente instalado en su

mundo. Por e jemplo, en 1650. Esa t ranqui l idad con

trasta con la indecisión en que vivía uno o dos siglos

antes .  Pues bien, piensa Ortega, esa t ranqui l idad

de 1650 ha comenzado en una fecha determinada, la

fecha en que fueron definidos los principios sobre los

cuales se funda la vida histórica de 1650. "Esta fecha

es la decisiva en la serie de las fechas que integran la

Edad Moderna. En el la vive una generación que por

vez primera piensa los nuevos pensamientos con plena

claridad y completa posesión de su sentido: una ge

neración, pues, que ni es todavía precursora ni es ya

cont inuadora. A esa generación—concluye nuestro f i ló

sofo—llamo generación decisiva."

¿Cómo señalarla con precisión? Búsquese, se nos

dice,  "la figura que con mayor evidencia representa los

caracteres sustantivos del período. En nuestro caso, no

parece discut ible que ese hombre es Descartes. . . Con

esto tenemos  el epónimo de la generación decisiva,  lo

grado lo cual, el resto es obra del automatismo mate

mático". Anotará el historiador la fecha en que dicho

epónimo cumplió sus treinta años, y esa será la fecha

238

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cronológica de la generación decisiva. Lo demás es cosa

bien sencilla. Puesto que la sucesión de las generacio

nes t iene un ri tmo quindenial , bastará ir añadiendo o

restando períodos de quince años a la fecha decisiva

—el año 1626, en este

  caso—-

 p ar a obten er las fechas

cronológicas a que corresponden las sucesivas genera

ciones europeas.

En resumen: los cambios históricos están primaria

mente determinados por el hecho de que los hombres

vayan creciendo en edad y convivan con otros de edad

vital distinta; el curso del mudar histórico es discon

t inuo;

  la unidad elemental de ese mudar es la genera

ción; la duración de cada cambio generacional es el

quindenio. Es la generación el trasunto histórico de la

edad vital , y puede serlo mediante el expediente de la

"zona de fechas". Sólo gracias a la hipótesis de una

"zona de fechas" quindenial puede definirse el tan im

preciso concepto de la coetaneidad; sólo así puede ad

quirir duración o sucesividad históricas un concepto ori

ginariamente biológico-cronológico

  32

.

La edad vital y la generación vendrían a ser, en con

secuencia, las categorías fundamentales de la "reali

dad" histórica y del conocimiento de esa realidad. Debe

hacerse de la generación, por tanto, el concepto funda

mental de la Historiogafía.

Creo que la ulterior exposición de mis propios pun-

32

  La idea de la "zona de fechas", precontenida en el  a priori  de una

estructura generacional y rítmica del acontecer histórico, permite llenar de

duración histórica  un lapso temporal tocante a la  duración biológica.

239

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tos de vista me eximirá de añadir a cada particular

concepción una crí t ica pormenorizada. Prefiero, en con

secuencia, seguir mostrando con alguna precisión las

sucesivas vicisi tudes de este tan favorecido concepto

historiológico. Y, muy en primer término, las que ha

experimentado en las diestras manos de J . Petersen

  33

.

PETERSEN

Tres veces dist intas se emplea Petersen en definir

el concepto de generación y en aplicarlo a la historia de

la Literatura. La primera en el libro

  Determinación de

la esencia del Romanticismo;  por tan to , frente al mismo

tema histórico que Dilthey en su biografía sobre Nova-

lis

  34

. La segunda en su contribución a la

  Filosofía de la

33

  E n 1909 había publicado Kummer una "H istoria de la literatura ale

mana del siglo XIX, expuesta por generaciones"

  (Deutsche Liíevaturgeschichte

des neunzehn ten ]ahrhu.nderts, dargestellt nach G enecationen,  Dresde, 1909).

Dice Kummer apoyarse en Ranke, Rümelin y O. Lorenz. Mas, sin nombrar

a Dilthey, da una definición de las generaciones parecida a la de éste: "Una

generación, dice Kummer, comprende todos los hombres vivos aproximada

mente coetáneos, nacidos de las mismas situaciones económicas, políticas y

sociales, y, por tanto, equipados con una visión del mundo, una formación,

una moral y una sensibilidad artística semejantes." La diferencia funda

mental consiste en la amplitud atribuida al grupo generacional: Dilthey piensa

en un "estrecho círculo de individuos", Kummer habla de "todos los hom

bres vivos aproximadamente coetáneos". Kummer atiende más a la fecha de

aparición del hombre en la Historia que a la de su nacimiento, y se pierde

en una artificiosa y compleja tipología de los miembros de cada generación:

precursores, exploradores o "pioneros", talentos conductores, talentos inde

pendientes, talentos dependientes, talentos "industriales", etc., etc.

34

  Die Wesensbestimmung der deutschen Romantik,  Leipzig, 1926, ca-

24

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ciencia literaria,  de Ermat inger

  35

. La tercera, muy com

pendiosamente, en el primer tomo de su manual  La cien

cia de la literatura

  36

. Petersen, ya lo he dicho, se mueve

exclusivamente dentro del ámbito de la historia de la

l i teratura . Veamos sumariamente su punto de vista y

las precisiones a que llega.

El ige Petersen como punto de arranque el pensa

miento de Dil they. Quiere manejar un concepto de ge

neración adecuado a la historia del espíri tu humano y

distinto, en consecuencia, del concepto biológico que

suele emplearse para hacer la historia de las familias.

Trátase-—dice'—de una unidad histórica complementa

r ia de la idea de "sociedad"; "apoyada, c ier tamente, en

las propiedades heredi tar ias del hombre, y hasta emer

gente de ellas, pero afecta y dirigida con intensidad

mucho mayor por el espíri tu de la época y antagónica

mente movida contra las acti tudes históricas preceden

tes;  de todo lo cual surgen mudanzas y despl iegues

regulares y periódicos". Si la vida humana se compara,

según costumbre trivial , a un barco movido por el vien

to ,

  será la sociedad quien orienta el timón y la gene

ración la vela que recibe el viento propulsor de la na

vegación histórica. "El t ipo generacional y el t ipo so

ciológico se cruzan—añade Petersen—y de su acción

pitulo VI, págs. 132-170. También Petersen dice haber apuntado un concepto

historiológico de la generación en su lección inaugural, pronunciada en Ba-

silea, el año 1913, acerca del tema   Literaturgeschichte ais Wissenschalt.

85

  "Die literarischen Gen erationen ", en la

  Philosophie der Literaturwis-.

senschalí,  dirigida por Ermatinger, Berlín, 1930, págs. 130-187.

36

  Die W issenschalt von der Dichíung,  Bd. I, Berlín, 1939, pág. 202.

241

16

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recíproca nace el t ipo histórico propiamente dicho. Para

conocerle, debe completarse la investigación de los tipos

sociológicos con la investigación de los tipos generacio

nales ."

Las ideas que acerca de la generación expone Pe-

tersen en su inicial trabajo sobre el Romanticismo pue

den ordenarse en t res epígrafes:

  consistencia, estructu

ra  y  curso  del suceso generacional

  37

.

¿En qué consiste la generación? Acepta Petersen,

sin mayor precisión científica, la idea de una disposición

heredi tar ia  (Anlage),  especificadora, en cierta m edid a,

de la actividad espiri tual de los hombres. Sobre esta

nativa disposición actúan las influencias formativas

(Bildung)

  del me dio histórico; y así, la n u d a p oten cia

del genotipo humano logra su actualidad fenotípica por

la acción incitadora y configuradora de la Historia. Pa

semos por alto ciertas l igerezas conceptuales de Peter

sen—'por ejemplo: no puede aceptarse sin grave reserva

la idea de una "disposición genotípica romántica"

(romantische Anlage)  -—y aten gám on os a la l ínea ge ne

ral de su pensamiento.

Provistos de su correspondiente disposición heredi

taria, meramente potencial todavía, todos los niños

coetáneos entran en contacto con la Historia por obra

de la educación. Todos ellos son sometidos a condi

ciones educativas semejantes. ¿Cómo se hará visible y

87

  N o creo ilícito exponer el pensamiento de Petersen dándole, sin alte

rarlo en nada, un orden de que carece en la exposición original.

242

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operante aquel la disposición heredi tar ia de los mucha

chos? Según su especificidad, responde Petersen. Cuan

do la especificidad genética del joven case bien con la

índole de la educación recibida y, por lo tanto, con el

espíritu de la época a la sazón reinante, ese joven con

tinuará prosecutivamente la obra histórica de los pa

dres .

  Si, por el contrario, existe un antagonismo entre

la potencial "tendencia" de la disposición genética in

fanti l y el t ipo de la educación recibida, su rgirá u na o po

sición, más o menos grave y manifiesta, entre esa na

ciente vida y el medio en que se forma. Esto acontece

siempre. Mas la definitiva consecuencia histórica será

distinta según el vigor, la frescura y la capacidad de

encantamiento de la situación histórica en que el joven

es educado.

Dos casos extremos pueden imaginarse. Cuando es

grande el vigor de la si tuación histórica—esto es, cuan

do los padres viven con fructífero entusiasmo su pro

pia situación'—, la leva infantil se parte en tres frac

ciones: una, la de disposición hereditaria más idónea,

ve potenciada esa disposición suya y prosigue con ardo

roso y aún redoblado empeño la obra paterna; otra ,

medianamente dotada para aquel la part icular coyuntu

ra histórica, se adapta más o menos pasivamente a la

acción de los bien dispuestos; una tercera, en fin, mal

equipada genotípicamente frente a tal quehacer—con

otras palabras: bien dotada para t r iunfar en una si tua

ción histórica dist inta—, soporta a contracorriente, ha

ciendo lo que puede, la victoriosa actividad de los fa-

243

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vorecidos. Truécase el resul tado cuando la si tuación

histórica es vieja y fosilizada, como hacia 1785 sucedía

con la si tuación histórica que l lamamos "Ilustración";

entonces t r iunfan como rebeldes los inadecuados, sú

manse a ellos los adaptables y prosiguen los idóneos,

convertidos ahora en vencidos y caducos epígonos, la

obra ya agotada de sus desfal lecientes educadores

  38

.

Dicho de otro modo: nace a la vida histórica una nueva

generación.

Este modo de nacer las generaciones condiciona su

interna estructura. Hay, en efecto, tres t ipos humanos

distintos en cada generación: el t ipo generacional de

los

  conductores,

  el de los

  dirigidos

  y el de los

  oprimi

dos.  Lo antes dicho evita ulteriores explicaciones y

ejemplos

  39

.

El curso del suceso generacional—o, mejor, la vi

sión que de él t iene Petersen—depende igualmente de

ese modo de nacer a la vida histórica los grupos ge

neracionales. Aparece en primer término la vanguardia

de los más dotados para la rebeldía histórica; viene

38

  Los mal dotados para la situación en que viven son, pues, epígonos

o precursores, según se les mire desde la generación anterior o desde la

siguiente a esa situación.

3 9

  Petersen aplica esta trina ordenación tipológica al conjunto de hom

bres que forman la generación romántica alemana. Fr. Schlegel, Novalis,

W ern er, W acke nrode r y Brentano habrían sido conductores; A. W . Schlegel

y Tieck, dirigidos. A ellos se une una cohorte de seudorrománticos, que sigue

la moda del tiempo, y entre ellos viven, oprimidos, los antirrománticos por

temperamento, acechando la hora de su triunfo. Este habría comenzado ha

cia 1830, año terminal del ya gastado Romanticismo.

244

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los

  40

. Las últimas promociones de la Ilustración, por

ejemplo, son anti tét icamente combatidas en Alemania

por el irracionalismo del grupo  Sturm und Drang,  y

tras éste viene la tendencia armónica del clasicismo ale-

man. Mas ¿qué podrá intentar la generación subsiguien

te a la síntesis? Apenas otra cosa que adherirse vehe

mentemente a una de las dos act i tudes armonizadas y

extremarla, desorbitarla: es, por ejemplo, la "exalta

ción"  (Steigerung)  que el Rom anticismo hizo de la ten

dencia  Sturm und Drang.  O tr as veces no l lega la sínte

sis,

  y las generaciones se suceden en permanentes an

tí tesis con la que las precede: realismo e idealismo, na

turalismo y neorromanticismo, impresionismo y expre

sionismo, se contraponen generacional y sucesivamente

en el siglo xix, desde el ocaso del período romántico.

Tal es, en esquema, el pensamiento que Petersen

expone en su l ibro sobre la esencia del Romanticismo

4 0

  A lg o pa rec id o a e s to hab r í a apu n tad o Eugen io d 'O rs en su t r aba jo

de 1910 sobre  La fórmula biológica de la lógica,  y esto me venía a decir

en una sabrosa car ta de 1937, comentando e l r i tmo de las más rec ientes ge

nerac iones de españoles . Spranger escr ibe , por su par te , en la  Psychologie

des ]ugendalters:  "N ac e s iemp re la juve ntud con la to ta l ida d de las fuerzas

humanas , l l ena de l anhe lo de ob ra r y goza r . Cuando e sa to t a l idad desborda

a las formas de v ida preexis tentes , impónese con espec ia l in tensidad e l im

pulso v i ta l . Por eso se hacen of ic ia les los h i jos de los pastores y pastores

los h i jos de los mi l i ta res . Po r eso s igu e a l rac iona l ismo e l roma nt ic ism o (con

el  Sturm und Drang  como pre lud io) , y a las épocas or ien tada s po r la H is

tor ia la host i l idad contra la Histor ia . El pr inc ip io hege l iano de la evoluc ión

no es un movimiento de conceptos, s ino un movimiento de la v ida mis

m a  (op. cit.,  pág. 153) . Recuérdese , en f in , e l esbozo de h ipótesis b io lógica

con que Menéndez Pe layo pre tende expl icar e l r i tmo dia léc t ico de l acontecer

histórico. (Cf. mi

  Menéndez Pelayo,

  pá gs . 265 y s igs .)

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alemán. En su ulterior trabajo sistemático acerca de las

generaciones l i terarias recoge y amplía nuestro autor

las ideas que sirvieron de esqueleto a su comprensión

generacional del grupo romántico. Luego de discutir

ampliamente la duración cronológica de las generacio

nes históricas, concluye: "la generación no puede ser

considerada como una medida regular del t iempo, dada

en la duración media de la actividad individual, ni es

una semejanza determinada por el nacimiento, sino una

unidad producida por comunidad de dest ino, que en

cierra en sí una igualdad de experiencias y de fines.. .

La serie de las generaciones significa la cadencia del

destino, y mediante ella son compelidas a un mismo

ritmo en el trabajo innumerables existencias individua

l e s " .

  El acento fundamental del concepto que Petersen

propone no recae, pues, sobre la biología del suceso

generacional, sino sobre su fracción más propiamente

histórica.

Ocúpase muy especialmente Petersen en precisar

los momentos consti tutivos de toda generación  literaria

propiamente dicha. Ocho son los que dist ingue: 1.

  He

rencia,  Los ejemplos que ahora aduce no añaden nada

a las ideas expuestas en su l ibro sobre la generación

romántica. 2.

  Nacimiento.

  E l año en que nac en los

miembros de un equipo generacional influye, evidente

mente, en la ulterior configuración de éste. No es indi

ferente el hecho de que fuese ochó años la máxima dife

rencia de edad entre los jóvenes de la generación ro

mántica alemana. 3.  Elementos formativos  de la vida

247

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personal . "Los t ipos h is tór icos de la educación^dice

Petersen—deben ser comprendidos como t ipos genera

cionales." Todos los miembros de una generación reci

bieron en sus almas los mismos o parecidos elementos

formativos. Y, por otra parte, sólo surge a la Historia

una generación cuando ta les e lementos, gastados ya,

habían perdido "la forma y la norma". 4.

  Comunidad

personal,  trato directo entre los miembros del conjunto.

Resume Petersen en este concepto los t res momentos

estructurales a islados por K. Mannheim, desde un punto

de vista sociológico, en el suceso generacional: la  sede

geográfica  generacional  {Lagerung)  o ám bito espac ial

común de toda la generación; la  conexión  generacional

o comunidad de destino entre los individuos residentes

en el mismo ámbito; y las  unidades  generacionales, gru

pos concretos (literarios, políticos, etc.) que elaboran a

su manera las experiencias comunes a toda la genera

ción. La convivencia universitaria, las relaciones amis

tosas y epistolares, la colaboración en las mismas re

vistas ,  etc. , son las formas concretas de esta comuni

dad personal . 5 .

  Experiencias generacionales

  comunes.

Refiérese Petersen a los grandes sucesos por todos con

vividos, y dist ingue entre experiencias formativas, de

acción lenta y paulatina, y experiencias catastrofales,

tormentosa y súbitamente activas sobre la figura histó

rica de la generación. 6.  Caudillaje  o influjo de una

personal idad poderosa o de un t ipo humano sugest ivo

sobre el conjunto generacional: como organizador del

grup o una s veces (A. W . Schlegel, por e jem plo) , como

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mentor o t ras (Herder) , como héroe venerado a lgunas

(Ste fan George , Rica rdo Wagner ) . Es ta acc ión suges

tiva o conductora puede ser ejercida después de muerto

el "conductor"; así en los casos del maestro Eckhart ,

de Nietzsche, de Dil they. 7.  Lenguaje generacional.

Toda generación l i teraria se define por una innovación

en el lenguaje (neologismos, peculiaridades estilísticas,

e tcé tera) . 8 .  Fosilización de la generación anterior.  E l

triunfo del grupo juvenil exige, ya lo sabemos, la inefi

cacia histórica de sus padres y abuelos.

La coincidencia de todos estos factores engendra y

consti tuye una generación histórica. Debe pensarse, sin

embargo, que, aun siendo tantas las condiciones simul

táneas, nunca es un cuerpo cerrado y rígido el conjun

to generacional . En la generación debe verse "una ca

dencia , no una melodía—advierte Petersen—; y así ,

part iendo del principio de ordenación que ella repre

senta, es imposible concluir forzosamente el color y la

luminosidad de las aportaciones individuales. Es sólo

un esquema lineal del cuadro, una disposición de su

figura total y un plano de su real estructura. Pero nunca

podrá ser agotadoramente expl icada la obra de un in

dividuo por la de su generación". Tanto menos podrá

explicarse, cuanto que, aun no contando con la l ibre

personalidad de la operación creadora, la realidad mis

ma de la generación es harto movediza y lábil .

