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Filosofía y sociedad industrial (el marxismo) Contexto histórico: una época conflictiva El siglo XIX es una época extraordinariamente compleja en Occidente. Es un período de cambios muy rápidos en todos los ámbitos: demográfico, económico, político, social, etc. Por un lado, la revolución agrícola y los progresos en el campo de la medicina favorecen un rápido aumento de la población mundial, especialmente en Europa y América. Se calcula -aunque no disponemos de censos precisos- que, desde 1800 hasta 1900, la población mundial pasó de novecientos millones de habitantes a mil seiscientos millones. Las consecuencias más significativas, sin embargo, fueron los cambios en la distribución de la población: primero, tuvieron lugar las migraciones de Europa a América -unos cincuenta millones de personas, a lo largo del siglo-; y, en segundo lugar, se aceleró el desarrollo urbano. Este hecho originó un continuo trasvase de personas del mundo rural a las ciudades, con lo que se rompió el tradicional equilibrio entre zonas rurales y zonas urbanas. Estas últimas crecieron rápidamente y apareció la sociedad de masas. Por otro lado, se produce la independencia de la mayor parte de las colonias españolas en América. Y también tiene lugar, en Europa, el nacimiento -y, a veces, la consolidación- de los nacionalismos: la independencia de Grecia (1822), la unificación de Italia (1870) y la de Alemania (1871). También a lo largo del siglo XIX vemos la expansión del colonialismo -de Gran Bretaña en primer lugar, aunque seguida de cerca por otras potencias, como Francia, Bélgica u Holanda- por toda África y Asia. Emergen, además, nuevos imperialismos, como, por 1

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Filosofía y sociedad industrial

Filosofía y sociedad industrial (el marxismo)

Contexto histórico: una época conflictiva

El siglo XIX es una época extraordinariamente compleja en Occidente. Es un período de cambios muy rápidos en todos los ámbitos: demográfico, económico, político, social, etc.

Por un lado, la revolución agrícola y los progresos en el campo de la medicina favorecen un rápido aumento de la población mundial, especialmente en Europa y América. Se calcula -aunque no disponemos de censos precisos- que, desde 1800 hasta 1900, la población mundial pasó de novecientos millones de habitantes a mil seiscientos millones. Las consecuencias más significativas, sin embargo, fueron los cambios en la distribución de la población: primero, tuvieron lugar las migraciones de Europa a América -unos cincuenta millones de personas, a lo largo del siglo-; y, en segundo lugar, se aceleró el desarrollo urbano. Este hecho originó un continuo trasvase de personas del mundo rural a las ciudades, con lo que se rompió el tradicional equilibrio entre zonas rurales y zonas urbanas. Estas últimas crecieron rápidamente y apareció la sociedad de masas.

Por otro lado, se produce la independencia de la mayor parte de las colonias españolas en América. Y también tiene lugar, en Europa, el nacimiento -y, a veces, la consolidación- de los nacionalismos: la independencia de Grecia (1822), la unificación de Italia (1870) y la de Alemania (1871).

También a lo largo del siglo XIX vemos la expansión del colonialismo -de Gran Bretaña en primer lugar, aunque seguida de cerca por otras potencias, como Francia, Bélgica u Holanda- por toda África y Asia. Emergen, además, nuevos imperialismos, como, por ejemplo, el de los Estados Unidos de América o el de Japón.

La Revolución Industrial, iniciada en Inglaterra a causa, sobre todo, de la aplicación del vapor como fuente de energía, comportará notables avances en la minería, en la industria textil y en el terreno de las comunicaciones. Todo el conjunto de las nuevas tecnologías en la producción también transforma el comercio, y hace que éste llegue a tener dimensiones mundiales. El nuevo sistema productivo se extenderá de Inglaterra al continente europeo y a América del Norte, e impondrá un nuevo orden económico y social: el capitalismo. Las revoluciones de 1830 y 1848 consolidarán leyes y modelos de Estado de carácter liberal. Es el triunfo político de la nueva clase, la burguesía.

Paralelamente, crece otra clase social, el proletariado, formado mayoritariamente por campesinos que huyen de la miseria de la vida agraria, si bien su nueva vida en la minería y en la industria es tan infrahumana o más que antes. Friedrich Engels, en La situación de la dase obrera en Inglaterra (1845), describe con detalle las condiciones de vida y de trabajo de estos trabajadores: semana de siete días laborables, jornadas de catorce horas de trabajo (tanto para los hombres como para las mujeres y los niños), salarios miserables, despido libre sin ninguna compensación, etc. Poco a poco, a lo largo de todo el siglo XIX, el proletariado adquirirá conciencia de su situación y de su fuerza potencial, y se organizará en movimientos sindicales y políticos. A partir de 1871 {fracaso de la Comuna de París), el obrerismo, al ver bloqueada su expansión legal, entrará en una fase violenta.

Todas estas nuevas ideas y transformaciones tanto económicas como sociales que se generaron en Europa y en Estados Unidos se fueron extendiendo, a lo largo del siglo, a muchos otros países del mundo, tal como reflejan el siguiente texto del historiador Richard H. S. Crossman:

Un lenguaje político común

Pareció que el siglo XIX comportaría la adopción de este lenguaje político común, no sólo por parte de los liberales del resto de países de Europa, sino por los liberales de todos los países del mundo, ta autodeterminación nacional y la democracia se convirtieron en ei evangelio de las naciones oprimidas de la Europa central, de América latina, de la India e incluso de China. El ideal de libertad elaborado por las naciones occidentales parecía que se había convertido en el ideal de toda la humanidad. Ni tan sólo el crecimiento de los movimientos laboristas con nuevas filosofías socialistas contradecía el punto de vista de aquellos optimistas que miraban con confianza el horizonte mundial. Porque el socialismo, como veremos más adelante, estaba totalmente dentro de la tradición occidental y fue la transposición para las clases trabajadoras de los viejos ideales burgueses. Los liberales se oponían ferozmente a su realización, pero tenían que admitir que el socialismo argüía en un lenguaje común, solicitando para el trabajador individual la misma dase de libertad y bienestar por los que había combatido el liberalismo.»

Richard H. S. CROSSMAN, Biografía del Estado moderno

I Idelogías sociales de la época

El liberalismo (palabra derivada del adjetivo latino liberalis “propio de hombres libres”, “noble", 'generoso') exalta al individuo y sus derechos supuestamente naturales; rechaza la ingerencia del Estado en la vida social y económica, y reclama el parlamentarismo como única legitimación del poder. Sus bases políticas habían sido expuestas por John Locke en el siglo XVII, y un siglo más tarde otro inglés, Adam Smith, formuló con precisión su vertiente económica, el llamado liberalismo económico. Éste defiende la libre iniciativa individual, movida por el afán de lucro, la libre competencia y la convicción de que la ley de la oferta y la demanda se basta, por sí misma, para regular los precios y promover la justicia y el bienestar sociales. El Estado tiene que dejar actuar libremente a los individuos y permitir que circulen, también libremente, las mercancías («laissez faire, laissez passer», expresión que en francés significa "dejad hacer, dejad pasar'). El mejor gobierno es el que menos gobierna, es decir, el que menos control -legal o de cualquier otro tipo— ejerce sobre los ciudadanos.

A partir de la Revolución Francesa, el liberalismo será la ideología de la nueva clase hegemónica: la burguesía industrial y comercial. Esta ideología se puede sintetizar en tres aspectos básicos:

· Creencia ilimitada en la idea de progreso indefinido en todos los ámbitos, especialmente en el material: progreso en el bienestar gracias a los imparables avances científico-técnicos.

