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E X P O S I C I Ó N

Comisarios Ignacio Henares Cuéllar

Rafael López Guzmán

Gestión de la Exposición

Rafael Villafranca Jiménez

Diseño y dirección de

montaje Julia Pérez Blanco Fernando Pérez Moreno

Conservación

Ignacio Bolaños Figueredo Juan Carlos Castro Jiménez

Clave, S. L- Luis Alberto Carretero

CRA, Conservación y Restauración de Arte S.L. José Alberto Estrada Lara

Begoña Herrero

María José Felix Gutiérrez Juan Ramón Fernández Roldán José Luis Ojeda Navio

M. ª Luisa López Rey

José Manuel López Valverde Rosalía Muñoz Rivas

Carlos Pérez Estévez

Fernando Poyatos Jiménez Restauración del Patrimonio S.L.

Montaje

Logística de Actos S.L.

Transportes Alcoarte

Amado de Miguel

Chapitel, S.L Delfín Garcia

Manterola SITT Transporte Internacional

TTI Transporte Internacional

Poolsegur

STAI, Servicios Técnicos de Aseguramiento Integral Willis Andal

CATALOGO

Coord inac ión c ient íf ica Ignacio Henares Cuéllar

Rafael López Guzmán

Coordinación técnica Salomé Rodrigo ViIa

Diseño General Carmen Jiménez

Textos Antonio Calvo Castellón

José Policarpo Cruz Cabrera

M.ª Elena Díez Jorge Ignacio Henares Cuéllar

Rafael López Guzmán

Yolanda Victoria Olmedo Sánchez Benito Navarrete Prieto

José Manuel Rodriguez Domingo

Comentario de obras

Roberto Alonso M oral [R.A.M .]

Francisco J. Bonachera Cano [F.J.B.C.] EmIIio Caro Rodríguez [E.C.R.]

José Policarpo Cruz Cabrera [J.PC.C.]

Emilio Escoriza Escoriza [E.E.E.]

Ramón A. Gallego [R.A.G.] Fuensanta García de la Torre [F.G.T.]

M. ª Margarita Jiménez de Alarcón [M.M.J.A.] Pilar Jiménez de Cisneros Vencelá [P.J.C.]

Nieves Jiménez Díaz [N.J.D.]

Elena Laguna del Cojo [E.L.C.]

M. ª AuxIIiadora Llamas Márquez [M.A.LL.M.] Javier Moya Morales [J.M.M.]

Angel Ocón Pérez de Obanos 10.0 P0.]

José María Palencia Cerezo [J.M.P.C.]

Mauricio Pastor Muñoz [M.P.M.] SIIvia Pérez López [S.P.L.]

Sergio Ramírez González [S.R.G.]

José Luis Requena Bravo de Laguna [J.L.R.B.L] M. ª Socorro Rodríguez Heras [M.S.R.H.]

Manuel Rubio Hidalgo [M.R.H.] M. ª Encarnación Sánchez Torrente [M.E.S.T.]

Ricardo Tenorio Vera [R.T.V.]

Coordinación de fotografías Pedro Jaime Moreno de Soto

Fotografías

Archivo Histórico de la Villa, Madrid; Arenas Fotografía; Javier Arenas; José María Arroyo; Javier

Algarra; Javier Andrada; Biblioteca Nacional, Madrid; Carlos Choin; Antonio Domínguez Clavelli

no; Colección particular Blanca Paradela, Madrid;

José Manuel Gómez-Moreno Calera; José Luis Gu.

tiérrez; Pedro Feria; Alvaro Holgado; José Carlos Madero; Javier Montalvo Martín; José Miguel Mora

les Folguera; Museo Diocesano de Arte Sacro, Vito-ria; Museo Goya. Castres (Francia); Museo Nacional

de Artes Decorativas, Madrid; Heraclio Oliver; David Revuelta; Jose Luis Romero Torres.

Edita

JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura

Coord inac ión ed ito r ia l

Domingo Rodríguez Ortega

Maquetación y fotomecánica

Grafo, S.A.

I m p r e s i ó n

G r a f o , S . A .

Encua de r nac ió n

G r a f o , S .A .

ISBN: 978-84-8266-756-0

Depósito legal: BI-2-580-07

de los textos: sus autores de

las fotografías: sus autores

de la edición: JUNTA DE ANDALUCÍA.

Consejería de Cultura

La presente obra ha sido impresa en papel certif icado que promueve la Gestión Forestal Sostenible-

Agradecimientos

Carmen Alvarez Delgado; Antonio Alvarez Rubio; Gonzalo Anes y Alvarez de Castrillón; Juan Antonio AreniI las Torrejón; Francisco Benavides Vázquez; Francisco Bonachera ; J. Policarpo Cruz Cabrera; Fuensanta de la Paz Calatrava; Benjamín Domínguez Gómez; Elena Díez Jorge; Emilio Escoriza Escoriza ; Daniel Expósito Sánchez; Esther Galera Mendoza; Fuensanta Garcia de la Torre; Rafael Gómez Benito; Ignacio Hermoso Romero; Rocío Izquierdo Romero; Margarita Jiménez Alarcón; Sor Pilar Montoro; Javier Moya Morales; Antonio Muñoz Osorio; Valme Muñoz Rubio; Benito Navarrete Prieto; Angel Ocón Pérez de Obanos; Rocío Ortiz Moyano; José

María Palencia; Fernando Panea Bonafé; Blanca Paradela Brianso; José Luis Requena Bravo; Mª Socorro Rodríguez Heras; Ana Patricia Romero Rodríguez; Maria Encarnación Sánchez Torrente; Ricardo Tenorio Vera; Isidro Toro Moyano; M del Mar Villafranca Jiménez.

Instituciones

Abadía del Sacro Monte, Granada; Antiguo Hospital del Santísimo Corpus Christi, Padres Agustinos Recoletos, Granada ; Archivo Municipal de Granada; Arzobispado de Granada; Biblioteca Universitaria de Granada; Biblioteca Nacional de España; Caja Granada; Capilla Real de Granada; Archivo-Museo "Casa de los Pisa"; Catedral de

Granada; Catedral de Guadix (Granada); Catedral de Sevilla, Institución Colombina; Div isión Espacio Arte S.L.; Colegio Nuestra Señora de las Angustias, Priego

(Córdoba]; Convento de la Encarnación de Granada; Convento de San Antón de Granada; Convento del Santo Angel Custodio de Granada; Fundación Rodriguez-Acosta, Instituto Gómez- Moreno, Granada; Iglesia de los Santos Justo y Pastor de Granada; Iglesia de San Gil y Santa Ana de Granada; Iglesia de San José de

Granada; Iglesia de San Cecilio de Granada; Iglesia del Carmen de Antequera (Málaga); Monasterio de la Cartuja de Granada; Monasterio de la Encarnación de Baeza

(Jaén); Museo Arqueológico y Etnológico de Granada; Museo Casa de los T iros de Granada; Museo de Bellas Artes de Córdoba; Museo de Bellas Artes de Granada ;

Museo de Bellas Artes de Bilbao; Museo de Cádiz; Museo Nacional del Prado; Musée Goya de Castres (Francia); Museo Municipal de Antequera (Málaga) ; Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid ; Museo Nacional de Escultura de Valladolid; Patronato de la Alhambra y el Generalife; Real Academia de Bellas Artes de

Nuestra Señora de las Angustias de Granada; Santuario de Nuestra Señora de la Victoria de Málaga ; Universidad de Granada.

Colecciones privadas

Colección Carlos Sánchez; Colección Villar-Mir.

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«La ciudad del deseo no es la ciudad ideal, utóp ica y especulat iva.

Es la ciudad quer ida, mezcla de conocimiento cot id iano y de

mister io , de segur idades y de encuentros, de libertades probables y

de transgres iones posib les, de pr ivacidad y de inmersión en la vida

co lect iva»1

Granada sintió vivir una decadencia en el siglo XVII,

como gran parte de las ciudades españolas, al

escogerse Madrid como la capital. Surgen entonces

múltiples textos que intentan construir una memoria de

la ciudad basada en sus antigüedades y exce lencias,

unas con mayor interés religioso que otras. Aunque en

la construcción de la memoria histórica de la Granada

del XVII ha dominado el discurso cristiano como

elemento de cohesión urbanística y social de la ciudad,

porque formaba parte de la realidad, también es cierto

que los últimos trabajos intentan recuperar una vida

civil y una proyección municipal más allá del fervor

religioso y que también fueron realidades sociales

vividas en Granada.2

Ambrosio de Vico, Plataforma de Granada.

1 BORJA, J. y MUXI, Z., El espac io público: c iudad y c iudadan ía, Barcelona, 2003, p- 131.

2 Aunque el Barroco tradic ionalmente abarca desde fina les del XVI, en que empieza a fraguarse, hasta bien entrado el siglo XVIII, nos centramos fundamentalmente en el siglo XVII, esenc ialmente en la primera mitad, momento en que se instauró la necesidad de una nueva percepción que se le quería imprimir a la ciudad de Granada.

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La no aceptación institucional en el XVII de lo islámico vivido

en al-Andalus como parte de lo «español» no se contradice

con el reconocimiento de que parte de la ordenación

urbanística de la ciudad de Granada era islámica, y no sólo

como testimonio de un pasado revivido en la maurofilia

literaria de la época, sino de una realidad muy presente y

cercana. La ciudad construida y vivida se llenó de

procesiones, fiestas y máscaras, pero también de los sueños

no alcanzados, como la permanencia de los moriscos, y de

sueños que poco a poco se debían construir, como la

participación de las mujeres en la ciudad.

LA DECADENCIA DE GRANADA, REALIDADES

Y MITOS

Tradicionalmente se ha visto que la Granada del XVII fue una

ciudad en decadencia. Algunos hechos históricos como la

expulsión de los moriscos y la pérdida de interés como sede

regia así parecen confirmarlo. No obstante, esta imagen deca-

dente debe ser entendida en su justa medida. Por un lado la

percepción de decadencia social y política no fue exclusiva de

Granada sino que, como veremos, fue un sentir generalizado en

España. Por otro lado, y a pesar de esas sensaciones de pérdida

de poder, durante el Barroco se erigieron en Granada símbolos

arquitectónicamente relevantes que debieron convivir con todo

un legado islámico y mudéjar muy presente en la configuración

de la ciudad y dieron unas peculiares características al

urbanismo de entonces.

EL DECLIVE EN ESPAÑA ¿UN MITO HISTÓRICO?

Con estas palabras Henry Kamen trataba de definir y hacer

una relectura del conocido como Siglo de Oro español. En

general, historiadores como Henry Kamen, John Elliot o Anto-

nio Domínguez Ortiz han calificado el siglo XVII español como

una época de declive o decadencia.3 Si tradicionalmente se

basaba esta decadencia en cuestiones de índole religiosa o

intelectual, desde los años cincuenta del siglo XX se puso el

énfasis en las cuestiones económicas.