Tres razones se concitan para hacer imprecisa la

figura de una generación. Es una la existencia de uni

dades subordinadas (l i terarias, polí t icas, art íst icas, etcé-

249

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t e r a ) ,

  no siempre fáciles de deslindar entre sí, dentro

de cada conjunto generacional. Otra consiste en la in-

determinabil idad del ámbito espacial y de la profun

didad social a que se extiende cada generación. Es la

tercera la incalculabil idad del lapso temporal que sepa

ra a cada generación de la que le precede y de la que

le sigue. La unidad interna, la demarcación geográfica,

la figura social y la situación cronológica de la gene

ración son siempre inciertas. ¿Podrá esperarse que sea

escueto y firme el contorno del grupo humano por todos

esos caracteres definido?  Eppur si muove.  No obstante

tales reservas y restricciones, la idea de generación es

ho y ineludible en tod o inten to historiográfico serio y d e

licado.

P1NDER

Hasta aquí, Petersen, tal como yo lo veo. El mismo

año en que Petersen dio a la luz su libro sobre la esen

cia del Rom anticismo alem án, publ icó W . Pind er , d en

tro de un volumen en honor de J. Volkelt , un trabajo

ti tulado  Historia del Arte por generaciones

  41

. Este en

sayo se convirt ió pronto en un l ibro famoso:

  El proble*

ma de la generación en la Historia del Arte europeo

  42

.

4 1

  Kunstgesch ichte nach Genee aíionen,  en el libro  Zwischen Phitosophie

und Kunst,

  dedicado a Joh. Volkelt con motivo del centesimo semestre de

su docencia, Leipzig, 1926.

4 2

  Das Problem der Generation in der Kunstgeschichte Europas.

  Yo he

manejado la 3.

a

  edición, Leipzig, s. a. Alfred Lorenz, hijo de Ottokar, aplicó

en 1928 a la Historia de la Música

  (Musikgeschichte in Rhyíhmus der

  G e-

2 5 0

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"línea vertical", una suerte de sonda del t iempo. Esta

sonda marca niveles cuali tat iva y coetáneamente dist in

tos,  y cada uno de esos niveles es una generación dife

rente. Usemos el símil musical a que con tanta frecuen

cia y tan significativa fruición recurre Pinder. Cada

"punto temporal" viene a ser un acorde aparente y ver

t ical de varios sonidos; los cuales, horizontalmente en

lazados con sus homólogos de los acordes verticales an

teriores y posteriores, componen un sistema de notas

sucesivas ordenadas en fuga. La comprensión histórica

sería en muy buena parte el arte de percibir esta acor

dada o discordante polifonía, que, contra las primeras

apariencias, no l lega a ser unidad, mas tampoco es un

caos.

He aquí una diáfana representación gráfica del pen

samiento de Pinder , basada, para recurr i r a lo más pró

ximo,

  en una consideración de María Luisa Caturla .

En los años 1920 y 1930 conviven en el arte español,

dando aparente unidad, con su diversidad polifónica, a

cada uno de esos dos "puntos temporales", varias ge

neraciones de pintores: la de Moreno Carbonero, la de

Zuloaga, la de Picasso. Hacia 1930 se añade al acorde

—o a la disonancia—vertical de esas generaciones una

generación pictórica nueva, la sobrerrealista, que pode

mos personificar en Dalí. He aquí la versión gráfica de

esa rea lidad . Los pu nto s A , B, C y A ' , B ' , C D son

los sonidos aislados que, juntándose, componen las dos

aparentes unidades pol i fónicas l lamadas "pintura espa

ñola de 1920" y "pintura española de 1930"; y las l í-

252

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neas A A ' , B B ' , C C ' y D D ' son o tros tan tos siste

mas horizontales, ordenados en fuga, representat ivos

del curso temporal de las dist intas generaciones.

1920

1930

La idea de generación sería, en consecuencia, el eje

de toda Historia del Arte verdaderamente "cient í f ica".

Así lo postula Pinder, y en el año del nacimiento del

artista ve a la vez el criterio discriminativo de su gene

ración y el momento determinante de su peculiaridad

creadora. He aquí , textualmente, sus dos asertos fun

damentales: "I. La fecha del nacimiento de un art ista

condiciona el despliegue de su esencia, y en parte hasta

su esencia misma. La esencia del art ista depende, por

t an to ,

  de cuándo ha nacido. Sus problemas nacen con

él,  hállanse determinados por el destino. II . Los art is

tas no son puestos en aislamiento por virtud de este

253

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hecho, sino agrupados. Hay, en efecto,

  generaciones,

y en el carácter de los problemas de éstas domina nor

malmente la unidad. La generación no es todavía un

estilo,

  pero sí un valor estilístico." El ritmo interno de

las "épocas" estaría determinado por el ri tmo y por la

polifonía de las generaciones.

Esta suerte de predestinación histórica del art ista

—misteriosa, como el destino mismo—es entendida por

Pinder con una mente crasamente vitalista. Es muy sig

nificativo el hecho de que en el prólogo a la primera

edición de su libro vea en él Pinder una contribución a

"la unidad biológica de la nueva Europa". Cree ade

más que el destino de su generación—'Klages, Spengler,

Dacqué, Nadler , é l mismo—consiste en superar vi ta l is-

tamente el antagonismo o, mejor, la antinomia entre las

ciencias naturales y las ciencias del espíritu. La elec

ción del año del nacimiento como criterio supremo para

el deslinde de las sucesivas generaciones afirma tam

bién la tendencia biologista de su pensamiento, y no

es ajena a ella la inequívoca complacencia con que en

el prólogo a la segunda edición recoge y subraya los

párrafos más medularmente biológicos del pensamien

to de Ortega acerca de la generación

  43

. "Espera el au

tor—léese, en fin, a modo de programa, en la página

segunda del l ibro de Pinder—'hacer perceptible un su

ceso biológico, una regularidad viviente; misteriosa,

i3

  Su bra ya , po r e jemplo , aque l lo de que " los miem bros de una gen e

rac ión v ienen a l mundo do tados de c i e r to s ca rac te re s t í p i cos" . Ci t a P inde r

la t raducc ión a lemana de

  El tema de nuestro tiempo,

  publicada en 1928.

254

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pero eficaz." Las generaciones serían, en suma, "uni

dades biológicas"

  4A

,

Tan decisiva es para Pinder esta supuesta primacía

del nacimiento sobre la experiencia, que según él, en la

configuración de la personalidad art íst ica de un pintor

apenas contarían las influencias educativas: "El filósofo

de una generación de pintores—'afirma, escorzando un

poco la expresión—no es aquel que esa generación lee

y en el que tal vez cree, sino el que ha nacido con ella

y del que tal vez nada sabe." Quiere decir: la filosofía

de un pintor es la que él vive, aunque no la sepa, y no

la que lee, aunque la sepa. Por innegable que sea la

presencia de cierta dosis de verdad en el meollo del

precedente aforismo—-Eugenio d 'Ors ha mostrado cómo

sucedía esto en Cézanne y en Juan Gris—-, esa verdad

no es  toda  la verdad. Y, por otra parte , lo que de ver

dadero t iene el dicho mentado no es susceptible de tan

simple explicación cronobiológica: si un pintor tiene,

implícitamente, la filosofía del filósofo coetáneo, no debe

verse en la mera coetaneidad la causa del parecido, sino

en la coeducación y en la convivencia que tal coetanei

dad determina. Decididamente, nada hay tan propicio

4 4

  Tam poco es un azar que Pinder tenga a las generaciones por "ente-

lequias", en un sentido entre aristotélico y driescheano del vocablo. Acerca

del sistema de "entelequias" que, según él, determinan la singularidad his

tórica de un artista (género del arte, expresión hablada, estilo, generación,

individualidad, nacionalidad), no puedo entrar aquí. Todo ello me parece,

contra lo que Pinder anuncia, muy necesitado de claridad conceptual y ver

dadero orden. Quien tenga interés por el tema vea el "Resumen" que del

libro hace su autor en las páginas 145 a 156.

255

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al olvido o tan vocado al menosprecio como las eviden

cias más elementales e inmediatas.

Opera con máxima eficacia sobre el pensamiento de

Pinder la metáfora de una Humanidad uni tar ia y ma

ternal . Por razones estr ic tamente mister iosas—piensa

Pinder—, manifestaríase según un cierto ri tmo la po

tencia genitriz de la Humanidad. Hay ocasiones en que

su fert i l idad se hace pródiga, y en el lapso de poquí

simos años—dos, cuatro, seis—pone en el mundo un

manojo o una apretada ser ie de generaciones de gran

des maestros: las fechas natales de Miguel Ángel

(1475) ,

  Giorgione (1478), Tiziano (1477) y Rafael

(1483) patent izan uno de ta les momentos. Otras veces,

como si la naturaleza se hallase fatigada, pasan largos

años horros de art istas geniales o poblados, a lo sumo,

por alguna figura aislada: son los "maestros intercala

r e s "

  (Zwischenmeister)

, m ono líticam ente solitarios,

como Piero di Cosimo, epigonalmente tardíos, como

Burne , o madrugadoramente precursores , como Manet .

Una generación de ar t is tas ser ía , dentro del pensamien

to de Pinder , un par to múl tip le de la "H um an ida d" — de

la "Naturaleza", en úl t ima instancia—, especialmente

afortunado. Perdóneseme la del iberada tosquedad de la

imagen, en gracia a la fidelidad con que desenmascara

los últimos supuestos de la concepción vitalista de la

Historia.

256

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WECHSSLER

Con lo dicho, todo buen entendedor entenderá sin

duda lo que piensa Pinder sobre el problema de la ge

neración

  45

. Quedan todavía por exponer, s i he de cum

plir el programa de esta ya dilatada retrospección, las

ideas de l romanis t a Eduardo Wechss le r

  46

. El pensa

miento de Wechssler se apoya en Ranke y Dil they.

"Surgen con intervalos desiguales'—escribía en  1923'—

nuevos grupos de levas juveniles o, por mejor decir,

portavoces y conductores de una nueva juventud. Todos

ellos están enlazados entre sí : interiormente, por la se-

4 5

  E l conte nido de l l ibro de Pin der es , ev identem ente , m uch o má s r ico .

Por e jemplo: en un "Excurso" apl ica esa considerac ión "pol i fónica" de la

Histor ia a l problema de la "no coe tane idad" de las d is t in tas Artes . La "edad"

histórica de cada una de el las sería diferente, según la serie decreciente

a rqu i t ec tu ra -e scu l tu ra -p in tu ra -mús ica abso lu ta . Una s in fon ía de Bee thoven

es a la Listoria de la Música lo que una catedral gótica a la historia de la

Arqui tec tura ; mas como la música es un a r te mucho más joven que la Ar

qui tec tura , la s infonía se presenta h is tór icamente quin ientos años después.

Desde e l punto de v is ta a r t í s t ico , la Arqui tec tura , reduc ida a imi ta r o a

cumpl i r func iones de pura u t i l idad , se r ía hoy un a r te agotado.

4 6

  En un a r t ículo de 1923 ("D ie Au se ina nde rse tzu ng des deutschen

Ge i s t e s mi t de r f r anzos i schen Aufk la rung" ,  Deu tsche Vieríeljahrschriit für

Liíeraturw iss. u. Geistesgesc h.,

  I , 615) dec la ra W ech ss le r habe r cons t ru ido

durante ve in te años sus lecc iones sobre h is tor ia de la Li te ra tura mediante e l

concepto de generac ión, según la v is ión d i l theyana de ésta . Cuatro años más

ta rde expuso su propio pensamiento acerca de la generac ión en su a r t ícu lo

Die Generation ais Jugendgemeinschaít

  (en e l volum en de hom enaje a

Breys ig   Geist un Gesellschaft,  1927, I , pá gs . 66-1 02) . E n 1929 volvió

Wechssle r a enfrenta rse con e l tema en "Das Problem der Genera t ionen in

de r Ge i s t e sgesch ich te " ,  Davoser Revue,  IV , 8. Léese un a expo sición del

p e n s a m i e n t o d e W e c h s s l e r e n D i e

  literarischen Generationen,

  de Pe te rse n ,

y o t ra , más b ien polémica , en e l pró logo de Pinder a la segunda edic ión de

su l ibro.

257

17

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mejanza de los supuestos que a todos impuso la común

situación histórica, y exteriormente por la ocurrencia

de su nacimiento en un breve lapso temporal ." Más

tarde añadirá un par de importantes precisiones a su

idea de la generación: la noción de "punto de emergen-

cia"  (Quellpunkt)  y la de "com unidad juven il" (/«-

gengdgemeinschafí) .

No es la fecha en que un hombre nació el momento

verdaderamente decisivo para decidir su pertenencia a

un grupo generacional , piensa Wechssler , s ino el mo

mento de su emergencia, la oportunidad  (kairós)  de su

aparición en la escena histórica. Mucho más que un

equipo de coetáneos, una generación sería un grupo de

hombres nacidos simultáneamente a la vida histórica. Y

como es en la juventud cuando se nace a la Historia,

una generación será siempre—sálvense las ineludibles

excepciones individuales—una "comunidad juveni l".

He aquí cómo es definida esa comunidad humana

en que la generación consiste: es "la suma de aquellas

promociones juveniles de una estirpe, de un pueblo o

del mundo que, por el imperativo externo de la proxi

midad de su nacimiento y por la exigencia interna de

las comunes impresiones, experiencias y hazañas de su

infancia y de su adolescencia, crecieron con análogo

temple de su vida, en actitud espiritual parecida y con

un repertorio de problemas semejante; en los cuales fue

ron luego confirmadas, hasta el momento de su primera

madurez y de su aparición en la Historia, tanto por el

trato diario y por el mutuo aliento, como también, no

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raramente, por la resistencia que el mundo les opone".

Una generación nueva expresaría siempre una colisión

entre el "espíritu juvenil" y el "espíritu de la época"

{Zeitgeist)

.

Aparece una nueva generación, concluye Wechssler ,

cuando está ya agotada la obra histórica de la ante

rior, y halla su primer camino en l lenar las lagunas que

descubre en esa ya pericli tada obra de sus predecesores.

De el lo se desprende que los intervalos entre las dis

t intas generaciones sean, para nuestro autor, muy irre

gulares y absolutamente incalculables. Cada genera

ción es un asalto renovador contra la vida histórica

precedente; y en cada uno de esos asaltos se revela,

dice Wechssler, "la fuerza misteriosa de todas las cosas

divinas"

  47

.

DRERUP

En su libro antes mencionado intenta el filólogo

E. Drerup aplicar a la historia de la Antigüedad clá

sica el concepto de la generación como período funda

mental y elemental del acontecer histórico. Apóyase en

un somero comento de las diversas acti tudes ante el pro

blema y, sin mucha discriminación personal, adopta una

vaga idea de la generación en la que se mezcla y con-

47

  M e limito aquí a transcribir las ideas cardinales más aprov echables

de la construcción de Wechssler. Acerca de otros pormenores más arbi

trarios (por ejemplo: la distinción de los cuatro modos del pensamiento

entre los cuales han de elegir las sucesivas comunidades juveniles) he pre

ferido no decir nada.

259

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funde la inf luencia de Ortega—el Ortega de  El tema

de nuestro tiempo-*,

  Pin der y Pe tersen . E s cierto— dice

Drerup—que cada año y aun cada día nace una nueva

generación y que, en consecuencia, el cambio histórico

debe cumplirse por pasos mínimos, sin un relieve espi-

ri tual de este o el otro grupo generacional; también es

cierto que la aparición de personalidades geniales o de

sucesos exteriores revolucionarios es capaz de producir

cambios históricos al margen del ri tmo de las genera

ciones. Mas, a pesar de ello, "una simple y superficial

observación de ciertas series evolutivas de la cultura

humana debe conducir al descubrimiento de un cambio

periódico, cuya sucesión se cumple con sorprendente re

gularidad y justamente en correspondencia con la serie

de las generaciones".

El curso de la Historia sería, por lo tanto, un rí tmi

co latido de cambios históricos de primer orden, los

propiamente generacionales, integrados por minúsculos

cambios históricos de segundo orden, los anuales y co

tidianos. Este ri tmo consti tuiría el cañamazo fundamen

tal del acontecer histórico, y se hallaría ocasionalmente

alterado por la imprevisible aparición de personalidades

geniales o por la súbita emergencia de eventos incalcu

lables.

  No se atreve a decidir Drerup si el carácter t ípi

co de cada generación está biológicamente determinado

o se adquiere en el curso de la vida; si es genotípico o

fenotípico, como él dice, con un erróneo entendimiento

de los conceptos de Johansen. Admite, en cambio, que

el período del ritmo generacional puede ser fijado en

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treinta años y afirma, como preparándose una vía de

escape, la posibil idad de una discordancia temporal en

tre las generaciones políticas, las intelectuales y las ar

tísticas.

Armado de estas sumarísimas ideas y de pocas más,

bebidas en Petersen, lánzase val ientemente Drerup a

ordenar por generaciones periódicas la historia de la

Antigüedad clásica. A los fi lólogos e historiadores dejo

la revisión y la crí t ica del ensayo de Drerup. Yo lo

encuentro sumamente art ificioso, no contando la ende

blez de los conceptos en que lo basa. Para Drerup, como

para todos los que hacen de la generación el período

fundamental del acontecer histórico, no es la genera

ción un hallazgo empírico, sino un molde conceptual

forjado  a pvioti  y proyectado sobre el curso de ese acon

tecer.

Si se prescinde de otras aportaciones mucho menos

importantes y novedosas (las de R. Alewyn y Jechske,

por ejemplo), las páginas anteriores dan, creo yo, una

idea bastante aproximada de la si tuación en que actual

mente se encuentra este asendereado problema de la

generación. Los nombres de Ranke, Dil they, Ortega,

Petersen, Pinder , Wechssler y Mannheim señalan, in

dudablemente, los hitos fundamentales de su historia

  48

.

¿Cabe, por ventura, dist inguir en esa historia algunas

líneas generales?

