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De Frances Tustin en esta biblioteca

Barreras autistas en pacientes neuróticos '

El cascarón protector en niños y adultos

Frances Tustin Miembro Honoraria Association of CWld Psychotherapists Afiliada Honoraria British Psychoanalytical Society

Amorrortu editores Buenos Aires

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e::

Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Jorge Colapinto y David Maldavsky The Protectiue Shell in Chtldren and Adults. Frances Tustin © Frances Tustin, 199Qjediqón original. H. Karnac Books-Ud::;- represent§...pefThe Cathy Miller Rights Agency. Londres, Inglaterra) Traducción, José Luis Etcheveny

Unica edición en castellano autorizada por la autora y debidamente protegida en todos los países. Queda he­cho el depósito que previene la ley no 11.723. ©Todos los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores S. A., Paraguay 1225, 7° piso, Bue­nos Aires.

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o . electrónico. incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de informa­ción, no autorizada por los editores, viola derechos re­servados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

Industria argentina. Made in Argentina

ISBN 950-518-522-7 ISBN 0-946439-81-8. Londres, edición original

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, i\v<'llaneda. provincia de Buenos Aires. en mayo d<' 1992.

i'h':Hin dt· esta <'<llclón: 2.000 ejemplares.

A todas las personas que generosamente han discutido conmigo su trabqjo clinico, y así wnpliaron y enrtquecte ron considerablemente mi experiencia tndwtdual lúntta da, y en particular al doctor W. R. Bfon. quien me enseñó a disfrutar de ese compañerismo.

¿No puedes socorrer a un espíritu doliente, Quitar de la memoria una arraigada cuita, Borrar los inscritos infortunios del cerebro, Y con algún antídoto de dulce olvido Purificar el abrumado pecho de esa materia peligrosa Que apesadumbra el corazón?

Shakespeare, Macbeth, acto V, escena 3

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Indice general

11 Reconoc1mientos 13 Prefacio

1 7 l. Lo que es y lo que no es autismo 5 1 2. Ser o no ser 79 3. La psicoterapia como tratamiento para

niños autistas 95 4. Confirmaciones de los resultados obtenidos

con la psicoterapia de niños autistas 115 5 . Psicoterapia con niños que no pueden jugar 141 6. El niño que me enseñó sobre la

encapsulación autista 165 7. La cápsula autista en pacientes adultos

neuróticos 189 8. Aplicación por otros profesionales de lo

descubierto en niños autistas a pacientes adultos neuróticos

211 9. Ser dado a luz del cascarón autista: pasar a integrar un grupo

229 10. Autismo en un paciente adulto 235 11. · Palabras finales 237 1'2. Una aclaración 239 La alianza rota

241 Referencias bibliográficas

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Reconocimientos

Deseo expresar mi agradecimiento por el cuidado médico que recibí del doctor Jean-Michel Serisé y por el bondadoso trato que me dispensaron la doctora Ann Se­risé y el doctor Lafforgue cuando enfermé y debí ser hos­pitalizada mientras daba conferencias en Burdeos. Sin su auxilio, acaso este libro no habría visto la luz. Tam­bién agradezco a Cesare Sacerdoti de Karnac Books el apoyo y aliento brindados durante mi convalecencia. Ello mantuvo viva en mí la posibilidad de terminar mi última contribución al estudio psicoterapéutico del au­tismo. El amable ofrecimiento de asistencia de Maria Pozzi me ayudó a recomenzar; se encargó de resumir con cuidado unos trabajos para cuya lectura aún estaba demasiado débil en ese momento. Tuve también un im­portante apoyo de Kate King, quien se ofreció a dactilo­grafiar los diversos capítulos, los compaginó y me los trajo a casa, tarea para la cual debió descifrar con pa­ciencia mi letra manuscrita. Esta mención de las perso­nas que me hicieron posible terminar este libro no esta­ría completa si no incluyera a mi amiga escocesa, la se­ñora Jessie Pearce, quien, a mi salida del hospital, me cuidó con muchísimo esmero, y que desde entonces no ha dejado de asistirme y de asistir a mi esposo. Como siempre, mi cálido agradecirrtiento para Alexander y Mi­riam Newman de la Asociación •Squiggle• (cuyo espíritu ecuménico nunca degenera en un eclecticismo blando y sentimental), que me procuraron una plataforma desde la que pude hacer conocer las posibilidades de la psico­terapia con niños autistas. Nunca dejaron de prestarme ayuda cuando hube de necesitarla con ese propósito.

Debo dejar constancia, por fin, de mi reconocimiento a los editores que me autorizaron a incluir trcrbajos pu blicados originalmente en sus revistas o libros. Escribir

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un trabajo a pedido de un editor supone dar forma a los pensamientos nuevos que incubaban en nosotros desde la última vez que tratamos por escrito sobre el mismo asunto. Después que otros lo leen, amigos y colegas ge­nerosos hacen comentarios y envían importantes escri­tos en conexión con el tema abordado, lo que lleva a re­visar y modificar el trabajo original. Fue lo que ocurrió con varios de los capítulos de este libro. que original­mente se publicaron en otra parte. Pero ahora. compilar trabajos que se habían publicado de manera indepen­diente y en diferentes lugares da a cada uno de ellos una dimensión nueva, porque se los ve reunidos como parte de un plan de conocimiento que avanza.

Frances Tustin Mayo de 1989

Prefacio

Mi trabajo con niños autistas ha sido un permanente estímulo para seguir pensando. Esto explica que el pre­sente libro sea complementario de mi anterior Auttstic Barrters in N euro tic Pattents ( 1987). donde me concentré en los aspectos de barrera del autismo. En el libro ac­tual, en cambio, que enhebra algunos de los trabajos es­critos después de la publicación de aquel otro, el asunto considerado son los aspectos protectores del autismo.

'Cada trabajo nuevo que escribimos suma una pizca de comprensión más honda. En estos últimos años he es­tudiado con preferencia la ilusión, que los niños autis­tas generan a fin de proteger su blanda vulnerabilidad, de tener a modo de un cascarón duro como cobertura externa de su cuerpo. He llegado a comprender que es un uso idiosincrásico y perverso de sus sensaciones corporales el que los ha llevado a fabricarse esta del u ­sión de encontrarse protegidos por un cascarón duro. Examino este proceso en detalle en varias partes del presente libro; lo ejemplifico en particular en el capítulo 6, donde trato sobre el niño que me enseñó aspectos de la encapsulación autista. El capítulo 7. cuyo asunto es la cápsula autista que encontrarnos en algunos pacien­tes neuróticos adultos, demuestra el valor de .aplicar a este tipo de pacientes descubrimientos obtenidos en el trabajo con niños autistas. También nos ayuda a tomar más contacto con estos últimos y nos libra de verlos co­mo criaturas ajenas, extrañas, por entero diferentes de nosotros.

Según lo comprobaremos, estos niños desarrollan el cascarón protector porque están bajo el imperio com pulsivo de unas reacciones de •huida• hiper -intensas; las reacciones de •lucha• no forman parte del rcp(•rtorlo de estos niños pasivos. Las de •huida• cons ls l<'ll 1' 11

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esquivar y en buscar refugio. Según lo he mostrado en mis anteriores libros sobre el autismo, estos niños en su p~ra irúancia tom~ticia de su separac10n cor­püi::al de la madre nutrtcia de una manera que les resul­tó particularmente traumática y afligente (Tustin-;l97z;-1981, 1987). En el presente libro he modificado misan­teriores concepciones demasiado simplistas sobre las circunstancias que causaron esa aflicción; en efecto, a la luz de la amplia reseña que Daniel Stern nos ofrece de los descubrimientos recientes referidos a la primera in­fancia, ya no es admisible postular un estado autista in­diferenciado absoluto que fuera el estado normal en ella. Lo que surge de un estudio de niños autistas detallado y sistemático, que no se reduzca a los fenómenos exter­nos, es que en su primerisima irúancia se sintieron re­pelidos abruptamente por una maare a quien, por di­versas razones, habían experimentado como parte de su cuerpo. Intentaron proteger su consiguiente desvali~ miento y vulnerabilidad con la manipulación de Stij sustancias y sensaciones corporales, a fin de distraer su atención de esta herida corporal y cerrar el paso a ulte: riores aflicciones. Por esta vía, en lugar de protegerse flexiblemente y con naturalidad, se encapsulan de una manera estática y rígida. He expuesto detalles de esto en mis libros anteriores, y aquí aporto otros.

Acaso todos hacemos lo mismo en cierta medida, puesto que el cuidado humano no puede tener una perfección tan absoluta como la que pide nuestra exi­gencia. Pero a causa de las particulares circunstan­cias en que los niños autistas se encuentran, y a cau­sa de su particular naturaleza, las reacciones de •hui­da• protectora, engendradas merced a sensaciones, se han exagerado hasta el punto de torcer de manera de­sastrosa su vida sensible. Esta distorsión de su vida sensible implica la inevitable distorsión de su desarro­llo psicológico. El cascarón autista les siive para pro] tt'ge rlos d e terrores externos y para taponar el potente vo lC'flll ck sentimientos provocados por la experiencia prc· n m t11 rn ele exis tir como un ser separado. Esta tri­ltt rllll' l(> n cll ·l •ex is tir• s e examina en el capítulo 2 . El •:npil r tl u 1 dis pone· el escen ario para los descubrimien-1•~• 14 e: n rl'tld1 ·r·n clos c·u los capítulos que le siguen, en

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tanto intenta aclarar lo que el autismo es y lo que él n o es. También prepara al lector para abordar unos esta dos extraños y no conceptualizados, con miras a cuya comunicación me he visto forzada a encontrar pala­bras y conceptos.

Frances Tustin Mayo de 1989

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l. Lo que es y lo que no es autismo

' •Con demasiada frecuencia y durante demasiado tiem­po nos quedamos ajilera y, con una creciente perpleji­dad teórica, lo mirábamos [al niño autista] trasgredir de continuo con: su conducta las leyes de la psicopatología ortodoxa. En el presente, nuestra única esperanza es entrar en él y contemplar el mundo con sus ojoS».

James Anthony..:. •An experimental approach to the psychopathology of childhood autism•, 1958, pág. 211

Esa •perplejidad teórica• que James Anthony seña­laba hace ya muchos años, en 1958, sigue impidiendo un diagnóstico preciso del autismo. Por ejemplo, en fe­cha tan reciente como la de 1986, el profesor de psi­quiatría polaco Andrzej Gardziel escribía:

•Hoy se usan diversas escalas diagnósticas ( .. . ) algu­nos niños que se incluyen en el diagnóstico de autis­mo por aplicación de una escala pueden ser excluidos por otra• (Gardziel, 1986).

Esta confusión e incertidumbre sobre el diagnóstico parece debida a la insistencia que la tradición clasifi­catoria de la psiquiatría pone en rasgos descriptivos externos. Según mi experiencia, la dificultad diagnós­tica desaparece en buena medida cuando penetramos más allá de los fenómenos externos y estudiamos las reacciones de fondo que dieron origen a los rasgos ex­ternos de la perturbación. Si tomamos nota de estas reacciones de fondo introducimos un orden unificador en las ya señaladas características externas tan dlvt·r

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sas, y que no parecen presentar conexión las unas con las otras, de la psicopatología autista.

Pero antes de internarnos en la descripción de des­cubrimientos psicoterapéuticos, quiero resumir lo que se ha escrito hasta hoy acerca del diagnóstico del au­tismo de la niñez desde un punto de vista externo.

Sección l. Rasgos diagnósticos descriptivos externos

Parece conveniente comenzar por el trabajo señero de Leo Kanner (1943), en el cual diferencia, con méto­do descriptivo, el síndrome que denominó autismo infantil temprano de la deficiencia mental innata. He aquí su descripción de Paul, un niño de cinco años:

•Por su parte no establecía lazo afectivo alguno con la gente. Se comportaba como si esta le fuera indiferente o incluso no existiera. No le importaba que se le habla­ra en tono amistoso o de reto. Nunca miraba a la cara. Si llegaba a tener alguna relación con personas, las trataba (a partes de ellas, más bien) como si fueran objetos• (ibi.d .).

I~scribe también:

•Cada uno de los niños, después que entraron todos t'll el consultorio, buscó enseguida ladrillos de cons­lnH'Clón, juguetes u otros objetos, sin prestar la me­llor nl<'nción a las personas presentes. Sería erróneo de dr que no tomaban nota de la presencia de perso­llolll l*«·ro In gente, tan pronto como dejaba solos a los 11lfu m, IIIH'III d mismo papel que el escritorio, la biblio­t••t_•r• 1.1 d rumnrlo. Las idas y venidas, aunque fueran de lt• IIIIIIIH•, pnrecían no contar• (ibid.).

1)« ·u le d uiiHmo momento de su publicación, y con ! !\!tlh 'll••ldnd, c•l t rnho.jo de Kanner despertó mucho lidí' i'•'~n. No oltMinnlc•, hoy sabemos que el síndrome .\

descrito por Kanner es muy raro. Se estima que s u 111 cidencia es de cuatro niños cada diez mil, y su co mienzo se sitúa antes de los dos años y medio. Pero es poco frecuente que se lo diagnostique en ese momen to. Los padres de niños autistas suelen narrar tristes historias: tuvieron que andar de profesional en profe­sional antes que reconocieran la condición del niño. Parece entonces importante alertar a los agentes de salud y otros que tratan con madres y niños pequeños acerca de la señal de peligro de una madre y un bebé que no parecen en contacto recíproco.

Esto me pone frente al rasgo más destacado de los niños autistas. que es su falta de relaciones sociales normales. En su trabajo de 1976, el profesor Rutter, notable autoridad en la sintomatología del autismo, describió la ausencia de la mirada a los ojos en estos niños, y el hecho de que no adoptan el gesto anticipa­torio normal cuando son alzados (amoldamiento del cuerpo, según lo ha denominado Margaret Mahler) . Expuso además que no acuden a sus padres en busca de consuelo, y abordan a los extraños con la misma fa­cilidad que a las personas a quienes conocen bien. No juegan en cooperación, y no parecen importarles ni los sentimientos ni los intereses de los demás.

Sobre la base de un trabajo experimental humanis­ta con niños autistas, el doctor Peter Hobson (1986). colaborador del doctor Rutter, ha demostrado la au­sencia de empatia en estos niños. Con el mismo mé­todo del doctor Hobson, Uta Frith (1985), del Medical Research Council, ha comprobado su falta de imagi­nación. Estos descubrimientos me han resultado de valioso auxilio para comprender a niños autistas de­clarados. Son rasgos específicos de estos. · ·

El doctor Rutter (1979) ha descrito tres síntomas cardinales para el diagnóstico de niños autistas. El pómero es ue no desarrollan relaciones sociales.~ segun~o es e~t~ el lenguaje: a gunos son mu­dos, otros, ecolálicos. a menudo con confus!ón en el uso de pronombres personales como •yo• y •tú•. El t.cr cer síntomád'escrito PO!: Rutter es su conducta ritwi lista y compulsiva, asocüi.da con movimientos y gcHtOH estereotioados.

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Bernard Rirnland (1964), quien escribe desde el mismo punto de vista conductista del profesor Rutter, ha descrito en detalle los rasgos externos del autisrno de la niñez, diferenciándolo, además, de la esquizofre­nia de la niñez.

Desde una perspectiva más amplia que la adoptada por Rutter o Rirnland, George Victor (1986) distinguió además entre autisrno y esquizofrenia de la niñez. Analizó materiales muy diversos, desde experimentos de laboratorio con animales hasta biografias de niiíos autistas escritas por sus padres. En el capítulo 2 de su libro, resume los siguientes síntomas: 1

Rituales. Tienen por lo común la función de man­tener el autocontrol e impedir que el ambiente cambie; los niños autistas presentan rituales más bizarros que los niños esquizofrénicos, y se aferran a ellos con más tenacidad.

Aislamiento. Expone la condición solitaria de los ni­ños autistas, su desapego y su retraimiento.

Sensación. Victor describe la visión periférica de es­tos niños, su sordera aparente así corno su desconsi­deración hacia los sucesos cercanos al mismo tiempo que atienden a los distantes.

Sexo. Las excitaciones silvestres de los niños autis­tas se asemejan a raptos u orgasmos; estos niños son hipersexuales y muy sensuales.

Movimiento. A veces hacen girar la cabeza, rechinan los dientes, guiñan los ojos y gesticulan.

Sueño. Son comunes las dificultades para dormir.

Síntomas variados. Victor refiere la indiferencia de los niños autistas hacia las posesiones, y señala que

1 wl(' desazonados ver cosas rotas o incompletas. Ex-1 11 lllt' Hll p:tnico ante el cambio más leve y su indiferen-1 1.1 unlt• loH earnbios importantes.

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Síntomas que se presentan en la primera infancia. Victor señala también que de niños pequeñitos y des­pués, se quedan contentos solos durante horas.

Inspirado en su trabajo corno jefe de una unidad de atención diurna para niños psicóticos en los Estado'l Unidos, y escribiendo en su condición de psiquiatra psicoterapeuta, el doctor Robert Olin (1975) distingue al niño autista del esquizofrénico, y también del que sufre un retardo de base orgánica. En particular, com­para sus sentimientos de identidad. Acerca del niño autista, escribe:

•El problema de identidad del niño autista es el de sentirse tan pequeño e iñsignificante que apenas exis­te. El se defiende entonces de unos sentimientos de inexistencia con empleo de toda su fuerza y capacidad para convertirse en un cascarón de poder indestructi­ble• (Olin, 1975).

Estos niños pueden creer que se convierten en un au­tomóvil, en el botón de la luz, en un piso de mosaicos o en un tocadiscos. Se asimilan a esas cosas en lugar de identificarse con seres humanos vivos. Prosigue Olin, en su comparación del niño autista con el niño esqui­zofrénico:

•Un niño esquizofrénico, por el otro lado, siente que su identidad es muy dispersa y difusa: corno polvo en el aire ( ... ) Su personalidad es corno un plato roto o un puñado de arena arrojado al viento• (ibid.).

Y continúa:

•El [el niño esquizofrénico) fragmenta y confunde de las maneras más ingeniosas. Por ejemplo, sus pala bras carecen de sentido para el observador. Pero ck repente este descubre que existe una especie el<' 1111'11 '

saje secreto en lo dicho y obrado• (ibid.).

En comparación, el niño dcdamdaJJwult ~ utiiiHIII 1

mudo o ecolállco.

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Olin se extiende sobre otra diferencia entre los dos tipos de psicopatología, a saber: las alucinaciones suelen ser un rasgo del niño esquizofrénico pero no del niño autista, aunque se pueden presentar en el curso del tratamiento cuando el niño autista se recupera.

Es dificil diferenciar entre niños autistas y esquizo­frénicos cuando se utilizan sólo rasgos descriptivos externos, según lo muestra Olin:

•Como el niño autista, el esquizofrénico suele no ser cariñoso. Se resiste a aprender. Tiene dificultades pa­ra mezclarse con otros niños• (ibid.).

En el mismo sentido, continúa:

•Algunos niños esquizofrénicos tienen historiales si­milares a los de los niftos autistas~ (ibid.).

Afirma más adelante:

•Al principio, ciertos niños parecen autistas. Después, se los ve esquizofrénicos. O, a la inversa, algunos ni­ños desarrollan inicialmente una esquizofrenia que después se convierte en autismo• (ibid.).

Otros autores se han referido a esta fluctuación entre a utismo y esquizofrenia en algunos niños psicóticos; también yo la he observado. Un trabajo reciente que trata del desarrollo de síntomas en la esquizofrenia in­fantil plantea importantes interrogaciones en torno de esta fluctuac'ión. 2 Allí, John Watkins, RobertAsarnow y ()eter Tanguay (1988) presentan los descubrimientos CJIIC ' hi<'l<'ron en un estudio de dieciocho niños que sa­l l ~ l ll < ' lltlllos criterios del DSM III para la esquizofrenia, COII •·otulc•uzo anterior a cumplir los diez años. Halla­H) II q11c tt iutomas de autismo infantil estaban presen­hJR ' 11 1'1 :1!1°/c¡ de la muestra, y que el comienzo de la l•tJ •ptl i'. Oft«~ lllll Hohrcvino, en niños con historial de sín­( IHI HIO n uU ul.tH 1'11 1-1 11 primera infancia, a una edad an-

' iDI' q• w 1' 11 111 m H uhios de la muestra. CCnllllttiiiCI Í•tl, loH autores hicieron esta importan­

¡!ITH•••II n: •,r, ln1pll• ·u c•l descubrimiento de que más

de un tercio de los niños esquizofrénicos de la mucstm considerada presentaran historiales anteriores de sín tomas autistas una continuidad entre autismo y es quizofrenia?•. En su intento de dar respuesta a esta pregunta, apuntan que, más que sustentar una tesis de continuidad, sus descubrimientos indican la nece­sidad de repensar el modo en que se han definido es­tas perturbaciones. En este sentido, los autores han conjeturado que en muchos de los trabajos anteriores se habían descuidado importantes cuestiones evoluti­vas a causa de una excesiva adhesión a la edad delco­mienzo como criterio diagnóstico. Llegaron entonces a la conclusión de que sus descubrimientos ponían de relieve la índole evolutiva de la esquizofrenia en los ni­ños. Esto coincide con mis propias observaciones psi­coterapéuticas, que me han inducido a conjeturar que, en algunos casos, el autismo se ha desarrollado como protección frente a la desintegración que es ca­racterística de la esquizofrenia. Entonces, si el autis­mo revierte, se manifiesta la esquizofrenia latente. Tanto el enca.Esulamiento autista como el enmarañ~­miento es~izofrénico se generan como reacciones protectoras frente a la degresión del tipo ·a~ro ~­gro•. Espero mostrar más adelante en este capítulo que, si van'los más allá de los síntomas externos, po­demos obtener una visión más profunda de las cues­tiones evolutivas que introducen una diferencia entre las protecciones del autismo infantil y las de la esqui­zofrenia infantil.

Pero, antes de entrar en esas consideraciones, ne­cesito corregir ciertos equívocos comunes acerca de los niños autistas.

Correcciones a equfvocos

La idea errónea de que a todos los niños autistas les ha faltado amor cuando bebés ha conducido a poner excesivamente el acento en causas ambientales, así como a intentos sobrecompensatorios de remediar su condición autista. El primero en sustentar esta cou cepción de que el niño autista no ha sido amado C'IIHll

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do bebé fue Leo Kanner, quien escribió que la madre de estos niños era •fria• e «intelectual>. Además, desde luego, Dibs, el niño autista descrito por Virginia Axline (1966, 1971), no fue ni amado ni deseado. Pero no ha sido este el caso de todos los niños autistas. Por ejem­plo, las madres de todos aquellos niños con los que yo trabajé habían estado deprimidas en algún momento cuando el hijo era pequeño, pero lo habían deseado y no se habían mostrado desamoradas, aunque es pro­bable que el cuidado que le dispensaron dejara mucho que desear a causa de su depresión.

A propósito de esta idea de que las madres de niños autistas fueron desamoradas, Helen Baker, psicóloga de niños de un Departamento de Niños y Adolescentes de Australia, escribe:

•En mi carácter de psicóloga de niños que ha trabaja­do con niños autistas y sus padres durante un período de doce años, no he comprobado absolutamente n1n­guna relación entre la existencia de esta condición y la falta de amor demostrada por los padres. Al contrario, algunos de los padres más cariñosos que he conocido eran de aquellos a quienes les sucedió tener hljos au­tistas• (carta del 6 de abril de 1988).

Creo que una diversidad de interacciones naturaleza­crianza puede llevar al autismo. También me ha pare­cido que en algunos casos correspondía dar más im­portancia a los factores genéticos que a los ambienta­les. Desde luego, aún resta por hacer mucho trabajo en la evaluación y la determinación de estos niños.

He encontrado siempre que la hipótesis de Colin Trevarthen acerca del autismo, que él derivó de su ob­servación de bebés, estaba de acuerdo con la mía, que surgió del trabajo clínico con niños. Victoria Hamilton, que conoció a Trevarthen y asistió a sus conferencias en Los Angeles, me ha enviado un resumen de sus puntos de vista. Lo ha hecho de manera tan sucinta que quiero citarlo aquí. Me escribió:

•Trevarthen acepta el diagnóstico descriptivo de Kan­ner, pero rechaza la hipótesis de la madre heladera.

24

Cree que el a u tismo es una disfunción o pert 11 rlual'lura en aquellos intercambios emocionales entre uutdn· y bebé que regulan su contrato ( ... ) En lo esencial. 1111"

parece que su opinión es que los bebés nacen con estu disposición emocional sumamente compleja, cuya función es establecer comunicación y regular el con tacto con otros seres humanos. Esta disposición es sumamente compleja y delicada, y se desarregla con facilidad•.

He encontrado esto muy afin con mi propio punto de vista. Me ha parecido que las más de las teorías sobre el autismo no insisten lo suficiente en las proclivida­des innatas. Explicaciones demasiado •racionales• se ofrecen para la aversión de estos niños al contacto hu­mano; por ejemplo, que han sido rechazados por su madre, cuando se ajusta mucho más a los hechos clí­nicos ver en su conducta algo completamente irracio­nal, reactivo con arreglo a ciertas predisposiciones biológicas que son comunes a todos los animales hu­manos. Por supuesto, la ponderación entre influjos ambientales y genéticos será distinta en cada caso, pero predisposiciones psicobiológicas innatas, comu-nes a todos los seres humanos, han de desempeñar el ~

papel vital. 1·::. Otro equívoco popular que me parece importante)

corregir es el de que todos los niños autistas padecen de lesión cerebral. Aquí se apl.Iea lo mismo que en el \~ ._'P": caso aél desamor: el hecho de que algunos de estos ni-ños estén aquejados de lesión cerebral no significa ' 'R

que todos la padezcan.

Lesión cerebral

El profesor Adriano Giannotti y la doctora Giulian­na de Astis, que trabajan en el departamento de inves­tigación y psicoterapia del Instituto de Neuropsiquia­tría Infantil de la Universidad de Roma, y cuyos jóve­nes pacientes autistas son todos investigados prime­ramente en el bien equipado laboratorio de estudios metabólicos y orgánicos de ese Instituto, han escrito:

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•El hecho de que algunos de estos rasgos de autismo se acompañen en ocasiones de lesiones cerebrales le­ves vuelve necesario investigar un importante proble­ma. Muchos de los casos que hemos observado y tra­tado con algún buen resultado habían recibido el diag­nóstico de retardo mental, o aun de cerebropatia, con la consecuencia de que se hubiera descartado toda posibilidad de desarrollo psíquico normal. Nuestra ex­periencia en esta materia nos ha mostrado que alte­raciones cerebrales comprobadas por encefalograma tienden a desaparecer con un tratamiento psicotera­péutico; no creemos, por lo tanto, que se deba atribuir demasiada importancia a estas lesiones en la indica­ción de psicoterapia. Casos en que la condición autis­ta se asocia con alteraciones cerebropáticas graves (. .. ) han sido excluidos de nuestra experiencia• (Giannotti y De Astis, 1978).

Lo malo es que, para el observador superficial. el tipo de autismo que se origina por lo principal en perturba­ciones psicológicas puede verse virtualmente idéntico al originado en una lesión orgánica grave. Hace falta, desde luego, una investigación cuidadosa y profunda. En mi trabajo clínico, que lleva ya treinta años, sólo admití en tratamiento psicoterapéutico a niños autis­tas en quienes no se había comprobado lesión cere­bral con los métodos de investigación disponibles en ese momento. De estos casos en que parecía probable que el autismo fuera predominantemente psicógeno, se obtuvieron los descubrimientos diagnósticos psico­dinámicos que expongo en la sección que sigue.

Sección Il. Descubrimientos diagnósticos pslcoanalíticos

Ml'lwrle Kleln

ICu 111111 ('poca en que era opinión de la psiquiatría '·'' trulnx11 IJIII' sólo los adultos podían ser psicóticos, Me-

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lanie Klein fue precursora en el reconocimiento y trata miento de psicosis en niños. Sin embargo, ~tlnguió ;'\ entre autismo y esquizofrenia de la niñez.~ quien .U se refirió en su trabajo de 1930 •The importarlce of sym- ' < bol formation in the development ofthe ego~. era un ni- / <J~ ") ño al que hoy por cierto le diagnosticaríamos autismo, S . (

pero Kanner publicó su trabajo sobre el autismo infantil tempranosólo en 1943, o sea, catorce años después de la publicación del trabajo de Melanie Klein. Ella vio ~u e Dick era diferente de los otros niños psicóticos que ha-bía observado, pero después de muchQ_.cavilar sobre es-te punto le dia~ostlco Dementta Praecox, como se de­nominaba entonces a la esquizofrenia. Su vida siempre urgida por el trabajo no le dejó tiempo para corregir su diagnóstico de Dick a la luz de los descubrimientos de Kanner.

Margaret Mahler

Traba ó hacia la misma época que Melanie Klein e- le, ro, por el hecho de vivir en os sta os o , tuvo m u- ~ chas oportuni ades de discutir personalmente 'Cüñ"Léo . Kanner, en razón de lo cual Margaret Mahler incorporo loS"CleScubrtmientos de este a sus propias teonas. De-dicó la mayor parte de su vida a discernir y estudiar la psicosis infantil desde la perspectiva de las teorías psi­coanalíticas freudianas clásicas, que ella amplió. Se puede calificar de •evolutiva» su hipótesis en tanto pos­tulaba q_ue la prtme_rísima etapa de la infanci~ etapa autista norma_!; sostuvo que en esta

• ... la satisfacción de la necesidad toca a · su órbita au­tista propia [la del infante)» (Mahler, 1968, pág. 8).

Opinaba que en este estadio temprano el infante no te­nía conciencia del mundo exterior. Para Mahler, el au ­tismo infantil era consecuencia de una perturbación traumática de esa etapa autista normal de la primern infancia.

En este mismo orden de ideas sostuvo además qw· hacia los tres meses el infante normal desarrolla uun

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oscura noticia de s~ación fisica de la madre y del mundo exterior Mahler doptó el concepto botáni­co de simbiosis para es gnar la interdependencia gue en beneficio mutuo se desarrollaba entre madre y be­bé en ese estadio simblotico normá1. A su parecer, lo que denominó psiCosiS stmblótica era consecuencia de una perturbación ocurrida en el estadio simbiótico normal. Si aplicamos la hipótesis de Bender (1956) de que la esquizofrenia infantil sólo se puede diagnos­ticar con precisión después de los cinco años, esta psicosis simbiótica pareciera ser una condición pre­esquizofrénica.

El autismo de la primera infancia: discusión de varias opiniones

La de Mahler es una hipótesis nítida. Como no que­ría estar sin base teórica, recurrí a las teorías de Mah­ler, y las suscribí, en mis dos primeros libros, Autism and Childhood Psychosis ( 1972) y Autisttc States in Children (1981). Ahora bien, como Melanie Klein, Mar­garet Mahler se vio estorbada por no conocer ciertos descubrimientos posteriores. Me refiero a los de ob­servadores del infante como son Brazelton (1970}, Colin Trevarthen (1979), Tom Bower (1977) y Daniel Stern (1986). Estos descubrimientos arrojan dudas sobre la validez de sostener la existencia de un estadio autista primario absoluto. Indican, como siempre lo había sostenido Melanie Klein, que el recién nacido, si el desarrollo es normal, tiene noticia de su separación de la madre y se mantiene alerta para asimilar expe­riencias dei mundo exterior.

Algunos autores han propuesto modificaciones a los puntos de vista absolutistas según los cuales o bien existe una falta total de noticia de la separación en la prlmerísima infancia, o bien se tiene noticia ple­na de ella. Por ejemplo, algunos (Robson, 1979; San­der. 1983; Stern, 1983a) sostienen la existencia de un estadio •cuasi autista» de desarrollo. Además, James Grotstein ( 1983b; 1983c) ha señalado la presencia de

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lo que denomina un tipo de desarrollo de •doblt• H«' ll

da», en que el infante se siente fusionado con la mndrc · y separado de ella:

• ... todas las etapas están presentes de manera simul tánea, pero tienen tiempos de dominación diferentes• (Grotstein, 1983b, pág. 175).

Daniel Stern sostiene un punto de vista similar:

• ... el infante es capaz de formar en paralelo diversos es­quemas de self y de self fusionado con otro• (Stern, l983a, pág. 14).

Thomas Ogden (1989) lleva todavía más adelante es­te punto de vista, porque postula lo que llama una )22-sición autista-confJgua normal en la primera infancia:. que coexiste dialécticamente con las posiciones esquizo­paranoide y depreswa de Klein, en las que se tiene cierta noticia de la separación corporal. A diferencia de estas / ' / posiciones, el término ~Sta-contigt!O» SU~ r,... superficies co orales se e erimentan fusionadas. ~ . ,...

g en presenta esta posición autista-contigua como~~­una situación en la que " · . ~

•datos sensoriales en bruto se ordenan formando co- . ../ nexiones pre-simbólicas entre impresiones sensoriales que pasan a constituir superficies limitadas• (ibid.).

Afirma que sobre estas superficies, justamente, tiene sus orígenes la experiencia del self. Cita a Freud en co­nexión con esto:

[

•El yo es sobre todo una esencia-cuerpo• (Freud, 1923b/"' pág. 26 [pág. 27)). ( ~ ("

Y también: "-0. ~

[

... el yo deriva en última instancia de sensaciones cor- X~ porales, principalmente las que parten de la superficie . '\: del cuerpo• (Freud, 1923b, pág. 26 [págs. 27-8), nota al pie agregada en 1927).

2!>

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~

Ogden considera que la psicopatología autista «es un desarreglo en orden a un modo autista-contiguo• que «resulta en un tiránico apresamiento dentro de un siste­ma cerrado de sensaciones corporales». Estas impiden la normal percepción del espacio.

A partir de su trabajo con niños autistas, el doctor Michael Fordham (1977), el famoso analista junguia­no brttátlit"!Q.. aprecia que la patología del autismo in­fantil proviene de lo que él expresa, en su terminolo­gía, como un fraca e en •desinte rarse• de •la i te ración rimordi ori al•. No especifica si esta dntegración primordial• es intra-uterina o pos-natal, pero da a entender que faltan diferenciaciones e inte-

t gx:aciones normales tempranas. -~ Pareciera que a juicio de todos estos autores el au- ')

tismo es afin a la condición que se presenta en algu- j

\

nos sueños, o en estados febriles, donde todo ocurre ' fusionado. Nada hay deslindado, todo es nebuloso, no . existen elementos claros y distintos gue pudiéramos apresa~ __ ---v

Recientemente, mi trabajo con niños autistas me indujo a concentrarme en los as~ autis!!!P. Pude advertir ci s sensaciones orpo­rales se yivencian como algo protecm& y que en los ni­ños autistas esta modalidad de protección sensorial ha sido generada por" sus propias actividades manipu­!adoras; por ejemplo, actividades como hacer girar su cuerpo u otros objetos, hamacarse, ondular las manos o arrastrarse sobre las nalgas, y movimientos estereo­tipados de esta índole. Puede ocurrir que se mastur­ben, pero no se trata de la masturbación normal aso­ciada con fantasías. Estas actividades manipuladoras perseverativas suponen que ellos se sienten entram­pados en un mundo idiosincrásico aislado de sensa­ciones corporales que no son compartidas con otras personas y que no dejan vía alguna de escape que per­mitiera librarse de ese mundo.

En este punto, tras corregir mi previo empleo de la noción de un estado absoluto de autismo primario, y después de pasar revista a diversas modificaciones que esa concepción ha recibido, deseo establecer una distinción entre autismo y esquizofrenia infantiles

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"' más clara de la que pude trazar en mis antc:rlorc ~u 11 bros sobre el autismo.

Diagnóstico diferencial entre autismo y esquizofrenia infantiles

Como psicoterapeuta de niños en mi consultorio particular, puesto que los padres eran quienes paga­ban los honorarios, me preocupé mucho por selec­cionar a aquellos niños que probablemente se benefi­ciarían con el tratamiento que podía brindar, y tam­bién por discernir con exactitud aquellos pasos de comprensión que en efecto indujeron cambios progre­sivos en estos pacientes. Descubrí que, por lo que me tocaba, los niños cerraclamente encapsulados era una propuest:áde tratamiento más simple gue los de tipo es~izofrénico, difusos y dispersos.

Los niños de tipo esquizofrénico

En la psicosis simbiótica pre-esquizofrénica descri­ta por Mahler (1968), madre e hijo semejan una pareja de gemelos siameses, o un par de casas semi-despren­didas (según el giro que usó un paciente de Daphne Nash Briggs para expresar esta situación •simbiótica• patológica). Meltzer (1975) la denominó identiflcación 1

adhesiva. Es una situación que difumina el sentimien­to de separación corporal de estos niños, y les instila un inseguro sentimiento de identidad.

Una modalidad esquizofrénica más elaborada para guarecerse de cosas que aterran, tanto internas como externas, es la ilusión de romper el cuerpo de la madre y de otras personas, y meterse en él. W. R. Bion (1962) nos ha mostrado que se trata en este caso de una exa­geración de aquellos procesos normales que Melanie Klein denominó identificación proyectiva. Tales proce­sos parecen brotar de la capacidad innata de hacer empalia, y suponen un sentimiento de separación. La identificación proyectiva procura a los niños de tipo esquizofrénico un frágil sentimiento de identidad, pero

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tal que depende del de otras personas. Los denomino niños enmarañados conjusionalmente porque tienen confundido y enmarañado el sentimiento de su propia identidad y la percepción de la de otras personas. No obstante, puede ocurrir en este caso algún desarrollo psicológico confuso puesto que existe un oscuro sen­timiento de separación. Pero siempre se trata de un desarrollo irregular, bizarro y por parches (o •islas•, como en ocasiones se dice).

Los niños de tipo autista

Un niño de tipo esquizofrénico presenta marcado contraste con el niño autista encapsulado en quien el desarrollo psicológico se ha detenido casi por completo -aunque existen unos pocos ni~os autistas cuyo desa­rrollo cognitivo alcanza a volcarse en la senda estrech~ de un interés obsesivo por una cosa, como arañas o cu­carachas, acerca de las cuales pueden llegar a reunir gran cantidad de información- Estos niños muestran perseverad@; su foco de atención se ha restringido tan­to que excluye casi todos los elementos del mundo ex­terior. Su desarrollo psicológico, como dijimos, se ha de­tenido casi por completo, aunque su crecimiento fisico se desenvuelva normalmente. Esto significa que el ínfi-

l mo desarrollo psicológico que pueda existir es un desa-

11, rrollo constreñi~ sesgadoJ~o. D~ senda estrec rrante· no es confuso y disperso, · o e el_niño esqu:lzafrénico

Además, por contraste con las inhibiciones de lac­tación del infante autista, casi siempre se nos infor­ma, acerca de los infant~ esquizofrénicos, que han si­do«lactantes áVidos• incontenibles. Las madres suelen decir cosas de este tipo: •Era como si nunca le resulta­ra suficiente•, •No quería parar nunca de mamar•. Es­to no se asemeja a la lactación abundante de un bebé normal, sano, que por lo común toma su alimento, termina su mamada, eructa y a menudo tiende a que­darse dormido.

Paso ahora a describir el rasgo diagnóstico psicodi­námico que, según he descubierto, cuando se presen-

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ta de unamaneramasivay total, es específico y sltlgta lar de los niños autistas. Asir este rasgo básico nos ex­plicará que haya surgido ese conjunto desconcertantt• de rasgos externos dispares expuestos en la Sección l. Nos sugiere una hipótesis simple que da razón de esa complejidad.

El rasgo básico especiftco del autismo infantil

El rasgo diagnóstico básico que es específico del autismo brota del hecho de que todos los seref-: huma­nos, como los demás animales, tienen una disposición innata a guarecerse de experiencias aterradoras. Así, los infantes normales buscarán refugio entre los bra­zos de su madre (o los de una persona igualmente bien conocida) o se esconderán bajo su falda. El niño de ti­po esquizoide emplea una forma pre-fabricada de p;o: tección frente a los terrores elementales. ~· se envuelve en el c~o de la madr~ (identificq_cionl' / proyectival[ Los niños autistas están envueltos en sus '/ propias sensacione. s corporales, es decir que crean su (!_ cobertura protectora propi;;]Esto significa que en contraposición al niño esquizofrénico, que es depen-diente en grado extremo, los niños autistas descono-cen su dependencia de otros.

Los niños autistas no poseen casi sentir del propio­ser, y en consecuencia no se puede emplear la expre­sión •pre-fabricada• para denotar su cobertura exte­rior. Esto me ha inducido a denominarla •encapsula­ción auto-generada•.

Encapsulactón auto-generada

Una encapsulación dura, como un cascarón, he ahí el rasgo diagnóstico diferencial específico en exclusiVi­dad de los niños autistas. Según lo comprendió Kanner, estos niños no dist.inglle"n entre personas Vivas y objetos inanimados; tratan a unas y a otros de la misma mane­ra: se aprietan contra una pared dura o contra la parte dura de una persona como si fuera un objeto inanima-

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do; o apartan con dureza a personas a quienes creen fu­sionadas o igualadas con las sensaciones duras que así se engendran. Más que a ide · ación adhesiva, e§..

una Jgua~ión~~ Esas sensaciones auto-gene­racíaSlie'ilenlmpartancia dominante en estos niños. Su excesiva concentración en sensaciones engendradas por . su propio cuerpo hace que descuiden sensaciones de una pertinencia objetiva más normal. Por ejemplo, mu­chos de estos niños no se dan cuenta de que se han las­timado al caer.

Los niños autistas portan consigo ,objetos duro~ con los cuales se sienten iguatadós en un mundo bidimen­&!Qnal. No se trata de una identificación; han asimilado la dureza del objeto para igualarse con este. Tales "ob­jetos• no están diferenciados del cuerpo propio del su­jeto, y no se los usa con arreglo a sus funciones objeti­vas, sino por las sensaciones duras que engendran. [Después que propuse la expresión objetos autistas (Tustin, 1980, 1981), descubrí que Winnicott (1958) h~­bía tenido noticia de ellos y que, con su estilo pintoresco, había propuesto la expresión paradójica de objetos sulj­jetivo~. Ahora me inclino a denominarlos objetos autis-tas de sensación. Resulta dificil encontrar las palabras apropiadas para •conceptualizar• estas experiencias no conceptualizadas.]

Muchos de estos niños desarrollan un cuerpo duro, musculoso, según lo ha expuesto Esther Bick (1968). Se

-los percibéduros e inflexibles cuando se los alza. Son ni-

1 ños tensos que viven en un mundo bidimensionarcre sensaciones del orden_Qe lo duro y lo blando. Estos ex­tremos de dureza y blandura sensible distraen la aten­ción del niño de aquellas otras sensaciones propias de las circunstancias de la vida cotidiana, las que son com­partidas con otros seres humanos. Esto significa que ellos desarrollan manierismos idiosincrásicos a fin de engendrar su peculiar especie de sensaciones protecto­ras. El observador corriente no encuentra sentido a es­tos manierismos estereotipados. La atención de los ni­ños autistas se aferra a estas sensaciones auto-genera­das tanto que se los cree sordos, o aun ciegos. Semejan­te empleo protector idiosincrásico de objetos sensación duros coarta el empleo de objetos en una modalidad de

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juego normal. En ausencia de juego y de una vida H C ~ II ·

sorial normal, el desarrollo psíquico no es esll:muludo. Examinaremos este punto en el capítulo 5.

Los niños autistas ignoran, pues, las realidades com partidas; los ayuda para ello engendrar figuras subjeU· vas de dominante sensorial, que los anestesian y tran ~

uilizan. 4s denomino figuras autistas de sensación (Tustin, 1984, 1987). Se trata de unas figuras irúormes casuales que no guardan relación con las figuras de los objetos reales. Por lo tanto, no son figuras clasificadas ni compartidas; se las experimenta sobre superficies cor­porales, o sobre otras superficies que ellos asimilan a las de su cuerpo. Ellas consisten en torbellinos de sensacio­nes auto-generadas que anulan la conciencia, en razón de lo cual mantienen y refuerzan la falta de atención hacia las realidades compartidas que nace del empleo de objetos subjetivos autistas por estos niños. Así es ex­cluida una experiencia irúantll traumática impensable. Paradójicamente, estas figuras engendradas por vía de sensación obnubilan la conciencia de las sensaciones normales. En el desarrollo normal. lafonnación de per-

. ceptos y conceptos depende de la asociación de figuras

. con los objetos que les corresponden. Esta asociación constituye elfimd.amento del desarrollo cognitivo. En con~

secuencia, la excesiva preocupación del niño ru.ilista por sus figuras y objetos subjetivos de sensación coarta su desarrollo cognitivo, lo que explica que parezca un defi~ ciente mentaL

Este empleo masivo y excluyente de la encapsulación auto-generada, dominada por sensaciones, que acaba­mos de describir, constituye el rasgo distintivo del autis­mo. Es un modo particular de guarecimiento, pero es tal que resulta desastroso porque detiene casi p'or completo el desarrollo psicológico. Se asocia a fenómenos elemen­tales situados en la frontera de lo psicológico y lo fisio­lógico. Es una combinación de reacciones psico-reflejas, neuro-mentales y psico-químicas.

1 La encae..sula.ct.ón autista tiene intencionalidad como. ~ frente a e~eriem;~s intols:r~. que paree«§ amenaza.r._la~ Por eso me preocupa mucho oír que algunas personas hablen de •eliminar el autismo•. •cu-rar el autismo• o •romper el autismo». He visto niños au-

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tistas, o he sabido de ellos, que habían sido tratados por personas que sostenían esos puntos de vista y que se volvieron desesperadamente hiperactivos o contrajeron una esquizofrenia marcada. La hiperactividad no es un rasgo propio del rúño autista, salvo que el autismo haya sido ahogado por personas que no conocen su función. Otros rúños tratados con métodos irrespetuosos del au­tismo vieron expuesta su extrema vulnerabilidad sin

~que se les hubiera dado oportunidad suficiente para de-¿ sarrollar nuevos modos de protección más progresivos. Estos últimos no se pueden desarrollar si no se emplea una forma de tratamiento ue inclu a la comprensión

~ la 1 oportunidad d re-e ertmen los dramas infantiles ~ tempranos que induJeron el modo de guarecimiento au­

tista encapsulado. fEn el capítulo 5 expongo de manera más circunstanciada lo gue entiendo por trasferencia m-foñttq

Los rúños autistas parecen muy etéreos, pero de he­cho son dominadores y poderosos en extremo. Han ela­borado una adaptación harto eficaz para excluir el mun­do exterior y mantener el control sobre lo que les sucede a ellos. Por desdicha, esto les ha impedido desarrollar otras adaptaciones. En ocasiones me han presentado material clínico en la creencia de que se trataba de un rúño autista. Pude demostrar a quien me lo traía que en realidad ese niño no era autista porque no poseía la for­taleza constitucional que hace falta para generar la en­capsulación dura que es específica de los modos de pro­tección autistas.

Otras veces sometieron a mi consideración material clínico con la presunción de que indicaba autismo por­que los rúños se habían sentido afligidos por agujeros o cosas rotas. Pero se debe tener en cuenta que varios ti­pos de pacientes se pueden preocupar por esas mismas cosas (los niños esquizofrénicos o los deficientes men-tales, por ejemplo). pero sólo lo~tistas se proteg~de) ellas con un empleo masivo y excluyente de una encap­sulacion auto-generad,!!. -

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Empleo de las reacciones protectoras del autismo entre otras reacciones protectoras

Ahora bien, otros pacientes, que no sean autistas, pueden hacer un empleo l1m1tado de la encapsulación autista. En su caso, se trata de un medio más para bus­car refugio frente a experiencias intolerables. Pero no es el único medio. Por ejemplo, niños esquizofrénicos en uienes predomine el uso~ u~

tiva, intñlsfva y aoñesiva pueden tener fiíiñi)ieñ una capsula de aat:tsmo. 1\demas, suele ocurrir eSto en el ca-so de niños ciegos o sordos, o, como lo examino en el ca-pítulo 7, en el de ciertos pacientes neuróticos. También parece probable que suceda en niños que sufran el sín-drome de Asberger (Barrows, 1988). En esta parte en-~ cap~ulada predominan las ecuaciones de sensación. Los 'j6 . '>.. fenomenos subjetivos de los ob[etos sensación y lasjlg.!f-· ~~()-.S. ras sensación protegen la parte más vulnerable de ~s~ pacientes. En esta parte, ellos excluyen de manera radi- . cal toda conciencia de separación, así como la rabieta de 'f~ pánico e ira ocasionada por esta frustración, aunque en otras partes lleven una oscura conciencia de su separa- / ción corporal de la madre y del mundo exterior. '

Hanna Segal (1957) ha descrito a !!!l paciente adulto esquizofrénico que igyalaba..su cueii?o cOñ su vio~ punto que no podía tocar en presencia de un auditorio porqué le parecía que así se masturbaría en público. Desde luego, como apunta Segal, el violín no sfmboUza­ba su cuerpo, sino que había sido igualado a este. Fue lo que la movió a denominar ecuación simbólica a tal fenó­meno. Parece tratarse de una forma más r~flnada de los objetos autistas centrados en el cuerpo, según los usan los niños autistas. Como en el caso de estos objetos, el empleo objetivo del violín, en el ejemplo aportado por Se­gal, ha sido arruinado por su significación corporal sub­jetiva.

Algunos profesionales confunden a los niños autistas con aquellos que han sufrido gran descuido y destitu­ción, que han ido derivando de un instituto de menores a otro y que en muchos casos han sufrido también otras separaciones, como una hospitalización. Estos niños

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abandonados suelen mostrar signos de autismo, pero emplean también otros modos de protección. Los niños autistas difieren de ellos porque han sido fisicamente bien cuidados y a menudo provienen de hogares acomo­dados de clase media. Es además raro que ~an eXQ~­rlmentado seearación georuáfica de su madr«;. aunque muchos quedaron aislados de ella en el plaño emocio­nal, especialmente en casos en que la madre estuvo de­primida.

Depresión materna

Ahora quiero conjugar aquellos factores que son sig­nificativos, según he descubierto, para el desarrollo del autismo psicógeno. Un factor, en todos los casos por mí tratados, fue que las madres tnfonnaron haber padecido una depresión grave antes o después de tener a este be-. bé, y ellos presentaban un historial de dificultades de lactación en su prtmera infancia. También determiné que, durante el embarazo, las madres se encontraron en una situación particularmente solitaria. Como lo expre­só H. S. Klein:

~> • ... Estamos todavía bastante a oscuras en cuanto al ~ influjo de las experiencias intra-uterinas ( ... ) ¿Q~­

... ~ to roduce el estado psíquico de la madre sobre su hf o 1 ~ uonato ( ... ) queda e niño sensibilizado para estímulos '>!: ~ ;;:) e os antes de nacer?• (H. S. Klein, 1980).

~(¡ ~ En algunos casos el padre debió alejarse del hogar du-

rante un tiempo prolongado por razones de trabajo, o no estuvo disponible emocionalmente para la madre por al­

~ gún motivo. Otras madres no se encontraban en su país Q) . natal; algunas eran de una nacionalidad o una religión

J

diferente de la de su esposo. Sin darse cuenta, la madre parece haber buscado compañía y consuelo en el bebé

:'"que llevaba en su seno. En esas condiciones, el alum­bramiento del bebé pudo ser dificil porque la madre, in-

\3 ~

( .... )

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concientemente, no g_uena ~merlo siño guariíarto eñél interior de su cu~~· El nacimiento" del bebé le dejó un sentimiento de sole ad y pena que la hizo vivirse como

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~

un •agujero negro•. Algunas madres me contaron llnlw1 sentido como una amputación. Les parecía haber 1 >t•n 11 do una parte de su cuerpo.

Depresión pos-parto en el caso de infantes predispuestos al autismo

Es mucho lo que se ha escrito sobre esta depresión pos-natal en la madre. Pues bien, el trabajo clínico con niños autistas indica que ellos también sufrieron a cau-sa de esta depresión pos-parto, durante la cual sintieron haber perdido una parte de su cuerpo. Lo eje 1có elW primer niño autista que tuve como paciente John s- lv-, tln, 1966, 1987). quien, cuando ya tenía cua os y y C¡ había empezado a recuperarse, me mostró con términos ~ inequívocos que la experiencia traumática que había si-,, do tapada por la encapsulación protectora del .autismo o;;-lí era el •agujero negro» asociado con el sentlm~ento de Fiá­be-r"""p""e:=rcn=ar;;o,-.,u'"'"'n::::-a::::--:=p::::art:-::eVltal de su cuerQo, que, según é l ahora comprendía, era una-parte ~uerpo de lama­dre, cuya presencia no había registrado hasta el mo­mento de perderla. Todo esto supone poner en palabras una experiencia originalmente dominada en exclusivi­dad por sensaciones .. c:_onjeturo además ~ ({

f-~presión pos-natal maferiia ha~ 4 ~ elemento hormo. nal, puede haberlo también en la dep. r!:;- o._ '\.

1"\.

sión pos-parto del bebé. En este mismo sentido, O'Gor- ~ . o mon (1967) na señalado que factores hormonales tnt_::¡- . . vienen en el autismo. Esto r_equiere inv. ·e. s ... tigación. Sea o 1;-no correcto, lo cierto es queJa.d~tQn del tigo ·a~~- } ~ ro negr()~ .es el resultado de una madre y un bebé irueli- .'\-~es y carentes de aeol:_O, que Se han aferrado y campe~- ~ \ trado entre sí con exceso, a causa de lo cual el bebé no /~ p blecer las erendáciones rtmarias lndi? ~ eensables que forman parte el desarrollo nor_!!l~. En la (}<; mayoría de los _C~OS. de autismo, al parecer, tenell!OS \ e/\ que remontarnos al alumbramiento mismo o incluso, "1

según lo propone Sydney Klein, a experiencias pre- ~ natales. En The Dawn oj Oblivton (197~ ~ Bio_!!.>indicó que en el útero sobrevienen desarrollos prota=ñÍentales.

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(En relación con esto, la investigación del útero por me­dio de ultrasonido, según los trabajos que realizan las doctoras Sandra Diontella y Romana Negri de la Uni­versidad de Milán, nos está proporcionando una infor­mación importante acerca de experiencias pre-natales y su efecto sobre el desarrollo pos-natal.)

En el mismo sentido, Charlotte Bühler ( 1962) indicó que la primera y más importante tarea para el recién na­cido, tras la cesura del nacimiento, es restablecer el or­den interno pre-natal amenazado. A partir de su expe­riencia con niños autistas, el profesor polaco Andrzej Gardziel (1986) ha llegado a ver en el autismo un intento de compensar ese orden interno amenazado, que no se consiguió restablecer tras el nacimiento de la manera normal, la que, según yo la entiendo, consiste en víncu­los sensibles interactivos de cooperación entre madre y bebé. En el mismo espíritu, Giannotti y De Astis (1978) han escrito que una situación infantil temprana que · predispone al autismo es aquella en que después del na­cimiento madre y bebé no han sido capaces de •recupe­rarse» entre ellos. Yo diría que su depresión mutua del

- 4Po •agujero negro• les impidió lograrlO. "En tales-aísos, las predisposiciones innatas J.ñcÍpieñfés del bebé para establecer vínculos se han congelado. Tristemente, en casos extremos incluso se pueden haber malogrado, y quizás el autismo se ha vuelto irreversible. Como estos niños no han desarrollado relaciones, nuestro trabajo con ellos difiere del que aplicamos a cualquier otro tipo de paciente. Si al fin la capacidad de establecer relacio­nes se empieza a liberar y se pone en marcha, es posible iniciar una terapia psicoanalítica como se la entiende usualmente. (Esta liberación de la capacidad de estable-cer relaciones se ilustra en el c~o 9.)