Pero no nos tenemos que ir a la historiografía más contempo-

ránea, sino que los propios autores del siglo XVII consideraron

su época como decadente, degeneración que para ellos se

había ido originando paulatinamente desde la subida al trono

de Carlos I de España y que contrastaba con la edad áurea

que se vivió con los Reyes Católicos (así lo señala González de

Cellorigo en 1600 o Diego Saavedra Fajardo hacia 1640).

Francisco de Quevedo o Diego Saavedra Fajardo expresaron

sus críticas a las campañas militares y plantearon si no era

mejor vivir en paz con las demás naciones, pues la guerra o

los conflictos bélicos estaban implicando un aumento de la

presión fiscal que, a su vez, suponía un grave deterioro de la

pujanza económica. Saavedra hizo continuas alusiones a la

paz frente a la guerra y, aunque no descartó ésta última,

defendió que era mejor que España dedicase su genio a las

artes y no a la guerra.4 Esta comparación de la paz como un

período que favorece las artes y el ingenio frente a la guerra

como aniquiladora de toda capacidad creativa fue muy habi-

tual a partir de entonces y especialmente en el XVIII español,

piénsese en los escritos de Jovellanos, pero también fue fre-

cuente en los discursos académicos decimonónicos así como

en las explicaciones historiográficas del XX.

Junto a la asociación del florecimiento o la decadencia de las

artes con un estado de paz o de guerra respectivamente, en la

literatura artística del XVII en España se hicieron frecuentes

alusiones a otros motivos que condicionaban las artes: el factor

de la protección de los soberanos y, especialmente relevante, la

presencia en el país de artistas italianos y la formación de los

propios en Italia. Historiográficamente se ha señalado en

exceso la dependencia de los tratadistas españoles con los ita-

lianos, hasta el punto de considerar a los primeros como meros

copiadores serviles de los italianos. La autonomía de la

literatura artística del Siglo de Oro fue puesta de manifiesto en

el trabajo de Karin Hellwing.5 Aun teniendo en cuenta los con-

tactos y viajes de artistas españoles a Italia o la presencia

española en Nápoles, no se puede obviar que el contexto his-

tórico de España marcó unas pautas diferentes de las de la

literatura artística italiana: el problema de los moriscos y su

expulsión (1609-1610), el proceso de conquista de América

durante el XVI y su consolidación a lo largo del XVII, las carac-

3 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A., La sociedad española del siglo XVII, Madrid, 1963-1970; ELLIOT, J., «Self-Perception and Decline in Early Seventeeth- Century Spain», Past and Present, n.° 74, 1977, pp. 41-61; ELLIOT, J. y GARCÍA SANZ, A. (eds.), La España del Conde Duque de Olivares, Valla-dolid, 1990; HAMILTON, E. J., «The Decline of spain», Economic History Review, 1937-38, pp. 168-179; KAMEN, H., «The Decline of Spain: A

historical Myth?», Past and Present, n.° 81, 1978, pp. 24-50.

4 SAAVEDRA FAJARDO, D., Empresas Políticas, Barcelona, 1988.

5 HELLWING, K., La literatura artística española del siglo XVII, Madrid, 1999.

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terísticas singulares de la monarquía de los Austrias y luego de la de

los Borbones... Pero además, las especificidades del arte del siglo XVI

que se dieron en la Península Ibérica influyeron y determinaron unas

características propias a la teoría del arte barroco español. Es más,

algunos artistas españoles se adelantaron con sus proyectos a otros

italianos. Es el caso de Pedro Sánchez con sus soluciones innovadoras

de plantas elipsoidales y centralizadas para la Iglesia de San

Hermenegildo en Sevilla de inicios del XVII, adelantándose a San

Carlo alle Quattro Fontane de Borromini o a San Andrea del Quirinal

de planta elíptica, de Bernini.

No supone negar la clara evidencia de las relaciones entre Italia y

España, sino que se enriquecen al pensar en clave de una trama

histórica con unos ejes geográfico-artísticos de mayor envergadura. La

práctica fue mucho más rica: relaciones con Francia, con

Hispanoamérica, con Portugal, con Flandes y la figura de Rubens, con

Alemania... Son relaciones artísticas que nos hacen apreciar

semejanzas como la revalorización del retrato que se dio tanto en los

Países Bajos como en España a través de un proceso similar, aunque

los resultados fueron diversos, de manera que en el caso flamenco

surgió el género del retrato historiado y en el español tuvo mayor

difusión el retrato a lo divino. Sin duda estas relaciones y

especificidades artísticas están presentes en la literatura artística del

XVII.

Pero, a pesar de este entramado cultural y con la salvedad de

algunas afirmaciones optimistas, todos los autores juzgan difícil la

situación de los artistas en España y discutible la calidad de la

producción artística propia. Es la self-perception, negativa e inferior,

a la que Jonh Elliot hiciera referencia en algunos de sus trabajos.

LOS «CULPABLES» DE LA DECADENCIA

Hay diversos factores que se han puesto de relieve para explicar esa

decadencia. Quizás uno significativo ha sido la debilidad del poder

central. Esta debilidad explica las actuaciones del propio ministro

Olivares, con ciertos impulsos absolutistas o centralistas. Por ejemplo,

en 1624 presenta un Gran memorial para acabar con el lujo y la

extravagancia en todo el país, prohibiendo Felipe IV la entrada en el

reino de todo vestido o adorno de lujo, como las valonas de encaje con

el pequeño cuello almidonado. Se ha hablado en este sentido de una

«castellanización» de la Península, que también repercutió en el

arte. Si los artistas sevillanos, valencianos o zaragozanos fueron a

principios de siglo a formarse a Italia (Roma o Nápoles) —son los

casos de Pablo de Céspedes, Juan de Jaúregui o Giuseppe Ribera—,

desde mediados de siglo fue menos frecuente el viaje a Italia frente

a los viajes formativos a Madrid, como hicieron Alonso Cano o

Herrera el Viejo, por citar algunos ejemplos.

Otro de los factores a los que se ha «culpado» del declive español

viene constituido por el sector demográfico ante la disminución de

población. Epidemias y hambrunas que causaron cerca de un millón

de muertos, más que una guerra; la emigración a América; incluso se

ha señalado la población morisca desterrada. Sobre este último punto

creo que hay que revisar muy prudentemente el número de moriscos

expulsados: probablemente fueron más los que se quedaron, frente a

lo que tradicionalmente se ha señalado.

Por otro lado, culturalmente se ha hablado de una animosidad

religiosa hacia lo extranjero o, incluso, de una intolerancia intelectual

interna que llevó al aislamiento intelectual del país. No está de más

señalar que durante el XVII no tuvo lugar la fundación de ninguna

universidad, aunque se modificaron y crearon nuevos edificios para la

institución académica. En este plano se fundamenta lo que algunos

autores denominan como la leyenda negra de España, imagen de un

país de intolerancia, especialmente religiosa, idea ésta que se

consolidará a lo largo del XVIII y principios del XIX, especialmente en

la historiografía anglosajona.

En el plano artístico también se ha destacado la animadversión de

los artistas españoles frente a los extranjeros, especialmente

italianos, ya que los encargos importantes de la Corte recayeron

muchos de ellos en artistas italianos. Esta mayor consideración

hacia lo extranjero por parte de la Corte se recoge tanto en Vicente

Carducho como en Jusepe Martínez, quienes afirman que para ser

reconocido un artista español debía estar muerto o vivir lejos de la

patria.6

Como defendiera Mateo Revilla en un artículo sobre Ribera, no

debemos entender esta animadversión a lo extranjero como una mera

rivalidad corporativa entre los pintores españoles frente a los extran-

6 CARDUCHO, V., Diálogos de la Pintura, su defensa, origen, esencia, modos y diferencias, Madrid, 1633, ed. Francisco Calvo Serraller, Madrid, 1979; MARTÍNEZ,

J., Discursos practicables del nobilísimo Arte de la Pintura, Zaragoza, 1673, ed. Julián Gállego, Madrid, 1988.

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jeros, sino que se plantea como una crítica a las insuficiencias

culturales.' La supuesta falta de formación se intentará

remediar con las pretensiones de fundar academias de

protección estatal. A pesar de los numerosos memoriales, los

artistas madrileños no consiguieron fundar esa ansiada

academia. Algunos investigadores han explicado la falta de

visión política de la monarquía española para controlar a los

pintores, como hará Luis XIV en Francia, aunque quizás este

control no fuese necesario en un país donde hubo una

abrumadora temática de asuntos de devoción, con una insti-

tución como la Inquisición que se encargaba de ese control. Sea

como fuere, los memoriales de los artistas no hacían sino

mostrarnos un deseo ardiente de que la monarquía ejerciera no

tanto un control como un mecenazgo artístico canalizado por

medio de las academias.8

En definitiva, los artistas consideraron como principales cau-

sas del retraso y de la crisis del arte en el país la mala coyun-

tura de encargos para los artistas españoles, la falta de un

patrocinio resuelto y el bajo nivel de instrucción de comprado-

res y mecenas. Todas estas ideas de decadencia contrastan

paradójicamente con la denominación del Siglo de Oro, pues

para los hombres y mujeres del XVII no se estaba asistiendo

precisamente a un período floreciente del arte español. Y es

en este marco cultural y social donde se encuadra el

imaginario y las realidades que sobre Granada se

construyeron y vivieron en el siglo XVII.

GRANADA ANTE LA CAPITALIDAD DE MADRID

Arte y política estaban muy unidos, nunca habían dejado de

estarlo. Gaspar Gutiérrez de los Ríos o Juan Alonso de Butrón

son juristas que dedicaron tratados a las artes. Al igual que en

el resto de Europa, ya no era sólo el artista el que escribía

sobre arte. Diego de Saavedra en sus Empresas políticas hizo

importantes alusiones y aportaciones a las Bellas Artes. Aunque

algunos estudiosos han considerado mediocre el texto de

Saavedra, sin duda hay ideas interesantes en él. Su obra gira

en torno al príncipe, alegando el conocimiento que éste debería

tener de la Historia, no de toda sino de aquella que le moviera

a una auténtica virtud, y para ello no había camino más útil que

el arte que decoraba el marco donde se desarrollaba su vida

cotidiana. El arte se convierte de este modo en un medio de

educación y glorificación del príncipe. Estas ideas no se deben

confundir con una influencia de Maquiavelo, porque lo que

caracterizó a Fajardo, como pensador del Barroco, fue su

interés por el príncipe absoluto, la política y el estado, y todo

su sistema gira no tanto en la consecución de unos fines como

en la glorificación del monarca.

En este marco ideológico no resulta extraño asistir a la glorifi-

cación del monarca a través de ciertas expresiones artísticas,

entre ellas la creación y diseño de grandes ciudades que con-

centraran y manifestaran el poder del monarca y su Corte, al

estilo de las antiguas fundaciones de ciudades como Madinat al-

Zahara o El Cairo, construidas para la gloria del gobernante y su

imperio en el Mediterráneo. El XVII renueva ese lenguaje de

poder absolutista a través de la ciudad.