4 8

  N o debo cerrar esta exposición histórica sin aludir a dos tentativa s

españolas para hacer de la generación un mito y un concepto políticos: la

de Ledesma Ramos y la de José Antonio Primo de Rivera. Ledesma Ramos

2 6 1

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RESUMEN: MANNHEIM Y PETERSEN

Aisla Mannheim dos tendencias dominantes en el

modo de tratar el problema: la positivista o biológica

y la romántica e historista. El positivismo halla en la

generación un medio cómodo para cuantificar el curso

del acontecer histórico. Para un historiador posit ivista

de mentalidad biológica, la generación es la unidad de

medida del tiempo histórico y, a la vez, el ascenso de

un escalón en el movimiento inexorable del progreso

  49

.

l lamó "mesianismo de las juventudes" a la conc ienc ia generac iona l de los

jóvenes en los momentos revoluc ionar ios y c r í t icos de la Histor ia . "Advier te

entonces la conc ienc ia de las juventudes—escr ibe—que su mera presenc ia ,

su so la apar ic ión s igni f ica ya una posib i l idad de sa lvac ión y de grandeza ,

una au ro ra pa ra e l mundo . "

José An ton io empleó t axa t ivamen te l a pa lab ra "gene rac ión" . Ten ía de l a

generac ión un concepto genuinamente h is tór ico y misiona l , def in ido proyec-

t iva y no b io lógicamente . Def in i r ía a una generac ión, según é l , la común

voluntad h is tór ica f rente a un problema comúnmente sent ido , y no la edad

n i o t ra no ta b io lóg ica cua lqu ie ra . "Cuando hab lo de nues t ra gene rac ión

—decía—ya entendéis que no a ludo a n ingún va lor c ronológico: es to se r ía

demasiado superf ic ia l . La generac ión es un va lor h is tór ico y mora l : per te

necemos a la misma generac ión los que perc ib imos e l sent ido t rágico de la

época en que v iv imos y no só lo acep tamos , s ino que recabamos pa ra nos

ot ros la responsabi l idad de l desenlace . Los oc togenar ios que se incorporen

a esta ta rea de responsabi l idad y de esfuerzo , per tenecen a nuest ra genera

c ión . . . " José Antonio admite , como Ortega , la posib i l idad de graves d iscre

panc ias en e l seno de una misma generac ión, s in menoscabo de c ie r ta unidad

de afán y de est i lo en todos los miembros que la componen: "esta conciencia

de la generac ión está en todos nosotros—añade , d i r ig iéndose a todos los

e spaño le s—. Y , s in embargo , andamos ahora pa r t idos en dos bandos . . . "

4 9

  El posi t iv is ta de me nta l ida d b io lógica sust i tuy e a l "s ig lo" po r la

"generac ión" y respi ra sa t i sfecho, c reyendo haber ha l lado la unidad de

med ida r igurosamente ad ecu ad a a l acon tecer h is tór ico . M as aun qu e su c ri

te r io mensura t ivo haya pasado de l g i ro de los ast ros a l c ic lo genera t ivo de

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El histerismo romántico atiende, más que a la   duración

externa, a l  contenido  histórico de la gen eració n, y ve

en ella un expediente para sustraer el curso de la His

toria al molde exterior de los años y los siglos. Cada

generación es entonces un elemento  cualitativamente

distinto del acontecer histórico, y en ella no importa

tanto su extensión temporal, siempre irregular e inde

terminable, como la índole de su contenido espiritual.

La duración del suceso generacional no dependería en

tal caso del ritmo genealógico,, sino de la fuerza histó

rica que la pone en movimiento contra lo viejo y hacia

lo inédito.

No dista mucho de esta sinopsis de Mannheim la

que hace Petersen en su trabajo sistemático sobre las

generaciones l i terarias. ¿Nace la generación o se hace?

Esta y no otra es, dice Petersen, la cuestión fundamen

tal .  Dos act i tudes contrapuestas pueden dist inguirse en

la respuesta: 1. La generación nace. En tal caso, lo im

portante es la fecha del nacimiento. La elaboración con

secuente de este principio conduciría a una suerte de

astrología histórica. 2. La generación se hace. Lo deci

sivo es la aparición de una simultánea y común voluntad

de operación histórica, y el peligro está ahora en una

las estirpes humanas aisladas, no por ello es menos flagrante su truco inte

lectual. La Historia no es una expansión temporal de la Biología, sino la

obra de un gran número de vidas  personales  simultáneas y sucesivas. El

bios  del acontecer histórico no es el  bios  de la bio-logía, sino el de la

bio-grafía; la  vida  histórica no es vida  biológica,  sino vida  personal.  He

aquí una perogrullada olvidadísima durante los últimos decenios.

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especie de mistagogía de la Historia. A estas dos acti

tudes puede añadirse una tercera; para la cual , háganse

las generaciones o nazcan ya hechas, lo importante del

suceso generacional es la posibilidad de utilizarle como

medida elemental para la ordenación de la Historia en

épocas y períodos. La generación se convierte enton

ces en instrumento o pretexto de ese quil iasmo secula

rizado que es, a la postre, la periodización sistemática

del curso histórico.

No vacilo yo en aceptar como buenos los t ipos que

desl indan Mannheim y Petersen. Mas a pesar de la

diametral distancia que parece exist ir entre una acti tud

y su contraria—posit ivismo e histerismo en el caso de

Mannheim; nativismo y creacionismo en el de Peter

sen—', me atrevo a sugerir que todas ellas reposan sobre

supuestos comunes: la secularización y la naturaliza

ción, más o menos biológica, del pensamiento historio-

lógico.  Las ideas vigentes acerca de las generaciones

históricas tienen en su fondo, de modo más o menos

perceptible y bajo especie más o menos biológica o dia

léctica, una visión secularizada y naturalizada del acon

tecer histórico.  No es lo fundamental preguntarse si las

generaciones nacen o se hacen, como piensa Petersen,

sino inquirir , mucho más ingenua y radicalmente, si

existen o no; y, en el caso de que existan, indagar en

qué consiste y cómo debe ser entendida su realidad. A

ello se endereza el siguiente capítulo.

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C A PÍ T U L O V I I

LA G E N E R A C I Ó N C O M O C O N C E P T O H I ST O -

R I O L O G IC O . T E O R Í A D E LA G E N E R A C I Ó N

y^,  OMENCÉ la primera parte de este capítulo pregun

tando con ignorante y curiosa honradez: ¿qué es una

generación? Comienzo ahora la segunda repit iendo la

misma pregunta; tal vez con menos ignorancia, pero,

indudablemente, con más perplej idad. Las diversas me

ditaciones sobre el tema difieren entre sí tan desconso-

ladoramente, que si uno viese la verdad en la concor

dancia, al modo de Stuart Mili , se quedaría al f in con

este paupérr imo resul tado entre sus manos: una gene

ración es un conjunto de hombres más o menos coetá

neos ,  cuya vida histórica se parece entre sí . En todo lo

demás—-anchura del grupo humano, rigor de la coeta-

neidad, índole y causa del parecido, etc. , etc.—'discre

pan ampliamente las opiniones.

Esta hondísima discrepancia en cuanto al sentido y

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al contenido del concepto es en sí misma harto sospe

chosa. Tanto, que uno l lega a preguntarse con cier ta

escama si la idea de generación, entendida en su acep

ción historiológica, no pasará de ser un fantasma, un

embeleco, un ente de razón procedente de aplicar l ige

ramente al curso de los sucesos históricos un concepto

nacido de los hechos biológicos. Esta impresión se ro

bustece cuando se examinan con atenta ingenuidad las

fuentes primeras de la nueva acepción, y muy especial

mente los textos de Ranke y de Dil they. Sin hacerse

cuestión de la licitud de su proceder, e incurriendo en

una  metábasis eis alio genos,  creen uno y otro—-más

R an ke que D ilthey, sin embargo—- qu e un c oncep to bio

lógico, vulgarmente usado desde la Antigüedad en re

lación con el  curso biológico  de la vida humana, puede

ser convertido en concepto historiológico—focante, por

lo tanto, a la

  coexistencia sucesiva y personal

  de los

hombres-—con sólo "inyectar" contenido histórico den

tro de su nuda y vacía formalidad. Sólo analógicamente

puede darse una acepción  histórica  al concepto de "ge

neración", como sólo analógicamente puede usarse la

misma pa labr a— '"na tura leza ", por ejemplo-— p ar a de

signar la "naturaleza" de la piedra y la "naturaleza

humana". El problema está en precisar el modo y los

límites de esa analogía. Intentaré lograrlo en lo tocante

al concepto historiológico de la generación.

1

  Recue rdo un Discu rso de Ape r tu ra de mi maes t ro de Qu ímica ,

A. Ip iéns, hace ahora ve in te años, acerca de   La discontinuidad, estructura

fundamental del Universo.

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DISCONTINUÍSIMO HISTÓRICO Y VIDA PERSONAL

Recordé antes una predicción histórica de Ortega.

Barruntaba nuestro pensador, a l lá por los días de 1911,

que,  tras el avasallador imperio del continuismo, del

evolucionismo y del inñnitismo sobre el pensamiento

científico, iba entrando este pensamiento en una época

de discontinuísmo y finitismo. La historia de la ciencia

contemporánea parece confirmar esta temprana intui

ción

  1

, y no ha sido la ciencia histórica ajena a tan ge

neral y decisivo cambio en la actitud del pensamiento

humano.

Durante todo el siglo xix, bajo el peso de la histo-

riología del Romanticismo y de la vivencia romántica

de la Historia, vióse el acontecer humano como un con

tinuo despliegue, en el que se irían actualizando suce

sivamente las potencias de la naturaleza humana. Poco

importa que la interpretación teórica de ese despliegue

fuese lógica y dialéctica, como la de Hegel, o biológica,

como la de los naturalistas y antropólogos del evolu

cionismo y la de los organicistas de la "escuela histó

r ica". "La Naturaleza no da sal tos", había dicho Leib-

niz; la Historia, despliegue sucesivo de la "naturaleza

humana", tampoco los dará , piensan todos los historió-

logos del siglo pasado y no pocos de éste.

El resultado fué la visión del acontecer histórico

como una evolución continua, en la cual, part iendo de

una indiferenciación siempre potencial , ir ían tomando

forma sucesiva los conceptos, las instituciones, las for^

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mas de vida, los saberes del hombre. Desde Winckel-

mann, que por vez primera escribe una "Historia   del

Arte

  an t iguo ", en lugar de una historia de

  los artistas,

coma hasta entonces era habi tual

  2

, hasta Dilthey, de

cuyos alegatos en pro de la  continuidad  de la ciencia

europea he dado breve cuenta—pasando, na tura lmen

te ,  por Hegel y Augusto Comíe—, apenas hay excep

ción, ni siquiera entre los que creen que las generacio

nes representan "cortes" naturales en el curso de la

Historia

  3

. Cada vez serán más abundantes y se cree-

2

  Pa ra d igm a , e l Va sa r i .

3

  He mo s o ído dec i r a Di l th ey que la se r ie de las generac iones " forma,

dentro de c ie r tos l ími tes , un todo cont inuamente l igado" . Lo mismo puede

dec i rse de Cournot , o t ro de los pr imeros en hacer de la generac ión una

un idad de med ida h i s tó r i ca . Cree Courno t  (Considerations sur la marche des

idees eí des événements dans les íemps modernes,  Pa rís , 1872, I , 8) que el

"s ig lo" , en tendido en e l sent ido no est r ic tamente c ronológico en que lo

usaron los romanos—el mismo con que se d ice : e l s ig lo de Per ic les , e l de

Augusto , e l de Luis XIV—, es una unidad que "se presta s in v io lenc ia a las

exigenc ias de una c ronología a r t i f ic ia l y a l fondo rea l de la h is tor ia" . Esta

conexión con "e l fondo rea l de la h is tor ia" depender ía de que e l s ig lo es la

du rac ión ap rox imada de  tres genera ciones viriles  suces iva s . No obs tan te e s t e

ca rác te r de  coupure  que la gene rac ión t iene , segú n l i te ra l expr esión de

Cournot , e l curso de l acontecer h is tór ico ser ía r igurosamente cont inuo. "En

la soc iedad—dice—todas las edades se mezc lan , todas las t ransic iones son

cont inuas y las generac iones no están d ispuestas cabo con cabo, como sobre

un cuadro genea lógico . Sólo la observac ión de los hechos h is tór icos nos

puede enseñar exac tamente cómo la renovac ión gradual de las ideas resul ta

de la insensib le sust i tuc ión de unas generac iones por o t ras y qué t iempo es

necesar io para que e l cambio se haga sensib le , hasta e l punto de permit i rnos

d i s t ingu i r una época de o t ra . N o t en go l a p re t ens ión de p roba r t eó r i camen te

que sea necesar io un s ig lo para esto ; nos basta con demostra r que , s i e l

cambio nos parece espec ia lmente sensib le de un s ig lo a o t ro , es to podr ía

depender de a lguna razón más a rra igada en la na tura leza de las cosas que

en los hábi tos de nuest ra c ronología usua l ."

268

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rán más justificadas las Historias de  la  Pintura , de  la

Literatura o  del  Derecho. Los conceptos abstractos de

la   Pintura ,  la  Li teratura y  el  Derecho, vistos en cons

tante y continua evolución histórica, se irán tragando

a los concretos pintores, l i teratos y juristas que con su

personal esfuerzo creador fueron haciendo la historia

de sus correspondientes discipl inas. Aquel las Historias

del Arte "sin nombres", contra las que hemos visto re

belarse a W . Pin der , represe ntan el término del pr o

ceso.  La Historia, esa imponente, casi temible obra del

siglo xix, ha deglutido a su autor, al hombre.

Frente a esta concepción continuísta y evolucionista

de la Historia ha ido levantándose la discontinuísta.

Mas la discontinuidad del acontecer histórico no debe

ser vista en un fraccionamiento de su curso por gene

raciones, como tan categóricamente pretenden Dilthey,

O rte g a y Pinder— - por elegir los m ás carac terizad os pa r

t idarios de la regularidad histórica del suceso genera

cional—, sino en algo mucho más inmediato y radical .

Quiero decir: en el hecho de que la Historia sea "hecha"

por hombres, por personas corpóreas individuales. La

realidad

  histórica está consti tuida por los hombres sin

gulares que con su operante coexistencia, haciéndose

su vida, hacen la Historia; no por otra cosa. La mente

del historiador podrá fingir una historia de   la Arqui

tectura,  y escribirla como un proceso continuo y evo

lutivo de ese ente de  razón  así l lamado; mas la "reali

dad" correspondiente a esa historia estará consti tuida

por una serie de edificaciones arquitectónicas singulares

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y por las singulares vidas personales de los arquitectos

que las crearon. La historia de la Arquitectura es, "en

realidad", una historia de los arquitectos en cuanto

tales y, por lo tanto, una historia rigurosamente discon

tinua

  4

.

Doble fundamento t iene esta radical discontinuidad

del acontecer histórico. Uno, el más radical, es la ya

mencionada consti tución de la realidad histórica por

personas rigurosamente singulares: en este sentido es la

Historia una discontinua conexión de biografías. No se

agota ahí, sin embargo, la estructura de la discontinui

dad histórica. Cada biografía es la distensión temporal

de un ser personal, y esto da al curso de la Historia

—conexión simultánea y sucesiva de un conjunto de

biografías—su consti tutiva discontinuidad real; pero, a

su vez, esa distensión temporal en que la biografía con

siste acontece en forma de una sucesión discontinua de

acciones personales. La singular intimidad de una vida

personal, consti tuida por la trabadísima art iculación de

un proyecto de existencia, una vocación y una idea de

sí mismo, se actualiza temporalmente en una serie de ac

ciones personales sucesivas. Estas acciones personales

hállanse l igadas entre sí en cuanto se integran en un

proyecto pre o intemporal; pero su sucesión es discon

tinua, porque cada una de ellas supone un previo replie-

4

  Lo cua l no impide que , en v i r tu d de l  parecido  que t ienen entre sí las

obras de los a rqui tec tos , pueda  construirse  una His to r i a de l a Arqu i t ec tu ra .

Véase lo que luego se d ice acerca de l parec ido ent re las v idas de los

hombres .

27

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gue de la persona a su intimidad, y es cada vez inven

tada, decidida y ejecutada por la individual persona que

con ella actualiza sus posibil idades. El curso de la His

toria viene a ser, pues, una conexión sucesiva y discon

t inua de act ividades personales discont inuamente suce

sivas.  La conexión  histórica  más elemental de acciones

personales es el

  suceso

  o

  evento;

  el evento es la unidad

—una unidad sucesiva y operat iva, no métr ica—del

cambio histórico

  5

.

Mas no debe verse en esta afirmación una vuelta al

atomismo asociacionista del positivismo sociológico. De

nada están más lejos los anteriores asertos que de un

retorno a Taine y Ribot . Basta pensar que a  la estruc

tura ontológica de la persona humana pertenece la co

existencia con otras personas.  El ho m bre existe libre e

individualmente; pero en la consti tución misma de esa

individualidad y en su viviente actualización entra de

modo primario—no como una consecuencia secundaria

5

  To da reflexión sobre el curso efectivo de la Historia debe partir de

dos nociones elementales: la noción de la

  totalidad

  del acontecer humano

(la Historia es la totalidad de las acciones personales de cuantos en ella

simultánea y sucesivamente participan) y la noción del

  evento,

  la unidad

operativa de que está integrada esa totalidad. Un fino espíritu, ajeno a la

profesionalidad y a la técnica de la historiología, denunciaba hace poco esta

ruda y culposa indiferencia de los historiadores respecto a la esencia del

"suceso" o "evento". "Sin duda—escribe P. Valéry, que él es a quien

aludo—la crítica histórica ha hecho grandes progresos; pero su papel se

limita en general a discutir los hechos y a establecer su probabilidad; no se

inquieta por su cualidad... La noción de   evento (événement),  que es fun

damental, no parece haber sido recogida y repensada como convendría"

(Regarás sur le monde actuel,  París, 1936, págs. 26-27).

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y más o menos azarosa de su actividad, según afirma

el individualismo positivista—'la existencia de los de

más .  Para ese individualismo, la convivencia humana es

un

  choque

  armónico o inarmónico de átomos vivientes

y pensantes; para el discontinuísmo personalista de que

hablo, la convivencia es una mutua y personal  instan

cia,  un mutuo  estar en  la persona con que se convive.

En este sent ido debe entenderse la  relación  pe rso

nal de los hombres. Pero los hombres, haciendo su vida

temporal y espacialmente, actualizándose a lo largo de

su proyecto de existencia y a través de su cuerpo y de

su mundo, no sólo  se relacionan;  también  se parecen.

Detengámonos un momento a considerar este problema

del parecido entre los hombres.

Cada hombre posee una singular e intransferible in

t imidad personal y una peculiaridad somática que le

hacen aparecer, visto desde fuera, como  individuo.  Pero

la estricta singularidad de los individuos humanos no

impide que todos se relacionen y se parezcan más o

menos entre sí , y justamente en virtud de esa relación

y de este parecido puede exist ir una  ciencia del hom

bre,

  una Antropología . ¿En qué se parecen los hombres?

¿Cabe ordenar sistemáticamente su parecido?