· Exaltación de las libertades y los derechos individuales, especialmente de! derecho a la propiedad privada. La misión principal del Estado es justamente la de garantizar este derecho. A lo largo del siglo XIX, la burguesía defenderá las libertades contra el absolutismo, pero también se verá empujada a hacerlo contra el proletariado (nombre derivado del latín proletarius 'ciudadano que no tiene otra riqueza que su prole'; proletariado significa, pues, 'el conjunto de estas personas'): la nueva y cada vez más numerosa clase social que quedará al margen de las ventajas de la industrialización. Los liberales del siglo XIX reclamaron -y obtuvieron- democracias censatarias, que impidieron que las masas intervinieran en política.

· Recurso al derecho natural para justificar el nuevo orden político y económico que la burguesía implantó en todo Occidente. El derecho a la propiedad privada ilimitada, por ejemplo, se justificará, precisamente, como supuesto derecho natural.

A lo largo del siglo XIX, se produjo la consolidación política del liberalismo en Estados Unidos y en casi toda la Europa occidental. Pero, a diferencia de otras épocas históricas, la clase dominante -la burguesía industrial, en este caso- no consiguió imponer su ideología —el liberalismo, progresista o conservador- al resto de la sociedad. La clase explotada, el cada vez más numeroso proletariado, procedente del campesinado y de los artesanos arruinados por la industrialización, desarrolló diversas ideologías de signo contrario.

A principios del siglo XIX, el llamado socialismo utópico -con autores como Saint-Simón, Charles Fourier, Étienne Cabet o Robert Owen- defendió a la clase obrera y reclamó la planificación económica colectiva o estatal. Al mismo tiempo, se insistía en la necesidad de organizar política y sindicalmente a los movimientos proletarios incipientes. El llamado socialismo científico -o, a veces, simplemente comunismo- es la obra fundamental de Karl Marx y Friedrich Engels. Ambos redactaron, en el año 1848, el famoso Manifiesto del partido comunista. A diferencia de los anarquistas, Marx y Engels defendían la necesidad de que la clase obrera se organizase políticamente, arrebatase el poder a la burguesía e instaurase la dictadura del proletariado.

El anarquismo (de anarquía, palabra griega compuesta por la negación an y el sustantivo arkhé 'poder, 'autoridad'; literalmente, por tanto, 'falta de poder o autoridad'), llamado también «movimiento libertario», preconizaba la absoluta libertad del individuo, la supresión de la propiedad privada y del Estado, y defendía el apoliticismo. El inglés William Godwin (1756-1836) y, más tarde, el francés Pierre-Joseph Proudhon(1809-1865) son considerados los primeros grandes pensadores anarquistas. Sin embargo, el teórico más influyente fue el ruso Mikhail Bakunin (1814-1876).

El anarquismo del siglo XIX incluía dos corrientes opuestas: la individualista, que aceptaba la propiedad privada de los bienes de consumo, y el comunismo libertario, que exigía la propiedad colectiva en todos los aspectos. También había divergencias sobre la manera de conseguir los objetivos finales; algunos preconizaban el asociacionismo sindicalista y el recurso a la acción directa -rechazaban los intermediarios entre patronos y obreros-, así como a la huelga general revolucionaria, mientras que otros defendían abiertamente la lucha clandestina y el recurso a métodos violentos.

Tanto anarquistas como comunistas tenían algunas de sus raíces en el socialismo utópico. Coincidían también en querer abolir la propiedad privada y llegar a una sociedad sin clases sociales. Divergían, sin embargo, y mucho, en la manera de conseguir estos objetivos.

II El marxismo

Karl Heinrlch Marx (1818-1883)

Nació en Tréveris, en el seno de una familia burguesa de origen judío. Su padre era abogado. En 1824 fue bautizado junto con coda su familia. Estudió derecho en Bonn y en Berlín, donde entró en contacto con la izquierda begeliana. A los dieciocho años se prometió con Jenny von Westphalen, una muchacha de la nobleza, con quien se casó en 1843. A partir de esa fecha, la existencia de Marx, convertido ya en agitador político, se transformó en una vida de persecuciones y de exilios, y también de una gran precariedad económica. Abandonados los estudios de derecho, entró en contacto con jóvenes hegelianos y se doctoró en filosofía con una tesis titulada Diferencias de la filosofía de la naturaleza entre Demócrito y Epicuro. Se dedicó al periodismo, primero en la Gaceta Renana (1842). Se trasladó a París en 1843 y con Arnold Ruge fundó los Anales f'rancoalemanes, de los que apareció únicamente un número. En 1844 conoció en París a Friedrich Engels (1820-1895), con quien estableció una profunda amistad y una estrecha colaboración intelectual y política. Expulsado de París, se instaló en Bélgica, donde en 1848, junto con Engels, redactó el famoso Manifiesto del partido comunista. El año 1848 es el de los alzamientos revolucionarios en toda Europa. Después de una nueva estancia en París y en Colonia, se instaló definitivamente en Londres con su familia (1849). Allí estudió historia y, sobre todo, economía política, en contacto con los movimientos sociales ingleses. En esa época redactó sus obras fundamentales, aunque nunca abandonó la política activa. Pudo solucionar la gran penuria económica de su familia gracias a la ayuda desinteresada de Engels, que dirigía una empresa en Manchester. En 1864 fundó la Primera Internacional (AIT). Hasta el final de su vida prosiguió con su tarea intelectual, así como con su actividad política y organizativa del movimiento obrero

La formación del pensamiento marxista

Pocas personas han marcado tanto como Marx el curso de la historia. Sólo hay que pensar en la trascendencia que su pensamiento ha tenido y tiene aún en el ámbito social, político e ideológico. Marx es heredero de tres corrientes de pensamiento:

· Una tradición alemana: la filosofía de Hegel y sus epígonos, que conoció en sus años universitarios.

· Una tradición francesa: el socialismo utópico, descendiente del pensamiento ilustrado, que Marx conoció en su exilio de París.

· Una tradición inglesa: la economía clásica, que estudió profundamente en el British Museum durante sus años londinenses.

Paralelamente, fue un analista perspicaz de la realidad social de su tiempo y estuvo atento a los cambios históricos, políticos, científicos y artísticos que se iban produciendo en el mundo. Ya en París, pero sobre todo en Inglaterra, comprendió la nueva situación del obrero industrial.

La tradición alemana: la filosofía hegeliana

Marx conoció la filosofía hegeliana a través de los epígonos: las llamadas derechas e izquierda hegelianas

•La derecha hegeliana efectuaba una lectura cristiana, teológica, de Hegel, para que fuera compatible con la existencia de un Dios personal y un alma inmortal. De esta manera, contribuía a justificar la forma de sociedad y de Estado existentes -la sociedad industrial y el Estado burgués en su forma más reaccionaria prusiana- como racionales, ya que "todo lo real es racional». Pertenecen a la derecha hegeliana David Friedrich Strauss y la escuela de Tubinga, que impulsaron la exégesis bíblica y la renovación en la interpretación histórica del cristianismo, y Johann Karl Friedrich Rosenkranz, Karl Prantl, etc.

