fray manuel sancho - mi maestro de primeras letras

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Recopilación de narraciones del Padre Manuel Sancho Aguilar, fraile de la Orden de la Merced, martirizado en 1936 en Muniesa, Aragón, España.

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FRAY MANUEL SANCHO AGUILARMercedario

MI MAESTRO DE PRIMERAS LETRASY OTROS RELATOS

Seleccin de fray Joaqun Milln Rubio, mercedario

FRAY MANUEL SANCHO AGUILARMercedario

MI MAESTRO DE PRIMERAS LETRASY OTROS RELATOS

Seleccin de fray Joaqun Milln Rubio, mercedario

EL OLIVAR 2007 Coleccin Santa Mara de El Olivar, n 4

IlustracionesEn portada, ramo de plata ganado por el padre Sancho en los juegos florales de academia Mariana de Lrida de octubre de 1906 En la introduccin, el padre Sancho, dibujo de Juan Jos Abella Rubio. En la contraportada, fotografa de El Olivar con el baluarte levando por el padre Juan Cebrin.

EL MUNDO INFANTIL DEL PADRE MANUEL SANCHO Otro librito del padre Manuel Sancho Aguilar. Va el tercero, despus de Pascualico el Trovero de las Bochas y de Cuentos y Fantasas. A este tomito, sigue un cuarto El Pozo del Zaurn y otros relatos. ste es una recopilacin de narraciones publicadas en San Ramn y su Santuario, que presento por orden de edicin en aquella revista mensual.

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Mi maestro de primeras letras y otros relatos

Son relatos autobiogrficos, leyendas, tradiciones. Primorosas redacciones siempre cargadas de intencionalidad didctica, ms o menos patente, porque, ante todo, el padre Manuel Sancho es el gran catequista. La mayora de los relatos son festivos, amables; pero algunos cifran en reprobaciones cidas; extremos que se pueden explicar si nos apercibimos de habarse producido, para una revista mensual, a lo largo de varios aos, en momentos polticos y sociales muy diversos. Este abanico de talantes se aprecia ms evidente si este tomito, Mi maestro de primeras letras y otros relatos, se acompaa de El Pozo del Zaurn y otros relatos. Yo te invito a saltarse este mi prlogo, y a entrar directamente en la lectura del padre Manuel Sancho, que debes hacer pausadamente; a intervalos, para saborearla. Mas si quieres seguir leyndome, intentaremos los dos, t y yo, rastrear, a travs del clamo del padre Manuel Sancho, los asomos de su niez, similar a la de tantos nios del Bajo Aragn de entonces y de muchas dcadas consecutivas. Su infancia fue breve, porque ingres a los trece aos en el convento de Santa Mara de El Olivar, y en aquellos

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tiempos el postulante dejaba de ser nio y su contacto con la familia devena espordico. An as no deja de llamarme la atencin la falta de referencias a la propia familia, si bien hablando de la muerte de don Eusebio, dice que l le haba enseado las primeras letras y, junto con mis padres y el seor cura, me haba enseado a Dios. Mi maestro de primeras letras, es una secuencia de vivencias personales. Ante todo el canto a su primer educador; un maestro de aquellos tiempos, generoso, entregado, orgulloso de sus muchachos; e impuesto en los medios didcticos del momento, el cuarto de las ratas, las orejas de burro, la caa y la frula, el pavor al infierno terrible de culebrones y diablos fesimos. Don Eusebio Sancho queda aureolado con el colofn de la novelita: Muri lleno das y de mritos con la muerte envidiable del justo. Al lado del protagonista, presenta el padre Sancho al entraable sacerdote don Julin, anciano, alto, anguloso, sordo y algo tartajo, que se gan la simpata del rapaz con la singular penitencia sacramental de un par de huevos fritos. Indudablemente la figura de este sacerdote y de otros clrigos, adems de la

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proximidad del convento de la Merced, fueron reclamos para su opcin religiosa. Varios aplogos del autor presentan honorable la accin del sacerdote; tales Una carta a la Virgen, donde el prroco es tan colosal, como un corazn de mieles. Tal el sabio pastor de almas, mosn Juan, que, con medida bien drstica y ocurrente, cura de raz la hipocresa del sastre pueblerino, que se vesta, verdaderos mosaicos de retazos y recortes, de los recortes sisados a cada cliente y, an con latrocinios tan patentes, pretenda aparecer impoluto, en El santo de carne. Tal el experimentado mosn que aconseja a viudita Catalina, hasta tal punto ofuscada que perciba sus equivocadas conveniencias de los toques de La campana consejera. Pero ms que esos clrigos, le influyeron los frailes de la Merced, como tantas veces nos lo expresado en sus escritos y ahora patentiza con su reportaje sobre El Convento del Olivar. En Mi Maestro, Manuel Sancho se presenta alumno inquieto, avispado, descollante, revoltoso a las veces y, desconcertantemente, mordaz con el compaero rezagado, desfavorecido, zangarulln y alcornoque. S era precoz, an he recogido yo entre sus paisanos la remembranza del nio espabilado y listo,

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que prometa mucho. Tambin he sabido que prestaba servicios al boticario. Mi maestro, el relato ms largo que conozco, no es un cuento, sino que la semblanza del maestro le ha servido al Mercedario para mostrar el mundo que vena desde su perspectiva infantil. Castellote aparece con las bellas tradiciones de semana santa de un pueblo grande tierrabajino, sus cuaresmas y procesiones, el destozolamiento de la rosca pascal; con sus hombres peculiares, pues, todos visten calzn y se cubren la cabeza con el pauelo; todos llevan una plumica en la faja, o sase una navaja de medio metro, que sirve, segun dicen sus dueos, unas veces para limpiar los dientes, otras para mondar manzanicas camuesas, y otras pa lo que ocurra; todos son buenos cantadores de jota y mejores bailadores, a fuer de aragoneses finos. Pero no solamente en Mi maestro de primeras letras, el padre Sancho nos ha relacionado con su infancia; en La Cucafiera representa el primer instante de espanto del nio ante un artilugio siniestro que, trado de Jaganta, primero lo asusta, luego lo intriga, finalmente lo divierte.

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Le gusta el tema de los nios desgraciados. Tal Fermn el Sastrico, huerfanito de Carta a la Virgen, que, contando slo con la Mara santsima y el cura, llega ser papable. El Saboyanito, es una elega con final feliz; la secuencia de desdichas de un chiquillo que se abre paso entre la miseria y la crueldad con ayuda con su oso Ballerino; sin duda una fantasa sobre los nios que recorran nuestros pueblos con los comediantes. No siempre los nios son buenos; El violn encantado es un aplogo, una ficcin acerca del poder de la msica, para hacer el bien o para conducir el mal; Pedrn, mas pobre que las ratas y ms desdichado que el perro de un pordiosero, hurfano sometido a la maldad de una bruja, es remediado por el hada del bosque con la entrega del instrumento mgico; ms lo pierde cuando el pequeo utiliza su poder para vengarse. En Las Laterinas se echa de ver al nio curioso por leyendas de los pueblos; religiosos hasta el punto de ver en todas las notabilidades la accin de Dios. En esta parbola venera la huella de Dios en una vaguada cuajada de flores ms blancas que la leche, figurando que las laterinas de todo el mundo enflorecieron cuando, en el camino de Egipto, cayeron sobre estos arbustos unas gotas de leche de la Virgen

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desde la boquita del nio Jess. Manuel, o Pedrico, es el nio que se emboba con los cuentos de los viejos para explicar las galas de una fronda o las coloraciones de los peones, como las sanguinolentas de los roquedos conminando al mentiroso Pepiyo en Garbanzos como melones. Acepta las explicaciones sublimes de las fuerzas telricas, como en La sima del Diablo, el cuentico que el to Sentencias le refiri sentado al borde de la sima, casi un xtasis: ensanch el mentor- las piernas como los brazos abiertos de un comps, me sent entre ellas, apoy mi bracito en su muslo y la cabeza en mi palma abierta, puse mis ojos inocentes en los suyos mirndole tambin con la boca entreabierta El nido delata la pasin de todos los nios de todos los pueblos por los nidos y los pajaritos. Mas Manuel los quera coger para tenerlos en casa; de ningn modo, horror!, para comerlos. De estos relatos, buena parte es fruto de la memoria de los pueblos, pequeas hazaas o recuerdos jocosos, que se contaban al amor del hogar en las tertulias de las largas noches del invierno turolense. Tales la aagaza del to Menti, en Migas con ajo. La burla del ventero to Celipe sobre los fanfarrones arrieros de Lcera, en Bajarse del burro. El artilugio del

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pobre bastero para remediar su hambre, en Cosas del to Albardero, uno de esos tipos del pueblo que no faltan en ningn lugar de Aragn, que tienen ocurrencias y chistes famosos, que saben ocultar una agudeza en medio de una aparente sandez. La socarronera del campesino dudosamente privado de audicin, pues tena los odos muy despiertos cuando le convena; que birla su pieza a los cazadores y an se befa de ellos, en La Sordera del to Valenciano. La lealtad del baturro a su rey, personificada en el alcalde de Carrascales, en Viva el Ray. Las sempiternas imaginaciones de duendes o aparecidos y las consejas siniestras de tumbas o cementerios, en Con las nimaschitn y en La fantasma. Por cierto que es en este cuento el nico donde se detiene a retratar a una mujer, la Quica, una muchacha pizpireta, morenica como nispola, los labios encarnados como carne de sanda, alegres y bailadores los ojos. Otra cosa son, igualmente hilarantes, pero custicamente crticas, Concilibulo infernal, acre denuncia de las modernidades que estaban socavando la moral, fantasa que no firma el padre Sancho, pero que es de su estilo y est en su apartado habitual; la fbula de Animales comunistas, maravillosa, por la originalidad de la invectiva, as como Garabatos y

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Piruetas, por el mordaz amao para significar los malos comportamientos en el templo Por si acaso an no lo sabes o por si lo has olvido, para cuenta de que el padre Manuel Sancho Aguilar naci Castellote, Teruel, el 12 de enero de 1874, ingres en El Olivar a los trece aos, convento en el que recibi casi toda la formacin religiosa, humanstica, filosfica, teolgica. Ordenado sacerdote el 18 de septiembre de 1897, fue profesor diecisiete aos en Lrida, en el colegio y en coristado mercedarios. Desde el 22 de agosto de 1909 estuvo en Barcelona, confesor, director de la escolana, predicador de retiros y ejercicios espirituales. El 11 de julio de 1925 regres a El Olivar, para director espiritual, formador y profesor, hasta el da de su martirio, fusilado el 7 de agosto de 1936. Brill como educador, msico, poeta, telogo, mstico, catequista. Sus producciones son incontables y pasmosas por lo variadas. Sus ministerios pueden darnos la clave de la diversidad de su produccin. Estuvo muchos aos con nios, y quiso educarlos deleitndolos, por eso sus catecismos, sus zarzuelas, sus misas esa pluralidad de cuentos, fantasas, relatos.

