froilán alama el bandolero

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FROILÁN ALAMA EL BANDOLERO XXXIII La overa relinchó inquieta pateando rabiosa el suelo arenoso, haciendo chispear esquirlas de blanca arenilla. Acababa de olfatear a las bestias de la policía que por una hondonada cubierta por los chopes de yerba santa, avanzaban resueltas. Eran varios y venían guiados por el compadre de Alama, don Julio Timaná, al lugar en donde dormía, plácidamente y sin ninguna preocupación, el negro Froilán. Allí se sentía seguro de que nadie osaría buscarlo, ni mucho menos sorprenderlo, ya que el caserío lo apreciaba en pleno y velaría por lo tanto su sueño, como lo había hecho algunas veces, poniéndolo en alerta y brindándole protección. Por otra parte, sus secuaces, aunque estaban borrachos como en esa oportunidad, tendrían más tino corno en muchas ocasiones lo habían demostrado, aunque ya también estaban un poco lerdos para las armas. Además los policías casi nunca hacían incursiones por esos lugares en su busca, pues no sabían que él vivía cerca de allí, a veinte kilómetros despoblado adentro. Además era día de fiesta, la fiesta de Las Mercedes, 24 de setiembre de 1937. No, no lo buscarían a esas horas en que todos los pobladores de esas casuchitas se lo comunicarían “luego”, “luego”. Unos por temor y otros por ganarse el aprecio del Negro. Por otro lado, su compadre Julio Timaná, persona muy querida del lugar, saldría al frente en caso necesario, por algo eran compadres espirituales y se habían favorecido mutuamente. Lo que pasó con la Inés no lo sabría nunca, pues ninguna mujer divulga sus propias “vergüenzas”, salvo que fuera difícil ocultar las consecuencias de ese “mal paso”. Entonces vendría el “arreglo” y la ofendida quedaría como querida, pues no era raro tener dos, tres, cuatro y hasta cinco mujeres. Total, la mayoría de las veces, el marido salía beneficiado porque las mujeres eran las que trabajaban, ya sea vendiendo chicha o haciendo otros menesteres. Bueno, sí… Muy buen compadre era Timaná. Idolatraba a su única hija mujer, la Inés, y siempre se jactaba de que la casaría de “palma y corona” en la parroquia de Olmos. Para eso trabajaba duro y parejo, y sabía educar a los suyos aconsejándolos como todo buen padre: lo hacía hasta en exceso, por ese entonces; era pues grande la preocupación por sus hijos. Y si enseñaba, era con el ejemplo. Sí. Timaná Io quería mucho a su cumpita Froilán ... Pero cuán lejos estaba, Froilán de imaginar que, precisamente, su querido cumpa Julio Timaná, ofendió en el alma, estaba ya señalando a los seis policías dirigidos por el cabo Héctor Güives Salva, conocido como el “Cabo Güivín”, el lugar en donde se encontraba Froilán Alama. Los policías, fusil en mano y revólver al cinto, después de haber dado cuenta fácil de dos centinelas de Alama, quienes por la borrachera no opusieron resistencia a sus captores, rodearon a cincuenta metros la choza de taralla, en donde se encontraba durmiendo el ya legendario bandolero. Se tomaron todas las precauciones del caso, sabiendo de su peligrosidad y, sin dar la voz de alerta, arrodillados en la arena y protegidos por gruesos troncos de unos zapotes cercanos, abrieron fuego sin cesar. Saturaron de plomo la casucha para no darle tregua a Froilán, haciendo trizas las precarias tarallas que salían volando del lugar. Alama ya se había puesto en alerta al relincho de su bestia. Cuerpo en tierra y herido, manando abundante sangre, con revólveres en ambas manos, cegado casi por

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Page 1: Froilán Alama El Bandolero

FROILÁN ALAMA EL BANDOLEROXXXIII

La overa relinchó inquieta pateando rabiosa el suelo arenoso, haciendo chispear esquirlas de blanca arenilla. Acababa de olfatear a las bestias de la policía que por una hondonada cubierta por los chopes de yerba santa, avanzaban resueltas. Eran varios y venían guiados por el compadre de Alama, don Julio Timaná, al lugar en donde dormía, plácidamente y sin ninguna preocupación, el negro Froilán.

