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18 Roberto Fontanarrosa
llevaba a cabo en Missoula. El señor Edelmann respondió presto a nuestro llamado y
cuatro días después llegó a casa proveniente de Dinamarca, donde se hallaba
radicado desde hacía tres años.
Maud, como habíamos decidido ponerle a nuestra águila (en realidad eran siglas:
Mountain Animal Unknown Domestic) a instancias de Carolina, nuestra hija máspequeña, se hallaba, cuando llegó Edelmann, dentro del lavarropas, donde se había
hecho fuerte. Desde allí dentro nos miraba a través del visor de cristal y en sus ojos
implacables podíamos adivinar un nítido acento depredador. Nosotros la
alimentábamos con galletas marinas, cereales y tapioca. Cada tanto, pese a nuestros
esfuerzos, Silver, la mangosta, se deslizaba dentro del lavarropas y se reiniciaba la
batalla. Ya nos habíamos acostumbrado a la enemistad entre ambas criaturas, pero a
lo que no podía habituarse Eve era a los efectos que dichas riñas causaban en
nuestras sábanas, fundas y demás ropa blanca. Para colmo, el jabón en polvo produjo
un raro efecto en el rojizo pelaje de Silver, quien destiñó, transmitiendo a Maud unacoloración extraña y anormal en su plumaje.
El señor Edelmann, provisto de un guante de béisbol de mi hijo más pequeño,
Bessie, instó a Maud a salir de su refugio. Ante nuestra sorpresa, el águila aceptó el
envite, se encaramó sobre la protegida mano derecha de nuestro vecino y, salvo un
espasmódico picotazo que desprendió el labio superior de Edelmann, se dedicó a
contemplar a su nuevo amigo como si lo conociese desde siempre.
Edelmann nos pidió cordialmente que lo dejásemos a solas con el águila y,
durante dos días, pudimos escuchar desde la habitación contigua, cómo le hablaba
en un tono convincente y monocorde. Al tercer día, Edelmann salió de su encierrocon un informe bastante completo: Maud estaba totalmente sorda. Según Edelmann,
el pichón se había visto afectado por la altura: la presión del aire en los altos picos de
la montaña había afectado notoriamente sus tímpanos. Mis hijas, mi esposa y tío
Saúl, quedaron muy impresionados con el diagnóstico. A mí no me impactó, sin
embargo, debido a que también yo había sufrido similar martirio, elevándome en
uno de los ascensores de las torres Twin, cuando viajé en ocasión de la fiesta
aniversario por la ejecución de Caryl Chessman. Edelmann nos dijo, asimismo, que
deberíamos enfrentarnos a un difícil trabajo de rehabilitación de Maud, dado que en
esas circunstancias le era imposible volver a volar.
La empresa no era fácil, debo confesarlo, pues una casa de campo donde habitan
un matrimonio con sus niños, no ha sido, generalmente, diseñada para contener las
ansias de horizonte de un águila real de Idaho. Pero, nuevamente, privó el espíritu
caritativo de nuestra familia: se resolvió la permanencia de Maud en la casa hasta su
total rehabilitación mediante el voto democrático. Venció la tendencia afirmativa por
seis votos contra cinco, tras una primera votación donde, aún hoy no nos explicamos
cómo, el recuento de los once votos dio una total paridad.
De allí en más, vivimos tres años apasionantes y bellos. Maud, nuestra orgullosa
águila real, pasó a ser un miembro más de nuestra familia. Poco a poco fue
recobrando el sentido auditivo, gracias a nuestros esfuerzos por hablar en voz baja y
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No sé si he sido claro y otros cuentos 19
evitar toda manifestación ruidosa. Llegamos, incluso, a festejarle sus cumpleaños o
dejarle pequeños regalos de fin de año bajo el pino navideño.
Una luminosa tarde abril, cuando Maud emprendió carrera desde abajo de la
mesa del comedor para tomar vuelo y finalizar estrellándose contra la vitrina que
atesoraba los trofeos que el pequeño Les había ganado compitiendo en "Cave el pozomás hondo", comprendimos, con emoción, que había recuperado el sentido del
equilibrio y se hallaba en los mismos umbrales de la perfecta condición física. Lo
comprobamos con alegría, pero también con inocultable tristeza. Aquello significaba,
nada menos, que se acercaba el duro momento de devolver a Maud a la vida salvaje.
Aquella noche, encerrados en el sótano, lloramos todos como chicuelos.
A Maud se la veía feliz dentro de la casa; se había convertido a esa altura de la
historia en una bella bestia cuyas alas extendidas alcanzaban una longitud de 7,50
metros, y no me cansaba de admirarla aposentada sobre el techo del ropero de la
pieza de Franny, la más pequeña de nuestras hijas, contemplando, atenta, elmovimiento dentro del hogar. Le divertía juguetear con los niños y los perseguía
picoteándoles los talones. Sin embargo, Maud, con ese instinto propio de los rapaces,
era consciente de la fortaleza de su pico, y nunca llegó a herir malamente a ninguno
de mis muchachos. Pese a todo, pese al ambiente de regocijo que imperó en nuestro
rancho durante aquellos felices años, coincidimos con Eve en que debíamos abordar
el último tramo en la recapacitación de Maud, antes de su devolución a las montañas.
