fernandez paz agustin - cartas de invierno

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Los ojos de Teresa Louzao se ilu-minaron cuando leyó el remite del voluminososobre acolchado que le acababa de entregar elcartero. Ver escrito el nombre de su hermano,del que no tenía noticias desde hacía casi dosmeses, le quitó un peso de encima. Tanta tar-danza ya le extrañaba, porque Xavier, estuviesedonde estuviese, incluso durante aquella larga es-tancia en Quebec, nunca dejaba pasar más de dossemanas sin llamarla o sin escribirle unas líneas,aunque sólo fuese una postal. Estaban muy uni-dos desde la infancia, a pesar de la diferencia deedad, y ese lazo, lejos de aflojarse, no había he-

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cho más que estrecharse con el paso del tiempo.Casi inconscientemente, dirigió su miradahacia las fotos que tenía encima del aparador dela sala y le vino a la memoria la broma queXavier hacía siempre que iba a su casa y veíaaquel montón de fotos enmarcadas, dispuestascomo desordenadas piezas de un rompecabezas:

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«¿Qué tal sigue el panteón de los recuerdos fa-miliares?» Repasó una vez más aquellas imáge-nes que guardaban tantos momentos de su vida:los dos hermanos al lado de su padres, en lahuerta de la casa familiar; Xavier con ella, en elque debía de ser su decimotercer cumpleaños;Xavier firmando libros, rodeado de gente; ella yla madre, el verano anterior a la muerte de ésta...Como otras veces, la mirada de Teresa acabó de-teniéndose en la foto en la que ella estaba entreAdrián y Xavier, en la pequeña capilla del montede San Roque. Se acordaba bien del día en quela habían sacado, en la romería de agosto. Aca-baba de cumplir dieciséis años y tenía la sensa-ción de tener la vida entera por delante. ¡Quélejos quedaba ahora todo! En aquel verano

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Adrián y Xavier habían empezado a aceptarlacomo compañera en sus excursiones, y así fuecomo Teresa confirmó lo que de forma incons-ciente intuía desde hacía tiempo: que estaba ena-morada irremediablemente de Adrián y que, concerteza, ese amor habría de acompañarla toda lavida.Movió la cabeza con gesto enérgico, como siquisiera apartar la tristeza que la invadía siempreque pensaba en Adrián, y volvió a mirar el so-

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bre. El remite indicaba que Xavier estaba devuelta en Galicia, aunque, en principio, Teresano supo localizar con seguridad el lugar cuyonombre venía escrito debajo del de su hermano:Doroña-Vilarmaior. ¿No quedaba eso por la partede Monfero, allá en la tierras altas del Eume?«Ya lo buscaré luego en el mapa», pensó mientrasabría el sobre acolchado. Esperaba encontrarsecon una nueva publicación o con ejemplares dealguna traducción de cualquiera de los libros desu hermano. Xavier no olvidaba nunca que a ellale gustaba tener una muestra de todo lo que pu-blicaba, aunque, como ocurría con frecuencia,fuesen ediciones en idiomas que desconocía.Pero el contenido del sobre era muy diferen-te al de otras veces. Dentro venía otro sobre pa-recido, de dimensiones un poco menores que el

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que acababa de abrir, acompañado de un folioescrito con la letra menuda de su hermano. Elsobre pequeño estaba cerrado, y la solapa de cie-rre aparecía reforzada con una ancha cinta ad-hesiva, como si se quisiera proteger especialmen-te su contenido. Teresa dejó los sobres en lamesa, se sentó en una silla y se dispuso a leer elmensaje que le mandaba Xavier.

