fernando montes discurso 25 años
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En el vigésimo quinto aniversario de la
Universidad Iberoamericana Puebla
Fernando Montes S.J. Rector de la Universidad Alberto Hurtado (Chile)
Discurso pronunciado en la Ceremonia de Inauguración
Festejo de los 25 años de la Universidad Iberoamericana Puebla
22 de agosto de 2008
Introducción
Tengo una triple emoción esta tarde:
Primero, por estar en una universidad hermana celebrando su vigésimo
quinto aniversario.
Segundo, por estar en Puebla, ciudad que está ligada en la conciencia de la
Iglesia latinoamericana, a la opción por los pobres. Sólo Dios sabe cuánto
hemos hablado en todo el continente de esta ciudad.
Tercero: por estar en México, un país que aunque ustedes no lo crean,
evoca mis raíces más hondas. Como recordé el año pasado al inaugurar el
quincuagésimo aniversario del ITESO de Guadalajara, México es para un
chileno, y para mí en particular, más que un país hermano. Con decirles
que mis padres, según ellos me contaron, se conocieron y empezaron a
amarse cantándose “por unos ojazos negros igual que penas de amores”.
En las reuniones más íntimas de mi familia, mis padres me acunaron can-
tándome a la “Orilla de un Palmar”, y me contaron que aquí se ama muy
apasionadamente porque “si Adelita se fuera con otro la buscarían por
tierra y por mar”; que la gente de estas tierras es romántica; que van “a la
feria de las flores buscando una rosa huraña que quieren ver trasplanta-
da aunque tenga jardinero”.
Cantando con los sones de México también nos hicimos conscientes de
las debilidades humanas; “que la vida no vale nada porque llorando se
nace y también llorando se acaba”; que la violencia puede ser más fuerte
que la paz porque “traigo pistola al cinto y con ella doy consejo…” Los
chilenos tenemos con ustedes una curiosa cultura compartida de amor,
ternura, impotencia, violencia y pobreza.
También les puedo confesar con toda verdad que en un retiro sentí muy
profundamente que Dios me cantó a mí con una letra mexicana: “… Pro-
bablemente ya de mí te has olvidado… y mientras tanto yo te seguiré
esperando…” Por eso ahora, parafraseando esa canción, me atrevo a de-
cirles que yo me siento “en el lugar de siempre: en la misma ciudad y con
la misma gente”.
I
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Nos reunimos para comenzar a celebrar hoy 25
años de esta universidad.
Celebrar un aniversario es tomar concien-
cia del paso inexorable del tiempo, …“El tiempo
que va pasando, como la vida, no vuelve más …
el tiempo nos va matando” dice el canto argen-
tino… sólo el ser humano tiene conciencia del
transcurrir del tiempo.
Ha sido el tema de la filosofía desde los pre-
socráticos hasta Heidegger que en su famoso Sein
un Zeit nos hace percibir la angustia de la finitud.
Vivir el tiempo es tener un comienzo y barrun-
tar el fin. Y por eso experimentar el tiempo pue-
de transformarse en angustia o en la fuente de
un sentido profundo para todo el vivir.
Como el tiempo se va por entre los dedos te-
nemos necesidad de procesarlo, parcelarlo en se-
gundos, minutos, horas, días, meses, años, siglos
y milenios…ponerle nombre a los meses para
romper la monotonía. Y sobre todo necesitamos
conservar su paso en el recuerdo para proyectar
el futuro. Porque sería terrible que el futuro fue-
se una mera repetición machacona de lo ya vi-
Celebrar 25 años: tomar conciencia del tiempo
vido…Como dice León Felipe recordando a esas
mulas que hacían girar en torno a la noria:
No es lo que me trae cansado
este camino de ahora.
No cansa
una vuelta sola.
Cansa el estar todo el día,
hora tras hora,
y día tras día
y año tras año
una vida
dando vueltas a la noria.
Para romper la marcha ciega es tan impor-
tante detenerse para celebrar. Hoy nos detene-
mos en ese dar vueltas a la noria.
