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1 AREA DE PRODUCTIVIDAD Y DESARROLLO FOLLETO DE LECTURAS PARA CADA DÍA PERTENECE A: ____________________________________________ La lectura es de gran utilidad cuando se medita lo que se lee. Malebranche

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AREA DE PRODUCTIVIDAD Y

DESARROLLO

FOLLETO DE LECTURAS PARA CADA DÍA

PERTENECE A:

____________________________________________

La lectura es de gran utilidad cuando se medita lo que se lee. Malebranche

ORACIÓN PARA ANTES DE ESTUDIAR

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Gracias señor, Por tantas cosas que me das Y no soy digno de merecer:Por la salud, por la vida, por los alimentos y por la familia que tengo

Señor, Recuérdame con frecuencia,La obligación que tengo de estudiar,.Con mucha sinceridad te digo Que el estudio frecuentemente me resulta difícil, duro y aburrido. Tú puedes hacérmelo fácil y agradable. Esperas solamente mi llamada.

Señor, te suplico Que me des valentía y constancia Para aprovechar todos los instantes en el estudio. Enséñame a estudiar con método, a leer con reflexión, a consultar a los que saben más

para, el día de mañana, ser útil a mis hermanos

Hoy, Al comenzar a estudiar,me pongo en tu presencia,

Señor.Te ofrezco el esfuerzo,Y te pido ayuda para rechazar la distracción,para aprender con firmeza y seguridad.Yo te prometo un mayor esfuerzo en mis estudios Y una vida más digna de tu santidad.

Gracias Señor,

Gracias Señor,

Muchas gracias Señor

AMEN.

CONOCIENDO LOS VALORES

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1. PUNTUALIDAD (27 enero)

El valor que se construye por el esfuerzo de estar a tiempo en el lugar adecuado.

El valor de la puntualidad es la disciplina de estar a tiempo para cumplir nuestras obligaciones: una cita del trabajo, una reunión de amigos, un compromiso de la oficina, un trabajo pendiente por entregar.

El valor de la puntualidad es necesario para dotar a nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia, pues al vivir este valor en plenitud estamos en condiciones de realizar más actividades, desempeñar mejor nuestro trabajo, ser merecedores de confianza.

La falta de puntualidad habla por sí misma, de ahí se deduce con facilidad la escasa o nula organización de nuestro tiempo, de planeación en nuestras actividades, y por supuesto de una agenda, pero, ¿qué hay detrás de todo esto?

Muchas veces la impuntualidad nace del interés que despierta en nosotros una actividad, por ejemplo, es más atractivo para un joven charlar con los amigos que llegar a tiempo a las clases; para otros es preferible hacer una larga sobremesa y retrasar la llegada a la oficina. El resultado de vivir de acuerdo a nuestros gustos, es la pérdida de formalidad en nuestro actuar y poco a poco se reafirma el vicio de llegar tarde.

En este mismo sentido podríamos añadir la importancia que tiene para nosotros un evento, si tenemos una entrevista para solicitar empleo, la reunión para cerrar un negocio o la cita con el director del centro de estudios, hacemos hasta lo imposible para estar a tiempo; pero si es el amigo de siempre, la reunión donde estarán personas que no frecuentamos y conocemos poco, o la persona –según nosotros- representa poca importancia, hacemos lo posible por no estar a tiempo, ¿qué más da...?

Para ser puntual primeramente debemos ser conscientes que toda persona, evento, reunión, actividad o cita tiene un grado particular de importancia. Nuestra palabra debería ser el sinónimo de garantía para contar con nuestra presencia en el momento preciso y necesario.

Un aspecto importante de la puntualidad, es concentrarse en la actividad que estamos realizando, procurando mantener nuestra atención para no divagar y aprovechar mejor el tiempo. Para corregir esto, es de gran utilidad programar la alarma de nuestro reloj o computadora (ordenador), pedirle a un familiar o compañero que nos recuerde la hora (algunas veces para no ser molesto y dependiente), etc., porque es necesario poner un remedio inmediato, de otra forma, imposible.

Lo más grave de todo esto, es encontrar a personas que sienten “distinguirse” por su impuntualidad, llegar tarde es una forma de llamar la atención, ¿falta de seguridad y de carácter? Por otra parte algunos lo han dicho: “si quieren, que me esperen”, “para qué llegar a tiempo, si...”, “no pasa nada...”, “es lo mismo siempre”. Estas y otras actitudes son el reflejo del poco respeto, ya no digamos aprecio, que sentimos por las personas, su tiempo y sus actividades.

Para la persona impuntual los pretextos y justificaciones están agotados, nadie cree en ellos, ¿no es tiempo de hacer algo para cambiar esta actitud? Por el contrario, cada vez que alguien se retrasa de forma extraordinaria, llama la atención y es sujeto de toda credibilidad por su responsabilidad, constancia y sinceridad, pues seguramente algún contratiempo importante ocurrió..

Podemos pensar que el hacerse de una agenda y solicitar ayuda, basta para corregir nuestra situación y por supuesto que nos facilita un poco la vida, pero además de encontrar las causa que provocan nuestra impuntualidad (los ya mencionados: interés, importancia, distracción), se necesita voluntad para cortar a tiempo nuestras actividades, desde el descanso y el trabajo, hasta la reunión de amigos, lo cual supone un esfuerzo extra -sacrificio si se quiere llamar-, de otra manera poco a poco nos alejamos del objetivo.

La cuestión no es decir “quiero ser puntual desde mañana”, lo cual sería retrasar una vez más algo, es hoy, en este momento y poniendo los medios que hagan falta para lograrlo: agenda, recordatorios, alarmas...Para crecer y hacer más firme este valor en tu vida, puedes iniciar con estas sugerencias:

Examínate y descubre las causas de tu impuntualidad: pereza, desorden, irresponsabilidad, olvido, etc.

Establece un medio adecuado para solucionar la causa principal de tu problema (recordando que se necesita voluntad y sacrificio): Reducir distracciones y descansos a lo largo del día; levantarse más temprano para terminar tu arreglo personal con oportunidad; colocar el despertador más lejos...

Aunque sea algo tedioso, elabora por escrito tu horario y plan de actividades del día siguiente. Si tienes muchas cosas que atender y te sirve poco, hazlo para los siguientes siete días. En lo sucesivo será más fácil incluir otros eventos y podrás calcular mejor tus posibilidades de cumplir con todo. Recuerda que con voluntad y sacrificio, lograrás tu propósito.

Implementa un sistema de “alarmas” que te ayuden a tener noción del tiempo (no necesariamente sonoras) y cámbialas con regularidad para que no te acostumbres: usa el reloj en la otra mano; pide acompañar al compañero que entra y sale a tiempo; utiliza notas adheribles...

Establece de manera correcta tus prioridades y dales el lugar adecuado, muy especialmente si tienes que hacer algo importante aunque no te guste.

Vivir el valor de la puntualidad es una forma de hacerle a los demás la vida más agradable, mejora nuestro orden y nos convierte en personas digna de confianza.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Impuntualidad

2. LA SANA DIVERSIÓN (28 enero)

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La importancia de buscar actividades recreativas que nos permitan seguir creciendo en los valores humanos

El valor de la sana diversión consiste en saber elegir actividades que nos permitan sustituir nuestras labores cotidianas, por otras que requieren menor esfuerzo, sin descuidar nuestras obligaciones habituales, facilitando el desarrollo físico, intelectual y moral de las personas.

Hay quienes piensan que divertirse consiste en reír todo el tiempo y hacer sólo las cosas que nos gustan y sirven de entretenimiento, sin embargo, una buena diversión va mucho más allá de sentirse bien y cómodo.

La realidad es que todos nos divertimos de alguna manera, pero cabe cuestionarnos si todas nuestras alternativas permiten formar y desarrollar los valores; muchas veces dejamos “reposar” (a los valores) y actuamos como si la diversión fuera un apartado en nuestra vida.

El problema de fondo radica en la moderación de nuestros gustos y el control de nuestras apetencias, es decir, saber dedicar el tiempo necesario e indispensable a cada actividad recreativa y no caer en cualquier tipo de excesos.

La buena diversión nos permite crecer humanamente y realizar algo positivo, quién vive inmerso en un mundo agitado, se olvida de los demás y es la imaginación, la vista, el gusto o el tacto quienes gobiernan su actuar, convirtiéndose en “dependiente” de las actividades que le proporcionan placer físico y lo hacen sentirse bien, y a eso, no se le puede llamar diversión.

Aún dentro de las actividades de sano esparcimiento corremos el riesgo de excedernos, como el joven y destacado deportista que prefiere seguir entrenando a cumplir con sus obligaciones escolares y familiares. Recordemos que toda diversión debe facilitarnos vivir los valores de responsabilidad, laboriosidad, trabajo...

Si no tenemos cuidado, es fácil abandonar la convivencia en familia, la responsabilidad en el estudio, o afectar el rendimiento en el trabajo. Por las consecuencias que se presentan, es fácil advertir el momento en que nuestra diversión no cumple con un requisito indispensable: descansar y recobrar ánimos para continuar con nuestras labores habituales.

La diversión no excluye el esfuerzo y el estudio, sería equivocado pensar lo contrario. Se necesita práctica y dedicación para jugar bien al tenis; tener conocimientos sobre las tácticas del ajedrez; conocer las técnicas de la pintura. Toda afición se convierte en una oportunidad para conocer más y desarrollar nuestras capacidades y habilidades.

Son muchas las alternativas que nos proporcionan la facilidad de seguir cultivando los valores: actividades al aire libre, los deportes, juegos de mesa, eventos sociales y culturales, afición por alguna de las bellas artes. A través de ellas desarrollamos nuestras capacidades físicas e intelectuales, y dependiendo de su naturaleza, fomentan la amistad, el liderazgo o la actitud de servicio y solidaridad.

Del mismo modo, todas nuestras aficiones personales pueden ser un buen pretexto para fomentar la convivencia (tocar un instrumento, pintar, leer, armar modelos a escala...), pues siempre encontraremos con quien compartir y aprender más.

Cuando una persona ha comprendido y asimilado el valor de la sana diversión, es capaz de comprender y apreciar los intereses y preferencias de los demás, siempre dispuesto a compartir las diversiones que otros proponen aunque no sean de su total agrado, porque ha descubierto la importancia de la convivencia.

Para aprender a divertirnos como se debe, es necesario evaluar con seriedad cada una de nuestras diversiones:

Revisa si tus actividades recreativas te sirven para volver a tus ocupaciones con buen ánimo.

Aprende a dejar tu diversión oportunamente para cumplir con tus obligaciones.

Comparte tus aficiones con los demás y participa de otras actividades que te propongan, siempre y cuando estén de acuerdo con la vivencia de este valor.

Haz el propósito de practicar con seriedad y aprender más acerca de tus pasatiempos.

Evita la inactividad, pues fomenta la pereza y te impide desarrollar este valor.

Al cuestionarnos seriamente la manera como vivimos la sana diversión, estamos en condiciones de asimilar que la satisfacción de los sentidos, los excesos y el encerrarnos en nuestras propias actividades, no sólo afecta nuestra integridad física, disminuye nuestra capacidad de convivencia, impide mejorar nuestro rendimiento en el trabajo y nos imposibilita para crecer en calidad humana.

A primera vista este valor parece tan trivial y sin importancia, pero al aprender a vivirlo, descubrimos que aún en la diversión es posible crecer y perfeccionarnos como seres humanos.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Vandalismo

3.Responsabilidad (29 enero)

Todos comprendemos la irresponsabilidad cuando alguien no cumple lo que promete

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¿Pero sabemos nosotros vivirla?La responsabilidad (o la irresponsabilidad) es fácil de detectar en la vida diaria, especialmente en su faceta

negativa: la vemos en el plomero que no hizo correctamente su trabajo, en el carpintero que no llegó a pintar las puertas en el día que se había comprometido, en el joven que tiene bajas calificaciones, en el arquitecto que no ha cumplido con el plan de construcción para un nuevo proyecto, y en casos más graves en un funcionario público que no ha hecho lo que prometió o que utiliza los recursos públicos para sus propios intereses.

Sin embargo plantearse qué es la responsabilidad no es algo tan sencillo. Un elemento indispensable dentro de la responsabilidad es el cumplir un deber. La responsabilidad es una obligación, ya sea moral o incluso legal de cumplir con lo que se ha comprometido.

La responsabilidad tiene un efecto directo en otro concepto fundamental: la confianza. Confiamos en aquellas personas que son responsables. Ponemos nuestra fe y lealtad en aquellos que de manera estable cumplen lo que han prometido.

La responsabilidad es un signo de madurez, pues el cumplir una obligación de cualquier tipo no es generalmente algo agradable, pues implica esfuerzo. En el caso del plomero, tiene que tomarse la molestia de hacer bien su trabajo. El carpintero tiene que dejar de hacer aquella ocupación o gusto para ir a la casa de alguien a terminar un encargo laboral. La responsabilidad puede parecer una carga, y el no cumplir con lo prometido origina consecuencias.

¿Por qué es un valor la responsabilidad? Porque gracias a ella, podemos convivir pacíficamente en sociedad, ya sea en el plano familiar, amistoso, profesional o personal. Cuando alguien cae en la irresponsabilidad, fácilmente podemos dejar de confiar en la persona. En el plano personal, aquel marido que durante una convención decide pasarse un rato con una mujer que recién conoció y la esposa se entera, la confianza quedará deshecha, porque el esposo no tuvo la capacidad de cumplir su promesa de fidelidad. Y es que es fácil caer en la tentación del capricho y del bienestar inmediato. El esposo puede preferir el gozo inmediato de una conquista, y olvidarse de que a largo plazo, su matrimonio es más importante.

La responsabilidad es un valor, porque gracias a ella podemos convivir en sociedad de una manera pacífica y equitativa. La responsabilidad en su nivel más elemental es cumplir con lo que se ha comprometido, o la ley hará que se cumpla. Pero hay una responsabilidad mucho más sutil (y difícil de vivir), que es la del plano moral.

Si le prestamos a un amigo un libro y no lo devuelve, o si una persona nos deja plantada esperándole, entonces perdemos la fe y la confianza en ella. La pérdida de la confianza termina con las relaciones de cualquier tipo: el chico que a pesar de sus múltiples promesas sigue obteniendo malas notas en la escuela, el marido que ha prometido no volver a emborracharse, el novio que sigue coqueteando con otras chicas o el amigo que suele dejarnos plantados. Todas esta conductas terminarán, tarde o temprano y dependiendo de nuestra propia tolerancia hacia la irresponsabilidad, con la relación.

Ser responsable es asumir las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Ser responsable también es tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.

Los valores son los cimientos de nuestra convivencia social y personal. La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad de nuestras relaciones. La responsabilidad vale, porque es difícil de alcanzar.

¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad?

- El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros somos quienes decidimos.

- El segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros actos correspondan a nuestras promesas. Si prometemos “hacer lo correcto” y no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad.

- El tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor para que sean responsables. La actitud más sencilla es dejar pasar las cosas: olvidarse del carpintero y conseguir otro, hacer yo mismo el trabajo de plomería, despedir al empleado, romper la relación afectiva. Pero este camino fácil tiene su propio nivel de responsabilidad, porque entonces nosotros mismos estamos siendo irresponsables al tomar el camino más ligero. ¿Qué bien le hemos hecho al carpintero al despedirlo? ¿Realmente romper con la relación era la mejor solución? Incluso podría parecer que es “lo justo” y que estamos haciendo “lo correcto”. Sin embargo, hacer eso es caer en la irresponsabilidad de no cumplir nuestro deber y ser iguales al carpintero, al gobernante que hizo mal las cosas o al marido infiel. ¿Y cuál es ese deber? La responsabilidad de corregir.

¿Qué no es fácil? Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y corregir la responsabilidad, nuestra sociedad, nuestros países y nuestro mundo serían diferentes. Sí, es difícil, pero vale la pena.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Irresponsabilidad

4. Respeto (30 de enero)

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Veneración, acatamiento que se hace a alguien. 2. m. Miramiento, consideración, deferencia. (Fuente: Diccionario de la Real Academia Española)

Hablar de respeto es hablar de los demás. Es establecer hasta donde llegan mis posibilidades de hacer o no hacer, y dónde comienzan las posibilidades de los demás. El respeto es la base de toda convivencia en sociedad. Las leyes y reglamentos establecen las reglas básicas de lo que debemos respetar.

Sin embargo, el respeto no es solo hacia las leyes o la actuación de las personas. También tiene que ver con la autoridad como sucede con los hijos y sus padres o los alumnos con sus maestros. El respeto también es una forma de reconocimiento, de aprecio y de valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o valor como personas.

El respeto también tiene que ver con las creencias religiosas. Ya sea porque en nuestro hogar tuvimos una determinada formación, o porque a lo largo de la vida nos hemos ido formando una convicción, todos tenemos una posición respecto de la religión y de la espiritualidad. Es tan íntima la convicción religiosa, que es una de las fuentes de problemas más comunes en la historia de la humanidad.

Aquí viene, entonces, también el concepto de Pluralidad, es decir, de las diferencias de ideas y posturas respecto de algún tema, o de la vida misma. La pluralidad enriquece en la medida en la que hay más elementos para formar una cultura. La pluralidad cultural nos permite adoptar costumbres y tradiciones de otros pueblos, y hacerlos nuestros. Sin embargo cuando la pluralidad entra en el terreno de las convicciones políticas, sociales y religiosas las cosas se ponen difíciles.

Así es como llegamos al concepto de intolerancia, es decir el no tolerar. Fácilmente, ante alguien que no piensa, no actúa, no vive o no cree como nosotros podemos adoptar una actitud agresiva. Esta actitud, cuando es tomada en contra de nuestras ideas se percibe como un atropello a uno de nuestros valores fundamentales: la libertad. La intolerancia puede ser tan opresiva, que haga prácticamente imposible la convivencia humana. ¿Y nuestra propia tolerancia? ¿Debemos convencer a alguien que no es católico de que no está en la verdad? ¿No es acaso eso ser "intolerante"?

Para dar respuesta a estas interrogantes, y tocar el tema del respeto, la pluralidad y la tolerancia con más profundidad, hemos hecho una selección del mejor material sobre el tema desde los puntos de vista pedagógicos, éticos y religiosos. Los artículos que presentamos en este segmento de valores nos hace reflexionar en qué es el respeto, cómo se enseña y por qué es importante enseñarlo a los hijos, el porqué de la intolerancia y de particular interés es la sección "Iglesia y Valores", que nos habla de nuestra propia tolerancia respecto de otras religiones y creencias y de la importancia de la pluralidad y el respeto.

Podríamos pensar que faltar al respeto es simplemente tener malos modales. Claro, hablar con la boca llena, presentarnos sucios a la escuela o el trabajo, o empujar a los otros para pasar son conductas irrespetuosas. Sin embargo, significan poco en comparación con las verdaderas faltas de respeto: tocar a alguien sin su consentimiento; burlarnos de una religión, de un trabajo o una forma de vida diferente a la nuestra, querer utilizar a los demás como medios para nuestros planes, abusar de quienes están en desventaja (los ancianos, las personas enfermas, los niños muy pequeños, los animales). Debes evitarlo siempre. A veces la mejor forma es seguir las reglas. Pero pensar siempre “debo hacer esto”, “no debo hacer lo otro” es solo el primer paso. El gran progreso en la búsqueda del respeto no está en la inteligencia, sino en el corazón: el amor a los demás sirve de guía e inspiración para cuidarlos y honrarlos por formar parte de la vida.

 Viviendo el valor

 El valor del respeto se ejerce cuando mostramos aprecio y cuidado por el valor de algo o de alguien. Puede estar dirigido hacia los derechos y la dignidad de las demás personas, hacia los de nosotros mismos y también hacia el entorno natural, incluyendo las plantas y los animales que lo integran. Nos ayuda a

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conservar intacto aquello que mas apreciamos en la vida; nos ensena a reconocer aquello que más aprecian los demás. Puede vivirse en forma colectiva —entre un país y otro— o individual —entre dos personas—.

 Un código universal

Una idea muy popular afirma que, al solicitar algo, importa tanto lo que pedimos, como la forma en que lo hacemos. Llamamos “cortesía” a la manera atenta en que se solicita un servicio o un objeto; es un elemento que transforma cada detalle de la vida. Mira la diferencia que hay entre “Quitante de aquí” y “podrías dejarme pasar por favor?”. Cuál de las dos formas te gustaría más que emplearan contigo? Lo que resulta claro es que para esperar un trato correcto, tú debes darlo a los demás.

Pero la cortesía es solo la superficie de una actitud más profunda… Respetar a los otros consiste en reconocer su importancia como personas que habitan el mundo y comparten la vida contigo, en saber que cada una de ellas es tu prójimo, tu semejante. La lista incluye a los miembros de tu familia, a tus maestros y amigos, a tus vecinos, pero también a cualquier persona que pasa por la calle, aunque no la conozcas. Todos ellos, sin importar los detalles (menos aun si son hombres o mujeres) son tus iguales.

 Para la vida diaria

Sigue las reglas que se siguen en tu grupo o tu comunidad, como guardar silencio en determinadas circunstancias o respetar las áreas y servicios creados para las personas discapacitadas.

No aceptes ninguna actitud ofensiva o humillante: nadie debe hablarte a gritos o con groserías. Más aún: nadie debe quitarte tus planes y las buenas ideas que guían tu vida (la vocación por una carrera o el interés por un deporte).

Las leyes están hechas para respetarse. Hazlo siempre y recomiéndalo a tu entorno.Aprende a ser amable y afectuoso con tu entorno: no arrojes basura en la calle, ten consideración de los mayores, de las plantas, de las mascotas. Construye poco a poco el mundo donde quieres vivir.

 Por el camino del respeto

Las dificultades hacen que muchas personas pasen por encima de las reglas —y hasta de las demás personas— para conseguir sus fines. Aunque los obtengan, esta forma ha de evitarse: están haciendo del mundo un lugar de violencia y sufrimiento.

Puede creerse que el respeto o la falta de respeto que se presentan en el hogar no tienen mayor impacto. Sin embargo, todo comienza allí: si respetamos en la casa, estamos generando respeto en el mundo. No aceptes ni un detalle de violencia en tu hogar.

A veces pensamos que las personas rudas y agresivas en su trato son fuertes. La verdad es todo lo contrario: actúan así porque son débiles y tienen miedo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Irrespeto

5.Honestidad (31 enero)

La honestidad es una de las cualidades que nos gustaría encontrar en las personas o mejor aún, que nos gustaría poseer.

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Si alguna vez debemos hacer un listado de las cualidades que nos gustaría encontrar en las personas o mejor aún, que nos gustaría poseer, seguramente enunciaremos la Honestidad, porque garantiza confianza, seguridad, respaldo, confidencia, en una palabra integridad.

La Honestidad es una forma de vivir congruente entre lo que se piensa y la conducta que se observa hacia el prójimo, que junto a la justicia, exige en dar a cada quien lo que le es debido.

Podemos ver como actitudes deshonestas la hipocresía, aparentando una personalidad que no se tiene para ganarse la estimación de los demás; el mentir continuamente; el simular trabajar o estudiar para no recibir una llamada de atención de los padres o del jefe inmediato; el no guardar en confidencia algún asunto del que hemos hecho la promesa de no revelarlo; no cumpliendo con la palabra dada, los compromisos hechos y la infidelidad.

Faltar a la honestidad nos lleva a romper los lazos de amistad establecidos, en el trabajo, la familia y en el ambiente social en el que nos desenvolvemos, pensemos que de esta manera la convivencia se hace prácticamente imposible, pues ésta no se da, si las personas somos incapaces de confiar unos en otros.

Para ser Honesto hace falta ser sinceros en todo lo que decimos; fieles a las promesas hechas en el matrimonio, en la empresa o negocio en el que trabajamos y con las personas que participan de la misma labor; actuando justamente en el comercio y en las opiniones que damos respecto a los demás. Todos esperan de nosotros un comportamiento serio, correcto, justo, desinteresado, con espíritu de servicio, pues saben que siempre damos un poco más de lo esperado.

En la convivencia diaria podemos vivir la honestidad con los demás, no causando daño a la opinión que en general se tiene de ellas, lo cual se puede dar cuando les atribuimos defectos que no tienen o juzgando con ligereza su actuar; si evitamos sacar provecho u obtener un beneficio a costa de sus debilidades o de su ignorancia; guardando como propio el secreto profesional de aquella información que es particularmente importante para la empresa en la que prestamos nuestros servicios, o de aquel asunto importante o delicado que nos ha confiado el paciente o cliente que ha pedido nuestra ayuda; evitando provocar discordia y malos entendidos entre las personas que conocemos; señalando con firmeza el grave error que se comete al hacer calumnias y difamaciones de quienes que no están presentes; devolviendo con oportunidad las cosas que no nos pertenecen y restituyendo todo aquello que de manera involuntaria o por descuido hayamos dañado..

Si queremos ser Honestos, debemos empezar por enfrentar con valor nuestros defectos y buscando la manera más eficaz de superarlos, con acciones que nos lleven a mejorar todo aquello que afecta a nuestra persona y como consecuencia a nuestros semejantes, rectificando cada vez que nos equivocamos y cumpliendo con nuestro deber en las labores grandes y pequeñas sin hacer distinción.

Las relaciones en un ambiente de confianza conducen a la mejora personal y ajena, pues si en todo momento se obra con rectitud, se aprende a vivir como hombre de bien.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Deshonestidad

6. FELICIDAD (3 febrero)

El ser feliz no es un estado de ánimo, es una actitud constante…

Como muchos de los temas más profundos de nuestras vidas, todos tenemos una noción interna sobre qué es la felicidad, pero nos parece muy difícil explicarla. Ocurre lo mismo al pensar en conceptos como "Justicia" o "Solidaridad".

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Generalmente cuando pensamos en felicidad vemos sus efectos, pero pocas veces analizamos con cuidado sus causas: ¿Qué nos hace felices? ¿Es posible que esta felicidad sea un estado permanente?.

Es fácil confundir la felicidad con el bienestar. Por eso muchas personas tienden a equivocar el sentido de los bienes materiales en sus vidas, creyendo que les dará una felicidad que nunca encuentran. Y es que las cosas materiales nos dan bienestar: es más cómodo viajar en un coche que en un transporte público, es agradable tener abrigo cuando hace frío, ese necesario tener algo qué comer. Pero ese bienestar no tiene nada que ver con la felicidad.

La felicidad es un concepto mucho más profundo de estabilidad, seguridad, esperanza. La felicidad no es la falta de problemas o la ausencia de dificultades. ¿Se puede ser feliz en medio de una tormenta? Sí, porque la felicidad no es algo que esté necesariamente fuera de nosotros. El primer sitio donde debemos encontrarla es en nuestro interior. Es muy difícil ser feliz con una actitud de resentimiento o de enojo hacia la vida. Tampoco se puede ser feliz si depositamos nuestro corazón en cosas materiales o en las personas equivocadas. El vivir de manera continua un conjunto de valores nos brinda la estabilidad necesaria para sentirnos completos. La felicidad tiene mucho que ver con el vacío o plenitud de nuestras vidas en su sentido más profundo.

Pero la felicidad no está únicamente en nosotros mismos, también está en el darnos a los demás: la generosidad en la amistad, la ayuda al desvalido, el apoyo en los momentos difíciles. El volcarnos hacia los demás es una de las fuentes más preciosas para una genuina felicidad.

En este mundo actual de teléfonos móviles, internet y tecnología es fácil centrarnos en nosotros mismo y nuestros problemas y también es fácil olvidarnos de los demás. Sin embargo en la medida en la que nos preocupamos más por los demás y menos por nosotros mismos se resuelven dos problemas: el de la persona a la que estamos ayudando, y el nuestro porque nuestra vida cobra un nuevo sentido.

El ser feliz no es un estado de ánimo, es una actitud constante; para lograr esto podemos considerar como fundamental:

- Aprender a disfrutar de las pequeñas y cotidianas cosas de nuestra vida: la conversación, el descanso, el trabajo, la naturaleza, la amistad…

Debemos ser conscientes que el afán desordenado por encontrar satisfacciones conduce a una falsa felicidad, es decir, simplemente un placer.

- Ver en nuestras ocupaciones cotidianas un motivo de Felicidad.

Cualquiera que sea nuestro trabajo, es la expresión de lo que podemos y sabemos hacer. Realizarlo con entusiasmo, bien hecho y completo se convierte en una satisfacción y nuestra carta de presentación en la sociedad en que vivimos.

- Aceptar nuestras cualidades y limitaciones sin renunciar a mejorar. Con frecuencia podemos centrar nuestra atención en las cosas que nos faltan (bienes, mejor puesto en el trabajo, capacidad de relación social). Debemos aprovechar el tiempo en encontrar todo aquello que nos ayuda a superarnos: estudiar más, prepararnos para trabajar en la labor que mejor desempeñamos o acercarnos a las personas que nos puedan enseñar y sugerir mejores alternativas.

- Tener una actitud positiva ante las personas y las circunstancias.

Esto implica la comprensión que tengamos hacia los errores y actitudes de los demás, evitando provocar problemas y conflictos. Siempre será mejor enseñar cómo se pueden hacer mejor las cosas, valorando el esfuerzo y los logros obtenidos

Ser perseverantes en las dificultades, esforzándonos por descubrir lo positivo de los problemas, tratando de sacar provecho de la experiencia.

- Hacer lo posible por crear un ambiente agradable: contando anécdotas, organizando pequeños torneos deportivos para los amigos o la familia, festejar los cumpleaños, ver una película que sea divertida… Por lo general no se requiere de organizar grandes eventos, lo más sencillo es lo mejor.

La Felicidad está implícita en la vivencia de los demás Valores, cada uno de ellos nos aporta la posibilidad de llevar una vida plena, positiva y llena de optimismo.

No podemos renunciar a ser felices, aprendiendo nosotros, estamos en condiciones de hacer felices a quienes nos rodean, enseñando que la felicidad no está en tener una vida fácil, sino en procurarnos mutuamente la alegría, el apoyo y dirección en todo momento.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Angustia

7. Libertad (4 febrero)

Un valor que todos reconocemos, pero que pocos sabemos defender, o del cual podemos abusar.

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La libertad es un derecho natural de la persona, sin importar la edad, sexo o cualquier otra diferencia de cualquier índole. Gracias a la libertad podemos realizar aspiraciones: un mejor nivel de vida, formar a los hijos para que aprendan a tomar mejores decisiones, buscar un lugar adecuado para vivir, participar de manera activa en beneficio de la sociedad, llevar una vida congruente con la moral y la ética en todo el quehacer profesional, buscar una educación de calidad... pero estos son los efectos de la libertad, no la libertad misma.

La libertad puede entenderse como la capacidad de elegir entre el bien y el mal responsablemente. Esta responsabilidad implica conocer lo bueno o malo de las cosas y proceder de acuerdo con nuestra conciencia, de otra manera, se reduce el concepto a una mera expresión de un impulso o del instinto.

Toda decisión se enfrenta a la consideración de lo bueno y lo malo, del beneficio o el perjuicio de una acción. Si no se realiza este juicio se puede incurrir con facilidad en un error pues se hace un uso irresponsable de la libertad. Al igual que en otros aspectos de nuestra vida, el abuso se convierte en un actuar conforme a nuestros impulsos, sin reconocer barreras, límites, moral o ética, es decir, se convierte en libertinaje.

El mal uso o abuso de este derecho, siempre tendrá repercusiones en nuestros semejantes. Es inconcebible pensar que nuestro proceder es independiente y único, no podemos obrar como si fuéramos los únicos en el mundo o imponer sin ton ni son normas a las cuales deben sujetarse los que nos rodean; si por alguna razón alguien con autoridad o poder de cualquier índole afecta abusando "libremente" en perjuicio del prójimo, está olvidando las bases y principios que le han otorgado esas capacidades para el servicio, bienestar y desarrollo de los demás.

Tal es la magnitud de la libertad, que ni Dios la condiciona o restringe, pues forma parte de nuestra naturaleza; sus mandamientos son una guía con la cual se puede ser más humano, nada parecido a un condicionamiento, pues se nota por las acciones, que todos tenemos la capacidad de aceptar o rechazar lo propuesto, de asumirlo con alegría o rechazarlo abiertamente, haciendo lo que mejor nos parece; sin que en este momento se juzgue si esa aceptación o menosprecio sea bueno o malo, podemos afirmar nuevamente que siempre estaremos ejerciendo nuestro derecho de ser Libres.

La Libertad no se construye. No es como en el caso de virtudes como la perseverancia, la fortaleza o la paciencia que requieren de un esfuerzo constante y continuo para hacer de ellas una parte integral de nuestra vida. La libertad se ejerce de acuerdo con los principios fundamentales que nacen en la conciencia, en la familia y en la sociedad, es ahí donde este valor se orienta, forma, educa y respalda, forjando personas íntegras.

Podemos percibir mejor la libertad en nuestra vida diaria en muchos aspectos: En el momento que procuramos enseñarle a los demás (hijos, empleados, padres, amigos, etc.) a considerar lo bueno y lo malo de cada acto; cuando tenemos acceso a distintos medios de comunicación y encontramos que se puede expresar opiniones con respeto y educación; Cuando usamos correctamente de servicios públicos.

Reflexionar en la libertad es una oportunidad para considerar lo que tenemos, cómo lo aprovechamos o desaprovechamos, lo que hemos hecho y dejado de hacer. Vivir libremente es respetar, y al mismo tiempo es decidir, es ejercer un derecho.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Esclavitud

8.Amistad (5 febrero)

Los elementos que forjan amistades para toda la vida.

La amistad es un valor universal. Está claro que difícilmente podemos sobrevivir en la soledad y el aislamiento. Necesitamos a alguien en quien confiar, a quién llamar cuando las cosas se ponen difíciles, y

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también con quien compartir una buena película. Pero ¿Qué es la amistad? ¿De qué se compone? ¿Cómo tener amistades que duren toda la vida?

Caerse bien

Las amistades suelen comenzar de imprevisto, y muchas veces sin buscarlas. En el camino de la vida vamos encontrándolas. Y todo comienza porque alguien "nos cae bien".

Convicciones, sentimientos, gustos, aficiones, opiniones, ideas políticas, creencias, religión son algunos de las cosas en común que pueden hacer que nos hagamos amigos de alguien.

Sentirse a gusto con una persona, conversar y compartir sentimientos es el principio de eso que llamamos amistad.

Algo en Común

Para que la amistad sea verdadera, debe existir algo en común y, sobre todo, estabilidad. El interés común puede ser una misma profesión, una misma carrera, un pasatiempo en común, y la misma vida nos va dando amigos. Dice el refrán Aficiones y caminos hacen amigos.

La amistad es un cariño, un apreciarse que promueve un dar, un darse y para ello es necesario encontrarse y conversar.

Después, con el tiempo, la amistad puede desarrollarse en profundidad y en extensión mediante el trato, el conocimiento y el afecto mutuos.

La amistad no puede desarrollarse sin estabilidad. Por eso cuando dejamos de ver durante muchos años a nuestros amigos, a veces nos enfrentamos a que parecen personas totalmente diferentes, o simplemente no se pasa de un diálogo superficial que deja un mal sabor de boca. La amistad es algo que requiere estabilidad en el trato.

Tratarse

Conocer bien al amigo es saber de su historia pasada, de sus quehaceres actuales y de sus planes futuros; y del sentido que da a su vida, de sus convicciones; y de sus gustos y aficiones, y de sus defectos y virtudes. Es saber de su vida, de su forma de ser, de comprenderse; es... comprenderle.

Comprender al amigo es meterse en su piel y hacerse cargo.

Desinterés

Para que una amistad sea verdadera, no basta con caerse bien, hay que dar el paso definitivo: ayudarse desinteresadamente, sin esperar nada a cambio. Al amigo se le quiere porque él es él y porque yo soy yo. La amistad se orienta hacia el tú y consiste más en un servir que en un sentir.

No es amigo ni el compañero ni el camarada. Tampoco es amigo que el busca aprovecharse del otro. La amistad no es comercio de beneficios.

La verdadera amistad es, en gran medida, servicio afectuoso y desinteresado.

Vale la pena

Ser amigo de verdad no es fácil, pero vale la pena el esfuerzo. Es un gozo tener amigos de verdad: estar con ellos, charlar, ayudarle o ser ayudad y disfrutar y alegrase con ellos ¡poder contar con ellos! Aunque cueste, vale la pena el esfuerzo que requiere ser un amigo.

Tenerse confianza

No solamente se cree lo que dice el amigo, hay que creer en él. Tener confianza en el amigo significa que tenemos la seguridad moral de que responderá favorablemente a las esperanzas de amistad que depositemos en él.

La confianza mutua hace posible la autenticidad.

Dar. Darse.

La generosidad nos ayuda y facilita el dar que es esencial en la amistad. El dar y el darse es esencial en la amistad. El amigo de verdad es generoso y da. Da sus cualidades, su tiempo, sus posesiones, sus energías, sus saberes. Y lo hace para procurar ayudar eficazmente al amigo.

Debemos mirar generosamente, con respeto y con cariño. El egoísmo se opone radicalmente a la amistad.

Un acto de generosidad especialmente difícil es el perdonar. Debemos comprender y saber los motivos de una acción que nos ha hecho daño. Saber perdonar es propio de almas sabias y generosas.

Ser leales

No hay riqueza más valiosa que un buen amigo seguro. Ser leal supone ser persona de palabra, que responda con fidelidad a los compromiso que la amistad lleva consigo. Leales son los amigos que son nobles y no critican, ni murmura, que no traicionan una confidencia personal, que son veraces. Son varaderos amigos quienes defienden los intereses y el buen nombre de sus amigos.

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Ser leal también es hablar claro, ser franco. Debemos también ser leales en corregir a un amigo que se equivoca.

Ser agradecidos

Dice un refrán que "El agradecimiento es el más efímero de los sentimientos humanos" y con mucha frecuencia parece tener razón. La gratitud es propia de los verdaderos amigos.

¿Cuántas veces nos hemos sentido mal con un amigo porque no ha sido agradecido del tiempo que le damos? Nosotros debemos agradecerle su tiempo, los buenos ratos que nos hace pasar, su ayuda cuando nos sentimos mal. A nosotros nos gustaría que una amistad nos dijera "gracias", demos entonces nosotros el primer paso.

Un enemigo mortal

El Yo es un enemigo mortal de la amistad. El orgullo y el egoísmo no caben en la amistad. El orgulloso no mira más allá de su persona, de sus propias cualidades,d e sus intereses. No es capaz de ayudar a nadie.

Mantener las amistades

Las amistades se cultivan, maduran. Es fácil hacer amigos, pero es mucho más difícil mantenerlos. La vida pone a prueba la generosidad, la lealtad, el agradecimiento, y no siempre se sale bien de ella. De aquellos amigos de la universidad, poco a poco la lista se hará menor. De un grupo de 30 o 40 amigos, acabarán quedando, para toda la vida 3 o 4.

Hacer nuevos amigos

El hecho de que alguien no tenga muchos amigos no es algo que deba permanecer así. El cultivar aficiones o asistir a alguna clase que nos interese es uno de los mejores medios para hacer amigos. Una cosa maravillosa de la amistad, es que incluso la gente más tímida puede hacer amistad ¡Con otros tan tímidos como ellos mismos! Hacer nuevos amigos es abrir horizontes. Si alguna vez algún amigo nos ha pagado mal, no significa que ocurra así con todo el mundo. Lo peor que puede hacer cualquiera es cerrarse.

Las amistades cambian

Un punto fundamental al entender la amistad, es que las personas ni somos perfectas y cambiamos poco a poco, es decir, que no siempre encontraremos un "solo mejor amigo". Habrá quien comparta con nosotros nuestras aficiones, otro quizá nuestros problemas, otro nuestros sueños. Querer buscar que una sola persona llene todas nuestras necesidades de amistad es algo que podría llegar a ser una utopía. Además ¿Quién dijo que no se pueden tener varios amigos?

¿Amistad o complicidad?

Así como la amistad sana es un valor esencial para nuestras vidas, el tener una amistad con la persona equivocada puede serla fuente de muchos dolores de cabeza. Problemas de droga, delincuencia, baja en el desempeño profesional, problemas familiares son unos cuantos efectos de las malas amistades. La amistad es compartir, pero no es complicidad. También es importante recordar que somos personas individuales, con una conciencia individual. El hecho de que tal o cual amistad "lo haga", no significa que nosotros debemos hacerlo. Tampoco podemos esconder nuestra conciencia individual en una conciencia "compartida". Es el caso típico de alguien que se mete en problemas serios porque salió con los amigos y se perdió el control. "Más vale solo que mal acompañado" es un adagio que, de haber sido practicado a tiempo, podría haber evitado muchos problemas.

Conclusión

La amistad es tan importante para el desarrollo humano, su estabilidad y el mejoramiento de la sociedad que es un verdadero valor, que debemos cuidar y fomentar.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Enemistad

9. APRENDER (6 febrero)

El valor que nos ayuda a descubrir la importancia de adquirir conocimientos a través del estudio y la reflexión de las experiencias cotidianas.

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Uno de los valores fundamentales de todo ser humano es el conjunto de habilidades y conocimientos de que dispone para resolver problemas. La única forma de obtener este conjunto es el aprendizaje. El valor de aprender tiene como finalidad la búsqueda habitual de conocimientos a través del estudio, la reflexión de las experiencias vividas y una visión profunda de la realidad.

Nuestra vida está rodeada de muchas situaciones alrededor de nuestro trabajo cotidiano, la familia y las relaciones personales de toda índole, en cada lugar debemos tomar iniciativas, resolver situaciones y enseñar a los demás a trabajar, a crear una mejor convivencia y a llevar una vida mejor. Quien tiene más elementos a su alcance, está en condiciones de cumplir con esta tarea de manera eficaz, pues este valor no consiste en acumular conocimientos para ser un erudito, sino para servir.

Hay quienes desde la época de estudiantes han creído que sólo debemos aprender lo que es necesario e indispensable para desempeñar una labor profesional específica, peor aún, que no queda más remedio que hacer el mínimo esfuerzo para solventar una situación académica.

Pero, ¿por qué nos da pereza aprender? Sencillamente porque deseamos que todo tenga una utilidad práctica e inmediata (como el niño que aprende a contar y a conocer la denominación de las monedas, para comprar con la seguridad de no ser engañado); esto sin agregar el esfuerzo y el tiempo que supone estar frente a un libro o cualquier otro medio. ¡Qué falta de aspiraciones y deseos de superación personal!

No debemos olvidar que el perfeccionamiento personal abarca la superación profesional, por lo tanto, debemos preocuparnos por profundizar. Terminar la universidad, comenzar una maestría, emprender un doctorado, asistir a cursos de actualización y diplomados debe ser un camino natural. No podemos olvidar que en el mundo laboral de hoy tener un título universitario ya no es suficiente. Es necesario ir más lejos si se desea un progreso real.

Cuando no estamos humana y profesionalmente preparados, somos incapaces de prevenir y resolver problemas: si un padre de familia no advierte la formación que sus hijos reciben en la escuela, no encontrará explicación a sus cambios de conducta; tener una empresa dejando la administración en manos de otros, no siempre es conveniente; manejar personal sin tener nociones básicas del comportamiento y naturaleza humana, nos lleva a un trato impersonal; desconocer la dignidad del matrimonio y la familia, puede tener como resultado la desintegración.

Ante nuestra incapacidad, nos convertimos en dependientes de las circunstancias y de las personas, buscando culpables y eludiendo responsabilidades. Una persona en constante preparación, se muestra interesada en todo lo que rodea a sus semejantes porque quiere superarse y encontrar la manera de ser más útil.

Para crecer en este valor, necesitamos tener en mente que aprender algo nuevo no es pérdida de tiempo, es una forma de alcanzar la superación personal. Podríamos argumentar falta de tiempo y necesidad de descanso, pero todo es cuestión de organización y esfuerzo, tal vez en forma gradual, pero continua.

Para reforzar el valor de aprender puedes:

Hacerte el hábito de leer al menos un libro por mes.

Terminar la universidad (si aún no lo has hecho)

Inscribirte en un curso de actualización o algún diplomado

Empezar la maestría

Cursar un doctorado

Escuchar noticieros, leer el periódico y acercarte a medios que te proporcionen información sobre la realidad que te rodea.

Comprar revistas sobre temas adicionales a tu profesión u oficio

Observar cuidadosamente las actitudes de los demás y procura obtener conclusiones que te sirvan en el futuro.

Desarrollar una nueva afición que te permita obtener nuevos conocimientos en un área que no conoces.

El valor de aprender nos convierte en personas que tienen más herramientas para avanzar en la vida y para ser mejores seres humanos.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Ignorancia

10. Vivir en familia (7 febrero)

El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha tocado desempeñar en la familia.

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Al hablar de familia podemos imaginar a un grupo de personas felices bajo un mismo techo y entender la importancia de la manutención, cuidados y educación de todos sus miembros, pero descubrir la raíz que hace a la familia el lugar ideal para forjar los valores, es una meta alcanzable y necesaria para lograr un modo de vida más humano, que posteriormente se transmitirá naturalmente a la sociedad entera...

El valor de la familia va más allá de los encuentros habituales e ineludibles, los momentos de alegría y la solución a los problemas que cotidianamente se enfrentan. El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha tocado desempeñar en la familia, procurando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos los demás.

Formar y llevar a la familia en un camino de superación constante no es una tarea fácil. Las exigencias de la vida actual pueden dificultar la colaboración e interacción porque ambos padres trabajan, pero eso no lo hace imposible, por tanto, es necesario dar orden y prioridad a todas nuestras obligaciones y aprender a vivir con ellas. Debemos olvidar que cada miembro cumple con una tarea específica y un tanto aislada de los demás: papá trabaja y trae dinero, mamá cuida hijos y mantiene la casa en buen estado, los hijos estudian y deben obedecer.

Es necesario reflexionar que el valor de la familia se basa fundamentalmente en la presencia física, mental y espiritual de las personas en el hogar, con disponibilidad al diálogo y a la convivencia, haciendo un esfuerzo por cultivar los valores en la persona misma, y así estar en condiciones de transmitirlos y enseñarlos. En un ambiente de alegría toda fatiga y esfuerzo se aligeran, lo que hace ver la responsabilidad no como una carga, sino como una entrega gustosa en beneficio de nuestros seres más queridos y cercanos.

Lo primero que debemos resolver en una familia es el egoísmo: mi tiempo, mi trabajo, mi diversión, mis gustos, mi descanso... si todos esperan comprensión y cuidados ¿quién tendrá la iniciativa de servir a los demás? Si papá llega y se acomoda como sultán, mamá se encierra en su habitación, o en definitiva ninguno de los dos está disponible, no se puede pretender que los hijos entiendan que deben ayudar, conversar y compartir tiempo con los demás.

La generosidad nos hace superar el cansancio para escuchar esos problemas de niños (o jóvenes) que para los adultos tienen poco importancia; dedicar un tiempo especial para jugar, conversar o salir de paseo con todos el fin de semana; la salida a cenar o al cine cada mes con el cónyuge... La unión familiar no se plasma en una fotografía, se va tejiendo todos los días con pequeños detalles de cariño y atención, sólo así demostramos un auténtico interés por cada una de las personas que viven con nosotros.

Otra idea fundamental es que en casa todos son importantes, no existen logros pequeños, nadie es mejor o superior. Se valora el esfuerzo y dedicación puestos en el trabajo, el estudio y la ayuda en casa, más que la perfección de los resultados obtenidos; se tiene el empeño por servir a quien haga falta, para que aprenda y mejore; participamos de las alegrías y fracasos, del mismo modo como lo haríamos con un amigo... Saberse apreciado, respetado y comprendido, favorece a la autoestima, mejora la convivencia y fomenta el espíritu de servicio.

Sería utópico pensar que la convivencia cotidiana estuviera exenta de diferencias, desacuerdos y pequeñas discusiones. La solución no está en demostrar quién manda o tiene la razón, sino en mostrar que somos comprensivos y tenemos autodominio para controlar los disgustos y el mal genio, en vez de entrar en una discusión donde por lo general nadie queda del todo convencido. Todo conflicto cuyo resultado es desfavorable para cualquiera de las partes, disminuye la comunicación y la convivencia, hasta que poco a poco la alegría se va alejando del hogar.

Es importante recalcar que los valores se viven en casa y se transmiten a los demás como una forma natural de vida, es decir, dando ejemplo. Para esto es fundamental la acción de los padres, pero los niños y jóvenes -con ese sentido común tan característico- pueden dar verdaderas lecciones de cómo vivirlos en los más mínimos detalles.

Por otra parte, muchas son las familias que han encontrado en la religión y en las prácticas de piedad, una guía y un soporte para elevar su calidad de vida, ahí se forma la conciencia para vivir los valores humanos de cara a Dios y en servicio de los semejantes. Por tanto, en la fe se encuentra un motivo más elevado para formar, cuidar y proteger a la familia.

Podríamos preguntarnos ¿cómo saber si en mi familia se están cultivando los valores? Si todos dedican parte de su tiempo para estar en casa y disfrutar de la compañía de los demás, buscando conversación, convivencia y cariño, dejando las preocupaciones y el egoísmo a un lado, sin lugar a dudas la respuesta es afirmativa.

Toda familia unida es feliz sin importar la posición económica, los valores humanos no se compran, se viven y se otorgan como el regalo más preciado que podemos dar. No existe la familia perfecta, pero si aquellas que luchan y se esfuerzan por lograrlo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Familia Disfuncional

11. DECENCIA (10 febrero)El valor que nos recuerda la importancia de vivir y comportarse dignamente en todo lugar

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Posiblemente uno de los valores que habla más de una persona es la decencia, para vivirla se necesita educación, compostura, buena presencia y respeto por los demás, pero es muy notable la delicadeza que guarda respecto a la sexualidad humana y todo lo que de ella se deriva.

La decencia es el valor que nos hace conscientes de la propia dignidad humana, por él se guardan los sentidos, la imaginación y el propio cuerpo, de exponerlos a la morbosidad y al uso indebido de la sexualidad.

Cuando una persona deja de vivir este valor, su personalidad sufre una transformación poco agradable: muchas de sus conversaciones hacen referencia al tema sexual; continuamente busca algo que estimule su imaginación y sentidos (revistas, películas, internet, etc.); la mirada se vuelve inquieta, buscando enfocarse en personas físicamente atractivas; asiste a espectáculos y lugares donde la sexualidad humana es sólo una forma de tener placer...

Una vez que se entra en este círculo todo cambia de dimensión, de considerar como importantes los aspectos más humanos de las persona (inteligencia, cualidades, sentimientos), ahora es la presencia y atracción física lo que cuenta por el placer que pueda obtenerse, debido a que los afectos ya no importan.

Faltar a la decencia hace que las relaciones con personas del sexo opuesto sean inestables y poco duraderas, fundamentadas en la búsqueda de placer, con una evidente falta de compromiso y obligaciones. Por eso no debe sorprendernos el aumento de infidelidades y divorcios; jóvenes que cambian de pareja con mucha facilidad, madres solteras, orfandad, abortos...

Lamentablemente, parece ser que en determinadas empresas el poseer un buen físico y poca calidad moral son los requisitos para obtener un empleo, debido a ello, muchas son las mujeres que pierden “estupendas” oportunidades de trabajo, por vivir la decencia, por no permitir que se abuse de su condición. ¿Políticas empresariales? Seguramente son las personas al frente de los recursos humanos, quienes abusando de su posición pretenden aprovecharse de la necesidad que los demás tienen. Así es, una sola persona es capaz de destruir la imagen de una empresa.

Al vivir este valor se garantiza la unión y estabilidad familiar, los hijos pueden contar con la presencia y ayuda de ambos padres; los jóvenes descubren que la verdadera realización personal no se alcanza con la satisfacción de los placeres, sino a través de el desarrollo profesional, el trabajo y la formación intelectual; y socialmente las personas no tendrían que preocuparse de la calidad moral de los ambientes que le rodean.

En medio de un ambiente que parece rechazar las buenas costumbres y se empeña en cerrar los oídos a toda norma moral, emerge la personalidad de quien vive el valor de la decencia: una forma de vestir discreta, con buen gusto, elegante si lo amerita la ocasión; sus conversaciones no tienen como tema principal el sexo; en su compañía no existe la incomodidad de encontrar miradas obscenas; su amistad e interés son genuinos, sin intenciones ocultas y poco correctas.

La persona decente hace valer la integridad de su comportamiento, cuida de que no existan interpretaciones equivocadas sobre su conducta: evita trasnochar sin necesidad; se informa con anterioridad sobre los espectáculos y lugares a los que desea asistir y no conoce; aunque trata a todo las personas con respeto y cortesía, evita las compañías cuya conducta es incompatible con su formación.

Para vivir mejor el valor de la decencia, puedes considerar como importante:

A toda costa debes evitar el ocio y la soledad. En estas circunstancias, la sensualidad se despierta fácilmente.

Manifiesta respeto por los demás. Cuida que tu mirada no ofenda o incomode a las personas del sexo opuesto. Evita que tus conversaciones y bromas hagan alusiones a la sexualidad.

Ten especial cuidado con tu forma de vestir. Los atuendos demasiado cortos o ligeros, efectivamente hacen que te conviertas en centro de atención, pero no te hace lucir con formalidad, además, puedes llevarte una sorpresa al descubrir las intenciones que despiertas en los demás.

No vivas con ingenuidad pensando que tu educación y principios bastan para vivir decentemente. Evita las ocasiones y los medios que pongan en peligro tu integridad: revistas, espectáculos, películas e incluso compañías.

Al cuidar tu mirada formas un carácter recio: Evita observar con insistencia a las personas, esto siempre demuestra intenciones poco honestas.

No basta ser decente, es necesario actuar como tal: sin cometer falta alguna, se pone en entredicho la honorabilidad de una jovencita que llega a su casa en la madrugada, sobre todo si salió con el novio y en automóvil; lo mismo ocurre con la mujer casada que viste con prendas demasiado cortas; quien adquiere revistas con publicidad demasiado sugestiva, aunque el contenido haya sido el propósito...

Tal vez por eso la decencia es motivo de burla, porque no es un valor para tímidos y cobardes que se dejan llevar por lo que la comodidad y el placer dictan, es un valor que templa el carácter. Lo fortifica y ennoblece.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Indecencia, Inmoral

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12. CRÍTICA CONSTRUCTIVA (11 febrero)Hacer una crítica constructiva para ayudar a los demás es una actitud madura,

responsable y llena de respeto por nuestros semejantes.

El valor de la crítica constructiva se fundamenta en el propósito de lograr un cambio favorable que beneficie a todas y cada una de las personas involucradas en circunstancias o ambientes determinados, con actitud de respeto y sentido de colaboración.

De forma natural el hombre busca comunicar sus pensamientos e influir en los demás con su opinión para lograr cambios en la familia, la sociedad, el trabajo o la escuela, sin embargo, corremos el riesgo de sujetarnos únicamente a nuestro particular punto de vista e intereses, sin atender a las necesidades o propósitos que tienen los demás

A través de la crítica constructiva se desarrollan otros valores: lealtad, honestidad, sencillez, respeto, amistad... Con esta referencia sería absurdo cerrar nuestro entendimiento y pasar por alto la importancia de vivir este valor, pues nadie puede jactarse de tener un buen juicio crítico, si no ha logrado establecer un equilibrio entre la manera como acepta las críticas y la forma e intención con que las expresa.

Cada vez que una persona desea expresar su opinión o inconformidad con rectitud de intención, tiene que aclarar que es “una crítica constructiva”, para evitar malos entendidos y lograr una mejor disposición de su interlocutor. A veces somos tan susceptibles, que sin la aclaración pertinente nos sentimos agredidos. Si fuésemos más sencillos y maduros, encontraríamos en cada crítica –positiva o negativa- una oportunidad para cambiar y mejorar nuestra forma de vida. En realidad, aún de las críticas más acres deberíamos tener la serenidad, paciencia y madurez para obtener lo mejor de ella, aún si hiere nuestro amor propio.

Ahora bien, es muy común que nuestra tendencia a criticar se propague sin ton ni son y convertimos a la crítica en una forma de oposición y rechazo a todo aquello que no nos gusta; observamos y manifestamos inconformidad casi de todo: el modo de vestir, las opiniones, la forma de gobierno, las normas de vialidad, la conducta del vecino... y muy pocas veces, hacemos un juicio objetivo y valiente sobre nuestro comportamiento y modo de pensar.

Pero la crítica más dura y severa la realizamos hacia las personas que conocemos y los lugares donde asistimos: nos disgusta el sistema de trabajo que se lleva en la empresa, y por ende, quienes la encabezan; calificamos la aptitud de nuestros colegas con comparaciones absurdas; señalamos con firmeza los defectos, costumbres y hábitos de nuestros conocidos y amigos; nos disgustamos porque en casa las cosas no se hacen a nuestro gusto. ¿Acaso hacemos un bien expresando opiniones negativas?

Cualquier comentario fuera de lugar o falto de delicadeza, no solo ofende, destruye además la buena comunicación, la imagen y opinión que se tiene de las personas y por si fuera poco, habla muy mal de nosotros. Para que nuestra crítica tenga valor, se requiere una actitud honesta, leal y sencilla: si algo nos disgusta o incomoda, no hay porque escondernos en el anonimato, generar murmuraciones o crear conflictos, si deseamos que las cosas y las personas mejoren, lo correcto será acercarnos a los interesados y expresar abiertamente nuestro punto de vista, dispuestos a escuchar y a obtener un resultado provechoso para todos.

Para concretar propósitos que nos lleven a ejercitar el valor de la crítica realmente constructiva debemos evaluar con sencillez y valentía nuestro modo de ser, esto significa ser autocríticos:

Evalúa las situaciones, escucha a las personas y pregunta. De esta manera tendrás los elementos necesarios para formar un juicio correcto y dar una acertada opinión.

Antes de criticar a las personas en cualquier aspecto, examínate con el mismo rigor y criterio, no sea que tengas los mismos defectos. Recuerda que para ayudar a los demás, tú debes ser el primero en mejorar.

Haz el propósito de descubrir lo bueno que tienen las personas, las instituciones y las circunstancias. Si no tienes algo positivo que decir, lo mejor es callar.

Examina tus intenciones, sentimientos y estado de ánimo antes de pronunciar palabra.

Aprende a informarte con profundidad y acostúmbrate a hablar de los hechos, evitando hacer interpretaciones y suposiciones superfluas.

Acepta con madurez todo tipo de críticas y comentarios respecto a tu persona y modo de trabajar, centrando tu atención en la oportunidad de mejora.

Cualquier crítica debe formularse responsablemente a través de la reflexión, considerando las implicaciones que podría tener; el respeto que debemos a las personas se manifiesta protegiendo su buen nombre y reputación, además de procurar su mejora individual. De esta manera actuamos en justicia y todo nuestro actuar se convierte en actitud de servicio e interés por el prójimo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Habladuría o Chisme

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13. COMUNICACIÓN O DIALOGO (12 febrero)

Una buena comunicación puede hacer la diferencia entre una vida feliz o una vida llena de problemas.

El valor de la comunicación nos ayuda a intercambiar de forma efectiva pensamientos, ideas y sentimientos con las personas que nos rodean, en un ambiente de cordialidad y buscando el enriquecimiento personal de ambas partes.

Queda claro que comunicar no significa decir, expresar o emitir mensajes (para eso están los medios de información), por el contrario, al entablar un diálogo con los demás, tenemos la oportunidad de conocer su carácter y manera de pensar, sus preferencias y necesidades, aprendemos de su experiencia, compartimos gustos y aficiones... en otras palabras: conocemos a las personas y desarrollamos nuestra capacidad de comprensión. Sólo así estaremos en condiciones de servir al enriquecimiento personal de quienes nos rodean.

La buena comunicación tiene algunas características que todos conocemos: escuchar con atención, no acaparar la palabra, evitar interrumpir, utilizar un lenguaje propio y moderado, lo cual demuestra educación y trato delicado hacia las personas. Pero este valor tiene elementos fundamentales e indispensables para lograr una verdadera comunicación:

Interés por la persona. Cuántas veces nuestra atención total está reservada para unas cuantas personas, nos mostramos atentos y ávidos de escuchar cada una de sus palabras. Por otra parte, los menos afortunados se ven discriminados porque consideramos su charla como superficial, de poco interés o de mínima importancia. Pensemos en los subordinados, los hijos o los alumnos ¿Realmente nos interesamos por sus cosas, sus problemas y conversaciones?

Toda persona que se acerca a nosotros considera que tiene algo importante que decirnos: para expresar una idea, tener una cortesía o hacer el momento más agradable; participarnos de sus sentimientos y preocupaciones; solicitar nuestro consejo y ayuda...

Saber preguntar. A pesar del esfuerzo por expresar las cosas con claridad no siempre se toman en el sentido correcto (y no hablamos de malas intenciones o indisposición) Recordemos con una sonrisa en los labios, como después de una breve discusión llegamos al consenso de estar hablando de los mismo pero en diferentes términos. Las causas son diversas: falta de conocimiento y convivencia con las personas, distracción, cansancio...

El punto es no quedarnos con la duda, aclarar aquello que nos parece incorrecto, equivocado o agresivo para evitar conflictos incómodos e inútiles que sólo dejan resentimientos.

Aprender a ceder. Existen personas obstinadas en pensar que poseen la mejor opinión debido a su experiencia, estatus o conocimientos; de antemano están dispuestos a convencer, u obligar si es necesario, a que las personas se identifiquen con su modo de pensar y de parecer, restando valor a la opinión y juicio de los demás. No es extraño en ellos la inconformidad, la crítica y el despotismo, inmersos en conflictos, críticas y finalmente convertidos en las últimas personas con quien se desea tratar.

Sinceridad ante todo. Expresar lo que pensamos, sobre todo si sabemos que es lo correcto (en temas que afecten a la moral, las buenas costumbres y los hábitos), no debe detenernos para mostrar desacuerdo, superando el temor a quedar mal con un grupo y a la postre vernos relegados. Tampoco es justificable callar para no herir a alguien (al compañero que hace mal su trabajo; al hijo que carece de facultades para el deporte pero tiene habilidad para la pintura; etc.), si deseamos el bien de los demás, procuraremos decir las cosas con delicadeza y claridad para que descubran y entiendan nuestra rectitud de intención.

Además de los elementos esenciales, es preciso cuidar otros pequeños detalles que nos ayudarán a perfeccionar y a hacer más eficaz nuestra comunicación:

Comprende los sentimientos de los demás. Evita hacer burlas, criticas o comentarios jocosos respecto a lo que expresan, si es necesario corrige, pero nunca los hagas sentir mal.

No interpretes equivocadamente los gestos, movimientos o entonación con que se dicen las cosas, hay personas que hacen demasiado énfasis al hablar. Primero pregunta y aclara antes de formarte un juicio equivocado

Observa el estado de ánimo de las personas cuando se acercan a ti. Todos nos expresamos diferente cuando estamos exaltados o tristes. Así sabrás qué decir y cómo actuar evitando malos entendidos.

En tus conversaciones incluye temas interesantes, que sirvan para formar criterio o ayudar a mejorar a las personas. Las pláticas superficiales cansan.

Aprende a ser cortés. Si no tienes tiempo para atender a las personas, acuerda otro momento para charlar. Es de muy mal gusto mostrar prisa por terminar.

No existe medio más eficaz para hacer amistades, elegir a la pareja y estrechar los lazos familiares, profesionales y de amistad. Todos deseamos vivir en armonía, por eso, este es el momento de reflexionar y decidirse a dar un nuevo rumbo hacia una mejor comunicación con quienes nos rodean.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Incomunicación

14. COMPASIÓN (13 febrero)La compasión se enfoca en descubrir a las personas,

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sus necesidades y padecimientos, con una actitud permanente de servicio.

Parece ser que la compasión sólo puede tenerse en algunos momentos de nuestra vida, con aquellos que han caído en desgracia y los desvalidos. La capacidad de conmovernos ante las circunstancias que afectan a los demás se pierde día a día, recuperar esa sensibilidad requiere acciones urgentes para lograr una mejor calidad de vida en nuestra sociedad.

Compadecerse es una forma de compartir y participar de los tropiezos materiales, personales y espirituales que aquejan a los demás, con el interés y la decisión de emprender acciones que les faciliten y ayuden a superar las condiciones adversas.

Diariamente ocurren todo género de desgracias: las fuerzas naturales, la violencia entre los hombres y los accidentes. En casos tan lamentables la compasión nos mueve a realizar campañas, colectas o prestar servicios para apoyar en las labores de ayuda humanitaria.

Ante todo, debe quedar claro que tener compasión y sentir lástima no es lo mismo. Contemplamos la desgracia muchas veces como algo sin remedio y sentimos escalofrío al pensar que sería de nosotros en esa situación, sin hacer nada, a lo mucho pronunciamos unas cuantas palabras para aparentar condolencia.

Sin embargo, son las personas que nos rodean quienes necesitan de esa compasión que comprende, se identifica y se transforma en actitud de servicio. Podemos descubrir este valor en diversos momentos y circunstancias de la vida, tal vez pequeños, pero cada uno contribuye a elevar de forma significativa nuestra calidad humana:

Quien visita al amigo o familiar que ha sufrido un accidente o padece una grave enfermedad, más que lamentar su estado, está pendiente de su recuperación, en sus visitas regulares procura llevar alegría y tener momentos agradables.

La reacción comprensiva de un padre o madre de familia ante las faltas de los hijos, por inmadurez, descuido o una travesura deliberada, reprenden, animan y confían en la promesa de ser la última vez que ocurra.

En la escuela el profesor que consciente de la edad y las circunstancias particulares, corrige sin enojo pero con firmeza la indisciplina de sus alumnos, o pone todos los recursos al alcance para sacar adelante a ese joven con dificultades en el estudio.

Los jóvenes que participan en actividades de asistencia social en comunidades marginadas, asisten con la ilusión de enseñar doctrina a los niños, festejan y animan a todos en el juego de balompié, conviven sin reparar en lo descuidado de su aspecto y sus modales.

Toda persona en la oficina que roba tiempo a sus ocupaciones para explicar, enseñar y hacer entender a sus compañeros las particularidades de su labor, conocedor de su necesidad de trabajo y de la importancia del trabajo en conjunto.

Aunque la compasión nace en el interior como una profunda convicción de procurar el bien de nuestros semejantes, debemos crear conciencia y encaminar nuestros esfuerzos a cultivar este valor tan lleno de oportunidades para nuestra mejora personal:

Evita criticar y juzgar las faltas y errores ajenos. Procura comprender que muchas veces las circunstancias, la falta de formación o de experiencia hacen que las personas actúen equivocadamente. En consecuencia, no permitas que los demás "se las arreglen como puedan" y haz lo necesario para ayudarles.

Observa quienes a tu alrededor padecen una necesidad o sufren contratiempos, determina cómo puedes ayudar y ejecuta tus propósitos.

Centra tu atención en las personas, en sus necesidades y carencias, sin discriminarlas por su posición o el grado de efecto que les tengas.

Rechaza la tentación de hacer notar tu participación o esperar cualquier forma de retribución, lo cual sería soberbia e interés.

Visita centros para la atención de enfermos, ancianos o discapacitados con el firme propósito de llevar medicamentos, alegría, conversación, y de vez en cuando una golosina. Aprenderás que la compasión te llevará a ser útil de verdad.

Es tan enriquecedora la compasión porque va más allá de los acontecimientos y las circunstancias, se enfoca en descubrir a las personas, sus necesidades y padecimientos, con una actitud permanente de servicio, ayuda y asistencia, haciendo a un lado el inútil sentimiento de lástima, la indolencia y el egoísmo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Indiferente

15. Perseverancia (14 febrero)

Es tiempo de que los buenos propósitos se vuelvan realidad.

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Normalmente a principios de año comenzamos nuestra lista de "buenos propósitos". El final de un ciclo nos impulsa reflexionar sobre nuestras virtudes y defectos, hasta el punto de tomar una resolución firme y realizar cambios. Todos sabemos cuán efímeros son esos propósitos, y que no pasarán ni siquiera un par de semanas antes de que se olviden. Sin embargo, esto no solo ocurre en año nuevo, puede ocurrirnos en nuestras vidas en muchos aspectos.

La perseverancia es hermana de la fortaleza. Con frecuencia en muchos aspectos de la vida, existe una verdadera lucha. Desde la escuela, el "aguantar" a un jefe lleno de defectos, tener una novia o un novio que hace cosas que nos desagradan, tener un marido o una esposa que a veces nos rompe los nervios y muchos otros momentos de la vida son difíciles. Desde pequeñas crisis hasta grandes huracanes, la vida nos depara un hecho innegable: la vida es hermosa, pero no necesariamente sencilla.

Si somos como un barquito de papel, la menor llovizna nos hunde irremediablemente. Hace falta la fortaleza.

La perseverancia es un esfuerzo continuado. Es un valor fundamental en la vida para obtener un resultado concreto. Existen muchos matices al vivir la perseverancia: existen aquellos que son necios irremediables, y otros que son veletas que cambian de rumbo. Estos últimos, tienen grandes problemas.

Siempre es emocionante iniciar algo: existe una gran ilusión, sueños y esperanzas. Ese "algo" puede ser un nuevo trabajo, vivir en una nueva ciudad, conocer a una persona que potencialmente puede ser nuestra pareja, un nuevo proyecto de trabajo. Sin embargo, fácilmente comenzarán a existir resistencia y problemas. En el nuevo trabajo, comenzaremos a conocer gente que no nos agrada, o las exigencias podrán ser agotadoras, al vivir en una nueva ciudad tal vez la gente no nos acepte fácilmente por nuestro acento o nuestra costumbres, tras el "enamoramiento" inicial, comenzamos a descubrir que esa persona ideal no lo es tanto y que en su personalidad hay aspectos que pueden rayar en lo insoportable. Si una persona abandona un trabajo porque su jefe no le agrada, tras cambiarse de ciudad decide regresar a su lugar de origen porque el hicieron el feo por su acento, si abandonamos a la pareja porque "no es perfecta", entonces estamos ante la falta de perseverancia, y en el fondo siempre existe un sentimiento en el corazón: el de haber sido derrotado, vencido y el no haber luchado por algo que valía la pena.