•La izquierda hegeliana tomó los elementos críticos y dialécticos de la filosofía de Hegel, tanto en su dirección política como religiosa. La realidad presente es sólo un estadio transitorio de la realidad que tiene que ser críticamente superado. Su critica, sin embargo, se situaba en la línea de la Ilustración, incapaz de llegar a la raíz última de los problemas, a las causas materiales de la situación criticada.Pertenecen a la izquierda hegeliana: Bruno Bauer, Max Stirner,Arnold Ruge y, sobre todo, Ludwig Feuerbach, entre otros.

Ludwig Feuerbach (1804-1872) fue el maestro indiscutible de la izquierda hegeliana. «Mi primer pensamiento fue Dios; el segundo,la razón; el tercero y último, el hombre»: esta cita sintetiza su evoluciónintelectual. Feuerbach critica a Hegel porque ha transformado el mundo sensible en una manifestación del Espíritu, de la Idea. Esto, paraFeuerbach, es una racionalización de la teología cristiana: Dios se manifiesta creando el mundo. Feuerbach piensa que la realidad inmediata es la sensible, y el ser humano es ante todo un sujeto de necesidadesmateriales. De ahí la posición materialista de Feuerbaeh: la realidadhumana y natural se agota en el mundo sensible.

Su crítica más incisiva se dirige contra la religión y la teología. El objeto de éstas es Dios, que, según Feuerbach, no es sino la esencia del propio ser humano. Éste, como ser finito y limitado, objetiva en una entidad superior aquellas cualidades y perfecciones que no puede realizar en sí mismo; esta entidad, Dios, se convierte en una cosa extraña y ajena a los humanos. Así, Dios es la esencia humana no realizada, que es convertida en objeto de veneración.

Marx se sitúa contra la derecha y contra la izquierda hegelianas. Contra la derecha y también contra Hegel, que la posibilitaba, porque la idea de que "todo lo real es racional y todo lo que es racional es real» permitía considerar la situación presente (real) y todo lo que sucede como racional, como lo que tiene que ser; exhorta a aceptar la historia de la humanidad y sus concreciones ahora y aquí como manifestaciones de la razón, lo que convierte en irracional cualquier intento de transformarlas.

Marx se sitúa contra la izquierda, a pesar de la simpatía que sentía por algunos de sus partidarios, sobre todo por Feuerbach, porque le parece insuficiente la crítica de la religión y la crítica política. Según Marx, sólo era una crítica académica y se movía en un ámbito teórico.

Marx considera un buen punto de partida el análisis de la religión desde el ser humano, tal como hace Feuerbach: Dios es la esencia del ser humano hipostasiada. Pero es sólo un análisis, le falta la dimensión práctica. Además, el pensamiento de Feuerbach pierde en buena parte la dialéctica: la realidad está escindida, es contradictoria, y en ella se encuentran los elementos transformadores que hay que potenciar. Marx quiere un pensamiento capaz de analizar y criticar los hechos para descubrir sus causas materiales y orientar su cambio. Marx .siempre conservará de Hegel el aspecto dialéctico, la necesidad de pensar en la contradicción como motor de la historia.

En el período de formación, cuando intenta aclararse frente a Hegel y el hegelianismo, Marx escribe los Manuscritos: economía y filosofía (1844), donde emplea el concepto de alienación para aproximarse a la realidad social. Según Marx, la alienación básica, la que fundamenta todas las otras clases de alienación, es la alienación económica: el trabajo alienante que proviene de la división de la sociedad en clases, de la oposición entre capital y trabajo y, en definitiva, de la propiedad privada. El ser humano, en sus acciones y en su vivir, se exterioriza y se objetiva en lo que hace. En el trabajo, que es el rasgo más específico del ser humano, éste transmite al objeto que produce una parte de sí mismo, se aliena en el objeto. El objeto del trabajo es, de esta manera, obra suya. Mientras el ser humano es productor y consumidor de los propios productos, se reconoce en éstos y, al consumirlos, se supera la alienación que se había producido.

Ahora bien, en la sociedad capitalista no ocurre esto, sino que el objeto o producto del trabajo (o acción productivo-transformadora) del obrero no pertenece a quien lo ha hecho, sino que es propiedad de otro, y por este motivo se convierte en ajeno y extraño a él. La escisión, surgida por la acción de un sujeto sobre un objeto, no se cierra: el objeto producido se enfrenta con el productor como un poder ajeno a él. Ésta es la situación de alienación: el ser humano se pierde a sí mismo en el objeto producido por el trabajo. Pero lo alienante y extraño no es sólo el producto (objeto), sino también el productor, el obrero (sujetó). "El trabajador pone su vida en el objeto, pero a partir de entonces ya no le pertenece, sino que pertenece al objeto» (Manuscritos: economía y filosofía). Así, los humanos no se realizan en el trabajo sino que se desrealizan, se cosifican, se convierten en una cosa entre otras cosas (mercancías). El ser humano se convierte en mercancía y como tal es tratado. De esta manera, nace su deshumanización y la pérdida de su libertad.

De la alienación económica, que es la más básica, brotan otras formas de alienación: la alienación social- la división de la sociedad en clases- o la alienación política -la división entre sociedad civil y Estado—, Estas alienaciones —económica, social y política— tienen sus últimas ramificaciones en la alienación religiosa y la alienación filosófica. Las dos se presentan como justificaciones ideológicas de las otras formas de alienación.

La alienación, tal como se da en la sociedad capitalista, no es algo natural, sino una consecuencia histórica de una estructuración social y económica concreta. Por eso, hay que superar la situación de alienación por medio de una teoría adecuada de la sociedad y de la historia, que permita transformar esta realidad social para que el ser humano pueda realizarse libremente.

Después de 1845, Marx dejó de lado esta cuestión. Los fenómenos que originariamente había interpretado con el esquema de la alienación, los tratará utilizando otros conceptos, como la «división del trabajo» o, sobre todo, el "carácter fetichista de la mercancía».

La tradición francesa: el socialismo utópico

En la primera mitad del siglo XIX se desarrollaron las doctrinas socialistas, especialmente en Francia: Saint-Simón, Cabet, Fourier. Este socialismo traducía el desengaño popular ante las conquistas de la Revolución Francesa. Las capas populares parisinas veían cómo los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, con Napoleón y la Restauración, se convertían en legales pero no tenían ninguna repercusión en su vida cotidiana. Más aún, sucedía que, en nombre de aquellos ideales y del progreso, la burguesía traía la Revolución Industrial inglesa al continente, con lo que los herederos de la Revolución Francesa se habían ido convirtiendo en asalariados. Veían que los ideales revolucionarios se habían hecho realidad sólo para una clase social, la burguesía, y no para toda la sociedad.

Según Marx, la crítica de los socialistas utópicos contra el sistema era ideal, abstracta; sus métodos no respondían a la nueva situación social, sino que tenían un carácter romántico: pretendían continuar con los grupos de conspiradores, contra el Estado, mientras la realidad económica y social -el sistema de producción burgués- permanecía intacta.

Marx y Engels califican de utópicos a estos socialistas porque son incapaces de llevar a término sus ideales. Según Marx y Engels, hay que analizar la realidad de la sociedad industrial del momento, no desde el punto de vista abstracto, sino concreto, con el fin de captar en su funcionamiento las contradicciones internas. Esta comprensión tiene que permitir introducirse en el movimiento real de la historia e influir eficazmente en sus tendencias progresivas. Es lo que Marx y Engels llaman el paso al socialismo científico, que. aprovechando los factores reales, dirige la sociedad hacia el socialismo.