El ser humano es el único ser en este mun-
do que por tener conciencia del tiempo necesita
proyectar el tiempo. Un animal tiene memoria,
pero no tiene esperanzas. El ser humano es el
único que puede pasar de la memoria de lo vivi-
do a la esperanza. Somos Romeros siempre Ro-
meros, trashumantes, como dice Álvaro Mutis…
Necesitamos otear los horizontes. Pero necesi-
II
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tamos también tener raíces. Isabel Allende, refiriéndose a esas palmeras
que transplantan para adornar los las nuevas construcciones que se hacen
en Chile, nos dice que ellas, esas palmeras, para sobrevivir necesitan lle-
var pegadas en sus raíces algo de la tierra que las vio nacer. … Y refirién-
dose a sí misma, Isabel Allende afirma algo que todos podríamos repetir
hoy: “mi suerte es andar de un sitio para otro y adaptarme a nuevos
suelos. Creo que lo logro porque tengo puñados de mi tierra en las raíces
y siempre los llevo conmigo”. Gabriela Mistral acarreó siempre como un
tesoro una cajita con su humilde tierra de Montegrande. Nuestro mundo
en parte se acabó, cambian nuestros países, cambia la Iglesia. Ahora que
estamos obligados cada día a partir, se hace necesario guardar algunos
terrones pegados a nuestras raíces para no perder nuestra identidad fun-
damental. Algo del pasado debe permanecer como tierra nutricia.
San Agustín dice que “si los tiempos son malos, cambiemos nosotros
y cambiarán los tiempos…” porque el tiempo eres tú, soy yo. Es lo que se
nos ha quedado pegado en el corazón, lo que va quedando atrapado en las
redes de nuestros recuerdos e instituciones y que nos sirve para proyec-
tar algo mejor. Nada más sabio y más humano que enseñar a enfrentar el
tiempo, a procesar el pasado y proyectar el futuro.
Esto no es fácil porque la percepción del tiempo es algo subjetivo. Para
un niño el tiempo es pura esperanza y pasa muy lento. Entre un cum-
pleaños y otro transcurren siete años. A mi edad el tiempo está hecho de
recuerdos y se va rápido. Entre un cumpleaños y otro no alcanza a pasar
una semana.
El Cardenal Silva me dijo un día que hay en la vida humana tres edades:
la niñez, la adultez y que bien te ves. Desgraciadamente yo ya llegué a esta
edad y por eso tengo el peligro de transformar el tiempo en recuerdos
carentes de esperanzas. Yo tengo el peligro de quedarme vuelto atrás.
Un joven es todo porvenir, pero tiene el peligro de descuidar sus raíces.
Un viejo puede ser sólo pasado y un joven sólo porvenir.
El transcurrir del tiempo en una institución es semejante. Una institu-
ción nueva puede carecer de pasado y de raíces, pero si se hace vieja puede
paralizarse por carecer de futuro y de desafíos. Hay que recoger como un
tesoro el pasado, pero para mirar con mayor energía el porvenir. Se apren-
de tanto de los dolores y los fracasos.
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Bernardes, el poeta argentino, tiene un poe-
ma inspirado en Guzmán Cruchaga:
Tengo por bien sufrido lo sufrido
Tengo por bien llorado lo llorado
Porque después de todo he comprendido
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido
Porque después de todo he comprendido
que lo que tiene el árbol de florido
vive de lo que tiene sepultado
Por eso, celebrar 25 años es un modo de or-
denar el tiempo, de ir a las raíces, procesar los
fracasos y dificultades, objetivarlas para pro-
yectar mejor lo que vendrá. “Porque después de
todo, he comprendido que lo que tiene el árbol
de florido, vive de lo que tiene sepultado”
Los Ejercicios de San Ignacio son un instru-
mento precisamente para ordenar mi tiempo
subjetivo, poner orden, sanar la memoria que
con sus malos recuerdos y culpabilidades puede
paralizarme, amargarme y entorpecer mi mar-
cha. No se avanza si el pasado está hecho de ne-
grura y culpabilidad. Hay que sanarlo. Pero los
ejercicios son también un modo de sanar las es-
peranzas que también pueden ser paralizantes,
ellos pretenden ayudarme a definir mi misión,
darle sentido a mis luchas y mis sacrificios: me-
jorada la memoria, me vuelven a Jesucristo para
poner mis pasos en su seguimiento. La memoria
enferma nos puede matar pero también nos pue-
de matar la falta de esperanza o la esperanza in-
sana que de puro idealista desprecia la historia
y el mundo pequeño en que vivimos.
