francisco rivero mendoza -...
TRANSCRIPT
Un Viaje a Canagua Por
Francisco Rivero Mendoza
Traspasando las cumbres Salimos del terminal de pasajeros de Mérida el día Lunes 4 de Marzo de 2002 en compañía
de José Rodríguez, Pedro Pablo Pereira, Jesús González y mi hijo Francisco Rivero. Me
sentía un poco mal, pues no dormí bien la noche anterior. El tener que salir de viaje algo
temprano siempre me perturba el sueño. A la hora pautada, las 7 y media de la mañana,
todos estábamos en el terminal de pasajeros de Mérida. La buseta de diez puestos, salió a
las 8 de la mañana. En el camino, mi estado de ánimo se fue acomodando y me sentí
mejor. Tomamos la vía hacia Estanquez , y desde este pueblo iniciamos el ascenso a la
cordillera sur oriental a través de un sinuoso camino que bordea las faldas de los cerros del
lado sur del cañón del Chama. Desde lo alto la vista es espectacular: se divisan con toda
claridad los poblados de Chiguará y Mesa Bolívar y hacia el este el valle del Chama. Las
laderas y lomos de los cerros, están bastante cultivadas de café. Las pequeñas casas
diseminadas entre el follaje de un verde esmeralda, al lado de los cultivos de apio,
pimentón y cambures ofrendan al paisaje una nota de alegre colorido.
Atravesamos el bosque nublado, bastante húmedo y cubierto de grandes árboles como los
orumos y bucares de cuyas ramas se descuelgan las exuberantes lianas y bromelias. En el
transcurso del viaje, José hablaba casi todo el tiempo sobre política. Algunos pasajeros se
fueron uniendo a nuestro grupo interesados en la conversación y al final todos nos
integramos. Eran paisanos de Canagua, que hablaban con acento muy marcado. El joven
chofer contestaba con amabilidad a todas las preguntas de José, sin descuidar ni un segundo
el volante. Resultó ser hermano del cantante Luis Canagua. Llama la atención el poco
tráfico de vehículos por aquellos lugares. Apenas nos cruzamos con unos cinco carros en
sentido contrario. Nos encontramos con un jeep conducido por Carlos Chacón, la persona
que nos esperaba en Canagua para atendernos. Nos dijo que se dirigía hacia Mérida para
hacer alguna diligencia, pero dejó encargado a su hermano de recibirnos allá.
Al término del ascenso está el Páramo de las Coloradas, cuya sola visión nos transmite
algún temor por los altos precipicios y taludes rocosos que se desprenden fácilmente,
poniendo en peligro a los pasajeros por lo accidentado de la vía. En este punto se halla un
desvío hacia Santa Cruz de Mora.
El punto más alto del camino es el Paso de las Nieves, lugar donde es casi una obligación
detenerse un rato para descansar, disfrutar de la visión del paisaje de montaña y tomar un
refrigerio. Allí hay un pequeño restaurante a la vera del camino, donde pudimos comer
algunas arepas rellenas de cuajada acompañadas con un café negro.
El paso de la nieves está sobre la línea imaginaria que divide los municipios, la misma que
divide las aguas, y a partir de la cual cambia la vertiente. Ahora iniciamos el descenso en
dirección sur . Dejamos la cuenca del Lago, para pasar a la cuenca del Caparo y por lo tanto
del Orinoco. El paisaje y el clima también cambian. Esta región está influenciada por los
ciclos de lluvia y sequía típicos de los llanos. El aire cálido de los llanos cargado de
humedad provoca muchas precipitaciones al llegar a estas montañas. Continuamos la
travesía a lo largo de unos valles muy verdes con potreros sembrados de quicuyo donde
pastan las vacas lecheras, como en la finca Betania. Observamos las plantaciones de pinos y
eucaliptos que forman pequeños bosques sobre algunas laderas algo erosionadas. El aire
puro de estos lugares nos reanima al igual que la visión de estos paisajes. Es un bello rincón
de montaña de la variada geografía de Mérida sobre la fachada de Barinas que rezuma paz
y sosiego.