En la primera mitad del siglo XIX, lo más característico de la sociedad industrial es la introducción de la máquina en el proceso de producción. Esto significa una Revolución Industrial, que comporta una serie de cambios en la organización del trabajo y en los hábitos sociales y laborales.

El maquinismo tenía un carácter ambivalente. Pensado con criterios de la Ilustración, la máquina era un bien social, una nueva aplicación de la razón, que debía ser causa de progreso y bienestar y, en última instancia, de libertad. Y así lo presentaban los ideólogos de la sociedad industrial. Pero este planteamiento era puramente abstracto. La realidad de los hechos, que Marx conoció en París, era diametralmente opuesta. El maquinismo producía el enriquecimiento de algunos, los capitalistas, y una situación dramática de miseria para el obrero: jornadas de trabajo agotadoras de catorce horas o más, trabajo infantil, prohibición de asociaciones obreras en nombre de la libertad, salarios de hambre, libre contratación, desnutrición, falta de higiene, paro, condiciones de trabajo pésimas, etc.

El trabajo, que tenía que ser una fuente de bienestar y libertad, era, según vio Marx en la década de 1840, una fuente de esclavitud y empobrecimiento general. Será en el mundo del trabajo y la producción donde Marx encuentre las contradicciones fundamentales de la sociedad, y se dedicará a estudiar economía política para poder descubrir sus claves y dirigir la transformación social.

La tradición inglesa: la economía clásica

Del estudio de los economistas clásicos -Adam Smith, David Ricardo-, Marx extrajo un bagaje conceptual para la elaboración de su propia teoría. Muy pronto se convenció de la unidad del proceso económico, así como de su carácter colectivo, común; en efecto, el ciclo económico se lleva a término gracias al esfuerzo de toda la sociedad y, en especial, de los trabajadores.

Los economistas clásicos hablaban de tres factores que confluían en el proceso económico como fuentes de riqueza y bienestar: la naturaleza, el trabajo y el capital. Marx afirma que la única fuente de riqueza es el trabajo: la naturaleza y el capital quedan en un segundo plano; la naturaleza porque se deja dominar fácilmente por el ser humano y sus técnicas, y el capital porque no es sino trabajo acumulado y no consumido.

Marx extrajo todas las consecuencias de los análisis de los economistas clásicos, y desenmascaró sus aspectos ideológicos y falseadores de la realidad.

En efecto, el carácter colectivo, común, del proceso productivo confirmaba la validez del socialismo, ya que éste reivindica la propiedad común de los medios de producción. Como el trabajo es necesariamente social, de ahí se sigue que la propiedad de los bienes del trabajo también debe serlo.

Pero en la sociedad de la época, el trabajo colectivo no generaba una riqueza común -la riqueza de las naciones de los economistas-, sino que generaba riqueza para unos cuantos y esclavitud para la mayoría. Marx quiso profundizar en la economía clásica para descubrir la causa de la contradicción entre la realidad social y lo que expresan los economistas. El error de éstos, según Marx, consiste en declarar naturales las leyes de la economía (por ejemplo, que el obrero estaba condenado a no superar el salario de subsistencia o que el trabajo estaba sujeto a la ley de la oferta y la demanda). Según la economía clásica, el proceso de producción era naturalmente así, y no podía ser de otra manera. La posición natural y coherente era simplemente aceptar la realidad de las cosas.

Marx rechaza esta conclusión y replica que las leyes de las que habla el economista son históricas, es decir, valen para una época, la capitalista, pero no valen para siempre. Si fuesen leyes naturales, querría decir que la miseria de la mayoría es necesariamente perenne, y no hay razones para que sea realmente así.

El análisis marxista de la realidad social

¿Qué es el ser humano?

En un fragmento muy conocido, Marx y Engels escribían: «La primera premisa de toda existencia y también, por tanto, de toda historia es que los hombres se encuentren para "hacer historia", en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir se necesita comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, ta producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma...» (La ideología alemana, 1, 2). Así pues, lo que diferencia al ser humano de los otros seres vivos no es tanto el pensamiento como el trabajo, la producción de los bienes necesarios para su subsistencia (si bien esto presupone, como es obvio, la capacidad intelectual). Y tras el texto citado, añaden: "La satisfacción de esta primera necesidad, la acción de satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello, conduce a nuevas necesidades». Los humanos, a través del trabajo, producen aquello que les exige la satisfacción de sus necesidades, pero éstas, una vez satisfechas, se reproducen y amplían, y hay que reiniciar el proceso. El encadenamiento de necesidades, trabajo y satisfacción de las necesidades significa que el ser humano, según una expresión muy gráfica de Marx y Engels, «produce la propia vida» al producir aquello que exige la propia existencia.

Paralelamente a la producción de la propia vida, el ser humano produce la vida del otro a través de la procreación, con lo que nace la primera relación social, es decir, la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos, la familia, en una palabra.

Hay que señalar dos puntos importantes en relación con esta cita de La ideología alemana-.

· La historia comienza con la producción. Por ese motivo, Marx excluye de la historia a aquellos pueblos afortunados con los que la naturaleza se muestra muy generosa: como no tienen la necesidad de esforzarse y de utilizar el ingenio para subsistir, tampoco se ven empujados a cambiar.

· Sólo cuando el ser humano primitivo -recolector y cazador que vive en una pobrísima economía de subsistencia- empieza a obtener un excedente de productos, se produce el hecho histórico más relevante: surge la división del trabajo, lo que comporta la división de la sociedad en clases (básicamente, la de los explotadores, que se apropian de los excedentes, y la de tos explotados, que producen).

El trabajo

¿En qué consiste el trabajo por el cual el ser humano se produce a sí mismo? Por trabajo hay que entender una actividad humana que, por medio de instrumentos, transforma la naturaleza en productos capaces de satisfacer determinadas necesidades. El trabajo implica una doble relación:

Una relación natural- la interacción del hombre con la naturaleza-por la que éste se autorreproduce. Esta relación se establece a través del instrumento, y es una relación eminentemente técnica; se trata de una relación primaria, que se encuentra en la base de todas las relaciones interhumanas, es decir, de la vida social.

Una relación social- E1 trabajo es siempre una actividad colectiva-, en que se instauran formas de cooperación entre diversos individuos, sea de forma voluntaria o no, para conseguir determinados fines, es decir, los productos necesarios para la vida de los humanos.

Obviamente, tanto las relaciones materiales como las relaciones sociales han ido cambiando a lo largo de la historia y casi siempre hacia un grado de mayor complejidad. Así pues, el trabajo es la actividad específicamente humana por la que se crea riqueza en las sociedades, y es el desencadenante del proceso económico y del proceso histórico en general.

Vemos que el trabajo explica tanto al ser humano como su historia, los cambios sucedidos a lo largo del tiempo. Ahora bien, el resultado de toda actividad laboral es el producto del trabajo (el bien material producido). Los productos del trabajo humano se caracterizan por el hecho de tener incorporado un valor de uso; es decir, son capaces, en principio, de satisfacer una necesidad humana. Así, cuando el producto está destinado directamente al consumo de los que lo han producido, tal como pasa, por ejemplo, en la economía de subsistencia, sólo tiene valor de uso. Pero, como veremos más adelante, el producto puede tener también un valor de cambio: entonces es una mercancía que se cambia, sea por otros productos o por dinero.

En cuanto a los instrumentos o medios de trabajo, Marx se refería con este término a todo lo que los humanos interponen entre ellos y la naturaleza con vistas a transformarla en un producto.