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Querida Teresa:Disculpa que sólo te escriba unas apresu-radas líneas y no una carta más extensa, comoseguramente esperarías. Te sorprenderá que note cuente nada de mis andanzas durante estasúltimas semanas, pero es más urgente lo quetengo que decirte. Sabes que eres la única per-sona en la que puedo confiar enteramente, poreso recurro a ti ahora, para hacerte estas dospeticiones sin necesidad de tener que explicartenada más.La primera petición es que por nada delmundo abras el sobre que acompaña a esta nota.Ya sé que no es normal pedirte una cosa así,pero confío en que entiendas que tengo motivospoderosos para hacerlo. La segunda petición también te sorprenderá,pero sabes que no te la haría si no lo consi-derase necesario. Si ves que, una semana des-pués de recibir esta carta, yo aún no me he

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puesto en contacto telefónico contigo, vete a lacomisaría de Vigo y pregunta por el inspectorSoutullo. Cuando hables con él, cuéntale queeres mi hermana y entrégale el sobre que teenvío. No tengas reparo en hacerlo. Soutullo esamigo mío y hace tres años nos tratamos mucho,durante aquellos meses en que yo estuve

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ahí documentándome para escribir La derrotade la esperanza; incluso creo que te lo presentéuna vez. Sé que Soutullo examinará con aten-ción todo lo que le envío y sé también quesabrá lo que debe hacerse después.Te pido que no abras el sobre, pero no pue-do impedir que, si llegas a verte obligada aentregárselo a Soutullo, puedas conocer su con-tenido. Aunque, por tu bien, te rogaría que nolo hicieses, porque no sería capaz de soportar eldolor que podría causarte. ¿Te acuerdas denuestro primer viaje a Barcelona, en el otoñodel 69, cuando compré Los mitos de Cthultuen aquel quiosco de las Ramblas y pude leerpor vez primera los relatos de Lovecraft? Tú medecías, viendo mi entusiasmo, que no sabíascómo era capaz de leer aquellas historias quetanto te desagradaban. Siempre te contestabaque era lógico que a ti no te gustasen, porquecometías el error de creer que lo que contabanpodía ser real. Pues bien, ahora, mientras te

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escribo, no sé si desde la locura o desde unapesadilla, si desde un mundo irreal o desde estaaldea de Vilarmaior, tengo que decirte quequizá Lovecraft tenía razón, que quizá tútenías razón, y que hay cosas en este mundo

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que tal vez nunca seamos capaces ni siquierade imaginar.Pero también puede ser que todo lo que teestoy escribiendo sea sólo el producto de unaextraña pesadilla que me obsesiona. Es posibleque de aquí a unos días los dos podamos estarjuntos otra vez, riéndonos de estas líneas y delcontenido del sobre que te envío. O quizá, que-rida hermana, lo que tus ojos están leyendo seanlas últimas palabras que yo escriba.Ahora, al acabar esta nota, pienso que to-davía podría huir de aquí y volver al mundoreal, que aún estoy a tiempo de hacerlo. Peroeso significaría dejar a Adrián abandonado asu suerte, desoír el mensaje que me envió. Y nopuedo hacerlo, sobre todo después de leer la car-ta, o lo que sea, que acabo de encontrar en elcuarto de abajo. Pero no sé por qué te digo estoyo, que juré no darte preocupaciones, porquepara entender lo que te estoy contando

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tendríasque leer los papeles que contiene el sobre. Esmejor que no lo hagas, pero eres mi hermana yno puedo impedir que, llegado el momento, losleas si ése es tu deseo. Quizá entonces entiendaspor qué, en estas horas finales, la angustia y elmiedo vuelven a recorrer de forma incesantetodo mi cuerpo.

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Adiós, querida hermana. Recibe el abrazomás fuerte del mundo, y ojala no sea el últimoque nos demos. Xavier

El rostro de Teresa se ensombreció más ymás a medida que avanzaba en la lectura de lacarta, y un intenso desasosiego se fue apoderandode ella. ¿Qué era lo que le quería decir Xavier enaquellas líneas? ¿Qué significaban las inquietan-tes referencias a Adrián? ¿Y a qué venían las alu-siones a Lovecraft, el autor de aquellas novelasque —¡hacía ya tantos años de eso!— Xavier de-voraba con pasión y que ella nunca había sidocapaz de terminar? ¿Era un nuevo juego de suhermano, tan acostumbrado a seducir por mediode las palabras? El corazón le decía, sin embar-

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go, que lo que acababa de leer era algo más queun ejercicio literario, y que sería inevitable con-vivir en los próximos días con aquel desasosiegoque sentía.