Al llegar a la parte baja del valle la ruta es de una suave travesía, siguiendo de cerca el
cauce del río El Molino. En el camino se observan campesinos trabajando la tierra, casas y
pequeños centros poblados en medio de campos de cultivo como El Molino y La Y. Son los
primeros pueblos del sur que nos encontramos.
En la encrucijada dela Y tomamos la vía de la izquierda para dejar el valle de El Molino y
cambiar a otro valle increiblemente verde y de suaves pendientes, protegido por unas altas
montañas que han sido taladas recientemente. Hacia las cabeceras de dicho valle se
encuentran las dehesas de la ganadería La Cruz de Hierro. Los toros de lidia resaltan entre
el verdor por sus negros pelajes.
Llegamos a la cima de una montaña. Es el parque del motor. Recibe este nombre pues en
aquel lugar se conserva el motor del primer Jeep que llegó a Canagua a mediados de los 50.
Bajamos ahora por el valle del Rincón durante media hora por una carretera estrecha. El
paisaje algo reseco, denotaba la ausencia de las lluvias en esta temporada de verano
particularmente severa. La quebrada El Rincón era apenas un hilo de agua. Pasamos por el
caserío El Rincón y en pocos minutos llegamos a Canagua. En total fueron cuatro horas de
viaje. Quedamos aturdidos y un poco mareados por los vaivenes del camino, pero al fin
llegamos a nuestro destino.
Canagua se encuentra a 1.495 metros de altitud. Está a 140 Kilómetros de Mérida
sobre la troncal de los pueblos del sur. Es la capital del Municipio Arzobispo Chacón,
con una población de 17.231 habitantes, distribuidos en las parroquias de Capurí,
Chacantá, El Molino, Guaimaral, Mucutuy y Mucuchachí. Este municipio fue creado
el 27 de Junio de 1872.
Los primeros pobladores fueron los indios canaguaes y más tarde los colonos provenientes
de Bailadores, Guaraque y Pregonero. También llegaron al lugar hacia fines del siglo XIX
algunos inmigrantes europeos.
Nos alojamos en la posada El Arco, situada al lado de la Escuela Básica Estado Barinas. Es
una casa de dos pisos con cuatro habitaciones y servicio de comida. Nos sentamos a
descansar en una sala bastante fresca, amplia y acogedora que tiene a su lado un pequeño
patio interior rodeado de matas de helechos. El ambiente de la posada es tranquilo y
familiar. Yo me aloje en una habitación individual con baño privado que costaba Bs. 6.000
la noche.
La comida era aceptable y muy económica: los almuerzos eran a Bs. 2500 y los desayunos
y cenas a Bs. 2000. Después de descansar un rato nos sirvieron el almuerzo: una suculenta
sopa de verduras, carne frita y ensalada, acompañada de plátanos maduros sancochados y
refresco de zanahorias. Más tarde, al final de una larga conversación sobre las impresiones
del viaje, el clima y nuestros planes para el paseo de mañana, nos fue servido un aromático
café del lugar, por parte de la propietaria de la posada, la Sra. Evalina Molina de Méndez.
Ella y sus tres hijos atienden muy bien a los huéspedes.
La Iglesia y la plaza.
La plaza Bolívar de Canagua es muy bonita. Desde ella contemplamos todas las montañas
que rodean al pueblo. La vista se apodera de los colores diáfanos que brotan en el seno de
la luz matinal como en un cuadro impresionista de paleta policromada. La plaza ha sido
remodelada completamente. Esto me sorprendió bastante, pues estuve aquí hace un par de
años y la vieja plaza era tan solo un cuadrilátero de cemento sin ninguna gracia, con
algunas palmeras solitarias que le daban un aspecto aún más triste. Se hizo un nuevo
trazado con una luneta en el lado norte de donde arrancan caminerías que forman un diseño
muy agradable. Destacan por sobre todo sus hermosos jardines de capachos, gladiolas,
novios, hortensias, rosas y otros arbustos de gran vistosidad. Se colocaron nuevos bancos
de hierro forjado, farolas antiguas, grutas y cascadas de aguas cantarinas que refrescan en
las horas templadas. Los pisos son de mosaicos de terracota y granito blanco. También a la
estatua del Libertador se le hizo un nuevo pedestal.