Mi primer paciente autista; John) me enseñó que a l1e liberar y poner en ínarcha;-es'tás potencialidades

incipientes de establecer relacio.~e~ -~e!_!lps ~e re­montamos haSiaei comienzo de la vida y ponernos _ _g1

Q contactn f~¡QP Ja. acJ!Yid~ de~cu~ra$_ÓI.l ~ás temp~­na, la de mm;nar . .dcl~ del biberon. En esta situa­ción temprana, los bebés han tenido muy p<;>cas interac­ciones con el mundo exterior, y por eso guestalts inna­tas no trasformadas desempeñan un papel decisivo. Al

-

·"'-.. r~ ~ i-r 4l, !k, 40 (LJ.,a ('~ -t--t::~{) ~ --

comienzo, en consecuencia, no es la leche como tulle importante para el bebé, sino la guestalt-sensa<:lélll dd pezón (o la tetina) en la boca.

Mavis Gunther (1959), que tenía mucha experiencia en asistir a madres para el amamantamiento de sus be bés recién nacidos, tenía plena conciencia de esto; des cribe

.ila extraordinaria apatía de un bebé cuando se lo pone al pecho pero no recibe la sensación total en su boca. Se ) mantendrá apático si no ha recibido la correcta configu-

1 ración de estímulo en su paladar, su lengua y su cavi­dad oral•.3

El material clínico muestra que un bebé así apático es impotente para remplazar lo que en su sentir le falta. Muestra que esos niños sienten haber perdido algo sin saber qué sea. Su experiencia de ser arrancados de una madre con quien habían estado demasiado unidos les dejó la impresión de quedar mutilados. En psicoteragta, no experimentan las separaciones del tera~uta como. rechazo!4 se:n lo hacen los niños neuróticos; las ex-

rim camht como al o traumático que los lesiona y los mutila. Su convicción de que les ta algo los vuelve muy exigentes, con un anhelo de completud y perfección que es inalcanzable. Nada, nunca, es lobas­tante bueno. Los padres (y los terapeutas) tienen que desvivirse para satisfacer sus demandas irrealistas. El comprender el origen de su perfeccionismo quita un pe­so de encima tanto a los pacientes mismos como a quie­nes los cuidan.I.¿¡ encapsulación auto-gen~rada tuY241

! función grotege~ tapar esta seudo WtipJ 1tación. ~ ro seme ante encapsulactón no restaña el sentimiento de estar mu o ni mo era la sensibill ad vulnerabi­lidad extrema_§: Las empeora, porque esos esta os ex­tremos se encuentran segregados de los efectos resta­ñantes y afianzadores de las relaciones humanas. No obstante, en su momento fue una precaución destinada a salvar la vida. Por eso es inhumano arrancar a estos niños su protección sin prepararlos para elaborar, len­tamente y paso a paso, algo que resulte más efectivo y •salutífero•.

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Recuperación ~~v~~, En psicoterapia, cuando se empieza a abandonar el

modo de roteccion autista, emer e un niño hi r-sen­sible, ultra-vulnera le, susce tibie con oca tolerancifl

_ a a rus ac on. Para un niño así, todo aparece ma -cooo. A medida que desarrollan la aptitud para el juego, así como para otras actividades estéticas, estos niños pueden expresar y moderar, con esos medios, sus esta­dos exagerados, al mismo tiempo que empiezan a parti­cipar en los sucesos compartidos de la vida cotidiana. La encapsulación autista los había llevado a no experimen­tar su sensibilidad y vulnerabilidad de un modo que los convenciera de su necesidad de otras personas. Tene­mos que hacerles poner los pies sobre la tierra, en cuya tarea debemos preservar su vulnerabilidad excesiva, pe­ro moderándola. A medida que la encapsulación auto­generada se modifica gracias a la trasferencia infantil, ellos obtienen experiencias más satisfactorias de las que podían procurarse cuando bebés. Así que se compene­tran de esas experiencias, empiezan a sentirse rodeados por un ambiente cariñoso. Este se condensa en un pun­to dentro de ellos, como una fuente de integración y es­peranza: el •pecho bueno•, como lo denominó Melanie Klein. (Material clínico ilustrativo de la trasferencia in­fantil se incluye en el capítulo 5, que trata de la psico­terapia de niños incapaces de jugar.)

Cuando se abandonan las actividades distractivas aberrantes, como lo son las figuras autistas, los niños empiezan a revivir situaciones infantiles tram:ná.ti~s que hablan sido tapadas por el autismo, en la que los asaltó la ilusión de encontrarse mutilados. F;xperimen­tan ahora la desesperación, la ira y el terror que sintie­ron la primera vez. Al mismo tiempo que los ayudamos a sobrellevarlos, Ie"s hablamos de aquellos sentimientos para que puedan expresarlos y comprenderlos. Empie­zan a reaccionar de un modo menos exagerado. Ahora juegan, y desarrollan un sentido del humor. Ha sido mi experiencia que cuando empiezan a reaccionar de UJ?. modo menos extremo, se muestran como unos niños

partlcul=~en po~;ar&:;

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do cobran conciencia de lo •a mí• y lo •no-a mí•. del obj to transictonal. según lo ha definido Winnicott (1951) . Los objetos autistas excluían por completo la percepción de situaciones •no-a mí•. Los niños autistas declarados ni siquiera se chupan los pulgares o los dedos porque, debiendo estos recorrer un espacio para llegar hasta la boca, ellos los experimentan como •no-a mi•. Por su par­te, los niños de tipo esquizofrénico, con su aptitud más desarrollada, aunque confusa:para tolerar el espacio, suelen ser mu_y adicto~_a chuparse el ~ar rlos demás dédos~qüe usan como objetos transicionaies prirlltt.ivos.

.z\ En un niño autista, es un signo de progreso que empiece a hacer esto.

Pero no todos los infantes que tienen madre deprimí­da y dificultades de lactación se vuelven autistas, aun­que es posible que sufran otros problemas. Estoy con­vencida de que debe de haber algo en la cQDstltuclón ~­nética o en la experiencia intra-uterlha del niño autista quelopredisponga a recurrir a un encapsulamiento au­tista como modo exclusivo de protección. Es probable que un síndrome tan raro como el autismo infantil tem­prano sea el resultado de una rara combinación de fac­tores. Aún no conocemos todos los factores que inter­vienen. Estos niños siguen siendo un enigma. Pero si nos aclaramos mejor que antes lo que es y lo que no es autismo, nos esclareceremos más acerca de los factores que participan en su desarrollo.

Es indudable que una interacción entre madre e hijo participa en el resultado autista, pero es preciso intro­ducir en el cuadro la constitución genética de estos ni­ños, así como sus experiencias intra-uterinas, y tam­bién el papel del padre en su triste historia. Otro factor que a veces se menciona es que las madres· de niños a u­tistas parecen ser fantasiosas y rebuscadas, y carecen de sentido común. Pero, como tan juiciosamente ha di­cho Salo Tischler (1979), los padres que vemos en el consultorio no necesariamente se comportan tal como lo hicieron con su recién nacido. Desde entonces, sus sen­tlmientos han sido trabajados por un niño muy podero­so que ha vivido en un mundo extraño, extravagante, ra­rificado, extraordinario, exagerado, auto-generado, en exceso dominado por sensaciones. De manera similar,

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estos niños pueden producir un potente efecto sobre los que intentan evaluarlos. Así, alguien puede evaluar que la madre es culpable por la condición de su hijo porque él mismo, el evaluador, se hace eco del resentimiento del niño hacia la madre. Igualmente, un evaluador que se monte en el temor del niño de que su condición sea irre-mediable puede producir dictámenes dogmáticos en el ~ sentido de que los niños autistas son intratables. O

Un trabajo psicoterapéutico intenso demuestra que ~

no se puede acusar ni a los padres ni al niño por la pro-~ 1\lll ducción del autismo. Todos han quedado presos de una

red de reacciones inevitables, y necesitan que los com­,!!ndamos, no que los acusemos. Una evaluación psi- t) ..

coterapéutica que se empeñe en rastrear algunos de los J

hilos de esta red nos proporcionará una información { más precisa sobre un niño autista de lo que lo haría una ?

guiares. Pero esto demanda tiempo y no siempre se con- 0 sigue en una entrevista aunque, si se tiene experiencia, 'fJ 1 es posible desempeñarse mejor. Las orientaciones que 'J cosechemos en esa investigación preliminar nos asisti-rán para hacer que los padres se pongan más en contac- "'((\ A. to con su hijo enajenado, al mismo tiempo que nos pro- T.), · porcionarán claves sobre el modo de ayudar a este niño hiper-sensible, ultra-vulnerable, que se siente amena-zado por la. pérdida de su existencia. El terror eor la pé_r-dida d.e._la existencia es difen;ñfe del miedo c!!;._glorir, ca-

~ .._., racterístico de los niños de ti es uizofrénico. El miedo de morir se asocia con una se~ción de estar vo. s niños autistas no tienen conciencia de ser seres lílllmí-' fiOsVfvos:"Ntfios autistas en recuperaCión me han dicho

(. ~ ~ ·~primera vez que vinieron a verme se sentían como ~ •cosa . ; y algunas madres me contaron que los perci-

' como •una no-persona•.

Prognosis

En mi propia experiencia, que ha sido con niños autistas que, de muy pequeños, habían sido cuidados por una madre profundamente deprimida, han resulta­do alentadores los resultados de un tratamiento basado

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en aquella psicoterapia que emplea~nc~ 11¡/ull ~Todos menos uno de los cuatro pacientes autl~tu~

declarados que terminaron su tratamiento (recuérdeHc' que son muy raros) habían recibido el diagnóstico de· autismo infantil temprano dictado por la doctora Mil dred Creak (1967). autoridad internacional en el diag nóstico de todas las formas de psicosis infantil. El único niño no evaluado por ella sufría de un Síndrome de Kan­ner, según lo había determinado, cuando él tenía tres años, Ann1 Bergman, la terapeuta principal de Margaret Mahler. No hay ninguna duda, entonces, de que los cua­tro niños que traté con buen resultado eran autistas en el sentido estricto del término. (Tuve otros seis que recu­rrían a acentuados modos autistas de protección, pero que también empleaban modos simbióticos.) Todos los niños autistas declarados, que atendí en mi consultorio particular, tenían menos de seis años cuando iniciaron tratamiento. A mis primeros dos pacientes autistas los vi cuatro o cinco veces por semana, pero después que adquirí experiencia, vt a los dos últimos dos veces por semana. Todos ellos resultaron ser intellgentes y dota­dos de talento estético. Al término del tratamiento, su apariencia era relativamente normat, y hacían las cosas normales para los niños de su ed so­ciables, pero un co tímidos · hi er-sensible Algunos ---,... parec1an Ugeramente obsesivos. He sabido de dos de ellos que cursaron estudios universitarios e hicieron progresos normales. Estoy segura de que los padres de

· los otros dos, de haberse producido una recaída, me lo habrían hecho saber.

El profesor Giannottl y la doctora De Astis, en un 01\r departamento especial de la Universidad de Ro~. dedi­cado a la psicoterapia de niños psicóticos ae menos de cinco años, organizaron en 1985 una encuesta sumaria, "' para su propio uso, con el objeto de evaluar el efecto de la psicoterapia por ellos aplicada en los treinta niños psicóticos tratados en su departamento. En los prime­ros tiempos, su técnica psicoterapéutica estuvo influida por mi abordaje, pero con el paso de los años la enri­queció el creciente cuerpo de experiencia de los profesio­nales que trabajaban allí. (El contacto con esa institu­ción ha ampliado mi propia experiencia individual.)

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En la encuesta mencionada, los niños se evaluaron sobre una escala de cinco puntos con arreglo a la reduc­ción de su patología. Esta evaluación cuantitativa resul­taba posible por el hecho de que al comienzo del trata­miento era muy poco lo que podían hacer los niños. He ahí algo infrecuente en el tratamiento psicoterapéutico. Desde luego, no todos los niños habían iniciado su tera­pia al mismo tiempo. Algunos fueron tratados durante un lapso más prolongado que otros; la máxima duración había sido de cinco años. Las categorías empleadas para determinar la reducción de la patología fueron: 1) rela­ciones sociales, 2) estereotipos, 3) capacidad escolar de acuerdo con la edad, y 4) capacidad de juego.

Los resultados de esta encuesta fueron alentadores para los profesionales del departamento; si bien algunos niños apenas iniciaban tratamiento, y otros lo llevaban por la mitad, la reducción promedio de la patología en el momento del cálculo estadístico fue de 51.6% para los niños autistas y de 54.0% para los de tipo esquizofréni­co. Todos habían hecho progresos, pero sólo un niño de la muestra, que había sido el primero en iniciar trata­miento, lo había terminado y presentaba un 100% de re­ducción de su patología. Es indudable que los porcenta­jes promedio han de aumentar a medida que el trata­miento continúe. Los profesionales del departamento me han dicho que la mejoría ha proseguido a su satis­facción, pero no han emprendido otro estudio estadísti­co porque el realizado en 1985les aseguró que los méto­dos terapéuticos que empleaban eran suficientes para lo que necesitaban los niños psicóticos del departamento.

El profesor Otto Weininger, del Instituto de Ontarto de Estudios en Educación, y editor de la publicación Me­lanle Kletn and otyect Relat1ons, ha descrito como sigue sus experiencias clínicas con niños autistas:

Empecé a trabajar con niños autistas en 1960, y guardo un vi­vo recuerdo de mi impresión cuando advertí que el niño con quien trabajaba era incapaz de responderme, de responder a los juguetes, a la sala o a cualquier cosa que le fuera presenta-da. Parecía clausurado, solo e inabordable.· Noté que en oca­s iones se dirigía a mi, y le respondí, pero se retraía apenas yo IUI<nlaba haeodo sabO< quo podla ostar "guro co~

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Con él y con otros pacientes que se le, parecían, intenté las técnicas usuales: interpreté su conducta; mantuve fijo el mis ­mo horartp; los mismos días; el mismo encuadre. ¡Hasta usé la misma ro{>al No se veía que nada produjera efecto.

Estos niños no parecían advertir mi presencia, no me mi­raban cuando entraban en el consultorio y, si les tomaba las manos, percibía que no •daban• nada. Se dirigían siempre al mismo espacio de la sala y jugaban con el mismo a u tito ti e ju­guete, o con los cubos, de una manera repetitiva y ritualista, sin propósito aparente. Estaban conmigo una hora -a veces cincó días por semana- y se mantenían distantes e inaccesi­bles. Al comienzo no me hablaban, a veces producían como un gruñido, pero por lo común se quedaban silenciosos. En oca­siones daban voces a algo invisible para mi; en otros casos, se golpeaban con violencia.

Trabajé con algunos de estos niños durante varios años, y en un caso tuve a unos hermanos mellizos; los 'habían diag­nosticado como autistas a los dos. Este tl.lagnóstico había sido pronunciado por varios profesionales, psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, y me derivaron a estos niños porque yo era una de las pocas personas que los aceptaba en psicoterapia lúdica.

La mayoría de estos niños, en el momento en que me los derivaban, estaban bajo diversas medicaciones. Se los definía como •con lesión cerebral>, •retardados mentales• o aquejados de algún otro síntoma grave además del •autismo• . No obs­tante, decidí trabajar con estos niños en psicoterapia lúdica, lo que tal vez fuera una locura hace treinta años .

Tras mucho trabajo. muchas horas y un enorme esfuerzo, los niños de hecho mejoraban. En ese momento me decían que <no eran autistas sino probablemente esquizofrénicos• . Era poco lo que yo podía responder, salvo señalar que habían existido varios diagnósticos anteriores de autismo infantil. No me empeñé en rebatir a los que me decían que yo no podíatra­tar a estos niños. Simplemente segui trabajando, y la mayoría de los niños mejoró. Más aún, uno de los padreS me visitó ha­ce unos cinco años, preguntó si yo era el doctor Weininger y, cuando le respondí afirmativamente, se puso a contarme que su hijo iba ahora a la universidad y hacia planes para casarse. Este joven era uno de mis primeros pacientes, y le habían diagnosticado •autismo infantil». Tuve el enorme gusto de en­trevistarme con él y, puesto que el diagnóstico original de este joven había inch,1ido toda clase de sombrías advertencias co­mo <nunca se deberá retirarle la medicación por completo•. <no tendrá más desarrollo que el alcanzado hasta este mo­mento•, y otras de parecido tenor, me resultó grato interiori-

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zanne de sus logros. ¡Cuán falsas habían sido aquellas adver­tencias, y cuán desdichado para él que no hubiera recibido psicoterapia lúdica! Algunas de mis posiciones sobre el trata- . miento de niños autistas se han examinado en un articulo de S . Waiker-Kennedy (1988) (Melanie K.lem and Object Relations, vol. 7, n 11 1, págs. 12-3).

La expertencia del profesor Weininger tiene tanto en común con la mía, y la narra de manera tan viva y elo­cuente, que lo he citado por extenso.

Conclusión

es...J..llla orote mático, innata en todos nosotroS, pero que se pu tremar de un mOdo tañ maslvoy excluyente que origine una patología. se ha averiguado que es especillco y siñ- -guiar de los ñiños autistas el uso masivo y excluyente de una encapsulación auto-generada que distrae la aten­ción de unas experiencias infantiles traumáticas intole­rables. Este descubrtrniento implica que el autismo in­fantil se puede diagnosticar de manera más cierta y exacta de lo que antes ocurría en el campo psicotera­péutico. Esta evaluación diagnóstica no nos autoriza a rotular pacíeiües-y . clavarlos con_ un alfiler c9mo a mart~ posas_ ~1! un :ffiUseo, sino que nos sirve para empezar a ~el m~ndo·a. traVés de sus ojos•, según lo ha dicho V ames Anthony en la cita que eilcabéZa este capítu~. No io conseguiremos si no advertirnos que concentrándose en algunas de sus sensaciones corporales con exclusión de casi toda otra cosa, los niños autistas han construido s u propio •asilo• y se han metido ellos mismos en su pro­pio •chaleco de fuerza• dominado por sensaciones. Nece­s itaron este enchalecarniento porque, tras haber •borro­Jlt'ndo• la conciencia de su separación del tronco paren­tul, uunca pudieron •arraigar•. Esto ha significado que ~ •• dt·Harrollo sensorial se descaminara gravemente y

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que su desarrollo cognitivo y emocional quedara muy restringido (es el llamado •retraso evolutivo•). Impulsos elementales suicidas y asesinos que brotan de una ira y un pánico •no contenidos• han dominado su limitada vi­da psíquica, pero la percepción de aquellos resultó •bo­rroneada• por maniobras idiosincrásicas. Estas anula­ron todo lo demás. El trabajo eficaz con estos niños de­pende de que sean •amparados• (psicológicamente) por un terapeuta que tenga algún barrunto del mundo es­pecial en que ellos •viven y andan• y tienen su precarto sentimiento de •existir•. Este precarto sentimiento de •existir» se examina en el capítulo 2.

Notas

1 MI cálido agradecimiento a Bronwyn Hocklng, quien me dio a co­nocer el libro de George Victor. cuyo capítulo 2 me resum1ó.

2 Agradezco a la señora Jullet Hopklns, que me llamó la atención sobre la existencia del citado trabajo.

3 Deseo agradecer a Vlv Wllmot por haberme enviado el trabajo del doctor Gunther.

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2. Ser o no ser

Oh suspensión terrible -agonía intensa-Cuando el oído empieza a oír, y el ojo a ver; Inicia el pulso sus latidos, y otra vez piensa el cerebro; El alma siente la carne, y la carne sufre la cadena.

Anne Bronte, •On Becoming•

Cuando estudiamos a niños autistas en la situa­ción psicoterapéutica, descubrimos que se encuen­tran como en el limbo, vacilando entre •ser• y «no ser•. En este trabajo me propongo estudiar el modo en que su temprano sentimiento de •continuidad de existir•, como lo denominó Winnicott con tanto acierto, pudo verse amenazado. También he de indicar el tipOCie psicoterapia que 1ibró a algunos de estos niños de sus obstrucciones autistas, con la consecuencia de que retomaron la andadura de su desarrollo psicológico.

Consideremos primero brevemente a aquellos ni­ños autistas cuyo desarrollo psicológico corriente se ha visto impedido por un(!;1esión ~· '} sea, aque­llos que sufren del llamado •autlsmo- organico•. Des­pués de esto, nos concentraremos en los niños autis­tas en quienes los métodos de investigación de que hoy disponemos no permiten comprobar un deterioro

Esta es una versión revisada de un trabajo publicado antes en Winntcott Studies, n• 3, cllciembre de 1988.

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cerebral grave y cuyo autismo, en consecuencia, pare­ce principalmente psicógeno.

Autismo orgánico

En el capítulo l tomé una cita de un trabajo del profesor Adriano Giannotti y la doctora Giulianna de Astis (1978), cuyos pacientes autistas habían sido in­vestigados, todos ellos, en los bien equipados departa­mentos de metabolismo y neurología del Instituto de Neuropsiquiatria Infantil de la Universidad de Roma. Recordarán ustedes que estos autores sostenían que •alteraciones cerebrales tienden a desaparecer con un tratamiento psicoterapéutico•, cuando se trata de al­teraciones leves, pero que habían excluido de sus in­vestigaciones •casos en los cuales la condición autista se asociaba a graves alteraciones cerebropáticas•.

No obstante, aun cuando existe una lesión cerebral importante, Sandra Stone, que ha hecho su experien­cia en el Putnam Children's Center, de Boston, Massa­chusetts, EE.UU., encontró que era posible mejorar el funcionamiento de algunos de estos niños dentro de los límites impuestos por la lesión cerebral (cito sobre la base de una comunicación personal). Al parecer, en algunos niños que sufren de lesión cerebral, las obs­trucciones psicógenas asociadas se pueden modificar por medio de psicoterapia, lo que les permite hacer el mejor uso de sus potencialidades algo limitadas.

Autismo psicógeno

Por mi parte, en mi práctica privada, no he tomado en tratamiento psicoterapéutico a niños con lesión ce­rebral comprobable. En esta labor, como ya lo consig­né en el capítulo 1, tuve el privilegio de que todos salvo uno de los niños que traté en mi consultorio particular hubieran sido investigados previamente por la doctora Mildred Creak, en esa época la r.espetadísima consul­tora en psiquiatría infantil del Hospital de Niños de

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Great Ormond Street. Como la doctora Creak era una autoridad internacionalmente reconocida en el diag­nóstico de niños psicóticos, no hay duda de que los ni­ños que traté eran •autistas• con arreglo a los criterios de diagnóstico psiquiátrico aplicados por ella ( 1967).

Todos los niños tratados en mi consultorio particu­lar alcanzaron un funcionamiento emocional y cogni­tivo comprobable tan recompensador que se integra­ron a una vida social normal y disfrutaron de ella. Es­tos resultados pueden ser reproducidos , como ha que­dado demostrado por los logros que otros profesiona­les han obtenido, según.las comunicaciones que de su trabajo clínico me han hecho. Estos resultados indi­can que ya no es correcta la afirmación de que el au ­tismo infantil no tiene cura, puesto que la tiene en al­guna medida, siempre que se aplique la psicoterapia conveniente. Comprendo que los profesionales que de­saconsejan a los padres buscar psicoterapia para su hijo autista lo hacen porque conocen, o les han conta­do, sobre padres que han perdido muchístmo tiempo y dinero en un tratamiento psicoterapéutico, sólo para sufrir una decepción final.

Estos tratamientos psicoterapéuticos ineficaces prevalecían en la década de 1950. Se basaban en una errónea concepción del autismo. Pero en las tres déca­das trascurridas desde entonces algunos psicotera­peutas han aprendido mucho más sobre la naturaleza del autismo y también sobre el tipo de psicoterapia que demuestra ser eficaz para modificar las reaccio­nes básicas que originan el desconcertante cuadro clí­nico que se nos presenta la primera vez que encontra­mos a un niño autista.

Examinemos ahora el estado de los niños autistas antes que una psicoterapia conveniente haya modifi­cado sus obstrucciones autistas.

El estado autista .

Los niños autistas son diferentes de todos los otros que vemos. La mayoría de los más pequeños son mu dos; los mayorcitos suelen ser ecolálicos. Su caractc

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rística más destacada, que los diferencia de cualquier otro tipo de paciente, es que no establecen relación con personas. Acaso esto se deba en parte a que ape­nas si saben de la existencia de estas. No parecen te­ner noticia de que son de carne y hueso, sea como •ob­jeto total» o como •objeto parcial». Se los ve como en­vueltos en un cascarón, que nos impide entrar en con­tacto con ellos.

Cuando penetramos esta fachada protectora, des­cubrimos que los niños "autistas están traumatizados. En determinada etapa del tratamiento, ñOs hacei'iVe'f que han tenido una ercatación lacerante de su sepa­ración fisica de la madre nu re a o e su sus uto, que, para estos bebés en particular, y en el ambiente emocional de su situación de crianza, les resultó inso­portabl~. Las razones de esto son dlferentesencada caso, pero mis trabajos me indican que con frecuencia hubo una interacción entre una persona maternante que, sin culpa de ella, no pudo estar junto a su bebé como habría querido, y un bebé particularmente sen­sible que tendía a no tolerar grados de frustración que un bebé más plácido habría soportado. Además, en muchos casos, la influencia del padre no se había he­cho sentir lo suficiente como respaldo para la madre y el bebé.

Consideremos a un niño autista en momentos en que re-escenificaba la experiencia traumática decisiva de su separación fisica, precipitante de su patología autista.

Material clmico .. ~era un hijo ilegítimo que enseguida de su na­cimiento fue puesto al cuidadp de sus abuelos mater­nos. Estas eran personas responsables pero de edad avanzada, y se encontraron muy afectadas por lo que juzgaron un descarrío de su hija. Sin embargo, se in­teresaban por Colin, como quedó demostrado por el hecho mismo de que buscaran asistencia psicotera­péutica y también por la manera en que apoyaron des­pués el tratamiento.

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Colin, de cuatro años, era visto cinco veces por se­mana; lo atendía Gideon, psicoterapeuta de niños en formación, quien discutía conmigo el m8Jerial clínico. El episodio que voy a referir ocurrió durante el segun­do mes de su tratamiento. Al término del primer mes, Colin experimentó una primera interrupción en la con­tinuidad de su psicoterapia. El segundo mes, tras esta interrupción, y en la semana anterior a la de la sesión de que informaré, el niño había faltado dos días a cau­sa de un resfriado. Cuando Gideon vino a verme, me contp con alguna preocupación que Colin había repe­tido los cuatro días anteriores un tramo de comporta­miento idéntico que él (Gideon) no había atinado a comprender . . Creía que se trataba de un mensaje muy importante que Colin le comunicaba, pero se había sentido como bloqueado para comprenderlo.

El tramo repetido de conducta consistía en que el niño entraba en el consultorio para iniciar su sesión y enseguida se dirigía hasta la canilla, la abría y chupa­ba vigorosamente. Después volvía su rostro hacia el terapeuta, diciendo •Mi-i-ra•, como si intentara tras­mitir algo muy importante. (Colin era mudo cuando vi­no por primera vez a terapia.) Permanecía de pie mi­rando a su terapeuta, mientras la lengua le colgaba flojamente, chorreando agua, fuera de su boca, como si ya no la controlara y él hubiera perdido algo.

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Vi e este material una trasferencia de sentimie -l to~s infantiles, donde el terapeuta pasaba a ser actor e aguellos dramas eTeiñeE__tales.: Por eso, cuando Gideon y yo nos pusimos a re"Tiextonar juntos sobre este mate­rial, señalé ue aso olin uería decir a Gideon al o sob e é oca en ue él, bebé equeñito, abía des­cubierto ~e la co~ntretenida para chupar en e ca­so d Co n la teti a del biberón) no era parte de su ~taJ.agobernaba de ;nada que es~viera ~

cuando él quisiera. Esto lo había hecho sentirse des--valido porque creyó que una parte importante de su

lengua había desaparecido. La sintió partida en dos. Seguí conjeturando que las faltas de Colin a sus sesio­nes regulares de terapia le habían re-evocado esas ex­periencias infantiles en que la entrañable •unicidad• se había convertido en una helada •dualidad•.

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En la siguiente visita que me hizo. Gideon me refirió que aquella conducta repetitiva y desconcertan­

""-. te había cesado después que él se la interpretó con ~ arreglo aJQ sugerido. El estaba convencido de que la

dñterpretación había sido muy significativa para Colin. En ese momento consideró, y lo cree todavía, que el narrado fue un punto critico de giro en la psicoterapia de Colin. Desde entonces este ha hecho grandes pro­gresos, y parece tener una promisoria perspectiva.

Gideon, sin duda, se había mantenido en pleno con­tacto con el clima de la sesión, porque siguió refiriéndo­me que después que éolin había hecho aquella demos­tración espectacular de su lengua, para cuya compren­sión él se había sentido bloqueado, el niño le había dado la espalda para empeñarse en actividades controladoras repetitivas, como abrir y cerrar la puerta y encender ~ apagar la luz. Como ya habíamos conversado con Gi­deon acerca de esto, empezamos a ver que la incom-. prensión de él había desempeñado un papel importante para que Colín re-escenificara situaciones de su irúan­cia, cuando dio la espalda a las personas que lo cuida­ban porque sentía que estas no habían comprendido su dilema acerca del •existir•. De ese modo nos mostraba que, en su creencia de que lo habían dejado librado a sí mismo frente a esa situación, no podía hacer nada me­jor que usar objetos inanimados como la puerta y el bo­tón de la luz, tanto para expresar su rabieta de pánico e ira como para contrarrestar su sensación de desva­limiento y sentirse dueño de sí.

En muchos niños autistas, la situación traumática fue la re ntina érdida de control sobre lo que sentían como una 12arte sensib e vi e su lengua, que es pro­curaba la sensación de •existir•. Su sentimiento de •exis­tencia• pareció amenazado en el rñismo momento eÍi. que la parte-p~n de su :iellgua dejó de estar presente cuando hacía falta. Se insinuaba así el ~ero negro del •no-existir•.

He avertguado que los niños autistas desarroll~ v~odosttéSilf~ §i:ar§~e.:!~. Quiero investigarlos ahora junto con ustedes.

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El modo de erifrentar la amenaza de «no-existii»

Cuando inician psicoterapia, casi todos Jos niños au-tistas arecen sentir n sin gravidez. Uno de·~ ellos, a quien he llam do Johll, an o ya se recupera-"'i-ba y había empezado a , dicó con un gesto el cie-lorraso y dijo «John estaba allá arriba•. Consideré que se ~ · _ ) refería a una experiencia de salirse del cue o. la sen-~~ saetón de encontrarse era de cuerpo parecía ser una ~ ~· reacción elemental de paruco ante la aterradora com-~V\~ urensión de estar separado de la madre, lo cuál lo am~ ttp ~ nazaba con una pérdida psíquica de •existir•. Por este 'i-::- · medio se evitaba una situación de terror insoportable. ~~..,... l'io parece inverosímil que, en situaciones de terror físico ~ agud~el sentimiento síquico de •existir- ueda ser protegido por la creencia de encontrars.,....."&:f,-~a.~......,.LU.,..,L.U;;;.&.

cuerpo físico. Esto preserva el sentimiento de •existir• y salva del miedo de •no-existir•. Lo que acabo de apuntar se enlaza con el descubrimiento de Winnicott de que en niños muy inseguros sobreviene la ilusión de que la psique y el soma se han separado. Antes de estar pre-parados para ello, debieron asumir la responsabilidad de su propio sentimiento de •existir•.

No hay ninguna duda de que los niños autistas te- {)U. l_ ero negro• del -no-existir•. ,.e_erder el senti- <.St.i

miento de existencia es mucho peor gue morir. Cuando .:: ~ se muere, al menos, se siente ue se de a atrás un cuer-~~~ ~ ada ueda en cambio, si se ierde el sen en o ~ _ de existir. Cuando tituló su libro El ser y la , ean -~ Paul Sartre estaba desde luego compenetrado de esos 1

estados. El escritor argentino Unamuno ha narrado: ll

•De joven y hasta de niño, permanecía inmutable cuan- ·· do me mostraban las imágenes más conmocionan tes del Infierno, porque nada me parecía, ni aun ellas, tan ho-rribles como la nada• (Unamuno, 1959). ~

\ La ~piquilaciém es la peor amenaza, porque supo~c.Jt' L extinción del sentimiento psíquico de ·~stir•. J fuando la psicoterapia empieza a produci~­

tos niños sienten, y lo <!elan v]t :gue ganen os pies so--\o.l-r ~~ ~0"'-57

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~re.t-J V<>~ ~s. ~v.. ~ ~,~

bre la tierra. Por ejemplo, cuando mi paciente autista John, de cinco años, en su periodo de recuperación, em­pezó a dibujar, trazó la silueta de una delgada figura hu­mana que descendía a tierra con la ayuda de un para­caídas abierto. Nótese la significación del paracaídas. Es un aterrizaje gradual, no una caída precipitada como la que había experimentado en su infancia. Pareció que en ese momento John me comunicaba algo sobre el estado flotante de planear entre •ser• y •no-ser», y sobre b~ar a tierra. Empezaba a poder sobrellevar las frustraciones de un ser humano, con todas las tribulaciones que la carne hereda, tal como lo expone tan vívidamente Arme Bronte en su poema •On Becoming•.

Para evitar estas •tribulaciones•, mientras que algu­nos de los niños han desarrollado la ilusión protectora de flotar fuera del cuerpo, todos e~or.an prácticas au.:to-generada~uyo resultado ~la ilusiÓllde gue ):¡ji cascarón los Qrol&ge, tal como lo expusimos en el capí- · tulo l. Quiero darl~ otras muestras de estos procedi­mientos idiosincrásicos. Los expongo con más detalle en mis otros libros y artículos (Tustin, 1980, 1984, 1987). Para poder hablar sobre ellas y pensarlas, he concep­tualizado estas práctlcas reactivas no conceptualizadas como •obJetos autistas de sensación• y •figuras autistas, de sensación• (originalmente denominados •objetos au­tistas• y •figuras autistas•).

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como trencitos o autos de juguete, que los niños autis­tas portan consigo y que en su sentir sdn partes de su. P,ropio cuerpo. Los llevan abrazados o apretados con tanta fuerza que les deJan impresa una marcl!. También los hacen girar o los enroscan. He llegado a comprender que haciendo esto los niños creen que la dureza, la im­penetra,bilidad y el •enroscamiento• de estos objetos pa-

- ormar parte de su cuerpo, del mismo modo co-'ete n -o autista a uien traté hace años, creía

que dibujando torres altas podía extraeríes- la •altura• y Oñerse alto sin ~sperar a crecer (Tustin, 1986). Con

posterioridad tuve noticia 'de Otro procedimiento auto­generado, que denominé •figuras autistas de sensación• (Tustin, 1984, 1986).

~ autistas de sensaci'9!J;)

Estas son auto-generadas por actividades tácllies co-mo tocar con los dedos, palpar, frotar, ensuciar y aun di­bujarypintar sobre superficies lisas, tanto las del cuer-po del sujeto mismo como las de objetos exteriores que este experimenta como si fueran parte de sus superfi-cies corporales. Derivan también de los llamados •ama­neramientos nerviosos•, como hamacarse o produsY" . . movimientos brusco~ Tal vez las podnamos denoiñiñar, ~~ siguiendo la inspiración de Winnicott, •figuras subjeti- <;u'oJN-i';'vl'( vas•, porque no se trata de figuras clasificadas que se ~cien con objetos específicos, ni se las experimenta,

¿ensori,ales táctilr§._sohre las superficies corporales de,l .

como a las figuras objetivas, en función de relaciones espaciales. ~e las vive, en cambio, como imQresione~ \

suJeto. Los. niños autistas viven en función de supe~ ~~ti cíes¡ su experiencia es plana y bidimensional. Los niños ~.,0 que padecen ese estado no tienen noticia del interior de ~ ~ los objetos. Las figuras autistas se generan a partir de la ~ ' percepción debür'des eh !O_!nu de sapernctes planas. Sé\ "' sienten torbel1iiios de sensaciones filcilles que fluyen en derredor de su erftcies co orales de un modo que tfae consuelo y tranguilidad. Son, entonces, anqui o- ~

-Tá"s. Así se evita la penosa conciencia de la separación .t.., ~.J. corporal. Cualquier figura u objeto que tenga puntas <:> . i::)

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agudas devuelve bruscamente al niño a la conciencia d la tridimensionalidad y la separación corporal. Por 'eso evita los cuadrados, los triángulos y las demás figuras angulares. (Esto se ilustra en el material clínico que for­ma el capítulo 9.)

El cascarón

Tanto los objetos como las figuras autistas de sensa­ción representan unas «alucinaciones táctiles» (Aulag­nier, 1985). Dan origen a la ilusión de estar encapsulado en un cascarón. Brotan de las propensiones a la procu-ra de objetos y a la plasmación de figuras, que se han descaminado en una dirección idiosincrásica. Protegen de los terrores de «no-existir•, pero obstruyen el desarro­llo psicológico común. Esto ocurre en parte porque re-

~ · fuerzan las peculiares reacciones del niño autista ante ~ ~ el espacio. Como veremos, estos niños sólo perciben dos c..~iv.\ dimensiones. La tridimensionalidad se les escapa. Por lo rv.a.., - tanto, los objetos y las figuras de sensación se experi-

mentañ de una manera plana, bidfiñensional, como im­resiones su erficia:Ies sobre la piel. Carecen de erti­

nencia o jetiva. En los niños autistas, la encapsulación ha preserva­

do el trauma de su separación fisica de la figura mater­na nutricia. En consecuencia, esta situación traumática

uede ser re-e~a por el drama de la trasferencia~ fa¡;¡UJ. y elaborada en psicoterapia. Es nota6Ié la claridad con la que aparece en la situación terapéutica, según lo atestigua Colin, cuyo material clínico hemos presentado páginas atrás, y también John, el niño que me enseM acerca del •aguiero..ne~rO.!.Y cuy:as revelaciones cité en

._varios libros y trabéijos O'ustln, l~ \e~~ En el equipamiento de reacciones protectoras del ser

, , humano, la encapsulación es una manera elemental de :tf"~~ contrarrestar los efectos del trauma de lesión fisica. Se

\ puede tratar de una lesión fisica real o, como en los ni-....:..1 ños autistas. de la noción deUrante de haber perdido

NOf:..LoA;) una parte de su cuem2,; ante todo, una parte de su leg-..IA , ~· A menudo me he preguntado si, en ciertos casos de

'5 autismo orgánico, la encapsulación no fue una reacción J. .... ~ ~~-u ~A--· -~

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no

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\w~~ ~ ocasionada por la lesión cerebral. Es desde luego impor­tante que los psicoterapeutas conozcan la función que la encapsulación desempeña en los niños autistas. :::,egún señalé en el capítulo l, me preocupan los métodos bas- ,• tos y simplistas que se proponen •romper el autismo• o t""ct-~.p..e.r •curarlo•. En ocasiones en que se lo intentó de manera ,¡; (,'' torpe, he visto a niños que se volvieron destructivamen- ú.l~ te hiperactivos, mientras que otros fueron movidos a to- 1 do vapor a hablar, y aun a leer y escribir, pero guedaron l(.¡,vo..N tan confusos y desorganizados que parecían esquizo- ~ frénicos. Los métodos sumarios son peligrosos. La psi-~ coterapia con niños autistas necesita una gran dedica- Co('"'l'\ ~ ción, mucha paciencia y una comprensión circunstan- "J ciada de la naturaleza y la función del autismo. Es ~ .... ~. importante entonces tener en claro lo ue es y lo que no t-i' t~

.,es alJtJsmo Por eso el presente capítulo se e ca a ra­tar este punto.

Recordaremos ahora al lector aquellas característi­cas diferenciales particulares del autismo, que intere­san para el tema de este capítulo.

Lo que es y lo que no es autismo

~ Como habrá quedado claro en el capítulo l. veo en el

autismo patológico una exageración retorcida de una reacción psico-química, neuro-mental, que constituye ~uxtrecursp protector innato frente al trauma de una le-sión fisica, sea esta ilusoria o real. La patología del a u­tismo, como la de todos los estados psicóticos, brota de

' un uso hiper-reactivo y aberrante de procesos norma­les. Es un desarrollo exagerado y rígido de los procesos normales que nos llevan a apartar nuestra mente de cuestiones que no podemos resolver por el momento. Este proceso normal es un aspecto de la selección que hacemos entre aquello a lo cual hemos de atender ahora mismq, y aquello sobre lo cual volveremos más ade­lante. El proceso normal es flexible porque incluye una conciencia de pasado, presente y futuro. Pero los niños autistas se alojan en una distorsión temporal. La encap­sulación, engendrada por actividades idiosincrásicas,

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t ~slcrcoUpadas y manipuladoras, ha producido una ce­rrazón rígida y automática de"'Conciencia. Sin embargo, como lo ha señalado David Rosenfeld ( 1986), esto al I)lismo tiempo preserva los sucesos traumáticos que

r taran la enea sutación, de manera ue, en deter-minadas circunstancias, se los pue e re-experimentar y elaborar. Parece tratarse entonces de un precursor pri­IDitlyo de la represión, aunque esta forma parte de una

1 \ estructura psicológica más organizada, en que la noticia

r-Joos. conciente y la inconciente están diferenciadas, y se tole­~~,., ra la separación corporal. ~ Según vimos, los niños autistas se sienten envueltos eJe# por sus propias sensaciones corporales duras, las que ~r., constituyen la ilusión de un cascarón auto-generado. A j..R_ consecuencia de su particular reacción bidimensional

1 c_..~rente al espacio, no tienen conciencia de encontrarse

dentro del <&Lscarón; la s~ación gue prevalece es la d~ estar escondidos, abrqgu~.J_los y Q!Oteg!~. Este cas­carón obstruye el desarrollo normal de las •envolturas esíguicas• como las define .Apzieu (1987). El cascarón autista excluye la noticia de otros cuerpos, así como del cuerpo de los niños mismos. Por lo tanto, queda exclui­da también la noticia de la separación corporal.

Como lo expusimos en el capítulo 1, los procesos au­listas son muy diferentes de los que constituyen la iden­tificación proyectiva, definidos por Melanie Klein ( 1963) y elaborados por Bion (1962). El uso de una identifica­ción proyectlva supone una conciencia amortiguada de la separación corporal, pero no la excluye, como sucede en la encapsulación. El uso hiper-reactivo de la identifi­cación proyectiva implica un desarrollo psicológico que se desenvuelve de una manera desintegrada, dt:;sorde­nada, caótica. Pero no es un desarrollo suseendido y ( torcido, como el de los niños encapsulados.

Se advertirá, entonces, que es erróneo interpretar las Á.! reacciones de los niños autistas con arreglo a la iden-

o ~ Uficación proyectiva. Estos niños no tienen suficiente 1..¡ ~ ; ) sentido de su separación corporal, ni de su identidad in­~/ dividua!, para poder identificarse con otra persona. Ade­\~ "[¿t más , carecen de las aptitudes de empatia (P. Hobson, ~ f ':!' 1986) e imaginación (U. Frith, 1985) que son indispen­j<'c-~ ¡.mhles pnra la ilusión de proyectar partes del self en otra

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persona. Ni, por otra parte, poseen los niños autistas 1111

suficiente sentir del pro~o-ser, ni de su imagen carpo ral, para producir esa proyección.

Algunos niños autistas parecen sentir que son una E. 4 ..o cosa inanimada que vacila al borde de llegar a ser un ser 1 ~J, .­

vivo y humano. Volverse vivo y humano aterroriza. Co- .v.:> mo me dijo uno de estos niños cuando empezó a hablar: ..!.­•Es tan dificultoso ser un ser humano ... •. Estos niños , ,_ 1

VOIVt"'~ temen CO humanos porque, asl, V "'"

se podrían lastimar y acaso morirían. Asumir os traba- h~NfiO -...)

jos y tensiones de ser humanos les parece demasiado W peligroso y riesgoso, y por eso estos niños renuncian a J las seguridades y goces de formar parte de la raza hu-~ mana. Como consecuencia, quedan prisioneros de ex- .J.furv-:>"'r travagantes terrores. En estos niños, el espíritu humano (j._,()

se ha extinguido casi. p-.o. ,J._ El desengaño traumático de sus expectativas prima- M...~

rias succionadoras ha interrumpido su •continuidad de ~ existir•, una interrupción que experimentaron como UI}

abismo sin fondo ue se hubiera abierto a sus les. Sienten-que no tienen de dón e errarse, y que caen, caen, más y más abajo, hasta la nada. Parece no existir un suelo firme bajo sus pies. Para evitar esta sensación de caída cataclísmica, han recurrido al delirio de flotar ingrávidos, muy por encima del mundo común de los ·

0 seres humanos. Se hanxefu_giado en un reino no-hum__e-~0~ no, donde •ser o no ser• no es la cuestión. Volver a poner ~o los pies en tierra supone hacer frente a esta cuestión. .¡..'t~ fl Los astronautas que fueron a la Luna parecen haber re- ~ vivido esa experiencia trasformadora, porque, tras ha-blar sobre la belleza del planeta Tierra y de su propio sentimiento de afiliación a él, uno de ellos dijo •Fuimos a la Luna como técnicos, regresamos como humanistas».

Parece sostenible que estas experiencias de flotación expliquen, en parte, las peculiares reacciones de los ni­ños autistas frente al espacio objetivo. También parece posible que esas oscilaciones violentas entre encontrar­se catastróficamente •caídos• y, después, enceguecedo­ramente •en lo alto•, se sitúen en la raíz de los estados de existir maníaco-depresivos. Desde luego, la mayoría de los pacientes que vemos emplean una mezcla de reac­ciones. El autismo infantil es un síndrome raro, pero el

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trabajo con estos niños poco comunes nos ayuda a per­cibir y reconocer la reacción protectora autista de la en­capsulación en otros pacientes, en quienes se mezcla con otras formas de protección y defensa.

Consideremos ahora algunos de los terrores contra los cuales el encapsulamiento autista ha constituido una protección.

Terrores del cuerpo

Cuando las cortinas autistas empiezan a abrirse y los niños cobran conciencia de que son de carne y hueso, advertimos la razón que obligó a obstruir esa concien­cia. Tomar noticia de que tienen un cuerpo los expone al miedo de ser lastimados (antes no experimentaban los daños como heridas sino como agujeros abiertos en el cascarón). Creen que su cuerpo de carne y hueso está . amenazado de catástrofe. La doctora Genévieve Haag (1983) ha aportado un convincente material clínico para demostrar que los niños que emergen del autismo viven su cuerpo como si estuviera compuesto por dos mi­tades, una de las cuales parece representar a la madre, y la otra, al bebé. El peligro es que estas dos mitades se separen desastrosamente, para no volver a reunirse nunca. El doctor Didier Houzel (1987) ha escrito sobre lo que denomina •angustia de precipitación•. En otro tra­bajo, ha descrito la sensación del niño autista de girar y girar en torbellino de una manera vertiginosa (Houzel, 1985). Estos niños viven en un torbellino de subjetivi­dad. En el tratamiento, cuando adquieren conciencia de su cuerpo objetivo tridimensional, les da miedo que par ­tes de este se desprendan, o que su cuerpo se disperse, o que se les salga la piel, o su cabello se desvanezca o se caiga. Cuando son presa de esos miedos, les aterra que los bañen o les laven el cabello. Temen también ataques a sus ojos, y a causa de esto pueden atacar los ojos de otros niños. Estos y muchos otros miedos acerca de su cuerpo eran conjurados por la sensación de estar prote­gidos por un cascarón que no tema un interior y un ex­terior deslindados (la sensación de estar protegidos era lo que importaba).

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Ahora bien, ¿cómo sabemos todo esto acerca de los niños autistas?

Cuando la cubierta de figuras sensación y el casca­rón impenetrable de objetos sensación empiezan a res­quebrajarse, los niños manifiestan a su terapeutA, si es que está dispuesto a escucharlos, algunos de estos mie­dos, o todos. Muestran su temor a caer en agujeros ne­gros; su miedo de que el suelo desaparezca o el cielorra­so o el cielo se derrumben sobre su cabeza. Cuando em-piezan a tomar nota de que tienen un cuerpo de carne y hueso, vulnerable, los asalta el lacerante terror de ser lastimados. Muestran también su miedo de encontrar su fin de una manera desastrosa. En particular, su..mie:. do de •desaparecer•, perdidos y oMdadosJ como;?el fondo del pozo negro ae Ün escusado. He ahl algunos de los peligros del •existir• q~e perturban a estos niños. En semejantes estados, •ser o no ser• se convierte en una cuestión suicida, porque el suicidio parece ser un modo de controlar la •condición de desaparecido• del •no-ser•. produciéndola ellos mismos. En los impulsos suicidas de pacientes neuróticos que reaccionan en función de su cápsula de autismo, no existe la conciencia de dejar atrás un cuerpo que ha de ser una fuente de angustia y aflicción para los parientes, porque en esos estados es escaso el sentido de tener un cuerpo común, y escasa también es la noticia de que existen otras personas. i>

Estos pacientes parecen haber enfrentado las reali-dades y peligros de ser humanos en una situación que no les brindaba apoyo para tolerarlos, o en que ese apo-yo era inadecuado para su particular disposición. Una psicoterapia conveniente para ellos es la que les procure tanto confrontación como apoyo. Ciertas formas senti-mentales, consentidoras, de psicoterapia exageran el apoyo, mientras que otras exageran la confrontación. 1) Estos pacientes necesitan respuestas empáticas de un ' fr. psicoterapeuta bien equilibrado que entre en..contact9 cJt ~~ con sus estados autistas (X_ los mie~~ gue nacen curu;- ~ ~1.,6 ",() do se emerge de esto~. y que posea una buena dosis ae '1 -~

sentido común y por eso sea capaz de ayudarlos a •voT-~~ )< ver a poner los pies sobre la tierra• en el sentido mefi.ifó- '\.~ <v~x ~: En particular, estos pacientes necesitan sentir que ·:Sx \ r existe una persona amparadora a quien le interesa hon-~

('r. . ~ ),)

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damente que ellos vivan o mueran, y que los afirme en su existencia hablándoles como a personas que en efecto existen.

Después que escribí mi último libro, obtuve más información sobre las razones que llevaron a los niños autistas a apartarse de la vida y de las personas. In­tentaré a continuación hacer creíbles estos descubri­mientos para ustedes.

Apartamiento de la vida y de las personas e ~

· e \ -,\c.){ El tocar tiene una significación mágica para los niños autistas . Como en los cuentos de hadas, el tocar puede

· hacer que las cosas existan, o puede hacerlas •desapa­recer». Los niños autistas tienen miedo de ser tocados por otros; por ejemplo, se muestran ariscos a las car;l.­cias. Que otros los toquen parece una intrusión (un pa.,­se o un toque de varita) capaz de hacerlos •desaparecer•. Las actividades manipuladoras de •tocar• ellos mismos objetos materiales desempeñan un papel dominante en su vida. Bloquean el desarrollo de procesos abstractos como pensar e imaginar. Como estos sucesos mentales no pueden ser vistos, ni tocados, ni manejados, tampo­co se los puede concebir.

En diversos libros y trabajos he aportado abundan­tes pruebas demostrativas de que, en un estado inma­duro de organización neuro-mental, estos niños recibie­ron la conciencia ~umat1Zaííte de_gue el nexo de lacbí~ ción no era una- arte siem re- resente de su boca. Ad­virtieron que aquellas sensaciones táctiles centradas en la boca, que tan vitales parecían para su sentimiento de •existir•, no estaban bajo su control, no se •presentaban• así que lo desearan. Esto los llevó a sobrevaluar la pre­sencia fisica táctil de los objetos. Pero no hace mucho tiempo, releyendo mis viejas libretas de apuntes donde registraba mi trabajo clínico con los niños autistas a quienes tenía en tratamiento, empecé a ver que además ellos intentaban decirme algo acerca de otro rasgo per­turbador de su situación de mamada: un rasgo que l~s había vuelto particularmente dificil establecer un senti­miento de •continuidad de existir•.

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Intentaré hacerme comprender. De mancrn t'ml l 111 variable, los niños au,.tistas tienen un historial tcmv• ; 111c..!

con problemas de lactac~ En esto difieren mud 10 <l o los niños de tipo esquizofrénico, que por lo generallwu sido buenos lactantes, incluso ávidos. Es un dato caHJ invariable en los informes sobre niños autistas el de que tuvieron dificultades, cuando lactantes, para tomar con la b¿ca el pezón del pecho o la tetina del biberón. ' con frecuencia se les escapaba de la boca, y •desaparecía• de manera desesperante. En algunos casos esto pudo de­berse a flojera de sostenimiento por parte de la madre y j o del bebé. El material clínico nos indica que, en los mo­mentos en que el pezón o la tetina, experimentados co­mo partes del propio cuerpo, desaparecían, y sobrevenía la conciencia de la separación fisica de la madre nodriza, los bebés sentían que muchas otras crías competían por ese objeto que les daba en la boca esas sensaciones tan vitales para su sentimiento de •existir•.

Me ha intrigado el origen de estos perturbadores su­cesas. He conjeturado que nacen de las propensiones sociales innatas del ser humano. El hombre es un ani­mal gregario. Al parecer, una pauta innata que se con­serva de manera rudimentaria se ha disparado y magni­ficado en los niños autistas en situaciones de pérdida y penuria. (Como les sucede respecto de otras experien­cias vitales, los niños autistas parecen haberse percata­do de situaciones de grupo elementales antes de que es­tuvieran maduros para resolverlas.) A fin de poder pen­sar este fenómeno antisocial elemental, y comunicarlo, me vi empeñada en encontrar frases que trajeran al con­cepto esta situación no conceptuaUzada, como •pecho de crías•, o •un enjambre de rivales picadores~. pero una frase en grado sumo ajustada a este fenómeno me fue enviada por Nini Farhi, quien propuso •un bocado de mamones». Esto me parece muy certero, porque un es­tado de fusión autis41 es una situación «boca-pecho».