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Pero, adems, pienso que tena clara su misin de ser memoria colectiva. Que lo es. Presento los textos tal cual salieron en San Ramn y su Santuario, con sus irregularidades ortogrficas. Fray Joaqun Milln Rubio

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MI MAESTRO DE PRIMERAS LETRAS I Ello era ya hace bastante tiempo, pero lo recuerdo como si ayer me hubiera sucedido; y como los aos dejan en un cuadro viejo oscura ptina, a travs de la cual parece cubrirse del especial encanto que da el misterio, as los aos tal vez den a los recuerdos de mi niez su toque de hermosura. Que no? Vais a verlo y vosotros juzgaris. II Mi maestro de primeras letras tena para los chicos ms chicos de la escuela medios pedaggicos especiales, que no usan los flamantes pedagogos de ahora. Tenan una caa larga y una frula; item cncana y orejas de burro, aunque estos eran recursos supremos y no solo para los ms chicos, sino tambin para los medianos y ms grandes. Pero sobre todo tena un cuarto oscuro, cuya puerta era lo nico de l visible; porque era su interior un amasijo de tinieblas y polvo de esteras, y se entrevea un haz de caas largas sin pelar. De all salan las caas con que nos largaba caazos cotidianos. Haba all ratones tamaos

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que chillaban y hasta mordan. Pareca que en aquel cuarto tena morada todo lo execrable. Hasta los grandes lo teman. Hubo un muchachn que, estando el maestro ausente, se atrevi un da a entrar corriendo hasta tocar las caas; pero volvi a salir de prisa y se rompi las narices del golpazo que se dio contra la pared con lo ciego que sali. Luego de sosegarse, nos asegur haber visto una cabeza peluda y dientes tamaos como bacalaos... Los sbados, cuando los chicos salan de la escuela, quedbamos algunos para barrerla y para hacer de paso alguna fechora. Un da me toc quedarme a m con otros dos. Uno de ellos, el mayor de la escuela, era para m un orculo. T, Andrs, sabes donde est el infierno?le pregunt impresionado por la leccin de catecismo que trata de las postrimeras, y que el maestro acababa de explicarnos. El infierno? ya dice la doctrina donde est: Es un lugar en el centro de la tierra Pero la doctrina no dice por donde se entra, y eso lo vas a ver ahora mismo. Diciendo esto abri la puerta del cuarto de los ratones y dijo indicndome el fondo oscuro que pareca hundirse hasta lo infinito: Por all!!

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Desde entonces, cuando pensaba en el infierno, pensaba en el cuarto de las ratas. Tena fondo aquel cuarto? Nadie lo saba; nadie lo haba visto. El fondo me lo figuraba yo como inmensa cueva oscura, larga, muy larga, que se suma en oscursimo declive, y al fin, all hondo, muy hondo, hoguera inmensa de azufre, gritos, demonios, chirridos de cadenas y aullidos de molosos negros de llameantes ojos... Con estas ideas qu terrible miedo se apoder de m al cuarto aquel abominable, donde todo mal tena su asiento, cuando por vez primera, mi maestro me plantific delante del cuarto de las ratas, abierta la puerta hacia m como boca de lobo, y me dijo: Si te me portas as, tan juguetn para distraer a los otros, y tan poco estudioso... te encierro ah dentro! Qu terrible efecto produjeron las amenazadoras palabras! Al da siguiente saba mi leccin doblada, en mi cartapacio no haba borrones y hasta guard compostura notable durante el estudio. Adelant, pas a otra seccin... fui el primero en poco tiempo. El cuarto de las ratas fu la base sobre que se fundamentaron mis estudios. III El seor Maestro no se ingera as como as en los asuntos religiosos. Enseaba religin,

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nos haca estudiar de memoria el catecismo; pero las explicaciones las haca muy por encima, eso s, adaptadas a nuestra manera de ver las cosas. En mayores honduras jams quiso meterse: saba muy bien que eran cosas del cura, y a l nos relegaba despus de tomarnos la leccin del catecismo, no perdonndonos ni una tilde de ella. Por cuaresma, antes que llegara la hora ordinaria de salir de la escuela, nos haca ir a la iglesia; all nos esperaba el seor Cura. Dos nios, uno en cada pulpito, decan un captulo del catecismo, uno preguntando, otro respondiendo. Luego el seor Cura, ponindose ante su grey infantil, agrupada en el presbiterio, iba haciendo preguntas y aadiendo explicaciones. La verdad, no le entendamos gran cosa; ms comprendamos al seor Maestro, cuando nos deca, por ejemplo: En el infierno hay diablos horribles, y humo, y fuego, y culebrones negros, como aquellos que enseaban los comediantes. Aquello es terrible!! No pequis nunca, hijos mos, porque pararais all con los diablicos. O bien cuando deca: El cielo es el lugar donde van los buenos. Es grande como una plaza de cientos de leguas. Hay all tronos de nubes, como esas que rodean la custodia; en los tronos se sientan la Virgen, San Jos y todos los ngeles y

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santos. Encima de todos, y muy hermossimos y regrandes, estn el Padre, el Hijo y Espritu Santo, tres Personas distintas y un slo Dios verdadero. Amn decamos los chicos. Aquello se entenda, caramba! Lo del seor cura era ms oscuro, y lo oamos un si es no es distrados y cansados. Menos mal cuando era el seor Cura prroco el que nos catequizaba; pero cuando caamos en manos del P. Julin, aquello, ms que aburrido, era temible. Era el P. Julin un anciano exclaustrado, alto, anguloso... Era sordo y algo tartajoso, y hablaba a gritos. Nunca le vi sonrer. Explicaba poco y preguntaba mucho. Sentado enfrente de nosotros en un silln de baqueta, empuaba una caa larga, la caa de la doctrina, semejante a la caa del seor Maestro. Desde su silln alcanzaba con la caa a todos los nios, y si alguno se alejaba del grupo huyendo de la quema, ya tena el seor Maestro buen cuidado de pegarlo al grupo, dicindole bajito: Arrmate: as aprenders. Qu desgracia! tener que aprender el catecismo a puro caazo! Hay Dios? preguntaba el P. Julin. S, Padre. Cuntos? Tres.

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Caazo. T Cuntos? Uno. Y personas? Dos. Otro caazo. D, t. Tres. Y as, por el estilo. Jams perdonaba el P. Julin: a cada disparate, caazo. Adems tenamos que contestar a gritos, pues era muy sordo el pobre viejo. Al terminar la catequesis, marchaba el catequista y, arrodillados ante el altar, entonaba el seor Maestro y seguamos los chiquillos: Cmo nos despediremos del Santismo Sacramento? Cmo nos despediremos? Rezando el padrenuestro. Cmo nos despediremos de la Purisma Mara? Cmo nos despediremos? Rezando el avemara. Maleja era la poesa. Verdad es que corra parejas con el canto: pero cantbamos con un entusiasmo que haba que oirnos. Retumbaban nuestros gritos en las bvedas y, luego que se perdan en ellas los ecos, rezbamos con

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bastante devocin el padrenuestro y el avemara que prometan nuestro canto. Segua una pausa en silencio. El seor maestro nos tena advertido en la escuela que aquella pausa era para hacer examen de conciencia y para pedir perdn a Dios. Tambin nos tena advertido que mirramos a Cristo en la cruz pidindole misericordia para los pecadores. As lo hacamos. Nadie rechistaba entonces. Se oa el crepitar de las velas ardiendo... Despus salamos de la iglesia con nuestro poquillo de devocin. Ya era mucho pedir para gentecilla tan inquieta y bulliciosa! IV Las preparaciones catequsticas terminaban con la confesin sacramental. No elegamos confesor; nos lo ponan delante, como a los soldados. El P. Julin confesaba en la sacrista, porque haba que gritarle los pecados. Me cupo l en suerte la primera vez que confes. Estbamos una lnea de chiquillos ante el crucifijo, pidindole perdn por nuestras faltas, que esto nos lo encargaba mucho el seor Maestro, y hasta nos enseaba como habamos de confesarnos. Me toc a m el turno. Entr en la sacrista: estaba semioscura. El P. Julin, sentado en su silln de

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baqueta, me hizo seal que me acercara. Me llegu temblando. Qu le dira y qu pecados tena yo? Los tena blancos o negros? Terrible duda! Me arrodill, rec el confteor. El P. Julin me cogi por el brazo, me acerc ms a l, me envolvi con el manteo y, dentro de aquella oscuridad, me sopl fuerte a la oreja, hacindome cosquillas las palabras: Cuntos pecaditos tienes? Pobre de m! No s que dije; pero s que me acuerdo que el P. Julin ni me ri ni me dijo las cosas tremebundas con que me haban asustado antes los chicos. Slo me dijo al terminar: Te gustan los huevos estrellados? S, padre. Pues por penitencia, rezars un avemara y le dirs a tu madre que te de un par de huevos fritos. Cumpl las dos partes de la penitencia al pi de la letra. Desde entonces perd el miedo al P. Julin, y con nadie me confesaba con ms gusto que con l. V Tales fueron las impresiones que recib en mis primeros aos de escuela. Ms tarde, pasados los carteles y la Cartilla, leidos el

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Catn y el Fleury, todo el empeo de los chicos era por llegar a la octava seccin, seccin ltima, seccin privilegiada. Oh los de la octava seccin! Quin fuera de la octava seccin! Sin embargo, a nadie castigaba ms el seor Maestro que a los de la octava seccin, y eso que era su seccin ms querida. Qu de palmetazos reparta por los miembros de ella! Y es que nuestro preceptor manifestaba su cario a palmetazos. La famosa seccin octava era la de los listos y a la vez de los ms enredadores, porque no s qu demontre tenamos los listos que no podamos sosegar un segundo. Estbamos sentados en el banco ms apartado del seor maestro, quien, mientras escriba., dejaba caer con frecuencia hacia su seccin predilecta sus ojillos zarcos y penetrantes como leznas. Virgen, qu miradas! Temblbamos como azogados a cada uno de aquellos saetazos que nos diriga por encima de la curva armadura de los antejos, y a pesar de aquellos temblores, recorran toda la octava seccin por debajo de los muslos bolitas para jugar, serbas secas, pellizcos y horror!... hasta algn cigarrico. Pero el maestro ola el contrabando y la frula cumpla como buena. A la vez, cuando aquellas diabluras eran hijas de la espontaneidad infantil y no se

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excedan de maliciosas, el maestro reparta caazos, porque la palmeta era castigo de culpas premeditadas y el caazo solo se empleaba para corregir menudencias, consecuencias necesarias de la hervorosa sangre de los rapaces, y como estas faltillas eran continuas, los caazos se eslabonaban tambin unos con otros. Todo esto tena lugar mientras estudibamos, que cuando el seor maestro haca alguna advertencia, entonces nadie chistaba, si bien a veces solamos los de la octava seccin entablar relaciones con los pis y vengar a pisotones recientes resentimientos. A parte de estos pequeos desahogos, indispensables a nuestra edad, nuestra formalidad escuchando a D. Eusebio era edificante. Todas las vsperas de fiesta gorda no faltaba el sermoncico de rbrica, discurso sencillo al alcance de nuestras inteligencias. El Mircoles Santo, por ejemplo, al anunciarnos el maestro las deseadas vacaciones de siete das, nos deca sobre poco ms o menos: Seores (nos trataba de seores): En estos das de Semana Santa espero que se portarn ustedes como deben... (Aqu vibraba la caa que empuaba a guisa de cetro). Maana, Jueves Santo, acudirn todos a Misa Mayor, que oirn desde el coro como de costumbre. No quiero que me baje nadie a la Iglesia, ni me