Una somera meditación sobre el tema de esas dos

interrogaciones nos enseña que los hombres pueden pa

recerse entre sí según tres dist intos modos de semejan

za, correspondientes a los tres modos que el hombre

tiene de ser "individuo".

El primer modo del parecido es el  biológico.  Ca da

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hombre es un individuo biológico; pero, a la vez, se pa

rece biológicamente a los demás hombres. Este pare

cido puede ser genérico, y por eso son posibles una

Anatomía, una Fisiología y una Psicología genérica

mente humanas. Puede ser también t ípico: el sexo, la

raza, la edad, el t ipo consti tucional y temperamental y

el estado de salud o de enfermedad son los más impor

tantes cri terios para ordenar sistemáticamente las seme

janzas y las diferencias biológicas de los hombres. Un

hombre puede parecerse a otros y dist inguirse de los

demás, en lo tocante a su biología, por ser varón, indo

europeo, joven, asténico y ulceroso del estómago. Ape

nas es necesario advertir que el parecido biológico se

refiere tanto a la figura estática del individuo como a

su figura dinámica, a la índole y al curso de sus fun

ciones vitales.

El segundo modo fundamental del parecido es e l

social.

  Siendo un hombre individuo social , puede pare

cerse a otros por su situación y su actividad dentro del

sistema de relaciones sociales en que se diversifica y

concreta la coexistencia humana. La situación familiar

(tipo de familia, lugar que se ocupa dentro de ella),

la clase social, la forma de vida (en el sentido de Spran-

g e r ) ,

  la profesión y las agrupaciones institucionales

(Estado, ciudad, grupo confesional, insti tuciones diver

sas) son otras tantas unidades sistemáticas del pare

cido social . Parécense entre sí los hombres, además de

por altos o rubios, por ser solteros o padres de familia,

ricos o pobres, médicos o ingenieros, comerciantes o

273

18

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influyen mutuamente en todo momento y en forma no

bien discernióle siempre

  7

. Dejemos, sin embargo, ese

problema y atendamos al que nos plantea la ordena

ción sistemática de cada uno de esos tres modos de pa

recerse.

La ordenación sistemática del parecido biológico es

relativamente fácil y segura; y, por otra parte, las notas

típicas en que se apoya son consti tutivamente biológi

cas .  Dicho con menos palabras: la ordenación del pa

recido biológico es en sí misma biológica. Más dificul

tades ofrece la ordenación sistemática del parecido so

cial; a pesar de ello, y no obstante encontrarnos muy

lejos de una Sociología mínimamente satisfactoria, tam

bién la ordenación del parecido social es en sí misma

sociológica. La mente humana puede, en consecuencia,

construir un  sistema científico  válido de los parecidos

biológico y social. ¿Es posible decir lo mismo respecto

a la ordenación del parecido histórico entre los hom

bres? ¿Cabe ordenar sistemáticamente, mediante cr i te

rios ordenadores tomados del acontecer histórico mis

mo,  este posible e incuestionable parecido en la activi

dad histórica de los hombres? ¿Puede construirse un

7

  En el capítulo IV estudié, por ejemplo, las relaciones entre un ca

rácter biológico, la edad, y la vida histórica de la persona. Una historiología

que de veras pretenda ser científica, deberá describir con claridad y precisión

las figuras resultantes de la mutua implicación de estos tres modos de pare

cerse los hombres. Uno de ellos es la generación, entendida como el "suceso"

de una semejanza histórica. En ella confluyen la edad (aunque no decisiva

mente), ciertas condiciones sociológicas (luego aludiré a ellas), la situación

histórica y la libre y común voluntad de operación.

275

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sistema genuinamente  histórico  y ve rdaderamente  cien

tífico  del suceder  histórico  de los hombres?

Mi respuesta reza así: toda ordenación del suceder

histórico basada en el contenido de la Historia, no puede

ser absolutamente válida, ha de pecar de indefinida y

de arbitraria; toda ordenación absolutamente válida

del acontecer histórico, no puede ser histórica, ha de

venirle a la Historia desde una realidad sobrenatural en

que se cree, o desde las fracciones cósmica o biológica

del mundo humano.

La Historia, dije, es la conexión discontinuamente

sucesiva de la libre y singular actividad biográfica de

todos los hombres. Esas dos notas de la operación his

tórica personal, la l ibertad y la singularidad, hacen

esencialmente indefinida a toda agrupación humana ba

sada en la semejanza^ histórica de sus miembros. Pen

semos, por ejemplo, en la unidad del acontecer histó

rico que l lamamos "Renacimiento". ¿Cabe definir rigu

rosam ente, científicamente, el mo do ' ren ace ntis ta" de

parecerse los hombres? ¿Dónde están y cuáles son los

límites conceptuales y reales del período histórico de

ese nombre? La unidad histórica l lamada Renacimiento

está indudablemente construida con  sustancia histórica;

pero,

  no menos induda blem ente, t iene un contorno ha rto

indefinido. ¿Qué la eleva, entonces, a ser tal unidad

del acontecer histórico? Dos cosas: de una parte, la

semejanza histórica—si indefinida, innegable—'de los

hombres que l lamamos "renacentistas"; y, por otra, la

importancia  que ciertos historiadores han concedido a

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ese modo histórico de parecerse algunos hombres entre

sí y de dist inguirse de todos los restantes. Pero esa

  im

portancia,  ese relieve de una tan indefinida semejanza,

¿no dependerá, en buena parte, del punto de vista desde

el cual la mira el historiador? ¿No ha nacido de ciertos

supuestos históricos e historiográficos el concepto mis

mo del Renacimiento? Sin duda; y esto que aquí digo

del Renacimiento, aplícase con igual razón a cualquiera

otra de las "épocas" históricas históricamente singula

r izadas.

En resumen: la si tuación personal y el arbitrio del

historiador son parte en la ordenación  histórica  del

acontecer humano. Los conceptos  históricos  con que

habi tualmente se ordena el curso de la Historia—Re

nacimiento, Romanticismo, Ilustración, etc.-—no son

puro arbitrio, pero son arbitrarios; en consecuencia, la

ordenación

  histórica

  de la Historia ha de pecar forzo

samente de indefinida y de arbitraria. Con otras pala

b r as :

  por innegable que sea la existencia de semejan

zas y de conexiones  históricas entre  los hombres, los

únicos componentes elementales del acontecer humano

son las acciones históricas singulares con que cada

hombre va haciendo su vida; y éstas, por razón de su

estricta singularidad, no pueden ser convertidas en

unidades de ordenación.  Toda ordenación del suceder

histórico [andada en el contenido mismo de la Historia

— esto es, en el parecido histórico de los hom bres--'sólo

tiene, en última instancia, el valor de una convención

historiográfica.

277

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Entonces, ¿qué puede hacer el hombre frente a su

apremiante necesidad intelectual de ordenar la sucesión

de los eventos históricos? Dos caminos se le ofrecen.

Puede resignarse a fraccionar el curso histórico de su

coexistencia mediante una sistematización más o menos

arbitraria y convencional de los parecidos históricos

sucesivos: Renacimiento, Barroco, Ilustración, Revolu

ción, Romanticismo, etc., etc. Lo que acabo de decir

hace bien patente el carácter resignatorio de este pro

ceder . Puede también recurr i r a un expediente dist into:

el de referir sus vicisitudes históricas sucesivas a cier

tos hitos singulares o seriados, extraídos de zonas de

la realidad ajenas a la Historia. Este es el método que

bien puede l lamarse tradicional. Un suceso histórico

sobrenaturalmente determinado, e l nacimiento de Jesu

cristo, sirve a los cristianos para ordenar en dos frac

ciones sucesivas el curso de la Historia

  8

. Unos ja lo

nes temporales, extraídos del t iempo cósmico y total

mente exteriores, por tanto, a las mudanzas históricas

—los días, los años y los siglos—úsanse como puntos

de referencia para ordenar los sucesos de la Historia.

8

  La va l idez  ordenadora  de este pu nto de re fe renc ia depe nde de la c reen

c ia en su or igen ext rahis tór ico , sobrena tura l . Cuando e l hombre de ja de c reer

en esa sobrena tura l idad y c i f ra su orgul lo en ser consecuente con sus c reen

c ias y sus descreenc ias , aparece e l en jambre de las "e ras" nuevas, h is tó

r i c amen te inven tadas y , po r lo t an to , r igu rosamen te a rb i t r a r i a s , convenc io

na les y fugaces: años I , I I , e tc . , de la Revoluc ión Francesa , de la Revolu

c ión Sovié t ica , e tc . En lo que a tañe a la ordenac ión de l acontecer h is tór ico

—la per iodizac ión de la Histor ia , como sue le dec i rse—, ha de a tenerse e l

h is tor iador , en ú l t ima instanc ia , a un te rminante d i lema: o Natura leza y

Sobrena tu ra l eza , o a rb i t r a r i edad y convenc ión .

278

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El siglo, concepto astronómico, es convertido en con

cepto histórico vaciándole de su contenido sideral e in

yectando sustancia histórica en su vacía y abstracta

formalidad.

Todo esto es muy obvio, y a nadie se le oculta que

dividir en siglos el curso de la Historia es una pura

convención. A ningún historiador, por muy posit ivista

que sea, le pasará por las mientes la ingente osadía de

identificar con el movimiento cósmico el presunto "mo

vimiento" de la Historia. Pero ¿y cuando se trata del

movimiento biológico? La probabilidad del desliz inte

lectual será entonces, indudablemente, mucho más gra

ve.  Tanto, que casi toda la historiología del siglo xix

ha confundido el  curso discontinuo  de la H istoria con

un  movimiento continuo  biológico, más o menos ontoló-

gicamente visto y dialécticamente logificado. Hiciéronse

visibles las consecuencias de este error de principio

cuando los filósofos e historiadores de los últimos cien

años ,  deliberada o inconscientemente apoyados en tal

supuesto historiológico, pretendieron ordenar "científi

ca e históricamente" el curso del acontecer humano. Sin

discernir entre  la vida biológica  del hombre y su  vida

personal

  9

, tomaron una unidad cíclica procedente de la

primera, vaciáronla de su contenido biológico, la colma

ron de sustancia histórica y afirmaron, archiconvenci-

9

  Po r muy imbricados que ambos modos de vivir estén en la realidad

de la vida humana, es evidente que pueden deslindarse. Todo el mundo sabe

que hay en la vida del hombre procesos biológicos cuyo cumplimiento es

ajeno al modo de vivir propiamente llamado "personal".

279

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d o s :  "he aquí la unidad verdaderamente  histórica  del

suceder histórico del hombre". Esa unidad fué la "ge

neración". La generación, un período de la vida bioló

gica del hombre, fué proclamada la unidad más ele

mental e idónea, y hasta el concepto fundamental de la

vida histórica

  10

.

Con tanto derecho como el lapso temporal de la

generación pudieron aspirar el período biológico del

ritmo alimenticio o el del ciclo vigilia-sueño a esta doble

dignidad de metro y categoría fundamental del suceder

histórico. Nada se violenta la realidad de las cosas con

pensarlo así . ¿Por qué, entonces, se pensó en la gene

ración como "unidad" y "categoría" del mudar histó

rico? Sólo por las tres siguientes razones, relativamen

te accesorias las tres: 1. La relativa duración del pe

ríodo generacional da más volumen al cambio histórico

que en él se cumple y le hace, por tanto, más fácil

mente visible; 2. El proceso generacional, sin dejar de

ser genuinamente biológico, es mucho más "conviven-

cial", valga la expresión, que las restantes actividades

vitales del hombre

  n

; y 3. El ri tmo temporal de las ge

neraciones en una est i rpe humana aislada permite es

quematizar cómodamente—artificiosamente, también—

1 0

  M edi ante el exped iente de la generac ión, se pr oy ec t a sobre el curso

de los  sucesos históricos  la idea de l " r i tm o" , inad ecu ada a e l los y a tañe nte

a l curso de los procesos

  biológicos.

  La idea del r i tmo proce de de la rea l idad

biológica , no de la rea l idad persona l e h is tór ica .

1 1

  La vida familiar, las relacio nes paternofil ia les, e tc . , se halla n n atu

ra lmente impl icadas en e l r i tmo bio lógico de las generac iones.

28

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la contemporaneidad de niños, jóvenes, adultos y an

cianos.

No obstante estas salvedades, el truco intelectual

subsiste. Quien toma a la generación como unidad ele

mental de la mudanza histórica y como categoría fun

damental del acontecer, da, sépalo o no lo sepa, gato

biológico por liebre histórica y personal; y si es equí

voco hablar de "el s iglo de Luis XIV"—implicando,

como hizo Voltaire, la Historia con la Astronomía—•,

tan equívoco es interpretar el Romanticismo como la vi

cisitud de una

  "generación

  romántica", como han hecho

Dilthey y Petersen, y no ver que con ello se inventa

un centauro conceptual , empalmando en aparente y fa

laz unidad la Biología y la Historia

  12

.

¿Qué debe hacerse, según eso, con el concepto de

generación? ¿Habrá que raerlo de la historiografía? En

modo alguno. Mi solución, menos despiadada, consiste

en no entender la generación como una  categoría his-

toviológica,  sino como un  suceso histórico  de contorno

más o menos convencional. Sólo analógicamente puede

l lamarse "generación" a una gavi l la parva o numerosa

de personas históricamente parecidas y activas. Sigúese

de ahí un imperativo historiográfico. Puesto que la ge

neración, así entendida, es un

  suceso histórico,

  habrá

que describirla con mente muy ajena a cualquier inter-

1 2

  Lo cual , com o es ob vio, no equiva le a decir que el suce der histórico

sea independiente de la b io logía de l hombre . Se ha l la   conexo  con la biología

h u m a n a , p e r o n o

  determinado

  por e l la. Lo anter io rm ente expu esto hace inne

cesaria la insistencia en torno a este esencial dist ingo.

281

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te;  dist ínguense también por la Facultad de que proce

den; dist ínguense, sobre todo, por la singular intimi

dad de su vida personal.

Mas también se parecen: t ienen una edad semejan

te ,  han oído a los mismos maestros, han conversado en

tre sí, han descubierto juntos el amor, la ambición y

el ensueño, han vivido las mismas vicisitudes históricas

de su país y del mundo. Hay entre todos, aparte otros

posibles parecidos, una innegable semejanza histórica.

Alguno se asemejará más, tal vez, a quienes salieron

el curso anterior o a los que saldrán el curso próximo;

pero,  en principio, cada uno de esos recientísimos li

cenciados tendrá mayor parecido histórico con sus com

pañeros y amigos de curso que con los graduados inme

diatamente anteriores o posteriores.

Miremos ahora esa misma real idad por su reverso.

Quiero decir: desde el punto de vista del contraste, no

desde el punto de vista de la semejanza. Si existe ese

mayor parecido histórico entre los amigos y compañe

ros de un mismo curso, tanto vale decir que existirá

una leve diferencia histórica entre los miembros de una

promoción universitaria y los de la siguiente. La dife

rencia es, sin duda, minúscula, pero incuestionable. En

tre una promoción y otra se ha cumplido una menudí

sima mudanza histórica . Sabemos que esa mudanza no

es la mínima y elemental , porque los verdaderos

  ele

mentos  del cambio histórico son los eventos en que se

implican y conectan las acciones históricas singulares y

sucesivas de unos cuantos hombres. Mas también sa-

283

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bemos que si comparamos dos promociones tres años

distantes entre sí, la diferencia histórica será mayor, y

mayor todavía si la distancia entre ambas es de cinco

años o de siete. Cada una de las sucesivas promocio

nes universi tar ias aporta creadoramente un leve cam

bio,  infinitesimal, si se quiere, al curso discontinuo de

la Historia; o, por lo menos, testifica imitativamente su

ya producida existencia.

Es el curso de la Historia una conexión sucesiva y

discontinua de actividades personales discontinuamente

sucesivas. Bien. Pero esas singulares e irreductibles

discont inuidades se ordenan estructural y sucesivamen

te en los conjuntos humanos t i tulares de cierto pare

cido histórico: una promoción universitaria, la genera

ción romántica, el conjunto de todos los "i lustrados".

Año t ras año van mudando históricamente los hom

bres .

  ¿Y por qué no día tras día? De un día a otro

puede inventarse una nueva palabra, ser lanzada una

moda, publicarse un l ibro sensacional, promoverse una

guerra o una revolución; y cuando esto acaece, el cam

bio histórico que en el curso de un par de semanas su

fre la vida de los hombres agentes o pacientes de tales

sucesos puede ser mayor que el experimentado por

otros hombres, los actores de edades pacíficas, durante

el transcurso de años y años. Los cambios históricos

que los hombres l ibremente suscitan o aceptan en sus

vidas pueden ser lentísimos o fulminantes: la diferen

cia entre el francés de 1740 y el de 1770 es relativa

mente escasa; el contraste entre la vida histórica de un

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enormes sucesos históricos: la pr imera Guerra Mun

dial , el nacimiento del Estado Soviético y del Estado

Fascista, la decisiva aparición de los Estados Unidos

en la vida polí t ica y cotidiana de Europa. Todos estos

sucesos y algunos más moldean las almas entonces ju

veniles y determinan esa honda diferencia que existe

entre los europeos formados antes y después de 1918,

De intento he recurrido al ejemplo de dos lapsos

temporales re la t ivamente cortos y muy próximos a nos

otros.

  Si la diferencia entre uno y otro cambio es per

ceptible, no obstante la brevedad y la cercanía de en

trambos plazos, mucho más lo será cuando la duración

de los dos lapsos temporales sea mayor y su distancia

más holgada. ¿Qué diferencia histórica hay, por ejem

plo,  entre la Física de 1720 y la de 1770? Muy escasa.

¿Cuál es la existente entre la Física de 1600 y la

de 1650, o entre la de 1880 y 1930? Indudablemente,

enorme.

A la vista de esta empírica e incuestionable realidad,

tratemos de ordenar por generaciones el irregular curso

de la mudanza histórica. Tres dist intas posibil idades

pueden presentarse , y a e l las corresponden otros tantos

t ipos,

  historiográficamente dist intos, de la agrupación

generacional: las generaciones convencionales, las ge

neraciones sobrevenidas y las generaciones planeadas.

Intentaré exponer con claridad lo que quiero decir con

estas tres expresiones.