La iglesia del pueblo es una construcción reciente de una sola nave y techo a dos aguas, con
una torre cuadrada rematada en campanario en la parte central. Un par de relojes nos dan
las horas desde lo alto de este campanario. Tres arcos de medio punto dan acceso al
interior templo, de color terracota en su exterior con las cornisas y molduras pintadas en
blanco. La cúpula sobre el ábside, es una imitación del domo la de la catedral de Florencia.
En su interior bastante austero, destacan los vitrales en los muros laterales con imágenes de
los santos patronos de cada una de las parroquias del municipio.
Cerca del pueblo visitamos un puente antiguo de madera, sobre el río Canagua. Desde allí
se inicia la vía que conduce a la aldea Los Naranjos y por lo tanto a la puente se le ha dado
este nombre. Al lado del mismo se levantado un nuevo puente de hierro, sostenido por
guayas de acero, que sustituye al viejo. El puente Los Naranjos es una construcción sólida
de unos quince metros de largo, del tipo aéreo y apoyado en los extremos sobre bases de
troncos horizontales incrustados sobre un muro de piedra construido en cada orilla. Lo que
hace tan especial son sus barandas de madera y el techo. Todo está muy bien conservado,
salvo el techo original, que era de tejas y fue sustituido por latas de zinc. No he visto otro
puente tan hermoso como este en mi recorrido por los pueblos de Mérida. Vale la pena ser
restaurado para mostrarlo con orgullo a los visitantes
Paseo a Chacantá.
Hoy en la mañana iremos al vecino pueblo de Chacantá y desde allí nos regresaremos a pie
para hacer ejercicio y conocer un poco mejor los alrededores. La distancia a Chacantá es
de 18 Kilómetros por carretera, pero nosotros haremos el recorrido por la montaña
siguiendo una ruta, que nuestro amigo Luis Alberto Chacón, dice conocer muy bien. El será
nuestro guía en la caminata. Conseguimos un jeep que nos trasladará a los cinco hasta
Chacantá. El propietario de este viejo vehículo de 1967 es el Señor Rafael Rivas, un vecino
del pueblo alegre y dicharachero, que nos cuenta anécdotas interesante en el trayecto, sobre
las reparaciones de la carretera y de cómo se han enriquecido algunos constructores y
políticos de turno a costa de ella. La carretera está muy mal estado por falta de
mantenimiento: el asfaltado es de mala calidad y el agua se ha comido las cunetas, por falta
de un buen drenaje. Llegamos a Chacantá a las 11 a.m. En medio de un calor sofocante.
Paramos en el puesto de la policía, atravesamos la plaza y entramos en la Casa de la
Cultura. Allí pudimos ver un enorme cepo de madera que se usaba para inmovilizar a los
presos en el pasado. Un instrumento de tortura realmente inhumano, con ocho agujeros para
sujetar a unos cuatro presos por los pies. El cepo se colocaba en medio de la plaza, para
humillar aún más a los prisioneros.
Nos detuvimos un rato en una bodeguita en una de las esquinas de la plaza, para comer algo
antes de iniciar la caminata, pues en aquel lugar no existen restaurantes ni posadas.
Comimos algunas galletas y paledonias, tomamos unas maltas frías y nos apertrechamos
con algunas latas de refrescos para el camino. Luego el Sr. Rivas nos llevó hasta una finca
cerca del pueblo donde se inicia el recorrido por la montaña. Los dueños nos permitieron
tomar unas naranjas para llevar de avío. La naranja es una fruta que reanima mucho cuando
uno se cansa, pues contiene potasio, vitaminas y otros minerales.
Comenzamos a subir por un camino amplio para rústicos con bastante pendiente, rodeando
el Rincón de Chancantá. La sequía ha hecho su efecto, pues la vegetación casi ha
desaparecido, la maleza es de color marrón y los cínaros retorcidos apenas nos dan un poco
de sombra para refrescarnos. Desde la parte alta se tiene una hermosa panorámica de la
meseta donde se asienta Chacantá, el pueblo, y al fondo la inmensa serranía.