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lleven el paso detrs de los judos, ni me toque la matraca y carracas, exceptuando a la hora de Tinieblas. En la procesin de Viernes Santo me irn todos en dos hileras; que ninguno se mezcle a los cirineos, ni les pisen las colas de las lobas, ni le tiren chinas al Judas: es de cartn, seores, y hay que dejarlo en paz. El sacristn se me ha quejado de que un arrapiezo le ha puesto al Judas un cigarro encendido en la boca y ha cometido en la estatua otras barrabasadas. No esto, sino mucho ms merece el que vendi a Cristo; pero repito, seores, que el Judas de la parroquia es de cartn. Cuidado, pues, en hacer con l herejas, por. que... (Nuevo y ms significativo bamboleo de la caa. Los de la octava seccin hacemos firmes propsitos de guardarles al Judas todo gnero de miramientos). Adems, prosegua el maestro, debo decirles que el da segundo de Pascua saldremos a estozolar la rosca al Regallo. Pueden ustedes venir en mi compaa, si as les place. Y con esto y repetirles de nuevo que se me porten como hombres en estos das, me despido de ustedes hasta despus de las Pascuas. El maestro terminaba su arenga con una sencilla oracin; luego salamos muy ordenaditos de la escuela; don Eusebio cerraba la puerta, calbase la gorra, requera la cayada, y

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serio, digno como siempre, doblaba la esquina. Los muchachos nos desparramabamos por calles y callejuelas. VI Agrupados a la puerta de la Iglesia, todos los chicos de la escuela, sin faltar uno, esperbamos al oscurecer del Viernes Santo la salida de la procesin. El maestro, descubiertas las canas venerables, tambin esperaba. Arriba en lo alto de la torre, oamos un estrpito sordo, algo parecido a una avalancha de pedruscos rodando por un pedregal, pero con ruidos mates, oscuros y a la vez acompasados: era aquello las matracas de la parroquia que tocaban la Agona de Cristo. Los rostros enrgicos de los hombres estaban sombros, plidos los de las mujeres; el pueblo en masa, se apretaba dentro y fuera de la iglesia, pero silencioso, con el silencio del dolor. Los chicos estbamos muy calladitos y algn suspiro mal reprimido demostraba que tambin nosotros participbamos del comn sentimiento. En el rostro del maestro slo se lea la seriedad de siempre: miraba hacia dentro de la iglesia, cuyas puertas estaban abiertas de par en par, observando los preparativos de la procesin, y luego echaba otra mirada ms

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mansa que de costumbre a todos sus discpulos. Un nombre vestido de hopa, en la cabeza el capirote cnico de los penitentes y cubierto el rostro, apareci a la puerta de la iglesia. Llevaba pesada cruz sobre los hombros y arrastraba penosamente con los pies largusima cadena, asida a los tobillos por doble argolla. Un rumor de compasin recorri la muchedumbre, y los chicos, muy callandito, mirbamos al penitente; con ojos de piedad. Algo ms atrs segua la peana de los apstoles llevada por cuatro cireneos, que as llaman en mi tierra a los penitentes de Semana Santa. En aquella peana iba el Judas, de ojos atravesados, luenga barba negra y a la cinta colgado el enorme bolsn. Una mano alevosa le haba abierto a navaja un agujero redondo en la boca, que la tena algo requemada: eran los efectos del pitillo de marras. Los chicos miramos al Judas con rabia. Junto a l iba el buen Jess acaricindole con su blanda mirada que pareca derramar perdones, y el ingrato Judas se le vea en la cara! urda el plan infame de los treinta dineros. Pillo!dijo uno de la octava seccin rechinando los dientes; y como si aquella exclamacin fuera la compuerta que reprimiera ocultos odios infantiles, alzse un runrn de mal agero para el Judas: A

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romperle la crisma!Redi, yo llevo un guijarro!A darle un garrotazo en el cogote! Chissst!:..dijo el seor maestro, barriendo con una mirada aquellos barruntos de tempestad judaicida. Silencio profundo: el Judas pas sin otro percance. Y como los muchachos tenamos que formar al principio de la procesin y esta tena trazas de querer salir, el maestro hizo una seal y empezamos a andar no sin mirar hacia atrs para ver los pasos. All, en el fondo de la iglesia, se revolva la comparsa de soldados romanos, judos, como all se les llama, con sus lanzones y cascos relucientes, en cuya cimera, contra la propiedad de indumentaria, campeaban pompones de infantera. Tambin veamos los chicos que iban avanzando en sus andas la Virgen de los Dolores, blanca de cara como una azucena, dolorido el semblante, semiabiertos los labios para suspirar, dos lgrimas asomadas a sus ojos clavados en el cielo. Ay Madre ma!deca yo con la garganta anudada. Los cirineos se arremolinaban, y entre aquella babel de estatuas, judos, faroles, penitentes, hachones y guardias de la Benemrita, era cosa notable que apenas se escuchara otro ruido que el de los pies al arrastrarse por el suelo. El mismo seor cura mandaba por

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signos y, cuando estos no bastaban, por una advertencia en voz baja. Poco a poco base encauzando la procesin, saliendo con orden de la iglesia. El tambor de los judos con ruido destemplado y profundo, marcaba un paso de marcha fnebre; las matracas seguan enviando desde lo alto de la torre un lgubre machaqueo y, delante de la procesin, un torrente de voces argentinas, las voces de los nios, y entre ellas otra voz bronca e insegura, la del maestro, cantaban: Es la pasin de Jess un reloj de gracia y vida, reloj y despertador que a gemir y a orar convida. Luego silencio profundo y la procesin contina. El penitente de la cruz v junto con los nios, y el ruido de las cadenas que arrastra dice muy bien con aquel conjunto de tristeza. El buen maestro camina en el medio de la doble fila de sus discpulos y tiene el rostro grave; de vez en cuando empieza una nueva estrofa que los muchachos corean. Reloj de la Pasin se titula el canto que enton don Eusebio. Cada estrofa tiene una consideracin distinta, basada en cada una de las horas que dur la pasin del Salvador del

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mundo, y despus de la estrofa el maestro deja transcurrir algn tiempo para que los fieles rumien despacio aquellos misterios. La procesin recorre el pueblo y, ya de retorno a la iglesia, al terminarse el Reloj de la Pasin, cuando la Virgen de los Dolores entra en el templo, canta el maestro y seguimos los muchachos: Triste Madre de mi Dios, sola, viuda y sin consuelo, ya que no lo puedo yo, llorad, ngeles del cielo. La iglesia se llena; los cireneos dejan las andas; calla el tambor de los judos y las matracas de la torre; chisporretean las hachas, los nios nos apretamos en un rincn El cura dirige a sus feligreses algunas sentidas palabras que conmueven a la multitud ya predispuesta; rzase un poco; apganse las luces; sale la gente de la iglesia; ya en la calle, cada cual busca a su familia o sus amigos a tientas, porque est la noche oscura, y tranquilos, hablando en voz baja nos encaminamos a nuestros hogares... VII El da segundo de Pscua, al atardecer, los chicos de la escuela salamos al campo para

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estozolar la rosca, acompaados del seor maestro. Llevaba cada quisque su atadijo a la espalda y no se necesitaban narices de pachn, para percibir que de aquellos envoltorios salan olorcillos confortantes de magras, conejo fiambre, torticas de alma y sabrosas ensaimadas. El rostro del seor maestro estaba alegre por excepcin, las cuales excepciones l guardaba para das como el de nuestra historia; pero la cara de pascuas del buen anciano no le haca perder su dignidad caracterstica: sonrea, hablaba con su poco gracejo y nada ms. Porque el renacer de la naturaleza tena su eco en don Eusebio, le rejuveneca y, al mirar aquella riqueza de vida que apuntaba por doquiera, bulla con ms energa la sangre en las venas cansadas del viejo preceptor, y hallaba motivo de gozo nuevo en cualquier incidente pequeo de los innumerables de aquel da de asueto. Nunca est el maestro tan ocurrente como aquella tarde; todos sus discpulos queremos caminar bien cerquita de l y hay codazos y empujones furtivos por conseguirlo. Por supuesto, los de la octava seccin, que somos los ms tiesos y hazaosos de la escuela, logramos el codiciado puesto. El maestro, que observa nuestras maniobras y que se mira rodeado de su seccin predilecta, nos hecha una mirada de agrado y dice:

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Hola, mi Legin de Honor! No faltis ninguno, eh? No, seor. Pues a ver quin tiene mejores piernas. Ea, una corridita! Dicho y hecho; los chicos nos formamos en columna con la pierna izquierda al frente y, a una seal del maestro, partimos veloces como flechas hasta tocar la meta, de antemano sealada, y volver al sitio donde espera don Eusebio al afortunado vencedor. En el camino se quedan unos cuantos despeados y contusos gracias a sendos porrazos y tropezones, y los que volvemos llegamos con sobrealiento y cada gota de sudor como avellanas o poco menos. Un aplauso del maestro y de los chicos que con l han quedado, es la corona del vencedor. Despus de este ejercicio gimnstico, seguimos nuestra caminata y, a poco, damos con el fin de ella. Ya estamos en el regallo: all se va a estozolar la rosca y a pasar la juerga de la tarde. El maestro se rene a su familia que ya le espera a la sombra de unas mimbreras, cabe a una fuentecilla de escaso aunque fresqusimo caudal, un chorrito que mana en hilos de entre unas races y luego, encauzado en una hoja de caa, cae con rumorcito asaz agradable. All se dispone a merendar don

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Eusebio con los suyos y nos deja el campo libre a los muchachos. La tarde se presta para la gira infantil. La brisa nos orea las caras con besos de frescura y nos menea los cabellos, y tambin ondean los trigos a su impulso y cabecean entre aquellas llanadas de lozana verdura las rojas amapolas y las pamplinas de color de oro. Oh la brisa enredadora! es como los chiquillos: todo lo mueve, en todas partes se mete derramando siempre alegra. Que lo digan sino los juncales de que abundaba el pradecillo en que nos refocilbamos aquella tarde: colbase por entre ellos el airecillo y murmuraba entre dientes cosas ininteligibles, pero que decan perfectamente con el rumorcico de la fuente y con el regato que bulla tambin all cerca... Cada cual desli su atadijo y, tumbados boca abajo los ms, de memoria los menos, otros de costado, otros cmo caa, sembrse de chiquillos y viandas y servilletas la mesa redonda que nos ofreca la madre natura, mesa cubierta de rico mullido mantel de terciopelo con sus flores de adorno y su frescura agradable de aadidura. Es de rigor en esta merienda estozolar la rosca, o siquiera un huevo o una naranja al menos. Consiste el tal estozolamiento en hacer rodar por el suelo los diversos manja-

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res; una vez estozolados pueden comerse, antes, no. Despus que cada cual hubo contemplado a su sabor la merienda y hecho admirar sus componentes sustanciosos a los compaeros, empieza la ceremonia. Vieras, caro lector, rodar por el csped roscas que se partan a las dos vueltas, bodigos redondos, molletes largos, tiernas ensaimadas, naranjas, huevos duros y... servilletas liadas en forma de pelota, y... hasta terrones intrusos que nadie supo de dnde cayeron. Protesta general contra los de los terrones. Que ha sido Pacorro! que ha sido el Chato! que no ha sido nadie!... Crece el barullo, calintase la sangre, vuelan amenazas, cada cual quiere recoger su merienda, pero con aquella mezcla de especies, quin se entiende? Esa naranja es ma. Mientes! Ladrn.... Yo ladrn?...Pim, pam! Dos bofetadas de rdago. Ayyy!... Venga mi ensaimada. Toma.Paff!... Un terrn se pulveriza contra un inocente colodrillo. Se acab el orden: la pelea es general y, en diversos pelotones, convirtese la mesa redonda en campo de Agramante.