El nacimiento de la capitalidad de Madrid explica parte de la

pérdida de importancia de Granada. Ante el nuevo surgimiento

de la capital, se empequeñecieron y empobrecieron otras,

especialmente aquellas que dejaron de ser sede de la Corte iti-

nerante. Cuando en 1561 Felipe II declaró su interés por con-

vertir a Madrid en sede fija del monarca, no sólo Granada, sino

otras tantas ciudades y villas, vieron mermada su importancia

política. Las ciudades debieron adaptarse a esta nueva situa-

ción. Toledo perdió la primacía política que, como capital del

imperio y residencia del monarca, había desempeñado pun-

tualmente a lo largo del XVI. Sevilla se transformó en una ciu-

dad paralizada durante el siglo XVII, sin vida.9 La antigua capi-

tal del reino nazarí vio rotas las ilusiones, vividas con Carlos I

de España, de ser residencia imperial. En todas estas ciudades

destacaron durante el Barroco algunas construcciones religiosas

pero realmente ninguna transformación urbanística relevante.

Tampoco en Madrid. Si bien es cierto que Madrid como sede de

la Corte concentró esfuerzos urbanísticos y especialmente

arquitectónicos, también es cierto que en realidad durante el

siglo XVII vivió un crecimiento caótico en el que Juan Gómez de

Mora tuvo que introducir un mejor ordenamiento y la higiene

urbana. En realidad, no se habla de un Madrid urbanísticamente

barroco, al menos durante el XVII, aunque sí con mayor

claridad durante el siglo XVIII. Como se ha señalado, su

7 REVILLA UCEDA, M., «Ribera en la tratadística española», Napoli Nobilísima, n.° 20, 1981, pp. 85-101.

8 CALVO SERRALLER, F., «Memorial de los Pintores madrileños, 1603», La teoría de la pintura en el siglo de Oro, Madrid, 1981, pp. 165-168.

9 Cfr. MÍNGUEZ, V. y RODRÍGUEZ, I., Las ciudades del absolutismo. Arte, urbanismo y magnificencia en Europa y América durante los siglos XV-XVIII, Castellón de la Plana, 2006, p. 292.

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En este marco conviene matizar que si bien Madrid acaparó la

atención artística, algunos otros centros tuvieron sus propias

características y generaron corrientes artísticas de relevancia.

Cada una de las ciudades responde a especificidades y dife-

rencias culturales dentro del propio país. La España del siglo

XVII era un conjunto de reinos, unidos bajo un mismo cetro,

pero separados por los fueros, las monedas o las aduanas. Pero

además de estas especificidades culturales, las ciudades, los

edificios y las páginas de los tratados fueron una historia latente

de deseos y anhelos individuales y grupales. Por todo ello

quizás no estén tan presentes ni tan claros la contradicción y el

desequilibrio entre el Barroco central frente al periférico.

Así pues, el XVII fue una época difícil para la ciudad de Grana-

da, pero con ciertos matices.11 Las celebraciones de la canoni-

zación de San Juan de Dios, los preparativos de la venida del

rey Felipe IV y otros tantos festejos, como el Corpus Christi, for-

maban parte del vivir ciudadano que hacía engalanar las calles y

edificios con la barroca arquitectura efímera, y todo ello junto

con las bajadas de las monedas y las subidas de las mercade-

rías, con las plagas de langostas y las visiones de los cometas

que se interpretaban como signos de una tormentosa época.

Pero a pesar de esa imagen de decadencia, de la inestabilidad

de los gremios y de los vaivenes económicos, las imprentas, las

Bartolomé del Valle. Explicación y pronóstico de los dos cometas,

1619. Biblioteca General Universitaria, Granada. Grabado que ilustra la explicación y pronóstico de los dos cometas que se divisaron sobre

Sierra Nevada. Algunas de estas explicaciones sobre cometas anteriores auguraban

catástrofes como la expulsión de los moriscos.

10 Ibídem, pp. 77 y ss.

11 Sobre diversos aspectos politices, sociales, económicos y culturales, vid. ANDÚJAR CASTILLO, F., Del Siglo de la Crisis al fin del Antiguo Régimen (1630-

1833). Historia del Reino del Granada, Granada, 2000.

proyección urbanística no corrió paralela a su importancia

social y económica.10

Que algunas de las producciones artísticas más importantes

surgieran en Sevilla, en Zaragoza o en Granada, nos habla de

la importancia de unos centros artísticos más allá de la Corte.

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librerías, los grabadores, la construcción de nuevos edificios y

las reformas de las calles, nos hablan de una ciudad muy viva.

Porque Granada seguía siendo una de las ciudades más pobla-

das de la Península y, especialmente, seguía concentrando

diversos organismos institucionales: mantuvo la capitalidad

eclesiástica de toda la parte oriental de Andalucía, fue una de

las ciudades donde hubo mayor número de conventos erigidos

por la Corona. La presencia de la Capitanía General del Reino

de Granada con sede en la Alhambra, la aristocracia urbana

que configuraba el concejo, la presencia de la Universidad, o la

centralidad jurídica al ser la sede de una de las dos Reales

Chancillería españolas hacen de Granada un espacio relevante

donde se ejerció una importante labor de mecenazgo.

HISTORIA DE LAS

HISTORIAS DE UNA CIUDAD

La ciudad se puede entender y analizar de múltiples maneras.

Por un lado, desde el punto de vista estrictamente físico, lo que

sería la urbs, el trazado urbano y la configuración de su entra-

mado urbanístico mediante el uso de calles y plazas y la ocu-

pación arquitectónica. Incluso tomando como punto de partida

el trazado urbano, éste puede ser analizado teniendo en cuenta

especialmente sus aspectos orográficos, o su densidad de

ocupación. Por otro lado, podemos estudiar la ciudad desde su

aspecto más sociológico, desde la civitas: quiénes y cómo la

ocupan, viven, diseñan y transforman; o bien desde el aspecto

económico, analizando las actividades que en ella se

desarrollan o, incluso, desde el jurídico, con sus ordenanzas y

reglamentos que rigen la convivencia social.

Estas diferentes perspectivas y otras muchas se entremezclan

en los estudios porque todas ellas forman parte de las realida-

des de una ciudad. En este sentido se ha de entender la his-

toriografía sobre la ciudad de Granada y específicamente los

análisis sobre su configuración y vivencias durante el siglo XVII.

Teniendo presente este amplio marco de estudios, nos centra-

mos en estas páginas esencialmente en el plano histórico-

artístico para intentar visualizar las imágenes dadas y pensadas

de parte de la Granada barroca, si es que existió como tal.

UNA MIRADA A LO AUTÓCTONO ¿NACIONALISMO,

PATRIOTISMO O COMPROMISO CULTURAL?

Durante el siglo XVII los autores españoles dirigen la atención

a la tradición artística propia. Este primer contacto con su pro-

pio arte ha sido visto por algunos investigadores como una

prueba de un nacionalismo en vías de desarrollo. Quizás deba-

mos englobarlo más bien en un «compromiso» con los méritos

culturales e intelectuales propios, algo muy extendido por toda

la literatura artística europea; baste recordar obras anteriores

como las de Ghiberti o Giorgio Vasari. En todo caso sería un

«patriotismo cultural» más que un nacionalismo en sentido

político.

Fray José de Sigüenza, quien a pesar de publicar su obra en

1605 la había finalizado una vez terminado el Concilio de

Trento (1563), señaló su preferencia por los pintores españo-

les. Con esta mirada al arte español por los propios españo-

les se intenta reconstruir la historia del arte medieval

español, dando como resultado una imagen mediocre, muy

mediatizada por la argumentación de un contexto histórico

«poco favorable» por la conquista de al-Andalus. La relativa

escasez de la producción artística que en estos momentos

seicentistas se achaca al arte medieval español se justifica

por la mayor necesidad de armas que de pinturas (Alonso

Carrillo, 1688). Será Jovellanos quien, en el XVIII, haga una

relectura más positiva del arte medieval español. No

obstante, la asociación de un escaso florecimiento del arte

medieval español con la conquista de al-Andalus es una idea

que se retomará con fuerza en autores de las primeras

décadas del siglo XX, aunque sean estos mismos autores los

que recuperen científicamente el arte medieval español y sus

singularidades como un hecho consolidado

historiográficamente, como se lee en los trabajos del

Marqués de Lozoya o de Vicente Lampérez y Romea y sus

monográficos sobre la arquitectura medieval cristiana

española.

Centrándonos en el siglo XVII, Jusepe Martínez es el primero

que nos ofrece una exposición continua de la historia del arte

español. Por primera vez se presenta un cuadro unitario de las

escuelas pictóricas de los grandes centros españoles, así como

las primeras referencias a la escultura en España. Hace escasas

anotaciones al arte anterior a la época de los Reyes Católicos.

Hasta la llegada de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, no

señala Jusepe Martínez uno de los puntos culminantes del arte,

al que siguió un breve período de decadencia. El reinado de

Carlos V es presentado por Jusepe Martínez y por Francisco

Pacheco como un período de florecimiento «gracias» a los

artistas extranjeros que vinieron a trabajar a España, idea que

mantendrá y defenderá en el siglo XIX muy entusiásticamente

Francisco Pi y Margall. Vicente Carducho ensalzó el período de

Felipe II por la magna obra del Escorial. En esta mirada a lo

«nacional», y entre los artistas españoles del XVI exaltados por

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los teóricos del XVII hay que citar a Gaspar Becerra, calificado

como el Miguel Ángel español, y a Juan Fernández Navarrete

el Mudo, comparado con Tiziano en el color. No está de más

mencionar que se trata de dos artistas formados en Italia, y

es que, en todos los teóricos, las primeras referencias, antes

de hablar del artista español, fueron los pintores antiguos o

los pintores italianos.

Granada también vivió este proceso de recuperación de su

historia y específicamente de sus obras de arte. No extraña

descubrir que las «primeras historias» de Granada se

escribieron a lo largo del XVII, del mismo modo que se dibujó

la primera traza urbana completa, como fue la Plataforma de

Ambrosio de Vico que ilustraba la obra de Justino Antolínez

de Burgos. Algunas de estas obras, además de tener interés

en la recuperación histórica, también quieren demostrar las

grandezas de Granada, a pesar de haber perdido su rango de

ciudad simbólica por excelencia.

El siglo XVII se inicia con la que ha sido considerada la primera

guía de la ciudad. Nos referimos a la obra de Bermúdez de

Pedraza, Antigüedad y Excelencias de Granada.12 La obra

recuerda el origen de la ciudad como la Ilíberis romana así como

todo su período islámico. Describe la ciudad, geográfica, física y

urbanísticamente, destacando entre sus zonas el Albayzín y la

Alcaicería, las parroquias y conventos... Todo recreándose en la

Granada del XVI, que lógicamente fue la que pudo describir, ya

que la obra se publicó en 1608. Por tanto, de la Granada barroca

no describe apenas arquitectura, aunque sí dedica especial

atención, todo el libro cuarto, al tema de las reliquias del

Sacromonte, señalando la necesidad de su veneración en el

monte donde fueron halladas, apoyando la propuesta del

arzobispo don Pedro de Castro. Era la defensa de un proceso

que llevó a uno de los proyectos arquitectónicos principales de la

ciudad: la abadía del Sacromonte.

