francisco mouat, leer, vivir, perder

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 Leer, vivir, perder El Mercurio. Santiago, Chile. Revista El Sábado. 2/05/2009 Francisco Mouat Regalar libros puede ser muy placentero cuando ellos forman parte capital de tu vida. A estas alturas puedo prescindir de demasiadas cosas, pero no creo poder abandonar mi  biblioteca esencial. Mis hijos dicen que casi no sé regalar otra cosa que un libro, y tienen razón. Es un problema, porque no a todos tus amigos les gusta leer, pero también me pasa que con aquellos que no leen tengo muchas menos posibilidades de establecer contacto y comunicarme con entusiasmo; es decir, de hacernos amigos. Por supuesto que me gusta también recibir libros de regalo, en especial cuando el libro me interesa, lo leo y acaba provocándome placer. Sucede que a veces te regalan libros que no te interesan nada, libros que dormirán cerrados hasta encontrar con suerte su lector, o hasta el momento en que sí acaben por seducirme. Leer un libro y gozarlo depende de cómo estés, de tu estado de ánimo, de tus ganas, del interés que tengas en  par ti cip ar de la vi da y la hi stor ia que te escont ando una persona con la que  proba bl emente antes de leer el li br o no teas nada que ver, salvo que se haya convertido en uno de tus autores favoritos. Esto es así de azaroso, aunque nunca demasiado, y por lo mi smo no es fác il regalar li br os si n equi vocarse, a veces rotundamente. Hay que intentar tener una mínima idea de la sensibilidad del otro, ojalá de sus gustos e inter eses li terario s, para acert ar en la ele ccn, y ni n así la correspondencia está asegu rada. Lo otro es presci ndir totalmen te de la lista de los más vendidos. La buena literatura no es ni una moda ni una estadística de ventas favorables. Depr ime ver mo los tulos s ve ndidos se ve nden todaa s, porque los compradores de libros no se dan el trabajo de escoger con cariño y dedicación el libro  justo. El otro día recibimos una plata inesperada con mi hija Antonia y fuimos volando a una librería de ofertas en el centro, con el cheque aún en la mano. Le regalé diez libros de una patada, y pudieron ser veinte, pero ella me contuvo. Como ella se demoraba en ele gi r lo que quería, un poco mareada por tant os tí tulos que la atraí an, escogí arbitrariamente libros para una estudiante de literatura de segundo año que le ayuden a abrir ventanas, puertas, compuertas, subterráneos, escotillas. Libros que la estimulen, que le propongan un viaje, que la hagan atravesar un mapa literario en busca de placer, felicidad, conocimiento y por supuesto nuevas dudas esenciales, preguntas sin respuesta o con muchas alternativas para elegir. No sé cuántos de esos libros serán finalmente leídos por ella, y no sé cuántos cumplirán el sueño de hacerse imprescindibles en su vida. Con que en su lectura haya unas pocas líneas felices me conformo. A veces basta un verso en un océano de palabras para justificar el paseo a la costa. No había para qué gastárselo todo de una vez, me dijo Antonia con sangre fría. Se llevó, entre otras buenas ofertas, unas estupendas conversaciones con la poesía chilena de Juan Andrés Piña, y una antología de algunos de sus mejores textos preparada por el propio Julio Ramón Ribeyro, para citar dos de ellos. Cada uno de esos libros no valía más caro que una entrada al cine o a un partido de fútbol en galería. Un amigo me envía una frase de una escritora joven, argentina, Raquel Robles, que  publicó hace poco una novela llamada Perder. Me gusta el título, lo que sugiere, y más

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Leer, vivir, perder

El Mercurio. Santiago, Chile. Revista El Sábado. 2/05/2009

Francisco Mouat

Regalar libros puede ser muy placentero cuando ellos forman parte capital de tu vida. A

estas alturas puedo prescindir de demasiadas cosas, pero no creo poder abandonar mi

 biblioteca esencial. Mis hijos dicen que casi no sé regalar otra cosa que un libro, y

tienen razón. Es un problema, porque no a todos tus amigos les gusta leer, pero también

me pasa que con aquellos que no leen tengo muchas menos posibilidades de establecer 

contacto y comunicarme con entusiasmo; es decir, de hacernos amigos.