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Altooo!...grita una voz vigorosa; y unas manazas no menos vigorosas empiezan a repartir sopapos, y se sosiega el tumulto. El seor maestro, con una servilleta al hombro, qudase derecho en medio del prado contemplando los efectos de aquella sarracina con los brazos cruzados. Unos estn de rodillas sentados sobre los talones y rascndose la cabeza; otros, agazapados entre los juncos; el descalabrado por el terrn, oculto tras de un montculo, largo y apoyado sobre el codo, como gladiador moribundo; otros en pie y en la mano la pretina del pantaln rota en la pelea, o metindose los faldones de la camisa. Oh, cafres! cafres!grita el maestro. Ni siquiera en este da, ni siquiera en esta tarde podis jugar tranquilos; pero... Basta, que no es este sitio de sermones ni de castigos. Ya os tomar cuentas en la escuela. Ahora a merendar, y no contine el cisco, porque... Y el maestro blandi la servilleta de un modo tan expresivo y nos mir de tal manera, que tomamos todos la firme resolucin de comer terrones en vez de la extraviada merienda antes que faltar al orden. El maestro nos ley en los ojos estos pensamientos y se retir a su fuentecica. Ya solos, curamos al descalabrado con telaraas, remedio muy conocido de los chicos,

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nos tumbamos de nuevo, hicimos por olvidar nuestras iras, nos compusimos como mejor pudimos para recuperar nuestras meriendas, y la tarde se continu sin otro incidente digno de memoria. Al poco rato, llenos ya los estmagos, se empez a saltar, a revolcarse en la hierba, a hacer presas en el regato, y cuando las primeras sombras de la noche empezaron a caer, acompaados de don Eusebio, regresbamos al pueblo, cuyas casas se vean all lejos, recostadas sobre el declive de los peascos, apretadas unas a otras para sostenerse como buenas amigas. De las chimeneas salan columnas de humo que auguraban buena o mala cena; oanse los cencerros de los ganados, los silbidos y gritos de los pastores, el resonante traqueteo de las bestias de carga al pisar sobre el camino pedregoso... y los chicos charlbamos, gritbamos, corramos... Maldito el recuerdo que tenamos de la pasada refriega. VIII Por San Juan son los exmenes pblicos y los chicos nos preparbamos para aquella solemnidad con un mes de anticipacin. El buen maestro hace barrer y adornar la escuela la vspera de exmenes lo mejor que puede, y en

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la maanita del da de prueba nos presentamos los alumnos en la escuela bien mudaditos y peinados y limpios, a excepcin de unos cuantos empedernidos adanes, de roa a prueba de jabn y enmaraadas guedejas a prueba de escarpidores. Ocupa la presidencia el seor cura; a su lado vnse el seor alcalde, el juez y otras personas de viso. El maestro va de una parte a otra apilando libros, distribuyendo cuadernos, afanndose en otras menudencias, sudoroso, regocijado, porque aquel da es de regocijo para el laborioso profesor, que recoge el fruto de sus fatigas. Comienza el seor cura preguntando el catecismo, y los chicos respondemos a satisfaccin, porque precisamente el catecismo es lo que el seor maestro nos ensea con ms empeo. El seor cura felicita al preceptor y ste le da las gracias. Luego nos llaman por secciones. Los de los primeros carteles del silabario se desocupan pronto, entre letra y letra se limpian el moco con la manga o... no se lo limpian dejndolo fluir libremente. Asqueroso!dice el maestro encarndose con uno de estos ltimos violadores de la urbanidad y buenas maneras, que era un melladito de canija figura, labios con releje y legaosos los ojillos de murcilago.

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Dnde est el moquero? Ez que..., ez que... el moquero me lo ha quitao mi hermana. Retrate de ah, so co...chino!... Con perdn, seores; pero estas criaturas... Y el maestro, despus, de estas excusas, dice:Adelante la segunda seccin! Las mismas peripecias que en la seccin anterior, con ms picarda y menos moco. Y as va siguiendo, seccin tras seccin, hasta llegar a la ltima, la octava. Convencidos de nuestra superioridad, nos presentamos los de esta seccin tiesos, sin ningn encogimiento, bajo el brazo los libros nuevecitos. El seor maestro se esponja y manda con voz segura: A ver el Cntico de Moiss. Y decimos el Cntico de Moiss, cada uno su versculo. Luego declamamos versos, dilogos; conjugamos, analizamos; recorremos en un santiamn el mundo con el puntero; meneamos la mquina del universo con los dedos; sacamos cuentas en la pizarra, la regla de tres, la de inters, sin vacilar, con mano firme. Nos pregunta el cura, nos pregunta el juez, nos preguntan todos y se espigan nocioncitas de Historia Natural, de Gramtica, de Historia de Espaa, y hacemos desfilar delante de nuestros atnitos examinadores, leones y panteras, patatas y habichuelas, fenicios y cartagineses..., y

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llenos de entusiasmo patrio, tratamos a Anbal de tuerto y a Napolen... de panarra! Haba que ver rer y gozar a la presidencia y sonreir y aprobar al seor maestro! Pero... ay, que todo tiene su pero y tambin en la octava seccin lo haba! Era el pero un zangarulln como un trinquete, el ms alto de la escuela y, a proporcin, el ms alcornoque. Nosotros protestbamos en voz baja contra aquel intruso, s seor, intruso, pues era poco listo para codearse con nosotros. Sin duda el seor maestro por compasin al verle tan grandote, para animarle y darle alas, lo haba agregado a su Legin de Honor; pero nosotros decamos que haba subido por influencia. Eso s, esta influencia no haba podido hacerle adelantar un puesto en la seccin octava, y siempre iba a la zaga de ella. Este desdichado, pues, sali a la pizarra y toda la seccin temimos que nos iba a deshonrar. El maestro no quiso hacerle preguntas muy hondas y se content con decirle: Vamos a ver: cmo se llama la ltima de las cuatro operaciones aritmticas? Aturrullse el examinado y nos ech una mirada de soslayo pidiendo auxilio. No podamos prestrselo fcilmente porque exprofeso nos haba colocado el maestro algo lejos; pero ya que no podamos apuntar de palabra, apuntbamos con gestos, y cundo el atribulado

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pero de la seccin octava nos mir, vi manos que hacan accin de desmenuzar, dedos que aserraban otros dedos, palmas abiertas que, de canto, recorran la cabeza a lo largo como partindola en dos: no podamos decirle ms claro divisin, y l nos comprendi tan bien que, encarndose con el maestro, contest muy convencido: Ellos parten. T s que me has partido, gaznpiro exclam, lleno de indignacin, Don Eusebio. El cura se mordi los labios de risa; los otros de la presidencia tosieron; nosotros no dijimos nada... Qu bamos a decir los corridos listos de la escuela? Sin embargo, el buen preceptor quiso sacar a flote aquel pedazo de leo con otras preguntas, y le dijo: En la divisin hay una cosa que se llama dividendo, no es verdad? S, seor. Y otras dos cosas que se llaman divisor y residuo, no es eso? S, seor. Hasta aqu contesta usted perfectamente; pero vamos al caso, no me sabra usted decir cmo se llama la otra cosa de la divisin? La otra cosa de la divisin! Qu cosaza debera ser cuando pona en tales apuros al pobre alumno! El cual volvi de nuevo hacia

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sus condiscpulos los ojos interrogadores que tropezaron con los mos. No supe cmo apuntarle cociente, y entonces record una regla que yo le haba dado para ayudar la memoria. Cuando quieras acordarte de cociente le haba dichopiensa que se parece a una cosa que escuece, que pica, y vinindome a las mientes la reglita de marras, entreabr los labios, le mostr la puntita de la lengua cogida entre los dientes, como diciendo Escuece!... cociente! El me comprendi al momento, porque cuando el maestro, impaciente, tornaba a preguntarle cmo se llama la otra cosa de la divisin, l contest sin vacilar: Picante. Cazurro, digo yo, badulaque grit don Eusebio, perdiendo la paciencia; y el cura procur sosegarle con estas palabras: Clmese usted, seor maestro; no hay que pedir ms a este pobre chico: es un zote y ab asino... Lanam, seor cura. Para bruto naci, qu vamos a hacerle? Y tiene ya diez y seis aos!... Retrese usted de ah, que me avergenzo de tenerlo por discpulo... y ustedes continu el maestro, dirigindose a nosotros con voz ms sosegadapueden tambin retirarse. Con este incidente terminaron los exmenes. Luego se procedi a la reparticin de premios

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y cada chico recibi su cucharada de confites, retirndonos luego a nuestras casas satisfechsimos. El seor maestro, el cura y dems dignas autoridades que presenciaron los exmenes, se quedaron solos en la escuela comentando los episodios del acto, colmando todos al maestro de alabanzas merecidas. IX Mi maestro era religioso ante todo. Por las tardes, despus de las clases, nos conduca en dos filas a rezar el rosario a la iglesia de la Patrona del pueblo, la Virgen del Agua; l procuraba que no faltsemos los das festivos a la iglesia, y en tiempo de Cuaresma bamos con l a rezar el Va-Crucis. Con aquella mirada suya serena como el cielo, aquella entereza siempre igual, aquellos premios y aquellos caazos tan bien repartidos, era imagen de la justicia que corrige con el castigo y anima con el premio. Y corriendo los aos el viejo preceptor vea desaparecer de la escuela ahora un pjaro, ahora otro; a los que volaban del nido donde haban criado sus primeras plumas, sustituan otros y al rededor del maestro cambiaban las generaciones de gente menuda. Los chicos que seguan carrera, en las vacaciones, al volver al

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pueblo, no se olvidaban de visitar a su anciano profesor que los reciba siempre sonriendo; cuando ms tarde eran ya unos hombres completos y marchaban casi todos del pueblo a tender las alas ms lejos, D. Eusebio, al despedirles felicitbales y a la vez se entristeca porque marchaban. Tambin yo march y tambin me desped con tristeza de mi maestro. Pocos aos ms tarde, una maana, cuando ms embebido me hallaba en mis estudios, recib una carta: en ella me daban cuenta de la muerte de D. Eusebio Sancho, Maestro de primera enseanza de C...* Muri lleno de das y de mritos con la muerte envidiable del justo. Rogu por l, que era bien digno de mis oraciones el que me haba enseado las primeras letras y, junto con mis padres y el seor cura, me haba enseado a Dios.San Ramn y su Santuario, n 7, 31 de marzo de 1923, p 79-81; n 8, 30 de abril de 1923, p 90 y 91; n 10, 30 de junio de 1923, p 118 y 119; n 12, 31 de agosto de 1923, p 147-151; n 13, 30 de septiembre de 1923, p 7-10; n 14, 31 de octubre de 1923, p 21-23, n 15, 30 de noviembre de 1923, p 35-36. Se hizo una edicin de esta obra para el homenaje que tribut Castellote a fray Manuel Sancho, mercedario, en 1948. co

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UNA CARTA A LA VIRGEN(CUENTO INFANTIL)