El combustible para que la perseverancia pueda moverse largamente es el de la visión de largo plazo y la profundidad. Los seres humanos somos hedonistas, es decir, preferimos el bien inmediato. Una persona puede utilizar una droga porque en el momento de administrársela a su cuerpo percibe sensaciones que le gustan, pero no le importa que su cuerpo se dañe en el largo plazo. Esa miopía provoca que hagamos grandes tonterías en nuestras vidas por obtener satisfacción instantánea. El punto es que con la perseverancia, debemos tener la fortaleza de no dejarnos llevar por lo fácil y lo cómodo, a cambio de obtener algo más grande y mejor en el futuro. Si vemos la vida con superficialidad entonces nos dejaremos llevar por las cosas inmediatas.

Cuando hablamos de perseverancia, valdría la pena tomar un papel y ver nuestros propósitos de año nuevo. El problema con los propósitos es que siempre decimos el "qué" pero nunca el "cómo". Por otro lado, a veces no conocemos a fondo nuestras capacidades (o falta de ellas) para poder establecer objetivos que realmente podamos alcanzar.

La lista de año nuevo, y cualquier propósito que emprendamos (una relación afectiva, un trabajo, un cambio de residencia), debería estar acompañado de un recuento de los medios con los que vamos a lograr ese trabajo. Si queremos arreglar una cañería rota, necesitaremos herramientas, y sería muy bobo desalentarnos porque no pudimos llegar hasta la cañería por el muro con las uñas ¡Hacen falta herramientas! Esas herramientas son nuestras habilidades, circunstancias, posibilidades y conocimientos. ¿Cómo aplico mis habilidades, circunstancias, posibilidades y conocimientos para que mi relación de pareja sea estable? ¿Cómo intervienen mis posibilidades en ese nuevo trabajo? ¿Qué se hacer bien y mal?

La perseverancia requiere sentido común. A cambio de contar con el valor de la perseverancia obtendremos el gozo de luchar por lo que queremos. Tal vez no lo logremos de inmediato, incluso tal vez no logremos algo en el final, sin embargo es importante disfrutar el camino. La perseverancia brinda estabilidad, confianza y es un signo de madurez.

A veces nos olvidamos de la sabiduría popular, pero no sería mala idea reflexionar solo un momento el viejo refrán El que persevera alcanza.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Dejadez

16. SOBRIEDAD (17 febrero)Es el valor que nos enseña a administrar nuestro tiempo y recursos,

moderando nuestros gustos y caprichos para construir una verdadera personalidad

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Qué difícil es hablar de sobriedad en una época caracterizada por la búsqueda del placer y del afán desmedido por acumular bienes de todo género; parece ser que lo único necesario es cuidar las apariencias y satisfacer nuestros deseos. La sobriedad no solo tiene que ver con estar sobrio y el manejo del alcohol. Este valor afecta otras realidades más importantes de nuestra vida.

El valor de la sobriedad nos ayuda a darle a las cosas su justo valor y a manejar adecuadamente nuestros apetitos, estableciendo en todo momento un límite entre lo razonable y lo inmoderado.

El "tener más", "lo más novedoso" o lo "más caro" se convierte en la base de nuestra seguridad personal, caemos en el despilfarro con tal de alimentar nuestra soberbia y vanidad por el deseo de sobresalir, de estar a la moda y de aparentar una mejor posición económica; sin reflexionar compramos varios pares de zapatos (ropa, accesorios, etc.) por estar a un precio rebajado, cambiamos de auto con relativa frecuencia para competir con el vecino o los compañeros de trabajo, adquirimos cuanto adorno y aparato electrodoméstico aparece en el mercado para mostrar lujo en el hogar...

En este sentido, debemos reconocer que somos caprichosos y orientamos nuestros esfuerzos a conseguir las cosas sin importar el precio, y algunas veces postergando lo indispensable. Se ha visto a personas que prefieren comprarse un "buen reloj" y no pagar la colegiatura de sus hijos. Los padres viven la sobriedad cada vez que se privan de un gusto personal pensando en otras cosas necesarias para los hijos o la familia en conjunto.

La sobriedad nos ayuda a saber comprar sólo lo verdaderamente necesario, indispensable y de utilidad; por el contrario, aprendemos a obtener el máximo uso y provecho de todo lo que tenemos, sin dejar las cosas prácticamente nuevas y sin utilizar.

También debemos ser sobrios en nuestra forma de hablar, de comportarnos y de vestir: existen personas que dicen todo cuanto les viene a la mente, muchas veces sin comunicar nada y sólo por el gusto de sentirse escuchados; otros exageran en las bromas, las palabras altisonantes y los aspavientos; también es chocante vestir estrafalariamente, lleno de accesorios y adornos que podrán ser de moda pero hacen perder elegancia.

Podemos pensar que al darnos nuestros pequeños lujos no hacemos mal a nadie; la verdad es que cada vez que cedemos a nuestros caprichos, nos hacemos dependientes de las cosas, de nuestros apetitos y de la comodidad. Caemos en un malestar por no haber conseguido aquella superficialidad que tanto deseábamos, y cada vez más somos incapaces de hacer grandes esfuerzos.

Cuando no ponemos límites, llegamos a una insatisfacción "por sistema" en la que siempre queremos más. De ahí surgen los vicios, la dependencia de las drogas, el deseo de placer sexual, la infidelidad...

Para vivir este valor no hace falta pensar en grandes cosas y privaciones, una vez más la respuesta está en cuidar los pequeños detalles: Antes de comprar algo reflexiona sobre el motivo de la adquisición: si es necesidad, un simple lujo o

un verdadero capricho. Si es el caso, no inventes necesidades, se valiente y reconoce que no vale la pena el gasto.

Usa las cosas y no las cambies simplemente porque en el mercado hay una más novedosa, o porque todos tus amigos la compraron. En esta competencia sin fin tu bolsillo es el más afectado.

Reconoce tu verdadera situación económica y vive de acuerdo a tus posibilidades. Cuando te decidas a hacerlo, aprenderás que las personas te aceptan por lo que eres.

Habla sólo lo necesario. Transmite pensamientos más que palabras. Viste de forma elegante y decorosa, la moda también puede cumplir con este requisito. Evita el deseo de ser el centro de atención y aprende a divertirte: el alcohol, las bromas de mal gusto,

las palabras altisonantes y los desmanes, manifiestan inseguridad y falta de autodominio.Haz el propósito de moderar tus gustos y apetitos: compra menos golosinas; come un poco menos de aquello que más te gusta; establece una hora para dormir y dejar de ver la TV; utiliza una agenda para programar tus actividades; aprende que la diversión también tiene un tiempo límite; modera tu descanso y procura una actividad...

La sobriedad no es negación ni privación. Es poner a tu voluntad y a tu persona por encima de las cosas, los gustos y los caprichos, dominándolos para no vivir bajo su dependencia. Es muy natural que al estar condicionados por nuestros impulsos, nos cueste trabajo dejarlos, pero nunca es tarde para comenzar, con pequeños esfuerzos, fortalecemos nuestra voluntad y desarrollamos este valor necesario para aprender a administrar nuestro tiempo y nuestros recursos, además de construir una verdadera personalidad.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Impulsivo

17. OBEDIENCIA (18 febrero)

La obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación,importante para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.

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Una de las cosas que más trabajo nos cuestan es someter nuestra voluntad a la orden de otra persona. Vivimos en una época donde se rechaza cualquier forma de autoridad, así como las reglas o normas que todos debemos cumplir. La soberbia y el egoísmo nos hacen sentir autosuficientes, superiores, sin rendir nuestro juicio y voluntad ante otros pretextando la defensa de nuestra libertad.

Parece claro que el problema no radica en las personas que ejercen una autoridad, tampoco en las normas creadas para mantener el orden, la seguridad y la armonía entre las personas, está dentro de nosotros mismos. Debemos evitar caer en el error de "sentir" que obedeciendo nos convertimos en seres inferiores y sumisos caracterizados por una libertad mutilada. Por el contrario, la obediencia nos lleva a practicar una libertad más plena, porque echamos por la borda el pesado lastre de la soberbia y la comodidad. ¿No son acaso una fuerte atadura e impedimento para obedecer cabalmente?

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo obedecer? Razones puede haber muchas, tal vez la más común se da cuando no reconocemos la autoridad de la persona que manda, por considerarla inferior, inepta, molesta o necia; cada vez que la actividad a realizar es contraria a nuestro gusto y preferencia; porque catalogamos las cosas como poco importantes, o debemos hacer a un lado nuestra comodidad y descanso. Cualquiera que sea el caso el resultado es el mismo: un actuar mecánico y porque "no nos queda más remedio", lo cual resta mérito a todo lo bueno que pudiéramos lograr.

No podemos negar que algunas ocasiones obedecemos gustosamente, pero lo hacemos por la simpatía que tenemos hacia quien lo pide, o definitivamente no nos cuesta trabajo cumplir con la encomienda. Entonces cabe preguntarnos si la obediencia en nosotros es un valor o es una postura que tomamos de acuerdo a las circunstancias.

Debe quedar claro, la obediencia no hace distinciones de personas y situaciones, para que sea realmente un valor, debe ir acompañada de nuestra voluntad de hacer las cosas, agregando nuestro ingenio y capacidad para obtener un resultado igual o mejor de lo esperado. Por tanto, el obedecer es un acto consciente, producto del razonamiento, discriminando todo sentimiento opuesto hacia las personas o actividades.

La obediencia requiere docilidad, traducida en seguir fielmente las indicaciones dadas. Si consideramos que algo no es correcto podemos expresar nuestro punto de vista, pero nunca hacer algo distinto o contrario a lo que se nos ha solicitado.

En algunos casos y circunstancias, las personas que tienen autoridad pueden solicitar acciones contrarias a la dignidad de las personas y ajenas a los principios morales, como mentir, calumniar, robar... en estos y otros casos, no estamos obligados a obedecer porque nos convertimos en cómplices de acciones reprobables, de las cuales no nos gustaría ser los afectados.

Aunque el aprender a obedecer parece un valor a inculcar solamente en los niños, toda persona puede, y debe, procurar su desarrollo. Veamos algunos puntos que te ayudarán a cultivar mejor este valor:

La obediencia no se determina por el afecto que puedas tener hacia la persona que manda, concéntrate en realizar de la tarea o cumplir el encargo que se te encomienda.

Tu sentir en nada cambia el contenido de la orden.

Ejecuta las peticiones u órdenes sin calificar si son de tu agrado o no.

Toda encomienda es importante. Si es aparentemente simple, evita pensar que no corresponde "a tu categoría". Si no cumples con las cosas pequeñas, jamás cumplirás con las cosas que consideras como "grandes".

No te quejes por los continuos encargos que recibes. Por una parte se tiene confianza en tu capacidad; por otra, ¿no crees que estás encubriendo tu pereza?

Procura eliminar de tu persona esa visión mediocre de "sólo cumplir". Ten iniciativa: termina las cosas al detalle dando un toque final a todo lo que hagas, es la diferencia entre obedecer y cumplir, y eso, es lo que hace un trabajo bien hecho.

La obediencia nos hace sencillos porque nos enfocamos en la tarea a realizar y no en criticar a las personas; generosos por la disponibilidad de tiempo, el interés y entusiasmo que ponemos al servicio de los demás, generando confianza al actuar responsablemente.

Podemos ver que la obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, dejando atrás el "hacer para cumplir", que eso lo hace cualquiera, poner lo que está de nuestra parte es lo que hace de la obediencia un valor, no sólo importante, sino necesario para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desobediencia

18. ORDEN (19 febrero)

A todos nos agrada encontrar las cosas en su lugar, 1pero lo más importante es el orden interior y es el que más impacta a la vida.

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Es muy fácil dejar cautivarse por la primera impresión. Eso todos lo sabemos. Pero el orden es un valor en el cual fácilmente podemos percibir la parte más superficial del mismo. Por supuesto que a todos nos agrada encontrar las cosas en su lugar, ver un sitio limpio y donde cada cosa tiene su propio espacio. Sin embargo el orden es algo mucho más profundo que eso.

El orden externo de la persona, de su espacio de trabajo, de su casa o incluso de su automóvil, son muy importantes, es cierto, pero lo más importante es el orden interior y es el que más impacta a la vida.

Sin duda todos conocemos a gente desordenada que olvida pagar sus cuentas, o que no sabe colocar sus prioridades adecuadamente en la vida y que termina generando un desastre en su propia vida y en la de los demás.

Adquirir el valor del orden va mucho más que acomodar cosas y objetos, es poner todas las cosas de nuestra vida en su lugar. Por ejemplo nadie sale del trabajo a media mañana para ir a jugar un partido de baseball con los amigos, tampoco a nadie se le ocurre amar perdidamente a su mascota y desatender a sus hijos. Sin embargo el desorden puede estar disfrazado muy sutilmente y es fácil darle tres o cuatro horas más al trabajo y no estar con la familia, y uno puede sentirse muy tranquilo porque "está poniendo en orden sus prioridades". Si, el trabajo es importante, pero tiene su espacio y sus límites. Igualmente ocurre con aquella persona que decide no tomar una oportunidad única de trabajo porque le implica sacrificar un poco de su familia. El valor del orden debe ayudarnos a darle a cada cosa su peso, a cada actividad su prioridad. A cada afecto el espacio que le corresponde.

El orden interior se refleja en todas nuestras cosas. Si recreamos nuestra imaginación en fraguar proyectos un tanto inalcanzables, nos entretenemos en pensar que haremos el próximo fin de semana, o en los nuevos accesorios para nuestro automóvil, difícilmente nos concentraremos en las cosas importantes que debemos hacer y perdemos un tiempo valioso. En este ambiente ficticio esta la pereza, no nos extrañe que nos cueste "mucho trabajo" recoger las cosas o terminar a tiempo cualquier actividad.

En medio de nuestras ocupaciones habituales, e incluso con alto rendimiento y eficacia personal y profesional, podemos estar rodeados de papeles, objetos, libros, cajones de uso múltiple y adornos de todo tipo. Este descuido generalmente va acompañado de un propósito de arreglo, pocas veces concretado debido a la prisa por hacer lo "verdaderamente importante", pero el orden exige plasmar en la agenda un momento y tiempo determinado para cuidar este pequeño pero significativo detalle, cada cual sabe dónde deben estar las cosas.

Algunas personas no tienen el interés o la conciencia de la importancia de este valor porque todo lo tienen resuelto, tienen a su alrededor, personas (en el hogar, oficina, escuela, etc.) que se ocupan de la limpieza y disposición de las cosas para crear un ambiente agradable. Esta comodidad en nada favorece a quienes cuentan con este "servicio". Pensemos en los niños y jóvenes (aunque los adultos no escapan del todo) que no hacen nada en este aspecto; tarde o temprano tienen dificultades para organizar su tiempo de estudio, elaborar y cumplir con sus trabajos escolares, perder con frecuencia todo tipo de objetos o abandonarlos en cualquier lugar. Si lo vemos en futuro, su capacidad de trabajo estará seriamente afectada por la falta de práctica y ejercicio de este valor.

Por el contrario, toda persona que vive el orden en extremo (más que meticuloso, un perfeccionista molesto) dificulta la convivencia y manifiesta poca comprensión hacia las personas, y eso aniquila su rectitud de intención en este valor, suplantándolo por la soberbia y la intolerancia. El orden debe tener un equilibrio.

Estas son algunas de las sugerencias que pueden ayudarte a vivir mejor el valor del orden:

- Dedica tiempo a la familia, con este ejemplo, todos aprenderán que ordenas tu vida de acuerdo a tus responsabilidades, dando a los tuyos la prioridad que les corresponde.

- Lleva una vida espiritual de acuerdo a los preceptos de tu religión, son normas de conducta que facilitan y hacen nuestra vida mejor.

- Planea tus gastos.

- Distribuye tu tiempo, así serás puntual, cumplirás según lo previsto y tu persona adquiere formalidad.

- Cuida tu persona por dentro y por fuera: Conserva un buen aspecto personal aún los fines de semana y en temporada de vacaciones; establece un horario fijo para el descanso y los alimentos.

- Da un correcto uso a las cosas y serán más durables; igualmente procura la limpieza y cuidado de todo, máxime si es prestado.

Es tan importante en todos los aspectos de la vida el valor del orden que vale la pena el esfuerzo por cultivarlo: formalidad, eficacia, pulcritud, cuidado... El valor del orden puede cambiar significativamente nuestras vidas, pero aún más importante, la vida de quienes nos rodean.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desorden

19. Autoestima (20 febrero)

No basta tener seguridad en nuestras capacidades, el valor de la autoestima está fundamentado en un profundo conocimiento de nosotros mismos

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Nuestra vida transcurre entre logros y fracasos, y la autoestima es el valor que nos hace tener plena seguridad en nuestras capacidades, además, da la fortaleza necesaria para superar los momentos difíciles de nuestra vida, evitando caer en el pesimismo y el desánimo.

Para que la autoestima sea realmente un valor, debemos tener un fundamento sólido sobre el cual queremos edificarla. Si solamente pensamos en ella como un producto del éxito, la posición profesional, una elevada capacidad intelectual o la aceptación social, reducimos todo a un actuar soberbio y con fines meramente protagonistas.

Aunque todo lo anterior aporta y contribuye, este valor se sustenta en la sencillez con que apreciamos nuestras capacidades, sin considerarnos mejores o peores que los demás. Recordemos que una persona vale por lo que es, y no por lo que aparenta ser.

Es conveniente señalar que este valor se construye y edifica en nuestro interior, pues existe la tendencia a pensar que el nivel de autoestima únicamente depende del actuar de las personas y de la forma como se presentan los acontecimientos y las circunstancias, surgiendo una evidente confusión entre lo que es la autoestima y nuestros sentimientos.

Una persona puede sentirse mal porque en un determinado momento no pudo concretar un negocio, tener éxito en un proyecto, ingresar a un nivel superior de estudios o llevar a buen fin sus relaciones personales. La autoestima nos ayuda a superar ese estado de frustración y desánimo porque nuestra persona no ha cambiado interiormente, conservamos todo lo que somos, en todo caso, adquirimos una nueva experiencia y conocimiento para poner más empeño, tener más cuidado y ser más previsores en lo sucesivo.

Cuando tenemos la conciencia del deber cumplido, el esfuerzo empleado y nuestra rectitud de intención para hacer o realizar algo, adquirimos esa seguridad que brinda la autoestima porque sencillamente las cosas no dependían de nosotros en su totalidad... simplemente no estaba en nuestras manos la solución.

Si la autoestima debe estar bien fundamentada en una visión realista y objetiva de nuestra persona, es necesario alcanzar la plena aceptación de nuestros defectos y limitaciones, con el sobrio reconocimiento de nuestras aptitudes y destrezas.

Este equilibrio interior basado en el conocimiento propio, se logra si procuramos rectificar nuestras intenciones haciendo a un lado el afán de ser particularmente especiales, buscando solamente el desarrollo del valor de la autoestima.

Reflexionemos un poco en algunas ideas que nos ayudarán a ubicarnos y conocernos mejor:

- Evita ser susceptible, no tienes que tomar seriamente todas las críticas hacia tu persona, primero analiza la verdad que encierran, si de ahí tomas una enseñanza haz lo que sea necesario para mejorar, si no es así olvídalo, no vale la pena menospreciarse por un comentario que seguramente es de mala fe.

En sentido opuesto existe el riesgo de considerarse un ser superior, incomprendido y poco apreciado en su persona, lo cual de ningún modo es un valor... es un defecto.

- Procura no sentirte culpable y responsable de los fracasos colectivos, toma sólo lo que a ti te corresponde, tu esfuerzo y dedicación hablarán por ti. No olvides proporcionar tu ayuda y consejo para que mejoren las personas, lo cual es muy gratificante.

- Todo aquello que te propongas lograr, debe estar precedido por un análisis profundo de las posibilidades, reconociendo si está en tus manos alcanzarlo. Evita soñar demasiado.

- Pierde el temor a preguntar y a pedir ayuda, ya que son los medios más importantes de aprendizaje. Causa más pena la persona que prefiere quedarse en la ignorancia, que quien muestra deseos de saber y aprender.

- Si tienes gusto por algo (deporte, pasatiempo, habilidades manuales, etc.), infórmate, estudia y practica para realizarlo lo mejor posible. Si descubres que te falta habilidad, no lo abandones porque es tu pasatiempo; es muy distinto a dejar las cosas por falta de perseverancia. Todos tenemos una habilidad (nadar, tocar guitarra, pintar, escribir novelas, etc.) y debemos buscar la manera de perfeccionarnos en la misma.

- Si te comparas con otras personas, enfoca sus cualidades para aprender de ellas y cultivar tu persona; en cuanto a los defectos, primero observa si no los tienes y después piensa como los ayudarías a superarlos, y díselos.

La autoestima aparenta ser un valor muy personalista, sin embargo, todo aquello que nos perfecciona como seres humanos, tarde o temprano se pone al servicio de los demás; una vez que hemos recorrido el camino, es más sencillo conducir a otros por una vía más ligera hacia esa mejora personal a la que todos aspiramos.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Inseguridad

20. Sencillez (21 febrero)

Una personalidad sencilla a veces puede pasar inicialmente desapercibida, pero su fortaleza interior y su encanto es mucho más profundo y perdurable.

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Probablemente no hay nada más chocante que una personalidad "inflada" o quienes se vanaglorian constantemente de sus propios logros, cualidades y posibilidades. Una personalidad sencilla a veces puede pasar inicialmente desapercibida, pero su fortaleza interior y su encanto es mucho más profundo y perdurable.

La personalidad sencilla es única, recia, sin adornos ni artificios, no le hace falta mostrar y poner en un escaparate sus posesiones y cualidades porque son evidentes y naturales. La sencillez nos enseña a saber quiénes somos y lo que podemos.

La cultura de hoy a veces quiere hacernos creer que valemos por nuestra ropa, por nuestros autos, por estar a la moda, porque somos poderosos, porque podemos humillar. Pero precisamente toda esa cultura es la llave al gran vacío interior que comienza a caracterizar a nuestra sociedad.

Es fácil caer en la tentación de "lucir" en cualquier circunstancia: al entrar a un restaurant, al asistir a una fiesta importante... A veces podemos pasar muchísimo tiempo tratando de encontrar la ropa, accesorios adecuados, y podemos caer en la afectación en nuestra postura y tratar de cuidar cada palabra. Esto también con frecuencia puede quitarnos totalmente la espontaneidad y la frescura haciéndonos francamente insoportables y logramos exactamente el efecto contrario de lo que queríamos, en lugar de agradar desagradamos.

No debemos centrar nuestra vida en querer impresionar a los demás por estar "a la última" en electrónica, moda, autos, muebles, y peor aún es cuando nuestras posibilidades nos permiten llegar al punto de la ostentación. La postura de altivez y menosprecio son un efecto directo de estas ostentaciones.

Por otra parte, con frecuencia se desvirtúa la imagen de las personas sencillas, haciéndolos sinónimo de timidez e ingenuidad -en el mejor de los casos-, aunque en otras ocasiones se relaciona la idea a la pobreza y la suciedad. Ni lo uno, ni lo otro. La sencillez no es pobreza ni mendicidad, es tener lo que se necesita pero sin caprichos superficiales. La sencillez no es suciedad, la pulcritud no está reñida con la humildad del corazón.

Ahora bien, el valor de la sencillez tiene distintas manifestaciones ¿Qué hace una persona para ser sencilla? En el caso de nuestra forma de hablar podemos citar varios ejemplos. Una persona sencilla...

- Utiliza con mesura la palabra, evitando acaparar las conversaciones para convertirse en el centro de atención; del mismo modo su lenguaje es apropiado, sin recurrir a palabras altisonantes, de mal gusto o frases corrientes para hacerse notar.

- Tiene un lenguaje comprensible y adecuado a la ocasión, sin caer en el uso de palabras cultas o rimbombantes, para formar una imagen erudita y de vasto conocimiento, lo cual no siempre está de acuerdo a nuestra realidad.

- En una conversación que gira alrededor de su competencia profesional, nunca aprovechará el momento para “dar una cátedra” sobre el tema; es de muy mal gusto, sobre todo si en ningún momento se ha pedido la opinión profesional.

- Evita hablar en todo momento de sus logros, aciertos y reconocimientos alcanzados. Si bien es molesto escuchar hablar “de la buena fortuna” presente, llega al punto de intolerable, exaltar las glorias pasadas (yo hice, yo tuve...), que en nada concuerdan con la situación actual. Lo más digno, es omitir toda manifestación ostentosa de nuestra inteligencia, habilidades y bienes materiales.

Podemos decir que internamente, nuestras ideas y pensamientos deben estar libres de todo rebuscamiento y complicación.

- Se debe evitar a toda costa hacer preguntas y comentarios que sólo redundan y reafirman lo expuesto, queriendo encontrar problemas y dificultades donde no los hay. Es fácil reconocer esta actitud cuando se requiere tomar una decisión o llevar a cabo una actividad; normalmente la persona pretende sobresalir en la reunión de trabajo, mostrando equivocadamente su interés atención, comprensión y conocimiento del asunto.

- No perder el tiempo buscando una segunda intención o significado en las actitudes y palabras en los demás.

Posiblemente, la manifestación más clara de la sencillez se encuentra en el aspecto exterior de la persona:

- Porque viste con decoro, sin llegar a ser estrafalario, de acuerdo a la ocasión y procurando usar aquellas prendas que están más de acuerdo a su persona, sin dejarse seducir por la exageración caprichosa de la moda, las joyas o los colores llamativos.

El valor de la sencillez nos ayuda a superar el deseo desmedido por sobresalir, sentirnos distinguidos y admirados sólo por la apariencia externa. Nuestro interior, nuestro corazón es lo que verdaderamente cuenta. Una persona sencilla gana más corazones.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Altanería

21. Serenidad (24 febrero)

Este valor nos enseña a conservar la calma en medio de nuestras ocupaciones y problemas, mostrándonos cordiales y amables con los demás.

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¡Hoy en día tenemos tantos problemas y asuntos que resolver! Y a veces parece como si nadie se diera cuenta de todo lo que tenemos que resolver al mismo tiempo: trabajar, estudiar, encargarnos del hogar, ajustar nuestro presupuesto y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades, Parece imposible que en medio de tantas preocupaciones y contratiempos, podamos conservar la serenidad para resolver todo sin caer en la desesperación ni afectar a los demás con nuestra impaciencia.

El valor de la serenidad nos hace mantener un estado de ánimo apacible y sosegado aún en las circunstancias más adversas, esto es, sin exaltarse o deprimirse, encontrando soluciones a través de una reflexión detenida y cuidadosa, sin engrandecer o minimizar los problemas.

Cuando las dificultades nos aquejan fácilmente podemos caer en la desesperación, sentirnos tristes, irritables, desganados y muchas veces en un callejón sin salida. A simple vista el valor de la serenidad podría dejarse sólo para las personas que tienen pocos problemas, en realidad todos los tenemos, la diferencia radica en la manera de afrontarlos.

Con el fin de conocer mejor la importancia de la serenidad, primero debemos hacer conciencia de algunas realidades que nos impiden lograr desarrollar este valor con eficacia:

- No podemos abandonar nuestras ocupaciones habituales y escaparnos a algún lugar lejano para meditar con tranquilidad; dejarnos arrastrar por la tristeza; trabajar con menos intensidad, o esperar a que alguien tome nuestro problema en sus manos y lo resuelva.

- Toda dificultad ve más difícil y más grave que las anteriores (máxime si en el momento se agrega a otras que ya tenemos).

- Nos empeñamos en encontrar la solución casi de manera simultánea al surgimiento del problema, algunas veces se da, pero no siempre. Por lo general toda situación requiere un consejo o un análisis profundo y detenido.

- En estado de tensión, por nuestra mente pasamos y repasamos las mismas palabras, las mismas opciones y los mismos pensamientos sin llegar a nada y aumentando nuestra ansiedad, perdiendo tiempo, energía y buen humor.

La serenidad no se da con el simple deseo, si así fuera, no tendríamos tiempo de sentirnos intranquilos o desesperados. Usualmente reaccionamos y actuamos por impulsos, privando a nuestra inteligencia de la oportunidad de conocer y dilucidar todas las aristas del problema. Revisemos cuatro ideas básicas para generar serenidad en nuestro interior:

- Evitar “encerrarse” en sí mismo: Encontramos mejores soluciones cuando buscamos el apoyo y el consejo de aquellas personas que gozan de nuestra confianza (los padres, un buen amigo, algún director espiritual, un profesor, etc.) , porque sabemos de antemano que su opinión estará siempre de acuerdo a la razón, la verdad y la justicia.

- Concentrarse en una labor o actividad: Parece contradictorio pensar en mantener la atención rodeados de tanta tensión y preocupación, pero es posible salir de ese estado encaminando nuestros esfuerzos a realizar nuestras labores con la mayor perfección posible. Lo que necesitamos es liberar nuestra mente, salir del círculo vicioso y estar en condiciones de analizar las cosas con calma. No existe mejor distracción que el propio trabajo y la actividad productiva.

- Gozar de la alegría ajena: Normalmente las personas que nos rodean se percatan de nuestro estado de ánimo. ¿Por qué volvernos chocantes y agresivos? Los hijos, el cónyuge, los compañeros de trabajo no tienen la culpa, tampoco son indolentes a nuestro sentir, simplemente intentan hacernos pasar un momento agradable, no debemos alejarnos, ni rechazar estas pequeñas luces que iluminan nuestro día. Escucha las anécdotas, sonríe, ayuda a tus hijos a hacer la tarea... ¡Aprovéchalos!

- Cuidarnos físicamente: Parece elemental y obvia esta observación, pero hay personas que se sienten afectadas de tal modo que dejan de comer y dormir por sus preocupaciones. Todos sabemos que las personas se vuelven más irritables ante la falta de alimento y descanso, por lo tanto, este descuido merma nuestra capacidad de análisis y decisión.

Seguramente todos hemos tenido la experiencia de “distraernos del problema” sin darnos cuenta; cuando volvemos a ser conscientes del mismo, nos sentimos liberados de la ansiedad y el pesimismo, es entonces cuando podemos pensar y decidir.

La serenidad hace a la persona más dueña de sus emociones, adquiriendo fortaleza no sólo para dominarse, sino para soportar y afrontar la adversidad sin afectar el trato y las relaciones con sus semejantes.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Intranquilidad

22. Compromiso (25 febrero)Comprometerse va más allá de cumplir con una obligación, es poner en juego nuestras

capacidades para sacar adelante todo aquello que se nos ha confiado.

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Una persona comprometida es aquella que cumple con sus obligaciones haciendo un poco más de lo esperado al grado de sorprendernos, porque vive, piensa y sueña con sacar adelante a su familia, su trabajo, su estudio y todo aquello en lo que ha empeñado su palabra.

Todos tenemos compromisos de diversa índole y según el estado de la persona (como padres de familia, hijos, trabajadores, estudiantes, etc.) Aun así, hay personas que esperan exista un contrato, una promesa o una ineludible consecuencia para saberse con un compromiso, como la celebración del matrimonio, la firma en el contrato de trabajo, el inscribirse en la escuela o el nuevo hijo que nacerá próximamente.

El hecho de aceptar formalmente un compromiso, hace suponer que se conocen todos los aspectos, alcances y obligaciones que conlleva. La realidad es que creemos cumplir a conciencia por ajustarnos a un horario, obtener un sueldo, asistir a la escuela y estar un rato en casa. Casi siempre, la falta de compromiso se debe a descuidos un tanto voluntarios, pero principalmente a la pereza, la comodidad y al egoísmo.

No basta con cumplir con lo previsto, lo estipulado, lo obvio... todo compromiso tiene muchas implicaciones, pensemos un instante en aquellos que son los más importantes que tenemos:

Como padres de familia: No basta proporcionar los medios materiales, los hijos necesitan que los padres les dediquen parte de su tiempo para jugar, conversar y enseñar. ¿Cuántas veces hemos cancelado un compromiso personal para estar con la familia? Normalmente sucede lo contrario. Parte del compromiso de ser padres, implica buscar la amistad de los hijos.

Como esposos: Partiendo de la fidelidad como indispensable, hace falta avivar el amor y la comprensión: cuidar el aspecto personal como antes de casarse; hacer pequeños obsequios: la flor, el dulce, el CD con la música que más le gusta a la pareja; salir juntos al cine o a cenar; terminar una pequeña riña con un beso y un abrazo... Y tantos y tantos detalles que parecen olvidarse con el paso del tiempo

Como hijos: Además de la sinceridad, la obediencia, la ayuda en el hogar y el esfuerzo en los estudios, ¿qué otra cosa haces? Los padres también necesitan cuidados, detalles de cariño y pequeños servicios, los cuales no piden y sin embargo, estarían muy agradecidos de recibirlos. Cabe hacer un paréntesis en el ámbito escolar: estudiar todas las materias a conciencia y con profundidad, entregando todo los trabajos solicitados, independientemente del gusto y preferencia que se tenga

Como trabajadores: Es muy significativo la forma en la que se vive el horario (los extremos de rigurosa entrada y salida para cumplir, o en su caso: los retrasos) ¿Das un poco más de tu tiempo si hace falta? No olvidar procurar un ambiente amable y las buenas relaciones. Parte de nuestro compromiso laboral es la actualización de conocimientos para el perfeccionamiento profesional.

Como amigos: ¿Nuestras amistades son “utilitarias”?, es decir, si sólo recordamos a los amigos cuando algo se nos ofrece. La amistad se cultiva, es necesario llamar, buscar, enviar correo electrónico y visitar a las personas con las que tenemos un mutuo afecto, estar pendientes de su bienestar personal y familiar.

Como ciudadanos: Evitar la indiferencia, no podemos quejarnos de la situación actual del país sin hacer algo para cambiarlo, se debe participar en las elecciones, apoyar campañas que beneficien a todos: en el área de salud, laboral, legislativa... lo peor que nos sucede es creer que poco podemos hacer como si viviéramos aislados. Promover la seguridad, la limpieza, la creación de lugares de sano entretenimiento y los servicios básicos para el lugar donde vivimos, es una manera de comprometernos con nuestra sociedad y nuestra nación.

En todos los casos existe la obligación grave de cuidar el buen nombre de personas, instituciones y empresas con las que tenemos relación. Es un tanto triste ver como un estudiante repudia su escuela, como las personas prefieren y exaltan los beneficios que se dan en otro país, como se quejan de su cónyuge con personas ajenas, anhelar por inconformidad el trabajo en otra empresa o tener un jefe “a modo”...

¡Cuántos son los compromisos y cuántas cosas implican! Si parece mucho, hemos vivido con los ojos cerrados a la responsabilidad y pensando sólo en recibir beneficios, con el temor a dar más de nosotros mismos. Seamos honestos, en esto no existe temor sino egoísmo.

La persona comprometida es generosa, busca como dar más afecto, cariño, esfuerzo, bienestar... en otras palabras: va más allá de lo que supone en principio el deber contraído. Es feliz con lo que hace hasta el punto de no ver el compromiso como una carga, sino como el medio ideal para perfeccionar su persona a través del servicio a los demás.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Dejadez

23. Paciencia (26 febrero)Si nuestra época pudiera tener un nombre se llamaría “prisa”. ¿Cómo esperamos que nuestra vida tenga

más cordura y sea más amable a los demás si todo lo queremos “ya”?

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La paciencia es el valor que hace a las personas tolerar, comprender, padecer y soportar los contratiempos y las adversidades con fortaleza, sin lamentarse; moderando sus palabras y su conducta para actuar de manera acorde a cada situación.

Al encontrarnos con personas que a nuestro juicio siempre son molestas, inoportunas o “lentas”, podemos caer en el error de fingir una actitud paciente, es decir, dar la apariencia de escuchar sin alterarse ni expresar emoción, buscando escapar de la situación lo más rápido posible dando respuestas breves y un tanto cortantes, eso sí, procurando que no se den cuenta para no herir los sentimientos; a esto se le llama indiferencia, insensibilidad ante el estado de ánimo de los demás.

Uno de los grandes obstáculos que impiden el desarrollo de la paciencia, es, curiosamente, la impaciencia de esperar resultados a corto plazo, sin detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, el tiempo y esfuerzo requeridos para alcanzar el fin:

- El hacerse de demasiadas actividades produce ansiedad y prisa, quedando un amargo sabor de boca y mal humor por no terminar todo lo que hemos iniciado. En pocas palabras, debe haber moderación, ser conscientes de nuestros alcances para evitar contraer demasiados compromisos que posiblemente no podamos cumplir.

- Otro ejemplo clásico se da en el ámbito laboral con el personal de reciente contratación, su curriculum y proceso de selección muestran los conocimientos y capacidad necesarios para desempeñar el puesto, sin embargo, cada labor específica requiere de un proceso de adaptación a las políticas, modalidades, normas y estilos del centro de trabajo; no se puede descartar a una persona a las dos semanas de iniciar su desempeño por no lograr una rápida adaptación.

- El ahorrar puede ser un forma de medir nuestra paciencia, no importan las cantidades ni la frecuencia con que se acumulen, la constancia nos llevará a reunir la suma necesaria para adquirir el auto, el juguete o realizar ese viaje que tanto hemos soñado. Si quitamos la vista del objetivo, terminaremos por gastar lo poco que hemos reunido, y nuestra meta será cada vez más lejana e inalcanzable.

- Aunque en tono irónico se dice que son los hijos quienes nos proporcionan una fuente inagotable de paciencia, no deja de ser verdadero en cierta forma. La impaciencia que manifiestan los padres, en gran parte se debe al querer que los hijos razonen y actúen como adultos, “¿es qué no piensas?”, “te dije que lo hicieras así...”, son algunas de las más comunes frases empleadas por los padres en su desesperación. No debemos olvidar que la madurez se da con el tiempo, la experiencia y la formación que reciben los hijos. Claro está que hay chicos que son más traviesos, el reto es tener la habilidad para educarlos pacientemente y de la mejor manera posible.

Existen otros retos no menos importantes para el desarrollo de la paciencia, que se refieren específicamente al hecho de soportar y tolerar las contrariedades inesperadas; por ejemplo:

- Soportar las molestias del clima a través del arduo trayecto a la oficina y la escuela, con cientos de autos circulando a nuestro alrededor. - Ser tolerantes al realizar tareas con otros, ante su falta de destreza, conocimiento o pericia para realizar las cosas. Se da con el trabajador que no ha entendido como presentar un informe, con la empleada del hogar que no sabe cómo deseamos que limpie la casa, con los hijos que no entienden las matemáticas... La paciencia debe llevarnos a enseñar la manera de hacer las cosas, al ofuscarnos los resultados suelen ser totalmente contrarios a nuestros deseos.

- La predisposición que tenemos al acudir a aquel lugar donde “siempre me hacen perder el tiempo”. ¿Por qué disgustarnos innecesariamente?, lleva una revista o un libro para ocupar tu tiempo mientras haces fila en una ventanilla o en la sala de espera del consultorio.

- Mostrar “buena cara” cada que nuestro jefe o compañero de trabajo, nos pide que le hagamos el mismo favor de siempre. En vez de mostrar impaciencia y hacer las cosas de mala gana, lo más sano es contar con esa actividad como si fuera fija, dentro de nuestro tiempo y quehaceres, sólo así podremos realizarla gustosamente.

Nada ganamos con la desesperación, antes de reaccionar debemos darnos tiempo para escuchar, razonar y en su momento actuar o emitir nuestra opinión.

La paciencia siempre tendrá sus recompensas: mantener y mejorar las relaciones con la pareja y los hijos, los compañeros de trabajo (incluyendo jefes y subordinados); tener amistades duraderas; obtener los resultados deseados en aquella labor a la que hemos dedicado mucho tiempo y esfuerzo

La persona que vive el valor de la paciencia, posee la sensibilidad para afrontar las contrariedades conservando la calma y el equilibrio interior, logrando comprender mejor la naturaleza de las circunstancias generando paz y armonía a su alrededor.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Impaciente

24. Laboriosidad (27 febrero)

Trabajar es solo el primer paso, hacerlo bien y con cuidado en los pequeños detalles es cuando se convierte en un valor.

Alguna vez un cómico dijo "Tan terrible es el trabajo que hasta pagan por hacerlo", sin embargo el trabajo es un valor fundamental.

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Cuando alguien se refiere a nosotros por “ser muy trabajadores” nos sentimos distinguidos y halagados: los demás ven en nosotros la capacidad de estar horas y horas en la escuela, en la casa o en la oficina haciendo “muchas cosas importantes”. Efectivamente esa puede ser la razón, pero existe la posibilidad de carecer de un sistema de trabajo que nos lleva a “trabajar” más tiempo de lo previsto. Esto se identifica con claridad cuando iniciamos varias tareas y sólo terminamos algunas, generalmente las menos importantes (las que más nos gustan o se nos facilitan), además de ir acumulando labores que después se convertirán en urgentes.

La laboriosidad significa hacer con cuidado y esmero las tareas, labores y deberes que son propios de nuestras circunstancias. El estudiante va a la escuela, el ama de casa se preocupa por los miles de detalles que implican que un hogar sea acogedor, los profesionistas dirigen su actividad a los servicios que prestan. Pero laboriosidad no significa únicamente "cumplir" nuestro trabajo. También implica el ayudar a quienes nos rodean en el trabajo, la escuela, e incluso durante nuestro tiempo de descanso; los padres velan por el bienestar de toda la familia y el cuidado material de sus bienes; los hijos además del estudio proporcionan ayuda en los quehaceres domésticos.

Podemos, fácilmente, dar una apariencia de laboriosidad cuando adquirimos demasiadas obligaciones para quedar bien, aún sabiendo que no podremos cumplir oportunamente; también puede tomarse como pretexto el pasar demasiado tiempo en la oficina o la escuela para dejar de hacer otras cosas, como evitar llegar temprano a casa y así no ayudar a la esposa o a los padres.

Al crear una imagen de mucha actividad pero con pocos resultados se le llama activismo, popularmente expresado con un “mucho ruido y pocas nueces”. Es entonces cuando se hace necesario analizar con valentía los verdaderos motivos por los que actuamos, para no engañarnos, ni pretender engañar a los demás cubriendo nuestra falta de responsabilidad.

La pereza es la manera común de entender la falta de laboriosidad; las máquinas cuando no se usan pueden quedar inservibles o funcionar de manera inadecuada, de igual forma sucede con las personas: quien con el pretexto de descansar de su intensa actividad -cualquier día y a cualquier hora- pasa demasiado tiempo en el sofá o en la cama viendo televisión “hasta que el cuerpo reclame movimiento”, poco a poco perderá su capacidad de esfuerzo hasta ser incapaz de permanecer mucho tiempo trabajando o estudiando en lo que no le gusta o no le llama la atención.

Para ser laborioso se necesita estar activo, hacer cosas que traigan un beneficio a nuestra persona, o mejor aún, a quienes nos rodean: dedicar tiempo a buena lectura, pintar, hacer pequeños arreglos en casa, ayudar a los hijos con sus deberes, ofrecerse a cortar el pasto... No hace falta pensar en grandes trabajos “extras”, sobre todo para los fines de semana, pues el descanso es necesario para reponer fuerzas y trabajar más y mejor. El descanso no significa “no hacer nada”, sino dedicarse a actividades que requieren menor esfuerzo y diferentes a las que usualmente realizamos.

Podemos establecer pequeñas acciones que poco a poco y con constancia, nos ayudarán a trabajar mejor y a cultivar el valor de la laboriosidad:

- Comenzar y terminar de trabajar en las horas previstas. Generalmente cuesta mucho trabajo, pero nos garantiza orden para poder cubrir más actividades.

- Establecer un horario y una agenda de actividades para casa, en donde se contempla el estudio, el descanso, el tiempo para cultivar las aficiones, el tiempo familiar y el de cumplir las obligaciones domésticas o encargos.

- Terminar en orden y de acuerdo a su importancia todo lo empezado: encargos, trabajos, reparaciones, etc.

- Cumplir con todos nuestros deberes, aunque no nos gusten o impliquen un poco más de esfuerzo.

- Tener ordenado y dispuesto nuestro material y equipo de trabajo antes de iniciar cualquier actividad. Evitando así poner pretextos para buscar lo necesario y la consabida pérdida de tiempo e interés.

- Esmerarnos por presentar nuestro trabajo limpio y ordenado.

Cuando nos decidimos a vivir el valor de la laboriosidad adquirimos la capacidad de esfuerzo, tan necesaria en estos tiempos para contrarrestar la idea ficticia de que la felicidad sólo es posible alcanzarla por el placer y comodidad, logrando trabajar mejor poniendo empeño en todo lo que se haga.

El trabajo es mucho más que un valor: es una bendición.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Pereza

25. AUTODOMINIO (28 febrero)Formar un carácter capaz de dominar la comodidad y

los impulsos propios de su forma de ser para hacer la vida más amable a los demás.

Es el valor que nos ayuda a controlar los impulsos de nuestro carácter y la tendencia a la comodidad mediante la voluntad. Nos estimula a afrontar con serenidad los contratiempos y a tener paciencia y comprensión en las relaciones personales.

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El autodominio debe comprenderse como una actitud que nos impulsa a cambiar positivamente nuestra personalidad. Cuando no existe esa fuerza interior, se realizan acciones poco adecuadas, generalmente como resultado de un estado de ánimo; la armonía que debe existir en toda convivencia se rompe; quedamos expuestos a caer en excesos de toda índole y entramos en un estado de comodidad que nos impide concretar propósitos.

Algunas personas han opinado que la fuente para lograr el autodominio proviene de la aplicación de algunas técnicas para relajarse, y aunque efectivamente pueden ayudar, no debemos perder de vista que los valores se forman a través del ejercicio diario, con el esfuerzo por descubrir en nuestra personalidad aquellos rasgos poco favorables.

Otras de las costumbres más arraigadas se encuentran en el terreno de los gustos y comodidades personales, en apariencia es poco significativo privarse de una golosina a media mañana, quedarse en cama más de lo debido, terminar de trabajar antes de la hora de salida, o buscar como perder el tiempo para llegar más tarde a casa y evadir alguna ocupación, pero cada una de estas cosas pequeñas constituye una excelente oportunidad para practicar el autodominio. Quien tiene la capacidad de privarse de un gusto, también tendrá la fortaleza para soportar situaciones desagradables.

En familia este valor es indispensable para la sana convivencia, pues implica aprender a tolerar y pasar por alto las pequeñas fricciones cotidianas, no se tratar de desentenderse, sino de dar ejemplo de serenidad, comprensión y cariño, principalmente cuando se tiene la responsabilidad de educar a los hijos. También nos ayuda a estar pendientes de las necesidades de los demás y prestarles servicios, pues la comodidad nos hace esperar ser atendidos, mientras que el autodominio nos impulsa a ser más participativos en los quehaceres cotidianos.

En el contexto de las relaciones personales, el autodominio nos impulsa a ser discretos y maduros para evitar la murmuración, la crítica y la difamación de los demás por cualquier situación que es incompatible con nuestra forma de pensar.

La práctica del autodominio también nos induce a perfeccionar nuestros hábitos de trabajo, aprovechar más el tiempo, tener más cuidado en lo que hacemos, “dar el extra” cuando se necesite. En el campo escolar y profesional siempre es necesario el perfeccionamiento, que sólo se alcanza con esfuerzo, alejando la pereza y la mentalidad conformista.

Para iniciar y desarrollar el autodominio, considera como importante:

Aprende a escuchar. De lo contrario, se convierte en la muestra más clara de la falta de autodominio.

Procura no distinguirte por comer abundantemente, decir disparates, vestir de forma estrafalaria, mostrar poca educación o malos modales.

Evita el deseo de enterarte de lo que no te incumbe, hacer comentarios imprudentes y dar consejos no solicitados, eso es ser entrometido.

Cuida especialmente tus relaciones personales, evita suponer las palabras y actitudes que los demás tienen y que “motivan” tu enojo. Lo más importante es que tu cambies de actitud, que hasta ahora también es predecible.

Dedica unos minutos cada día para reflexionar y elaborar una pequeña lista sobre las situaciones cotidianas que normalmente te disgustan, provocan pereza, caes en excesos y aquellas en las que evades tus responsabilidades. No te preocupes si en un principio son pocas, más adelante seguirás descubriendo otras no menos importantes.

De la lista obtenida, selecciona dos de todas ellas (puedes elegir entre las interrupciones en el trabajo, comprar los víveres para el hogar, desvelarte con frecuencia, dedicar el tiempo necesario al estudio, por ejemplo), reflexiona sobre la actitud correcta que debes adoptar y llévalas a la práctica por una o dos semanas, después de ese período elige otras y así sucesivamente.

La persona que aprende a controlarse interiormente tiene el privilegio de vivir una alegría auténtica, pues jamás se deja llevar por los disgustos y contratiempos; además, tiene la tranquilidad del deber cumplido, pues por el control que tiene sobre la comodidad, es capaz de cumplir con sus deberes oportunamente. Consecuentemente, todo esto le ayuda a tener excelentes relaciones personales, por la cordialidad y delicadeza que mantiene en su trato.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Impulsividad

26. PULCRITUD (3 marzo)El valor de la pulcritud es la práctica habitual de la limpieza, la higiene

y el orden en nuestras personas, nuestros espacios y nuestras cosas.

El orden, disciplina, perseverancia y congruencia, son valores que se complementan con el ejercicio de la pulcritud, porque dejamos de presentar una personalidad ficticia y de apariencias, para convertirlo en un modo de vida que demuestra educación, cultura y buenos modales.

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Posiblemente lo primero que pasa por nuestra mente acerca de este valor es el arreglo personal: ropa limpia y sin arrugas, el afeitarse, la selección del maquillaje y zapatos bien lustrados, en una palabra: perfectamente aseados. Y todos son elementos tan obvios que parece redundante hablar de ellos. Lo cierto es que a nadie le gusta presentarse sucio y descuidado en público.

También las extravagancias en nuestra presentación personal denotan poca seriedad y carácter; aquí no es cuestión de edad sino de madurez para darse cuenta que el buen vestir es una costumbre de siempre.

Bueno sería que sólo tuviéramos que preocuparnos de nuestro atuendo, pero por nuestras actividades utilizamos cosas y ocupamos determinados lugares, ¿cómo lucen? Dicen que para conocer como es una persona basta con revisar sus cajones... y es muy cierto.

La pulcritud debe procurarse en la oficina, el orden de las cosas, sacudir el polvo del escritorio y los objetos, periódicamente hacer una limpia de nuestro cajones, evitar comer en nuestra área de trabajo, acomodar libros y archivero; es cierto, son muchas cosas, pero cada pedazo de papel fuera de su lugar habla de nuestros hábitos. Ese mismo cuidado se refleja en los documentos que elaboramos y entregamos, el contenido puede ser extraordinario, pero una pequeña mancha o una pésima distribución restan mérito a nuestro trabajo.

Comúnmente pensamos que todo pasa desapercibido y con una “arregladita” podemos cubrir nuestro desorden habitual, pero no es así. Existe diferencia entre una casa cuyo aseo es cotidiano y otra donde se hace cada vez que hay visita, tal vez el polvo en los marcos de los cuadros o debajo de los adornos... pero no hace falta penetrar en la intimidad de cualquier hogar para darse cuenta. Lo cierto, es que se nota.

En esta misma línea puede encontrarse nuestro automóvil, como es de uso personal y normalmente nadie nos acompaña –además de nuestra familia-, muchas veces es un verdadero basurero, no sólo por lo que hay tirado, sino por el olor. ¡Qué pena llevar a otra persona! Por eso es importante formarnos buenos hábitos, para no estar ofreciendo disculpas y sufrir penas innecesarias.

Todo lo que pasa por nuestras manos denota el cuidado que tenemos en su uso, agenda, apuntes, bolsillos y hasta las uñas. ¿Parece exageración vivir este valor? De ninguna manera, en las relaciones humanas nuestra personalidad tiene un sello distintivo, lo deseable es que sea positivo, sinónimo de limpieza, buena presencia y cuidado de las cosas.

Para vivir con mayor atención el valor de la pulcritud puedes considerar como importante:

De tu aspecto personal: para los varones el afeitarse debidamente o recortarse barba y bigote diariamente; para las damas, la selección y cantidad de maquillaje; para todos, el corte de cabello, peinarse debidamente y evitar el exceso en el uso del fijador, las uñas recortadas y limpias, así como la higiene bucal.

Si tu piel o ropa se mancha con algún líquido (tinta, grasa, pintura, polvo), procura lavarte inmediatamente y eliminar todo residuo, pues no siempre se piensa que es consecuencia de una actividad en concreto. Si es necesario, cámbiate de ropa.

Cuida que tus prendas no tengan arrugas al salir de casa, evita las pequeñas manchas de comida, polvo, pelusa, falta de botones y el lustre para el calzado. Revisa los bolsillos de tu ropa antes de su lavado, este pequeño detalle te evitará disgustos y prendas desechadas a destiempo.

Procura comer en el lugar adecuado, (nunca en la oficina, habitación de dormir o el auto).

Limpia periódicamente tus efectos personales y equipo que utilices en casa y lugar de trabajo; coloca todo su lugar y en correcta distribución. No olvides el uso de pequeños cestos bolsas para basura. Todo esto te ayudará, por consiguiente, a ser más ordenado.

Asegúrate que tienes un lugar para cada cosa, y que cada cosa esté en su lugar, tanto en tu habitación como en tu oficina.

Haz una lista de los detalles que tienes que mejorar, dedica especial atención a dos de ellos por semana hasta que consigas formarte el hábito. Con este ejercicio lograrás ser más observador y detectarás a tiempo otros puntos de mejora.

Toda persona que se esmera en su presentación personal, el cuidado de sus cosas y lugares donde usualmente asiste así como las cosas que ordinariamente usa, crea un ambiente con la armonía que da el orden y la limpieza, provocando una respuesta positiva en quienes le rodean.

El vivir el valor de la pulcritud nos abre las puertas, nos permite ser más ordenados y brinda en quienes nos rodean una sensación de bienestar, pero sobre todo, de buen ejemplo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Abandono

27. OBJETIVIDAD (4 marzo)

La Objetividad es el valor de ver el mundo como es, y no como queremos que sea.

Los seres humanos somos una compleja mezcla de sentimientos, raciocinio, experiencia y aprendizaje. Todos estos elementos pueden brindar a una persona una percepción de la realidad que puede estar equivocada.

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Cuando una persona no es objetiva, se centra en las circunstancias y no en los problemas. Observa las cosas superficiales, pero no el fondo. Probablemente todos conocemos a alguien que comete un error al no juzgar correctamente la realidad: la persona desilusionada porque había idealizado a su pareja, el muchacho que reprobó el examen porque pensó que sería más fácil de lo que esperaba, el trabajador que no juzga correctamente las circunstancias y pone en peligro a los demás, las personas que discuten porque uno de ellos se aferra a su propia visión.

Ser objetivo es un reto importante, porque exige de nosotros ver los problemas y las situaciones con un enfoque que equilibre adecuadamente emoción y razonamiento. Esto por supuesto es complicado cuando las conclusiones se basan más en los sentimientos. Por ello el valor de la objetividad es tan importante, porque nos permite dar su justo peso a los acontecimientos y obrar de una forma coherente.

Una de las formas más eficientes de vivir el valor de la objetividad es viendo los problemas y las situaciones desde todos los puntos de vista. En este proceso el escuchar la opinión de gente madura y desinteresada nos permite observar las cosas con menos apasionamiento y con mayor objetividad. En ocasiones estamos tan inmersos en los problemas que no logramos ver la solución, por obvia que parezca. En otras ocasiones nos aferramos a nuestro orgullo o a un juicio equivocado por no contar con toda la información necesaria.

La objetividad nos permite tomar decisiones más eficientes, mejora nuestras relaciones humanas, tiene un impacto positivo en la familia. La objetividad nos permite ser más justos con quienes nos rodean y siempre nos abre las puertas.

La lucha por ser objetivos implica el ceder un poco ese “Yo” que a veces nos pesa tanto. En ocasiones no es orgullo, ni soberbia, sino que simplemente tenemos una tendencia natural a creer que tenemos la razón. Si evaluamos siempre que existe la posibilidad de estar equivocados, nos permite ser más certeros y apreciar todo con mayor objetividad.

Para vivir este valor siempre es conveniente:

No permitir que las circunstancias o personas nublen el hecho central que estamos tratando de resolver.

Escuchar atentamente, pedir consejo y considerarlo seriamente.

No apasionarse. Los sentimientos son fundamentales para el ser humano, pero no son el único factor para evaluar un problema o situación.

Centrarse en los hechos, no en las personas. Es fácil perder objetividad cuando decimos “es que siempre haces lo mismo, eres igual que tu papá”. Es mejor atender a qué ocurrió y que razones y consecuencias se desprenden del hecho, sin calificar a la persona.

No precipitarse en los juicios. Quien es objetivo razona, observa, escucha y concluye en base a información. Si no se realiza este proceso los juicios son apresurados, no se vio todo lo que había en juego y tal vez no se sabe todo lo necesario para entender lo que realmente sucede.

Una persona objetiva siempre es apreciada porque genera a su alrededor un sentido real de paz y de justicia. El valor de la Objetividad, además de ahorrarnos muchos dolores de cabeza, puede hacernos mejores personas.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Favoritismo

28. ECOLOGÍA (5 marzo)

El valor que encuentra en la protección del medio ambiente una forma de servir a los demás

Es el valor que nos hace considerar y actuar en favor de la protección del medio ambiente, los recursos naturales y toda forma de vida, incluyendo la propia.

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Pensar en la naturaleza y la cultura ecológica tan de moda en estos tiempos, nos ubica en una situación un tanto incierta. Por una parte, vienen a nuestra mente los grupos “verdes” con iniciativas de todo tipo: la protección de las especies, el medio ambiente y los recursos naturales, donde son muchos los que participan y se comprometen, pero adquieren un matiz de exageración a los ojos de los demás: para la inmensa mayoría de las personas, luchar por la protección de las ballenas tiene poco sentido, sobre todo si en el lugar donde vive se encuentra alejado del mar.

Al mismo tiempo surge la pregunta: ¿Qué tengo que ver yo con la ecología? Pese a las campañas y la abundancia de carteles, ese sentido de la distancia y no pertenencia a un medio ambiente determinado, nos hace seguir inmersos en nuestras ocupaciones, sin darnos el tiempo necesario para pensar seriamente en la importancia de vivir este valor tan necesario en nuestros días.

Para despertar en nosotros una conciencia ecológica, hace falta reflexionar profundamente sobre el sentido que tiene toda forma de vida para nosotros, y en primer instancia, la nuestra.

Los cuidados que requiere nuestra persona son bastante conocidos: adecuada alimentación, el debido descanso, hacer un poco de ejercicio, prevenir las enfermedades y tratarlas oportunamente, trasnochar lo menos posible, alejarse de los vicios, trabajar con orden, etc., sin embargo, el descuido voluntario de estos y otros aspectos igualmente importantes, necesariamente afecta nuestra salud, por eso, es imposible pensar en preocuparse de lo que ocurre en el exterior, cuando somos incapaces de cuidarnos a nosotros mismos.

Si además del descuido personal, agregamos una falta de voluntad para realizar acciones concretas, podemos formarnos una idea más clara de nuestra conducta. Por ejemplo, no es raro que el “clasificar la basura” nos provoque cierta pereza, sobre todo si ya existe quien lo haga. Recoger envolturas, papeles y residuos de comida para depositarlos en su lugar o limpiar líquidos derramados, deberían ser actitudes que reflejen nuestros hábitos y costumbres.

Tal vez esa es la clave y fundamento de este valor: considerar como propio todo lo que nos rodea. Así como tenemos especial cuidado por conservar nuestro hogar limpio, de igual manera deberíamos hacerlo en la calle, la oficina, los lugares de esparcimiento... tomando las precauciones y medidas necesarias para cada caso, en vez de quejarnos del deficiente servicio público de limpieza o la falta de conciencia de los conciudadanos. Una vez más, nuestro ejemplo constituye el punto fundamental para la transmisión de los valores.

¿Cuál es el resultado de la conciencia de este valor? Primeramente la solidaridad que debemos a nuestros semejantes, tal vez no está en nuestras posibilidad acudir al sitio de una catástrofe, pero si podemos contribuir en la protección de nuestra comunidad; paralelamente surge el respeto por las personas y la naturaleza, que son inseparables y dependientes entre sí. Dicho de otra forma, representa el compromiso personal por servir a los demás, procurando espacios limpios que faciliten un modo de vida digno para todos.

Para vivir este valor desde tu situación personal y de acuerdo a tus posibilidades, puedes comenzar por:

Cuida tu salud prudentemente y sin caer en exageraciones. Tan delicada es una dieta rigurosa, como el exceso en la comida, por ejemplo.

Refuerza tus hábitos personales de orden y limpieza, en tu hogar, oficina, lugares que frecuentas y hasta en las calles. No es lo mismo arrojar un papel y que caiga a un lado del cesto, que depositarlo dentro.

Respeta las normas de cuidado ambiental de todo lugar (área de fumadores, depositar basura, no dar alimento a los animales del zoológico, no encender fuego, etc.).

Acostúmbrate a reportar las deficiencias del servicio público de limpieza y las anomalías que surgen por la falta de conciencia de personas, empresas o instituciones.

Infórmate sobre los aspectos fundamentales de la cultura ecológica, aplicando lo que haga falta en tu hogar y comunidad. Seguramente encontrarás a otras personas que apoyen tus iniciativas.

Promueve alguna campaña ecológica sencilla en la escuela de tus hijos. Si eres estudiante, con mayor razón.

Reflexiona en esta idea: Mi entorno va más allá de las paredes de mi casa, la escuela y la oficina.

Quien vive este valor en la medida de sus posibilidades y con acciones concretas, demuestra un serio compromiso por el bienestar de sus semejantes, con quienes se solidariza para realizar una labor más efectiva, pues su actitud no depende de la moda o el fanatismo, sino por la firme determinación de mejorar el mundo en el que vivimos.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desasistencia

29. COHERENCIA (6 marzo)

Es el valor que nos hace ser personas de una pieza, actuando siempre de acuerdo a nuestros principios.

Coherencia es la correcta conducta que debemos mantener en todo momento, basada en los principios familiares, sociales y religiosos aprendidos a lo largo de nuestra vida.

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Con este valor somos capaces de cumplir con mayor eficacia nuestras obligaciones, pues hace falta ser honesto y responsable; en nuestras relaciones personales es indispensable para ser sinceros, confiables y ejercer un liderazgo positivo; para nuestra persona, es un medio que fortalecer el carácter y desarrolla la prudencia, con un comportamiento verdaderamente auténtico.

En primera instancia, el problema de vivir este valor es que somos muy susceptibles a la influencia de las personas y lugares a los que asistimos; por temor callamos, evitamos contradecir la opinión equivocada, o definitivamente hacemos lo posible por comportarnos según el ambiente para no quedar mal ante nadie. No es posible formar nuestro criterio y carácter, si somos incapaces de defender los principios que rigen nuestra vida. Lo mejor es mantenerse firme, aún a costa del cargo, opinión o amistad que aparentemente está en juego.

Podemos suponer que actuando en base a nuestras propias convicciones basta para ser coherentes, pero existe el riesgo de adoptar una actitud traducida en un “soy como soy y así pienso”. Efectivamente, la coherencia exige esa firmeza y postura, pero se necesita un criterio bien formado para no caer en la obstinación.

Todo indica que en algunos momentos exigimos coherencia en los demás: recibir un justo salario, colaboración por parte de los compañeros de trabajo, que nos procuren atenciones en casa, la lealtad y ayuda de los amigos. Pero esto debe llevarnos a reflexionar si trabajamos con intensidad y en equipo, si correspondemos con creces a los cuidados que recibimos en casa, si somos leales y verdaderos amigos de nuestros amigos.

Siempre debemos estar conscientes que la coherencia hasta cierto punto es flexible. Por una parte es aprender a callar y ceder en las cosas sin importancia; pero en circunstancias en las que el prestigio y la seguridad de las personas, la unidad familiar o la estabilidad social están en juego, se tiene la obligación de enfrentar la situación para evitar un daño a los derechos de los demás. Este es el motivo por el cual, el ejercicio de la prudencia es determinante, para saber actuar acertadamente en cualquier circunstancia.

¿Qué se necesita para ser coherentes, voluntad o conocimiento de los valores? En estricto sentido, ambos. Voluntad para superar nuestro temor a ser “diferentes” con el implícito deseo de ser mejores y ayudar a los demás a formar los valores en su vida. Con el conocimiento, hacemos más firmes nuestros principios, descubriendo su verdadero sentido y finalidad, lo que necesariamente nos lleva a ejercitarnos en los valores y vivirlos de manera natural.

Para la práctica y vivencia de este valor puedes considerar:

Examina si tus actitudes y palabras no cambian radicalmente según el lugar y las personas con quien estés. Que en todo lugar se tenga la misma imagen y opinión de ti.

Piensa en la coherencia que exiges de los demás y si tu actúas y correspondes, al menos, en la misma proporción

Se prudente para elegir amistades, lugares y eventos. Así no tendrás que esconderte, mentir y comportarte en forma contraria a tus principios.

Evita hacer trampa o cumplir con tus obligaciones a medias. Aunque sea lo más fácil y nadie se percate de ello por el momento.

Procura no ser necio. Considera que algunas veces puedes estar equivocado, escucha, reflexiona, infórmate y corrige si es necesario.

Evita discusiones y enfrentamientos por cosas sin importancia. Si hay algo que defender o aclarar, no pierdas la cordura. Serenidad, cortesía y comprensión

La experiencia demuestra que vivimos con mayor tranquilidad y nuestras decisiones son más firmes, al comportarnos de manera única; que a la larga, todos aquellos que alguna vez se burlaron de nuestros principios, terminan por reconocer y apreciar la integridad de nuestra persona. Por este motivo, la unidad de vida aumenta nuestro prestigio personal, profesional y moral, lo cual garantiza incondicionalmente la estima, el respeto y la confianza de los demás.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Incongruencia

30. SACRIFICIO (7 marzo)

Siempre es posible hacer un esfuerzo extra para alcanzar una meta ¿Por qué no hacerlo para servir mejor a los demás?

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El valor del sacrificio es aquel esfuerzo extraordinario para alcanzar un beneficio mayor, venciendo los propios gustos, intereses y comodidad.

Debemos tener en mente que el sacrificio –aunque suene drástico el término-, es un valor muy importante para superarnos en nuestra vida por la fuerza que imprime en nuestro carácter. Compromiso, perseverancia, optimismo, superación y servicio, son algunos de los valores que se perfeccionan a un mismo tiempo, por eso, el sacrificio no es un valor que sugiere sufrimiento y castigo, sino una fuente de crecimiento personal.

¿Por qué es tan difícil tener espíritu de sacrificio? Porque estamos acostumbrados a dosificar nuestro esfuerzo, y a pensar que “todo” lo que hacemos es más que suficiente. Dicho de otra forma: debemos luchar contra el egoísmo, la pereza y la comodidad.

Todos somos capaces de realizar un esfuerzo superior dependiendo de nuestros intereses: las dietas rigurosas para tener una mejor figura; trabajar horas extra e incluso fines de semana para consolidar nuestra posición profesional; quitar horas al descanso para estudiar; ahorrar en vez de salir de vacaciones... El problema central, es que no debemos movernos sólo por intereses pasajeros, debemos ser constantes en nuestra actitud.

Es de suponer que el guardar la dieta, hacer ejercicio, pasar las horas con una lectura de particular interés o por nuestra mano dar mantenimiento al automóvil, suponen un esfuerzo personal -y dependiendo de su naturaleza un beneficio propio-, colaboran a vivir el valor del sacrificio, pero también es sacrificio saber dejar a tempo nuestras aficiones, aplazarlas y darles su momento, para servir a los demás y no descuidar nuestras principales obligaciones.

Efectivamente hay personas que cumplen con sus deberes y obligaciones de forma extraordinaria, pero pocas veces llevan ese mismo esfuerzo en todos los aspectos de su vida: Pensemos en quien sólo asiste en casa los fines de semana pero se niega a convivir con la familia, salir de paseo o dedicar un tiempo a los hijos, argumentando cansancio y deseos de liberarse de la presión del trabajo. Pese a la realidad de esta situación, su sacrificio está delimitado por la rutina de la oficina, ¿no es esto algo extraño?. El valor del sacrificio contempla dar ese “extra” también en casa, en ese horario y con esas personas que desean gozar de la compañía generalmente ausente de cualquiera de los miembros.

Son muchos los ejemplos de sacrificios comunes y corrientes, pero pocas veces se notan cuando no existe la intención de demostrarlo: salir a trabajar habiendo pasado mala noche, o tal vez con ciertos síntomas de enfermedad; sonreír a pesar de nuestro estado de ánimo, sea de enojo o tristeza; colaborar en los cuidados de un enfermo; limpiar el piso de la oficina que se ensució por descuido; no asistir a la reunión semanal para llevar a los hijos a un evento deportivo.

Por otra parte, algunas situaciones son bastante fáciles de prever, como el compañero que siempre hace bromas pesadas; el bebé que una vez más necesita cambio de ropa; el platillo que nos desagrada; hacer fila en el supermercado... Son muchas las cosas que nos desagradan y no podemos esperar que todo sea a nuestro gusto. El verdadero valor del sacrificio consiste en sobrellevarlas, intentando poner buena cara, sin quejas ni remilgos.