Similar planteamiento hay en la Historia Eclesiástica de Gra-

nada del mismo autor. Dedica el libro I a Ilíberis, el libro II a

diferentes personajes religiosos de la ciudad, el libro III, bas-

tante extenso, al período de dominación islámica, mientras que

el libro IV, el de mayor amplitud, está dedicado a la vuelta de

la Cristiandad a la ciudad durante el siglo XVI, aunque en las

páginas finales introduce un capítulo dedicado a la colegial

del Sacromonte y a la fundación de algunos conventos en los

primeros años del XVII.13

En ambas obras, a la hora de describirla ciudad, además de sus

cercas y puertas, en su mayoría de origen islámico, se destacan

las cuatro principales plazas que, según el autor, ordenaban la

ciudad en su momento: la plaza Bibarrambla -escenario de fies-

tas y teatros de la ciudad-, la Plaza Nueva -donde está la Chan-

cillería-, la Plaza Larga en el Albayzín, y la plaza Bibalbonut; de

ésta última indica que ya está desierta y sin apenas usos. Ade-

más, cita numerosas plazas menores, recogiendo en su segunda

obra la plaza del Campo del Príncipe. De las calles se detiene en

el Zacatín, que continuaba siendo en el XVII el área comercial por

excelencia. Señala algunas fundaciones nuevas de conventos

tanto masculinos como femeninos, gran parte de ellos instalados

en casas y palacios reformados. Menciona el convento de

descalzos agustinos en el Albayzín -que reformó una casa del XVI

aunque en el XVII se erigió, según Bermúdez de Pedraza, una

suntuosa iglesia- y otros que también reformaron antiguas casas

como el Convento de Nuestra Señora de Gracia, el Convento de

San Basilio y el Convento de Nuestra Señora de Belén.

Otro libro singular fue la Historia Eclesiástica de Granada de

Justino Antolínez de Burgos. Aunque el libro no se publicó, fue

redactado entre 1609 y 1610 y constituye un testimonio muy

directo de la época.14 Nuevamente empieza con los orígenes de

Granada y su Iglesia, dedicando mayor extensión que los

anteriores a la conquista de Granada y a otros hechos como la

rebelión de los moriscos. La descripción de la ciudad se resume

en breves líneas en las que menciona las ruinas de sus

murallas, torres y puertas, indicando además, como edificios

insignes, obras del XVI como la catedral, la Capilla Real, la igle-

sia colegial del Albayzín, la Chancillería, y numerosas parroquias

y conventos. Del XVII menciona la Abadía del Sacromonte, el

Colegio de Doncellas y la Casa de Recogidas que fundó. Como

testigo cercano de los hallazgos del Sacromonte, ya que estaba

al servicio del arzobispo don Pedro de Castro y Quiñones, se

centra esencialmente en ellos, dedicándoles toda la tercera

parte y defendiendo su autenticidad.

Muy diferente es la obra de Francisco Henríquez de Jorquera.

Su historia de la ciudad tiene un carácter completamente diver-

so pues es decididamente urbana, ocupando lo religioso un

12 BERMÚDEZ DE PEDRAZA, F., Antigüedad y Excelencias de Granada, Granada, 1981 (edición facsímil).

13 BERMÚDEZ DE PEDRAZA, F., Historia eclesiástica de Granada, Granada, 1989 (facsímil de la edición de 1638).

14 ANTOLÍNEZ DE BURGOS, J., Historia Eclesiástica de Granada, Granada, 1996.

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El entorno de la Puerta de Elvira vivió una importante remodelación en

el XVII que permitió poder contemplarla en su integridad desde San

Lázaro como bien describía Henríquez de Jorquera.

lugar relevante aunque no fue el único que marcó la cotidiana

dad en la vida de la ciudad. Su descripción es la de una ciudad

viva, donde las obras municipales para el embellecimiento e

higiene de la ciudad son ensalzadas y alabadas por el autor.

Describe, como sus coetáneos, las puertas y plazas principales

de la ciudad, estableciendo las cuatro principales calles en fun-

ción del área comercial (Zacatín, la calle que va del Pilar del

Toro y llega hasta la de Bilmazán, la de la Pescadería, que ter-

mina en la Carnicería Mayor, y la del Hatabín que abarca hasta

Plaza Nueva). El resto de calles principales lo configuran la de

Elvira, la de San Jerónimo, la de San Juan de los Reyes, la calle

del Darro y otras como la de Gomeres, la de Abenamar y la de

Mesones. La descripción de los monumentos empieza, como

era frecuente, con la Alhambra, para continuar con la catedral y

Capilla Real, la Chancillería, el tribunal del Santo

Oficio, las Casas del Cabildo, el Coliseo de Comedias, la Casa de

la Moneda, el Corral del Carbón y la Alcaicería. Aglutinando

posteriormente un extenso repertorio de parroquias, conventos,

ermitas y hospitales de la ciudad, nos ofrece un callejero dife-

rente al planteado por Bermúdez de Pedraza y por Antolínez de

Burgos. Espacios de ocio y comercio, fuentes y ríos, espacios de

la nobleza, espacios religiosos..., todos configuran una ciudad

que es percibida por el autor más allá de lo religioso. 15

Como testigo de la época, Henríquez de Jorquera exalta, por

encima del valor religioso, otras actuaciones. Aunque menciona

proyectos como el de la Abadía del Sacromonte u otras obras

en edificios religiosos (portada del convento y hospital de San

Juan de Dios, reedificación del palacio arzobispal, Monumento

al Triunfo de la Concepción, Convento de la Virgen de Gracia,

Iglesia de la Magdalena, etc...) se recrea y muestra más

interés en las obras municipales, en general calificadas como

obras insignes y memorables, como la Pescadería Nueva, la

reordenación urbanística de la puerta de Elvira y su entorno. la

finalización de la madre de la calle Elvira, la Carnicería Mayor,

la renovación de la Casa de las Comedias, la reedificación de

las Casas del Cabildo y otras obras que embellecieron la

ciudad, como las alamedas nuevas de la Alhambra, cuyo

mecenas fue Iñigo López de Mendoza.

Todas estos libros coincidieron en la necesidad de describir la

ciudad en la que vivieron, construyendo la historia de Granada

con diferentes matices y objetivos pero con un claro compro-

miso hacia su ciudad y la necesidad de recuperar su memoria.

HISTORIAS DE GRANADA EN EL XVII: DRAMA Y

JUSTIFICACIÓN DE LA EXPULSIÓN DE MORISCOS

«En este año de mil seiscientos y siete estubo España

muy temerosa por verse en nuestro emisferio, en el cielo,

un cometa de color ceniciento que causaba acerca de los

moriscos mucho que decir, dando ocasión estas pláticas

para que en Madrid se hiciesen grandes juntas de señores

sobre su expulsión...» (Henríquez de Jorquera)

A lo largo del XVI se desarrollaron simultáneamente actitudes

de rechazo y de integración hacia el legado islámico, vigente

en muchas facetas a pesar de la conquista cristiana de la ciu-

dad. La integración de los mudéjares, posteriormente moriscos,

15 HENRÍQUEZ DE JORQUERA, F., Anales de Granada. Descripción del Reino y Ciudad de Granada. Crónica de la Reconquista (1482-1492). Sucesos de los años 1588 a 1646, Granada. 1987.

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Las tres principales obras de la Granada del siglo XVII que se destacan en la época fueron

la Abadía del Sacromonte, la Iglesia de la Virgen de las Angustias y el Monumento al

Triunfo de la Inmaculada Concepción. Granada.

no fue entendida bajo idénticos parámetros. Para unos, debía partir de

acercamientos mutuos y actitudes igualitarias. Para otros, sólo era

posible a partir de la asimilación y la adopción, por parte de los

moriscos, de los patrones culturales y religiosos cristianos. El debate se

centraba en el proceso de integración, expresado más abiertamente en

diferentes tratados referentes a los indios de la recién conquistada

América, que en el de los moriscos. Aunque el marco histórico se esta-

blece diferente en ambos procesos (en uno se conquistaba un territorio

y en el caso peninsular se «recuperaba»), en ambos se legitimaba el

mandato divino de cristianizar. El marco ideológico de este debate

partía de la consideración de superioridad de unas culturas frente a

otras, que se ejemplifica en el debate entre Bartolomé de las Casas y

Ginés de Sepúlveda. Se era consciente del fracaso de la cristianización

de los moriscos, atribuido entonces por algunos a la obstinación y

falsedad de judíos y musulmanes. Pero también se conocía el fracaso

de la cristianización por el medio impositivo de la conversión forzosa,

aunque siguió siendo defendido por algunos como el franciscano fray

Toribio de Benavente.

Aunque en la Granada del XVI se emplearon fórmulas de integración con

métodos pacíficos, se fue consolidando la idea de una completa

asimilación de los moriscos basada en un acercamiento unilateral de los

cristianos nuevos hacia lo que se definía como cultura cristiana. No se

negó todo lo islámico ni todo lo morisco, sino aquello que fomentaba la

cohesión grupa) entre los moriscos —lengua, vestimentas, espacios de

encuentro, como los baños...— con el fin de evitar posibles brotes

«nacionalistas» dentro de un estado único. Este proceso de homogenei-

zación o de uniformidad, formalizado en las prohibiciones proclamadas

en 1566, contó con numerosas respuestas de resistencia, entre las que la

rebelión de las Alpujarras fue la más clara expresión de rechazo. Tras la

rebelión se optó por la dispersión de muchos de los moriscos del reino de

Granada, justificándose con el objetivo de pacificar la situación.

Desde entonces la causa del fracaso de la convivencia multicultural

tiene como punto de mira la obstinación de los moriscos al no querer

adoptar los parámetros de la religión y cultura cristianas, practicando

sus formas religiosas a escondidas. Esta justificación está en Luis del

Mármol Carvajal, en 1600, varios años antes de la expulsión.16 En el

capítulo primero del libro segundo el autor distinguió entre los moriscos

rebeldes, aquellos que no se asimilaron, y los buenos moriscos, los que

abandonaron por completo las formas islámicas. Para él, al igual que

16 MÁRMOL CARVAJAL, L., Rebelión y castigo de los moriscos, Málaga, 1991.

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para otros contemporáneos de su tiempo, lejos de la aniquilación

y de la expulsión, la convivencia era posible con la plena

«integración de los moriscos en la Cristiandad.

Pero se produjo la expulsión, entre 1609-1610, muy sentida en

toda la población17 El rechazo a la expulsión y sus conse-

cuencias fue planteado desde muy diversos sectores. La expul-

sión de los moriscos no se produjo en los momentos de mayor

ímpetu de la Contrarreforma de Felipe II ni cuando más dura

era la ofensiva de los turcos, sino que se produjo con Felipe II,

en un momento calmado de la política exterior. Granada se

resintió de ello, y empezó su período barroco justificando la

expulsión y presentando una ciudad eminentemente cristiana.

