fotografía y tecnología: estado de la cuestión

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Fotografía digital: estado de la cuestión Eduardo Villanueva Mansilla Departamento de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica del Perú [email protected] En la última década, la fotografía digital pasó de una curiosidad a una masificación espectacular, transformando en el proceso el oficio del fotógrafo, y el lugar en la so- ciedad de esta actividad. Este proceso se debe a por lo menos tres factores, los cua- les han interactuado para crear el entorno actual. Un breve repaso sirve para plan- tear algunas preguntas que los investigadores en comunicación, específicamente en comunicación digital, podemos plantearnos, y para proponer algunas rutas de ac- ción. 1. Los factores La popularización de las cámaras digitales es en parte el resultado del abaratamiento de los componentes electrónicos necesarios para su funcionamiento. Los sensores, el elemento que reemplaza a la película química de la fotografía tradicional, llegaron a un precio adecuado para el consumidor final hacia comienzos de la década de 1990, cuando aparecen las primeras cámaras digitales. Irreconocibles para el usuario de estos días, esas cámaras tenían baja resolución y tamaño comparable a una SLR de 35mm, o incluso mayores. Su poca capacidad era resultado de la utilización de al- macenamiento magnético, en la forma de pequeños disquetes. Hace quince años, las cámaras digitales no pasaban de ser una novedad para los geeks, los entusiastas informáticos. Tomaría unos cinco años más, hacia el año 2000, para que esos productos lograran ser útiles en la escala de una cámara auto- mática no reflex, aunque el almacenamiento todavía era un problema. Pero desde más o menos el 2004, la cámara digital ha reemplazado tanto a las cámaras de con- sumo como a las profesionales basadas en película. Entonces, tanto la creciente sofisticación de los sensores digitales, por el lado del hardware, como de los algoritmos que interpretan la información, el componente de software, se han visto acompañadas por la utilización de un cada vez más barato ti- po de almacenamiento en estado sólido, la memoria flash, en el formato de tarjetas SD o Compact Flash. Esta combinación de sofisticación y abaratamiento ha permitido que las cámaras digitales sean la opción preferente para el consumidor, pero tam- bién han fomentado la incorporación de cámaras en dispositivos con otras funciones primarias. La cámara digital que acompaña a muchos teléfonos es un buen ejemplo; es posible así tener una cámara cuando no se lleva una cámara, de forma tal que el aparato lentamente deja de tener simetría con la función primordial, y la función (en este caso la fotografía) deja de ser simétrica a un aparato.

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para el II Coloquio de Fotografía, PUCP, noviembre 2009

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Page 1: Fotografía y Tecnología: estado de la cuestión

Fotografía digital: estado de la cuestión

Eduardo Villanueva MansillaDepartamento de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica del Perú[email protected]

En la última década, la fotografía digital pasó de una curiosidad a una masificación espectacular, transformando en el proceso el oficio del fotógrafo, y el lugar en la so-ciedad de esta actividad. Este proceso se debe a por lo menos tres factores, los cua-les han interactuado para crear el entorno actual. Un breve repaso sirve para plan-tear algunas preguntas que los investigadores en comunicación, específicamente en comunicación digital, podemos plantearnos, y para proponer algunas rutas de ac-ción.

1. Los factores

La popularización de las cámaras digitales es en parte el resultado del abaratamiento de los componentes electrónicos necesarios para su funcionamiento. Los sensores, el elemento que reemplaza a la película química de la fotografía tradicional, llegaron a un precio adecuado para el consumidor final hacia comienzos de la década de 1990, cuando aparecen las primeras cámaras digitales. Irreconocibles para el usuario de estos días, esas cámaras tenían baja resolución y tamaño comparable a una SLR de 35mm, o incluso mayores. Su poca capacidad era resultado de la utilización de al-macenamiento magnético, en la forma de pequeños disquetes.

Hace quince años, las cámaras digitales no pasaban de ser una novedad para los geeks, los entusiastas informáticos. Tomaría unos cinco años más, hacia el año 2000, para que esos productos lograran ser útiles en la escala de una cámara auto-mática no reflex, aunque el almacenamiento todavía era un problema. Pero desde más o menos el 2004, la cámara digital ha reemplazado tanto a las cámaras de con-sumo como a las profesionales basadas en película.