Había que restituirle el ancestral llamado de la caza. Si bien el águila lograba levantar
en vilo algunos de los sillones Lafayette de nuestra galería, o se empecinaba en elevar
a tío Saúl y estrellarlo contra las rocas del arroyo cercano, no veíamos en ella laclásica predisposición para detectar una presa y atraparla.
Fue así que recomendamos a Walt, el cuarto de nuestros niños, el adiestramiento
de Maud. El sistema era simple: Walt se estacionaba en el medio del prado que se
extiende en el frente del rancho, haciendo girar sobre su cabeza una larga cuerda en
cuyo extremo se hallaba atado un salame milanés. Maud, en tanto, era conducida dos
kilómetros más abajo, casi junto al río, por Georgie, con la cabeza cubierta por una
capucha. Al llegar al punto establecido, Georgie le quitaba la capucha y orientaba a
Maud hacia su presa. La vista prodigiosa del águila le permitía localizar de
inmediato el vuelo circular del salame y se lanzaba sobre él como un meteoro. El
primer ensayo no fue exitoso debido a que Maud atrapó a Walt en lugar del salame y
se lo llevó hacia las alturas. Se perdió entre las nubes con nuestro hijo, antes de que
tuviésemos tiempo de ordenarle el regreso. Eramos conscientes de que Maud
gustaba de bromear con nuestros muchachos, pero aquella vez había llevado la
broma demasiado lejos. No era exagerada nuestra apreciación: dos días después,
Walt telefoneó desde Nampa, ciudad excesivamente alejada de nuestro estado (unos
480 kilómetros) donde había caído, afortunadamente, sobre un ómnibus escolar. Tan
distante se hallaba Walt de nosotros que optó por radicarse en Nampa y, aún hoy,
solemos cartearnos.
Las dificultades prosiguieron con Maud, dado que Ira tomó a su cargo su
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entrenamiento de caza, siendo atacada por miles de buitres al segundo día en que se
dispuso a revolear el salame. Pese a todo, dos semanas después pudimos afirmar que
el águila se hallaba en óptimas condiciones de sobrevivir en su original habitat
rocoso. Juro que aquella noche no dormimos pensando en la despedida. Pero
conscientes de que no podíamos alterar el impertérrito rumbo de la Naturaleza, aldía siguiente, con Maud dentro de una bolsa de dormir de Milton, el más pequeño de
mis niños, partimos en el Land Rover hacia el pie de las montañas Bitterroot. ¡Qué
prístina mirada de comprensión adivinamos en los ojos de Maud cuando la pusimos
sobre el capot del coche!
Advertía la despedida de todos aquellos que, durante cuatro años, habíamos
velado y cuidado por ella. Le quitamos el arnés de cuero, abrimos la cerradura de su
collar, aflojamos el rigor de las ligaduras de soga que contenían sus alas formidables
y con gritos, movimientos ampulosos de brazos y voces de aliento, la instamos a
elevarse rumbo a las montañas.Maud no tuvo un solo instante de vacilación, con una economía de gestos propia
de su grandeza, emprendió el vuelo. Primero describió un amplísimo círculo
bordeando el bosque, ante nuestra mirada conmovida, luego pasó oscilando
levemente las alas en el internacionalmente conocido planeo de saludo y finalmente
se zambulló como una tromba dentro de nuestra casa.
Por ocho veces repetimos el intento. Llegamos a escalar nosotros mismos la ladera
de la montaña hasta alcanzar uno de los picos nevados, para convencer a Maud,
acerca de cuál era su destino. Pero nada surtió resultado. Maud había elegido el
lugar donde madurar y reproducirse.A tres años de esta historia, Eve y yo, ya nos hemos acostumbrado bastante bien a
la vida de montaña, con ese particular sentido práctico de la gente de campo. La
caverna en la roca es amplia y el aire, uno de los más puros que pueda uno
imaginarse. Nuestros hijos permanecen con nosotros, salvo el más pequeño, que optó
por compartir el nido con un cuquejo gris, mil metros más arriba. Tío Saúl se
desbarrancó el invierno pasado en un abismo, pero confiamos que, en el próximo
verano, con el deshielo, recuperaremos su cuerpo.
Cada tanto, nos viene a visitar Maud, que revolotea gozosa en torno nuestro. El
miércoles pasado no vino sola, la seguía un hermoso pichón de su mismo plumaje.
No se acercó tanto, esta vez, quizás celosa de su cría, pero era obvio que no quería
privarse del gusto de mostrárnoslo, en su orgullo de madre.
A veces, cuando el día es diáfano, desde nuestra altura alcanzamos a ver los
tejados de nuestro antiguo rancho. Incluso advertimos el humo que sale de su
chimenea en las tardes frías. Sabemos, entonces, que allí están Maud y los suyos, en
torno al fuego, quizás disputando por un pedazo de conejo, o bien saboreando un
trozo de mofeta cruda.
Y, deben creerlo, somos felices.
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