Con todos lo ejemplos mencionados, podemos darnos cuenta que la mayoría de nuestros sacrificios están orientados a servir a los demás; tal vez, ni siquiera nos habíamos percatado de la importancia que tienen esos pequeños detalles para formar una personalidad firme y recia.

El espíritu de sacrificio no se logra con las buenas intenciones, se desarrolla haciendo pequeños esfuerzos. Por eso es necesario que tengas en mente:

Aprende a darle un tiempo prudente a tus aficiones y descansos.

Procura no hablar de tus esfuerzos, ni poner cara de sufrimiento para que los demás se den cuenta de lo mucho que haces.

Haz un poco más de lo habitual: juega más con tus hijos; limpia y acomoda algo en casa; recoge la basura de los pasillos; convive con los compañeros de la oficina...

Controla y modera tu carácter y estados de ánimo.

Este último punto contempla de alguna manera a todos los anteriores: Haz una lista de las cosas que te desagradan y las que te cuestan más trabajo, elige tres y comienza a luchar en ellas diariamente.

Todo aquello que vale la pena requiere de sacrificio, pues querer encontrar caminos fáciles para todo, sólo existe en la mente de personas con pocas aspiraciones. Quien vive el valor del sacrificio, va por un camino de constante superación, haciendo el bien en todo lugar donde se encuentre.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Rebeldía

31. CONSEJO (10 marzo)

Una palabra acertada y expresada en el momento justo, logrará un cambio favorable en la vida de quienes nos rodean.

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El valor del consejo nos ayuda a advertir las posibilidades de mejora que tienen las personas, transmitiendo ideas que orienten y faciliten el crecimiento individual de cada una de ellas en los distintos aspectos de su vida; siempre de persona a persona, en un ambiente de confianza, procurando no ofender, ni interferir en decisiones que no nos corresponden..

Saber aconsejar es un valor necesario para lograr un mejor entendimiento en la vida familiar; facilitar el trato personal en la actividad profesional o de estudio; establecer verdaderas y profundas relaciones de amistad, eliminando todo rastro de complicidad o indiferencia y superando la superficialidad de los simples encuentros ocasionales.

En lo personal, este valor nos ayuda a mejorar nuestra comprensión hacia los demás, y crecemos en sencillez para aceptar y agradecer los consejos que recibimos, con el consecuente esfuerzo personal por mejorar.

Debemos tener cuidado de no convertirnos en observadores y jueces permanentes de la conducta ajena, provoca molestia e incomodidad la persona que todo el tiempo se la pasa “aconsejando” a los demás sobre su manera de vivir y de conducirse. El entrometido generalmente es soberbio, por lo que se niega a juzgar su propia conducta y sólo busca poner de manifiesto las debilidades de los demás.

Para no hacer de nuestro consejo una crítica imprudente, es necesario analizar y comprender las circunstancias y necesidades de los demás, aportando la experiencia propia como punto de partida, pero jamás como la única y posible solución.

Cada vez que hablamos irresponsablemente, lo que catalogamos como consejo carece de validez porque personalmente no demostramos interés por mejorar en ese mismo aspecto. Por ejemplo, es fácil decir como deben hacer su trabajo los demás, y ser inconstante, irresponsable y desordenado en el propio. Tener una vida congruente en pensamientos, palabras y acciones, es la mejor forma de dar validez a nuestros consejos.

Por lo anterior expuesto, es conveniente transmitir la propia experiencia con ideas “probadas” que harán la vida más sencilla a los demás: organización personal del tiempo, sistema de trabajo, educación de los hijos, administración del hogar… Será muy difícil aportar algo de utilidad cuando en nuestra vida personal no existe el esfuerzo diario, ni la disposición por superarnos.

Si deseamos vivir este valor, debemos mostrar interés por ayudar a los demás a mejorar en esas “pequeñeces”, pues un consejo oportuno y con rectitud de intención, siempre será apreciado y comprendido. Es importante considerar que todo consejo debe expresarse con la misma delicadeza que quisiéramos tuvieran con nosotros.

Debemos recalcar que todo consejo siempre estará sujeto a la aceptación de quien lo recibe, por eso no debemos sentirnos menospreciados o disgustarnos, al darnos cuenta del poco entusiasmo que tengan las personas por seguir nuestras indicaciones. El consejo no exige obediencia porque no es una orden; tampoco requiere un fiel apego, porque cada persona vive sus propias circunstancias y tiene el derecho de tomar sus propias iniciativas.

Para actuar con prudencia y aprender a dar buenos consejos, podríamos comenzar por:

Evitar dar tu opinión sobre lo que no te gusta o te parece mal de los demás. A eso se le llama crítica y demuestra falta de comprensión.

Antes de dar un consejo, revisa tu vida y piensa tres alternativas que ayuden a la persona a mejorar.

Es muy importante utilizar palabras precisas y de estímulo, en vez de censurar y subrayar los errores y desaciertos.

Procura expresar tu consejo únicamente al interesado, jamás lo hagas en público.

No olvides que es de suma importancia encontrar el momento oportuno para expresar tu punto de vista.

Pregunta de vez en cuando por el desarrollo que ha tenido la persona en el asunto que diste tu opinión. Esto demuestra aprecio y fortalece la confianza.

Observa tu actitud al recibir consejos y haz el propósito de aceptarlos con serenidad. Así serás más sencillo, y creces en comprensión y delicadeza en el trato con los demás.

El aconsejar es una responsabilidad muy grande, porque cada una de nuestras palabras puede traer un beneficio o una consecuencia grave en la vida de quien nos escucha. El valor del consejo despierta en nosotros el verdadero interés por nuestros semejantes, desarrollando una personalidad digna de confianza, por el respeto y prudencia que manifestamos al orientar a los demás.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Orgullo

32. PATRIOTISMO (11 marzo)El valor que nos hace vivir plenamente nuestro compromiso como ciudadanos

y fomentar el respeto que debemos a nuestra nación.

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Patriotismo es el valor que procura cultivar el respeto y amor que debemos a la patria, mediante nuestro trabajo honesto y la contribución personal al bienestar común.

Tal vez para muchos, el ser patriota consiste en el orgullo de haber nacido en un país rico en recursos o de gran tradición cultural; para otros significa portar los colores nacionales en un evento deportivo o en el viaje al extranjero; algunos más sólo sienten pertenecer a su país en la fecha de una celebración nacional y sólo como pretexto para organizar una fiesta con sus amigos... Cabe cuestionarnos si el verdadero patriotismo se vive o es un sentimiento ocasional y por tanto pasajero.

La conciencia parece despertarse cuando aparecen los desastres, las guerras y otros sucesos extraordinarios resaltando el patriotismo y la solidaridad, pero el todo pasa y volvemos al ritmo de vida habitual. No es posible esperar la aparición de calamidades para darnos cuenta de nuestra capacidad de entrega y trabajo gustoso por los demás.

¿Pero cómo lograr ser patriota en un país que sólo tiene problemas de toda índole? Son muchos los argumentos que podemos enunciar para absolvernos de esta responsabilidad: economía, seguridad, desarrollo, conflictos internos, decadencia cultural, falta de valores... pero debemos asumir que el desarrollo y construcción de un país se logra con el esfuerzo y trabajo personal, sumado al de todos los compatriotas.

Debemos tener cuidado de no caer en el nacionalismo que propone un sentimiento de exclusividad y superioridad; no importa cual sea la cualidad más destacada del país, contribuir productivamente, cultivar los valores cívicos, respetar y amar a la patria es un bien que garantiza la seguridad y estabilidad de vida que las personas necesitan para desarrollarse. Cuando los valores cívicos están bien cimentados, nace la preocupación por ayudar a los demás, no sólo a nivel comunitario, sino como una extensión que traspasa las fronteras.

El patriotismo se manifiesta por los valores que transmitimos como ciudadanos conscientes: trabajo, conducta, modales, respeto a las normas y costumbres, pero podemos suponer que de poco sirve tener una actitud recta cuando se transige con la trampa, el abuso y la pereza. El verdadero patriota puede quejarse de su nación observando su errores y deficiencias, pero al mismo tiempo busca y propone los medios para poder solventarlos, pues no es correcto contemplar como el país se hunde cada día más sin que hagamos algo al respecto.

El problema de enseñar los valores cívicos en la escuela, es que fuera del aula los estudiantes no cuentan con el ejemplo y respaldo debido por parte de los adultos, entrando en un ciclo de indiferencia y rechazo hacía los símbolos patrios y todos los actos de la misma índole. ¿Es esta la forma de enseñar a los jóvenes el amor a la patria?

La manera de comenzar a vivir y transmitir a los demás la importancia de vivir este valor, no se logra necesariamente con grandes campañas, todas son muy buenas e indispensables, pero se necesita del trabajo y esfuerzo diario de cada uno de nosotros.

¿Cómo adquirir esa conciencia de unidad y pertenencia?

Realiza tu trabajo con dedicación y esmero, es lo más justo y necesario para ser productivos.

Preocúpate por el cuidado del medio ambiente; pagar tus impuestos, si te corresponde; acude a las urnas cuando sean elecciones para cargos públicos.

No menosprecies todo aquello que tu país te facilita: escuela, comunidad, servicios, costumbres... Si no eres capaz de respetar tu entorno, jamás se despertará en ti el amor a la patria.

Participa en actividades de servicio comunitario atendiendo enfermos, ancianos, niños discapacitados... que es una forma de colaborar al desarrollo social.

Visita museos, asiste o participa en la promoción de actividades culturales que tengan como finalidad el dar a conocer los valores, costumbres y tradiciones nacionales.

Procura conocer la historia, pues nos descubre el esfuerzo por construir una nación, el verdadero sentido de las tradiciones y los hechos que han conformado la situación actual. De esta forma estamos en condiciones de descubrir la raíz de los males, comprenderlos y tomar decisiones para corregirlos y prevenir en la medida posible su repetición.

¿Cumples con todo esto y más? Excelente, pero no olvides que además de vivirlo personalmente y con tu familia, debemos mostrar y enseñar a la gente a realizarlo con ilusión, demostrando que somos capaces de vivir en paz y de ser felices construyendo el país que nos pertenece.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Antipatriótico

33. DESPRENDIMIENTO (12 marzo)

El valor del desprendimiento nos enseñará a poner el corazón en las personas, y no en las cosas materiales

El valor del desprendimiento consiste en saber utilizar correctamente nuestros bienes y recursos evitando apegarse a ellos y, si es necesario, para ponerlos al servicio de los demás.

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El desprendimiento como valor se origina al reconocer que todos tenemos necesidades y en algunos casos encontramos personas con carencias. En cualquier situación debemos superar nuestro egoísmo e indiferencia para colaborar en el bienestar de los demás, no importa si es mucho o poco lo que hacemos y aportamos, lo importante es tener la conciencia de ofrecer algo, de aportar. En la generosidad que requiere el desprendimiento no cabe el ofrecer algo que nos sobra.

El valor del desprendimiento tiene que ver con varios aspectos, entre ellos: la importancia que le damos a las cosas, el uso que hacemos de ellas y la intención que tenemos para ponerlas al servicio de los demás.

En ocasiones vivimos y trabajamos sin descanso para poseer aquello que tanto nos ilusiona (autos, joyas, ropa, aparatos, etc.) y nuestra vida se mueve a ese compás, sin embargo si no tenemos cuidado puede llegar el momento en que a pesar de la insatisfacción que nos produce llenarnos de cosas, pretendemos que éstas llenen un vacío interior.

A veces en broma, pero muchas veces en serio hemos escuchado decir de alguien: “quiere más a su coche que a (...)”, “ni se te ocurra tocar sus (...) porque tendrás problemas”, “ni se lo pidas, jamás presta lo que tiene”, “ todo su dinero lo ocupa para (...)”, etc., y todas ellas reflejan a una persona con apego inmoderado por lo que tienen. Debemos recordar que en el orden de los afectos, las personas y su bienestar ocupan el primer lugar antes que nuestra persona misma o lo que poseemos.

Existen personas que materialmente ponen el corazón en las cosas materiales. A veces por los recuerdos que evocan, pero en otras debido al valor económico que tienen o simplemente por el trabajo que supuso adquirirlos. A esta particular forma de afecto se le llama apego y de ninguna manera se relaciona con el hecho de cuidar las cosas y hacer buen uso de ellas.

Cuando nuestro aprecio es mayor por las cosas que por las personas, nos parece absurdo compartir lo que tenemos, o en su defecto lo hacemos a regañadientes. El desprendimiento supone un esfuerzo para superar ese sentimiento de posesión y exclusividad de lo que poseemos para ofrecerlo gustosamente a los demás.

No debemos confundir el desprendimiento con el hecho de deshacernos de todo aquello que no utilizamos, que es inservible o se ha convertido en un estorbo, esta actitud manifiesta poco respeto por la persona que lo recibe, independientemente de su condición y situación actual. Somos tan soberbios que consideramos un insulto recibir algo de segunda mano, ¿por qué los demás deben soportar lo que nosotros consideramos desprecio?

Puede parecer que este valor se enfoca únicamente a objetos, pero nuestros recursos van más allá de lo que se puede tocar, poseemos conocimientos, cualidades y habilidades que muchas veces nos cuesta trabajo poner a disposición de las personas, porque requiere prescindir de nuestro descanso, gustos, preferencias y comodidades para llevarse a efecto.

Nos sorprendemos con el médico que atiende enfermos sin cobrar honorarios; personas que pasan los días trabajando en obras de caridad; profesores que trabajan horas extras desinteresadamente; padres de familia que se niegan gustos y diversiones personales para pensando en su familia; lo más inaudito es que muchos de ellos no viven en una condición del todo desahogada. El verdadero desprendimiento no tiene medida, sin calcular cuánto es lo indispensable para cumplir, es una entrega generosa de todo, Sí, de todo lo que tenemos.

Para vivir el desprendimiento puedes:

Hacer una lista de las cosas que tiene y determinar cuales realmente necesitamos y cuales son caprichos, vanidades, etc.

Ayudar a una obra de caridad haciendo una aportación significativa, de acuerdo con tus posibilidades.

Enseñar a otros algo que sepas hacer bien (sin olvidar de enseñarles los “secretos” que pudieras atesorar sobre el tema)

Regala o dona un bien al que sientas que te has apegado.

Procura decir más veces “si” cuando te pidan algo prestado sin poner pretextos.

El valor del desprendimiento ayudará a nuestra sociedad al convertirnos en personas más altruistas y generosas, brindará un mejor ambiente en nuestras relaciones con amigos y familiares y nos convertirá en personas que tienen el corazón puesto en el lugar correcto.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Avaricia,

34. MAGNANIMIDAD (13 marzo)

El valor que nos hace dar más allá de lo que se considera normal, para ser cada día mejores sin temor a la adversidad o a los inconvenientes.

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El valor de la magnanimidad es poco conocido, poco entendido y su definición formal tampoco nos lleva demasiado lejos. Todas las definiciones nos hablan de “ánimo grande” o “espíritu grande”. Nos quedan más claros los conceptos contrarios de la magnanimidad: mezquindad, tacañería, pusilanimidad. La magnanimidad es una disposición hacia dar más allá de lo que se considera normal, de entregarse hasta las últimas consecuencias, de emprender sin miedo, de avanzar pese a cualquier adversidad. El ánimo grande, la magnanimidad, es el valor que convierte a un simple ser humano en un héroe.

En el momento que vivimos estamos propensos a conformarnos con lo que somos: calculadores y egoístas, orientando nuestros esfuerzos a la adquisición de bienes materiales y a la búsqueda de riqueza... para lograr esto último no hace falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se caracteriza por la búsqueda de su perfección como ser humano y la entrega total de su persona para servir a los demás desinteresadamente.

¡Qué grandeza de espíritu tiene quien sabe perdonar sinceramente!, sin detenerse a considerar la naturaleza de la ofensa o el mal recibido, comprende y olvida para vivir en armonía con sus semejantes, sabe que al liberarse de esta pesada carga enseña a los demás a vivir el perdón y está en condiciones de lograr la propia paz interior.

Para el magnánimo no existen tareas de ínfima categoría o el temor a cuidar lo que podría denominarse “buena imagen”, actúa con la convicción de cumplir con un compromiso y un deber personal: ayuda a quien goza de menor simpatía en un grupo; saluda con cortesía, cede el paso, o sirve en la mesa al empleado y al amigo por igual; se presta para mover muebles o bultos; asiste con regularidad a sus prácticas religiosas aunque en el medio en que se desenvuelve no sea bien visto.

Muchas veces pretendemos que las personas mejoren por sí mismas, nos concentramos tanto en sus defectos de carácter, fallas, errores y los convertimos en pretexto para dejar de ayudarlos, nos falta empeño para corregirlos, enseñarles y hacerles entender lo que haga falta para que salgan de esa situación que tanto les afecta. Si son muchos los inconvenientes que vemos en quienes nos rodea, es mucho lo que tenemos que trabajar personalmente en la magnanimidad, para comprender mejor, para servir más...

Sería absurdo pensar que este valor excluye otras realidades de nuestra vida, que también son empresas y retos a alcanzar, como perfeccionar y acrecentar nuestros conocimientos, aspirar a un mejor puesto laboral y alcanzar una posición económica desahogada. ¿Es que estas aspiraciones van en contra de la magnanimidad? Por supuesto que no, se desvirtúan por la intención con que se realizan. Todo aquello a lo que aspiramos, dinero, conocimientos, posición, influencia, deben tener como finalidad un servicio para el prójimo.

Es muy difícil entender el servicio si pensamos únicamente en un beneficio inmediato y personal, lo correcto es enfocar nuestro esfuerzo para traspasar las fronteras del egoísmo: si tengo más conocimientos puedo servir mejor a la empresa o a mi país, porque mejoraré sustancialmente mi trabajo y seré más productivo; al obtener un mejor puesto, estoy en condiciones de llevar a la empresa a un mejor nivel y ofrecer superiores condiciones de empleo; al ganar más, puedo ahorrar, invertir, asegurar el patrimonio familiar y la educación de los hijos.

Consideremos que para lograr una grandeza de ánimo es necesario:

Cada día y a lo largo del mismo pregúntate: ¿Para qué hago esto? ¿Quiénes se benefician? ¿Puedo hacerlo mejor?

Haz el propósito de prestar al menos un servicio diariamente en casa, escuela, oficina o a los amigos. No olvides en tu lista: hacer lo que más te disgusta o incomoda y a quien menos te simpatiza.

Hoy mismo decídete a olvidar tus resentimientos, envidias y juicios negativos respecto a los demás.

Comienza hoy a mejorar tus modales y ten más cortesía con todos por igual.

Aprende a soportar las contrariedades con serenidad y a dominar la tristeza que pudiera generarse: comentarios negativos hacia tu persona, sean ciertos o no; el contratiempo profesional o escolar; el negocio que no se realizó...

La magnanimidad es un excelente medio para robustecer nuestra comprensión, el espíritu de servicio, la generosidad, el perdón y el optimismo. Todas nuestras acciones se ennoblecen cuando están al servicio de los demás: el consejo, la ayuda, la compañía y hasta el mismo trabajo, son los medios ordinarios que tenemos al alcance para hacer de nuestras labores y aspiraciones algo grande, algo fuera de lo común, algo que pocos están decididos a hacer.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Tacañería.

35. DOCILIDAD (14 marzo)

Es el valor que nos hace conscientes de la necesidad de recibir dirección y

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ayuda en todos los aspectos de nuestra vida

La docilidad es el valor que nos hace tener la suficiente humildad y capacidad para considerar y aprovechar la experiencia y conocimientos que los demás tienen.

La docilidad nos ayuda a ser más sencillos, pues nos dispone a escuchar con calma y atención, a considerar con mayor detenimiento las sugerencias que nos hacen y a tomar decisiones más serenas y prudentes en base a la información recibida.

Podemos suponer que la docilidad nos convierte en personas inútiles, dependientes, influenciables, faltos de carácter y de decisión, pero cualquier persona que desea aprender y desempeñarse satisfactoriamente en alguna disciplina (deporte, oratoria, pintura, mecánica, etc.), o mejorar en su vida personal, se pone voluntariamente bajo la tutela de alguien que conoce y domina el área en cuestión, con el fin de progresar rápidamente y por un camino seguro.

Pedir ayuda y dejarse guiar sería muy sencillo si evitáramos considerarnos superiores, la calidad de la opinión la medimos con unos criterios muy subjetivos: edad, posición profesional o social, grado de amistad y de mutua simpatía... y en resumidas cuentas nadie cumple con nuestras expectativas porque deseamos un guía que sea condescendiente con nuestro modo de ser y caprichos, con una exigencia “moderada” y un carácter a nuestro gusto.

Lo importante es reconocer que existen personas con experiencia y habilidades personales para aconsejarnos. Quien se interesa por nosotros nos hará ver defectos y errores; pedirá una reacción que afecte a nuestra comodidad y pereza; sanamente criticará nuestro modo de ser, carácter y conducta, pero todo persigue un fin: lograr nuestra mejora personal en todos sentidos. Ahora descubrimos a los padres, profesores, jefes y amigos que nos han dicho cosas que nos eran incómodas, pero tenían razón en exigirnos, en pedir un cambio en nuestro proceder. Si hubiéramos hecho caso esa vez...

Es curioso pensar que las personas menos dóciles, son aquellas que solicitan una mayor respuesta y disposición a las exigencias que proponen. La docilidad exige ejemplo, intercambio y disposición personal para lograr un beneficio mutuo.

Al poner nuestro criterio por encima de todo, mostramos resistencia y poca apertura a todo lo que significa cambio: el profesor que se empeña en corregir nuestro comportamiento o el nuevo sistema de trabajo que debemos implementar y seguir. En algunos temas nos consideramos especialistas y rechazamos ideas y opiniones por auténtica necedad: el pariente que opina sobre como educar a los hijos; el amigo que nos aconseja dedicar más tiempo a la familia: la vecina que habla sobre la manera de administrar y organizar las labores del hogar.

Es necesario estar alerta para descubrir a cada instante las oportunidades que la vida nos da para ser mejores, los buenos consejos y sugerencias pueden venir de cualquier persona en los momentos y lugares menos esperados.

Para ser más dóciles podemos considerar los siguientes puntos:

Considera que las personas que más te exigen, te estiman o cumplen con su obligación (casa, escuela, trabajo).

Aprende a considerar todo lo que te sugieren aunque no necesariamente te guste. No olvides concretar tu buena disposición con acciones.

Primero obedece y sigue indicaciones, después haz las observaciones pertinentes.

Haz el propósito de mejorar en un punto de los que más te insisten en casa, la oficina, la escuela o con los amigos, siguiendo los consejos recibidos; siempre y cuando sea algo bueno.

Evita criticar a las personas que insisten en orientarte y procura descubrir su buena intención y el benéfico que obtendrás.

Al ser dóciles obtenemos muchos benéficos personales, pues hace de nuestra obediencia una colaboración gustosa para alcanzar objetivos personales o de conjunto; incrementa nuestra capacidad de adaptación a las nuevas exigencias y circunstancias que con relativa frecuencia se presentan; nos da la madurez para evitar empeñarnos en ser nuestros propios guías y jueces; se incrementa nuestro respeto y consideración por todas las personas.

Lo más importante es saber que la persona dócil es feliz poniéndose en manos de los demás, generando confianza por la seguridad que tiene de aprender a mejorar todo lo que a su persona concierne.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Contumacia

36. OPTIMISMO (17 marzo)Forjar un modo de ser entusiasta, dinámico, emprendedor y con los pies sobre la tierra,

son algunas de las cualidades que distinguen a la persona optimista

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El optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto con la ayuda que podemos recibir.

La principal diferencia que existe entre una actitud optimista y su contraparte –el pesimismo- radica en el enfoque con que se aprecian las cosas: empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca apatía y desánimo. El optimismo supone hacer ese mismo esfuerzo para encontrar soluciones, ventajas y posibilidades; la diferencia es mínima, pero tan significativa que nos invita a cambiar de una vez por todas nuestras actitudes.

Alcanzar el éxito no siempre es la consecuencia lógica del optimismo, por mucho esfuerzo, empeño y sacrificio que pongamos, algunas veces las cosas no resultan como deseábamos. El optimismo es una actitud permanente de “recomenzar”, de volver al análisis y al estudio de las situaciones para comprender mejor la naturaleza de las fallas, errores y contratiempos, sólo así estaremos en condiciones de superarnos y de lograr nuestras metas. Si las cosas no fallaran o nunca nos equivocáramos, no haría falta ser optimistas.

El optimista sabe buscar ayuda como una alternativa para mejorar o alcanzar los objetivos que se ha propuesto, es una actitud sencilla y sensata que en nada desmerita el esfuerzo personal o la iniciativa. Sería muy soberbio de nuestra parte, pensar que poseemos el conocimiento y los recursos necesarios para salir triunfantes en toda circunstancia.

Cualquiera que ha sido campeón en alguna disciplina, llegó a colocarse en la cima por su esfuerzo, perseverancia y sacrificio, pero pocas veces, o mejor dicho nunca, se hace alusión a su optimismo, a esa entrega apasionada por alcanzar su fin, conservando la confianza en sí mismo y en las personas que colaboraron para su realización. El optimismo refuerza y alienta a la perseverancia

El optimista no es ingenuo ni se deja llevar por ideas prometedoras, procura pensar y considerar detenidamente todas las posibilidades antes de tomar decisiones. Si una persona desea iniciar un negocio propio sin el capital suficiente, sin conocer a fondo el ramo o con una vaga idea de la administración requerida, por muy optimista que sea seguramente fracasará en su empeño, ya que carece de las herramientas y fundamentos esenciales para lograrlo.

Se podría pensar que el optimismo nada tiene que ver con el resto de las personas, sin embargo, este valor nos hace tener una mejor disposición hacia los demás: cuando conocemos a alguien esperamos una actitud positiva y abierta; en el trabajo, una personalidad emprendedora; en la escuela, profesores y alumnos dedicados. Si nuestras expectativas no se cumplen, lo mejor es pensar que las personas pueden cambiar, aprender y adaptarse con nuestra ayuda. El optimista reconoce el momento adecuado para dar aliento, para motivar, para servir.

En la amistad y en la búsqueda de pareja también es necesario ser optimista. Algunas personas se encierran en sí mismos después de los fracasos y las desilusiones, como si ya no existiera alguien más en quien confiar. El optimismo supone reconocer que cada persona tiene algo bueno, con sus cualidades y aptitudes, pero también sus defectos, los cuales debemos aceptar y buscar la manera de ayudarles a superarlos.

El paso hacia una actitud optimista requiere de una disposición más entusiasta y positiva, es tanto como darle la vuelta a una moneda y ver todo con una apariencia distinta:

Analiza las cosas a partir de los puntos buenos y positivos, seguramente con esto se solucionarán muchos de los inconvenientes. Curiosamente, no siempre funciona igual a la inversa.

Haz el esfuerzo por dar sugerencias y soluciones, en vez de hacer críticas o pronunciar quejas.

Procura descubrir las cualidades y capacidades de los demás, reconociendo el esfuerzo, el interés y la dedicación. Esto es lo más justo y honesto.

Aprende a ser sencillo y pide ayuda, generalmente otras personas encuentran la solución más rápido.

No hagas alarde de seguridad en ti mismo tomando decisiones a la ligera, considera todo antes de actuar pues las cosas no se solucionan por sí mismas. De lo contrario es imprudencia, no optimismo.

No es más optimista el que menos ha fracasado, sino quien ha sabido encontrar en la adversidad un estímulo para superarse, fortaleciendo su voluntad y empeño; en los errores y equivocaciones una experiencia positiva de aprendizaje. Todo requiere esfuerzo y el optimismo es la alegre manifestación del mismo, de esta forma, las dificultades y contrariedades dejan de ser una carga, convirtiéndonos en personas productivas y emprendedoras.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Pesimismo

37. SENSIBILIDAD (18 marzo)

Es el valor que nos hace despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado al desarrollo personal, familiar y social

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Antes de hablar de sensibilidad hay que distinguirla de la “sensiblería” que casi siempre es sinónimo de cursilería, superficialidad o debilidad. En realidad el valor de la sensibilidad es la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir y comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de los demás.

Para comprender la importancia de este valor, necesitamos recordar que en distintos momentos de nuestra vida hemos buscado afecto, comprensión y cuidados, sin encontrar a ese alguien que muestre interés por nuestras necesidades y particulares circunstancias. ¿Qué podríamos hacer si viviéramos aislados? La sensibilidad nos permite descubrir en los demás a ese “otro yo” que piensa, siente y requiere de nuestra ayuda.

No pensemos en esa sensibilidad emocional que se manifiesta exageradamente con risas o llanto y tal vez “sintiendo” pena o disgusto por todo. Ser sensible va más allá de un estado de ánimo, es permanecer alerta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. ¿Acaso ser sensible es signo de debilidad? No es blando el padre de familia que se preocupa por la educación y formación que reciben sus hijos; el empresario que vela por el bienestar y seguridad de sus empleados; quien escucha, conforta y alienta a un amigo en los buenos y malos momentos. La sensibilidad es interés, preocupación, colaboración y entrega generosa hacia los demás.

La realidad es que las personas prefieren aparentar ser duras o insensibles, para no comprometerse e involucrarse en cosas que califican como fuera de su competencia. Todas las penas y padecimientos de los demás resultan incómodos y molestos, pensando que cada quien tiene ya suficiente con sus propios problemas como para preocuparse de los ajenos. La indiferencia es el peor enemigo de la sensibilidad.

Lo peor de todo es mostrar esa misma indiferencia en familia, algunos padres nunca se enteran de los conocimientos que reciben sus hijos; de los ambientes que frecuentan; las costumbres y hábitos que adquieren con los amigos; de los programas que ven en la televisión; del uso que hacen del dinero; de la información que reciben respecto a la familia, la moda, la religión, la política... todas ellas son realidades que afectan a los adultos por igual.

¿Es que todo está bien? No se puede esperar que las nuevas generaciones construyan ese futuro mejor que tanto se espera, si nos da lo mismo todo y no estamos ahí para dar criterio, para formar hábitos y hacer valer las buenas costumbres.

Puede parecer extraño, pero en cierta forma somos insensibles con nosotros mismos, pues generalmente no advertimos el rumbo que le estamos dando a nuestra vida: pensamos poco en cambiar nuestros hábitos para bien; casi nunca hacemos propósitos de mejora personal o profesional; fácilmente nos dejamos llevar por el ambiente de los amigos o del trabajo sin poner objeción alguna; trabajamos sin orden y desmedidamente; dedicamos mucho tiempo a la diversión personal. Dejarse llevar por lo más fácil y cómodo es la muestra más clara de insensibilidad hacia todo lo que afecta nuestra vida.

Reaccionar frente ante las críticas, la murmuración y el desprestigio de las personas, es una forma de salir de ese estado de pasividad e indiferencia para crear una mejor calidad de vida y de convivencia entre los seres humanos.

Muchas veces nos limitamos a conocer el nombre de las personas, incluso compañeros de trabajo o estudio, criticamos y enjuiciamos sin conocer lo que ocurre a su alrededor: el motivo de sus preocupaciones y el bajo rendimiento que en momentos tiene, si su familia pasa por una difícil etapa económica o alguien tiene graves problemas de salud. Todo sería más fácil si tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar.

En todas partes se habla de los problemas sociales, corrupción, inseguridad, vicios, etc. y es algo tan cotidiano que ya forma parte de nuestra vida, dejamos que sean otros quienes piensen, tomen decisiones y actúen para solucionarnos hasta que nos vemos afectados. La sensibilidad nos hace ser más previsores y participativos, pues no es correcto contemplar el mal creyendo que somos inmunes.

Podemos afirmar que la sensibilidad nos hace despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado al desarrollo personal, familiar y social. Con sentido común y un criterio bien formado, podemos hacer frente a todo tipo de inconvenientes, con la seguridad de hacer el bien poniendo todas nuestras capacidades al servicio de los demás.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Insensibilidad

38. FLEXIBILIDAD (19 marzo)

La Flexibilidad es la capacidad de adaptarse rápidamente a las circunstancias, para lograr una mejor convivencia y entendimiento con los demás.

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La Flexibilidad es la capacidad de adaptarse rápidamente a las circunstancias, los tiempos y las personas, rectificando oportunamente nuestras actitudes y puntos de vista para lograr una mejor convivencia y entendimiento con los demás.

En ocasiones se ha entendido a la flexibilidad como un “ceder” siempre para evitar conflictos, ser flexibles no significa dejarse llevar y ser condescendientes con todo y con todos. El aprender a escuchar y a observar con atención todo lo que ocurre a nuestro alrededor, constituye el punto de partida para tomar lo mejor de cada circunstancia y hacer a un lado todo aquello que objetivamente no es conveniente.

Podemos apreciar una actitud poco flexible en las personas que rechazan de forma automática todo aquello que se opone a su forma de pensar y de sentir, al grado de comportarse en ocasiones como verdaderos necios e intransigentes. Antes de dar una respuesta o emprender cualquier acción, el sentido común debería llevarnos a hacer una pausa para considerar detenidamente cualquier idea o propuesta, y de esta manera formarnos una mejor opinión al respecto.

La flexibilidad mejora nuestra disposición para llegar a un común acuerdo y enriquecerse de las opiniones de los demás, de esta manera ambas partes se complementan y benefician mutuamente.

Cuando la amistad y la simpatía son el factor común entre las personas, ser flexibles no cuesta tanto trabajo, normalmente estamos dispuestos a escuchar y a cambiar nuestro parecer en el momento que sea necesario; lo difícil es mantener esta actitud abierta con el resto de las personas.

Si el núcleo de la flexibilidad es la adaptación, debemos hacer todo lo posible por encontrar en todo lugar y circunstancia, el equilibrio justo para hacer compatibles nuestro estilo personal de trabajo, costumbres, hábitos y modo de actuar con el de los demás para ser más productivos, mejorar la comunicación y establecer relaciones duraderas.

Algunas veces nuestra capacidad de adaptación se somete a pruebas más severas: cambiar de ciudad, de domicilio; nuevo empleo en una empresa con un giro completamente distinto al que veníamos desarrollando, nueva escuela, etc. En todos y cada uno de estos cambios debemos tratar con personas diferentes, así como sus costumbres y las normas de convivencia o de trabajo. La rapidez con que nos identifiquemos al nuevo ambiente, marcará desde el primer momento el éxito o fracaso en nuestro desempeño y las relaciones con los demás.

La flexibilidad nos debe llevar a buscar la plena integración al nuevo medio, si es ahí donde tenemos que estar, de poco sirven las quejas y las comparaciones inútiles. Aprender a tomar lo mejor de cada lugar y de su gente, demuestra madurez, sociabilidad, compromiso, solidaridad, apertura a la comunicación y a la adquisición de nuevas experiencias.

Para que nuestros propósitos de mejora tengan fruto, es necesario identificar y corregir algunas de las actitudes que nos impiden vivir cabalmente este valor:

Procura que tu primer impulso no sea dar un sí o un no como respuesta. Aprende que el aceptar o el negarse tiene su momento. Escucha, observa, medita y actúa.

Habla cuando sea necesario, o calla si las circunstancias lo ameritan. Las conversaciones forzadas no llevan a ninguna parte, cuantas veces nos empeñamos en hablar de un tema que a nadie interesa.

Busca el mejor momento para expresar tus opiniones.

Aprende a dejar una conversación en el momento oportuno, evitando discusiones que no llegarán a una conciliación. Nada ganamos con aferrarnos para tratar de convencer a una persona que no quiere escuchar.

Trata a cada persona según su peculiar forma de ser, lo cual se traduce en respeto.

Rectifica cada que sea preciso tus opiniones o actitudes. Corregir los errores, pedir perdón o aclarar la equivocación en nuestro juicio, demuestra sencillez y rectitud de intención.

Respeta las reglas o normas que imperan en los distintos lugares a los que asistes, a menos que afecten la integridad y la seguridad de cualquier persona.

Para la persona flexible no existen barreras en la comunicación y en las relaciones, su adaptación es tan natural que nunca parecerá extraño o distinto en los ambientes más diversos, sin exponer su persona a influencias negativas o poco recomendables.

Nuestra vida sería más sencilla si fuéramos conscientes de la riqueza que guarda cada persona, cada ambiente, cada nuevo conocimiento y experiencia, sin aferrarnos a nuestro propio juicio y opinión.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Necedad

39. Liderazgo (20 marzo)

Todo líder tiene el compromiso y la obligación de velar por la superación personal, profesional y espiritual de quienes lo rodean. Es una responsabilidad que como personas debemos asumir.

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En todos los equipos de trabajo -desde los escolares hasta los de alta dirección de empresas- encontramos al menos a una persona, que sin tener el peso de una responsabilidad, sobresale por su iniciativa, amplia visión de las circunstancias, gran capacidad de trabajo y firmes decisiones; sus ideas y aportaciones siempre son consideradas por la certeza y oportunidad con que las expresa; por otra parte, se distingue por su facilidad de diálogo y la habilidad que tiene para relacionarse con todos dentro y fuera del trabajo.

Este tipo de personas sobresalen, además, por poseer un cúmulo de buenos hábitos y valores: Alegría, amabilidad, orden, perseverancia (entre muchos otros), despertando en nosotros admiración y respeto. En otras palabras: son un digno modelo y ejemplo de personalidad.

¿Por qué no ser nosotros ese modelo? Pocas veces somos conscientes de ser observados por los demás, constantemente estamos en un escaparate donde las personas perciben nuestra conducta y proceder.

Los grandes líderes guerreros de la antigüedad eran respetados y apreciados por ser los primeros en lanzarse a la batalla. De igual manera, cada uno de nosotros debemos ir por delante, seamos o no, cabeza de familia, empresa, equipo de trabajo o agrupación. En contadas ocasiones, o nunca, pensamos en la responsabilidad que como personas tenemos. A decir verdad, todos podemos y debemos ejercer un liderazgo desde nuestras particulares circunstancias:

- Los padres de familia guían, conducen y ejercen autoridad, en sus manos está la educación de toda la familia; deben ser un verdadero modelo de valores y buenos hábitos, por lo cual, enseñan a sus hijos a vivirlos para convertirlos en personas de bien. A su vez, los hijos mayores participan con sus padres en la educación de los hermanos menores, son muchas cosas las que pueden hacer: enseñar a estudiar, jugar, hacer amigos, obedecer y respetar a sus padres...

La familia en conjunto vela por la protección, cuidado y dirección de todos los miembros; es ahí donde se aprende a conocer, comprender y a tratar a las personas, cualidades indispensables para forjar a los verdaderos líderes de un futuro que está en puerta.

- En tu trabajo -y tal vez sin palabras- todos esperan que seas tu quien pueda orientarlos para hacer y cumplir mejor con sus labores, porque eres ejemplo de dedicación, esfuerzo, compañerismo, responsabilidad, y sobre todo, de siempre presentar un trabajo bien hecho.

- ¿No eres acaso confidente de tus amigos? Todos ellos acuden pidiendo un poco de tu tiempo para ser escuchados, buscando tu consejo y comprensión, a veces, más que "solapar" sus errores, buscan de ti la solución adecuada. Por eso debemos procurar que nuestras pláticas tengan sentido, que no sea una costumbre hablar sólo de cosas superficiales; expresa tus ideas sin temor, tu tienes la capacidad de hacer que la vida de tus amigos cambie para bien.

Ahora que somos conscientes del papel que desempeñamos, no debemos cometer el error de actuar con temor a equivocarnos, o caer en el extremo opuesto que sería simplemente guardar las apariencias. Nuestra conducta debe ser congruente a nuestros pensamientos y palabras.

Nadie es "capaz de dar lo que no tiene", por eso, el liderazgo implica un reto constante de superación, en todos los aspectos que se relacionan con el desarrollo completo y armónico de la persona: personal (valores y hábitos), profesional, social y espiritual. Por consiguiente, un verdadero líder:

- Considera que primero están los demás y evita a toda costa convertirse en el centro de atención, por lo tanto, jamás piensa en su beneficio personal.

- Se preocupa de las personas, procura estar pendiente del bienestar personal, moral y espiritual de cada uno de quienes lo rodean.

- Siempre toma en cuenta las opiniones y el sentir de sus allegados, de esta manera cuenta en todo momento con una excelente respuesta de sus hijos, colegas, subalternos, discípulos y amigos.

- Da gran importancia al trabajo en equipo, de ahí que siempre hace énfasis en la labor realizada por el grupo.

Ser líder no es una postura o un galardón para lucir, es un compromiso, una responsabilidad y una obligación, no hay que olvidar que "todo cargo es una carga". No podemos ser indiferentes ante las atrocidades, la injusticia y la creciente amenaza de una falta de valores, hoy en día se necesitan hombres y mujeres decididos a cambiar la forma de vida de la sociedad. Es un gran reto, sí, pero la esperanza de un mundo mejor, debe alentarnos a ser los líderes de esta gran empresa.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Sin Carisma

40. Servicio (21 marzo)

Brindar ayuda de manera espontánea en los detalles más pequeños, habla de nuestro alto sentido de colaboración para hacer la vida más ligera a los demás.

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Servir es ayudar a alguien de manera espontánea, como una actitud permanente de colaboración hacia los demás. Las personas serviciales viven continuamente estuvieran atentas, observando y buscando el momento oportuno para ayudar a alguien, aparecen de repente con una sonrisa y las manos por delante dispuestos a hacernos la tarea más sencilla, en cualquier caso, recibir un favor hace nacer en nuestro interior un profundo agradecimiento.

La persona que vive este valor, ha superado barreras que al común de las personas parecen infranqueables:

- El temor a convertirse en el “hácelo todo”, en quien el resto de las personas descargará parte de sus obligaciones, dando todo género de encargos, y por lo tanto, aprovecharse de su buena disposición.

La persona servicial no es débil, incapaz de levantar la voz para negarse, al contrario, por la rectitud de sus intenciones sabe distinguir entre la necesidad real y el capricho.

- Vernos solicitados en el momento que estamos concentrados en una tarea o en estado de relajación (descansando, leyendo, jugando, etc.), se convierte en un verdadero atentado. ¡Qué molesto es levantarse a contestar el teléfono, atender a quien llama la puerta, ir a la otra oficina a recoger unos documentos... ¿Por qué “yo” si hay otros que también pueden hacerlo?

Quien ha superado a la comodidad, ha entendido que en nuestra vida no todo está en el recibir, ni en dejar la solución y atención de los acontecimientos cotidianos, en manos de los demás.

- La pereza, que va muy de la mano a la comodidad también tiene un papel decisivo, pues muchas veces se presta un servicio haciendo lo posible por hacer el menor esfuerzo, con desgano y buscando la manera de abandonarlo en la primera oportunidad

Todo servicio prestado y por pequeño que sea, nos da la capacidad de ser más fuertes para vencer la pereza, dando a quienes nos rodean, un tiempo valioso para atender otros asuntos, o en su defecto, un momento para descansar de sus labores cotidianas.

La rectitud de intención siempre será la base para vivir este valor, se nota cuando las personas actúan por interés o conveniencia, llegando al extremo de exagerar en atenciones y cuidados a determinadas personas por su posición social o profesional, al grado de convertirse en una verdadera molestia. Esta actitud tan desagradable no recibe el nombre de servicio, sino de “servilismo”.

Algunos servicios están muy relacionados con nuestros deberes y obligaciones, pero como siempre hay alguien que lo hace, no hacemos conciencia de la necesidad de nuestra intervención, por ejemplo:

- Pocos padres de familia ayudan a sus hijos a hacer los deberes escolares, pues es la madre quien siempre esta al pendiente. Darse tiempo para hacerlo, permite al cónyuge dedicarse a otras labores.

- Los hijos no ven la necesidad de colocar la ropa sucia en el lugar destinado, si es mamá o la empleada del hogar quien lo hace regularmente.

- Algunos otros detalles de servicio que pasamos por alto, se refieren a la convivencia y a la relación de amistad:

- No hace falta preocuparse por preparar la cafetera en la oficina, pues (él o ella) lo hace todas las mañanas.

- En las reuniones de amigos, dejamos que (ellos, los de siempre) sean quienes ordenen y recojan todo lo utilizado, ya que siempre se adelantan a hacerlo.

No podemos ser indiferentes con las personas serviciales, todo lo que hacen en beneficio de los demás requiere esfuerzo, el cual pasa inadvertido por la forma tan habitual y natural con que realizan las cosas.

Como muchas otras cosas en la vida, el adquirir y vivir un valor, requiere disposición y repetición constante y consciente de acciones encaminadas para lograr el propósito. Hagamos unas breves consideraciones:

- Esforzarnos por descubrir pequeños detalles de servicio en lo cotidiano y lo común: ayudar a recoger los platos después de la comida, mantener en orden los efectos personales (sea en casa o el trabajo), ceder el paso o el lugar a una persona, llevar documentos u objetos en vez de esperar que alguien venga por ellos... Existen múltiples oportunidades y el realizar cada una de ellas, nos capacita para hacer un mayor esfuerzo en lo sucesivo.

- Dejar de pensar que “siempre me lo piden a mí”. Observa cuantas veces te niegas a servir, seguramente muchas y frecuentemente. Existe un doble motivo para esta insistencia, primero: que nunca ayudas, y segundo: se espera un día poder contar contigo.

Esperar a recibir atenciones tiene poco mérito y cualquiera lo hace, para servir eficazmente hace falta iniciativa, capacidad de observación, Generosidad y vivir la Solidaridad con los demás, haciendo todo aquello que deseamos que hagan por nosotros, viendo en los demás a su otro yo.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Antipático

41. Superación (24 marzo)

La superación no llega con el tiempo, el simple deseo o con la auto motivación, requiere acciones inmediatas, planeación, esfuerzo y trabajo continuo.

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La superación es el valor que motiva a la persona a perfeccionarse a sí misma, en lo humano, espiritual, profesional y económico, venciendo los obstáculos y dificultades que se presenten, desarrollando la capacidad de hacer mayores esfuerzos para lograr cada objetivo que se proponga.

Si la superación es un deseo innato de los seres humanos ¿por qué en ocasiones nos detenemos? El principal obstáculo es nuestra persona, con temores encubiertos de excusas, con la vana esperanza de una oportunidad "de oro" o el momento adecuado para cambiar de vida; en el peor de los casos, la pereza y el pesimismo propios del conformista.

La superación no llega con el tiempo, el simple deseo o con la automotivación, requiere acciones inmediatas, planeación, esfuerzo y trabajo continuo.

En muchas ocasiones la superación no aparece como un gran cambio lleno de beneficios materiales. Con cierta frecuencia encontramos a personas inconformes en su trabajo, deseando cambiar porque en el tiempo que llevan no ha mejorado su posición. Sin embargo, rechazan oportunidades con un bajo incremento económico o un mismo nivel profesional, sin darse cuenta que la experiencia, las relaciones y los nuevos conocimientos por adquirir, constituyen un perfeccionamiento personal que más adelante servirá para alcanzar otros objetivos.

La estabilidad y seguridad que otorga el permanecer mucho tiempo en un lugar (empleo, escuela, ciudad...) puede infundir temor a lo desconocido, como si no tuviéramos la capacidad de plantearnos nuevos retos con grandeza de ánimo y dispuestos a enfrentar y resolver las dificultades.

Aunque los recursos económicos y materiales sean necesarios, no debemos enfocar la superación a la acumulación de los mismos, como una manera fácil de medir un progreso. Existen otros aspectos fundamentales y prioritarios que toda persona debe atender:

- Podemos comenzar por ver nuestros hábitos y costumbres: el cuidado de las cosas ajenas y personales; el orden en nuestras comidas, diversiones y descanso; la atención y cuidados que procuramos a nuestros familiares (hijos, padres, cónyuge, etc.); tratar con amabilidad a todas las personas; ocupar nuestro tiempo libre para tener convivencia, cultivar pasatiempos o realizar actividades sencillas...

- En el terreno profesional no basta lo que hemos aprendido, continuamente debemos buscar los medios para ser más profesionales y competentes, como aprender a sacarle el debido provecho al uso de la computadora (ordenador) para aplicarlo a nuestro trabajo y tener un mejor rendimiento; idear nuevos sistemas para hacer nuestro trabajo con mayor agilidad y disminuir errores; estudiar una especialidad.

Para el estudiante significa dedicar más tiempo a su preparación, conocer y aplicar nuevas técnicas de estudio que faciliten un mejor aprendizaje con los resultados deseados; desarrollar la investigación personal y mejorar la calidad en los trabajos que realice.

Los padres de familia pueden dedicar un tiempo a lecturas sobre como educar mejor a los hijos según su edad, o inscribirse a cursos que persigan los mismos fines. Actualmente existen bastantes recursos que ayudan a conocer y a desempeñar mejor la labor de educación y formación de la familia.

- El ámbito espiritual, con mucha frecuencia descuidado, ofrece muchas posibilidades con el conocimiento de los preceptos y valores propios de nuestra religión, además de la práctica de los mismos; contar con la asistencia de un director espiritual; procurar el trato con Dios de manera continua (y no sólo cuando tenemos algún problema o necesidad grave); frecuentar los sacramentos y las prácticas religiosas.

La superación personal se encuentra en la persona misma y no en los bienes materiales, como tampoco es exclusivo de una determinada edad; existen hoy en día jóvenes y personas mayores capaces de lograr grandes empresas, observando como sus sueños se hacen realidad y sin detenerse a considerar la falta de experiencia o el cansancio natural que traen los años. Renunciar a mejorar equivale a una vida triste, gris y con falta de aspiraciones, en una palabra: conformismo.

Las posibilidades de superación son innumerables y ante tantos aspectos podemos caer fácilmente en el desánimo. Además de tomar la firme decisión de iniciar hoy mismo, conviene elaborar un pequeño plan para hacerlo de manera ordenada y llevarlo a la práctica de forma consistente. Puede ayudar mucho revisar "Vive los valores" y la "Guía Práctica", donde se observan una serie de consejos prácticos para lograr este fin.

Cabe considerar sobre la existencia de los obstáculos, siempre los habrá, pero la verdadera superación consiste en afrontarlos y ante ellos cobrar nuevos bríos. En esta vida nada es fácil, todo lo que vale la pena requiere de perseverancia y paciencia para alcanzarlo, es entonces cuando la superación se hace sublime -alejada de toda vanidad y soberbia- con el gozo interior de acercarnos cada vez más a la cima de la humana perfección.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desinterés

42. Voluntad (25 marzo)

La voluntad nos hace realizar cosas por encima de las dificultades, los contratiempos y el estado de ánimo.

La voluntad es la capacidad de los seres humanos que nos mueve a hacer cosas de manera intencionada, por encima de las dificultades, los contratiempos y el estado de ánimo.

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Todo nuestro actuar se orienta por todo aquello que aparece bueno ante nosotros, desde las actividades recreativas hasta el empeño por mejorar en nuestro trabajo, sacar adelante a la familia y ser cada vez más productivos y eficientes. En base a este punto, podemos decir que nuestra voluntad opera principalmente en dos sentidos:

- De manera espontánea cuando nos sentimos motivados y convencidos a realizar algo, como salir a pasear con alguien, iniciar una afición o pasatiempo, organizar una reunión, asistir al entrenamiento...

- De forma consciente cada vez que debemos esforzarnos a realizar las cosas: terminar el informe a pesar del cansancio, estudiar la materia que no nos gusta o dificulta, recoger las cosas que están fuera de su lugar, levantarnos a pesar de la falta de sueño, etc. Todo esto representa la forma más pura del ejercicio de la voluntad, porque llegamos a la decisión de actuar contando con los inconvenientes.

No es de sorprenderse que en muchas ocasiones algo que iniciamos con gusto, al poco tiempo -sea por dificultades o rutina- se convierta en un verdadero reto. En este punto nos enfrentamos a la disyuntiva: abandonar o continuar.

Se nota claramente una falta de voluntad cada vez que retrasamos el inicio de una labor; en nuestras actividades, cuando damos prioridad a aquellas que son más fáciles en lugar de las importantes y urgentes o siempre que esperamos a tener el ánimo suficiente para actuar. La falta de voluntad tiene varios síntomas y nadie escapamos al influjo de la pereza o la comodidad, dos verdaderos enemigos que constantemente obstruyen nuestro actuar.

Podríamos comparar a la voluntad con cualquiera de los músculos de nuestro cuerpo, estos últimos se hacen más débiles en la medida que dejan de moverse. Lo mismo ocurre con la voluntad: cada situación que requiere esfuerzo es una magnífica oportunidad para robustecerla, de otra forma, se adormece y se traduce en falta de carácter, irresponsabilidad, pereza, inconstancia...

Todos conocemos -al menos- a una persona que se distingue por su fuerza de voluntad: el padre de familia que cada día se levanta a la misma hora para acudir a su trabajo; la repetición de las labores domésticas de la madre; el empresario que llega antes y se va después que todos sus empleados; quienes dedican un poco más de tiempo a su trabajo y así no dejar pendientes; el deportista que practica horas extras... Cada uno de ellos no sólo asume su responsabilidad, lucha una y otra vez todos los días por cumplir y perfeccionar su quehacer cotidiano, lo distinto en ellos es la continuidad y la perseverancia, su voluntad esta capacitada para hacer grandes esfuerzos por períodos te tiempo más largos.

Esta decisión que se requiere para hacer las cosas debe ser realista, inmediata y en algunos casos programados, de nada sirve esperar "el lunes", "el próximo mes" o el "inicio de año", generalmente son buenos propósitos que se quedan para cuando tengamos mejor disposición o se presenten circunstancias más favorables.

Pese a los modelos que personifican una fuerza de voluntad a toda prueba frente a condiciones severamente adversas (digamos en la televisión o el cine), la voluntad se fortalece en las pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana, normalmente en todo aquello que nos cuesta trabajo pero al mismo tiempo consideramos poco importante.

Conviene ahora reflexionar detenidamente en cuatro aspectos que nos ayudarán a tener una voluntad firme:

- Control de nuestros gustos personales: Levántate a la hora prevista y sin retrasos (por eso siempre tienes prisa, te pones de mal humor y llegas tarde); come menos golosinas o deja de estar probando cosas todo el día; piensa en una actividad concreta para el fin de semana, y así no estar en estado de reposo todo el tiempo; tus obligaciones y responsabilidades no son obstáculo para las relaciones sociales, organiza tu tiempo para poder cumplir con todo; haz lo que debes hacer sin detenerte a pensar si es de tu gusto y agrado.

- Perfección de nuestras labores cotidianas: Establece una agenda de trabajo por prioridades, esto te permite terminar a tiempo lo que empezaste; revisa todo lo que hagas y corrige los errores; guarda o acomoda las cosas cuando hayas terminado de usarlas; si te sobra tiempo dedícalo a avanzar otras tareas.

- Aprendizaje de cosas nuevas: Infórmate, estudia y pon en práctica las nuevas técnicas y medios que hay para desempeñar mejor tu trabajo; inscríbete a un curso de idiomas; aprende a hacer reparaciones domésticas; desarrolla con seriedad una afición: modelismo, guitarra, etc.

La voluntad es el motor de los demás valores, no sólo para adquirirlos sino para perfeccionarlos, ningún valor puede cultivarse por sí solo si no hacemos un esfuerzo, pues todo requiere pequeños y grandes sacrificios realizados con constancia.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Apatía

43. Experiencia (26 marzo)

¡Qué personalidad tan fuerte y atractiva presenta la experiencia! Parece tan lejano el día en el que seamos maduros y más prudentes. Es el aprendizaje de la vida...

Todos apreciamos el valor de la experiencia. Tenemos la necesidad de acudir a las personas mayores en busca de guía y consejo, pues su conocimiento del mundo, de la vida y de la gente es una fuente invaluable para tomar decisiones.

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La experiencia es el conocimiento adquirido en el transcurso de nuestra vida, ayudándonos a tomar mejores decisiones ponderando posibilidades y riesgos; aprendemos en la intimidad de nuestro ser, en la familia, con los amigos, a través de la lectura, en el trabajo. A pesar de todo esto, muchas veces seguimos tomando decisiones a la ligera, cometiendo los mismos errores y cerrando nuestros oídos a los consejos que nos brindan personas con más visión que nosotros.

Aunque la edad es la que aporta experiencia, cada momento de nuestra vida ofrece un nuevo conocimiento y un panorama más amplio sobre cada circunstancia, nuestro pensamiento y actitudes se van modelando paso a paso, dando como resultado la madurez.

La experiencia es conocer a las personas, sus reacciones y las costumbres sociales; es también la paciencia para afrontar las contrariedades; forma una capacidad para hacer analizar con más profundidad los acontecimientos relacionando vivencias pasadas y adecuándolas al presente para emitir juicios más precisos, además de una marcada serenidad para tomar decisiones.

A diferencia de otros valores, la experiencia no es fácil de construir de manera activa. Podría decirse que la experiencia en su forma básica se modela con los golpes de la vida. Sin embargo sí podemos tener una actitud alerta y vigilante que nos permita sacar el máximo provecho de todas las circunstancias de la vida.

La experiencia es un valor fundamental en muchos ámbitos de la vida: con la pareja, en el trabajo, al tomar decisiones económicas.

Nuestra vida debe ser una rica variedad de sensaciones, acontecimientos y encuentros. La experiencia solo se modela viviendo y aprendiendo. Es ahí donde tenemos una diferencia fundamental con otros seres vivos. Los seres humanos no solamente aprendemos de los impulsos directos de nuestros sentidos (calor, frío, dolor), sino que somos capaces de analizar la información y generar nuevas alternativas.

El vivir la vida con profundidad y un esfuerzo por aprender de ella genera una percepción más exacta de la realidad, y en esa medida podemos darle su justa medida a todo. La experiencia nos ayuda a percibir la realidad como es, no como nosotros queremos que sea. Y esa percepción más exacta de la realidad nos lleva a tomar mejores decisiones, a ser más justos, a medir más nuestros impulsos. La experiencia y la prudencia van tomadas de la mano.

Algunos medios que podemos poner para aprender más de la vida y enriquecer nuestra experiencia son:

- Analizar nuestras decisiones pasadas y futuras, no sólo las más importantes y trascendentes como la elección de estudios profesionales, el matrimonio, iniciar una empresa por nuestra cuenta sino también aquellas decisiones aparentemente sin importancia que trajeron grandes resultados en nuestras vidas.

- Entender que debemos ser humildes y aprender de los demás. A veces nos empeñamos en no escuchar un consejo porque las alternativas que nos proponen no están de acuerdo al gusto que nos estimula en el momento. No debemos aferrarnos a una idea, cuando varias personas coinciden en hacernos notar el error (sobre todo si por edad, parentesco o alta calidad moral, su punto de vista es particularmente valioso). Debemos tener apertura a la opinión ajena y ser honestos con nosotros mismos para rectificar, tarde o temprano nos daremos cuenta de cuanta razón tenían.

- Al tomar una decisión, comenzar un trabajo, iniciar un negocio o adquirir un compromiso, debemos asumirlo con todas sus instancias, sin escatimar esfuerzos ni abandonarlo a las primeras contrariedades, sólo así estaremos en condiciones de conocer realmente nuestras capacidades y posibilidades. Las cosas que más trabajo nos han costado, son las que más valoramos; quienes más esfuerzo han realizado a través de los años, se encuentran en mejores posibilidades de alcanzar objetivos más "altos", más ambiciosos... La experiencia nos ayuda a plantearnos metas reales y accesibles a nuestra persona, con grandes posibilidades de éxito.

- Afrontar con valor las consecuencias de nuestros actos, sin buscar pretextos o excusas. Al "escondernos" para esperar que las cosas se solucionen por sí mismas, perdemos la oportunidad de conocer la gravedad y magnitud de lo cometido. Lo cierto es que aprendemos más de un error y de un fracaso, que de un puñado de éxitos, lo cual no debe servir de disculpa cada vez que nos equivocamos.

- Aprender a comprender y a tratar a los demás observando como lo hacen aquellas personas "que siempre saben que hacer y que decir" en las más diversas circunstancias. Escuchar con paciencia; controlar la molestia y el disgusto; nunca pedir u ordenar bruscamente; la cortesía en el trato; no levantar el tono de voz innecesariamente; preguntar lo que no se sabe... son algunas de las características que ennoblecen la personalidad como fruto de un continuo acercamiento a sus semejantes, logrando siempre los resultados esperados.

- Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Inexperiencia

44. Carácter (27 marzo)

Transformar la imagen de una personalidad emprendedora, llena de energía, de fuerza y vitalidad, a una forma de ser propia y natural.

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El tener carácter implica una decisión firme y una férrea voluntad para proponernos objetivos y alcanzarlos en la medida de nuestras posibilidades, el cultivo de los buenos hábitos, la actitud positiva hacia el trabajo y el esfuerzo por dominar a nuestros impulsos y al egoísmo.

En algunos momentos se ha malentendido el "tener carácter" como sinónimo de rudeza, prepotencia, altanería, u obstinación. Por otra parte, no siempre se ha identificado la falta de carácter con las quejas continuas por el trabajo y todo lo que implica, las labores domésticas los estudios... y en general de todo aquello que de alguna manera nos incomoda.

Una persona con carácter tiene retos constantes, no contra los demás, sino para consigo mismo. Cada reto personal es una manera de forjar un carácter recio, firme y decidido, incapaz de detenerse ante los obstáculos, de lamentarse por el cansancio o cuando las cosas salen mal.

Podemos revisar algunos aspectos de nuestra vida, que seguramente nos ayudarán a descubrir si estamos formando adecuadamente nuestro carácter:

En la oficina, la escuela o en el hogar y con todas sus variantes ¿Cómo es nuestro trabajo? Hablamos de trabajar con intensidad, sin perder demasiado tiempo en el café o en la plática, procurando hacer las cosas en el momento, sin detenernos a buscar si hay algo más fácil que hacer. Además es necesario considerar como un deber, el terminar todo lo que hemos comenzado sin distraernos en otra cosa, aunque estemos cansados y procurando hacerlo lo más perfecto posible.

Lo propio siempre será asumir siempre nuestra responsabilidad en cualquier caso, lo que nos lleva a evitar mentir o dar pretextos y justificaciones cuando cometimos un error por negligencia. En este rubro se considera el evadir algunas tareas que nos son particularmente desagradables, como aparentar demasiado trabajo para que nuestro jefe no nos asigne una tarea extra para el día de hoy.

De alguna forma todo aquello que tenemos en nuestro interior, lo manifestamos muchas veces sin darnos cuenta: los días pasarán lentamente si continuamente estamos pensando en que llegue el fin de semana para liberarnos, y así dedicarnos a descansar, ponernos cómodos y divertirnos, en pocas palabras: pereza.

Poca fortaleza interior se ve reflejada en las quejas que hacemos por todo: la cantidad de trabajo, del clima, del tráfico... si algo solucionamos, adelante.

Nuestro trato a los demás siempre debe ser cordial, y no sólo eso, hay que evitar por todos los medios criticar o que se haga crítica de las personas. Esto sólo refleja envidia y vano amor propio.

Para formar el carácter es necesario tener dominio sobre nuestra persona, mediante pequeñas, pero continúas acciones que hagan más fuerte nuestra voluntad, principalmente:

- Hacer pequeños esfuerzos que nos ayuden a dominar nuestros gustos y caprichos. Como levantarse 10 minutos antes de lo normal, comer un poco menos de aquello que más nos gusta, ver menos tiempo la televisión o en su defecto ver el noticiero completo.

- Hablar bien de las personas, siempre.

- Llegar al trabajo o a la casa con una sonrisa.

- Saludar con educación y cortesía a todas las personas.

- Aprender a escuchar y considerar las opiniones y consejos que nos dan.

- Pedir perdón si ofendimos o hicimos pasar un mal momento a alguien por nuestro mal humor.

- Hacer con empeño las cosas que consideramos poco agradables. Si nos confían algo, es porque se tiene la confianza de que esta en nuestras posibilidades realizarlo.

- Cumplir con las promesas y compromisos que hemos hecho.

- Proponerse varios retos personales: como trabajar mejor, aprender algo nuevo, mejorar nuestro trato hacia los demás, etc.

La persona que verdaderamente tiene carácter no ve obstáculos, sino retos; domina sus impulsos para ser dueño de su voluntad: conserva amistades y relaciones por los valores que transmite; encuentra alegría en lo que hace, sin conformarse con ser feliz a través de los placeres pasajeros.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Aflicción

45. Alegría (28 marzo)

La fuente más común, más profunda y más grande de la alegría es el amor.

La alegría es algo simple, pero no sencillo. Es simple apreciar si una persona es alegre o no, y la forma en la que ilumina a los demás, sin embargo tratar de ser una persona así no es sencillo. La alegría es un gozo del espíritu. Los seres humanos conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor, y quienes han perdido a un ser

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querido lo han experimentado en toda su profundidad. Bien, pues así como el ser humano conoce el dolor y el sufrimiento, es capaz de tener las sensaciones opuestas: bienestar y... ¿Felicidad? Sí, felicidad.

La alegría surge, en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta nuestro espíritu las cosas que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas malas, elige sufrir. Quien decide que su paz es mayor que las cosas externas, entonces se acerca más a una alegría. Una alegría que viene desde de adentro.

La fuente más común, más profunda y más grande de la alegría es el amor, particularmente el amor en pareja. ¿Quién no se siente alegre cuando recién conoció a una persona que le gusta? Aún más ¿Quién no ve el mundo diferente cuando se da cuenta de que esa persona, además, está interesada en nosotros? El amor rejuvenece y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Ese amor es, efectivamente, el principal combustible para estar alegres. Quien no ama, no ríe. Y es por eso que el egoísta sufre, y nunca está alegre.

Si nos hiciéramos el propósito de enumerar una serie de motivos para no estar alegres, encontraríamos: levantarse todos los día a la misma hora para acudir al trabajo, a la escuela o para reiniciar las labores domésticas; convivir con las personas que no son de nuestro agrado; enfrentarse al tráfico; preocuparnos por ajustar nuestro presupuesto para solventar las necesidades primordiales y además pagar las deudas; estar pendientes de la seguridad y bienestar de la familia; trabajar exactamente en lo mismo que hicimos ayer, y todo aquello que de alguna manera se parece a la vida rutinaria. Esto sería lo mismo que llevar una vida fría y con un gran toque de amargura.

Tampoco es válido pensar que la solución consiste en tomar con poca seriedad nuestras obligaciones y compromisos para vivir tranquilamente y de esta manera estar alegres. La persona que busca evadir la realidad tiene una alegría ficticia, mejor dicho, vive inmerso en la comodidad y en la búsqueda del placer, lo cual dura muy poco.

¿Qué se debe hacer para vivir el valor de la alegría? Para concretar una respuesta, primero debemos ver lo bueno que hacemos con esfuerzo y cariño:

- El trabajo que todos los días haces en la oficina o en el negocio. Aunque siempre sea el mismo, beneficias a otras personas y por consiguiente a tu familia y ti mismo. El hacerlo bien te da la seguridad de mantenerlo y de tener una fuente de ingresos.

- El cuidado que tienes para tu familia. Si eres padre o madre de familia, tienes la satisfacción de proporcionarles educación, alimentos y cuidados a tus hijos. Te da gusto verlos aseados y contentos. Haz tenido la capacidad de no adquirir algo para tu uso personal con tal de comprarles ropa, libros, zapatos o algún juguete. Como hijo, haces que tus padres se sientan orgullosos al ver tus éxitos en los estudios, el deporte o cualquier sana afición, de estar pendiente de no provocarles un disgusto o una pena como consecuencia de malas amistades, el alcohol o la droga.

- El tener amigos. Cada vez que los visitas por enfermedad, les ayudas en una mudanza, te das tiempo para platicar de sus problemas y darles consejo, o si sabes de mecánica te ofreces para hacer una pequeña reparación, salir a comer o convivir mediante algún deporte.

- El vivir en armonía con la sociedad. Mantener buenas relaciones con tus vecinos, ser aceptado por mostrar educación y respeto, el cuidar la limpieza fuera de tu casa, procurar que existan centros de sana diversión cerca del lugar en el que vives, o si participas en alguna iniciativa de ayuda a los más necesitados.

¿No es todo lo anterior motivo de gozo y de satisfacción interior?

El valor de la alegría está alejado del egoísmo porque todas las personas están primero que la propia, es saber darse sin medida, sin interés, por el simple hecho de querer ayudar con los medios a nuestro alcance.

Cada vez que realizamos algo bueno, con sacrificio o sin él, con desprendimiento de nuestra persona y de nuestras cosas, nos inunda la paz interior porque es la alegría del deber cumplido.

Lo que más apreciamos en la vida se debe al esfuerzo que pusimos para alcanzarlo, estudiando con intensidad, preparándonos para trabajar más y mejor, y los beneficios a obtener serán consecuencia de ese empeño.

El tener vida ya es motivo suficiente de alegría, aún el las circunstancias más adversas, estamos en condiciones de hacer algo positivo y de provecho para los demás, "es hacer el bien, sin mirar a quien". Disfrutar de lo poco o de lo mucho que tenemos sin renunciar a mejorar, mientras tengamos vida, tenemos posibilidades.

Toda persona es capaz de irradiar desde su interior la alegría, manifestándola exteriormente con una simple sonrisa o con la actitud serena de su persona, propia de quien sabe apreciar y valorar todo lo que existe a su alrededor.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desanimo, Tristeza

46. Comprensión (31 marzo)Cuando alguien se siente comprendido entra en un estado de alivio, de tranquilidad y de paz

interior. ¿Qué hacer para vivir este valor en los pequeños detalles de la vida cotidiana?