San Ignacio fue un maestro de grandes sue-
ños, siempre más, pero con un sentido de lo po-
sible, de la búsqueda de mediaciones basada en
la experiencia, en el discernimiento que impide
que esos sueños nos aplasten o nos llenen de
amargura cuando vemos que no podemos alcan-
zarlos de inmediato. Ordenar y hacer realista la
esperanza es tarea de esta celebración.
Hoy nos reunimos para recoger, ordenar y
sanar la memoria de 25 años y para proyectar
un sueño por el cual valga la pena trabajar hasta
morir. Anthony Gidens, el sociólogo inglés, nos
dice que “no vale la pena vivir si no hay algo por
lo que valga la pena morir…”
Un pasado mal procesado que sólo recuerda
las fallas, los problemas, las tensiones, que no
perdona, que se oculta para que no se enfrente,
termina destruyéndonos. La maravillosa nove-
la de Hosseini, Cometas en el cielo, nos muestra
hasta dónde nos puede llevar una falsa cultura
enquistada en tradiciones y una culpabilidad
aplastada. Celebrar es permitir el paso de Dios
por estos 25 años para que entre el aire fresco,
el agradecimiento, el perdón y se rehaga la es-
peranza. No hay proyecto, no hay vida que no
levante su mirada hacia un fin…la vida, como el
tiempo, es siempre hacia delante.
Es terrible no tener una utopía y es demole-
dor tener una utopía que destruye el presente por
sus desmesuradas e inmediatas exigencias. Aca-
bo de leer un libro de dos líderes máximos de las
juventudes comunistas de mi patria Después de la
quimera (E. Ottone y C. Muñoz ), que narra cómo
el ideal de un mundo mejor y más justo, los llevó
a perder la paciencia, a aceptar el derramamiento
de sangre, la pérdida de la libertad, el atropello a
las personas, y finalmente la destrucción de sus
propias vidas, de sus familias, de sus amores.
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Borges en su famosa poesía Momentos, nos dice:
Si pudiera vivir
nuevamente mi vida,
en la próxima trataría
de cometer menos errores.
No intentaría ser tan perfecto,
me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico,
correría más riesgos,
contemplaría más atardeceres,
nadaría más ríos.
………….
Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte
sin termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas
y un paracaídas.
Si pudiera volver a vivir,
viajaría mas liviano.
Si pudiera volver a vivir,
comenzaría a andar descalzo
a principios de la primavera
y seguiría as¡
hasta concluir el otoño.
Y contemplaría más amaneceres
si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya ven,
tengo 85 años y me estoy muriendo.
El amor de Dios, la pureza, la opción por los pobres, la santidad, la calidad
académica, el orden, pueden convertirse en utopías devastadoras si no
respetan el ritmo de lo humano, si no descubren las mediaciones que van
haciendo posible su realización en la historia. San Ignacio fue un maestro
en el soñar y un maestro en ir haciendo posibles, con mediaciones concre-
tas y razonables, esos sueños.
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Como decíamos, estamos aquí celebrando, re-
cogiendo el tiempo para reasumir con todo su
frescor el carisma que está en el origen de esta
institución universitaria, para volver a beber de
esa fuente de vida y a desde ahí proyectar un fu-
turo significativo.
La fuerza más honda de una institución ra-
dica precisamente en el alma que la inspira, en
su carisma. Cuando él está presente, la crea-
tividad brota, los problemas se enfrentan, las
penurias se soportan y el conjunto tiene sen-
tido. Ahí está el gran desafío: una universidad
sin carisma, sin misión, sin identidad, no tiene
vitalidad ni sentido. Se puede soportar que sea
pobre en medios; es insoportable que carez-
ca de inspiración. Esta celebración es la hora
del reencuentro con el Carisma y la misión de
esta universidad que los años pueden haber ido
adormeciendo.