Pues, seor, haba un nio que se llamaba Fermn, auque la gente le deca el Sastrico, porque a su padre, un sastre con mucha barriga, le decan el to Sastrn. Tres aos haba que estaba enterrado el sastre, la sastresa acababa de morir y slo quedaba en el mundo el pobre Sastrico. El nio lloraba sentado en un camastro, porque tena mucha hambre y mucho fro y no estaba la mam para darle pan y calentarle. Llora que llora, alz el muchacho los ojos y vi una imagen de la Virgen pegada a la pared. Entonces record que al morir su madre le habla dicho: Cuando tengas penas y tengas fro y tengas hambre, acurdate de la Virgen y tena el pobrecito una pena y un hambre y un fro! El Sastrico se puso a rezar a la Virgen pidindole pan y consuelo, pero como la Virgen era una estampa de papel, nada le daba ni le deca. El nio pens: No hay que apurarse, que la Virgen est en el cielo: al cielo acudir. Pero como el cielo est tan alto y el nio no tena alas crey, y

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crey bien, que lo mejor sera mandar una carta. Empez a escribir la carta con unas letras muy grandes, porque parece imposible que siendo tan chico hiciera tan grandes las letras, y la carta deca as: Muy estimada Virgen Santsima: Sabrs que la mam se ha morido y no tengo pan ni farinetas y tengo mucha hambre, mucha, y mucho fro, y lloro cuando me acuesto y cuando me levanto, y siempre lloro. Y me dijo la mam que T me daras pan y chicha, y te escribo para que me lo mandes por correo, y sin en perras que yo me lo comprar. Y sabrs que te quiero mucho y remucho, lo menos tres arrobas, y, te quiero ms que los ojitos, ms que el corazn. Expresiones a S. Jos y al Padre eterno y a la mam. Tu affmo. hijo que lo es Fermn el Sastrico. El nio meti la carta en un sobre, puso la direccin A la Virgen Mara en el cielo, hizo una cruz encima y, como para ir al cielo hay que pasar por la Iglesia, fue a la parroquia, que estaba cerrada por ser de noche, y meti la carta por debajo de la puerta. Al otro da, cuando el sacristn acudi a tocar a la oracin de la madrugada, cata el

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sobre dirigido a la Virgen, y como l no era correo de agallas para tan largo viaje, se la entreg al prroco. El cura que era buen ministro de Dios y con un corazn como unas mieles, se arregl de modo y manera que la carta del Sastrico fue puesta a buen recaudo. Yo no s si se valdra de algn ngel o de quien se valdra, ello es que a las dos horas de caer en sus manos la carta de Fermn, haba en las mismas benditas manos la contestacin de la Virgen. La letra del sobrescritoparece mentira! era como la del cura. El sacristn llev le contestacin y el Sastrico abri el sobre... Virgen Santsima! Diez pesetas relucientes haba dentro y una carta que deca: Hijo de mi corazn: He ledo tu carta y me duelo de tus penas. Toma esas diez pesetas para que te compres pan y chorizo, despus vete a casa del cura que ya le he mandado aviso por el ngel de la caridad para que te ayude. S bueno y rzame todos los das. Tu madre, La Virgen Mara. El Sastrico bes la carta mil veces y se la guard con mucho respeto en el seno; luego se

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compr pan, chorizo y peladillas de Alcoy. Despus fue a ver al cura, como se lo mandaba la Virgen. Tan, tan...seor cura! Quin va? El Sastrico. Y qu quiere el Sastrico? Vengo en nombre de la Virgen. Adelante en nombre de la Virgen. Y el cura, el de corazn de mieles, cogi de la mano al Sastrico y se lo qued en casa para ayudarle a misa y para los recadicos, y ya no tuvo Fermn ms fro ni ms hambre. El Sastrico creci, estudi, s hizo cura y luego Obispo, despus Arzobispo y si se descuida, llega ser Padre Santo de Roma, todo por la carta de la Virgen. Y aqu se acab mi cuento con sal y pimiento.

San Ramn y su Santuario n 22, 30 de junio de 1924, p 154 y 155

EL SABOYANITO

Soy de un casero muy chico de Saboya. Habis visto unas cuantas flores desparramadas sin orden en un prado verde? As eran las casitas de mi pueblo, sitas en uno de los grandes peldaos de unos montes muy altos, muy altos. Este oso que veis aqu dormitando acurrucado, es mi compaero y mi mejor amigo. Sois nios como yo, y aun ms pequeos que yo y tenis padres y hermanos... Que t no tienes hermano? Bueno; es lo mismo; pero tienes amigos y parientes. Todo esto tena yo; ahora slo tengo el oso. Acercaos ms: no le tengis miedo. Podis sentaros, los que queris. Tcalo, pequeo; no te har mal, que estoy yo aqu. Vis como no lleva cadena ni gancho en el hocico? Y eso que es una fiera; pero adelante de m, es manso como un cordero. Una limosna al saboyanito!... Gracias, amigos de Dios: El os lo pague. Este mendrugo, para mi oso. Hola, Ballerino! Despierta, viejo dormiln! Anda, come tu mendrugo. Mirad como lo saborea. S, tiradle ms. Se os comer todo el pan y aun no dir basta. Es ms tragn! No le tengas miedo, nio, no te har dao. Dale el pan con la mano... as. No te eches

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a dormir otra vez, Ballerino, que voy a contar a estos nios buenos nuestra historia. Quita, no me hagas caricias bruscas con la pataza, que me haces dao As, sentado y mirndome. Oid, nios. ______ Era yo un chiquitn, como este pequen que mira con ojos tan abiertos al oso. Corra por las praderas y me internaba alguna vez por el bosque, jugando con otros nios. Mi madre, que padre no tengo, me rea porque muchos nios, deca, se haban perdido en la selva y se los haba comido el oso. Un da me atrev a meterme ms adentro de la espesura. Era verano y convidaba la sombra fresca de los rboles y a ms revoloteaba una mariposa enorme de magnficas pintadas alas que yo quera atrapar a toda costa. Se intern ella ms, la segu con ms ahinco, alz el vuelo, la perd de vista; quise volver sobre mis pasos y no acert: me extravi cada vez ms. Llor, grit me desgarr los vestidos entre los zarzales... De pronto o crujido de ramas y ruido de alguien que se acercaba. Call azorado. Tem no fuera un animal terrible que me comiera. Eh, muchacho! o una voz. Respond. Se me abri el corazn a la esperanza. Un hombre apareci ante m. Aunque

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no le conoca, me as de su mano con confianza: sin duda l me salvara. Despus de andar mucho rato, siempre montaa arriba, dentro del bosque que me pareca cada vez ms salvaje y enmaraado, desembocamos en un pradecillo despejado que se tenda como un manto verde salpicado de florecillas al pie de un peasco. En el peasco y a ras del suelo se abra una cueva a cuya entrada veanse en desorden mezcladas ollas, cacerolas, platos, prendas de vestir y diversos trebejos que manifestaban ser la cueva vivienda humana transitoria; al menos me confirm en este sentir cuando vi una mujer salir de dentro. No vena sola; traa un oso amarrado a una cadena. El oso era este que aqu vis, que la segua de mala gana. La odiaba. Veris como la recuerda. Oye, Ballerino, Te acuerdas de Agnesina?... Auugg!Os como ruge? La recuerda y aun la odia. Y te acuerdas de Beppo? Auuggg! Otro rugido ms fuerte. Aun odia ms a Beppo, que as se llamaba el hombre. La mujer era cetrina y encanijada y curtida del sol, de media edad, como el hombre que me llevaba asido de la mano. Aqu te traigo un ragazzodijo el hombre. Quin es, Beppo? Lo has robado?

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No, no es robado: es mo, completamente mo. Lo he encontrado en el bosque, como me habra encontrado un hongo. El hongo sera mo, non vero, Agnesina? Pues tambin el chico es mo. Desde ahora vendr con nosotros. Le ensearemos a ser acrbata. Tiene trazas de ser ligero como una ardilla y es de miembros flexibles como juncos. Buena pieza, Agnesina, buena pieza. Que lloras, figliuolo? Yo estaba espantado. Comprend, a pesar de mis ocho aos, que aquel hombre, en vez de sacarme del bosque, en que me haba extraviado, me haba internado ms en l, y que estaba resuelto a llevarme consigo y a explotar mis pocos aos. Grit y ped auxilio. El hombre me peg brutalmente; me arroj al suelo, me pate, me magull mis miembros tiernos. Tace, imbecille! aullaba l rabioso. Nadie te oir... y te matar a golpes si no callas. Me levant, el cuerpo dolorido, y con una pena inmensa en el alma. Ay mi pobrecita mam! Ya no la vera ms! Ay mis hermanitos y mi casita blanca! El oso a todo esto, ruga y quera acometer a mi verdugo. A duras penas poda contenerlo la mujer tirando de la cadena. Pareca querer defenderme de la brutalidad de aquel salvaje. Un cautivo procuraba auxiliar a otro cautivo. Desde entonces simpatizamos.

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Cuando comprend que eran intiles mis lamentos, me sosegu. As se hacedijo el hombre.Veo que, al fin, sers un buen muchacho. Bzmalo, Agnese, y cralo como puedas. La mujer me aplic unos trapos mojados a las heridas, pero con malas trazas y peores intenciones. Mis sufrimientos la irritaban. Me dieron una torta de maiz, que com guardndome un pedacito para el oso. Me acerqu a l y se lo di junto con una caricia sin pizca de miedo, pues comprend en l a un amigo. Gru Ballerino de satisfaccin y, desde entonces, nunca le falt algo de mi racin diaria. Lloras, t, pequen, por estas desgracias que os cuento? Ms lloraba yo entonces a mis solas, aunque delante de mis opresores me contuviera. Muchas han sido mis desventuras, pero la Virgen velaba por m. Veis esta medalla de la Madona que llevo al cuello? Por nada de este mundo la cambiara. Me la puso mi madre de chiquito: cada da le rezo, y Ella me ha librado de todos los peligros que han sido muy grandes, muy grandes. Con qu confianza la estrechaba contra mi corazn cada noche al dormirme solito! Pasamos en lo ms escondido del bosque algunos das. Mi amo, el Signor Beppo, me haca brincar, subir gateando por una prtiga,

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doblarme hasta descoyuntarme, hacer diversos juegos de equilibrista con harto susto mo, pues eran peligrosos los tales ejercicios; pero silbaba la fusta de mi amo y, a veces caa sobre mis desnudas espaldas, dejando ronchas moradas, y tena que proseguir mi trabajo mal que me pesara. Fatigado y suspirando dorma a la noche con mi compaero Ballerino. El mismo me buscaba cuando yo no buscaba a l. Su piel muelle y calienta me serva de almohada y con la pataza blandamente extendida sobre mi cuerpo, pareca defenderme de cualquier enemigo que sobrevenir pudiera. Con aquel protector, yo me dorma tranquilo despus de rezar y besar mi medalla de la Madonna. Me ensearon tambin a hacer cabriolas con el oso que conmigo bailaba de mil amores sin necesidad de tirarle de la cadena. Ululaba cantando a do conmigo un cantar salvaje, acompaado del pandero... Os res? No me rea yo, que pensaba continuamente en mi madre; bien que esperando siempre en la Madonna. Listo mi aprendizaje, dejamos la selva y anduvimos mucho, mucho. Corrimos villas y pueblos; hacamos bailar a Ballerino, yo practicaba mis juegos de equilibrista, recogamos lo que nos daban y con ello bamos comiendo. Dormamos al verano al raso, por el invierno en nuestra tienda de lona, remendada por cien