Lo que parece haber sucedido es que estos infantes tomaron conciencia del frustrante hiato entre su cuerpo y el de la persona materna primaria, y en ese momento los acometió una vaga sensación de que existían muchí­simas otras bocas succionadoras que se apiñaban en derredor de su propia boca succionan te fruncida, y riva-

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llzaban por ese objeto vital que vivían como algo esencial para su sentimiento de existir. Esperar, en esas condi­ciones, se convirtió en una experiencia terrorífica donde la realidad del compartir se les insinuó de una manera particularmente perniciosa. No se trata del compartir que se asocia con el denominado ~complejo de Edipo•. Es un compartir obligado con otras bocas que parecen tan rapaces como la propia. Los niños se sienten en pe­ligro de ser estrujados y arrojados de la existencia por ri­vales depredadores que compiten por •imponer su pre­sencia». Por eso el comienzo del autismo se asocia en al­gunos casos con el ilacimiento de un hermanito, si este se produce dentro de los primeros dos años de vida. Pe­ro en lugar de sentirse en competencia con un solo bebé, estos niños se sienten rivalizando co~ e~ crías que amenazan sacarlo a empujones o aplastarlo hast:aq\:íe muera. He llegado a la concll!,sión de que e~ c!elirio terrorífico ha sido el_p~m. preclpitañte de ~ . autismo. Esfá en la raíz de su evitación de la gente. Con posterioridad, que otras personas los toquen parece una

~ ~enaza de arrojarlos afuera y de exprimir la vida de su c;j¡;, cuerpo, tal como ellos mismos creyeron haber exprimi-~ ~ do, de unos objetos que experimentaban como parte de ~~su cuerpo, atributos deseados; por ejemplo, •altura•,

~odureza• e •invulnerabilidad•. ~empiezan a soñar, a veces sueñan que tienen esos obje­

tos exprimidos exánimes amarrados a la superficie de su cuerpo. Después de trabajar con pacientes que se en­cuentran en ese estado, solemos sentirnos como si nos hubieran exprimido la vida; •secos•, diríamos.

1 En estas condiciones, los niños autistas tienen quJ

lenfrentar, para •ser», terrores que son más extraños, ho­rrendos, silvestres y primitivos que los experimentados por infantes más normales. Estos parecen surgir de la constelación para la cual se ha propuesto la expresión •un bocado de mamones•. Las reacciones del infante de pecho a esta configuración social elemental pareciera afectar sus posteriores reacciones ante situaciones de grupo. En verdad, parece afectar de manera radical la reacción del niño autista en grupos de niños. Estos lo aterrorizan, pero lo atraen. Es preciso tener esto en cuenta si nos proponemos incluir a los niños autistas en

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situaciones de grupo con el objeto de facilitar s u t·dt u:n ción y terapia.

He podido comprender que en situaciones de an sln y espera estos niños se sienten desalQjados por ot@_s cría~

_ __.d.,~.v.,.::~o~.Jles y salvajes. Al parecer, esto se encuentra en la rmz de su evitación de la gente. Temen a otras personas co ~ mo rivales peligrosos que les arrebatarán sensacio11es vitales y los exprimirán hasta arrancarles la existencia. En el capítulo 9 presento material clínico de un niño au ­tista en recuperación que hace las paces con estos terro­res y se integra como miembro de la estirpe humana. Pero antes que adviniera esta benéfica situación coope­rativa, en períodos en que se encontraba separado de mí, que hacía las veces de la madre nodriza de su infan­cia, este niño sentía que entraba en liza con bocas ene­migas.~- que eran como pájaros voladores que amenaza­ban picotearlo hasta dejarlo s~. Otros niños se han sentido amenazados por un enjambre de avispas pica­doras. Antes, para poner coto a estos terrores, prevale­cían objetos y figuras de sensación, de dominante táctil, generados por sus propias actividades manipuladoras. Así, para estos niñ~ sensaciones táctiles auto-genera­das han adguirido prevalencia abrumadora porque son una necesidad vital_p~obrevivir y protegerse.

Edith S in duda conoció esos estados en que el sentido del taet~ quiere una importancia indebida; en efecto, dijo cie vez: •Siempre estuve un poquito fuera de la vida y por eso eran importantes para mí las cosas que tocamos».

Pero la situación aislada del niño autista es m ucho más extrema que la de Edith Sitwell. Estos niños solita­rios permanecen relegados en un mundo en.que el sen ­tido del tacto ejerce un dominio casi completo. La a udi­ción a larga distancia y los modos normales de la visión no han alcanzado nada que se parezca a la importancia que tienen en las condiciones normales. Esta inhibición puede presentarse en grado tal que en las evaluaciones clínicas iniciales de ciertos niños autistas se los creyó sordos, o aun ciegos, puesto que caminaban sin esqui­var los objetos como si estos no existieran, pero, cuando se hacían las pruebas para medir esas incapacidades, se descubría que su aparato fisico estaba intacto.

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Paso a examinar ahora estos impedimentos autistas de la percepción.

Obstrucciones autistas de la percepción

El trabajo con niños autistas arroja luz sobre los pro­cesos por los cuales las sensaciones en bruto se trasfor­man en percepciones. Me ha hecho comprender que un aspecto de esta trasformación es la asociación de obje­tos con figuras. Por este medio, los objetos se empiezan

· a clasificar y a diferenciar entre sí, puesto que se los re­conoce por su figura específica. Así se generan los per ­ceptos. Poco a poco los objetos se diferencian m~jor por­que reciben nombres. Esto permite hablar de ellos con otras personas. Comienza la formación de conceptos.

Pero a fin de que estos procesos ocurran, tiene que existir cierto sentido de separación respecto de otros ob-. jetos a los que se haya atribuido un grado de objetividad y dejen de ser manipulados como si fueran parte de la cosa corporal. Lo mismo vale para las figuras con las cuales pasan a asociarse. Como vimos, los niños autis­tas viven principalmente en los terminas subjetivos de conglomerados de sensaciones auto-generadas, que ñe denominado •obJetos autistas• y •figuras autistas•. Unos y otras derivan de sensaciones táctiles. El tacto es efñiü­do de a rehensión que implica que el su eto""Se'"""" manten­~ en una estrec a proXiiriida con los objetos. Por eso, objetos que sean tocados pueden parecer parte del cuer­po del sujeto. sin que traigan consigo la perturbadora sensación de algo separado. Ahora bien, una preocupa­ción excesiva por la sensación táctil distrae la atención con las modalidades perceptivas de larga distancia, la visión y la audición. No se trata de que los niños autistas sean incapaces de ver y de oír; es que su atención h~ sido distraída de visiones y sonidos, para uedar are­rra a a se emás, esta concretiza­ción no puede menos que estorbar los procesos abstrac­tivos que son necesarios para que se formen perceptos y conceptos.

( Además, objetos y figuras se experimentan sobre to­

do como si fueran parte del cuerpo del sujet9. No existe__,

0~0~ ~ ~ ', ~0 dof 70~ ~~(o

espacio entre el sujeto y el objeto. Los objetos y Hllli llg••" ras, en consecuencia, no se perciben dentro de la Iridi o mensionalidad visual de las relaciones espaciales. ~u Hll

trabajo •Le monde tourbillonnaire de l'autisme•, el d<X~

tor Houzel aportó material clínico que demuestra la de sorientación en giro de torbellino de los niños autistas. Esa desorientación fue ilustrada por una niña autista no tratada que emergía de un estado autista agudo au.n­que seguía confundida; me contaron que preguntó •¿Por qué la cartelera• (que estaba cerca de ella) •es IJlás gran­de que el hombre?• (que se encontraba alejadu de ella). Es evidente que su mundo era plano, de dos d!mensio­nes, sin perspectiva.

Otro estorbo para la formación adecuada de percep­tos y conceptos consiste en que, en estos niños, 1~­ciencia de las funciones objetivas de los objetos ha ue­dado oscurecida por su uso e , su jetivo, al que ell_Q.s recurren a fin de sentirse invulnerables y de tranquili­zarse. Para un niño autista, más importante que la fun­clOrlobjetiva de un objeto es su naturaleza táctil; por ejemplo, el hecho de que sea duro o blando, rugoso o li­so, de aristas filosas o redondeadas. El uso que se haga de los objetos y el clima emocional que prevalezca en el trato con ellos promueve u obstruye la trasformación de sensaciones en perceptos y en conceptos. El trabajo con niños autistas indica que este proceso no tropieza con obstrucciones impropias si los infantes son atendidos en una situación de crianza que los haga sentirse afir­mados y protegidos en su •continuidad de existir-, de manera que las circunstancias no los obliguen a recu­rrir a un uso impropio de procedimientos autistas.

El estado perceptual de los niños autistas, según lo hemos expuesto en los párrafos precedentes, presenta un marcado contraste con el de los infantes cuyo desa­rrollo psicológico ha tenido una andadura relativamente normal. En los infantes normales, según lo han demos­trado Bower (1977) y Meltzoff y Barton (1979), la inte­gración de impresiones sensoriales táctiles y vis~

or lo tanto la percepción de la trtdimensionalidad, está iiesente casi desde el nacimiento. A medida que a~­menta la tolerancia de la separación fisica del mundo exterior, y surge un espacio donde se puedan desarro-

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llar imágenes y recuerdos, queda lista la escena para la elaboración de perceptos y conceptos. Se establece la constancia de objeto. Se mitigan los terrores del «no­existir• y pasa a ser una posibilidad la vivencia de una ~continuidad de existir•.

Para sintetizar: en los niños autistas, al parecer, la formación de perceptos y conceptos se ha visto obstrui:­;!!J>or la atención perseveradora que ellos ponen en fe­nomenos táctiles subjetivos, como los objetos y las figu­ras autistas de sensación. Estos se desarrollaron para poner coto a los terrores asociados a situaciones infanti-

C les intolerables de conciencia traumática de una se¡;;¡am-ciim fis1ca. En consecuencia, para que, en lugar de se -~ tirios sólo sul?Jetfvwnente, los objetos se perciban en cam- "'· bto objetfvwnente, parece critica la manera en que tantó ~~~ la madre como el bebé den trámite a la tensión producida ~~(;,'

esarrollo de símbolos concurre a superar esta por la separación co ~

tensión. Por eso he de tratar ahora de los modos en que~ este importante proceso fue obstruido en los niños au- ' ~

tistas. (Examino este punto también en el capítulo 5, que versa sobre la psicoterapia de estos niños que no \ juegan.)

Obstrucciones autistas a la formación de símbolo

Para que se dé comienzo al establecimiento de símbo­los, el niño debe poseer cierto sentido de su separación fisica del mundo exterior y, en consecuencia, saber de pérdidas y de faltas. Los objetos y las figuras autistas ta­pan la conciencia de estas tribulaciones humanas inevi­tables. A consecuencia de ello, los niños autistas se en­cuentran privados de una de las posibilidades humanas más propicias y enriquecedoras. Un empleo adecuado de símbolos los habría librado de la tiranía de anhelar la presencia táctil constante de objetos y figuras autistas. Al contrario de esto, a causa de la naturaleza concreta de su funcionamiento, estas prácticas autistas parecen bloquear los ~agujero~ o sea, el modo rroto-menhl~ gue estos niños experimentan pérdida y ausencia. Ni ra -7'2

1

añoranza ni el duelo por objetos rdldos son posn.l, ... ~ u o, en onces, para desarrollar sirnbolo•

que los re-presenten. Hanna Segal (1957) tiene página, elocuentes sobre esto. Es preciso considerar el desarro llo normal de la formación de símbolo antes de podt'r formarse una idea sobre los desarrollos que han sido obstruidos en los pacientes autistas, y sobre aquellos que probablemente ocurran si la psicoterapia empieza a producir efectos.

Formación de símbolo normal

En su trabajo •Symbolism and symbolon•, la psico­analista italiana doctora Giovanna Di Cegli ha presenta­do una manera original de considerar los procesos pre­simbólicos que me resultó esclarecedora. Di Cegli recu­rre a la metáfora del•symbolon•:

•IA.palabra griega ~symbolon~ significa signo de recono­cimiento, contraseña; se trataba de un objeto partido en dos. Cada participante se quedaba con una mitad. Des-pués de una prolongada ausencia, uno de ellos presen- _ \ taria su mitad y, si coincidía con la otra, que el segundo :"=t 1

participante había conservado, se ponía de manifiesto el ~~ lazo entre ambos( ... ) el ~symbolon~ era, por consiguien- "'(; te, un objeto tangible que, en ausencia, recordaba a los dos participantes sus relaciones y que, en la marca del objeto partido en dos, les recordaba su mutua ausencia. Se trata, en resumen, de la combinación de una expe-riencia de presencia con un recuerdo de ausencia» (Di Cegli, 1987).

Di Cegli relaciona esto con la situación del lactante:

J • ... el discernimiento de la madre de lo que hace falta al infante engendra un sentimiento de existir porque nos hace falta algo ... •.

La psicoterapia de niños autistas nos pone en contacto con las experiencias que tuvieron cuando lactantes. Se gún vimos, nós dejan ver que, por diversas razones,

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relacionadas tanto con la naturaleza del infante mismo cuanto con la situación de crianza, fue un momento traumático aquel en que de repente alumbró la concien­cia de que algo •le hacía falta• porque el pezón estaba se-

acto de su lengua, en o ermanecía dis oni ble •a pedido». arece que estas experiencias de separa­ción se vivieran como la partición del•pezón-lengua» en mitades. En el desarrollo normal, una lactación satis- Ñ

factoria permitirá que las dos partes tornen a reunirse o en una colncldencla exacta, que produce éxtasis. ~~ "-. acerca de la infancia de los niños autistas se informa ca- ( ~ si invariablemente ue no mama n bie el peclio. .:f' '

s rutar de la lactación es una experiencia rara para ~ estos niños. Tampcx:o es característico de ellos ch!!E,_a~ ~ los dedos, el pulgar u otros objeto§_, lo ha remplazado el aferramiento idiosincrásico a objetos autistas de sensa-ción. Los dedos, lo mismo gue el pecho o el biberón, tie- ~ nen que recorrer un espacio para llegar hasta la boca; ~ ~

como una parte del cue , siempre resente, or eso ·~ '1 b' los objetos autistas de sensación se percib:_n A ,~

no in o ucen una percepción de espacio. Esto significa A/t'J V que bloquean la posibilidad de experimentar una reu-~ nión extática tras un periodo de ausencia. Además, ·en un amamantamiento deprimido, que es una de la'SSI= ;,o

tuaciones que predisponen a un infante al autismo, ni la .J. . madre ni el niño pueden tolerar el éxtasis. Todos los sentimientos fuertes se amortiguan. La madre no puede entonar un Magniftcat, y tampoco el bebé experimenta­rá esos raptos ante la belleza del mundo que nos descri­be Donald Meltzer (1987). Así, el•symbolon•, como pre­cursor del símbolo, no llega a ser una experiencia com­partida entre ellos.

Para abundar en el uso que hace Di Cegli de su metá­fora griega, en situaciones de frustración no se tiene la experiencia del•symbolon• sino del•diabolon•. En lugar de la coincidencia creadora de la unión satisfactoria, so­breviene la experiencia de la •ruptura• destructiva. En vez del éxtasis, el destemple. 1 -

'Ú~~ \

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1

Eldiabolon

La palabra griega diaboUo significa literalmente •arro jara través». Colin, el niño autista ya mencionado, tenín en su cajón de juguetes una pelota. Solía arrojársela a Gideon, a veces de manera que pudiera atajarla, y a ve ces para que no lo pudiese hacer. Además, Colin se su­bía a los muebles y pedía a Gideon que lo atajara cuan­do él saltara. Pero después, a menudo rechazaba la ayu­da de Gideon. Así como se le impedía atajar la pelota o atajar al propio Colin, Gideon, en la sesión antes referi­da, se vio coartado de •atajar• a Coliñ en sa tnteltgen~m. Con ese comportamiento. Colin dramatizaba situ clo­nes infantiles en las que no se había sentido comprendi­do. Cuando las reflexiones que Gideon y yo llevamos jüñtos hicieron que Colín empezara a sentirse compren­dido en lugar de •arrojado a través», él se vio atajado en los brazos mentales de la inteligencia de su terapeuta. rsta: •situación de amparo• psíquica es la esencia de la psicoterapia.

s urnrsltuac1on •diabólica• aquella en que se en­cuentran estos niños cuando sienten que sus proyeccio­nes de estados extremos, como raptos y rabietas, son •arrojadas a través• de una «nada» en lugar de ser ataja­das por un ser humano reflexivo, quien tal vez no las comprenda enseguida, pero, como sabe escuchar y pen­sar, poco a poco consigue comprender lo bastante para ayudarlos. Poco a poco, los pacientes comprenden que están en una situación en que se los escucha con pa­ciencia y cuidado, y en que se reflexiona sobre su con­ducta, pero sin que la comprensión de ella sea necesa­riamente instantánea. ~prenden a esperar .. y esto los ayuda a sentir que existen como una persona porque, en una situación de incertidumbre y de •no-saber», han sido amparados en la conciencia reflexiva de una perso­na solicita. Pero las respuestas del terapeuta pueden no ser aquellas que deseaba la parte impaciente y exaccio­nadora de ellos, porque esas respuestas tendrán en vis-1%. el desarrollo de largo plazo del ernermo. En mi expe­riencia, aun los niños autistas llegan a apreciar esto po­co a poco, porque, como me dijo uno de ellos, •Quiero crecer como es debido», donde •crecer como es debido»

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supone tolerar cierto monto de incertidumbre y cierto grado de espera.

Porque carecieron de ayuda para soportar los senti­mientos explosivos que siguen a aquella frustración, y que amenazan con extinguir su sentimiento de existir, los niños autistas buscaron yugular esos sentimientos por medio de objetos y figuras autistas de sensación. Expresado con las metáforas griegas que venimos em­pleando, los niños autistas no han experimentado sufi­cientemente el •rnetabolon•, o sea, las funciones reflexi­vas digestivas de la psique de otra persona, sobre las cuales Bion ha llamado nuestra atención (1962).

El metabolon

Corno discurrimos en niveles en los cuales tienen que producirse cambios psico-quírnicos, •rnetabolización• parece una manera apropiada de pensar esos procesos. Persona rnaternante y bebé, psicoterapeuta y paciente, necesitan una tolerancia suficiente de su separación re­cíproca, si es que han de aparecer el tiempo y el espacio para la reflexión y el desarrollo de una vida psíquica. 1f!! .esto desempeña un importante papel la influencia del pa.d.ll:.

El •syrnbolon• y el •diabolon• no son reflexivos. Se asocian con una impaciencia excesiva. Nacen de extre­mos apasionados, movidos por impulsos, dominados por sensaciones. O bien la coincidencia perfecta, o bien un desengaño abismal; o bien una satisfacción plena, o bien una frustración total; o bien el éxtasis, o bien la destemplanza. Es un mundo de extremos sensibles de blanco o negro.

La experiencia adviene a nosotros a través de nues­tros sentidos y es reunida por nuestra mente. La situa­ción de •rnetabolon• es mediadora para experimentar y para elaborar la exaltación extática del •syrnbolon• y el desengaño airado del •diabolon•. El •rnetabolon• importa a la asimilación de esos estados apasionados, que per­mite regular y enriquecer convenientemente la andad u­ra de un desarrollo psicológico y dejar sitio a los cam­bios. Estados extremos de ira, de rapto y de terror resul-

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tan modulados pero no inhibidos. El contenirniento psí­quico adquiere existencia fáctica. Metafóricamente ha­blando, cuando dispone de ese contenirniento, el sujeto puede entonar el Aleluya, o una canción jocosa o una le­tanía fúnebre. En los niños autistas, el sometimiento de necesidades y anhelos a la rígida tiranía de las prácticas autistas es remplazado poco a poco por una conveniente regulación flexible, que permite el despliegue de la crea­tividad. En psicoterapia, las experiencias son objeto de plática y reflexión, y se promueven los recursos para su segura expresión dentro de una acción dramática.

El •rnetabolon• atañe entonces a la asimilación, a la adaptación y al avenimiento a los cambios. Importa aceptar aquello que es «lo bastante bueno• más que exi­gir una total perfección. Interesa a una regulación rea­lista de la conducta. Las pasiones pueden ser canaliza­das hacia empeños y propósitos. Para que esto ocurra, hay que tratar a estos pacientes con firmeza extrema atemperada por dedicación, respeto y comprensión. Así se desarrollan los lazos de una alianza de trabajo en la que hay diálogos y monólogos activos. Se desarrolla una vida interior dramática, que permite filtrar, seleccionar y digerir experiencias. Para que esto ocurra, tienen que encontrar expresión los aspectos histriónicos de la per­sonalidad. Por consiguiente, lo que conduce a la forma­ción de símbolo es la metaboUzaclón de las pasiones pu­ro impulso y pura sensación del •syrnbolon• y el •diabo­lon•. De este modo se promueve el desarrollo de una vi­da de fantasía activa, que permite prescindir de objetos y figuras autistas de sensación. Estos no fueron sino pa­liativos y calmantes que se generaron para embotar la agudeza de estados intensos de •existir• y el terror de «no-existir•. La obstrucción de los estados de ·exaltación y de tragedia, y la falta de expresión de esos estados por el refrenamiento de las actividades creadoras, hizo que la vida perdiera su sabor. Un uso impropio de activida­des manipuladoras determina que las ganas de vivir se extingan casi. Todo es plano y carece de interés. Los pa­cientes autistas parecen medio muertos. Están entram­pados en el limbo de •ser• o «no-ser•

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( 'ondusión

Este capítulo ha intentado mostrar que, por la vía de comprensiones circunstanciadas como las expuestas, es posible poner en marcha la •continuidad de existir• de ciertos niños autistas. Estos niños son •prematuros psicológicos•; han experimentado una separación cor ­poral antes que estuvieran listos para tolerarla; la situa­ción terapéutica actúa como una especie de incubadora en la que reciben un cuidado intensivo. Poco a poco, a medida que esta protección se haga sentir, los niños acaso empiecen a creer que pueden abandonar sus pro­tecciones autistas. En el capítulo 3 examinamos el tipo de psicoterapia conveniente para que esto ocurra.

Nota

1 Deseo dejar constancia del estimulo que recibí del profesor Adria· · no Giannottl para elaborar el pensamiento esbozado en estas páginas. También agradezco a Emanuele Quagllata, quien me tradujo y resu· mió el capítulo 7 del libro de Gemma Corradi Fiumara (1988) .

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3. La psicoterapia como tratamiento para niños autistas

•Necesitamos tener señalados wws lúnites, y que estos sean mantenidos, si es necesario, contra nuestros deseos del momento. En psicoterapia puede ocurrir que una y otra vez sea cotEjada y puesta a prueba la voluntad del analista de poner en práctica este nuevo tipo de amparo. En esas ocasiones, un psicoanalista distante, partidario de dEjar hacer por afán de no ser intrusWo, puede fraca­sar en proveer un sentimiento de segwid..a.cb.

Josephine Klein, Our Needfor Others, pág. 412

En este punto del libro me parece que debo decir al­gunas palabras sobre el tratamiento de niños autistas por medio de una psicoterapia del tipo indicado en la ci­ta del epígrafe. Examino esto con más detalle en el capí­tulo 5, que trata sobre la psicoterapia de niños que no pueden jugar, es decir, niños autistas. Pero ante todo quiero despejar algunos malentendidos usuales acerca de la psicoterapia de niños autistas.

Malentendidos acerca de la psicoterapia de los niños autistas

Me he encontrado con que hablar, en algunos círcu­los, del origen principalmente psicógeno de ciertos tipos de autismo, y sostener que una psicoterapia conveniente puede ayudar a algunos niños autistas a alcanzar un desarrollo normal, es como agitar un trapo rojo ante los ojos del toro. Los que osan asistirlos mediante psicotera-

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pía se atraen la acusación de irresponsables. He llegado a comprender la razón de esto. En la década que siguió a la diferenciación que Leo Kanner (1943) estableció de este raro síndrome, que él denominó autismo infantil temprano, a partir de la subnormalidad congénita, los psicoanalistas de niños pretendieron, con un optimismo desaconsejado, que podían aliviar esta triste condición con el tipo de psicoterapia por ellos practicado. Este tipo de psicoterapia insistía mucho en el trabajo con las ma­dres y en los factores externos que influían sobre el ni­ño, puesto que se juzgaba a la madre responsable de la condición del hijo, quien era pintado como víctima ino­cente de la falta de sensibilidad de una madre desamo­rada, fria, en extremo intelectual. Este abordaje difiere bastante de aquel cuya eficacia he descubierto para los niños autistas.

Mi propio trabqjo

Lo más de mi esfuerzo se ha dirigido a comprender y modificar las retorcidas reacciones de estos niños, que ellos desarrollaron para proteger su hiper-sensibilizada vulnerabilidad. Al mismo tiempo he tratado de ofrecer­les remedio y consuelo, así como nuevos modos de pro­tección que, en lugar de obstruir el desarrollo común, lo faciliten. Esto difiere mucho de la situación de trata­miento que conviene al caso de niños de tipo esquizofré­nico, donde es preciso insistir en ayudar a los padres, en particular a la madre, con sus problemas emocionales. Lo mejor es que los trate otro que no sea el terapeuta de niños, cuya tarea principal consiste en deshacer los en­marañamientos patológicos en que el niño ha entrado con la madre y el padre. La primera prioridad en el tra­bajo con niños autistas, en cambio, es restablecer la confianza de los padres en sí mismos, puesto que estos niños la socavan. Más adelante tal vez busquen asisten­cia para sus problemas personales, y es conveniente po­nérsela al alcance.

En mi propio trabajo, he procurado averiguar bien el tipo de niño autista que ha respondido al tratamiento psicoterapéutico por mí provisto, y también el tipo de

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condiciones de tratamiento que resultaron indispensa­bles para ese logro. Entre mí misma y ciertos profesio­nales de convicción conductista se ha planteado de con­tinuo el siguiente silogismo. Ellos afirman •Los niños autistas no pueden ser tratados logradamente•. Yo digo •Pero he tratado a algunos logradamente•. Tras lo cual, ellos sostienen •Entonces, es imposible que fueran au­tistas•. A lo cual replico •Pero todos esos niños, menos uno, fueron diagnosticados por la doctora Mildred Creak del Hospital de Niños de Great Ormond Streeb. En su época, la doctora Creak era una autoridad psi­quiátrica reconocida internacionalmente en el diagnós­tico de niños psicóticos. Con esto suele terminar la dis­cusión.

Examinaré ahora el tipo de encuadre terapéutico que, según mi experiencia, facilita la psicoterapia de ni­ños autistas.

~ En el tratamiento de niños autistas, he descubierto

que el estado anímico del terapeuta es de primordial im­portancia. Por ejemplo, no pude asistir a los niños autis­tas que vi en una clínica pública. Los que se recupera­ron hasta un grado satisfactorio de normalidad fueron aquellos que atendí en mi consultorio particular. Creo que no lo conseguí en la clínica porque no estaba •en ca­sa• conmigo misma, a diferencia de lo que me ocurría en mi propio consultorio. Allá eran demasiados los estimu­los que distraían mi atención del niño. Lo digo con pena, porque me habría gustado asistir a los niños cuyos pa-dres no podían costear los honorarios. ·

No quiero dar a entender que los niños autistas no puedan ser tratados en clínicas. Esta incapacidad ha si­do idiosincrásica en mi caso, pero me ha convencido de que la calidad de la atención tiene suma importancia en , el trabajo con estos niños queCdetrás de su carón protector, son muy vulnerabl-e'i-e hi er-sensibles. La atención y el cuidado no divididos forman un ambiente psíquico que envuelve a los niños y puede infundirles poco a poco la confianza en que esta protección recípro-

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ca intangible es capaz de remplazar la ilusión, que res­ponde a una dominante sensorial, de una encapsula­ción tangible como la que procura un cascarón.

Para este trabajo hace falta un ambiente regular y simple, y un terapeuta de cabeza clara que valore el sen­tido común y cuya conducta sea disciplinada y consis­tente. Un terapeuta con esas características deberá es­tar dispuesto a aprender de los niños y a hacer empalia con ellos sin menoscabo de su propia objetividad y sepa­ración. Un encuadre particularmente apropiado para este tipo de tratamiento ha sido conseguido por el profe­sor Houzel en una clínica pública, el Hospital Psiquiátrt­co Infantil, que es un departamento de la Universidad de Brest en Francia.

En el momento en que esto escribo, el doctor Houzel trata a un niño autista por medio de psicoterapia tres veces por semana. Ve a los padres una vez por mes. En estas reuniones discute con ellos problemas de conduc­ción y les explica la etapa alcanzada por el niño en psi­coterapia, así como las adecuaciones que ellos acaso de­ban introducir en su relación con el niño que cambia. El doctor Houzel ha formado a ciertas nurses en su depar­tamento para que puedan ir a los hogares de los niños autistas y auxiliar a las madres en el cuidado de su hijo. Estas nurses no son intrusivas. Asisten a la madre en tareas hogareñas según se van presentando, y la ayu­dan a recuperar su seguridad para el cuidado del niño, puesto que, según hemos visto, estos niños suelen soca­var mucho la confianza de la madre en sí misma. Las nurses han sido bien entrenadas para esta tarea. Han obsexvado a un bebé semanalmente desde el día de su nacimiento, según el método elaborado por Esther Bick (1964) para la formación de terapeutas de niños en la Tavistock Cllnic. (Para una ilustración concisa de este método, véase Magagna, 1987.) Estas obsexvaciones son después discutidas con el doctor Houzel, con quien las nurses cursan además semtnartos acerca de la na tu­raleza del autismo.

Mi propia experiencia de tratamiento de niños autis­tas en mi consultorio particular me hace apreciar el tipo de encuadre organizado por el doctor Houzel en su clíni­ca de hospital público. He notado el salto de mejoría da-

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do por los niños autistas cuando una buena nlneru n •auxiliar de la madre» se había introducido en la famllh 1.

Su sentido común proporcionaba lo que hacía faltu . Además, contrtbuía a modificar el lazo demasiado eslrt· cho entre madre y bebé. Pero se lo debía lograr con sen sibilidad y tacto.

En mi práctica privada no tuve el apoyo de un equipo de asistentes sociales en psiquiatría como el disponible en clínicas públicas. En la mayoría de los casos, no pa­reció una desventaja muy grande para el trabajo con los niños autistas que yo trataba. Si se lo juzgaba aconseja­ble cuando avanzaba el trabajo con el niño, o si la madre o el padre demandaban asistencia, siempre me quedaba el recurso de derivarlos a un psiquiatra o asistente so­cial en psiquiatría. Era importante, desde luego, tener en cuenta que otros niños de la familia acaso sufrían co­mo consecuencia de la concentración de los padres en el hijo autista. También se imponía considerar que estas madres tienden a poner •buena cara• al curso de los acontecimientos, pero en el fondo suelen sentirse inse­guras y atemorizadas. Necesitan que se les brinde, con tacto, apoyo y aliento.

En cambio, la falta del apoyo de asistentes sociales en psiquiatría desde el comienzo del tratam!ento resul­taba una neta desventaja en el trabajo con niños de tipo ~squizofrénic.Q. Según vimos, estos niños se encuentran en un estado confuso, enmarañado, con su madre y co:nl otros miembros de la familia. La familia de estos niños, sobre todo la madre, necesita una asistencia diestra e intensa desde el comienzo del tratamiento. El departa­mento de psicoterapia de la Universidad de Roma, des­tinado a niños psicóticos y dirigido por el profesor Adria­no Giannottl, que mencionamos en el capítuio 1, dispu­so de esa asistencia diestra para todas sus familias. En mi opinión, esto puede explicar que no hayan encontra­do el tratamiento de los niños esquizofrénicos tan dificil como me ha resultado a mí. Por ejemplo, la doctora Giu­lianna de Astis tuvo mucho éxito con una niña esquizo­frénica de cinco años a la que yo había considerado intratable. En ei caso de los niños autistas, el trabajo con la mayoría de los padres demanda asistidos para que se adecuen a su hijp que cambia, y para que recupe-

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rcn su confianza como padres, aunque es cierto que algunos pueden necesitar una asistencia más intensa.

Consideremos ahora a la madre y su hijo autista, y el influjo recíproco entre ambos.

La madre y el hgo Ol.lÍiSta <::--Aunque parezcan tan divorciados entre sí, paradóji­

camente la madre y el niño se encuentran en un estado de •unísono» patológico. En estos niños se han intensifi­cado y se han vuelto concretos los procesos de «Vibrar al unísono» que son normales en la primera infancia. Para los niños autistas, la madre es una mera •cosa•. una es­pecie de objeto autista de sensación, entre otros •objetos subjetivos• de este tipo. Se sienten_Qe@dos a este ob1eto y asimilados a él.

Reproduzco el informe de una madre acerca de esta situación:

•Me parecía que el retraimiento y los problemas de con­ducta de Sam estaban claramente ligados a nuestra re­lación; eso era evidente por el modo en que sus síntomas autistas crecían y disminuían en relación con el estado de cosas en el hogar. Por ejemplo, a menudo me asom­braba el grado en que mi estado de ánimo parecía afec­tar a Sam. Si me ponía tensa porque algo me ofendía o me enojaba, Sam solía mostrarse obsesivo, y sus fútiles íntentos de controlar a su ambiente por el recurso de controlar un aspecto arbitrarlo de este me resultaba muy familiar. Si íbamos de paseo muy felices y conten-tos los dos, reíamos y corríamos y disfrutábamos de la mutua compañía. Si uno de los dos se angustiaba, Sam enseguida se encerraba en una obsesión de arrancar hierba; cortaba manojos para dejarlos caer lentamente a través de sus dedos en tanto miraba esto mismo absor- 1

to, con una expresión pétrea fija mientras lo hacía. Aun- J que yo me había empeñado muchísimo en fortalecer el tenue lazo que nos unía y nuestra relación había mejo-rado, él y yo seguíamos viviendo en secreto uno respecto del otro, o en mundos separados. Nos aferrábamos uno

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a otro con excesiva fuerza, y después nos rechazú h11111o

con demasiada violencia cuando nos ofendíamos . I•: I problema resultaba exacerbado por nuestra total el(' •

pendencia recíproca. Sam necesitaba de otro para sí, dt• otra persona que no tuviera ninguna relación conmigo, con quien tal vez pudiera aprender a relacionarse de 'Q!_la manera diferente».

En su última afirmación, esta madre perspicaz toca una de las funciones más importantes de la psicoterapia de estos niños. Y consiste en ayudarlos a aprender a rela­cionarse con otra persona en tanto separada y diferente .• de ellos. Se vuelven capaces de lograrlo de una manera \ •

ás equilibrada si sus extremos de sentimiento son eptado-s-y-eQIDprendidos. A diferencia de los niños de

<~fréni_.9)~os autistas no se han confundido ni emna:rañai:ft:J-eoU..s.u.Jnadre en estados de identificación

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proyectiva. No se han «identificado• con la madre;_§_e ;(_¡ • sienten pegados a ella e igualados con ella, ~ cual excnf- 1 t; " e toda sensación de encontrarse separados. Llamo a~

esto •ecuación adhesiva• o •identica i ad adhesiva•; J otros autores lo han denominado •fusión imitativa• 1... ~ (Gaddini, 1969). Los niños reelaboran estos sentimien- v• ... ~ tos en relación con el terapeuta. ~

Por ejemplo, en cierta etapa del proceso de psicotera-pia, un niño autista a quien traté, cuando se aproxima- '<; · ba el final de la sesión, y para sentir que éramos uno y lo :) s\ 11 mismo, y que no estábamos separados uno de otro, solía fJ imitar mi postura sentada. Ponía sus piernas como es-taban las mías, y sus brazos en la posición en que yo los tenía. Cuando interpreté esto con referencia al final pró-ximo de la sesión, empezó a aceptar el hecho de que éra-mos seres separados y diferentes, pero no apartados de­sastrosamente. Poco a poco pudo ser •alumbrado• como un individuo autónomo separado. La madre y el hijo, y a menudo el padre y el hijo, encuentran dificil tolerar esta situación. Querrían que el niño creciera de golpe o que volviera a ser el nonato que era. Y el niño enfrenta un conflicto similar. Como hemos visto, vacila entre •ser• y •no-ser», entre ser una •cosa» y ser un ser humano. Cuando el niño se ha fortalecido lo bastante para tolerar la frustración y el dolor de nacer como un ser humano

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separado y de crecer gradualmente, también los padres lo empiezan a tolerar, sobre todo si el terapeuta del niño discute con ellos la situación. Cuando la madre percibe que ese hijo no es su única razón de existir, sino que ella tiene sus propios fines individuales en la vida, distintos de los del niño, el estado de igualación adhesiva recípro­ca se alivia. Poner a los niños en psicoterapia y asistidos durante este proceso impone una gran tensión a los pa­dres. Es importante ayudarlos para que adquieran un sentido de la proporción respecto de lo que ocurre, y comprendan que, si bien por el momento es importante tener al niño en tratamiento, él no es «el principio y fin• de su vida. Adoptar una visión esperanzada y sensata sobre el estado de cosas es el mejor modo en que el psi­coterapeuta puede asistir a estos pacientes.

La psicoterapia con el niño

Los niños de tipo esquizofrénico forman un grupo mucho más variado que los autistas, quienes se aseme­jan entre ellos como gotas de agua. Tan pronto como ha­ya tratado con intensidad a un niño autista, y haya to­mado notas cuidadosas tras cada sesión, el psicotera­peuta dispondrá de un plan básico para tratar a otros niños autistas. Creo que esta su común similitud se de­be a que se han segregado de los influjos ambientales por medio de su encapsulación auto-generada, y por eso obraron sobre todo con arreglo a su predisposición in­nata -a las •formas innatas•, como las he denominado O'ustin, 1972, 1987)-. El trabajo con est'?s pacientes se dirige sobre todo a modificar su modo de reacción tosca, en bruto, frente al mundo exterior. Esto es algo que se produce principalmente a través del vínculo en desarro­llo con el terapeuta.

El trabajo con niños de tipo esquizofrénico opera en dos frentes: se propone producir cambios en los padres y en el ambiente familiar, y cambios en el paciente. Es interesante comprobar que estos niños de tipo autista y de tipo esquizofrénico, los unos en comparación con los otros, muestran una respuesta muy dispar ante las in­terpretaciones en psicoterapia. Cuando se empiezan a

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recuperar -pero no mientras permanecen entJJI t ~H i z ul11

autista fusionado, según lo definimos en el capítulo H si se da a niños que han sido autistas una interpreto ción acorde con sus sentimientos, casi siempre se obUe ne una respuesta positiva de su parte, como escuchar con atención o producir un notable cambio de conduela. Esto no ocurre en la mayoría de los niños de tipo esqui­zofrénico, que suelen reaccionar persecutoriamente ante interpretaciones que establecen un contacto estre­cho con ellos. Cuando el psicoterapeuta entra en con­tacto con un niño autista, tiene la nítida impresión ae que el paciente ha estado deseando, esperando casi, es-· • te nivel de comprensión. Como solía decir Beata RanK, sobre la base de su larga experiencia en el trabajo con · niños autistas, •Dentro del cascarón hay un pequeño príncipe o princesa durmiente en espera de crecer• (co­:m_unicación personal). Por consiguiente, toca a noso­tros, como psicoterapeutas, trabajar duro para desarro llar nuestra comprensión de estos pacientes. El premio de tal trabajo es que esas intelecciones nos ponen en contacto con nuestros alcances más elementales.

Sin embargo, la psicoterapia con un niño autista es trabajo arduo para el niño, para el terapeuta y para los padres, y no se la debe emprender a la ligera. Cada vez que aceptaba a un nuevo niño con rasgos autistas mar­cados, advertía a los padres que el resultado era incierto pero que, si estaban dispuestos a aceptar el riesgo, yo estaba dispuesta a ver lo que podía lograr. Quiero com­partir con ustedes algunos de los resultados de esta psi­coterapia.

Resultados de la psicoterapia

Es dificil hacer seguimiento de casos de autismo por­que una vez que pasó el tratamiento, y el niño y sus pa­dres se van juntos, no desean que se les recuerde lo que ha sido para ellos una experiencia penosa y conmocio­nante. Pero quiero comunicarles lo que he alcanzado a saber acerca de algunos de los niños, por vías directas o indirectas, con posterioridad a la terminación de su tra­tamiento.

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David

En primer lugar, les contaré lo que le sucedió a Da­vid, cuyo material clínico se presenta en el capítulo 6 pa­ra ilustrar la encapsulación autista. David no era un ni­ño autista con arreglo al tipo de Kanner. Su autismo era una reacción a una separación muy traumática de su madre, que él sufrió a la edad de seis meses, cuando lo alojaron en un Hotel Infantil, desde donde se lo llevaban para administrarle masajes que enderezaran su colum­na vertebral. Inició psicoterapia conmigo, bajo el régi­men de cuatro sesiones por semana, cuando tenía diez años, y terminó a los dieciséis. Aunque obtuvo gran be­neficio de nuestro trabajo conjunto, era un niño severa­mente deteriorado que presentaba un complejo sistema de reacciones protectoras, y que además se puso entra­tamiento tarde, razones por las cuales no se recuperó ?to como otros niños de tipo autista que he asistido. Más que recuperarse_. se rehabilitó~ Se hizo mucho tra-

-J bajo reparador, pero seguía con el lastre de un gran nú-mero de incapacidades. No obstante, cuando dejó el tra­tamiento pudo irse a vivir con su familia y trabajar; considérese que de no haber tenido psicoterapia habría debido pasar el resto de sus días en una institución. La que sigue es una carta de la maestra que recibió a este muchacho en el seno de su familia y le impartió ense­ñanza hasta que estuvo en condiciones de regresar a su hogar. Esta talentosa maestra escribe:

•Sé que le complacerá leer la carta adjunta, que recibí la semana pasada. Es dificil hacerse a la idea de que David cumplirá veintisiete años en setiembre próximo; es un mocetón de un metro y setenta y ocho centímetros de estatura, ancha espalda y unas manos sorprendente­mente grandes. Por desdicha, su equilibrio es pésimo, pero creo que usted sentiría enorme orgullo por él si lo viera ahora ( ... ) Trabaja todo el día (muy duro) en la granja, y está realmente integrado en la labor campe­sina. Va solo a la ciudad más próxima y busca material en librerías. A pesar de su discapacidad y lentitud, él y su madre han pasado varias vacaciones en el exterior. Lee mucho y lleva un diario íntimo. Escribe sus propias

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cartas y sólo en ocasiones pide ayuda por la ortogmllu Fue con sus ahorros y por propia decisión que la viHII () u usted en su casa».

Un niño enmarañado con bolsones autistas

El otro niño de quien recibí información presentaba protecciones predominantemente enmarañadas, pero con •bolsones• de autismo. Me lo trajeron a la edad de ocho años, y terminó a lo~ catorce. Era un niño muy de­teriorado. Cuando vino, era tanta su incoordinación de brazos y piernas que se temía que pudiera ser espástico. Su madre, que cooperó mucho, me escribió, cuando él tenía dieciocho años, para contarme que había pasado su prueba de conducción •al primer tiro•, según su ex­presión. Quería ser conductor de ómnibus, pero no su­po interpretar las hojas de ruta en la medida deseada. Tenía un trabajo muy malo, pero lo conservaba porque quería pagar el dinero que debía por su Honda 160, una motocicleta que, como explicaba su madre, era •la ale­gria de su vida•. Tenía amigos, y se trataba con los que había hecho en la escuela. Los padres encontraron para él una pequeña escuela privada para niños con graves trastornos emocionales. Este era el niño a quien llamé Ralph en mi primer libro, Autism and Childhood Psy­chosis (1972). Sin psicoterapia, Ralph habría permane­cido internado en un hospital para enfermos mentales.

Dos niños autistas del ttpo de Kanner

El niño a quien llamé John en varios de mis libros y trabajos sólo tenía tres años cuando llegó a mí. Al termi­nar su tratamiento, a los seis años, estaba en condicio­nes de ir a una escuela normal. Sólo he recibido infor­mación indirecta acerca de él. Me dijeron que era bueno su desempeño como medio pupilo en una English Pu­blic School (una escuela privada de mucha exigencia). Tiene mucho talento musical y prosigue estudios con éxito en la universidad. Después no he sabido nada más de él. John era un ejemplo clásico del autismo infantil

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temprano. El resultado de su psicoterapia fue muy sa­tisfactorio.

El niño al que llamé Peter en mis libros y trabajos era también un ejemplo clásico del Síndrome de Kanner. Mientras estaba en tratamiento, los padres encontraron una pequeña escuela privada dispuesta a admitirlo. También recibió instrucción con maestra particular. Es­te niño inició psicoterapia a los seis años y terminó a los once. Venía dos veces por semana, mientras que John y Ralph lo hacían cinco veces. Después que llevaba nueve años sin verlo y sin tener noticias de él ni de sus padres, Peter me escribió una carta muy generosa, por su pro­pia iniciativa. Trascribo las primeras oraciones de esta notable carta:

~Le doy las gracias por su asistencia profesional para li­brarme de la prisión del autismo. Siento un aprecio pro­fundo por el trabajo que usted hizo para lograr que me sintiera mejor. Todavía recuerdo aquellos días en que hacía girar un trompo zumbador, jugaba con animales de granja y le contaba divertidas historias•.

Sigue refiriéndome que ahora va a la universidad, y me hace un informe muy vivo y gráfico del tipo de vida que lleva. (Aruú Bergman, la terapeuta principal de Margaret Mahler, que vio a este niño a la edad de tres años, dijo que ~era uno de los peores autistas• que había conoci­do.) Este paciente, desde luego, anduvo muy bien. Ade­más, los padres cooperaron muchísimo, y es grande su mérito por haber dado continuo apoyo al tratamiento, y lo es también el de Peter, por su valentía y su empeñoso trabajo.

Es una lástima que no haya podido obtener informa­ción acerca de los otros niños con quienes obtuve buen resultado, pero en cierto sentido «la falta de noticias es una buena noticia• porque, que yo sepa, no se han pre­sentado en hospitales psiquiátricos en fecha posterior. Hoy, el trabajo psicoterapéutico con niños autistas que se realiza bajo mi supervisión marcha bien, y por lo tan­to estos productivos resultados parecen repetibles, aun­que es cierto que los autistas de más edad son un desa­fio terapéutico mucho más dificil.

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Ahora bien, es una tarea que requiere un duro traba­jo de parte de los pacientes. Aquí tengo una carta que escribí a una madre que cooperaba mucho, en el curso del tratamiento de su hijo:

que voy a decir será extremadamente espontáneo, por­que me propongo escribir al correr de la pluma. Espero, sin

r~ ' embargo, que le resulte útil. Una y otra vez tropezarnos con la idea de que a su juicio la

terapia debiera ser una especie de cesto de papeles que reci­biera todos los sentimientos inaceptables. Esta es una falacia

c..._ , muy difundida. En los primeros tiempos de la psicoterapia, la_ ~"" abreacción era su meta exclusiva. Se dejaba a los niños correr ~ ' ~ por la clínica y hacer to<;la clase de cosas destructivas, sin de"

"'::..... · tenerlos. Y se creía que esto era beneficioso. La falacia de esto fe ~~ es evidente para cualquier persona dotada de· sentido común;

"\! fr - si a un niño se le dejan hacer ciertas cosas, estas se convierten 'Ven hábito. Son reforzadas. El tipo de psicoterapia que los

profesionales formados practican hoy es un asunto mucho más sutil. El niño se encuentra en una situación donde puede expresar sus sentimientos, pero no se permite que estos lo avasallen. El terapeuta intenta amparar estos sentimientos en su psique, y hablar con el niño acerca de ellos, y hacer que los exprese hasta cierto punto, pero lo ayuda en esto por medio de actividades. como hablar, jugar, etc. Se le muestra que está muy bien tener sentimientos, pero lo que no es bueno es de­jarlo que parta de correría para destruirlo todo en derredor, trastornando la capacidad de pensar del terapeuta, quien se mentiría diciendo que esto hará bien al niño. Le hará mucho daño. La psicoterapia usa la vía sutil para ayudar al niño a manifestar sus sentimientos y, después, a darles forma. Tales sentimientos no pasan por el terapeuta como una ración de saL Los recibe en su psique, y allí los metaboliza ·por medio de su pensamiento. Es una situación muy dificil saber hasta dónde es preciso dejar hacer al niño para conocer lo que pien­sa y siente, y saber cuándo hemos de detenerlo y hablar con él sobre sus sentimientos. Si se deja a los niños presos de sus sentimientos destructivos, y nadie los ayuda a darles forma, esa es para ellos una situación muy aterrorizadora. Se sienten librados a sí mismos para enfrentar estos sentimientos a su manera ingenua, que puede ser en extremo restrictiva y repre­siva. Las estrategias autistas son un intento de erigir una fuerte barrera contra esos sentimientos explosivos. El autismo

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es la ocurrencia probable cuando se deja a un niño en una si­tuación en la que sus sentimientos no son disciplinados y es­tructurados por alguien que lo ayude a comprender la razón por la cual él tiene estos sentimientos y a creer que pueden ser comprendidos y aceptados y gobernados. Estos muy intensos sentimientos son la caldera que hace al niño •andar•. Si se permite que entren en una ebullición sin control, han de re­sultar muy lesivos para el niño. El necesita sentir que ha expe­rimentado este influjo de sentimientos destructivos y que el terapeuta o la madre los ha comprendido, ha sobrevivido a ellos sin quedar destruido. Si dejarnos al niño •montarse• en esos senfunientos, y el terapeuta no hace nada para ayudarlo a gobernarlos, el niño se desesperará. No se le hace ningún servicio al niño dejando que dé rienda suelta a estos senti­mientos sin que se los comprenda y se hable sobre ellos, se los estructure y se los ponga a su disposición corno una fuente de fuerza y energía. (Corno terapeuta, descubrí que ayudaba al niño si dramatizaba su furia y sus sentimientos tristes; así le hacía saber que estaba muy bien tenerlos y que yo los com­partía, los comprendía y podía contenerlos.)

Usted se encuentra en una situación muy dificil porque el padre de Paul no está presente. Los niños se sienten muy se­guros si los vínculos entre la madre y el padre se mantienen y ellos no pueden romper los lazos entre los padres. Un niño que se encuentra en una situación sin padre presente cree que es más fácil avasallar a la madre para hacer su capricho. Corno usted bien sabe, en cierta medida, Paul mantiene •una lucha de poder• con usted. A usted le resulta dificil enfrentarlo por­que quiere conservar su cariño; usted quiere que él la ame. Es probable que además usted necesite sentir alguna compensa­ción por no tener el amor de un marido. Es pedirle algo muy duro decirle que es necesario que corra el riesgo de que él se enoje con usted a causa de cierta insistencia necesaria en que se comporte hacia usted y otras personas con la debida consi­deración y respeto. Pero es algo vital para su futura salud mental. El amor tamizado por el respeto es mucho más impor­tante que un sumario •amor• debido a un consentimiento de parte de usted. Criar un hijo es un trabajo duro. Paul no se de­be convertir en un cnene de mamá•, una planta de invernade­ro. La psicoterapia no desagota los sentimientos a los que us­ted, como madre, necesariamente ha de hacer frente en su hijo. Ayuda al niño a comprenderlos, los rastrea hasta su fuente en la primera infancia y asiste al niño para que los es­tructure y exprese a través de un elemento compartido con otras personas. Así no queda tan expuesto a una impulsividad espontánea, desestructurada. Esto supone aprender a es-

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perar y a practicar destrezas que ayuden a expresnr 111'1111

mientos y pensamientos. No se Jo tiene que envolver entre algodones; más bien m·c·c·

sita un corsé que lo reúna consigo mismo. Estos niños tlent•u miedo de desintegrarse. Usted no puede emplear Jos métodoH

- decrtanza que usaría con un niño más normal. Con un nh'lo así, tiene que ser más estricta. Debe mantenerse continua­mente en guardia para que no intente •meterle el bichito•. mi­nar su confianza en usted misma. Usted nunca desarrollará confianza en usted misma si deja a Paul minársela de conti­nuo. Es una tarea austera y solitaria la que le sugiero. Pero no se puede esperar que la psicoterapia produzca efecto si Paul encuentra siempre vías de escape en usted.

Conoce bien el respeto y la consideración que siento por usted. Le propongo hacer algo que le resultará muy duro. No siempre podrá dominarlo, pero el intento es lo que vale.

Disculpe esta carta un poco divagante. Con mis mejores deseos. Suya,

Conclusión

Frances Tustin

Si bien es un método de terapia para niños autistas, la psicoterapia expuesta en este capítulo constituye ade­más un método de investigación que proporciona claves sobre procesos cognitivos y emocionales tempranos, y sobre las causas de su detención en los niños autistas. El capítulo 4 trata de mis descubrimientos obtenidos coil esa psicoterapia, y de su confirmación por profesio­nales de otras disciplinas o por psicoanalistas que sos­tienen orientaciones teóricas diferentes de la mía.

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4. Confirmaciones de los resultados obtenidos con la psicoterapia de niños autistas

•Cada [investigación) partió de un punto de vista dife­rente y, con empleo de un abordaje distinto, alcanzó re­sultados que eran explicativos los unos de los otros. Me he referido por primera vez a esas convergencias en una comunicación sobre Diseño Experimental (l950b), don­de sostuve que, en psicoanálisis, esa convergencia pue­de ocupar el lugar que tiene la validación en la psicología experimental•.

Spitz, 1955, pág. 215

Los resultados que derivan de la psicoterapia con ni­ños autistas emergen pieza por pieza, muy diferentes en esto de los descubrimientos obtenidos en la psicología experimental. Es preciso emplear material no verbal, así como hallar conceptos para experiencias no conceptua­lizadas. Nos resulta dificil estar seguros de que no ve­mos algo que en realidad es idiosincrásico nuestro con exclusividad. Por eso trae seguridad y es indispensable la confirmación de los propios descubrimientos por pro­fesionales que aplican abordajes diferentes d~l que no­sotros sustentamos. Mi primera experiencia de estos re­sultados •convergentes• y •explicativos los unos de los otros• a partir del trabajo de otras personas, según los define Spitz en la cita del epígrafe, se produjo después

Una versión anterior de este capítulo apareció en F. Tustln. •Con· valida dei risultati della ricerca sull'autlsmo. Appendice: Una postilla sul símbolo• [Validaciones de Jos descubrimientos acerca del autis­mo], Psi.chiatria dell'InjOll.Cia e dell'Adolescenza, vol. 54, 1987, págs. 607-22.

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~ que me encontré con la depresión del tipo «agujero ne- ~ gro• en el primer niño autista que traté por medio de psi­coterapia intensiva. Enterarme de este •agujero negro• fue una experiencia significativa para rrú, lo mismo que para el niño. Debo señalar que esto ocurrió antes que los

1 astrónomos empezaran a hablar de •agujeros negros».

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No se lo puede asimilar a estos. El •agujero negro• fue 1 manera en que el niño pudo darme enseñanza acerCa. de

un tipo elemental de depresión. Ahora les quiero contar cómo me enteré de que otros

psicoterapeutas, cuya formación teórica era muy dife­rente de la rrúa, también habían tomado noticia de esta situación critica que denominaron •dee.resión.prlma¡j_a• (Bibring, 1953), •depresión psicótic_a• (Winnicott, 1958), y •el lugar de la lesión critica• (formulación junguiana, según una comunicación personal).

El agujero negro

En cierta ocasión, cuando su autismo ya se iba modi­ficando y empezaba a hablar, John, de cuatro años, vio que una amiga de su madre ponía a .su bebé al-pecho. Esto le causó una gran impresión y lo estimuló a con­tarme sobre lo que llamó •el agujero negro conet pinche feo•. Era el intento de John por poner en palabras una experiencia que había tenido en su temprana~· cuando no disporúa de palabras que le permitieran con­ceptualizarla. No se trataba exactamente de una metá­fora. Esta frase intoresca recogía lo esencial de la e""= riencia _2riginari~rque los •agujeros• son go que evi­tamos por una reacción innata, y rehuimos el contacto con los <pinches•.