No puedo dejar de recordar la aventura de
los primeros jesuitas, portadores de un carisma
que tuvieron que institucionalizar en los mar-
cos de una orden religiosa para que ese carisma
se prolongara en el tiempo y se extendiera en el
espacio. Los primeros compañeros no querían
que el carisma muriera con ellos, pero tampo-
co querían que se encerrara en cercos estrechos.
San Ignacio fue experimentado, discerniendo, y
dejó a su muerte las constituciones inconclusas,
la institucionalidad en marcha pero con la fuer-
za de un espíritu y un estilo compartido. Fue un
tiempo de creatividad y de sueños.
El drama es que la vida humana necesita for-
malizar los procesos, introducir reglamentos,
adaptarse a las exigencias de la ley y en buena
parte a las exigencias del medio ambiente, del
medio universitario….todo eso puede ir ahogan-
do el carisma y haciendo que el reglamento im-
porte más que la inspiración.
Para que la misión se haga realidad tiene que
concretarse en estructuras, reglamentos, edifi-
cios. La dificultad radica en que el carisma, para
prolongarse en el tiempo, tiene que institucio-
nalizarse, tiene que crear estructuras… y de ahí
brota una lucha sorda entre el espíritu y la letra.
En toda institución asecha el peligro de que las
estructuras necesarias, los procesos que hay que
establecer, terminen ahogando el carisma.
En la institucionalización es necesario te-
ner conciencia del tiempo, avanzar paso a paso
y aceptar que una institucionalización supone
etapas, y paciencia. Es necesario no sólo sopesar
los recursos que se tienen sino las prioridades.
Tensión entre carisma e institución
III
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Una universidad ligada a la Compañía de Jesús tiene en su ADN, en su
carisma fundacional, un sello humanista. Ser una universidad humanista
nos sitúa en el corazón mismo de la tradición jesuita. Esta tradición supo-
ne una historia larga de respeto por las culturas; de búsquedas honestas
de la verdad. Un misionero como Mateo Ricci entró a China, sin recetas,
con el corazón abierto, y se hizo chino con los chinos; y en la India, Ro-
berto de Nobili se hizo brahmán en medio de los brahmanes.
Ésa es la negación de todo fundamentalismo estrecho, pues afirma que
nadie por errado que esté no tiene una parcela de verdad para comunicar-
nos; eso nos permite abrir nuestras propias estrecheces para escuchar, y
al final comprender más cabalmente el evangelio.
Los primeros jesuitas hicieron una opción que marca nuestro camino.
Asumieron el humanismo tal como se definía en el siglo XVI como un
método para evangelizar y para educar. Eso tuvo dos consecuencias. En
primer lugar eso supuso una profunda apertura de espíritu para aceptar
que junto al evangelio podían inspirarse en Cicerón y otros autores. Nada
por alejado que estuviese, carecía de importancia para la tarea educativa
y evangelizadora.
Una segunda consecuencia de esa apertura al humanismo reinante, fue
que la genuina evangelización no se limitaba al campo de lo estrictamente
religioso sino que comprendía una formación cívica, estética, literaria y
moral que podíamos compartir con otros seres humanos porque el espíri-
tu de Dios está en obra en toda la realidad humana y en todas las culturas.
El humanismo de una universidad ligada a la Compañía de Jesús
IV
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Ahí radica también una manera de entender la fe, de entender al hombre,
ahí está la fuente de nuestro pluralismo.
El problema y el desafío que tenemos hoy es que ese humanismo clá-
sico que inspiró a nuestros padres se acabó. Basta leer nuestra literatura
para ver cuan alejada está de Cicerón y los clásicos. Novelas como El encuen-
tro de Sandor Marai ; La suite francesa de Irene Nemoroski, o Las partículas
elementales de Huelebec, nos muestran un mundo en extinción.