Durante los dos días siguientes, Teresa tratóde hacer su vida habitual. Mientras estaba en el

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centro de salud, ahogada por la cantidad de tra-bajo que tenía, conseguía olvidar la carta de Xa-vier, pero cuando llegaba a su casa y reparaba enel sobre cerrado, bien visible encima del apara-dor de la entrada, las palabras de su hermanovolvían a hacerse presentes y el desasosiego laatrapaba de nuevo, cada vez con mayor intensi-dad. ¿Por qué Xavier no confiaba en ella? ¿Y porqué sí en aquel desconocido Soutullo, teniendotantas amistades en Vigo? Todo parecía indicarque Xavier y Adrián estaban metidos en algúnasunto poco claro; quizá ésa era la razón por laque no deseaba que ella interviniese. ¿Y si, porobedecerle y esperar los siete días, les sucedíaalgo a los dos?

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Quizá la idea de abrir el sobre comenzase aaflorar en su interior en el preciso momento enque acabó de leer la carta de su hermano; quizáaquellos dos días sólo habían servido para queesa idea creciese dentro de ella hasta hacerse in-soportable. Al tercer día, incapaz de aguantarmás, Teresa decidió incumplir la petición de suhermano. Era sábado, tenía libre el día entero, yla perspectiva de pasar todo el fin de semanapensando en Xavier y en el contenido del sobreera superior a sus fuerzas. No podía esperar a que

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pasasen tantos días; Xavier no debió haberle pe-dido una cosa así. Llegado el caso, si le repro-chase su impaciencia, siempre le podría decir queél era el verdadero responsable, ya que ella sólohabía abierto el sobre porque el contenido de lacarta la había inquietado profundamente.Cogió el sobre cerrado y le dio varias vueltas,lo palpó tratando de adivinar qué había en suinterior. Parecía que sólo contenía papeles, quizádentro no hubiese más que un nuevo manuscri-to. Después de un momento de indecisión, cortócon las tijeras la cinta adhesiva, despegó la solapadel sobre y lo abrió. Vació su contenido encimade la mesa y lo examinó con atención. Habíaunos pocos folios escritos por Xavier; aquella le-tra menuda y apretada era inconfundible. Habíatambién varias cartas, todas dirigidas al

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apartadode correos que su hermano tenía en Compostela;los sobres estaban abiertos, señal de que ya lashabía leído él. El corazón de Teresa se puso alatir más aceleradamente cuando reconoció la le-tra de los sobres, aquella letra tan querida. Por-que el remitente era siempre el mismo, AdriánNovoa, aunque variaban las direcciones. Algunascartas venían del extranjero, pero la mayoría te-nían el mismo remite que ya había leído en la

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carta de Xavier: Doroña-vilarmaior. Finalmente,había otro sobre acolchado más pequeño, del ta-maño de una cuartilla, con numerosas fotos den-tro. Teresa les echó un vistazo rápido y notó consorpresa que todas eran muy parecidas, como siformasen parte de una misma serie.Le entró la tentación de leer primero las car-tas de Adrián, pero pensó que lo mejor sería co-menzar por las hojas que había escrito su her-mano; quizá estuviese en ellas la explicación detanto misterio. Tratando de dominar sus nervios,las cogió y comenzó a leer.

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Si alguien está ahora leyendo estaspáginas, será señal de que mi hermana se ha vis-to en la obligación de incumplir la petición quele hice en mi última carta. Y será también señalde que preocuparse por mi vida, que ahora correpeligro extremo, quizá no tenga ya ningún sen-tido.