Surge una ideología basada en la justificación de la expulsión,

debida a la no asimilación de los moriscos, y en la vuelta a una

situación de .normalidad», como se ve en las obras que sobre la

ciudad de Granada escribieron Francisco Bermúdez de Pedraza

o Justino Antolínez de Burgos.

Los cronistas del XVII se preocupan en demostrar que Granada

había sido y era cristiana paralelamente a la justificación cons-

tante de la expulsión de los moriscos basándose en su no sin-

cera conversión. Así no extraña que en obras elaboradas tras la

expulsión, en su descripción de un monumento tan visible y

simbólico como la Alhambra, indiquen el uso islámico que tuvo

pero con claras puntualizaciones sobre su nueva función al

servicio de la Cristiandad, específicamente aquella del XVII. Es

más, en los usos islámicos se destacan características como la

poligamia y la lascivia, que habían sido eliminadas por la

Cristiandad. Los escritos posteriores a la expulsión se centraron

en el uso cristiano que se le estaba dando a la Alhambra,

siendo marginales las notas sobre los usos islámicos que

tuvieron y breves las reflexiones artísticas sobre pervivencias y

relaciones, diferenciando dos culturas más allá de las realidades

para justificar el no entendimiento.

LECTURAS Y REFLEXIONES HISTORIOGRÁFICAS SOBRE

LA GRANADA DEL XVII

Continuando con la tradición del siglo XVII de dedicar un especial

interés a la historia local, se entienden diversas obras del XVIII y

XIX. Entre ellas cabe mencionar la obra de Juan Velázquez de

Echevarría, Paseos por Granada y sus contornos, publicada en

1764 con una segunda entrega en 1768. Hace una historia,

como él mismo la denomina, de las curiosidades, grandezas y

antigüedades de la ciudad- Su descripción de la ciudad parte

del legado islámico, específicamente de la Alhambra en la que

se detiene pormenorizadamente, pues además, muchos de sus

paseos comienzan en el entorno de la Alhambra, sus bosques y

alamedas. Las cercas, puertas, y edificios islámicos forman

parte de su interés, deteniéndose especialmente en las

inscripciones. Del siglo XVI resalta la catedral, mencionando a

Diego Siloé como autor de la planta y la puerta del Perdón; no

menciona nada, en cambio, de las intervenciones de Alonso

Cano en la centuria siguiente. Del siglo XVII destaca el templo

de las Angustias y muy claramente el Sacramonte con todo el

proceso de las reliquias y libros plúmbeos, aglutinando su

mayor interés con un número importante de paseos dedicados a

este espacio y su significación. Describe que su iglesia es

pequeña para una fundación tan importante, ya que era

provisional, mientras afirma que se debía edificar la que se

había trazado, que no se llevó a cabo por la muerte del

arzobispo don Pedro de Castro- Otro de los espacios destacados

del siglo XVII es el monumento a la Virgen en el Triunfo por lo

que implicó de defensa de la ciudad a la Inmaculada

Concepción. Aunque menciona el año en que fue erigido no cita

a los autores. Otro aspecto del XVII destacado para el autor fue

el poblamiento del arrabal de San Lázaro en las últimas

décadas.18

Todos estos datos sobre edificios que el autor destaca bien por su

magnificencia o valor simbólico e histórico se resumen y comple-

mentan con el Episcopolio, última entrega de 1768, donde recoge a

los arzobispos de la ciudad con sus principales actuaciones- Es una

excelente imagen de cómo se veía en el XVIII la Granada del siglo

anterior. Destaca las actuaciones del arzobispo don Pedro de

Castro sobre el Sacromonte. De los inicios del XVII destaca la

expulsión de los moriscos, los terremotos de 1614 y 1615 y un

importante adelanto en las obras de la catedral donde, además, se

quitan los sanbenitos. Posteriormente la visita de 1624 de Felipe IV

alojándose en la Alhambra, la extensión del Beaterio de Santa

María Egipcíaca, la conversión de Santa Úrsula en templo a la

Virgen de las Angustias así como la construcción de San Miguel

Alto. Del último tercio del XVII cita la peste de 1679 y su final

mediante el milagro de la estrella en la imagen de María Santísima

del Rosario, y la canonización de San Juan de Dios en 1690. El

siglo XVIII arranca con la muerte de Carlos II y con la subida al

trono por primera vez de los Borbones con Felipe V.

17 IZQUIERDO, F., «Bando de expulsión de los moriscos de los reinos de Granada, y Murcia, y Andalucía, y de la Villa de Hornachos, 1609-1610. La Expulsión de los moriscos del Reino de Granada. Pragmáticas, Provisiones y Órdenes Reales, Madrid, 1983, pp. 49-52.

18 VELÁZQUEZ DE ECHEVARRÍA, J-, Paseos por Granada y sus contornos, Granada. 1993 (facsímil de las entregas de 1764-1765 y 1767-1768).

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Iglesia de la Virgen de las Angustias, Granada.

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En esta misma línea, aunque con algunos matices, cabe des-

tacar las obras dedicadas a la Granada del siglo XIX, como las

de Simón de Argote, Lafuente Alcántara o Francisco de Paula

y Valladar. De este período merece una mención especial la

Guía de Granada de Manuel Gómez-Moreno, una de las prin-

cipales obras en la historiografía artística granadina por su

seriedad documental y su rigurosidad. Bien es cierto que se

han criticado sus consideraciones sobre el Barroco, que

corresponden más bien a un sentir de la época. A pesar de

estas calificaciones sobre el estilo del XVII, sorprende su ri-

gurosidad y objetividad, y más si tenemos en cuenta la época.

Baste recordar obras como la de Francisco Pi y Margall sobre

Granada publicada en 1850 y en 1885.19 El principal objetivo

es también la Granada islámica y especialmente la Alhambra a

la que dedica el mayor interés. La decadencia no se sitúa en el

siglo XVII sino que la atrasa al momento de la conquista, en

un alarde de exaltar que lo importante de Granada es su

legado islámico. A pesar de ello y de los períodos de

decadencia, señala el autor que hay algunas obras a destacar,

las que denomina «Gótico de decadencia», donde incluye San

Juan de los Reyes. La Capilla Real es el enlace de unión entre

ese Gótico y el nuevo estilo que culmina en San Jerónimo o en

el Palacio de Carlos V. Destaca la catedral, especialmente la

obra de Siloé, describiendo y denostando la fachada del XVII

ya que es obra de falta de gusto. Del XVII, y dentro de los

monumentos de segundo orden como el autor los clasifica,

menciona el «pintoresco» Sacromonte y la magnífica Columna

del Triunfo.

El índice cronológico que hizo Gómez-Moreno sobre los prin-

cipales edificios nos muestra claramente una percepción de

admiración por las obras de arquitectura islámica y el peso

que en este momento adquiere el siglo XIV. El siglo XVI es

también muy relevante para el autor por el número y calidad

de sus obras.

El siglo XVII, siguiendo los principios de la época, no fue una

época de acierto arquitectónico, considerando gran parte de las

obras como de mal gusto y sin interés. Aunque en el texto des-

cribe cerca de cuarenta edificios del XVII, en su índice selecciona

veinte obras de arquitectura que en su opinión son de interés,

unas por su factura y otras por su función. De entre todas la más

relevante fue la Colegiata del Sacromonte, de la que destaca el

el grandioso proyecto de Pedro Sánchez y lo que la realidad

permitió llevar a cabo. Se detiene en la fachada de la catedral,

que califica de sencillísima, donde Alonso Cano se apartó de

toda regla, aunque curiosamente, y como bien se ha indicado,

pasó de puntillas sobre ella sin quererse posicionar sobre su

interés. Completan su listado diversas iglesias y conventos,

gran parte de ellos tildados con el calificativo de escaso

interés, mal efecto o pésimo gusto (Monasterio de San Basilio,

cúpula de la Iglesia de Santo Domingo, Hospitalicos, iglesia de

la Cartuja, Ermita de San Juan de Letrán, Convento de las

Agustinas, Convento de San Bernardo, Convento de Santo

Tomás de Villanueva, Hospital de la Tiña...), del mismo modo

que las fuentes del XVII de diversos conventos que se están

colocando en paseos y alamedas de la ciudad (paseo de la

Bomba y paseo del Salón) aunque destaca algunas obras de

buena factura «a pesar de ser del siglo XVII», como el Colegio

de San Bartolomé y Santiago.20

Pero nos interesa señalar la apreciación de Manuel Gómez-

Moreno sobre el urbanismo de la ciudad. La ciudad la divide

en siete partes. El área de la Alhambra y su entorno abarcan

dos partes, una tercera viene configurada por todo el lateral

izquierdo del río Darro hasta la Plaza Nueva, otra por el lateral

derecho del Darro y los barrios modernos al occidente. El

barrio de la Alcazaba, el de Axares y el Albayzín configuran las

últimas partes tratadas. De este modo Granada queda retrata-

da a partir de la Alhambra, el río Darro, el Albayzín y la par te

nueva, descrita ésta última en gran parte como obra del XVIl,

con el Campo del Triunfo con la imagen de la Inmaculada

Concepción, el poblamiento del barrio de San Lázaro en el

XVII, la apertura del camino de San Antonio y el Convento de

San Antonio, el exconvento de capuchinos, la Ermita de San

Isidro. la Cruz Blanca, la Ermita de San Juan de Letrán, las

transformaciones del Convento de la Merced, la Parroquia de

San Ildefonso, del XVI, pero sede donde se bautizó Alonso

Cano, la «incorrecta» portada del Hospital Real y el culmen

barroco del XVIII con el Monasterio de la Cartuja. También

menciona urbanísticamente como obra del XVII el barrio de

casas que hay a la derecha de la carrera del Genil.

Esta línea de rigurosidad fue continuada en el siglo XX, aunque

dando un salto cualitativo y explicativo importante, en obras

como las de Emilio Orozco y Antonio Gallego y Burín. En este

19 PI Y MARGALL, F., Recuerdos y Bellezas de España. Reino de Granada, Madrid, 1850; PI Y MARGALL, F., Granada, Jaén, Málaga y Almería. Barcelona, 1885.

20 GÓMEZ-MORENO, M., Guía de Granada, Granada, 1994 (facsímil de la edición de 1892).

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Las portadas barrocas del XVII vistieron edificios de épocas pasadas con una nueva percepción ritual de la ciudad, como la fachada de la

catedral, trazada por Alonso Cano y la portada del Hospital Real.