La comprensión es la actitud tolerante para encontrar como justificados y naturales los actos o sentimientos de otro. Es en este momento nos percatamos que la comprensión va más allá de “entender” los

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motivos y circunstancias que rodean a un hecho, es decir, no basta con saber que pasa, es necesario dar algo más de nosotros mismos.

El ser tolerantes no significa ser condescendientes con lo sucedido y hacer como si nada hubiera pasado, la tolerancia debe traducirse como la confianza que tenemos en los demás para que superen sus obstáculos. El padre de familia que retira todo su apoyo a los hijos hasta que mejoren sus calificaciones, condiciona su comprensión a resultados, y no al propósito, al esfuerzo y al empeño que se pongan para lograr el objetivo.

Ver con “naturalidad” los actos y sentimientos de los demás, es la conciencia de nuestra fragilidad, la convicción de saber que podemos caer en la misma situación, de cometer los mismos errores y de dejarnos llevar por el arrebato de los sentimientos.

La mayoría de las veces los sentimientos juegan un papel importante y debemos ser cuidadosos. Una persona exaltada, triste o francamente molesta esta sujeta a la emoción momentánea, lo cual reduce su capacidad de reflexión, con la posibilidad latente de hacer o decir cosas que realmente no piensa ni siente. Cada vez que alguien pide comprensión, a través de palabras o actitudes, busca en nosotros un consejo, una solución o una idea que lo haga recuperar la tranquilidad y ver con más claridad la solución a su problema.

El comprender no debe confundirse con un “sentirse igual” que los demás, esto puede suceder con las personas a quien les tenemos cierta estima, pero, ¿Qué pasaría con quienes no tenemos un lazo afectivo? Es necesario enfatizar que la comprensión, es y debe ser, un producto de la razón, de pensar en los demás, “ de ponerse en los zapatos del otro”, sin hacer diferencias entre las personas. Si alguna vez nos hemos visto incomprendidos, recordaremos el rechazo experimentado y como nos sentimos defraudados por la persona que no supo corresponder a nuestra confianza.

Existen un sinnúmero de oportunidades para vivir el valor de la comprensión. En las situaciones cotidianas tenemos a tendencia a reaccionar con impulsos, por ejemplo: cuando no esta lista la camisa que pensábamos usar; si llegamos a casa y aún no han terminado de preparar la comida; una vez más los hijos han dejado sus juguetes esparcidos por toda la casa; los compañeros de clase que no terminaron a tiempo su parte del trabajo en equipo; el informe para la oficina que tuvo errores y se retrasó; etc.

Si deseamos hacer nuestra comprensión de manera consciente, debemos pensar un momento si hacemos lo necesario para:

- Aprender a escuchar y hacer lo posible para no dejarnos llevar por el primer impulso (enojo, tristeza, desesperación, etc.)

- No hacer juicios prematuros, primero se deben conocer todos los aspectos que afectan a la situación, hay que preguntar. No basta decir que una persona es poco apta para un trabajo.

- Distinguir si es una situación voluntaria, producto de los sentimientos o de un descuido. En cualquier caso siempre habrá una forma de prevenir futuros desaciertos.

- Preguntarnos que haríamos y como reaccionaríamos nosotros al vernos afectados por la misma situación.

- Buscar las posibilidades y opciones de solución. Es la parte más activa de la comprensión, pues no nos limitamos a escuchar y conocer que sucede.

- Dar nuestro consejo, proponer una estrategia o facilitar los medios necesarios que den una alternativa al alcance de la persona.

La comprensión no es algo para ejercitar en situaciones extremas, se vive día a día en cada momento de nuestra vida, con todas las personas, en los detalles más pequeños y en apariencia insignificantes.

¡Qué importante es la comprensión! Podemos afirmar que es un acto lleno de generosidad porque con ella aprendemos a disculpar, a tener confianza en los demás, y por lo tanto, ser una persona de estima, a quien se puede recurrir en cualquier circunstancia.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Incomprensión

47. Autenticidad (1 abril)

Las experiencias, el conocimiento y la lucha por concretar propósitos de mejora, hacen que con el tiempo se vaya conformando una personalidad propia.

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El valor de la autenticidad le da a la persona autoridad sobre sí mismo ante sus gustos y caprichos, iniciativa para proponerse y alcanzar metas altas, carácter estable y sinceridad a toda prueba, lo que le hace tener una coherencia de vida.

El deseo de superación siempre será bien visto, pero con relativa frecuencia perdemos tiempo en querer ser precisamente lo que no somos: porque en ocasiones gastamos más de lo que tenemos para dar la apariencia de un muy buen trabajo o una mejor posición económica, no se diga en el modo de comportarse o de vestir según el círculo social al que queremos pertenecer; copiar el estilo de hablar elocuente o gracioso que utiliza otra persona, o la tendencia a participar activamente en conversaciones como conocedor y erudito, sin tener el mínimo conocimiento. En resumidas cuentas, esta manera de ser se debe a la falta de aceptación de sí mismo.

En ocasiones la auto-aceptación se hace más difícil por lamentarnos de lo que no tenemos. En distintos momentos y circunstancias personas han dicho: "si hubiera nacido en una familia con mejor posición económica, otra cosa hubiera sido"; "si yo tuviera las cualidades que (aquel) tiene..."; "si hubiera tenido la posibilidad de una mejor educación..."; "si se me hubiera presentado esa oportunidad..." ¿No es también una pérdida de tiempo de la que hablamos al principio?

Pensar y analizar lo que somos, nos lleva a encontrar pequeñas -e incluso grandes- incongruencias en nuestra persona: si nos dejamos llevar por la opinión general de las personas que frecuentamos, es posible entrever una conducta mecánica, y tal vez contraria a nuestros valores. ¿Cuántas veces callamos nuestro punto de vista por temor a quedar mal y ser relegado? Se ha visto a personas entrar casi "de incógnitos" a la iglesia, por temor a verse sorprendido por alguno de sus conocidos que pase en ese momento por ahí. Una persona congruente reacciona, opina y actúa siempre de acuerdo a sus convicciones y su formación.

Reflexionar sobre lo que queremos ser, debe ir acompañado de propósitos con metas alcanzables. ¿Qué hace la persona que es excelente conversador?, se da tiempo para leer, para informarse, para aprender a contar anécdotas. ¿Cómo es que aquel compañero de trabajo es tan eficiente?, estudió, profundizó y aprendió aquellos temas que eran de su particular interés, además de una autodisciplina que lo hace realizar las cosas con orden. ¿Por qué un amigo es capaz de interpretar cualquier melodía que le piden en una reunión? Seguramente aprendió música y dedica tiempo suficiente para practicar. Toda persona que posee una serie de características distintivas, ha puesto empeño y esfuerzo en lograr "lo que quiere ser".

Para ser auténticos hace falta algo más que copiar partes de un modelo, como si quisiéramos adueñarnos de una personalidad que no nos pertenece, o peor aún, pasar la vida esperando "la gran oportunidad" para demostrar lo que somos y lo que podemos lograr. Las experiencias, el conocimiento y la lucha por concretar propósitos de mejora, hacen que con el tiempo se vaya conformando una personalidad propia.

¿Qué hacer entonces para ser auténticos?

- Evitar la mentira y la personalidad múltiple. Ser el mismo siempre, independientemente de las circunstancias.

- Luchar contra la vanidad. Que nos lleva a elevarnos por encima de lo que somos para cubrir nuestras flaquezas o exaltar nuestras cualidades. Vivir de acuerdo a nuestras posibilidades, evitando lujos fuera de nuestro alcance.

- Prepararnos para adquirir aquellas destrezas o habilidades que nos hacen falta para el trabajo o para sacar adelante a la familia.

- Cooperación y comprensión para evitar el deseo de dominio sobre los demás, respetando sus derechos y opiniones.

- Ser fieles a las promesas que hemos hecho, de esta manera, somos fieles con nosotros mismos.

- Cumplir responsablemente con las obligaciones que hemos adquirido en la familia o el trabajo.

- Hacer a un lado simpatías e intereses propios, para poder juzgar y obrar justamente.

- Esforzarnos por vivir las leyes, normas y costumbres de nuestra sociedad.

- No tener miedo a que "me vean como soy". De cualquier manera, mientras no hagamos algo para cambiar, no podemos ser otra cosa.

La autenticidad da a la persona una natural confianza, pues con el paso del tiempo ha sabido cumplir con los deberes que le son propios en el estudio, la familia y el trabajo, procurando perfeccionar el ejercicio de estas labores superando la apatía y la superficialidad, sin quejas ni lamentaciones. Por la integridad que da el cultivo de este valor, nos convertimos en personas dignas de confianza y honorables, poniendo nuestras cualidades y aptitudes al servicio de los demás, pues nuestras miras van más allá de nuestra persona e intereses.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Falsedad

48. Confianza (2 abril)

Los hombres no podríamos vivir en armonía si faltara la Confianza.

Los hombres no podríamos vivir en armonía si faltara la Confianza, es decir, la seguridad firme que se tiene de una persona, por la relación de amistad o la labor que desempeña.

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Tenemos seguridad en una persona porque sabemos que en sus palabras no existe el doble sentido o el rebuscamiento; jamás hace un juicio a la ligera sobre las actitudes de los demás; trabaja con intensidad, procurando terminar la tarea encomendada cuidando hasta el más mínimo detalle; llegará puntual si así se ha acordado o guardará el secreto que le hemos confiado.

Es fácil perder la Confianza en alguien cuando no actúa con justicia, algún comerciante, profesional o prestador de servicios que abusa de nuestra falta de conocimiento o buena voluntad, y pide a cambio una cantidad de dinero que no corresponde a lo convenido.

La mentira tampoco tiene lugar en cualquier tipo de relación, pues confunde la verdad, destruye los sentimientos, provocando una ruptura que pocas veces, o nunca, se puede resanar.

Podemos confundir la "confianza en uno mismo" convirtiéndola en presunción, como una forma de hacernos notar mediante una actitud poco respetuosa a las personas, lugares y circunstancias, tratando bruscamente a un mesero o buscar los medios para no formase en fila en un banco.

Otra forma mal entendida de la Confianza, es la familiaridad excesiva en el trato, provocando la burla de quienes nos rodean, los mismos familiares y compañeros de trabajo son las víctimas de nuestro asedio, posiblemente no reaccionan violentamente ante nuestro comportamiento por falta de recursos, sino por tener más educación.

Ahora bien, todos somos capaces de generar Confianza en los demás:

- Cada vez que enseñamos a otros a trabajar, aceptando sus fallas y ayudándoles a mejorar, de esta manera podrán adquirir seguridad en lo que están haciendo.

- Para tomar decisiones, tomar en cuenta a los que comparten las mismas responsabilidades, así, con otra visión de la situación se obtienen mejores resultados.

- Saber escuchar la opinión de los demás, sin importar nuestra mejor preparación o el puesto de mayor nivel que ocupamos.

- Ayudar a los hijos a decidir, procurando proporcionarles los elementos que les ayuden a tomar la opción que más convenga.

- Procurando cumplir a tiempo con los encargos que tenemos, en el trabajo, en casa y con los amigos.

- Presentar nuestro trabajo limpio, ordenado y puntualmente.

- Hablar siempre con la verdad.

- Cobrar la cantidad justa de dinero por lo que vendimos o el servicio que prestamos.

- Evitar que se hagan burlas o calumnias de otras personas.

Somos dignos de Confianza por cumplir responsablemente nuestras obligaciones, ayudamos a los demás con nuestro consejo o nuestro trabajo, si sabemos cumplir con las promesas que hacemos, evitamos criticar a los demás, generamos un ambiente agradable en las reuniones a las que somos invitados, comprendemos los errores de los demás y ayudamos a corregir.

Tal vez los mejores indicadores de Confianza, son la cantidad de amigos que tenemos, el número de personas que acuden a nuestro negocio y las responsabilidades que nos asignan en el trabajo; cuando esto ocurre, podemos decir que somos Confiables.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desconfianza

49. Gratitud (3 abril)

De personas bien nacidas es ser agradecidas. ¿Cómo vivir mejor este valor?

Dicen que de todos los sentimientos humanos la gratitud es el más efímero de todos. Y no deja de haber algo de cierto en ello. El saber agradecer es un valor en el que pocas veces se piensa. Ya nuestras abuelas nos lo decían "de gente bien nacida es ser agradecida".

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Para algunos es muy fácil dar las "gracias" por los pequeños servicios cotidianos que recibimos, el desayuno, ropa limpia, la oficina aseada... Pero no siempre es así.

Ser agradecido es más que saber pronunciar unas palabras de forma mecánica, la gratitud es aquella actitud que nace del corazón en aprecio a lo que alguien más ha hecho por nosotros.

La gratitud no significa "devolver el favor": si alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales... El agradecimiento no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.

La persona agradecida busca tener otras atenciones con las personas, no pensando en "pagar" por el beneficio recibido, sino en devolver la muestra de afecto o cuidado que tuvo. ¿Has notado como los niños agradecen los obsequios de sus padres? Lo hacen con una sonrisa, un abrazo y un beso. ¿De que otra manera podría agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los padres les basta.

Las muestras de afecto son una forma visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que tuvo la persona, más que por el bien (o beneficio) recibido.

Conocemos personas a quienes tenemos especial estima, preferencia o cariño por "todo" lo que nos han dado: padres, maestros, cónyuge, amigos, jefes... El motivo de nuestro agradecimiento se debe al "desinterés" que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su tiempo, o su cuidado.

Nuestro agradecimiento debe surgir de un corazón grande.

No siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver un percance o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la puerta del auto para colocar las cajas que llevamos, o nos ayude a reemplazar el neumático averiado!

El camino para vivir el valor del agradecimiento tiene algunas notas características que implican:

- Reconocer en los demás el esfuerzo por servir

- Acostumbrarnos a dar las gracias

- Tener pequeños detalles de atención con todas las personas: acomodar la silla, abrir la puerta, servir un café, colocar los cubiertos en la mesa, un saludo cordial...

La persona que más sirve es la que sabe ser más agradecida.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Ingratitud

50. Bondad (4 abril)

La bondad perfecciona a la persona porque sabe dar y darse sin temor a verse defraudado, transmitiendo aliento y entusiasmo a quienes lo rodean.

En ocasiones el concepto de bondad es confundido con el de debilidad. A nadie le gusta ser "el buenito" de la oficina, de quien todo el mundo se aprovecha. Bondad es exactamente lo contrario, es la fortaleza que tiene quien sabe controlar su carácter, sus pasiones y sus arranques para convertirlos en mansedumbre.

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La bondad es una inclinación natural a hacer el bien, con una profunda comprensión de las personas y sus necesidades, siempre paciente y con ánimo equilibrado. Este valor, por consiguiente, desarrolla en cada persona la disposición para agradar y complacer en justa medida a todas las personas y en todo momento.

¿En qué momentos nos alejamos de una actitud bondadosa? Es muy sencillo apreciarlo en las actitudes agresivas que se adoptan con los malos modales y la manera de hablar, a veces con palabras altisonantes, con la razón de nuestra parte o sin ella; la indiferencia que manifestamos ante las preocupaciones o inquietudes que tienen los demás, juzgándolas de poca importancia o como producto de la falta de entendimiento y habilidad para resolver problemas. ¡Qué equivocados estamos al considerarnos superiores! Al hacerlo, nos convertimos en seres realmente incapaces de escuchar con interés y tratar con amabilidad a todos los que acuden a nosotros buscando un consejo o una solución.

Equivocadamente, nuestro ego puede regocijarse cuando alguien comete un error a pesar de las advertencias, casi saboreando aquellas palabras de: "no quiero decir te lo dije, pero... te lo dije", y nos empeñamos en poner "el dedo en la llaga", insistiendo en demostrar lo sabios que son nuestros consejos; seguramente todo esto sale sobrando, pues la persona ya tiene suficiente con haber reconocido su error y quizá en ese momento esta afrontando las consecuencias.

La bondad no se detiene a buscar las causas, sino a comprender las circunstancias que han puesto a la persona en la situación actual, sin esperar explicaciones ni justificación y en procurar el encontrar los medios para que no ocurra nuevamente. La bondad tiene tendencia a ver lo bueno de los demás, no por haberlo comprobado, sino porque evita enjuiciar las actitudes de los demás bajo su punto de vista, además de ser capaz de "sentir" de alguna manera lo que otros sienten, haciéndose solidario al ofrecer soluciones.

Una persona con el ánimo de "exaltar" su bondad, puede subrayar constantemente "lo bueno que ha sido", "todo lo que ha hecho por su familia", "cuánto se ha preocupado por los demás" y eso por supuesto no es bondad. La bondad es generosa y no espera nada a cambio. No necesitamos hacer propaganda de nuestra bondad, porque entonces pierde su valor y su esencia. El hacernos pasar por incomprendidos a costa de mostrar lo malos e injustos que son los demás, denota un gran egoísmo. La bondad no tiene medida, es desinteresada, por lo que jamás espera retribución. Podemos añadir que nuestro actuar debe ir acompañado de un verdadero deseo de servir, evitando hacer las cosas para quedar bien... para que se hable bien de nosotros.

El ser bondadoso tampoco equivale a ser blando, condescendiente con la injusticia, o indiferente ante lo que esta bien o esta mal en las actitudes y palabras de quienes nos rodean, por el contrario, sigue siendo enérgico y exigente, sin dejar de ser comprensivo y amable. Del mismo modo, jamás responde con insultos y desprecio ante quienes así lo tratan, por el dominio que tiene sobre su persona, procura comportarse educadamente a pesar del ambiente adverso.

La bondad, como hemos visto, va más allá que un simple ofrecimiento de cosas materiales en condiciones precarias, para fomentar este valor en nuestra vida podemos considerar que debemos:

- Sonreír siempre

- Evitar ser pesimistas: ver lo bueno y positivo de las personas y circunstancias

- Tratar a los demás como quisiéramos que nos trataran: con amabilidad, educación y respeto.

- Corresponder a la confianza y buena fe que se deposita en nosotros.

- Ante la necesidad de llamar fuertemente la atención (a los hijos, un subalterno, etc.), hacer a un lado el disgusto, la molestia y el deseo de hacer sentir mal al interesado: buscar con nuestra actitud su mejora y aprendizaje.

- Visitar a nuestros amigos: especialmente a los que están enfermos, los que sufren un fracaso económico o aquellos que se ven afectados en sus relaciones familiares.

- Procurar dar ayuda a los menesterosos, sea con trabajo o económicamente.

- Servir desinteresadamente.

El valor de la bondad perfecciona a la persona que lo posee porque sus palabras están cargadas de aliento y entusiasmo, facilitando la comunicación amable y sencilla; sabe dar y darse sin temor a verse defraudado; y sobre todo, tiene la capacidad de comprender y ayudar a los demás olvidándose de sí mismo.

¿Alguna vez has sentido la desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que descubre un engaño o una mentira?, seguramente si; la incomodidad que provoca el sentirnos defraudados, es una experiencia que nunca deseamos volver a vivir, y a veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún sin ser las causantes de nuestra desilusión.

Pero la Sinceridad, como los demás valores, no es algo que debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser dignos de confianza....

La Sinceridad es un valor que caracteriza a las personas por la actitud congruente que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus palabras y acciones.

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Para ser sinceros debemos procurar decir siempre la verdad, esto que parece tan sencillo, a veces es lo que más cuesta trabajo. Utilizamos las "mentiras piadosas" en circunstancias que calificamos como de baja importancia, donde no pasa nada: como el decir que estamos avanzados en el trabajo, cuando aún no hemos comenzado, por la suposición de que es fácil y en cualquier momento podemos estar al corriente. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente... hasta que nos sorprenden.

Al inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Con aires de ser "franco" o "sincero", decimos con facilidad los errores que comenten los demás, mostrando lo ineptos o limitados que son.

No todo está en la palabra, también se puede ver la Sinceridad en nuestras actitudes. Cuando aparentamos lo que no somos, (normalmente es según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo social...), se tiene la tendencia a mostrar una personalidad ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres... En este momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice: "dime de que presumes... y te diré de que careces"; gran desilusión causa el descubrir a la persona como era en la realidad, alguna vez hemos dicho o escuchado: "no era como yo pensaba", "creí que era diferente", "si fuese sincero, otra cosa sería"...

Cabe enfatizar que "decir" la verdad es una parte de la Sinceridad, pero también "actuar" conforme a la verdad, es requisito indispensable.

El mostrarnos "como somos en la realidad", nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones,

En ocasiones faltamos a la Sinceridad por descuido, utilizando las típicas frases "creo que quiso decir esto...", "me pareció que con su actitud lo que realmente pensaba era que..." ; tal vez y con buena intención, opinamos sobre una persona o un acontecimiento sin conocer los hechos. Ser sincero, exige responsabilidad en lo que decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.

Para ser sincero también se requiere "tacto", esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente puede incomodarla (pensemos en cosas como: su modo de vestir, mejorar su lenguaje, el trato con los demás o la manera de hacer y terminar mejor su trabajo), primeramente debemos ser conscientes que el propósito es "ayudar" o lo que es lo mismo, no hacerlo por disgusto, enojo o porque "nos cae mal"; enseguida encontrar el momento y lugar oportunos, esto último garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena intención de ayudarle a mejorar.

En algún momento la Sinceridad requiere valor, nunca se justificará el dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que se tiene de nuestra persona. Si por ejemplo, es evidente que un amigo trata mal a su esposa o a sus empleados, tenemos la obligación de decírselo, señalando las faltas en las que incurre y el daño que provoca, no solamente a las personas, sino a la buena convivencia que debe haber.

La persona sincera dice la verdad siempre, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Vernos sorprendidos en la mentira es más vergonzoso.

Al ser sinceros aseguramos la amistad, somos honestos con los demás y con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la veracidad que hay en nuestra conducta y nuestras palabras. A medida que pasa el tiempo, esta norma se debe convertir en una forma de vida, una manera de ser confiables en todo lugar y circunstancia.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Maldad

51. Lealtad (7 abril)

Conoce este valor sin el cual nos quedamos solos y que debemos vivir nosotros antes que nadie.

Todos esperamos la lealtad de los demás. A nadie le gusta ser traicionado, o saber que un amigo habló mal de nosotros. Por supuesto que nos parece terrible cuando, tras muchos años de trabajar en un empresa, somos despedidos sin pensar en todos los años que le invertimos. Detectar la lealtad (o deslealtad) en los demás es fácil, pero ¿Cómo estoy viviendo yo la lealtad? ¿Realmente sé qué es? ¿Qué esperan los demás de mí?

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La lealtad es un corresponder, una obligación que se tiene al haber obtenido algo provechoso. Es un compromiso a defender lo que creemos y en quien creemos. Por eso el concepto de la lealtad se da en temas como la Patria, el trabajo, la familia o la amistad. Cuando algo o alguien nos ha dado algo bueno, le debemos mucho más que agradecimiento.

Cuando somos leales, logramos llevar la amistad y cualquier otra relación a su etapa más profunda. Todos podemos tener un amigo superficial, o trabajar en un sitio simplemente porque nos pagan. Sin embargo la lealtad implica un compromiso que va más hondo: es el estar con un amigo en las buenas y en las malas, es el trabajar no solo porque nos pagan, sino porque tenemos un compromiso más profunda con la empresa en donde trabajamos, y con la sociedad misma.

La lealtad es una llave que nos permite tener auténtico éxito cuando nos relacionamos. La lealtad es un valor que no es fácil de encontrar. Es, por supuesto, más común aquella persona que al saber que puede obtener algo de nosotros se nos acerque y cuando dejamos de serle útil nos abandona sin más. Es frecuente saber que alguien frecuenta un grupo contrario porque le da más beneficios. Y lo que acaba ocurriendo es que nadie confía en ese tipo de personas.

Podemos ver como actitudes desleales:

- Las críticas que se hacen de las personas, haciendo hincapié en sus defectos, lo limitado de sus cualidades o lo mal que hacen su trabajo.

- Hablar mal de nuestros jefes, maestros o de las instituciones que representan.

- Divulgar las confidencias que se nos han hecho.

- Quejarnos del modo de ser de alguien y no ayudarlo para que se supere.

- Dejar una amistad por razones injustificadas y de poca trascendencia, como el modo de hablar, vestir o conducirse en público.

- Cobrar más del precio pactado

Como vemos, la Lealtad se relaciona estrechamente con otro Valores como la Amistad, el Respeto, la Responsabilidad y la Honestidad entre otras.

No basta contradecir las actitudes desleales para ser Leal, es necesario detenernos a considerar algunos puntos:

- En toda relación se adquiere un deber respecto a las personas. Como la confianza y el respeto que debe haber entre padres e hijos, la empresa con los empleados, entre los amigos, los alumnos hacia su escuela…

- Es necesario reconocer los valores que representan las instituciones o aquellos que promueven las personas con sus ideas y actitudes. Nunca será buena idea que una persona que se preocupa por vivir los valores, trabaje en un lugar donde se hacen fraudes o impera la corrupción.

- Se deben buscar y conocer los valores permanentes para cualquier situación, de otra forma se es "leal" mientras se comparten las mismas ideas. La persona que convive en un ambiente de diversión malsana y excesos, pronto se alejará y comenzará a hablar mal de aquellos que dejaron de participar de sus actividades.

- La Lealtad no es consecuencia de un sentimiento afectivo, es el resultado de una deliberación mental para elegir lo que es correcto. El mentir para encubrir las faltas de un amigo (en la casa, el trabajo o la escuela) no nos hace leales, sino cómplices.

- Si se coloca como valor fundamental el alcance de objetivos, se pierde el sentido de cooperación. La persona que participa de una actividad sólo por el éxito que se tiene, fácilmente abandona la empresa porque las cosas no salen bien o simplemente deja de obtener los beneficios a que estaba acostumbrado.

- Lo importante es vivir los valores por lo que representan, no por las personas que en algún momento dictan una norma. Todo trabajo se debe hacer bien, no por "quedar bien" con el jefe.

Con todo lo anterior veremos que aún sin darnos cuenta, las relaciones que hemos sabido mantener se deben en gran medida a la vivencia del valor de la Lealtad. No basta conocer los valores, es necesario darlos a conocer y reforzarlos para lograr un cambio de actitud, al hacerlo, logramos madurar la amistad y fortalecer el afecto.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Deslealtad

52. Generosidad (8 abril)

Dar y darse. El valor que nos hace mejorar como personas.

En esta época nuestra, que exalta como valores supremos la comodidad, el éxito personal y la riqueza material, la generosidad parece ser lo único que verdaderamente vale la pena en esta vida.

El egocentrismo nos lleva a la infelicidad, aunque la sociedad actual nos quiera persuadir de lo contrario. Quienes realmente han hecho algo que ha valido la pena en la historia de la humanidad han sido los seres más generosos.

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Cuando la atención se vuelca hacia el "Yo", se acaba haciendo un doble daño: a los demás mientras se les pasa encima, y a uno mismo, porque a la postre se queda solo.

Pero ¿Qué es generosidad? ¿Es dar limosna a un niño de la calle? ¿Es invertir mi tiempo en obras de caridad? Si. Definitivamente eso es generosidad, pero también es generosidad escuchar al amigo en sus venturas y desventuras; generosidad también es llevarle un vaso de agua al hermano, hermana, padre, madre, esposo, esposa, hijo o hija. Generosidad es pensar y actuar hacia los demás, hacia fuera. No hacia adentro.

Hace un tiempo hubo un grupo de muchachos que, tras muchos sacrificios suyos y de sus padres, lograron embarcarse hacia Europa para ir a Roma. Querían conocer la Ciudad Eterna, e iban con un grupo de adultos que hacían actividades con universitarios. El recorrido era agotador: una agenda muy apretada, ir corriendo de aquí para allá, muchas horas de autobús, unas caminatas interminables. Uno de los instructores había asistido porque quería conocer Roma a precio módico, pero el viaje comenzó a resultar insoportable. Cuando llegaron a Madrid, su alojamiento estaba a 45 minutos de la capital española. Cuando llegaron estaba lloviendo y el autobús no pudo pasar en un caminito, así que todos tuvieron que bajar porque el albergue se encontraba algunos kilómetros cuesta arriba. Hubo que bajar equipaje y cargarlo bajo la lluvia. Cuando llegaron a su destino, decidieron tomar un baño, y el agua estaba fría. Este era el comienzo de un viaje que duraría casi 3 semanas, y lo peor estaba aún por llegar. El instructor del que hablábamos quedó un día verdaderamente agotado, se la pasaba terriblemente, estaba exhausto y ya ni siquiera estaba disfrutando el viaje. Lo que quería era ir a casa.

Por otra parte, otro de los instructores sentía el mismo cansancio y para él las jornadas eran aún mas agotadoras, pues tenía veinte años más. Sin embargo siempre estaba sonriente, siempre hacia que a los demás el viaje les pareciera apasionante. En medio del peor humor, soltaba un chiste y todos olvidaban las cosas difícil. Este instructor aprovechaba cada oportunidad para hablar con cada uno de los chicos, les preguntaba qué hacían, se preocupaba por ellos. Y cuando no decía algún chiste, o se enteraba de los intereses de aquellos muchachos, los cuidaba silenciosamente, asegurándose de que el autobús no dejara a ninguno, viendo si estaban abrigados o regalándole a alguno de ellos un chocolate. Los dos instructores hicieron el mismo viaje. Uno lo pasó pésimo, el otro fue increíblemente feliz. ¿Cual fue la diferencia? La generosidad.

El instructor generoso no tenía ni siquiera tiempo de pensar en que la jornada era agotadora. Y a pesar de que sus pies le recordaban que el día había sido una larguísima caminata, el viaje estaba siendo de utilidad a los muchachos y para él esa era la mejor recompensa. Al preocuparse de los demás solucionaba dos problemas: los de los muchachos que necesitaban atención, y los suyos propios.

La generosidad es un concepto que poco a poco se ha ido perdiendo, porque en esta sociedad a veces creemos que cuando alguien nos da algo por nada, es que hay una intención detrás, pero todo lo bueno que hay en la vida de los humanos es fruto de la entrega generosa de alguien, y eso bueno se ha obtenido no a base de acumular bienes materiales ni mucho menos de arrebatarlos, sino a base de cariño a los demás y de olvido propio, a base de sacrificio. A pesar de todo, existen todavía hombres y mujeres dispuestos a ser generosos. Cuando se entrega lo que sólo uno puede dar y que no puede comprarse en ningún centro comercial, es cuando la verdad se ilumina y sobre todo, entendemos y vivimos la generosidad en su más profundo sentido: la entrega de sí mismo.

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A pesar de la gran desvalorización de la sociedad, hay que decir que muchos hombres y mujeres son ejemplos silenciosos de generosidad: la madre que hace de comer, se arregla, limpia la casa y además se da tiempo para ir a trabajar; el padre que duerme solo cinco o seis horas diarias para dar el sustento a sus hijos; la trabajadora doméstica que todos los días hace las mismas cosas pero que ya se siente de la familia; el estudiante que hace lo que debe obteniendo las mejores notas que puede; la chica generosa que ayuda a sus amigas cuando tienen problemas. Todos ellos son ejemplos que sin duda deberíamos seguir. Y estos actos de generosidad son de verdad heroicos. Siempre es más fácil hacer un acto grandioso por el cual nos admiren, que simplemente darnos a los demás sin obtener ningún crédito. Y es que todos tendemos a buscar el propio brillo, la propia satisfacción, el prevalecer sobre los demás y solemos evitar el dar nuestra luz a los demás. Es obligado pues, que en nuestro primer encuentro con la generosidad, nos resulte este valor poco atractivo y quizá hasta incomprensible. Pero verdaderamente, la generosidad resuelve muchos problemas.

Dar sin esperar nada a cambio, entregar la vida, volcarse a los demás, ayudar a los que nos necesitan, dar consuelo a los que sufren, eso es generosidad. Y no es un valor pasado de moda. La generosidad es la puerta de la amistad, el cimiento del amor, la estrella de la sociedad. Y lo mejor de todo es que nosotros podemos ser generosos muy fácilmente. ¿Cómo?

- Sonriendo a los demás siempre.

- Ofreciendo nuestra ayuda.

- Poniéndonos en los zapatos del otro.

- Teniendo un pequeño detalle con nuestra familia, tan simple como dejar que los demás elijan algo qué hacer: ir al cine, a una comida en el campo, o dejar que los demás escojan la película que se va a ver este fin de semana.

Pero no hay que ser tacaños con la generosidad ni comodones. Hay mucha gente que podría consolarse con nuestra ayuda si hacemos un esfuerzo superior. ¿Cada cuánto tiempo vamos a visitar enfermos a un hospital? ¿Por qué no visitar a enfermos terminales? Sí, es duro, sí a veces es deprimente, y por supuesto que es mas divertido salir a pasear que ir a un hospital público a ver gente que muy pronto se va a morir. ¡Pues precisamente como nadie lo hace, es el momento de que alguien lo haga! Nadie nos va a dar un aplauso, o una medalla por hacerlo, pero vamos a volcarnos hacia los demás, el brillo no importa, lo que importa es que a pesar de nuestros defectos y miserias, podemos hacer una diferencia en la vida de alguien.

Ser generosos aunque hoy en día inusual, no es difícil, también es parte de nuestra naturaleza. Entendamos que el Yo debe dejar un poco de lugar a los demás y entregar lo que uno tiene. En silencio, sin reflectores. Ahí, donde está la paz.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Egoísmo.

53. La Paz (9 abril)

Un valor fundamental para las personas, las familias y las naciones ¿Cómo puede cultivarse este valor desde nuestro interior?

Vivir la fraternidad y la armonía entre los seres humanos son los ideales de paz que más se predican, en contraposición al desastre, la guerra y a todo género de conflictos. Pero la paz no comienza desde fuera, sino desde dentro. No depende de las decisiones de altos funcionarios sino de lo que llevamos en el interior.

La paz es un valor que suele perderse fácilmente de vista. Cuando una nación entra en conflicto con otra y tenemos que vivir sus consecuencias o cuando en la familia los problemas o pleitos comienzan a surgir comenzamos a apreciar el valor que tiene la paz.

La paz puede verse a nivel internacional o a nivel personal, pero en cualquier perspectiva debemos entender que no surge como producto de un "no meterse con nadie", con un dejar hacer a los demás para que

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me dejen "vivir en paz". La calma y tranquilidad tampoco se da, necesariamente, como producto de convivir con personas afines.

Las dificultades entre los seres humanos suele ser algo común. Quien no sabe vivir en paz generalmente lo identificamos como una persona conflictiva porque:

- Es imposible llegar a un acuerdo, aunque sea pequeño y de poca importancia.

- Tiene una marcada tendencia a buscar en las palabras y actitudes un doble propósito, normalmente negativo.

- Se siente aludido y agredido ante cualquier circunstancia, y más si esta en contra de sus intereses.

- Busca por todos los medios "salirse con la suya" aunque esté equivocado.

- En el trabajo o los negocios crea dificultades inexistentes.

- Discute con facilidad.

Vivimos en una época en la que se habla mucho de armonía y paz interior. Sin embargo pocos mencionan que una de las mejores formas de alcanzar estos ideales es mediante el espíritu de servicio hacia los demás. La paz es el fruto de saber escuchar, de entender las necesidades ajenas antes de las propias.

Mucho de la paz que podamos vivir con los demás radica en nuestra forma de expresarnos. En algunos momentos tenemos el impulso de hacer notar los errores de nuestros interlocutores sin saber todo lo que tienen que decir, provocando discusiones y resentimientos. Expresar nuestro punto de vista en el momento oportuno, facilita la comunicación y aumenta las posibilidades de superar las dificultades, pues ambas partes se sienten escuchadas.

Del mismo modo ocurre cuando se hace necesaria la corrección de una actitud: el disgusto nos mueve a reprender en el momento sin medir las palabras que utilizamos. ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido por la excesiva dureza que tuvimos con nuestros subalternos, hijos o compañeros? La pérdida de la paz interior consecuente, se debe a la intolerancia e incomprensión que mostramos, generando una imagen negativa y tal vez altanera de nuestra persona. Por eso es importante pensar con serenidad antes de tomar cartas en el asunto.

Una de las grandes fuentes de la paz, o de la guerra, está en la familia. Los esposos deben ser conscientes que al crear el vínculo conyugal, se comienza a dar la fusión de distintas costumbres y formas de pensar. El arte de convivir, olvidarse del afán de dominio y buscar el justo medio entre las diferencias, trae la armonía como consecuencia. En otras palabras: es necesario aprender a conversar y obtener propósitos de mejora concretos que beneficien a todos en la familia.

En cuanto a la paz familiar, no olvidemos que todas las actitudes de los padres se reflejan en los hijos, por eso es importante:

- No discutir o quejarse de los demás delante de ellos;

- Saber sonreír aún en las dificultades;

- Evitar que todos sufran las consecuencias de nuestro mal humor;

- Enseñar a disculpar;

- Crear las condiciones para hacer agradables todos los momentos de convivencia.

De igual manera, en las relaciones de amistad debe procurarse la buena convivencia. En una reunión de amigos que ven un partido de fútbol es fácil ver discusiones que comienzan sobre la decisión que tuvo el árbitro en alguna jugada. En pocos minutos puede crecer la molestia, la palabrería descuidada y al cabo de pocos minutos: fin de la reunión. A veces la paz es así de frágil.

Como en todos los valores, se requiere la iniciativa personal para lograr vivirlos. La paz interior surge como un producto del conocimiento propio: aprender a dominar nuestro egoísmo y el deseo de tener siempre la razón; saber escuchar y comprender las debilidades propias y ajenas. Pero sobre todo: pensar en los demás siempre. Cuando esto ocurre conciliamos la paz con nosotros mismos y con nuestros semejantes.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Guerra, Violencia, Discordia

54. EQUIDAD (11 de abril)Equidad, según su origen etimológico, es una palabra que significa igual y consiste en dar a cada

uno lo que le corresponde según sus necesidades, méritos, capacidades o atributos.

La equidad está estrechamente relacionada con la justicia, entendida ésta como la virtud mediante la cual se da a los demás lo que es debido de acuerdo con sus derechos.

Entendido como igualdad, este valor tiene varias acepciones:

Igualdad de cada uno de nosotros ante la ley: éste es un aspecto de suma importancia porque permitió el tránsito de sociedades fundadas en privilegios a sociedades democráticas.

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Igualdad social: universalizada gracias al Estado Social de Derecho, el cual nos otorga a el derecho de acceder a los bienes culturales, materiales y espirituales, tales como seguridad social, empleo, educación, vivienda y salud, entre otros.

Igualdad para participar en la toma de decisiones que nos afecten, y, también, igualdad de oportunidades: determina que los estados y las sociedades deben compensar nuestras desigualdades naturales, sociales y de nacimiento para que todos podamos acceder a beneficios sociales y a posiciones de interés.

La equidad se refiere también a los criterios para la distribución de bienes y servicios, así como derechos y deberes, libertades, poderes y oportunidades, de modo que todos podamos beneficiarnos de los resultados del trabajo colectivo, y participar en la toma de decisiones y en la dirección y administración de los asuntos comunes.

Todas las acepciones anteriores se fundamentan en un concepto mucho más profundo, en el que se reconoce que todos somos iguales en dignidad y por lo tanto merecemos igual consideración, trato y respeto.

La dignidad es una cualidad que nos hace únicos e irrepetibles, y, por consiguiente, inviolables y sagrados. Reconocer nuestra dignidad implica aceptar que estamos llamados a ser el centro, la razón de ser y el objetivo fundamental de cualquier proyecto de desarrollo político, económico y social.

Pero ser iguales no significa que seamos idénticos; considerados uno a uno, todos somos diferentes. La equidad, sin embargo, supone que más allá de cualquier diferencia racial, sexual, cultural, psicológica, generacional o de cualquier otro tipo, todas las personas tenemos en común el hecho de ser humanos, razón por la cual nadie es más humano que otro, ni tiene más derecho que otro a vivir humanamente.

Como la equidad exige el reconocimiento de la dignidad y los derechos de las personas, es un valor asociado al respeto y la justicia, que, aparte de ser primordial en las relaciones interpersonales, nos permite trazar acciones dirigidas a aumentar y fortalecer la igualdad entre los seres humanos para construir sociedades justas.

LA EQUIDAD

La Equidad es un valor de connotación social que se deriva de lo entendido también como igualdad. Se trata de la constante búsqueda de la justicia social, la que asegura a todas las personas condiciones de vida y de trabajo digno e igualitario, sin hacer diferencias entre unos y otros a partir de la condición social, sexual o de género, entre otras.

El término equidad proviene de la palabra en latín “aéquitas”, el que se deriva de “aequus” que se traduce al español como igual. De este modo, la equidad busca la promoción de la valoración de las personas sin importar las diferencias culturales, sociales o de género que presenten entre si.

La importancia de la equidad toma especial importancia a partir de la constante discriminación que diferentes grupos de personas han recibido a lo largo de la historia. Un claro ejemplo de aquello es la discriminación contra la mujer en el ámbito laboral y social, lo que ha impulsado la creación de diferentes organizaciones, tanto a nivel gubernamental como independiente, las que se hacen cargo de situaciones como esta y luchan contra ellas a diario. Sucede también que en muchas naciones se discrimina a aquellas personas provenientes de otras culturas, marginándolos de la sociedad, y limitando así en forma dramática las posibilidades de surgir y desarrollarse.

No cabe duda de la falta de equidad en el mundo, ya que ejemplos como los anteriormente mencionados existen por millones. Sin embargo, lo más importante es que cada persona, a partir de su propia intimidad y cotidianeidad ponga en práctica la equidad, valorando a cada persona sin tener en cuenta su condición social o sexual, su cultura, su apariencia o su religión, ya que todos los seres humanos se merecen respeto y el ser considerados como tal, teniendo el derecho a acceder a condiciones de vida dignas, en todo el espectro que ésta incluya.

Equidad. Disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece. Justicia natural. Igualdad. Principio que reconoce a todos los ciudadanos capacidad para los mismos derechos. Justicia. Aquello que debe hacerse según derecho o razón. Respeto. Miramiento, consideración, deferencia. —Diccionario de la Real Academia Española

¿Qué sabes de estos valores?

Lo vives todos los días en cada una de tus actividades. Sabes, por ejemplo, que tienes el derecho de acudir a la escuela para aprender nuevas cosas. Sabes también que tienes obligación de ayudar a tus padres para facilitar tu propia vida y la de tu familia. También lo percibes en lo que ocurre a tu

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alrededor. Tus vecinos tienen derecho a los servicios públicos (suministro de agua, recolección de basura, alumbrado), pero también tienen la obligación de cubrir las cuotas que les corresponden, mantener limpia la calle y no afectar las propiedades de los demás. Este conjunto de obligaciones y derechos sirve de base a la vida en sociedad y organiza nuestras acciones. Pero también está aquello que cada quien consigue por sus méritos. La justicia consiste en dar a todos lo mismo, en general, y la equidad en darle a cada quien lo que merece. Tú las prácticas de forma natural, sólo requieres orientarlas de la mejor manera.

La equidad y tú

¿Cómo lograrlo? El primer paso consiste en el reconocimiento de la igualdad: todos los seres humanos son iguales y en esa medida deben tener las mismas oportunidades para realizar sus metas. Cuando ese reconocimiento se pierde es necesario aplicar la justicia; no siempre se trata de acudir ante los tribunales, sino de un principio práctico que debe usarse a cada momento mediante una revisión constante de las condiciones en que vivimos nosotros y en que viven los demás y reorientarlas si es necesario para apoyar a quien está en desventaja, con un principio de equidad. Todos estos valores parten de un principio esencial: el respeto, la consideración que merecen los demás, y la que merecemos nosotros. Estas acciones comienzan en nuestra casa, se extienden a la calle y, en el mejor de los casos, deberían abarcar al mundo.

El antivalor y sus riesgos

El extremo contrario a la equidad es la iniquidad, concepto que también se concibe como “falta de justicia”. El peligro de promover la ventaja de algunos y la desventaja de otros es poner en riesgo la estabilidad del ámbito personal y de la sociedad en general.

Carla del Ponte: en busca de justicia

Ejemplo de la valiosa integración de la mujer a grandes responsabilidades frente a la sociedad, y promotora de la equidad y la justicia internacionales, en los últimos años ha destacado la figura de la abogada suiza Carla del Ponte (1947-). Estudió derecho en Berna, Ginebra y el Reino Unido. Como fiscal de tribunales internacionales ha luchado por combatir a la delincuencia organizada y castigar a los responsables de los crímenes cometidos durante las guerras de Ruanda y los Balcanes aun poniendo en riesgo su propia vida. En sus palabras, “la justicia para las víctimas y los sobrevivientes [de la guerra] requiere esfuerzos nacionales e internacionales”.

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Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Parcialidad.

DISFRUTE SU SEMANA SANTA

55. Perdón (21 abril)

Los resentimientos nos impiden vivir plenamente sin saber que un simple acto del corazón puede cambiar nuestras vidas y de quienes nos rodean

En los momentos que la amistad o la convivencia se rompen por cualquier causa, lo más común es la aparición de sentimientos negativos: la envidia, el rencor, el odio y el deseo de venganza, llevándonos a perder la tranquilidad y la paz interior. Al perder la paz y la serenidad, los que están a nuestro alrededor sufren las consecuencias de nuestro mal humor y la falta de comprensión. Al pasar por alto los detalles pequeños que nos incomodan, no se disminuye la alegría en el trato cotidiano en la familia, la escuela o la oficina.

Sin embargo, no debemos dejar que estos aspectos nos invadan, sino por el contrario, perdonar a quienes nos han ofendido, como un acto voluntario de disculpar interiormente las faltas que han cometido otros.

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En ocasiones, estos sentimientos son provocados por acciones o actitudes de los demás, pero en muchas otras, nos sentimos heridos sin una razón concreta, por una pequeñez que ha lastimado nuestro amor propio.

La imaginación o el egoísmo pueden convertirse en causa de nuestros resentimientos:

- Cuando nos damos el lujo de interpretar la mirada o la sonrisa de los demás, naturalmente de manera negativa;

- Por una respuesta que recibimos con un tono de voz, a nuestro juicio indiferente o molesta;

- No recibir el favor que otros nos prestan, en la medida y con la calidad que nosotros habíamos supuesto;

- En el momento que a una persona que consideramos de "una categoría menor", recibe un favor o una encomienda para lo cual nos considerábamos más aptos y consideramos injusta la acción.

Es evidente que al ser susceptibles, creamos un problema en nuestro interior, y tal vez enjuiciamos a quienes no tenían la intención de lastimarnos.

Para saber perdonar necesitamos:

- Evitar "interpretar" las actitudes.

- No hacer juicios sin antes de preguntarnos el "por qué" nos sentimos agredidos (así encontraremos la causa: imaginación, susceptibilidad, egoísmo).

- Si el malentendido surgió en nuestro interior solamente, no hay porque seguir lastimándonos: no hay que perdonar. Lamentamos bastante cuando descubrimos que no había motivo de disgusto... entonces nosotros debemos pedir perdón.

Si efectivamente hubo una causa real o no tenemos claro qué ocurrió:

- Tener disposición para aclarar o arreglar la situación.

- Pensar la manera de llegar a una solución.

- Buscar el momento más adecuado para platicarlo con calma y tranquilidad, sobre todo de nuestra parte.

- Escuchar con paciencia, buscando comprender los motivos que hubo.

- Exponer nuestras razones y llegar a un acuerdo.

- Olvidar en incidente y seguir como si nada hubiera pasado.

El Perdón enriquece al corazón porque le da mayor capacidad de amar; si perdonamos con prontitud y sinceramente, estamos en posibilidad de comprender las fallas de los demás, actuando generosamente en ayudar a que las corrijan.

Es necesario recordar que los sentimientos negativos de resentimiento, rencor, odio o venganza pueden ser mutuos debido a un malentendido, y es frecuente encontrar familia en donde se forma un verdadero torbellino de odios. Nosotros no perdonamos porque los otros no perdonan. Es necesario romper ese círculo vicioso comprendiendo que "Amor saca amor". Una actitud valiente de perdón y humildad obtendrá lo que la venganza y el odio nunca pueden, y es lograr restablecer la armonía.

Una sociedad, una familia o un individuo lleno de resentimientos impiden el desarrollo hacia una esfera más alta.

Perdonar es más sencillo de lo que parece, todo está en buscar la forma de mantener una convivencia sana, de la importancia que le damos a los demás como personas y de no dejarnos llevar por los sentimientos negativos.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Saña, Odio.

56. Solidaridad (22 abril)

Un valor que nos ayuda a ser una mejor sociedad y que no solamente debe vivirse en casos de desastre y emergencia

Pensamos en la Solidaridad como una actitud que debemos asumir en emergencias y desastres, sin embargo, la Solidaridad es una característica de la sociabilidad que inclina al hombre a sentirse unido a sus semejantes y a la cooperación con ellos.

Podemos manifestar esta unión y cooperación, cada vez que procuramos el bienestar de los demás, participando en iniciativas que nos impulsen a servirles, como puede ser la visita a los enfermos en un hospital, haciendo colectas de ropa y alimentos para los más necesitados, en un grupo que imparta educación en comunidades marginadas, colaborando en campañas de cuidado y limpieza de calles y áreas recreativas de la comunidad, en los momentos que auxiliamos a quienes son víctimas de alguna

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catástrofe, es decir, prestando nuestros servicios en la creación de mejores condiciones de vida.

No podemos reducir el concepto de Solidaridad a un simple servicio extraordinario; el término "servicio", puede hacernos perder de vista otros aspectos de la Solidaridad:

- En la empresa los dueños deben procurar pagar un salario justo a sus trabajadores, de tal manera que les alcance para cubrir las necesidades primordiales de su familia; también los trabajadores en la oficina, el taller, el hospital, deben preocuparse por ayudar a sus colegas a desempeñar mejor su labor, con consejos, orientaciones o simplemente enseñarlos a hacer aquello que más se les dificulta.

- En el trabajo personal: poniendo alegría y empeño por hacerlo lo más perfectamente posible, pues garantiza el progreso de la empresa y por consiguiente el propio.

- Los educadores actualizando continuamente sus conocimientos, al mismo tiempo que las técnicas de enseñanza, para garantizar un mejor aprendizaje y aprovechamiento de los alumnos, además de ver en cada educando a una persona en desarrollo y formación.

- En el hogar: dando un trato justo a los empleados que conviven diariamente con nosotros y nos ayudan a tener una vida más agradable.

- El respetar las normas de vialidad al ir conduciendo, para garantizar la seguridad de los peatones y automovilistas.

La solidaridad es la ayuda mutua que debe existir entre las personas, no porque se les conozca o sean nuestros amigos, simplemente porque todos tenemos el deber de ayudar al prójimo y el derecho a recibir la ayuda de nuestros semejantes.

Qué agradable es el momento en que un desconocido se ofrece a ayudarnos a cambiar el neumático averiado o levanta los objetos que han caído de nuestras manos, son pequeños detalles de Solidaridad: servir a los demás desinteresadamente, por el simple hecho de ser personas, porque han descubierto la fraternidad....

Debemos descubrir y comprender que en cada lugar de trabajo y de convivencia, las personas tienen algo interesante que aportar y que enseñarnos; si aprendemos a interesarnos por el bienestar de las personas estamos en condiciones de ayudarles y prestarles un mejor servicio.

Si queremos que algo mejore - el servicio de limpieza de las calles o la educación que reciben los hijos en la escuela, por ejemplo -, debemos decidirnos a tomar el problema en nuestras manos, tal vez el vecino tiene la misma inquietud, y sólo le hacia falta con quien empezar a trabajar, con sus medios y los nuestros... no esperemos que las cosas cambien por sí mismas.

Generalmente el bien común va planteando nuevas necesidades, consecuentemente la labor no termina, pero se crea un ciclo en el cual se va haciendo cada vez más efectiva la ayuda y participación de todos. En resumidas cuentas, para vivir la Solidaridad se requiere pensar en los demás como si fuera otro yo, pues no vivimos aislados y nuestros conciudadanos esperan que alguien se preocupe por el bienestar y seguridad de todos, tal vez de alguien como nosotros, como líderes emprendedores.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Egoismo

57. Valentía (23 abril)

Personas ordinarias haciendo cosas extraordinarias: El valor que forja familias, empresas y naciones diferentes.

La valentía es un valor universal que nos enseña a defender aquello que vale la pena, a dominar nuestros miedos y a sobreponernos en la adversidad. Sin la valentía, en los momentos difíciles nuestras vidas podrían irse a la deriva, sin embargo la fortaleza interior conducida por una conciencia recta, pueden llevarnos más lejos de lo que podríamos imaginar.

Ser valiente no es sencillo. En ocasiones, la valentía significa afrontar las consecuencias de nuestros actos, los productos de nuestros errores. El niño que admite ante sus padres que fue él quien rompió la ventana del vecino, el empleado que reconoce el no haber hecho su trabajo como era debido, el padre de familia que acepta ante sus hijos que debería haber pasado más tiempo con ellos son ejemplos que, por desgracia, a veces no son tan comunes: son ejemplos de personas que han tenido la fuerza de aceptar su error y de afrontar sus consecuencias.

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La vida misma no es sencilla y puede ser, en ocasiones, sorprendentemente dura: La muerte de un ser querido, una enfermedad, la ruina de un negocio son ejemplos de momentos tremendamente difíciles. La valentía es la diferencia entre hundirse o seguir nadando.

Por otra parte, la valentía también tiene que ver directamente con defender lo que sabemos que es correcto. La conciencia con frecuencia nos indica que se está cometiendo una injusticia, o que se está violentando algún derecho. En esos momentos, es necesaria una posición concreta para actuar como es debido y para defender lo que está bien.

La valentía nos hace personas ordinarias que pueden obtener resultados extraordinarios. Una persona que defiende al débil, que admite sus errores, que afronta las consecuencias de sus actos, que no calla cuando sabe que algo está mal, puede estar asumiendo riesgos, pero también está creando una diferencia real en su vida y en el mundo que le rodea.

Los seres humanos solemos dejarnos llevar por la comodidad y, desgraciadamente, por los miedos. Con gran frecuencia generamos nuestros propios fantasmas y temores inexistentes; nos planteamos consecuencias que aún no existen pero que vemos como algo muy real. ¡Qué triste es el papel de un muchacho que no se atreve a decirle a una chica cuánto le gusta por miedo a que ella le rechace! No es raro que nuestra imaginación nos traicione planteándonos escenarios y panoramas desoladores, y nos inmovilizamos simplemente porque creemos que algo puede salir mal.

La valentía es afrontar riesgos, vencer miedos. A veces las consecuencias de algo pueden ser duras. En ocasiones nuestra valentía no cambia el mundo. El niño que admite haber roto la ventana del vecino puede ser de cualquier forma castigado, quizá el padre que confiesa no haber pasado suficiente tiempo con sus hijos no puede cambiar el alejamiento con su familia, también a veces el muchacho que le abre su corazón a la chica que le gusta es rechazado. La valentía no asegura el éxito inmediato, eso es cierto. Sin embargo hay una gran diferencia entre ser un cobarde y ser un valiente: la posibilidad de lograr algo. La diferencia es Esperanza. Quien es cobarde tiene un futuro cierto: la mediocridad. Quien es valiente tiene un futuro inmediato incierto, pero siempre encontrará al final del camino la corona de la victoria.

El niño que rompió la ventana podrá ser castigado, pero a la larga sus padres le tendrán confianza. El padre que no pudo cambiar el alejamiento con sus hijos a la larga ganará el respeto que se merece por haber hecho lo correcto. El muchacho que fue rechazado tal vez un día encuentre a una chica que le valore más y que le quiera sinceramente. Una cosa es un hecho: si ninguno de estos tres casos 4contaran con el valor de la valentía, el niño que rompe ventanas y esconde la mano será siempre indigno de confianza, el padre que no admite sus errores será visto siempre como un egoísta y un cobarde, el chico que no se atreve a decir sus sentimientos se quedará solo.

La valentía ha forjado patrias, empresas, comunidades, familias. La cobardía nunca ha hecho algo que valga la pena. La valentía a veces falla en lo inmediato, pero siempre a la larga genera un resultado positivo.

La valentía es un valor que se vive día a día, en las pequeñas cosas. No es necesario esperar grandes afrentas, tremendos errores o increíbles batallas. La cobardía diaria sumerge a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones en un pantano cómodo, suave, pero que acaba ahogándoles. La valentía en las cosas pequeñas va construyendo una obra sólida que tal vez en el momento inmediato no sea tan grande o tan bella, pero que tarde o temprano se convertirá en un magnífico edificio. La valentía construye personas dignas de respeto y de confianza, familias unidas, sociedades pujantes y naciones sólidas.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Miedo, Pánico

58. Fidelidad (24 abril)

Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja.

La fidelidad es un valor fundamental. Ya hemos escrito antes del valor de la lealtad que se aplica muy directamente con amigos, amistades, familiares y compañeros de trabajo. Sin embargo la fidelidad como valor se aplica más directamente a las relaciones de pareja entre novios y entre esposos, y hoy hemos querido profundizar en este tema, porque no es necesario sufrir la infidelidad de la pareja para entender que este es un valor fundamental.

Alcanzar el verdadero y único amor es la aspiración más noble del hombre, sin embargo, el egoísmo y el placer se han convertido en dos gigantes que impiden tener una relación sana, estable y de beneficio para las personas. Hacer conciencia y robustecer el valor de la fidelidad, es una necesidad que nos apremia en beneficio de nosotros mismos, la familia y la sociedad entera.

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La fidelidad es el íntimo compromiso que asumimos de cultivar, proteger y enriquecer la relación con otra persona y a ella misma, por respeto a su dignidad e integridad, lo cual garantiza una relación estable en un ambiente de seguridad y confianza que favorece al desarrollo integral y armónico de las personas.

Por extraño que pueda parecer, la fidelidad es anterior a la relación misma; debemos conocer y descubrir realmente lo que buscamos y estamos dispuestos a dar en una relación. La rectitud de intención nos ayudará a superar el egoísmo y hacer a un lado los intereses poco correctos.

Así, una relación está destinada al fracaso por desvirtuar el propósito de la misma: Esto sucede con quien busca un joven apuesto o una chica hermosa para satisfacer la propia vanidad o la búsqueda de placer; peor aún si se pretende a través de esa relación, alcanzar una mejor posición social y un interés económico. Poco futuro tiene esa pareja cuando alguna de las partes no ha entendido que debe haber disposición para compartir, comprender y colaborar al perfeccionamiento personal del otro.

Podemos afirmar que el egoísmo es el mayor peligro para cualquier relación. Aunque no siempre aparece a primera vista, podemos observar que algunas personas se dejan llevar por todo lo que es novedoso: ropa, autos, aparatos...; con el consecuente cumplimiento de sus caprichos, buscando el placer en la comida, la bebida, el sexo y la diversión.

Estas personas están en constante peligro de faltar a la fidelidad en cualquier momento, porque su vida está orientada a la novedad, al cambio y a la búsqueda de nuevas experiencias y satisfacciones. Ser fiel cuesta trabajo porque no existe la disposición a dar y a darse. ¿Cómo esperar que una relación no sea aburrida al poco tiempo? ¿Cómo pretender que se eviten nuevas experiencias? Vencer al egoísmo, al placer y a la comodidad con una conducta sobria, garantiza nuestro crecimiento personal, y por ende, el de cualquier relación.

La fidelidad no es exclusiva del matrimonio, es indispensable en el noviazgo porque no hay otra forma de aprender a cultivar una relación y hacer que prospere. No está mal que los jóvenes conozcan a distintas personas antes de decidir con quien sacar adelante su proyecto de vida, pero debe hacerse bien, sin engaños, procurando conocer realmente a la persona, dando lo mejor de sí mismos, teniendo rectitud de intención en sus intereses, eso es noble, correcto y sobre todo, leal.

También debemos ser cautelosos en nuestros afectos y tratar con delicadeza y respeto a las personas del sexo opuesto, máxime si ya tenemos otra relación o un compromiso con alguna persona en particular. Una cosa es la cortesía y el trato amable, otra muy diferente los halagos, las excesivas atenciones y la comunicación de sentimientos e inquietudes personales; estos intercambios hacen crecer un afecto que va más allá de la amistad y de la convivencia profesional porque se involucra a la persona en nuestra vida, en nuestra intimidad y siempre tendrá la misma consecuencia: faltar a la fidelidad. Por eso, es necesario ser muy cuidadosos con nuestro trato en la oficina, la escuela, con los familiares y en todos los lugares que frecuentamos.

La fidelidad no es atadura, por el contrario, es la libre expresión de nuestras aspiraciones, nos colma de alegría e ilumina cotidianamente a las personas. Una buena relación posee una serie de características que la hacen especial y favorecen a la vivencia de la fidelidad, pero deben cuidarse para que no sean el producto de la emoción inicial:

- Existe el interés por estar al lado de la persona, se procuran detalles de cariño y momentos agradables.

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- Constantemente se hace un esfuerzo por congeniar y limar las asperezas, procurando que las discusiones sean mínimas para lograr la paz y la concordia lo más pronto posible.

- Se da poca importancia a las fallas y errores de la pareja, hacemos todo lo posible por ayudar a que las supere con comprensión y cariño.

- Somos cada vez más felices en la medida que se "avanza" en el conocimiento de la persona y en la forma en la que corresponde a nuestra ayuda.

- Compartimos alegrías, tristezas, triunfos, fracasos, planes... todo.

- Por el respeto que merece nuestra pareja, cuidamos el trato con personas del sexo opuesto, con naturalidad, cortesía y delicadeza; que a final de cuentas, es el respeto que tenemos por nosotros mismos

La fidelidad no es sólo la emoción y el gusto de estar con la pareja, es la lucha por olvidarnos de pensar únicamente en nuestro beneficio; es encontrar en los defectos y cualidades de ambos la oportunidad de ser mejores y así llevar una vida feliz.

Sin lugar a dudas, cuando somos fieles podemos decir que nuestra persona se perfecciona por la unión de dos voluntades orientadas a un fin común: la felicidad del otro. Cuando este interés es auténtico, la fidelidad es una consecuencia lógica, gratificante y enriquecedora.

Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja, generando estabilidad y confianza perdurables, teniendo como resultado el amor verdadero.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Infidelidad, Deslealtad

59. Empatía (24 abril)

El valor de la empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean y a consolidar la relación que con cada una de ellas tenemos.

Cada vez que nos acercamos a las personas esperamos atención y comprensión, dando por hecho que seremos tratados con delicadeza y respeto. Pero, ¿cuántas veces procuramos tratar a los demás de la misma forma?

Debemos reconocer que en medio de nuestras prisas y preocupaciones nos volvemos egoístas y olvidamos que los demás también tienen algo importante que comunicarnos. El valor de la empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean y a consolidar la relación que con cada una de ellas tenemos.

La empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los afectan en un momento determinado.

Es muy común escuchar que la empatía es la tendencia o actitud que tenemos para ponernos en el lugar de los demás e identificarnos plenamente con sus sentimientos. Sin embargo, esto tiene el riesgo de dejar a la empatía en un nivel meramente emocional: "si siento lo mismo que el otro, entonces hay verdadera empatía".

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La realidad es que la empatía no es el producto del buen humor con que despertamos, como tampoco del afecto que nos une a las personas. Si esta combinación fuera común, siempre estaríamos disponibles para escuchar a los demás y dejaríamos momentáneamente nuestras ocupaciones, pensamientos y preocupaciones para atender a quienes nos rodean.

Desgraciadamente las circunstancias pocas veces son tan favorables, por eso la empatía es un valor que se vive habitualmente, totalmente independiente de nuestro estado de ánimo y disposición interior.

La empatía se facilita en la medida que conocemos a las personas, la relación frecuente nos facilita descubrir los motivos de enojo, alegría o desánimo de nuestros allegados y su consecuente modo de actuar. Esto se manifiesta claramente entre padres e hijos, en las parejas y con los amigos donde la relación es muy estrecha, quienes parecen haber adquirido el "poder de adivinar" que sucede antes de haber escuchado una palabra, teniendo siempre a la mano la respuesta y el consejo adecuados para la ocasión.

Aun así, este valor debe superar ciertos obstáculos: el cansancio, el mal humor, el dolor de cabeza y las preocupaciones propias del trabajo y el estudio. En casa se nota cuando los padres prestan poca atención a los "pequeños" problemas o alegrías de sus hijos, con su actitud -y muchas veces sin querer- procuran evadir esa molestia e inoportunidad para encerrarse en sí mismos; en la pareja cuando alguno da monosílabos, gestos o sonidos guturales como respuesta; cuando tenemos tantos problemas, y lo que menos deseamos es escuchar lo bien o lo mal que les sucede a los demás.

El problema es dejarnos llevar por nuestro estado de ánimo y obstinarnos en permanecer en nuestro mundo, damos a todo lo que ocupa nuestra mente la máxima importancia, comportándonos indiferentes y poco amables; queremos ser entendidos sin antes intentar comprender a los demás. Por tanto, la empatía implica generosidad y genuina comprensión: para olvidarnos de nosotros mismos y hacer el esfuerzo por considerar los asuntos y sentimientos que los demás quieren participarnos.

Este esfuerzo es mayor cuando ante nosotros está el empleado, el alumno, el vecino, la empleada doméstica o el vecino, pues sin darnos cuenta, podemos limitar nuestra atención e interés, o peor aún, menospreciarlos por considerarlos en una posición inferior. Debemos ser enérgicos y afirmar que la empatía como valor -y al igual que todos los valores- no hace diferencias entre personas, es una actitud propia de la personalidad, siempre abierta y dispuesta a las necesidades de los demás.

La empatía nos da un sin fin de posibilidades, primero hacia nuestros semejantes, quienes buscan con quien compartir y confiar sus problemas, alegrías, triunfos y fracasos, ser escuchados y comprendidos. De esta forma tenemos la inmejorable oportunidad de procurar el bienestar, desarrollo y perfeccionamiento de las personas, lo cual manifiesta el profundo respeto que les debemos.

Para nosotros, la empatía nos permite conocer y comprender mejor a las personas, a través del trato cotidiano, estamos en condiciones de mejorar en familia, obteniendo una mayor colaboración y entendimiento entre todos; con la pareja la relación es cada vez más estable y alegre; con los amigos garantiza una amistad duradera; con los conocidos abre la posibilidad a nuevas amistades; en la empresa ayuda a conseguir una mayor productividad al interesarnos por los empleados y compañeros; en la escuela se obtiene un mejor rendimiento por la relación que se tiene con los alumnos y entre ellos mismos.

El valor de la empatía desarrolla en nosotros la capacidad de motivar y encauzar positivamente a las personas; enseñar a tener ese interés por los demás y vivirlo habitualmente, es la mejor forma de transmitir empatía e identificarnos plenamente con los demás, cambiando radicalmente el entorno social en el que vivimos.

Vivir el valor de la empatía es algo sencillo si nos detenemos a pensar un poco en los demás y en consecuencia, aprenderemos a actuar favorablemente en todas las circunstancias. Por eso, debemos estar pendientes y cuidar los pequeños detalles que reafirmarán este valor en nuestra persona:

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- Procura sonreír siempre, esto genera un ambiente de confianza y cordialidad. La serenidad que se manifiesta desarma hasta el más exaltado.

- Primeramente considera como importantes los asuntos de los demás y después los propios. Después de haber escuchado, la persona que se ha acercado a ti seguramente tendrá la capacidad de entender tu situación y estado de ánimo, por lo cual estará dispuesta ayudarte.

- No hagas un juicio prematuro de las personas porque te hace cambiar tu disposición interior (no pienses: "ya llego este molesto", "otra vez con lo mismo", "no me deja en paz", "otra interrupción") Si alguien se acerca a ti, es porque necesita con quien hablar... No los defraudes.

- Si no tienes tiempo o es un mal momento, exprésalo con cortesía y delicadeza -que también es empatía- y las personas se sentirán igualmente atendidas. Importante: no dejes pasar mucho tiempo para charlar con la persona.

- Evita demostrar prisa, aburrimiento, cansancio, dar respuestas tajantes u distraerte en otras cosas; además de ser una falta de respeto, logras autodominio y demuestras interés por las personas. Aprende a escuchar.

- No olvides infundir ánimo con palabras, una palmada en el hombro o un gesto amable, sobre todo si la persona tiene problemas.

Podemos concluir que la empatía es un valor indispensable en todos los aspectos de nuestra vida, sin él, sería muy difícil enriquecer las relaciones interpersonales; quien se preocupa por vivir este valor, cultiva simultáneamente entre otros: confianza, amistad, comprensión, generosidad, respeto y comunicación.

El ritmo de vida actual nos brinda pocas oportunidades de servir a los demás, de conocerlos y de tratarlos como es debido, la empatía se convierte en esa pieza fundamental que nos enriquece y nos identifica mejor como seres humanos.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Rechazo

60. Sociabilidad (25 abril)

Este valor es el camino para mejorar la capacidad de comunicación y de adaptación en los ambientes más diversos.

Es natural sentirnos atraídos por personas que en las circunstancias y momentos más variados, nos cautivan por su amabilidad y su facilidad de conversación, casi inmediatamente reconocemos un natural interés por nuestra persona, trabajo, familia, pasatiempos y actividades, sin otro fin que conocer a la persona y establecer una relación más cordial.

Cuando nos interesamos en establecer un verdadero diálogo para conocer más acerca de las personas, nos damos cuenta que poco a poco el interés se hace mutuo y de esta forma damos un gran paso en las relaciones sociales.

La sociabilidad es el valor que nos impulsa a buscar y cultivar las relaciones con las personas compaginando los mutuos intereses e ideas para encaminarlos hacia un fin común, independientemente de las circunstancias personales que a cada uno rodean.