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partes. Colbase el agua cuando caa un chubasco y alguna noche de tempestad en que el vendaval rugiente pareca iba a llevarse nuestra tienda de campaa y el fro atereca los miembros y el agua corra por todas partes, mientras lanzaban maldiciones Beppo y Agnesina envueltos en guiapos, el oso me rodeaba con sus patazas, me daba su huelgo para calentarme y con su cuerpo fuerte, velloso, caliente, me defenda de los rigores de la naturaleza. Pareca mentira tanto amor en una fiera! Miradlo: este es mi oso, mi amigo. Ola, Ballerino! verdad que me quieres? Mirad que contento manifiesta y cmo le brillan los ojos! Auggg!Dice que s; es el lenguaje de los osos. Todo lo entiende perfectamente. Una noche estaba yo llorando despus de haberme apaleado el signor Beppo. Encima me pellizcaba Agnese; Ballerino ruga sordamente como si quisiera vengarme del mal trato. Dos garrotazos que le propin Beppo en pago de la amistad que me manifestaba, le hicieron rugir ms enfurecido. Al ruido infernal se acercaron unos curiosos. Uno ri a mi amo, el cual contest mal humorado que bien poda castigar a su hijo y al oso. Yo dije que l no era mi padre y que me haba robado en el bosque. Los hombres se pusieron de mi parte y amenazaron con la crcel a mis opresores. Mi amo sac un papel que les mostr. Diz que

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aquel papel declaraba ser yo hijo de Beppo y de Agnese. Qu malo era aquel hombre! Haba inventado un papel falso para que yo no pudiera huir de l. Los hombres callaron. A la noche, Beppo me peg con ms furia. Me dijo que haba tomado bien sus medidas, que estbamos muy lejos de mi pueblo y que era intil que yo quisiera escaparme, porque la misma justicia me entregara en manos de l. Cuando luego me dorm sobre el oso, despus de darle parte de mi cena, como de costumbre, y el extendi su pataza sobre mi cuerpo magullado, rec con ms fervor a la Madonna y me dorm. So que ella me tena en sus brazos. Despus de este suceso, corrimos pases; atravesando valles, subiendo montes, cruzando bosques. As pasamos cuatro aos. Yo haca mis arriesgados ejercicios de acrbata cada vez con ms perfeccin; sin embargo, la crueldad de mi amo aumentaba. No slo nos pegaba a m y al oso, pegaba a Agnese la cual sola defenderse con uas y dientes, como una mala gata. Un da que rieron ms, y que l la amenaz con un cuchillo, ella march prometiendo no volver ms, y cumpli su promesa. Desde entonces fue ms brusco y feroz el signor Beppo, y ms tormentosa mi triste existencia. El oso cada vez que me golpeaba el amo, le costaba ms trabajo contenerlo, segn eran sus gruidos y saltos y esfuerzos para

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romper la cadena; slo, a terribles tirones del garfio que le atravesaba el hocico, lograba sujetarlo el signor Beppo. Un da no pude terminar mis juegos de acrbata. Estaba muy cansado y ca al suelo sin poder valerme. El pblico exigente se llam a engao, apostrof a Beppo y march lanzndole insultos acompaados de tronchos, terrones y otras armas arrojadizas. Nunca haba visto a mi amo tan furioso. Cuando quedamos solos, junto a la tienda de campaa alzada en las afueras del pueblo, explot en ira, y agarrando el palo de castigar a Ballerino, se lanz sobre m. Pero el oso no estaba atado con la cadena y, vindome golpeado tan brutalmente, di un rugido, alzse sobre sus patas traseras y abraz a mi amo. Quiso defenderse Beppo con el palo, pero se lo arranc la fiera de un manotazo; procur agarrarlo del garfio, no pudo; yo mismo grit al oso y le golpeaba, pero el animal, vindose dueo de aquel hombre que tanto aborreca, apretbale ms entre sus brazos mordindole y rugiendo. Beppo estaba amoratado, se ahogaba, arrojaba sangre, dej caer los brazos, ya no se defenda. Gritaba yo pidiendo auxilio. Corrieron algunos hombres que me oyeron; pero, cuando llegaron, mi amo estaba muerto. Ni muerto quera soltarlo el oso, y slo lo dej cuando a pu-

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ros palos le obligaron. Dios haba castigado a Beppo con aquella muerte horrible. Yo le llor con lgrimas sinceras. Desgraciado! Ni tuvo tiempo de encomendarse a Dios. Aunque la gente quera matar al oso, yo lo imped contndoles la vida aperreada que Beppo nos haca pasar, y como sin el oso yo morira de hambre; as libr al animal de una muerte segura. Desde entonces corremos por el mundo solitos, yo y Ballerino. Ya estoy cerca de mi pas: pronto ver a mi madre querida y a mis hermanitos. Cinco aos que no los he visto! Os han conmovido mis aventuras? Os condolis de mi vida triste!... Una limosna al saboyanito! Gracias, amigos mos, gracias. Que os lo pague la Madonna. Quiero que mi compaero os obsequie con uno de los bailes de su variado repertorio. Hla, Ballerino! Una danza bien pateada conmigo en obsequio de estos honorables caballeritos. Auggg!... Cantas? Au, salta, Ballerino! Que est cerca nuestra tierra! All viviremos juntos; all recordaremos riendo nuestras aventuras. Brinca con ms garbo, hermoso... Au, Ballerino!...

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San Ramn y su Santuario n 23, 31 de julio de 1924, p 170, n 25, 30 de septiembre de 1924, p 215 y 216 n 26, 31 de octubre de 1924, p 235 n 27, 30 de noviembre de 1924, p 248-250

EL CONVENTO DEL OLIVAR La ida al convento del Olivar, algo penosa en su ltima etapa, como es penoso el calvario, trnase al descubrir el grandioso monasterio a travs de chopos y olivos, en un sentimiento de espiritual dulzura que llena el corazn y lo satisface. Tal vez nos acontezca esto slo a los que pasamos all nuestro noviciado; pero creo que tambin experimentan emocin parecida los que nunca le vieron. Casa de paz y oracin, oreada de brisas naturales y... sobrenaturales, por aquello de en la soledad le habl al corazn, no puede menos de impresionar profundamente a cualquier alma religiosa. Aquiltase y se espiritualiza ms este sentimiento al entrar en los claustros bajos. Aquellas altas columnas que, como troncos robustos se despliegan en foliacin magnfica de nervaciones para formar las bvedas, en cuya cncava superficie sobresalen variadas magnficas molduras; aquellos cuadros colgados en las paredes, que representan religiosos nuestros, martirizados en el cumplimiento de nuestro cuarto voto; aquella mezcla de luz y sombras; el recuerdo de los santos varones que han paseado por entre aquellas columnas todo eleva el corazn a otras regiones y predispone la inteligencia para levantarse a los ms

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altos pensamientos. Si por ventura es al atardecer y se oye la salve que cada da cantan los religiosos con los novicios, la voz grave de los unos y la infantil de los otros resonando en aquellas soledades en alabanza de la Reina de los ngeles, hacen ms profundos aquellos celestiales sentimientos y entran ganas de virtud al corazn ms distrado. La Iglesia es esbelta y alegre. En el altar mayor, sobre el tronco del Olivo, la Morenica de Aragn, guardada desde el siglo XIII en que se apareci, por sus hijos los mercedarios. Parte del presbiterio, entre las gradas del altar y la verja del comulgatorio, est formado por una enorme puerta yacente que, al abrirse, manifiesta una subterrnea escalera que conduce a la cripta. En las paredes de sta hay varias lpidas marmreas en cuyos funerarios letreros se leen los nombres y apellidos de una de las ms linajudas familias de Aragn, la de los marqueses de Lazn y Palafox, emparentada con la de Caizar, protectora del convento. All descansan las cenizas de algunos de sus miembros, conocidos por sus preclaros hechos y ejemplar vida. Sin embargo, aquellos epitafios llenos de ttulos, no me llaman la atencin cuando los comparo con los epitafios de los religiosos. En lo hondo de una de las capillas de la iglesia se abre la puerta del cementerio: all duermen el

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sueo de los justos nuestros hermanos. En los diversos sepulcros slo hay un nombre, un apellido, una fecha y el nmero del nicho: nada ms. En uno de ellos le el nombre de un viejecito, inocente como un nio. La sonrisa imperturbable de su alma se dibujaba siempre en su rostro. En el refectorio estaba junto a m. Sola poner vino en la sopa para mortificar el gusto Dizque as le gustaba. Algunos rean aquella extraeza; yo que le vea alguna vez de soslayo cmo no saba bien disimular el gesto de asco que aquella mescolanza le produca, le admiraba. Jams le v enfadado. De vida inocentsima, se disciplinaba con los bros de un mozo. Sus zapatos tenan el don de la eternidad. Los compr en Roma; trjolos a Espaa; los remend por su puo, que puo se necesitaba para horadar el cuero empedernido; tornlos a remendar una y otra vez y... siempre flamantes de puro viejos. Con ellos le enterraron. Su par de hbitos, quita y pon, tenan una cualidad parecida, aunque en menos grado. Cabe el sepulcro del viejecito le el nombre de un connovicio mo, Fr. Bernab Lafuente. La vida que llev en el noviciado fu edificantsima. Cuando empezaba sus estudios de filosofa, abri las alas y se nos fu al cielo. Yo estaba junto a su lecho de muerte, que es mejor llamar de vida; los religiosos recitbamos el credo; me mir, sonri, cerr

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los ojos y los abri en la gloria. Cuntas veces recuerdo aquella sonrisa! Mucho se podra escribir de algunos santos religiosos all enterrados; sin embargo, por toda alabanza, slo hay su nombre escrito en el epitafio. La nica leyenda, un poco ms larga, es la del nicho XXVI, una de las ms antiguas. Dice as: El Rdo. P. Mtro. Fr. Antonio Clemente Aranda, Ex-Provincial de la Provincia de Italia: Muri en 20 de Diciembre de 1784. Hic fuit Religioni ortus: Hic navigii sui portus. Que podra traducirse: Aqu a nuestra Orden santa fu nacido, y tuvo aqu su puerto apetecido. Ahora entierran a los religiosos solamente en el cementerio; pero antes hacanlo tambin en el suelo de la iglesia. En ste fu leyendo varios epitafios. Uno de ellos deca: Aqu est enterrado Fr. Cipriano Herrero, hijo de Fuenferrada. Muri a 25 de marzo de 1699. Abro la historia del convento del Olivar, del P. Bravo y en el captulo XX leo de este santo religioso: La obediencia ciega a sus superiores, la austeridad en todos sus actos, la humildad profunda y el ejercicio de las virtudes del estado monacal, forman la historia de su vida...