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sentido también cabe señalar las aportaciones posteriores de

Ignacio Henares Cuéllar, con sus reflexiones sobre el Barroco

en la obra que sobre Granada se realizó a principios de la

década de los ochenta. Más que el carácter descriptivo domi-

na en su trabajo un discurso que da coherencia a una serie

de obras de la ciudad de Granada en el XVII, donde domina

el valor ceremonial y litúrgico, haciendo una inteligente

trama comparativa sobre los programas imperiales y el

modelo mudéjar del XVI.21

Muy destacables fueron las aportaciones de José Luis Orozco en

su obra Christianópolis.22 La novedad de su obra radica en

analizar la historia urbana y artística de la Granada barroca de

una manera sintética, encontrando el orden y principio ur-

banísticos que rigen algunas de las actuaciones. Su tesis prin-

cipal parte del dominio de lo celebrativo y religioso que hizo

olvidar lo cívico y económico como eje del ordenamiento urba-

nístico. De este modo el Sacromonte se convierte en el centro

de peregrinación y la calle del Darro en un interesante paseo.

Otros espacios, como la Ermita de San Sebastián, la Ermita de

San Antón y la Ermita del Santo Sepulcro, configuran nuevos

paseos en relación con las procesiones. Lo penitencial modifica

la estructura de la ciudad. Este papel también es ejercido por

determinadas Órdenes, como la de los hospitalarios de San

Juan de Dios, y por la conclusión del eje de San Jerónimo ini-

ciado en el siglo XVI. Incluso las expansiones que vive la ciudad

son fruto de este sentido religioso, como el de la nueva

referencia espacial y paisajística que se creó en torno al Triunfo

de la Inmaculada Concepción, o la nueva expansión con la

conversión del centro dedicado a Santa Úrsula en Iglesia de la

Virgen de las Angustias, coincidiendo con una nueva expansión

del entorno ya que las huertas del Monasterio de Santa Cruz se

transforman en viviendas alineadas. Su tesis, no obstante, no

olvida la importancia de la monarquía y especialmente de la

nobleza que acaparó la administración y se estableció

principalmente en el barrio de Gracia.

Estos son algunos tratados que historiográficamente han sido

importantes para la comprensión de la ciudad y nos permiten

indicar que esencialmente el horizonte construido y que se ha

destacado del siglo XVII es el de que, a pesar de las grandezas

que quisieron destacar las obras del XVII, durante los siglos pos-

teriores, hasta bien entrado el siglo XX, dominó la consideración

de esa época como un período de decadencia de la ciudad tanto

urbanística como arquitectónicamente, definiéndose con aquello

que la distinguía de las demás: un importante legado islámico y

el proyecto imperial del XVI. Los proyectos religiosos han

dominado en las interpretaciones y reflexiones sobre la Granada

del XVII, porque efectivamente forman parte de una realidad y

estructuraron parte del pensamiento barroco de la época, pero en

la actualidad también se reconocen otras facetas de la vida

ciudadana y municipal que poco a poco se ha ido

reconstruyendo.23

CIMIENTOS Y ANDAMIOS DE LA CIUDAD

Intentar comprender la ordenación de la ciudad de Granada en

el siglo XVII pasa por conocer el legado del que partía, anali-

zando qué se decidió cambiar de la trama heredada y qué se

introdujo de nuevo- Ese trazado urbano no sólo lo configuraban

las calles y plazas de la ciudad sino los edificios, los que se

mantuvieron o adaptaron y los nuevos que se construyeron.

Todo ello permite acercarnos a la ciudad que fue construida

durante el XVII desde unos cimientos heredados y escasamente

modificados, elevando en la ciudad unos andamios que eri-

gieron nuevos edificios pero que esencialmente mantuvieron lo

ya construido. Los cambios urbanos y arquitectónicos realizados

son indicadores de un proceso de cambios sociales, de nuevas

actividades, de nuevas posibilidades, en las que no todos los

que la habitaban participaron por igual.

Como muy bien recordaba Cesare de Seta con las palabras de

pensadores medievalistas, «la civitas no está en las piedras sino

en los hombres».24 El entorno urbano es una creación humana

y, por tanto, su estudio nos permite conocer algo más de la

historia de las personas, grupos y sociedad así como de la

cultura: las necesidades y deseos que configuran la disposición

y ubicación de los edificios, la relación entre actividades y

espacios abiertos y cerrados, la relación extramuros e intra-

muros y sus formas de inclusión y exclusión...

21 HENARES CUÉLLAR, I., «Lo barroco granadino: el siglo XVII», Granada, Granada, 1981, pp. 1213-1278.

22 OROZCO PARDO, J. L., Christianópolis: urbanismo y contrarreforma en la Granada del 600, Granada, 1985.

23 En este sentido es muy interesante el trabajo de Yolanda Olmedo donde reconstruye en algunos capítulos algunas de las facetas urbanísticas de la vida

municipal más allá de lo religioso, como la higiene o el control del estado de las edificaciones. OLMEDO SÁNCHEZ, Y. C-. Arquitectura y urbanismo en la Granada del barroco tardío (1667-1750), Córdoba, 2002.

24 DE SETA, C., La ciudad europea del siglo XV al XX, Madrid, 2002, p. 197.

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LA TRAMA HEREDADA Y SUS INTERPRETACIONES

Granada no era una ciudad nueva, ni siquiera profundamente

transformada durante los siglos XVII y XVIII. Como en otras muchas

ciudades, nos debemos interrogar por el diálogo necesario y

establecido en mayor o menor medida con las tramas heredadas y su

capacidad de adaptación a los nuevos usos, a los nuevos deseos.

Esta confluencia es la que define, ordena, transforma y da vida a las

ciudades. Los tejidos urbanos se leen desde la interrelación de las

tramas heredadas, de su continuidad, adaptación y transformación a

nuevos usos, así como de su degradación y abandono. Esta trama

heredada es reconocida en mayor o menor medida en la época,

incluso en aquellas obras cuyo fin era exaltar las antigüedades y

grandezas cristianas de la ciudad.

Bermúdez de Pedraza parte del origen cristiano de la ciudad de

Granada, centrándose en la recuperación de las culturas pasadas a

través de «la arqueología cristiana» para demostrar que esta ciudad

siempre ha sido cristiana; de ahí que la lectura que hace de las

inscripciones romanas gire en torno a demostrar la ubicación de la

antigua Ilíberis con el fin último de señalar que es en este lugar y no

en otro donde se celebró el primer concilio episcopal. Para el autor, el

período de dominación islámica fue un paréntesis que terminó gracias

a los Reyes Católicos. Pero a pesar del rechazo a la invasión y dominio

de los musulmanes que se recoge en las páginas de este autor, en el

campo artístico, sobre todo en lo que a arquitectura se refiere, es

consciente, y así lo señala, de que la mayoría de las murallas, puertas,

y edificios de su Granada contemporánea son de origen islámico. No es

su intención obviar la reutilización de edificios islámicos. Conocedor del

que califica como «origen moro» de gran parte de ellos así como de su

transformación al uso cristiano, en las descripciones de edificios no

esconde los cimientos islámicos, que indica en breves palabras, pero se

explaya en el uso cristiano dado. Mezquitas que son rebautizadas o

transformadas en iglesias, así como palacios que han pasado a ser

conventos, son pequeños triunfos y símbolos de la victoria de la

Cristiandad. El primer espacio en el que se detiene es la Alhambra, de

la que recuerda su origen islámico, centrándose en las obras cristianas

que se han realizado en la ciudad palatina y especialmente en los usos

cristianos que se le han dado: jurisdicción en manos de alcaides

cristianos, guarniciones de soldados o el papel de los Mondéjar. En las

escasas referencias artísticas diferencia entre la tradición artística

islámica y la cristiana. La intención es demostrar la grandeza de las

culturas pasadas, la nueva monarquía católica y su definición

estética y urbana, así como la estética contrarreformista que es lo

que caracteriza a la ciudad. Su interés no fue la recuperación de lo

islámico en Granada ni el análisis de la posible confluencia cultural

vivida, sino la vuelta a la Cristiandad de la ciudad. La Granada del

XVII de Pedraza parte del legado islámico, pero con una profunda

catarsis cristiana.

En la misma línea se enmarcan los Anales de Granada de Henríquez de

Jorquera, que ahonda en los usos cristianos dados a los edificios

islámicos. Describe Granada tal y como la ve en ese momento pero sin

reflexiones ni intentos de recuperar tradiciones que considera pasadas.

No obstante, está presente su recuerdo del inicio de una decadencia al

sumarse a la idea generalizada de que el Palacio de Carlos V quedó

inconcluso porque, al expulsarse a los moriscos, se perdió la renta que

pagaban y que era aplicada a la construcción de la nueva casa real,

pero también por el desinterés de la monarquía al «no estar a la vista

de los que oy reinan».

Y sin embargo, a pesar de esa cristianización de Granada que destacan

algunos autores de la época, Granada tenía una imagen mítica para el

resto de las Cortes europeas durante el XVII. El mito era aquella

Granada islámica, esencialmente la de finales del siglo XV. El libro de

las Guerras civiles de Granada (o Historia de los bandos de los Zegríes

y Abencerrajes, caballeros moros de Granada) alcanzó un éxito muy

importante en la Granada del XVII y posteriormente, ya que durante el

XVIII se convirtió en costumbre que los padres regalaran el libro cuan-

do los hijos iban a la escuela; fue además traducido al francés llegando

a ser en el XVII una de las lecturas favoritas de la sociedad francesa.25

El éxito del libro se entiende en el contexto de una serie de

publicaciones que durante el Siglo de Oro se ocuparon del pasado

islámico con el marco incomparable de la ciudad de Granada, como la

obra, publicada en 1603, de Luis de la Cueva, Diálogo de /as cosas de

Granada, y todo un Romancero morisco que tiene uno de sus espacios

principales en la Granada caballeresca islámica, iniciándose toda una

maurofilia literaria. Aunque es cierto que se identificaba lo español, lo

propio, con el catolicismo, sin embargo seguía viva la llamativa y

atractiva imagen de al-Andalus.

Sorprende el número de obras que forman parte de esta maurofilia

literaria y que fueron realizadas tanto en España como en Francia, con

numerosas traducciones, reinterpretaciones y nuevos textos.26

25 Cfr. CARRASCO URGOITI, M.» S., Los moriscos y Ginés Pérez de Hita, Barcelona, 2006, pp. 159 y 165.

26 Ibídem, pp. 178 y ss.

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Puerta de Elvira, Granada.

Más sorprendentes son testimonios como el de un morisco

exiliado en Túnez, que en un manuscrito compuesto en 1640

se refiere a Granada presentándola como lo hacían los

romances maurófilos y que, como han señalado algunos

investigadores, nada tenía que ver con la Granada que él

debió vivir y que, sin embargo, gustó de retratar con esa

mítica imagen literaria.27

Por tanto, nos enfrentamos a diversas posturas entre las que

sobresale la presentación de Granada por algunos como una

ciudad eminentemente cristiana, inmersa en el XVII en un pro-

ceso de consolidación católica con las transformaciones sim-

bólicas en la ciudad (Bermúdez de Pedraza y Antolínez de

Burgos son dos buenos ejemplos de este sentir), mientras

que otros presentan en el XVII una ciudad mítica por su

pasado islámico (Luis de la Cueva, Ginés Pérez de Hita...).