Cuando el curso del suceder histórico es l lano y

sosegado—el de las épocas que antes he l lamado com-

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pletivas—, sólo mediante un doble art ificio podrá ais

larse un grupo de hombres coetáneos parecidos entre sí

y relativamente dist intos de quienes les preceden y les

siguen

  u

:

  el artificio de establecer un pare cid o u nitario

y el de destacar cronológicamente el grupo generacio

nal de los hombres que de modo inmediato les antece

den y les siguen. Es,

  tnutatis mutandis,

  lo qu e se ha ce

para aislar un "tipo" de azul—el "azul marino", el "azul

celeste" o el "azul cobalto", por ejemplo—en una serie

discontinua y cuantiosa de azules muy próximos entre

sí.

  La "contaminación" históriconatural de tal proceder

historiográfico—una tipificación generacional del acon

tecer humano—es por demás evidente . A las genera

ciones históricas así delimitadas cuadrará bien la de

nominación de  generaciones convencionales.  Ta les se

rían, por no citar sino un ejemplo, las cinco "generacio

ne s "  aisladas por Wechssler en el curso de la historia

intelectual y l i teraria francesa inmediatamente anterior

a la Enciclopedia

  15

.

14

  Parecido s y distintos desde un punto de vista histórico, ya se en

tiende. El curso llano y sosegado del acontecer histórico no excluye la apa

rición de personalidades geniales y la constitución de generaciones "sobre

venidas",  consecutivas  a la obra del hombre genial. Lo cual, por otra parte,

no equivale a decir que las creaciones del hombre de genio sean ajenas a

su tiempo.

15

  Es as cinco generaciones estarían constituidas por los siguientes nom

bres:

  1." Richelieu, Descartes, Gassendi, marquesa de Rambouillet, Balzac,

Voiture. 2." Corneille, Magdalena de Scudéry, Conrart.  3."  A. Arnauld, La

Rochefoucauld, Cyrano de Bergerac, St. Evremond, Scarron. 4.

a

  Bossuet,

Pascal, Moliere, La Fontaine, Racine, Malebranche, Boileau. 5." P. Bayle,

Fontenelle, Fenélon, B. de Saint Pierre. Wechssler ha aislado otras cinco

generaciones intelectuales entre los alemanes nacidos desde 1708 a 1777.

287

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No siempre es mansa y suave la andadura de la

Historia: recuérdese cuanto al comienzo dije acerca de

las épocas crí t icas. Cuando tal ocurre, el nervioso y mu

dadizo curso del acontecer permite que determinados

grupos humanos se singularicen con relativa l impieza

de quienes en el tiempo histórico les anteceden y les

suceden. Estos equipos históricos sucesivos mostrarán,

además, cierta coetaneidad, condicionada por la estruc

tura social de la vida moderna

  16

. Todo se concita para

sugerir al historiador la idea fácil y equívoca de una

"generación histórica". Mas l lámese al grupo "genera

ción" o como se quiera, lo importante es que existe y

se dibuja con una relativa singularidad en el curso del

acontecer histórico. A tales generaciones, por oposición

a las que antes adjetivé de convencionales, puede muy

bien l lamárselas generaciones históricas reales o ver

daderas .

El origen concreto de cada uno de estos grupos ge

neracionales verdaderos permite dist inguir en su total

diversidad dos t ipos muy diferentes. El primero es el

de las  generaciones sobrevenidas.  E n cuanto la gen era

ción es un suceso histórico, hállase constituida por las

acciones históricas, libres o semilibres, de las personas

que la integran. Ello no es óbice, sin embargo, para

16 Per tene ce a ta l es t ru c tura e l hecho de que los hom bres coe tán eos se

t ra ten ent re s í con espec ia l f recuencia : jóvenes con jóvenes, adul tos con

adul tos , v ie jos con v ie jos; mas no es forzoso que s iempre haya ocurr ido y

siga ocurr iendo así . Es perfec tamente imaginable una soc iedad humana en

que los jóvenes t ra ten más f recuentemente con los adul tos y los v ie jos que

entre s í , y acaso se haya dado rea lmente .

288

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que el conjunto de todas esas acciones personales pueda

ser suscitado por un suceso estrictamente ajeno a la vo

luntad de cuantos componen el grupo generacional y,

por lo tanto, más o menos azarosamente sobrevenido en

la vida individual y colectiva de todos ellos: una rápi

da catástrofe histórica, una revolución o la aparición

de un hombre genial y seductor . La l lamada "genera

ción del 98" está muy esencialmente determinada por

un suceso histórico

  17

; la "generación romántica" a lema

na es tá parc ia lmente promovida—Petersen lo demues

tra—por la resonancia de la Revolución Francesa en

el ámbito alemán; al magisterio de Bergson sigue una

pléyade de jóvenes bergsonianos, y hasta una "gene

ración bergsoniana" de la vida francesa, como tras la

sugest iva aparición de Stefan George viene en Alema

nia un

  George-Kreis

  18

.

Estas generaciones que l lamo sobrevenidas, tan fre

cuentes en las coyunturas crí t icas, deben su origen a la

radical y mister iosa azarosidad—o al orden providen

cial, como quiera decirse—del acontecer histórico. Sería

17

  Es te suceso histórico no es tanto la catástrofe de 1898 como la si

tuación histórica a que esa catástrofe da tan detonante patencia: la rápida y

justificada consunción de las esperanzas que había suscitado en los corazones

españoles la Restauración de Sagunto.

1 8

  N o deberá confundir el lector el movimiento que llamo "generación

bergsoniana" con la generación, más o menos convencional, a que el propio

Bergson pertenece; ni tampoco el

  George-Kreis

  con la generación de Stefan

George. La hipotética generación de St, George estaría compuesta, según

Pinder—el cual la construye polemizando con Wechssler—, por el propio

St. George y por Claudel, Maeterlinck, A. Gide, Paul Ernst, Busoni, Minne.

Llámala Pinder "la generación del 60".

289

19

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inúti l buscar una regularidad cíclica en su presentación;

y si uno cree encontrar la , deberá preguntarse cauta y

reflexivamente si no ha proyectado con demasiada ener

gía en la interpretación del material histórico sus pro

pios supuestos interpretativos

  19

. En el origen de todas

el las hay una vigorosa y operante experiencia común

que yo me atrevería a l lamar, siempre con mente ana

lógica, "centro de cristalización" generacional. Muchas

de las "generaciones" hasta ahora descri tas '—li terar ias,

intelectuales, pictóricas, etc. '—han cristalizado en torno

a uno de tales azarosos centros: un suceso histórico,

la sugestiva operación de una persona o la acción con

junta de entrambas instancias

  20

.

La común voluntad de operación que el suceso ge

neracional testifica tiene como supuesto esa extrema

agudización de la conciencia histórica que desde hace

siglo y medio padece el hombre europeo. He aquí la

razón por la cual son desde entonces más frecuentes y

1 9

  Lo que llama Heidegg er  die Votstruktuv det Auslegung  o "preestruc-

tura

  de la interpretación". En el curso de la Historia, contra lo que el hom

bre a veces imagina, no hay fisuras periódicas, ni ciclos, ni cambios rítmicos.

20

  Com o vimos, Petersen hace del "caudillaje"

  (Fühvevtwn)

  una de las

notas constitutivas de la generación literaria. No puede negarse que hay

siempre una jerarquía—intelectual, organizadora, etc.—entre los miembros

componentes de todo conjunto generacional. Mas también cabe pensar que

ese "caudillaje" sea en ocasiones, más que una   nota constitutiva  de la gene

ración, el  motivo  de su origen. Así ocurre, en las "generaciones" suscitadas

por la influencia de una personalidad poderosa, cuando la edad de esa per

sona-centro no es muy superior a la de sus secuaces. ¿No ha ocurrido esto

en España con  una parte  de la "generación" a que Ortega pertenece, el

grupo de los que más se le aproximan en edad entre todos los españoles

orientados por su influencia?

2 9 0

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más fácilmente aislables los conjuntos generacionales.

¿Será extraño verles erguirse con especial frecuencia y

definición cuando a esa exaltada vivacidad de la con

ciencia histórica se une un sentimiento de inseguridad

y crisis? Las generaciones históricas más fácilmente de-

limitables—'la romántica en Alemania y en Francia, la

del 98 en España—, lo son por la prieta intimidad con

que en el alma de sus miembros se entraman la concien

cia histórica y el sentimiento de crisis. El sentimiento

de crisis dice a cada u no : "lo que te dieron, no te sirve ";

la conciencia histórica añade: "debes hacer lo que tu

tiempo te exige"; la convivencia con los jóvenes coetá

neos dará al "he de hacer" la figura del "hemos de

hacer", t rocará e l "yo" en un "nosotros". He ahí , for

mada y operante , una generación histórica .

No es sólo una mayor frecuencia de las generacio

nes históricas lo que engendra esta coyunda entre el

sentimiento de crisis y la agudización de la conciencia

histórica. En las l íneas anteriores se dibujó como posi

bi l idad la del iberada congregación de un grupo de hom

bres más o menos coetáneos en torno a una empresa

histórica comúnmente sentida: una revolución polí t ica,

un nuevo modo del sentimiento o de la expresión, una

nueva acti tud intelectual. El "centro de cristalización"

de ta les grupos generacionales puede muy bien no ser

un evento azarosamente sobrevenido; bastará en muchos

casos que se levante la voz del más adelantado en per

cibir y expresar la honda y latente exigencia común.

Son éstas las  generaciones planeadas.

291

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En 1914 habla a los españoles un hombre "en el

medio del camino de su vida". ¿De qué les habla? El nos

lo dirá: "de ideas, de sentimientos, de energías, de re

soluciones comunes, por fuerza, a todos los que hemos

vivido sometidos a un mismo régimen de amarguras his

tóricas; de toda una ideología y de toda una sensibil i

dad yacente, de seguro, en el alma colectiva de una

generación. . . Una generación que, al escuchar la pala

bra España , no recuerda a Calderón ni a Lepante . . ,

sino que meramente siente, y esto que se siente es do

lor"

  21

. Propónese Ortega, que éste es el español de

quien hablo, congregar a unos cuantos hombres, más o

menos coetáneos, en nombre de una ideología y de una

sensibil idad "yacentes" en el fondo de sus almas. In

tenta Ortega, en suma, promover del iberadamente un

movimiento generacional.

En 1935 suena en España otra voz, la voz de José

Antonio Primo de Rivera. "Pertenecemos a la misma

generación—dice a todos los corazones españoles'—los

que percibimos el sentido trágico de la época en que

vivimos y no sólo aceptamos, sino que recabamos para

nosotros la responsabil idad del desenlace. Los octoge

narios que se incorporen a esta tarea de responsabil i

dad y de esfuerzo, pertenecen a nuestra generación."

También José Antonio proclama un movimiento gene

racional, cuya nota definitoria consiste en la libre de

cisión de asumir cierta responsabil idad histórica. ¿Dón-

2 1

  O r te ga y Gasse t , "V ie ja y nuev a po l í t i c a " ,  Obras,  I , 85-86 . La ex

presión a lma colec t iv a" debe entenders e , c la ro está , metafór icam ente .

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de queda lo biológico, dentro de tal idea de la gene

ración, si es la libertad lo que la constituye y si hasta

los octogenarios  pueden  formar parte de ella?

En uno y otro caso se trata de  generaciones pla

neadas,  y en lasados se descubre el mismo proceso ge

nét ico. En los dos momentos de España es tan hondo

el sentimiento de vivir en crisis y tan viva la concien

cia histórica individual, que, sin necesidad de un "cen

tro de cristalización" azarosamente sobrevenido, con

sólo la voz rectora y admonitoria del primero en expre

sar sugestivamente la común exigencia, surge de la

mera posibil idad a la operante actualidad de la Histo

ria un incuestionable grupo generacional

  22

.

Las generaciones históricas surgidas en época de

crisis,

  pertenezcan al t ipo de las que l lamé sobreveni

das o sean de estas otras que ahora l lamo planeadas,

suelen ofrecer al historiador un contorno histórico rela

t ivamente escueto. Con ellas se ha cumplido una honda

y rapidísima mudanza en el curso de la Historia, en

virtud de la cual es muy vigoroso el contraste entre

todos sus miembros y los hombres del t iempo inmedia

tamente anterior. Mas por muy acusado y fulminante

que sea el contraste, la condición  histórica  de l agrupa-

miento—esto es, su últ ima dependencia de acciones per

sonales biográficas, libres o semilibres—impone una ra-

22

  N o pr etendo decir que hay an sido iguales en su contenido y en su

estilo los grupos generacionales promovidos por Ortega y por José Antonio.

Afirmo tan sólo, sin entrar en un espinoso problema de parecidos y dife

rencias, que los dos casos coinciden en ser   generaciones planeadas.

2 9 3

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dical indefinición al conjunto generacional y le impide

ser "una variedad de la especie, dotada de caracteres

t ípicos", como pretendió Ortega en

  El tema de nuestro

tiempo.

  Contra los historiólogos del evolucionismo con-

t inuísta , habremos de proclamar, junto a Ortega y Pin-

de r :  Historia facit saltus;  pero los "saltos" en que con

siste la discontinuidad del curso histórico no son las

"generaciones", s ino cada una de las acciones persona

les y creadoras de cada uno de los hombres que "hacen

la Historia

  23

.

Esta infinitesimal estructura de la discontinuidad

histórica

  M

  da a la figura de todo grupo generacional,

por muy delimitado que parezca, una compleja indefi

nición. He aquí las cinco vertientes por las que se inde-

2 3

  El parec ido h is tór ico de los hom bres no debe ser entendido como un

"a lma colec t iva" de los grupos h is tór icamente semejantes , n i como un estado

ocasio na l de l "espí r i tu obje t ivo " en su evoluc ión, s ino com o un hábi to

persona l" común a todos los hombres que h is tór icamente se parecen, produ

cido por repetición o imitación y referible , en últ imo término, al hecho dt

que todos e l los t ienen que hacerse la v ida dentro de una s i tuac ión, h is tór ica

y soc ia l en a lgún modo semejante .

24 N e w t o n y L e i b n i z a n a l i z a r o n l a v a r i a c i ó n   idealmente continua de  l a s

c u r v a s g e o m é t r i c a s y d e l a s f u n c i o n e s a l g e b r a i c a s m e d i a n t e l a ficción d e l in f i

n i t é s i m o , e s t o e s , m e d i a n t e l a i d e a d e u n a v a r i a c i ó n d i s c o n t i n u a p o r s a l t o s

i n f i n it a m e n t e p e q u e ñ o s . E l h i s t o r i a d o r d e h o y , c o n m u c h a m á s r a z ó n , d e b e

a n a l i z a r l a v a r i a c i ó n

  realmente discontinua

  d e e s e fin gid o " m o v i m i e n t o d e

la Histor ia , reduc iéndolo a las var iac iones e lementa les que son los ac tos

h i s tó r i camen te c readore s de lo s hombres . La acc ión pe r sona l h i s tó r i camen te

c readora—o, me jo r d i cho , l a conex ión e l emen ta l de acc iones pe r sona le s de

te rminada por cada acc ión c readora , e l  evento—es, s i se m e perm ite la ex

presión, el  infinitésimo real  de la Histor ia . Estos inf in i tés imos son los que

const i tuyen las  figuras  apa ren temen te un i t a r i a s de l a con tece r h i s tó r i co : l a

generac ión románt ica , e l Renac imiento , la I lust rac ión , e tc .

294

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finen esos conjuntos humanos que l lamamos generacio

nes históricas.

1.

  Indefinición geográfica.~HL\

  ámbito geográfico

de una generación es siempre radicalmente indefinido.

Puesto que la generación consiste en un parecido his

tórico ¿no podrán perseguirse matices de ese parecido

hasta en los últ imos parajes a donde l lega la Historia

Universal? Llamamos "generación del 98" en sent ido

estricto a un grupo de españoles históricamente pare

cidos,

  in tegrado por Unamuno,

  Azovín,

  M a c h a d o , B a -

roja , Maeztu, Bueno, Val le-Inclán, Benavente . Claro

que esto es una pura convención historiográfica y espa

ñola. Trátase de una rotulación cómoda y, si se quiere,

útil; pero, en último término, convencional. Si uno quie

re afinar su mirada, ¿no descubrirá un sutil parecido

entre estos hombres y otros muchos españoles? Más

aún: ¿no se parecen a muchos de los europeos post-

nietzscheanos, postdannunzianos, postmaeterl inckianos,

aunque Unamuno de tes te a D'Annunzio e in te rpre te a

Nietzsche según su real arbitrio? El ámbito geográfico

real  de una generación histórica es indefinido; sólo  con-

vencionalmente  pu ede n tra za rse las l indes del con torno .

El intento de definir geográficamente una generación es

el de poner puertas al campo.

2.  Indefinición social. — 'Dilthey enten día a la ge

neración como "un estrecho círculo de individuos", los

protagonistas de la vida histórica . Ortega ve en la ge

neración "un nuevo cuerpo social íntegro, con su mi*

295

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noria selecta y su muchedumbre". ¿Quién t iene razón?

Indudablemente, Ortega. Los grupos históricos restr ic

tamente l lamados "generaciones" son la expresión, e l

rostro visible y gesticulante de una tácita muchedumbre

humana. La act i tud histórica que expresaron los hom

bres del 98 era mudamente compart ida por una masa

de españoles; todos los que en el pensamiento y en el

esti lo de esos hombres hallaron la voz que oscuramen

te les pedía una inquietud de sus almas. El ámbito so

cial de una generación histórica es, como el geográfico,

realmente

  indefinido; mas como la descripción histórica

de las generaciones exige un límite, el historiador se ve

obl igado a t razarlo  convencionalmente,  y sólo en este

sentido puede admitirse la restricción conceptual que

Dil they propone.

3.

  Indefinición cronológica.

— Por la misma razó n,

sólo mediante un arbitrio convencional puede deslin

darse en el t iempo una generación histórica. Por rápida

que sea la mudanza que imprimen al curso de la Histo

ria los hombres de una generación, por fulgurante que

parezca su t ránsi to, s iempre tendrán "precursores" y

"epígonos" o "cont inuadores" dif íc i lmente separables

del grupo cardinal.

  Clarín,

  Ganivet , la Pardo Bazán,

M. Reina y M. B. Cossío preludian, por ejemplo, el l la

mado "espír i tu del 98"

  25

. La "zona de fechas" de que

habla Ortega es rigurosamente indefinida, y sólo con-

2 5

  En .mi

  Menéndez Peíayo

  he señalado rasgos "noventayochistas"—cas

ticismo, interiorismo, etc.—en Cajal y en Menéndez Pelayo.

296

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entre sí por los temas y el estilo de su operación histó

rica, sin mengua de la general comunidad.