Por supuesto que me gusta también recibir libros de regalo, en especial cuando el libro

me interesa, lo leo y acaba provocándome placer. Sucede que a veces te regalan libros

que no te interesan nada, libros que dormirán cerrados hasta encontrar con suerte sulector, o hasta el momento en que sí acaben por seducirme. Leer un libro y gozarlo

depende de cómo estés, de tu estado de ánimo, de tus ganas, del interés que tengas en

  participar de la vida y la historia que te está contando una persona con la que

  probablemente antes de leer el libro no tenías nada que ver, salvo que se haya

convertido en uno de tus autores favoritos. Esto es así de azaroso, aunque nunca

demasiado, y por lo mismo no es fácil regalar libros sin equivocarse, a veces

rotundamente. Hay que intentar tener una mínima idea de la sensibilidad del otro, ojalá

de sus gustos e intereses literarios, para acertar en la elección, y ni aún así la

correspondencia está asegurada. Lo otro es prescindir totalmente de la lista de los más

vendidos. La buena literatura no es ni una moda ni una estadística de ventas favorables.

Deprime ver cómo los títulos más vendidos se venden todavía más, porque loscompradores de libros no se dan el trabajo de escoger con cariño y dedicación el libro

 justo.

El otro día recibimos una plata inesperada con mi hija Antonia y fuimos volando a una

librería de ofertas en el centro, con el cheque aún en la mano. Le regalé diez libros de

una patada, y pudieron ser veinte, pero ella me contuvo. Como ella se demoraba en

elegir lo que quería, un poco mareada por tantos títulos que la atraían, escogí

arbitrariamente libros para una estudiante de literatura de segundo año que le ayuden a

abrir ventanas, puertas, compuertas, subterráneos, escotillas. Libros que la estimulen,

que le propongan un viaje, que la hagan atravesar un mapa literario en busca de placer,

felicidad, conocimiento y por supuesto nuevas dudas esenciales, preguntas sin respuestao con muchas alternativas para elegir. No sé cuántos de esos libros serán finalmente

leídos por ella, y no sé cuántos cumplirán el sueño de hacerse imprescindibles en su

vida. Con que en su lectura haya unas pocas líneas felices me conformo. A veces basta

un verso en un océano de palabras para justificar el paseo a la costa. No había para qué

gastárselo todo de una vez, me dijo Antonia con sangre fría. Se llevó, entre otras buenas

ofertas, unas estupendas conversaciones con la poesía chilena de Juan Andrés Piña, y

una antología de algunos de sus mejores textos preparada por el propio Julio Ramón

Ribeyro, para citar dos de ellos. Cada uno de esos libros no valía más caro que una

entrada al cine o a un partido de fútbol en galería.

Un amigo me envía una frase de una escritora joven, argentina, Raquel Robles, que

 publicó hace poco una novela llamada Perder. Me gusta el título, lo que sugiere, y más

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me gusta cuando leo una de sus frases: “Muchas veces me pregunto qué partes de la

vida me habré perdido por leer, sin embargo, no puedo remediarlo, a veces no hay otra

manera de soportar la vida que ausentarse un poco. Es un equilibrio difícil”. Lees y a

cambio dejas de vivir otras vidas posibles. Lees y ganas una nueva vida, distinta a la

que había antes de encontrarte con ese libro que te hizo desplazarte. Vila-Matas escribió

que no hay gesto “menos agresivo que ver a un hombre bajar la vista para leer un libroque tiene entre sus manos. Habría que partir a la búsqueda de ese recogimiento

universal”. Yo ya no puedo vivir sin libros. Dejar de leerlos, o de escucharlos si ya no

 puedo ver, será lo mismo que morir.

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