Pero aún en el primer caso, y a diferencia de las

descripciones e historias de otras ciudades, se reconoce y da

importancia al pasado islámico, porque las fortalezas y

palacios y la estructura urbana islámica siguen siendo su

seña de identidad y forman parte de la realidad.

En el contexto generalizado de centralismo, animadversión a lo

extranjero y cierta «intolerancia», se entiende un hecho como

es el de la expulsión de los moriscos y la negación institucional»

de lo islámico vivido en al-Andalus como «español.

27 BERNABÉ PONS, L. F., «La nostalgia granadina de los moriscos, en GONZÁLEZ ALCANTUD, J. A y MALPICA CUELLO, A. (eds.), Pensar la Alhambra, Granada, 2001, pp. 165-181.

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En el marco de asociar el nuevo Estado moderno español con lo

cristiano se entienden los dos procesos de cristianización y

castellanización que vive la ciudad durante el Mudéjar a lo largo del

XVI, con la expulsión de los moriscos a inicios del XVII. Pero la

realidad de la Granada del XVII fue la de que su principal

configuración urbanística y también su ordenación social partían del

legado islámico. La principal zona comercial y artesanal seguía siendo

el área de Elvira y el Zacatín; la ciudadana se mantenía en la plaza

Bibarrambla, con nuevos símbolos que se implantaron en el XVI,

como el mirador para el concejo, la Inquisición y la Chancillería, y

reedificaciones del XVII como el palacio arzobispal, nuevos símbolos

también con la catedral. Pero el principal espacio religioso de la

época nazarí, el espacio regio por excelencia, seguía siendo la

Alhambra, y fue el sitio pensado para alojar a Felipe IV en su visita a

Granada... La centralidad del espacio islámico con la difusión de su

monumentalidad seguía vigente en gran parte.

LA CIUDAD CONSTRUIDA Y VIVIDA

Algunos han definido que el espacio público es la forma pensada,

diseñada y construida para vivir en colectividad y para la

representación de la colectividad y no es el espacio residual entre

calles y edificios, afirmándose que a través del espacio público se

puede conocer la historia de una ciudad. En cierta manera así es.

Pero también es cierto que hay que conocer la arquitectura en

todas sus dimensiones, incluida la doméstica, para poder

aproximarnos a las realidades de una ciudad, porque, a fin de

cuentas, son las historias de sus gentes y sus vidas las que

configuran el alma y espíritu de esa ciudad. No obstante, la ciudad

representa simbólicamente, por medio del monumento que se

inserta, la presencia de determinados valores.

En Granada se vivió una discontinuidad ya que tras ser ciudad

codiciada cuando era capital del reino nazarí e imaginada como

cabeza capital durante los Reyes Católicos y Carlos V, vivió un

desinterés político y económico durante el siglo XVII. Granada

durante el siglo XVII no fue capaz, no pudo o no le interesó sumarse

a la poética complejidad del Barroco. Vivió otras causas que

transformaron la ciudad nazarí y la del XVI, pero fueron razones de la

propia vida política, social y económica las que modificaron la ciudad

por encima de un interés artístico, urbanístico y arquitectónico, que

también lo hubo, pero en menor medida, si la comparamos con otras

ciudades de la época como la principesca París o la Roma papal. Es

bien cierto que, incluso en estas grandes ciudades, no se puede

hablar de una transformación total sino esencialmente de algunos

elementos claves de tal magnitud que nos permiten hablar de unos

nuevos conceptos e intereses. En Granada no se pueden aplicar

porque vivió su propia singularidad, lejana a esas empresas

urbanísticas.

La tradicional división que usara Pierre Lavedan en su historia del

urbanismo para la ciudad barroca (la línea recta, la perspectiva

monumental y la uniformidad) no se da en la Granada del XVII. La

arquitectura efímera fue la que en alguna ocasión modificó la vista y la

perspectiva y vistió la ciudad con una imagen contraria a su paisaje

urbano habitual. No sólo se levantó esta arquitectura efímera sino que se

vistieron edificios de otros períodos con nuevas portadas, nuevas

entradas barrocas, como la del Hospital Real y especialmente la de la

catedral. Las portadas culminan proyectos renacentistas y sus exteriores

barrocos contribuyen a la percepción ritual de la ciudad.28 Más allá de

estos trampantojos, la ciudad no vivió una transformación barroca

importante, pero tuvo transformaciones.

Urbanísticamente la ciudad extendió sus barrios, ampliándose el barrio

de Gracia, el barrio de la Merced así como el barrio de las Angustias

principalmente. El barrio de la Merced se consolida con su papel

«inmaculista» a través del Monumento del Triunfo a la Concepción, del

siglo XVII, encargado a Francisco de Potes y la ejecución de la

escultura a Pedro de Mena; proclama que se defendió en la ciudad en

diversos espacios como el Teatro de Latinidades en el Colegio de San

Pablo con un interesante ciclo sobre la Inmaculada. Entre las plazas,

Granada no contaba con plaza mayor de forma regular y soportales,

como las de Madrid, Valladolid o Salamanca, ya que en Granada

continuaba siendo Bibarrambla la que concentraba festividades y actos

de la ciudad. El resto de plazas relevantes forman parte de

transformaciones del XVI (Campo del Príncipe, Plaza Nueva...), en las

que durante el XVII se ubicaron símbolos, como el Cristo de los

Favores en el Campo del Príncipe y, especialmente, cruces como las de

las placetas de San Lázaro, la de San Antón o la de Gracia, nuevos

adornos de los que también formaron parte las puertas de la ciudad y

los cuadros de santos que se pusieron en las puertas del Rastro y

Elvira. En estos espacios tenían lugar actos de la ciudad, desde las

máscaras y fiestas que con detallado interés describe Henríquez de

Jorquera, hasta los cumplimientos de penas y castigos como escenario

de ejemplaridad.

28 Cfr. LÓPEZ GUZMÁN, R. y HENARES CUÉLLAR, I., Andalucía. Cultura y diversidad, Barcelona, 2004, p. 228.

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Las pequeñas transformaciones en la ciudad fueron continuas a

lo largo del XVII: creación y remodelación de espacios nuevos

como la Pescadería y la Carnicería Mayores, embellecimiento de

paseos y miradores como la carrera de la puerta de Guadix, con

mirador sobre la ribera del río Darro, nuevas alamedas como la

que llevaba hasta la Ermita de San Sebastián, colocación de

fuentes en múltiples puntos de la ciudad...° Las

transformaciones en la ciudad fueron encaminándose poco a

poco a conseguir una mejor funcionalidad, tomando conciencia

de los aspectos higiénicos conforme se avanzó hacia el XVIII,

aunque con serios problemas para las reparaciones de puentes y

canalizaciones de aguas.

Aunque el mapa de iglesias parroquiales en Granada había

quedado en gran parte definido en el XVI, y también el con-

ventual, a lo largo del XVII se fundan algunos conventos y

otras construcciones de carácter religioso de diferente cal idad

artística que extendieron el espacio devocional extramuros,

como las ermitas de San Isidro, San Juan de Letrán, San

Sebastián o la del Santo Sepulcro. Gran parte de estos

espacios quedan reflejados en la Plataforma de Ambrosio de

Vico, donde domina la nueva imagen cristiana de la ciudad, sin

olvidar la importancia de los símbolos de la monarquía.30

También extramuros se entiende el principal proyecto religio-

so, la abadía del Sacromonte, cuyo nacimiento se debe al

«descubrimiento» de los libros plúmbeos que rememoraban

los orígenes cristianos de Granada a la par que tendían una

mano a los moriscos, ya que el primer evangelizador de Gra-

nada, San Cecilio, era de origen árabe. Lo que intentaban

mostrar era una Granada más cristiana y apostólica que nin-

guna otra diócesis, una apasionada defensa que demuestra

que Granada era todavía demasiado cristiana nueva. Para el

conjunto del Sacramonte se pensó en el arquitecto Pedro

Sánchez quien elaboró un proyecto innovador que no se llevó

a cabo en su totalidad, de tal modo que en la ciudad la

creatividad de Pedro Sánchez no pudo expresarse con toda su

plenitud, aunque dejó un magnífico ejemplo del Barroco

andaluz en la Iglesia de San Pablo, hoy Santos Justo y Pas-

tor.31 Diferente es el caso de artistas como Alonso Cano

erigiendo la fachada de la catedral. Él, como ha indicado

Frente a las nuevas plazas mayores de Madrid o Valladolid, Granada

mantuvo como plaza principal la plaza Bibarrambla, que también lo había

sido en época nazarí.

Ignacio Henares, renovó la visión de la ciudad no sólo con la

fachada de la catedral sino con otros hitos como el Convento del

Ángel Custodio o el del Corpus Christi.32

Pero no podemos pensar solamente que el sueño deseado para

la ciudad de Granada fue únicamente el de ser una de las dió-

cesis más cristianas. Es también relevante el deseo nostálgico y

nunca perdido de ser una ciudad regia. No olvidemos que Gra-

nada tenía voto en las Cortes de Castilla y la Chancillería impli-

caba la presencia de la institución de la Corte en la ciudad. La

Chancillería, aunque terminada en 1587, ha sido considerada

como la que inauguró el Barroco en Granada. La realidad, no

obstante, era que la ciudad no estaba preparada para la pre-

sencia real, ni tan siquiera la visita. Pensemos en las dificultades

tenidas para el acondicionamiento de la Alhambra en la venida

de Felipe IV a la ciudad. Aunque es bien cierta la decepción que

latió en la ciudad al no ser residencia regia, como en otras

tantas ciudades españolas, Granada vivió con esa nostalgia y

deseo. Las exequias, nacimientos y bautizos reales se celebraban

en la ciudad escenificándose todo un teatro donde el escenario

era la arquitectura efímera creada para dicho acto.

29 Sobre plazas, alamedas y fuentes vid. ACALE SÁNCHEZ, F., Plazas y paseos de Granada. De la remodelación cristiana de los espacios musulmanes a los proyectos de jardines en el ochocientos, Granada, 2005.

30 Sobre el tema vid. CALATRAVA, J. y RUIZ MORALES. M., Los planos de Granada. 1500-1909, Granada, 2005. pp. 49.61.

31 GALERA MENDOZA, E., «Granada estructura urbana y arquitectura en el siglo XVII», en DÍEZ JORGE, M.ª E. (dir.), La Granada del XVII. Arte y cultura en la época de Alonso Cano, Granada, 2001, pp. 33-44.

32 HENARES CUÉLLAR, I., «Alonso Cano, una cumbre artística», en DÍEZ JORGE, M.5 E. (dir.), Op. cit., p. 15-17.

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Plaza Nueva. Granada.

SUEÑOS PARA LA CIUDAD: CIUDADANÍA, ESPACIOS

Y GENTES

La ciudad de Granada no fue ámbito de ciudadanía, como tam-

poco lo eran las otras ciudades de la época, donde hombres y

mujeres no eran iguales pues las mujeres no eran ciudadanas.