El renacimiento fundó su humanismo volviéndose hacia los tiempos
clásicos idealizados, fue profundamente individualista, apátrida, esteti-
cista y poco social, puso al hombre en el centro resaltando su razón y
su libertad en desmedro del afecto. Hizo de la naturaleza sólo un objeto
descuidando su carácter de hogar. Fue radicalmente elitista, los pobres y
marginados no importaban; sólo el príncipe y su poder, como nos enseña
Maquiavelo, le permitió pensar la política. De ahí nació la ciencia que hoy
tenemos y nuestros grandes éxitos; pero algunos de esos principios lleva-
dos al extremo como el individualismo y el racionalismo, hicieron nacer
muchos de los conflictos que nos atenazan. El éxito individual, la des-
trucción de lo sagrado, la falta de sentir, el desdibujamiento de lo público,
los conflictos sociales y la destrucción de la naturaleza, vinieron a echar
sombras sobre el enorme progreso alcanzado.
Experimentamos un mundo que se acabó y el nacer de nuevas referen-
cias, desgarradoras, desorientadas y en búsqueda. El desafío es hoy poner
nuevas premisas para definir el humanismo, corrigiendo lo que faltó al
mundo de Petrarca y Maquiavelo. Se trata de ensanchar la mirada sin per-
der el legado del renacimiento.
El carácter humanista de una universidad no proviene exclusiva-
mente de las materias que se estudian e investigan sino de la pers-
pectiva con la cual se trabaja y de la preocupación última de sus in-
quietudes. Uno puede ser sociólogo o psicólogo y ser prisionero de
una mirada positivista que impide el acceso al misterio humano. Ese
sería un humanismo de fachada que trata al ser humano sólo como un
objeto. Heidegger en su famosa carta sobre el humanismo nos recuer-
da que, “el humanismo es… cuidarse de que el hombre sea humano en
lugar de «inhumano»” y él añade “que la fisiología y la química fisio-
lógica pueden investigar al ser humano en su calidad de organismo,…
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pero que las ciencias naturales no pueden probar que en ese cuerpo
científicamente explicado resida la esencia de lo humano”.
Nuestro objeto es el ser humano desde la perspectiva de aquello que
lo hace genuinamente humano. Y si dialogamos con otras ciencias es para
ponerlas al servicio de la humanidad. Nuestro objeto es el ser humano,
su modo de pensar, sus problemas, sus penas y proyectos; cómo y por
qué llora, aquello que cimienta su paz y su alegría, el modo como vive y
se organiza socialmente en clases muchas veces antagónicas, cómo el ser
humano distribuye y ejerce el poder, cómo le da finalmente sentido a su
dramática existencia que debe enfrentar la muerte inexorable.
La mayoría de las universidades, siguiendo el modelo de ciencia
reinante, orienta la razón al conocimiento instrumental, a descifrar el
misterio de la naturaleza y a producir más bienes; tiene el centro de su
preocupación y su investigación en las ciencias naturales que le permi-
ten conocer y dominar la tierra. En la cultura moderna, que se impone
en la globalización, nos interesan sobre todo los descubrimientos y las
patentes que nos permiten el desarrollo económico y el bienestar. Todo
eso es meritorio, nunca nos cansaremos de alabarlos y puede ser de
gran utilidad, pero no hemos de olvidar que el hombre desconcertado,
desorientado, aislado y triste, sigue sin responder las más importantes
cuestiones de su existencia.
El humanismo tiene que asumir la ciencia y la técnica pero no debe
perder el foco descentrándose del ser humano. El cambio más profundo
de la época de cambios en que vivimos consiste en que se desdibuja la idea
del ser humano. Es una necesidad para nuestras universidades darle un
horizonte al ser humano, fundamentar su dignidad, desentrañar su miste-
rio, consolar su corazón y poblar sus soledades.
La racionalidad y la necesidad de hacer más eficientes los proce-
sos ha terminado alejando al productor de su producto, al comprador del
vendedor; ha mecanizado y hecho anónimas las relaciones comerciales. Pa-
samos del humano regateo de la abuela a la compra por Internet donde no
vale la sonrisa, el calor de la palabra o el llanto que expresa la necesidad.
Todos esos pasos positivos pueden tener un alto costo para la humanidad.