Al tener contacto con personas diferentes, tenemos la posibilidad de aprender de su experiencia y obtener otra perspectiva de la vida para mejorar nuestra persona, para más adelante poder contribuir a su desarrollo personal y así comenzar una espiral sin fin en la cual todos nos vemos beneficiados.

El lograr una verdadera amistad no necesariamente es el resultado de la sociabilidad, pues depende de otras disposiciones, este valor es un medio que facilita el acercamiento y la comunicación con las personas.

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En las relaciones profesionales o laborales, por ejemplo, debe existir un interés porque las personas desempeñen mejor su trabajo; para lograr este objetivo, hace falta conocer su entorno familiar y las circunstancias en las que viven, así como su forma de ser, sus reacciones y las motivaciones por las cuales se rigen, con estos elementos a la mano estamos en condiciones de contribuir en el desarrollo individual, profesional y de conjunto en el lugar de trabajo.

Otro caso que puede citarse es en el ámbito escolar, donde los profesores que demuestran interés por cada uno de sus alumnos pueden convertirse en los mejores guías positivos para la vida, pues los impulsan no sólo a mejorar como alumnos, sino a contribuir en la mejora del grupo y a participar en actividades de beneficio común para su centro educativo y la sociedad entera.

En cualquiera de los casos (oficina, escuela, lugar de residencia o grupo de acción social), toda relación o proyecto se alcanza a través del conocimiento individual y colectivo de las personas, uniendo las aspiraciones y objetivos propios con los de los demás. Por tanto, este valor no se basa en la simpatía o en la afinidad emocional, que se pueden dar y también cuentan, sino en el auténtico interés por el beneficio de todas las personas, mejorando el entendimiento, la ayuda mutua y el trabajo en equipo.

La sociabilidad es un canal de comunicación que puede sentar las bases para tener nuevos amigos, elegir a la persona adecuada para formar una nueva familia o comenzar una nueva empresa, en base al intercambio de gustos, aficiones e intereses que se comparten y dan como resultado una relación más trascendente.

En términos generales, existen algunas actitudes que dificultan la vivencia de este valor y debemos sortearlas para lograr su desarrollo y vivencia cotidiana:

- Evitar dejarnos llevar por la primera impresión que nos provoca el encuentro con las personas (el semblante, la expresión o el vestido), pues de forma casi automática abrimos o cerramos nuestra comunicación por una simple apreciación.

- Respetar y aceptar verdaderamente la forma de ser de los demás. Esto se traduce en catalogar a las personas (serio, tímido, aburrido, poco competente, etc.) según como se comporten en determinado ambiente, los excluimos y desplazamos de nuestro círculo sin conocerlos lo más mínimo y posiblemente formando una opinión equivocada respecto a su persona. Quien comete este error es porque no ha comprendido que las personas no son ni se comportan según su gusto.

- Cuidar que nuestro lenguaje sea sencillo y natural. A nadie le agrada encontrar a una persona que se empeña obstinadamente en hablar de su profesión y empleando el vocabulario propio de su actividad sin motivo alguno; es de mal gusto utilizar palabras y expresiones poco usuales y sacadas del diccionario para incluirse en cualquier momento; ni qué decir del lenguaje vulgar y grosero...

- Procurar ser respetuoso en todo momento. La excesiva familiaridad en el trato con personas que acabamos de conocer o con quienes hemos tenido poco contacto puede entorpecer una prometedora relación; el hecho de que sea alguien amigo o conocido de nuestros íntimos, no garantiza que comparta las bromas, las ideas, el sentir y el trato que tiene entre sí el grupo.

- Ser discretos y no tratar de conocer los pormenores e intimidades de las personas, sobre todo cuando no existe un mínimo de relación o confianza.

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- Reconocer que todo tiene su momento y lugar. Hay quienes conocen a un médico y casi inmediatamente procuran obtener un punto de vista profesional a un mal que se padece, como una especie de consulta particular, lo cual es molesto e incómodo para el profesional, sobre todo si es en una reunión social y quien lo solicita es alguien con quien en ese momento ha coincidido.

Podemos creer que estamos mejor viviendo aislados, centrados en nuestra propia vida, sin depender de nadie y sin causar molestias. La realidad es que esto puede ser una manifestación de egoísmo y soberbia, pues todas las personas tienen algo bueno que aportar a nuestra vida.

Quienes se han esforzado por vivir e inculcar en su persona el valor de la sociabilidad, han encontrado una fuente inagotable de alegría, un camino para lograr verdaderas amistades, el mejorar su comunicación y capacidad de adaptación en los ambientes más diversos, pero sobre todo, una mejor forma de vida a lado de sus semejantes.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Desabrimiento, seriedad

61. Prudencia (28 abril)Adelantarse a las circunstancias, tomar mejores decisiones, conservar la compostura y

el trato amable en todo momento, forjan una personalidad decidida, emprendedora y comprensiva.

La Prudencia, en estricto sentido, es una virtud. Sin embargo queremos analizarla a la luz de los valores y la trataremos en su forma operativa, es decir, como el valor que nos ayuda a actuar con mayor conciencia frente a las situaciones ordinarias de la vida.

La prudencia es tan discreta que pasa inadvertida ante nuestros ojos. Nos admiramos de las personas que normalmente toman decisiones acertadas, dando la impresión de jamás equivocarse; sacan adelante y con éxito todo lo que se proponen; conservan la calma aún en las situaciones más difíciles; percibimos su comprensión hacia todas las personas y jamás ofenden o pierden la compostura. Así es la prudencia, decidida, activa, emprendedora y comprensiva. ¿Quién puede rehusarse a vivirla y hacerla parte de su personalidad?

La prudencia es el valor que nos ayuda o reflexionar y a considerar los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como resultado un actuar correcto en cualquier circunstancia.

Primeramente, debemos eliminar de una vez por todas la equivocada imagen que algunas personas tienen de la prudencia como modo de ser: una personalidad gris, insegura y temerosa en su actuar, tímida en sus palabras, introvertida, excesivamente cautelosa y haciendo todo lo posible por no tener problemas... No es raro que una imagen tan poco atractiva provoque el rechazo y hasta la burla de quienes así la entienden.

El valor de la prudencia no se forja a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente. Posiblemente lo que más nos cuesta trabajo es reflexionar y conservar la calma en toda circunstancia; la gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de decisiones, en el trato con las personas o formar opinión, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal

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humor, una percepción equivocada de la realidad o la falta de una completa y adecuada información.

La falta de prudencia siempre tendrá consecuencias en todos los niveles, personal y colectivo, según sea el caso: como quienes se adhieren a cualquier actividad por el simple hecho de que "todos" estarán ahí, sin conocer los motivos verdaderos y las consecuencias que pueda traer; el asistir a lugares poco recomendables, creyendo que estamos a salvo; participar en actividades o deportes de alto riesgo sin tener la preparación necesaria, conducir siempre con exceso de velocidad...

Es importante tomar en cuenta que todas nuestras acciones estén encaminadas a salvaguardar la integridad de los demás en primera instancia, como símbolo del respeto que debemos a todos los seres humanos.

La verdadera lucha y esfuerzo no está en circunstancias un tanto extraordinarias y fuera de lo común: decimos cosas que lastiman a los demás por el simple hecho de habernos levantado de mal humor, de tener preocupaciones y exceso de trabajo; porque nos falta capacidad para comprender los errores de los demás o nos empeñamos en hacer la vida imposible a todos aquellos que de alguna manera nos son antipáticos o los vemos como rivales profesionalmente hablando.

Si nos diéramos un momento para pensar, esforzándonos por apreciar las cosas en su justa medida, veríamos que en muchas ocasiones no existía la necesidad de reprender tan fuertemente al subalterno, al alumno o al hijo; discutir acaloradamente por un desacuerdo en el trabajo o en casa; evitar conflictos por comentarios de terceros. Parece ser que tenemos un afán por hacer los problemas más grandes, actuamos y decimos cosas de las que generalmente nos arrepentimos.

En otro sentido, debemos ser sinceros y reconocer que cuando algo no nos gusta o nos incomoda, enarbolamos la bandera de la prudencia para cubrir nuestra pereza, dando un sin fin de razones e inventando obstáculos para evitar comprometernos en alguna actividad e incluso en una relación. ¡Qué fácil es ser egoísta aparentando ser prudente! Que no es otra cosa sino el temor a actuar, a decidir, a comprometerse.

Tal vez nunca se nos ha ocurrido pensar que al trabajar con intensidad y aprovechando el tiempo, cumplir con nuestras obligaciones y compromisos, tratar a los demás amablemente y preocuparnos por su bienestar, es una clara manifestación de la prudencia. Toda omisión a nuestros deberes, así como la inconstancia para cumplirlos, denotan la falta de conciencia que tenemos sobre el papel que desempeñamos en todo lugar y que nadie puede hacer por nosotros.

Por prudencia tenemos obligación de manejar adecuadamente nuestro presupuesto, cuidar las cosas para que estén siempre en buenas condiciones y funcionales, conservar un buen estado de salud física, mental y espiritual.

La experiencia es, sin lugar a dudas, un factor importante para actuar y tomar mejores decisiones, nos hace mantenernos alerta de lo que ocurre a nuestro alrededor haciéndonos más observadores y críticos, lo que permite adelantarnos a las circunstancias y prever en todos sus pormenores el éxito o fracaso de cualquier acción o proyecto.

El ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse, por el contrario, la persona prudente muchas veces ha errado, pero ha tenido la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones aprendiendo de ellos. Sabe rectificar, pedir perdón y solicitar consejo.

El valor de la prudencia nos hace tener un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás, edifica una personalidad recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse en todo y con todos, generando confianza y estabilidad en quienes le rodean, seguros de tener a un guía que los conduce por un camino seguro.

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Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Imprudencia

62. LA AUDACIA (29 abril)

AUDACIA: Emprende y realiza acciones que parecen poco prudentes, convencido, a partir de la consideración serena de la realidad con sus posibilidades y con sus riesgos, de que puede alcanzar un bien.

La mala utilización de dicha virtud es, la osadía, por la cual realiza acciones poco prudentes pero no a partir de la realidad y ni mucho menos son para conseguir un bien, sólo para alimentar un egoísmo.

Por tanto, la audacia debe ser moderada por la razón. Entonces se convierte en la hermana menor de la fortaleza.

La acción rápida que conlleva la audacia es recomendable después de la reflexión previa, que es un acto de la conciencia.

La verdadera virtud de la audacia no es la imprudencia, ni osadía irreflexiva, ni simple atrevimiento. La audacia es fortaleza, virtud imprescindible para la vida del alma.

La lucha denodada dará a tu espíritu fortaleza, el andar con esfuerzo continuado hará de ti un héroe, camina siempre con la debida audacia acompañada del necesario discernimiento.

¿Te acuerdas la emoción que sentías cuando eras pequeño, o incluso ahora, si en una historia aparecía el héroe?

Esa persona, que absolutamente convencida de su misión, luchaba por la justicia, laverdad y el bien, salía a combatir por una causa justa, vencer el mal, disfrazado en diferentes formas, ya fuera por amor a su dama, por amor a Dios, o a su patria. ¡Cómo vibraba tu corazón!

Era un ser humano que se estaba jugando cien por ciento por sus ideales, con fe y confianza en que iba a ganar... Que su misión tenía un fin trascendente, que no importaba que corriera peligro su vida ya que ésta, estaba al servicio de un bien mayor...

¿Te acuerdas cuanto sufrías, cuando tenía nuestro héroe que soportar y resistir las más difíciles pruebas? Al final estaba ya casi todo perdido, y su férrea voluntad con el convencimiento absoluto de su fin, lo ayudaban a sobreponerse

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a todo, incluso a sí mismo y vencía... ¡En ese momento tu cuerpo entero saltaba de gozo y emoción y probablemente en la noche, soñabas que eras el héroe! Un héroe, que no lucha con su espada contra las nubes, o molinos de viento...

El héroe es un ser que encarna especialmente el valor como lo vamos a ver ahora. Un héroe es audaz, no es osado, ni menos pusilánime, es alguien que entrega su ser entero a una causa: el bien.

¡Cuántos héroes harían falta en nuestro planeta! Este siglo XXI, se ha caracterizado por la falta de audacia. Al revés, más bien vemos los dos polos: los osados o temerarios como los extremistas, o los pusilánimes, que están muy cómodos y satisfechos con su vida casi adentro de un frasco de formalina.

El héroe o la heroína quedaron enterrados en los viejos cuentos de hadas.¡Hay que resucitar este maravilloso valor de la audacia!, para mover nuestro planetahacia el bien.

La persona audaz es la que inicia y realiza acciones, consciente de que con susposibilidades reales y riesgos puede alcanzar el bien propio y ajeno.

DESCUBRIENDO MI AUDACIA

1. ¿He reflexionado acerca de que, para cambiar lo que me rodea, tengo que comenzar por cambiar yo mismo; que nada sucederá si yo no doy el primer paso?

2. Aquellos cambios o metas que me he propuesto, las he sometido al siguiente examen:

a) ¿Es un fin que me va a llevar a un bien para mí y los demás?

b) ¿Siento que en mí hay una pasión fuerte que me lleva a emprenderlo a toda costa?

3. Estoy dispuesto a asumir riesgos tales como:

a) Que los demás crean que soy un imprudente, que estoy perdiendo pequeñas seguridades.

b) Que muchas veces me voy a sentir solo, como los salmones: "nadando contra la corriente".

c) Que mi cuerpo tiene que estar en las mejores condiciones, para aquellosmomentos en que las energías se agoten y tenga que sobreponerme al cansancio.

d) Que mi psiquis debe estar segura, confiada y coherente, para no olvidar la meta y no quedarme a medio camino.

e) Que es bueno contar con la ayuda de amigos que persigan los mismos ideales.

f) Que estoy arriesgando hasta mi propia vida.

g) Que en el corto y mediano plazo no habrá aplausos ni recompensas.

h) Que seré humillado, vilipendiado y objeto de ironía de los débiles y pusilánimes.

i) Que tendré que hacerme amigo de la soledad y del silencio.

j) Que siempre encontraré en este camino signos, personas que me ayudarán.

k) Que es bueno dividir mi objetivo final en objetivos a corto y mediano plazo, para hacerme el camino menos duro.

l) Estar preparado para no dejarme vencer o frustrarme con los imprevistos que Saldrán a mi encuentro.

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m) Aceptar con humildad, que al final de la misión, quizás tu única recompensa será la del deber cumplido.

La audacia en la vida cotidiana significa que el héroe del siglo XX, debe partir por transformarse a sí mismo para luego influir sobre su familia, trabajo y sociedad que lo rodea.

Vamos a sugerirte algunos planos donde puedes empezar a poner en práctica la audacia.

1. En ti mismo:

Cambios espirituales

Cambios psíquicos

Cambios corporales.

2. En tu pareja:

Vivir la fidelidad

Una comunicación más profunda.

3. En tu familia:

Practicar valores

Renovar la temática de las conversaciones

Buen uso del tiempo libre

4. En tu trabajo:

Mayor comunicación con tus padres y familiares.

Generar proyectos creativos, productivos y llevarlos a la acción.

5. Sociedad:

Incorporarte activamente buscando soluciones, que aunque sean criticadas promuevan la evolución de ella misma.

6. En el planeta:

Contactarte con gente que busca conservarlo y mejorarlo que tienen que ser objetivos similares a los tuyos.

7. En lo espiritual:

Ser un alquimista y un ejemplo viviente de la Fe, la Esperanza y la Caridad. ¡Vivir en Dios!

8. En la Educación:

Aceptar y hacerte responsable del "derecho" a educar los valores trascendentes.Los ejemplos son interminables, la audacia se mueve en infinitos campos, elige el tuyo y... ¡manos a la obra! ¡Es tiempo de resucitar a héroes y heroínas!

ACTITUDES DE UN COBARDE O TEMEROSO:

1. Inseguridad y desconfianza en sus potencialidades.

2. Pereza y comodidad, producto de una grave falla en su voluntad.

3. Conformismo total, las cosas hay que dejarlas tal como están.

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4. Extremado apego a lo material, a lo seguro, a lo cómodo.

5. Personalidad invadida por miedos, temores, traumas que terminan por paralogizarla.

6. Su lema: la ley del mínimo esfuerzo.

7. Complaciente y preocupado de su imagen, no soporta las críticas, por eso no es capaz de romper esquemas en pro de una evolución positiva.

8. Escasa vida interior, poco contacto con su alma, prefiere las satisfaccionesmomentáneas.

9. Elige lo seguro, aunque sea poco; no es capaz de correr riesgos.

10.Dependiente a los deseos y metas de los que lo rodean.

11.Muy centrado en sí mismo, muy egoísta, no le interesa jugarse por los demás en pro de un bien común.

12.Extremadamente débil y frágil en lo moral y espiritual, en lo psíquico y lo físico.

¿SOY OSADO O TEMERARIO?

Cuando tengo un objetivo, meta o ideal:

1. No tomo un tiempo necesario ni prudente para medir beneficios o riesgos.

2. No evalúo si el fin que persigo, realmente es para un bien personal y común.

3. Me lanzo, o me embarco en ese proyecto, sin medir ninguna consecuencia.

4. Estoy convencido que mi cuerpo y mente resistirán todo lo que venga, sin prepararlo de antemano.

5. Busco resultados inmediatos.

6. No pido ayuda o consejo en personas más sabias que yo.

7. Mi meta no está regida por valores trascendentes en sus objetivos (Ej.: matar por fines políticos).

8. Generalmente estoy motivado por emociones o pasiones muy negativas: odio,venganza, resentimiento.

9. Mis acciones apuntan más a llamar la atención, a impactar, a "choquear", a serreconocido por contraste, que a un ideal que ayude a los demás.

10.Pongo todas mis energías en lograr cosas que no tienen importancia ni trascendencia,gastando mi tiempo inútilmente. (Pelear para ganar, por ejemplo, una discusiónintelectual con el fin de lucirme.)

¿Te habrás dado cuenta que para ser audaz, es necesario conocer y estudiarprofundamente los valores, para tener así, muy claras las metas o ideales por las que deseamos luchar con cuerpo y alma...?

¿Quieres pasar por esta vida sin dejar ninguna huella trascendente, un ser más de la masa, o quieres darle un sentido, profundo coherente y transpersonal?

¡Te desafiamos a ser audaz!

DISVALORES O ANTIVALORES DE LA AUDACIA:

- Osadía o temeridad:

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Es aquella persona que emprende y realiza acciones, sin contar con los medios para hacerlo, y sin tener claro su objetivo.

- Pusilanimidad o cobardía:

Básicamente es una persona que no se atreve a emprender ningún desafío, o algo que valga la pena, porque no confía en sus posibilidades, ni en sus fines; básicamente porque no ha desarrollado su voluntad.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Osadía o temeridad

63. JUSTICIA (30 abril)

Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o le pertenece. Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

Buscar el equilibrio

Una figura famosa representa a la justicia. Se trata de una mujer que lleva los ojos vendados y porta una balanza con sus dos platos en equilibrio. Los ojos vendados significan que, sin importar de quién se trate (sin tomar en cuenta su raza, su religión o su lugar en la sociedad), todos deben recibir lo que les corresponde.

La balanza indica que la decisión no debe inclinarse a favor de una persona y en contra de otra. La injusticia ocurre cuando un plato se inclina más que el otro. Por ejemplo: es injusto que una persona trabaje mucho y le paguen poco, pero también lo es que trabaje poco y le paguen mucho. La injusticia aparece en la vida diaria cuando le negamos a alguien lo que consiguió con su esfuerzo. También aparece en la sociedad cuando hay personas que no tienen casa ni ropa, mientras otras cuentan con más de lo necesario para vivir.

Viviendo el valor

El valor de la justicia se refiere a la concepción que cada época o cultura han tenido de lo que es bueno para todos. Su fin práctico es reconocer lo que le corresponde y pertenece a cada cual hacer que se respete ese derecho, recompensar su esfuerzo y garantizar su seguridad. No se limita a los casos que se tratan en los tribunales, aparece en la vida diaria como un factor del que se derivan relaciones más equilibradas y respetuosas, así como el bienestar de la sociedad en su conjunto.

A cada quien, lo que merece

Estamos rodeados de personas, y nosotros formamos parte del mundo de ellas. Por el hecho de existir a cada una le corresponde vivir en buenas condiciones. Es justo que tenga alimentos, un hogar y la oportunidad de hacer lo mejor de su vida, según su inclinación. Para lograrlo tiene que esforzarse. La justicia consiste en garantizar que el resultado del esfuerzo se respete.

Por ejemplo, si ganamos la competencia de natación, es justo que nos den la medalla. Para que haya justicia nosotros debemos reconocer las ilusiones, el esfuerzo y los resultados de los otros. Si otra persona llegó a la meta antes que nosotros es justo que ella, y no nosotros, reciba la medalla. Cuando existen dudas sobre lo que corresponde a cada quien, hay reglas y leyes para decidirlo. Debemos procurar que se apliquen.

Para la vida diaria

Todos queremos tener acceso a lo mejor, por ejemplo, ganar un concurso u obtener un buen empleo. La justicia permite que las personas que se han esforzado en lograrlo lo consigan.

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En situaciones comunes (como cualquier juego o la conducción de un vehículo) seguir las reglas garantiza el orden y la seguridad.

Si dos personas juntan su dinero para comprar un objeto, es recomendable procurar que cada una reciba la parte que le corresponde.

Aunque tengamos prisa para realizar nuestras actividades cotidianas debemos respetar el turno de cada quien.

Por el camino de la justicia

Mira a tu alrededor. Los miembros de tu familia, tus compañeros de clase y las personas que pasan por la calle tienen planes e ilusiones como tú. Si tú aprendes a reconocerlos, ellos reconocerán los tuyos.

La justicia no siempre es automática. Si quieres conseguirla mantente firme en tu lucha. Con seguridad podrás alcanzarla.

La justicia nos protege a nosotros y protege a los demás. Seguir el reglamento de tránsito, por ejemplo, garantiza que todos los conductores (y sus acompañantes) lleguen bien a su destino.

Conoce a: Abraham Lincoln: defensor de la justicia

(1809-1865)La esclavitud, cuando una persona está sometida a los propósitos de otra que la explota para conseguir un beneficio económico, es la forma más aguda de la injusticia.

El estadounidense Abraham Lincoln dedicó su vida a acabar con ella. Hijo de un carpintero, huérfano de madre desde muy pequeño, estudió derecho por su cuenta, pues pensaba que la ley es la clave del bien común. Como diputado en su país destacó por criticar la esclavitud de las personas negras en los estados del sur. En 1860 fue electo presidente y esos estados se separaron de la unión americana. Entonces comenzó una guerra entre éstos y los estados del norte, que apoyaban a Lincoln. El presidente declaró la libertad de todos los esclavos en 1863. Al término de la guerra, en 1865, los ciudadanos reconocieron que era el principio de una nación más justa.

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Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Injusticia.

64. CONSTANCIA (1 mayo)

La constancia no es un valor que a primera vista parezca demasiado importante, pero sin ella es imposible la obtención de resultados en cualquier campo de la vida.La constancia es necesaria para culminar cualquier proyecto humano, Se requiere la dura prueba de la perseverancia en el bien, sortear muchas dificultades, estar dispuesto a volver a comenzar una y otra vez, un día y otro día, sin desalentarse por los fracasos, por las derrotas parciales, por los problemas que normalmente aparecerán a lo largo del camino.

La constancia significa algo mucho más profundo que una simple certificación y se trata de la virtud o valor que observan algunos seres humanos y que les permitirá actuar con firmeza y perseverancia en las decisiones, acciones o propósitos que se tengan.Es decir, casi siempre, cuando nos enfrentamos a elecciones y decisiones, también deberemos enfrentarnos a sus respectivas dificultades y es precisamente en este punto donde entrará en juego el mencionado valor de la constancia, para evitar que esas dificultades prosperen y se conviertan en un impedimento para la concreción de nuestros sueños o metas.

La fuerza de voluntad y el esfuerzo a largo plazo son las dos principales aliadas del valor de la constancia.

Firmeza y perseverancia en las resoluciones, en los propósitos o en las acciones que una persona realiza, en su trabajo, en su vida, muchas de las personas tienen como este valor la constancia porque para ellos como su vida; tener una permanencia o solo estar afiliado a lo que realiza

Por ejemplo, jóvenes que inician sus estudios universitarios y, después de un cierto tiempo, desanimados por las dificultades, los abandonan, sin poder obtener el título que tanto buscaban. Algunos se formulan bellos propósitos de superación y después de una jornada de reflexión o de un retiro y después de un período inicial de cumplimiento, no tienen la fuerza de voluntad para llevarlos a cabo.

En la formación de la constancia es imprescindible contar con una voluntad fuerte que se acera con el sacrificio personal, no sólo con grandes, pero aislados sacrificios, sino con pequeños actos de dominio de sí continuados, puestos día tras día, hasta formar sólidos hábitos de conducta.

El valor de la constancia nos da firmeza y perseverancia de ánimo en las resoluciones y en los propósitos. Si no lo aplicamos, jamás podremos alcanzar nuestras metas ni cumplir nuestros sueños, porque la constancia es el alimento del esfuerzo.

Tú puedes tener los proyectos más ambiciosos, las mejores ideas, los planes más grandiosos. Puedes incluso trazar tu camino para conseguir lo que te propones. Pero si no aplicas constancia en lo que haces, si dejas pasar el tiempo antes de decidirte a dar el primer paso hacia tu meta, si interrumpes el camino y comienzas a dejar las cosas para después, todos esos sueños se convierten en nada, y cuando te des cuenta, podrías descubrir que es demasiado tarde para realizar algunos de ellos o todos.

No basta con soñar; hay que realizar. No basta con decir “voy a hacer…” hay que hacerlo. Constancia tiene que ver también con superar los obstáculos que, más tarde o más temprano, se presentan en el camino. Si te detienes al primer problema, o te rindes ante la primera dificultad, difícilmente podrás recorrer el resto del camino.

Los enemigos de la constancia son actitudes como:

- “Mañana comienzo”. ¿Por qué mañana? ¿Por qué no hoy mismo? Retrasar la realización de tus sueños parece una pérdida de tiempo.

- “Primero tengo que hacer otras cosas”. Está bien, puede ser, Pero puedes comenzar hoy a recorrer el camino.

- “Hoy no me siento inspirado”. ¿Entonces cuándo? Las musas son caprichosas: a veces no vienen si uno no las llama.

- “Esperaré hasta que se den las condiciones que necesito”. ¿Y qué ocurre si nunca se dan? No esperes a que el destino te ponga en el punto preciso; mejor crea tú mismo las condiciones; haz que las cosas sucedan.

- ” Es sólo un sueño: nunca podré realizarlo”. Te estás derrotando de antemano. He aquí un pensamiento tóxico que frena tu progreso y que merma tu seguridad.

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- “Tengo flojera”. La constancia no es cosa ánimo, es cuestión de perseverancia. Sí, aun que la cama esté deliciosa, aunque tengas que levantarte temprano, aunque muchas veces no tengas ganas de trabajar.

Visualiza tu meta, planéala y dirígete a ella sin permitir que nada ni nadie te detenga. Porque las grandes realizaciones comienzan cuando alguien tiene un sueño que se propone convertir en realidad.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Inconstancia.65. LA TOLERANCIA (2 mayo)

 Podríamos definir la tolerancia como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona...

La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud de enorme importancia.

El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar.

Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansablemente qu5, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.

¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Con este concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades generalistas solo nos llevan a un camino de confusión.

De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema.

Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la fuente de la sencillez, ella será la encargada de otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obrar.

Hemos empezado hablando de la tolerancia como parte del “respeto a la diversidad”. Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que es muy necesario y urgentemente hay que promover.

Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”, y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Su propia naturaleza pide el respeto mutuo, porque “ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo fin”. Séneca no se conforma con la indiferencia: “¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!”. Por naturaleza, “las manos han de estar dispuestas a ayudar”, pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo “muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo mutuo”. La benevolencia nos enseña a no ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos.

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La tolerancia es un regalo desde los primeros años de la vida.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Incomprensión

66. AMOR (5 mayo)

El valor del amor es tener como ideal el bien común, el perfeccionamiento propio y el de los demás.

El amor se piensa como un tópico muy filosófico, incluso puede sonarnos a discurso religioso, sin embargo es necesario pensarlo como el referente más gene00ral que nos permite tomar decisiones éticas. Es la base de toda nuestra actuación, cuando se le considera y también cuando no se le toma en cuenta.

Como sociedad estamos de acuerdo en que lo mejor de la educación, del intelecto, de las potencialidades humanas deben encaminarse al bien individual y de la humanidad, no a la justicia fría, no a la responsabilidad de cada cual, ni al cumplimiento de las obligaciones que nos tocan, sino más allá: tratar a cada quien como quisiéramos ser tratados, con amor.

La idea del amor tiene un significado profundo, de lo que en lo más íntimo de nuestro ser creemos que es bueno o malo; otros valores como la justicia evalúan la transgresión a las normas de observancia externa, el amor es el único que estima la esencia del bien y del mal en nuestra conciencia.

Nos permite tomar decisiones tomando en cuenta lo físico (lo que se ve) y aquello que forma pa0rte de lo espiritual (es decir lo que no podemos ver).

Transitar por la vida sin rencores, perdonando nuestros errores y las fallas de los demás es expresión del amor. La venganza, el engaño, los sentimientos de culpa y el sufrimiento que nos causamos a nosotros mismos y que podemos provocar en los demás, son consecuencia de decisiones que no se apegan al ideal de bondad, sino al “ideal” de la maldad, de la malicia.

A pesar de lo que digamos, es necesario precisar que el buen comportamiento es un proceso de difícil decisión, en todas las situaciones hay opciones que se deben evaluar, complejidades que requieren de preparación y el mejor uso de nuestra inteligencia, el amor nos sitúa en dirección al mayor bien y el menor mal posible.

Cómo se desarrolla el amor

El valor del amor se desarrolla cuando:

Vivo tratando de ser feliz.

Trato de ser consciente de hacer el bien, sin causar daño a las personas ni a la naturaleza.

Doy reconocimiento a los que actúan bien, sin aprovecharme, ni engañarlos.

Aprecio el interés propio; pero respeto los intereses y derechos de todos.

Soy ejemplo de dar sin esperar pago alguno, sino por el amor en sí mismo.

Para reflexionar

Decálogo del amor:

1. El reconocimiento y afecto incondicional a todas las personas y la naturaleza.

2. El amor no debe fingirse.

3. Reconozcamos en el amor una expresión de la esencia humana.

4. Lo opuesto al amor es el odio, la envidia, la soberbia, la cerrazón a ser feliz.

5. Abrirse al amor es llenarnos de esperanza, lo contrario es el sinsentido de la existencia.

6. Sin amor podemos gozarnos en placeres; pero sólo el amor perdura.

7. No es necesario entender por qué amamos, para comportarnos amorosamente.

8. El amor predica con el ejemplo.

9. Envidiar el bien ajeno, es disminuir nuestro propio bien.

10. Vivir feliz significa encontrar el amor en todas las cosas.

Qué implica el amor en nuestra familia

- Comprender profundamente lo valioso del amor, superior a la disciplina, dando oportunidad a todos de superarse en su camino de perfeccionamiento.

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- La integración y desarrollo de la familia, requieren del amor.

- Prescindir del amor es llevar a la bancarrota la esencia de la familia; sin el amor cuando mucho lograremos una familia ordenada, pero no amorosa.

Consulta bibliográfica y entrevista a un familiar sobre el antivalor: Antipatía.

HISTORIASPARA

PENSAR

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1. Complejos (6 mayo)

"¡Qué horror! Me han salido más granos, he engordado cinco kilos y este pelo es horroroso…"

Esta es la típica expresión de los jóvenes debido a los cambios físicos que sufren y a la inseguridad que conllevan, creando complejos acerca de su aspecto. Es decir, se ven como el pobre patito feo del famoso cuento, sintiéndose muy tristes y solos. Pero lo normal será, al igual que el cuento, que la historia tenga un final feliz: a pesar de las apariencias todos somos hermosos cisnes...

En consecuencia, para algunos el cuerpo es problema. O se avergüenzan de él o lo idolatran. Tú mismo conocerás algunos muchachos para quienes la delgadez (25%), la estatura (bajo 35%, alto 25%) , las espinillas (50 %), dientes malformados (15 %), nariz larga (9%), gafas (25%), barba espesa (14%) o algún defecto físico les dificulta la convivencia.

En referencia al género femenino, hay muchachas tan avergonzadas de su cara (nariz larga 25%, rostro vulgar 45%, granos y espinillas 80%), de los cabellos, flaca (50%), gruesa (56%), estatura (baja 23%, alta 51%), senos (9%), gafas (35%), cicatrices y lunares (30%), los pies o cualquier otra parte del cuerpo que sufren un verdadero complejo.

Se trata de simples consecuencias, bastantes accidentales; pero para un joven cobran un dimensión insospechada. La inadaptación antes estos cambios físicos puede originar un sentimiento de inseguridad continuo en algunos chicos y chicas, llegando incluso a acomplejarles.

Muchas veces el humor de unos u otras, depende de lo que sienta con respecto a su propio cuerpo. En el cuerpo que está creciendo no todo es armonioso. Crecer es algo tan natural que no puede esperarse que todos los cuerpos crezcan armoniosos, graciosa y uniformemente.

En definitiva ¡No se puede medir la belleza por patrones inadecuados como el de la simetría! La belleza es algo más. Mucha gente joven inventa complejos donde no hay razón para ello. Sólo porque alguien pasó y miró un tanto indiferente, en seguida concluyen: "fue por mi pies", "claro mis senos", fue por esto o aquello...", sin que fuera nada de ello. Y aunque lo hubiere sido, ¿qué importa?

Por ello para que esto no ocurra debemos tener un mejor conocimiento y aceptación nosotros mismos, un esfuerzo personal para superarse y una apertura social. Esto ayudado con el siguiente autoanálisis teniendo en referencia y centro de mi vida a Dios:

Soy especial, porque soy un producto digno de la mano de Dios, a su propia imagen y semejanza.

Soy único, el molde que uso Dios usó para crearme no ha sido utilizado para crear a nadie más.

Soy valioso, cada uno tenemos un valor especial para Dios.

Soy hijo de Dios, y por lo tanto lo tengo profundo sentido de pertenencia.

Soy objeto del amor de Dios y ese amor es incondicional. Esto hace que me sienta seguro.

Soy útil, acepto que lo más significativo de mi vida no es lo que hago en favor de mi mismo sino lo que hago en favor de los demás.

Teniendo en cuenta lo dicho, el día que descubras que la belleza es algo muy relativa , vivirás en paz, al margen que en ti haya algo demasiado grande o demasiado pequeño. ¡No des a tu cuerpo ni menos ni más importancia de la que tiene! ¡No dejes que unos tristes centímetros de más o de menos o unos kilos arriba o abajo determinen tu comportamiento! Gracias a Dios la vida es más que eso.

CUESTIONATE: ¿Te importa lo que digan las personas de ti?

¿La belleza es relativa?

¿Qué me quiere dar a entender la historia?

¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

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2. Amigos (7 mayo)

  Hace tiempo al estar en mi casa, siendo como las 11:00 de la noche, recibí la llamada telefónica de un muy buen amigo mío. Me dio mucho gusto su llamada y lo primero que me preguntó fue: -“¿cómo estás?” Y sin saber por qué le contesté: -"solísimo".

-¿Quieres que charlemos? Le respondí que sí y me dijo: -¿quieres que vaya a tu casa? Y respondí que sí. Colgó el teléfono y en menos de quince minutos él ya estaba tocando a mi puerta.

Yo empecé y hablé por horas y horas, de todo, de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas, y él atento siempre, me escuchó. Se nos hizo de día, yo estaba totalmente cansado mentalmente, me había hecho mucho bien su compañía y sobre todo que me escuchara y que me apoyara y me hiciera ver mis errores, me sentía muy a gusto y cuando él notó que yo ya me encontraba mejor, me dijo: -“Bueno, pues me retiro tengo que ir a trabajar.”

Yo me sorprendí y le dije: -“Pero porque no me habías dicho que tenías que ir a trabajar, mira la hora que es, no dormiste nada, te quite tu tiempo toda la noche”. Él sonrió y me dijo: -no hay problema para eso estamos los amigos”. Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así.

Lo acompañé a la puerta de mi casa... y cuando él caminaba hacia su automóvil le grité desde lejos: -“oye amigo, y a todo esto, ¿por qué llamaste anoche tan tarde?”. El regresó y me dijo en voz baja… -“Es que te quería dar una noticia...” y le pregunté: -¿qué pasó? Y me dijo... “Fui al doctor y me dice que mis días están contados, tengo un tumor cerebral, no se puede operar, y solo me queda esperar...” yo me quedé mudo...él me sonrió y me dijo: -“Que tengas un buen día amigo...” se dio la vuelta y se fue...

Pasó un buen rato para cuando asimilé la situación y me pregunté una y otra vez, porque cuando él me preguntó ¿cómo estás? me olvidé de él y sólo hablé de mí. Cómo tuvo la fuerza de sonreírme, de darme ánimos, de decirme todo lo que me dijo, estando él en esa situación?...esto es increíble.

Desde entonces mi vida ha cambiado, suelo ser más crítico con mis problemas y suelo disfrutar más de las cosas buenas de la vida, ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero. Por ejemplo él todavía vive y procuro disfrutar más el tiempo que convivimos y platicamos, sigo disfrutando de sus chistes, de su locura, de su seriedad, de su sabiduría, de su temple, de mi amigo...

"No hay amor más grande que dar la vida por los amigos". Cristo

CUESTIONATE: ¿Qué es la amistad para ti?

¿Qué me quiere dar a entender la historia?

¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

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3. Asamblea en la carpintería (8 mayo)

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: -"Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos".

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.

Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

Ocurre lo mismo con los seres humanos. Observen y lo comprobarán. Cuando en una empresa el personal busca a menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, es cuando florecen los mejores logros humanos.

Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, pero encontrar cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los éxitos humanos.

CUESTIONATE: ¿Qué me quiere dar a entender la historia?

¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

4. ¿Cómo Crecer? (9 mayo)

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?

No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a vos mismo.

No hay posibilidad de que seas otra persona.

Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...

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¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

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5. Animarse a volar (12 mayo)

..Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:

-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.

-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.

-Ven – dijo el padre.

Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.

-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...

El hijo dudó.

-¿Y si me caigo?

-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.

Los más pequeños de mente dijeron:

-¿Estás loco?

-¿Para qué?

-Tu padre está delirando...

-¿Qué vas a buscar volando?

-¿Por qué no te dejas de pavadas?

-Y además, ¿quién necesita?

Los más lúcidos también sentían miedo:

-¿Será cierto?

-¿No será peligroso?

-¿Por qué no empiezas despacio?

-En todo casa, prueba tirarte desde una escalera.

-...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.

Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó...

Desplegó sus alas.

Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra...

Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:

-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas son de adorno... – lloriqueó.

-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.

Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar.

Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.

Si uno quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.

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6. El Buscador (13 mayo)

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador

Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco ese alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos.  Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo  invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso  el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de  un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción… “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla  decía “Llamar  Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado.  Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué  pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo  ha obligado a construir un cementerio de chicos?

El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fue lo disfrutado…, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?… ¿Una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas  y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …¿y el casamiento de los amigos…? ¿Y el viaje más deseado…? ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

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¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

7. El Oso (14 mayo)

Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso. 

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Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.

Nadie contradecía al emperador de toda la Rusia, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí su muerte.

Cuando, cayó el sol un guardia cárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre revolvió el plato de comida con la cuchara y mirando al guardia cárcel dijo – Pobre del zar.

- El guardia cárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu cabeza quedará separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la mañana.

- Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un sastre, el zar perderá la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en el mundo su propio oso aprenda a hablar.

- ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardia cárcel sorprendido.

- Un viejo secreto familiar... – dijo el sastre.

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su descubrimiento:

¡¡El sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!!

El zar se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó:

-¡¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo...

-El zar hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?

- Bueno, depende de la inteligencia del oso... Dijo el sastre.

- ¡¡El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar

– De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.

-Bueno, musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender... yo creo... que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de...... DOS AÑOS.  El zar pensó un momento y luego ordenó: 

- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al oso. ¡Mañana empezarás!

- Alteza - dijo el sastre – Si tu mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estarán muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, yo tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no podré dedicarme a tu oso... debo mantener a mi familia.

- Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu familia estarán bajo la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado... Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te arrepentirás de haber pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por el verdugo... ¿Entiendes, verdad?.

- Sí, alteza.

- Bien... ¡Guardias! - gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños. Ya... ¡Fuera!  El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras musitaba agradecimientos. 

- No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos años el oso no habla... – Alteza... -

...Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia, el hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos.

La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante...

Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos.

- Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto un oso de cerca, ¡Estás, loco!

Enseñar a hablar al oso... Loco, estás loco...

- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer, ahora... ahora tengo dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en dos años.

En dos años... – siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir yo... y lo más importante... por ahí el ¡¡oso habla!!

CUESTIONATE: ¿Qué me quiere dar a entender la historia?

¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

8. El temido enemigo (15 mayo)

Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le

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alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era.

Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino.

Invariablemente todos le decían lo mismo:

-Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro.

(En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).

El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.

No decían lo mismo del rey.

Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.

Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...

Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...

...Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le preguntó:

- ¿Es cierto que puedes leer el futuro?

- Un poco – dijo el mago.

- ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?

- Un poco – dijo el mago.

- Entonces quiero que me des una prueba - dijo el rey -

¿Qué día morirás? ¿Cuál es la fecha de tu muerte?

El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

- ¿Qué pasa mago? - dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?...  ¿no es cierto que puedes ver el futuro?

- No es eso - dijo el mago - pero lo que sé, no me animo a decírtelo.

- ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuándo perdemos a sus personajes más eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:

- No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey...

Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.

El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio...

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Se dio cuenta de que se había equivocado.

Su odio había sido el peor consejero.

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- Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.

- Me siento mal - contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...

El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.

¿Habría leído su mente?

La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?...

Estaba aturdido

Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.

- ¡ Majestad!. Será un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara...

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.

Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.

Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara).

El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó...

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.

Pasaron los meses y luego los años.

Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.

Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.

Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.

Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.

Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.

Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo

Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.

El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:

- Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho

- Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.

- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado...

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- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.

Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.

Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y le dijo:

- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí... Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca.

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.

Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir juntos...

Cuenta la leyenda... que misteriosamente...  esa misma noche... el mago... murió durante el sueño.

El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.

No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.

Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche anterior a su muerte?.

Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después.

Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...

Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.

Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos.

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás para confirmar la última enseñanza del maestro.

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9. La alegoría del carruaje (16 mayo)

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay un regalo para vos.

Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy "chic". Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.

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Entonces miro por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: "¡Qué bárbaro este regalo! "¡Qué bien, qué lindo...!" Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.

Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.

Me pregunto: "¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.

De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome: -¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?

Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.

-Le faltan los caballos - me dice antes de que llegue a preguntarle.

Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido. -Cierto - digo yo.

Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro les grito: -¡Eaaaaa!

El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.

Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.

Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.

Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.

Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.

En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué me hizo!

Me grita:-¡Te falta el cochero! -¡Ah! - digo yo.

Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.

Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde ir.

Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.

Yo... Yo disfruto el viaje. "

Hemos nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo.

A poco de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.

Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente.

El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos.

No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje. Obviamente tampoco podés descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el proyecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje..."

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10. Un hermano así (19 mayo)

A Paul, un amigo mío, su hermano le regaló un automóvil por Navidad. En Nochebuena, cuando Paul salía de su despacho, encontró un pilluelo de la calle dando vueltas alrededor del brillante coche nuevo, admirándolo.

—¿Es éste su coche, señor? —le preguntó. Paul asintió con la cabeza.

—Me lo regaló mi hermano por Navidad —respondió. El chico se quedó atónito.

—¿Quiere decir que su hermano se lo dio y a usted no le costó nada? Vaya, ojalá... —se interrumpió, vacilante.

Por cierto, Paul sabía ya lo que el chico iba a decir: que ojalá él tuviera un hermano así. Pero lo que realmente dijo lo conmovió hasta lo más hondo.

—Ojalá yo pudiera ser un hermano así —continuó. Paul lo miró, atónito, e impulsivamente añadió:

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—¿Te gustaría dar una vuelta en mi coche? —Oh, sí. Me encantaría. Tras un corto recorrido, el chico le preguntó: —Señor, ¿le importaría pasar frente a mi casa?

Paul esbozó una sonrisa, pensando que sabía lo que deseaba el chico: que sus vecinos vieran que él podía volver a casa en un gran automóvil. Pero otra vez se equivocaba.

—¿Puede detenerse allí, donde están esos dos escalones? —preguntó el niño.

Subió los escalones corriendo y casi en seguida Paul lo oyó regresar con lentitud. Venía trayendo en brazos a su hermanito tullido. Lo sentó en el escalón inferior y, abrazándolo fuertemente, le señaló el coche.

—¿Ves, Rudy, es como yo te dije? Su hermano se lo regaló por Navidad y a él no le costó ni un céntimo. Algún día yo te regalaré a ti uno igual a éste... para que tú puedas ir solo a ver todas las cosas bonitas que hay en los escaparates de Navidad, las que yo he tratado de contarte cómo son.

Paul bajó del coche y sentó al pequeño en el asiento inmediato al del conductor. Con los ojos brillantes, el hermano mayor se instaló junto a él, y esa víspera de Navidad los tres iniciaron un memorable paseo. Paul aprendió cuál había sido la intención de Jesús al decir: «Más bendición es dar...».

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11. El elefante encadenado (20 mayo)

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

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12. Un simple gesto (21 mayo)

Mark volvía caminando de la escuela cuando advirtió que el muchacho que caminaba delante de él había tropezado y se le habían caído todos los libros que llevaba, además de dos pantalones, un bate de béisbol, un guante y un pequeño magnetófono. Mark se arrodilló para ayudarle a recoger los objetos desparramados y, como iban por el mismo camino, le ayudó a llevar parte de la carga. Mientras caminaban, supo que el chico se llamaba Bill, que le encantaban los video-juegos, el béisbol y la historia, que tenía muchos problemas con las demás asignaturas y que acababa de romper con su novia.

Primero llegaron a casa de Bill, donde invitaron a Mark a que entrara a tomar un refresco y a ver la televisión un rato. La tarde pasó agradablemente, entre algunas risas y algo de charla intrascendente, luego Mark se fue a su casa. Los dos chicos siguieron viéndose en la escuela, almorzaron juntos un par de veces y, finalmente, ambos terminaron la primaria. Casualmente fueron a la misma escuela secundaria, donde siguieron teniendo breves contactos durante años. Finalmente, llegado el tan esperado último año, tres semanas antes del día que finalizaban los cursos, Bill le preguntó a Mark si podían conversar un rato.

Le recordó aquel día, años atrás, en que se habían conocido, y le preguntó:

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— ¿Nunca te extrañaste de que ese día volviera a casa tan cargado de cosas? Había vaciado mi armario porque no quería cargar a nadie con ese desorden. Había ido guardando algunas pastillas para dormir de mi madre y volvía a casa con intención de suicidarme. Pero después de haber pasado un rato contigo, charlando y riéndonos, me di cuenta de que si me hubiera matado habría perdido aquellos momentos y muchos otros que podían haberles seguido. Entonces, Mark, ya vez que aquel día, cuando me recogiste los libros, hiciste mucho más... Me salvaste la vida.

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13. Se venden cachorros (22 mayo)

El propietario de una tienda estaba colgando sobre la puerta un cartel que anunciaba: «Venta de cachorros». Ese tipo de anuncios tienen la virtud de llamar la atención de los niños y no tardó en aparecer un niñito bajo el cartel.

— ¿A cuánto vende usted los cachorros? —preguntó. —Entre treinta y cincuenta dólares —respondió el dueño de la tienda. El pequeño rebuscó en sus bolsillos y sacó algunas monedas.

—Sólo tengo dos dólares y treinta y siete centavos —anunció—. ¿Puedo verlos, por favor?

El dueño sonrió, emitió un silbido y de la perrera salió Lady, que se acercó corriendo por el pasillo de la tienda seguida por cinco minúsculas bolitas de pelo. Uno de los cachorros seguía a los demás con dificultades. Inmediatamente, el niño se fijó en el perrito lisiado que cojeaba y preguntó: —¿Qué le pasa a ese perrito?

El dueño de la tienda le explicó que el veterinario, al examinarlo, había descubierto que al cachorrito le faltaba la fosa de articulación de la cadera.

—Pues ése es el cachorrito que quiero comprar —exclamó el niño, entusiasmado.

—No creo que quieras comprarlo —objetó el dueño de la tienda—, pero si realmente lo quieres, te lo regalo.

El chiquillo se ofendió mucho; miró a los ojos al dueño de la tienda, apuntándole con un dedo, y declaró:

—No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como cualquiera y le pagaré a usted lo que valga. Es más, ahora le daré todo lo que tengo y le iré pagando cincuenta centavos cada mes hasta completar su precio.

—En realidad, no creo que quieras comprar el perrito —replicó el hombre—. Nunca podrá correr y saltar y jugar contigo como los demás cachorritos.

Al oír estas palabras, el chiquillo se inclinó para levantarse la pernera del pantalón, mostrando una pierna gravemente deformada que se apoyaba en una ortopedia. Levantó los ojos hacia el propietario de la tienda y respondió en voz baja:

—Bueno, yo tampoco soy muy buen corredor y el cachorro necesitará a alguien que lo entienda.

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14. Mi declaración de autoestima (23 mayo)

Yo soy yo.

En el mundo entero no hay nadie que sea exactamente como yo. Hay personas que tienen cosas que se me parecen, pero nadie llega a ser exactamente como yo. Por lo tanto, todo lo que sale de mí es auténticamente mío porque sólo yo lo elegí.

Soy dueña de todo lo que me constituye: mi cuerpo y todo lo que mi cuerpo hace, mi mente y con ella todos mis pensamientos e ideas, mis ojos y también las imágenes de todo lo que ellos ven, mis sentimientos, sean los que fueren (enfado, júbilo, frustración, amor, desilusión, entusiasmo); mi boca y todas las palabras que de ella salen (corteses, dulces o ásperas, correctas o incorrectas), mi voz, áspera o suave, y todas mis acciones, ya se dirijan a otros o a mí misma.

Soy dueña de mis propias fantasías, de mis sueños, mis esperanzas y mis miedos.

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Son míos todos mis triunfos y mis éxitos, mis fallos y mis errores.

Como soy dueña de todo lo que hay en mí, puedo relacionarme íntimamente conmigo misma. Al hacerlo, puedo amarme y ser amiga de todo lo que hay en mí. Entonces puedo trabajar toda yo, sin reserva, para mi mejor interés.

Sé que en mí hay aspectos que no entiendo, y otros que no conozco, pero mientras me acepte y me quiera puedo, con ánimo valiente y esperanzado, buscar las soluciones a los enigmas y las maneras de saber más cosas de mí misma.

Todo lo que miro y digo, cualquier cosa que exprese y haga, y todo aquello que piense y sienta en un momento dado, soy yo. Todo esto es auténtico y representa dónde estoy en ese momento del tiempo.

Cuando más adelante evoque qué aspecto tenía y cómo hablaba, lo que decía y lo que hacía, cómo pensaba y sentía, algunas partes pueden parecerme fuera de lugar. Puedo descartar lo que no me viene bien y conservar lo que me parezca adecuado, e inventarme algo nuevo que reemplace a lo que haya descartado.

Puedo ver, oír, sentir, decir y hacer. Tengo los recursos para sobrevivir, para estar próxima a los demás, para ser productiva, para encontrar sentido y orden en el mundo de las personas y las cosas que existen fuera de mí.

Soy mi propia dueña, y por lo tanto puedo hacerme a mí misma.

Soy yo, y estoy bien tal como soy.

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15. Las reglas para ser humano (26 mayo)

1. Recibirás un cuerpo

Puede ser que te guste o que lo odies, pero será tuyo durante todo el tiempo que pases aquí.

2. Aprenderás lecciones

Estás anotado a tiempo completo en una escuela informal que se llama vida. Cada día que pases en ella tendrás oportunidad de aprender lecciones. Puede ser que las lecciones te gusten como que te parezca que no vienen al caso o que son estúpidas.

3. No hay errores, sólo lecciones

El crecimiento es un proceso de ensayo y error: la experimentación. Los experimentos fallidos son parte del proceso en igual medida que los que, en última instancia, funcionan.

4. Una lección se repite hasta que está aprendida

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Cada lección se te presentará en diversas formas hasta que la hayas aprendido. Cuando eso suceda podrás pasar a la lección siguiente.

5. El aprendizaje no tiene fin

No hay en la vida ninguna parte que no contenga lecciones. Si estás vivo, aún te quedan lecciones que aprender.

6. «Allí» no es mejor que «aquí»

Cuando tu «allí» se ha convertido en un «aquí», simplemente habrás obtenido otro «allí» que te parecerá nuevamente mejor que «aquí».

7. Los demás no son más que espejos que te reflejan

No puedes amar ni odiar nada de otra persona a menos que refleje algo que tú amas u odias en ti mismo.

8. Lo que hagas de tu vida es cosa tuya

Tienes todas las herramientas y recursos que necesitas, lo que hagas con ellos es cosa tuya. La elección es tuya.

9. Tus respuestas están dentro de ti

Las respuestas a las cuestiones de la vida están dentro de ti. Sólo tienes que mirar, escuchar y confiar.

10. Te olvidarás de todo esto

11. Puedes recordarlo siempre que quieras

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16. Todos tenemos un sueño (27 mayo)Hace algunos años acepté un trabajo en un condado del sur de los Estados Unidos para

trabajar con gente que estaba a cargo de Bienestar Social. Quería demostrar que todo el mundo tiene capacidad de valerse por sí mismo y que lo único que tenemos que hacer es activar esa capacidad. Pedí al ayuntamiento que seleccionara a unas cuantas personas a cargo de Bienestar Social, que pertenecieran a diferentes grupos raciales y con distintos orígenes familiares. Mi intención era trabajar con ellos como grupo, durante tres horas, todos los viernes. También solicité una pequeña cantidad de dinero en efectivo para utilizarlo a medida que fuera necesitándolo.

Lo primero que les dije, después de haber estrechado la mano a todos los presentes, fue que me gustaría conocer sus sueños. Todos me miraron como si estuviera medio chiflada.

—¿Sueños? Nosotros no tenemos sueños.

—Bueno, pero cuando erais pequeños, ¿qué anhelabais? ¿No había nada que os hubiera gustado hacer?

—Yo no sé qué podría hacer con los sueños, cuando las ratas se están comiendo a mis hijos —me respondió una mujer.

—Oh, eso es terrible —admití—. Tienes que estar muy preocupada por las ratas y tus hijos. ¿Cómo podría remediarse eso?

—Bueno, me vendría bien tener una nueva tela metálica en la puerta, porque la que tengo está agujereada.

—¿No hay nadie que pueda reparar esa tela metálica? —pregunté dirigiéndome al grupo.

—Hace mucho tiempo yo solía hacer ese tipo de cosas —dijo un hombre—, y aunque ahora tengo problemas en la espalda, lo intentaré.

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Le dije que si quería ir a comprar la tela para reparar la puerta de la señora yo podía darle dinero.

—¿Se anima? —le pregunté.

—Sí, lo intentaré.

A la semana siguiente, cuando el grupo estuvo instalado, pregunté a la mujer si ya tenía arreglada la puerta.

—Oh, sí —me contestó.

—Entonces, ya podemos empezar a soñar, ¿no? —le pregunté, y esbozó una especie de sonrisa.

—Y usted —le pregunté al hombre que había hecho el trabajo—, ¿cómo se siente?

—Bueno, fíjese qué cosa más rara —me respondió—. Estoy empezando a sentirme mucho mejor.

Aquello sirvió para que el grupo empezara a soñar. Esos éxitos, que parecían tan poca cosa, permitieron que el grupo viera que sus sueños no eran disparatados, por pequeños que fueran. Esos pasos consiguieron que la gente empezara a ver y a sentir que realmente podía cambiar algo.

Yo empecé, a mi vez, a preguntar a los demás por sus sueños. Una mujer admitió que siempre había querido ser secretaria.

—Bueno, ¿y cuál es el problema?

(Ésta es siempre mi segunda pregunta.)

—Tengo seis niños y no tengo a nadie que los cuide mientras estoy fuera de casa.

—Vamos a ver —empecé—, ¿hay alguien en este grupo que pueda ocuparse de seis niños durante un par de días a la semana para que esta señora pueda asistir a clases de formación aquí, en la escuela de la comunidad?

Otra mujer dijo que ella también tenía niños, pero que podría ocuparse.

—Pues, adelante —aprobé, y así se fue organizando un plan que permitió a aquella mujer empezar sus estudios.

Cada uno fue encontrando algo que hacer. El hombre que arregló la puerta se convirtió en un «manitas», la mujer que se hizo cargo de los niños terminó licenciándose como «canguro»... En doce semanas había conseguido que toda esa gente dejara de depender de Bienestar Social... y no sólo lo he hecho una vez, sino muchas.

CUESTIONATE: ¿Qué me quiere dar a entender la historia?

¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

17. Arriésgate (28 mayo)Dos semillas estaban juntas en el suelo primaveral y fértil.

La primera semilla dijo:

—¡Yo quiero crecer! Quiero hundir mis raíces en la profundidad del suelo que me sostiene y hacer que mis brotes empujen y rompan la capa de tierra que me cubre... Quiero desplegar mis tiernos brotes como estandartes que anuncien la llegada de la primavera... ¡Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y la bendición del rocío de la mañana sobre mis pétalos! Y así creció.

La segunda semilla dijo:

—Tengo miedo. Si envío mis raíces a que se hundan en el suelo, no sé con qué puedo tropezar en la oscuridad. Si me abro paso a través del duro suelo puedo dañar mis delicados brotes... Si dejo que mis capullos se abran, quizá un caracol intente comérselos... Si abriera mis flores, tal vez algún chiquillo me arrancara del suelo. No, es mucho mejor esperar hasta un momento seguro. Y así esperó.

Una gallina que, a comienzos de la primavera, escarbaba el suelo en busca de comida encontró la semilla que esperaba y sin pérdida de tiempo se la comió.

Moraleja: A los que se niegan a arriesgarse y a crecer los devora la vida.

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18. Galletitas (29 mayo)

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A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.

Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.

Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.

La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. " No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.

Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora. - Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.

- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad. El tren llega.

Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente".

Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas...! Intacto!

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19. Sí puedes (30 mayo)¿Qué harías si, a los cuarenta y seis años, te quedaras desfigurado hasta lo

irreconocible por un terrible accidente de moto y, cuatro años después, como consecuencia de un accidente de aviación, te vieras paralítico de cintura para abajo? ¿Puedes imaginarte, entonces, siendo millonario, un orador público reconocido, un feliz recién casado que, además, triunfa en el mundo de los negocios? ¿Cómo verías la probabilidad de convertirte en un practicante de deportes de riesgo o en un candidato a un cargo político?

W. Mitchell ha hecho todas esas cosas, y muchas más, después de que dos accidentes horribles le dejaran la cara como una colcha de injertos de piel, las manos sin dedos y las piernas descarnadas e inmóviles en una silla de ruedas.

Las dieciséis operaciones a que se sometió después de quemarse más del sesenta y cinco por ciento del cuerpo en el accidente de moto, lo dejaron sin poder utilizar un tenedor, marcar un número de teléfono o ir al lavabo sin ayuda. Pero Mitchell, antes infante de marina, no se dio jamás por vencido.

—El que está a cargo de mi nave espacial soy yo —decía—. Soy el que llevo los mandos. El que sube y baja soy yo. Yo puedo decidir si veo mi situación como una desventaja o como un punto de partida.

Seis meses después estaba nuevamente pilotando un avión.

Se compró una casa de estilo Victoriano en Colorado, un poco de tierra, un avión y un bar. Más tarde, junto con dos amigos, fundó un equipo para crear una empresa que fabricaba estufas de leña y que llegó a ser la segunda empresa privada del estado de Vermont y a dar empleo a gran cantidad de personas.

Cuatro años después del accidente de moto, el avión que pilotaba Mitchell se estrelló contra la pista durante el despegue, aplastándole las doce vértebras dorsales y dejándole como secuela una parálisis permanente de cintura para abajo.

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—Aquello me dejó pensando qué demonios me pasaba. ¿Qué había hecho yo para merecer todo eso?

Impertérrito, Mitchell trabajó día y noche para recuperar toda la independencia posible. Lo eligieron alcalde de Crestsed Butte, Colorado, para salvar al pueblo de la explotación minera que terminaría por arruinarlo desde el punto de vista estético y ecológico. Posteriormente, se presentó como candidato al Congreso, para lo cual sacó partido de sus desventajas proclamando, por ejemplo, que no era uno de los muchos políticos con buen aspecto.

A pesar de la impresión inicial que producía su aspecto y sus problemas físicos, Mitchell empezó a practicar vela, se enamoró y se casó, estudió hasta conseguir un título de administrador público y continuó volando sin dejar tampoco de mantener su actividad en relación con el medio ambiente ni de hablar en público.

Su fuerte actitud mental positiva le ha dado ocasión de aparecer en diversas programas de radio y televisión en los Estados Unidos, y de publicar editoriales y artículos de fondo en publicaciones como Parade, Time, The New York Times y otras.

—Antes de quedarme paralítico, había diez mil cosas que no podía hacer —dice Mitchell—, y ahora hay nueve mil. Puedo elegir entre quedarme pensando en las mil que perdí o concentrarme en las nueve mil que me quedan. Siempre le digo a la gente que he recibido dos grandes golpes en la vida y que si opto por no usarlos como excusas para abandonar, entonces tal vez pueda mirar desde otro ángulo las cosas que están queriendo desanimarme. Siempre se puede dar un paso atrás, tener una visión más amplia y terminar diciéndose que tal vez las cosas no sean tan graves.

Recuerda: lo que importa no es lo que te sucede, sino la forma en que tú reacciones.

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20. El verdadero valor del anillo (2 junio)

Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.

- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

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- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

- ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.

- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

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21. El portero del prostíbulo (3 junio)

No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pago que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre?

De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres habían sido portero de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre.

Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de padres a hijos.

Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio.

Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones.

Al portero, le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de parejas que entran día por día. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes.

El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero.....

Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni escribir.

¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto...

Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo...

No lo dejó terminar.

Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte.

Y sin más, se dio vuelta y se fue.

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a sí casa, por primera vez desocupado. ¿Qué hacer?

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Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.

Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada.

Tenía que comprar una caja de herramientas completa.

Para eso usaría una parte del dinero recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería, y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra.

¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.

A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino.

Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.

Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como 

me quedé sin empleo...

Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.

Está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?

No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.

Hagamos un trato - dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?.

Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días...

Aceptó. Volvió a montar su mula.

Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?

Sí...

Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras.

El ex - portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

"...No todos disponemos de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas.

En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes.

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.

Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.

Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón.

Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una vidriera, el galpón se transformó en la primer ferretería del pueblo.

Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente.

Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos.

Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos.....

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Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas. El empresario más poderoso de la región.

Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría además de lectoescritura, las artes y loas oficios más prácticos de la época.

El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo:

Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva escuela.

El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.

¿Usted? - dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir?

Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo!.

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22. El cuarto rey mago (4 junio)

Cuando nosotros decimos Reyes Magos ya medio hasta decimos que son tres, que son reyes y hasta le ponemos nombres: Gaspar, Melchor y Baltasar.

Pero, en realidad, el Evangelio simplemente nos dice que cuando Jesús nació en Belén unos magos vinieron del oriente a adorarlo. No dice que hayan sido reyes, ni dice que hayan sido tres, ni muchos menos da los nombres.

Este cuento habla de un rey mago. Y este rey había salido con los otros reyes y también había traído sus regalos. Pero traía todo lo que tenía, porque él deseaba encontrarse con Jesús y quedarse con él. Por eso, vendió todo lo que tenía, lo convirtió en joyas, en dinero, en perlas y traía todo ese cargamento para entregárselo a Jesús y decirle:

Todo lo mío te lo entrego y me pongo a tu servicio.

Pero resultó que a los tres días, una tormenta fuerte de arena en el desierto, desparramó las cosas y justo cuando él iba a montar su camello para seguir a los otros tres, un pastor le dijo:

- Señor, se me han desparramado todas las ovejas, ¿Por qué no me ayuda a recogerlas?

Y el hombre pensó:

¿Cómo puedo acercarme a Jesús y decirle aquí estoy, cuando dejo a este pobre hombre de esta manera?

Entonces, se quedó cuatro o cinco días con él para ayudarle a juntar las ovejas y los otros tres reyes siguieron.

Cuando logró juntar todas las ovejas, montó el camello y quiso alcanzar a los otros tres. Anduvo por el desierto tres días de camino con mucha dificultad. Llegó a un pueblito donde se encontró con una señora enferma, el marido muy enfermo, y justo tenían que recoger la cosecha de cebada y le dijeron:

Mire señor, vamos a perder toda la cosecha del año. Necesitamos que alguien nos ayude a recogerla. Y él pensó:

Tengo que ir a encontrarme con el Señor ¿ Qué hago?.

Se quedó ahí y se le hizo el tiempo. Y así, cada vez que retomaba el camino se encontraba con una necesidad, con un hombre, con una mujer, con un pueblo, con un niño necesitado. Y así se le fueron gastando los años. Y al final pasaron como treinta y pico de años, siempre tratando de acercarse a Jesús, y siempre encontrándose con un hermano necesitado en el cual él veía el rostro de Jesús y decía:

-¿Cómo puedo acercarme a Jesús y decirle aquí estoy, si en el camino dejé a este hombre necesitado?

Gastó todo lo que tenía, su dinero y sus joyas. Todo lo fue gastando en el camino hasta que un día le dijeron:

Mira, ese hombre que vos estás buscando lo acaban de condenar y lo llevan para la Cruz.

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Ahí nomás, dejó todo: ya no tenía ni burros, ni camello, ni nada. Estaba viejo, gastado. Y cuando llegó al Calvario, se encontró con que este hombre que buscaba estaba en la Cruz, boqueando. Y, en ese momento, Jesús dijo:

¿ Por qué me has abandonado?

Y él se acercó con el corazón destrozado y le dijo:

No. Si yo no te dejé abandonado. Lo que pasa es que mis hermanos, tus hermanos, me retuvieron en el camino.

Entonces Jesús lo miró y le dijo:

Hoy estarás conmigo en el paraíso.

Y en ese momento murió también el cuarto rey mago sobre el Calvario. Y a partir de ese momento se encontró con el Señor y se quedó con Él.

Pero sepamos que lo vamos a encontrar en cada hermano necesitado, en cada rostro. No nos van a detener, al contrario, nos van a ayudar a encontrarnos con ese Cristo en cada rostro sufriente, necesitado, esperanzado, deseoso de una mano, de una fraternidad, encontraremos el rostro de Cristo.

Yo les diría, queridos hermanos, busquémoslo a Dios.

Que en este año en que están transcurriendo nuestras vidas, sea el Espíritu Santo quién nos empuje en la esperanza, que nos confirme en ella para que un día escuchemos de boca de Jesús:

- Hoy estarás con migo en el Reino.

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23. El zapatero rico (5 junio)

Un día bajó el Señor a la tierra en forma de mendigo y se acercó a casa de un zapatero pobre y le dijo: "Hermano, hace tiempo que no cómo y me siento muy cansado, aunque no tengo ni una sola moneda quisiera pedirte que me arreglaras mis sandalias para poder seguir caminando". El zapatero le respondió: "¡Yo soy muy pobre y ya estoy cansado que todo el mundo viene a pedir y nadie viene a dar!" El Señor le contestó: "Yo puedo darte lo que tú quieras". El zapatero le pregunto: "¿Dinero inclusive?". El Señor le respondió: "Yo puedo darte 10 millones de dólares, pero a cambio de tus piernas". -"¿Para qué quiero yo 10 millones de dólares si no voy a poder caminar, bailar, moverme libremente?", dijo el zapatero. Entonces el Señor replicó: "Esta bien, te podría dar 100 millones de dólares, a cambio de tus brazos". El zapatero le contestó: "¿Para qué quiero yo 100 millones de dólares si no voy a poder comer solo, trabajar, jugar con mis hijos?" Entonces el Señor le dijo: "En ese caso, yo te puedo dar 1000 millones de dólares a cambio de tus ojos". El zapatero respondió asustado: "¿Para qué me sirven 1000 millones de dólares si no voy a poder ver el amanecer, ni a mi familia y mis amigos, ni todas las cosas que me rodean?" Entonces el Señor le dijo: "Ah hermano mío, ya ves que fortuna tienes y no te das cuenta".

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24. Huellas en la arena (6 junio)

Una noche soñé que caminaba a lo largo de una playa acompañado por Dios.

Durante la caminata, muchas escenas de mi vida fueron proyectándose en la pantalla del cielo.

Según iba pasando cada una de esas escenas, notaba que unas huellas se formaban en la arena.

A veces aparecían dos pares de huellas, y en otros momentos solamente aparecía un par de huellas.

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Esto me preocupó grandemente porque pude notar que durante las escenas que reflejaban etapas tristes en mi vida cuando me hallaba sufriendo de angustia, penas o derrotas, solamente podía ver un par de huellas en la arena.

Entonces le dije a Dios: “Señor, tú me prometiste que si te seguía, tu caminarías siempre a mi lado. Sin embargo, he notado que durante los momentos más difíciles de mi vida sólo había un par de huellas en la arena. ¿Por qué, Señor, cuando más te necesitaba no estuviste caminando a mi lado?”

El Señor me respondió: “Las veces que has visto sólo un par de huellas en la arena, hijo mío, ha sido cuando te he llevado en mis brazos”.