Los medios de trabajo tienen una gran importancia porque son uno ele los factores que determinan la forma en que se lleva a cabo el proceso de trabajo y producción, y permiten distinguir las diversas etapas de la evolución histórica y social.

Se puede decir que el hecho de trabajar es natural y permanente, ya que se ha dado siempre, desde que el ser humano emergió del mundo animal, y seguramente los humanos seguirán haciéndolo; en cambio, la manera de trabajar depende del tipo de herramientas o instrumentos, y éste es un hecho histórico, variable, ligado a cada período de la sociedad. Por esta razón, Marx dice que para caracterizar una época económica no interesa lo que se hace sino cómo se hace, ya sea desde el punto de vista técnico o desde la perspectiva de las interacciones sociales.

Modos de producción

El cómo se hace el trabajo determina los modos de producción históricamente dados. Un modo de producción se caracteriza por las relaciones sociales de producción y el tipo de fuerzas productivas. Las fuerzas productivas son los trabajadores y los instrumentos de trabajo. Por relaciones sociales de producción hay que entender tanto las diversas funciones que ejercen los que intervienen en la producción -funciones más complejas cuanto más diversificada sea la división técnica del trabajo-, como las relaciones sociales que se establecen entre los seres humanos, fundamentalmente relaciones de propiedad.

El concepto de modo de producción es un esquema, un modelo teórico, que permite pensar la realidad social de un momento dado como un todo donde las partes, instancias o niveles sociales tienen unas relaciones de dependencia o determinación. Por ejemplo, el nivel político -sistema de partidos, organización del Estado- depende del económico, es decir, éste determina a aquél.

Se suele considerar que el modo de producción representa una estructura global que incluye tres estructuras regionales: la estructura económica, la jurídico-política y la ideológica. El modo de producción muestra la sociedad global como la totalidad social orgánica en las sucesivas etapas de su desarrollo (los diversos modos históricos): comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y comunismo. En cada estructura global, la estructura económica es siempre la determinante en último término -y la que, en cada caso, explica las otras dos-, pero no es necesariamente la estructura dominante. Lo es en el capitalismo, pero en el feudalismo, por ejemplo, la estructura dominante era la ideológica (el cristianismo).

El modo de producción capitalista

En agosto de 1867 se publicaba el primer volumen de El capital -el único que se publicará en vida de Marx-. Esta obra es un análisis de los mecanismos de funcionamiento de la sociedad capitalista del momento. Marx se ha dedicado a radiografiar exhaustivamente el modo de producción capitalista tomando como modelo a Inglaterra, donde éste ha alcanzado el grado más elevado de desarrollo.

El capitalismo se caracteriza porque sus fuerzas productivas son capitalistas y porque en su seno se dan unas relaciones capitalistas de producción. Esquematizando mucho, podemos decir que la propiedad privada de los medios de producción es el hecho más característico de las relaciones capitalistas de producción, y las fuerzas productivas específicas del capitalismo son el obrero industrial y la máquina. Ahora bien, la organización industrial del trabajo exige grandes instalaciones y enormes inversiones; es decir, se necesitan grandes capitales.

El modo de producción capitalista se basa esencialmente en la economía de libre mercado: el intercambio es el fundamento del sistema capitalista. Su fórmula general es comprar para vender «o, dicho más exactamente, comprar para vender más caro- (El capital). Pero el mercado tiene sus leyes, que, fundamentalmente, son las siguientes:

· Ley de la oferta y la demanda. A corto plazo, los precios de las mercancías se regulan por la ley de la abundancia o la escasez. Esta ley explica las subidas y bajadas de los precios de los productos, pero no su valor intrínseco.

· Ley del valor. El valor intrínseco de una mercancía está en relación directa con la cantidad de trabajo humano que se ha incorporado a ella. Depende del tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.

Análisis de la mercancía

«La riqueza de las sociedades donde domina el modo de producción capitalista aparece como "un colosal arsenal de mercancías" y cada mercancía como su forma elemental.» Son las primeras palabras del libro primero de El capital.

Las mercancías son, pues, los productos característicos del capitalismo. Como todo producto del trabajo, tienen un valor de uso; sin embargo, esto no es específico de las mercancías, sino que su especificidad se encuentra en el hecho de tener incorporado otro tipo de valor, el valor de cambio: unas mercancías o unas cantidades de mercancías son cambiables por otras. Esto es posible porque todas llevan asociada alguna cosa que es interpretable en términos de equivalencia.

Porque tienen un valor de uso, las mercancías son compradas por los consumidores. Porque tienen un valor de cambio, la producción se especializa y se diversifica y, sobre todo, es vendida en el mercado.

Lo que tienen en común todas las mercancías y la.s hace equivalentes es el trabajo o, mejor dicho, la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas. Cada mercancía materializa en su seno una cantidad de tiempo de trabajo. Una de estas mercancías funciona como término de comparación de las otras: el dinero. Porque todas las mercancías son equivalentes si tienen el mismo tiempo de trabajo incorporado, son comparables con una mercancía concreta, el oro-dinero.

El trabajo como mercancía

Entre «el arsenal de mercancías" de la sociedad capitalista, se encuentra también el trabajo -o, mejor dicho, la fuerza de trabajo-, es decir, la energía física gastada por el obrero en la producción, pero también su habilidad, sus conocimientos y su inventiva. La fuerza de trabajo, como mercancía que es, se compra y se vende en el mercado de trabajo, tiene un valor de uso y un valor de cambio. Por su valor de uso, la fuerza de trabajo es comprada por el empresario -capitalista- para consumirse en el proceso de producción; porque tiene un valor de cambio, la fuerza de trabajo es vendida por su propietario —el obrero libre-, que la permuta por otras mercancías.

Hay que observar esta mercancía especial que es la fuerza de trabajo, ya que en su especificidad se encuentra el núcleo y el secreto del modo de producción capitalista.

La mercancía fuerza de trabajo vale, como todas las demás, según la cantidad de trabajo socialmente necesaria para producirla. El obrero, en la jornada laboral, gasta -vende- una cantidad de energía o fuerza de trabajo y recibe un salario. El capitalista ha comprado esta energía y la consume, pero es un consumo especial porque incorpora aquella energía en las otras mercancías.

En este intercambio, ¿qué hechos se han producido?

· Desde la perspectiva del obrero, éste ha dado X cantidad de la mercancía fuerza de trabajo y ha recibido unas mercancías equivalentes en forma de salario.

· Desde la perspectiva del capitalista, ha dado una cosa equivalente a lo que ha recibido -salario = cantidad de fuerza de trabajo-, pero eso que ha recibido lo ha incorporado en los otros productos del trabajo, y éstos valen más de lo que ha pagado por ellos. La diferencia se llama plusvalía . Ésta es, pues, la parte del valor producido por el trabajo del obrero de que se apropia el capitalista sin pagarlo. La producción de la plusvalía es social: en ella han colaborado todos los estamentos que intervienen en la empresa, especialmente el obrero. Pero la apropiación es privada: sólo se aprovecha de ella el capitalista en forma de beneficio.

Según la teoría del valor de Ricardo, a quien Marx sigue, la fuerza de trabajo vale lo que cuesta regenerarla y reproducirla, y eso -a pesar de las oscilaciones del mercado: ley de la oferta y la demanda- lo recibe realmente el trabajador. Lo que sucede es que lo necesario para producir esta regeneración es menor que la fuerza de trabajo gastada por el obrero en su jornada laboral.