(J'ohn me dio a entender que esta experiencia del •agujero negro• era el resultado de su descubrimiento, cuando era todavía un bebé, de que el pezó~ch.2..!_ o la tetina del biberón, el •botón.>ty-Segíurlo1í--amó~ra

parte de su lengua ni de su bo~ sino que estaba sepa­rado de estas y, por lo tanto, él no lo s;!Obernaba fl'ustin, 1966, 1986). Sinlló que es'OñabíasÍdo arrancado y se había perdido de una manera traumática, convirtiendo su boca en un •agujero negro con un pinche feo•. Esta

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reacción traumática ante la conciencia de la scpamdo11 jfsfca de la madre era nueva para rrú, porque no st.• ha cluíá en las teorías kleinianas que había aprendido t'l

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mi formación. Por eso me proporcionó gran segurldíld que algunos de mis colegas de la Asociación de Psicot' rapeutas de Niños me dijeran que Winnicott, desde su especial punto de vista, ya había escrito acerca de esta experiencia infantil intolerable de separación fisica de la madre, que, según él sosterúa, se asociaba a una sensa: ción de pérdida de una parte del cuerpo, y a laque denq­minó «depresión psicótica• (Winnicott, 1958, pág. 222). Mis colegas me contaron también que Margaret. Mahler, una psicoanalista freudiana clásica, había descrito una •pena• sufrida por niños autistas en su primera infancia a causa de una pérdida que, desde el punto de vista de sus teorías sobre la psicosis, ella denominó la pérdida del •objeto de amor simbiótico• (Mahler, 1961); en otras palabras, el •botón• de John. Esta información me refir­mó que mis descubrimientos no eran idiosincrásicos, si­no que habían sido confirmados por profesionales que sustentaban una orientación teórica diferente de la mía.

Sin embargo, al mismo tiempo que refirmatoria, esta introducción a los descubrimientos de otros profesiona­les que terúan una formación teórica diferente me resul­tó además inquietante :gprque me hizo ver que las enun­ciaciones extraídas de(mi cerrada formación kleiniana, que tan buenos servicios me habían prestado en el tra­bajo con otros pacientes, no constituían un marco ade­cuado para los fenómenos que se me presentaban en el trabajo con niños autistas. Poco a poco comprendí que los niños aquejados de autismo psicógeno son muy dife­rentes de los niños de tipo esquizofrénico a partir de los cuales, y para los cuales, Melanie Klein había éiaborado unas visiones tan penetrantes. Advertí que era necesa­rio trazar un claro distingo entre reacciones autistas y reacciones de tipo esquizofrénico a la conciencia trau­mática de la separación fisica de la madre. El posterior trabajo clínico me ha convencido de que la falta de una clara distinción psicodinámica entre reacciones de tipo autista y de tipo esquizofrénico inspira una psicoterapia que no conviene de manera específica a la psicopatolo­gía autista, se trate de niños psicóticos o de adultos neu-

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róticos. Esto le quita la eficacia que podría tener. El de­sarrollo de estas intelecciones ha sido un proceso largo y laborioso.

Desde luego, muchos de los niños que nos son deri­vados recurren a una mezcla de reacciones de tipo au ­tista y de tipo esquizofrénico. Por ejemplo, algunos niños de tipo esquizofrénico tienen un • o so ~ smo donde se an detenido sus desarrollos emocionales codrl(llvos-:Aae"iñas, según he aescubierto:- existen pa-..._ :;:p·~ __.. cientes neuróticos, tanto niños como adultos, que tie-nen una cápsula escondida de autismo (Sydney Klein, 1980; Tustin, 1978, 1987). En estos pacientes, un desa­rrollo relativamente normal ha bordeado un •agujero negro• clausurado de depresión psicótica. En su caso, las barreras autistas pueden romperse en situaciones de estrés intolerable o de cambio biológico. Tales situa­ciones de estrés pueden ser la muerte de un ser querido, el divorcio, los cambios de residencia o de empleo, el de­sempleo, la falta de metas en la vida o el retiro. Situacio­nes biológicas susceptibles de amenazar las barreras autistas son sucesos como la crisis puberal, el naci­miento de un hijo, la crisis de la mitad de la vida, el en­vejecimiento y las premoniciones de muerte. Cuando las barreras autistas se rompen, el individuo es inundado J?Or una depresión_esicótica de •agujero negro•, que an­tes.había,.sido contenida porfas reacciones autistéj.s. Es­te tipo de quebnm to fue descritO por Winnicott (1974 ) ql,!ien eriteriClió que se trataba de la repeti"Ción temidi . en un momento posterior de la vida, de un quebrant o

ue ya se había producido en la prtriiera infancia (exa­:rñ'iñamos con mayor detalle esta importante contribu­ción en el capítulo 7, que trata de la cápsula autista en pacientes neuróticos). Pero en este punto prestemos oídos a las visiones retrospectivas de niños autistas y sus madres acerca de este quebranto según sobrevino en la primera infancia.

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El quebranto en la primera infancia

La madre de un niño varón autista que no hah.:1 t1 ·1:l·

bido psicoterapia me informó que en el momento dt· t•u• pezar a hablar, él le dijo: •No era que estuviera enojadu contigo, mamita, era que tenía miedo de la oscuridad en tu pancita». En la primera infancia de este niño, y antes de darlo a luz, la madre había estado muy deprimida y preocupada porque su esposo estaba enfermo a tal pun­to que se temía por su muerte (por fortuna, esto no su­cedió). Esta madre me escribió lo que sigue:

•Sam cuando bebé fue mimado y querido, pero pasó gran parte de sus primeros días solo; era un bebé muy bueno, y al parecer siempre había mucho por hacer, un ir y venir muy intenso, y muchas pre-ocupaciones en mi mente. Además, las personas que permanecían en la ca­sa, y muchas otras exigencias, concurrían a la barrera que se formaba en torno de él».

Esta madre prosigue diciendo:

•Mientras más pienso sobre los primeros días de la vida de un niño, más me convenzo de la importancia del es­tado anímico de la madre: que ella esté u presente"' no "ausente" en su espíritu, durante su "etapa de nodriza" (como antaño se la llamaba). Desde luego, muchos otros factores intervienen en las situaciones, pero el sueloJ emocional en _g_ue el niño nace L desde el c~­rece roporcionar la protección o inmunizar, ara reac-iones tiiper-sens1 es•.

(Esta madre evidentemente tenía una gran perspicacia y la capacidad de darle expresión en palabras. No había recibido asistencia psicoterapéutica.)

A partir de Freud (1920g), varios psicoanalistas, de acuerdo con sus diversas inspiraciones, han descrito el papel de la madre en la primerisima infancia con arreglo a esta protección que ella brinda al hijo en presencia de una estimulación intolerable (Bergman y Escalona, 1949; Rubinfme, 1962; Masud Khan, 1964; Martin Ja­mes, 1986). Winnicott (1958) ha introducido la expre-

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slón •pre-ocupación materna• e insistido en la impor­tancia de lo que~ de amparo• para el bebé muy peque~~ha ayudado a com­prender mejor esta función materna esencial con sus in­dicaciones sobre la manera en que la madre afecta el de-.,......,. . -'-· .. sagollo men.tal-del infante por JJJ.edW..de ~u propio pep-samiento reflexivo. AR:unta que la madre nodriza aporta saí.ua-men ... - actante, no menos ue leche real. Nos ha alertado sobre el papel e la madre en el alivio y •contenimiento•, según su expresión, de los excesos de tensión nerviosa que el sistema neuro-mental inmaduro del irúante es todavía incapaz de gobernar por sí solo. Según los términos por mí empleados en el capítulo 2. actúa como •metabolon• en tanto lo ayuda a •digerir- sus experiencias. Si un irúante echa de menos esta •mente­estómago• de la madre, como la llamó uno de mis pa­cientes, desarrolla reacciones prematuras y aberrantes que lo segregan todavía más de las funciones metaboli­zadoras de aquella. El irúante recién nacido llega pro..: gramado para impartir sentido al mundo. En ausencia de una madre que lo introduzca en el mundo comparti­do del sentido común, el niño obrará con arreglo a su modalidad idiosincrásica.

Desde un punto de vista diferente, Klaus y Kennel (1976) han figurado el guarecimiento y la protección que el recién nacido necesita como un •útero pos-natal». En un interesante trabajo, Helen High (1984) nos ha llama­do la atención sobre la similitud entre las funciones pos­natales de la mente materna y las funciones intra-uteri­nas de la placenta, que no deja pasar lo que pudiera ser nocivo para el feto y recicla sus fluidos corporales de suerte de devolverlos en una forma propicia para un de­sarrollo normal. No hay ninguna duda de que la función de sedazo y empatia extra-uterina de la mente materna en relación con su bebé opera como una especie de •pla­centa• por cuyo intermedio la madre y su cría establecen recíprocos lazos mentales. La conexión mental de la comprensión viene a compensar la pérdida de la cone­xión fisica omnipresente que el cordón umbilical pro­porcionaba. Si unas conexiones emocionales no adquie­ren el relieve conveniente, los aspectos jisicos del nexo de lactación con la madre cobran una importancia inde-

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bida. Según vimos, el descubrimiento de qut~ estu c·o11c xión fisica no está siempre presente, y de que se la t•x¡ w ) rimen te •desaparecida», produce una ira y una aflk<'lc u 1 avasalladoras. Metafóricamente hablando, los bebés n· · . ~n nac~s necesitan ser am..Parados en el •útero• de la mente mateñi'a. ---- -

Al comienzo, el contexto emocional en que se ofrezca el •pecho• y la manera en que se lo tome determinará!J 9-lieel irú~te ·~gue~s lo que no ha logrado consu­mar el irúante que después será autista. Una barrera de iñcomprensión se ha interpuesto entre la madre y el hi­jo. Las terapias que destacan en exceso el•amparo» fisi-~ co del niño autista descuidan la importancia del a¿gprs ~ mental, que es tan esencial para estos niños. En cíe , • .. t- ~· _ medida, desde luego, estas técnicas de •amparo• fisico modifican las actitudes mentales tanto de la madre co­mo del hijo, pero los terapeutas que las practican son proclives a no tomar suficientemente en consideración esos cambios, y a no promoverlos. Por otro lado, los psi­coterapeutas de orientación psicodinámica no suelen recurrir a intelecciones que resultan específicas y con-

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venientes para la psicopatología autista. Si el psicoter~­peuta ha de poder •amparar• con resguardo en su psi­que al niño autista, debe tener conocimiento de los orí genes irúantiles de las reacciones autistas.

Les he de exponer las confirmaciones que he recibido acerca de estos orígenes irúantiles.

Cof!firmaciones obtenidas de estudios observacionales

Mi conocimiento de los orígenes irúantiles de las ba­rreras autistas frente a la •depresión psicótica• (el •agu­jero negro con el pinche feo•) provenía de las visiones re­trospectivas de pacientes niños y sus padres. Si bien era algo valioso, se trataba de una información indirecta. Por eso leí con gran interés dos trabajos que me envió Juliet Hopkins, donde se exponían estudios observacio­nales sobre reacciones de evitación en la primera infan­cia. Uno era de Henry Massie (1978), quien estudió las filmaciones hogareñas que por azar se habían hecho de

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la irúancia de diez niños que habían sido derivados a su clínica a causa de psicosis autista. El otro trabajo había sido escrito por la extinta Selñía Fraiberg (1982). quien allí irúormaba sobre su estudio de un grupo de doce be­bés de tres a dieciocho meses de edad, quienes, criados en ambientes familiares, habían desarrollado acusados rasgos •evitantes».

El estudio de Fraiberg

Acerca de los niños de este estudio, el equipo profe­sional había apreciado un grado extremo de deterioro de las relaciones objetales en el momento de ingresar en la institución. De un grupo de 50, se escogieron 12 bebés. Al principio se habían seleccionado 13, pero en el curso del tratamiento se descartó a uno de ellos porque se des­cubrió que tenía deterioros biológicos graves que afec­taban su capacidad de responder a su madre y a otras personas, y de relacionarse con ellas. En los 12 bebés restantes no se encontraron deficiencias biológicas comparables. Esto ilustra una dificultad en la evalua­ción de niños con tendencias de evitación: a primera vis­ta, los que tienen deterioro orgánico .y los que sufren de una lesión psicógena parecen similares. ~ Fraiberg_I1?s dice~ ~as madres de estos 12 bebés padz ían de depresión grave (lóSñlños afitlstas qat!"fié - . .• . ·--r-_...,.. tratad9 habían tenid~odos ellos, n~madre depnnu-da en su primera irúancia, o incluso antes de su naci­T ient<;>1""'m-proposito de Fraiberg e;a estudiar y evaluar los efectos de la intervención terapéutica, tanto para el bebé como para la familia. Basada en un periodo de eva­luación inicial exhaustiva, que abarcó de cinco a siete visitas al hogar familiar, nos informa que estos bebés nunca miraban a su madre o lo hacían rara vez, y nunca o rara vez le sonreían. No vocalizaban (Ricks. 1975, comprobó que los niños autistas no habían pasado por el estadio irúantll dellaleo). No estiraban los brazos ha­cia ella. Los bebés que podían gatear o caminar, no se acercaban empero a la madre. En caso de tener una ne­cesidad o un motivo de aflicción, no llamaban a lama­dre para que los consolara. Como dice Fraiberg, •Donde

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habrían debido buscar al objeto, se observaba t•vl l • u ·1011 •

(págs. 616-7). Aunque ella no los designó como •autistas•, su dt·'i

cripción es un cuadro completo de las reacciones de t·vl

tación autista. El único rasgo diferente respecto del a 11

tismo era que, si bien los bebés evitaban siempre a In madre, a veces respondían a otras personas. Por fortu na, diez de ellos respondieron al tratamiento y no se convirtieron en niños autistas. Los dos que no respon­dieron se volvieron esquizofrénicos. De estos, uno tenía una madre drogadicta, y en la otra pareja madre-hijo, ella era esquizofrénica, por lo que cabía presumir que había afectado a su criatura. Como ya lo he señalado, siempre me ha resultado dificil desenredar y revertir las reacciones esquizofrénicas. Parece haber una predispo­sición heredada a la esquizofrenia en algunas familias, y algunos bebés tal vez sean más proclives que otros a contraerla. Otros, en cambio, desarrollan protecciones autistas en el mismo caso.

Creo que los niños autistas difieren un poco de estos niños de •evitación» de Fraiberg, para quienes unos fac­tores ambientales tuvieron la mayor importancia. Los bebés del estudio de Fraiberg reaccionaban frente a una destitución materna masiva, y algunos habían sufrido incluso malos tratos fisicos infligidos por su madre. Co­mo apunté en el capítulo 1, una ausencia grosera de cuidado maternal no necesariamente es, según mi expe­riencia, la determinante principal en todos los tipos de autismo psicógeno. Algunos niños autistas parecen ha­ber sido hiper-sensibles en grado inusual, y tener una proclividad particular a reaccionar de manera autista a la falta de solicitud de una madre, obedecier;;¡_ esta a una depresión o a alguna otra causa. Otro tipo de bebé ha­bría reaccionado diversamente. Esto ha sido compro­bado por la investigación psicoterapéutica de Sheila Spensley (1985) de un niño autista de tres años, que era un trillizo no idéntico, cuyos dos hermanos no eran au­tistas. Henry Massie, quien estudió, por medio de filma­ciones hogareñas, la irúancia de niños que desp4és fue­ron autistas, describe el caso de una melliza a quien lla­ma Martha, que tenía una hermanita no idéntica, a quien da el nombre de Madge. Martha fue vista inicial-

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mente a los quince meses, y manifestaba signos acusa­dos de autismo. Como no se le detectó ninguna patolo­gía neurológica, se podía afirmar que su autismo era probablemente psicógeno. Massie concluye:

•Mientras que las dos hermanas son tratadas con igual brusquedad e insensibilidad por sus padres, es Martha quien tiene un desarrollo aberrante• (pág. 36).

En su amplio estudio del autismo desde un punto de vista orgánico y de conducta, Rimland (1964) encontró que, en casos de gemelos idénticos, si uno era autista, el otro lo era también. Esto implica que en ciertos casos de autismo hay un posible factor genético. (Si esto es válido para los niños que responden a la psicoterapia, ese fac'­tor admitiría modificación. La flexibilidad de la naturale­za humana se pone de nuestro lado.) El trabajo clínico indica que reacciones de autismo psicógeno son el re­sultado de la concurrencia e interacción complicada de factores constitucionales y ambientales, cuyo equilibrio es diferente en cada caso. El mismo tipo de •ausencia mental• de la madre puede producir reacciones diferen­tes en distintos niños.

El estudio de Massie de filmes hogareños

Estudiar la infancia de niños autistas a través de m­mes hogareños fue un método original, y arrojó resulta­dos interesantes. Como dice Massie (1978):

•Los filmes proporcionaron información sobre las cali­dades constitucionales de los niños, sobre su patología neuromuscular, sobre signos iniciales de psicosis e interacción madre-infante• (Massie, pág. 42).

Massie concluyó que el factor determinante del que sur­gían las reacciones autistas aberrantes era la ausencia de un vínculo primario básico del niño con la madre. Es­to coincide con descubrimientos obtenidos en el trabajo clínico. El estudio de Massie es fecundo porque, como el de Selma Fraiberg, nos informa sobre pequeños detalles

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de la conducta del infante y su madre, referidos u J¡ • 11111

dalidad de su allegamiento recíproco. Los dcH<' llhll mientos de Fraiberg me resultaron interesantes, en p: 11" •

ticular, porque registró y estudió lo que denomino Jn -. reacciones de •evitación• y de •congelamiento• que po nían en evidencia los bebés investigados. Esas reacclo nes habían impedido que se desarrollara un vínculo con la madre.

Evitación

Para Fraiberg, la evitación es una reacción defensiva primitiva más que un •mecanismo de defensa• en el es­tricto sentido psicoanalítico. El término •reacción pro­tectora• parece más acertado, según indicamos en el ca­pítulo l. Fraiberg considera que esta reacción empieza a operar hacia la edad de tres meses. Martln James ( 1986) modifica esta indicación de edad de Fraiberg y aprecia que opera ya desde las dos semanas de vida en forma de lo que él denomina un •modo neural prodrómico•. Sus observaciones de una nena hiper-sensible lo llevaron a sostener que estos niños pueden desarrollar un yo pre­maturo y anormal, presumiblemente de índole neuro­mental, que toma sobre sí las funciones de la madre, a la que ellos sienten incapaz de satisfacer sus hiper-sen­sibles anhelos.

Mi propio trabajo clínico me sugiere la tesis de que en unos pocos niños estas reacciones se pueden producir antes todavía. Como algunos parecen ser autistas desde el mismo día de su nacimiento, sostengo que reacciones de aversión asociadas con unos desarrollos yoicos pre­coces y aberrantes pueden sobrevenir ya en· el último trimestre del embarazo. Esto parece corroborado por el hecho de que en el síndrome..9..ue los pediatras llaman ~ ·aflicción fetal•. un feto que llega a su término em~ e de manera pfematura a succionar Y.: defecar, como si ya' ~ hÜbiera sido dado a luz. Esto suele...o~x:rir..oen r - -aun~turbacióñ'eiñücional -dela madre. G tstei"'n li9'83) afirmó que la d~¡KesJ9.n de u~adre pue e tr~ conses_~nc!~ un a~ue bio~!!'Pco a.J hijo no-nato •en el baño amniótico•, según su expresión. S te in

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"--

(1967) y Fordham (1976) han indicado que las reaccio­nes autistas se asemejan a reacciones auto-inmunes de evitación y rechazo de sustancias extrañas nocivas. Pa­rece que de un modo elementalísimo, la madre pasara a constituirse en una tal sustancia extraña nociva para un niño autista. Un niño que haya desarrollado esa aversión in utero habrá de ser un infante de traicionera crianza, sobre todo para una madre deprimida.

La cesura del nacimiento es el primer choque de se­paración fisica de la madre que el infante sufre. Influida por los descubrimientos de De Astls y Giannotti, he lle­gado a la concepción de que, en el desarrollo normal, por sus interacciones de mutua respuesta, madre e hijo restañan esa herida primaria de separación, que se con­sidera curada también por el padre. Si por cualquier ra­zón esto no sucede, o no sucede del modo conveniente, esa herida se abrirá cada vez que sobrevenga conciencia de la separación corporal. La herida pasa a ser, según la expresión de John, un •agujero negro», porque ahora se la experimenta como una cosa inanimada. Ello se debe a que estos infantes choqueados han perdido la flexibili­dad de sentir que son criaturas animadas de carne y hueso, y se perciben como cosas inanimadas.

Tras los pasos de una sugerencia de Charlotte Büh­ler ( 1962), el profesor polaco Andrzej Gardziel ( 1986) ha­ce que nos remontemos a u~n anterior aun al alumbramiento. Sostiene

•La primera y más importante tarea del recién nacido consiste en re-establecer el orden interno puesto en pe­ligro tras el riesgo corrido con la expansión desde el úte­ro materno hasta el mundo exterior. Sólo después de consumar una integridad psico-biológic~ satisfactoria es posible buscar placer y tratar de conseguirlo de una manera activa».

Gardziel ve en el autismo un medio de resolver ese •or­den interno puesto en peligro».

Basado en la obra de Bion (1962). el profesor Houzel (1989) propone ideas sobre la manera normal en que

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puede pensarse que se re-establece el orden interno lras el nacimiento:

• . .. las "ensoñaciones" de la madre, o sea, el juego dt • ideas que tiene por teatro su mente, y sus respucs lns empáticas interactivas ( ... )proveen una situación mental de amparo tal que ofrece sustento a la organización protomental primordial del niño, con lo cual se consuma la transición de existir dentro a existir fuera del útero•.

Prosigue, en relación con el niño autista:

•Si esto no se consuma, se produce el torbellino de con­fusión entre adentro y afuera que he descrito en mitra­bajo "Le monde tourbillonnaire de l'autisme"(1985)•.

Una confirmación de las ideas expuestas por el doctor Houzel en su trabajo citado en último término la propor­cionó un paciente cuyo material clínico se presenta en el capítulo 8.

No todos los niños autistas han de haber visto peli­grar su •continuidad de existir• in utero, pero, por una diversidad de razones, todos ellos parecen haber echado de menos interacciones sensibles adecuadas para resta­ñar la separación fisica del nacimiento. Lo triste es q;!.e el bebé desarrolla una aversión a la madre nutrida, que esta madre depiiñilda, carente de collftanza en s1 misma, es inca az de contrarrestar esa aversión. Algu-

s de las madres me an nta o ue reverenciaban_ tanto al hermoso bebé que a lan pro ucidJ sue a_-

~ . 1 ron a •eso» como si fuera una pieza de porcelana china. ..,.. • ~ En su depresión, se sintieron incapaces de cuidar a esa ~ cosa tan preciosa. Cuando la madre nutrlcia se recü3- 1'

~e:.:..__. ra de su depresión, suele ser demasiado tard7. Las reac-~ • -wociones autistas del bebé han cancelado a la madre, por-~ Q

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coterapeutas creyeron que toda la culpa de la trágica perturbación del hijo debía~recaer sobre la madre. Esto no ha hecho sino exacerbar la tragedia para madre e hi­jo. Estudios como los de Massie y Fraiberg nos ayudan a considerar las reacciones autistas m statu nascendi, por así decir, y a ver el papel que en ellas desempeñan unas interacciones sutiles entre madre e hijo.

Fraiberg nos ha mostrado, además, que reacciones de evitación forman parte del repertorio innato de res­puestas de todos los infantes. En efecto, a manera de control de su propio trabajo, citó el estudio de Mary Ainsworth y sus colegas de un grupo de bebés de doce meses tomados entre una población no seleccionada y presumiblemente normal. Los niños presentaban reac­ciones de evitación, pero estas sólo se producían cuando madre e hijo pasaban por una desavenencia temporaria, y eran, por lo tanto, transitorias y pasajeras. No se ha­bían establecido como un régimen de vida, según suce­día en el caso de los bebés de Fraiberg, o sucede en el de un niño autista. En consecuencia, como todas las reac­ciones psicóticas, la evitación es una exageración pato­lógica de un proceso normal. En el autismo asistimos a una evitación desarrollada en un grado masivo, total.

El estudio de Massie (1978) de los filmes hogareños de niños que después resultaron autistas pone en evi­dencia la falta de una interacción sensible satisfactoria con la madre, la que, según se ha sostenido, contribuye a restañar la cesura del nacimiento. Massie afirma que « ... en repetidos sucesos, para 9 de los 10 casos, el infan­te toma la iniciativa de una acción con mano, tacto o in­clinación del cuerpo hacia la madre, que no se consuma porque la madre no le responde• (pág. 45).

Los filmes muestran también episodios en que lama­dre inicia acciones dirigidas a su bebé, pero el bebé no responde. Se erige entre la pareja una barrera de frus­tración en lugar de un nexo de satisfacción. Es la furia a causa de esta frustración la que convierte el «agujero• en un «agujero negro•. A modo de grupo de control. Massie estudió los filmes hogareños de niños relativamente normales. Es interesante ver que, en estas parejas, ma­dre y bebé volvían a unirse y «Se perdonaban• entre ellos las inevitables frustraciones. (En conexión con esto, me

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interesó la lectura de un trabajo de Chrit-~ l oph Hertng, 1986, donde describió su observación de u11 IH'hé· que, en grado notable, no conseguía hacerlo.)

Los niños autistas son muy demandadores como pu cientes y esperan y exigen una perfección imposible. Cuando esta •perfección• no ocurre, no pueden perdo nar la ofensa. Estas ofensas les impiden echar mano a lo que tienen a su alcance, y a menudo me he preguntado si se trata de un d~sarrollo pos,terior como respuesta a una frustración, o si han sido demandadores por natu­raleza y, por eso rnis(Jlo, de-crianza particularmente difi­cU para una madre deprimida. Desde luego que un dife­rente concurso de factores ha intervenido en cada caso. Pero los experimentos-de Brazelton (1969) han demos­trado que el •rostro inexpresivo• de una madre ejerce un efecto perturbador aun sobre bebés normales.

· Cuando se trabaja en psicoterapia con estos niños, y -a medida que su autismo se modifica, ellos nos hablan Ú/1 de sus •vacíos•. de su sensación de vaciedad, de su «na~~~ · • co de sus «a jeras negros•, de su •desespe-

ración•. En lugar de eXJ;>erimen en gunos momen-tos1 por pasaJeros que sean. una fuente de bondad infi­nita y ultra-confiable. que es la vivencia que la mayoría de los infantes tienen del •pecho• y de todo lo que este imolica, los niños autistas han t~Jllda un sentimi inefable de gue han perdido algo vital, ellos no saben qué. Es lo que nos pintan después, con las expresiones rectén citada(.' Las producciones falsas del autismo, en­tre otras los ~jetos autistas 0\lstin, 1980, 1987) y las figuras autistas de sensación 0\lstin, 1984, 1987). han bloqueado y atenuado la conciencia de esta falta)No eran sino paliativos, y dejaron intacto lo esencial del problema. Tales bloqueos y tranquilizadores son delirios idiosincrásicos y aislan a estos niños de los hechos coti­dianos de sentido común. Impiden que el niño experi­mente y llegue a tolerar •la falta•, que es aquello que pro­mueve la representación imaginativa y la formación de símbolo. Volvemos sobre esto en el capítulo 5, que trata de la incapacidad de juego de los niños autistas.

Los niños autistas atraviesan estados de pánico tremo a me aa ue su autismo se modifica ue ellos experimen pérdida y falta, de lo cual es testimonio

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más, como lo ha señalado David Rosente tismo tiene una función preservadora. Unas experien­cias no procesadas ni mentalizadas se preservan, lo que deja abierta la posibilidad de que se las exprese y elabo-re si en algún momento se dan condiciones propicias. Según lo enunció Winnicott (1974) en su trabajo clásico

- ------ 1 • of breakdown•, durante el tratañilento el pa- p ~ c~nte •recuerda• algo gue su ce o •casi al comienzoefe ~ su vida•'· Los dichos de Joh~obre •el agujero~~ ~una re-evocación de e~. desencadenada al~ ver a un bebé que mamaba del pecho. Esto es •equiva- , lente al levan~iento de la represión• que sobreviene ~

en el análisis freudiano clásico de los pacientes neuróti- ~ cos (Winnicott. 1986, pág. 179). ~

110 \

Reacciones psico-biológica.s

Tanto Massie como Fraiberg consideran que lo t · ~,l'l• -­

cial de las dificultades del niño autista proviene d<· 1;11

incapacidad para establecer una relación primordial ba sica con la madre. Mis descubrimientos clínicos lo con firman. Y confirman también la conclusión de Fraiberg de que •la evitación pertenece a un sistema psico-bioló­gico• (1982 , pág. 62).

El trabajo clínico con niños autistas me ha convenci­do de que las reacciones autistas se sitúan en la inter­fase de- neurofisiología y psicología pslcodinámica. H~ ahí la razón por la cual en mis escritos sobre autismo he

en~~~t:!!~~~~c~o~m~o «neuro-mental• y •psico-qui-O..U.,I-.-l'Allp ea la expresión •pre-concepcio­

nes inn:-::a:-:.:ta=s-· =p-=-ar-.,-a,---:,enotar la vida mental primitiva aso­ciada con-predisposiciones biológicas innatas.

Fraiberg da un paso más y afirma que en el contexto de lo que ella denomina •desvalimiento biológico• se de­sarrolla otra forma de defensa que denomina •congela­miento» .

Congelarrúento

Las conclusiones de Fraiberg sobre este punto me e_ interesaron porque a menudo he descrito a los niños au- '"""\ tistas como congelados de terror, cual un anim aterra­do que enfren a un pe gro e muerte. El trabajo clini­- - -on ninos autistas revela que esto: en el miedo de ser olvidados y abandonados, lo quepa-rece equivaler para ellos a ser arrojados en Ul} .agujero '\.V negro, como en el pozo de un escusado, donde su exis- '\. ( tencia sería aniquilada. Según lo he indicado (Tustin, 1987), también pueden sentir terror de ser atacados por depredadores silvestres. He conjeturado que esos terro-res acaso desciendan de nuestro pasado filogenético y sean terrores atávicos hoy convertidos en vestigios. Si el clima emocional de la situación de crianza no es lo bas-tante protector para un niño particularmente sensible, entonces se precipitan en la escena unos terrores arcai-cos sin nombre. Se trata de •pre-concepciones• (para

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emplear el término de Bion) de peligros vagos no con­ceptualizados, que sirvieron a un propósito útil para nuestros primitivos ancestros, así humanos como ani­males. En un desarrollo relativamente normal pareciera que estos terrores innecesarios e inconducentes no des­pertaran en tanto el bebé es humanizado y civilizado por el cuidado solicito de la madre que lo cría. Los terrores se esfuman entonces, porque han perdido su razón de ser biológica. Pero en el niño autista parece que se hu­hieran despertado sin modificarse. El queda librado a sus propias fuerzas para enfrentarlos. Se ve amenazado por unos peligros no conceptualizados gue son deliri~. pero, como me dijo un paciente, •el terror es real•. Elnl­ilo autista se ha congelado, como en una reacción pro­tectora primitiva, con estos peligros delusorios.

Ideas similares, desde un punto de vista neuro-fisio­lógico, fueron sustentadas en un informe científico apa­recido en 111e Times con el titulo •Playing possum• [•Fin­girse muerto•). Este informe resumía un trabajo publi­cado en The La.ncet, 1 cuyo autor era el doctor Birger Kaada, un neurofisiólogo noruego; llamaba allí nuestra atención sobre lo que denominaba •el reflejo de parálisis por miedo•. que, según afirmaba, fue descrito por pri­mera vez hace trescientos cincuenta años, y que des­pués ha sido registrado bajo diversas formas. Lamenta­ba que los médicos no le hubieran prestado ni de lejos la atención que le han dedicado los especialistas en com­portamiento animal. Decía que este •refleJo de parálisjs por miedo• se desencadenaba cada vez que, según lo e)\­

porua, •una am.enaza cualquiera es percibida como un geUgro y suscita miedo, como el encuentro con~ pr dor la restricción del movimiento, la inversión, los ruidos re entinos desacos radas, un ambiente extraño y la separación de la madre y los compañer~». Concluía que este reflejo es •innato, atávico( ... ) se acen­túa fuertemente en situaciones de amenaza repentina que el organismo no puede superar, o sea, en una con­dición de desesperanza y desvalimiento•. El doctor Bir­ger no escribía sobre autismo, pero todo lo que decía se aplica al congelamiento que se asocia a las reacciones de pánico de los niños autistas. Acerca de este congela­miento, Fraiberg señala:

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• ... la conducta se caracteriza por uua htttHlVIIlt•u ¡,,,, completa, un congelamiento de la postura. la uwt lile llul. la articulación• (pág. 622).

El cuadro que Fraiberg pinta de estas reacciones de<'< Jlt

gelamiento recuerda al que se ve en la catatonia de e in tos pacientes esquizofrénicos y en la parálisis histérica

1

que ataca los miembros de ciertos pacientes neuróticos. Tanto Segal como Fairbairn han apuntado que esquizo­frenia e histeria presentan ciertos rasgos en común. Ca­be preguntarse si esto no se debe a la presencia, en am-bos tipos de paciente, de unas reacciones autistas de congelamiento como las que venimos describiendo, que responden a miedos intensos. Además, parece probable que el congelamiento autista desempeñe un papel en la generación de la personalidad •esquizoide• según la des­cribe Fairbairn (1940, 1952) y de los •niños congelados• definidos por Docker-Drysdale (1972). Por lo tanto. el estudio de Jos niños autistas, al mismo tiempo que nos ayuda a aliviar su triste condición, promete arrojar luz sobre los síntomas asociados a otras psicopatologías severas.

Fraiberg concluye que «la inmovilización• - •la otra cara del congelamiento•. como ella la caracteriza- •es una defensa biológica frente al más extremo peligro• (pág. 623). Mi propio trabajo clínico me ha coQY: de que tanto el congelamiento como la inmovilización (tlñgt:rse muertO) son reacciones sico-reflejas que for­man parte de nuestra herencia biológica, y an sido de­s-encadenadas por la conciencia traumática de la sepa­ración corporal de la madre en una situación de crianza en la que un infante, en un estado inmaduro de organi­zación neuro-mental, no estuvo protegido lo suficiente del terror suscitado por amenazas existenciales, consi­derando que el estado de ánimo de la madre y el clima emocional de la familia normalmente desempeñan un papel significativo en esa protección. Como consecuen­cia de esos traumas no conceptualizados sufridos en la temprana infancia, se iniciaron protecciones tan exage­radas y retorcidas como para convertirse en aberrantes. Son. precisamente, las que dan al autlsmo su carácter particular.

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Conclusión

Si las raíces de los fenómenos autistas encajan en reacciones psico-fisiológicas, la consecuencia inevitable es que tales fenómenos queden fuera del alcance de las formulaciones psicoanalíticas usuales. Pero los psicote­rapeutas tienen que estudiar esos fenómenos a fm de poder rescatar a los niños autistas de su aislamiento en­capsulado, y también para que nos resulte posible des­congelar y modificar las reacciones de clausura autista que acechan en la cápsula escondida de muchos de nuestros pacientes neuróticos (S. Klein, 1980; Tustin, 1978, 1986). Ellas no pudieron menos que limitar su funcionamiento creador y social, y volverlos proclives a ataques de sombría depresión. En los capítulos 7 y 8 tratamos de este tipo de pacientes. En el capítulo 5 exa­minamos la naturaleza particular de la psicoterapia con niños autistas, que responde a su incapacidad de jugar.

Nota

1 Lamentablemente, no he conservado la fecha de esa edición de The Times, ni la del articulo de The Lancet.

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5. Psicoterapia con niños que tto pltf•fk•t•

jugar

•Con una adecuada regulación, eljuego se deberla intro ducir como medicÍJUll>.

Aristóteles

•Desde sus más tiernos años, nuestros niños tienen que participar en 1ns formas de juego más acordes con 1ns le­yes porque, si no se ven rodeados por esa atmósfera, nunca podrán convertirse en ciudadanos prudentes..

Platón

Todas las formas de psicoterapia psicoanalítica para niños se basan en una comprensión profunda del valor terapéutico y comunicativo del juego. Pero una caracte­rística saliente de los niños autistas es que no pueden jugar ni comunicarse. Esto determina dificultades en la psicoterapia con ellos. El presente capítulo expone la psicoterapia conveniente para las primeras etapas del trabajo con estos niños de dificil acceso. Doy una breve descripción de la naturaleza del autismo, y examino después algunos de los modos en que ha sido un obs­táculo para el desarrollo del juego, en particular el uso, por parte de estos niños, de objetos y de figuras engen­drados aberrantemente por vía de sensación. He descu­bierto que estos objetos y figuras han bloqueado la ca­pacidad de jugar y de establecer sensaciones. Tanto las figuras como los objetos auto-engendrados por vía de sensación han sido descritos por separado y en detalle

Reproducido de The International Review of Psycho-Analysis, vol. 15, 1988.

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en dos trabajos que publiqué en Intematlonal Review of Psychoanalysfs (Tustin, 1980, 1985), y también en mi li­bro reciente Autistfc Barriers in Neurottc Patients (Tustin, 1987). Y los expuse brevemente en capítulos anteriores de este libro. Aquí ofrezco más detalles.

Objetos autistas de sensación

Los niños autistas suelen llevar consigo objetos du­ros o se adhieren a objetos duros para sentirse duros y fuertes. Para estos niños, las sensaciones duras engen­dradas por tales objetos son más importantes que las funciones normales para las cuales fueron pensados.

~ Su característica saliente es que el niño los siente parte ~ • de su cuerpo. Por ejemplo, un niño de seis años ~u e

traté solía portar un gran llavero que tenía muchas Irn:=­ves. Le parecJ.a que era una parte de su cuerpo que le daba seguridad: esta era la función de las llaves en lo que a él concernía. Estaban despojadas de su función reaJtsta referida a objetos verdaderos del mundo exte­rior. Otros niños portan juguetes. No ue an con estos, sino que o e a o e sus almohadas para tener garantizada su seguridad (según ellos la consideran). De la misma manera, algunos niños suelen llevar un autito de cuerda apretado con fuerza en la palma de su mano.

C~ r en ue es un edazo a de e o, que les da ::s=~'\Ase ridad. •Seguridad• es la nota clave de estos objetos f\J~. autistas duros. LOs objetos empleados de este modo son ~..P derivados de partes del cuerpo del mismo niño, que ori­~ ginalmente se usaron como protectores. Se trataba de ~ cosas tales como la lengua enroscada, la parte interior ~?r de las mejillas apelotonada, las heces duras en el ano. ~1' ~m?espués, objetos externos vividos como partes del cuer-

\ • - po, según explicamos, pueden ser usados como protec­tores. Son obtetos •a mí• gue aym:!au al piño a senth:.~ existe ue u •continuidad de existir• está asegurada. Estos objetos •a rm• tapan los ram s gen es de concie11cia de lo que se percibe como peligroso •no-a mí•, que parece amenazar la existencia y la seguridad del ni­ño. No se lo debe confundir con el objeto transtcional de Winnicott (1958), que es una combinación de •a mí• y de

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•no-a mí• y concurre a enlazar lo uno con lo otro. El obje­to transicional es un puente hacia lo •no-a mí•; los obje­tos autistas son una !Jarrera frente a estlj. En el presente libro exploramos sus aspectos protectores.

Figuras autistas de sensación

Estas nacen de sensaciones corporales blan o- 6( mo el manar la orina del cuerpo, o las burbujas e saliva ' alrededor de la boca, o la saliva aplicada ~e

~es, o bien se generan a partir de 1 arre y el ~ También se las puede producir soste o con

un objeto externo, o presionándolo con suavidad~. Las crean, además, el hamacarse._el ~rar y_los estereoti; ~ .pos de la mano y el cuerpo. Las figuras así engendradas sobre superficies del cuerpo se perciben inseparadas del cuerpo del sujeto, y no se las clasifica como figuras que guarden relación con la figura real de algún objeto en particular. No son compartidas con otras personas y son idiosincrásicas del niño exclusivamente, lo mismo que los objetos autistas. En cambio, a diferencia dé los obje-

s autistas, que son rígidos y estáticos, con contornos eftnidos duros y permanentes, los contornos de las fi­

gu¡:as autistas son difusos y evanescentes. Desffian en una sucesión fluida y pueden parecer pegajosas o res­baladizas. Son •alucinaciones táctiles• (Aulagnier, 1985) en el sentido de que son generadas por el sujeto solo y carecen de realidad objetiva en el mundo exterio~-ciguan y calman, y en consecuencia son una suerte de tranqumzante generado con el cuerpo. He ahí una irifor~ macwn que me han trasmitido los niños autistas duran-te tres décadas de trabajo con ellos. Cuando ellos vienen a vernos por primera vez, no usan los objetos con arre-glo a su función compartida de sentido común, sino a sus propias manipulaciones idiosincrásicas. Estas últi-mas están destinadas a evitar intrusiones provenientes del mundo exterior, que resultaron intolerables la pri-mera vez que se las experimentó. Tanto los objetos como las figuras autistas de serlsación son inhibidores a la vez que supresores, y por lo tanto detienen los desarrollos emocionales y cognitivos.

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Ahora bien, ¿por qué las propensiones de la mente . humana a la busca de objetos y a la plasmación de for­mas se han desviado hacia esos desdichados canales? ¿A causa de qué la capacidad de juego fue suplantada por objetos sensación patológicos y figuras sensación patológicas? Para comprenderlo tenemos que investigar

~_, los orígenes del autismo psicógeno. Como lo anoté en el ·· 6'-- capítulo 1, el primer niño autista a quien tuve en psico­

terapia intensa me esclareció sobre este aspecto cuando empezó a hablar y me alertó acerca de lo que él llamó ~ agujero negro con el pinche f~·- Se hizo evidente que es­to había precipitado su autismo (1'ustin, 1972, 1973).

En mis conversaciones con las madres de niños a u-p d-,(~' !!i~~. -me.Iuí -ál:~-d--- ue . nas de ellas rtmen-c ~f. e arto de te la r ida

.! d_9.. · d,e una parte protectora y consoladora de su cue -.~d. muchos casos, estas madres se epconGaron en

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en su raíz. Una madre que padezca cualquiera de las situacio­

nes mencionadas de pérdida y carencia, u otras simila­res, puede recurrir en busca de consuelo al bebé que lle­va en su vientre. Por eso, cuando lo da a luz, siente que ha perdido una parte vital de su cuerpo. La madre de un

~.. . .1 niño autista me lo describió de manera gráfica- dmante ~ s espués del sintió u e había sufrido una

na no-persona•. Una ma­~:.:~o;:.:c:=::::;:.L~~~;3o..;c srrlr![k)drá.asistlr asu infante en

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que brinda sensaciones no es una parte de su boca. La ira y el pánico intolerables del bebé por la presunta am­putación y pérdida de una parte del cuerpo, en efecto, se parecerán demasiado a sus propios sentimientos.

Las cosas parecen ocurrir así: el bebé es sensible en grado inusual y el clima emocional de la situación de crianza no es adecuado para una criatura de pecho tan Wper-sensible. Dada esta carencia de un clima emocio-nal adecuado, adquieren una importancia exagerada las conexiones físicas tangibles con la madre, aquellas que procuran sensaciones, como la conexión de teta-lengua, y la conciencia de haber perdido esta teta-lengua que procura sensaciones es terrorífica para un infante tan inseguro, que ahora siente que no tiene nada de donde sostenerse. Faltaban las conexiones emocionales ade- , D cuadas con la madre, y ahora parecen romperse las co- c._,o nexiones físicas con ella, que las compensaban. En esta situación, el niño se siente desvalido, vulnerable, en riesgo desesperado. Cuando trabajamos con estos nl­ños, todo esto se tiene ue re- rimentar elaborar @.~ e a as erencia an so re e e~pe~ . A través d~ ella, en efecto,_puede. s~r expr~!5ado, y se abre la posibilidad de encontrar solu"ciones mejores. _dQ_~J~~te el trati:lmieE-_~!..~~- ~~g~jero negro• t?rn_~

abrirse. Aunque esta expresión lúe un hallazgo poste---~----rior de John para pintar una experiencia de pérdida in-fantil devastadora que no había sido habitada por lapa­labra, tuve la impresión de que recogía la esencia de esa situación original. En ese estado de desesperación, se iniciaron reacciones en las que pedazos duros del cuer ­po y, después, objetos duros que el niño portaba consi­go, daban a este la sensación de estar protegido, mien­tras que figuras sensación blandas calmaban sus terro­res. Estos niños teriJl1D,an ~ndo en un mundo idio-..., ~ ~ ~,_,~ __,

crásico, dominado r se saetones que los segrega del mun o comun que comparten con otras personas. Esto significa que su crecimiento psicológico se agosta y, en términos metafóricos, desemboca en un •callejón sin salida•. Su crecimiento físico progresa de manera normal, en parte porque estos niños son bien cuidados desde el punto de vista físico. Ha sido el clima emocional el inadecuado, aunque nadie tuvo la culpa, para esl

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bebé en particular. Ahora bien, ¿de qué modo todo esto ha ahogado en tales niños la capacidad de jugar?

Impedimentos Q11Jistas para el desarrollo del juego

El niño autista ha compensado carencias psicológi­cas tempranas sobrevalorando los contactos fisicos tác­tiles y las sensaciones que estos suscitan. Cree en la existencia sólo de lo tangible y de lo que tiene presencia fisica. Recuerdos, imágenes, fantasías y pensamientos son intangibles. En consecuencia, la sobrevaloración de los contactos fisicos siempre-presentes implica que la vida mental no puede seguir un desarrollo adecuado. Si recuerdos e imágenes son insuficientes, la imaginación queda bloqueada; y esta es esencial para el juego.

Hay otra razón, además, por la cual los objetos y las figuras autistas de sensación impiden el desarrollo nor­mal de la imaginación. El sentimiento de existencia y de seguridad del niño pasa a depender del contacto con ob­jetos y figuras autistas siempre-presentes, dadores de sensación. Esto protege a los niños de experimentar pérdidas, y por lo tanto nunca se ven estimulados a evo­car personas u objetos ausentes por medio de figuracio­nes, imágenes y recuerdos.

La falta de fmagfnacf6n del niño autista

La doctora Uta Frith (1985) del Departamento Cogni­tivo del Consejo de Investigación Médica demostró la fal­ta de imaginación de los niños autistas, de una manera muy convincente que arroja luz sobre su incapacidad de jugar, comparados con otros niños que pueden hacerlo.

La doctora Frith tomó tres grupos de niños: autistas, con Síndrome de Down, y niños normales. Lá edad ero~ nológtca media del grupo autista era, pe 11 años y ll meses, la de los niños con Síndrome de Down era de lO años y ll meses, y la de los niños normales, de 4 año 5 meses. La edad mental no verbal y verbal de los niños autistas era mucho mayor que la de los niños con Sín-

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drome de Down y los normales; se eligió así, como dice la doctora Frith, para obtener •una prueba estricta de su déficit específico•. Se mostró a los niños, separadamen­te, dos muñecas, Sally y Arme. La muñeca Sally tenía una cesta, y la muñeca Anne, una caja. Sally ponía una bolilla en su cesta. Después esta muñeca se iba de pa­seo debajo de la mesa, donde no podía ver lo que ocurría sobre esta. Mientras Sally estaba ausente, la bolilla era trasferida por Anne de la cesta de Sally a la caja de An­ne, y cerraba la caja con la tapa.

Cuando Sally volvía, se preguntaba a los niños: •¿Dónde buscará Sally su bolilla?•. Se hacían además otras preguntas para dar certeza a los resultados, pero lo significativo, desde nuestro punto de vista, es que los niños normales y con Síndrome de Down respondían la pregunta critica •¿Dónde buscará Sally la bolilla?• seña­lando el lugar donde la bolilla estuvo primero, o sea, la cesta de la muñeca Sally. Era palmario que podían ima­ginar las reacciones de la muñeca identificándose con ella. En cambio, los niños autistas operaban en función de lo que ellos habían visto, y señalaban la caja de Anne porque ellos habían visto trasferir ahí la bolilla. Eran in­capaces de identificarse con la muñeca. Aunque tenían una aptitud de memorización limitada, esta era inflexi­ble e inadaptable a situaciones cambiantes .

Este cuidadoso y humano experimento confirmó que los niños autistas son diferentes de otros tipos de niños por su incapacidad para usar el juego imaginativo y su falta de aptitud para identificarse con los sentimientos de otros.

Identijicacf6n con otros

Así como hace falta imaginación, para identificarse con otros - sean estos muñecas o seres humanos- es necesario tener cierto grado de seguridad acerca de la propia existencia e identidad. Como hemos visto, los ni­ños autistas carecen de ella, y por eso no les resulta po­sible identificarse con los sentimientos de otros. La id en­Uficación con otras personas se basa también en la ca­pacidad de empatia. En una interesante serie de exp

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rimentos, Peter Hobson (1986) ha demostrado que los niños autistas carecen de empalia. Esto confirma des­cubrimientos obtenidos en el trabajo clínico con estos niños. Su falta de capacidad para la identificación em­pática es un gran obstáculo para la terapia psicoanalitl­ca con ellos.

El bloqueo de la empalia pareciera originarse en el remplazo impropio que hacen estos niños de los seres humanos por objetos y figuras sensación automáticos, no humanos. El niño percibe los objetos y las figuras a u­tlstas como una parte inanimada de su cuerpo. Aquellos impiden que se desarrolle el grado de conciencia de la separación corporal que nos es indispensable para •sen­tirnos» nosotros mismos en la situación de otra persona. Esto es necesario, además, para que la imaginación se desarrolle. Como lo indiqué antes, el desarrollo de la imaginación se basa también en la aptitud del sujeto pa­ra tolerar que los objetos estén ausentes, porque de ese modo se verá estimulado a •evocarlos». Esta aptitud se inicia en la infancia, cuando el bebé poco a poco apren­de a tolerar ausencias de la madre nodriza y a soportar su separación fisica de ella. Los niños autistas nunca lo han conseguido. En psicoterapia lo primero es que ellos

...J,.tienen que poder expresar su sensación de pérdida, pa­r'ª- des u es experimentar procesos elementales Te difelo -acaso •penar» sena un término más ajus o-~ pérdida de l~g.-J?ezón dadora de sensacioqe;;, que

. habían vrvrcro como si fuera una parte de su boca pero ~~_llp_rieron •desaparecida•. Cuando consiguen

esto, em.eiezan a hablar.

Duelo u En las primeras fases de la psicoterapia, cuando em­

piezaadesvanecerse el encantamiento ffiagico y podero­so ensalmo de los objetos y las figuras dominados por sensaciones, el niño antes autista a menudo dirá «no está• en tono doliente. He descubierto que la pérdida in~ tolerable de la ilusión de un nexo carnal siempre-pre­sente con la madre nodriza implicó que el desarrollo emocional de los niños autistas quedar~

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fase inicial del proceso de duelo, aquel en que el doliente esta pa:ranzaací por el choque, insensible-y mudo_:'Es10s ñiños han sido llamados a hacer duelo antes que su aparato físico estuviera maduro para la tarea. Pienso que ese estado fue precedido por una rabia llameante y enceguecedora a causa de esa decepción. Esta resultó intolerable porque no fue recibida y comprendida lo su­ficiente. Por eso, al parecer, hizo implosión hacia atrás, sobre el mismo niño. Al sentir que no tienen nada de lo cual asirse, les parece que los hacen girar de manera vertiginosa, con lo cual sus percepciones se descompa­ginan (Houzel, 1985). (Hacer_g:lrar objetos y a su propio~ cuerpo, que es una característica de muchos niños au-

staS, puede ser un intento de sentirse dueños de esos sentimientos.) En tres líneas penetrantes, T. S. Eliot ha

escrito esos estados precipitantes de las •nieves eter­~» del autlsmo. Dice que un individuo así será

Arrastrado en el girar de un vórtice Que ha de precipitar el mundo al destructivo fuego Encendido hasta que llegue el reino

T. S. Eliot, •Four quartets•

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[de las nieves eternas

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ti' a e guarda alguna analogía es, en efecto, un prerrequi­s ilo deljuego.

La capacidad simbolizante

En sus trabajos sobre simbolismo, ni Hanna Sega! (1957) ni Marion Milner (1955) suscriben la opinión de Jones (1916) de que el simbolismo es un obstáculo para el progreso; al contrario, se inclinan por la proposición de Melanie Klein (1930) según la cual •el simbolismo es la base de todos los talentos». Como dice Marion Milner, si empleamos el término •simbolismo• en este último sentido lo ponemos en armonía con la acepción que pre­valece en epistemología, en estética y en filosofia de la ciencia. El musicólogo Jeremy Siepman, en una serie de audiciones radiofónicas para el Servicio Internacional de la BBC sobre el tema •Los elementos de la música•, definió vigorosamente el prerrequisito esencial del sim­bolismo al decir: •El simbolismo no trabaja por imita­ción sino por analogía•. En el caso de los niños autistas, su uso constante de la •fusión imitativa• coarta el des­pliegue de la aptitud simbolizante, porque el desarrollo de esta aptitud depende de la capacidad que el sujeto tenga para tolerar la separación del mundo exterior y usar además analogías que requieren que se diferencie

un objeto de otro. D 1 Cuando vienen a vernos por primera vez, los niños

aquejados de autismo psicógeno no diferencian entre <\ \ sujeto u objeto en medida alguna, ni entre lo interno y lo

externo. Se encuentran en un estado tal de indiferencia­ción del mundo que los rodea que suelen pasar por sor­dos, o aun ciegos, porque algunos de ellos intentan atra­vesar objetos como si estos no existieran. Estos niños viven en un mundo penumbroso de conciencia amino­rada, donde lo conciente y lo inconciente apenas están diferenciados. Es un mundo muy diferente del nuestro. Esta amortiguación de la conciencia está destinada ata­par su conciencia lacerada del momento en que, encon­trándose todavía en un estado insuficientemente dife­renciado e integrado, descubrieron que el•botón• dador de sensaciones no era parte de su boca.