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25. La rosa y el sapo (9 junio)

Había una vez una rosa roja muy hermosa y bella. Se sentía de una maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos.

Un día se dio cuenta de que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca.

Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente dijo: Está bien, si así lo quieres.

Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos.

Le dijo entonces: -Vaya te ves muy mal. ¿Que te pasó?

La rosa contestó: - Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual.

El sapo solo contestó: -Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso seras siempre la más bella del jardín.

Moraleja: Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos

“sirven" para nada.....

Dios no hace a nadie para que este sobrando en este mundo, todos tenemos algo especial que hacer, algo que aprender de los demás o algo que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa persona nos haga un bien del cual ni siquiera estemos conscientes.

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26. La Mariposa (10 junio)

Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo; un hombre se sentó y observó por varias horas como la mariposa se esforzaba para que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero. Entonces, pareció que ella ya no lograba ningún progreso.

Parecía que ella había ido lo más lejos que podía en su intento y no podía avanzar más.

Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: tomó una tijera y cortó el resto del

capullo. La Mariposa entonces, salió fácilmente.

Pero su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas.

El hombre continuó observándola porque él esperaba que, en cualquier momento, las alas de ella se abrirían y se agitarían para ser capaces de soportar el cuerpo, el que a

su vez, iría tomando forma.

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Nada ocurrió! En realidad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo deforme y alas atrofiadas. Ella nunca fue capaz de volar.

Lo que el hombre, en su gentileza y voluntad de ayudar no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través de la pequeña abertura, era el modo por el cual Dios hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa llegara a las alas, de tal forma que ella estaría pronta para volar una vez que estuviera libre del capullo.

Algunas veces, el esfuerzo es justamente lo que precisamos en nuestra vida.

Si Dios nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin obstáculos, él nos dejaría lisiados. No seríamos tan fuertes como podríamos haber sido y nunca podríamos volar.

Pedí fuerzas... y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.

Pedí sabiduría... y Dios me dio problemas para resolver.

Pedí prosperidad... y Dios me dio un cerebro y músculos para trabajar.

Pedí coraje... y Dios me dio obstáculos que superar.

Pedí amor... y Dios me dio personas para ayudar.

Pedí favores... y Dios me dio oportunidades.

"No recibí nada de lo que pedí... pero recibí todo lo que precisaba."

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¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

27. La Confianza (11 junio) Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de

preparación pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.

Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima.

Pronto oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, solo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.

Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida, él pensaba que iba a morir, mas sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... ¡SI como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.

En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar:

"AYÚDAME DIOS MIO", "AYÚDAME DIOS MIO"...

De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:

¿QUÉ QUIERES QUE HAGA?" - "Sálvame Dios Mío"

"REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?"

"Por supuesto Dios Mío" - "ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE..."

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó......

Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontró colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos en una cuerda...

¡A DOS METROS DEL SUELO!..

Tú ¿qué tanta confianza tienes en Dios para soltar la cuerda?

CUESTIONATE: ¿Qué me quiere dar a entender la historia?

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28. El obstáculo en el camino (12 junio)

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Entonces, se escondió y miró para ver si alguien quitaba la tremenda roca.

Algunos de los comerciantes más adinerados del rey y cortesanos vinieron y simplemente le dieron una vuelta.

Muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino.

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Entonces un campesino vino, y llevaba una carga de verduras. Al aproximarse a la roca, el campesino puso su carga en el piso y trato de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, lo logró.

Mientras recogía su carga de vegetales, el notó una cartera en el piso, justo donde había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que removiera la piedra del camino.

El campesino aprendió lo que los otros nunca entendieron. Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar la condición de uno.

El consejo de la historia:

¡Mira cada obstáculo como algo que debe ser resuelto!

CUESTIONATE: ¿Qué me quiere dar a entender la historia?

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29. El cofre de vidrio (13 junio)

Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto, que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta.

Tenía tres hijos varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos:

- No quieren estar conmigo ahora; se decía...

- Tienen miedo de que yo me convierta en una carga.

Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente, fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo. Por último, fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano llevó el cofre a su casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina.

Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies, y mirando bajo la mesa preguntaron:

- ¿Qué hay en ese cofre?

El anciano respondió:

- ¡OH nada! Sólo algunas cosas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo. Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años susurraron. Deliberaron y decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así custodiar el "tesoro".

La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente, lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el hijo mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues creían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo.

Cuando terminó la ceremonia, buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por cierto, lo encontraron lleno de vidrios rotos.

- ¡Qué triquiñuela tan infame! exclamó el hijo mayor ¡Qué crueldad para con sus hijos!

- ¿Pero, qué podía hacer? - preguntó tristemente el segundo hijo

- Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días. Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor -. Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

El hijo mayor muy enojado, volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los vidrios, y los desparramó en el suelo hasta vaciar el cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro y leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: "Honrarás a tu padre y a tu madre"

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30. Papá ... Yo quiero ser como tú (16 junio)

Para pensar sobre nuestras prioridades en la vida

Mi hijo nació hace pocos días, llegó a este mundo de una manera normal... Pero yo estaba de viaje... ¡tenía tantos compromisos!

Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba, y comenzó a hablar cuando yo no estaba... ¡Cómo crece mi hijo! ¡Cómo pasa el tiempo! A medida que crecía, mi hijo me decía:

— ¿Papá, algún día seré como tú? ¿Cuándo regresas a casa, papá?

— No lo sé, hijo, pero cuando regrese, jugaremos juntos; ya lo verás.

Mi hijo cumplió diez años hace pocos días y me dijo:

— ¡Gracias por la pelota, papá!, ¿quieres jugar conmigo?

— Hoy no hijo; tengo mucho que hacer.

— Está bien papá, otro día será.

Se fue sonriendo, siempre en sus labios las palabras: «Yo quiero ser como tú».

Mi hijo regresó de la Universidad el otro día, todo un hombre.

— Hijo, estoy orgulloso de ti, siéntate y hablemos un poco.

— Hoy no papá, tengo compromisos. Por favor, préstame el auto para visitar a algunos amigos.

Ahora ya estoy jubilado, y mi hijo vive en otro lugar. Hoy lo llamé:

— !Hola hijo, ¿cómo estás? ¡Me gustaría tanto verte! – le dije.

— Me encantaría, padre, pero es que no tengo tiempo. Tú sabes, mi trabajo, los niños... !Pero gracias por llamar, fue increíble oír tu voz!

Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había llegado a ser como yo ...

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31. Cómo templar el acero (17 junio)

Una historia sobre como Dios nos va moldeando la vida

Durante muchos años un herrero trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada perecía andar bien en su vida; muy por el contrario sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.

Una tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó: "Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado".

El herrero no respondió enseguida, él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que acontecía con su vida, sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar, y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:

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"En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo, enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada, luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura.

Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta, una sola vez no es suficiente. "

El herrero hizo una larga pausa, y siguió: "A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de fierro viejo que ves a la entrada de mi herrería".

Hizo otra pausa más, y el herrero terminó: "Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de fierro viejo de las almas".

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32. El padre y el auto (18 junio)

Una historia que nos exhorta a descubrir la intervención de Dios en nuestras vidas

Una vez un joven muchacho, que estaba a punto de graduarse, contemplaba todos los días el hermoso auto deportivo en una tienda de autos.

Sabiendo que su padre podía comprárselo, le dijo que ese auto era todo lo que quería. Como se acercaba el día de graduación su padre lo llamó para que fuera a su privado. Le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y lo mucho que lo amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja de regalo.

Curioso y algo decepcionado, el joven abrió la caja y encontró una hermosa Biblia, con cubierta de piel y con su nombre finamente escrito en letras de oro. Enojado le gritó a su padre diciendo: "¿Con todo el dinero que tienes y lo que me das es esta Biblia?." Salió de su casa y no regresó más.

Pasaron muchos años y el joven se convirtió en un exitoso hombre de negocios. Tenía una gran casa y una bonita familia, pero cuando supo que su padre, que ya era anciano, estaba muy enfermo, pensó visitarlo. No lo había vuelto a ver desde el día de su graduación. Antes de que pudiera partir a verlo, recibió un telegrama donde decía que su padre había muerto y le había heredado todas sus posesiones. Su corazón se llenó pronto de tristeza y arrepentimiento.

Empezó a ver todos los documentos importantes que su padre tenía y encontró la Biblia que en aquella ocasión su padre le quiso obsequiar. Con lágrimas en los ojos, la abrió y empezó a hojear sus páginas. Su padre cuidadosamente había subrayado un verso en Mateo 7:11 que decía textualmente:

"Y si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más nuestro Padre Celestial dará a sus hijos aquello que le pidan".

Mientras leía esas palabras, unas llaves de auto cayeron de la Biblia. Tenía una tarjeta de la agencia de autos donde había visto ese auto deportivo que había deseado tanto. En la tarjeta estaba la fecha de su graduación y las palabras: "TOTALMENTE PAGADO".

Cuántas veces hemos rechazado o hemos sido ciegos ante las bendiciones que Dios nos manda, ya sea por engreimiento, nuestro apego a lo perecedero o a nuestros propios planes de vida. Sin embargo, Dios nos ofrece no sólo colmarnos de los bienes materiales, los cuales vendrán "por añadidura", sino también nos ofrece colmarnos de los bienes espirituales que sólo Él nos puede dar para lograr nuestra verdadera felicidad.

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33. Oportunidad perdida (19 junio)

Una historia sobre cómo Dios se vale de los demás para guiarnos por el camino correcto

Una gigantesca inundación azotó a un pequeño pueblo ubicado a orillas del Río Mississippi. Una de las compuertas del río se había roto provocando la inundación, y se había previsto que otra compuerta se iba a romper en el lapso de una hora.

Un propietario de una de las casas ubicada a orillas del río subió al techo debido a que el agua ya había cubierto gran parte de la zona. El nivel del agua estaba aumentando por lo que un bote de rescate se dirigió hacia la casa. El bote se acercó y los rescatistas le dijeron al hombre que otra compuerta iba a romperse y que

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el agua arrasaría con su casa, arrastrándolo hacia una muerte segura. El hombre respondió que no necesitaba ayuda porque creía en Dios y Él no permitiría tal cosa.

Veinte minutos más tarde, los rescatistas regresaron a tratar de convencerlo para que suba al bote. Una vez más rechazó su ayuda argumentando que Dios lo salvaría.

Diez minutos después el bote regresó, los rescatistas dijeron que esta sería la última oportunidad porque la compuerta estaba a punto de romperse. Le pidieron por última vez que subiera al bote. Pero él repitió nuevamente que creía en Dios y que Dios lo salvaría de esta desgracia. Unos minutos después la compuerta se rompió, liberando gran cantidad de agua que arrasó con todo a su paso. El hombre no sobrevivió.

Cuando nuestro amigo llegó al cielo, se detuvo en la puerta para entrar. Le dijo a los hombres que quería hablar con Dios. Cuando se encontró frente a frente con Dios, le preguntó, "¿Qué pasó?, yo pensé que Tú ibas a salvarme, ¿Por qué no me salvaste?" y Dios le respondió, "Traté de salvarte. Envié el bote tres veces."

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34. Historia de la tiza (20 junio)

Esta es una verdadera historia de algo que sucedió apenas hace algunos años en la USC. Había un profesor de filosofía que era profundamente un ateo declarado. Su primera meta en una clase exigente era pasarse el semestre completo intentando probar que era imposible que Dios existiese. Sus estudiantes temían discutir con él por su lógica impecable. Por veinte años había enseñado en esta clase y NADIE había tenido el valor de enfrentársele. Claro que algunos discutieron alguna vez en clase con él, pero nadie se le había enfrentado realmente (verán lo que quiero decir luego). Nadie se le enfrentaba porque tenía una reputación.

Al final de cada semestre, el último día, decía a la clase de 300 estudiantes, "¡Si hay alguien en esta clase que aún cree en Dios, que se ponga de pie!" En veinte años, nadie, nunca se puso de pie. Todos sabían lo que haría después. Diría, "Porque alguien que cree en Dios es un tonto. Si Dios existiese, podría detener este pedazo de tiza y evitar que caiga al piso y se quiebre. Algo tan simple como eso para probar que es Dios, pero no puede hacerlo".

Y todos los años soltaba la tiza sobre el piso del salón para que se destrozara en pedazos. Los estudiantes no podían hacer nada excepto observar. Muchos de los estudiantes estaban convencidos de que Dios no podía existir. Ciertamente, un número de cristianos se había deslizado en la clase, pero por 20 años habían tenido mucho miedo como para ponerse de pie.

Bien, algunos años atrás, había un estudiante de primer año que se matriculó en la clase. Era cristiano, y había escuchado las historias sobre el profesor. Tenía que tomar la clase porque era un pre-requisito para su maestría. Y estaba asustado.

Pero por tres meses, ese semestre, oró cada mañana para tener el valor de ponerse de pie sin importar lo que dijera el profesor o lo que pensara la clase. Nada de lo que dijeran o hicieran podría quebrantar su fe; esa era su esperanza.

Finalmente llegó ese día. El profesor dijo, "¡Si hay alguien en esta clase que aún cree en Dios, que se ponga de pie!" El profesor, y la clase de 300 estudiantes lo miraron, asombrados, mientras se ponía de pie al final de la clase. El profesor gritó, "¡TONTO! ¡Si nada de lo que he dicho todo el semestre te ha convencido de que Dios no existe, entonces eres un tonto! ¡Si Dios existiese, podría detener este pedazo de tiza y evitar que caiga al piso y se quiebre!"

Procedió entonces a soltar la tiza, pero se le resbaló de los dedos, hacia la manga de su camisa, a los pliegues de su pantalón, recorriendo toda su pierna y su zapato. Y mientras chocaba al piso simplemente rodó, SIN ROMPERSE.

El profesor se quedó con la boca abierta mientras observaba la tiza. Levantó la mirada hacia ese muchacho y luego salió corriendo del aula. El joven que se había puesto de pie procedió a caminar hacia el frente de la habitación y compartió su fe en Jesús por la siguiente media hora. 300 estudiantes permanecieron y le escucharon mientras les contaba del amor de Dios hacia ellos y de su poder a través del Señor Jesús Hijo de María.

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35. El auténtico amor (23 junio)

Moisés Mendelssohn, el abuelo del conocido compositor alemán, estaba lejos de ser un hombre guapo. Además de ser bajo, tenía una grotesca joroba.

Un día visitó a un comerciante de Hamburgo que tenía una hija encantadora llamada Frumtje. Moisés se enamoró desesperadamente de ella, pero a Frumtje le repugnaba su aspecto deforme.

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Cuando llegó el momento de irse, Moisés reunió todo su valor para subir las escaleras hasta la habitación de ella y tener una última oportunidad de hablarle. Aunque ella era una visión de celestial belleza, a él le causó profunda tristeza que se negara a mirarlo. Después de varios intentos de entablar conversación, le preguntó tímidamente si ella creía que los matrimonios se hacen en el cielo.

—Sí —respondió ella, sin dejar de mirar al suelo—. ¿Y vos?

—Sí, también lo creo —fue la respuesta. Y continuó—: Fijaos que en el cielo, en el momento del nacimiento de un niño, el Señor anuncia con qué niña se ha de casar. Cuando yo nací, me mostraron a mi futura esposa, pero el Señor añadió—: Pero tu mujer será jorobada. En ese mismo momento, clamé: «Oh, señor, una mujer jorobada sería una tragedia. Os ruego que me deis a mí la joroba y preservéis su belleza».

Entonces, Frumtje lo miró a los ojos y se sintió conmovida por un profundo recuerdo. Le ofreció su mano a Mendelssohn y con el tiempo llegó a ser su dedicada esposa.

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36. Nunca es demasiado tarde (24 junio)

Un testimonio de conversión que habla sobre el sentido salvífico del dolor

En 1977 pensaba que era una persona con éxito. Después de todo, poseía el 50% de un negocio muy exitoso. Tenía un doctorado. Estaba casado y tenía tres hijos. Y pensaba que había hecho todo esto con mi propia capacidad y sabiduría. Parecía como si podría lograr hacer cualquier cosa si solamente trabajaba suficientemente duro. Mi conocimiento y la fortaleza de mi voluntad propia, mis títulos y mis éxitos en los negocios eran cosas muy importantes para mí, y los puse delante de cualquier otra cosa. Pero mi hijo de 20 años tenía otras prioridades. Alan trató de compartir conmigo acerca de lo que Jesucristo significaba para él, pero yo estaba convencido que no necesitaba a Jesús. Como ingeniero químico, trato de aprobar o desaprobar la existencia de Dios, de la igual forma como pruebo reacciones químicas en el laboratorio. La conclusión de este examen había salido sin resultados, así es que ignoré a Dios.

Fue entonces cuando Alan se enfermó seriamente y fue llevado al hospital. Su corazón había cesado de latir. Me paré fuera de la sala de emergencia, luchando con el dolor y la angustia que estaba sintiendo, y el sentimiento de ser incapaz de hacer algo. Me di cuenta que no podía hacer nada. Mi hijo estaba luchando entre la vida y la muerte, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Ni siquiera sabía cómo rezar.

Alan sobrevivió a un arresto cardíaco, pero se quedó en el hospital por un largo tiempo, sufriendo de una infección seria en la cabeza. Me dijo muy dulcemente:

- “Sé que es el Plan de Dios. Si el propósito de Dios es que mi sufrimiento te lleve a conocerlo, entonces todo lo que estoy experimentando vale la pena"

¡Estaba asombrado! Junto a su cama, cada día le leía su Biblia. Por primera vez, empecé a aprender lo que la Biblia realmente era. Y empecé a aprender acerca de Jesús. La fe de Alan en Jesús, junto con lo que había leído en la Biblia me hizo entender que Jesús es real.

Un mes más tarde, le abrí el corazón a Cristo. Sabía que Dios quería que tuviera una vida con más significado. ¡Alan estaba muy contento cuando le conté acerca de mi conversión! Había orado por mucho tiempo para que su padre pudiera saber acerca de la vida eterna.

Tres semanas después Alan entró en coma. Por tres días casi nunca abandoné mi lugar al lado de su cama, hasta que finalmente dejó su vida aquí en el mundo para estar con el Señor. Había esperado con ansia la oportunidad de compartir mi nueva vida con mi hijo. Sé que lo voy a ver de nuevo algún día. A pesar de que estamos apenados, Dios nos dio a mi esposa y a mí una paz y esperanza que sobrepasa todo entendimiento humano. La Biblia promete esto en Filipenses 4:7.

La Biblia dice en 2 Corintios 5:17 que si alguno está en Cristo, "nueva criatura es". Las cosas viejas han pasado, y las nuevas han llegado. Esto es ahora la verdad de mi vida. Ahora, Dios es primero, en todo. Los principios con los cuales tomo decisiones también han cambiado completamente. Le pido a Dios que me ayude a hacer decisiones correctas en mis negocios y ya no dependo solamente de mi conocimiento.

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37. Tener el pie plano puede salvar vidas (25 junio)

Había una vez un ambicioso muchacho que siempre soñaba con que algún día llegaría a ser general del ejército. Era inteligente y las cualidades que poseía eran más que suficientes para alcanzar cualquier cosa que se propusiese. Él temía a Dios, le agradecía por su capacidad y oraba intensamente para que le sea concedida la gracia necesaria para alcanzar su sueño.

Desafortunadamente cuando llegó el día de que se enrolara en el ejército fue rechazado debido a que tenía pie plano. Después de varios intentos renunció a la idea de algún día convertirse en general, y culpaba a Dios por no escuchar su oración.

Se sentía solo, emocionalmente golpeado y sobretodo, ira, como nunca antes había experimentado. Ira que empezó a proyectar en contra de Dios. Sabía que había un Dios pero ya no creía en Dios como un amigo, sino como un tirano. Ya no rezaba ni asistía a la Iglesia. Cuando la gente hablaba de Dios como el Dios que es todo Amor solía plantearles preguntas tan complicadas que dejaban a los creyentes perplejos.

Posteriormente decidió ingresar a la Universidad para ser doctor. Y así sucedió, llegó a ser doctor y algunos años después, un cirujano muy calificado. Fue un pionero en operaciones delicadas, en las que el paciente no tenía muchas posibilidades de sobrevivir excepto en las manos de este joven cirujano. Gracias a él, sus pacientes tenían una oportunidad, la de una nueva vida.

A través de los años salvó miles de vidas, de niños y adultos. Muchos padres podían vivir felices con sus hijos vueltos a la vida y madres gravemente enfermas podían aún amar a sus familias. Padres devastados debido a que nadie podría mantener a sus familias si ellos no estuviesen, habían sido bendecidos con una nueva oportunidad.

Tiempo después entrenó a otros aspirantes a cirujanos para que apliquen su nueva técnica de operación, y más y más vidas fueron y hasta hoy son salvadas. Un día nuestro muchacho, con algunos años de más, cerró los ojos y vio al Señor. Lleno de odio le preguntó a Dios por qué sus oraciones nunca fueron escuchadas y el Señor le respondió: "Mira a los cielos hijo mío y ve tu sueño cumplido."

Allí podía verse a sí mismo, un niño orando por llegar a convertirse en un soldado. Se vio ingresando al ejército y convirtiéndose en soldado. Era orgulloso y ambicioso, y con la mira puesta en que algún día dirigiría un regimiento completo. Fue convocado a pelear su primera batalla, pero mientras estaba en el campo de batalla una bomba cayó del cielo y estalló junto a él. Luego fue enviado a su familia en una caja de madera.

Todas sus ambiciones estaban destrozadas y sus padres lloraron desconsolados. Luego el Señor le dijo, "Mira ahora como mi plan se ha cumplido a pesar de tu desaprobación."

Una vez más miró a los cielos. Allí vio su vida día a día y las muchas vidas que había salvado. Vio las sonrisas en las caras de sus pacientes y en las de sus familias y la nueva vida que él les había regalado convirtiéndose en cirujano.

Entre sus pacientes vio a un muchacho que también tenía el sueño de llegar a ser soldado algún día, pero desafortunadamente estaba enfermo. Vio como le salvó la vida operando al muchacho. Hoy el niño ha crecido y se ha convertido en general. Sólo pudo alcanzar su sueño porque el cirujano había salvado su vida.

El cirujano pudo darse cuenta que el Señor estuvo siempre con él. Entendió cómo Dios había actuado a través de él para salvar miles de vidas y dar un futuro al pequeño niño que deseaba convertirse en soldado.

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38. El rico industrial y el pobre pescador (26 junio)

Una historia sobre la importancia de disfrutar la vida antes que el ganar mucho dinero

El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.

"¿Por qué no has salido a pescar?", le preguntó el industrial. "Porque ya he pescado bastante por hoy", respondió el pescador. ¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?", insistió el industrial. "¿Y qué iba a hacer con ello?", preguntó a su vez el pescador.

"Ganarías más dinero", fue la respuesta. "De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, ¡cómo yo!"

"¿Y qué haría entonces?", preguntó de nuevo el pescador. "Podrías sentarte y disfrutar de la vida", respondió el industrial.

"¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?", respondió el satisfecho pescador.

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39. La mula y el pozo (27 junio)

Una historia de superación ante la adversidad

Se cuenta de cierto campesino que tenía una mula ya vieja. En un lamentable descuido, la mula cayó en un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y corrió para ver lo que ocurría. Le dio pena ver a su fiel servidora en esa condición, pero después de analizar cuidadosamente la situación, creyó que no había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sepultarla en el mismo pozo.

El campesino llamó a sus vecinos y les contó lo que estaba ocurriendo y los enlisto para que le ayudaran a enterrar la mula en el pozo para que no continuara sufriendo.

Al principio, la mula se puso histérica.

Pero a medida que el campesino y sus vecinos continuaban paleando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su mente. A la mula se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre sus lomos.

¡ELLA DEBIA SACUDIRSE Y SUBIR SOBRE LA TIERRA!

Esto hizo la mula palazo tras palazo.

¡¡SACUDETE Y SUBE. Sacúdete y sube. Sacúdete y sube!! Repetía la mula para alentarse a sí misma.

No importaba cuan dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, o lo tormentoso de la situación, la mula luchó contra el pánico, y continuó SACUDIENDOSE Y SUBIENDO. A sus pies se fue elevando de nivel el piso. Los hombres sorprendidos captaron la estrategia de la mula, y eso los alentó a continuar paleando. Poco a poco se pudo llegar hasta el punto en que la mula cansada y abatida pudo salir de un brinco de las paredes de aquel pozo. La tierra que parecía que la enterraría, se convirtió en su bendición, todo por la manera en la que ella enfrentó la adversidad.

¡ASI ES LA VIDA!

Si enfrentamos nuestros problemas y respondemos positivamente, y rehusamos dar lugar al pánico, a la amargura, y las lamentaciones de nuestra baja autoestima, las adversidades, que

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vienen a nuestra vida a tratar de enterrarnos, nos darán el potencial para poder salir beneficiados y bendecidos!

"En la vida nunca bajes los brazos, porque el hombre más grande del mundo murió con los brazos en alto"...

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40. Lucha hasta vencer (28 junio)

En la pequeña escuelita rural había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un chiquito tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano todos los días para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana, llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente más muerto que vivo del edificio. Tenía quemaduras graves en la mitad inferior de su cuerpo y lo llevaron de urgencia al hospital del condado.

En su cama, horriblemente quemado y semi-inconsciente, el niño oía al médico que hablaba con su madre. Le decía que seguramente su hijo moriría - que era lo mejor que podía pasar, en realidad -, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo.

Pero el valiente niño no quería morir. Decidió que sobreviviría. De alguna manera, para gran sorpresa del médico, sobrevivió. Una vez superado el peligro de muerte, volvió a oír a su madre y al médico hablando despacito. Dado que el fuego había dañado en gran manera las extremidades inferiores de su cuerpo, le decía el médico a la madre, habría sido mucho mejor que muriera, ya que estaba condenado a ser inválido toda la vida, sin la posibilidad de usar sus piernas.

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido; ¡caminaría! Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca.

Cuando no estaba en la cama, estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada, la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado, se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas.

Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco, decidido a caminar. Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a los fervientes masajes diarios de su madre, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante, en la universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista.

Y aun después, en el Madison Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la posibilidad de correr, este joven determinado, el Dr. Glenn Cunningham, ¡corrió el kilómetro más veloz del mundo!

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41. Lecciones sabias que te enseña la vida (30 junio)

La pregunta más importante Durante mi segundo semestre en la escuela de enfermería, nuestro profesor nos dio

un examen sorpresa. Yo era un estudiante consciente y leí rápidamente todas las preguntas, hasta que leí la última: "¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela?"

Seguramente esto era algún tipo de broma. Yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Ella era alta, cabello oscuro, como de cincuenta años, pero, ¿cómo iba yo a saber su nombre?

Entregué mi examen, dejando la última pregunta en blanco. Antes de que terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta contaría para la nota del examen. "Absolutamente", dijo el profesor. "En sus carreras ustedes conocerán muchas personas. Todas son importantes. Ellos merecen su atención y cuidado, aunque solo les sonrían y digan: '¡Hola!'"

Nunca olvidé esa lección. También aprendí que su nombre era Dorothy.

Todos somos importantes

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42. Dos ángeles visitan a los hombres (1 julio)

Un relato que explica cómo las apariencias engañan

Dos ángeles que viajaban se detuvieron a pasar la noche en la casa de una familia rica. La familia fue ruda y se negó a dejarlos pasar la noche en el cuarto de huéspedes de la mansión, y solo se les dio un espacio muy pequeño en un frío sótano.

Cuando se preparaban a descansar en el duro suelo, el ángel mayor vio un agujero en la pared entonces se apresuró a repararlo, viendo esto el ángel pequeño le preguntó por qué hacía eso, a lo que el ángel mayor le respondió:

- "Las cosas no son siempre como parecen"

La siguiente noche, los ángeles pararon a descansar en una muy pobre granja, el granjero una persona muy hospitalaria y su humilde esposa, amablemente compartieron la poca comida que tenían y les permitieron dormir en su propia cama, para que tuvieran un buen descanso.

Cuando el sol salió a la mañana siguiente, encontraron al granjero y a su esposa llorando, porque su única vaca estaba muerta. De esta vaca obtenían ganancias por la venta de la leche que le ordeñaban, y ese era casi su único ingreso.

El ángel pequeño enojado le gritó al más viejo:

"¿Por qué permitiste esto si a la familia rica que nos trató mal, hasta le arreglaste un agujero en la pared y a esta pobre gente que se esmeró en atenciones para con nosotros, le permites que se les muera su única posibilidad de sustento?"

- "Las cosas no son siempre como parecen " contesto el ángel mayor y le explicó:

- "Cuando estábamos en el frío sótano de la familia rica noté que en ese agujero había oro, el cual consideré que para la familia rica no era necesario, es por eso que tapé el agujero para que no lo encontraran". Anoche cuando descansábamos cómodamente, la muerte llegó por la esposa del amable granjero, entonces le di la vaca en lugar de la esposa. Ya ves, las cosas no son como parecen".

CUESTIONATE:

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¿Qué me quiere dar a entender la historia?

¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

43. “Estoy lisiado ... Pero soy feliz” (2 julio)

Una conmovedora historia de conversión que habla de la fortaleza espiritual, la perseverancia, la búsqueda sincera y el amor a Dios

Era un martes de comienzos de mayo. El día anterior – lunes - había sido feriado, ya que se festeja el día del Trabajador, por lo que había concurrido con mi familia al mediodía, al cumpleaños y festejo múltiple, en gente y años, de mi padre. El domingo previo, lluvioso, aprovechamos con mi Señora y mis entonces dos hijos, en aquél momento entonces de dos y un años, a visitar la ciudad y sus casas de antigüedades. El sábado habíamos ido con mi esposa a ver viviendas en el cono urbano, ya que queríamos mudarnos del departamento donde vivíamos. A la tarde habíamos oído misa. El fin de semana anterior, Semana Santa, visitamos el río.

Con todas estas actividades en mente estaba poco gustoso de ir a trabajar, y sumamente melancólico. Pero el trabajo es el trabajo, por lo que cumplí con la responsabilidad. Como dije, era un martes, y luego de hacer por la mañana mis labores de rutina, llegué a mi oficina, sita en el piso 18º de un edificio céntrico. Ordené un poco el papelerío de mi escritorio, y sentí un súbito dolor de cabeza. Si bien me había sucedido otras veces, por haberme olvidado de tomar una pastilla que me habían recetado por mi ansiedad, no recordaba no haberla tomado esa mañana, y la sensación era diferente. A raíz de ello, y por mi natural aprensión, resolví ir a una guardia médica que conocía, distante a media hora en ómnibus de la oficina, enfrente a mi departamento. Comuniqué mi malestar físico a las personas que trabajaban conmigo, y una de ellas me dio un emparedado que ella no iba a comer y una suerte de analgésico que curaba de todo. Lo ingerí para no defraudarla, pero mi de decisión estaba tomada: iría al hospital. Le avisé a uno de mis jefes, con quien quedé que a mi vuelta veríamos un tema pendiente. Tardaría unos ocho meses en volver a pisar la oficina. También me enteré luego que mi esposa, a quien había comunicado por teléfono que iría al sanatorio, me llamó cuando yo ya había salido, a fin de decirme que no hacía falta que fuera, puesto que se había comunicado con la guardia médica, donde le habían restado importancia al tema...

A medida en que bajaba por el ascensor hacia la calle, mi sensación de incertidumbre se acrecentaba por sentirme peor y no saber a qué adjudicarlo. Decidí que tomaría un taxi y no un ómnibus, para duplicar la rapidez, ya que conforme pasaba el tiempo, empeoraba.

Ya en el taxi, le indiqué al conductor que tomara la vía más rápida posible hasta el sanatorio. Mi preocupación crecía a medida que se me paralizaba el brazo derecho. ¿Qué sería?, ¿Acaso estaba soñando?, ¿Cuándo despertaría? A pesar de tales dudas, me alegré con un descarte. Evidentemente no era nada relacionado con el corazón, ya que éste está en la parte izquierda del cuerpo, y mis problemas eran en la derecha. ¡Qué ingenuo!

El taxi se detuvo ante las puertas del centro médico, pero no pude pagar lo que marcaba el reloj, ya que llevaba el dinero en el bolsillo derecho, y tenía toda esa parte paralizada. No podía acceder al pago, así que le di al conductor unas pocas monedas que tenía en mi bolsillo izquierdo y me apeé rápidamente. Igual, el taxista no parecía muy dispuesto a cobrar. Una vez bajado, desapareció raudamente. Evidentemente no quería que me muriera en su taxi.

En la vereda, agarré sin sonrojarme por el hombro a un peatón, y le pedí que me ayudara escaleras arriba rumbo a la guardia, que como señalé, yo ya conocía. Una vez allí, por rapidez ingresamos por una puerta reservada para uso de los médicos, y agarré al primero que pasaba explicándole mi problema. El médico me hizo sentar en una camilla y auscultó mis ojos con su índice. Enseguida se fue a buscar ayuda y desapareció, no sin antes preguntarme por mi número telefónico y decirme que me quedara tranquilo. A partir de allí, no recuerdo nada real más, hasta que desperté casi un mes después internado en una sala común del sanatorio. Ínterin, tuve una serie de pesadillas, probablemente mezcladas con la realidad, que incluían mi internación, mi inmovilidad, el supuesto intento de asesinato por parte de los enfermeros (que según mis sueños querían quemarme vivo), mi ineludible muerte, y muchas, muchísimas cosas más, todas ellas espantosas. En realidad, estuve al borde de la muerte, extrema unción de por medio (actualmente unción de los enfermos), internado 17 días en terapia intensiva tras sufrir un derrame cerebral. Luego me pasaron a la sala común por unos 40 días más.

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Tardé en creerlo durante varios meses, siempre esperando el momento en el que me despertaría. Después de todo, simplemente me había ido a trabajar como cualquier otro día, para luego encontrarme somnoliento, inmovilizado y mudo en un cuarto de un hospital, sin siquiera saber que me había pasado. Cuando mi esposa me ponía al tanto, mi perplejidad aumentaba, ya que no podía dar fe a lo que me contaba. Que a mí, que todo lo podía, me hubiese ocurrido lo que me narraba.

Esperando el fin de tan terrible “pesadilla”, al cabo de permanecer internado, continué con mi derrotero por los médicos. Aspiraba a que me dijeran que ya estaba bien, para así comenzar tranquilo mi lenta pero segura rehabilitación, puesto que aún continuaba en silla de ruedas, y con importantes problemas de movilidad en mi parte derecha, aunque había recuperado el habla. Empero, mi deseo no se cumplía. Los médicos tardaban en darme el alta definitiva, eran sumamente genéricos en sus definiciones, y yo veía un dejo de preocupación en sus miradas cuando analizaban mis estudios. Para peor, las veces que indagué acerca de lo que me había pasado, obtuve las siguientes respuestas textuales de distintos médicos, de diferentes especialidades cada uno: “Estuviste cinco días con pronóstico reservado, y Dios te dio una mano”. “Estuviste en el más allá, del más allá”. “Estás vivo de casualidad”. No continué indagando, ya que lo que oía me asustaba. Finalmente, al cabo de un año y medio de visitar a médicos, de haberme roto y operado el tobillo izquierdo, de pasar a usar bastones canadienses y de dejar la odiosa silla de ruedas, de tener esperanzas luego defraudadas, me confirmaron lo que hacía rato habían desechado por conmiseración. Debían operarme del tronco cerebral en la cabeza, una operación complicada, para sacarme una malformación venosa, que en cualquier momento me produciría otro derrame, como aquél del cuál había salvado milagrosamente la vida, aunque no la movilidad. Tuve un consuelo espiritual, ya que el día programado para la operación, con más de un mes de antelación, correspondía a la conmemoración de los ángeles custodios, el 2 de octubre. Además, mientras esperaba a que me operaran, ocurrió un terrible atentado terrorista, con lo cuál reflexioné acerca de lo relativo que es gozar de buena salud. En la fecha apuntada fui intervenido, calificando el cirujano que me operó, uno de los mejores del país y del mundo, al acto como muy exitoso. Bastaba con verle la cara de alivio y felicidad para creerle. Volví a utilizar una silla de ruedas, pero bastante más tranquilo, ya que era muy difícil que el episodio del derrame se repitiese, aunque no del todo imposible, que era lo que yo, aterrorizado y empacado, quería oír.

Al muy poco tiempo caminaba con un andador, y si bien yo esperaba pasar a los bastones canadienses, que inclusive compré al efecto, transcurrido más de un año y medio desde la operación, continúo utilizándolo sin poder recurrir a los bastones.

Todo este largo tiempo transcurrido desde que sufrí el derrame cerebral, de ya casi tres años, me ha servido para dar un vuelco espiritual en mi vida. No es que previamente yo haya sido una mala persona, por el contrario, todos me consideraban excelentemente. Sin embargo, paulatinamente, he ido cambiando el trasfondo de mi actuar, que ahora es mucho más espiritual, ya que confío plenamente en la Providencia Divina, lo cual antes no era así. Más aún, agradezco a Dios que haya cambiado para bien mi forma de ver las cosas, y aunque suene raro, reconozco que si no me hubiera pasado lo que me pasó, nunca hubiera revertido mi concepción del mundo. Ahora le pido a Dios que me cure y que yo vuelva a caminar normalmente, pero no dejo de agradecerle que me haya abierto los ojos, aunque ello haya sido desde el punto de vista meramente humano, de un modo cruel. Estoy inválido, pero estoy feliz. Dios me ha dado una familia maravillosa, comenzando con mi adorable esposa e hijos, he tenido un tercero, continuando con mis padres, hermanos, suegros, cuñados, etc. Además he podido comprar finalmente una linda casa en el barrio que siempre me gustó. Dios ha sido muy generoso conmigo.

Por ello, si bien me atrevo a pedirle más y más, no dejo de reconocer la grandeza y generosidad de Dios, siempre solícito a su amada Madre la siempre Virgen María que intercede por nosotros.

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¿Qué valores se relacionan con la historia y por qué?

44. El Flautista (3 julio)

Una historia sobre la sordera y ceguera espiritual del ser humano

Un día apareció un hombre que tocaba la flauta de manera tan exquisita que encantaba a todo ser animado que escuchaba el dulce acento de sus melodías.

A escucharlo acudían todo tipo de personas y animales, y se agolpaban en la plaza para escuchar, el divino y sonoro, pero oculto mensaje de la música del flautista.

Un día un joven, que conocía a un anciano del pueblo que era sordo y que pedía limosna en las afueras del pueblo, quedó sorprendido de que día a día, aquel anciano acudiera a la plaza para ‘oír’ al flautista. No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas al pordiosero: ¿Qué vienes a hacer si tu no puedes escuchar? ¿Qué te extasía tanto si tu no puedes apreciar lo que él toca?

Aquel pordiosero, con dificultad en el hablar contestó:

- Mira el centro de la plaza, alza la vista, ¿qué ves?

- Una cruz, respondió el joven.

Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja Iglesia, me extasía no escuchar nada y soñar que algún día, la música de la verdad crucificada, fascine y cautive a los hombres. Cuando se reúnen en la plaza, sueño que venzan su sordera espiritual y su ceguera, y que la música del mundo no los encante como serpientes y sean capaces de dejarse conquistar por la música del cielo.

Sordo no es el que no percibe sonidos, sino el que no es capaz de percibir y soportar la música del amor y la verdad. Ustedes oyen, los que oyen utilizan el tímpano; yo escucho, los que escuchamos utilizamos el corazón».

45. La última casa del carpintero (4 julio)

Un v iejo carpintero decidió retirarse. Le comunicó a su j e f e que aunque iba a e xtrañar su salario, necesitaba retirarse y estar con su familia. El jefe se entristeció mucho con la noticia porque aquel hombre e r a su mejor carpintero. Decidió pedirle de favor que le construyera una última casa antes de retirarse

El carpintero aceptó la proposición empezó la construcción de su última casa pero, a medida que trabajaba, sintió que su corazón no estaba de lleno en el trabajo. Arrepentido de haber aceptado la petición de su jefe, el carpintero no puso el esfuerzo y la dedicación que acostumbraba poner en el trabajo.

Cada casa la había c onstruido con gran esmero. Pero ya estaba cansado y sentía que su jefe le había presionado para hacer una casa más.

Cuando el carpintero terminó la casa, el jefe vino muy contento y le entregó la llave de aquélla, diciéndole: «Ésta es tu casa. E s mi regalo para ti y tu familia por tantos años de buen servicio». El carpintero sintió que el mundo se desvanecía bajo sus pies. Si tan sólo hubiese sabido que estaba construyendo su propia casa, lo hubiese hecho todo de una manera diferente,

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46. El viejo pescador (7 julio)

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Nuestra casa se ubicaba exactamente frente a la entrada de la clínica del Hospital John Hopkins, en Baltimore. Vivíamos en el primer piso y alquilábamos el segundo a algunos pacientes de la clínica que vivían fuera y buscaban donde quedarse mientras duraba su tratamiento.

Una tarde de verano mientras preparaba la cena, escuché que tocaban a mi puerta. Abrí y vi a un anciano verdaderamente repugnante.

"Es un poco más alto que mi hijo de ocho años", pensé mientras miraba su cuerpo pequeño y arrugado. Lo más aterrador era su rostro, deformado a causa de la hinchazón, y las heridas que todavía estaban en carne viva.

Sin embargo, su amable y dulce voz contrastó radicalmente el escenario cuando dijo: "Buenas noches. He venido a ver si usted tiene una habitación disponible tan sólo por una noche. He venido esta mañana desde la costa este para un tratamiento y no hay ningún bus hasta mañana temprano."

Luego, me comentó que había buscado un cuarto por varias horas pero que no había tenido éxito, pues al parecer nadie tenía habitaciones disponibles.

"Debe ser por mi rostro…sé que se ve horrible, pero mi doctor dice que con algunos tratamientos más…". Por un momento vacilé en aceptarlo como huésped, pero sus siguientes palabras me convencieron: "Puedo dormir en esta mecedora, aquí afuera, en la entrada.

Mi bus sale mañana en la mañana".

Le dije que le buscaríamos una cama, y que descanse en la entrada. Entré y terminé con la cena. Cuando estuvo todo listo le pregunté al anciano si le gustaría cenar. "No gracias. Tengo suficiente." Y levantó una bolsa de papel marrón.

Cuando terminé de lavar los platos, salí a la entrada para hablar con él algunos minutos. No era muy difícil darse cuento que este hombre tenía un inmenso corazón viviendo en su pequeño cuerpo. Me dijo que pescaba para mantener a su hija, sus cinco hijos y su esposa, quien había quedado inválida por un problema en la columna. No lo contaba para quejarse; de hecho usaba mucho el "gracias a Dios…". Estaba agradecido de no sentir dolor alguno por su enfermedad, que era aparentemente algún tipo de cáncer a la piel. Sobre todo, agradecía mucho a Dios por la fortaleza que le daba para poder seguir adelante.

A la hora de acostarnos pusimos para él una tienda en el cuarto de los niños. Cuando me levanté en la mañana, las sábanas estaban perfectamente dobladas y el pequeño hombrecito estaba afuera en la entrada. No quiso tomar desayuno, pero poco antes de que se fuera, y como si pidiese un gran favor, me preguntó, "¿Podría quedarme aquí la próxima vez que reciba el tratamiento? No le incomodaré en lo más mínimo. Puedo dormir cómodamente en una silla."

Se detuvo un momento y luego añadió, "Sus niños me hacen sentir en casa. A los adultos les asusta mi rostro, pero a los niños parece no importarles." Le dije que era bienvenido en cualquier ocasión.

En su siguiente visita llegó poco después de las siete de la mañana. Trajo de regalo un gran pescado y una cuarta de las ostras más grandes que he visto. Dijo que las había limpiado aquella mañana para que estuvieran frescas y deliciosas. Yo sabía que su bus salía a las 4:00 a.m. y me preguntaba qué tiempo tuvo para levantarse y preparar esto para nosotros.

Durante los años que vino a quedarse con nosotros siempre nos traía pescados, ostras o vegetales de su jardín. También recibíamos paquetes por correo, siempre con reparto especial; pescados y ostras empaquetadas en una caja de espinaca fresca, con cada hoja cuidadosamente lavada. Sus regalos tenían doble valor sabiendo que tenía que caminar tres millas hasta el correo y sabiendo cuán pobre era el anciano. Cuando recordaba estas cosas, pensaba en un comentario que hizo nuestro vecino después que partió aquella primera mañana.

"¿Alojaste a ese repugnante hombre anoche? ¡Yo lo rechacé! ¡Puedes perder clientela recibiendo tal gente!" Probablemente haya perdido clientela una o dos veces. Pero si tan sólo lo hubieran conocido, tal vez sus enfermedades hubieran sido más fáciles de sobrellevar. Sé que nuestra familia estará siempre agradecida de haberlo conocido, aprendimos de él a aceptar sin quejas lo malo y a aceptar con gratitud a Dios lo bueno.

Recientemente estaba visitando a una amiga que tiene un vivero. Me estaba mostrando sus flores hasta que llegamos a la más bella de todas, un crisantemo dorado floreciendo. Pero para mi sorpresa, estaba creciendo en un viejo balde oxidado y abollado. Pensé, si esta fuera mi planta, la pondría en la mejor maceta que tuviera. Mi amiga me hizo cambiar de parecer.

"Me quedé sin macetas," me explicó, "y sabiendo cuán bella sería esta flor, pensé que no importaría que brote en este viejo balde. Es sólo por un corto tiempo hasta que la pueda poner en el jardín."

Ella se debe haber preguntado por qué sonreí, pero me estaba imaginado esta escena en el cielo.

"Aquí está uno especialmente hermoso," debe haber dicho Dios al encontrarse con el espíritu del viejo pescador. "No le importará empezar en este pequeño cuerpo."

Todo esto pasó hace mucho tiempo, y ahora, en el jardín de Dios, cuán alto debe erguirse este hermoso espíritu del pescador.

"La Mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón." (1Samuel 16,7)

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47. Lo esencial es lo interior (8 julio)

Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: - Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de

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lo esencial. Recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrara para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo esencial.

La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el piso y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal.

La voz misteriosa habló nuevamente. - Tienes solo ocho minutos.

Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacia fuera de la caverna y la puerta se cerró. Recordó, entonces, que el niño quedó allá y la puerta estaba cerrada para siempre.

La riqueza duró poco y la desesperación... para el resto de su vida! .

Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros. Tenemos unos 80 años para vivir, en este mundo, y una voz siempre nos advierte:

- Y no te olvides de lo esencial! Y lo esencial es lo interior, es decir, la relación con Dios, los valores espirituales, la oración, la vigilancia, la familia, los amigos, la propia vida. Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales nos fascinan tanto que lo esencial siempre se queda a un lado.

Así agotamos nuestro tiempo aquí, y dejamos a un lado lo esencial ! Los tesoros del corazón!. Que jamás nos olvidemos que la vida en este mundo, pasa rápido y que la muerte llega inesperadamente. Y que cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones.

Ahora...piensa por un momento que es lo esencial en tu vida...por favor... NUNCA LO OLVIDES!!!

En un mundo sumergido en los falsos bienes, en una ley que se basa en el gusto o disgusto, el ser humano debe mirar su interior y vivir según lo que le dicta sus dimensiones más profundas, donde uno está solo con Dios.

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48. Pobreza Y Riqueza (9 julio)

Una historia sobre el verdadero valor de las cosas

Una vez, un padre de una familia acaudalado llevó a su hijo a un viaje por el campo, con el firme propósito de que éste viera cuan pobres eran las gentes del campo, que comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos. Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en una granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo:

- ¿Que te pareció el viaje?

- ¡Muy bonito papá!

- ¿Viste que tan pobre y necesitada puede ser la gente?

- ¡Sí!

- ¿Y qué aprendiste?

Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de 25 metros, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta la barda de la casa, el de ellos tiene todo un horizonte.

Especialmente papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mi mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo... y su hijo agregó: Gracias Papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser.

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49. Cómo llenar un recipiente (10 julio)

Un relato sobre cuáles deben ser nuestras prioridades en la vida

Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:

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-"¿Cuántas piedras piensan que cabe en el frasco?"

Después que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó:

-"¿Está lleno?".

Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gramilla. Metió parte de la gramilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.

El experto sonrió con ironía y repitió: "¿Está lleno?". Esta vez los oyentes dudaron:

"Tal vez no". "¡Bien!", dijo.

Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.

- "¿Está lleno?", preguntó de nuevo. "¡No!", exclamaron los asistentes. "Bien", dijo.

Y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.

- "Bueno, ¿qué hemos demostrado?", preguntó.

Un alumno respondió:

- "Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas."

- "No", concluyó el experto: "Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrías colocarlas después.

¿Cuáles son las grandes piedras en tu vida? DIOS, las personas amadas, tus hijos, tus amigos, tus sueños. Recuerda, pon las grandes primero. El resto, encontrará su lugar.

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50. La verdadera Paz (11 julio)

Una historia que nos enseña la importancia de nuestra paz interior

Había una vez, un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas intentaron, y el rey observó y admiró todas las pinturas que le presentaron pero solamente hubieron dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos aquellos que miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacifico.

Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido...

Paz perfecta... ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?

El Rey escogió la segunda. ¿Sabes porque?

"Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.

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51. La verdadera riqueza (14 julio)

Una noche, dos mercaderes de joyas llegaron casi al mismo tiempo a un refugio de caravanas en el desierto, Cada uno de ellos era absolutamente consciente de la presencia del otro; mientras descargaban sus respectivos camellos. Uno de ellos no pudo resistir la tentación de dejar caer al suelo, como por accidente, una enorme perla, la cual fue rodando hacia el otro, que con afectada

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cortesía la recogió y se la devolvió a su dueño diciendo: ¡Hermosa perla la suya, Sí Señor! Grande y brillante como pocas.,»

«Muy amable de su parte», dijo el otro, «Pero, de hecho, es una de las más pequeñas de mi colección»

Un beduino que estaba sentado Junto al fuego y había observado la escena se levantó e invito a ambos a cenar con él. Cuando empezaron a comer, les contó la siguiente historia: «También yo, queridos amigos, fui en otro tiempo joyero como ustedes. Un día me sorprendió en el desierto una gran tormenta que nos arrastró a mí y a mi caravana de aquí para allá, hasta que. Perdido todo contacto con los demás, quedé totalmente aislado y sin saber dónde estaba.

» Pasaron los días, me entró verdadero pánico cuando caí en la cuenta deque estaba dando vueltas en círculo, sin saber en absoluto dónde me encontraba ni en qué

dirección debía caminar. Entonces, prácticamente muerto de hambre, eché al suelo toda la carga que llevaba mi camello y me puse a rebuscar en ella por enésima vez.

¡Imaginen la emoción que sentí cuando di con una bolsa gire hasta entonces no había visto! con dedos temblorosos, la abrí, esperando encontrar algo que comer. E imaginen también mi desilusión cuando descubrí que lo único que contenía eran perlas».

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52. El alacrán y la caridad (15 julio)

Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.

Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose. El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el alacrán lo picó. Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo: "Perdone, ¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua lo picará?".

El maestro respondió: "La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar". Y entonces, ayudándose de una hoja el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; solo toma precauciones.

Romanos 12:21 - No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.

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53. Los tres coladores (16 julio)

En cierta ocasión, un hombre se acercó a Sócrates y le dijo:

-Tengo que contarte algo muy serio de un amigo tuyo.

Sócrates le miró profundamente con sus ojos de sabio y le preguntó:

-¿Ya pasaste lo que me quieres contar por la prueba de los tres coladores?

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-¿Qué prueba es esa? -le dijo desconcertado el hombre.

-Si no lo sabes, escúchame bien. El primero de los tres es el colador de la verdad. ¿Estás completamente seguro de que es cierto lo que me quieres contar?

-En realidad, seguro, seguro, no. Creo que es cierto porque lo escuché de un hombre muy serio, que no acostumbra decir mentiras.

-Si eso es así, con toda seguridad que no lo pasaste por el segundo colador. Se trata del colador de la bondad.

El hombre se sonrojó y respondió con timidez:

-Ciertamente que no.

Sócrates lo miró compasivamente y siguió diciéndole:

-Aunque hubieras pasado lo que quieres decirme por estos dos primeros coladores, todavía te faltaría el tercero, el de la utilidad. ¿Estás seguro que me va a ser realmente útil lo que quieres contarme?

-¿Útil? En verdad, no.

-¿Ves? – le dijo el sabio-, si lo que me quieres contar no sabes si es verdadero, y ciertamente no es ni bueno ni provechoso, prefiero que no me lo digas y lo guardes sólo para ti.

Habla sólo lo positivo de los demás para que se sientan aceptados, valorados, respetados. Palabras que animan, que siembran confianza, que tumban prejuicios y barreras, que calientan corazones. La palabra puede herir o animar, desanimar o entusiasmar, ser látigo o caricia. Combate las ideas preconcebidas, borra los prejuicios, limpia las mentes. No juzgues a los demás si no quieres ser juzgado.

Urge una educación que recupere la palabra como comunicación del respeto, la amistad, la verdad. Hoy se miente mucho y sin el menor pudor. La publicidad y la retórica de los politiqueros han hecho de la mentira la clave de su éxito. Vivimos en un mundo de charlatanes, atrapados en el sonido de sus palabras huecas. Por ello, es urgente devolverle a la palabra su valor. Educar para que la palabra sea expresión de vida, compromiso.

Evita toda palabra que hiera, combate con tenacidad la cultura del grito, la ofensa y el chisme. Es muy difícil sanar un alma herida por el maltrato o reparar el buen nombre y la fama pisoteados por mentiras y chismes.

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54. ¿Quién se lleva al hijo? (17 julio)

Un relato sobre el error de buscar lo accesorio en vez de lo esencial en la vida

Un hombre rico y su hijo tenían gran pasión por el arte. Tenían de todo en su colección, desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo, padre e hijo se sentaban juntos a admirar las grandes obras de arte.

Cuando el conflicto de Vietnam surgió, el hijo fue a la guerra. Fue muy valiente y murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado. El padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo.

Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien toco a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos le dijo al padre:

- "Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él salvó muchas vidas ese día, y me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, muriendo así instantáneamente. Él hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte".

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El muchacho extendió entonces el paquete y agregó:

- "Yo sé que esto no es mucho. Yo no soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto".

El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo pintado por el joven soldado. Él contempló con profunda admiración la manera en que el soldado había capturado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su hijo que los suyos propios se arrasaron de lágrimas. Le agradeció al joven soldado y ofreció pagarle por el cuadro.

- "Oh no señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mi. Es un regalo".

El padre colgó el retrato arriba de la repisa de su chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería.

El hombre murió unos meses más tarde y se anunció una subasta para todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante de influencia acudió con grandes expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección.

Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo. El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta:

- "Empezaremos los remates con este retrato del hijo. ¿Quién ofrece por este retrato?"

Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación gritó:

- "!Queremos ver las pinturas famosas! Olvídese de esta!".

Sin embargo el subastador persistió:

- "Alguien ofrece algo por esta pintura? 100 dólares? 200 dólares?"

Otra voz gritó con enojo:

- "No venimos por esta pintura! Venimos a ver los Van Gogh, los Rembrandt. ¡Vamos a las ofertas de verdad!"

Pero aun así el subastador continuaba su labor:

- "¡El Hijo! ¡El Hijo! ¡¿Quién se lleva al Hijo?!"

Finalmente, una voz se oyó desde muy atrás del cuarto:

- "¡Yo doy diez dólares por la pintura!"

Era el viejo jardinero del padre y del hijo. Siendo éste muy pobre, era lo único que podía ofrecer.

- "¡Tenemos 10 dólares! ¡¿Quién da 20?!" gritó el subastador.

- "¡Dásela por 10! Muéstranos de una vez las obras maestras!" dijo otro exasperado.

- "¡10 dólares es la oferta! ¿Dará alguien 20? ¿Alguien da 20?"

La multitud se estaba poniendo bien enojada. No querían la pintura del Hijo. Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo:

- "Van una, van dos, ¡vendida por l0 dólares!"

Un hombre que estaba sentado en segunda fila gritó feliz:

- "¡Ahora empecemos con la colección!"

Pero el subastador soltó su mazo y dijo:

- "Lo siento mucho damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final."

- "Pero, ¿Qué de las pinturas?", dijo alguien

- "Lo siento. Cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me dijo de un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta estipulación hasta este preciso momento. Solamente la pintura del Hijo sería subastada. Aquel que la comprara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. ¡El hombre que compró al Hijo se queda con todo!"

Dios nos ha entregado a su Hijo quien murió en una cruz hace 2,000 años. Así como el subastador, su mensaje hoy es: "El Hijo, El Hijo, ¿Quién se lleva al Hijo?" Quien recibe al Hijo lo recibe todo

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55. Clavos (18 julio)

Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter.

Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.

El primer día, el muchacho clavo 37 clavos detrás de la puerta.

Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.

Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban mas clavos para retirar de la puerta...

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Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta.

Le dijo: "has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves."

Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas lo devastara, y la cicatriz perdurara para siempre.

Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.

Los amigos son en verdad una joya rara. Ellos te hacen reír y te animan a que tengas éxito.

Ellos te prestan todo, comparten palabras de elogio y siempre quieren abrirnos sus corazones.

Por favor perdóname si alguna vez deje una cicatriz en tu puerta.

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56. La Historia de Lizzie Velásquez (21 julio)

En el año 1989, en Austin (Texas, USA), nació Lizzie, una niña prematura con una particular condición genética. Alcanzó a pesar un poco más de dos libras de peso y su piel era semitransparente. Con el tiempo otro síntoma fue evidente, era de corta estatura.

Los médicos no pudieron determinar en ese momento que enfermedad padecía la niña y no le dieron a sus padres muchas esperanzas sobre su futuro. Años después perdió la vista completa de uno de sus ojos y quedó con visión parcial en el otro.

Al descubrir que la niña no tenía problemas de aprendizaje, sus padres la apoyaron e inscribieron en una escuela de niños normales para que recibiera un trato común y corriente, como el de cualquier chica.

Estando en secundaria, uno de sus compañeros le hizo una broma cruel consistente un corto video de Lizzie y lo publicó en YouTube etiquetándola como la mujer más fea del mundo.

Su enfermedad hace que para ella sea necesario consumir alimentos cada 15 minutos, pues su cuerpo no puede acumular grasas y por eso no gana peso. La extraña enfermedad sólo ha reportado otros 2 casos en el mundo.

Esto le provocó una depresión y al poco tiempo consideró replantear varias cosas en su vida, entre ellas ir a la Universidad, escribir un libro y dar Conferencias de Motivación.

Estudió comunicación en Texas State University en San Marcos, su libro se titula "Lizzie Hermosa: La historia de Lizzie Velásquez" y actualmente es una oradora motivacional con más de 200 talleres en su haber. "No necesitas ser juzgado debido a tu apariencia externa, y no es necesario dejar que eso te detenga. No dejes que la negatividad te detenga o que te impida vivir la vida que quieres."

"Puedo comer porciones pequeñas de patatas fritas, dulces, chocolate, pizza, pollo, pasteles, rosquillas, helados, fideos y tartas durante todo el día y me me molesto bastante cuando la gente me acusa de ser anoréxica. Me peso regularmente y si estoy ganando incluso una libra me emociono".

Una vez más apreciamos que las personas se aquilatan cuando enfrentan sus problemas, sin importar lo que la gente diga o piense, porque de una u otra manera quien escucha esas palabras que no son edificantes dan por sentado que lo que la mayoría dice es cierto ¡y eso es un gran error!

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57. El convicto liberado (22 julio)

Una historia que nos enseña a reconocernos pecadores

Cada año, con motivo de las fiestas de aniversario de su coronación, el rey de un pequeño condado liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años como monarca, el mismo quiso ir a la prisión acompañado de su Primer Ministro y toda la corte para decidir cuál prisionero iba a liberar.

- "Majestad", dijo el primero, "yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y por eso estoy en la cárcel".

- "A mí", añadió otro, "me confundieron con un asesino pero yo jamás he matado a nadie".

- "El juez me condenó injustamente", dijo un tercero.

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Y así, todos y cada uno manifestaba al rey porque razones merecían precisamente la gracia de ser liberados.

Había un hombre en un rincón que no se acercaba y que por el contrario permanecía callado y algo distraído. Entonces, el rey le preguntó: "Tu, ¿porque estás aquí?

- El hombre contestó: "Porque maté a un hombre majestad, yo soy un asesino".

- "¿Y por qué lo mataste?", inquirió el monarca.

- "Porque estaba muy violento en esos momentos", contestó el recluso.

- "¿Y por qué te violentaste?", continuó el rey.

- "Porque no tengo dominio sobre mi enojo"

Pasó un momento de silencio mientras el rey decidía a quien liberaría. Entonces tomó el cetro y dijo al asesino que acaba de interrogar: "Tú sales de la cárcel".

- "Pero majestad", replicó el Primer Ministro, "¿acaso no parecen más justos cualquiera de los otros?"

- "Precisamente por eso", respondió el rey, "saco a este malvado de la cárcel para que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos."

El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces tratamos de aparentar.

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58. EL  COLLAR  DE  TURQUESA (23 julio)

Detrás del mostrador un hombre miraba distraídamente hacia la calle mientras una pequeña niña se aproximaba al local. Ella aplastó su nariz contra el vidrio del espectacular aparador y de pronto sus ojos color miel brillaron cuando vio un determinado objeto.

Entró decididamente en el local y pidió ver un hermoso collar azul que le había llamado la atención y le dijo al vendedor:

- Es para mi hermana ¿Podría hacerme un lindo paquete?

El vendedor del local, quien estaba a un lado, miró a la chica con cierta desconfianza y con toda tranquilidad le preguntó:

- ¿Cuánto dinero tienes, pequeña?

Sin alterarse ni un instante, la niña sacó de su bolsillo un atadito lleno de nudos, los cuales delicadamente fue deshaciendo uno por uno. Cuando terminó, colocó orgullosamente el pañuelo sobre el mostrador y con inusitado aplomo, dijo:

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- Esto alcanza, ¿no?

En el pañuelo solamente había unas cuantas monedas… Mirando al dueño con una tierna mirada que expresaba una mezcla de ilusión y tristeza le dijo:

- ¿Sabe?, desde que nuestra madre murió, mi hermana me ha cuidado con mucho cariño y la pobre nunca tiene tiempo para ella. Hoy es su cumpleaños y estoy segura que ella estará feliz con este collar, porque es justo del color de sus ojos.

El empleado miraba al dueño sin saber qué hacer o decir, pero éste sólo le sonrió a la niña, y se fue a la trastienda, y personalmente lo envolvió en un espectacular papel plateado e hizo un hermoso moño con una cinta azul.

Ante el estupor del empleado, el dueño colocó el hermoso paquete en una de las exclusivas bolsas de la joyería y se lo entregó a la pequeña diciéndole:

- Toma, llévalo con cuidado - y ella se fue feliz saltando calle abajo.

Todavía no había terminado el día cuando una encantadora joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio. Colocó sobre el mostrador el paquete desenvuelto y preguntó:

- ¿Este collar fue comprado aquí?

El empleado cortésmente le pidió que esperara un momento y fue a llamar al dueño, quien de inmediato regresó, y con la más respetuosa sonrisa le dijo:

- Sí, señora, este collar es una de las piezas especiales de nuestra colección exclusiva y en efecto, fue comprado aquí esta mañana.

- ¿Cuánto costó?

- Lamento no poder brindarle esa información, señora. Es nuestra política que el precio de cualquier artículo siempre es un asunto confidencial entre la empresa y el cliente.

- Pero mi hermana sólo tenía algunas monedas que ha juntado haciendo muñecas de trapo con ropa vieja. Mi sueldo es demasiado modesto y apenas nos alcanza para sobrevivir. Este collar ciertamente no es de fantasía, ¡y ella simplemente no tendría dinero suficiente para pagarlo!

El hombre tomó el estuche, rehízo el envoltorio casi ceremoniosamente, y con mucho cariño colocó de nuevo la cinta diciendo mientras se lo devolvía a la joven:

- Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar. Su hermanita dio todo lo que tenía.

El silencio llenó el local y las lágrimas rodaron por el rostro de la joven, mientras sus manos tomaban el paquete y salía de allí lentamente, abrazándolo fuerte contra su pecho.

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59. Agustín Filgueras (24 julio)

El amigo del Hijo

Era la reunión del domingo por la noche de un grupo apostólico en una parroquia. Después que entonaron unas canciones, el sacerdote de la iglesia se dirigió al grupo y presentó a un orador invitado; se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años.

Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:

"Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres."

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Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró a dos adolescentes que por primera vez desde que comenzó la plática estaban mostrando interés; y siguió narrando:

"El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: Escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era un buen cristiano, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de la decisión era mucho mayor que los embates de las olas."

"Miró en dirección a su hijo y le gritó: ¡TE QUIERO, HIJO MIO! y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó al muchacho llegar hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo."

Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado.

"El padre" -continuó el anciano- "sabía que su hijo pasaría la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!"

Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio. Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente:

"Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo."

"Tienes toda la razón", le contestó el anciano mientras miraba su Biblia gastada por el uso. Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo:

"Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese muchacho que fue devorado por las aguas era yo."

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60. El hijo más amado (25 julio)

Cierto día un célebre periodista consiguió una entrevista con Dios Padre.

Lo primero que le llamo la atención es lo joven que era el Creador. De Viejecito con barbas como lo imagino Daniel nada. De nada. Era la plenitud de la juventud.

Durante la conversación el periodista pregunto.

Señor. ¿a qué seres humanos quieres más?.

Dios sonrió, y guiñando un ojo a su Hijo Jesús que estaba sentado justo a su derecha. Padre e Hijo se veían iguales. Dijo al periodista.

"A ver si lo adivinas".

Pues. Me imagino que a las personas que entregan su vida al servicio de los demás. Como la Madre Teresa. O el Padre Kolbe.

Si, si, los quiero mucho. Pero no son a quien quiero más.

El periodista fue nombrando todas las personas que se dedican al servicio de Dios en sus hermanos. Y empezó con los que templan a Dios con su oración.

Ya sé. Señor. Las monjas y los sacerdotes.

También, también los quiero pero no son a quien quiero más.

Ya sé, los niños inocentes. Los humildes que creen en Ti

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Si los quiero pero no son los que quiero más.

Pues ya no queda nadie. Señor.

Si, quedan respondió Dios. Los que dicen que yo no existo. Y les gustaría.

¡Pobres hijos! Que fuese cierto.

Los que me insultan blasfemando contra mí.

Los que quebrantan mis leyes. Y dicen que tienen el poder de cambiarlas. Los impíos y pecadores empedernidos.

Si esos son los hijos a los que quiero más.

Ateos. No puede ser. Señor, estas de broma. Como vas amar tu negación.

No. No amo su ateísmo. Los amo a ellos porque están ciegos y no me ven.

Yo los cuido sin que se den cuenta. Y que alegrón me dan cuando alguno de ellos. Me descubre a su lado.

Si tu tuvieses un hijo ciego. ¿No lo ibas a querer?. Ellos son mis hijos. Aunque sean ciegos.

Sin embargo. A mí me enseñaron que los ateos iban todos al infierno. o sea que serán tus hijos más queridos pero Tú los mandas al infierno.

Yo no mando a nadie al infierno. eso es una calumnia. Al infierno va quien lo escoge con su vida. Yo os hice libres.

Ya, ya. ¿Pero los ateos van o no van al cielo?

Bueno. Tengo mis trucos. A veces les doy unos fogonazos de gracia tan fuertes que no les queda más remedio; que ceder ante mi gracia.

Otras aquí mi Hijo. Ha hecho unos arreglos en sus "papeles" y como Él ha comprado un pedazo de cielo para cada ser humano. Pues todo arreglado.

¿Qué papeles? Señor.

Pues cuando un hombre bueno. Pero que no reconoce mi existencia. Dice.

Para mí lo importante es la belleza. Y se consagra a su búsqueda. Yo se lo premio. Como si me buscase a mí.

Porque la Verdadera belleza soy Yo. Y lo mismo con el que busca la Verdad.

En esto Jesús. Sonrió a su Padre. Y le dijo "Abba. La Verdad soy Yo. Tu y Yo Hijo. De la Nube que cubría el Trono celestial salió Una Voz que era la misma. Y Yo. Los Tres somos la misma cosa.

Has visto a mi familia. Continúo contigo hijo. Si busca la Verdad. Es que me busca a mí. Lo mismo si lo hace con la Justicia.

¿Y qué pasa Señor, si cree en Ti, pero maltrata a los demás. No cumple tus leyes?

También intento curarlo. Son otros de los hijos que más quiero.

Pero no se cree en Mí, ni se me adora. Por rezar ante un altar o por seguir los ritos de una religión eso a veces es una idolatría. Hay muchos que me han convertido en un ídolo.

Quien no ama a su hermano, no me ama a mí.

El periodista pidió la bendición de Dios y abandono el cielo.

Mejor dicho despertó de su sueño.

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61. El tazón de madera (28 julio)

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.

El hijo y su esposa se cansaron de la situación. "Tenemos que hacer algo con el abuelo", dijo el hijo. "Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo".

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado solo.

Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.

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El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo le preguntó dulcemente: -"¿Qué estás haciendo?" Con la misma dulzura el niño le contestó: "Ah, estoy haciendo un tazón para tí y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos." Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas. Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con los que construyen el futuro de su hijo. Seamos constructores sabios, y modelos a seguir. La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir.

He aprendido que puedes decir mucho de una persona por la forma en que maneja tres cosas: un día lluvioso, equipaje perdido y luces del arbolito enredadas. He aprendido que independientemente de la relación que tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo. He aprendido que aún cuando me duela, no debo estar solo. He aprendido que aún tengo mucho que aprender y que deberíamos pasar esto a todos los que nos importan. Yo acabo de hacerlo.