Aquí se encuentra, según Marx, todo el secreto del capitalismo: el capital son plusvalías acumuladas; y las plusvalías son sólo trabajo cristalizado y no consumido

La ganancia o beneficio es el motor de la economía capitalista. El beneficio proviene de la plusvalía. Y la plusvalía es, como se ha dicho, el exceso de trabajo que el obrero aporta, el trabajo extra: es decir, la diferencia entre lo que el obrero produce y lo que cobra por haberlo producido. Según Marx, sólo el trabajo puede crear plusvalía; en el modo de producción capitalista sólo es productivo el trabajador que crea plusvalía para el empresario, porque el capitalismo necesita la acumulación constante de capital.

En el análisis del capital, se descubre la esencia del sistema, pero también el origen de sus contradicciones: mientras la producción es fundamentalmente social, la apropiación del producto es privada.

La existencia de la plusvalía y la forma privada de su apropiación indican dónde reside la escisión principal de clases de la sociedad capitalista.

En efecto, una clase social es un grupo social que se define por la función que lleva a cabo en la estructura económica de un modo de producción determinado. Al final del volumen tercero de El capital Marx delimita las clases sociales del mundo capitalista en función de la procedencia de las rentas de los grupos sociales: rentas del trabajo, rentas del capital, rentas de la tierra....

Entre las clases sociales hay antagonismos, contradicciones. En el capitalismo, como también en el ámbito de la producción, la contradicción central es la de la producción social y la apropiación privada; respecto a las clases, la contradicción más importante es entre los propietarios privados de los medios de producción -capitalistas- y los productores de capital que no son sus propietarios -obreros.

Las instancias del modo de producción

La estructura económica

Por lo que se ha dicho hasta ahora, parece claro que el factor determinante en un modo de producción es el económico, lo que Marx llama estructura económica, expresión con la que se refiere a las relaciones de producción a que corresponde un estadio determinado de desarrollo de las fuerzas productivas. La estructura económica es la base, el fundamento real a partir del cual hay que explicar todos los restantes estratos de la vida social: sobre la estructura económica descansan las superestructuras jurídico-política e ideológica.

Las relaciones de producción, como ya se ha dicho, son relaciones de poder efectivo sobre las personas y las fuerzas productivas, no -o no necesariamente- relaciones de propiedad legal, sino de propiedad con referencia al control efectivo de este poder. El gráfico siguiente te ayudará a entender algunas relaciones de producción que se han dado históricamente.

LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN

Su fuerza de trabajo

(agentes de producción)

Los medios de producción que utiliza ( fuerzas productivas

Esclavo

Es propietario de

No

No

Siervo

Sólo en parte

Sólo en parte

Productor independiente

Totalmente

Totalmente

Proletariado

Totalmente

NO

Fuente G. A. COHLN, La teoría de la historia de Marx. Una defensa. Madrid. Siglo XXI y Fd. Pablo Iglesias, 19K6. p% 71.

Las fuerzas productivas constituyen el sistema de interacción entre los elementos humanos y materiales que actúan en el proceso de trabajo. Las fuerzas productivas incluyen:

•los medios de producción, integrados por los instrumentos de

producción (herramientas, máquinas, locales, etc.) y las materias primas, y

•la fuerza de trabajo, es decir, las facultades productivas de los agentes de producción: fortaleza física, habilidades, conocimientos, etc.

En los Grundrisse, Marx escribirá que «la sociedad no consiste en individuos, sino que expresa la suma de las relaciones y condiciones en que estos individuos se encuentran situados recíprocamente» (.Grundrisse, I). Y estas relaciones y condiciones son, o bien simplemente económicas, o determinadas en última instancia por la economía.

La superestructura jurídico-política

La superestructura jurídico-política está constituida por un conjunto de instituciones y códigos normativos que tienen la finalidad de organizar el funcionamiento de la sociedad global y de cada una de sus parcelas. El Estado es, en las sociedades de clases, el instrumento de control social por excelencia, y sirve para aglutinar las instituciones y los códigos normativos. Es la única instancia que tiene derecho a la violencia y la ejerce legítimamente. El Estado tiene dos funciones primordiales:

· la función administrativa, de organización de la sociedad civil;

· la función coercitiva, la represión de los individuos y grupos que seapartan del orden establecido.

El Estado, según Marx, está en franca contraposición con la sociedad civil (al revés de lo que pensaba Hegel). El Estado es una propiedad -una forma de control efectivo- de la clase dominante, que, a través de él, garantiza la permanencia de su relación de dominio.

En la evolución histórica, el Estado, tanto en el aspecto burocrático-administrativo como en el aspecto coercitivo, se ha ido complicando cada vez más, paralelamente a la profundización de la división social del trabajo. Ahora bien, el papel atribuido por Marx al Estado sigue teniendo validez explicativa: la burocracia estatal organiza, administra y controla el conjunto de la vida social; desde el nacimiento hasta la muerte, el individuo está sometido al Estado; pero, además, ya que la división social del trabajo ha conducido a la desigualdad, a una distribución desigual de los productos del trabajo, el Estado cumple la función de mantener y perpetuar esta desigualdad, es decir, mantiene la relación de dominio de unas clases sobre las otras, la explotación del hombre por el hombre.

La superestructura ideológica

Marx y Engels afirman: «A partir de este momento [el hombre que con su trabajo se produce y reproduce], la conciencia puede imaginarse verdaderamente que es algo más y algo diferente de la conciencia de la práctica existente, que representa realmente alguna cosa sin representar nada real. A partir de este momento, la conciencia es capaz de emanciparse del mundo y pasar a la formación de la teoría "pura", teología, filosofía, moral puras...» (La ideología alemana, 1, 2). Estas formas puras constituyen la ideología o superestructura ideológica, que engloba las concepciones del mundo, las filosofías, las creencias religiosas, las formas artísticas, los sistemas morales y, en parte, la ciencia misma.

La superestructura ideológica es la conciencia, es decir, es lo que los humanos piensan que son y creen que tienen que ser, no lo que realmente son; es la forma concreta en que los humanos representan la propia acción dentro del orden social en que viven.

¿Dónde tiene su origen la conciencia de los individuos? En la vida práctica, en las relaciones de los seres humanos con la naturaleza y entre ellos; ahora bien, estas relaciones son sociales, y el modo de organización social depende de las relaciones de producción y está determinado por éstas, por la estructura económica. La ideología actúa como mecanismo de preservación y perpetuación de la estructura económica que la ha generado y que, en expresión de Engels, la «determina en última instancia".

Así pues, toda ideología refleja de una cierta manera la estructura económica de la sociedad; pero la imagen que da de ella no es un reflejo nítido, sino una imagen borrosa. Por eso, Marx dijo que la ideología es «conciencia necesariamente falsa»; refleja, sin duda, la estructura económica de la sociedad, pero lo hace de una manera deformada, aunque puede contener elementos cognitivos auténticos. Y esto es así porque en cada formación social, en cada sociedad concreta, la ideología dominante -que se presenta a sí misma como conciencia de toda la sociedad- es, sólo, la ideología de la clase dominante y responde únicamente a los intereses de esta clase. La ideología dominante expresa lo que quiere ser y piensa que es la clase dominante.

¿Por qué la ideología da una imagen falsa de uno mismo y de la sociedad? Porque la ideología es un elemento de cohesión social: con ella se evitan conflictos, disminuyen las disensiones y se tiende a dar estabilidad a la sociedad; toda ideología tiende a frenar los cambios sociales, y a justificar y mantener la situación de un momento dado, con lo que se imposibilita el pleno desarrollo de las fuerzas productivas. Por esta razón, se explica que toda ideología pretenda tener validez más allá de las condiciones materiales que la generaron.