Por eso, así como se han hecho reingenierías de nuestros sistemas de pro-
ducción, es necesario hacer una reingeniería de la vida humana y del modo
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de relacionarnos porque no podemos silenciar
ciertas preguntas: ¿Por qué tanta violencia? ¿Por
qué tantos suicidios? ¿Por qué tanta depresión,
tanta anorexia, tanta bulimia? ¿Por qué las dro-
gas? ¿Por qué tanta injusticia en las relaciones
sociales? ¿Por qué tanta pobreza y carencia de
lo esencial mientras algunos tienen en exceso?
No hay desafío más exigente que responder esas
preguntas, pero a la hora de responderlas nos en-
contramos inermes sin metafísica, sin religión,
carentes de una antropología consistente.
El humanismo debe fermentar la humaniza-
ción de la organización económica y de todos los
intercambios. Por ende no se trata de darle la es-
palda al progreso ni a las ciencias, sino a colocar
esa maravilla en el designio de una mejor huma-
nidad. Hoy es parte del humanismo trabajar para
que la informática, por ejemplo, no deshumanice
sino profundice y haga posible una comunica-
ción más humana. No puede ser que el encuen-
tro informático termine definitivamente con el
calor del apretón de manos entre amigos o que
convierta la ternura de un beso en algo virtual. Es
necesario repensar el humanismo frente a la cul-
tura del mundo globalizado que se nos impone
desde los países hegemónicos haciendo temblar
nuestras identidades.
Se impone una cultura que nos da medios y
nos arrebata los fines, cultura esencialmente eco-
nómica que define el progreso por la innovación
tecnológica para incrementar la producción so-
metiendo a ese fin toda la educación. La globa-
lización nos impone una cultura profundamente
individualista y competitiva, centrada en el éxi-
to, dejándonos inermes ante el dolor. Frente a esa
cultura hay que repensar al hombre como sujeto
de la historia, como destinatario del progreso.
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El humanismo tiene que asumir la ciencia
y la técnica pero no debe perder el foco
descentrándose del ser humano. El cambio más profundo de la
época de cambios en que vivimos consiste
en que se desdibuja la idea del ser humano.
a) El humanismo antiguo echaba sus raíces en la antigüedad clásica y en
una visión universalista. Por su parte, la cultura de la globalización confía
en el progreso y corre el riesgo de carecer de pasado y de raíces. Debemos
equilibrar mejor el pasado y el futuro, el universal abstracto y el detalle
del humilde presente. No podemos circunscribirnos a estudiar sólo la an-
tigüedad clásica. Se trata de echar una mirada realista a nuestra historia
y desde ella, más que volverse al pasado, proyectar un futuro mejor. Y en
esta historia es bueno que el humanismo guarde también la memoria de
los vencidos y marginados porque esa memoria suele enseñar más que las
victorias. La globalización tiende a expandir la objetivación del mundo
restándole todo aquello que le dan las tradiciones particulares: colorido,
sabor, confianzas, sentido. Toda comunidad tiene derecho a conservar
su identidad histórica y moral. No podemos perder el arraigo en nuestra
realidad histórica. El humanismo debe ayudarnos a asumir una globaliza-
ción sin borrar las particularidades que nos dan identidad.
b) El nuevo humanismo deber ser esencialmente social; no puede ence-
rrarse en un individualismo que nos desarticula.
El Padre Hurtado ya hablaba de Humanismo Social. La pregunta de
Alain Touraine “¿Podemos vivir juntos?” se ha hecho esencial en este
mundo de soledades y conflictos. Hay que redescubrir la importancia de
la política en un mundo que achica los estados y desarrolla las economías.
Es necesario pensar nuevamente la integración social y los diversos tipos
de participación en un mundo que nos quiere hacer creer que los margi-
nados se integran en la sociedad sólo por el consumo. El consumo es una
Algunas pistas para un neo humanismo frente a la globalización
V
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forma muy pobre de participación y nunca otor-
gará ciudadanía. En la base de la modernidad
está el descubrimiento del individuo, pero en
ese descubrimiento, convertido en feroz indivi-
dualismo, está el origen de un posible colapso.