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Su corazn y su espritu se los haba entregado en manos de sus superiores, que es decir a la voluntad de Dios; as, nada haba en su alma que no fuera digno del Reino de Dios, nada que resistiera a Dios... Sigue el P. Bravo hablando de la vida de este santo religioso, y yo admirndome de que ni una pequea alusin a sus virtudes lea en el epitafio. Pero de qu me admiro si siempre la humildad, hermana de la caridad caracterstica de la Orden, ha sido el legado de nuestros mayores? Los claustros de arriba son ms obscuros. Desde sus ventanas se descubre al horizonte escaso que forman los montes entre los cuales se extiende el valle en que el convento se asienta: la chopera, los olivares, el monte de la Redonda, la huerta... La brisa saturada del aroma embalsamado de los pinos, lleva la salud y reparte alegra por aquellas soledades. Por los agujeros de los desvanes anidan las palomas que van y vienen en bandadas; enjambres de abejas labran sus panales en los huecos de las paredes, y el zumbido de las unas y el revolar de las otras con el tpico son de la brisa moviendo las ramas de los chopos, hacen muy buen concierto y traen a los labios sonrisa de paz y al corazn anhelos y aoranzas de aquella otra paz de Cristo que se consuma all arriba. Los jvenes estudiantes religiosos nuestros vuelven alegres del asueto

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que disfrutaban en la chopera y, encima de ellos, una bandada de palomas vuelve tambin a la querencia de sus nidos. Tal es nuestra Casa-misin. Aqu templan sus nimos para las pruebas del apostolado los futuros apstoles de la buena nueva. Esto es el convento que para este fin ha elegido nuestro Rmo. P. General: all hacen nuestros jvenes acopio de virtud y ciencia, como de miel las abejas. Convida a ello aquella hermosa soledad; convidan a ello las tradiciones de santidad que aquellos sencillos epitafios significan; convida a ello, sobre todo, la Morenica de Aragn que extiende el manto desde su Olivo sobre sus hijos los mercedarios, para que vuelen de all como palomas a llevar a las naciones el ramo de oliva ofrecindoles con su Hijo aquella paz que El derramaba diciendo: Mi paz os dejo; mi paz os doy.

San Ramn y su Santuario n 26, 31 de octubre de 1924, p 231-233

LAS LATERINAS

Maja estaba la tarde, majsima, como deca Petrico al to Sentencias. Los dos caminaban lo ms cmodamente del mundo: el to Sentencias en un machico tordillo, y el Petrico en una burra matalona. Al aliento vivificador de la primavera, brotaban de la vid yemas aterciopeladas; los perales y manzanos, cubiertos de hojas tiernas de un verde suavsimo, an conservaban una que otra flor que tena pocas ganas de morirse en medio de tan dulce vida; crecan lozanos los trigos, y en ellos alzaban las amapolas sus primeros capullos, tan orgullosos como intiles. Al to Sentencias le hacan muy poca mella estas poesas; l se alegraba de la hermosura de la naturaleza, porque vea en los trigos pan abundante, en los perales cuelgos de peras y en las primeras hojitas vellosas de la vid, futuros tragos de vino. Por eso, al influjo de tales esperanzas, canturriaba en voz baja aquel romance que empieza: Artillero que vienes herido de la guerra de Sebastepon (a) Tambin Petrico silbaba No me mates... y la brisa, por su parte, rezongaba por los tri-

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gales, tal vez porque los tallos de la rica graminea no la dejaban correr a sus anchas, como quera la muy juguetona. Camina que camina, el viejo y el muchacho empezaron a bajar una cuesta. Agrrate bien, Petricodijo el to Sentencias, hasta que lleguemos al Valle de las Laterinas, que entonces ya iremos camino llano. Y aonde est ese valle Pues aquel de all abajo. Y qu son laterinas? Ya te lo dir cuando lleguemos al vago (b). Petrico se agarr al aparejo con ambas manos y entre s pensaba en la promesa del to Sentencias, que le llamaban as por sus cuentos, historietas y sesudas reflexiones. Petrico ansiaba llegar al valle para oir el cuento prometido u lo que fuera, que bueno haba de ser siendo del to Sentencias. Molinos! qu sera? Si sera de brujas, si sera de lobos?... Tal vez de angelicos, tal vez de guerras... Larga se le hizo la cuesta a Petrico, no tan larga al to Sentencias; pero al fin llegaron al valle. Cuente ust, to Sentencias grit al punto Petrico. Quieres saber qu son laterinas? S, seor.

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Pues miradijo el to Sentencias estndiendo el brazo y trazando un semicrculo que indicaba el valle. Ves todas esas plantas que estn cuajadas de flores ms blancas que la leche? S, seor. Paecen montoncicos de nieve. Pues esas son laterinas. Mira, aqu hay una a los pies de la burra; djala que se la coma. Petrico afloj el ronzal: la burra oli la planta y dijo que no, meneando las orejas. Molinos! Si no le gusta... exclam Petrico asombrado. Pues ah est el busilis. Que no les gustan las laterinas a las burras? Ni a los machos, ni a los geyes, ni a ningn otro animal del mundoaadi sentenciosamente el to Sentencias; pero antes les gustaban. Ahora slo les gustan a las abejicas, que dan la cera para el Seor, y a las mariposas que son tan bonicas; porque ahora esa planta tiene flores y en otro tiempo no las tena. Contra! Y cmo es eso! Porque estn consagradas. Molinos! Por el cura? Por otra persona ms alta. Ello es un cuento muy majo.

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Diga ust, diga ust, to Sentencias! cla-m alborozado Petrico. El to Sentencias sonri bondadosamente al muchacho y dijo: Acrcate ms, dame el ronzal de la burra pa que no se pare, y atiende. Acercse Petrico al abuelo, sentse ste a mujeriegas sobre su machico, cogi con la izquierda los dos ronzales y, con el ndice de la diestra levantado, empez de esta manera: Pues seor, una vez la Virgen, San Jos y el Nio marchaban a Egipto pa escapar de Herodes y de los judos. Ello hace mucho tiempo, pero es la pura verd. Anda que te andars, anda que te andars, San Jos que era viejecico se cansaba y la burrica en que iban la Virgen y el Nio tambin se cansaba. Pues, seor, tuvieron que pararse a descansar. La Virgen y el Nio bajaron de la burrica y como haca mucho sol, la Santa Familia busc la sombra de una palmera. To Sentencias, qu es una palmera? Un rbol muy grande y muy bonico. Pues, seor, debajo de la palmera haba laterinas a manta, pero sin flores, porque entinces estas plantas no daban flores. La burrica paca laterinas. San Jos sacaba un bocadico de las alforjas, y la Virgen daba de mamar al Nio. Pues, seor, que la Virgen miraba embobada a su Nio, le quiso hacer una fiestecica y le

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apret con los dedos un carrillo como una rosa. El Nio, en pagas, quiso sonreir a su Madre, porque, aunque era pequeico, tena ms juicio que una persona. Pues, seor, que el Nio abri aquella boquica tan mona pa reirse; pero, hijo, como la tena llena de leche se le escaparon tres o cuatro goticas y cayeron sobre una mata de laterinas. Hijo de mi alma!... De repente la mata se cubri de flores blancas como la leche, y todas las laterinas del mundo hicieron lo mismo. Entonces la burrica que paca laterinas levant la cabeza y no quiso tocarlas por respeto y todos los animales del mundo hicieron lo mismo... Y aqu se acab mi cuento con pan y pimiento. Qu cuento tan majo!exclam Petrico. Y es verd, to Sentencias? S, hijo mo, y por eso ningn animal toca las laterinas, slo las mariposas y las abejas les hacen fiestas con las alas. Call el to Sentencias, y el chico mir casi con respeto las flores dichosas. Luego ambos arrearon sus abros y pronto dejaron a sus espaldas el Valle de las Laterinas.

San Ramn y su Santuario n 30, 28 de febrero de 1925, p 29 y 30 n 31, 31 de marzo de 1925, p 45 y 46 (a)Sebastopol. (b)Vago, hondonada fresca y frtil.

GARBANZOS COMO MELONESCUENTO DE LA TIERRUCA

Qu charlatn estaba D. Pepiyo! Y no era de extraar, por que, adems de ser muy lenguaraz de suyo, le incitaban a menear la sin hueso esa alegra de todos los seres, que de diverso modo le manifestaban cuando se asoma la aurora por las puertas y balcones del oriente, que dira Cervantes. Adems era junio y sabido es que entonces los pajaricos, cigarras; grillos y otros seres bulliciosos cantan que se las pelan. Don Pepiyo, montado en un alazn de buena estampa, describa medios crculos con los ojos, mientras hablaba de todo lo que vea. Delante de l trotaba en silencio el peatn; el Saltamontes, como le llamaban en la Tierra Baja por la fama de andarn que gozaba en toda ella. Pero l no contestaba a este apodo sino al de Juann; aumentativo de Juan, como sabe el ms lerdo; el cual aumentativo cuadraba perfectamente a un jemaico ms de estatura que le llevaba nuestro Juann a cualquier otro Juan de regulares dimensiones. Don Pepiyo, que era hombre rumboso, como buen andaluz, haba, pues, alquilado los servicios del mejor peatn de aquella tierra. Tena que hacer una larga caminata y siguiendo el

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consejo del pen, a fin de evitar el calor haban madrugado mucho, ms que el alba que tiene fama de gran madrugadora. Ya haca tres horitas que cabalgaba y el sol empezaba a sacar la cabeza y a esparcir miles de rayos, como agudsimos hilos de oro. Esto es hermosodeca don Pepiyo. Te digo, Juann, que es hermoso; pero para hermosura mi tierra: aquello es el cielo... sabes? el mismsimo cielo. No corras tanto; que te cansars. Si fueras andarn de mi tierra no te lo dira, porque ay... No te ofendas, Juann, pero t eres un cero a la izquierda en comparacin con los andarines andaluces. Silencio del Juann. Yo conoc uno que caminaba tres das seguidos sin descansar, y a la postre bailaba unas sevillanas. ! No te admires, porque aquel hombre, cuando le hicieron la autopsia, no tena hiel. !!... La verdad pura; sabes? Juann sonri: sin duda saba muy bien que deca la verdad pura don Pepiyo. Qu son aquellos rboles? Peras y manzanerascontest el espolique.

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Pues son pequeas y desmirriadas. Las de mi tierra... Oh aquellas!.., aquellos son rboles, caramba! Y eso que hay plantado en ese bancalete? Garbanzos. Garbanzos? Y qu chiquirritiyos!... J; j! en mi tierra... sabes? en mi tierra son como melones. Cmo? Como melones. J!; j! j! Te res? Me ro de lo bonico que ser ver garbanzos tan gordos. Pues s; como melones. Y esto es la pura verd: no vayas a figurarte que yo me invento las cosas. C! no, seor. Si yo no me figuro nada. Don Pepiyo sigui hablando de los garbanzos como melones; mientras el pen sonriendo miraba un estrecho por donde haban de pasar y que se divisaba a lo lejos. Qu miras tanto?pregunt don Pepiyo. Aqul estrecho de enfrente. Cul? Aquel de color royo. Qu tiene de particular aquel estrecho? Es que all han pasao cosas muy tristes. Cmo? Lo que usted oye. Fjese qu color tiene.