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Según vimos, su reacción a esta percatación trauma­tizante consistió en usar partes de su cuerpo y. después, objetos externos experimentados como partes del cuer­po, para generar sensaciones de dureza como la de obje­tos, y sensaciones de blandura como la de figuras. Estas lo mantienen en la trampa de un estado de indiferencia­ción de objetos externos que pudieran ser clasificados como tales. Por lo tanto, estos niños no están diferencia­dos ni integrados lo suficiente para poder usar una cosa de manera que represente otra. Esto significa que los ju­guetes que ponemos al alcance de estos niños autistas a-simbólicos no serán al comienzo significativos para ellos como vehículos de comunicación y fantasías. Sólo les resultarán significativos como vehículos de las sen­s.aciones que puedan producir silos sostienen con fuer-~ za o blandamente. Al üelos niños autistas usen materiales ue d sensaciones asicas, como arena, [email protected]. arcilla, las a o para mo e­l~. muc o mas gue jugue~s.,;

En los infantes más normales, la falta y añoranza de la madre nodriza estimula el_ uso de sustitutos, como chuparse el pulgar, los dedos, etpun:o o un chÜ¡)ete. Es­tos sustitutos temporarios del pecho (o del biberón, ex­perimentado en función de la guestalt innata de un pe­cho) permiten al bebé esperar el regreso de la madre no­driza. En la terminología de Winnicott, estos son objetos transicionales primitivos. Los conside~"

slbles compartidos, a diferencia de los oqjetos autistas de sensación, que son idiosincrásicos del niño en exclu-~.x..u.LQJ."'-.! demás, los objetos sensibles normales son e pados on gusto, mientras__qu os objetos autistas

e sensación aberrantes s~ o tal.vez se los chupe de manera compulsiva e rrándolos. El ni-:fto autista a veces se adhiere a objetos duros con tal que ¡ le parezcan ser parte de su cuerpo. Estos objetos autis­tas duros de sensación, que no tienen que atravesar el espacio, a diferencia de los objetos sensibles normales, como el dedo o el pulgEl!. remplazan al pecho y taponan la percatación de la maetre~cta. Lo malo con es@s ~lentes es gue tales actlyidades aberrante§ han sff-'

1 ( 'JrA (; . plantado a la ma?re y~!:sferencta suplrmtarán ~ ,(' é -~te.rag:uta tambien. No dclifc!lli)S deJar gue esto ocurr~

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infantes más normales. Chupar, jugar y lalear parecen asociados entre sí. En una serie de observaciones que hice en una beba normal desde el nacimiento, registré que a las tres semanas Susan producía un sonido seme­jante a •m-m-m• mientras chupaba del lazo del babero, que por casualidad había introducido en su boca. Tam­bién producía este mismo sonido cuando mamaba del pecho, y después del biberón, o cuando se chupaba los dedos. En una ocasión, cuando tenía un año, su madre se fue de la sala, y entonces Susan tomó la pelota que ella y su madre habían hecho rodar entre una y otra y , poniéndosela sobre sus labios, dio pasitos por la sala so­bre sus piernas vacilantes, produciendo aquel mismo sonido m-m-m mientras lo hacía. La asociación entre chupar, lalear, jugar y madre quedaba bien ilustrada en esta serie de observaciones, como también la capacidad de Susan, de un año, de usar un sustituto simbólico de la madre ausente.

Puesto que los objetos autistas se experimen~ co­mo partes del cuerpo, se los percibe disponibles en todo instante. En consecuencia, no enseñan al niñ~ Iai. No Ió ayudan a soportar la tensión y a posponer la acción. Esto último es esencial para las actividades sim-

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bólicas. Aquellos tienen, además, otro efecto devasta­dor: los objetos y las figuras autistas de sensación 1p

' son sustltntos temporarios de la madre nodriza, sino_ gue, al contrario, la remplazan de"llna manera perma-~· Esto vuelve nulos y vacíos los empeños de cui­dado de ella. lación es mucho más devastadora que la desmentida•. ignifica que estos niños son presa

~-e_~ 4J ~~-1._-~:y~/) 0 .. n.-«--"'--v~--~-~ ~ ¡-_~

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Este sentimiento de «nada• y su efecto inhibidor so­bre el juego fue bien ilustrado por la triste observación de un niño muy aislado que ya hablaba. Esta observa­ción me fue comunicada hace muchos años, cuando di­rigía un seminario en la Tavistock Clinic, donde los es­tudiantes observaron a una niñita en un grupo de jue­gos o nursery. El observador informó que una niña de cuatro años, llamada Jane, aferraba compulsivamente en su mano una cáscara en forma de cúpula. Le daba miedo el contacto con los otros niños y los contemplaba con anhelo, pero no podía sumarse al juego de ellos. Era muy rebuscada en su uso de los materiales de juego y deliberadamente elegía materiales defectuosos, como lá­pices rotos, para después intentar, con dejo apático, ha­cer dibujos con ellos. La palabra •nada• salpicaba su conversación, tanto consigo misma como con el obser­vador. Por ejemplo, dibujó unas •serpientes haciendo nada•. También dibujó algo que denominó onada que va muy rápido•. Tomó un crayón pardo amarillento y dijo

~•No es pardo, tiene color a nada•. Después de hablar so­bre un pan que había sido destruido por un chaparrón, .¿itpe dibujó •manchones de nada•.

La indagación descubrió que la madre de Jane había estado muy deprimida cuando esta niñita era recién na­cida, y que durante buena parte de su infancia el padre había permanecido ausente del hogar. El observador comprobó también que Jane había sido destetada del pecho a los cuatro meses, y que, cuando ella tenía die­ciocho meses, le nació un hermanito varón, que era muy Vivaracho. Cuando este nuevo bebé nació, el padre vivía en el hogar, la madre no estaba deprimida, y el hermani­to Vivaracho atraía mucho más la atención que la silen­ciosa Jane ahora o en cualquier periodo anterior. Su uso compulsivo de la cáscara en forma de cúpula acaso que­ría colmar un vacío, lo que pareció confirmarse cuando, tras decir •nada•, arrojó una mirada a su cáscara (que, según ahora me doy cuenta, era un objeto autista). Esta observación me fue comunicada antes que yo tuviera noticia de la participación de los mencionados factores en el desarrollo del autismo. Con posterioridad he deno-

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minado •autismo de tipo cascarón• a este tipo de autis­mo encapsulado. Las madres suelen decir de estos ni­ños: •Es como si estuviera metido siempre en un casca­rón. No puedo comunicarme con él».

Esta obseiVación ilustró también la desmedida insis­tencia de estos niños en las posesiones materiales. Jane solía tomar muchas hojas de papel para dibujo, no con el propósito de aplicarlas a su función realista, sino co­mo posesiones •a nú•. Se limitaba a dibujar unos trazos sumarlos en una hoja, y después en otra, y en otra. Con­jeturo que estas posesiones •a nú• la ayudaban a sentir que existía, que no era una «nada•. Pero, obtenido de es­te modo, su sentido de existencia siempre estaba en pe­ligro, porque esperaba de continuo que otros niños le arrebataran las hojas de papel. (Debo dejar consignado que el obseiVador adoptó disposiciones para que Jane

~psicoterapia.)

J Jane ra, evidentemente, una autista fronteriza. Pre-~e'en muchos de los rasgos que encontramos en el.

----tratamiento psicoterapéutico cuando los niños emergen del autismo y nos esclarecen acerca de los terrores fren­te a los cuales aquel fue una protección. Uno de estos te­rrores es la sensación de haber perdido una parte vital de su cuerpo, que era garantía tanto de su seguridad co­mo de su •continuidad de existir•. Viven en el hueco de un cascarón de •nada•. Es algo que suprime toda espe­ranza. Los pacientes autistas se encuentran en un esta­do de desesperación sin remedio. Se sienten desasisti­dos de toda ayuda humana.

~ Parl!..,pode..r. ~darlos. es .@portante que nosot~

~ mismos no quedemos anulados y vacíos. (El no illirar Y. no escuchar de los niños autistas forma parte también de sus reacciones anonadant~) Este anonadamiento que ejercen los nmos autistas desempeña un papel tan importante en su sensación de •nada• como el hecho de ser cuidados por una madre deprimida que, animada por las mejores intenciones, no pudo constituirse como una presencia viva, confiada, juguetona. La experiencia infantil de un niño autista psicógeno es muy diferente de la de un infante más normal, según lo ha observado el doctor Robert Olin. A los cuatro meses y medio, esta beba por casualidad hizo caer al suelo unos objetos que

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estaban sobre la mesita que terúa frente a sí. No los si­guió con la mirada y, cuando su madre los recogió y vol­vió a poner en su lugar, la beba los hizo caer de nuevo. Madre e hija iniciaron así un juego divertido. Pero a los cinco meses se obseiVó que la beba hacía caer objetos depositados sobre la mesa y después se inclinaba para obseiVar con todo cuidado adónde habían ido a parar. Era evidente su creencia de que los objetos habían ido a alguna parte. Es más improbable que esta beba caiga presa de •la nada•.

Cuando van saliendo de su autlsmo, los niños autis­tas nos muestran que, en momentos fugitivos de con­ciencia lacerante, se sienten •nadas• en un mar de •la nada•. A falta de sentir el firme amparo de una atención, un interés y un cuidado que los rodeara en su abrazo, reaccionaron a aquellas amenazas rodeándose ellos mismos de figuras sensación blandas y aferrándose a objetos sensación duros; la cáscara de Jane era un buen ejemplo. Ahora bien, estos artefactos inanimados son a la vez demasiado duros y demasiado blandos. Estos ni­ños necesitan la firme flexibilidad de un ser humano cu yas respuestas atinadas y sensibles den lugar a trasfor maciones. Y es trivial decir que, para ser capaces de ju­gar, los bebés necesitan que jueguen con ellos.

Este juego con otros seres humanos los ayuda a asi­milar experiencia, como por ejemplo ocurre en el juego de •no está, acá está•, que alivia los dolores de la pér ­dida. Los niños empiezan a ver que estos sentimientos van a alguna parte; perciben que existe alguien que pue­de darles amparo y comprenderlos, y por eso pueden ser elaborados y asimilados como parte de su experiencia de ser un ser humano. Es imposible que logren esto los objetos autistas duros y las figuras autistas blandas, que no son humanos; no hacen más que tapar las aflic­ciones. Son supresores y hacen que las explosiones de pena e ira hagan implosión y •se guarden•. Así, las aflic­ciones de estos niños no son elaboradas, y permanecen sin experimentar las trasformaciones que examinamos en el capítulo 2 en relación con el •metabolon•. Esta falta de •metabolización• fuerza a una mayor dependencia compulsiva de objetos sensación y figuras sensación a fin de acallar sentimientos de dolor. Como veremos en el

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capítulo 6, cuando examinemos el material clínico de David, sus sentimientos guardados, que han hecho im­plosión, pueden ser dramatizados en el curso de la psi­coterapia por la vía psicosomática de una erupción pu­rulenta o un quiste. Esto abre la posibilidad de hablar­les y comprenderlos. Niños más normales expresarían esto mismo en un juego dramático.

La asimilación de experiencia

El trabajo clírúco indica que la ~confianza básica•, en la definición que le dio Erikson (1951), se asocia a la sensación de que el desborde de sentimientos impulsi­vos es •amparado• y administrado con sentido común. Así se los percibe puestos a salvo, y que no harán implo­sión sobre el mismo niño. Por falta de confianza básica y de un sentimiento de seguridad, estos niños no pueden

· producir el necesario acto de fe que hace falta para pa­sar de una dependencia de muletas y tranquilizantes tangibles a una confianza en trasformaciones intangi­bles, como figuraciones mentales, imágenes, recuerdos y pensamientos. En ausencia de estas posibilidades mentales, el juego no puede comenzar.

He de examinar ahora el tipo de psicoterapia que pa­rece conveniente a la naturaleza autista de estos niños que no juegan. Los ayuda a elaborar experiencias infan­tiles que fueron intolerables, a consecuencia de lo cual algunos de ellos pueden empezar a jugar.

Psicoterapia de estados autistas

Desciende amante, desciende sólo Al mundo de soledad perpetua ... A la tiniebla, la destitución Y el despojo de todo bien Desecamiento del mundo del sentido Evacuación del mundo de ilusión Inopia del mundo espiritual ...

T. S. Eliot, •Four quartets•

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La situación de amparo psicoterapéutico

Es evidente que T. S. Eliot conoció bien esta situación dolorosa de privación que los niños autistas describen después con las expresiones •agujeros negros• y •nada•. Estas manifiestan una situación elemental de pérdida y falta intolerables. Una situación así puede representar una oportunidad o una amenaza. Puede ser insensibili­zada por medio de prácticas autistas de manipulación, o constituir la oportunidad de actividades creadoras. Poe­tas y artistas han sido capaces de usarla como un esti­mulo a la creatividad. T. S. Eliot encontró dónde deposi­tar estos sentimientos afligen tes y estériles compartién­dolos con otras personas a través de la disciplinada for­ma de un poema. Para otros, diferentes variedades de actividad estética proporcionan una •situación de am­paro•. El juego de los niños es una de estas actividades. •Ampara• y les permite elaborar sus sentimientos de ca­rencia aguda y sus miedos de ser •relegados• y olvida­dos. Pero antes de que puedan recurrir a esta •situación de amparo• estética, los niños autistas tienen que reci­bir un amparo firme dentro de la concentrada atención de una persona vivaz y solicita. Por eso, como se enun­ció en capítulos anteriores, el estado anímico del psico­terapeuta y el clima emocional del encuadre psicotera­péutico son factores importantísimos en su tratamiento.

Se podría pensar que los estados autistas, que cono­cen una coartación tan traumática del desarrollo de 1 psique, no son aptos para una psicoterapia. En reali­dad, empero, eso es justamente lo que necesitan los pa­cientes aquejados de autismo psicógeno, puesto que en su primera infancia les ha faltado un ambiente psicoló­gico adecuado. Si se dan las condiciones necesarias, metafóricamente hablando, el psicoterapeuta sopla la débil llama de la psique hasta que prenda; y ese soplo consiste en la comprensión de la fuente de la inseguri­dad de estos niños y en proporcionarles una situación dentro de la cual puedan empezar a establecer nexos mentales con un terapeuta que sea experimentado co­mo una madre nodriza. Lo llamamos trasferencia tnjan­lfl. Para que se establezca, se tiene que moderar el uso cl1· ohjdos y figuras autistas con dominante sensorial.

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La trasferencia mjWlttl R§ta diftere del concepto fre!J­diano clásico de trasferencia. En la trasferencia infantil s~ c,llri~n ~J.~~euta sentiffiientos_de bebé que de§-51ertan en la situación de tratamiento. Qui.ero darles un ejerrÍpí;de~fá. trá.STereñcia"lñlanill, tomado del trabajo de una talentosa psicoterapeuta que me visita semanal­mente en demanda de supervisión. Thomas, de siete años, lleva seis meses de tratamiento, y fue autista des­de su nacimiento, época en la cual su madre se encon­traba muy deprimida. Esta dice que en ciertos periodos Thomas parecía estar saliendo de su cascarón, pero ella cree haberlo devuelto ahí. No obstante, su autismo no se ha vuelto tan arraigado como el de otros niños que he visto. Su progreso ha sido alentador.

Thomas no jugaba y no hablaba. Había desarrollado una pieza de comportamiento que afligía mucho a su madre: arrancaba manojos de hierba cada vez que esta­ba en un parque. Repitió esto en la situación de terapia, donde arrancaba manojos de la alfombra. La terapeuta le impidió que lo hiciera, y juntas nos preguntamos por el sentido de este arrancar. (No nos gusta impedir una actividad sin comprender lo que impulsa al niño a desa­rrollarla.) Trascurrido un tiempo. Thomas nos dio algu-

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nas claves sobre esto de la manera que paso a referir. (Va a terapia una vez por semana.) Cuando Thomas su­bió las escaleras para su sexta sesión, en lugar de diri­girse a la sala de espera, como era usual, esquivó a la te­rapeuta y entró de un salto en el consultorio. Después, cuando la terapeuta y yo discutimos esta cuestión jun­tas, decidimos que ella estuviera alertada sobre esto en la sesión siguiente, y que Thomas seria llevado con sua­vidad, pero con firmeza, a la sala de espera. Me pareció importante que aprendiera a esperar a fin de que con­trolara su impulsividad. Además, esquivar de un salto a la terapeuta para entrar en el consultorio la suprimía en su función decisoria. Esa acción soslayaba las disposi­ciones que ella había tomado. Destruía de este modo el marco de la sesión.

Entonces, cuando Thomas vino a su próxima sesión (la séptima), la terapeuta lo condujo a la sala de espera. Tras esperar allí hasta que llegara el momento estipula­do para el comienzo de su sesión, lo fue a buscar para llevarlo al consultorio. Una vez aquí, en lugar de yacer en el piso, como en sesiones anteriores, de una manera casual y amenazando por momentos con arrojar objetos a través de la ventana. Thomas caminó deliberadamente hasta la mesa donde estaban los objetos dispuestos pa­ra su uso. No hizo nada con ellos en esta sesión, pero se mantuvo sentado y los miraba. En la sesión siguiente (la octava). Thomas otra vez se dirigió a la mesa y. tomando la muñequita, arrancó un hilo de la alfombra y suave­mente lo puso en la boca de la beba, como dándole de mamar, al mismo tiempo que hacía movimientos de suc­ción con su boca.

En nuestras lucubraciones sobre el arrancar mano­jos de hierba o pelos de la alfombra, su terapeuta y yo " , nos preguntamos si Thomas no arrancaría cosas pro tu- ¡..

berantes, como pezones. El trabajo clínico con estos~ ños me ha mostrado qile ellos creen que el pezón ~aboto­na• el pecho y, también, los •abotona• a ellos al pecho. Se lo vive también como ia parte creadora y dadora de vida del pecho, que le permite funcionar. Se lo percibe como aquello que reúne a madre e hijo.

Al nrrancar los manojos protuberantes como pezo­tlf ~H . Thomns atacaba estos lazos y así despojaba a su

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j)o_A--e e~ .::;_.----madre de sus partes integradoras, dadoras de vida . Otras veces parecía arrancar manojos de alfombra y de hierba para cubrir su cuerpo vulnerable, apenas envuel-to en una piel tenue. Expresado en general, esa activi­dad estaba destinada a darle seguridad. No quiero dar a entender que Thomas pensara todo esto de la manera definida y organizada en que lo he enunciado. El era mo- "'"'j vida por impulsos primitivos originados en la infancia

[ pero que seguían activos. Sin embargo creo que en la si· tuación presente Thomas era plenamente conciente de que este ~arrancar• molestaba a su madre. Cuando de este modo ella quedaba molesta y debilitada, él sentía que era como arcilla en sus manos y que podía hacer con ella lo que quisiera. Esto no era avidez. Formaba parte de la lucha de poder en que estos niños están em -

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peñados. Para sentirse fuerte. Thomas tenía que debili­tar a la otra persona. Para ser •alguien•, tenla,gue cofí­vertir a la otra persona en •nad~. Te¡;¡Ta qne rdesechar ­la•, qulií porque él mismo se hQbíe_ s~~~~o·. Es1o armo~ con SI 1 scn~ióu Q$:. ser un ~d~sech~··

Bajo la superficie de su exterioridad pasiva, estos ni-

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ños son pequeños tiranos. Sdn como •gallos en el galli­nero•, muy dominadores y controladores. Cuando Tho­mas quebrantaba las disposiciones usuales y esquivaba de un salto a la terapeuta para introducirse en el con­sultorio, d · su presencia y sus disposiciones. Hacer qu Thoma aprendiera a esperar, esta~~eció 1~ ~Jfisten . e a erapeu como una persona que no po­día ser anulada. El no podía pasar por encima de sus tllsp(>sidóñ.es. Ella no era suprimida. Como vimos, esto tuvo sorprendentes resultados. Thomas empezó a jugar. Ahora podía elaborar con su terapeuta aquellas situa­ciones infantiles que habían coartado su desarrollo emocional y cognitivo.

La trasferencia infantil es la situación que lo reúne_ t2d~y que pone en marcha trasformaciones dinámicas, tales ~}~_posibilidad de usar juguetes como símbo­lo~ara elaborar estados de aflicción. Para que ocurra­esto: tenemos qÜe hacer sentfr nuestrá presencia como t~nipéu~s. ffo podemos permitir ser •desechaaos• ~ manera que' nuestras funciones se vuelvan nulas y va-

~ cías. Tenemos que seguir adelante y no dejar que el re-

!""~ r .., ~ .l ~4" c...-v- ~~ f, _, J,~ 134

chazo de nuestras iniciativas por estos niños mine nuestra confianza. Con firmeza, tenemos que hacerles presente que la ausencia de la madre nodriza no se pue-de evitar por el uso de taponaduras de dominante sen-sorial como los objetos autistas ni de tranquilizantes co-mo las figuras autistas. Poco a poco, a través de la tras-ferencia infantil, los niños empiezan a poder tolerar la ausencia y la añoranza del ob eto socorredor. Con los VI términos de Bion (196 , •e pecho desea o empieza a A) ser sentido como una idea de Mpecho faltanteM y no de~ Mpecho malo presente"• (o sea, como un •agujero negro• o •nada•).

Cuando estos terrores de no existencia soJl.!!l!,t!~dos or un cuict_i!i;Li]le..wanza._ firm~ orientado por el sen­do común, que esté en contacto con los terrores de es­

tos niños y también con su destructividad prtrr-..itiva, se forman lazos de cooperación con seres humanos intere­sados, y ellos empiezan a experimentar a otros seres hu­manos como personas separadas de ellos. Y como per ­sonas que no se pueden •suprimir•. Los niños empiezan a tomar conciencia de que echan de menos a personas a quienes necesitan, y de su propia carencia. La consis­tencia y firmeza del terapeuta los ayuda a desarrollar una fe en la continuidad de la existencia, y así las au­sencias empiezan a estimular figuraciones mental s, fantas1as, recuer os pe en es ~nsamientos . Tam­bféñ.los padres puedeii ayUdar a que el niño mantenga al terapeuta vivo en su evocación durante las ausencias. El niño es ayudado a tolerar la espera. En lo profundo, s;;:e:-:e;;;m;:;:u:p~I:Peza;:r.:;-;;a;-;eP.s5lfu~brrte.,;.c"'e;;;t;r-dmse-ze<l'srt:tezrf'tññ~n apego al pecho que amamanta.

Por mi parte, que soy escéptica en la mism.a medida que confiada, siempre me sorprendo cuando estas tras­formaciones se producen. Pero ellas no ocurren por arte de magia, sino que son el resultado de un trabajo duro y una falta de rebuscamiento. El trabajo terapéutico con los niños autistas no tiene que ser sentimental, sino que se lo debe llevar a cabo con los pies en la tierra. Algunos psicoterapeutas se conduelen del trágico estado de estos niños al punto que los consienten. Es lo peor que po­drían hacer. Si bien es muy poco lo que son capaces de lograr, estos niños se consideran muy poderosos. Por

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ejemplo, cuando pudo hablar, un niño autista dijo~ el Rey•. Qtro niño gue !mblaba diJo gue é),cra.,•I;>ios•. Es­tos niños han desistido de hacer esfuerzos. Su desarro­llo ha seguido una senda caprichosa de no cooperación con otras personas, en primer lugar con la madre. Es muy poco lo que han asimilado de manera directa. La batería de reacciones innatas que constituye nuestra herencia humana ha recibido un empleo fatal para la andadura del desarrollo cognitivo y emocional. Estos niños son como ovejas que, sin que ellos mismos tengan la culpa, se hubieran descarriado. Necesitan que la fir ­meza disciplinadora del pastor los devuelva al redil de las experiencias compartidas. Cuando esto ocurre, ad­viene la trasferencia infantil. Al sentirse protegidos y cuidados de una manera realista, basada en el sentido común, empieza a aminorar su aferramiento compulsi­vo a objetos y figt!ras autistas. Comienzan a proaucfrse encuentros a e juego entre terapeuta y niño.

Abrazar a los niños en este amor severo signlftca cui­dar que losJ,ímites de la sesión. &ean. siempre claros e inequívocos. En la medida de lo posible, iniciamos y terminamos la sesión a la hora estipulada. Nos empeña­mos en que el niño pase por la sala de espera. Poco a po­co desalentamos que traigan juguetes del hogar o de la sala de espera. o que se lleven juguetes o dibujos a su casa. Esto ayuda al niño a establecer una dlstlncióq cla­ra entre su hogar, la sala de espera y el consultorio."Deja establecido que .se trata de lugares separados y que no se los puede aderezar para borrar el hecho de la separa­ción corporaL Esto ayuda a los niños a tomar conciencia de los límites de su cuerpo y a sentir que una piel pro­tectora los envuelve. Además, se los disuade de hacer cosas fuera de los limites del consultorio. Por otra parte, el terapeuta no abandooa Ja saJa, ni permite que colegas interrumpan Ja sesión. En reswnen, se desalienta todo lo que pudiera romper la •piel» de la sesión. Este •ampa­ro• firme pero afable ayuda a los niños a sentir que se encuentran a salvo para abandonar sus rígidos contro­les. Pueden entonces s~perar los crecientes sentimlen­tos de •falta• ocasionados por vacaciones, fines de se­mana y otras ausencias del terapeuta. se las empieza a utilizar como oportunidades, ya no como amenazas. Me-

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tafóricamente hablando, los niños empiezan a sentirse dentro del amparo seguro de los •brazos• psíquicos de un terapeuta que conoce la psique de ellos.

Algunos terapeutas a quienes supervisé, que estaban acostumbrados a emplear una técnica de juego, mani­festaron sus dudas sobre mi insistencia en ese conteni­rn:Jento estricto para el trabajo con estados autistas. Les parecía que ello impedía al terapeuta investigar lo que sucedía en la psique del niño, y a este, expresar sus fan­tasíasrPero en un estado au ta los niños tienen sea§ psiquk carecen an o se percatan e su se­paración del terapeuta, lo que significa que disponen de

-poco •espacio donde pueda desplegarse la fantasía como acción tentativa y, en consecuencia, el pensamiento ex­

' pertmental• (Meltzer, 1975). En el campo educacional existe una diferencia simi­

lar de opinión entre los maestros de niños pequeños que usan los métodos pedagógicos de juego de Froebel y los que prefieren los de Montessori. Yo me formé corno froe­beliana, y solía mirar desaprobatoriamente la insisten­cia de Montessori en que el aparato educacional propor­cionado al niño no se usara de otro modo que para el fin al que estaba destinado; en suma, que su función debía ser respetada. Me parecía que esto coartaba el uso ima-

· ginativo del material por parte del niño. Pero mi trata­miento de niños autistas, de los cuales casi seguramen­te Montessori tuvo algunos entre sus niños con subnor­malidad mental, me ha convencido de que ellos son dis­tintos de todos los otros niños que vernos. Necesitan que los alentemos a usar los objetos con arreglo a su función realista compartida, y no a su modo idiosincrásico, do­minado por sensaciones. Esto los conduce a la soledad y la locura. Es sólo sobre la base de un uso respetuoso de las personas y los objetos, que los reconozca en su natu­raleza y función intrínsecas, corno puede entrar en esce­na la imaginación promotora del desarrollo.

La relación con los padres y con el terapeuta

Es importante también aumentar la confianza d~ los pudres en que tienen cosas para dar a su hijo; así po-

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drán yugular sus modalidades deletéreas y antisociales con el convencimiento de que tienen algo mejor para darle. A medida que la psicoterapia ayuda a padres e hi­jo a relacionarse, aquellos pueden dar lo que la mayoría deseaba, pero que no ofrecía por la repulsa que sufría. Los padres pueden desempeñar un papel vital en la re­cuperación del niño, y es preciso tenerlos al tanto de los progresos que este hace en la psicoterapia.

La trasferencia. A veces se afirma que los niños autis­tas desarrollan una •trasferencia psicótica•. Esta es ca­racteristica de los niños de tipo esquizofrénico queman­tienen una relación confusa con sus padres. No es tan correcto afirmarlo en relación con los niños autistas, cu­yas capacidades incipientes de establecer vínculos es­tán deterioradas o, en casos extremos, destruidas por completo. Es más converúente definir las respuestas lni­ciales del niño autista al terapeuta como una trasferen-. cia obstruida, en la que trasfiere sobre el analista su no relación con sus padres. Los objetos y las figuras autis­tas han obstruido estas relaciones humanas. Tales obs­trucciones autistas suelen ser muy activas en los prime­ros días del tratamiento. Sólo cuando se las modifica, si es que se lo consigue, pueden los pacientes desarrollar una percatación de otros seres humanos y una capaci­dad de representación simbólica. El analista acaso pase entonces a representar el pecho nutricio. Esta es la esencia de la trasferencia úifa.nta.. Se desarrolla cuando los niños empiezan a experimentar un amparo que les da seguridad y confianza y cuando su atención se enfo­ca sobre un terapeuta, presencia viva y activa que no puede ser suprimida. Es alguien que no teme sus be­rrinches y puede refrenar a los niños cuando hace falta, así como los puede gratificar. Esto alivia su relación ac­tual con los padres, librándola de la desesperanza ape­nada y de la falta pasiva de cooperación que habían vuelto nulos y vacíos todos los intentos de entrar en re­lación con ellos. A medida que el analista pone mano en las aflicciones infantiles, los padres acaso empiecen a disfrutar el despliegue de la relación actual del niño, cu­yas posibilidades habían estado antes ahogadas en su germen.

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Reflexiones finales

La situación en que se encuentra el lactante lo pone frente a todas las circunstancias posteriores de la vida a las que todos tenemos que enfrentarnos. Entran en es- \ cena la ira por la frustración, y la gratitud por la satis-facción. Están la pena y el duelo por la pérdida. En el '\ tratamiento, es preciso ayudar a los niños~mtistas a to- ~~.0, !erar pro~sos primitivos de duel9. En el camino por el ~ cual el •peclio• es obliterado y, después, reconocido y ~ atacado por frustración, y reparado por pena y gratitud, se establece en la mente del niño como un recuerdo in-tegrador e integrado. Pasa a ser un estabilizador que re-gula la impulsividad de estos niños, de modo que no os-cilen con violencia entre sentirse Señores de todo su castillo o insectos desvalidos bajo la amenaza de ser aplastados por rivales inmisericordes. Empiezan a sen-tir que son seres humanos ordinarios capaces de jugar. Los objetos y las figuras sensación son supresores y un medio de huir de la realidad. Bloquean la capacidad de juego, que, como lo aprendí en el estudio del juego de un grupo de niños en su periodo de latencia (expuesto en el \ capítulo 9), permite a los niños enfrentar la realidad (Tustln, 1951).

Los epigramas que encabezan este capítulo mues­tran que tanto Platón como Aristóteles comprendían el valor del juego en el desarrollo psicológico humano. Coartada su capacidad de jugar, el niño autista anda por senderos calamitosos. Esto se ejemplifica en el capí­tulo 6, que se refiere a un niño de tipo autista, a quien he llamado David.

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6. El niño que me enseñó sobre la encapsulación autista

Figura l. El monstruo de Davtd (foto: David Carr, Paris).

Figura 2. La armadura de Davtd (foto: David Carr, Paris) .

En este capítulo presento material clínico de David, que me enseñó sobre la encapsulación autista. Como he hecho con el material clínico de John, de quien aprendí acerca del •agujero negro•, que he reproducido de Autis-

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tic Barriers in Neurotic Patíents, tomo el material clínico de David de mi primer libro, Autism and. Childhood Psy­chosis.1 No obstante, la discusión del material de David, como la del de John, resulta considerablemente amplifi­cada con la incorporación de descubrimientos posterio­res. El material clínico tanto de John como de David ha constituido la base de toda mi reflexión sobre los esta­dos autistas. (El desenlace de las psicoterapias de John y de David se explica en el capítulo 3.)

Fue algunos años después que John había termina­do su tratamiento cuando empecé a trabajar con David, que me veía cuatro veces por semana. David, a diferen­cia de John, no era un niño autista del tipo clásico de Kanner. Además, era mucho mayor que John, y habla­ba. Había sufrido una separación geográfica traumática de ~u madre en su temprana infancia, que suscitó un predominio de reacciones autistas protectoras. El ma­terial clínico que presento ilustra con claridad sobre el desarrollo de la encapsulación autista como un modo de protección de su lastimada vulnerabilidad.

Material del caso

David me fue derivado a la edad de diez años y diez meses con el diagnóstico de psicosis infantil. Los hechos significativos de su historial temprano eran que David fue el menor de dos varones. La madre había deseado una niña, y, cuando David nació con su columna verte­bral no del todo derecha, ella juzgó que tenía un t:uJo bal­dado. Él padre había tenido el mismo defecto, que no le había traído mayores inconvenientes. Pero cuando la madre de David conoció a una masajista de Londres, que se prometía curar la anormalidad fisica de David siempre que lo pudiera tratar en su temprana infancia, decidió que David recibiría los masajes aunque ello im­plicara separarse de su bebé. (Estos hechos se produje­ron antes de que los trabajos del doctor Bowlby sobre las consecuencias de una separación temprana de la madre se constituyeran en un tema de la prensa popu­lar.) Con fuertes sentimientos de infelicidad, la madre de David empezó a destetarlo a los cinco meses, para que, a

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los seis, pudiera recibir terapia en Londres. David fue alojado en un Hotel Infantil, de donde lo llevaban a los masajes cotidianos. Los padres vivían a cierta distancia de Londres, y rara vez lo podían visitar. Cuando David tenía trece meses, la mas~ista decidió que necesitaba más a su madre que a los masajes, y entonces lo devol­vió al hogar con la columna derecha pero con todo el es­cenario armado para un desarrollo psicológico torcido.

A los cinco años lo mandaron a la escuela del pueblo, donde lo encontraron incapaz de aprender. Por eso lo enviaron a una escuela de pupilos Rudolf Steiner, y de esta, a un internado en Londres, establecido en el domi­cilio del maestro, porque la escuela RudolfSteiner apre­ció que David necesitaba de un cuidado hogareño indivi­dual, muy personal. Allí, el maestro, muy perspicaz, em­pezó a pensar poco a poco que las dificultades de apren­dizaje y conducta de David eran posiblemente emocio­nales, y entonces lo derivó, a la edad de diez años y cinco meses, al Hospital de Niños de Great Ormond Street. Los tests no comprobaron anormalidades orgánicas. Pe­ro el psicólogo educacional lo encontró inapto para los tests, porque se limitaba a dibujar una casa en ruinas y no respondía a los cuestionarios, sin duda convencido de que había llamado la atención sobre la esencia de sus problemas. En el informe de la maestra se decía que era incapaz de aprender en la escuela y que tenía estallidos repentinos de frustración, provocados en general cuan­do debía compartir cosas con otros niños. No estaba se­guro fuera del instituto, porque caminaba por la calzada con desdén del tránsito y a menudo chocaba con árboles y postes de telégrafo, como si no los viera. Permanecía muy aislado de quienes lo rodeaban, y su habla parecía más destinada a aliviar tensiones que a comunicar.

Material clínico

El material clínico de David pone en evidencia sus reacciones a las separaciones de la situación de trata­miento, que, como cabe imaginar, siempre fueron lace­rantes. La presentación de un material psicótico resulta rn extremo dificultosa:

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l. Está el eterno problema de usar palabras para lo que en su origen fueron experiencias preverbales. Un material de esta clase reclama ser presentado de una manera más evocativa que razonada.

2 . El material de los pacientes psicóticos es tan ex­traño que resulta imposible exponerlo corno haríamos con un teorema de lógica. Es una trama primitiva. El ni­ño y el terapeuta juntos parecen urdii- un poema, o re­presentar un drama, en el intento de establecer comuni­cación.

3. El hecho de que en la experiencia de David sujeto y objeto se entretejieran en una trama tan apretada vuel­ve dificil seguir el material y exponerlo por escrito.

4. David ve análogos unos objetos que nos parecen tener poco en común. Ello se debe a que atiende más a similitudes que a diferencias. Así corno un niño pequeño asimila una tetera hirviendo y un tren de vapor porque lo importante para él es el humo, en el que además pue­de encontrar una analogía con sus propias sensaciones corporales, en el material que presento David asimila una pelota, un caldero y un pecho en función de sus propias sensaciones físicas.

5. Acaso el lector tenga las mismas reacciones at­mosféricas que yo experimenté frente al material. Tras una de estas sesiones, apunté: •Me resulta muy dificil concentrarme en estas sesiones. David hablaba sobre esto y aquello de una manera al parecer deshilvanada. Sus palabras fluían en torno de mí corno una capa tan­gible, envolvente, tanto que me era dificil concentrarme y prestar atención a su significado. Me costaba un triun­fo pensar y hablar». Me terno que esta misma sea la ex­periencia del lector, por más claridad que haya querido introducir en la presentación del material. Por otro lado, cierto monto de participación en la atmósfera de las se­siones no está de más. Los procesos que el material ejemplifica son de dificil comprensión salvo si se los vi­vencia y se los elabora. Espero que el material sea lo bastante gráfico para dar lugar a esa participación cons­tructiva.

El material se divide en dos partes. La Sección l trata de la fabricación de un monstruo, y la Sección 2, de la fa-

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bricación de una armadura. El material abarca varias sesiones, por lo cual he debido resumirlo. Corresponde a un período en que David, que por entonces tenía ca­torce años, había empezado a viajar solo desde Hamps­tead hasta mi consultorio de South Kensington. El ma­terial del •monstruo» guarda relación con sus reacciones a las vacaciones de mitad de año de la escuela, que sig­nificaban que el tratamiento se debería interrumpir du­rante una semana para que él pudiera ir a su casa en la campaña. Desde luego, ya era mucho más apto para to­lerar su separación física del mundo exterior, pero pro­porcionó una demostración eficaz de aquellos estados de diferenciación relativamente mínima y de terror casi absoluto que le sobrevenían cuando se sentía en peligro inminente de catástrofe. Desde luego, sólo cuando se han superado los estados autistas de inhibición y de no­cornunica'Ción pueden los pacientes contar cómo era aquello. Por eso, un valor del material de David es que nos permite estudiar la encapsulación autista desde el punto de vista del paciente y ver cómo la experimentaba. No comprendí este material cuando originalmente me fue presentado de la manera más cabal en que ahora creo entenderlo. Pero aportar un material clínico de una época en que yo tenía una experiencia mucho menor tie­ne la ventaja de que el material del paciente aparece re­lativamente exento de la influencia del esquema de com­prensión que hoy le aplico, y que deseo desarrollar corno terna de este capítulo.

Sección l : el monstruo

Cuando ya se acercaban las vacaciones de mitad de año, David intentó vivir en la ilusión de que él y yo está­bamos unidos por un cordón umbilical permanente que nos mantenía en contacto continuo. Ese cordón era par­te de un teléfono que él había construido con plastilina, y significaba una conección física que salvaba la distan­cia entre los dos. Pero esta extática pompa de ilusión se pinchaba de continuo. En s1:1 decepción, él intentaba ta­ladrar mi seguridad y el gusto por mi trabajo. Por ejem­plo, acerca del cordel que le había provisto para su ca-

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jón, dijo: •¡Qué cordel delgado!~. Mis interpretaciones eran recibidas con un desdén y una irrisión slmilares. Eran •desechadas~ . Durante las sesiones, él parecía en­contrarse en un estado de ira naciente. Dijo: •La señora Fiona (era su maestra) afirma que soy muy chinchoso~. Otras veces era •pegotón• y zalamero.

Pocos días antes de las vacaciones, vino con los res­tos de una erupción cutánea, una pústula en el segundo dedo de su mano derecha. Dijo que la pústula había si­do •un monstruo•. Jugó con la palabra •pústula• [boíl) y habló de •hervir [boiling) de rabia•. Hizo preguntas sobre un •caldero• [boiler] que estaba en el pasillo de salida del consultorio, y dijo •puede estallar como un volcán• . Tuve la impresión de que no hacía juegos de palabras como los de un niño neurótico, sino que estaba convencido de que la similitud •fónica• de las palabras significaba que los objetos nombrados se relacionaban de algún modo.

Después de hablar del caldero que •estallaría como un volcán•. dlJo que la señora Fiona había apretado la pústula y •saltó una pus fea~. Llamó a esta pus «lava• y •jugo muerto• y prosiguió diciendo: •Hay un agujero todo tapado de granitos de piel muerta donde estuvo la pús­tula•. También contó en son de burla que la señora Fio­na le había puesto una venda, pero él la había •arranca­do•. (David se estaba siempre arrancando pedacitos de piel de su cuerpo; sus manos y boca aparecían a menu­do lastimadas a causa de ello. A veces se veía literalmen­te salpicado de agujeros.)

Más adelante, ahuecó sus manos y dijo: •¡Es una bo­ca!•. Después, balanceando el dedo donde había tenido la pústula, expresó: •Es usted ... una muñeca-enana ... mi lengua ... Quiero decir mi dedo•. Vemos aquí la asimi­lación de sus manos a su boca, y la ilusión de que yo era una parte mala de su cuerpo como lo había sido la pús­tula. Se observará que la fotografia del monstruo se pue­de ver (figura l) como un dedo con una pústula en el ex­tremo. La delusión de que yo era tan maleable que él po­día •enroscarme en su dedo• me convertía en algo malo.

Después, una pelota que tenía en su cajón fue asi­milada a esta pústula, porque dijo: •Esta pelota ... esta pústula ... ¿oyó lo que dije?•. Esta pelota/pústula se aso­<'ió con un pecho que también había desaparecido.

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Cuando fue a recoger la pelota de debajo del diván, dijo: •¡Cosa mala! ¡Se fue! ¿Por qué se metió ahí abajo?•. A continuación se dirigió a la pelota con tono de mando y desprecio: •Estás en mis manos•. (Se recordará que bo­ca y manos eran aslmilables, y repárese en la boca del monstruo.) Prosiguió: •¡Esta cosa llena de gas! ¡La atra­paré y la estrujaré y se desinflará, popl». Se puso a can­tar unos versitos:

Yó tengo una mula, Se llama pintada. Le pinché la ubre, Y se desinfló, ¡popl, ¡bang!

Siguió diciendo: •Cuando las tetitas se resquebrajan de­jan granitos de piel muerta~ . (Se recordará que la pús­tula apretada los había dejado también.)

A la luz de la secuencia referida, parece legítimo in­ferir que la pelota se percibía análoga a la pústula, al pe­cho y a mí misma como parte de su cuerpo. Justamente porque los sentía parte de su cuerpo, su rabia acumula­da ante la perspectiva de una separación posible que lo amenazaba pareció volverlos túrgidos de sustancias ve­nenosas como un grano purulento o un volcáh. En los términos de John, los convertía en un •pecho de fuegos artificiales•. Cuando se producía el inevitable estallido, dejaba un agujero. En los términos de John, •Cuando cosas feas se queman, se ponen negras• (Tustin, 1987, capítulo 4).

David entonces empezó a cubrir con plastilina esta •resquebrajada• pelota/ pústula/ pecho 1 yo-como-parte­de-su-cuerpo, acerca de lo cual dijo •Parece como si esa cosa saliera de mis dedos ... como de mi pústula .. . salta como una cosa de un tubo ... Son tentáculos•. Cubrió to-da la pelota y además una lata para formar un cuerpo. El resultado de este envolvimiento con sustancia corpo­ral mala («lava• o •jugo muerto•) fue un •monstruo•. Se recordará que al comienzo había dicho que su pústula era un monstruo. Así la rueda había descrito una vuelta completa. Su intento de expeler la cosa. corrompida y de recubrirla da por resultado un monstruo. Pero la cober­tura no estuvo del todo lograda porque, una vez termi-

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nado el monstruo, la pelota azul oscuro daba destellos negros a través de las cuencas de los ojos. Ante esto, dijo que lo miraba con •ojos mortíferos». Además, el envol­vtmiento con su sustancia corporal supmúa que eso vol­vía a ser parte de su cuerpo.

Cuando se iba para sus vacaciones de mitad de año, me encaró con una mirada diáfana, directa, muy dife­rente de su contacto visual esquivo, opaco, que usaba en las sesiones, y dijo •La señora Fiona dice que estoy deprimido. ¿Eso es lo que me pasa? Me siento muy mal, y no sé qué hacer. Me duele el cuerpo. Tengo como arena por todo el cuerpo, y llena de arena la boca». (Según mi experiencia, en estos niveles, la tensión penosa de una frustración acumulada se experimenta en una modali­dad corporal como arena, grava, espinas, alguna sus­tancia pinchuda desmenuzada, vidrio molido o alguna cosa que provoque irritación. Ciertos pacientes neuróti­cos han descrito una vivencia semejante diciendo que sentian su cuerpo, y todo en derredor, lleno de arena.)

En el material presentado, David usa su pústula y el monstruo como modelos de procesos que se han con­vertido en un círculo vicioso y han conducido a un tipo de depresión que lo hace sentirse poseído por una cosa mala. Como O'Shaughnessy (1964), en su trabajo sobre el objeto ausente, dijo sobre un paciente de ella que también funcionaba en estos niveles volcánicos: •La muerte lo miraba a la cara». Pero se trataba de algo peor que la muerte. Lo que escruta a David desde el ojo del monstruo, como desde las cuencas vacías de una cala­vera, parece ejemplificar lo que Bion ha denominado •te­rror sin nombre», un terror de la muerte experimentado antes que se desarrollaran los conceptos. Hasta donde sea posible ponerlo en palabras, el terror parecía ser de una extinción violenta, del final del mundo, donde el pecho es el mundo del infante.

El material de David parece mostrar que en el mo­mento en que la amenaza de separación corporal hace intrusión en él, el dedo bienaventurado, que se había usado como si fuera una parte blanda y maleable del cuerpo de la madre, se puso túrgido con una sustancia dolorosa. La pústula aparece usada para expresar la no­ción de ensanchamiento, que se ha vuelto penoso y se

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alivia de manera explosiva. Esta erupción deja un agu­jero. El monstruo es el resultado de empegar el agujero con una sustancia corporal externada para convertirlo en una parte ensanchada y extraordinaria de su cuerpo.

Parece existir una oscilación entr~ hinchazón, tur­gidez, explosión y hundimiento, donde el objeto hundido sigue siendo parte del cuerpo. En su ascendente oleada de pánico e ira al descubrir que yo (la pelota/pecho) es­toy separada de él, David intenta atraparla para sí. Este morder y aferrar se percibe tan destructivo que el sujeto queda reducido a pulpa. Entonces es expelido. El aguje­ro torna a aparecer. Puesto que David y el pezón se per­ciben atrapándose como objetos casi inertes, el agujero los aflige a ambos. Un desastre los separa. El lector ad­vertirá que mi dificultad para describir este estado se debe a que las ansias de la separación se experimentan en un estado de inmediatez ameboide, absorbente, que otras veces está cubierto por un •cascarón».

David intentó después abordar ese estado de terneza túrgida y de hundimiento inminente ejemplificado por su dedo explosivo. Lo hizo metiéndose en un cuerpo pre­fabricado por él mismo. Estos son los procesos que se demuestran y discuten en la Sección 2.

Sección 2: la armadura

Cuando David se acercaba a la Navidad que siguió a las vacaciones de·mitad de año que acabamos de descri­bir, intentó sonsacarme una caja grande de cartón, se­gún dijo, •para poder hacer un cuerpo y meterme aden­tro». Después declaró que eso iba a ser una armadura que lo protegería •del monstruo con el agujero». No le di una caja grande de cartón, pero sí un poco de cartón. Pronto se puso en evidencia que en sus maniobras per­suasivas para que le diera ese cartón, me había experi­mentado como a una cosa inerte, maleable, que le ha­bria permitido obtener algo extra sobre los demás niños. No podía verlo como un acto servicial, cooperativo, de mi parte.

Con el cartón hizo un casco y una manopla de arma­dura. Durante el tiempo que le insumió fabricar la ar -

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madura, habló de su padre. Creía arrancar partes de su padre como si este fuera una cosa inerte. Por ejemplo , dijo •Ahora tomaré algo de su cabello•. ~Ahora tomaré su oreja». •Esta es su nariz». Habló del padre como de al­guien muy fuerte y que tenía •músculos enormes•.

Al parecer, el cuerpo con el que deseaba igualarse te­nía cualidades masculinas, pero era un cuerpo fabrica­do por él mismo. La confusión resultante de protegerse con ese cuerpo auto-fabricado se puso en evidencia con ocasión de lo que después temí que hu hiera sido un error por mí cometido. Este consistió en que le cedí mi asiento. Al obrar así, respondí a algún gesto corporal de su parte, o sea, respondí como si existiera una comuni­cación corporal a través de un cordón umbilical telefóni­co. La razón manifiesta de este cambio de asientos fue que de ese modo él podría pintar la parte de atrás del casco de la máscara, algo de escasa importancia compa­rado con el mantenimiento de mi correcto papel. Me di cuenta de que me había comportado como una •muñe­ca-enana• , como su lengua o su dedo. No obstante, esta incorrecta maleabilidad de mi parte nos ha procurado un esclarecimiento fecundo sobre su uso de las otras personas. Las usaba como un material maleable, a mo­do de plastilina, que podía manipular. (Véase el material de Ariadne acerca del látex en el capítulo 7 .) Cuando vol­vimos a nuestros asientos habituales, él dijo •Se la veía muy diferente cuando estaba sentada en mi silla. Sepa­recía a mí. Espero que yo me pareciera a usted cuando estaba sentado en la suya. Tal vez usted es yo y yo soy usted•. No lo dijo por ingeniosidad, sino muy en serio, como si en realidad estuviera confundido sobre las per­sonas, y pensara que el acto superficial de trocar sillas pudiera trocarnos al uno en el otro. También se demos­tró que esto había confundido sus funciones intelectua­les. Cuando se sentó en mi silla, no se lo vio nada cómo­do, y dijo con una mueca de disgusto: •Su lindo nido cá­lido [warm) donde ha estado sentada•. A continuación declaró que en casa de la señora Fiona nunca le gustaba sentarse en la silla de otras personas: •pueden haber de­jado ahí un montón de lo del baño•. (La expresión que usaba para denotar las heces era •buenos chicos• [good boys; cf. good-bye).) Al día siguiente me contó que había

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cometido un error en su cuaderno escolar. Se refería al •lindo nido pardo [brown) que la madre pingüina cons­truye en las piedras•. (Hay aquí un indicio del nido de crías discutido en el capítulo 9.)

Después de terminar el casco, construyó la manopla de la armadura dibujando el contorno de su propia ma­no. Durante toda la sesión se lo vio impenetrable, inter­poniendo una barrera de charla, parte de la cual se refe­ría a un cuento que había leído acerca de un grupo de animales que vivían en una casa pre-fabricada. Al irse, me contó que había leído un cuento sobre •un pequeño ídolo de metal• que cayó de su nicho.

Discusión del material del mwnstnJo. y la •armadurQJ>

En el material alel monstruo, un objeto externo ate­rrorizador es emparedado y encerrado. En el material de la armadura, David como sujeto es emparedado y ence­rrado para protegerlo de cosas terroríficas. Es como si nos hablara de una época en que le parecía salirse de su piel con espanto y engendrar después una más dura que lo cubriera y protegiera. La doctora E. Bick (1968) expuso una conducta de este tipo y la llamó •fenómeno de segunda piel». Esta parece ser una maniobra de •hui­da» protectora desesperada, como las experiencias de salirse del cuerpo que expusimos en el capítulo 2. Esta maniobra hace que el niño se sienta protegido, pero si se abusa de ella como recurso exclusivo trae consecuen­cias invalidan tes. A causa de esta encapsulación, David se siente convertido en un invulnerable •pequeño ídolo de metal•, pero comprende que es un ídolp caído. (La omnipotencia y la caída desde ella traen por resultado reacciones autistas.) La pelota/pecho es puesta en una vitrina pero al mismo tiempo es empegada. Las manio­bras de encierro y emparedamiento hacen que se sienta a resguardo, pero bloquean el desarrollo psíquico.

En ambas piezas del material, David pone en eviden­cia que sus experiencias infantiles están activas. Es po­sible hablar sobre ellas por medio de las destrezas y co­nocimientos adquiridos por David a los catorce años. Tratar de discernir unas experiencias infantiles refrac-

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t.adas por ese material equivale a mirar en un espejo dis­torsionado. Es preciso tomar en cuenta esa distorsión. Por ejemplo, en su infancia, David no sabía nada de •monstruos•, ni de •arena•. ni de •armadura•. ¿Cuáles serán algunos de sus posibles equivalentes infantiles?

En estos dos conjuntos del material, las superficies del cuerpo parecen tener enorme hnportancia. Es posi-' ble sostener que la •arena• del material del •monstruo• ilustra la tensión corporal expresada a través de la piel que se ha vuelto eruptivamente dolorosa, como en la pústula. Acaso sea un •alfilerazo de miedo• o un •eriza­miento de ira• que se ha exagerado hasta lo monstruoso. Tal vez la armadura ejemplifique unos músculos tensos listos para el salto, como los de un anhnal aterrado. Quedarse •tieso de terror• puede ser una exageración de esta tensión muscular, una reacción excesiva debida a la sensación de una amenaza abrumadora. Los anhna­les invariablemente entran en el material desde estos ni­veles. Se recordará que David habla de una casa •pre­fabricada• llena de anhnales.

En su infancia, David había tenido todas las razones para quedar •petrificado de espanto•. La armadura, que él adorna con una bravuconada tan patética, probable­mente sea el equivalente actual de esa tensión muscular dura. Otros elementos han de haber concurrido a esta situación básica, como •objetos autistas de sensación• y •figuras autistas de sensación•.

La armadura. En este material, David no jugaba a •vestir•, como lo harían niños más normales, por más que intervinieran algunos elementos idénticos. Su acti­vidad era seriecíshna y de lo más intensa. Parecía una cuestión de vida o muerte para él. Por este medio se sen­tia liberado del monstruo con el •agujero•, un monstruo que esparcía muerte. Controlaba también la •arenilla• de su irritabilidad y su miedo fisico. Encerrado en el re­cinto impenetrable de la armadura, no podía ni ver, ni oír, ni tocar: los procesos de entrada y salida quedaban bloqueados.

1""'1 •armadura• era un artefacto fabricado por David a partIr de pedazos del padre seleccionados de manera ar­hlt mrla , un padre usado como una •cosa• al servicio de

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sus propósitos autistas. Aquella reunía los elementos de una personificación, pero era algo mucho más primitivo, afina la ecolalia de algunos niños psicóticos. Estos •ex­traen• palabras de objetos externos, como David •extra­ía• rasgos de su padre, y se esconden tras una fachada de palabras y frases de loro. Según la certera frase de Betthelhehn, han fabricado una •fortaleza vacía• . Es una •locura• -un •chiste• sombrío- esconder el cora­zón partido por una decepción demasiado brusca. La voz artificial del ecolálico es una burla de la cosa real.

El mofarse y las burlas eran un tema del material de David. Hace irrisión y se burla de la madre que le da un •cordel delgado•. Le parece que cualquier amabilidad o muestra de generosidad emana de una •tierna•. que él puede envolver y entrampar con sus modales •zalame­ros•. Pero el resultado es un monstruo. Salta de su piel aterrado. Teme ser hecho papilla, y reacciona tensando sus músculos, que parecen convertirse en un cascarón duro, protector - una •segunda piel- - , o sea, hoy, en una armadura. Lleva esto más adelante y se ashnila al cuerpo duro del padre, que es tratado como una •cosa• inanhnada de la que se pueden arrancar rasgos exter­nos. (No se trata de una •identificación• con el padre en el sentido psicoanalítico. Es algo mucho más primitivo y superficial.) Se interesa sólo por las superficies exter­nas, y por sus propias sensaciones en relación con ellas. Es como si, para él, la cáscara de la naranja jUera la na­ranja. Los rasgos externos del padre son el padre. En­tonces la naranja y el padre carecen de existencia, como no sea la de ser vistos, tocados y manejados por él. En el fondo, la sensación de palpar y meterse en la boca pare­ce ser lo que da existencia a un objeto. No 1?entirlo equi­vale a borrarlo. Los objetos no tienen existencia salvo si él los ve y los toca.