Solidaridad, comunidad, nación, son nociones
más esenciales que la competencia. Del mismo
modo, en el corazón mismo del humanismo so-
cial está su preocupación por la justicia.
Ligada a esta dimensión social que ha de tener
el humanismo nuevo se sitúa la más profunda
voluntad de diálogo. Los hombres nos hacemos
humanos unos a otros y es a través del lengua-
je que salimos del encierro para enriquecernos y
formarnos mutuamente.
c) El cambio más radical frente a un humanismo
elitista, centrado en el príncipe, es volver a poner
en el centro de nuestro pensamiento y de nues-
tro corazón al pobre y a todos los que de algún
modo están marginados. Precisamente porque el
pobre no basa su existencia ni en la riqueza, ni
en sus saberes, ni en sus títulos académicos o su
abolengo, en él se manifiesta más puramente el
ser humano como ser humano. En él, pocas cosas
nos distraen de la esencia. La historia de los mar-
ginados ofrece una perspectiva ineludible para
las ciencias sociales en América Latina.
Quien comprende el rol del pobre en la or-
ganización social, le da una dimensión más
profunda al “bien común” sin confundirlo con
el bien de algunos. El verdadero bien común se
define siempre desde abajo.
d) Frente a un mundo “hipereconomicista”, que
privilegia desmesuradamente el factor econó-
mico frente al social, político, religioso o sim-
plemente humano, hay que redescubrir el valor
de la gratuidad. Carlos Fuentes, en El Naranjo,
dice “Cuando las dinastías pusieron la gran-
deza del poder por encima de la grandeza de la
vida, la delgada tierra y la tupida selva no bas-
taron para alimentar, tanto y tan rápidamente,
las exigencias de reyes, sacerdotes, guerreros y
funcionarios”…entonces vinieron las guerras y el
desastre... Como decíamos, el nuevo humanis-
mo debe darle un lugar central al bien común y a
la reflexión sobre la gratuidad. Lo más humano
de lo humano no se compra ni se vende: se da y
se recibe como un don, comenzando por la vida,
la amistad, y la alegría. Hoy parece ser más im-
portante una factura comercial que una carta de
amor. Una obra de arte vale por los dólares que
se pagan por ella en las subastas, más que por
su belleza.
El progreso se mide no por la humanidad
sino por el producto per cápita. Tal vez en este
contexto valga recordar el rol de la mujer, sus
derechos y la importancia de la dimensión fe-
menina en todas las actividades humanas. Aquí
radica uno de los mayores cambios en nuestra
cultura que debemos fundamentar y ahondar.
Ligada a la visión de gratuidad frente al uni-
versal deseo de lucro, está la visión de la vida
como servicio. En un mundo donde los alumnos
entran a nuestras universidades para aprender y
salen para lucrar, la idea es formarlos en un hu-
manismo que les permita entrar para aprender y
salir para servir.
En nuestra universidad, en los campamentos
y actividades, les recordamos un texto que reco-
gimos en Cuba: 13
Si no vienes a dar el tiempo
el corazón, la vida
no desesperes por entrar
Porque en tu entrada
comienza tu salida
Si vienes a buscar el privilegio
y la ocasión mullida
no desesperes por estar
donde la flor más bella es una herida
Este lugar sólo es propicio
para el amor y el sacrificio
Aquí tienes que ser el último en tener
el último en comer
el último en dormir
y el primero en morir
No puedo dejar de recordar el personaje Jú-
bilo de la novela Tan veloz como el deseo de Laura
Esquivel… un hombre que vivió para los demás,
con sufrimientos, y provocó la reconciliación y
la felicidad sin esperar a cambio dinero alguno.
e) El nuevo humanismo supone repensar el con-
cepto de libertad heredado del renacimiento,
que hace del hombre un ser autárquico y soli-
tario. Queremos formar un hombre y una mujer
que sean libres, lúcidos ante las múltiples dicta-
duras de las modas, presiones sociales, los pre-
juicios y las ideas del turno.