Toda realidad social está sujeta a dos fuerzas contrapuestas: por un lado, tiende a mantenerse y a reproducirse de manera idéntica; por otro, está sujeta a una evolución, a una transformación interna. Las ideologías tienen también este doble papel: como ideología dominante son un elemento de permanencia del statu quo, pero en una sociedad surgen ideologías marginales que expresan la necesidad de cambio social.

La visión de la historia

El sentido de la historia en Marx

La concepción marxista de la historia adopta la visión dialéctica hegeliana, sustituyendo -y en esto Marx sigue a Ludwig Feuerbach- el idealismo por el materialismo. La historia es, para Hegel, el crecimiento de la conciencia; para Marx, el crecimiento de la capacidad productiva. Los vehículos del crecimiento son, según Hegel, las diversas culturas; según Marx, las diversas estructuras económicas. La concepción de la historia de nuestro autor conserva, pues, la forma de la de Hegel. El aspecto que cambia completamente -y eso es realmente decisivo- es el contenido.

Marx no se propuso construir una teoría completa de la historia. Sin embargo, en sus escritos se pueden encontrar indicaciones para poder hacerse una idea de cómo la entendía. Parte del hecho básico de que la situación histórica de los seres humanos es una situación de escasez (los pueblos que no la sufren no tienen propiamente historia). Inicialmente, los humanos viven en una conjunción con la naturaleza similar, en muchos aspectos, a la de los animales. Viven -como cazadores y recolectores- en un comunismo primitivo, en una sociedad sin clases, pero en unas condiciones físicas y culturales ciertamente precarias y angustiosas. Esta conjunción inicial entre el ser humano y la naturaleza se rompe, sin embargo, por la técnica. El ser humano ya no sólo caza animales, sino que también los cría. Y ya no se limita a recoger frutos de los vegetales, sino que los planta. Así surge la división técnica del trabajo y se forma una clase que no trabaja en la naturaleza, sino que desarrolla tareas intelectuales y organizativas de la sociedad, y que -inevitablemente- se aprovecha de los productores tanto como puede. Como consecuencia de la ruptura con la naturaleza, los humanos rompen unos con otros. Surge la división de la sociedad en clases, y la unidad primitiva es sustituida por el antagonismo de clases.

La llegada del comunismo moderno marcará el final de la historia. No se trata de un cierre del círculo, de un retorno a los orígenes. En el comunismo primitivo había, ciertamente, igualdad; pero, a la vez, miseria e ignorancia. La historia crea conocimiento y crea riqueza, porque el conocimiento comporta un aumento de los medios de producción. Pero la historia crea también desigualdad, divide a la sociedad en clases y deshumaniza al individuo. El comunismo moderno restablecerá la unidad original, pero lo hará aprovechando y utilizando todos los adelantos que en el terreno material ha proporcionado la sociedad de clases. La historia tiene, pues, un principio: el nacimiento de las clases sociales. Y tendrá un final: la supresión definitiva de la división de clases.

El cambio histórico o concepción materialista de la historia

Entre el principio y el final de la historia, se suceden una serie de etapas o modos de producción: la lucha de clases es el motor del cambio histórico, es decir, el paso de un modo de producción a otro. Cuando los humanos salen de una mera economía de subsistencia, cuando se crea un mínimo excedente de producción -no se consume todo lo que se produce-, empieza a haber una división social entre los que se apropian de este excedente y sus productores, entre los que se apropian del trabajo de los otros y los expropiados. Nacen así las clases antagónicas de la sociedad. Marx y Engels dijeron que «el motor de la historia es la lucha de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, señor y vasallo, amo y empleado, en una palabra, opresores y oprimidos, han mantenido un constante antagonismo, han sostenido una lucha ininterrumpida [...], que acababa en cada ocasión con una transformación revolucionaria de toda la sociedad [...]»(Manifiesto del partido comunista, 1).

El análisis del capitalismo liberal del siglo XIX en Inglaterra permitió a Marx considerar que el proceso histórico no es arbitrario, sino que hay un principio rector o ley interna subyacente a las sociedades que las conduce a su desarrollo, al cambio histórico. Este proceso histórico podría sintetizarse así: la historia no la hacen los humanos como seres dotados de conciencia y voluntad; los cambios sociales e históricos no se deben fundamentalmente a los ideales de los individuos -en palabras de Marx, «no es la conciencia de los hombres la que determina la realidad—; tampoco hacen la historia los grandes hombres, los reyes o los príncipes. Al contrario, el motor de la historia se encuentra en el hecho de que el ser humano, desde que es tal, tiene necesidades materiales y no las puede satisfacer de una manera inmediata y, por eso, se ve obligado a ingeniárselas para producir los medios que necesita para conseguir esa satisfacción.

El cambio social afecta al fundamento mismo de la sociedad. Y ya hemos visto que, según Marx, la sociedad es la suma de las relaciones recíprocas que se establecen entre los individuos: básicamente las relaciones de producción. Y también hemos visto que estas relaciones no son arbitrarias ni tampoco el resultado de las voluntades individuales: dependen, en cada caso, de las fuerzas productivas (los medios de producción y la fuerza de trabajo). Las fuerzas productivas tienen, pues, la absoluta prioridad explicativa del orden social. Ahora bien, estas fuerzas, al satisfacer unas necesidades, crean otras nuevas y, en consecuencia, se tienen que desarrollar constantemente. La tendencia general al crecimiento de las fuerzas productivas es, en definitiva, la explicación última del progreso en la historia humana. La clase social dominante suele ser la clase más adecuada para presidir el desarrollo de las fuerzas productivas. Y continuará dominando mientras actúe en esta dirección, ya que, al promover sus intereses, promueve también los de la mayoría de individuos de la sociedad. Por eso, Marx elogiaba a la burguesía: por haber sido una clase social revolucionaria.

El capitalismo, pensaban Marx y Engels, fue necesario para el progreso, ya que este modo de producción es el más apto para extender el dominio del ser humano sobre la naturaleza y crear la enorme acumulación de capacidad productiva necesaria para la liberación definitiva. Pero no podría durar, porque «la burguesía sólo puede existir a condición de revolucionar constantemente los instrumentos de producción y, consiguientemente, las relaciones de producción y, con ello, todas las relaciones sociales» {Manifiesto del partido comunista). La nueva clase que ha generado el capitalismo, el proletariado industrial desprovisto de propiedad, debe aniquilarlo e instaurar una sociedad sin clases. Todo el esfuerzo de Marx y Engels iba encaminado a organizar políticamente al proletariado y dotar a sus dirigentes de los instrumentos intelectuales necesarios para la tarea revolucionaria.

El cambio social revolucionario es el resultado de la contradicción insostenible entre las fuerzas productivas —que son frenadas en su desarrollo- y las relaciones de producción existentes —que actúan como trabas de estas fuerzas-. Es entonces cuando la lucha de clases se sitúa en un primer plano; entonces la nueva clase capaz de impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas arrincona a la clase que las había controlado hasta ese momento. Sin embargo, las condiciones materiales de existencia predominan siempre sobre las actuaciones humanas deliberadas .