Si tiene noticia de •entrañas• es en tanto las ligan su­perficies externas. Están huecas y vacías hasta que él no las llene. Así como llena una bacinilla con su orina y sus heces, del mismo modo llena recipientes vacíos. La pelota/pecho es una •cosa llena de gas• cuya existencia se encuentra bajo su control absoluto porque él la ha llenado, y la puede pinchar y hacer que •se desinfle•. Se puede inferir que en la sesión de terapia siente, de ma-

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nera parecida, que llena a la terapeuta con su charla vo­luminosa -su «llenar con gases», su •aire caliente•- y que la puede desinflar cuando quiera. En esos estados de funcionamiento global, el •pecho• parece ser su expe­riencia total de la •madre», y el oído de la terapeuta es la experiencia total de la terapeuta que se encuentra bajo su dominación absoluta. A su vez, el padre puede pare­cer un mero receptáculo vacío que espera ser llenado por él, traído a la existencia por él, para él. En esos esta­dos, partes del objeto parecen llamar a la existencia al todo.

Los fenómenos mentales lo perturban. Ellos conmue­ven sus expectativas autistas. No se prestan tan fácil­mente como los objetos materiales a formar parte de su estofa corporal. En su enfoque superficial y crudamente materialista del mundo, el •significado» se le escapa y al mismo tiempo lo fastidia. La misma palabra -por ejem­plo, «pústula•-puede tener varios significados. Una palabra no se liga de manera indisoluble a su significa­do, al menos para él. Esto pondría en peligro el rígido sistema centrado en el cuerpo, que le ha permitido com­batir sus terrores. Se ha conducido de este modo porque no puede esperar; el tiempo de la espera se llena con una tensión corporal monstruosa. Aprender exige pa­ciencia, y él la tiene escasa. En los términos del mons­truo y la armadura, impone a las cosas su propia cons­trucción tosca y salta a conclusiones sobre la base de una evidencia en extremo superficial.

Cuando niño, ha sido •relegado• por circunstancias externas de una manera en extremo brusca y dura. Ahora busca una definición rígida de sus propias super­ficies corporales y las del «pecho». Todo lo que él no ligue es mo-a mh y es peligroso. Esto mo-a mh es ejemplifica­do por los •ojos mortíferos» del monstruo, pedazos de la pelota real que destella a través de su enclaustramiento autista. Los •ojos» pueden representar las visiones de la terapeuta, que parecen ver a través de él y de sus triqui­ñuelas, y su propio sentimiento de que ha •visto a tra­vés» la falsedad que constituye su noción de la vida y del vivir. Está desilusionado. Su noción infantil de que todo t•xlstin por virtud de su indefinido flujo corporal se vio JH'rturbada por una conciencia demasiado repentina,

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demasiado aguda, de una aparente rotura de ese flujo. Esto lo pone frente al hecho de la muerte antes que un suficiente sustento de experiencias asimiladas de crian­za le hubiera permitido considerarlo sanamente.

Esta hiper-definición de sus propias superficies cor­porales y las de objetos externos acrecienta su sensa­ción de •separación• (alienación). Tiene un agujero ne­gro en el centro de su •ser•. El pecho no está, y su reac­ción convulsiva a su trágica pérdida lo ha dejado todavía más •desaparecido•. Intenta con desesperación acomo­dar apariencias externas para que parezca que nada anda mal. Luce su •picardía• para desviar la atención, la mía y la de él, del •agujero negro» del pecho roto por el cual se siente poseído. Esto hace que se sienta des­valorizado y tonto. Para compensar estos sentimientos, hace •tontos• a aquellos que lo cuidan. Con ello, su sentimiento de tontería no hace sino aumentar.

No obstante, la construcción de la armadura fue un paso adelante para David. Usó pedazos recordados de su padre real para construir ese artefacto, en lugar de pretender una cobertura total del mundo exterior como en el material del «monstruo•. Tratarme como a una •tierna» a quien le podía sonsacar cartón y usarlo para fabricar una armadura era un artilugio destinado a sal­var su piel. Para él, este se había convertido en un modo crónico de conducirse, con lo cual había quedado •piel sobre huesos•. Si logra encontrar (y usar) firmeza, ente­reza y hondura en quienes lo cuidan, su picardía puede convertirse en habilidad y fineza, y la armadura protec­tora, desarrollarse en forma de respuestas aptas y adap­tativas al mundo exterior. En caso contrario, en su esta­do de rigidez con armadura, está desesperadamente en riesgo. Sobre la base de su larga experiencia con niños psicóticos, Mahler (1961) escribe:

•Una vez que su armadura autista ha sido atravesada, ellos se vuelven particularmente vulnerables a la frus­tración emocional, al desvalimiento y a la desespera­ción•.

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Discusión general

Este material nos pone frente a un calidoscopio de te­mas que se interpenetran unos con otros. Semejante proliferación monstruosa que rebasa los límites de los modos normales de expresión y de comprensión es la tela de la locura. En un material así, una palabra puede significar muchas cosas, y sujeto y objeto pueden inver­tir sus papeles y estar uno dentro de otro desconcertan­temente. Por eso en el episodio del cambio de sillas era importante que yo no me mostrara tan maleable. De la misma manera, los niños que se encuentran en ese es­tado no establecen una distinción clara entre las entra­ñas y las partes externas. Lo de adentrq se puede trocar con lo de afuera, y a la inversa. Esto ha llevado al doctor Houzel a indicar en su trabajo •Le monde tourbillon­naire de l'autisme~ que la experiencia del espacio del ni­ño autista puede asimilarse a nuestras experiencias de la •banda de Moebius~ en matemática, o, como lo propu­so Hilda, la paciente adulta cuyo material clínico se cita en el capítulo 9, la de la •botella de Klein~ en física. Estos fenómenos tomados de la matemática y de la física son imágenes muy apropiadas de la experiencia mecanicista y desconcertante del espacio en el niño autista. Algunos niños autistas de más edad tienen una experiencia par­ticularmente neta del espacio, como si estuvieran re­sueltos a mantener el control sobre algo que les parece •nebuloso~ y que amenaza escapárseles.

Los niños autistas no están confundidos y trastoca­dos, como los de tipo esquizofrénico. Están desconcerta­dos, como la niña autista citada en el capítulo 2, que preguntó por qué la cartelera (que estaba cerca de ella) era más grande que el hombre que estaba lejos. Sabía que algo estaba errado, pero su percepción plana, bidi­mensional, del mundo externo le impedía explicárselo. Los niños de tipo esquizofrénico están sumidos en la confusión y el trastocamiento; y casi se han abandona­do a ello. Los niños autistas son diferentes. Tienen J;IlU­

cha más claridad. Cuando los efectos invalidantes de la encapsulación se moderan, luchan por explicarse sus experiencias, que los intrigan y desconciertan. Por ejem­plo, David solía dibujar automóviles bidimensionales

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que dejaban ver el frente, la parte trasera y los costados, y ello le intrigaba. No podía aprehender la tridimensio­nalidad, por más que Fiona, su maestra, intentara ha­cérsela comprender.

He llegado a la conclusión de que los niños autistas, al evitar la conciencia de su separación corporal de la madre y otras personas, evitan la conciencia del espacio que los separa de otros. Los objetos autistas de sensa­ción y las .figuras autistas de sensación suponen que no desarrollan aquellos constructos que permiten a la ma­yoría de nosotros organizar la percepción de nuestro cuerpo en el espacio. Estas aberraciones de dominante sensorial bloquean y anestesian su percepción del espa­cio. Las figuras autistas de sensación tienen además el efecto de que los niños autistas sientan que no existe una base segura que posea una forma y una figura con­fiables. Todo es deslizante y escurridizo. Ellos se aferran a objetos autistas de sensación controlables para con­trarrestar esto. Pero les proporcionan sólo una frágil se­guridad, porque se pueden romper o extraviar. Una rela­ción con un ser humano independiente, que esté unido a ellos por un solicito interés en su bienestar. constituye su única esperanza de alcanzar un sentimiento conti­nuado de seguridad. La separación de su madre a los seis meses había destruido esta experiencia en el caso de David. La psicoterapia perseguía el objetivo de poner­lo en contacto con experiencias confiables pero, antes que esto pudiera suceder, él tenía que hacerse conciente del cascarón duro que excluía el cuidado y el interés que tenía a su disposición de parte de la señora Fiona, de sus padres y de su terapeuta.

Esto me lleva a otra importante cuestión: saber si el paciente tiene conciencia del cascarón, o si este no es si­no la experiencia del observador. El material de David indica que percibe el cascarón. Es posible que estos pa­cientes encapsulados adquieran plena conciencia del cascarón sólo cuando salen de este. Considero probable que al comienzo no tuvieran noticia de que lo fabrica­ban, porque los objetos y las figuras sensación auto-ge­nerados que producen esta impresión de tener una cu­bierta externa dura sobre el cuerpo parecen haber sido reacciones involuntarias ajenas a su control conciente.

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Es un error en estos niveles introducir la noción de intencionalidad de parte del niño. El niño carente de ló­gica se comporta de cierta manera porque está en su na­turaleza hacerlo. No media de su parte una intención conciente. En estos niveles, la proyección (o quizá di­riamos más precisamente «la erupción~) parece seguir el modelo de actividades somáticas reflejas como escupir, defecar, vomitar, toser y estornudar, que permiten expe­ler una sustancia irritante. Está en la naturaleza del ni­ño echar fuera algo que le resulte incómodo, y al obrar así hace una •porquería~. La •madre común dedicada~ (para usar la certera expresión de Winnicott) lo ve como una señal de que su infante necesita atención, y resuel­ve la situación de manera aceptadora y conveniente. Es­tas señales a menudo consisten en un estallido de rabia y llanto. Si estas •erupciones• cesan, el niño tiene som­brías perspectivas. He comprobado que un historial temprano de llantos y rabietas es una indicación promi­soria para la posibilidad del tratamiento. El material de David sobre la pústula ejemplifica que la ira fulminante, la aflicción y el terror se habían acumulado, y por eso crecieron hasta adquirir proporciones patológicas y ve­nenosas, porque en cierta etapa critica temprana le ha­bían faltado las atenciones de esa madre dedicada y, co­mo consecuencia, con el paso de los años había anulado aquella atención que en efecto tenía a su alcance (la ven­da de la señora Fiona, por ejemplo).

La pústula era una vía psicosomática que le permitía revivir y aliviar esos sentimientos psico-fisicos tempra­nos. Tales erupciones psicosomáticas fueron menciona­das por el doctor Sydney Klein en su trabajo de 1980 so­bre los fenómenos autistas en pacientes adultos neuró­ticos, en relación con una paciente que desarrolló quis­tes. Según mi experiencia, estas manifestaciones psico­somáticas se producen cuando el paciente ha empezado a sentir que existe alguien (por ejemplo, el terapeuta) ca­paz de atender las erupciones de una manera conve­niente, del mismo modo como la «mamá felpa• (para em­plear la certera frase de Meltzer) resuelve las evacuacio­nes somáticas del bebé.

Estas perturbaciones psicosomáticas constituyen un progreso respecto de los estados inertes que caracteri-

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zan al autismo declarado. Varios profesionales (por ejemplo, del Putnam Center de los Estados Unidos, del High Wick Hospital de Inglaterra, y de institutos de Francia e Italia) han confirmado mi experiencia de que los niños no tienen afecciones fisicas cuando se encuen­tran en un estado de autismo extremo, y el hecho de que empiecen a tener las enfermedades normales de la niñez es un signo de que se recuperan. No conozco razón que lo explique, pero es un hecho de observación. La pústula [boU] de David fue una especie de vigoroso psicodrama que lo ayudó a comunicar algo acerca de las perturba­ciones psico-fisicas que lo habían inducido a taparlas por medio de la encapsulación autista.

La situación infantil parece haber consistido en su repentino descubrimiento de que un objeto que él vivía como parte de su cuerpo en realidad no lo era. La ira •hirviente• [boiling) puso al objeto túrgido con una sus­tancia que causaba mal-estar. Erupcionó hasta conver­tirse en una cosa amenazadora, monstruosa. (En estos estados omnipotentes todo es magnificado; las cosas se aumentan hasta un tamaño superior al ordinario.) Se­mejante estallido se vive como si una parte fuera desa­rraigada del cuerpo del sujeto mismo, que entonces pa­rece amenazado con su disolución. El cuerpo extraño expelido parece llevarse consigo un pedazo del sujeto. Estas experiencias de separación se manifiestan en sue­ños en que la goma de mascar hace saltar un diente de manera abominable.

Por el material de David advertimos que ciertos pro­cesos se han vuelto excesivos como un medio de borrar el hecho de que esa desconexión penosa se hubiera pro­ducido. Con ese recurso, David procuraba se1;1tirse uni­do de manera indisoluble a un objeto nutricio que no po­día escapar de sus tentáculos. Estos pueden estrujarlo hasta darle muerte, pero siguen siendo una parte de él, aunque una parte muy mala. El intento inmisericorde de poseer ha traído por consecuencia que se sienta •po­seído•. David había experimentado una separación geo­gráfica real de su .madre. Por horroroso que esto nos pa­rezca hoy, después que los trabajos de Bowlbyy Robert­son (1969) y de Hamilton (1984) nos han convencido de los desastrosos resultados de una separación tempra-

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na, más horroroso fue sin duda para David. Es imposi­ble conocer los detalles exactos de sus reacciones delu­sorias en ese momento, pero el material clínico muestra aquello en que se convirtieron con el paso de los años. Rasgos similares han manifestado otros niños que no experimentaron una separación geográfica de la madre, pero que por diversas razones se enfrentaron con el he­cho de la separación fisica de una manera traumática en su temprana infancia. Examinemos los principales rasgos de estas reacciones.

El choque de la separación corporal parece haber so­brecogido de terror e ira a este niño apenas integrado. Esto se vive como algo túrgido de sustancias venenosas, experimentadas como •arenilla•. Esta presión se alivia por la proyección explosiva de •lava• o •jugo muerto•. Entonces el niño se enfrenta con unos •ojos mortíferos» -un objeto muy malo-, un •agujero todo tapado con pedacitos de piel muerta desmenuzada•. Se percibe co- . mo si un manto de seguridad hecho de sustancia corpo­ral en extrusión fuera arrojado en torno del objeto •re­ventado•, que de este modo pasa a formar parte de la es­tructura floja de la cual el niño se siente compuesto. El objeto •reventado• no da esperanza de integración, y cuando el terror aumenta, hace erupción de nuevo, con los mismos resultados. Un terror mortal se esconde co­mo el núcleo de un objeto de pesadilla. El niño cree que se retrae de esto entrando en un mundo pre-fabricado por él mismo. Es una maniobra cíclica que pretende de­tener la descomposición.

Siempre que los estratos de este •cascarón• protector no hayan quedado impactados más allá de un punto de no retorno, es posible asistir a estos niños. Me ha resul­tado más posible ayudar a los •crustáceos• que a los •amebas•. Estos últimos son niños pasivos, fláccidos, cuya conducta parece ceñirse a la exclusiva pauta de una respuesta fisiológica reactiva, como en ataques de temblor, estornudos, bostezos y toses, o sea, en los tér­minos de una expulsión convulsiva inmediata. Estos son los niños internados, tal como los han presentado en filmes René Spitz en los Estados Unidos y Génevieve Appel en Francia. Los •crustáceos• han interpuesto una pieza de conducta desarrollada entre un estimulo y su

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reacción a este. Chuparse la lengua, hacer burbujas con saliva, dar saltos con excitación, tamborilear los dedos, tensar los músculos: he ahí unas reacciones sensibles destinadas a borrar la conciencia de un choque al que ha sucumbido el niño más fláccido. Los crustáceos han intentado resolver la depresión psicótica por medio de una encapsulación. La tragedia es que ello puede hacer que permanezcan segregados de la vida ordinaria y de las personas por tener •un cascarón externo extra-ordi­nario Men lugar de" un pecho interno ordinarlú•.

Expresión artística de estados sensibles r.o verbales

El material clínico de David puede haber evocado estados elementales de una manera tan masiva que acaso resultaron abrumadores para el lector. Esto se de­be a que en el niño autista estas reacciones elementales son casi todo lo que existe. Parte del terna de este libro es que personas relativamente normales pueden tener vestigios escondidos de reacciones autistas que se com­binen con otras más desarrolladas. Si nos hacemos con­dentes de ellas y las empezamos a tolerar, el autismo masivo del niño autista se vuelve más comprensible;: y soportable.

Los poetas y los artistas suelen estar en contacto con esos estados sensibles no verbales y pueden darles ex­presión para nosotros. Como es harto dificil encerrar esos estados no expresados ni conceptualizados dentro de los límites de la construcción teórica, su expresión poética y artística se puede sumar a la teoría p~icoanalí­tica complementándola. En un artículo que aparecio en 'The Guardian (21 de setiembre de 1989), referido al es­cultor Henry Moore, John Berger muestra que Moore estaba obsesionado por esos estados elementales, una característica de los cuales (según vimos) es que la vida de sensaciones está dominada por el sentido del tacto. Por ejemplo, Berger escribe acerca de Moore:

•El acordaba escaso interés, o ningún interés, a la teoría psicoanalítica. No lo fascinaban las emociones, sino el

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tacto: no lo inconciente profundo, sino las superficies y lo táctih.

Cuando describe una de las esculturas de Moore, una cabeza y unos hombros, titulada «The Cumberland Alabasten, Berger da a entender que, a su juicio, esos estados caen fuera del alcance de las teorías psicoanalí­ticas actuales, porque afirma, acerca de esta escultura:

«Muestra dos brazos que forman un círculo y sus dos pechos hocican buscando compañía, una especie de abrazo de sí, salvo que esta expresión sugiere algo de­masiado patético y narcisista. Estas esculturas no pue­den ser patéticas porque preceden al lenguaje normal de la emoción. Son anteriores al sentimiento. La consisten­te difuminación de los rasgos del rostro (ojos, boca, qui­jada, etc.) destaca esta inexpresividad que llamaríamos pre-verbal•.

En el mismo sentido, cuando Berger escribe sobre la escultura de Moore titulada •Mother and Child: Block Sea t., llama la atención sobre el hecho de que los rostros de la madre y del hijo «carecen de rasgos•. y prosigue di­ciendo:

«Los dos "rasgos" que la escultura posee están en otra parte. Uno es el pezón de su pecho izquierdo, que no se yergue sino que es un agujero como la boca de una bote­lla sensitiva; y el otro es una protuberancia sobre el ros­tro del niño, que parece un eventual tapón para ese agu­jero, algo que restañe esa herida ... •.

Acerca de esta escultura, Berger dice además:

« ... todas las formas están encajonadas, envueltas, liga­das como lo estaban las del muerto egipcio. Envueltas para una supervivencia eterna•.

Y concluye diciendo:

«El rito final de la ceremonia funeraria de los egipcios era la apertura de la boca. El hijo del muerto, o un sacerdo-

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te. solemnemente le abría la boca, y este acto permitía a la persona muerta, que estaba en el otro mundo, por así decir, oír, moverse, ver. En la última gran obra de Henry Moore, la boca ha pasado a ser el pezón de la madre•.

En su trabajo •The archetypal image of the mouth and its relation to autism•. Beneviste (1983) menciona también esta antigua costumbre egipcia. 2

Notas

1 Hoy agotado en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. 2 Deseo agradecer a Sue Norrington, quien me llamó la atención

sobre el interesante articulo periodístico de John Berger.

1 B: \

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7. La cápsula autista en pacientes adultos neuróticos

•Acaso se pueda decir que no vwe hombre algww que en eljondo no desespere en alguna medida, que en lo más íntimo de su ser no esté habitado por una ínqufetud, una perturbación, una discordia, un temor angustiado de algo desconocido, o de algo a lo cual no se atreve siquiera a co­nocer; un temor por la posibilidad de vida, un temor por sí mismo, en virtud de todo lo cual(. .. ) este es un hombre pre­ocupado y arrastra una enfermedad del espirttu que sólo raras veces y por vislumbres, en wws asomos de temor que le resultan inexplicables, da pruebas de su presencia en lo tnterto111.

Kierkegaard, Fear; Tremblfng and Sickness Unto Death, 1941, pág. 155 1

El capítulo 6 presentó el material clínico de David, el que me enseñó acerca de la encapsulación autista. En mi libro anterior, Autistfc Barriers ín Neurotfc Pattents, sostuve que algunos pacientes neuróticos, en particular los fóbicos y obsesivos, tenían una parte escondida, en­capsulada, de la personalidad, que obstacu~ba el tra­bajo psicoanalítico con ellos. Es como si una parte de ellos, congelada y sobrecogida de terror, se hubiera que­dado rezagada y ellos la hubieran tapado en su lucha por crecer y por enfrentar la vida. En el capítulo 2 se in­cllcó que esa cápsula de autismo puede estar en la base e le perturbaciones maníaco-depresivas.

I'.H ic· c-npilulo es una versión modificada de un trabajo que preparé i"'"' ilululrlo en Giovacchlnl y Boyer, eds., MasterCUnicians Worldng 11·lll1 Ur·r¡lt'~ .·;('d Patients, Nueva York: Jason Aronson.

1 (i!)

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Aumenta la verosimilitud de esto último el hecho de que, al comienzo, cuando emergían de su encapsula­ción, todos los niños autistas que he tratado se mostra­ron emocionalmente lábiles en alto grado. Además, unas reacciones autistas parecen ser la fuente de las in­hibiciones aterrorizadas de pacientes fóbicos, que ellos han concentrado en un objeto o un campo de actividad en particular.

Descubrimientos de otros autores

Hasta donde yo sé, entre los otros psicoanalistas, el doctor Sydney Klein es el único que específicamente em­plea el término ~autismo» en relación con la parte clau­surada de la personalidad de ciertos pacientes neuróti­cos. En su trabajo germinal «Autistic phenomena in neurotic patients» (1980), escribe:

•Mientras más pronto advierta el analista la existencia de esta parte escondida del paciente, menor será el pe­ligro de que el análisis desemboque en un diálogo inte­lectual interminable y sin sentido, y mayores las posibi­lidades de que el paciente alcance un equilibrio relativa­mente estable. Aunque el analista tenga que pasar una gran cuota de angustia con el paciente, creo que en defi­nitiva los resultados valen la pena» (pág. 40 1).

Cuando ya había escrito miAuttstic Baniers m N euro­tic Patients, conocí el trabajo de Winnicott «The fear of breakdown» (1974), donde, aunque no empleaba el tér­mino •autismo», era evidente que se refería a los sucesos psíquicos que yo me había empeñado en comprender.

Escribe lo que sigue:

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Cuando menciona un ~quebranto• que ya ha sido ex­perimentado, Winnicott se refiere al •quebranto• vivido por un infante que, encontrándose en un estado inma­duro de desarrollo neuro-mental, se percata de su sepa­ración corporal de la madre nodriza en una situación de crianza que no lo ayuda a sobrellevar los sentimientos intensos que aquella percatación suscita.

En un trabajo anterior, Winnnicott (1952) se había referido a esta situación diciendo que el infante aún no había alcanzago el •estadio de desarrollo emocional que lo equiparía para dar trámite a una pér~a». Yprose­gtrta-: «Esall11sma perdlda de la madre, si ocurriera unos meses después, no sería más que una pérdida de objeto, sin el elemento agregado de perder una parte del sujeto» (pág. 222).

No me he formado en las ideas de Winnicott, pero me ha ocurrido varias veces escribir sobre algún descubri­miento clínico, sólo para encontrarme con que Winni­cott ya lo había hecho antes. He llegado a la conclusión de que, si bien no coincido en los detalles con todo lo que Winnicott ha sostenido, mi trabajo con niños autistas me lleva a campos que él también exploraba. Como lo señaló Juliet Mitchell en una conferencia reciente qus;_ pronunció en la Squiggle Foundation: •Winnicott traza­ba en el mapa un recorrido diferente del de Freud o del de Klein».

Pero volvamos al trabajo de Winnicott, •The fear of breakdown•: el •quebranto• al que se refiere es aquel ocurrido en la infancia, acerca del cual él ha escrito tan sucintamente en su trabajo •Psychoses and child care• (1952). La «organización defensiva• es la clausura de la conciencia, con referencia a la cual empleo la noción de encapsulación, y el «síndrome patológico• es el autismo psicógeno. Este fue precipitado por lo que Winnicott de­nominó •depresión psicótica», mientras que Edward Bi­bring (1953) había empleado para designarla la expre­sión •depresión primordial•. Se trata de una depresión en la que predominan sentimientos de desvalimiento y desesperanza. Era el •agujero negro con el pinche feo• de John.

Al mencionar •un quebranto que ya se ha experimen­tnclo•, Winnicott nos dice que en la situación analítica

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un paciente adulto neurótico •recuerda» algo que suce­dió •cerca del comienzo de la vida del paciente•. Ahora bien, en el trabajo con niños autistas, mucho más próxi­mos a la infancia que los pacientes adultos, recogemos similares rememoraciones elementales de esta situación crucial de su infancia cuando tomaron prematura con­ciencia de su separación corporal de la madre nutricia. He llegado a la conclusión de que esta lacerante expe­riencia fue traumática. Freud (19~) nos ha~~~ inucho acerca de traumas soierrao. El mis~ (1926d) escribió:

•Los estados afectivos están incorporados en la vida anímica como unas sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y. en situaciones parecidas, des­piertan como unos símbolos mnémicos•.

El trauma asociado a una conciencia prematura de se­paración fisica de la madre puede permanecer en sus­penso, por así decir, y aflorar en el tratamiento en situa­clones que parezcan análogas a la situación original. Es­te parece ser un intento de asimilar una experiencia •no digerida•. Lo que sorprende en estos •recuerdos• ele­mentales no conceptuallzados es la precisión de sus de­talles, así como su vividez y claridad. Ilustró esto muy bien la dramática revivencia de John del •agujero negro• de su separación fisica de la madre nodriza, que tantas veces yo he citado en mis libros y trabajos O'ustln, 1966, 1972, 1987).

En el capítulo 2, que trató acerca de •existir• y •llegar a ser•. presenté un ejemplo no menos notable de un ni­ño autista que, en el encuadre psicoterapéutico, revivió esta situación crucial de la infancia. El material indicó que, cuando infante, él había experimentado el pezón del pecho (o la tetina del biberón) como algo continuo con su lengua. La conciencia de la separación fisica hizo su intrusión prematura, momento en el cual ese •teta­lengua• se vivió partido en dos. He de recordarles el mencionado ejemplo clínico.

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Ejemplo clínico

Colin era un niño autista de cinco años, tratado por Gideon Hararl. Gideon veía a Colin cuatro veces por se­mana. Cuando ocurrió el episodio que he de referir, Co­lin llevaba dos meses de tratamiento. Al trascurrir un mes, Colin experimentó la primera ruptura en la conti­nuidad de su terapia, causada por los feriados de Navi­dad. En el mes que siguió, y en la semana anterior a la sesión que narraré, Colin faltó dos días a causa de un resfriado.

Cuando Gideon vino a hacer supervisión conmigo, me dijo con tono preocupado que había un elemento del material de Colin que creía no haber entendido bien, puesto que Colin lo había repetido todos los días, de los cuatro que asistió a terapia. Consistía en que el niño en­traba en el consultorio y se dirigía derecho al grifo, que chupaba vigorosamente. Después se daba vuelta de ca­ra a su terapeuta, y decía •Mi-i-ra•, como si intentara trasmitir algo muy importante. (Colin no hablaba cuan­do empezó su terapia.) Se quedaba mirando a su tera­peuta con la lengua fuera de su boca y goteando agua, como si hubiera perdido el control de ella y como · si él hubiera perdido algo.

Recordarán ustedes que en la supervisión indiqué que acaso Colin hablaba a Gideon sobre una época en que, cuando bebé pequeñito, él había descubierto que la linda cosa para chupar no era parte de su lengua ni esta la gobernaba para que apareciera cada vez que él lo qui­siese. Esto le había hecho sentir que un pedazo impor­tante de su lengua había desaparecido. La consoladora •unicidad• se había convertido en una •dualida,d• desas­trosa.

La vez siguiente que vino a verme, Gideon me infor­mó que, como consecuencia de haber interpretado se­gún la inspiración mencionada, aquel elemento enigmá­tico de conducta repetida había cesado. Gideon tenía el convencimiento de que esta interpretación había signifi­cado un viraje decisivo en la psicoterapia de Colin.

Era evidente que Gideon había estado muy compene­trado del clima de la sesión porque siguió refiriéndome que después que Colin hubo hecho aquella espectacular

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demostración con su lengua, que no había sido bien comprendida, había dado la espalda a Gideon y se había absorbido en actividades repetidas, como abrir y cerrar la puerta, y apagar y encender la luz. Esto determinó que Gideon se sintiera muy segregado de Colin. Sintió que entre ellos se interponía una barrera, que les impe­día entrar en contacto. Muchas madres de niños autis­tas me han dicho sentir que su hijo permanece dentro de un cascarón durante todo el tiempo, y que hay una barrera que les impide entrar en contacto con él. He llegado a la conclusión de que esto se debe a que los ni­ños concentran su atención en actividades controlado­ras que los distraen de situaciones afligentes.

Consideremos ahora esta ilusión de barrera o cas­carón.

La barrera o el cascarón

He llegado a comprender que el cascarón es la conse­cuencia de procedimientos repetidos, auto-generados, de dominante sensorial. Para poder pensar estos proce­dimientos protectores, y hablar acerca de ellos, los he conceptualizado como •objetos autistas de sensación• y •figuras autistas de sensación•. Pero, en el niño autista, estos procedimientos repetitivos y estereotipados, domi­nados por sensaciones, permanecen sin conceptualizar. Forman parte de su sistema de delusión concretizada y, como tales, constituyen •alucinaciones táctiles• (Aulag­nier, 1985; Tustin, 1980, 1984, 1987). Los he descrito en otro pasaje de este libro; aquí debo reducirme a dar

\. de ellos unos esbozos esquemáticos. Hay que. compren­der que dar nombres a estos fenómenos es un intento de conceptualizar las que originalmente fueron experien­cias no conceptualizadas del niño autista.

Objetos autistas de sensación

Otra vez sentí alivio, después de haber escrito acerca de estos •objetos• no conceptualizados, cuando descubrí que también Winnicott se había referido a ellos. Los de-

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notó por medio de una paradoja, llamándolos •objetos subjetivos•. Estos objetos se viven como parte del cuer­po propio del sujeto y, en esa condición, excluyen la con­ciencia de la separación corporal. Se trata de objetos du­ros que se tiene aferrados con fuerza. Hacen que el niño se sienta duro, impenetrable, dueño de un control abso­luto y, por lo tanto, a salvo. (Como hemos visto, estos ni­ños creen que son los únicos responsables de su propia seguridad.)

FYguras autistas de sensación

Siguiendo la inspiración de Winnicott, se las podría llamar •figuras subjetivas•. No se trata de figuras clasifi­cadas ni objetivadas que se asocien a objetos específi­cos, ni se las experimenta con arreglo a relaciones espa­ciales tridimensionales, como en cambio ocurre con las figuras objetivas. Son figuras sin forma, vividas sobre las superficies del cuerpo como sensaciones que con­suelan y tranquilizan. Consideradas desde un punto de vista objetivo, estas figuras carecen de objetividad, de sentido y de estructura. Cuando la atención del niño permanece capturada por estas •alucinaciones táctiles• (como las llamó Aulagnier) auto-generadas, se distrae del mundo exterior hasta el punto de que él parece estar •en un cascarón•. Es lo que he denominado •encapsula­ción autista•.

Encapsulación autista

Como · vimos, la delusión de encapsulación nace de los procedimientos concretizados auto-generados en que consisten los •objetos autistas de sensación• y las •figuras autistas de sensación•. Estos procedimientos se originan en las propensiones innatas del ser humano a buscar objetos y plasmar figuras, que en los niños autis­tas reciben una aplicación idiosincrásica a tal punto que c·qulvalen a una aberración. El resultado es la delusión ele c·m·apsulación, que protege al sujeto de los efectos de .t~c·c•'1os traumáticos que se vivieron como intolerables.

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·•

Ahora bien, en los niños autistas el empleo de esos pro­cedimientos interrumpe el desarrollo cognitivo y emo­cional.

La situación traumática insufrible es segregada del resto de la personalidad por estos procedimientos auto­generados. Se trata, como ha dicho el doctor Klein, de «una parte escondida del paciente». El episodio traumá­tico permanece, por así decir, en suspenso, no asimilado e intactcfComo el niño autista lo ha experimentado an­tes que Puarera hablar, parece estar fuera del alcance de la •cura por la palabra» que practica el psicoanálisis. Sin embargo, algunos pacientes se ven llevados a contarnos sobre esa ruptura traumática que sufrieron en su infan­cia. Lo h n en la sión analítica a través de una espe­cie sico-drama, mo vimos en los casos de Colin y John. Otros vez lo expresen con lo que llamamos

( •acting-out». Por ejemplo, el doctor Finch, de la Clínica de Psiqumlria Infantil de Watford, me refirió el caso de una paciente que, en una época en que vivía problemas de separación en el trabajo que hacían juntos, se cayó y se quebró un tobillo. Después que le fue interpretado

· este •actlng-out», la paciente Vino al día siguiente y contó un sueño por medio del cual •contenía» y elaboraba las experiencias. En el sueño, era un personaje delgado y vulnerable que salía gateando del yeso que rodeaba la quebradura de su tobillo. Dijo que era como si naciera en ese mismo momento. Ahora podí~ pensar sobre la ex­periencia en lugar de experimentarla en un •actlng-out», de manera concretizada.

En efecto es cierto que, si la quebradura de su conti­nuidad de •existir», ocasionada por el trauma represen-

- tado por una conciencia de separación corporal de una agudeza desmedida, es comprendida y elaborada, el pa­ciente experimenta una especie de nacimiento psíquico. Así se libera la andadura del funcionamiento psicológi­co, que antes se había visto bloqueado por la encapsula-

ción auto-generada. Por ejemplo, niños autistas mu:]os o ecolálicos empiezan a hablar con sentido y aun de ma­nera fluente.

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Una defensa contra el trauma

La encapsulación autista parece ser una protección específica frente al miedo de ser lastimado, miedo este que nace de la vulnerabilidad y el desvalimiento corpo-rales. Sobre la base de su trabajo con víctimas del Holo­causto, David Rosenfeld (1985) me ha escrito desde la Argentina diciéndome que la encapsulación del trauma sufrido por estos pacientes pareció haber tenido el efec-to positivo de preservarlo, de manera que después, en la situación analítica, se lo pudo pensar y elaborar. Tam-bién Yolanda Gampel (1983, 1988) me ha enviado traba-jos desde Israel en los que comprueba esto mismo. En tales casos, se trató de traumas vividos en un momento posterior de la vida, pero que al parecer suscitaron la misma reacción protectora elemental que los traumas experimentad,os.-e~infancia, porque fueron igualmen- 1 \

te oimpen~ábles» e • decibles». La interpretación que 1 Freud dio( del traum~ igue teniendo vigencia hoy. Lo de- . :1, fine como bna experiencia avasalladora de desvalimien- . to en presencia de una acumulación de ex~itación, sea > de origen externo o interno Wreud, 1920áJ.. ( 3'

Una encapsulación y no una represión es Ja conV?ca- ~· :. da para socorrer a un cuerpo que se siente vunerable a ~ tal punto que lo amenaza su extinción. En una situación como la del Holocausto, se produce un estrechamiento de la conciencia, que puede llegar a salvar la vida. En los ~ niños autistas, sobreviene un congelamiento (que, por desdicha, puede llegar a la atrofia) de las propensiones dadoras de vida, de modo que, si estas no pueden ser li­beradas y puestas en movimiento, ocurre una muerte en vida. Pero en situaciones en que la vulnerabilidad fi-sica amenaza con la extinción, el estrechamiento del fo-co de la conciencia es capaz de preservar la salud por la vía de excluir las amenazas de daño y de lesión corporal, con la protección consiguiente de la vulnerabilidad fisi-ca. En los niños autistas, se trata de un recurso reactivo sin intención conciente, pero en la situación del campo ele concentración qiertas víbtimas lo emplearon con más Intención, como lo ilustraron las acciones de Leonard · ...._ Wlcneski en Buchenwald. Leonard Wieneski tenía die-dncho años cuando lo internaron en el campo de con- ~

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centración. Ha narrado que intencionalmente redujo su conciencia, concentrándose en un pequeño dado que encontró en el suelo del campo, y en torno de él inventó un juego. Esto recuerda el recurso de los niños autistas de concentrar su atención exclusiva en objetos autistas, pero es mucho más intencional y menos patológico. Sin embargo, ilustra sobre el estrechamiento del foco de la atención como un recurso protector al que todos los se-· res humanos eventualmente pueden echar mano en cir­cunstancias afligentes. Más aun, constituye la esencia de ciertas técnicas de relajación. Sin embargo, los niños autistas lo han empleado de una manera tan exclusiva, rígida y reactiva que se ha convertido en una compul­sión patológica, que coarta y congela todo su desarrollo psicológico.

Winnicott se refiere al hecho de que una situación traumática temprana -la •agonía original•, como la de­nomina- puede llegar a abordarse en la situación ana­lítica. Sostiene que el paciente neurótico •recuerda• algo que ocurrió cerca del comienzo de su vida, y apunta lo siguiente:

• ... este desenlace es equivalente al levantamiento de la represión que se produce en el análisis de un paciente psico-neurótico (análisis freudiano clásico)• (Winnicott, 1974, pág. 179).

La encapsulación autista parece ser una precursora concretizada elemental de la •represión•, de la •desmen­tida• y del •olvido•. La veo como una reacción protectora psico-fisica, más bien que como un mecanismo de de­fensa psico-dinámico.

El •recordar• de estos pacientes consiste en la re-evo­cación de la experiencia traumática encapsulada, de­sencadenada por una situación del mundo exterior con la que presenta una correspondencia sumaria pero efi­caz. No necesariamente se ha de presentar en el trata­miento psicoterapéutico. La señora de la ilustración que sigue, por ejemplo, no estaba en tratamiento, pero sus experiencias mostraron que así se re-escenificaba la misma situación infantil traumática que había sido dra­matizada por Colin.

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La re-escenificación de un quebranto mfantU

Al describirme el episodio que precipitó su quebranto depresivo, una señora me contó que había ido a buscar un lápiz, que se le partió en dos en su mano. Ante esto -explicó-, algo se quebró en su cabeza. Narró con visos desgarradores que había deseado ,que las paredes la es­trecharan, tanto para protegerla como para eliminarla. (Nótese la naturaleza concretizada de su reacción.) Se sintió por completo desvalida, fuera de control y deses­perada. Le vino a la mente la idea del suicidio. Signi­ficativamente, refirió que su madre había muerto dos años antes, pero que no había podido llorar su muerte. Ahora sentía que perdía su confianza, su fe, sus creen­cias. Narró que necesitaba que alguien estuviera junto a ella y se compenetrara de su estado de ánimo en la me­dida de lo posible. Necesitaba -dijo- que •alguien le quitara su sufr1miento y lo remediara•.

Según mi experiencia, los pacientes que han sufrido tanta congoja por la pérdida de un ser querido tienen que pasar por procesos pr1mitivos de •duelo• o •pena•, según la expresión de Margaret Mahler. Penan por la pérdida de algo, y no saben qué es. Experimentan un sentimiento agónico de pérdida y quebranto, que es im­pensable e inefable. En psicoterapia, cuando empiezan a abrirse los telones de su encapsulación autista, la trasferencia infantil sobre el terapeuta les permite dra­matizar su sensación infantil traumática de pérdida, y hablar sobre ella. Pero son pacientes dificiles porque ejercen un potente efecto sobre las personas que los tra­tan, y los psicoterapeutas pueden ser absorbidos por sus dramas sin discurso.

Quiero darles un ejemplo de esto que expongo, toma­do del tratamiento de un paciente adulto.

Corazones rotos

No hace mucho tiempo, me vino a ver un psiquiatra 1 Hlr:\ consultar sobre un paciente, un profesor de fisica, qlll ' IPnía todo el aspecto de funcionar muy bien en el '"'"'do 1•xterno, pero que declaró a este psiquiatra: •Hay

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tres personas en mí; dos de ellas están muy bien, pero la tercera permanece clausurada y no admite que nadie se le aproxime. Esta parte me está conduciendo a la des­trucción•. El director médico de la clínica donde este psi­quiatra trabajaba, un hombre de mucha experiencia, di­jo a su colega más joven: •Usted no debió aceptar entra­tamiento a ese paciente. Este tipo de paciente rompe el corazón del terapeuta•.

Basada en lo que aprendí de los niños autistas, pude ayudar a este psiquiatra a ver que estos pacientes ame­nazan romper el corazón del terapeuta porque ellos mis­mos tienen •el corazón roto•. Su •roto corazón• va más allá de lo que solemos entender por esa expresión. El sentimiento de rotura se extiende a la fábrica misma de su ser. Según vimos, la •agonía original» de la rotura so­brevino cuando se vivió partida en una •dualidad• la ex­periencia sensorial de •unicidad• del •teta-lengua•. Co­mo el ritmo de lactancia se había asociado con los lati­dos del corazón, fue el •teta-lengua-corazón• el que se percibió roto. Todo esto, desde luego, fue sin palabras y, al ponerlo en palabras, parece torpe y aun absurdo. Pe­ro nos ayuda a comprender que estos pacientes pudie­ran experimentar la conciencia fisica de su separación como una interrupción del latir de su •continuidad de existir•. Sintieron amenazado su •existir•. Vieron el ros­tro de la aniquilación, y tuvieron que dar pasos muy de­sesperados para combatirla. Para conseguir esto, y al mismo tiempo emparchar su propia rotura, desarrolla­ron la cáscara del autismo. Esta impidió el desarrollo de las •envolturas psíquicas• que han sido descritas por Di­dier Anzieu (1990).

Esta experiencia concretizada de encapsulación sig­nifica muerte para la psique. Acerca de sus estados sui­cidas, Winnicott ha dicho que

•están dirigidos a enviar el cuerpo a una muerte que ya le había sucedido al alma. El suicidio no es una res­puesta, empero, · sino un gesto de desesperación• (Win­nicott, 1974, pág. 179).

Esto quiere decir que se cuentan entre nuestros pacien­tes más dificiles.

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El doctor Grotstein de Los Angeles me ha escrito ge­nerosamente lo que a continuación trascribo acerca de uno de estos pacientes:

•Los conceptos de usted me han resultado de enorme importancia, sobre todo con un joven a quien analizo en estos días. El vuelco se produjo cuando advertí que él cree en concreto haberse escondido a sí mismo en una bohardilla a la que se subía desde su dormitorio, donde lloraba a grito pelado cuando niño sin que sus padres lo oyeran. Me di cuenta enseguida de que era una perso­nalidad encapsulada; desarrolla su práctica profesional como talentoso arquitecto. Pues bien, ahora estamos entrando en ese self-bohardilla, y allí no hay otra cosa que lágrimas ... ¡y esperanza! Muchísimas gracias•.

El relato de Grotstein sobre su paciente muestra que es­condidos tras la encallecida dureza de la encapsulación autista encontramos corazones rotos y lágrimas. Tene­mos que estar preparados para sobrellevar este sufri­miento si es que se ha de modificar la alienación del U­naje humano en que viven estos pacientes.

Ahora bien, tanto como compasión por el sufrimiento de estos pacientes, necesitamos un crudo realismo fren­te a sus técnicas de dominio y evasión. En una parte es­condida, ellos están en las garras de sus reacciones a sucesos del pasado. Originada en este pasado, arras­tran una soterrada sensación de reproche por lo que sienten que debieron haber tenido, y esto es algo honda­mente arraigado en ellos. En cierta etapa del tratamien­to, hablan de •agujeros•, y estos son •agujeros negros• a causa del berrinche de frustración por la falta que sin­tieron. En esa etapa, se fastidian mucho con el terapeu­ta (como se habían fastidiado con su madre) si no consi­guen plegarlo a sí mismos. No pueden •tolerar• a las per­sonas como son, ni a las cosas como son. Resulta difici­lísimo para el terapeuta •tolerar• a los pacient~s en esa etapa. Para ello nos ayuda comprender su soterrada agonía. Pero no debemos ser blandos ni sentimentales con ellos. Debemos señalarles el modo en que nos tra­tan, y explicarles que sin duda esto proviene de alguna lufclicidad que han experimentado, que ahora despierta

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en relación con sucesos de la situación analítica. Pero no podemos apurarlos a que muestren su soterrada sensación de rotura. Ello ocurrirá sólo cuando el pa­ciente esté preparado para re-experimentarla. Entretan­to, debemos ser compasivos pero realistas frente a lo que ocurre. El sentimentalismo significa muerte para el desarrollo psíquico.

Así como tienen una exagerada conciencia de los de­fectos de otros, estas personas son indebidamente criti­cas de ellas mismas. Carecen de un sólido auto-respeto. Como terapeutas, no debemos embrollarnos con las cri­ticas que ellas nos dirijan (por racionales que sean, pues ponen el dedo en nuestros puntos débiles), ni dejarnos arrastrar a su abismo de desesperación. Durante mu­cho tiempo, el paciente desconoce esta desesperación, que sin embargo se manifiesta en •climas• que son muy perturbadores para el terapeuta.

Psicoterapia con pacientes encapsulados

A consecuencia de su trabajo con niños que habían sufrido destitución y descuido groseros, Winnicott puso el acento en las falencias ambientales de la infancia que precipitan esos quebrantos. Mi trabajo con niños autis­tas, que no han experimentado esas insuficiencias cru­das y graves del ambiente, me ha llevado a concentrar­me en las reacciones del niño que han contribuido a su quebranto. En la psicopatología autista, la naturaleza propia del niño parece haber desempeñado un papel significativo. Para dar satisfacción a expectativas que les parecieron incumplidas, estos niños hiper-sensibles han desarrollado modos de conducta idiosincrásicos y encapsuladores. Estos han usurpado las funciones de la madre. Su sentimiento de ultraje a causa de lo que consideran no haber tenido, por legítimo que pueda ser, los ha privado de lo que podrían haber recibido aunque su madre estuviera deprimida y falta de confianza en sí misma. Si bien estas reacciones autistas cumplen una función preservadora y protectora, a ellas se asocian unas prácticas hiper-desarrolladas e idiosincrásicas del yo-cuerpo que son deletéreas para la andadura del de-

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sarrollo. Esto se debe a que cobran más importancia pa­ra el niño que la madre, el padre y las demás personas.

Para poseer un •self•, es preciso que tengamos con­ciencia de •otros•. Cuando se oblitera la conciencia de otros en tanto seres separados de los que tenemos nece­sidad, se oblitera el sentir del propio-ser. En cambio de esto, en los niños autistas se ha desarrollado un yo­cuerpo precoz e inflado, que se cierra para toda percata­ción de los otros. Esto puede adoptar la forma de preten­siones cerebrales· intelectualoides, o de un uso secreto y aislante de •objetos sensación• y •figuras sensación• (Tustln, 1980, 1985, 1987). En el trabajo con estos pa­cientes, por lo tanto, no debemos dejarnos cancelar por su grandiosidad egotista escondida. Detrás de su pasi­vidad, uno de sus objetivos ocultos es debilitarnos, qui­tarnos la confianza, imponerse a nosotros. Es preciso que tengamos una conciencia realista de ello para impe­dir que ocurra, aunque al mismo tiempo nos cause com­pasión el origen de esta conducta, que ha nacido de sen­timientos avasalladores de furioso desvalimiento y de­sesperanza en su infancia. Pero no podremos ayudar al paciente con relación a esos sentimientos hasta no ha­ber reconocido y modificado su encapsulación autista escondida, y hasta que él no experimente la abrumado­ra falencia que le dio origen.

Aunque estos pacientes necesitan sentir que nos im­porta de corazón que vivan o mueran (puesto que un es­pantoso terror de aniquilación es parte del síndrome), no tenemos que presentarnos como silos apresáramos en nuestro cuidado e interés. Esto se debe a que, en al­gunos de estos pacientes, las reacciones autistas se de­sarrollaron, en parte, como una protección frente al pe­ligro de ser ahogados por lo que se les apareció como una madre absorbente que los necesitaba para consuelo de su soledad. Cuando los conocemos por primera vez, puede ocurrir que estos pacientes neuróticos presenten una relación superficialmente buena con su madre, pe­ro pronto se pone en evidencia que en lo profundo le tienen una aversión crónica, una aversión que aduce sus reales defectos para parecer racional. Este aleja­miento de la protección de la madre los expone a estados de terror pánico. Esto ocurre porque en el momento en

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que los runenazaron peligros elementales, carecieron de un «trasfondo de seguridad•, como Sandler (1960) y trunbién Grotstein (1980) han denominado a la protec­ción materna de la infancia temprana. Un trabajo de la psicoterapeuta francesa Varenka Marc (1987) me ha he­cho comprender que, tras el nacimiento, el ritmo de lati­dos del corazón de la madre forma parte de ese •trasfon­do de seguridad•, según lo muestran trabajos recientes con respecto a la situación intra-uterina. Para sentirse seguros y saber que existen, los niños autistas han he­cho un uso impropio del latir de su propio corazón, y se han alejado de los aspectos tranquilizadores y consola­dores de la madre.

Les expondré en lo que sigue detalles de una sesión que ilustra esto en una paciente a quien el éxito y el pro­greso le provocaban terror pánico. Se trata de la pacien­te llrunada Artadne, quien, hacia el final de su análisis, inventó la frase •el ritmo de seguridad•, que fue el titulo de uno de los capítulos de Auttstfc Baniers in Neurotic Pattents (TUstln, 1987). l.a. sesión que sigue no se inclu­yó en aquel libro, y ocurrió un año antes que desarrolla­ra la sensación de tener un •ritmo de seguridad• crea­dor. En la sesión que presentaré, todavía estaba en las garras de sus terrores autistas.

Una sesión de Art.ad.ne

Ariadne era encantadora y agradable. Como todos estos pacientes, era obsesiva y fóbica. Potencialmente era una persona alegre y creadora, pero buena parte de su alegria y creatividad permanecían congeladas en una cápsula autista. En realidad había tratado a Ariadne cuando era niña, y ahora, a los veinticinco años, había vuelto a verme porque había sufrido un episodio ate­rrador, en el que quedó completrunente pasmada, como un cadáver. Había pasado la noche con un enorme te­rror, rogando a su prima (quien noblemente permaneció junto a ella durante toda esa horrible prueba) que la lle­vara a un hospital para enfermos mentales porque esta­ba segura de que se volvía loca. Este episodio siguió a un logro personal en su carrera de actriz, c1-1ando le asigna-

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ron el papel de la primera druna, que había enfermado de manera repentina. Esta situación le desencadenó otra análoga de su ~ancla, cuando le pareció haber usurpado el papel de su madre. Además, en la situación presente, había visto a los otros miembros del elenco, que a su parecer entraban en rivalidad con ella, como depredadores silvestres ante quienes se encontraba desprotegida. Temió que estos depredadores arranca­ran a mordiscos partes de su cuerpo, en particular los pedazos protectores y generadores de sensaciones. Esta es una forma de •angustia de castración• de tipo más ge­neral que la descrita por Freud.

Quiero exponerles algunos hechos pertinentes del historial de Ariadne antes de avanzar con la sesión.

Historial teíñprano de Art.ad.ne. Cuando Ariadne era pequeña, su madre había estado muy deprimida a cau­sa de la muerte de un hijo varón anterior, ocurrida a la edad de dos años y medio. En la temprana infancia de Ariadne, ella y su madre eran anormalmente apegadas, y el padre quedaba excluido; él mismo había contribui­do a esta situación, porque estaba muy absorbido en su labor profesional. En el tratamiento se hizo evidente que, en el fondo de su ser, Ariadne sentía que había sido capaz de empequeñecer y socavar la seguridad de su madre maleable y deprimida, que deseaba ser una ma­dre particularmente buena por la culpa que sentía a causa de la muerte del hijo varón. Como ustedes pue­den imaginar, las reacciones de Ariadne a esta situación presentaron muchas facetas, pero la que quiero desta­car es su creencia de que, para contrarrestar su sensa­ción de pérdida fisica, había arrancado a mordiscos aquel pedazo especial de la madre que le permitía fun­cionar como tal. Después había desconocido la separa­ción de su madre como persona autónoma, y la había manipulado como si fuera parte de su cosa corporal, a fin de poder así lucirse y atraer sobre sí la atención que en su sentir necesitaba para sustentar su .confianza.

La sesión. En la sesión que narro, ocurrida dos años después que hubiera iniciado su segunda psicoterapia, Arladne comenzó contándome que en la escuela nunca

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había escrito un ensayo por sí misma; su madre siem­pre los escribía en lugar de ella. Me dijo que, a sugeren­cia de su madre, había fundado una sociedad de deba­tes en la escuela, y ella había sido la presidenta. •No hice más que seguir el tren y decir lo que mi madre me había indicado. No lo había entendido en realidad. Ni siquiera me interesaba de verdad. Sólo deseaba lucirme, era co­mo cortar una rosa del jardín de otro a escondidas, po­nérmela en el ojal para jactarme con ella y llamar la atención•.

Pensando en las revelaciones que John me había he-cho sobre •el botón rojo en el pecho de mamá•, dije: •Sí, usted cree haber arrancado a mordiscos el botón rojo (la rosa) del pecho de mamá, aquello que le permitía funcio­nar como una madre, y así podía llamar la atención so­bre usted misma para estar segura de existir realmente. Entonces la usaba a ella como una cosa, como si ella fuera una parte de su cuerpo y no una persona autóno­ma. Usted hacía esto porque, cuando bebita, descubrió que el cuerpo de su madre estaba separado del suyo, se sintió desvalida y sin esperanza. Sintió que la Mdejaban tirada". Su existencia misma parecía amenazada. Se creyó perdida. Incluso tendió a hacerme esto mismo a mí en periodos de separación. Pero esta manera de con­ducirse socava su propia iniciativa y confianza•.

Ella respondió: •Pero recuerdo una ocasión en la es­cuela, que se representa con vivos colores en mi mente, en que hice algo por propia iniciativa. Escribí un poema -era sobre la lluvia o algo así-, y a la maestra le gustó mucho, y me pidió que lo leyera en la clase•.

Empecé a replicarle: •O sea que puede ser cr«;:adora por sí misma•, pero Artadne me interrumpió y dijo: •Pero después que hube leído el poema delante de la clase, me entró miedo de que algo terrible me fuera a suceder».