5.  Indefinición de la convivencia,—'Petersen exige,

para hablar de una generación l i terar ia , una "comuni

dad personal", un trato directo y amistoso entre los

miembros que la componen. Ortega, en cambio, escribe:

"Dentro de ese marco de ident idad (el de la genera

ción) pueden ser los individuos del más diverso tem

ple,

  hasta el punto de que, habiendo de vivir los unos

junto a los otros, a fuer de contemporáneos, se sienten

a veces como antagonistas." También aquí acier ta Or

tega. El parecido histórico del grupo generacional no

excluye un antagonismo entre las personas que lo com

ponen y hasta entre los temas por ellas cult ivados. El

comunismo y el fascismo son sucesos políticos que pue

den darse y de hecho se han dado en una misma ge

neración, part iéndola en bandos implacablemente hos

tiles.  Ni siquiera es necesario recurrir a tan amplias

perspect ivas. Los hombres de la "generación del 98"

y los chismosos exteriores o posteriores al grupo—hoy

tan frecuentes—contarán discrepancias y enemistades

entre ellos hasta colmar las medidas del más aficionado

a entrambas.

na..." En otra ocasión, criticando a Valle-Inclán y aludiendo, evidentemente,

a su modernismo, habla "del veneno que les han vertido—a las inteligencias

juveniles—espíritus como el de Valle-Inclán..."

  (Ensayos,

  II, págs. XVII

y XXI), Sobre el deslinde de dos grupos en la llamada "generación del 98",

el de los "modernistas" y el de los "intelectuales", véase   Vida y literatura

de Valle-Inclán,  el excelente libro de Melchor Fernández Almagro.

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Esta múltiple imprecisión de los grupos humanos

que l lamamos "generaciones históricas" nos debe hacer

sumamente cautos frente al empeño de darles definid

ción conceptual. Yo me conformaría con decir que

  una

generación histórica es un grupo de hombres más o me

nos coetáneos entre sí y más o menos parecidos en los

temas y en el estilo de su operación histórica.  La deli

mitación del grupo ha de ser siempre, forzosamente,

algo convencional, hasta en aquellos más escuetamente

diferenciados temporal, social, geográfica, temática y

esti l íst icamente. La presentación histórica de los gru

pos generacionales es rigurosamente imprevisible. Tan

sólo puede decirse que se halla favorecida por la fre

cuencia del trato entre coetáneos, lo cual acaece muy

visiblemente en la sociedad "moderna". Los grupos ge

neracionales son especialmente próximos entre sí cuan

do domina en las almas un hondo sentimiento de crisis

y es muy viva y aguda la conciencia histórica indivi

dual. No sé si esto es decir mucho. Temo que sea decir

muy poco. Pero creo honradamente que apenas es po

sible decir más si uno se propone con cierta seriedad

eludir la arbitrariedad y la ligereza.

ESTRUCTURA DE LAS GENERACIONES

Aun con todas las anteriores restricciones y caute

las,  el historiador hallará en la generación un concepto

muy útil y eficaz para dar figura descriptiva al inmenso

299

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y delicado curso de la Historia. Necesitará, sin embar

go,  la imprescindible adehala de unas cuantas preci

siones. ¿En qué consiste real y verdaderamente el pa

recido entre los miembros de una generación? ¿Tiene

ese parecido alguna estructura? ¿Cómo transcurren en

el t iempo esos sucesos históricos que l lamamos gene

raciones, si es que puede señalarse a su transcurso al

guna línea general?

Veamos primero el problema del parecido y su es

tructura sistemática. ¿En qué consiste realmente el pa

recido de los miembros de una generación entre sí? Sa

bemos que este parecido es histórico, no biológico ni

social . Tratemos ahora de precisar esa historicidad de

la semejanza.

Dos dist intos elementos pueden integrar el pareci

d o :  los temas y el estilo de la operación histórica. No

todas las generaciones se señalan por inventar temas

nuevos o campos inéditos para la existencia histórica

de los hombres. Ni siquiera son frecuentes esos inven

tos colectivos, porque las grandes creaciones históricas

del hombre suelen ser obra de personalidades geniales

aisladas. Sólo con un violento artificio se podrá incluir

en un cuadro generacional la obra de Descartes o la

de Kant . Descartes, por e jemplo, logró dar una res

puesta personal e históricamente oportuna—su éxi to

inmediato es el mejor signo de esa histórica oportuni

dad—a determinados problemas intelectuales de su

época, demasiado larga e inconcretamente sent idos para

ser tan l indamente colgados de una espetera genera-

3

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cional; y si puede hablarse de una "generación carte

siana"—muy mal delimitada geográfica y cronológica

mente, desde luego—, no es a ludiendo a la "genera

ción de Descartes", s ino a la de aquel los que tempra

namente se congregan en torno a é l : desde el holandés

De Roy, que nace en 1598, a los franceses A. Arnauld

(1612) ,

  Clerselier (1614) y }. Poisson, nacido ya

en 1637

  27

.

Más frecuente es que las generaciones históricas

se distingan por un peculiar estilo colectivo en el modo

de vivir temas previamente inventados. La operación

2 7

  De spu és de escr ito este párr a fo m e ha s ido dad o leer los a r t ícu los de

O r t e g a  El cometido de la nueva ciencia histórica,  ya re señado an te s , y  Del

humanismo y de la generación cartesiana..

  En los dos habla Ortega de una

"gene rac ión ca r t e s i ana" . "Es ta gene rac ión ca r t e s i ana—dice—es l a p r imera

que se siente mayor de edad, que se da de al ta y toma sobre sí misma la

plena responsabi l idad de su pensamiento . . . " Ya se ve que a lo que Ortega

l lama "generac ión car tesiana" es , senc i l lamente , a la persona indiv idua l de

Desca r t e s . "Desca r t e s—añade luego—, con un fo rmidab le ge s to de Rob insón ,

hace en torno de s í la p lena so ledad cul tura l , convier te un mundo cubier to

de compl icac iones e rudi tas en la v i rg in idad de una is la desie r ta ." Muy

cier to y maravi l losamente d icho. Pero ¿dónde están los restantes Robinsones

de l a "gene rac ión ca r t e s i ana"? En o t ro a r t í cu lo  (El método de las genera

ciones)

  d ice O rte ga : "L as ideas de l t iempo, las convicc iones am bientes son

tenidas por un su je to anónimo, que no es nadie en par t icula r , que es la

soc iedad . " Esa soc iedad—traducc ión soc io lóg ica de l

  das Man

  he idegge r i ano—

no puede ser s ino e l conjunto de todas las personas indiv idua les t i tu la res de

las " ideas de l t iempo" . Entonces ¿eran Robinsones espi r i tua les , como lo fué

Descar tes , todos sus coe táneos y só lo e l los? Y si quie re l lamarse "Robin

sones" a todos lo s hombres "mode rnos"—lo cua l no ca rece de fundamen to—,

es tan a r t i f ic ioso reservar e l mote a los coe táneos de Descar tes como pensar

que la car tesiana madurez de la " robinsonidad" fué compart ida por esos

coe táneos de l gran f i lósofo . Si quie re hablarse de una "generac ión car te

s iana" , debe re fe r i rse la expresión , en mi entender , a la de los inmedia tos

disc ípulos y seguidores de Descar tes .

301

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creadora—existente siempre en toda vida personal , por

mínimo que sea el alcance de las creaciones originales"-'

se expresa bajo la forma de un esti lo común en la tarea

de hacer personal y singularmente la vida. La obra de

las generaciones históricas no suele consistir en la  co

laboración  armónica de sus miembros al servicio de una

gran creación unitaria—un sistema fi losófico, una ins-

titución política, etc.—, sino en  un modo de expresar,

a t ravés de acciones personalmente creadoras, una ac

t i tud histórica por muchos compartida. La creación es

casi siempre negocio muy personal; y la generación

consiste, más que en la mutua art iculación de las dis

tintas creaciones personales, en el parecido estilístico o

"a i re"  común que todas ellas poseen por haber sido lo

gradas frente a la misma situación histórica y al servi

cio de proyectos personales análogos entre sí . En suma:

no se dist inguen las generaciones por la índole de su

quehacer, sino por el modo de hacer lo que hacen. In

venían esti los y acti tudes históricas, no quehaceres.

Apenas es necesario advertir que el esti lo o pare

cido generacional pue de ado pta r los m ás diversos m odos

expresivos: literarios, intelectuales, políticos, religiosos,

éticos,

  sociales, etc. Tal diferencia en el modo del pa

recido no merma en nada la ident idad de su consisten

cia psicológica. Parécense entre sí los miembros de una

generación en cuanto sus vidas personales—dist intas

todas por la individualidad biológica, social y vocacio-

nal de cada uno<—van adquiriendo un repertorio de  há

bitos operativos  semejantes. E l hecho de que todo s ac-

3 2

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tualicen en un mismo medio histórico y social sus res

pect ivos proyectos personales de existencia—con otras

palabras: e l hecho de que todos hayan de resolver sus

problemas biográficos en el mismo mundo histórico-

social-— ha ce qu e sus alm as ad qu ier an háb itos psicoló

gicos parecidos entre sí . Estos hábitos podrán ser inte

lectuales, expresivos, estimativos, prácticos. Una mira

da fina y atenta descubrirá siempre en todos ellos una

secreta unidad de sentido, y a tal unidad aludirán luego

los hombres, siempre dispuestos a aumentar sin nece

sidad el número de los entes, cuando hablan de un

"alma colectiva", de un "espíri tu de generación" o de

un  Volksgeist.  Y si el pare cido en los háb itos adq ui

ridos coincide con una semejanza o una analogía en

los proyectos personales, todavía será más enérgica y

visible la comunidad en el estilo generacional.  Azoún,

Baroja y A. Machado se parecen entre sí por ser hom

bres del 98, mas también por ser l i teratos.

El esti lo de una generación debe ser visto como

una semejanza de los hábitos personales de sus miem

bros .

  Consecuentemente, la

  estructura sistemá tica del

estilo generacional  de ber á ser redu cida a la de los h á

bi tos que le integran. Mas ¿cuándo y de qué modo ad

quiere un hombre los hábitos que le definen como per

sona histórica? En uno de los capítulos anteriores pro

curé dar cumplida respuesta a esta interrogación. Fór

mase el hombre como persona histórica durante su ado

lescencia y su juventud. Lo hace libre o semilibremente,

si tuando frente al mundo y a su vida anterior la des-

3 3

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nuda y vacía problematicidad de su recién descubierta

persona. Puesto en ese mundo y ante esa vida, va el

joven edificando su existencia personal, y para ello

acepta de mejor o peor grado parte de lo que uno y

otro le imponen o le ofrecen, rechaza lo restante, pone

algo en su vida y en su mundo mediante su operación

creadora, sueña y proyecta para sí y para los demás.

Este esquema descriptivo nos permite captar con

cierta suficiencia la estructura psicológica de un estilo

generacional . Frente a una generación histórica—de

modo más preciso: frente a un grupo de hombres pro

visionalmente concebido como una generación históri

ca '—iremos preguntándonos: ¿en qué se parece lo que

cada uno acepta de su mundo y de su vida infanti l?,

¿en qué coincide lo que cada uno rechaza?, ¿qué hay

de común en lo que cada uno crea?, ¿qué tienen de se

mejante los proyectos personales y los ensueños de to

dos? Y tras haber respondido a cada una de ta les pre

guntas, nos haremos esta otra: ¿qué parecido existe en

tre todos los modos individuales de aceptar, rechazar,

crear , proyectar y soñar? Cuando hayamos cumplido

este esquemático programa, podremos decir que cono

cemos el "espíri tu de la generación". Si no hemos lo

grado obtener un manojo de respuestas medianamente

satisfactorias, se nos planteará con urgencia un termi

nante dilema: o aquel grupo de hombres no consti tuye

una verdadera generación histórica , no obstante su apa

riencia generacional, o uno carece por completo de

mente historiográfica. El esquema de Petersen, modi-

3 4

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ficado por las salvedades que antes consigno, puede

servir como primera orientación para circunscribir la

"minoría" de una generación; el plan descriptivo que

ahora propongo puede ser úti l para definir con cierta

precisión el estilo característico de cada conjunto ge

neracional .

Aparte la estructura sistemática del esti lo común,

tienen las generaciones una

  estructura real.

  Aludo con

estas dos palabras a la mutua conexión de los hombres

que consti tuyen el conjunto. Las diversas concreciones

singulares de ta l conexión son, indudablemente, nume

rosísimas; mas no es imposible describir elementos cons

tantes y ordenaciones t ípicas en la mencionada estruc

tura real de las generaciones. Para determinar unos y

otros ,

  cortemos imaginativamente el conjunto según dos

planos de sección, vertical uno y transversal otro.

Miradas en profundidad, según ese corte vert ical ,

todas las generaciones t ienen una "masa" y una "mi

noría". La minoría expresa creadoramente, de palabra

y de obra, el estilo común; la masa, copartícipe en la

acti tud histórica de la minoría e incapaz de manifes

tarla con obras y expresiones inéditas, imita adocena

damente las inventadas por sus conductores

  28

. Cuanto

antes he dicho acerca de este tema me exime de entre

tenerme en una descripción pormenorizada. Me limito

28

  A la relación entre la minoría y la masa de una generación puede

referirse aquella distinción de Petersen entre los miembros "conductores" y

los "dirigidos" del grupo generacional. La interpretación de Petersen era,

como se recordará, abusivamente biológica.

305

2

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a añadir que la minoría de una generación puede si

tuarse frente a la masa subyacente con dos ademanes

conductores diversos: e l pedagógico y el revelador.

"Para nosot ros—decía Ortega en 1914, con muy ex

presa intención pedagógica—es lo primero fomentar la

organización de una minoría encargada de la educación

polít ica de las masas." Fichte, en cambio, aspiraba a

"declarar lo que es", y creía revelar con sus palabras

algo existente de modo confuso e inarticulado en las

almas de sus oyentes

  29

.

Una sección transversal en la minoría de la gene

ración permitirá aislar la serie de subgrupos generacio

nales que la componen. Difieren estos subgrupos entre

sí por el tema en que empeñan su vida personal los hom

bres que los integran. Habrá, en consecuencia , subgru

pos literarios, políticos, intelectuales, etc. La llamada

"generación del 98" es, en rigor, el subgrupo intelectual

y l i terar io—más l i terar io que intelectual—de una gene

ración española . Bonil la y San Mart ín, Menéndez Pidal

y Asín Palacios, cada uno a su manera, representan

otro subgrupo de la misma generación, más intelectual

que l i terario; y aun sería posible señalar, si no subgru

pos bien definidos, al menos tendencias polí t icas "no-

2 9

  Ap ena s es prec iso adver t i r que las dos ac t i tudes t ienen a lgo de co

mún ent re s í y que pueden darse juntas en la misma persona o en la misma

minor í a . También Or tega c re í a expre sa r " toda una sens ib i l idad y toda una

ideología yacentes en e l a lma colec t iva" . El problema consis te en dec id i r s i

educar es " reve la r lo potenc ia l" o " innovar" ; s i se r hombre es " l legar a se r

Jo que uno es" , según aquel lo de

  Werde, ivas da bist ,

  o " r e n o v a r s e " , c o n

forme al

  Rinovarsi o m oriré

3 6

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ventayochis tas" representadas por personas nada l i te

rar ias .

La sección transversal de la minoría nos hará ver

también las relaciones "funcionales" que dentro del con

junto generacional pueden exist ir entre sus miembros:

quiénes inventan o dirigen, quiénes organizan, quiénes

defienden polémicamente la actitud del grupo. Sólo en

muy contados casos—aquel los en que sea muy cont inua

y trabada la relación personal entre los miembros del

conjunto—será posible, sin embargo, hallar en una ge

neración esta trama de relaciones funcionales. La ya

mencionada t ipología "funcional" de Kummer no pasa

de ser una construcción arbitraria y artificiosa.

CURSO DE LAS GENERACIONES

Puesto que la generación es un suceso histórico, ten

drá necesariamente un curso temporal. La delineación

de este curso sólo podrá hacerse a merced de cierta

convencionalidad, la misma de que echamos mano para

definir el grupo. Pero, supuesta la necesaria e inicial

convención, es posible reducir a un esquema general ,

relativamente válido, el r i tmo temporal, la melodía del

suceso

  30

.

30

  El uso de metáforas musicales par a describir el curso de la vida

humana o de la Historia-—la metáfora de la melodía, sobre todo—supone una

mentalidad continuísta: vida e Historia como "movimiento" continuo. Sólo

en la mente abstractiva del historiador puede aparecer como "melodía" el

curso realmente azaroso y discontinuo del acontecer.

Otras son las cosas si se admite un orden providencial en la Historia:

3 7

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La indefinición cronológica de la generación impo

ne necesariamente la existencia de "precursores". Por

muy súbi ta e insospechada que sea una mudanza histó

rica, siempre irá precedida de avisos y anticipaciones

en e l a lma de a lgún madrugador v igía : ' todo Renaci

miento tendrá siempre su Petrarca y todo Romanticis

mo su Sterne y su Rousseau. Creo un error de Petersen

ver en estos precursores los "oprimidos" de la gene

ración anterior, porque el curso de la Historia no está

sistemáticamente ordenado por generaciones ni por

ciclos téticos y antitéticos. Lo propio de los precursores

no es tanto la condición vivir oprimidos, como la rara

sensibil idad con que sienten el agotamiento de las for

mas de vida a la sazón imperantes y presienten o ven

tean la futura novedad. Eso fueron Sterne, Rousseau

y Hamann para la generación romántica, y eso preten

dieron ver en Larra los hombres de nuestro 98.

Pasada la indecisa aurora de los precursores, acaece

el nacimiento de la generación. Será éste muy bien de-

terminable cuando la generación cristaliza súbitamente

en torno a una persona o tras la huella de un suceso

conmovedor. Podrá decirse entonces, a lo sumo, que el

"espír i tu generacional" se hal laba la tente con anter io

ridad al suceso determinante o a la sugestión de la voz

entonces es el curso de la Historia una ordenada melodía   real  y Dios, como

decía San Agustín, su

  ineffabilis modulaíor.

  Pero el orden de la "melodía"

es en tal caso rigurosamente inaprensible e inefable por parte del hombre.

Tampoco debe olvidarse que una melodía, no obstante la impresión de

continuidad que su audición produce, es una serie sucesiva y discontinua

de "notas" distintas. También la Música "da saltos".

3 8

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convocadora; pero la aparición del grupo tendrá la ce

leridad necesaria para poderle si tuar historiográfica-

mente dentro de un breve lapso temporal . Otras veces,

en cambio, será enteramente convencional el señala

miento de una fecha.