Allí se sentía seguro de que nadie osaría buscarlo, ni mucho menos sorprenderlo, ya que el caserío lo apreciaba en pleno y velaría por lo tanto su sueño, como lo había hecho algunas veces, poniéndolo en alerta y brindándole protección. Por otra parte, sus secuaces, aunque estaban borrachos como en esa oportunidad, tendrían más tino corno en muchas ocasiones lo habían demostrado, aunque ya también estaban un poco lerdos para las armas. Además los policías casi nunca hacían incursiones por esos lugares en su busca, pues no sabían que él vivía cerca de allí, a veinte kilómetros despoblado adentro. Además era día de fiesta, la fiesta de Las Mercedes, 24 de setiembre de 1937. No, no lo buscarían a esas horas en que todos los pobladores de esas casuchitas se lo comunicarían “luego”, “luego”. Unos por temor y otros por ganarse el aprecio del Negro.

Por otro lado, su compadre Julio Timaná, persona muy querida del lugar, saldría al frente en caso necesario, por algo eran compadres espirituales y se habían favorecido mutuamente. Lo que pasó con la Inés no lo sabría nunca, pues ninguna mujer divulga sus propias “vergüenzas”, salvo que fuera difícil ocultar las consecuencias de ese “mal paso”. Entonces vendría el “arreglo” y la ofendida quedaría como querida, pues no era raro tener dos, tres, cuatro y hasta cinco mujeres. Total, la mayoría de las veces, el marido salía beneficiado porque las mujeres eran las que trabajaban, ya sea vendiendo chicha o haciendo otros menesteres.

Bueno, sí… Muy buen compadre era Timaná. Idolatraba a su única hija mujer, la Inés, y siempre se jactaba de que la casaría de “palma y corona” en la parroquia de Olmos. Para eso trabajaba duro y parejo, y sabía educar a los suyos aconsejándolos como todo buen padre: lo hacía hasta en exceso, por ese entonces; era pues grande la preocupación por sus hijos. Y si enseñaba, era con el ejemplo.

Sí. Timaná Io quería mucho a su cumpita Froilán ... Pero cuán lejos estaba, Froilán de imaginar que, precisamente, su querido cumpa Julio Timaná, ofendió en el alma, estaba ya señalando a los seis policías dirigidos por el cabo Héctor Güives Salva, conocido como el “Cabo Güivín”, el lugar en donde se encontraba Froilán Alama.Los policías, fusil en mano y revólver al cinto, después de haber dado cuenta fácil de dos centinelas de Alama, quienes por la borrachera no opusieron resistencia a sus captores, rodearon a cincuenta metros la choza de taralla, en donde se encontraba durmiendo el ya legendario bandolero.

Se tomaron todas las precauciones del caso, sabiendo de su peligrosidad y, sin dar la voz de alerta, arrodillados en la arena y protegidos por gruesos troncos de unos zapotes cercanos, abrieron fuego sin cesar. Saturaron de plomo la casucha para no darle tregua a Froilán, haciendo trizas las precarias tarallas que salían volando del lugar.

Alama ya se había puesto en alerta al relincho de su bestia. Cuerpo en tierra y herido, manando abundante sangre, con revólveres en ambas manos, cegado casi por el polvo que levantaban las balas justicieras al chocar con el cascajo, gritó rabiosamente y a todo pulmón, sintiéndose por primera vez impotente para defenderse.

-Asómense son maricones pa que prueben mis balas. y disparaba casi a ciegas con ambas manos.

De súbito las armas callaron. Dos policías con la seguridad de haber ya exterminado al bandolero, avanzaron casi rampando, pero aún con gran desconfianza, Tras ellos, a paso lento, avanzaba también el resto de los custodios, separados, revólver en la mano derecha y el fusil agotado en la otra.

De pronto sonaron balazos. Agónico, ya entre la vida y la muerte.

Froilán logro herir en el hombro al cabo Güives y en la pierna al otro.

La choza fue rodeada ya a escasos metros...

Con el cuello acribillado por las balas, el bandolero hacia desesperados e inútiles esfuerzos por ganar a rastras la salida, como queriendo ver por última vez la luz de ese crepúsculo que se apagaba junto con su propia vida.-¡Maldita sea! -Dijo...y enterró el rostro en la arena todavía tibia que le sirvió de mortaja.El guardia Buenaventura Torres Ramos, quien fue el primero en acercarse a Froilán, le dio el tiro de gracia.La justicia había ganado la batalla. Amarrado sobre su mula que relinchaba tristemente, fue llevado el cuerpo inánime de Froilán Alama.

¡Ha muerto el negro Froilán! Era la voz que corría; los pobres se persignaban, lloraban por la noticia.

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