Entonces, tanto la creciente sofisticación de los sensores digitales, por el lado del hardware, como de los algoritmos que interpretan la información, el componente de software, se han visto acompañadas por la utilización de un cada vez más barato ti-po de almacenamiento en estado sólido, la memoria flash, en el formato de tarjetas SD o Compact Flash. Esta combinación de sofisticación y abaratamiento ha permitido que las cámaras digitales sean la opción preferente para el consumidor, pero tam-bién han fomentado la incorporación de cámaras en dispositivos con otras funciones primarias. La cámara digital que acompaña a muchos teléfonos es un buen ejemplo; es posible así tener una cámara cuando no se lleva una cámara, de forma tal que el aparato lentamente deja de tener simetría con la función primordial, y la función (en este caso la fotografía) deja de ser simétrica a un aparato.

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Indiscutiblemente, este cambio no significa que la fotografía química haya sido com-pletamente desplazada, pero sí que ha quedado relegada a un espacio muy preciso de artistas y usuarios que necesitan tipos muy específicos de impresiones. Para el consumidor general, la simplicidad y la rapidez de la cámara digital no tienen igual.

El otro factor significativo es la generalización de opciones para aprovechar estas cámaras. La computadora, elemento indispensable para tener copias de las fotogra-fías, incluye desde hace ya unos diez años puertos USB, una tecnología desarrollada para simplificar las conexiones con componentes periféricos que ha sido aprovecha-da para transferir archivos de las cámaras con relativa rapidez. Aparte de la forma más simple, que consiste en copiar las fotos a una cámara, los programas especiali-zados para administrar las colecciones hace fácil organizar álbumes de imágenes de gran tamaño, que en las versiones más sofisticadas permiten, además de corrección y edición básica, marcar las fotos con información geográfica.

Otros componentes complementarios han sido menos exitosos, por ahora: las impre-soras especializadas en fotos o los marcos digitales no son comunes, haciendo que la alternativa preferida para distribuir las fotos sea la Internet. Desde la facilidad de distribución de Facebook y similares hasta los sitios especializados como Flickr, el usuario final puede difundir sin mayor complicación sus imágenes, con velocidades y alcance incomparables a los que la impresión de antaño permitía.

No debemos olvidar que otro componente del cambio es el "cuarto oscuro digital", que es incluso anterior en su popularización a la aparición de la cámara digital como un producto de consumo. No es solo PhotoShop o Gimp o Aperture o similares: es la serie de pequeñas funciones de corrección, desde recortar hasta ecualizar colores, que el software gratuito que acompaña a las cámaras o a las computadoras mismas ofrece. Sin duda herramientas como PhotoShop son realmente profesionales, pero en el extremo inferior, la posibilidad de ajustar el color y recortar los elementos so-brantes es fundamental para acercar la fotografía al usuario, alejándolo a su vez del espacio más tradicional del laboratorio.

La idea de la fotografía como una imagen concreta, impresa, y sobre todo fija, está pues siendo dejada de lado, por aquella de un archivo de computadora, que pode-mos difundir y replicar, y que sobre todo es sujeta a cambios, sin la estabilidad a la que estábamos acostumbrados. Puede que muchos hayan sabido antes que era po-sible modificar una imagen, pero ahora parece ser que todos sabemos que todas las imágenes son modificadas, todo el tiempo.

La consecuencia de esta facilidad de replicación y manipulación, es que dejamos de creer en la imagen como un registro de la vida misma, para verla como una manipu-lación, una fabricación o quizá una alegoría de la realidad. Hasta cierto se ha perdido punto la calidad de única, de especial, que asociábamos con la imagen fotográfica. Esto no quiere decir que la fotografía siempre haya estado asociada a la unicidad de la experiencia visual; es que para muchos consumidores, la impresión inicial era la única, por razones prácticas o de orden. El cambio no es despreciable.

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2. Los cambios

Sin duda, la fotografía digital ha transformado la práctica de la fotografía. Aquellos que se dedican a la fotografía como arte o profesión podrán sin duda proponer muy pertinentes reflexiones sobre esta transformación, lo que me permite dejar de lado esos campos. Respecto a la fotografía como entretenimiento pasajero, como consu-mo cultural, en cambio, es posible proponer algunas ideas básicas para articular una conversación entre la experiencia profesional y la realidad del usuario final.

La manifestación más evidente del cambio es la presencia constante, atosigante en realidad, de la cámara. Es impensable ahora que un evento, por importante o banal, no sea registrado, porque la cámara digital, sea individual o como parte de un dispo-sitivo complejo, está siempre a la mano. El ejercicio del registro está entonces am-pliamente difundido, y la difusión del registro, también vuelta digital cortesía de los ya mencionados sitios, se ha convertido en parte de la vida cotidiana de los que complementan su comunicación con medios digitales.