Surge a la vida histórica un grupo generacional

cuando comienza a ser creadora la existencia personal

de cada uno de sus miembros. Es.en el t ránsi to desde

la mocedad a la pr imera madurez cuando todos y cada

uno de ellos sienten más agudamente la insuficiencia

de la situación histórica en que existen. No les basta

para vivir personalmente el pábulo histórico que les

ofrece su mundo, y se aprestan a modificarlo o, cuando

menos, a modificarse en el sentido de su urgente e insa

t isfecha exigencia. Hieren y hastían las formas de ex

presión y de operación definidoras de la si tuación his

tórica precedente, y se levanta en la entraña de las

almas un acuciante afán de novedad. "Hacer lo que

no se hace y como no se hace", consigna de todas las

vidas verdaderamente juveni les, t ruécase en agudísima

y permanente espuela para todos los miembros de la

naciente generación. La vida histórica se ha hecho en

el alma de todos ellos un problema urgente e irresuelto,

ante el cual se enciende su ambición reciente y se hace

más aguda esa inédi ta sed de proyectos y de ensueños

en que consiste la existencia juvenil . "Hay en toda ge

neración joven—escribe Spranger—una nueva espir i

tualidad. Las formas de vida ya configuradas y esta

blecidas  (la vida que uno encuentra,  dice R an k e) son

309

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aceptadas en su parte esencial como comprensibles de

suyo y sin grati tud alguna. Pero el acento de las vi

vencias se desplaza hacia aquello de que se carece, ha

cia las zonas que perduran vacías en el mundo interior

y en el mundo comunal. Lo no creado reclama su de

recho a existir. Y así, el movimiento de las generacio

nes hacia su propia definición procede de un impulso

hacia la vida no vivida"

  3 i

. Todas las promociones ju

veniles, hasta las que crecen en las épocas más tran

quilas, atraviesan por esa experiencia. Hay momentos,

sin embargo, en que reciben en sus vidas casi todo lo

que el medio les ofrece. Mas cuando una difusa legión

de jóvenes apenas hal la en su mundo algo que merezca

ser aceptado, e l paso impaciente de una nueva gene

ración está franqueando los umbrales de la Historia.

Un suceso histórico más importante que los cotidianos,

una voz adelantada e inci tadora, un leve incremento de

la insatisfacción o del hastío, y pronto se alzará sobre

la vida preexistente la acción innovadora de una mi

noría generacional .

Esa minoría estará habi tualmente integrada por

hombres coetáneos, mas la coetaneidad r igurosa no pue

de ser un carácter esencial . El "punto de emergencia"

de la generación, según la expresión de Wechssler , no

está cronológica y biológicamente determinado por la

fecha del nacimiento, sino por la sensibilidad y la ca

pacidad de reacción de las almas ante una si tuación

3 1

  Op. cií.,

  pág. 153,

3 1 0

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histórica vivida como insuficiente, hastiosa o vacía de

posibil idades. Ganivet, por ejemplo, t iene la sensibil i

dad y las reacciones t ípicas del 98, no obstante la dis

tancia geográfica y los trece años que le separan de

Maeztu y A. Machado, los dos más jóvenes del grupo,

Al brote de la generación sigue su crecimiento y su

acmé. El incremento de la operación creadora de cada

uno de sus miembros traza el curso ascendente del su

ceso generacional . No debe pensarse , s in embargo, que

el acmé de la generación trae necesariamente consigo

su victoria sobre el mundo caduco que la rodea. Hay

generaciones históricas que cumplen todo su curso opri

midas, iba a decir sepultadas por el medio humano en

que viven. Cuando el grupo generacional, aun inclu

yendo en él masa y minoría, no afecta sino a una escasa

parcela del mundo humano de que brota , entonces está

irremisiblemente condenado a cumplir todo su curso

—'nacimiento, acmé y extinción—vencido y soterrado

por la si tuación histórica contra la cual se alzó. Sus

hombres habrán cumplido su obra, mas no sin recalar ,

a l término de su derrota , en la amargura, en el resen

timiento o en el ensueño.

Tras el acmé, el descenso y la extinción. ¿Por qué

muere, vista como suceso histórico, una generación? Pe-

tersen dist ingue dos dist intos modos de morir: el em

botamiento y el incumplimiento. Trataré de explicar a

mi modo estas dos at inadas ideas de Petersen.

Hay un momento en que la aguda novedad apor

tada por una generación a la vida histórica de los hom-

311

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bres pierde vigor y encantamiento, hácese obtusa, vul

gar e improduct iva. Cuando el lenguaje del sent imen

talismo romántico ha pasado de los poemas de Novalis,

de Lamartine o de Bécquer a la prosa amatoria de los

jóvenes menestrales o medioburgueses, bien puede de

cirse que el Romanticismo ha fenecido. Podrá ser, a

lo sumo, un "resultado" susceptible de repetición por

figuras mediocres y epigonales, y será con certeza un

ingrediente tópico de la vida indiferenciada del vulgo;

una reliquia terminal, en ambos casos, de lo que años

antes fué licor novísimo e incitante.

El suceso de la generación puede morir también por

incumplimiento de sus promesas. No olvidemos que el

"espír i tu" de una generación se anuncia como proble

mática inquietud, hácese luego ambición inconcreta y

toma inicial figura como proyecto de existencia en el

alma de todos cuantos componen su minoría más sen

sible y adelantada. Problematicidad, ambición y pro

yecto son las tres instancias inaugurales de todo suceso

generacional. Pero un proyecto es al mismo tiempo una

promesa. La pro-yección de la existencia hacia el in

cierto futuro es también una pro-misión para esa exis

tencia y para todas las que con ella coexisten y copar-

t icipan, aunque sólo sea en pura y remota posibil idad,

en el contenido de la proyección, en el proyecto. El

hombre, decía Nietzsche, es el único ser que puede

prometer .

¿Puede cumplir s iempre sus proyectos y promesas

la proyectiva y promisiva existencia del hombre? Esta

312

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dolorida nostalgia de todos los hombres ante lo que

pudo ser y no fué se adelanta a dar la respuesta . Mien

tras el hombre viva sobre la Tierra, siempre estará fra

casando, aun en el momento de sus mayores y mejores

logros. Hay ocasiones, empero, en que el fracaso es la

regla, y no son las generaciones históricas ajenas a esta

posibil idad.

Toda generación, como todo hombre, va te j iendo

su vida con las hebras del logro y con las hebras del

fracaso; con las dos vive y por las dos muere históri

camente. La muerte de los logros se l lama vulgariza

ción; la muerte por fracaso, desvío y olvido. En uno y

otro evento, por debajo de tan aparente diferencia , t rá

tase ,

  sin embargo, de un mismo proceso; en la entraña

de los dos hay una terminal incapacidad de la acti tud

generacional para suscitar en los hombres si tuaciones

personales susceptibles de ser vividas como nuevas. El

incumplimiento de una promesa convierte a lo prome

tido en un oneroso e inmutable quiste de la vida espi

ri tual; la vulgarización de un hallazgo operativo o ex

presivo—una costumbre social , un hábito intelectual, un

esti lo l i terario, un neologismo o la encantadora revivis

cencia de una palabra preter ida—hace de él un estr i

billo fastidioso e ineludible; un "disco", como suele de

cir ahora nuestro pueblo. Hace veinticinco años era

pluscuamdist inguido usar la palabra "envergadura" y

adjetivar de "interesante" a lo valioso. ¿Quién, entre

los que estiman la dist inción de su lenguaje, se atre

vería hoy a usar sin cierta reticencia esas dos palabras?

313

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La ingenua contemplación empírica del acontecer

demostrará que la vida histórica de las generaciones se

ext ingue muchas veces según alguno de estos dos mo

dos .  No debe pensarse, sin embargo, que el curso real

de un suceso histórico—y no otra cosa es la operación

de un grupo generacional '—quede agotadoramente apri

sionado en un par de moldes t ípicos. Una generación

histórica puede también fenecer aplastada por el mundo

contra que intenta levantarse, desleída por dispersión

de su minoría rectora o mixtificada por la intervención

de un ingrediente histórico ajeno al proyecto de sus

miembros y al mundo en que todos existen. Cuanto más

fina y penetrantemente se escrute la vida histórica de

un conjunto generacional, más y más se advertirá la

estricta singularidad de su curso. La obra de los grupos

humanos, como la de los hombres que los consti tuyen,

es siempre rigurosamente inédita e irrepetible.

Por rápido y terminante que parezca ser e l agota

miento histórico de una generación, siempre dejará ésta

tras de sí una estela de cont inuadores y epígonos. Hasta

hace no muchos años era posible seguir en las letras

españolas el rezagado vestigio del naturalismo y del mo

dernismo. En el seno de un mundo nuevo, dotado ya

de los recursos expresivos y operativos que su inédita

peculiaridad necesita, se esfuerzan tenaz y estéri lmente

los epígonos por sostener en pie soluciones y acti tudes

antaño lozanas. Toda moda deja siempre como secuela

e l reguero de los "pasados de moda".

Tal es, muy en esquema, el curso típico del suceso

314

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generacional . Inmediatamente después de t razarlo, una

objeción fundamental se levanta. ¿Curso t ípico? ¿Es que

puede ser descrito un "curso t ípico" de los sucesos his

tóricos sin pr oy ec tar so bre ellos un "m old e" figurativo

tomado de la real idad natural? Lo que antes di je res

pecto a los modos "típicos" de extinguirse las gene

raciones puede ser repet ido aquí . Más diré . La des

cripción "típica" que del curso histórico de una gene

ración he dado l leva como molde éste, tan ineludible,

de la vida temporal de un ser viviente cualquiera. Todo

lo que empieza y acaba-—el movimiento físico de una

piedra cadente, el curso visible de una acción perso

nal,

  los procesos biológicos de los animales y las plan

tas—- suscita autom áticamente en nosotros, pues tos ante

el empeño de describirlo, la imagen del nacimiento, la

vida y la muerte de un ser vivo; todo se ve "nacer" de

la potencia a la actualidad, "crecer" en energía, pasar

por un acmé y, finalmente, "morir", dejar de ser. ¿De

dónde nos viene este tan arraigado hábito intelectual?

¿Lo tendremos por ser herederos de los griegos? Yo

pienso qud sí

  32

. Aun cuando, venga a nuestra mente

de donde viniere, lo más importante ahora es que el

hábi to existe . Trátase de un expediente út i l y cómodo,

indudablemente, y en este caso sirve muy bien para

dar figura genérica a una serie de procesos históricos

estrictamente singulares. Pero la uti l idad que como re

curso descriptivo ofrece este esquema intelectual no

3 2

  Ba sta ta l vez cons iderar despa c io la famosa def inic ión a r is to té l ica

de l mov imien to  (Phys.,  201 a 9 ) .

315

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debe hacernos olvidar el carácter personal del discon

tinuo y presunto "movimiento" histórico, ni la condición

creadora de las acciones que consti tuyen el curso de la

Historia, ni , en fin, la singularidad rigurosa de cada una

de ellas.

HISTORIOGRAFÍA DE LAS GENERACIONES

La descripción historiográfica de un suceso genera

cional no puede ser sometida a una regla metódica fija,

como la descripción fitográfica de una flor o de una

hoja . Mas como no puede haber c iencia humana sin

universalización, aunque ésta sea un poco fingida, for

zoso será fingir, siquiera sea levemente, un método des

criptivo generalmente válido.

¿En qué consiste una generación histórica? Ya lo sa

bemos: en una fuerte semejanza histórica de varios

hombres coetáneos. ¿Cómo habrá que describir, por

tan to ,  una generación histórica? La respuesta es inme

diata: contando buena y verdaderamente la historia de

esa semejanza y de su proyección sobre el mundo de

que nace y en que actúa. Describir el suceso histórico

de una generación es, si se me permite usar analógi

camente esta palabra,  hacer la biografía de un pare

cido,

  seguir paso a paso las vicisi tudes que la seme

janza histórica de un grupo de hombres va sufriendo en

el tiempo, desde que se revela a los ojos del historiador

hasta que acaba el vivir de esos hombres; o, mejor aún,

316

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hasta que se extingue la vigencia de esa semejanza en

el mundo histórico-social sometido a su influjo.

El esquema que acabo de trazar acerca del curso

histórico de una generación puede servir también como

pauta historiográfica. Ya se ve cuál es en este caso la

ficción descriptiva. Sobre un fondo pintado en claro-

oscuro—el mundo viejo, vacío de posibil idades histó

ricas capaces de seducir a los jóvenes nuevos—se irá

viendo dibujarse, como en un  film,  la figura luminosa

de la generación. Poco a poco se la verá configurarse y

alumbrar al medio en que nace. Por fin, cumplido su

acmé, declinará hasta desaparecer, no sin haber dejado

una huella permanente, más o menos intensa, en el me

dio contra el cual nació y sobre el que derramó la luz

inédita de su obra.

He aquí el  modus operandi.  Se comenzará descri

biendo el medio histórico inmediatamente anterior al na

cimiento de la generación, y sobre ese fondo se irán

estudiando sucesivamente las biografías de todos y cada

uno de los componentes del grupo que mejor define al

suceso generacional. El historiador ha de apoyar su

obra resurrectora—-escribir Historia es "un entusiasta

ensayo de resurrección", dice espléndidamente Orte

ga—sobre vestigios expresivos, y los de una generación

están constituidos por la obra visible de su minoría.

Sobre el fondo del mundo caduco aparecerán los ago

nistas de la nueva generación, como emergen las figu

ras de Rembrandt de la semioscuridad que las circunda

y define.

317

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Ya sabemos que toda biografía nos conducirá siem

pre a la singularísima intimidad personal del biografia

do .

  Vale esto tanto como decir que las figuras de nues

tros agonistas se dist inguirán inconfundiblemente entre

sí.

  Pero no es la singularidad biográfica lo que en este

caso perseguimos, sino el parecido histórico de esos

hombres. ¿Cómo lograremos determinarlo y describirlo?

Remito a mis reflexiones sobre el método biográfi

co

  33

. En toda biografía , luego de recogido y ordenado

el material de trabajo, ha de emprender la mente del

historiador dos aventuradas excursiones hermenéut icas:

una desde los testimonios biográficos al mundo histó-

rico-social del biografiado, otra hacia su intimidad per

sonal. La primera de estas dos excursiones pondrá ante

nuestros ojos lo que he l lamado "significado histórico"

de los testimonios biográficos; la segunda nos mostrará

el "significado personal" de esos mismos testimonios.

En la biografía de un hombre aislado, sin menoscabo

del significado histórico de su obra, habrá que poner

el acento descriptivo sobre lo que de original e inédito

tiene la vida de ese hombre, esto es, sobre el "signifi

cado personal" de los testimonios que nos la revelan.

No será éste e l proceder del historiador cuando haga

una descripción biográfica desde el punto de vista de

la generación histórica a que el biografiado pertenece

o pudo pertenecer. En tal caso, sin desconocer ni me-

Hál lanse en l a Pa r t e P r imera de mi  Menéndez Pelayo.

318

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nospreciar la decisiva importancia de la singularidad

personal, atenderá preferentemente al significado his

tórico de los testimonios biográficos, es decir, a su sis

temática conexión con el mundo histórico-social en que

esos testimonios fueron creados por su autor.

Enunciaré una a una la serie de cuestiones a que

metódicamente ha de responder e l historiador:

1.  ¿Q ué pod ía hacer un hom bre en el m undo his

tórico del cual y contra el cual brotó la generación que

se estudia? Más precisamente: ¿qué podían hacer en él

todos y cada uno de los hombres concretos integrantes

de su minoría adelantada y definidora? La respuesta a

la primera interrogación nos dará el cuadro de las  po-*

sibilidades históricas  que ofrecía el mundo en que nació

la generación estudiada; o, cuando menos, la imagen

que como historiadores conseguimos acerca de ellas.

El esclarecimiento del segundo problema nos mostrará

el repertorio de las

  posibilidades biográficas

  accesibles

a cada uno de nuestros hombres

  34

.

2.  ¿Q ué hizo ca da uno de los ago nistas de la mi

noría generacional entre todo lo que entonces pudo ha

cer? La respuesta estará consti tuida por el manojo de

las dist intas y singulares biografías de todos ellos. Mas

para obtener una respuesta suficiente, la interrogación

anterior deberá ser desglosada en una serie de cuestio

nes más concretas. A riesgo de cosechar el fastidio y

34

  Por sus talentos nativos, por su temperam ento, por su educación an

terior, por su salud, etc.

319

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la cólera del lector, las repetiré de nuevo: ¿qué acepta

de su mundo y de su vida precedente cada uno de nues-

t ros hombres?; ¿qué rechaza?; ¿qué va po niendo crea do -

ramente en su vida y en su mundo?; ¿qué proyecta y

sueña para sí y para los demás?

3.  T od av ía deberá contestar el historiador— o in

tentar lo, a l menos—a otra pregunta fundamental . ¿Por

qué,

  para qué y cómo hizo cada uno lo que realmente

hizo—aceptando, rechazando, respondiendo, c reando,

proyectando, soñando—•, y no cualquiera otra de las

cosas que en aquel momento pudo hacer?

La respuesta a todas estas interrogaciones pondrá

a nuestra vista , paralelamente ordenadas, las singula

res biografías de cuantos componen la minoría rectora

del grupo generacional. Estas biografías se hallarán

anudadas entre sí por una serie de relaciones conviven-

cíales:

  amistad, colaboración, intercambio epistolar, di

sidencias, etc. No es esto, sin embargo, lo que en ver

dad constituye el suceso generacional, sino el posible

parecido histórico  entre todas las curvas biográficas in

dividuales. El momento verdaderamente decisivo en la

historiografía de una generación consiste en indagar

minuciosa y metódicamente en qué se asemejan las res

puestas dadas por e l historiador a

  cada una

  de las an

ter iores preguntas respecto a  cada uno  de los miem

bros que componen la minoría del grupo generacional.

E l c ua dro historio gráfico de u na generac ión deb e

estar consti tuido, visto en profundidad, por tres planos

distintos: un fondo, un cuerpo y un tenue primer plano

32

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o, tal vez mejor, sobreplano. Será el fondo del cuerpo

una sobria y suficiente pintura del mundo histérico-

social de que la generación emerge; la descripción del

parecido histórico entre las biografías de los protago

nistas ocupará el cuerpo de la composición; y sobre ella,

como un fino y transparente dosel de figuras aisladas,

se dibujará la personal e intransferible singularidad de

todos los que integran el grupo. Me atrevería a compa

rar este esquema descriptivo con la composición pictó

rica del  San Mauricio y la legión tebana,  del Greco.