La historia es, pues, una sucesión de etapas en cada una de las cuales encontramos un modo de producción. El motor del cambio histórico -el paso de un modo de producción a otro- es la contradicción fundamental que se da en el seno de una formación social entre las relaciones de producción, formas de propiedad, y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando la situación se hace insostenible, se produce la ruptura, la revolución social.

Balance de este período

La parte central del siglo XIX en Occidente es una época marcada por la Revolución Industrial, que genera -como hemos visto- toda una serie de tensiones sociales y políticas. Las filosofías tratadas en esta Unidad -positivismo, utilitarismo y marxismo- representan intentos de plantear y de resolver estas tensiones. Nunca, desde la época de los sofistas y de Platón, la especulación filosófica había estado tan implicada en los problemas de la sociedad.

Positivismo, utilitarismo y marxismo tienen, además, otras características comunes importantes, como las que mencionamos a continuación:

· La aversión a la metafísica y, más concretamente, al idealismo, sobre todo al de Hegel, que había representado el sistema con más éxito, prestigio y difusión.

· La convicción de que la ciencia y sólo la ciencia puede resolver todas las cuestiones que la humanidad se plantea; pero, más que las cuestiones teóricas, los problemas prácticos: especialmente, los sociales y políticos. En el caso del positivismo, domina claramente el cientifismo (intento de reducción de todo el conocimiento al saber científico).Respecto al marxismo, se presenta a sí mismo como ciencia; se trata, sin embargo, de subordinar el saber teórico a la praxis: «La cuestión de si la verdad objetiva pertenece al pensamiento humano no es una cuestión teórica, sino práctica- (Karl MARX, Tesis sobre Feuerbach, tesis II).

· En estas tres filosofías domina un espíritu optimista respecto del futuro. En todas ellas se hace patente la herencia recibida de la Ilustración: de una manera u otra manifiestan -abiertamente— su confianza en el progreso. La filosofía autoproclamada «posmodema» -que quiere situar sus orígenes en Friedrich Nietzsche- ve el final de la modernidad, justamente, en el fracaso de la idea de progreso, idea en la que las filosofías estudiadas en esta Unidad fueron las últimas en insistir.

La filosofía positivista tuvo continuadores importantes a finales del siglo XIX (Émile Littré, Hippolyte-Adolphe Taine, Émile Durkheim); combinada con el evolucionismo de Charles Darwin, produjo el interesante sistema de Herbert Spencer. Sin embargo, el pensamiento de Comte, en general, no ha tenido demasiada resonancia después. Solamente de forma parcial fue recogido por el empiriocriticismo de Richard Avenarais y Ernst Mach, y por el neopositivismo (llamado también empirismo lógico) de los círculos de Viena y de Berlín (Moritz Schilck, Rudolf Carnap, Carl Gustav Hempel, etc.).

El pensamiento de J. S. Mill y, en general, de todo el utilitarismo ha tenido más trascendencia social y política que filosófica. Ha inspirado una buena parte del liberalismo progresista del siglo XX (en especial, el laborismo británico). Tanto la ética del bienestar como la economía del bienestar son puntos de referencia obligada del pensamiento político actual.

La repercusión de Marx ha sido enorme. Podemos afirmar que ha marcado la historia del siglo xx, pero de maneras muy diferentes. Más que de marxismo, tenemos que hablar de marxistas en plural.

A finales del siglo XIX, Eduard Bemstein -y unos cuantos años más tarde. Karl Kautsky- integrará el pensamiento político y económico de Marx en !a socialdemocracia. Otros marxistas, sobre todo Lenin, calificarán esta actitud de «revisionista», pero el hecho es que la socialdemocracia ha tenido, y tiene aún, un papel preponderante en la Europa occidental y en los países nórdicos.

Lenin marcó las pautas de la interpretación ortodoxa, tanto del materialismo histórico como del materialismo dialéctico. Con el triunfo de los bolcheviques en la Revolución Rusa de 1917, y con la fundación, más tarde, de la Unión Soviética, el marxismo leninismo se impondrá como filosofía oficial de los países del Este. Hay que destacar, también, la interpretación de Lev Trotski, que promovió la «revolución permanente». Trotski fue perseguido por Stalin y murió asesinado por orden de éste.

En China, a partir de 1949, el marxismo se convirtió en la filosofía oficial. En Occidente, la filosofía que podríamos llamar académica'ha hecho poco caso del materialismo dialéctico -que es más obra de Engels que de Marx- y ha prestado más atención al materialismo histórico. .Se han producido diversos intentos de fusionar el materialismo histórico con otras corrientes. Por ejemplo, la Escuela ele Frankfúrt -especialmente Ilerbert Marcuse- se esforzó por conciliar el pensamiento de Marx con el de Ereucl. Wilhelm Reich y Erich Fromm intentaron hacer lo mismo desde una visión más psico-analítica. Jean-Paul Saitre, finalmente, trató de armonizar su interpretación del existencialismo con el materialismo histórico {Crítica de la razón dialéctica).

Obras

Manuscritos: economía y filosofía (con Fngels)

La Sagrada Familia (con Engels)

La ideología alemana (con Engels)

La miseria de la filosofía

Manifiesto del punido comunista (con Engels)

El 18 de Brumario de Luis Bonaparte

Contribución a la crítica de la economía política

El capital (volumen l)

Engels, por su parte, escribió diversas obras, como La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), Anti-Dübring y El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884). y completó y preparó la edición de los volúmenes II (1885) y III (1894) de El capital.

� El término alemán Entfremdung 'alienación' es la traducción de la palabra latina alienatio, que tiene un significado jurídicoeconómico (transferencia de una propiedad a otro) y también médico (“aturdimiento, locura"). Este concepto ad�quirió una dimensión propiamente filosófica con el idealismo alemán yf en cspecial con Hegel. Hegel des�cribe k alienación como el estado de la «conciencia infeliz», porque se experimenta a sí misma como separada de la realidad a la que perte�nece. Se trata, sin embargo, de una fase -necesaria- en el desarrollo de la conciencia, fase que será superada, según él, con el acceso al saber absoluto.

Ludwig Feuerbach retomó el tema desde una óptica materialista y dio al concepto de alienación una valo�ración dei todo negativa. Para él, la alienación fundamental es la aliena�ción religiosa. las cualidades atribui�das a Dios (providencia, bondad, jus�ticia, etc.) son, de hecho, cualidades de la especie humana a las que ésta ha atribuido una existencia autó�noma y separada. Así, se invierte la relación original entre el sujeto y el objeto. La alienación es, en reali�dad, una autoalienación de la que el ser humano es el único culpable.

� En el modo de producción capitalista hay dos maneras de conseguir el incremento del beneficio:

la plusvalia absoluta: que se consigue aumentando la jornada laboral del obrero:

la plusvalia relativa: que consiste en disminuir el tiempo de trabajo bien contratando mano de obra má barata, bien perfeccionando los medios de trabajo

� Para ejemplarizar el crecimiento de la complejidad del Estado en su evolución histórica, sóilo hay que pensar en los ejercitos modernos, las fuerzas de policía, los sistemas legales, los tribunales de justicia, las formas de organización política y sindical.

Sin duda, desde el liberalismo de la época de Marx, la intervención del Estado en la vida económica de la sociedad civil ha cambiado mucho. Las crisis económicas periódicas del capitalismo y, sobre todo, la crisis de 1929 – en que parecía que el propio sistema se derrumbado- han comportado que el papel del Estado sea fundamental, con vistas a poder disminuir los efectos negativos de las crisis y a pulir los aspectos más escandalosamente inhumanos del sistema.

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