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62. Amor, Riqueza, Éxito (29 julio)

Una mujer salió de su casa y vio a tres viejos de largas barbas sentados frente a su jardín. Ella no los conocía y les dijo:

No creo conocerlos, pero deben tener hambre.

Por favor entren a mi casa para que coman algo. Ellos preguntaron: ¿Está el hombre de la casa? No -respondió ella-, no está. Entonces no podemos entrar -dijeron ellos.

Al atardecer, cuando el marido llegó, ella le contó lo sucedido.

! Entonces diles que ya llegué e invítalos a pasar!

La mujer salió a invitar a los hombres a pasar a su casa.

No podemos entrar a una casa los tres juntos explicaron los viejitos.

¿Por qué? - quiso saber ella.

Uno de los hombres apuntó hacia otro de sus amigos y explicó:

Su nombre es Riqueza.- Luego indicó hacia el otro: - Su nombre es Éxito - y yo me llamo Amor. Ahora ve adentro y decidan con tu marido a cuál de nosotros tres ustedes desean invitar a vuestra casa.

La mujer entró a su casa y le contó a su marido lo que ellos le dijeron. El hombre se puso feliz: ¡Qué bueno! Y ya que así es el asunto, entonces invitemos a Riqueza, dejemos que entre y llene nuestra casa de riqueza. Su esposa no estuvo de acuerdo:

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Querido, ¿por qué no invitamos a Éxito?

La hija del matrimonio estaba escuchando desde la otra esquina de la casa y vino corriendo con una idea: -¿No sería mejor invitar a Amor? Nuestro hogar entonces estaría lleno de amor.

-Hagamos caso del consejo de nuestra hija- dijo el esposo a su mujer, ve afuera e invita a Amor a que sea nuestro huésped.

La esposa salió y les preguntó a los tres viejos:

-¿Cuál de ustedes es Amor? Por favor que venga para que sea nuestro invitado. Amor se puso de pie y comenzó a caminar hacia la casa. Los otros dos también se levantaron y lo siguieron.

Sorprendida, la dama les preguntó a Riqueza y Éxito:

Yo sólo invité a Amor, ¿por qué ustedes también vienen?

Los viejos respondieron juntos:

-Si hubieras invitado a Riqueza o Éxito, los otros dos habrían permanecido afuera, pero ya que invitaste a Amor, dónde sea que él vaya, nosotros vamos con él.

Donde quiera que hay amor, hay también riqueza y éxito.

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63. El guardián perfecto (30 julio)

Una historia que habla sobre la conciencia.

Un hombre se introdujo en la huerta de un vecino para robarle maíz. Llevó consigo a su hijito para que hiciera de guardián y le avisara si se aproximaba alguien. Antes de comenzar verificó que no hubiese nadie en los alrededores.

Miró a un lado y luego al otro. Al no ver a nadie se disponía a llenar la bolsa que llevaba consigo, cuando de repente el niño exclamó: "¡Papá, te olvidaste de mirar en otra dirección!"

Suponiendo que se acercaba alguien guardó rápidamente la bolsa y le preguntó a su hijo en voz baja: "¿Dónde?"

Este le respondió: "¡Te olvidaste de mirar hacia arriba!"

Al padre le remordió la conciencia, tomo a su hijo de la mano y emprendió el regreso a casa sin el maíz que había planeado robar.

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64. Dos ranas en un foso (31 julio)

Una historia que nos enseña a tener valor y actuar con radicalidad en los momentos difíciles

Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo.

Cuando vieron cuan hondo era el hoyo, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, se debían dar por muertas.

Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas.

Las otras ranas seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles.

Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió. Ella se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Una vez más, la multitud de ranas le gritó que dejara de sufrir y simplemente se dispusiera a morir.

Pero la rana saltó cada vez con más fuerza hasta que finalmente salió del hoyo.

Cuando salió, las otras ranas le preguntaron: "¿No escuchaste lo que te decíamos?"

La rana les explicó que era sorda. Ella pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más para salir del hoyo.

Moraleja

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1. La lengua tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida a alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarle y hasta salvarle la vida.

2. Una palabra destructiva a alguien no edifica ni al emisor, ni al receptor.

3. La tercera y más importante es que si no saltas y vences los problemas no podrás salir del hoyo.

4. Si ambas ranas hubieran tratado de salir del hoyo hubieran salido las dos exitosas y más rápido.

Dispongámonos a no dejarnos vencer tan solo por lo que nos dicen los demás. Pero principalmente seamos especiales para que cuando nos caigamos sepamos levantarnos y levantar al compañero del costado...

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65. El científico que quería “arreglar” el mundo (1 agosto)

Una historia que nos enseña que está en el hombre la solución a los problemas del mundo. Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar.

El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención.

De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras recorto el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entrego a su hijo diciendo:

- "Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie". Entonces calculo que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así. Pasadas algunas horas, escucho la voz del niño que lo llamaba calmadamente.

- "Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo". Al principio el padre no creyó en el niño. Pensó que sería imposible que, a su edad haya conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.

Desconfiado, el científico levanto la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz? - "Hijito, tu no sabias como era el mundo, ¿cómo lo lograste?

- Papa yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di vuelta los recortes y comencé a recomponer al hombre, que si sabia como era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta la hoja y vi que había arreglado al mundo.

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66. El Heredero (4 agosto)

Érase una vez, de acuerdo con la leyenda, que un reino europeo estaba regido por un rey muy cristiano, y con fama de santidad, que no tenía hijos.

El monarca envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos y aldeas de sus dominios. Este decía, que cualquier joven que reuniera los requisitos exigidos para aspirar a ser posible sucesor al trono, debería solicitar una entrevista con el Rey.

Esos dos requisitos que se exigían a todo candidato eran:

Amar a Dios.

Amar a su prójimo.

En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio real y reflexionó sobre si él cumplía esos requisitos, y vio que sí, pues amaba a Dios, a sus familiares, amigos, vecinos e, incluso, a sus enemigos. Pero solo una sola cosa podía impedirle ir, pues era tan pobre que no contaba con un vestido digno para presentarse ante el santo monarca y carecía también de los fondos necesarios para adquirir las provisiones necesarias para tan largo viaje hasta el castillo real.

Pero de todas maneras estaba dispuesto a pasar sobre cualquier obstáculo, por ello su pobreza no sería un impedimento para conocer a tan afamado y santo rey. Asi que trabajó de día y noche, ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente para el viaje, vendió sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas, las provisiones necesarias y emprendió el viaje.

Algunas semanas después, habiendo agotado casi todo su dinero y estando casi a las puertas de la ciudad, se acercó a un pobre mendigo que tiritando de frío y cubierto sólo por harapos tendía su mano e imploraba con una débil y ronca voz:

- Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme... ¡por favor!

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El joven quedó tan conmovido ante el mendigo, que de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y de su abrigo y después de vestirlo con ellas, tomando los harapos de éste se vistió con ellos y sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba y siguió su camino.

Pero no había acabado de cruzar los umbrales de la ciudad, cuando una mujer con dos niñas tan pobres y sucias como ella, se le acercó y agarrándole la mano le suplicaba:

- ¡Mis niñas tienen hambre y yo no tengo trabajo, ¡ayúdenos, por favor!

Sin pensarlo dos veces, el joven se sacó el anillo del dedo y la cadena de oro del cuello y junto con el resto de las provisiones se los entregó a la pobre mujer.

Entonces, en forma titubeante, continuó su marcha hacia al castillo vestido con harapos y carente de provisiones para regresar a su aldea.

A su llegada al castillo, fue recibido por un asistente del Rey que le acompañó hasta un grande y lujoso salón y después de una breve pausa, por fin fue admitido a la sala del trono.

El joven se inclinó ante el monarca, pero cuál no sería su sorpresa cuando al alzar los ojos se encontró con los del Rey.

Atónito y sin poder apenas pronunciar palabra dijo:

- ¡Usted es el mendigo que encontré cerca de la ciudad, Majestad.

En ese mismo instante entró en el salón una asistenta y dos niñas, trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula y exclamó:

- ¡Ustedes son las que estaban a la puerta de la ciudad!

- Sí, —replicó el Soberano con una amplia sonrisa— yo era ese mendigo, y mi fiel asistenta y sus hijas las pobres a las que ayudaste.

Después de ganar un poco de confianza, le dijo tartamudeando mientras tragaba saliva:

- Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso majestad?

- Porque necesitaba descubrir si tus intenciones son auténticas, si es auténtico tu amor a Dios y a tu prójimo —dijo el Monarca—. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y actuar no siendo sincero en tus actos ni en tus motivaciones, de ese modo me hubiera resultado imposible descubrir lo que realmente hay en tu corazón. Como mendigo no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que habiendo superado la prueba, eres el único digno de ser mi heredero.

- ¡Tú serás mi heredero! —sentenció el Rey— ¡Tú heredaras mi reino!

También Jesús Rey y Señor, se cruza muchas veces en el camino de nuestra vida, muchas veces "disfrazado"... Y también Él solo pide que cumplan dos requisitos los que con Él están llamados y quieran heredar su Reino: Amar a Dios y Amar al prójimo; en estos dos Mandamientos están resumidos todos los demás. Pero para vivirlos en plenitud, hay que aprender a asemejarse a este Rey a través del conocimiento de sus palabras y de sus hechos: para vivir como Él, con Él y después poder "reinar" con Él en el Reino de su Padre por toda la eternidad...

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67. El mercader y la bolsa (5 agosto)

Una historia que nos enseña a practicar la honradez

Cierto día un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo. Por el camino encontró una bolsa con 800 dólares. El mercader decidió buscar a la persona que había perdido el dinero para entregárselo pues pensó que el dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma ruta.

Cuando llego a la ciudad, fue a visitar un amigo.

- ¿Sabes quién ha perdido una gran cantidad de dinero? - le pregunto a éste.

- Sí, sí. Lo perdió Juan, nuestro vecino, que vive en la casa del frente.

El mercader fue a la casa indicada y devolvió la bolsa. Juan era una persona avara y apenas terminó de contar el dinero grito:

- Faltan ¡100 dólares! Esa era la cantidad de dinero que yo iba a dar como recompensa. ¿Cómo lo has agarrado sin mi permiso? Vete de una vez. Ya no tienes nada que hacer aquí.

El honrado mercader se sintió indignado por la falta de agradecimiento. No quiso pasar por ladrón y fue a ver al juez.

El avaro fue llamado a la corte. Insistió ante el Juez que la bolsa contenía 900 dólares. El mercader aseguraba que eran 800. El juez, que tenía fama de sabio y honrado, no tardó en decidir el caso. Le pregunto al avaro:

- Tú dices que la bolsa contenía 900 dólares ¿verdad?

- Sí, señor, respondió Juan.

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- Tú dices que la bolsa contenía 800 dólares - le preguntó el juez al mercader.

- Sí, señor.

- Pues bien - dijo el juez - considero que ambos son personas honradas e incapaces de mentir. A ti porque has devuelto la bolsa con el dinero, pudiéndote quedar con ella. A Juan porque lo conozco desde hace tiempo. Esta bolsa de dinero no es la de Juan; aquella contenía 900 dólares. Está solo tiene 800. Así pues, quédate tú con ella hasta que aparezca su dueño. Y tú, Juan, espera que alguien te devuelva la tuya.

Las tres pipasUna historia que nos invita a pensar serenamente antes que actuar impulsivamente

Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!

El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.

El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.

Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que si le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.

Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.

Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.

El hombre medio molesto pero ya mucho más sereno se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca.

Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho".

El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tu mismo".

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68. Lo que la profesora quería (6 agosto)

Una historia que nos enseña a razonar creativa y científicamente en defensa de la fe

Lisa Hunter, esposa y madre que reside en el sudeste norteamericano, estaba limpiando su cocina cuando encontró un papel en el suelo. Era la tarea de ciencia de su de 12 años. Los estudiantes debían confirmar que comprendían que la tierra provenía de una explosión primigenia. Ashley, su hija, la había completado a pesar de que la respuesta "correcta" contradijera sus creencias religiosas.

Lisa no objetaba la teoría del Big Bang per se. Lo que la preocupaba era que estaba siendo enseñada desde una perspectiva naturalista, que presuponía que la creación había sucedido sin un creador.

Así que Lisa se sentó con Ashley, y amablemente le preguntó:

-¿Realmente crees lo que escribiste? ¿Que el universo proviene del Big Bang sin intervención divina?

Ashley prorrumpió en lágrimas y sollozando dijo que "no".

- "Pero esa era la respuesta que la profesora quería. No sabía qué hacer", agregó.

Lisa planteó el tema durante una conferencia de padres y profesores, pero la profesora de Ashley estaba a la defensiva, argumentando que Lisa estaba cuestionando su criterio, y anunció que no tenía intención de variar el programa.

Cuando Lisa comenzó a discutir interpretaciones alternativas a la teoría del Big Bang, la profesora le cortó la conversación arguyendo que "no tenía permitido enseñar

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religión".

Lisa se reunió inmediatamente con la directora del colegio, llevando consigo artículos escritos en el libro "¿Cómo debemos vivir ahora?"

Este material le había enseñado a Lisa la forma de argumentar racionalmente, desde un punto de vista científico en contra de la filosofía naturalista. Como dijo Lisa: "ese material me dio el coraje y la convicción para hacerlo caritativamente".

La respuesta de la directora fue asombrosa. Reconoció que los argumentos de Lisa eran válidos, y le pidió que los ayudara en el comité de confección de programas de la escuela. También estuvo de acuerdo que la profesora de ciencias le debía una disculpa a los niños, animándolos a éstos a realizar preguntas y objeciones acerca de la teoría del Big Bang.

Por ejemplo, los niños serían invitados a pensar sobre el origen de la materia inicial del Big Bang. La teoría del Big Bang simplemente asume la preexistencia de una bola de materia densamente compacta del tamaño de una pelota de básquet, pero ¿de dónde provenía esa materia? O, la profesora podría preguntar ¿qué poder o fuerza causó la dispersión de esta bola de materia supe compacta?

El descubrimiento del Big Bang sigue siendo una de las evidencias más dramáticas de la enseñanza bíblica que el universo tuvo un comienzo en un punto determinado del tiempo. Y destruye la teoría de Carl Sagan y otros que sostienen que el cosmos es eterno. Ahora que los científicos descubren un diseño inteligente (en oposición al caos) en el universo, comenzamos a ver las manos de quien creó aquel comienzo extraordinario.

Gracias a los esfuerzos de Lisa, Estados Unidos tiene al menos una escuela pública en la que los programas de ciencia no presuponen la inexistencia de Dios. Y su experiencia nos enseña dos cosas muy importantes:

· Enfrentar la ciencia y la religión no conduce a nada. En lugar de cargar contra la clase enarbolando nuestras biblias, es necesario enfrentar a la mala ciencia con ciencia de mejor nivel. Cuando argumentamos con este método ganamos, ya que la verdad está de nuestro lado.

· La Historia de Lisa nos enseña que si somos voluntariosos en la autoformación y queremos involucrarnos, podremos ganar la batalla cultural, niño por niño, escuela por escuela y ciudad por ciudad.

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69. Un cambio de vida por una partitura (7 agosto)

Una historia que nos invita a reflexionar en torno al valor de una vida recta

Nueva York, agosto de 1980. Nunca supo Jim Lacey que aquella noche del sábado iba a tener tanta trascendencia para su vida. Él la vio, como tantas otras, propicias sólo para su especial "profesión". Era un ladrón y las sombras nocturnas le servían siempre de oscuras cortina protectora. Apagó la luz de su miserable cuartucho, se metió un formón en el bolsillo y salió a la calle. Su plan era meditado y de seguros resultados; comenzó a caminar con aparente tranquilidad, sin dejar de mirar, con disimulo, el interior de los coches aparcados juntos a la acera. No había transcurrido aún media hora y el paseo de Jim Lacey llegó a su fin: un Ford comenzaba a detenerse en un espacio vacío, a pocos metros de él, apeándose el conductor poco después. Aquel hombre, al que Lacey juzgó de buena posición, cerró la portezuela con llave y salió presuroso.

No fue difícil para Jim Lacey hacer saltar la cerradura, auxiliado por el formón. Sin perder su tranquila compostura, levantó en vilo las dos maletas que había en el interior del coche, las sacó, volvió a cerrar y se alejó pausadamente.

El contenido complejo de las maletas no podía satisfacer por completo al ladrón. Había prendas de valor, pero había también demasiados papeles. Separó con cuidado la ropa, la empaquetó y tiró por el suelo hastiado, infinidad de partituras. Luego se dirigió a la casa del prestamista, un hombre que nunca hacía preguntas indiscretas, y tras unos momentos de regateo salió de allí con varias papeletas de empeño y dos mil dólares.

Ya de nuevo en su sórdida vivienda comenzó a recoger los papeles de música que había por el suelo para meterlos en un saco, de pronto se detuvo. En una de aquellas hojas había una frase familiar, que le retornaba a la infancia allá en Chicago. "Ave María … "Ave María…" Le llamó también la atención un himno, cuyos últimos versos quedarían grabados para siempre en su mente y su corazón. Decían "…pero ¿qué amigo podría compararse a ti, Señor?". Guardó ambas partituras en una gaveta y cogiendo el saco lleno de papeles fue a vaciarlo a la calle.

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Por los periódicos conoció Jim Lacey la continuación de los acontecimientos. El dueño de las maletas era un famoso director de orquesta, que pedía desolado le devolvieran los papeles, los que comprendían el programa del concierto que debía dirigir, sólo tres días más tarde, en la ciudad de Búfalo.

Dos días después la policía informaba del hallazgo de las partituras en un depósito de basura y, aunque no estaban todas, parecía que el profesor se daba por satisfecho; la pérdida de ropas y enseres no significaba tanto para él como para apesadumbrarse demasiado.

Jim Lacey sintió un extraño placer tras conocer la noticia. El se decía que lo importante de todo aquel asunto eran los dos mil dólares conseguidos; pero había algo que fallaba, algo que se desplomaba dentro de él cuando releía las dos composiciones con que se había quedado: el himno: "Todos buscan un amigo" y el "Ave María".

No habían transcurrido aún muchas semanas, cuando el compositor recibió una carta sorprendente. Un hombre le decía que gracias a él vivía honradamente y que sus canciones religiosas le habían impulsado a volver a la Iglesia "He ido ya tres veces y cuando tenga suficiente valor, me confesaré. Yo estoy contento porque mi vida ha cambiado por completo". No había firma; sólo dos letras: J.L., y dentro del sobre varias papeletas de empeño.

El compositor acostumbraba asistir a Misa cada domingo a la Iglesia de San Francisco de Asís, en New York. Allí fue una mañana dominguera de octubre y cuando se disponía a levantarse, un sacristán le tocó el brazo y le señaló a un hombre joven, de cabello rojizo, que estaba arrodillado ante el altar de San Antonio.

- Quiero hablar con usted.

Salieron. En un café cercano, con gran sorpresa para el músico, Jim Lacey le entregó dos mil dólares.

- Siento mucho haber tardado tanto. Tuve que ahorrarlos antes de hablar con usted, pero le he visto frecuentemente en la Iglesia. Ya me confesé. Desde que robé sus maletas nunca más he vuelto a robar. Ahora estoy dispuesto a recibir mi castigo; puede avisar a la policía.

El músico le tendió la mano emocionado y le ofreció su amistad. Periódicamente recibe cartas firmadas con dos letras, "J.L." Por ellas ha sabido del matrimonio Lacey, de sus ascensos, de la llegada de un hijo… de la nueva vida de un hombre arrepentido que había encontrado a Dios.

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70. Vestida de blanco (8 agosto)

Una historia que nos enseña la importancia de la coherencia de vida

Una joven discutía acaloradamente con su padre y defendía sus derechos de asistir a una fiesta popular, un lugar donde se reunían personas de no muy buena reputación. El padre le daba razones contundentes, pero la joven se resistía a aceptarlas.

Inesperadamente, la discusión cambió de giro y el padre la invitó a bajar juntos al sótano donde había mucho polvo y se guardaba carbón, pero que lo hiciera con un vestido blanco. Ante la propuesta de su padre, la joven replicó que si podía bajar, pero no con el traje blanco, pues se le iba a ensuciar. "Ves hija mía," - dijo el padre con voz amorosa, - "nada impide que puedas bajar al sótano con un traje blanco, pero si hay mucho que impida que puedas subir con el mismo color.

De la misma manera, nada impide que asistas a ese sitio que deseas ir; pero ten por cierto que no regresarás la misma, algo de lo que es tuyo se perderá allí"

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71. Se busca un santo (11 agosto)

Perdóname, Señor, que venga a molestarte, pero se me acaba de ocurrir una idea:

Dicen que tienes necesidad de un Santo y pienso que tal vez podría servirte yo...

Vengo, pues, a ofrecerme para tal empleo; creo que podría cumplir bien esa ocupación.

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A pesar de lo que digan, el mundo está lleno de personas perfectas.

Hay muchos que te ofrecen tantos sacrificios que, para que no te equivoques al contarlos, los marcan con pequeñas cruces en un cuadernillo. A mí, la verdad, no me gustan los sacrificios, me fastidian enormemente...

Lo que te he dado, Señor, tú sabes bien que lo has cogido tú mismo sin pedirme permiso y, lo más que yo he hecho, ha sido no protestar...

Hay también otros que se corrigen de un defecto por semana y ¡claro! serán forzosamente perfectos al cabo de un trimestre.

Pero yo no tengo suficiente confianza en mí para hacer eso, ¿quién sabe si perseveraré al cabo de la primera semana?

¡Soy tan impulsivo, Dios mío!

Por eso, prefiero quedarme con mis defectos, aunque usándolos lo menos posible...

Las personas perfectas tienen tantas cualidades, que no hay sitio en su alma para otra cosa y por lo tanto nunca llegaran a ser Santos.

Además, tampoco tienen ganas de serlo por miedo a faltar a la humildad.

Pero un Santo, Señor, yo creo que es ser un vaso vacío, que tú llenarás de tu gracia, con el amor que desborda tu Corazón, con la santidad de los Tres...

Mira, Señor, que yo soy eso: un vaso vacío, sin nada; sólo hay un poco de fango estancado en el fondo y no está muy limpio, ya lo sé...

Pero seguro que ahí arriba tú tienes algún detergente celestial! y además, ¿para qué serviría el Agua de tu Costado sino para lavarlo antes de usarlo?

Pero si tampoco tú quieres de mí, Señor, no insistiré...

Piensa, sin embargo, en mi propuesta, que va en serio.

Cuando vayas a tu bodega a sacar el vino de tu amor, acuérdate que, en cierto lugar de la tierra, tienes un pequeño vaso a tu disposición.

Y yo... ¿qué hago?

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72. Amar la vida (12 de agosto)

Una historia que habla sobre el amor a la vida.

Un profesor fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph.

Mientras se encaminaban a recoger el equipaje, Ralph se separó del visitante en tres ocasiones: primero para ayudar a una anciana con su maleta; luego para cargar a dos pequeños a fin de que pudieran ver a Santa Claus, y después para orientar a una persona.

Cada vez regresaba con una sonrisa en el rostro. "¿Dónde aprendió a comportarse así?", le preguntó el profesor. "En la guerra", contestó Ralph. Entonces le contó su experiencia en Vietnam.

Allá su misión había sido limpiar campos minados. Durante ese tiempo había visto cómo varios amigos suyos, uno tras otro, encontraban una muerte prematura. "Me acostumbré a vivir paso a paso" -explicó. "Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último; por eso tenía que sacar el mayor provecho posible del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo en el suelo. Me parecía que cada paso era toda una vida".

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, nuestra vida sería como una película que ya vimos. Ninguna sorpresa, ninguna emoción.

Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo que es: una gran aventura. Al final, no importará quién ha acumulado más riqueza ni quién ha llegado más lejos. Lo único que importará es quién alcanzó la felicidad.

Ama más quien más ha servido, porque aprecia su vida y la de los demás.

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73. Construyendo (13 agosto)

Un hombre sabio llamó a uno de sus trabajadores y le dijo, "Ve a la parte más profunda del país y constrúyeme una casa. Las decisiones del plano y de la construcción propiamente dicha están en tus manos, pero recuerda, tu trabajo es para un amigo mío muy especial."

Y así el trabajador partió con un corazón ligero a su campo de trabajo. Materiales de todo tipo abundaban allí, pero el trabajador tenía sus propias ideas. "Seguramente, pensaba, conozco mi negocio. Puedo usar materiales de menor cantidad y engañar a mi patrón un poquito, y aún así hacer que el trabajo final se vea bien. Solo yo sabré que lo que construí tiene puntos débiles."

Finalmente se terminó la construcción y el trabajador se reportó con el hombre sabio. "Muy bien," dijo. "Ahora ¿recuerdas que yo deseaba que usaras sólo los mejores materiales en esta casa porque quería regalársela a alguien?, mi amigo, tú eres para quien mandé construir esa casa. Es toda tuya."

Cuánto se parece esto al hombre; viene a la tierra como un extraño, con total libertad, puede construir como le parezca, pero en la mañana de su resurrección recibirá lo que ha construido como morada eterna.

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74. Dos Vasijas (14 agosto)

Una historia que nos enseña a aprovechar nuestras imperfecciones para lograr buenos resultados

Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros.

Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al cargador diciéndole: "Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías."

Éste le dijo compasivamente: "cuando regresemos a la casa, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino". Así lo hizo la tinaja. y en efecto vio muchísimas flores hermosas a lo largo, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.

Él entonces le dijo:

-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.

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75. El Camello (15 agosto)

Una historia que nos cuestiona sobre nuestra propia identidad y cómo ésta se traduce en autenticidad

Si no te decides a cambiar y a progresar, se te podrá aplicar el cuento del camello:

"Había una vez un árabe que viajaba de noche. Sus esclavos, a la hora del descanso, se encontraron que no tenían más de 19 estacas para atar a sus 20 camellos .

Cuando consultaron al amo, éste les dijo : " Simulen que clavan una estaca. Cuando lleguen al camello número 20 creerá que está atado."

Así lo hicieron efectivamente, y a la mañana siguiente todos los camellos estaban en su sitio, y el número 20, al lado de lo que se imaginaba, sin moverse de allí. Al desatarlos para marcharse, todos se pusieron en movimiento menos el número 20 que seguía quieto sin moverse . Entonces el amo dijo:

- "Hagan el gesto de desatar la estaca de la cuerda, pues el tonto aun se cree atado”.

Así lo hicieron, y el camello entonces se paró y se puso a caminar con los demás”

¿Cuales son las falsas ataduras que te impiden ser tu mismo ?

¿Habrá otros que te amarran a tu inautenticidad por la cual no aspiras ser tu mismo?

Y, ¿por qué no tratar de aprovechar al máximo tus inmensas potenciales aspirando ser tu mismo?

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76. El Carpintero (18 agosto)

Una historia que nos enseña a vivir sabia y dignamente cada día de la vida

Un carpintero ya entrado en años estaba listo para retirarse. Le dijo a su jefe de sus planes de dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y disfrutar de su familia.

Él iba a extrañar su cheque mensual, pero necesitaba retirarse. Ellos superarían esta etapa de alguna manera.

El jefe sentía ver que su buen empleado dejaba la compañía y le pidió que si podía construir una sola casa más, como un favor personal. El carpintero accedió, pero se veía fácilmente que no estaba poniendo el corazón en su trabajo.

Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo era deficiente. Era una desafortunada manera de terminar su carrera.

Cuando el carpintero terminó su trabajo y su jefe fue a inspeccionar la casa, el jefe le extendió al carpintero, las llaves de la puerta principal.

"Esta es tu casa," - dijo, "es mi regalo para ti."

¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Si solamente el carpintero hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir en la casa que construyó "no muy bien" que digamos!

Así que está en nosotros. Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, dispuestos a poner en ello menos que lo mejor. En puntos importantes, no ponemos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo. Entonces con pena vemos la situación que hemos creado y encontramos que estamos viviendo en la casa que hemos construido. Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.

Piensen como si fueran el carpintero. Piensen en su casa. Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo.

Construyan con sabiduría. Es la única vida que podrán construir. Inclusive si solo la viven por un día más, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad.

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Su vida ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado. Su vida mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones hechas hoy.

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77. La carreta vacía (19 agosto)

Caminaba con mi padre cuando se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: "¿Oyes algo más que el cantar de los pájaros?" Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: "Sí, es el ruido de una carreta." "Eso es" - dijo mi padre - "Es una carreta vacía." Pregunté a mi padre: "¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?" Entonces mi padre respondió: "Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía esté, mayor es el ruido que hace."

Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y echando de menos a la gente, o a aquellos que no pueden estar sin el estímulo de un televisor o de parlantes que impiden todo tipo de diálogo, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: "Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace"

Y a la vez, cómo se regocija el corazón cuando vemos pasar una carreta repleta de carga preciosa. Silenciosa. Plena.

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78. El amor y el taxista (20 agosto)

El otro día, en Nueva York, cogí un taxi con un amigo. Cuando nos bajamos, mi amigo le dijo al taxista:

—Le agradezco el viaje. Es usted un conductor estupendo.

Durante un segundo, el hombre se quedó atónito. Después reaccionó:

—Oiga, ¿me está tomando el pelo o qué?

—Nada de eso, amigo mío, no tengo intención de molestarlo. Admiro la tranquilidad con que se mueve en medio de semejante tránsito.

—Ah —farfulló el conductor, y siguió su recorrido.

—¿A qué venía eso? —pregunté.

—Estoy tratando de restaurar el amor en Nueva York —me respondió mi amigo—. Creo que es lo único capaz de recuperar la ciudad.

—¿Cómo es posible que un solo hombre salve Nueva York?

—No es cuestión de un solo hombre. Creo que a ese taxista le he cambiado el día. Suponte que haga veinte viajes. Pues será amable con esos veinte pasajeros porque alguien fue amable con él. Ellos, a su vez, serán más cordiales con sus empleados, servidores o colaboradores, e incluso con sus respectivas familias. En última instancia, la buena disposición podría extenderse a un millar de personas por lo menos. No está mal, ¿no te parece?

—Pero tú confías en que ese taxista transmita tu buena disposición a los demás.

—No estoy confiando en nada —respondió mi amigo—. Me doy cuenta de que el sistema no es totalmente seguro. Hoy puedo encontrarme con diez personas muy diferentes, si de entre esos diez puedo hacer felices a tres, finalmente podré influir en forma indirecta sobre las actitudes de tres mil más.

—Teóricamente suena bien —admití—, pero no estoy seguro de que en la práctica funcione.

—Si no funciona no se pierde nada. No perdí ni un minuto en decirle a ese hombre que estaba haciendo muy bien su trabajo. Ni le di una propina mayor ni una más pequeña. Y si mis palabras cayeron en oídos sordos, ¿qué importa? Mañana habrá algún otro taxista a quien pueda tratar de hacer feliz.

—Oye, tú estás un poco chiflado —señalé.

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—Tus palabras demuestran lo cínico que te has vuelto. Este asunto lo tengo estudiado. Lo que al parecer les falta a nuestros empleados de correos, aparte de dinero, por cierto, es que nadie les dice lo bien que están haciendo su trabajo.

—Pero si no están haciendo bien su trabajo.

—Si no están haciendo bien su trabajo es porque sienten que a nadie le importa cómo lo hacen. ¿Por qué no decirles una palabra que les anime?

En ese momento pasábamos junto a un edificio en construcción, donde cinco obreros estaban almorzando. Mi amigo se detuvo.

—Qué trabajo estupendo habéis hecho —señaló—. Debe de ser algo muy difícil y peligroso.

Los hombres lo miraron con desconfianza.

—¿Cuándo estará terminado?

—En junio —gruñó uno de ellos.

—Ah. Pues realmente, es impresionante. Debéis de estar muy orgullosos.

Seguimos caminando y yo le señalé:

—No he visto a nadie como tú desde que leí el Quijote.

—Cuando esos hombres asimilen mis palabras se sentirán más felices y, de alguna manera, su felicidad será un beneficio para la ciudad.

—Pero, ¡esa no es una tarea para que la hagas tú solo! —protesté yo—. Al fin y al cabo, no eres más que un hombre.

—Lo más importante es no descorazonarse. Intentar que la gente de la ciudad vuelva a ser feliz no es tarea fácil, pero si puedo enrolar a más gente en mi campaña...

—Acabas de guiñarle el ojo a una mujer feísima —le señalé.

—Ya lo sé —me respondió—. Piensa que si es maestra de escuela hoy sus alumnos tendrán un día fantástico.

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79. El maestro y el alumno (21 agosto)

Una historia sobre el verdadero valor del hombre a los ojos de Dios

Un muchacho se acerca a su maestro y le dice: "Maestro, ¿Por qué me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada? Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto". ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

- "Cuánto lo siento, muchacho. Ahora no puedo ayudarte. Debo resolver primero mi propio problema. Quizás después". Y haciendo una pausa agregó: "si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar".

- Encantado, maestro –titubeó el joven- pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

- Bien, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó: "Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas".

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado –más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

El joven entró en la habitación y le dijo al Maestro.

- "Maestro lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie

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respecto del verdadero valor del anillo".

- Qué importante lo que dijiste, joven amigo –contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezcas, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo: "Dile al maestro, muchacho que si lo quiere vender ya, no puedo darle más de 58 monedas de oro por su anillo".

- ¡¡¡¿58 monedas?!!! –exclamó el joven -.

- Sí, replicó el joyero. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé si la venta es urgente. El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. Y ese experto sólo puede ser el que te creó. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

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80. El roble que descubrió su corazón (22 agosto)

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos eran felices y estaban satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: No sabía quién era, ni para qué estaba ahí. "Lo que te falta es concentración", le decía el manzano. "Si realmente lo intentas, podrías tener sabrosas manzanas. ¿Ves que fácil es?" Y le enseñaba sus atractivas manzanas.

"No lo escuches", le exigía el rosal. "Es más sencillo tener rosas ¿Ves que bellas son?". "Pero mis naranjas son más sabrosas", añadía el naranjo. Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado. Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: "No te preocupes, tu problema no es tan raro, ni tan grave. Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas... Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior". Y dicho esto, el búho desapareció.

"¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...?" Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto, comprendió... Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: "Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje... Tienes una misión. ¡Cúmplela!". Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín completo fue plenamente feliz.

En la vida, todos tenemos un destino que cumplir, un espacio que llenar...

¡Qué lástima que a veces tratamos de ir por el mundo tratando de ser lo que otros quieren que seamos, aun cuando esto signifique nuestra infelicidad...!

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81. La casa de los 1000 espejos (25 agosto)

Una historia sobre la visión que tenemos sobre nosotros mismos

Cada uno tiene un espejo,.... escojan el suyo.

Hace mucho tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, existía una casa abandonada. Cierto día, un perro buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha

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casa. El animal subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al terminar de subir, se topó con una puerta semi-abierta; lentamente entró en el cuarto.

Para su sorpresa, se dio cuenta que dentro de ese cuarto había 1000 perros mas observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos. El perro comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los otros 1000 hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y le ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los otros 1000 también le sonreían y ladraban alegremente con el.

Cuando el perro salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo:

- "Qué lugar tan agradable. ¡Voy a venir más seguido a visitarlo!"

Tiempo después, otro perro callejero entró al mismo sitio, por ende, al mismo cuarto. Pero a diferencia del primero, este perrito al ver a los otros 1000 perritos del cuarto se sintió amenazado ya que lo estaban viendo de una manera agresiva. Éste empezó a gruñir y obviamente vio como los otros 1000 le gruñían.

Comenzó a ladrarles ferozmente y ellos también le ladraron. Cuando salió del cuarto pensó: -

- "Que lugar tan horrible es este. ¡Nunca más volveré a entrar allí!

En el frente de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía: "La casa de los 1000 espejos". Varias veces he escuchado que "todos los rostros del mundo son espejos"... ¿Cómo te gustaría enfrentar al mundo?.

Decide cuál rostro mostrarás y decide llevarlo por dentro. Las cosas más bellas del mundo no se ven ni se tocan; sólo se sienten con el corazón.

Antes de ver un arco iris, tienes que ver un poco de lluvia... No eres responsable de la cara que tienes, eres responsable de la cara que pones.

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82. Las semillas del rey (26 agosto)

Una historia que habla de ser fiel a uno mismo y no aparentar lo que no es.

En un pueblo lejano, el rey convoco a todos los jóvenes a una audiencia privada con él, en donde les daría un importante mensaje.

Muchos jóvenes asistieron y el rey les dijo: "Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros, al cabo de 6 meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y la planta más bella ganara la mano de mi hija, y por ende el reino".

Así se hizo, pero había un joven que planto su semilla y esta no germinaba; mientras tanto, todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas.

Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas. El joven estaba demasiado triste pues su semilla nunca germino, ni siquiera quería ir al palacio, pero su madre insistía en que debía ir pues era un participante y debía estar ahí.

Con el cabeza bajo y muy avergonzado, desfilo al último hacia el palacio, con su maceta vacía. Todos los jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo soltaron en risa y burla; en ese momento el alboroto fue interrumpido por el ingreso del rey, todos hicieron su respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas.

Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamo de entre todos al joven que llevo su maceta vacía; atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción.

El rey dijo entonces: "Este es el nuevo heredero del trono y se casara con mi hija, pues a todos ustedes se les dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas; pero este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece".

El hipócrita finge o aparenta ser lo que no es y sentir lo que no siente, es un disfraz de cualidades y sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen y llega incluso a engañarse a sí mismo y piensa que en verdad posee las virtudes de que blasona.

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83. El árbol de problemas (27 agosto)

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Aquel día había resultado especialmente desafortunado al carpintero que la buena señora había contratado para que le ayudara a reparar una vieja granja. La cortadora eléctrica se había empeñado en no funcionar y ahora, cuando ya anochecía, el viejo camión no quería arrancar.

-Yo lo llevo en mi carro hasta su casa -se ofreció amablemente la señora.

Casi no se cruzaron una sola palabra a lo largo de todo el camino. El rostro del hombre era una estampa de desánimo y cansancio. Sin embargo, cuando llegaron, sonrió penosamente e invitó a la señora a que entrara un momento en su casa para que conociera a la familia.

Mientras se dirigían a la puerta, el carpintero se detuvo un rato frente a un pequeño árbol y le estuvo acariciando sus ramas. Cuando entraron, ocurrió en él una transformación sorprendente: su cara se iluminó con una ancha sonrisa, abrazó con júbilo a sus hijos y besó con entusiasmo y cariño a su esposa. Se tomaron un café, conversaron alegremente un rato y luego, al despedirse, acompañó a la señora hasta su carro. Al pasar junto al árbol, la señora sintió curiosidad de averiguar qué es lo que había hecho en el arbolito unos minutos antes que lo había transformado de ese modo.

-¡Oh, ese es mi árbol de problemas! -contestó sonriendo el carpintero-. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es bien segura: no me los llevo a la casa, no quiero atormentar con ellos ni a mi esposa ni a mis hijos. Así que los cuelgo cada noche en el árbol antes de entrar en mi casa. A la mañana siguiente los recojo, pero la verdad es que, durante la noche disminuyen y se debilitan mucho.

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84. Uno construye sus propias crisis (28 agosto)

Un hombre vivía en la orilla de un camino y vendía perros calientes. El no tenia radio, ni televisión, ni leía los Periódicos, pero hacia y vendía buenos perros calientes.

El se preocupaba por la divulgación de su negocio y colocaba carteles de propaganda por el camino, ofrecía su producto en voz alta y el pueblo le compraba.

Las ventas fueron aumentando cada vez más, el compraba el mejor pan y la mejor salchicha. También fue necesario comprar un carrito mas grande, para atender a la creciente clientela y el negocio prosperaba.

Su perro caliente era el mejor de la región.

Venciendo su situación económica inicial, el pudo pagar una buena educación a su hijo, quien fue creciendo y fue a estudiar Economía en la mejor Universidad del país.

Finalmente, su hijo ya graduado con honores, volvió a casa y noto que el papa continuaba con la misma vida de siempre y tuvo una seria conversación con el... ¿Papa, usted no escucha la radio? ¿Usted no ve la televisión? ¿Usted no lee los periódicos? Hay una gran crisis en el mundo!!! Y la situación de nuestro país es critica!!!

Todo está grave y el país va a quebrar... después de escuchar las consideraciones de su hijo estudiado, el padre pensó... bien, si mi hijo Economista, lee periódicos, ve televisión, entonces solo puede tener la razón... y con miedo de la crisis, el viejo busco el pan más barato (mas malo) y comenzó a comprar la salchicha más barata (la peor) y para economizar dejo de hacer sus carteles de propaganda.

Abatido por la noticia de la crisis ya no ofrecía su producto en voz alta, ni atendía con entusiasmo a sus clientes.

Tomadas todas esas precauciones, las ventas comenzaron a caer y fueron cayendo y cayendo y llegaron a niveles insoportables y el negocio de perros calientes del viejo que antes generaba recursos para que el hijo estudiara Economía, finalmente quebró.

Entonces el padre, muy triste, le dijo al hijo: hijo, tenias razón, estamos en el medio de una gran crisis y le comento orgullosamente a sus amigos: bendita la hora en que envíe a mi hijo a estudiar Economía, el me aviso de la crisis...

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Moraleja: Nuestros actos diarios son los que deciden nuestras situaciones.

Las acciones y decisiones que tomaste en el paso son las que han hecho que hoy estés en tu estado actual.

Las decisiones y acciones que tomes de hoy en adelante son las que te decidirán tu Futuro.

Trabaja cada día un poco mejor, un poco mas profesionalmente y con un poco mas de ilusión.

Medita sobre tus errores y felicítate por tus éxitos.

No importa como estén las circunstancias, siempre hay una salida, de hecho siempre hay un número infinito de salidas y gran parte de ellas correctas, solo es necesario llegar a identificar la idónea y tomarla cada vez. Tus resultados personales son la consecuencia directa de la calidad y la cantidad de tu trabajo. Mejora cada día un poco más la calidad de tu trabajo y trabaja un poquito más de lo necesario y veras como tu éxito mejora cada día mas

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85. El país de las muletas (29 agosto)

En un lejano país, un rey salió a combatir al frente de sus soldados y, en el fragor de la pelea, le hirieron gravemente en uno de sus muslos, se le gangrenaron las heridas y, para salvarle la vida, tuvieron que cortarle la pierna. Regresó a su reino y, para poder caminar, fue necesario que se ayudara en unas muletas. Para solidarizarse con su rey, su Primer Ministro comenzó a caminar él también apoyado en unas muletas a pesar de tener sus dos piernas en perfectas condiciones. Pronto, comenzaron a imitarles los muchos arribistas y jaladores que nunca faltan, y a los pocos días, casi toda la población de aquel país andaba con muletas. Con el tiempo las muletas pasaron a ser símbolo de distinción y jerarquía: Los ricos las hacían con las maderas más finas y les incrustaban joyas y piedras preciosas, los comerciantes se apresuraron a montar varias fábricas de muletas y a vocear sus ventajas funcionales, comenzaron a ser despreciados y tenidos por bárbaros los que todavía caminaban sin muletas, y muy pronto en las escuelas se empezó a dar clases de cómo caminar con muletas, barnizarlas y cuidarlas. Todos llegaron a convencerse de que era mucho mejor caminar con muletas que sin ellas y el Consejo de Ministros logró convencer al rey de que emitiera un decreto real prohibiendo caminar sin muletas y exigiendo que todo niño, desde su nacimiento, fuera adiestrado a caminar con sus muletas.

Fue pasando el tiempo y en aquel país ya nadie sabía que era posible caminar sin sus muletas...

Al cabo de muchos años, un joven inconforme empezó a decir que las muletas eran un estorbo y que era posible e incluso preferible caminar sin ellas. Nadie le dio mucha importancia a sus ideas por considerarlas locuras de joven, se rieron de él, y esperaron que el tiempo le devolvería la sensatez.

Pero el joven seguía insistiendo en su descabellada idea. Parecía que no podía quitársela de la cabeza y se soñaba corriendo sin muletas por el monte, trepándose a los árboles, escalando montañas... En vano trataron sus padres de hacerle entrar en razón:

Ya no eres ningún niño para seguir con esas locuras –le dijo un día con verdadera ira su padre-. Te prohíbo que vuelvas a mencionar el tema. Tu conducta nos está trayendo muchos problemas. Todo el mundo comienza a mirarnos feo y se la pasan murmurando de tu proceder y de nuestra debilidad que te permitimos seguir con tus locuras. De ahora en adelante, si quieres seguir viviendo en esta casa, tienes completamente prohibido hablar de eso.

De nada sirvieron amenazas y castigos. El joven no iba a abandonar una idea que se había adueñado por entero de su vida, y le sembraba chispas de ilusión en los ojos y le ponía a galopar afiebradamente el corazón. Cuando corrieron rumores de que el joven había sido sorprendido practicando a escondidas el caminar sin muletas, comenzaron a preocuparse seriamente las autoridades de aquel país y, como último recurso, enviaron al sacerdote del lugar a que lo convenciera por las buenas. Si no lo lograba, tendrían que proceder de un modo mucho más severo. No iban a permitir que las locuras de un joven sembraran las semillas de la desintegración y la discordia.

-¿Cómo puedes ir en contra de nuestras tradiciones y nuestras leyes? –le dijo el sacerdote-. Durante años y años, todos hemos andado perfectamente con la ayuda de las muletas. Con ellas, te sientes más seguro, y tienes que hacer menos esfuerzo con las piernas. Las muletas son un gran invento, símbolo de la civilización y de la ciencia. Dios nos dio la inteligencia para que la usáramos; ir contra las muletas es ir contra Dios. Sólo los animales, que son seres inferiores, pueden caminar sin ellas. ¿Acaso pretendes que los imitemos y tiremos por la borda tantos años de avances y progreso? ¿Cómo vas a despreciar nuestras bibliotecas donde se concreta todo el saber de nuestros antepasados sobre la construcción, uso y mantenimiento de las muletas? ¿Cómo

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vas a irrespetar nuestros símbolos patrios que llevan en el escudo y la bandera una muleta? ¿Qué sentido tendrán nuestras oraciones en las que todos los días agradecemos a Dios el habernos dado la sabiduría para perfeccionar cada vez más la utilización de las muletas? ¿Acaso vamos a ignorar a nuestros próceres, nuestros sabios y nuestros santos que levantaron su gloria, sabiduría y santidad bien afincados sobre sus muletas?

Fracasó también el sacerdote y, para impedir la propagación de ideas tan perniciosas, encarcelaron al joven. Allí fue practicando con avidez su propuesta de prescindir de las muletas. Sus piernas débiles se fueron fortaleciendo y cada día su caminar era más seguro y firme.

Decidieron desterrarlo del país. Lo sacaron de la cárcel y ante los ojos impávidos de todos, el joven arrojó sus muletas al aire y comenzó a correr gritando de alegría, al encuentro de sí mismo, de su libertad.

¡Cómo nos cargamos de muletas para sentirnos seguros e importantes! Las muletas del dinero, de la fama, del poder, del carro nuevo, de la tarjeta de crédito, del título... Afincados en nuestras muletas nos creemos superiores, ocultamos detrás de ellas nuestra inseguridad, nuestros miedos. Confundimos la libertad con llenarnos de cosas, con apoyarnos en muletas doradas. Ya nadie se atreve a ser él, a caminar sin muletas. Estamos confundiendo la libertad, con amarrarnos a nuestros caprichos y deseos, cuando la verdadera libertad consiste en liberarse de toda muleta y atadura, en vivir de tal forma que nada ni nadie tenga poder sobre uno. La libertad implica una serie de rupturas de todo aquello que nos impide vivir con autenticidad, de todo lo que nos ata y esclaviza.

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86. Prakash quería ver a Dios (1 septiembre)

Prakash era un hombre santo y estaba muy orgulloso de serlo. Su mayor deseo era ver a Dios y por ello se alegró sobre manera cuando tuvo un sueño en el que Dios le hablaba de este modo:

-Prakash, ¿en verdad quieres verme y poseerme plenamente?

-Por supuesto que lo quiero, ese es mi mayor deseo –replicó con impaciencia Prakash-. Toda mi vida he esperado ese momento. Incluso me daría por satisfecho si sólo lograra vislumbrarte tenuemente.

-Voy a satisfacer tus ansias. Te abrazaré en la cumbre de la montaña, lejos de todos.

Al día siguiente, Prakash, el hombre santo, se despertó excitado después de una noche inquieta. La vista de la montaña y la idea de ver a Dios cara a cara le ponían a galopar el corazón. Caminaba como si estuviera a punto de volar. Entonces, comenzó a pensar con impaciencia qué le regalaría a Dios porque, sin duda alguna, Dios estaría esperando algún regalo.

-¡Ya lo tengo! –pensó Prakash ilusionado-. Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es lo único valioso que yo tengo y sin duda Dios agradecerá mi desprendimiento. Pero no puedo llevárselo vacío. Debo llenarlo con algo.

Por largo rato estuvo pensando lo que metería en el jarrón que iba a regalar a Dios. No tenía ni oro, ni plata, ni piedras preciosas, y además pensó que esas cosas tal vez no le agradarían tanto a Dios pues él mismo las había creado.

-Llenaré el jarrón con mis oraciones y mis buenas obras. Sin duda que es esto lo que Dios espera de un hombre santo como yo. Recogeré mis sacrificios y privaciones, mi servicio al prójimo, las largas horas de meditación y de oración y se las entregaré a Dios en mi jarrón nuevo.

Prakash se sintió feliz de haber descubierto lo que Dios quería y decidió aumentar sus buenas obras y oraciones para llenar pronto el jarrón que regalaría a Dios. Durante las semanas siguientes anotó cada oración, cada sacrificio, cada obra buena colocando una piedrita en el jarrón. Cuando estuviera a punto de rebosar, subiría con él a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

Por fin, con su hermoso jarrón lleno de piedritas, Prakash se puso en camino rumbo a la montaña. A cada paso iba repitiendo lo que le diría a Dios: “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí. Estoy seguro que te encantará todo lo que he hecho por llenarlo y para agradarte a ti. Tómalo y ahora sí, abrázame”.

Prakash siguió subiendo la montaña lo más rápido que podía. Se moría de las ganas de ver y abrazar a su Dios. Repitiendo entre jadeos su discurso llegó por fin a la cumbre pero Dios no estaba allí.

-Dios, ¿dónde estás? Me invitaste a verme aquí y yo he cumplido con mi parte. Aquí estoy, pero no te veo. ¿Dónde estás? Por favor, Dios, no me decepciones...

Lleno de dolor y desespero, el santo hombre se echó al suelo y rompió a llorar. Entonces, oyó una voz que descendía retumbando de las nubes:

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-¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Eres tú, Prakash? No te veo. ¿Por qué te escondes? ¿Qué has puesto entre nosotros?

-Sí, señor, soy yo, Prakash. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para ti.

-Pero no te veo. ¿Por qué te empeñas en esconderte detrás de ese enorme jarrón? Así va a ser imposible que nos veamos. Deseo abrazarte fuertemente; por eso, arroja bien lejos el jarrón. Bota lo que tiene adentro.

Prakash no podía creer lo que estaba oyendo: cómo iba a romper su jarrón tan preciado que contenía todas las buenas obras que él había hecho por su Dios...

-No, señor, mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para ti. Lo he ido llenando pacientemente con mis...

-Tíralo, Prakash. Dáselo a otro, si quieres, pero libérate de él. Deseo abrazarte a ti, Prakash. Te quiero a ti por lo que eres y no por lo que has hecho por mí. Bota, bota ese jarrón, que ya no aguanto las ganas de abrazarte...

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87. El rey bueno (2 septiembre)

Había un rey sincero y bueno que gobernaba al país con justicia y con bondad. En vez de vivir encerrado en su palacio, solía recorrer los confines de su reino, para observar los problemas y tratar de ayudar a la gente. Si veía que sus súbditos estaban alegres, su corazón saltaba de gozo.

Pero el buen rey se estaba poniendo viejo y tenía que entregar el reinado a uno de sus cuatro hijos. Ellos querían mucho a su padre y el rey los amaba a todos por igual. Por eso, no le era fácil decidir quién sería su heredero. Entonces, se le ocurrió conversar individualmente con cada uno de ellos para detectar cuál tenía las mejores cualidades para ser un buen rey. Los convocó frente a su despacho e hizo pasar primero a Juan, su hijo mayor.

-Me siento ya viejo, hijo mío, y quisiera entregar mi trono a uno de ustedes. Por ello, quiero preguntarte algo: ¿Qué harías tú si mañana fueras el rey del país?

Juan pensó un buen rato su respuesta y, por fin, le dijo:

-Trataría de que todos los hombres del reino estuvieran bien entrenados y armados para que así fueran capaces de defenderse de cualquier enemigo. La fortaleza de un país radica en sus ejércitos y en la fuerza de sus hombres.

-Muy bien, hijo –dijo el rey-, analizaré tu respuesta.

Al salir Juan, entró el segundo hijo, un muchacho muy inteligente. El rey le dijo:

-José, hijo mío, estoy ya muy viejo y quisiera entregar el reino a uno de ustedes. Pero primero me contestarás una pregunta.

El rey le hizo la misma pregunta que le había hecho antes a Juan y José, después de pensar un rato, respondió:

-Buscaría la forma de que todas las personas del reino se instruyeran. Abriría muchas escuelas para que todo el mundo pudiera estudiar pues la fuerza de un país radica en la instrucción.

-Muy bien –dijo el rey-, analizaré tu respuesta.

El tercer hijo, Francisco, que era muy religioso, respondió la pregunta de su padre diciendo que levantaría muchas iglesias y fomentaría el culto y la oración, pues la grandeza de un país residía en la firmeza de la religión.

Cuando le tocó el turno al hijo menor, no aparecía por ninguna parte. Al cabo de un buen rato, llegó corriendo y agitado, y el rey le preguntó:

-¿Qué pasó, hijo? ¿Dónde estabas que no acudiste a conversar conmigo cuando te tocaba? ¿Acaso no estás interesado en ser rey?

Pedro, que así se llamaba el hijo menor, respondió conteniendo los jadeos del cansancio:

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-Lo que pasó, padre, es que, mientras estaba esperando mi turno, me enteré de que Santiago, el anciano caballerizo, había sido pateado por un caballo y pensé que, en ese momento, lo más importante era correr en su ayuda para ver si podía hacer algo por él.

El rey lo abrazó emocionado y le dijo:

-Ya sé quién será mi sucesor: serás tú, Pedro, porque no sólo sabes lo que la gente necesita para ser feliz, sino que siempre estás dispuesto a hacerlo. Tú sabes servir y eso es lo más importante.

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88. El hombre que sabía volar (3 septiembre)

Empezó a propagarse la noticia de que, en un remoto país, había un hombre que sabía volar. El rico Mansur decidió partir en su búsqueda para pedirle que le enseñara el arte del vuelo sin importar el precio ni las exigencias. Aprendería a volar y se guardaría el secreto para sí mismo, sin comunicárselo a nadie. Sería distinto a todos los demás, lo admirarían y él levantaría su vuelo extraordinario sobre las multitudes que le observarían impotentes y celosas.

Cuando llegó a aquel país lejano, nadie le supo dar noticias del hombre que volaba. Todos le confirmaron que habían oído hablar de él, incluso alguno afirmó y juró que había visto su vuelo prodigioso, pero nadie sabía dónde encontrarlo.

Ansioso de encontrarlo, Mansur ofreció una suculenta recompensa a quien le diera una información segura, pero de nada sirvió la oferta.

Un día, mientras Mansur se encontraba en el mercado de la ciudad, se le acercó un viejo escudero, muy pobre, que le preguntó si era él el que buscaba al hombre que volaba.

-Sí, soy yo. ¿Acaso tú puedes indicarme dónde puedo hallarlo? Si es así, y lo encuentro, te recompensaré muy bien: ya no pasarás ninguna necesidad en el resto de tu vida.

-Puedo llevarte hasta él, si quieres. Comamos algo y después nos ponemos de camino sin demora.

Así lo hicieron. Incluso Mansur, conmovido por su pobreza, le compró una manta y un par de sandalias nuevas. Se encaminaron hacia el Norte, cruzaron el río, y a la noche pernoctaron en un hostal. Al día siguiente retomaron el camino. Mansur ardía de impaciencia por encontrar al hombre que volaba y no cesaba de hacerle preguntas sobre él.

-¿Todavía estamos muy lejos? –preguntaba impaciente una y otra vez.

-No, no, ya estamos cerca –le respondía calmadamente el viejo escudero.

Pero fueron pasando los días y Mansur empezó a dudar. Cuando iniciaron la subida a una alta montaña, Mansur no pudo aguantar más y gritó lleno de cólera:

-Desde hace una semana me repites lo mismo, que estamos cerca, pero yo no veo ningún vestigio del hombre que buscamos. Te alimento, te doy albergue, pero tú me llevas de acá para allá en un penoso viaje que ya se me asemeja a una terrible pesadilla. Empiezo a sospechar que no sabes nada y que simplemente eres un embaucador y un mentiroso, que sólo buscas aprovecharte de mí.

El viejo escudero le miró calmadamente con sus ojos mansos y le dijo:

-Ten paciencia, no te desesperes, te aseguro que estamos cerca. Un esfuerzo más y seguro que lo encontramos.

Mansur siguió subiendo la montaña jadeando improperios. Estaba cansado, desanimado, convencido de que el viejo era un simple charlatán, y hasta temió que, en un descuido, le diera un empujón en uno de esos parajes indómitos y lo matara para apoderarse de su bolsa.

-Eres un pobre viejo, idiota y mentiroso –empezó a ofenderle con ira-. No sé cómo pude dejarme embaucar por un loco charlatán como tú. Yo no sigo más. Me voy. Tú verás cómo vuelves, porque yo no pienso darte ni un mendrugo de pan. Me importa un comino si te mueres de hambre.

Mansur empezó a descender de la montaña vomitando cólera. No entendía cómo se había fiado de ese pobre viejo que, sin duda alguna, estaba mal de la cabeza. De repente, vio una sombra sobre él, alzó los ojos y vio al viejo escudero volando plácidamente sobre él en el azul infinito del cielo.

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Las cosas que merecen la pena cuestan. A veces, queremos volar, levantarnos de nuestras rutinas, procurar metas de excelencia, pero desistimos ante los esfuerzos y sacrificios que exigen. Los grandes hombres , todos los que han sobresalido en lo político, en lo científico, en lo cultural, en la santidad, lo hicieron porque quisieron con radicalidad algo y comprometieron sus vidas a lograrlo, sin importar lo que costara, ni los esfuerzos y sacrificios que implicara. Nosotros no queremos nada en serio, con radicalidad. Por eso, somos tan mediocres en todo. Querríamos que se nos dieran las cosas , pero sin esforzarnos de veras. Desistimos ante la primera dificultad. Nos falta garra. Nos gustaría volar, pero no estamos dispuestos a jugarnos la vida en esta empresa.

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89. Valoramos las apariencias (4 septiembre)

Un rey le contaba a un sabio sufí lo extraordinariamente buenos y generosos que eran sus súbditos.

-Estás muy equivocado –le dijo el sabio-. La gente de tu reino actúa de acuerdo a las apariencias. Le dan muy poca importancia a los hechos, que son los que demuestran espíritus grandiosos.

Al oir esto, los cortesanos se pusieron bravos y le rogaron al rey que no hiciera caso a ese falso sabio.

-Majestad, ellos dirán lo que quieran, pero en este mundo vil, todo funciona al revés: la persona más preciosa no vale nada, y la persona que no vale nada es la más preciosa.

-Demuéstramelo –dijo el rey-. Si no lo haces, mandaré que te corten la cabeza por decir cosas falsas y descabelladas.

El sabio sufí invitó al rey a que se disfrazara como una persona común y así dieran una vuelta por la ciudad. Llegaron al mercado y el sabio sufí le insinuó al rey que pidiera un kilo de cerezas que habrían de servir para salvarle la vida a un enfermo muy grave.

Fueron inútiles las súplicas del rey. El comerciante, cansado de argüir con él, lo botó del lugar y le dijo que si no se iba pronto, lo sacaría a palos.

-Las cosas que tiene que oir uno en la vida –mascullaba el comerciante-. ¿Acaso tengo cara de idiota? Estos mendigos miserables ya no saben qué inventar para engañar a uno.

El rey estaba a punto de revelar su identidad, cuando el sufí se lo llevó afuera. Caminaron un buen rato y llegaron a las orillas de un río que corría crecido con las aguas del deshielo. En un descuido, el sufí le dio un empujón al rey que cayó al agua. Empezó a gritar pidiendo ayuda, pero aunque se acercaron muchos curiosos atraídos por sus gritos, nadie hizo nada. Ya estaba a punto de ahogarse, cuando un mendigo, el más harapiento de la ciudad, se lanzó al agua y salvó al rey.

Entonces el sufí se acercó al rey que temblaba de frío y de indignación, y le dijo:

-¿Viste cómo era cierto lo que yo te dije? Cuando tú, que eres la persona más valiosa del reino pediste un kilo de cerezas para salvar la vida de un enfermo, no obtuviste nada y hasta estuviste a punto de que te partieran la cabeza a golpes. En cambio este mendigo, que supuestamente es la persona que menos vale en tu reino, ha expuesto su vida por ti y te ha salvado. No son las apariencias lo que cuentan, sino los hechos.

Vivimos la vida como actuación. Cada día se nos impone con mayor fuerza la cultura de la apariencia, del qué dirán. Regalamos por cumplir, por no quedar mal, porque todos lo hacen..., no por agradar. Manejados por la publicidad y las propagandas, compramos no lo que necesitamos, sino lo que el mercado necesita que compremos. El mercado crea incesantemente nuevos productos y la televisión se encarga de convertirlos en necesidades. Hablamos sin pensar lo que decimos, vivimos rutinas, compramos propagandas. Decimos que nos divertimos mucho en la fiesta porque se espera que digamos eso, que nos gustó mucho la película publicitada que todo el mundo dice que es muy buena, aunque nos hayamos aburrido soberanamente al verla. Aplaudimos porque todos lo hacen; sonreimos, sin saber por qué, cuando todos lo hacen. En breve, cada día son menos las personas que se atreven a vivir, a ser dueños de su propia vida: la mayoría son vividos por los demás: el televisor, las costumbres, las modas, el qué dirán...

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Tratamos a los demás de acuerdo a su aspecto. Nos sentimos crecidos cuando podemos ver o dar la mano a un ídolo de la canción, a un personaje famoso, sin importar si es un soberano egoísta, o un cretino, esclavo de su imagen y su fama. Por otra parte, despreciamos y nos alejamos de los pobres, los humildes, a quienes vemos con frecuencia como amenazas.

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90. El Relojero (5 septiembre)

De esto hace mucho tiempo. Época en la que todavía todo oficio era un arte y una herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.

Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía más que los otros, porque todos eran necesarios.

Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que seguramente se sabría de un momento al otro.

Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la hora exacta.

Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia, cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.

La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.

-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.

Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir amontonando sobre él otras cosas que también iban a parar al mismo lugar de descanso.

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Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya no estaba, y esto sucedía desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.

Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón, para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía religiosamente el gesto.

Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.

Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.

Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.

La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.

La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de recuperación plena cuando regrese el relojero.

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91. La oración del alfabeto (8 septiembre)

Regresaba un campesino a la casa con su carreta, cuando, de repente, se le salió una rueda. Como llegó la hora de hacer sus oraciones y aún no había superado el problema, el campesino abandonó la reparación de la rueda y se dispuso a rezar. Para su sorpresa, descubrió que había dejado olvidado en su casa el libro de oraciones y, como tenía muy mala memoria, decidió rezar del siguiente modo:

-Señor, como no traje el libro de oraciones, voy a recitar varias veces el alfabeto y tú formas con mis letras las palabras que más te gusten, de modo que te digas a ti mismo las cosas que quieras, cosas que yo sería incapaz de decirte pues soy un hombre torpe y necio.

Cuando el campesino concluyó, el Señor dijo a uno de los ángeles que lo acompañaban:

-De todas las oraciones que he escuchado hoy, esta ha sido sin duda la mejor, pues ha brotado de un corazón sencillo y sincero.

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92. Nuestro Loro (9 septiembre)

En casa teníamos un loro.

Pero un loro auténtico. No una cotorra. Ni siquiera se lo hubiera podido confundir con uno de esos loros chicos, que comen girasol y que en norte llaman calancates. El nuestro era un loro grande, nacido en el norte.

Lo habían traído de pichón y se había criado con nosotros, compartiendo nuestra vida de cada día, nuestros entusiasmos y nuestras discusiones. Y fue así como aprendió a gritar muchas cosas.

Se llamaba Pastor. Es cierto que ese nombre se lo habíamos impuesto. Pero él lo había aceptado. Cuando tenía hambre, por ejemplo, y quería suscitar nuestra compasión, repetía en tono triste:

-¡Pobrecito Pastor! ¡La papa para Pastor, pobrecito Pastor! - Y agarraba con una de sus patitas el pedazo de pan familiar.

Aferrándose con la otra de donde estaba apoyado, lo comía con gesto humano. Con gesto de familia.

Cuando sentía torear los perros, gritaba: “¡Fuera, fuera!”, y compartía nuestras euforias gritando: “¡Viva Boca!” cuando escuchaba los partidos por radio. Además repetía las órdenes que se daban a los chicos, y así nos mandaba encerrar los terneros, traer agua; o simplemente nos llamaba por nuestro nombre.

En casa lo teníamos por uno más de la familia. Habiendo compartido casi la totalidad de su vida consciente con nosotros, pensábamos que todos sus ideales se identificaban con los nuestros. Lo creíamos un loro domesticado. Le teníamos tanta confianza que le habíamos otorgado plena libertad.

Porque tienen que saber que teníamos otros pájaros: tres cardenales copete rojo y una urraca de monte. Tuvimos tordos y boyeros de esos que hacen su nido como una larga media colgada de las ramas de un algarrobo. En fin, una variedad de otros pájaros salvajes. Pero a todos los teníamos en cerrados en sus jaulas. De ellos nos interesaban sus trinos y sus colores; pero sabíamos que no deseaban compartir nuestra vida. No estaban integrados.

En cambio nuestro loro, no. Se subía a nuestros mismos árboles y gateaba las mismas ramas que nosotros, los chicos. Nuestro parral era también suyo. Y los días de lluvia o frío compartía la tibieza de nuestra cocina.

Para saber dónde estaba, bastaba con gritar fuerte:

-¡Pastor!…- y él, desde su rama o su rincón contestaba:

-¡Eu!

Con pico y patas descendía hasta uno para tomar su pedazo de pan familiar.

Eso sí. Tenía sus agresividades. ¡Cómo no! Y también sus antipatías. Eso era lógico. A todos en casa nos pasaba más o menos lo mismo.

Pero no. Seguramente no fue ése el motivo de su insólita actitud aquella tarde de otoño.

Sí. Era otoño. Lo recuerdo bien. Como una cicatriz de mi infancia. Era otoño porque aquella tarde casi todos los mayores estaban juntando algodón en el campo. Papá estaba en el pueblo. Algunos estábamos en la escuela, y sólo quedaba en casa mamá y uno o dos de los más chicos. Habrán sido las tres o cuatro de la tarde. Cada uno estaba en lo suyo, y todo parecía estar en paz.

Viniendo desde el sur, una bandada de loros salvajes emigraba hacia el norte; hacia las selvas, las Cataratas, el Paraguay. Su vuelo nervioso era apuntado por esos gritos característicos del loro en vuelo:

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-¡Creo, creo, creo!…- y la bandada pasó sobre mi casa.

¿Qué le pasó a nuestro loro? ¿Habrá estado triste, disconforme? ¿Se habrá sentido oprimido o alienado? Puedo asegurarles que en casa no le faltaba nada y papá era exigente en que no se maltratara a ningún animal; menos al loro familiar por el cual sentía afecto especial.

No. Estoy seguro de que no. No fue por ninguno de esos motivos. No fue para liberarse de algo. Fue simplemente porque sintió que algo se liberaba en él. Sacudido por ese grito ancestral de su raza en vuelo, también en él surgió la necesidad imperiosa de afirmar su fe en aquellas realidades primordiales que constituyen la esencia de todos los loros. Y agitando sus alas torpes, no adiestradas para el vuelo, lanzó también él ese grito que le dormía dentro:

-¡Creo, creo, creo!… - y se largó a volar.

Fue sólo un gesto. Una manera de concretizar su profunda fe en las selvas, en las cataratas, en yerbales y naranjales que él nunca viera, y que nunca serían plenamente suyos.

La bandada se perdió pronto sobre los chañares, arreando hacia el norte su profesión de fe.

Nuestro loro no pudo seguirla. A las pocas cuadras perdió altura y aterrizó. No estaba adiestrado para el vuelo largo. En nuestra familia nadie tenía esas oportunidades, y a él mismo nunca se había presentado la necesidad de ensayarlas.

Esa noche, al reencontrarnos todos nuevamente reunidos en familia, notamos la ausencia de Pastor. En su media lengua, mi hermanito menor dio a entender que el loro se había volado hacia el norte. Alguien creyó recordar que, efectivamente, a media tarde una bandada de loros había sobrevolado el algodonal.

Todos lamentados sinceramente que nuestro loro se hubiera podido ir con ellos. Y a todos nos sobrecogió el temor por los peligros que acecharían a Pastor, ya que sabíamos que era imposible que hubiera podido seguir el ritmo de la bandada. Caído a mitad de vuelo, quizás no habría un árbol cerca; así estaría en pleno campo bajo el peligro de los zorros o de los gatos. Una de mis hermanas - la más sensible - se largó a llorar.