Le señalé que algo similar le había sucedido cuando entró en un terror pánico después que consiguió ocupar el papel de la primera dama en la representación. A mi juicio, esto había desencadenado aquella situación in­fantil en que había creído arrancar fragmentos y peda­zos de su madre blanda, deprimida, para sentirse ella misma grande e importante, porque en el fondo ella se sentía muy carente, poca cosa y desvalida. (Los niños

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autistas a menudo tratan de arrancar a mordiscos par­tes del terapeuta, o pegan en su cuerpo pedazos de car­tón o de papel para darse un pedazo extra.) Pero ella siempre tenía miedo de que la descubrieran. Creía que esta madre blanda, empequeñecida, fácilmente se con­vertiría en una madre dura, vengativa, que recuperaría por la fuerza sus pedazos y partes, y que •empañaría• los esfuerzos creadores de la paciente. (Esta era una de las quejas que tenía contra su madre.) Seguí diciendo que ella siempre temía que le ocurriera algo cuando se mos­traba asertiva y producía algo creador. En periodos de separación, sentía que su boca entraba en una rivalidad a muerte con otras bocas por la tetita generadora de sensaciones. De niña pequeñita había descubierto que el pezón no formaba parte de su lengua controladora, si­no que era algo separado de ella, y entonces, todavía sin palabras, sintió que esas otras bocas se la habían arran­cado a mordiscos. Luchaba siempre por conseguir ese mordisquito pulsan te que la hacía sentir viva, especial y dueña de todo. En periodos de separación, la psicotera­pia dejaba de ser una situación cooperativa para teñirse de una rivalidad silvestre. Su reacción era la de tratar de tapar la percatación de los otros, que, en su sentir, ·pro­curaban apropiarse de ese pedacito especial, generador de &ensaciones, que parecía garantizar tanto su seguri­dad como su existencia.

Ariadne siguió narrándome algo que le había sucedi­do por esos días, y que presentaba analogías con una si­tuación psíquica no resuelta. Se trataba de una especie de •endo-actuación•. En efecto, la situación real se con­vertía en un teatro psíquico donde ella elaboraba sus es­tados encapsulados escondidos y descubría sus peli­gros. Para Ariadne, el •mundo• era siempre •un escena­rio• en el que actuaba los dramas elementales no asimi­lados de su infancia, en un esfuerzo por resolverlos.

En la sesión referida, dijo: •Fui a hacerme mi cabeza para un drama donde debía actuar. Es preciso que ten­ga una falsa cabeza porque al final del drama mi cabeza estalla•. Y prosiguió: •Primero, el hombre que fabrica es­ta cabeza cubrió con látex mi cabeza y hombros. Me co­locó dos cánulas en la nariz para que pudiera respirar. Esto me hizo sentir bien porque el látex era elástico.

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Dentro del látex, escuchaba mi respiración y los latidos de mi corazón, y era algo amigable». (Nótese la índole consoladora del latir del corazón, aunque se trataba de un consuelo autista, con exclusión de otras personas.) Pero Ariadne continuó su relato: •Sin embargo, cuando esparció el yeso fino sobre el látex, sentí pánico. Era algo duro, y sabía que no me podría librar de ello si él no me lo quitaba. Dependía absolutamente de que lo hiciera. Estaba perdida si no lo hacía•.

Le expuse que no podía sino sentir mucho pánico cuando advirtió que dependía de otra persona en quien debía confiar, sobre todo porque estropeaba su confian­za el hecho de vivir en los términos de los extremos ilu­sorios de la existencia de una madre blanda, manipula­ble, que tan fácilmente podía convertirse en una madre dura, inflexible, que la castigaría por explotarla y empe­queñecerla con tan mañoso egoísmo.

Replicó diciendo que a su parecer este seria un buen cuento policial. Otra mujer estaba encargada de fabricar una cabeza para alguien y. ya manos a la obra, tapaba las cánulas que dejaban pasar aire a la nariz, y entonces aquella cuya cabeza hacían •moría sofocada. La asftxia­ban•. Le apunté que temía que yo fuera esa mujer. Tenía miedo de que si me mostraba afable, resultara ser blan­da, seductora y asftxiante, extendiéndome sobre ella co­mo el látex. Pero que de repente pudiera querer vengar­me de lo que ella apreciaba como la explotación y el mo­nopolio que sobre mí ejercía, y me volviera fea, dura y asesina. Estos equívocos que ella traía de su pasado in­fantil significaban que temía usarme y progresar en su análisis. Tenía miedo de haberme hechizado y manipu­lado, no tratándome como a un ser humano indepen­diente sino como a material plástico, similar al látex que se puede manipular. Entonces se sentía apresada por una madre suave de látex que parecía ser parte de su cosa corporal, con quien podía hacer lo que quisiera y a quien no debía compartir con un padre ni con otros ni­ños. Temía que los progresos que había hecho como re­sultado del análisis podía haberlos conseguido hendién­dome como un . cuchillo cortaría manteca (o látex) para sacar de mí lo que deseaba. Sentía entonces que así ella me dejaba •destrozada» (también en el sentido traslati-

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cio), atrofiada y moribunda. Me ponía sobre aviso para que no me dejara seducir por su charla embelesadora (era una narradora notable), que no me hiciera dema­siado blanda y maleable, porque existía el peligro de que después yo me volviera dura y la rodeara como en un molde de yeso, y ella terminara encerrada en una tum­ba. Así quedaría psíquicamente muerta, y perdería to­das sus potencialidades creadoras. (Esto nos trae a la memoria las manipulaciones que David hacía de la gen­te como si fuera plastilina, expuestas en el capítulo 6.)

Discusión clínica. En la sesión referida, me pareció que la experiencia de Ariadne de hacerse la falsa cabeza despertaba estados somato-mentales que habían sido escondidos. En el acto de contarme su experiencia de la fabricación de la falsa cabeza, pudo elaborar esos senti­mientos. Habían dejado de estar excluidos de todo reco­nocimiento. Había experimentado una discontinuidad traumática como en su infancia, en un estado en que le parecía que su existencia dependía de su continuidad corporal con su madre. Este era el quebranto que ya ha­bía experimentado, en el que creía haber perdido una parte vital de su cuerpo. Andaba siempre esforzada en conseguir este trozo extra para poder ser extraordinaria, perfecta y completa. Como Humpty-Dumpty, tenía un sentimiento inflado de la propia importancia que le per­mitía llamar sobre sí la atención extra que necesitaba. Pero se trataba de un sentimiento de importancia inse­guro, que la mantenía al acecho de la amenaza de que­branto: de la •gran caída•, de donde no había esperanza de ser •restaurada». En su caso, la desilusión había en­trado en asociación impropia con la desesperanza. Ade­más, se había vuelto muy perfeccionista y, como tal, se encontraba en vías de convertirse en el más peligroso de todos los individuos, el fanático de miras estrechas.

En esta sesión, se puso en evidencia que en el sentir de Ariadne, en virtud del uso de su encanto seductor ella gobernaba y manipulaba mágicamente el mundo exterior y las personas que lo habitaban, tal como había creído manipular a la madre deprimida de su infancia, como si fuera una cosa corporal blanda como látex, carente de identidad propia como persona independien-

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te. Así se evitaba el sentimiento alarmante de disconti­nuidad toda vez que la extinción parecía inminente. La encapsulación excluía de toda noticia conciente aque­llos estados vulnerables de •agujero negro•. Pero estos eran provocados en otras personas. Su vida era en lo principal una estrategia de gobierno manipulador, que ahogaba su creatividad genuina. Se paralizaba de terror cada vez que le parecía que sus pretensiones cerebrales protectoras iban a estallar, para dejar al descubierto la ingenuidad, vulnerabilidad, desvalimiento y nonada que había dentro.

La reacción consistía en guarecerse de este •agujero negro• de separación corporal sintiéndose cubierta por la cosa corporal de la madre, vivida como si fuera pro­pia. De esta manera podía elevarse a la altura de los de­safios y presiones del mundo exterior, y acallar su con­vicción de ser defectuosa, de estar rota y de no ser bue­na. Otros pacientes, cuando salen de la protección del autismo, han mostrado sentirse como •criaturas desnu­das en el bosque», que necesitan cubrirse con hojas, o pelo, o plumas, o hierba, o con hebras de la alfombra o del tapizado del sofá ... Estos niños hiper-vulnerables sienten que su piel tiene el espesor de un papel o es ine­Xistente. Tienen una desesperada necesidad de proteger su •continuidad de existir• (Winnicott). ·

Cuando Ariadne usaba su propia iniciativa creadora, tenía miedo de haberla arrancado en secreto con los dientes o haberla tomado con engaños de una madre blanda explotada. En el tratamiento, cuando se empezó a sentir grande, creadora y rica, le pareció que yo me atrofiaba y me empequeñecía cada vez más. Esta madre empequeñecida podía tomar venganza y desde luego que no la protegería. Era evidente que se sentía a mer­ced de rivales silvestres, que adoptaban el carácter de los animales depredadores ilustrados por nuestro pasa­do filogenético. Ella temía que la mordieran y le dieran muerte. Estos terrores delirantes eran escondidos por­que contemplarlos asustaba demasiado. Constituían lo que ella denominaba •contracorriente subterránea•. Es­to tenía un efecto devastador sobre su desempeño vital. Paralizaba un alumbramiento psíquico normal. Laman­tenía en un estado de pesimismo que brotaba de su ne-

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gra desesperación desconocida. Sin el empuje de la es­peranza, encontraba dificil tomar decisiones. Rehuía co­rrer incluso riesgos justificados. Como ella decía, •todo debía rematar en un arco de bóveda•, porque en lo pro­fundo se encontraba en un estado de •miedo, temblor y angustia por la muerte•. Para ayudar a los pacientes con su oculto corazón partido, tenemos que •familiarizarnos con• esa parte desesperada de nosotros mismos. Se tie­ne que sacudir el escaparate de nuestra cortesana com­placencia. Debemos despojarnos de nuestras ideas in­fladas acerca de nosotros mismos.

Conclusión

He llegado a pensar que una sensación de separación corporal es el corazón partido en el centro de toda exis­tencia humana, y que por diversas razones algunas per­sonas la viven más ásperamente que otras. El modo en que se la resuelva parece afectar el desarrollo de la per­sonalidad en su conjunto. La visión de los estados pato­lógicos que se asocian con experiencias agónicas de se­paración corporal, como las descritas por Kierkegaard en el epígrafe de este capítulo, pueden semejar un bau­tismo de fuego. Pero si sobrevivimos a este bautismo tre­mendo y se caen de nuestros ojos las vendas autistas, el pensamiento se vuelve más claro y se establece con ma­yor firmeza un sentimiento de identidad individual. Es así tanto para el analista como para el paciente.

Nota

1 Debo agradecer a Alexander Newman porque fue él quien me In­trodujo en el libro de Klerkegaard.

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8. Aplicación por otros profesionales de lo descubierto en niños autistas a pacientes adultos neuróticos

•En la medicina hipocrática griega. el términD "crisis" se empleaba para fndicar { ... )un punto critico que determinaba el curso ulterior del proceso patológico en dirección a un desenlace favorable o a un agravanúento. El término grie­go krinein, del que deriva la palabra "crisis", comunica la idea de una separación, de un desgarranúento que ha de conducir a una trasformación decisiva. En el curso de una prolongada experiencia con pacientes psicóticos y no psicó­tfcos, he podido confirmar{ ... ) que una crisis es siempre, para bien o para mal, un momento de clari.d.acb.

Saloman Resnik, 1985, pág. 5

En la conclusión del capítulo 7 reiteré el descubri­miento central de todo mi trabajo sobre el autismo, asa­ber, que el modo en que se dé trámite a la conciencia de la separación corporal, tanto por la madre como por el infante, es critico para el desarrollo futuro de un indivi­duo. Es una crisis que puede tener por desenlace la sa­lud o la enfermedad. En otro lugar la he llamado •una agonía de la conciencia». Como dice Saloman Resnik en la cita del epígrafe, cuando esta crisis se re-experimenta en la vida posterior, se asocia con estados de claridad aguda y dolorosa. El modo en que estos sean abordados en el momento de su re-experiencia en el encuadre ana­lítico es critico para el curso posterior del análisis. Pasar por esta experiencia somete a una gran prueba tanto al analista como al paciente. Me ha parecido que el trabajo terapéutico con niños autistas nos procura importantes intelecciones sobre la manera en que hemos de asistir a nuestros pacientes neuróticos, y asistirnos a nosotros

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mismos, en la elaboración de esa experiencia crítica. Con el paso de los años, varias personas me han escrito generosamente para demostrar que lo descubierto en la psicoterapia con niños autistas los ha ayudado a elabo­rar, junto con sus pacientes, esa fase crítica del análisis. Quiero compartir esas comunicaciones con ustedes.

Comunicaciones clmicas

La primera comunicación clínica que les quiero pre­sentar me fue enviada por el doctor Lean Fail de Victoria, Australia, quien me escribió lo que sigue:

Al presente sigo un curso de formación en psicoanálisis y tuve la fortuna de asistir a un seminario programático sobre el au­tismo con la señora Eve Steel. Entre las referencias se incluían sus dos libros sobre el autismo, y le escribo para expresarle mi agradecimiento por la ayuda que sus libros me prestaron para comprender las islas autistas en neuróticos adultos; su libro Autistic Baniers út Neurottc Patients todavía no estaba en ese momento disponible entre nosotros. Lo he leído después, y re­fuerza el mensaje que recibí en cuanto a la aplicación a neu­róticos adultos de sus conceptos elaborados con los niños au­tistas. Creo que he logrado producir intervenciones significati­vas y oportunas en casos como esos, estimulado por la lectura de sus libros, e incluyo algunas notas clínicas esperando que sean de su interés (9 de octubre de 1987).

Material clínico del doctor FaU

Durante algunas semanas prevías a la lectura de sus libros, la paciente había discutido temas ya familiares por sus años an­teriores de psicoterapia. En particular, estaba su miedo de rendir sus exámenes de posgrado. Había fracasado tres o cua­tro veces en obtener un diploma de posgrado que era similar al mío. Tenía miedo de canibalizar mis facultades intelectuales y mis creaciones. Pasar los exámenes significaba también ma­durar, y •mueren los padres cuando han crecido los h~os•; aprobarlos significa también para ella la terminación de la te­rapia. Un tema nuevo surgió cuando empezó a perder peso se­cretamente (uno de sus síntomas era la obesidad): el temor de descubrir que en definitiva no estaba embarazada (de hecho no lo estaba) y no era portadora de frutos como los nísperos

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del patio que se podían ver desde mi sala de espera. Toda la escena del patio le producía deleite y la excitaba. Esto se ase­mejaba mucho a la excitación y el deleite que experimentaba cuando oía mi voz; envolvía mis palabras (el contenido no pa­recía tener importancia) en derredor de ella. Yo la había creí­do, me parece ahora que erróneamente, una trasferencia eró­tica. Decía estar pegada a mí corno rémora.

En esta etapa, yo había estado leyendo sus dos libros, y empecé a ver el material bajo una luz diferente y a hacer algu­nas interpretaciones siguiendo la linea de lo doloroso que era tornar conciencia de nuestra separación y de que las adhesio­nes como de rémora estaban destinadas a tapar la percata­ción de la distancia que nos separaba.

He tomado notas más detalladas de sus respuestas a esto, y pensé que serían de particular interés para usted.

Al comie,nzo respondió diciendo que sentía arrancársele la piel, y que, si estábamos separados, entonces quién era yo. Temía reducirse y morir, y que yo no pudiera sobrevivir; pesa­ba lo mismo que los dos juntos, y si yo estuviera separado, tendría que tomar prestado un cuerpo de alguna otra parte. D~e que el pezón en su boca parecía ser aquello que le perte­necía. Respondió que pensaba de ese modo porque, si no lo hi­ciera, sentiría como si algo muy importante faltara. Me veía como a un ladrón de negro antifaz, que le robaba sus ilusiones y su peso, y ahora le aterraba que una nueva pérdida de peso significara su total desaparición. Empezó a sentirse lejana, desesperada, y estrujada y vacía como un limón exprimido. Soñó con un babaco -un fruto exótico, semejante a un pepino con cáscara dura-, pero fue muy decepcionante porque al cortarlo en mitádes no era más que un pepino. El babaco pa­recía simbolizar la pérdida de la dimensión exótica, la pérdida del deleite y del estado de fusión si era cortada por la mitad. La cáscara también simbolizaba la piel dura que debía crecer en derredor de ella por su miedo de desaparecer en la nada. Tuvo pesadillas con un estadio de fútbol lleno de cuerpos muertos dispuestos a la manera tibetana, donde los cuerpos son des­pedazados para que se los coman los buitres.

Empezó a percibirme de manera diferente ahora. Afirmó que antes yo era una presencia difusa, al modo en que la gente habla de Dios: es omnipresente; pero ahora que yo habitaba mi propia piel, y tenía figura de persona, se sentía sola y aban­donada en lo baldío, como alguien que hubiera perdido su fe. Solía sentir que los brazos de Dios la rodeaban y ahora no ha­bía más que un hombre detrás de ella.

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Las rimas de A. A. Milne no cesaban de sonar en su cabeza:

James James /Morrtson Morrtson /Algunos días George Du­pree /Poma mucho cuidado en su Madre 1 Aunque él era sola­mente tres. /James James /Dijo a su Madre, •Madre•, le dijo cierta vez; 1 •Nunca debes bajar hasta el confin del pueblo, si conmigo no es•. 1 ... 1 Periquillo Gacetillero /Difundió la noticia, /Perdida o robada o extraviada, /La Madre de James /James Morrison /Parece descaminada. ( .. . )

Interrumpió en ese punto las rimas, y agregó: •Siento que he descaminado a mi madre. No me gusta este asunto de la sepa­ración, suena a algo que me quiere hacer para librarse de mi•.

Ahora sentía mi presencia como una intrusión indeseada, y mi voz la irritaba, a diferencia del sentimiento anterior de ex­citación y deleite, cuando envolvía en derredor de si los soni­dos de mis palabras. Ahora se sentía sobre el borde de un ven­tanal, a punto de caer y destrozarse, mientras yo la empujaba.

Antes nunca se había sentido triste al terminar las sesio­nes, y por primera vez oyó el tañido de las campanas de la es­cuela próxima, que siempre sonaban cinco minutos antes del final de nuestras sesiones, y ahora parecían tocar a muerto. Tenía fantasías persistentes sobre mi con una boa de plumas en torno de mi cuello. Esto parecía representar un intento de recuperar el estado blando y muelle, de fusión oniroide y, con la ira por la pérdida de este paraíso, la boa se convierte en una boa constrictor que devora enteras a sus presas.

Se veía como un trozo de hielo flotante, un pedazo quebra­do de un glaciar, desprendido de la masa helada. Se veía como inválida mental, como alguien que no tenía mente, o como si le faltara algo, puesto que no compartíamos la misma mente.

Después se preocupó por unos hermanos siameses que eran tema de los periódicos por ese tiempo. Estos siameses es­taban unidos por la reglón pélvica, y por lo tanto tenían un cuerpo y dos cerebros. Le afligía que en el momento en que los separasen, uno perdería algo, porque a uno lo harían hembra, aunque genéticamente era macho, pero no había suficientes genitales masculinos para los dos. •También Eva fue hecha de la costilla de Adán. Si nosotros nos separamos, entonces yo pierdo•. Los gemelos simbolizaban sus miedos de que se debía producir una división de propiedad, y ella se quedaría con fal­ta de algo. Antes habíamos percibido esta carencia, un senti­miento de insuficiencia, la sensación de que faltaba algo como un pene, pero ahora esto se podía definir mejor como una con­ciencia de separación. Al mismo tiempo, estaba el miedo de que algo quedaría dañado con esta división de propiedades, en

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particular ello dejaría una lesión cerebral a causa de la envidia que tenía de mi creatividad en el trabajo que hacíamos juntos. Ahora que se había impuesto una conciencia de separación, lacerantes sentimientos de envidia predominaban en las se­siones.

Estos extractos de sesiones corresponden a un periodo de dos meses y medio. La importancia de sus reacciones y de este periodo de su terapia queda bien demostrada, me parece, por un énunciado simple que hizo unos tres meses después del periodo que acabo de describir. Afirmó •Vengo a verlo a usted estos días, más que a estar aquí•. Esto significaba para ella, por primera vez en su vida, experimentar una real soledad. Creo que se trató de un desarrollo significativo en una mujer de treinta y cinco años que nunca había vivido una relación heterosexual prolongada constructiva, y que llevaba una vida de ermitaña fuera de su vida profesional.

El otro aspecto interesante de esta mujer era que poco des­pués del comienzo de la terapia había vivido en un flujo peque­ño pero constante de lágrimas. De continuo se enjuga los ojos con un pañuelito que extrae de una cartera, donde lo tiene siempre estratégicamente preparado. Creía que estaba con­movida cuando se secaba las lágrimas, péro pronto se puso en evidencia que esta actividad no necesariamente guardaba relación con sus emociones.

Esto siempre me resultó misterioso. Me pregunto ahora si de hecho no era una •figura autista• . En su último libro, usted no menciona expresamente las lágrimas; no obstante, cierta­mente son secreciones del cuerpo. Ahora conjeturo que ella usa conmigo las lágrimas en una modalidad autista, como tranquilizante, para controlar su pánico, para tapar la con­ciencia de la separación. En realidad, el uso de las lágrimas se ha reducido mucho en los últimos seis meses, a partir de su •alumbramiento psicológico•.

Otro paciente

El doctor Fail escribe también:

Encuentro particularmente esclarecedor su capítulo sobre fi­guras autistas en su último libro Auttsttc Baniers in Neurottc Patients, porque me permitió explicarme un síntoma preciso de otra paciente. Para describirlo de manera muy sumaria, siempre me intrigó en extremo el contar compulsWo de esta mujer. Ella cuenta palabras cada vez que las encuentra, para

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comprobar que están presentes todas las vocales. No puede dejar de buscarlas y encontrarlas a todas.

Cuenta las ventanillas de automóviles y tranvías, y les su­ma el número de las patentes. Su meta es obtener un número entero, pero qué sea un número entero, he ahí algo que resul­ta inexplicable.

Además, los números armonizan o no armonizan. Algunos números son discordantes y, en consecuencia, no armonizan, p.ej., no vale un 4 para un automóvil pequeño, es discordante. Ella suma además números telefónicos y, si son discordantes, no los puede memorizar.

Los números tienen que dar por resultado el mismo nú­mero, no Importa la manera en que se los sume. El número fi­nal es siempre el mismo, y ella seguirá contando y sumando hasta que lo sea, o hasta obtener un número congruente apro­ximado. Los números nunca suman O. No le gustan los ceros. Si un número de patente tiene 000, dirá que hay 3 ceros.

El ejemplo más reciente se presentó cuando ella despertó de una pesadilla y vio que la hora era 1:14 (por la tarde).

es en realidad 13:14, 13 suma4, 14 suma 5, 4 y5 suman 9, 13 y 14 suman 27, 27 suma 9, por lo tanto los dos lados suman 9.

Esto parece muy en concordancia con los historiales de Elly y Tony que usted incluye en el capítulo 7 [de Auti.stic Ba­niers tnNeurotic Patients], y le agradezco por haberme ayuda­do a introducir un poco de luz en algo que me había intrigado durante varios años.

(Los autistas de más edad suelen obsesionarse por los números, como lo atestigua el hombre autista del fihne RainMWl. Se trata de una especie de auto-hipnosis co­mo la empleada en ciertas técnicas de relajación.)

Corrumicaciones de otros profesionales

Otra de las cartas que recibí era de un psiquiatra y psicoterapeuta, el doctor Hilary Jones, quien me envió material clínico sobre una paciente que, cosa interesan-

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te, empleó las mismas metáforas -la banda de Moebius y la botella de Klein- que usa el doctor Houzel. basado en su larga experiencia con niños autistas, para descri­bir la desorientación autista y la confusión del lado de adentro con el lado de afuera. [Lo hemos mencionado en los capítulos 2, 6 y 9, y se lo describe con todo detalle en el trabajo del doctor Houzel «Le monde tourbillonnaire de l'autisme• (1985).] Trascribo parte de la carta del doc­torJones:

13 de febrero de 1988

Querida Frances:

Me dio mucho gusto recibir su carta y, desde luego, que se propusiera usar el material. La cita de Winnicott contenida en el trabajo que usted me envió (•TheAutlstlc Capsule in Neuro­tic Adult Patients•). •un intento de enviar el cuerpo a una muerte que ya le había sucedido a la psique•, parece venir al caso precisamente respecto de los pensamientos de Hilda (la paciente sobre la cual discutí con usted hace poco tiempo), aunque hoy se parece más a una paciente deprimida •común• que en el momento en que fui a verla a usted. La sensación de estar •psíquicamente muerta• parece relacionada con lo que Hilda describe así: •cuando estoy deprimida, es como si estu­viera dentro de una bolsa de plástico y todo sucediera afuera•.

La reflexión de Hilda sirve de respuesta al problema de averiguar si estos pacientes tienen conciencia de su en­capsulación, como sucedió con el material de David ex­puesto en el capítulo 6 . Acaso adquieran una conciencia más clara de ella cuando emergen, o ya han emergido, de la cápsula autista; hasta ese momento, la encapsula­ción ha tapado todo salvo una noticia marginal, estre­cha y restringida, del mundo exterior.

Continúa el doctor Jones:

Ella se sintió aliviada después que fui a verla a usted para conseguir una asistencia más potente. Se lo conté para expli­carle la razón por la cual estaba lleno de ideas nuevas. Res­pondió con una oleada de nuevas imágenes. Primero dijo •Mi mente por dentro es como un museo en día domingo; no hay

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nadie allí, y todo está encerrado en vitrinas y armarios•. Inda­gué en torno del self loco, pero en una sesión próxima, Hilda llegó y dijo •¡Me siento corno una botella de Kleinl». Pareció sorprenderse de que yo no supiera de qué se trataba (¡pensé en la •Klein• que no eral), pero me explicó: cUna botella de Klein es corno una banda de Moebius en tres dimensiones. Imagine que fabrica una con la cámara de una bicicleta; usted la corta, le hace un agujero en un costado, hace pasar un ex­tremo por este y después vuelve a unir los extremos cortados. Lo que obtiene es un objeto que no tiene interior ni exterior y que, matemáticamente hablando, carece de dimensiones•. Hilda dibujó el diagrama (figura 3) e hizo estos comentarios: •Se trata de un sólido que no tiene adentro ni afuera. Su mate­mática es muy complicada porque no tiene dimensiones•.

Figura 3.

Prosiguió diciendo: •¡Hace falta un cerebro retorcido para entenderlo! Alguien lo retorció y entonces ya no está donde de­biera. ¡Eso duele!•.

Con referencia al diagrama, continúa el doctor Jones:

De manera repentina se hizo evidente que esta pobre cria­tura tenía un solo orificio corporal; y uno de aspecto decidida­mente uterino (¿o se trata de un cascarón?).

Discutirnos esta imagen del selfpsíquico/sornático de Hil­da. Averigüé que, en el mundo •real•, las botellas de Klein fue­ron concebidas por fisicos corno medio de contener plasma. Este es una materia cargada con energía, de altísima tempera­tura, producto de ciertas reacciones atómicas. Sus propieda­des no permiten contenerlo, corno era incontenible el otro self loco y temido de Hilda, Mandie S. Smith. Pero los fisicos creye­ron que un campo magnético construido en forma de botella de Klein contendría el plasma un tiempo; liberando gradual­mente su energía, se la usaría. Pero fue imposible a la postre.

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Estas sesiones fueron muy intensas, hablarnos de los dolo­res menstruales de Hilda, de sus trastornos con la ingesta, de sus grandes dificultades con la Imagen corporal. Dijo •Me siento corno un tarro de basura, todos se sacuden el polvo en mí y yo no me lo puedo sacar de encima•- Imaginé un tarro de basura sin tapa, pero H!lda presentó un dibujo ajado de una bolsa de desperdicios atada, .depositada sobre la vereda: ¿su cápsula/bolsa de depresión?

La alenté a que me trajera un papel escrito con el trata­miento matemático de la botella de Klein, cuyo contenido desde luego superó en mucho mi comprensión. Pero H!lda se sintió confortada por mi actitud admirativa, y dijo que su ma­dre nunca le había manifestado el menor interés por ninguna de sus tareas escolares. Esto la llevó a hablar sobre una época muy penosa de su niñez. Cuando empezaron sus períodos, H!lda ingresaba en la escuela secundaria. Le gustaban sus ta­reas -en particular las de matemática la serenaban (¿figuras autistas?)- y se sentaba a estudiar con intensidad. Ahora bien, los deberes para el hogar eran una parte importante de lo que exigía la escuela, pero los padres de H!lda no lo com­prendían. Ella se encerraba en su dormitorio para hacerlos, pero siempre la interrumpía su hermanito menor, que ya ca­minaba. La madre amaba y estimaba a este Wjo corno no lo había hecho con H!lda, aunque la pobre Hilda se encargaba en buena parte del cuidado del bebé. Al parecer, la furia de H!lda contra este niñito absorbente era apenas contenible, porque la madre no le exigía irse a dormir ni le ponía otros limites.

Después de aceptar su ira y su dolor por este motivo, Hilda empezó a sentir en el presente los achaques y trastornos fisi­cos que usted había predicho. Su médico clínico parece muy incomprensivo; le dice que no tiene síntomas psicosomáticos, y los dos en consecuencia conspiran para creer que el dolor no existe. Tras varios meses de dolores en una rodilla, Hilda reci­bió por fin un diagnóstico de chon.dromalacia patellae; ¡y el fisioterapeuta afirma que la rodilla está mucho peor de lo de­bido en caso de que el tratamiento se hubiera iniciado antes!

Discusión del material clínico del doctor Jones

Este material de una paciente adulta con depresión grave ilustra con mucha claridad sus rasgos autistas. Ni d doctor Jones ni la paciente sabían que el doctor Hou­

.C'l había empleado la metáfora de la botella de Klein pa­•'" clc·•;<Tlhlr la apretura en que se ven los niños autistas

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con sus sentimientos tempestuosos y abrumadores. Co­mo vimos, estos sentimientos surgieron la primera vez en relación con el trauma de descubrir su separación fi­sica de la madre de una manera inopinadamente brusca y repentina. En la situación de lactancia, por diversas razones, no se vivenciaron a sí mismos como una perso­na sino como un mero apéndice del cuerpo de la madre. En una situación así resulta traumática y lesiva la con­ciencia de la separación corporal. Como se ejemplifica en el capítulo 9, arrecian unos terrores mortales a bocas rivales que maman. (Estos fueron revividos en el caso de Hilda por el nacimiento real del hermano y el posterior favoritismo de que este era objeto.)

Estos niños tienen su vida psíquica infradesarrollada porque nunca pudieron tolerar la sensación de que un espacio separaba su cuerpo y el de su madre. Ese espa­cio es un requisito para que se elaboren sueños y fanta­sías, actividades mentales destinadas a sobrellevar la ausencia de la madre fisica y de otras personas añora­das. Estos pacientes muestran una dependencia extre­ma de la presencia fisica de la gente, y por eso su vida mental es yerma. En su trabajo hoy clásico ("The absent objecb, 1964). Edna O'Shaughnessy examinó este as­pecto de la obra del doctor Bion. Con palabras del doctor Taylor (1987), de cuyo libro ofrecemos extractos más adelante en este capítulo, «impulsos instintuales y ele­mentos de fantasía arcaicos han quedado encarcelados en su cuerpo•. Hilda tenía llena y desbordada su copa de ira, terror y pena. Sus intentos mecanicistas inflexibles centrados en el cuerpo por •contener• este •plasma• y •utilizar su energía• no habían dado resultado. La des­concertaba su torcida vivencia del espacio porque no había distinguido con claridad lo de afuera y lo de aden­tro. Como el niño autista, en cierto dominio de su perso­nalidad Hilda no había sido en verdad dada a luz psico­lógicamente. Esto se debía a que nunca había podido emerger de manera nítida, ni diferenciarse por el cami­no normal, del cuerpo de su madre.

Con su demostración de interés y comprensión obje­tiva, el doctor Jones ayudó a Hilda a asimilar aquellas experiencias tempranas y a iniciar su diferenciación normal. Al adoptar ese proceder, el doctor Jones operó

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como un •metabolon• para el hontanar de ansias impul­sivas de la paciente, tal como lo expusimos en el capítu­lo 2. Esto condujo a que Hilda hiciera un actiTig-out de sus pesadumbres por un camino psicosomático, según lo explica el doctor Taylor más adelante en este capítulo.

Una aplicación de otro profesional

Recibí también una generosa carta confirr.&atoria de Pauline Cohen, una colega que hace psicoterapia de ni­ños con orientación freudiana clásica. Me escribió para relatarme su trabajo con una adolescente que presenta­ba numerosos rituales obsesivos; en particular, no po­día sacarse de la cabeza cierta escena. Era en el parque de una casa donde vivía la familia (que había cambiado muchas veces de domicilio) cuando ella tenía seis años.

Pauline Cohen escribe:

«En 1985 escribí un trabajo con el título MLa lucha por relacionarse con una niña de quince años que presenta una dependencia respecto de una escena recurrente". En esa época, consideré que la escena era un Mpensa­miento transicional": MhogarM. Malgo en lo cual confiar", M no hay otra parte adonde ir". Había leído un trabajo su­mamente interesante de Joseph Saloman titulado MLa idea fija como un objeto transicional internalizado". Sólo cuando leí el trabajo de usted sobre Mobjetos autistas" empecé a comprender que aquello que la paciente lla­maba Mla escena" era una barrera para la comunicación (o sea, un objeto autista). Cuando renunció a la escena, emergió una trasferencia más positiva. ¡Ella había con­servado esta escena durante cuatro años y medio!•.

La señora Cohen se extiende sobre la calidad rumiadora de la vida mental de estos pacientes, lo mismo que el doctor Graeme Taylor, cuya aplicación de lo descubierto en los niños autistas a la afección psicosomática se exa­mina más adelante en este capítulo. Esto nos trae a la mente lo averiguado por Renata y Eugenio Gaddini en relación con ciertos infantes que han sufrido descuido grave y presentan el síndrome de regurgitación conocido

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como •rumiación• (Gaddini y Gaddini, 1959). En estos infantes, lo que resultaba imposible tragar era la regur­gitación fisica del alimento. En pacientes con depresión grave como los descritos por Cohen y Taylor, son devuel­tos y regurgitados fragmentos no digeridos de experien­cia mental. Tales pacientes están temosos con sus ofen­sas y las rumian. Esto presenta la calidad de una adic­ción. La función del analista consiste en ayudarlos a que las elaboren y las eligieran.

Una co11firmación de otro psiquiatra psicoterapeuta

La doctora Nini Herman, autora de My KleinianHome (1988) y de Why Psychotherapy? (1987). también me en­vió generosamente ejemplos de algunas de sus pacien­tes que, entre otras formas de protección, usaban obje- . tos autistas. La doctora Herman escribe:

•Una usaba una pulsera de ébano a la que llamaba su "mordedor" y con la que se ponia a jugar hacia el final de la sesión. Cuando se rompió, fue remplazada antes de la próxima sesión•.

Cita también a otra paciente, que

•hurgaba en busca de monedas en sus bolsillos y se po­nia a jugar con ellas muy sensualmente hacia el final de la sesión. O, mientras permaneéía acostada en el diván, dibujaba círculos u otras Mfiguras" en la pared. Aportó sueños sobre una casa toda llena de enredaderas, y yo me sentí totalmente ahogada por un bebé tremenda­mente posesivo que reptaba sobre mí mientras hacía di­bujos sobre mi cuerpo con su saliva•.

Un trabqjo de J. Innes-Smith

Wendel Motshagen llamó mi atención sobre un tra­bajo de un psicoanalista freudiano clásico publicado en Internati.onal Journal of PsychD-Analysts en 1987. El

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doctor Innes-Smith, cuya terminología técnica difiere al­go de la mía, y que no sabía que yo había dejado de sos­tener la existencia de un estado absoluto de autismo primario normal, escribió sobre lo que denominó •Pre­oeclipalidentiftcation and the cathexis of autistic objects in the aetiology of adult psychopathology•. En ese traba­jo, describió a pacientes cuya categorización resulta difi­cil y que despiertan en el analista sentimientos de abu­rrimiento, frustración, impotencia y parálisis, y con quienes parecen ineficaces los medios usuales de comu­nicación de la asociación libre y la interpretación. El doctor Innes-Smith citó a Bion, que había destacado la importancia de tratar las partes psicóticas de la perso­nalidad en pacientes no psicóticos, y sugirió la existen­cia de •bolsones• de funcionamiento autista en estos pa­cientes que producen •un análisis interminable y una resistencia repetitiva•. Citó a Fairbairn (1952), McDou­gall (1984). Anzieu (1990), S. Klein (1980) y F. Tustin (1981) como autores que habían descrito a este tipo de paciente. Se declaró convencido de que comprender· el uso que el niño hace de objetos y figuras autistas nos conduce hasta la raiz de los •problemas relacionales que acaso subvierten de una manera activa su discurso ver­bah. Afirmó que sólo cuando empleaba estas hipótesis empezaba a oír, detrás de las palabras, •al niño trauma­tizado que hay dentro• (es su expresión).

El doctor Innes Smith tomó como referencia el tipo de complejo de Eclipo freudiano clásico, pero los niños au­tistas ri1 siquiera manifiestan aquel complejo de Eclipo elemental que Melanie Klein describió sobre la base de su trabajo con niños de tipo esquizofrénico. La falta de diferenciación normal de la madre en la infancia tem­prana de los niños autistas implica que ellos han ex­cluido de su conciencia los •elementos padre•. Como lo expresa tan certeramente Margaret Mahler, •el padre corta el cordón umbilical•. En los niños autistas, el cor­dón umbilical psíquico no ha sido cortado. Esto significa que nunca han conocido de manera gradual las restric­ciones y los limites que constituyen aquellas frustracio­nes necesarias y fortalecedoras que prqporciona el he­cho de ser miembro de una familia. En términos colo­quiales, estos niños han hecho por demás •su santa vo-

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luntad•. Esto supone que tienen escasa tolerancia a la frustración, lo que en parle puede resultar de factores constitucionales pero que es sin duda la consecuencia de no haber sido ayudados nunca a avenirse a compar­tir a la madre con un padre. (Acaso en una •familia nu­clear• de clase media, muy cerrada, esa necesidad de compartir imponga un esfuerzo que resulte particular­mente intenso.)

Cuando de repente tienen la brusca conciencia de su separación corporal, espantosos terrores los asaltan, el mayor de los cuales es el terror a otras crías a quienes perciben en mortal rivalidad con ellos por la posesión de la madre; y el padre aparece como un bebé muy grande que es especialmente peligroso. He ahí el destino inevi­table de un infante que se ha vivido como tan •especial• por ser parle del cuerpo de la madre. La elaboración de estos terrores infantiles cuando el niño emerge de su cascarón autista, que lo ha protegido de ellos, es el tema . del capítulo 9.

Esta emergencia del cascarón del autismo es una es­pecie de nacimiento psíquico. En el desarrollo normal, se puede afirmar que el nacimiento psíquico se produce hacia la época del nacimiento fisico, puesto que hoy em­pezamos a saber que el recién nacido tiene mucha más conciencia de su diferenciación de la madre de lo que antes creíamos. En los niños autistas, sus potencialida­des psíquicas se han congelado. Al descongelarse estas, se puede decir que ocurre un •nacimiento psíquico• mu­cho más tarde que lo normal.

Aunque el trabajo del doctor Innes-Smith fue escrito desde una orientación teórica algo diferente de la mía, me esclareció sobre las consecuencias desastrosas que sobrevienen si el complejo de Edipo no se ha esbozado, y menos todavía elaborado, como es el caso en los niños autistas y en los •bolsones• autistas de ciertos pacientes neuróticos. También me hizo comprender que avenirse a la separación de la madre nutrida y a lo inevitable de compartir el •pecho• con otras criaturas es un preludio necesario para tomar noticia del complejo de Edipo y elaborarlo, se conciba este en sus términos freudianos clásicos o en sus términos kleinianos;

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Obstrucciones a la vivencia de coriflittos edípicos normales

Aunque el doctor John Steiner no refiere su trabajo a lo descubierto en niños autistas, es indudable que en su ensayo •Turning the blind eye: The Cover up for Oedi­pus• (1985) contempla obstrucciones autistas a la vi­vencia de sentimientos edípicos normales. De parecida manera, en •The missing link: Parental sexuality in the Oedipus complex• (1987), el doctor Ronald Britton abor­da fenómenos que resultan familiares a quienes traba­jan con niños autistas. En este trabajo, el doctor Britton describe a una paciente adulta fronteriza que, según lle­gó a comprender, no toleraba que él hablara sobre ella con una tercera persona, aunque la tercera persona fue­ra él mismo. No podía soportar la vivencia de un espacio que se extendiera entre ella y el analista. Por lo tanto, era siempre una participante fusionada, y nunca podía convertirse en observadora y alcanzar objetividad.

Como analista, el doctor Britton sentía que no podía abrir un espacio dentro del cual poder reflexionar sobre ella en su condición de persona separada de él. Si in ten­taba hacerlo, la paciente le espetaba cosas tales como •¡Basta con esa maldita ideal•. El doctor Britton terminó por comprender que para esta paciente el comercio con­sigo mismo, sobre el cual ella no tenía control, se sexua­lizaba y era vivido como una forma extravagante y primi­tiva de comercio parental que amenazaba su existencia misma. Esto bloqueaba el nacimiento de sentimientos edípicos normales. Como lo apuntamos en capítulos an­teriores, y lo ilustra también el material clínico presen­tado en el capítulo 9, tan pronto como los pacientes que se encuentran en un estado autista experimentan que existe una distancia entre ellos y el analista (la madre nutricia, en la trasferencia infantil), irrumpen en tropel entidades peligrosas que amenazan la vida.

Aquellos de nosotros que trabajamos con niños a u­Ustas tenemos conciencia de la dificultad de no poder pensar sobre los pacientes porque nos sentimos dema­siado fusionados con ellos, y ellos lo están con nosotros. SI afirmamos nuestra separación de ellos para pensar-

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los de manera objetiva, lo experimentan corno un ataque dañino. Por eso estos niños en los primeros días del tra­tamiento viven las interpretaciones corno unas amena­zas terribles porque afirman la separación de nosotros, que hemos descubierto un lugar separado de ellos, don­de podernos conversar con nosotros mismos acerca de ellos, con todas las consecuencias horrendas que esta situación triangular les significa. Mientras no se elabore esto, es imposible que se desarrollen sentlrnientos edípi­cos normales. Esto es desastroso para su desarrollo psi­cológico.

La aplicación a la medicina psicosomática

El doctor Graerne Taylor ha aplicado lo descubierto en niños autistas a la medicina psicosomática (1987). Corno el doctor Innes-Smith, tampoco el doctor Taylor sabía que yo había dejado de sostener la existencia de · un estado absoluto de autisrno primario normal en la in­fancia temprana. Pero conoce bien los estados autistas y lo que ellos suponen. En una amplia y magistral síntesis titulada Psyclwsomatfc Medicine and Contemporary Psy­choanalysfs, el doctor Graerne Taylor incluye una sec­ción con el titulo «Barrters to object relating». Al comien­zo de esta sección, cita el trabajo de Sydney Klein, •Au­tistic phenornena in neurotic patients• (1980), donde es­te autor explica que fenómenos autistas pueden surgir en el curso del tratamiento psicoanalítico de pacientes que al comienzo parecían afectados sólo por una neu­rosis leve. Taylor cita a la paciente de Sydney Klein que desmentía de manera consistente todo sentimiento refe­rido a las separaciones impuestas por los fines de serna­na y las vacaciones, pero que desarrolló un quiste ovári­co con inflamación aguda que exigió extirpación quirúr­gica en vísperas de una interrupción por vacaciones, y una inflamación aguda en forma de quiste en el periodo previo a la interrupción siguiente.

Continúa el doctor Taylor exponiendo el caso de uno de sus pacientes, un hombre casado de cuarenta y cua­tro años que solicitó psicoterapia psicoanalitica para lo­grar alivio de una diversidad de achaques somáticos que

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incluían dolores recurrentes en el pecho, frecuentes do­lores de cabeza, sinusitis crónica, espasmo bronquial periódico y una úlcera de duodeno. Investigaciones car­diológicas repetidas no habían registrado pruebas de afección coronaria, y esto llevó a los médicos del pacien­te a pensar que los dolores de pecho eran psicógenos.

El doctor Taylor (1987, págs. 274-5) escribe:

•Aunque el paciente trabajaba con bastante éxito corno administrador de una gran organización estatal, soste­nía que ambicionaba ser un gran inventor. Desde la adolescencia le había procurado mucha satisfacción la concepción de ideas y diseños para diversos inventos mecánicos, pero, a causa de su afán compulsivo de revi­sar y perfeccionar estos diseños, había construido y puesto en venta sólo unos pocos ingenios. No obstante, la rurniación de sus ideas le seguía produciendo un pla­cer intenso, y pasaba ante su mesa de dibujo la mayor parte de su tiempo libre•.

Prosigue diciendo el doctor Taylor:

•Corno estas actividades tenían efectos de confortación y de regulación de tensiones, al comienzo entendí que eran fenómenos transicionales, pero un extenso trabajo analítico no logró superar el bloqueo que le impedía completar y producir más inventos. Sólo después que me familiaricé con el trabajo de Tustin sobre los estados autistas y los objetos autistas patológicos discerní la na­turaleza asimbólica del interés de mi paciente por las in­venciones. Su rurniación mental no era sino una activi­dad autista•.

(Véase el paciente de Pauline Cohen, referido antes en este capítulo.)

Y sigue:

« ... era una barrera al trato objeta! íntimo con su esposa e hijos, y lo protegía de afectos desasosegantes y de ha­cerse conciente de la parte psicótica de su personalidad. Además, era un intento desesperado por regular las emociones en bruto, las sensaciones primitivas y las

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protofantasías [elementos beta) que no habían alcanza­do representación psíquica y que presumiblemente de­sempeñaban un papel importante en la génesis de sus disfunciones somáticas» (Bion, 1962; E. Gaddini, 1982, pág. 274).

El doctorTaylor continúa narrando que interpretó la na­turaleza y funciones de estos fenómenos autistas a su paciente, a consecuencia de lo cual este se deprimió mucho con conciencia de sentir «Vaciedad• en su vida.

Veo en estos sentimientos de •vaciedad» los indicado­res de una falta de vida psíquica, que no tuvo desde la madre un espacio suficiente para desarrollarse.

El doctor Taylor avanza en su relato:

•Tuvo una serie de sueños que incluían actos destructi­vos violentos e imágenes de cuerpos humanos y anima­les mutilados y desmembrados. También tuvo varios sueños terroríficos en los que caía en grandes ~agujeros negros~ o ~quedaba atrapado en túneles estrechos~•.

En mi experiencia, la claustrofobia siempre tiene ele­mentos autistas. El doctor Taylor refiere el material de este paciente a los •objetos autistas de sensación» cuan­do escribe:

•En un sueño, que el paciente encontró particularmente horrendo, mordisqueaba la mano y la muñeca cortadas de un infante. Interpreté esta imagen como un objeto sensación pre-simbólico de kpuño en boca~ y como un precursor de objetos y fenómenos transicionales. Por fm, el paciente empezó a soñar con infantes recién naci­dos; al comienzo los rescataba de situaciones peligrosas y después abrazaba a un infante y jugaba con él. Este fue un punto de giro en el tratamiento de este paciente y pareció representar su propio walumbramiento psicoló­gico~. En los meses que siguieron, sus sueños se volvie­ron cada vez más placenteros y simbólicos; poco a poco desapareció su sintomatología fisica, e hizo rápidos pro­gresos en su trabajo de inventos en la misma medida en que este se desprendía de sus funciones defensivas. Además, el paciente empezó a conectarse con las necesi-

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dades emocionales de otros miembros de la familia; en la medida en que se establecían sistemas recíprocos de

.self-objeto, sus relaciones objetales le resultaban mu­cho más satisfactorias».

El doctor Taylor continúa examinando el trabajo de Joyce McDougall (1974) sobre •pacientes médicos alexi­tímicos con defensas autistas». Menciona la obra de Green (1975), quien ha descrito este aspecto de los pa­cientes considerados diciendo que se trata de su propia «locura privada•. Taylor invoca los conceptos de Bion, e indica que a medida que esos estados emergen, es im­portante para el paciente experimentar las •funciones alfa• y de •contenimiento» del analista -o sea, la capaci­dad de reflexión de este- para identificarse con ellas, a fin de que sus propias sensaciones corporales, sus imá­genes arcaicas y sus otros •elementos beta• perturbado­res se trasformen poco a poco en •elementos alfa» y, de esa manera, adquieran una representación mental sim­bólica.

A continuación, el doctor Taylor hace una indispen­sable advertencia acerca de la elaboración de estados autistas en pacientes neuróticos, que yo refrendo de to­do corazón. Dice:

•Estos enfoques terapéuticos se adecuan sólo a una mi­noria de pacientes con afección fisica y defensas autis­tas y que presentan además un grado notable de alexiti­mia. En efecto, Mc.Dougall ( 1982) pone sobre aviso acerca de riesgos serios en el caso de pacientes con alexitirrúa grave, a menos que los terapeutas utraten (su) prisión de­fensiva con. extremo cufd.ado"• (1987, pág. 89; las bas­tardillas son mías).

Prosigue el doctor Taylor:

•Algunos pacientes médicos resultarán no analizables en caso de que ellos y/o el analista sean incapaces de tole­rar que cobren. vida unos únpulsos fnstfn.ttvos arcaicos y unos elementos de fantasía que han quedado encarcela­dos dentro de su cuerpo• (ibid.., pág. 277; las bastardillas son mías).

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Se trata de una advertencia importante y saludable para aquellos de nosotros que intentarnos trabajar con las reacciones elementales que han entrado en escena para proteger aquella parte más tierna y vulnerable de la per­sonalidad humana que se asocia con la conciencia de la separación corporal de la madre/ otro. Para poder asistir a estos pacientes tenemos que mantener un contacto profundo con esos aspectos de nosotros mismos.

Es preciso que conozcamos los aspectos autistas de nosotros mismos

En su trabajo ~Perversion and the universal law•, Chasseguet-Smirgel (1983) escribe:

• Veo en las perversiones no meras perturbaciones de na­turaleza sexual que afectaran a una cantidad de perso­nas relativamente escasa ( ... ) sino ( ... ) una dimensión de la psique humana en general, una tentación de la psi­que común a to<;los nosotros•.

Y continúa:

~Mis estudios y experiencias clínicas me han llevado a creer que existe un wnúcleo perverso" latente en cada uno de nosotros que puede ser activado en ciertas cir­cunstancias» (pág. 293).

El trabajo con niños autistas nos ayuda hoy a com­prender más acerca de este •núcleo aberrante• (como prefiero llamarlo). que se singulariza por su recurso a objetos sensación y figuras sensación. Vamos enten­diendo que este «núcleo• nace del hecho de que los seres humanos son animales temerosos y timidos que necesi­tan engendrar alguna forma de protección para su des­nuda vulnerabilidad cuando la conciencia de la separa­ción corporal de la madre o del otro se convierte en un dato de existencia. Por diversas razones que se asocian con la situación mamífera de la infancia y con el grado de reciprocidad que en ella se estimula, algunas perso­nas han necesitado más que otras de este tipo de protec-

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ción. En sus formas extremas, esas estrategias protec­toras se convierten en un grave obstáculo para el desa­rrollo psicológico.

El capítulo 9 ilustra que, cuando el tipo de psicotera­pia que muestra comprensión para la trasferencia in­fantil establece cierto grado de cooperación y reciproci­dad, las aberraciones protectoras disminuyen. Con an­terioridad, habían sido precisas hasta el grado de que el niño recibiera el rótulo de •autista•.

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9. Ser dado a luz del cascarón autista: pasar a integrar un grupo

•El TTil1J1do de la experiencia pertenece al TTil1J1do básico yo-tú. El Tl1l1J1.Cl.o básico yo-tú cor!flgura el Tl1l1J1.Cl.o de la re­lación. Relación es reciprocidnd. ( ... ) erwueltos de una ma­nera inescrutable, vwtmos dentro de comentes de reci­procidad unwersru..

Martin Buber, I and Tiwu, 1970

Este capítulo presenta material signtllcativo de sesio­nes avanzadas de la psicoterapia de John, tal como que­dó registrado en mi cuaderno de notas de aquella época. Se recordará que John es el niño autista que me enseñó sobre el •agujero negro•, y cuyo material clínico presenté en mi primer libro, Auttsm and Childhood Psychosis (1972), y reproduje, revisando la discusión, en Auttstic Barriers tnNeurottc Patlents (1987). Cuando inició trata­miento, a la edad de cuatro años, John sufría de autis­mo grave y era mudo. El material clínico presentado en este capítulo muestra que ha hecho un gran progreso desde aquel tiempo.

Comentarios sobre el material clínico

Estoy segura de que otros terapeutas verán en los di­chos de John signtllcados que se me escaparon en aquel momento, pero es evidente que este niño de siete años emerge del aislamiento del autismo para tomar concien­cia de que es un individuo separado que integra un gru­po formado por otros individuos. Enfrenta este duro he­r ho y varios otros que se manifestarán a medida que el

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material se desenvuelva. En particular, John se debate con el hecho de su separación fisica de mí y se esfuerza para poder compartirme a mí (y a lo que represento) con otros niños. La capacidad imaginativa que -desarrolla en su lucha por sobrellevar esta frustración representa también un medio que lo asiste en sobrellevarla.

He llegado a la conclusión de que el terror a la situa­ción no conceptualizada que, en otros capítulos, con­ceptualicé como •bocado de mamones• o •pecho de crías• o «enjambre de rivales picadores• brota de una conciencia de separación corporal demasiado repentina dentro de una situación anormalmente fusionada con la madre. He ahí la situación critica que provocó el autis­mo. En John, esto se modifica a medida que se desarro­lla una reciprocidad de cooperación, con lo cual el espa­cio que se extiende entre los dos se vuelve más amistoso y menos hostil. Lo ilustran las sesiones que siguen.

Las sesiones

Martes 11 de febrero de 1964. Sesión 370

Cuando fui a buscar a John, este dijo: «Hola, señora Tustin• con un tono amistoso, de hombre de negocios. Pero se volvió hacia su padre y dijo con angustia: •Pron­to tendré que decir adiós a la señora Tustin•.

En las sesiones anteriores se había puesto en eviden­cia que su caída en los umbrales de mi casa, a causa de la cual se había golpeado la cabeza contra la dura acera, episodio ocurrido hacía unos días, había tenido la signi­ficación de darse de bruces con el duro hecho de que él y yo no éramos continuos y por eso no seguiríamos juntos para siempre. Percibía el hecho de que éramos seres se­parados y nuestro tiempo de estar juntos era limitado; este era un hecho duro que lo lastimaba. Pero había em­pezado a luchar para hacer frente a esta noción dura. A medida que J ohn desarrollaba una conciencia de la existencia de otros y de su separación de ellos, desarro­llaba también una conciencia de •yo-idad•. Cuando vino por primera vez a psicoterapia, John, como otros niños autistas, puesto que había excluido la conciencia de que

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existían otros, tenía escaso o ningún sentido de su iden­tidad personal. La incipiente yema de sus potencialida­des para el desarrollo de un sentir del propio-ser se ha­bía congelado y atrofiado. El material clínico que a con­tinuación se presenta demuestra el descongelamiento de las proclividades innatas de John para el juego, la fantasía imaginativa y un sentir del propio-ser en rela­ción con un grupo de creaturas semejantes a él mismo. Esto vuelve posible el desarrollo de la empalia, que, co­mo lo ha demostrado Peter Hobson (1986), tanto se echa de menos en los niños autistas.