Después de caminar una hora, llegamos a la parte media de la pendiente, donde se termina
la carretera de tierra en una finca de ganado. De allí en adelante el paisaje cambia
considerablemente: la presencia del agua a esta altura es notoria: el pasto es tierno y verde
y surgen pequeños bosques de árboles a la orilla de algunas quebradas. El aire nos refresca
bastante y nos sentimos más animados para ascender. Nuestro objetivo es llegar hasta el
filo de la montaña para luego bajar. En un recodo del camino aparece una cascada de agua
muy clara. La marcha ahora se hace más lenta y nos detenemos para tomar refrescos y
comer las naranjas. De una vieja casona de mohosos tejados se levanta el olor a leña de un
fogón mezclado con el ladrido de unos perros que rompen por un instante el silencio de la
tarde. Debemos atravesar algunos potreros de ganado de pasto bastante alto que dificulta la
marcha. Un poco antes de la cima llegamos al límite del bosque o selva nublada. Nos
adentramos en el mismo. Hay mucha humedad y poca visibilidad pues las copas de los
árboles no dejan pasar los rayos de luz. Allí vimos unos enormes pinos lasos cuyos troncos
tenían en la base casi dos metros de diámetro. Estos gigantes están a punto de desaparecer
pues el hombre los está derribando para crear más potreros.
Al final llegamos a la cima. En la vertiente del rincón de Canagua no hay bosque. Apenas
han quedado algunos árboles grandes. Apenas unos pocos sobreviven en medio de los
potreros.
Desde el filo de la montaña comienza La Aguada. El lugar recibe este nombre por la gran
cantidad de fuentes de agua que brotan de la montaña y que surten del líquido a las lagunas,
abrevaderos para el ganado y pequeñas quebradas. Tomamos agua en uno de estos
manantiales que brotaba de una roca a ras del suelo. Un poco más abajo de la cima sobre
una explanada de suave pendiente, se encuentran los linderos de la finca de nuestro amigo
Luis. El ganado de leche y los saladeros, le dan un toque de presencia humana al paisaje.
Las instalaciones de la finca de la Aguada, se hallan sobre un repecho de la montaña. Posee
una buena vaquera, cochinera, almacenes y tanques de agua. La casa tiene más de cien
años. Es una construcción tradicional con amplios corredores y techo de tejas de anchos
aleros, con las habitaciones en la parte central. Fue construida por los primeros pobladores
de este lugar, unos inmigrantes europeos que llegaron a Canagua hacia fines del siglo XIX.
Tiene vigas sólidas de madera que sostienen los tejados algunas de más de quince metros
de largo. Nos reciben los cuidadores de la finca; un par de jóvenes y una mujer. Son todos
de tez muy blanca, ojos azules y hablan con un acento campesino muy particular. Por un
instante pensábamos que se trataba de un par de duendecillos salidos de un cuento de hadas.
Son los descendientes de los primeros colonos, sin duda alguna.
Enfrente de la casa hay un laguna que en esta época del año se encuentra completamente
seca y cubierta de juncos. En torno a ella merodean los pavos, las gallinas y las ovejas.
Descansamos un par de horas en la finca antes de continuar bajando hasta el pueblo. Luis
Eduardo nos muestra con orgullo su propiedad. Subimos al soberao de la casa donde hay un
pequeño dormitorio y un granero donde se guardan las mazorcas de maíz. Nos sentamos en
unas sillitas, bajando la cabeza para no golpear con el techo que era muy bajo, y nos
dedicamos a observar todo aquel ambiente de rústica sencillez envueltos en el suave olor
de la madera, que nos trajo de vuelta a nuestra niñez. Tomamos un aromático café en la
cocina de paredes negras por el hollín. Entre las muchas cosas que colgaban delas paredes y
las vigas del techo llamó nuestra atención los dorados quesos que se estaban ahumando.
Nos despedimos de los encargados y continuamos bajando hacia Canagua, ahora por un
camino de tierra para rústicos. Atravesamos un bosque de cínaros , animes, guamos y
matapalos. Los cínaros enormes de más de diez metros de alto y troncos muy lisos se
daban muy bien a la orilla de las quebradas. Al dar un curva el camino se puede ver todo el
valle donde se asienta Canagua a la orilla del río, que va corriendo hacia el este, regando
a su paso las faldas de la sierra, para unirse al río Mucutuy, que cambia su nombre por el
de Mucuchachí y continuar su curso en dirección sur para desembocar en Caparo.