Comienzo a escribir estas líneas con la se-guridad de que me quedan muy pocas horas devida, o de lo que nosotros llamamos vida. Algotengo que hacer durante esta corta espera, mien-tras no venga la noche y traiga consigo el horrorque ya adivino. Puede que sea una tontería quepierda este tiempo escribiendo, sin buscar la

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for-ma de ofrecer resistencia, si es que la hay. Perolo que sé hacer bien es escribir, ése es mi oficio.¿Cómo no aprovechar estas breves horas paracontar el motivo de todo mi espanto, para dejarconstancia en estos papeles de los ominosos se-cretos que esconde esta casa? Sobran razones

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para que trate de escribir aquí todo, sin omitirni siquiera los detalles que puedan ser familiarespara los que me conozcan. De alguna manera,tengo la impresión de que, en realidad, a quienle estoy escribiendo es a la humanidad entera.

Me llamo Xavier Louzao. Cualquiera quehaya leído los periódicos en estos últimos añossabe de sobra quién soy, sobre todo si tiene algúninterés por la literatura. Soy un escritor de fama,mis novelas están traducidas a los principalesidiomas del mundo y, en consecuencia, gozo deun amplio reconocimiento social y mi situacióneconómica es envidiable. Sé muy bien que todoesto tiene mucho que ver con el azar, todavía noestoy tan loco como para pensar que todo miéxito se lo debo a mis cualidades literarias. El

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mundo está lleno de casualidades, y fue una ca-sualidad que Michael Outsider, el célebre direc-tor de cine, fuera descendiente de gallegos y vi-niera a pasar una temporada a Fisterra, el lugarde sus antepasados. Mayor casualidad aún fueque yo estuviera por allí, tomando notas parauna novela, y que acabásemos conociéndonos yhaciéndonos amigos. Una amistad que lo llevó ainteresarse por lo que yo escribía y a comprarlos derechos para llevar al cine La señal roja, mi

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tercer libro. El éxito mundial de la película fuelo que motivó que esta obra se tradujese rápi-damente al inglés, y después a un montón deidiomas. Y, como ocurre con las cerezas de uncesto, detrás de ella vino el interés por mis otroslibros, nuevas películas y todo lo demás. Todavíahoy me río de los que me decían que, al publicaren gallego, estaba poniéndome fronteras, porqueescribir en un idioma minoritario era una laborinútil. Como si yo no supiese bien que el valorde una obra nada tiene que ver con la lengua enla que está escrita, y que el éxito de un libro esalgo que depende más de los canales de distri-bución que del idioma en que se escribe.Pero no es de mí de quien quería hablar, nimucho menos. En realidad, de quien debo ha-blar es de mi amigo Adrián, de Adrián Novoa,

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el famoso pintor. Podría contar sólo mi relacióncon él en este último año, pero me parece im-portante, para que se entienda bien todo lo queme está pasando, detenerme un poco en nuestrastrayectorias vitales, que tienen muchas cosas encomún.Nuestra amistad viene de lejos, de los añosde la infancia, cuando los dos vivíamos en Vi-veiro. Allí fuimos juntos a la misma escuela e

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hicimos el bachillerato soportando a los mismosprofesores. Cuando llegó la hora de ir a la uni-versidad, los dos seguimos caminos diferentes. Élse fue a Madrid, con la intención de hacer BellasArtes, y yo a Barcelona, en donde me matriculéen la facultad de Filosofía.Sin embargo, nuestros caminos, a la hora dela verdad, no fueron tan diferentes, porque nin-guno de los dos conseguimos acabar la carrera.Yo decidí muy pronto que lo importante en mivida era la escritura. Cuando empecé a notar quelo que me obligaban a estudiar más bien respon-día a un meticuloso plan para eliminar mi pa-sión por saber, huí de las aulas y pasé por dis-tintos empleos que lo único que tenían en co-mún era que me dejaban abundante tiempo librepara escribir. Por su parte, Adrián decidió aban-