En efecto: la utilización de sitios como Facebook y sus similares requiere, para lograr mantener la atención de los co-partícipes, de la constante novedad, de la permanen-te alimentación de contenidos de estreno. Subir fotos resulta simple, y la calidad y originalidad del registro no es relevante, puesto que finalmente se trata de fotogra-fías sin pretensiones. El usuario de estos sitios se inclina pues a registrar todo lo po-sible para contar con contenidos novedosos, y sabe que salvo casos muy precisos, los juicios estéticos no tienen pertinencia.

Esto no es novedad, sin duda alguna. La fotografía siempre ha estado dividida entre los consumidores, que solo buscan registrar momentos de valor personal, y los que se expresan a través de ella, sea como fotoperiodistas o artistas; incluso los aficio-nados a la fotografía, que trataban de dominar el metier de la cámara o el cuarto oscuro, eran un grupo claramente separado de los simples consumidores.

Pero no porque haya sido común fotografiar como consumo, la situación actual no indica un cambio significativo: se ha traspasado una barrera de penetración en la sociedad, y en el proceso se ha alterado la relación entre registro y consumo.

La fotografía, para el consumidor promedio, no es más una actividad que requiera planificación o cuidado, o incluso conocimiento previo: se realiza al paso, sin mayor consideración sea de costos, pues parecen ya no existir, seai de calidad, porque pre-cisamente la desaparición del costo implica que una foto mala no es un problema. El consumidor simplemente borra, y asume la próxima oportunidad.

¿Significa esto que el consumidor y el creador / profesional están más lejos que nunca? Parece ser así. El asunto bien puede ser de percepciones: para el consumi-dor, la fotografía nunca ha sido tan asequible como ahora, hasta el punto de la tri-vialidad. Para el creador / profesional, la aparente simplicidad técnica hace más de-

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safiante decir algo nuevo, al crear nuevas rutas por explorar y nuevas categorías ex-presivas. Una consecuencia de esta divergencia de percepciones puede ser que la lejanía entre el consumo y la creatividad aumente aún más de lo que ya era; sí pare-ce poco probable que la trivialización tecnológica de la fotografía cree un entorno en donde la utilización de herramientas digitales haga más común el tratamiento creati-vo de la imagen.

Como factor que complica las cosas aún más: para el consumidor, especialmente del Perú, nada más fácil que usar y reusar lo que otros han hecho. El consumo de con-tenidos culturales ha sido alterado profundamente por la facilidad de copia digital, la que ha traído consigo el colapso de la industria musical, la desaparición casi total del mercado de alquiler de películas, la profusión del copy/paste, y un largo etcétera. Más allá de la desesperación con financiamiento extranjero de Indecopi, también la fotografía sufre: la facilidad de copia, en este caso, se extiende a la facilidad de reu-tilización.

¿Si la fotografía es trivial, es cotidiana, es automática, porqué habría que pensar que tras una imagen hay una persona que ha dedicado tiempo, talento e imaginación para crearla? Más allá de nombres específicos, cualquier foto es de cualquier perso-na, y por ello es de nadie. No se trata de derechos patrimoniales, es una cuestión nada despreciable de reconocimiento de los que dedican su tiempo, su talento y su imaginación a mostrarnos el mundo desde otra perspectiva, muchas veces única y siempre digna de reconocimiento.

3. El diálogo necesario

Precisamente por esta trivialización, es más urgente el diálogo con el público en ge-neral. Es necesario desde la educación del consumidor hasta la apreciación de la creatividad.

El consumidor que compra porque cree que más pixeles son mejores o que dos pan-tallas son mejores que una es el mismo consumidor que sigue dejando el flash acti-vado y el macro puesto cuando toma una foto en un estadio. Confiando completa-mente en las funciones automáticas de corrección del software que viene con la cá-mara, toma seguro que al final algo, el hombrecito mágico en la computadora, des-facerá el entuerto. Luego toma la foto ajena y la hace propia.

Escoger una buena cámara, enseñar a encuadrar, a iluminar, dar profundidad: habili-dades mínimas que siquiera por razones de consumo de buena calidad deberían in-corporarse en los cursos de informática (dado que las cámaras ahora vienen con ese territorio). Los cursos de arte deberían ampliar la mirada más allá del canon clásico e incorporar la apreciación de la imagen, desde Botticelli hasta Martín Chambi. Con-versar sobre la importancia de la veracidad del registro, la importancia de entender lo que nos dice una imagen sobre lo que somos, lo que hemos sido y lo que quere-mos ser. Sostener nuestra memoria, y construirla entre todos, con las imágenes de cada cámara y la conversación de todos los que las usan.

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Si la fotografía es ahora un arte cercano a todos, ¿por qué no acercarnos todos a ella?

Lima, noviembre del 2009