Con todo, creo que se exageraron un poco los peligros. Probablemente lo que nos preocupaba no era tanto las dificultades que encontraría nuestro loro en su nueva situación, cuando el haberlo perdido. Sobre todo nos mortificaba que ya no fuera nuestro loro.

De hecho, Pastor había caído a unas pocas cuadras entre el algodonal. Dos o tres días después lo encontramos. ¡Pobre!, daba lástima. Estaba muerto de hambre. Y lo descubrimos justamente porque al pasar cerca de él, se puso a gritar esa serie de frases familiares que había aprendido entre nosotros. Sus ¡vivas! y sus ¡fuera! Fue así como descubrimos su paradero.

Todos nos alegramos de haberlo reencontrado. Y todos estuvimos de acuerdo en que había que cortarle las plumas de sus alas para que no volviera a repetir la experiencia. Hasta mi hermana - ¡la más sensible! - estuvo de acuerdo también. Porque Pastor nunca podría seguir a las bandadas. Por tanto había que impedirle nuevas experiencias.

Hoy, al pensar en aquella decisión de mi familia, me pregunto: “¿Fue un auténtico y sincero cariño por Pastor lo que nos llevó a cortarle las alas para evitarle problemas?”.

Tal vez hubiera sido mejor darle mayores oportunidades de vuelos controlados, para que realmente estuviera capacitado. No sé. Por ejemplo, se lo podría haber llevado lejos, dejándolo luego un poco solo, para obligarlo a volar por su cuenta hasta nosotros. Así, a la vez que ensayaba el vuelo largo, aprendería a tomar nuestra casa como punto de referencia y lograría realizar el vuelo de retorno.

Pero tengo que reconocer que fuimos egoístas. Preferimos la solución fácil. Pastor fue humillado y perdió las hermosas plumas de colores de la punta de sus alas.

Pienso que también dramatizamos algo que no era para tanto. ¿Qué es lo que en el fondo había hecho Pastor? Seguramente, su gesto no fue un signo de protesta contra nuestro estilo de vida familiar. No fue un querer irse porque estuviera en desacuerdo, o como un decirnos que todos sus gestos anteriores habían sido un simple formulismo hecho sin convicción; como si nunca hubiera compartido auténticamente lo nuestro.

Simplemente había sentido de repente ese grito que despertaba en Pastor una fidelidad que nunca había sentido antes entre nosotros. Era la profesión de fe de su raza en vuelo. Y Pastor, sacudido por ese grito de su raza, había realizado un gesto sin pensar siquiera en las consecuencias, y menos que con ello pudiera ofender nuestra incapacidad de volar.

Se había equivocado. De acuerdo. Pero ¿a quién en casa no le había pasado alguna vez algo parecido, no se había equivocado al escuchar un grito nuevo?

-Habría podido consultar - se me dirá. Pero ¿a quién? Cada uno estaba enteramente ocupado en lo suyo y ni siquiera hubiera podido comprender su intimidad intransferible de loro.

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Nosotros sacamos demasiadas conclusiones. La verdad: le tuvimos miedo al futuro. Y olvidamos sus diez mil gestos buenos, profundos, con sentido auténtico, por uno que le fracasó y que había hecho sin consultar.

¡Qué ridículo fuiste, Pastor, durante un tiempo, caminando pasito a paso por los patios, intentando vuelos que irremediablemente terminaban en tumbos, con tus alas amputadas! Para alcanzar las ramas que antes eran las metas de sus volidos, ahora tenías que gatear el tronco con pico y patas como una comadreja. Realmente, Pastor, te hicimos sufrir una gran humillación.

Pero, créemelo: lo pensábamos justificado. Porque con ello asegurábamos tu permanencia definitiva entre nosotros. Nosotros, ¡te hubiéramos extrañado tanto! Con esa decisión de cortarte las plumas y no permitirte el vuelo largo, nosotros nos comprometíamos con vos, con tu futuro, con tu seguridad.

Pero nuestra familia no era dueña del futuro. Ni del tuyo, ni del de ella misma. El futuro es sólo de Dios. ¡Es tan delicado comprender a los demás definitivamente mediante nuestras decisiones arbitrarias y poco generosas!

Unos cuantas años después nuestra familia tuvo que emigrar. Tuvo que dejar ese campo familiar, ese rancho con tantos recuerdos y esos árboles que vos y yo gateábamos rama a rama. Y nos fuimos a vivir al pueblo.

No. No fue fácil acostumbrarse. Tampoco para nosotros. créemelo. El terreno era pequeño. La casa de material, con pisos de cemento. No había árboles. Al principio ni siquiera teníamos un parral.

Pero si a mi familia se la hacía difícil amoldarse, a vos se te hizo imposible.

No hubo santo. No tenías espacio vital. Comenzaste a ponerte triste. Ya no hablabas. Perdías el color de tus plumas. Andabas todo el día huraño. Y lo que es peor: molestabas en todas partes porque no lograbas ubicarte vos mismo.

Las visitas, que allá en el campo dejabas admiradas, ahora preguntaban para qué te teníamos. Y entre esas visitas, no faltó quien te codiciara. En su casa tenía un lindo bananal.

Y fue así nomás: te vendimos. Siento una profunda vergüenza al tener que confesarlo. Pero… te vendimos. Quinientos pesos viejos. Casi como para decir que carecías de valor. Como quien se saca de encima un estorbo.

La última vez que te vi estabas encaramado entre las hojas del bananal. No diste señales de reconocerme.

Y sin embargo yo quiero creer que no nos guardas rencor.

Necesito creerlo. Para que en mí no muera lo mejor de vos.

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93. Los dos burritos (10 septiembre)

Erase una vez una madre - así comienza esta historia encontrada en un viejo libro de vida de monjes, y escrita en los primeros siglos de la Iglesia -. Erase una vez una madre - digo - que estaba muy apesadumbrada, porque sus dos hijos se habían desviado del camino en que ella los había educado. Mal aconsejados por sus maestros de retórica, habían abandonado la fe católica adhiriéndose a la herejía, y además se estaban entregando a un vida licenciosa desbarrancándose cada día más por la pendiente del vicio.

Y bien. Esta madre fue un día a desahogar su congoja con un santo eremita que vivía en el desierto de la Tebaida. Era este un santo monje, de los de antes, que se había ido al desierto a fin de estar en la presencia de Dios purificando su corazón con el ayuno y la oración. A él acudían cuantos se sentían atormentados por la vida o los demonios difíciles de expulsar.

Fue así que esta madre de nuestra historia se encontró con el santo monje en su ermita, y le abrió el corazón contándole toda su congoja. Su esposo había muerto cuando sus hijos eran aún pequeños, y ella había tenido que dedicar toda la vida a su cuidado. Había puesto todo su empeño en recordarles permanentemente la figura del padre ausente, a fin de que los pequeños tuvieran una imagen que imitar y una motivación para seguir su ejemplo. Pero , hete aquí, que ahora, ya adolescentes, se habían dejado influir por las doctrinas de maestros que no seguían el buen camino y enseñaban a no seguirlo. Y ella sentía que todo el esfuerzo de su vida se estaba inutilizando. ¿Qué hacer? Retirar a sus hijos de la escuela, era exponerlos a que suspendidos sus estudios, terminaran por sumergirse aún más en los vicios por dedicarse al ocio y vagancia del teatro al circo.

Lo peor de la situación era que ella misma ya no sabía qué actitud tomar respecto a sus convicciones religiosas y personales. Porque si éstas no habían servido para mantener a sus propios hijos en la buena senda, quizá fueran indicio de que estaba equivocada también ella. En fin, al dolor se sumaba la dura y el desconcierto no sabiendo qué sentido podría tener ya el continuar siendo fiel al recuerdo de su esposo difunto.

Todo esto y muchas otras cosas contó la mujer al santo eremita, que la escuchó en silencio y con cariño. Cuando terminó su exposición, el monje continuó en silencio mirándola. Finalmente se levantó de su asiento y la invitó a que juntos se acercaran a la ventana. Daba esta hacia la falda de la colina donde solamente se veía un arbusto, y atada a su tronco una burra con sus dos burritos mellizos.

-¿Qué ves? - le preguntó a la mujer quien respondió:

-Veo una burra atada al tronco del arbusto y a sus dos burritos que retozan a su alrededor sueltos. A veces vienen y maman un poquito, y luego se alejan corriendo por detrás de la colina donde parecen perderse, para aparecer enseguida cerca de su burra madre. Y esto lo han venido haciendo desde que llegué aquí. Los miraba sin ver mientras te hablaba.

-Has visto bien - le respondió el ermitaño-. Aprende de la burra. Ella permanece atada y tranquila. Deja que sus burritos retocen y se vayan. Pero su presencia allí es un continuo punto de referencia para ellos, que permanentemente retornan a su lado. Si ella se desatara para querer seguirlos, probablemente se perderían los tres en el desierto. Tu fidelidad es el mejor método para que tus hijos puedan reencontrar el buen camino cuando se den cuenta de que están extraviados.

Sé fiel y conservarás tu paz, aun en la soledad y el dolor. Diciendo esto la bendijo, y la mujer retornó a su casa con la paz en su corazón adolorido.

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94. Los dos paraísos (11 septiembre) En el patio de tierra de mi casa había dos grandes paraísos.

De chico nunca me pregunté si ellos también habrían nacido, crecido, o sido trasplantados.

Simplemente estaban allí, en el patio, como estaban el cielo las estrellas, la cañada en el campo, y el arroyo allá dentro del monte. Formaban parte de ese mundo preexistente, de ese mundo viejo con capacidad de acogida que uno empezaba a descubrir con asombro.

Eran lo más cercano de ese mundo porque estaban allí nomás, en el medio del patio, con su ancho ramerío cubriéndolo todo y llenando de sombra toda la geografía de nuestros primeros gateos sobre la tierra.

Ellos nos ayudaron a ponernos de pie, ofreciéndonos el rugoso apoyo de su fuerte tronco sin espinas. Encaramados a sus ramas miramos por primera vez con miedo y con asombro la tierra allá abajo, y un horizonte más amplio alrededor.

Los pájaros más familiares, fue allí donde los descubrimos. En cambio los otros, los que anidaban en la leyenda y en el misterio de los montes, los fuimos descubriendo mucho después, cuando aprendimos a cambiar de geografía y a alejarnos de la sombra del rancho.

Fue en ellos donde aprendimos que la primavera florece. Para setiembre el perfume de los paraísos llenaba los patios y el viento del este metía su aroma hasta dentro del rancho. No perfumaban tan fuerte como los naranjos, pero su perfume era más parejo. Parecía como que abarcara más ancho. A veces, un golpe de aire nos traía su aroma hasta más allá de los corrales.

También nos enseñaron cómo el otoño despoja las realidades y las prepara para cuartear el invierno. Concentrando su sabia por dentro en espera de nuevas primaveras, amarilleaban su follaje y el viento amontonaba y desamontonaba las hojas que ellos iban entregando.

En otoño no se esperaba la tarde del sábado para barrer los patios. Se los limpiaba en cada amanecer.

¡Cuántas cosas nos enseñaron los dos viejos paraísos, nada más que con callarse!

Fue apoyados en sus troncos, con la cara escondida con el brazo, donde puchereamos nuestros primeros lloros después de las palizas. Allí, en silencio, escuchaban el apagarse de nuestros suspiros entrecortados por palabras incoherentes que puntuaban nuestras primeras reflexiones internas de niños castigados. Y en el silencio de sus arrugas, guardaron junto con nuestros lagrimones esas primeras experiencias nuestras sobre la justicia, la culpa, el castigo y la autoridad.

Y luego, cansados de una reflexión que nos quedaba grande y agotada nuestra gana de llorar, nos alejábamos de sus troncos y reingresábamos a la euforia de nuestros juegos y de nuestras peleas.

Cuando jugábamos a la mancha, transformaban su quietud en la piedra del “pido” que nos convertía en invulnerables. Y en el juego de la escondida escuchaban recitar contra su tronco la cuenta que iba disminuyendo el tiempo para ubicar un escondite. Y luego eran la meta que era preciso alcanzar antes que el otro, para no quedar descalificado. Ellos participaron de todos nuestros juegos y fueron los confidentes de todos nuestros momentos importantes.

Escondidos detrás de sus troncos, nuestra timidez y viveza de chicos de campo espiaba a las visitas de forasteros, mientras escuchábamos nuevas palabras, otra manera de pronunciarlas y nuevos tonos de voz, que luego se convertían en material de imitación y de mímica para las comedias infantiles en que remedábamos a las visitas. Así fue como aprendí la palabra “etcétera”, que me causó una profunda hilaridad, y que al repetirla luego a cada momento y para cualquier cosa, nos hacía reír a todos en la familia. En mi familia siempre producían hilaridad las palabras esdrújulas.

Al llegar la noche, todo nuestro mundo amigo se atrincheraba alrededor de los paraísos. El farol que se colgaba de una de sus ramas creaba una pequeña geografía de luz que era todo lo que nos pertenecía en este mundo. Más allá estaba el reino de la noche desde donde nos venían los gemidos de las ranas sorprendidas pro las culebras; y hacia donde los perros hacían rápidas salidas para defender nuestro reino Dominicos-sitiado. Desde la noche sabía llegar hasta nuestro puerto de luz algún forastero o algún amigo náufrago de las sombras que había logrado ubicar el faro de nuestra lámpara suspendidas de las ramas de los paraísos. Desde lo más hondo de la noche remaban hacia la lámpara miles de insectos: las luciérnagas describían amplios círculos de luz alrededor de los paraísos, y a veces volvían a hundirse en la inmensidad sideral de la

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noche como pequeños cometas de nuestro pequeño sistema solar. Otras veces, encandiladas por la luz del farol, terminaban en nuestras manos llenándolas de todo eso misterioso que brilla en las noches.

Cuando me vine hacia el sur, la imagen de los paraísos vino conmigo, y conmigo fue creciendo al ritmo de mi propio crecimiento. Los veía simplemente como parte de mi propia historia.

Al volver luego de unos años, me impresionó ver nuevamente a mis dos viejos paraísos familiares. Sí. Eran los mismos: ocupaban el mismo sitio; los aseguraban las mismas raíces y los identificaba por las mismas arrugas de sus troncos amigos.

Y sin embargo me parecieron más pequeños. Cierto: la cabellera de sus copas había raleado, y tal vez sus ramas ya no fueran tan flexibles. Pero fundamentalmente habían quedado iguales; idénticos. No fue por haber cambiado por lo que me resultaron más pequeños. Yo diría que fue mi relación con ellos lo que había crecido, lo que me daba de ellos una visión distinta.

Quizá no es que los viera más pequeños; sino que ya no me parecían tan altos, ni tan ancha su sombra, ni tan difíciles de subir, ni tan imprescindibles dentro de la geografía del mundo que me tocaba habitar. Mientras tanto, yo ya había conocido otros árboles grandes, importantes, útiles o amigos, y a lo mejor había adornado inconscientemente con esas dimensiones prestadas a mis dos viejos paraísos familiares.

Ahora, al verlos en su realidad concreta, desmitizados de mis adornos fantasiosos, comencé a darme cuenta de sus auténticos límites, de la dimensión concreta de sus ramas. Podría decir que casi afloró a mi conciencia un descubrimiento:

“Mis dos viejos paraísos también tenían su historia.”

Historia personal, intransferible. Su existencia no era sólo relación conmigo. También ellos habían nacido en alguna parte, habían tenido su historia de crecimiento, para luego ser trasplantados juntos y compartir la historia de un mismo patio. El estar allí, el compartir su vida con nosotros, su sombra y el ciclo de sus otoños y primaveras, era el resultado de decisiones que bien hubieran podido ser distintas, y con ello totalmente otra mi propia historia y mi geografía personal.

Me di cuenta de la tremenda responsabilidad de sus decisiones; cosa que ningún otro árbol había tenido, ni jamás podría tener en mi vida.

Y pienso que, si hoy todo árbol es mi amigo, esto se debe a la calidez de amigo que supe encontrar allá en mi emplumar, en aquellos dos paraísos familiares. Ellos dieron a mis ojos, a mi corazón y a mis manos, esa imagen primordial que trataría de buscar en cada árbol luego en mi vida.

Insisto. Esto lo empecé a ver y a comprender cuando desmiticé a mis dos viejos paraísos de todo lo que no era auténticamente suyo. Cuando comprendí que también ellos tenían unas dimensiones concretas y relativamente pequeñas; cuando les descubrí sus carencias y cuando supe que su existencia almacenaba, como la mía una cadena de decisiones personales, y no un mero sucederse de preexistencias sin historia. Cuando me di cuenta de que tenían menos dimensiones de las que yo me imaginaba, y más méritos de los que yo suponía.

Hoy aquel patio familiar existe sólo en mi recuerdo. Los dos paraísos han dejado en pie dos grandes huecos de luz. Buscando sus copas mis ojos miran para arriba y se encuentran con el cielo.

No han muerto. Y pienso que no morirán nunca, porque rama a rama se van quemando en el fogón familiar, y de cada astilla que se ha vuelto ceniza se ha liberado la tibieza que calienta nuestros inviernos. Y sus troncos rugosos se han vuelto tablas de la mesa familiar que nos seguirá reuniendo a los hermanos distantes para compartir el pan.

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95. Ojos Embrujados (12 septiembre)

El Abad Arsenio hacía muchos años que vivía en el desierto. Se había retirado a la soledad a fin de luchar contra todos los engaños del diablo, y así poder mirar las cosas con ojos simples y ver sólo lo que Dios veía. Muchos años le había costado esa lucha, hasta que finalmente Dios en su misericordia le había concedido la gracia de ver la

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realidad de las cosas. Es decir, ver las cosas con los ojos de Dios, simple y puramente. Vivía desierto adentro, tres días de camino.

Al borde del desierto había una ciudad. Y en ella vivía un matrimonio de personas ya mayores, que tenían sólo una hija adolescente, por la que estaban más que preocupados. Permanentemente se sentían angustiados por la jovencita, a la que tenían acobardada a consejos, tratando de evitarle los peligros propios de su edad. La verdad era que su hija daba bastantes motivos para que sus padres se preocuparan, ya que estaba en esa etapa de la vida en que se vive sin ver los peligros reales e imaginándose todas las oportunidades como posibles.

Un día la angustia se les hizo espesa. Había llegado el rumor de que se acercaba a la ciudad una compañía de brujos, con su circo de animales, sus camellos llenos de campanillas, y toda su hechicería a cuestas. Sobre todo se hablaba mucho del Brujo Mayor, hombre de poder maléfico, que con su sola mirada era capaz de seducir a una joven y convertirla en una animal que luego utilizaba para sus pruebas en el circo. En aquella época se creía que los animales amaestrados, eran en realidad personas convertidas en tales por arte de encantamiento, y que por ello junto a su nueva forma animal les quedaban restos de comprensión humana.

Imagínense el terror que se apoderó de los padres de la muchacha al saber que la compañía de brujos se acercaba al poblado, y que su hija no se hallaba en casa. Comenzaron a temer lo peor. Sabía de la imprudencia de ella, y no podían sacarse de la imaginación lo que ocurriría si llegaba a encontrarla en su camino la caravana se aproximaba. Angustiados y con el corazón oprimido cerraron la casa trancando puertas y ventanas. Y cuando sintieron el tropel de las pisadas y el tintinear de las campanillas, no pudieron resistir el acercarse a la puerta espiando por el agujerito del visor lo que pasaba justo frente a su casa. Lentamente fueron desfilando las jaulas con los animales y luego las carretas con los equipajes apilados. Detrás del cortejo, venía el Brujo Mayor, en su camello negro, erguido y escrutando con ojos de fuego a su alrededor. No pudieron sacarle la vista de encima. Cuando pasaba frente a su puerta detrás de la que ellos estaban como encandilados mirándolo, vieron que lentamente fue girando la cabeza, hasta que su mirada se clavó en la de ellos a través del pequeñísimo espacio de la mirilla. Un terror frío les corrió por el cuerpo e instintivamente retrocedieron como quemados por aquella mirada.

Ya no les cabía duda. Algo terrible le habría pasado ciertamente a su hija. Esta obsesión se les fue metiendo en el alma a medida que crecía la noche. Sintieron ruidos raros que golpeaban sus puertas y ventanas. Voces misteriosas e incomprensibles que pedían se les abriera. Todo inútil: arrimaron aún más muebles a las trancas y se mantuvieron quietos y templando en el rincón más oscuro de la habitación. Así pasaron aquella horrible noche de vigilia, pensando en la joven que en algún lugar estaría convertida en bestia por encantamiento del Brujo.

Cuando supusieron que sería de día, fueron lentamente retirando muebles y camas, y por último destrancaron las puertas para mirar el mundo exterior. Y allí se confirmaron sus temores y ansiedades. Dormida en el atrio de su casa, estaba tirada su hija convertida en una asna. No hay para qué describir la reacción de gritos, reproches y barbaridades con la que sus padres rubricaron lo que veían sus ojos. Inmediatamente pusieron a la bestia un bozal, y a empujones y latigazos la fueron empujado hasta el corral donde la dejaron amarrada al palenque sin agua y sin comida. Así la tuvieron todo el día, mientras desahogaban su angustia con reproches y reconvenciones.

-¡Viste - gritaban - tenía que sucederte al fin! Nosotros te habíamos dicho. Pero es inútil. Ustedes los jóvenes no quieren escucharnos. Y ahora ¿qué vamos a hacer?

Finalmente, desesperados, decidieron ir a consultar al abad Arsenio; quizá él con su poderosa intercesión pudiera desembrujar a su hija para que recobrara su ser original. Y diciendo y haciendo, emprendieron el viaje.

Atada con su cabestro por el bozal, y a gritos y empujones, fueron haciendo los tres días de camino desierto adentro hasta llegar al lugar en que Arsenio habitaba. Al ver de la colina su celda, dejaron allí atada a la asna y fueron corriendo y llorosos a postrarse a los pies del anciano suplicándole que desembrujara a su hija que había quedado convertida en una asna por encantamiento maléfico. Le contaron todo lo sucedido, detallándole el momento en que se sintieron flechados por la mirada terrible del Brujo Mayor que pasara frente a su casa, y que no les viera más que los ojos ansiosos detrás de la mirilla.

Con calma Arsenio los consoló y les pidió que lo acompañaran hasta el lugar donde habían dejado atada a la joven. Al acercase les preguntó:

-¿Dónde está la asna, de la que hablan? Yo no la veo.

-¿Cómo no la ves? Está delante tuyo - le respondieron.

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Pero el anciano insistió en que él no veía asna alguna. Lo que sus ojos veían era una muchacha aterrorizada, castigada y humillada a la que tenían atada con un bozal y cabestro, y que lo miraba con miedo, sin entender nada. Entonces el anciano levantó sus ojos al cielo y oró. Y Dios lo iluminó para que de pronto comprendiera todo. Miró profundamente a los ojos atemorizados de los padres y les ordenó que se arrodillaran. Y entonces suplicó:

-Padre Santo. Señor de la luz y la verdad. Dígnate librar a estos tus hijos de la mentira que hay en sus ojos, para que vean la verdad de su hija.

Y diciendo esto trazó sobre su vista la señal de la cruz. Como si un velo se les hubiera quitado, ellos vieron desaparecer la imagen de la asna, y reencontraron la de su hija maltrecha y asustada.

La que estaba embrujada no era la muchacha, sino los ojos de sus padres, obsesionados por el miedo y la angustia.

En mi vida de monje, he visto muchas veces el reverso de este cuento. He conocido muchos jóvenes que tenían los ojos embrujados y eran incapaces de ver la verdad de sus padres. Donde ellos no descubrían más que seres celosos y chapados a la antigua, que nada comprendían, la verdad demostraba una pareja de padres cariñosos y sinceramente responsables del bien de su hijo.

Muchas veces me he visto obligado a trazar la señal de la cruz sobre los ojos. Los míos propios. Y a veces sobre los de los demás.

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96. La Cebolla (15 septiembre)

“Había una vez una vieja muy mala y murió. La mujer no había realizado en su vida ni una sola acción buena y la echaron en el lago de fuego. Pero el ángel de la guarda que estaba allí pensó: “¿Qué buena acción podría recordar para decírselo a Dios?” Entonces recordó algo y se lo manifestó:

- Una vez arrancó de su huertecillo una cebolla y se la dio a un pobre.

Y Dios le respondió complacido: “Toma tú mismo esa cebolla y échasela al lago de forma que pueda agarrarse a ella. Si puedes lograr sacarla del fuego, irá al paraíso, pero si la cebolla se rompe tendrá que quedarse donde está”.

El ángel corrió hasta donde estaba la mujer y le alargó la cebolla: “Toma, mujer, agárrate fuerte, vamos a ver si te puedo sacar”.

Y comenzó a tirar con cuidado. Cuando ya casi la había sacado del todo, los demás pecadores que estaban en el lago de fuego se dieron cuenta y empezaron todos a agarrarse a ella para poder también salir de allí. Pero la mujer era mala, muy mala, y les daba patadas diciendo: “Me van a sacar sólo a mí, no a vosotros: es mi cebolla, no la vuestra”.

Pero apenas había pronunciado estas palabras, cuando la cebolla se rompió en dos y la mujer volvió a caer en el lago de fuego. Allí arde hasta el día de hoy.

El ángel se echó a llorar y se fue”.

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97. El candil de la nona (16 septiembre)

Ha quedado en mi recuerdo como uno de esos objetos sin edad.

Como si a fuerza de estar y de alumbrar, hubiera logrado vencer el tiempo y permanecer.

Era una lámpara antigua de bronce. Tampoco podría afirmar, al revivirla hoy en mi recuerdo, si lo que la adornaba eran dibujos o simplemente arrugas con las que la vida y los acontecimientos habían ido ganándole un rostro.

Tenía ese noble color del bronce, y la capacidad de alumbrar en silencio.

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Era una lámpara con pie. Cuando se la encendía, se la colocaba siempre en el centro de la mesa familiar. De ahí que su recuerdo lo tengo acollarado a las noches de invierno. Porque en verano vivíamos a la intemperie, y entonces no se usaba la lámpara, sino un farol que se colgaba de las ramas del árbol del patio.

Pero la lámpara de bronce tenía esa rara cualidad de crear la intimidad. Objeto quedado, de entre miles de objetos idos, la vieja lámpara de bronce parecía haber asumido en lo más íntimo de sí su propia soledad, y quizá fuera de allí de donde sacara esa misteriosa fuerza para crear la comunión.

Cuando entrada la noche se encendía la lámpara, parecía que su luz quieta hiciera crecer a su alrededor el silencio, y no sé qué misterio viejo. Mirando su llamita, los niños dilatábamos las pupilas, y quietos de cuerpo y alma, remábamos tiempo adentro. Hacia esa época legendaria en que grandes vapores llenos de inmigrantes avanzaban por el mar hacia nosotros. En uno de ellos había venido a desembarcar en nuestra mesa aquella lámpara.

Entre nosotros su luz creaba esa misteriosa realidad de hacernos sentir con raíces, viniendo de un tiempo viejo. Sabíamos que en otros tiempos su luz había alumbrado fiestas bulliciosas; que en ocasiones había creado la sombra precisa para ocultar una mirada furtiva; y que su llama había mantenido la luz necesaria para alimentar las confidencias.

En aquellos tiempos viejos, quizá había sido en las noches de la llanura la única respuesta de luz en leguas a la redonda, para el diálogo de nuestros abuelos con las estrellas.

No la sentíamos vieja. Porque intuíamos que había superado el tiempo. De la misma manera no nos atrevíamos a llamar vieja a una fruta madura. Madura de alumbrar, había terminado por asumir la vida en sí misma. Uno sabía que esa madurez de vida era el combustible que le permitía seguir alumbrando quieto.

Porque tenía una rara manera de alumbrar sin hacer ruido: tenía una luz mansa.

Aparecía entre nosotros a eso de la oración; y su presencia en la mesa familiar convertía en liturgia esos ritos primordiales de partir en cada plato la polenta humeante y el guiso oscuro y fuerte.

Cuando luego de unos años de ausencia volví a mi familia, la vieja lámpara ya no estaba allí con su color bronce y su luz mansa. Pero su ausencia seguía creando ese hueco de silencio familiar.

El candil de la nona fue en mi vida uno de esos objetos vivientes que me enseñaron que los humanos también tenemos raíces.

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98. Los anteojos de Dios (17 septiembre) El cuento trata de un difunto. Anima bendita camino del cielo donde esperaba

encontrarse con Tata Dios para el juicio sin trampas y a verdad desnuda. Y no era para menos, porque en la conciencia a más de llevar muchas cosas negras, tenía muy pocas positivas que hacer valer. Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos del alma unos pocos recibos “Que Dios se lo pague”, medio arrugados y amarillentos por lo viejo. Fuera de eso, bien poca más. Pertenecía a los ladrones de levita y galera, de quienes comentó un poeta: “No dijo malas palabras, ni realizó cosas buenas”.

Parece que en el cielo las primeras se perdonan y las segundas se exigen. Todo esto ahora lo veía clarito. Pero ya era tarde. La cercanía del juicio de Tata Dios lo tenía a muy mal traer.

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Se acercó despacito a la entrada principal, y se extraño mucho al ver que allí no había que hacer fila. O bien no había demasiados clientes o quizá los trámites se realizaban sin complicaciones.

Quedó realmente desconcertado cuando se percató no sólo de que no se hacía fila sino que las puertas estaban abiertas de par en par, y además no había nadie para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó el Ave María Purísima. Pero nadie le respondió. Miró hacia adentro, y quedó maravillado de la cantidad de cosas lindas que se distinguían. Pero no vio a ninguno. Ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosidad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada. Se encontró perfectamente dentro del paraíso sin que nadie se lo impidiera.

-¡Caramba – se dijo – parece que aquí deber ser todos gente muy honrada! ¡Mirá que dejar todo abierto y sin guardia que vigile!

Poco a poco fue perdiendo el miedo, y fascinado por lo que veía se fue adentrando por los patios de la Gloria. Realmente una preciosura. Era para pasarse allí una eternidad mirando, porque a cada momento uno descubría realidades asombrosas y bellas.

De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala se fue internando en las mansiones celestiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina de Tata Dios. Por supuesto, estaba abierta también ella de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en la sala ocupada en su centro por el escritorio de Tata Dios. Y sobre el escritorio estaban sus anteojos. Nuestro amigo no pudo resistir la tentación – santa tentación al fin – de echar una miradita hacia la tierra con los anteojos de Tata Dios. Y fue ponérselos y caer en éxtasis. ¡Que maravilla! Se veía todo clarito y patente. Con esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Pudo mirar profundo de las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los economistas, las tentaciones de los hombres de Iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente a los anteojos de dios, como afirma la Biblia.

Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de ubicar a su socio de la financiera para observarlo desde esta situación privilegiada. No le resulto difícil conseguirlo. Pero lo agarró en un mal momento. En ese preciso instante su colega esta estafando a una pobre mujer viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria por sécula seculorum. (En el cielo todavía se entiende latín). Y al ver con meridiana claridad la cochinada que su socio estaba por realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la tierra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente este deseo de hacer justicia, que sin pensar en otra cosa, buscó a tientas debajo de la mesa el banquito de Tata Dios, y revoleándolo por sobre su cabeza lo lanzó a la tierra con una tremenda puntería. Con semejante teleobjetivo el tiro fue certero. El banquito le pegó un formidable golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.

En ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía. Era Tata Dios que retornaba con sus angelitos, sus santas vírgenes, confesores y mártires, luego de un día de picnic realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta por los poros del alma, haciendo una batahola celestial.

Nuestro amigo se sobresalto. Como era pura alma, el alma no se le fue a los pies, sino que se trató de esconder detrás del armario de las indulgencias. Pero ustedes comprenderás que la cosa no le sirvió de nada. Porque a los ojos de Dios todo está patente. Así que fue no más entrar y llamarlo a su presencia.

Pero Dios no estaba irritado. Gozaba de muy buen humor, como siempre. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo.

La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria, porque estando la puerta abierta nadie la había respondido y el quería pedir permiso, pero no sabía a quién.

-No, no – le dijo Tata Dios – no te pregunto eso. Todo está muy bien. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito donde apoyo los pies.

Reconfortado por la misericordiosa manera de ser de Tata Dios, el pobre tipo fue animado y le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y encima los anteojos, y que no había resistido la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento.

-No, no – volvió a decirle Tata Dios – Todo eso está muy bien. No hay nada que perdona. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies?

Ahora sí el ánima bendita se encontró animada del todo. Le contó a Tata Dios en forma apasionada que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia y que le había subido al alma un gran deseo de justicia, y que sin pensar en nada había manoteado el banquito y se lo había arrojado por el lomo.

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-¡Ah, no! – volvió a decirle Tata Dios. Ahí te equivocaste. No te diste cuenta de que si bien te había puesto mis anteojos, te faltaba tener mi corazón. Imagínate que si yo cada vez que veo una injusticia en la tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No m’hijo. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de salvar.

-Volvete ahora a la tierra. Y en penitencia, durante cinco años rezá todo los días esta jaculatoria: “Jesús, manso y humilde de corazón dame un corazón semejante al tuyo”.

Y el hombre se despertó todo transpirado, observando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajaritos.

Hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia.

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99. La liebre y el tigre (18 septiembre) Qué gran decepción tenía el joven de esta historia. Su amargura absoluta era por la forma tan

inhumana en que se comportaban todas las personas, al parecer, ya a nadie le importaba nadie.

Un día dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido, el cual no podía valerse por sí mismo.

Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.

Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.

Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: -"No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas".

Y decidió hacer la experiencia: Se tiró al suelo, simulando que estaba herido, y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara.

Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el otro día, y ya se iba a levantar, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, sí casi no sentía deseo de levantarse, entonces allí, en ese instante, lo oyó... ¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él le dijo...:

-"Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de tigre y simplemente se la liebre".

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100. Sorgo Y Chamico (19 septiembre)

El sorgo estaba chico. Tal vez a no más de una cuarta de altura. Y el verano había exagerado la sequía con varios días de viento norte.

A la hora de la siesta era casi preferible no mirar el sorgal. Su aspecto era más vale desalentados. Chamuscado como estaba por el calor y el viento norte, el pequeño sorgal mostraba el sufrimiento de la sequía.

Sólo el chamico parecía gozar de privilegio. Aunque mirado bien y de cerca, también él mostraba los efectos de la sequía. Lo malo era que había mucho chamico. Y para el sorguito eso representaba un doble peligro.

Un peligro presente, ya que el chamico - nacido antes que el sorgo - lo aventajaba en vigor y le quitaba gran parte de la poca humedad que tenía esa tierra resecada por el sol del verano que empezaba recién. Y además era un peligro futuro. Sorgo y chamico semillarían juntos. Y juntos terminarían en los silos, y juntos pasarían a la molida. Y dicen que la semilla de chamico es venenosa. Que hace abortar a las preñadas. Y era una pena que el fruto de ese sorgal destinado a alimentar a los demás, estuviera envenenado por el fruto abortivo del chamico.

Había que tomar una decisión. Me llamaron para que viera el sorgal. A esa hora el sol ya apretaba, y el viento norte se dejaba sentir.

¡Me dio pena el sorgo! Había algo de tristeza en sus hojas, un cierto cansancio y ganas de no seguir aguantando más. El chamico aparecía potente, con sus hojas anchas y redondas, junto a las hojas afiladas de las plantitas del sorgal.

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Una solución parecía imponerse. La de los manuales. Una fumigación con herbicida, si fuera posible esa misma tarde. Fumigación aérea era, o parecía ser, lo más seguro, lo más rápido. Al no estar todavía protegido por el sorgo, el chamico presentaba toda su superficie a la fumigación y el efecto del herbicida ofrecía la seguridad de realizarse sobre la maleza. Tomándolo de tardecita, con viento quieto y algo de rocío, el herbicida quedaría sobre las hojas. A la mañana siguiente, con el apretar del sol, el castigo del veneno actuaría con todos sus efectos.

Sí. Todo eso estaba bien, pensando en la manera de frenar o eliminar el chamico. Pero ¿y el sorguito?

Estaba el sorguito justo en ese momento de su crecimiento en que abiertas sus hojas, ofrece el follaje al aire y a la luz mostrando su cogollo central, esa zona donde se genera la vida. El herbicida entraría también allí y seguramente haría su efecto.

Era un pésimo momento para fumigarlo. Ni demasiado chico, ni demasiado grande. Y además sufrido por la dura experiencia de una sequía que lo venía maltratando casi desde su madrugar.

El peligro estaba en que el sorguito no aguantaría la sacudida de la fumigación. Tal vez terminara por secarse definitivamente. Y aunque quizá no se llegara a eso, era seguro que el tratamiento frenaría su desarrollo y que el rinde del sorgal perdería un gran porcentaje en el momento de la desgranada.

La decisión, ustedes comprenderán, no podía tomarla basándome en la bronca al chamico. Tenía que tomarla por amor al sorgal. En definitiva, ustedes estarán de acuerdo: lo que importaba en aquel campo no era la no existencia del chamico, sino la abundancia del sorgo.

Y el sorgo aquel aquella tarde no se fumigó. Tal vez no fuera una decisión de ingeniero; era simplemente un manejo de chacarero. De hombre con amor por su campo.

Pero pienso que hubo también detrás otro motivo. Aquel viento norte no podía durar eternamente. Los años pasados en el campo me decían que todo viento norte carga agua, y que al final explota en una tormenta que casi siempre termina en lluvia.

Había que tener fe en el cielo, que era quien podía mandarnos la lluvia.

Luego de la tormenta, y con el campo regado por ese llanto de las nubes, era probable que se pudieran tomar pequeñas decisiones para acompañar el crecimiento. Tal vez entrar a azada, o aporcar los surcos. Tal vez una fumigación terrestre.

En todo caso cosas que exigirían más tiempo, más dedicación, y bastante más esfuerzo. Cosas de las que sólo es capaz un chacarero. Porque él se queda comprometido con el campo. Mientras que el ingeniero prefiere las soluciones rápidas, ya que luego de tomadas, se va y tal vez sólo vuelve para la cosecha.

Para él el resultado se convierte en dato. Para el chacarero, en grano.

A veces pienso que en mi vida he tenido dos grandes suertes.

La primera es haber nacido en el campo y con eso haber conseguido un profundo cariño por la tierra y los sembrados. Como a mi tata le faltaba una pierna, siempre lo tuvimos en casa y de chiquitos nos hablaba y nos contaba muchas cosas cuando trabajábamos al lado suyo. Mi tata fue un gran hombre.

La segunda suerte que tuve fue que el primer ingeniero con el que me inicié era también un gran hombre. Recorriendo los sembrados, muchas veces me hablaba de sus hijos, de la cooperativa que organizaba en su barrio, y de su amor por los hombres. Fue un gran ingeniero: tenía corazón de chacarero.

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101. Los tres deseos (22 septiembre)

Este es un cuento viejo. Lo he escuchado mucha veces y de distintas manera. Pertenece a aquello que han rodado mucho y que vienen muy golpeados. Diría que no sólo lo he sentido contar en forma de cuento, sino que a veces en mi vida de cura lo he tenido que escuchar como historia. Claro que son muchas variantes, según los casos.

Erase una noche de invierno. Y en ella una pareja que habitaba un rancho frío, por el que se colaba el viento pampero haciendo parpadear el candil de sebo que lo alumbraba. Don Ciriaco y la Nemesia, su mujer, aparentemente ya no tenían nada que decirse. Hacía añares que vivían juntos, y los hijos emplumados habían dejado el rancho buscando otros horizontes donde anidar. La ancianidad se les iba acercando despacio como para que tuvieran todo el tiempo de sentirle los pasos cansados.

Se encontraban uno frente al otro, simplemente porque el braserito improvisado con una lata, estaba entre ellos. Sus miradas clavadas en los carbones incandescentes que de vez en cuando chisporroteaban, buscaban mirar realidades muy lejanas. El diálogo ya parecía inútil. Se había desdoblado en dos monólogos interiores en el que cada uno soliloquiaba con sus propios recuerdos.

-¡Velay con mi triste suerte! – se decía Ciriaco -. Haber renunciado a tantas cosas por atarme a la Nemesia. Yo era tropero libre. Sólo los caminos eran mi querencia. Anidaba al sereno, y ente el montado y el carguero repartía mi cuerpo y mis cosas en mi libre andar de pago en pago. Pero un día me embretaron los ojos de la Nemesia, y me dejé pialar de parado nomás. Me aquerenció en este trozo de tierra, y aquí levanté este ranchito lleno de sueños, que ahora de apoco va despajando el pampero, yo que podría haber llegado a tener tropilla de un pelo con madrina y cencerro. Yo, que habría podido conocer mundo, aquí estoy, estaqueado

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entre dos horcones por haber creído que la Nemesia me iba a hacer feliz. Quizá la pobre no pudo dar más. Pero lo mismo. Aquí estoy y es esta mi triste suerte.

También la Nemesia tenía sus recuerdos para rumiar. Ella había sido la flor del pago. Cuántas veces los troperos al pasar habían detenido adrede sus fletes delante del rancho, con cualquier excusa, por el simple deseo de recibir de sus manos el mate cordial y prometedor. Si recordaba patente aquella tarde en que él, mozo guapo, con montado y carguero de tiro, había pedido humildemente permiso para desensillar en cualquier parte, mientras con la mirada decía bien a las claras, cual era el patio donde quería hacer pie. Tantas cosas había ella soñado aquella noche. Sus ilusiones le habían prometido un futuro feliz, con horizontes infinitamente más amplios que los de aquel rancho que terminaba con la mirada entre los cardos y el pajonal. Lo vio libre, y se imaginó que sería el creador de la libertad. Lo vio fuerte, y lo soñó el distribuidor de la firmeza y la seguridad. No estaba segura de haberse equivocado. Pero sentía pena que no le había podido llenar sus sueños.

Y así estaban los dos, en sus soliloquios, deseando imposibles y desperdiciando oportunidades. Pidiendo a Dios en el secreto de sus corazones todo aquello que creían podría llenar sus anhelos y curar sus frustraciones.

Y Dios los estaba escuchando. Como escucha todo lo que pasa por dentro del corazón de cada uno de nosotros, aunque no nos animemos a sacarlo hecho súplica y palabra. Y Tata Dios en su bondad quiso hacerles dar un paso hacia delante. Eligió a uno de sus mejores chasquis. Mandó al ángel Gabriel que fuera de un bólido a llevarles su propuesta.

¡Impresionante el refucilo! A pesar de lo serenito de aquella noche de pampero frío en que las estrellas brillaban como nunca, el rancho fue sacudido por el trueno, y un relámpago lo llenó de luz. La Nemesia se santiguó, como en un conjuro, mientras que Ciriaco levantó instintivamente el brazo izquierdo a la altura de la cara, como si en él tuviera enrollado el poncho.

-¡Nómbrese a Dios! ¡La paz con ustedes! ¡No tengan miedo! – dijo Gabriel con tono tranquilo, como para infundirles confianza.

No podían creer lo que sus ojos veían a pesar del encandilamiento. En su mismo rancho, una ángel del cielo había aparecido, y les hablaba. Si parecía un sueño. Pero no. Ahí estaba, todo resplandeciente, hecho un temblor de luz, trayéndoles un mensaje del mismo Tata Dios para ellos dos.

-¡Nómbrese a Dios! ¡La paz esté con ustedes! – volvió a repetir el arcángel San Gabriel -. Vengo de parte de Tata Dios para anunciarles que El ha escuchado lo que ustedes piensan, desean y andan diciéndose en su corazón. Y ahora les manda el siguiente recado: tres deseos se les van a cumplir. Los primeros que ustedes pidan. Usted, doña Nemesia, tiene derecho a pedir individualmente un deseo. El primero que pida en voz alta se le va a cumplir en el acto. Lo mismo para usted, don Ciriaco. Lo primero que se le ocurra en voz alta será cumplido en el acto. Piénselo bien cada uno. Porque más luego, tendrán todavía la oportunidad de un tercer deseo. Pero para que éste se realice tendrán que ponerse de acuerdo los dos y pedirlo en forma conjunta. Ya saben: piénsenlo bien, y que Dios esté con ustedes.

Dichas estas palabras el ángel desapareció como había venido, en medio de un refucilo de luces y temblor de plumas.

Imagínense cómo habrán quedado los dos esposos con semejante sorpresa. No podía hacerse a la idea. Pero al final tomaron conciencia de que la cosa era cierta. La primera en reaccionar fue la Nemesia. Como fuera de sí por la emoción, se levantó de un salto y tomando el banquito donde estaba sentada lo dio vueltas dando la espalda a su esposo, mientras le decía:

- ¡Por favor Ciriaco, no me digas nada, no me hables! Déjame pensar a solar lo que tendré que pedir. – Y luego exclamó para sí: ¡Ay, mi diosito lindo! Quien lo hubiera imaginado! Podré al fin cumplir mis sueños. Esos que el Ciriaco nunca pudo darme -.

Y extasiada consigo misma comenzó a pasar a toda velocidad la película de sus sueños, sus deseo y sus ambiciones personales. Pensó en pedir de nuevo la juventud, la belleza, las oportunidades. Luego se imaginó que todo eso era poco. Pediría plata, salud, larga vida. Tampoco así quedaba satisfecha del todo. Debería pedir además amistades, un palacio, vestidos, cantidad de sirvientes, y la oportunidad de hacer fiestas todas las semanas.

Mientras la Nemesia continuaba su soliloquio fantasioso, el Ciriaco hacía más o menos lo mismo. Dando vueltas la cabeza de vaca que le servía de asiento, comenzó a golpearse despacito las botas con la lonja de su rebenque, mientras soltaba la tropilla de ambiciones por los campos de su imaginación. Ya se veía al trotecito del redomón haciendo punta a su tropilla de un pelo, con madrina zaina y cencerro cantor. La estancia que pensaba pedir no tendría límites, y la hacienda que la poblaría no necesitaría ser contada. Hasta donde diera la vista, campo y cielo, todo sería de don Ciriaco.

En estos y otros pensamientos estaban ambos, mientras la noche seguía su curso y el pampero enfriaba cada vez más el interior del rancho. Entumecida por la inmovilidad y la temperatura exterior, la Nemesia volvió a la realidad buscando con los ojos el brasero. Se dio vuelta y volvió a estirar sus manos sobre él para calentarse un poco. Y cayó en la trampa. Al ver aquellas brasas rojas y sobre ellas la parrillita, no va y se le cruza el maldito con una tentación haciéndole imaginar un chorizo chirriando sobre los carbones encendidos. Imaginarlo y desearlo es casi lo mismo. Lo peor fue que lo expresó en voz alta:

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-¡Qué hermosas brasas! ¡Cómo me gustaría tener aquí sobre la parrillita un chorizo de dos cuartas de largo asándose!

¡Para qué lo habrá dicho! Aunque ni se le había pasado por la mente que este sería su pedido, de hecho lo fue. Decirlo y suceder fue lo mismo. Porque en ese preciso instante un hermoso chorizo aparecido milagrosamente goteando grasa en el centro del brasero, sobre la parrillita.

Nemesia pegó un grito. Pero ya era tarde. Su pedido estaba realizado. Se quedó atónita mirando el fuego y sintiendo el crepitar de las gotitas de grasa al caer sobre las brasas, mientras un humo apetitosos comenzaba a llenar el rancho. Ciriaco, que casi ni había escuchado a su mujer, volvía la realidad con su grito. Fue ver, y darse cuenta de lo sucedido. Y como era hombre de genio arrebatado y de palabra rápida, también él cayó en la trampa que parecía pensada por el mismo Mandinga. Se levantó de un salto y dirigiéndose a su mujer la apostrofó:

-¡Pero mujer! Tenías que ser siempre la misma. Mira lo que has hecho. Venir a gastar la gran oportunidad de tu vida pidiendo solamente un miserable chorizo. Si sería como para sacarte zumbando ahora mismo del rancho. Tenías que ser vos, siempre la misma arrebatada, incapaz de pensar con la cabeza antes de meter la pata. ¡Cómo me gustaría que este chorizo se te pegar en la nariz y no te lo pudieras sacar!

¡Para qué lo habrá dicho! Porque el hombre no imaginó que al decir aquello estaba expresando en voz alta su primer deseo. De esto solo se percató cuando ante sus ojos asombrados vio cómo el chorizo pegaba un brinco desde el brasero para ir a colgarse de la punta de la nariz de Nemesia. Imagínense el grito de dolor y de rabia de la mujer al sentir que su nariz ardía por la quemadura, lo mismo que sus dedos al querer sacárselo.

La escena que siguió no es para describir, sino para imaginar. Porque ahora le tocó el turno a la Nemesia, que arremetió con todo lo peor de su abundante vocabulario para hacerle sentir al Ciriaco la enormidad de lo que acababa de realizar. Porque no sólo había malgastado también él su oportunidad, sino que lo había hecho provocándole semejante estropicio a ella.

Todo fue inútil para calmarla. El Ciriaco se arrodilló, suplicó, lloró, prometió, quiso hacer que la Nemesia se calmara para reflexionar. Pero nada. Y no ea para menos. Gritaba pidiendo que se llamara inmediatamente al ángel para que en forma conjunta le pidieran que se pudiera sacar de su nariz ese maldito chorizo que la estaba martirizando.

Ciriaco sintió que el mundo se le venía abajo. Acababan de desperdiciar ambos su oportunidad personal, y ahora veía con angustia que tendrían que malgastar también la tercera posibilidad de ser felices, simplemente tratando de arreglar el desastre que habían provocado. Pero no le quedaba otra alternativa que ceder. Y con pena cedió.

El ángel fue llamado. Apareció en el pobre rancho llenándolo nuevamente de luz. Escuchó con bondad la súplica compungida del hombre en favor de su mujer, y simplemente dijo:

-¡Hágase como ustedes han deseado!

En aquel mismo instante todo volvió a estar como al principio. Solamente que a la pobre Nemesia le quedó ardiendo la nariz, y por todo el rancho los cuzcos y perros grandes andaban husmeando en busca del chorizo desaparecido.

A veces se me ocurre pensar que el cuento podría haber terminado diferente, si lo hubiera podido inventar yo. Me lo imaginaría al Ciriaco tomándolo de las manas a la Nemesia, y mirándola profundamente a los ojos, le diría:

-Al fin tengo la oportunidad de cumplir tus sueños. Quisiera saber cuáles son tus esperanzas y anhelos, porque deseo gastar esta gran oportunidad de mi vida, en tu favor.

Emocionada la Nemesia le respondería más o menos de la misma manera. Gastaría su oportunidad pidiendo que se cumplieran los sueños de Ciriaco.

Y todavía les quedaría la tercera posibilidad conjunto. Sugiero que la piensen ustedes mismos. Porque este cuento tiene que completarlos cada uno según el momento del cuento en que esté.

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102. La escuela de los animales (23 septiembre)

Una vez, hace muchísimo tiempo, los animales decidieron que debían hacer algo heroico para enfrentarse con los problemas de «un mundo nuevo», de modo que organizaron una escuela.

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Adoptaron un programa de actividades compuesto de atletismo, escalada, natación y vuelo. Para facilitar la administración del programa, todos los animales se apuntaron en todas las actividades.

El pato era excelente en natación, e incluso mejor que su instructor, pero en cuanto al vuelo, sus notas apenas le permitieron pasar y en atletismo era un desastre. Como era tan lento corriendo, tuvo que quedarse después de clase, e incluso dejó de nadar para practicar a conciencia. Esta situación se mantuvo hasta que se le desgastaron muchísimo las membranas de las patas y terminó nadando con una velocidad discreta. Pero como en la escuela su nivel era aceptable a nadie le preocupó el asunto, salvo al pato.

El conejo empezó siendo el primero de la clase en atletismo, pero sufrió un colapso nervioso porque tanta natación lo había dejado agotado.

La ardilla era una escaladora excelente hasta que se frustró en la clase de vuelo libre, donde su instructor le hizo empezar remontándose desde el suelo, en vez de descender desde las copas de los árboles. Además, sufrió una contractura muscular por exceso de ejercicio que se tradujo en notas bajísimas tanto en escalada como en atletismo.

El águila, alumna problemática por excelencia, fue severamente castigada. En la clase de escalada venció a todos los demás llegando primera a la cima del árbol, pero insistió en llegar allí a su manera.

Al finalizar el año, una anguila anormal capaz de nadar asombrosamente bien y además de correr, trepar y volar un poco, obtuvo el promedio más alto y le encargaron el discurso de despedida.

Los perros salvajes no quisieron ir a la escuela y dejaron de pagar impuestos porque la administración no quiso incluir en el programa de estudios actividades como excavar y hacer madrigueras. Pusieron a estudiar a sus cachorros con un tejón y más adelante se unieron a las marmotas y las ardillas de tierra para iniciar una selectísima escuela privada.

¿Tiene alguna moraleja esta fábula?

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103. Lo inmediato y la noche (24 septiembre)

La abundancia de luz nos regala lo inmediato. Es nuestro este árbol, este pájaro, esta flor. Nuestra mirada se aquerencia en lo que está cerca, en los que nos rodea. Nos quedamos quietos en medio de nuestra jaula de cosas, y todo viene hasta nosotros traído por esa luz que abunda. Los colores, las formas, el movimiento: todo llega hasta nosotros, como llega el alimento hasta el enjaulado que termina por creerse el centro de todo lo que existe.

La jaula de la luz abundante puede amputar en nosotros la capacidad de volar. Y el que es incapaz de volar, termina por reducir la realidad a su pequeña realidad. Todas estas cosas que él cree poseer, y que en realidad lo poseen a él, pueden terminar por convertirse para él en lo único que existe; o en lo único que vale la pena pensar que existe. Terminará así por olvidar que en su misma tierra existen desiertos y ríos, montañas con nieve y selvas con pájaros en libertad. Terminará por no importarle que existan océanos y hombres que los navegan. Aunque sepa que existen otros mundos más allá de su propio planeta, esos mundos no le interesan para nada, y piensa que nada tiene que aportarle a su vida de jaula en su pequeña geografía satisfecha.

Y es entonces cuando viene la noche. La noche que nos empobrece radicalmente. Que al quitarnos la luz, nos arrebata todo lo inmediato. La noche que desenjaula en nuestro interior todos esos viejos miedos; que

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nos hace sentir pobres y desprotegidos. Que nos vuelve a hacer sentir la necesidad de creer en el ángel de la guarda. En que nuestro niño se despierta y vuelve a buscar refugio en su madre.

Y la noche, al quitarnos con la luz la presencia de lo inmediato, vuelve a encender allá arriba, muy lejos, la luz de las estrellas inmensas.

Porque las estrellas necesitan de la oscuridad para poder brillar. O tal vez no sean las estrellas las que necesiten de la oscuridad. En realidad somos nosotros los que necesitamos ser liberados de nuestra pequeña jaula luminosa, para así ser capacitados de poder ver esos inmensos astros de las lejanías que estaban allí, brillando desde siempre. Porque al arrebatarnos lo inmediato, la oscuridad nos capacita para ver lo real que brilla mucho más lejos. Nos ensancha el horizonte a las dimensiones del universo. Obliga al hombre a emprender el vuelo. La presencia de las estrellas en la noche ha permitido a los hombres largarse tierra adentro, hacerse navegantes.

Cuando la oscuridad de un hombre se preña con una estrella, su Noche mala se convierte en Noche Buena. La oscuridad nos da la oportunidad del silencio y nos capacita para la búsqueda. Nos obliga a ir hombre adentro y nos invita a adentrarnos en el mar. Hay estrellas inalcanzables que regalaron a ciertos navegantes audaces nuevos continentes. Eran hombres con capacidad de largarse al mar, mineros de la noche con la sola luz de una estrella.

Lo fecundo de la noche no está en que nos libera de las cosas inmediatas, sino que libera en nosotros la capacidad de ver más allá de lo inmediato. Nos obliga a ver lo exigente más allá de lo útil. Nos hace superar la necesidad y nos hace crecer hasta el deseo. Por eso nos capacita para la renuncia.

El dolor y la pobreza son fecundos, sólo si nos capacitan para volar.

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104. El sabio y el rey (25 septiembre)

La forma de decir las cosas puede cambiar el ánimo y disposición de quienes te escuchan.

Un Rey soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un Sabio para que interpretase su sueño.

- ¡Qué desgracia mi señor! - exclamó el Sabio - Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad.

- ¡Qué insolencia! - gritó el Rey enfurecido - ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Rey con atención, le dijo:

- ¡Excelso señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.

Se iluminó el semblante del Rey con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.

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Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

- ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.

- Recuerda bien amigo mío - respondió el segundo Sabio - que todo depende de la forma en el decir... uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.

De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas.

La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.

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105. El sabio de la isla (26 septiembre) Había una vez un rey en una remota isla. Dicho rey aburrido por todo lo que veía y

todo lo que hacía y que ya no encontraba gracia a nada, decidió hacer una visita a la isla vecina donde habitaba un gran sabio que de todo te daba razón y esto le llamo mucho, que ni tarde ni perezoso salió en su busca.

Fueron varios los días de viaje, tan cansados que el rey durmió todo el viaje soñando y pensando con encontrar las respuestas más sinceras y seguras del mundo, las respuestas de cómo ser más alegre, divertido y sobre todo ser mejor gobernante cada día.

Así pasaron los días y este rey pensando de todo; le pregunta a su capitán que cuando arribarían a la otra isla y este le contestó que ya estaban en las orillas de la famosa isla del sabio, el rey se alegró tanto que tan pronto encallaron bajo y corrió por el puerto preguntando por el sabio tan famoso que tantas cosas había escuchado de él.

Se encuentra con un anciano de ropas rasgadas y de aspecto muy humilde y le dice: "oye tú, mendigo, donde está el sabio que habita esta isla". El anciano contesta "no lo sé todo mundo viene preguntando por ése sabio y en esta isla hay tan solo unas cuantas gentes como yo".

Él rey le dice: "¿cómo? ¿que no hay ningún sabio en esta isla?", el anciano le vuelve a contestar: "no, no hay ningún sabio que yo sepa, ¿bueno para que quiere ver a ese sabio?",le cuestiona el anciano. El rey molesto replicó: "para que me diga el secreto de cómo ser más feliz, como ser mejor gobernante y todo lo bueno de la vida".

  Entonces el anciano le dice "pregúntame a mí, que yo te ayudaré", a lo que el rey se ríe con tremenda carcajada y de pronto se queda serio, y le dice: "¿tú un anciano mal vestido y por lo que veo, mucho muy ignorante me vas a decir lo que solo un sabio me puede decir?".

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 Él anciano le contesta: "No necesito traer ropas lujosas como tú, ni necesito riquezas o tropas para ser sabio, lo único que yo necesito es mí cabeza y mí paciencia. Tú, rey de la isla vecina, me preguntaste por un sabio y aquí no lo hay. Han venido cientos de reyes y demás gobernantes a buscarlo y no lo han encontrado. Sólo han hablado conmigo. Tan pronto terminan de hablar conmigo se retiran riéndose y diciendo que viajaron tanto que tuvieron tiempo para pensar muchas formas de solucionar sus problemas y que yo termine dándoles la llave para ser mejores, pero ¿no se porque?". Termina diciéndole el viejo al rey.

 El rey se da la media vuelta y se dirige pensativo hacia su barco pero tan pronto da unos pasos se voltea hacia el anciano y le dice: "Gracias famoso sabio de la isla, me has dado la llave de cómo ser mejor gobernante, de cómo ser más divertido, de cómo tener más paciencia. Me has enseñado que primero me debo de encontrarme a mí mismo con mis pensamientos, con mis actos y mis deseos, sólo así seré mejor. Gracias, famoso sabio de la isla vecina".

 El anciano, atónito se rasca la cabeza y se dice a sí mismo: "Por eso no salgo de esta isla, afuera todos deben de estar locos, con eso de estar pensando cómo ser mejores y aliviar sus penas. No, no, no, yo estoy mejor aquí con mi ignorancia y mi humilde persona, lo único que hago es escuchar a toda esa gente que viene y preguntarles. Solo por eso me dicen sabio".

Este relato lo escuche hace mas de 20 años, por parte de mi abuelo Daniel García, lo curioso es que mi abuelo no sabía leer, ni escribir y nunca salió de un pueblito encallado en las faldas de una montaña, nació, creció y murió en esas tierras y nunca me hablo como supo de ese relato, pero me ha servido tanto en la vida para ser mejor, porque para mí el era el sabio de la isla vecina, que visitaba cada año en vacaciones, que me entrego la llave para descubrirme a mí mismo.

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106. El trabajo y otros compromisos (29 septiembre)

En un discurso a los graduados en la Universidad, hace varios años, Brian Dyson, de Coca Cola, habló sobre la relación entre el trabajo y otros compromisos.

"Imaginen la vida como un juego en el que ustedes hacen malabarismos con cinco bolas que arrojan al aire. Son el trabajo, la familia, la salud, los amigos y el espíritu. Pronto se darán cuenta de que el trabajo es una bola de goma. Si se cae, rebota. Pero las otras cuatro bolas: familia, salud, amigos y espíritu, son de vidrio. Si dejan caer una de ésas van a quedar irrevocablemente dañadas, rayadas, rajadas o rotas. Nunca volverán a ser las mismas. Compréndanlo y busquen el equilibrio en la vida. ¿Cómo?

No disminuyan su propio valor comparándose con otros. Es porque somos todos diferentes que cada uno de nosotros es especial.

No fijen sus objetivos en razón de lo que otros consideran importante. Sólo ustedes están en condiciones de elegir lo que es mejor para ustedes.

No den por supuestas las cosas más queridas por su corazón. Apéguense a ellas como a la vida misma, porque sin ellas la vida carece de sentido.

No dejen que la vida se les escurra entre los dedos por vivir en el pasado o para el futuro. Si viven un día a la vez, vivirán TODOS los días de su vida.

No abandonen cuando todavía son capaces de un esfuerzo más. Nada termina hasta el momento en que uno deja de intentar.

No teman admitir que no son perfectos. Ese es el frágil hilo que nos mantiene unidos.

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No teman enfrentar riesgos. Es corriendo riesgos que aprendemos a ser valientes.

No excluyan de sus vidas al amor diciendo que no se lo puede encontrar. La mejor forma de recibir amor es darlo; la forma más rápida de quedarse sin amor es aferrarlo demasiado, y la mejor forma de mantener el amor es darle alas.

No corran tanto por la vida que lleguen a olvidar no sólo dónde han estado sino también a dónde van. No olviden que la mayor necesidad emocional de una persona es la de sentirse apreciado.

No teman aprender. El conocimiento es liviano, es un tesoro que se lleva fácilmente.

No usen imprudentemente el tiempo o las palabras. No se pueden recuperar. La vida no es una carrera, sino un viaje que debe ser disfrutado a cada paso.

Ayer es historia. Mañana es misterio y Hoy es un regalo: por eso se lo llama "el presente".

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107.La Silla (30 septiembre)

La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el hombre sabía que vendría a verlo.

- Supongo que me estaba esperando, le dijo.

- No, ¿quién es usted?", respondió el hombre.

- Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo estaba viniendo a verlo.

- Oh sí, la silla, dijo el hombre enfermo, ¿Le importa cerrar la puerta? El sacerdote sorprendido, la cerró.

- Nunca le he dicho esto a nadie, pero... toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia he escuchado siempre respecto a la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc... Pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro; pues no tengo idea de cómo hacerlo. Entonces, hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas... te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego, con fe miras a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo pues él nos dijo: - Yo estaré siempre con ustedes. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo. Así que lo hice una vez y me gustó tanto, que lo he seguido haciendo unas

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dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría de inmediato en la casa de los locos.

El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego hizo una oración con él, le extendió una bendición y se fue a su parroquia.

Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó:

- ¿Falleció en paz?

- Sí, cuando salía de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?"

El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y le respondió:

- Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera.

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108. Da amor y amor recibirás (1 octubre)Tal vez esto te pasa a ti o alguien muy cerca de ti...

Fue una vez un muchacho, el primero en todo, mejor atleta, mejor estudiante, pero lo que nunca supo fue si era un buen hijo, un buen compañero o un buen amigo. En un día de depresión el muchacho se dejó morir. Cuando iba camino al cielo se encontró con un angel y este le preguntó: "por qué lo hiciste? si sabias que te querían...", a lo que El respondió: "hay veces que vale mas una sola palabra de consuelo que todo lo que se sienta... en tanto tiempo nunca escuché: estoy orgulloso de ti... gracias por ser mi amigo... ni siquiera un te quiero mucho..."

Al quedar pensativo el ángel, el muchacho añadió: y sabes que es lo mas que me duele?", el ángel triste le pregunta: qué?, a lo que él responde: "que todavía espero oírlo algún día...".

Luego de esto el ángel abrazó al muchacho y le dice que no se preocupe por que se acerca a la única persona que siempre le dijo al oído que lo amaba pero el nunca lo escucho, pero lo espera con los brazos abiertos...

Moraleja:Nunca pierdas la oportunidad de decirle a alguien lo importante que es para tí o pudiera ser demasiado tarde...

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109. NO TE PUDE ESPERAR (2 octubre)

Una vez un hombre muy afortunado había conseguido la mejor entrevista de su vida: Iba a entrevistar ni más ni menos que a Dios.

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Esa tarde el hombre llegó a su casa dos horas antes, se arregló con sus mejores ropas, lavó su automóvil e inmediatamente salió de su hogar. Manejó por la avenida principal rumbo a su cita, pero en el trayecto cayó un chubasco que produjo un embotellamiento de tránsito y quedó parado. El tiempo transcurría, eran las 7:30 y la cita era a las 8:00 p.m.

Repentinamente le tocaron el cristal de la ventanilla y al voltear vio a un chiquillo de unos nueve años ofreciéndole su cajita llena de chicles (goma de mascar). El hombre sacó algún dinero de su bolsillo y cuando lo iba a entregar al niño ya no lo encontró. Miró hacia el suelo y ahí estaba, en medio de un ataque de epilepsia.

El hombre abrió la portezuela e introdujo al niño como pudo al automóvil.

Inmediatamente buscó como salir del embotellamiento y lo logró, dirigiéndose alhospital del Cruz Roja más cercano. Ahí entregó al niño, y después de pedir que lo atendiesen de la mejor forma posible, se disculpó con el doctor y salió corriendo para tratar de llegar a su cita con Dios.

Sin embargo, el hombre llegó 10 minutos tarde y Dios ya no estaba. El hombre se ofendió y le reclamó al cielo: "Dios mío, pero tú te diste cuenta, no llegué a tiempo por el niño, no me pudiste esperar. ¿Qué significan 10 minutos para un ser eterno como tú?"

Desconsolado se quedó sentado en su automóvil; de pronto lo deslumbró una luz y vio en ella la carita del niño a quien auxilió. Vestía el mismo suetercito deshilachado, pero ahora tenía el rostro iluminado de bondad.

El hombre, entonces, escuchó en su interior una voz: Hijo mío, no te pude esperar... y salí a tu encuentro.

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110. LOS PEQUEÑOS DETALLES (3 octubre)

El alumno, según él, había terminado el cuadro. Llamó a su maestro para que lo evaluara. Se acercó el maestro y observó la obra con detenimiento y concentración durante un rato. Entonces, le pidió al alumno la paleta y los pinceles. Con gran destreza dio unos cuantos trazos aquí y allá. Cuando el maestro le regresó las pinturas al alumno el cuadro había cambiado notablemente.

El alumno quedó asombrado; ante sus propios ojos la obra había pasado de mediocre a sublime. Casi con reverencia le dijo al maestro:

¿Cómo es posible que con unos cuantos toques, simples detalles, haya cambiado tanto el cuadro?

Es que en esos pequeños detalles está el arte. Contestó el maestro.

Si lo vemos despacio, nos daremos cuenta que todo en la vida son detalles. Los grandes acontecimientos nos deslumbran tanto que a veces nos impiden ver esos pequeños milagros que nos rodean cada día. Un ave que canta, una flor que se abre, el beso de un hijo en nuestra mejilla, son ejemplos de pequeños detalles que al sumarse pueden hacer diferente nuestra existencia.

Todas las relaciones, familia, matrimonio, noviazgo o amistad, se basan en detalles. Nadie espera que remontes el Océano Atlántico por él, aunque probablemente sí que le hables el día de su cumpleaños. Nadie te pedirá que escales el Monte Everest para probar tu amistad, pero sí que lo visites durante unos minutos cuando sabes que está enfermo.

Hay quienes se pasan el tiempo esperando una oportunidad para demostrar de forma heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras esperan esa gran ocasión dejan pasar muchas otras, modestas pero significativas. Se puede pasar la vida sin que la otra persona necesitara jamás que le donaras un riñón, aunque se quedó esperando que le devolvieras la llamada.

Se piensa a veces que la felicidad es como sacarse la lotería, un suceso majestuoso que de la noche a la mañana cambiará una vida miserable por una llena de dicha. Esto es falso, en verdad la felicidad se finca en pequeñeces, en detalles que sazonan día a día nuestra existencia.

Nos dejamos engañar con demasiada facilidad por la aparente simpleza. NO desestimes jamás el poder de las cosas pequeñas: una flor, una carta, una palmada en el hombro, una palabra de aliento

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o unas cuantas líneas en una tarjeta. Todas estas pueden parecer poca cosa, pero no pienses que son insignificantes.

En los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el cemento que une los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La flor se marchitará, las palabras quizá se las llevará el viento, pero el recuerdo de ambas permanecerá durante mucho tiempo en la mente y el corazón de quien las recibió.

¿Qué esperas entonces? Escribe esa carta, haz esa visita, levanta el teléfono.

Hazlo ahora, mientras la oportunidad aún es tuya. NO lo dejes para después por parecerte poca cosa. En las relaciones no hay cosas pequeñas, únicamente existen las que se hicieron y las que se quedaron en buenas intenciones...

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