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donar aquella facultad en la que le hablaban deun arte que para él ya no tenía sentido y cen-trarse en la única actividad que realmente le in-teresaba: la pintura. Recorrió medio mundo enuna incesante búsqueda de lo que él llamaba losorígenes; doy fe de sus peregrinaciones porquesus cartas y postales me llegaban desde los di-ferentes domicilios que tuvo en las ciudades másalejadas: Nueva York, Berlín, Ankara; Copenha-

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gue, París, Los Ángeles... Al mismo tiempo, enla prensa comenzaron a aparecer noticias sobreel, noticias que informaban del éxito, cada vezmayor, que alcanzaban sus exposiciones. La por-tada de Newsweek, a comienzos de los ochenta,coincidiendo con su exposición en la NationalGallery, fue la señal de su consagración defini-tiva.Por aquel entonces, después de una corta es-tancia en Londres, yo ya me había instalado de-finitivamente en Compostela, decidido a desarro-llar mi labor creativa en la capital del país. Miscomienzos también fueron duros porque, aunquemuy pronto conseguí brillar en la cultura gallega—incluso una editorial barcelonesa tradujo dosde mis obras—, lo cierto era que mi situacióneconómica no pasaba de mediocre. Si no

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llega aser por la ayuda de Teresa, que ya trabajabacomo médica y que siempre tuvo fe en mí, lasdificultades podrían haber sido insalvables. Des-pués vino mi encuentro con Outsider y el co-mienzo de mi fulgurante carrera internacional;siete años hace ya de todo esto.Me doy cuenta de que lo que he escrito hastaeste momento se parece mucho a un reportajesobre las andanzas de dos personajes famosos.

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pero creo que es necesario contar todo lo anteriorpara que quien me esté leyendo entienda cabal-mente lo que viene a continuación. Lo que real-mente quiero contar arranca el verano pasado,cuando Adrián y yo coincidimos, como todos losaños, en nuestro Viveiro natal.«Viveiro, primera quincena de agosto.» Éstaseran unas fechas intocables en nuestras agendas.Hace años que sellamos aquel pacto, destinado aconsolidar nuestra amistad, con la promesa deque nunca lo romperíamos. Y, hasta el día dehoy, los dos hemos sido siempre fieles a él.Este agosto Adrián venía de clausurar unanueva exposición en Tokio, con el éxito acostum-brado. Yo había pasado todo el invierno ence-rrado en casa, trabajando en el manuscrito de minueva novela, que estaba ya casi acabada. Nues-tro encuentro en Viveiro fue tan agradable

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comosiempre. Aunque los dos éramos personajes fa-mosos, y hasta se decía que en el ayuntamientotenían la intención de ponerle nuestros nombresrespectivos a sendas calles de la villa, lo ciertoes que la gente hacía lo posible por no inco-modarnos con molestos reconocimientos, de ma-nera que podíamos hacer una vida normal, comosi fuésemos dos vecinos más.

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Una tarde, sentados en la terraza del Metro-pol, Adrián me confesó que, después de tantosaños, estaba comenzando a entender las razonesque me habían llevado a instalarme en Com-postela. Sentía que, después de pasar media vidaalejado de Galicia, necesitaba de nuevo el con-tacto con las raíces, necesitaba energías para ex-plorar nuevos caminos en su pintura y evitar elpeligro de la repetición. Supongo que en esecambio influiría el ofrecimiento que le acababande hacer, el de inaugurar el Centro Gallego deArte Contemporáneo con una exposición de suobra, y que había aceptado con entusiasmo. Ami amigo le había entrado el miedo de no estara la altura que la ocasión requería. Me dijo queestaba pensando en abandonar sus dos estudios

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(repartía la mayor parte del año entre los do-micilios que tenía en Berlín y Trieste) y buscaruna casa en Galicia, para instalarse en ella defi-nitivamente. «Me da igual el lugar, siempre queno sea una ciudad», me había dicho. «Quierodarle un giro a mi obra y me gustaría un lugarque estuviera en plena naturaleza. Un sitio en elque me sienta libre, sin el temor a que nadie memoleste.»La culpa la tuve yo, hoy lo veo con claridad.