En el consultorio, John tomó el crayón pardo de su cajón de juguetes. Cuando descubrió que debía sacarle punta, se tomó el trabajo de ir hasta la caja para buscar el sacapuntas, y le sacó punta con todo cuidado. (Por lo común intenta que sea yo quien lo haga.) Dibujó el esbo­zo de algo que, al comienzo, no me quiso decir de qué se trataba. Me dejó con una sensación de intriga, por lo cual me puse alerta para detectar signos de una intriga desconocida en él. El dibujo resultó ser un aeroplano. Dijo que la parte puntiaguda de adelante era la nariz, y entonces dibujó algo parecido a un ojo. Dibujó cuadra­dos, diciendo •Ventanas cuadradas•. (No le gustan los cuadrados y los ha evitado la mayoría de las ocasiones. Esto guardaba armonía con su estado de ánimo presen­te, que lo llevaba a enfrentar cosas que no le gustaban.) Después dibujó una puerta y algunas cosas ovales. Dije •¿Más ventanas?•. Para mi sorpresa respondió, con evi­dente gusto de inventar un cuento: •No, bebés cascarón de huevo dentro de la panza de mami que comen pa de huevo•. Era la primera vez que mencionaba •bebés cas­carón de huev9• o •pa de huevo•. Le pregunté por el •pa de huevo», y respondió que era •comida para. los bebés cascarón de huevo•. (Cuando pregunté a su madre y a su padre por este •pa de huevo•, no sabían; no era una palabra que ellos usaran ni una comida que le dieran.) Lo más del tiempo se lo veía disfrutando con su inven­ción de la fantasía, pero en ocasiones parecía asustado. Cuando dije •¿Bebés especiales que comen pa de huevo todos en su cascarón de huevo?•, dijo •Sí... no es cierto•, y arrojó una mirada nerviosa a la •palangana de agua

1 w l: 1• qu e había tenido la significación de una palan-

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gana llena de •clin-clin» y de ~hecliondeces• (las palabras que usaba para decir orina y heces). No había agua co­rriente en esta habitación, por lo cual yo tenía una tinaja con agua limpia y una jarra, y una palangana donde se echaba el agua que había sido usada. Llamábamos a es­to la •palangana de agua sucia•.

En respuesta a su clicho, expresé que Johnny gran­decito sabe que no es cierto, pero Johnny bebé sueña que hay bebés de cascarón de huevo que comen un ali­mento especial de pa de huevo. Responclió •Sí• y se incli­nó hacia adelante y miró las cuentas de mi collar casi ta­padas por mi overaU, y elijo •Cosas que brillan adentro•; clibujó unas marcas pardas, a las que llamó •heclionde­ces•. y miró con angustia la •palangana de agua sucia•. (En una sesión anterior había clicho, a propósito de es­tas cuentas, •Cosas que brillan como clientes•.)

(Dije que Johnny bebé cree que pone sus •heclionde­ces• en las cosas brillantes que hay dentro de Tustin y después tiene miedo de que ella sea una •palangana de agua sucia• que se lo derrame todo encima a él.)

Dijo rápidamente «Tustin tiene una buena cabeza so­bre sus hombros•.

(Dije •Quieres creer que Tustin está toda abotonada -como un pecho de mami- con un buen pezón firme de papi al tope, capaz de guardar adentro con seguridad las hecliondeces y el clin-clin para que no se vuelquen sobre ti•.)

Escribió su nombre, «Johnny•. con la «y• no encerra­da por los contornos de la cola del aeroplano.

(Dije que me quería comunicar su sentir de que peda­zos de él se derramaban fuera, y quería que yo captura­ra este derrame para que no refluyera sobre él y lo enve­nenara.)

Con ocasión del material de David sobre la pústula, en el capítulo 6, vimos el efecto de un derrame venenoso que no había sido aceptado ni metabolizado por una psique materna receptiva: el «metabolon• del capítulo 2.

Dibujó un pequeño aeroplano del que salia humo por la parte de atrás. Después clibujó un sol amarillo con ra­yos que se extendían por todo el cuadro: «como brazos largos•, según elijo. El sol tenía grandes ojos y una am­plia boca con clientes cuadrados. Dibujó una cosa re-

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donda y trazó adentro una marca, y después una linea garabateada al costado, y dijo •Vivoreando dentro de mami•. Después, como sus intenciones no hubieran si­do lo bastante claras, dibujó un aeroplano con hélices y elijo •Bebé Johnny clice pro-pulsores•. Después afirmó •No sé dibujar manos•. y puso su mano sobre el papel para clibujar su contorno.

(Dije que mis cuentas brillantes excitaban su curiosi­dad por lo que yo le escondía; sentía curiosidad por la parte de mí que él no podía ver. Quería pulsar mis cosas privadas con sus ojos. con su boca, con sus manos. Cuando no estaba conmigo, bebé Johnny inventaba una historia sobre la parte de mí que no podía ver. Creía que yo estaba con los ~bebés de cascarón de huevo• que co­mían ~pa de huevo•. pero, con esto, su anhelo de estar conmigo no hacía sino volverse más insoportable porque se excitaba con los cuentos que inventaba.)

Buscó el otro papel y clibujó un aeroplano verde. Pu~ so cuidado en escribir «Johnny• d.e manera que la •y• en­trara dentro de la cola.

Dibujó un aeroplano más pequeño debajo del grande y elijo que el pequeño era bebé Johnny. La sesión llegaba a su fin, y elijo •Bebé Johnny es un corderito hediondo•.

(Dije que bebé Johnny inventaba cuentos sobre be­bés de cascarón de huevo que comían pa de huevo, unos bebés muy especiales que brillaban, que permanecían conmigo todo el tiempo, como las cuentas de mi collar, y que comían un alimento muy especial. En comparación con ellos, Johnny se sentía relegado como un corderito hediondo.)

Miércoles 12 de febrero de 1964. Sesión 371

Cuando entraron, el padre dijo «Johnny afirma que no va a abrir sus ojos porque no quiere crecer. Quiere seguir siendo un bebé».

En el consultorio, Johnny utilizó los lápices para ha­cer un aeroplano. Es decir, no utilizó los lápices en su función de tales. Como apunté en el capítulo 5, esta con­ducta de parte de un niño autista no es un juego imagi­nativo, como lo seria en un niño normal, sino un signo

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de su sentir contrariante y caprichoso. Lo confirmó su siguiente observación, pues dijo •Bebé Johrmy no va a abrir sus ojos. No quiere crecer».

Tras esto, abrió sus ojos y habló en un farfullo confu­so sobre •pájaros que vuelan•, •sus hediondeces•, •bocas de bebés de cascarón de huevo•. Habló sobre los Beatles que hacían •¡Yah!, ¡Yahl•. Dijo que los Beatles eran •Be­bés hediondos• que salían de la •palangana de agua su­cia•. Dijo •Me siento lleno de cosas malas ( ... ) Tustln dice cuándo es el momento de partir( ... ) Tustln se va de vaca­ciones la semana que viene, y bebé Johrmy es un corde­rito hediondo ( ... ) Bebé Johnny no es bueno•. (Dirigió una mirada aprensiva al agujero negro del perchero, que había sido el •pecho no bueno•, y a la •palangana de agua sucia•.)

(Dije que inventar un sueño maravilloso sobre la par­te de mí que él no podía ver le hizo soñar que pulsaba hacia fuera de mí todas mis cosas brillantes a fin de de-

. positar en mí sus hediondeces y su clin-clin. Pero enton­ces soñó que yo era una •palangana de agua sucia•. De ese modo bebé Johrmy se sintió junto a una •Tustln pa­langana de agua suela•, una Tustln que no podía darle nada bueno y que lo hacía sentir hediondo y malo.) Dijo •Bebé Johnny viene a ver a Tustln. Tustln ayuda a bebé Johnny a elegir cosas. Tustln entiende a los bebés•.

Cuando volvió con su padre, dijo •Ahora veo•.

Jueves 20 de febrero de 1964. Sesión 377

En esta sesión dibujó una cosa grande ovalada, y dijo •Mirando a través de las ventanas de cascarón de hue­vo•. A continuación llenó el dibujo de unos garabatos negros, y dijo •Bebés de cascarón de huevo se convierten en bebés feos, ¡yahl, ¡yahl, cuando se queman se ponen negros•.

(Recogí el tema del sueño de bebé Johnny que ataca­ba a los bebés de cascarón de huevo que él imaginaba dentro de aquellas partes de mí misma que él no podía ver, y entonces creía que la quemazón que él les hacía los volvía negros.)

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Viernes 21 de febrero de 1964. Sesión 378

Cuando entramos en el consultorio, dijo •Usted se va afuera el sábado y el domingo•, y enseguida agregó con angustia • ... pero no para tomarse vacaciones largas•.

(Le respondí la verdad: •Sí, me voy afuera el sábado y el domingo. Todavía no me he de tomar las vacaciones largas. Lo haré dentro de seis semanas•.)

En el consultorio escogió un lápiz amarillo y un lápiz pardo. Hizo un esbow pardo de un sol que estaba en el rincón del cuadro. Después lo pintó de amarillo. Dijo •No nos gustan las hediondeces pardas feas, nos gustan las chanchadas amarillas blandas•. Afirmó después: •Las hediondeces pardas hacen que los ojos de mami se pon­gan todos negros•.

(Le dije que creía que bebé Johnny pensaba en lo que me había dicho ayer acerca de que le parecía que él que­maba las cosas brillantes de mami, las cuentas de su collar y sus ojos, y tal vez sus dientes brillantes, con sus hediondeces que quemaban, porque estaba celoso de los bebés de cascarón de huevo que imaginaba él dentro de ella comíendo pa de huevo. Después dije •Recuerda que dijiste que mirabas a través de la ventana de casca­rón de huevo•.)

(Después me di cuenta de que esto pudo asociarse con la pantalla de televisión, una especie de pantalla de televisión •a través del espejo•. John veía reflejos sobre la pantalla de la televisión, pero a veces, cuando estaba encendida, había Imágenes de personas; no obstante, él advertía que estas no eran las mismas que las personas que de hecho estaban presentes. Eran como los reflejos de imágenes en su mente. Este material había sido pre­cedido por sesiones en las que había alucinado que su madre, su padre y su hermana estaban en el consulto­rio. Le había apuntado que quizás él pensaba en ellos y deseaba mucho que estuvieran presentes. En esta se­sión posterior, la que expongo aquí, adquiere la capaci­dad de llevar a cabo, en su pantalla mental interna, aquellas actividades Imaginativas que nosotros llama­mos •fantasía•.) ·

Dibujó un contorno amarillo en la mitad del papel, debajo del sol.

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(Dije •Bebé Johnny quiere darme chanchadas amari­llas blandas en lugar de hediondeces que queman y que ponen negra a mami».)

Respondió: •No se tiene que enojar•. Dibujó un aeroplano en el cielo con amarillo. Dijo •El

avión sube a las nubes. Se aleja y se aleja, y entonces só­lo puedo mirarlo y después ya no lo puedo ver•. Prosi­guió: •Cuando es el tiempo en que usted sube las escale­ras, y después sube las escaleras, y después sube las escaleras• (indicó con su mano que creía que yo subía tres tramos de escaleras).

(Dije que él estaba imaginando lo que me pasaba cuando lo dejaba y él ya no me podía ver, y parecía que yo me alejaba y me alejaba.)

Puso las figuras 000 en el aeroplano, y dijo que esos eran •bebés de cascarón de huevo•.

(Dije que bebé Johnny cree que cuando el botón sale de su boca sólo lo puede mirar, no tocar: •Sabes, como la pantalla brillante de la televisión en el piso de abajo, que mami te ha dicho que puedes mirar pero que no debes tocar•. John escuchó con atención, y dijo •Sí•. Proseguí: «Entonces cuando ya no lo puedes ver más con tus ojos exteriores, crees que lo puedes ver con tus ojos interio­res, y te haces imaginaciones sobre lo que le sucede. Cuando mami se va -cuando Tustin se va-, bebé Johnny imagina que hay bebés de cascarón de huevo dentro de la mami Tustin que tienen el botón rojo en su boca todo el tiempo comiendo pa de huevo, y esto lo ha­ce sentir muy abandonado y celoso y enojado•.)

Dibujó una cosa en forma de cohete con humo que le salía por atrás y que navegaba muy próxima al aeropla­no amarillo.

(Dije: •Bebé Johnny cree que con sus ojos interiores mira a través de las ventanas de cascarón de huevo, co­mo en la pantalla de televisión, a esos bebés de cascarón de huevo que comen pa de huevo, tú crees que envías un cohete con humo a esos bebés porque estás celoso de ellos•. Su madre me había dicho que tenía miedo de los •Beatles•, un famoso grupo musical de moda en aquel tiempo, porque cuando cantaban •¡Yah!, ¡Yahl• temía que salieran de la pantalla de televisión y vinieran a pe­garle.) En respuesta a mi interpretadón acerca de sus

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celos, exclamó: •¡Celoso de los bebés feos! ¡Los quemo hasta que queden negros! ¡Celoso de los bebés feos!•. Y golpeaba la mesa al ritmo de lo que iba diciendo.

Dibujó después unas nubes, y dijo •Irse a dormir•. Después de esto dibujó una •hediondez• verde e hizo

algunas redondas y, mirando angustiado la •palangana de agua sucia•, dijo •bebés pájaros hediondos vienen de ahí a picar mis ojos. Están todos quemados•. (Tuve la impresión de que estos •bebés pájaros hediondos• eran como los que llamaríamos demonios, diablejos o brujos. Se los creía salidos del•agujero infernal negro• de la •pa­langana de agua sucia• que se asociaba con el•agujero infernal negro• de su botón.)

He llegado a pensar que la configuración de •pezón­en-boca• se asocia con •bastón-fecal-en-ano• y, des­pués, con •pene-en-vagina•, y que la diferenciación de estos patrones unos de otros forma parte del crecimien­to normal. En el autismo, las sensaciones que vienen de un •agujero• parecen desbordar sobre los otros •aguje­ros•. Por ejemplo, las sensaciones horribles que tiene en su boca las siente en su ano, y a la inversa. Es un círcu­lo vicioso de sensaciones feas.

Cuando releo mis notas tras un lapso de veinte años, me marcan un pasaje de la edición de Penguin Classics de The Upanfshads, 1 que dice así:

•Hay mundos habitados por demonios, regiones de os­curidad extrema, el que en vida niegue al Espíritu cae en esa oscuridad de muerte•.

Desde luego, la sensación de pérdida y falta que se expe­rimenta como un agujero negro lleno de entidades ame­nazadoras, que John expresa por medio de imágenes corporales, se tiene que expresar en una etapa posterior de la vida por medio de símiles y metáforas. Me parece que llego a esta conclusión: el autismo, si se ha abusado de él, es mucho más que un síndrome de la psiquiatría infantil. Trae por consecuencia la parálisis del espíritu -de la imaginación- y de todo lo que esta procura.

Pero volvamos a las vivencias inmediatas de John y a la descripción que dio de ellas. Ahora pienso que, en su estado de insuficiente diferenciación, •los bebés pájaros

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hediondos• probablemente se asimilaran a los dientes brillantes en mi boca, que tal vez se asimilaran a mis cuentas brillantes que él había mencionado antes de manera confusa junto con bebés favoritos que estaban conmigo todo el tiempo. Estos se habían convertido en lo que he llamado en otro lugar •bocado de mamones~ o •pecho de crías• o •enjambre de rivales•. El modo en que las experiencias de estos niños están aplastadas unas sobre otras y son no verbales y no conceptualizadas, e indiferenciadas entre sí, vuelve dificil entender y expo- · ner su material clínico.

En la sesión referida, dlje •Me parece que me dices que tienes miedo de irte a dormir por la noche porque te­mes a los bebés a los que crees haber quemado por ce­los. Temes que vengan a picarte•.

(Antes de estas sesiones, se había despertado lloran­do por la noche porque había pájaros voladores que eran como bocas que venían a picarlo. Esto me pareció una mezcla de alucinación y sueño.)

Dibujó una •mami sol amarillo• y dijo •Ojos abiertos todo el tiempo. Los soles al ponerse tienen ojos~.

(Dije •Creo que me dices que bebé Johnny necesita crear una mami sol en su mente que pueda tener los ojos abiertos todo el tiempo para que él se encuentre se­guro aunque la mami común externa no esté».)

Cuando vio en el reloj que era llegada la hora (ya sabe dónde se encuentran las manecillas en el reloj al final de su sesión), dijo •No hay que escupir•.

(Bebé Johnny intenta crear una madre sol que no tenga adentro cosas malas como •bebés de hediondez y baba• enojados, que le dan sueños malos por la noche.)

Cuando se iba, miró los dibujos que había hecho y di­jo •Dibujé lindo, ¿no es cierto?•.

Los padres informaron que ese fin de semana des­pertó por la noche y dijo •No voy a llorar porque no estoy asustado~.

(Después de esto, John faltó dos semanas porque en­fermó de sarampión. Los niños autistas nunca están en­fermos. Sólo cuando se recuperan empiezan a padecer las enfermedades infecciosas comunes de la niñez. Al parecer, ahora se vuelve posible esa representación dra­mática psicosomática.)

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Miércoles 26 de marzo de 1964. Sesión 391

La última sesión antes de las vacaciones correspon­dió al miércoles 26 de marzo de 1964.

(En la semana anterior yo le había hablado acerca de las vacaciones y le había mostrado, sobre un almana­que, cuántos días faltaban. Cuando se lo dije, él se puso muy tartamudo y era evidente que eso lo alteraba. Ahora bien, el jueves y el viernes no había parado de decir •Es­taré con Tustin un tiempo corto y después me iré a ca­sa•. Yo nunca le había dicho nada parecido a esto. No sé si lo habían hecho sus padres•.)

Llegó muy feliz y charlaba con su padre en el umbral. Dijo •Adiós, papá•. En el consultorio afirmó: •Botón

rojo viene hasta mi boca y después se va enseguida•. DiJe •Sí•.

Fue en busca del cajón y. dándome la espalda, ma­nejó el tractor •con las ruedas rojas crueles•. (Al mos­trarme los sentimientos crueles de bebé Johnny, cree que hace una cosa cruel en su boca cuando está enoja­do porque el botón no se queda con él todo el tiempo.)

Dijo •Hombre feo desapareció•. Se sentó ante la mesa y dibujó un aeroplano con amplios movimientos deba­rrido y un intento de perspectiva. DiJo mientras dibuja­ba •Usted ayuda a bebé Johnny a reparar el botón roto lentamente. Le saca el pinche que tiene en su boca•.

Contempló el cuadro que había dibujado y dijo •No está bien•; fue en busca de la otra hoja de papel y dibujó un aeroplano con -ventanas de cascarón de huevo•. Dijo •Los bebés de cascarón de huevo que comen pa de hue­vo. La mamá grande, grande•.

(Bebé Johnny sueña con una mamá grande, grande que tiene bebés de cascarón de huevo que comen pa de huevo todo el tiempo y sin parar.)

Dibujó un aeroplano y dijo acerca de las ventanas •Ventanas cuadradas. La mamá no tan grande•.

(Un intento de dibujar a la mamá como es en reali­dad, la mamá que no puede dar de comer al bebé todo el tiempo y que debe alejarse el tiempo restante.)

Dijo •Entonces invento mi propio botón lentamente. Tengo que hacer un sueño lindo•. (Nunca le había dicho esto. Quedé asombrada con su perspicacia.)

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Siguió dibujando, y el lápiz rojo se gastó mucho. De repente se detuvo, lo estampó contra el papel y se puso a gritar •¡Es demasiado duro! ¡Es demasiado duro!•.

(Dije que bebé Johnny quería comunicar que era de­masiado duro inventar el botón rojo dentro de él mismo usándolo bien y cuidándolo cuando estaba alú. Quería volver a sentir que no importaba el modo en que usara las cosas porque él era un bebé favorito de cascarón de huevo que podía conseguir siempre más y más, sin que se acabara. Pero el modo en que usaba esas cosas exter­nas afectaba la índole de las cosas que hacía dentro de él. Si era descuidado y desidioso con las cosas de Tustin, no tendría nada bueno para consolarse durante las va­caciones.)

Se calmó, sacó punta a su lápiz y dibujó un barco. Dijo •Ventanas rectangulares•.

Dibujó el mar y lo hizo más y más encrespado, di­ciendo •hundido•.

(Está enojado con Tustin porque ella no consiente que finja que puede ser un bebé de cascarón de huevo capaz de hacer su gusto en todo, y por eso sus senti­mientos de enojo se encrespan como un mar picado, y teme que este mar hunda a Tustin.)

Dijo •Estoy enojado con la señora mamá y con el se­ñor papá».

(Nótese el surgimiento de sentimientos edípicos.) Empezó a dibujar un helicóptero, y hacía el ruido de

un helicóptero: •¡Tac!, ¡tac! ¡Bebés feos de cascarón de huevo! Estoy en un helicóptero. ¡Tac!, ¡tac!•.

(Dije que se alejaba volando de todas las cosas feas porque creía no poder enfrentarlas.)

Dijo •Hel-i-cóptero ... No me gustan los helicópteros. ¡Trompo roto!».

(Era una referencia a un trompo zumbador, uno de los juguetes que le había provisto, que él había roto en un ataque de rabia porque no giraba sobre la alfombra blanda.) Prosiguió: •¡Gente fea viene a eliminarme!».

Dije •El bebé Johnny celoso y cruel cree que rompe a la mamá y papá de cascarón de huevo y hace desapare­cer todos sus bebés, después se siente en el peor de los mundos, librado a sí mismo con una cosa rota aterrort­zadora que amenaza hacerlo desaparecer•.

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Dijo •Roland y Graham están en la escuela hoy. Son mis amigos•.

(Lo consuela saber que los niños reales no han sido lastimados por sus imaginaciones, y que tiene amigos y no sólo enemigos terribles.)

Dibujó un listón pardo sobre el barco. Enseguida dibujó unos dientitos en la parte inferior

de la hoja, diciendo •Dientes illosos•. Afirmó: •Los dien­tes se tienen que usar correctamente•.

(Cuando piensa en mí como una mamá grande llena de bebés de cascarón de huevo que comen pa de huevo, quiere morderme adentro y no dejarme ir nunca. Pero siente que eso no es usar sus dientes correctamente pa­ra comer el alimento correcto. Había sido muy •fastidio­so• con su comida porque no quería trozos duros y sólo comía alimentos blandos.)

Dijo •Tustin no me dejará quedarme demasiado tiem­po. Es una Tustin práctica•.

(1\lstin no pretende ser una mamá grande que pueda dejarlo ser un bebé de cascarón de huevo y hacer su vo­luntad. Es una Tustin práctica dispuesta a decir que es común y que se tiene que ir para descansar. Entonces él podrá sentirse común y será capaz de usar sus dientes correctamente para comer el alimento correcto.)

Dijo •Si», al parecer aliviado, y después subió las es­caleras y saludó a su padre con alegria.

(Durante las tres semanas de vacaciones de Pascua siguió haciendo progresos. Le dejaron de dar los medi­camentos para dormir, que le habían sido prescritos por la doctora Creak durante una fase de insomnio en la que tenía miedo de pájaros voladores que eran como bocas voladoras que venían a picarlo. Intentó comer trozos du­ros, no obstante lo cual seguía restringido en sus posibi­lidades de comida.)

Discusión

El material ha sido presentado tal como ocurrió du­rante las sesiones, a fin de ilustrar la emergencia de una fantasía que he llegado a considerar un fenómeno uni­versal en la recuperación de niños autistas que todavía

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operan en rúveles elementales. Se trata de una fantasía que, según mi experiencia, se expresa en un momento en que el paciente empieza a experimentar su ser como individuo separado. Según lo expuse en el capítulo 2, he dado en llamarla «bocado de mamones•. •pecho de crías• o •enjambre de rivales•. (Es interesante que en la lengua francesa la palabra sein se emplee para designar tanto el pecho como el útero.) Esto nace en relámpagos de di­ferenciación que siguen a un estado indiferenciado en que su cuerpo les parecía formar parte del cuerpo ma­terno. Es en consecuencia una situación de •boca-pe­cho•. donde el pecho o su sustituto se experimentan en los términos de la boca. El material clínico ilustra el efecto que esta falta de diferenciación normal temprana tenía sobre la vida de fantasía de John, y también el im­pedimento que representaba para el desarrollo de su sentir del propio-ser. En las sesiones presentadas se empiezan a modificar sus terrores a las bocas rivales de otras crías, nacidos de esta falta de diferenciación nor­mal gradual; en efecto, a medida que yo, con tacto, me distinguía de John, lo ayudaba a separar los hechos de la ficción. También confirmé su creciente conciencia de que el juego de la fantasía podía ayudarlo y. además, re­sultar divertido. Por otra parte, retomé y reforcé su con­vencimiento de que el modo en que usara el mundo ex­terno afectaba el modelo interno que se formaba de este. Por ejemplo, si usaba a personas y cosas de una manera cruel, hacía dentro de él una cosa cruel. Esta formación interior, que brota de predisposiciones innatas y que él seguía construyendo en función de sus propios estados de árúmo y también de su conducta, era precisamente aquello a lo cual debía recurrir cuando se encontraba solo.

Al parecer el infante trae consigo un análogo interno de situaciones vitales significativas, del mismo modo que un ave, por ejemplo, posee pautas innatas comple­jas como la de construir rudos. El modo en que el niño marúpule este análogo interno en su fantasía, y en que se comporte frente a aquellas partes del mundo externo que •calzan• con ese análogo innato, afectará su desa­rrollo. Si, por factores constitucionales o a causa de un ambiente que le imponga privaciones impropias (por lo

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común interviene una interacción entre ambos facto­res). se comporta con crueldad, esta pasará a desempe­ñar un papel predominante en el modelo interno del rú­ño. Este modelo interno influirá sobre su visión de la vi­da y sobre su conducta. Influirá sobre la construcción que del mundo externo él haga. Por esta vía, la crueldad incuba más crueldad, y la bondad, más bondad. Parece que estamos aquí ante las fuentes de la moral. Conside­ré que mi papel era ayudar a John a tomar conciencia de los elementos destructivos que guardaba en su interior, y a dominarlos, así como a tener una idea reali~ta sobre sus consecuencias, tanto para él como para otros. (En otros libros -1972, 1987- utilicé la expresión •formas innatas• para designar estas pautas congérútas a-sim­bólicas. Stern -1983, pág. 49- las denota con el térmi­no •esquemas•. y distingue estas constelaciones pre­simbólicas de las •representaciones• simbólicas. Bion -1962- las llamó, por su parte, •pre-concepciones in­natas•.)

Ayudé también a John a moderar sus expectativas, para que no fuera propenso a la frustración a causa de tener nociones fantásticas de realización imposible. Lo asistí en distinguir alucinaciones inmateriales, entida­des oníricas e imágenes reflejadas en una pantalla de presencias sólidas, materiales, reales. Esta asunción de mí misma como una mediadora importante de las leyes del mundo de sentido común fue uno de los aspectos significativos del tratamiento en esta etapa. Pero era preciso llevar a cabo esto dentro del contexto de su pro­pio modo de pensar acerca de sus experiencias, y con respeto por fantasías que no eran una mera escapatoria

e la realidad, sino también un medio de pensarla y amigarse con ella. En este proceso, John empezó a ela­borar una moral personal basada en pre-concepciones innatas. Al dar mi apoyo a esto, no le dicté mandamien­tos morales, sino que más bien le mostré las consecuen­cias de lo que él mismo hacía. Se trataba más de una moral pragmática y relativa que de una moral absolutis­ta y autoritaria.

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Conclusión

A medida que John emergía de su aislamiento pro­tector, sus proclividades sociales se iban liberando. Se descongelaba su «self emergente~. como lo ha denomi­nado Daniel Stern (1986, págs. 37-68). Esto dio lugar a un juego de ideas en su mente. Tal fantasía de tipo ima­ginativo era muy diferente de su uso compulsivo y este­reotipado de objetos sensación y figuras sensación, por cuya mediación había huido de experiencias penosas de separación corporal. Esto lo ayudaba a pensar y a supe­rar situaciones del mundo exterior.

No pude menos que convencerme de este valor de la fantasía imaginativa cuando observé y registré el juego de un grupo de doce niños en su etapa de latencia, que tenían entre nueve y diez años (Tustln, 1951). Estos ni­ños primero se juntaron como una tribu de macacos. Al día siguiente, eran un grupo de magos, que después se convirtieron en químicos, lo que dio por resultado una demanda de lecciones de química. Por último, todos vi­vían juntos en una isla imaginaria llamada •Bon Lon•, donde elaboraron patrones de conducta y superaron crisis imaginarias. Observar a estos niños me obligó a comprender el valor de estas fantasías grupales com­partidas que habilitan a los niños para compartir sus pensamientos y reflexionar, así como para obtener auxi­lio unos de otros en la tarea de erúrentar las realidades del mundo exterior.

Por fortuna, John alcanzaba la capacidad de jugar y se preparaba para participar en actividades grupales compartidas. Se modificaba su encapsulación congela­da protectora, y podía empezar a experimentar la pro­tección que dimana de tolerar las frustraciones que im­pone ser partícipe de un grupo. Esto significaba que en lugar de sentirse protegido por el delirio de •un cascarón externo extraordinario•, como el ejemplificado en el ca­pítulo 6 por la •armadura• auto-fabricada de David, ahora John podía sentirse protegido por •un pecho inte­rior real común~. Aunque primero debía reconciliarse con el hecho de que lo compartía con otros. Pasó por el duro trabajo de abandonar nociones grandiosas imposi­bles de un •pecho~ que era parte de su cuerpo y por eso.

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le satisfacía cualquier asomo de ganas. La experiencia psíquica de un •pecho• compartido interactivo ha de vol­verse el núcleo de un genuino sentir del propio-ser.

Tras elaborar las ansias de la separación corporal, sustentado en experiencias de cooperación recíproca con otros, el niño antes autista -o el paciente neurótico que perseveraba en una cápsula autista inhabilitante­está listo para hacer frente a las alegrías y las penas (las •dificultades•, como las definió un niño) de existir como un ser humano separado, relacionado con otros seres humanos. Experiencias internalizadas de estos lazos proporcionan una forma de protección más confiable y flexible que un cascarón autista externo. En este punto, tanto el niño como el terapeuta están en condiciones de andar por sus sendas independientes.

Nota

1 Fue Ann Beckett quien tuvo la buena idea de llamarme la aten­ción sobre The Upantshads.

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10. Autismo en un paciente adulto

Cuando el manuscrito de este libro estaba en manos de la señora Klara King, la editora amable y paciente que lo preparaba para su publicación, recibí de Chile un tra­bajo que había sido aceptado para su lectura en el Con­greso Psicoanalítico Internacional realizado en Roma en agosto de 1989. Era un trabajo escrito por tres psico­analistas, los doctores Mario Gomberoff, Carmen Noemi y Lituana Pualuan, titulado «fhe autistic object. Its rela­tionship with narcissism in the transference and coun­tertransference of neurotic and borderline patients•.

Tras reseñar la bibliografia sobre el autismo y los ob­jetos autistas, los autores presentan un material clínico ilustrativo. Este retrataba con tan veraces rasgos las particulares dificultades que nos salen al paso en el tra­bajo con la encapsulación autista y la necesidad de que el analista ejerza una firmeza extrema si es que el trata­miento ha de resultar eficaz, que he querido, aun en este estadio final de la preparación del libro, compartir con mis lectores la experiencia de estos psicoanalistas.

Material clínico

El material clínico refería el caso de un hombre de cuarenta años, un artista logrado. Tras la ruptura de una relación de pareja, un mes antes de solicitar asis­tencia al terapeuta, este paciente había sufrido violentas crisis de angustia con sesgo psicosomático. Tuvo una sensación que definió como de desintegración y lacera­ción. Se sintió paralizado y no podía trabajar. Todo esto se elaboró después en la relación trasferencia! con el te­rapeuta, pero fue preciso primero experimentar, com­prender y elaborar fenómenos de contratrasferencia.

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Estos consistieron en que el analista era capturado e impedido de trabajar por las maniobras de encapsula­ción del paciente. A medida que el analista comenzó a entender lo que le sucedía, y por lo tanto la importancia que para el paciente terúan estas estrategias protecto­ras, fue posible modificarlas poco a poco. El trabajo tra­ta de este proceso de curación.

El proceso de curación

Al comienzo este paciente impresionaba mucho porque, según lo precisan los autores, su lenguaje verbal era

~rico, poético, lleno de metáforas, usado con inteligencia y gran sentido estético•.

Esto llevó a que, al comienzo, el analista no comprendie­ra que esta facilidad verbal, que tanto lo cautivaba,

-no estaba al servicio de una comunicación real, sino más bien de una seudo comprensión, una seudo comu­nicación, un seudo análisis•.

Esto se asemejaba a la cabeza auto-fabricada de David, que expusimos en el capítulo 6, que traía consigo el constreñimiento y los miedos atroftantes ejemplificados por el material de Ariadne acerca de una falsa cabeza que le confeccionaban, según lo presentamos en el capí­tulo 7. Por ejemplo, los autores dicen que

~el paciente se aferraba a las palabras del analista, las insertaba en su propia charla y las armonizaba en un todo compacto. Procuraba por todos los medios que su discurso no estuviera en desacuerdo con el del analista•.

Esto significaba, con palabras de los autores, que ~no existía Myo" ni "no-yo"; no había distancia entre estos•. Y continúan explicando:

•Paciente y analista estaban fusionados en un discurso único construido por el paciente. La dificultad en que se

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veía el analista para detectar el objeto autista que el pa­ciente le ofrecía daba lugar a la existencia de una espe­cie de capullo en cuyo interior ambos se fascinaban mu­tuamente por el juego de las palabras•.

Los autores describen el estado de encantamiento en que estaban fusionados paciente y analista, que ponía en suspenso todo cambio y desarrollo.

El hechizo se rompió cuando, en respuesta a una au­sencia del analista y mientras, al retorno de aquel, el pa­ciente se encontraba en su usual empeño de cubrirse a sí mismo y cubrir al analista con lo que los autores defi­nen como un ~caparazón de palabras•, el analista rom­pió por entre esto interrumpiendo al paciente de manera abrupta e interpretando su uso del lenguaje como un in­tento de evitar el reconocimiento del dolor que le había provocado la ausencia del analista. (Lamento no tener espacio para trascribir la circunstanciada descripción que los autores dan de la fase del análisis donde expo­nen vívidamente la encapsulación obrada por paciente y analista gracias a sus propias frases pintorescas.) Ahora bien, en esta ocasión, el analista quebró el •caparazón• y habló de manera tajante y firme al paciente acerca de su ausencia. El paciente replicó diciendo que se sentía

•con ganas de llorar, con mucha pena, y que luchaba con esto porque si no estallaría en llanto y, según expre­só, "un agujero negro lo tragaría"•.

El paciente siguió diciendo que

•desde muy pequeño llegó a ser un acróbata que apren­dió a aferrarse a lo que se ofreciera para sobrevivir•.

Los autores relacionaron esta conducta con el uso de objetos autistas por parte del niño autista, y considera­ron que la utilización de ciertos aspectos del lenguaje verbal, en que se destacaba este paciente, equivalían a mantener apretado con fuerza en la mano un objeto du­ro. Para poder entrar curativamente en contacto con el •agujero negro• de dolor y de pena que era tapado por el uso de estos objetos encapsulanles, el analista se vio

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hablando con más elocuencia e interpretando de mane­ra más cuestionadora de lo que solía.

Dicen los autores que el resultado de esto fue

•como si algo se hubiera roto; afloraron carencias, au­sencias, faltas. El movimiento · se restauró en campos muy primitivos que se asociaban a sensaciones, temo­res o angustias en el paciente tanto como en el analista».

Poco a poco, el paciente empezó a usar el lenguaje verbal ya no para hechizar y despistar, con el propósito de mantener ligado a sí a un terapeuta que podía escaparse de su imperio en cualquier momento, sino para estable­cer con él una comunicación cooperativa.

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Figura 4.

Los autores escriben:

«Sólo paso a paso, y después de atravesar periodos de gran angustja y dolor, el paciente pudo recurrir a un ob­jeto vivo autónomo, en ve~ de buscar el objeto autista».

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Esta afirmación me trae a la memoria el dibujo de Wi­lliam Blake (figura 4) donde se ve a un personaje solita­rio y aislado que, con sus pies separados del suelo, trepa por un único y delgado rayo de luna para subir hasta ese objeto fascinante, inanimado, hechicero, tan tenta­dor e inalcanzable. Según lo interpreto, el dibujo deBla­ke indica que esta empresa sin esperanza significa que es desconocida y es sorteada la pareja parental viva y amante (potencialmente edípica) que tiene los pies bien plantaaos en la tierra. Parece cosa de un lunático. Estos niños están siempre esforzándose en demasía. Viven en función de expectativas sin sustancia e irrealizables.

Como lo descubrieron los psicoanalistas chilenos, y yo misma lo he descubierto, pacientes que se han hecho adictos a este modo de vida autista lunático, aunque sea sólo en una parte de su ser, necesitan en el momento oportuno un empujón firme y resuelto que los ayude a establecer una comunicación recíproca cooperativa con seres humanos vivos, terrenales. Para poder ayudarlos conmiserativamente a dar este paso del autismo a la re­ciprocidad, debemos entrar en plena sintonía con las penas y los terrores que los asediaron y los dejaron •pu­ro cuero» o •empollados», según lo da a entender Chris­topher Logue (1981) en el siguiente poema:

Venid hasta el borde. Podemos caer. Venid hasta el borde. Es mucha la altura. VENID HASTA EL BORDE Entonces fueron, Ellos empujó, Y volaron.

Pero este suceso feliz adviene sólo tras un arduo trabajo preparatorio llevado a cabo tanto por el analista como por el paciente; de otro modo, en efecto, se corre el riesgo de que el paciente torne a caer en el •agujero negro» del desvalimiento y la desesperación. Debo reiterar que es peligroso, para personas que no comprenden la función protectora del cascarón autista, inmiscuirse en este.

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11. Palabras finales

Es todavía mucho lo que queda por descubrir acerca de los aspectos psicodinámicos del autismo.

Por suerte, ha renacido el interés en la psicoterapia de los estados autistas. Es probable, en consecuencia, que el trabajo continúe. Esto nos ayudará a ver en los niños autistas no unas curiosidades psiquiátricas, sino unos seres humanos afligidos con quienes podemos ha­cer empatia y de cuyas tribulaciones aprenderemos m u­cho. De esta manera se arrojará luz sobre las obstruc­ciones, en apariencia intratables, del desarrollo emocio­nal y cognitivo que encontramos en otras perturbacio­nes. Mi trabajo me ha llevado a la conclusión de que esas obstrucciones pueden ser la consecuencia de un despliegue extremado de reacciones protectoras que se han producido para enfrentar traumas intolerables. Por lo común, estos se asocian a la insoportable conciencia de la separación corporal. Pero es preciso tener siempre en cuenta que las protecciones de tipo autista son un mecanismo de supervivencia innato; si se usan de ma­nera conveniente como un recurso temporario para ob­tener alivio de una tensión y una presión intolerables, son potentes y útiles. Es el abuso masivo, excluyente y compulsivo de ellas lo que las vuelve atroftantes.

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12. Una aclaración

Es sólo en el momento en que este libro se envía a la imprenta cuando comprendo con clartdad el esquema básico de inteligencia que se ha ido dibujando en mis muchos años de trabajo clínie;o con niños autistas y con motivo de mis intentos de asimilar esa experiencia por medio de la escritura de libros y trabajos. La hipótesis que ha surgido no es una hipótesis evolutiva que se refi­riera a «etapas» o «fases» o posiciones, sino que atañe a estados de sensación, habida cuenta de que los sentidos son los órganos primarios de la conciencia.

He llegado a la conclusión de que existen, desde la primerisima infancia, estados fluctuantes de conciencia que forman la base de estados mentales durante toda la vida. Gracias a estudios observacionales recientes sabe­mos que, desde el comienzo de la vida, existen estados de percatación alerta en que los infantes toman noticia del mundo exterior de una manera diferenciada. Pero hay pruebas clínicas de que esos estados diferenciados fluctúan con estados en que el sentido de la separación corporal se encuentra disminuido; por ejemplo, en los · momentos previos al dormir y en el curso de este, y en los éxtasis. En tales estados, el mundo exterior y los ob­jetos que contiene se vivencian como una continuación del cuerpo del sujeto. Así, el pecho-pezón parece indife­renciado del boca-lengua o pulgar-puño del bebé. He empleado el término auto-sensible para describir esos estados, y denominé «objetos auto-sensibles» a los obje-tos asociados. ·

Ahora bien, por una diversidad de razones, algunas madres y algunos bebés se asimilan entre sí de manera abusiva y permanecen indiferenciados. Si en ese estado de asimilación se experimenta la separación con dema­siada brusquedad (hoy no empleo la noción de «prema-

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turamente•) para este bebé en particular (por lo común se trata de un infante hiper-sensible y dotado de una sensortalidad extrema), el niño sufre lo que en otro lugar (1981) he llamado «una agorúa de la conciencia•. La se­paración se vive como una pérdida mutiladora de una parte del cuerpo tanto para la madre como para el infan­te. Algunos pacientes han empleado la expresión •un agujero negro• para describir esta experiencia. Se trata de una «nada• que todo lo absorbe. Es la fuente de un ti­po de depresión traumática. Se desarrollan protecciones no conceptualizadas, reactivas, manipuladoras, que por mi parte he conceptualizado como •objetos autistas de sensación• y •figuras autistas de sensación•. Estas for­man un capullo protector estático para el infante vulne­rable, una especie de •segunda piel». según la denominó Bick (1968). Así queda preparado el terreno para lama­nifestación clínica que llamamos •autismo•. La conse­cuencia puede consistir en una disminución global de la conciencia, como en el autlsmo infantil, o en la forma­ción de •bolsones• de funcionamiento en personas neu­róticas o incluso relativamente normales.

En estados de auto-sensibilidad, todos los sentidos están prestos a volverse activos; las respuestas se diri­gen a objetos vivos que entran en reciprocidad, y ellas promueven la andadura de un desarrollo psíquico nor­mal. En los estados autistas, el sentido del tacto preva­lece sobre la vista y el oído, si bien pueden permanecer activos el olfato y el gusto, acaso experimentados en una modalidad táctil. Estas experiencias táctiles se viven co­mo objetos y figuras inanimados, que no entran en reci­procidad. De manera inevitable, la conciencia aminora, aunque por momentos acaso sobrevengan lacerantes e intolerables punzadas de percatación que rebosen de entidades amenazadoras. La vida psíquica plena vir­tualmente se detiene. Ha sido mi preocupación buscar los modos de mejorar ese estado anormal y de echar a andar de nuevo la vida psíquica.

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La alianza rota

En el principio era la luz En el principio era el estruendo Una ausencia era De sensación familiar indefinida. Era el miedo. Era el hambre. Un hambre atroz. Un vacío grande.

Una calidez entró en esta nada Un aroma entró, un tacto, una Blandura envolvente, una dulzura Para mamar de ella y colmar el vacío. Una bienaventurada completud para tomar Con las manos, con la lengua, consoladora y nutricia.

Después fue la nada Un agujero negro que abismaba Sin marcas orientadoras. Una traición, una negativa asaz terrible En su nulidad. Anonadamiento. Arrancamiento de sí o de lo otro.

Tras el principio fue la tiniebla Tras el principio fue el silencio Una ausencia fue Anclada por un objeto duro Apretado con fuerza: la única realidad En el espacio sin sentido.

Barbara McAvoy

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Biblioteca de psicología y psicoanálisis

Mauricio Abadi, El psicoanálisis y la otra realidad Aída Aisenson Kogan, El yo y el sí-mismo Nadine Amar, Gérard Bayle e Isaac Salem, Formación en psicodrama analítico Ca rol M. Anderson, Douglas J. Reiss y Gerard E. Hogarty, Esquizofrenia y familia. Guía práctica de psicoeducación Carol M. Anderson y Susan Stewart, Para dominar la resistencia. Guía práctica de terapia familiar M. Andolfi, C. Angelo y otros, Detrás de la máscara familiar. Un modelo de psicoterapia relacional E. James Anthony y Therese Benedek, comps., Parentalidad Didier Anzieu y colaboradores, Las envolturas psíquicas Michael Argyle, Análisis de la interacción Piera Aulagnier, El aprendiz de historiador y el maestro-brujo Willy Baranger y colaboradores, Aportaciones al concepto de objeto en psicoanálisis Silvia Bleichmar, En los orígenes del sujeto psíquico Peter Blos, La transición adolescente Peter Blos, Los comienzos de la adolescencia Christopher Bollas, La sombra del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin, Lynn Hoffman y Peggy Penn, Terapia familiar sistémica de Milán luan Boszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark, Lealtades invisibles Denise Braunschweig y Michel Fain, La noche, el día. Ensayo psicoanalí­tico sobre el funcionamiento mental Isabel María Calvo, Frida Riterman y colaboradores, Cuerpo-VúJ.culo­'frasferencia Isabel M. Calvo, Frida Riterman y Tessie Calvo de Spolansky, Pareja y familia. Vínculo-Diálogo-Ideología Patrick Casement, Aprender del paciente Piera Castoriadis-Aulagnier, La violencia de la interpretación. Del picto­grama al enunciado Morag Coate, Más allá de la razón. Crónica de una experiencia personal de locura Janine Chasseguet-Smirgel, El ideal del yo. Ensayo psicoanalítico sobre la «enfermedad de idealidad» Madeleine Davis y Da11id Wallbridge, Límite y espacio. Introducción a la obra de D. W. Winnicott Robert Desoille, El caso María Clotilde. Psicoterapia del ensueño dirigido Robert Desoille, Lecciones sobre ensueño dirigido en psicoterapia Alberto Eiguer, El parentesco fantasmático. Trasferencia y contratrasfe­rencia en terapia familiar psicoanalítica R. Horacio Etchegoyen, Los fundamentos de la técnica psicoanalítica Nicole Fabre, El triángulo roto. Psicoterapia de niños por ensueño dirigido Joen Fagan e Irma L. Shepherd, comps., Teoría y técnica de la psicoterapia guestáltica Jean-Baptiste Fages, Para comprender a Lacan

Celia Jaes Falicov, comp., Transiciones de la familia. Continuidad y cam­bio en el ciclo de vida Paul Fedem, La psicología del yo y las psicasis Silvia l. Fendrik, Psicoanálisis para niños. Ficción de sus orígenes John E. Gedo y Arnold Goldberg, Modelos de la mente André Green, Narcisismo de vida, narcisismo de muerte André Green, De locuras privadas André Green, Jean Laplanche y otros, La pulsión de muerte Harry Guntrip, El self en La teoría y la terapia psicoanalíticas Philippe Gutton, El bebé del psicoanalista. Perspectivas clínicas Jay Haley, Terapia no convencional. Las técnicas psiquiátricas de Mil ton H. Erickson Jay Haley, Terapia para resolver problemas Jay Haley, Trastornos de la emancipación juvenil y terapia familiar Jay Haley, Terapia de ordalía. Caminos inusuales para modificar la conducta Jay Haley y Lynn Hoffman, Técnicas de terapia familiar René-R. Held, Problemas actuales de la cura psicoanalítica R. D. Hinshelwood, Diccionario del pensamiento kleiniano Jacques Hochmann, Hacia una psiquiatría comunitaria Don D. Jackson, comp., Etiología de la esquizofrenia Edith Jacobson, Depresión. Estudios comparativos de condiciones nor­males, neuróticas y psicóticas Bradford P. Keeney y Jeffrey M. Ross, Construcción de terapias familiares sistémicas. «Espíritu» en la terapia Heinz Kohut, Análisis del self. El tratamiento psicoanalítico de los trastor­nos narcisistas de la personalidad Bernardo Kononovich, Psicodrama comunitario con psicóticos Léon Kreisler, Michel Fain y Michel Soulé, El niño y su cuerpo. Estudios sobre la clínica psicosomática de la infancia Jürgen Kriz, Corrientes fundamentales en psicoterapia RonaldD. Laing, Herbert Phillipson y A. Russell Lee, Percepción interper­sonal Jean Laplanche, Vida y muerte en psicoanálisis Jean Laplanche, Problemáticas, vol 1: La angustia; vol. 2: Castración. Simbolizaciones; vol. 3: La sublimación; vol. 4: El inconciente y el ello; vol. 5: La cubeta. Trascendencia de la transferencia Jean Laplanche, Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria Serge Lebovici, El lactante, su madre y el psicoanalista. Las interacciones precoces Serge Leclaire, Matan a un niño. Ensayo sobre el narcisismo primario y la pulsión de muerte Claude LeGuen, El Edipo originario Jean Lemaire, Terapias de pareja Eugénie Lemoine-Luccioni, La partición de las mujeres Sylvie Le Poulichet, Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo David Liberman y colaboradores, Semiótica y psicoanálisis de niños Alfred Lorenzer, Bases para una teoría de la socialización Alfred Lorenzer, Crítica del concepto psicoanalítico de símbolo Alfred Lorenzer, El lenguaje destruido y la reconstrucción psicoanalítica Alfred Lorenzer, Sobre el objeto del psicoanálisis: lenguaje e interacción Cloé M adanes, Terapia familiar estratégica H enry W M aier, Tres teorías sobre el desarrollo del niño: Erikson, Piaget y Sears David Maldavsky, El complejo de Edipo positivo: constitución y trasforma­ciones David Maldausky, Estructuras narcisistas. Constitución y trasformacio­nes Pierre M ale, Alice Doumic-Girard y otros, Psicoterapia de la primera in­fnncia

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Octave Mannoni, La otra escena. Claves de lo imaginario PeterA. Martin, Manual de terapia de pareja Gérard Mendel, Sociopsicoanálisis, 2 vols . George A. Miller, Lenguaje y comunicación Roger Mises, El niño deficiente mental André Missenard y colaboradores, Lo negativo. Figuras y modalidades Arnold H. Modell, El psicoanálisis en un contexto nuevo B. Montaluo, Marla B. Isaacs y David Abelsohn, Divorcio difícil. Terapia para los hijos y la familia Augustus Y. Napier y CarlA. Whitaker, El crisol de la familia Juan David Nasio, comp., El silencio en psicoanálisis Juan David Nasio, Los ojos de Laura. El concepto de objeto a en la teoría de J . Lacan Herman Nunberg, Principios del psicoanálisis. Su aplicación a las neuro­sis Pacho O'Donnell, Teoría y técnica de la psicoterapia grupal Gisela Pankow, El hombre y su psicosis Irving H. Paul, Cartas a un joven terapeuta (Sobre la conducción de la psicoterapia) Jean Piaget, Paul Ricoeur, René Zazzo y otros, Debates sobre psicología, filosofía y marxismo Erving y Miriam Polster, Terapia guestáltica Susana E. Quiroga, comp., Adolescencia: de la metapsicología a la clínica Ginnette Raimbault, Pediatría y psicoanálisis Michele Ritterman, Empleo de hipnosis en terapia familiar Carl R. Rogers, Grupos de encuentro Carl R. Rogers, Barry Stevens y colaboradores, Persona a persona Clifford J. Sager, Contrato matrimonial y terapia de pareja !sea Salzberger- Wittenberg, La relación asistencial. Aportes del psicoaná­lisis kleiniano Sami-Ali, El espacio imaginario Sami-Ali, Lo visual y lo táctil. Ensayo sobre la psicosis y la alergia Irwin G. Sarason, comp., Ciencia y teoría en psicoanálisis Thomas J . Scheft. El rol de enfermo mental William C. Schutz, 'lbdos somos uno. La cultura de los encuentros María E. Sirlin, Una experiencia terapéutica. Historia de un grupo de ni-ños de 5 años ' Leonard Small, Psicoterapia y neurología. Problemas de diagnóstico dife­rencial Ross V. Speck y Carolyn L . Attneaue, Redes familiares Thomas S. Szasz, El mito de la enfermedad mental Thomas S . Szasz, Ideología y enfermedad mental Frances Thstin, Barreras autistas en pacientes neuróticos Frances Thstin, El cascarón protector en niños y adultos Carter C. Umbarger, Terstpia familiar estructural Denis Vasse, El ombligo y la voz. Psicoanálisis de dos niños Carl Whitaker, De la psique al sistema. Jalones en la evolución de una terapia: escritos compilados por John R. Neill y David P. Kniskern Earl G. Witenberg, comp., Exploraciones interpersonales en psicoanálisis Roberto Yañez Cortés, Contribución a una epistemología del psicoanálisis Jeffrey K. Zeig, Un seminario didáctico con Mil ton H. Erickson

Obras en preparación

Milton H. Erickson y Ernest Lawrence Rossi, El Hombre de Febrero. Apertura hacia la conciencia de sí y la identidad en hipnoterapia Michel H. Ledoux, Introducción a la obra de Franc;oise Dolto Picrre Marty, Psicosomática del adulto

Obras completas de Sigmund Freud

Nueva traducción directa del alemán, cotejada por la edición inglesa de James Strachey (Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud), cuyo ordenamiento, prólogos y notas se reproducen en esta versión.

Presentación: Sobre la versión castellana l. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de

Freud (1886-1899) 2.Estudios sobre la histeria (1893-1895) 3. Primeras publicaciones psicoanalíticas (1893-1899) 4. La interpretación de los sueños (1) (1900) 5. La interpretación de los sueños (11) y Sobre el sueño (1900-1901) 6 . Psicopatología de la vida cotidiana (1901) 7. "Fragmento de análisis de un caso de histeria • (caso "Dora"), 'Des ensa­

yos de teoría sexual, y otras obras (1901-1905) 8. El chiste y su relación con lo inconciente (1905) 9. El delirio y los sueños en la "Gradiva• de W. Jensen, y otras obras

(1906-1908) 10. "Análisis de la fobia de un niño de cinco años" (caso del pequeño Hans)

y "A propósito de un caso de neurosis obsesiva" (caso del "Hombre de las Ratas") (1909)

11. Cinco conferencias sobre psicoanálisis, Un recuerdo infantil de Leonar­do da Vinci, y otras obras (1910)

12. "Sobre un caso de paranoia·descrito autobiográficamente" (caso Schre­ber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras (1911-1913)

13. Tótem y tabú, y otras obras (1913-1914) 14. "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", Trabajos so-

bre metapsicología, y otras obras (1914-1916) 15. Conferencias de introducción al psicoanálisis (partes 1 y 11) (1915-1916) 16. Conferencias de introducción al psicoanálisis (parte III) (1916-1917) 17. "De la historia de una neurosis infantil" (caso del "Hombre de los Lo­

bos"), y otras obras (1917 -1919) 18. Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del

yo, y otras obras (1920-1922) 19. El yo y el ello, y otras obras (1923-1925) 20. Presentación autobiográfica, Inhibición, síntoma y angustia, iPueden

los legos ejercer el análisis?, y otras obras (1925-1926) 21. El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras

(1927-1931) 22. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras

(1932-1936) 23. Moisés y la religii5n monoteísta, Esquema del psicoanálisis, y otras

obras (1937-1939) 24. lndices y bibliografías