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Encarnado, ya lo veo; pero eso qu importa? Vea usted como al rededor del estrecho no hay tierra de ese color y slo en el mismo estrecho. Y es verdad! Pues ah est el ite, porque aquel color es de sangre. Sangre de personas que la han derramao all mismo. Hombre! hombre! Quiz una ria... No seor, no es ria; es que, aquellos dos peones que forman el estrecho han matao a muchsimos embusteros. Cmo? Muy sencillo. Cuando pasa por en medio del estrecho un embustero que no se ha desdicho de sus mentirolas, entonces los dos peascos se ajuntan y paff!... chafan al mentiroso como una tortillica. Entonces la sangre que corre empapa la tierra y vtelo aqu porque es tan roya. Y esto que dices No mientas por Dios!... Es la pura verdad? La verdad pursima, don Pepiyo. Y Juann apret el paso sin ms explicaciones. Entre tanto se iba acercando el camino que les separaba del estrecho pavoroso, el cual abra sus tragaderas ensangrentadas, tan ensangrentadas que don Pepiyo jurara que las vea

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gotear sangre fresca... Cmo temblaba el pobre! Callado por primera vez desde el principio de su caminata, rompi al fin el silencio con voz temblorosa. Pst pst Juann. Seor. No podramos torcer el camino, sin necesidad de pasar por el estrecho? No puede ser. No hay camino, ni vereda. Vea usted: todo son despeaderos. Por ah slo puede subir el garduo. Es que da miedo el estrecho sabes? Slo mata a los embusteros: no tenga usted cuidao. Don Pepiyo call un momento. El estrecho se acercaba. Pst! pst! Juann. Qu quiere usted? Aquello de los garbansos... De los garbansos como melones? No son tan gordos: slo son como melonsiyos... sabes? como melones pequeos, como seboyas. Ah!... como cebollas. As y todo, son bien gordos. Como sebojas de las pequeas Ya: como cebollicas. Eso . Y volvi a callar don Pepiyo. El estrecho slo distaba algunos pasos y las dos moles

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vengadoras se alzaban a ambos lados como dos gigantes. Juannvolvi a decir el andaluz con premura, te he dicho que los garbansos de mi tierra son... Como cebollicas. Quise decir como seboyas de las ms chiquirritiyas... As como El estrecho iba a empezar. Los garbansos de mi tierra sigui don Pepiyo mientras miraba con terror los dos peones y el polvo sangriento que empezaba a pisar su cabalgaduralos garbansos de mi tierra son ni ms ni menos que los de aqu. Y don Pepiyo espole su caballo para pasar pronto aquellas fauces abiertas, que tal le pareca el desfiladero. Y pas por fin, sin que los peones se ajuntasen e hicieran papilla del temeroso caballero. Quien, luego que estuvo al otro lado de la cortadura, respir con fuerza, como si realmente se librara de la opresin de los peascos. Offf!... Oh!... Arre!... Ya hemos pasado. Qu te he dicho, Juann? Ni lo s yo mismo. J! j! con los garbansos! Son como los de aqu verdad? Hombre, no tan miserables. Si cada garbanso de mi tierra es como... Don Pepiyo, esta tarde, cuando estemos de vuelta hemos de repasar el estrecho.

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Sabes, Juann? Los garbansos de ay, son como los de aqu. Igualitos, hombre, igualitos!

San Ramn y su Santuario n 32, 30 de abril de 1925, p 61-63 n 33, 31 de mayo de 1925, p 76 y 77

LA CUCAFIERA

La conozco personalmente. Cuando por primera vez la v de nio, me llev un susto de rdago. Ella suba calle arriba y casi la llenaba con su inmensa mole; yo sala de una callejuela lateral, atrado por la algazara; al desembocar en la calle, me top de manos a boca con el monstruo. Los chicos gritaban: La cucafiera de Jaganta, que pide pan cuando canta!... Uuu!.. mugi la cucafiera. Ay, madre ma!dije y me arrim a la esquina y hubiera querido sumirme pared adentro por no ver aquella fantasma que estiraba y encoga su largusimo cuello. La mir con ojos extraviados y v que prolongaba su elstica garganta hasta un balcn, luego abri desmesuradamente las quijadas y una mujer le ech un pan en la boca. La fiera se lo zamp como si fuera un caamn y volvi a mugir. Pide pangrit una voz desde el fondo del vientre del animalito. Qayunecontestaron desde el balcn. Ajolio!... si habla con la tripa!exclam una chiquilla a mi lado, asindose asustada a las faldas de una mozancona.

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No tengas miedo, tontica dijo sta. La cucafiera sigui andando muy despacio calle arriba. Yo tena un canguelo de mil diantres; pero se iba tras ella tanto chiquillo y no les haca nada! Grande y fesimo era el bicho aquel; pero deba ser muy mansico, pues no morda a nadie. Esta consideracin me determin a seguirlo, primero de lejos, despus ms de cerca, y por ltimo junto a l. Delante de la cucafiera tocaba una rondalla, pero no era necesaria aquella msica para alborotar el pueblo, pues slo la fiera con sus mugidos era capaz de sembrar la alarma a media hora a la redonda. Llegamos bajo una casa de las mejores del pueblo y la cucafiera hizo alto. iUuu! rugi de nuevo y extendi el cuello largo y desproporcionado como el de una jirafa y apoy la cabeza en el pretil del balcn. Lo saco?pregunt dentro de la casa una voz femenil. Scalo contest el amo desde fuera. Y una muchacha sali al balcn sujetando un conejo pesetero, que llevaba atadas las patas de atrs. Echaselodijo el amo. La cucafiera volvi a mugir, abri de nuevo la bocaza y el conejo desapareci en ella. Mi

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estupefaccin no tuvo lmite cuando observ que la fiera en vez de mascar el conejo, se lo engull vivo y hasta v que conforme iba bajando el pobre animalito por el cuello del monstruo, se haca en l un bulto que rodaba, rodaba y por ltimo... canario! hasta sent el ruido que haca al caer en el estmago de la fiera; luego las tripas de la cucafiera se rieron, yo las o, y sigui su caminata. Todos estos incidentes me llenaron de sorpresa y segu al misterioso animal cada vez con ms deseo de conocerlo. Empec a dudar si aquello sera fiera de verd, porque a una fiera de verd no se le ren las tripas. Es cierto que los mugidos tremebundos que lanzaba eran de fiera; pero... Oye t pregunt a un muchacho de mi edad, es esto una fiera? Ya lo creo... Escucha como reguzna. Pues cmo se come los conejos enteros? Es que es un animal de mucho aguante. Adems habla y se re con las tripas. Por qu ser eso? Porque es una... cucafiera. No me convencieron las razones del chiquillo y segu al animalito por todo el pueblo hasta que lleg a una casa de m muy conocida, porque con el muchacho de ella parta yo peras y a veces coscorrones.

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Esta es la ma pens, y aguard que la gente despejara la calle, lo cual no se hizo esperar, pues no bien el monstruo penetr por la ancha portalada y la rondalla subi arriba a echar un refresco, la chiquillera se desparram por calles y callejuelas como una bandada de gorriones sorprendidos por una pedrada. Oye dije a mi amiguito, me quieres ensear la cucafiera de lejos? Y de cerca tambin. Y si nos muerde? Ay, tonto! Qu te crees que es? Cncholis!... Un animaln como hoy y maana... Pues tenquivocas: no muerde, ni es animaln, ni n... Ensameladije con curiosidad cada vez mayor. Ven y vers. II Estaba muy obscuro el rincn aquel donde se guardaba la cucafiera: slo por las rendijas de la puerta cerrada, filtraban rayos tenues de luz. Se oan a lo lejos la grita, y algazara de los das festivos, como si la alegra en persona anduviera suelta por las calles. No se vdije a mi compaero.

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Ten paciencia: acchate. Me agach y arrastrndonos ambos por el suelo nos metimos dentro de no s qu... Senta yo que la obscuridad era ms densa y que cualquier rumor se apagaba dentro de muy estrechos lmites. Si aquello no era un gran arcn vaco, deba parecrsele mucho. Dnde est la cucafiera?pregunt. El chico, por toda contestacin, encendi una pajuela. Malame dijo. Yo mir en todas direcciones, pero slo v un espacio muy reducido, dentro del cual estbamos los dos metidos. El techo cncavo, a dos palmas de nuestras cabezas estaba sostenido por medios aros, cuyos extremos encajaban los lados de dos fuertes bastidores de madera; entrecruzbanse por todas partes cordeles y bramantes, las paredes eran de tirante y spera lona. Aquello pareca el interior de una tartana. Dnde est la cucafieravolv a preguntar. No la ves? Si estamos dentro de su tripa... Esto es? Esto. Y era verdad lo que deca mi cicerone: dentro de la cucafiera nos encontrbamos. Entonces comprend cmo podan orse en sus entraas conversaciones y risas: hablaban y

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rean los que iban dentro metidos, en cuyos hombros se sostena aquel armatoste. Y la cabeza? y el cuello que se alarga y encoge?pregunt. Aqu est todoy el chico levant un revoltijo y me mostr un palo largo rodeado por holgada funda, que pareca formada de perneras viejas cosidas unas a otras. Pa estirar el cuello se hace asina dijo el chico, y estir el palo hacia delante, atrjolo luego hacia s; con esto la funda se encoga y arrugaba y el palo desapareca dentro del vientre de la cucafiera. Por este cuello prosegua el muchacho en tono magistralpor este cuello caen los panes y lo dems que se zampa y el estmago es una canasta veintena que llevan los hombres que hay por dentro. Esta cuerdecica es para abrirle la boca, y se gobierna a estilo de mquina. A ver. La boca la formaban dos trozos de madera que queran parecer mandbulas. La de abajo jugaba gracias a unas bisagras y la otra permaneca fija al palo, que supla las vrtebras del cuello; un cordelito sujetaba la mandbula inferior, que era la movible, y corriendo por dentro de la garganta terminaba en el vientre desde donde, tirando o aflojando, cerraban o abran la boca al monstruo. Aquello era lo que se manejaba a estilo de mquina, y

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mi cicerone me lo hizo ver prcticamente. A cada tirn del cordelito las mandbulas se cerraban con estrpito, rechinando las bisagras. Este ruido son los chilidos que da la cucafiera. Y por la calle cmo berrea tan recio? An no lo sabes? Miray el muchacho sac de entre un lo de trapos un caracol de mar. Con esto reguzna y se hace asina. El chico sopl con alientos de un Roldn, y el caracol retumb dentro de aquel reducido espacio con sonido intenso y profundo. Djame tocar a mdije, y aplicando mis labios al instrumento, saqu de su sonora espiral algo parecido a un rebuzno. Mi compaero volvi a tocar con ms bro y cuando ms entretenidos estbamos, omos ruido de voces y pasos que se acercaban atrados por nuestra msica. Ay diez! mi padre y el to de la cucafieradijo mi amiguito, dejando caer tembloroso el caracol. Ah, granuja! sal de ah que te voy a sobar la pielgritaba el padre. Djalo estar, que es chicomurmuraba el to de la cucafiera. Y sent que unas manazas airadas paseaban a tientas la jerga que cubra la hueca armazn en que estbamos metidos,

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buscando al culpable. Yo que me v en aquellos belenes, me escurr bonitamente... y ayudado de las sombras y de mis piernecillas, tom la puerta ligero como un pjaro. Cuando llegu a la calle y respir el aire libre que por ella circulaba, o a mi pobre cicerone que lanzaba agudos chillidos. Sin duda le sacudan el polvo de un modo harto inconveniente, y se quejaba con mucha razn. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. Al da siguiente la cucafiera volva a rondar el pueblo berreando y asustando a los chiquillos; pero a m no me asustaba. Buen caso haca de ella!

San Ramn y su Santuario n 34, 30 de junio de 1925, p 92-95 n 35, 31 de julio de 1925, p 106-108

EL VIOLN ENCANTADOCUENTO

Pedrn era un nio ms pobre que las ratas y ms desdichado que el perro de un pordiosero. No tena padres y viva con una bruja que lo maltrataba al menor pretexto y le haca pasar unas hambres Un da en que Pedrn pidi a la vieja algo que comer, le di ella un pellizco retorcido, acompaado de un empujn y estas palabras por aadidura: Vete y no vuelvas. Pedrn sali de aquella casa a la ventura y se meti en el bosque. A los pocos pasos, se extravi. Anduvo errante un buen rato, y cansado al fin, se ech bajo de un rbol. Luego pidi auxilio a gritos con voz tan lastimera, que compadecida el hada del bosque, acudi presurosa. El chico se admir en gran manera