Los conceptos manejados hoy en día sobre la adecuación de los

espacios de la ciudad al género, a los grupos de edad y a las

etnias diversas, claramente no logrados en las ciudades con-

temporáneas, tampoco lo fueron en las ciudades de entonces.

En Granada existían muy latentes las diferencias entre cristianos

nuevos y cristianos viejos. El tribunal de la Inquisición, que

durante el XVI se había centrado en el control y represión de los

moriscos y judaizantes, continuó durante el XVII. Los moriscos

no tuvieron derecho a la identidad colectiva, no se reconoció su

patrimonio cultural para ser mantenido como producto de una

colectividad viva en la ciudad, y se evitaron los espacios que

favorecieran la solidaridad de grupo y su aceptación en la socie-

dad urbana. Los espacios públicos debían haber sido los lugares

de intercambios por excelencia y debían facilitar el sentimiento

de pertenencia a un lugar. A pesar de las prohibiciones

culturales, la praxis social fue más permeable y las propias rela-

ciones sociales nos muestran múltiples ejemplos de mezcla e

intercambio en los que también las calles y plazas contribuye-

ron a la convivencia y acercamiento de unos y otros.

Estaba vigente en la práctica social el reconocimiento de unas

peculiaridades artísticas englobadas bajo el término de moris-

co, que definió un tipo de estética del que se era consciente

que hundía sus raíces en la tradición de al-Andalus, aunque no

siempre se asocie como una manifestación propia de un grupo

étnico-religioso, en este caso mudéjares y moriscos, sino que

adquiere una dimensión mayor al significar una «maniera»

que lleva a identificar determinadas obras y vestimentas como

realizadas «a la morisca».

Las prohibiciones culturales de 1566 y la expulsión de los

moriscos de 1609-1610 no tuvieron su paralelo en el ámbito

en el que algunas de las formas islámicas y moriscas se

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encontraban plenamente aceptadas e integradas en el entra-

mado cultural. Paralelamente la estética contrarreformista va

extendiéndose por la ciudad, mezclándose con los anteriores

lenguajes estilísticos. Se generaron actitudes tendentes a

ocultar en la memoria colectiva el pasado islámico y el

fracaso de la asimilación de los moriscos. La negación de

cualquier vínculo sanguíneo con musulmanes a través de los

certificados de limpieza de sangre, la interpretación

historiográfica en las obras granadinas del XVII del legado

artístico islámico de la ciudad o su consideración como un

»interregno» y el cubrimiento de techumbres mudéjares, que

quedan sepultadas bajo falsas bóvedas, son actitudes en

defensa de una catarsis purificadora de la ciudad. Y aunque la

permanencia de los moriscos fue un sueño no cumplido, sin

embargo el mantenimiento básico de la estructura urbana de

la ciudad conservaba un recuerdo vivo para la ciudad acerca

de un pasado multicultural no muy lejano. Pero los cristianos

nuevos no tuvieron derecho a mantener su residencia, no

fueron ciudadanos de pleno derecho.

Desde la perspectiva de género también encontramos dife-

rencias a la hora de entender la ciudadanía. En este sentido

basta con asomarnos a las relaciones de género vividas en el

urbanismo de la ciudad. Lo que más se destaca sobre muje-

res y ciudad en las obras de la época son aquellos espacios

que se crearon para mujeres «extraviadas». Justino Antolínez

de Burgos resalta la presencia de la Casa de Recogidas y de

la casa de Doncellas en la Granada del XVII, dos fundaciones

creadas por él. Según el propio fundador, la Casa de Recogi-

das fue creada para acoger mujeres de mal vivir, mujeres

casadas huidas de sus maridos y solteras que habían sido

engañadas por hombres; el beneficio de esta casa era tal

que, según el fundador, las mujeres volvían con sus maridos

y las otras se volvían a casar o bien iban a casa de gente

virtuosa. Se ubicaba en la Parroquia de la Magdalena, en una

calle bien poblada de gente honrada y principal, y la casa era

de buena factura, con un jardín y con capilla. Para e l

fundador era mejor remedio que la cárcel porque en ésta no

se guardaba la honestidad. La Casa de Doncellas estaba

dedicada a las huérfanas de 9 a 22 años, «siendo preferidas

las más hermosas y de mejor parecer por el mayor peligro

que puede correr la hermosura desamparada de remedio».33

También cita Henríquez de Jorquera el colegio para niñas

huérfanas mencionando que se les procura una dote para

«casar a la que quisiere ser casada y a la que quisiere ser

monja se le da para poder entrar».

El eje de San Jerónimo fue una de las vías principales que se potenciaron

en el siglo XVII. La portada de los hospitalarios de San Juan de Dios, el

oratorio de San Felipe Neri y la iglesia de los Santos Justo y Pastor

completaron el eje renacentista.

Este tipo de espacio para mujeres en el XVII sigue destacándose

en obras posteriores. Velázquez de Echevarría, en su Episcopolio

de 1768, menciona de la Granada del siglo XVII a una sola mujer,

la madre María de la Concepción, fundadora y primera rectora del

Beaterio de Santa María Egipcíaca. Ésta vuelve a ser destacada por

Gómez-Moreno en su Guía de Granada, alabando el buen papel

que este beaterio hizo ya que era el lugar donde las mujeres

extraviadas y arrepentidas deseaban cambiar su vida. Lo asimila

con un modelo de cárcel donde dominaban la persuasión y buen

ejemplo para transmitir las buenas virtudes cristianas y que tuvo

efecto hasta que se dispusieron las cárceles correccionales de las

mujeres en el presidio de Alcalá de Henares.

33 Documento citado en la introducción de Manuel Sotomayor en ANTOLÍNEZ DE BURGOS. J., Op. cit., p. LVI.

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Por tanto, en la construcción de la historia de la ciudad, cuan-

do aparecen en escena las mujeres, éstas se asocian con el

pecado público y su facilidad en errar. Recordemos el pregón

de 1640 que menciona Henríquez de Jorquera «por el qual se

mandó se guardasen y observasen las pregmaticas antiguas

de otras veces, pregonadas acerca del tapado de las muje-

res...» No se debía cumplir mucho la norma cuando en 1642

un nuevo pregón volvía incidir en que «no se tapasen las

mujeres de medio ojo». Otro ámbito en que los diferentes

autores de la época recogen referencias de las mujeres es el

religioso (alguna fundadora y especialmente integrantes de

Órdenes), por ello no llama la atención que más de la mitad

de escritoras granadinas del XVII fueran religiosas de distintas

Órdenes.34 En su participación en la construcción de la ciudad

no es visualizada más que alguna mujer «ilustre» que funda

algún convento, femenino casi siempre.

Esta percepción masculina de las mujeres la recoge muy bien

Henríquez de Jorquera. En sus anales cita en diversas ocasio-

nes a las mujeres de la ciudad del XVII. Por un lado las muje-

res ilustres por su linaje, mujeres de la nobleza, de las que

señala brevemente su «biografía» que queda reducida a una

genealogía que refleja que eran «hija de» o «mujer de», úni-

camente citándose en algún caso que fundaron o fueron

patronas de algún convento y en un caso un casamiento, ya

que en el resto hace referencia a ellas por su fallecimiento.

Por otro lado, recoge numerosos casos de mujeres forzadas,

maltratadas, agredidas o asesinadas por parte de hombres, en

gran parte maridos, que reciben su pena públicamente.

Mientras que de las mujeres recoge sólo cuatro casos, tres por

envenenamiento de sus maridos y uno de una mujer

berberisca que envenena a sus «amos». También menciona

las penas públicas por adulterio y alguna mujer juzgada por

ser hechicera y alcahueta.

Está claro que en la ciudad del XVII hubo espacios de repre-

sentación en los que estuvieron excluidas las mujeres. Los

espacios fueron diseñados desde las estructuras de poder y

bajo una visión masculina de la sociedad y la cultura y se

construyeron silenciando a las mujeres o remitiéndolas a ocupar

poca movilidad. Pero las mujeres estaban en la ciudad de

Granada y en ocasiones, desde su propio papel de género,

trasgredieron las normas para intentar hacer posible otra

ciudad y sociedad soñadas en las que pudieran tener más

movilidad y presencia.

Las múltiples actividades laborales desempeñadas por las muje-

res más allá de la casa, la frecuencia de las mujeres en mercados

y plazas públicas, en ocasiones regentando sus propios negocios,

o los lavaderos públicos, son espacios de la ciudad con presencia

habitual de ellas.35 Pero también en las fiestas y procesiones

estaban las mujeres, como la que protagonizaron varias mujeres

nobles de la ciudad que organizaron una gran fiesta en el

Convento de San Antonio de Padua, o la procesión de las

doncellas del Albayzín donde iban vestidas de blanco y con ricos

tocados, dirigiéndose desde San Cristóbal hasta la ciudad baja y

prohibiéndoseles entrar en la ciudad. Por supuesto, su aparición

en público siempre va sujeta a la división del espacio según el

género. Un hecho que fue escandaloso en la ciudad fue el

intento, por parte de algunos canónigos, de quitar un aposento

en la casa de las Comedias que se reservaba para varias mujeres

ilustres, surgiendo un conflicto entre el cabildo municipal y el de

la Iglesia. No sólo las ilustres mujeres sino las de otras clases se

debían someter a esta «regla social» de la separación de

espacios según el género; así, en el convite dado en 1641 a los

pobres de la ciudad, se prepararon tres salas, una para mujeres,

otra para hombres y otra para muchachos.36

Visualizar las restricciones y limitaciones que tuvieron las

mujeres no debe implicar su presentación como víctimas y

sufridoras de una ciudad, sino que nos debe mover a intentar

recuperar el papel que ejercieron como agentes urbanos y

reconocer que, si bien no fueron ciudadanas de derecho, sí lo

fueron de hecho. Y desde esta perspectiva nos invaden muchos

interrogantes que debemos aplicar a la Granada del XVII asu-

miendo, por ejemplo, que las fronteras entre el espacio público

y el espacio privado no fueron tan nítidas como se han pre-

sentado, que la ciudad vivió diversas geografías en el tiempo,

según los actores y escenarios, que quienes diseñaron la ciudad

no sólo fueron unas instituciones que de manera oficial, y por lo

general desde el sentido tradicional del poder, marcaron las

pautas de las reformas del trazado urbano, sino que la ciudad

fue vivida por hombres y mujeres que, aunque tuvieron pautas

marcadas por la estructura de la ciudad heredada y diseñada

institucionalmente, también la modificaron para hacerla

habitable y más cercana a sus sueños y realidades.

34 CORREA RAMÓN, A., Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VIII-XX), Granada, 2002, p. 35.

35 Interesantes e ilustrativos son los textos dedicados a las mujeres en sociedad en YUN CASALILLA, B., Del Barroco a la Ilustración, cambio y continuidad. Historia de Andalucía, vol. VII, Sevilla, 2006.

36 HENRÍQUEZ DE JORQUERA, F., Op. cit.

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