Pasamos por el bosque de los pinos y llegamos al pueblo a las cinco de la tarde.
Casa de la Cultura.
La gente de Canagua le da mucha importancia a la memoria colectiva de la comunidad y
evocan con respeto su pasado lleno de dificultades y sacrificios, valorando de esta manera
el aporte fundamental de los primeros colonos que se aventuraron a venir a estas tierras.
Hay una Casa de la Cultura en Canagua, situada en la esquina sur de la Plaza, donde se
conserva parte de esta memoria. Es una casa colonial, cuyo interior presenta un patio
central muy acogedor con una fuente de agua en el centro y bordeada por corredores.
Conocimos su biblioteca, pequeña pero muy bien organizada y atendida por un personal
muy amable. También pudimos ver un pequeño museo, en donde se exhiben implementos
agrícolas , de carpintería y demás chécheres antiguos. El arte de la pintura no es ajeno a
esta comunidad donde surgen de vez en cuando algunos valores, como Silvino Molina,
quien ha pintado un hermoso mural en uno de las paredes del museo. En el patio central se
encuentran piedras fósiles de algunos animales, unas piedras de centella y raíces de cínaro
de formas caprichosas. También un artesano del lugar reprodujo la plaza del pueblo en una
enorme maqueta que descansa en el piso.
Don Cirilo.
Hay personas mayores que por poseer algún tipo de don muy especial, guardan celosamente
en su memoria los momentos más importantes de la vida de las comunidades. Ellos son
verdaderos libros abiertos donde se atesora la memoria colectiva de un pueblo y donde la
gente acude a buscar información sobre el parentesco de algún vecino, la construcción de
una iglesia o algún hecho histórico de importancia para el pueblo. Así es Don Cirilo García
un hombre de Canagua de 86 años quien se ha ganado la fama de ser el mejor conocedor de
la historia del pueblo. Conoció la época dura de los arreos de mula, la escasez de dinero, las
invasiones de los bandidos de Pregonero, como aquel célebre Useche de tan mala fama y
las revoluciones. En su época para ir Santa Cruz, el centro poblado más cercano, se
tardaban cuatro días en mula.
Fuimos a visitarlo, en compañía de Luis a su casa en El Rincón, donde tiene su taller de
carpintería. Todavía a su edad hace puertas y ventanas de madera, con la ayuda de uno de
sus nietos. Nos recibió al comenzar la noche, descalzo y sentado en su mecedora favorita,
y aunque un poco cansado, por haber estado reparando el tajado de su casa todo el día, tuvo
la gentileza de platicar con nosotros durante algunas horas. Nos sorprendió verlo tan sano:
la mirada firme y brillante, la voz era recia y la memoria no le fallaba. El acostumbra a irse
a la cama antes del anochecer, y quizás esto sea parte de su secreto para mantenerse en
buen estado de salud. En sus labios la palabra oral cobra toda la dimensión maravillosa en
un mundo mágico que va tejiendo mitos y leyendas de mucha fuerza primigenia y gran
autenticidad.
Don Cirilo ha sido carpintero, herrero, agricultor, constructor de caminos, mecánico y otras
cosas más. En 1956 acompañó al padre Eustorgio Rivas en la construcción de la carretera
hacia Canagua. Nos cuenta que al arribar el primer Jeep al pueblo, muchos paisanos habían
cortado pasto “ para dárselo al animal de cuatro ruedas que debía venir muy cansado por
todo el esfuerzo realizado.”
La Tierra clama por agua.
Al despedirnos de Canagua y partir hacia Mérida nos sentimos tristes por partida doble, al
tener que dejar aquel lugar hermoso y contemplar el daño causado a la naturaleza por los
incendios forestales. Cada día el bosque se reduce por efecto de las quemas. Se han hecho
reforestaciones con pinos y eucaliptos para curar las heridas dejadas en anteriores
incendios, pero el fuego los amenaza seriamente. El agua escasea y la flora y fauna
desaparecen en forma preocupante. Ya quedan pocos cachicamos, lochas, lapas y conejos
silvestres. Se necesita castigar con toda la fuerza de la ley a los autores de semejante
crimen. El fuego acaba con la naturaleza y en el verano inclemente la tierra clama por
agua.