El supremo acto de libertad es el don de uno
mismo para que otros vivan. Nunca fue tan libre
Jesús como cuando estaba clavado en la cruz.
f) En nuestra cultura exitista estamos desarma-
dos ante el fracaso y el dolor. Es esencial reela-
borar esta dimensión ineludible de la existen-
cia humana. Tarde o temprano todos lloramos.
Cuanto más una cultura nos ayude a secar nues-
tras lágrimas sin eludirlas, más sólida será su
fortaleza. El actual humanismo está desarmado
ante el dolor físico, moral y espiritual.
No podemos esquivar la más acuciante de to-
das las preguntas que debe formularse todo aquél
que se cuestiona ante la esencia de lo humano: ¿al
final del camino quedarán sólo el polvo, las ceni-
zas y el efímero recuerdo? ¿Marchamos a la nada
o estamos invitados al misterio? No se responde
a estas preguntas con frases aprendidas de me-
moria. Debemos exponernos con honestidad a
todas las preguntas que se hace hoy el ser huma-
no y con ellas releer nuestro evangelio.
g) Por lo anterior, lo más apremiante del nuevo
humanismo es ayudar al ser humano a tener una
razón para existir. En una cultura que nos llena
de medios y nos arrebata los fines, es esencial al
humanismo trabajar el sentido.
La finalidad ordena la vida, jerarquiza los
medios y permite la libertad.
14
Todo este acervo de preguntas y desafíos nos
permite volvernos a Jesucristo, verdadero y úl-
timo fundamento de esta universidad.
Una lectura errada y racionalista de la reve-
lación pretende que ella consista en una serie
de proposiciones que caen desde el cielo y que
nuestra razón debe aceptar como algo ya formu-
lado y repetir de memoria.
El alma de la revelación es el modo de ser
hombre de Jesús. Dios revela su misterio y su
voluntad en Jesús. Es su modo de amar, de
condolerse con la debilidad, de relacionarse
con Dios, con el poder, de relacionarse con la
mujer; su modo de enfrentar la ley, su libertad
frente a la norma y el rito esclavizante, frente a
la formalidad vacía, y finalmente es su modo de
morir lo que nos muestra lo auténtico de la vida
humana y lo más hondo de Dios. Por eso para
nosotros Él es el camino, la verdad y la vida, Él
es fuente de nuestros cuestionamientos y luz
de nuestra reflexión.
Jesús como el hombre
VI
15
Queremos formar un hombre y una mujer que sean libres, lúcidos ante las múltiples dictaduras de las modas, presiones sociales, los prejuicios y las ideas del turno.
Tenemos que reposicionar el humanismo en el seno de la universidad. Oja-
lá que en esta tarea pudiésemos colaborar todas la universidades, pasando
de la implacable competencia al apoyo mutuo. Tenemos que marcar con
la huella humana nuestra cultura.
Cuando los hombres viajaron a la luna, más que los guijarros y trozos de
roca que trajeron, nos impresionó que la marca y el perfil de la pisada hu-
mana haya quedado para siempre estampada en el polvo lunar.
Sería triste que el progreso nos aplaste y destruya. Mirando las maravillo-
sas ruinas de Macchu Picchu, Pablo Neruda hace una pregunta conmove-
dora que es necesario hacer a toda cultura dominante:
Piedra en la piedra ¿Y el hombre dónde estaba?
Aire en el aire ¿y el hombre dónde estaba?..
¿Pusiste piedra en la piedra y en la base harapos?
Devuélveme al esclavo que enterraste
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Al cumplir 25 años, le deseo con toda el alma a esta universidad que sus
progresos, la extensión de sus campus, las nuevas construcciones no le
arrebaten su capacidad de seguir soñando. Que no olvide su amor prime-
ro, el carisma que está en su origen para poder siempre servir más y mejor.
Por eso quisiera terminar con una oración que es una poesía de Unamuno,
y que yo, siendo ya viejo, rezo cada día al Señor:
Agranda la puerta Padre
porque no puedo pasar
La hiciste para los niños:
yo he crecido a mi pesar.
Y si no agrandas la puerta
achícame por piedad
Vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.
Puebla, Pue. Agosto 22 de 2008
Conclusión
VII
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