Vese en el fondo del cuadro el mundo histórico sobre

que se alza y destaca la hazaña de San Mauricio y

sus jóvenes; las figuras del santo y sus secuaces, vigo^

rosas ,  adelantadas, compactamente t rabadas entre sí ,

forman y colman con su heroica y comunal humanidad

el cuerpo del cuadro; y en lo alto, recibiendo el sentido

de la acción conjunta, un cielo hacia el que se levantan,

como llamas de cirio, obras e intenciones, y en que se

discierne el mérito singularísimo de cada uno de los vo

luntarios del sacrificio.

La descripción del parecido no puede quedar l imi

tada a la determinación de su estructura, según el sis

tema de interrogaciones historiográficas que anterior

mente expongo.

  La semejanza generacional no es un

hecho,

  como el parecido anatómico entre dos rostros,

ni un proceso, como el parecido entre dos modos de

andar o de gesticular, sino un suceso histórico.  Má s que

parecerse entre sí , los hombres integrantes de una ge

neración

  se van pareciendo

  por obra de sus sucesivas

321

21

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acciones personales, libre o semilibremente cumplidas,

y pueden dejar de parecerse en cualquier momento de

su vida. Por eso dije que la historiografía de una ge

neración debe ser vista como la biografía de una seme

janza o, si se me permite este expresivo neologismo,

como una  cobiografía.  La tarea del historiador de una

generación consiste en aprehender y describir cómo

nacen, se configuran y se proyectan sobre el medio los

hábitos históricos

  com unes a todo s los miembros del con

junto,

  tal y como se expresan en la vida de los que

componen su minoría definidora.

Expuse antes como típico un curso posible y aún

frecuente del suceso generacional. Haría mal, no obs

tante, quien, metido a describir la vida histórica de una

generación, se dejase llevar por ese o por cualquier otro

esquema típico. La descripción del suceso se habrá de

atener a la estricta singularidad de su curso real, y el

historiador deberá limitarse a seguir con su método las

vicisi tudes que de hecho haya experimentado la seme

janza del grupo.

¿Cuándo y cómo ha podido nacer esa semejanza?

Apenas puede dec i rse nada de antemano. Unas veces

será tempra na y brota rá de la re lación directa entre ad o

lescentes, otras tardía y nacida sin trato inmediato en

tre los que se asemejan. Es en estos casos cuando más

inequívocamente se muestra la raíz del parecido gene

racional: si dos hombres que no se tratan y apenas se

conocen se parecen históricamente entre sí , su parecido

depende necesariamente de una común act i tud funda-

322

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mental ante su si tuación histórica. Esta acti tud se des

granará temporalmente en las acciones personales más

diversas. Cualquiera que sea, sin embargo, el modo de

expresarla, la peculiar consti tución de la vida humana

permitirá siempre dist inguir en ella tres momentos di

versos más o menos separables y distantes entre sí : la

inquietud, la autoproposición y la operación.

Empleo la palabra  inquietud  en el mismo sentido

con que se la usaba hace años diciendo, que una per

sona "tenía inquietudes". Quería decirse que aquel la

persona no se hallaba satisfecha con su si tuación espi

ri tual , y se inquietaba por buscar acá y allá, dispersa

y desorientadamente, un modo de vivir más acorde con

su inexpresa ambición

  35

. Esta  inquietud  es, en último

término, el equivalente histórico de la religiosa  inquie-

tudo  agust iniana— inquietum est cor m eum..J~-'y  en

modo alguno incompatible con ella: toda inquietud his

tórica es en su más entrañada raicil la un anhelo de re

posar en Dios, aunque el inquieto no lo sospeche. Dios

nos l ibre del hombre que no t iene "inquietudes"; tanto,

por lo menos, como del que no sabe tener reposo.

La inquietud es el temple psicológico en que se ex

presa la radical problematicidad de la vida personal

cuando, sedienta ésta de propia y auténtica consistencia,

35

  La  inquietud  humana es al  proyecto de existencia  lo que el  autosen-

timiento  a la  clara idea de sí mismo.  Pueden leerse algunas ideas acerca de

este problema en mis  Estudios de Historia de la Medicina y de Antropo

logía médica,  Madrid, 1943, págs. 151 y sigs.

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se encuentra a sí misma distante de todo lo que ha

recibido, vacía y menesterosa a un t iempo. Por eso es

la tarea de indagarla la primera entre todas las que

debe cumplir el historiador de una generación. La bus

cará con delicadeza en el alma de cuantos componen la

minoría, estudiará con ahinco sus relaciones con la si

tuación histórica en que todos viven y, por fin, cuidará

de aprehender la posible semejanza existente entre to

das esas individuales inquietudes. Nada más difíci l que

percibir un parecido entre lo que, como esta inquietud

precursora, no t iene todavía "figura". En el t ierno y

vago estremecimiento inicial de las almas de una gene

ración apenas podrá describirse otra cosa que la seme

janza de su "sent ido". Toda generación histórica co

mienza, en efecto, por una semejanza en el "sentido",

todavía inexpreso, que unos cuantos jóvenes coetáneos

quieren dar a sus incipientes vidas individuales.

Nadie puede vivir en inquietud permanente, ni si

quiera los inquietos. La ambición personal que la inquie

tud reve la—"ambic ión", de  amb~ire,  ir de un sitio a

otro,  dar vueltas en torno a una cosa, buscar inquieta

mente una "sa l ida" o un "reposo"—acaba por concre

tarse en una  autopvoposición  m ás o meno s firme y sa

t isfactoria. Sobre la dúplice estructura de toda auto-

proposición humana (el proyecto y el ensueño, la pro

babilidad y la utopía), dije antes lo suficiente para no

insist ir ahora. El historiador de una generación histó

rica, después de haber precisado la semejanza en la in

quietud, se esforzará por aprehender el posible, suce-

324

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sivo y siempre inseguro parecido entre las autopropo-

siciones personales de quienes integran su minoría. To

das ellas serán, por supuesto, rigurosamente dist intas

entre sí; pero si el conjunto generacional es algo más

que una ficción del historiador, todas ellas mostrarán

una innegable semejanza esti l íst ica. Las personales in

quietudes de los miembros de una generación se pare

cen en su "sentido"; las personales autoproposiciones

de todos ellos, más configuradas ya, se asemejan en

su "esti lo"

  36

.

Muchas veces no será claramente perceptible en la

vida de un hombre la formulación preoperativa de sus

proyectos y sus ensueños. De su inquietud y su auto-

proposición no veremos sino las acciones personales que

sucesivamente las actualizan. Cada acción personal, una

cuenta individua dentro de ese rosario de acciones en

que se distiende el proyecto de existencia, comienza

por un repliegue del hombre a su personal intimidad y

3 6

  E n la bas e de todo "p roy ec to perso na l"— la f racción posib le de la

autoproposic ión—se ar t iculan en forma más o menos ident i f icable los s iguien

tes supuestos suyos: 1. La idea que el hombre t iene de sí mismo, inserta a

su. ve z en un a idea—científica, vu lga r, rel igiosa, superst icio sa, e tc .— de la

exis tenc ia humana , en una tác i ta ant ropología . 2 . La idea que de l mundo y

de su posib le curso tempora l t iene ese hombre : una Fís ica , una Biología ,

una Socio logía y una Histor ia rudimentar ias o e laboradas. 3 . La adscr ipc ión

personal, e l amor del hombre a su vida futura y posible; la intensidad de la

"vocac ión" con que se s iente " l lamado" a hacer lo que proyec ta . Estos t res

supuestos de l proyec to persona l descansan a su vez sobre un ú l t imo pl in to

de c reenc ia s—re l ig iosa s o seudor re l ig iosa s—cons t i tu t ivamen te necesa r i a s pa ra

que la exis tenc ia humana no pare en e l su ic id io o en la desesperac ión ab

solu ta .

325

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se hal la integrada por varios e lementos descript ivamen

te distintos entre sí: el  propósito o sentido intencional

de la acción, lo que su autor quiere hacer con ella; la

decisión selectiva y operativa,  acto por el cual prescin

de el hombre de lo que no hace, se queda con lo que va

a hacer y pone en marcha la intención definitivamente

adoptada , la  figura expresiva y operativa,  rostro visible

de la acción personal; y, por fin, el  sentido impletivo,  el

significado y la importancia que la acción, una vez cum

plida, t iene para su autor y para los que de ella reciben

noticia

  37

.

El historiador de una generación describirá la serie

de acciones personales con que cada uno de sus perso

najes va distendiendo su autoproposición, procurará

aprehender la figura que todas ellas forman y estudia

rá con cauteloso desvelo el posible parecido que las ac

ciones singulares y sus totales figuras tengan entre sí.

El "esti lo" común que apuntaba en el parecido de las

autoproposiciones queda ahora perfectamente configu

rado y definido; siempre, claro es, que el grupo descri

to const i tuya una verdadera generación histórica . Las

preguntas concretas que nuestro historiador deberá i r

haciéndose y contestándose, enunciadas quedaron en las

páginas anter iores.

3T

  E l inicial repliegue del hombre a su intimidad constituye una cierta

"suspensión" de la vida personal. Cada acción deliberada y libre es, en

cierto modo, un "empezar a vivir"—a vivir personalmente, claro es—, y

por esto es radicalmente discontinuo el curso de la existencia humana. Sólo

a saltos vive el hombre en cuanto tal.

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He dicho repetidamente que el curso histórico con

creto del parecido generacional puede ser extremada

mente diverso. Mas, cualquiera que sea la l ínea tempo

ral del parecido, y aunque se aparte mucho de todos los

posibles modos t ípicos antes reseñados, siempre se ha

llará integrada por los tres momentos sucesivos que aca

bo de exponer: semejanza en la inquietud inicial , seme

janza en las autoproposiciones personales, semejanza de

las figuras dibujadas por las acciones que dan temporal

actualidad al proyecto. Si a la descripción de esta suce

siva semejanza se añade la de su huella histórica, des

de que comenzó a influir sobre el mundo en torno hasta

el momento en que el historiador escribe, estará comple

to el cuadro historiográfico de una generación.

El acabamiento de la descripción no supone, sin em

bargo, la terminación definitiva del empeño. Tiene el

historiador a su vista el despliegue o, mejor aún, la edi

ficación de un parecido histórico. ¿Puede ser reducida

esa curva a la unidad de un centro intencional? ¿Existe

un centro desde cuya unidad pueda ser comprendida la

diversidad sucesiva de la semejanza? ¿Cuál es—por

usar palabras más comunes, aunque menos precisas-—el

"espíri tu" de la generación descrita?

Sólo puede alcanzarse respuesta a ta les preguntas

paseando una y otra vez la mirada—una mirada sensi

ble,  amorosa e instante—sobre la superficie en que se

dist iende temporalmente el parecido generacional . Múl

t iple puede ser el resultado de la pesquisa. Habrá oca-

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siones en que el parecido nazca de una sola intención y

ésta sea fácilmente conjeturable. Otras veces habrá ne

cesidad de referir la semejanza a un complejo de inten

ciones más o menos discernibles, pero constantes desde

su nebulosidad inicial hasta su ñnal desgranamiento en

acciones concretas. Algunas mostrará e l parecido eta

pas cualitativamente distiritas entre sí, equivalentes a las

"unidades sucesivas" de que hablé en mis reflexiones so

bre el problema de la biografía. Todo ello no contan

do la posible ordenación descriptiva del parecido gene

ral en "unidades sistemáticas"—literarias, intelectuales,

políticas, etc. '—, coincidentes o no con los subgrupos

humanos en que, como sabemos, se diversifica a veces

el conjunto generacional.

En t ra tándose del parecido generacional surge por

todas partes la misma diversidad volandera y tornadiza.

Las quiebras, las transiciones y las hendiduras de la se

mejanza histórica entre los hombres no alcanzan, cier

tamente, a negar la posible aparición de tal semejanza

en el curso real de la Historia. Demuestran, en cambio,

y muy eficazmente, que la descripción aislada de un con

junto generacional es siempre una convención historio-

gráfica más o menos acusada. Conviviendo con otros

hombres hacen los hombres su vida. Esta convivencia

puede consist ir en una relación personal y en un pare

cido biológico, histórico o social. A veces, de modo muy

poco previsible, coinciden entre sí la relación y el pare

cido histórico, y surgen, entre otros, los grupos huma-

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nos que l lamamos generaciones. ¿Quién podrá negar

que la generación, así entendida, es una realidad del

acontecer humano y un precioso concepto para enten

der y describir ade cu ad am en te la vida histórica? Lo cual,

evidentemente, dista mucho de afirmar que sean las ge

neraciones las unidades fundamentales de la mudanza

histórica

  38

.

Dos unidades elementales, que no métricas, t iene el

curso discontinuo de la Historia. Una es real: la exis

tencia personal de cada uno de los hombres que, hacien

do su vida, hacen la Historia. Otra es sucesiva: la uni

dad de cada una de las acciones históricas con que los

hombres van cumpliendo como pueden sus proyectos y

sus ensueños. De la conexión de estas acciones nacen

3 8

  E n sus prescr ipc ione s h is tor iográf lcas de  El cometido de¡ la nueva

ciencia histórica,

  p a r t e O r t e g a d e u n

  a priori:

  la rea l ordenac ión de l acon

tecer h is tór ico en e l r i tmo polémico de las generac iones. La ser ie quindenia l

de las generac iones es la re t ícula con que e l h is tor iador debe contemplar

e l curso de la Histor ia . El problema de l h is tor iador se reduce , por tan to ,

a conseguir que su re t ícula coinc ida s in e rror de para la je con la presunta

est ruc tura generac iona l de la Histor ia . Pero esa

  realidad

  de un r i tmo qu in

denia l en e l acontecer h is tór ico ¿no será muchas veces la sombra de la

re t ícula in te rpre ta t iva que e l h is tor iador maneja? ¿No habrá en lo in te rpre

t ado una p royecc ión demas iado v igo rosa de lo que He idegge r l l ama "p re

est ruc tura de la in te rpre tac ión"?

Creo muy prefer ib le que e l h is tor iador edi f ique su descr ipc ión de l curso

de la Histor ia sobre e l fundamento de la b iograf ía . Con ta l proceder , las

"un idades" de l a seme janza h i s tó r i ca—y, en t re e l l a s , l a s gene rac iones—son

más b ien "p rob lemas" y "ha l l azgos" que cons t rucc iones p rev ia s . Sé muy

bien que no puede escr ib i rse la Histor ia s in supuestos , n i in te rpre ta r s in

una "p ree s t ruc tu ra de l a in t e rp re t ac ión" ; e l  wie eigenílich gewesen  de Ran ke

puede se r una a sp i rac ión , mas no un mé todo . E l lo , s in embargo , no exc luye

la ascé t ica exigenc ia de reduc i r a l mínimo los supuestos in te rpre ta t ivos.

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los eventos, elementos operativos del acontecer históri

co.  La unidad real que es cada existencia humana va

edificándose, piedra sobre piedra, mediante una serie so

segada o anhelante de acciones personales. Un hombre,

un hombre que con ojos luminosos o con ojos ciegos

'—"ves t ido de Cr i s to" o "a t i en tas" , dec ía San Pab lo-

va buscando a t ravés de la Tierra su reposo en Dios.

33

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Í N D I C E

Págs.

C art a a Xav ier Zubi r i 8

CAPITULO I.

E L A PO Y O D E L H O M B R E E N L A H I ST O R I A . — E l h o m b r e

como ser h i s tór ico .—Los problemas de la His tor io logía .—Mo

dos de v iv i r l a mudanza h is tór ica .—La seg lar idad comple t iva .

El op t imismo del p rogreso .—El pes imismo de la regres ión .—

La inseguridad cr í t i ca .—R egres ión y cr i s is 17

CAPÍTULO  I I .

LA INSEGURIDAD DEL HOMBRE.—Muer t e , do lo r y f l n i t ud .

E l hombre , " an ima l en fe rmo" .—Fin i tud y angus t i a .—Segur i

dad an ima l , i n segu r idad humana .—El h i a to en t re e l hombre

y el m undo 41

CAPÍTULO  I I I .

LA SALIDA DE SI MISMO.—La sa l ida mí s t i ca .—La sa l ida

in s t i n t i va .—La sa l ida agón ica .—La aven tu ra i dea l .—La com

pañ ía de l hombre .—Fama y acc ión h i s tó r i ca .—La fama mun

dana .—L a fam a t rág i ca .— La fam a t ra scenden te 69

331

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Págs.

CAPITULO IV.

L A C R E A C I Ó N H I S T Ó R I C A , E L H A S T I O Y L A

  NOVEDAD.

Recapi tu lac ión .—La creac ión h is tór ica .—Seguridad y posib i l i

dad .—Esencia de las c r i s i s h i s tór icas .—Psico logía de la insa

t isfacción histórica .— El hast ío .— El afán de novedad.— Sinopsis. 101

CAPITULO V.

B I O L O G Í A E H I ST O R I A . E L I N G R E SO D E L J O V E N E N L A

VIDA HIST Ó RICA .—B iología e His to r ia .— Ed ad e Histor ia .—-

La v ida juveni l .—El adolescente y la v ida h is tór ica .—Lo im

puesto al joven.—Lo depuesto por el joven.—Lo puesto por el

joven.—Lo pro pue sto por el joven.—E l est i lo juveni l 131

CAPÍTULO VI.

L A G E N E R A C I Ó N CO M O C O N C E PT O H I ST O R I O L O G I C O .

HISTORIA DEL CONCEPTO.—I. Per íodo prec ien t í f ico de l vo

cablo.—II. Período cient í fico del vocablo.—Ranke.—Dilthey.—

Ot toka r Lorenz .—Ortega y Gasse t .—Pete rsen .—Pinde r .—

W echss l e r.—D rerup .—Resum en : Mannhe im y Pe t e r se n 207

CAPÍTULO VH.

L A G E N E R A C I Ó N C OM O C O N C E PT O H I ST O R I O L O G I C O .

TEO RÍA DE LA GEN ERA CIÓ N.— Discon tinu ísmo h i s tó r i co y

v ida pe rsona l .—La seme janza gene rac iona l .—Est ruc tu ra de l a s

generac iones .—Curso de las generac iones .— Histor iograf ía de

l a s gene rac iones

  265

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ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LOS

TALLERES TIPOGRATICOS DE LA IM

PRENTA "DIANA", LARRA, 6 , MA

DRID, EL DÍA VIII DE ENERO

DEL AÑO DE GRACIA DE

MCMXLV DE LA ERA

CRISTIANA

V S

 D E O