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Si me hubiese callado o le hubiese recomendadocualquier agencia inmobiliaria, no estaría ahoraaquí, escribiendo mientras siento que el miedocrece dentro de mí, de la misma manera quecrece la niebla que algunas tardes de verano vie-ne desde el mar y en poco tiempo ocupa la villaentera. Pero estábamos en la terraza del Metro-pol, como ya he dicho, dejando pasar las horasmientras contemplábamos las idas y venidas dela gente que en aquellas horas llenaba la plaza.Yo leía distraídamente el periódico; tengo la ma-nía de hojear todos los que se me ponen pordelante, no puedo evitarlo. Y, casi sin querer, mivista se detuvo en aquel anuncio; un anunciominúsculo que, si embargo, parecía destacar en-tre los otros, como si, pienso ahora, estuviese

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do-tado de un aura enigmática.

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«Aquí tienes la solución a tu problema», ledije. «¿Por qué no compras esta casa?» Adrián sevolvió hacia mí con mirada ausente, pero, de for-ma mecánica, atendió mi indicación y cogió elperiódico. Después de localizarlo entre aquellaprofusión de mensajes, leyó el anuncio que yo lehabía señalado. «Mira que hay gente con ganasde liarla», comentó mientras se reía por lo bajo.Pero yo, con terquedad, le insistí: «¿No dices quequieres tranquilidad? Pues estoy seguro de quenadie se va a acercar a una casa de este tipo. ¿Oes que no te atreves a comprarla?» Adrián memiró fijamente, con un brillo extraño en la mi-rada. «¿Qué te apuestas a que la compro? Confantasma incluido, naturalmente.» Supe que miamigo hablaba en serio; conocía muy bien

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aque-lla mirada suya. Me pareció que el juego ya ha-bía llegado demasiado lejos y traté de quitarlehierro al asunto: «Déjalo estar, hombre; ¿no tedas cuenta de que no es más que una bromapesada? Seguramente es una broma de chiqui-llos. ¡Casas encantadas que se venden a través deanuncios! ¿Dónde se ha visto?» Pero él, sin ha-cerme caso, sacó del bolsillo una pequeña agenday anotó en ella el número de teléfono del anun-cio. Yo, por mi parte, obedeciendo a ese impulso

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que me lleva a guardar cualquier papel impre-so que me llame la atención, recorté con los de-dos aquel trozo de la página y lo guardé en micartera. Después, mi amigo cambió de conver-sación y no hablamos más del tema.Pasaron las dos semanas de vacaciones yAdrián decidió volver a Berlín, donde tenía queacabar unos murales que le habían encargadopara el Art Museum de Bruselas. Quedó en es-cribirme a Santiago, para contarme cómo ibansus proyectos de regresar a Galicia. Con lo queél no contaba, ni yo tampoco, fue con aquellaoportunidad que me surgió un poco antes delotoño: una invitación de Antón Risco, a quienhabía conocido en un reciente congreso del PenClub, para irme una temporada como profesorvisitante a la Universidad de Laval, en Quebec,

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con el único compromiso de impartir unas char-las semanales sobre mi proceso creativo. Algoque me obligaría a estar fuera de Compostela,fuera de Galicia, durante seis meses.Volví en abril, satisfecho de mi invierno ca-nadiense. Las clases apenas me habían dado tra-bajo, como ya había supuesto. Me había hechoamigo de algunos profesores del departamento(en especial de Josephine, pero ésa es otra his-

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toria) y, sobre todo, había conseguido rematar elborrador de un nuevo libro, un conjunto de re-latos en los que, en clave de humor, intentabacontar la alarmante pérdida de identidad de lagente de este país.El día que llegué, después de dejar las cosasen casa, me fui a la oficina de correos para re-coger las cartas que habrían llegado durante miausencia. En el apartado de correos sólo habíauna pequeña nota, en la que se me pedía quehablase con el encargado. Así lo hice. Aquelhombre me dijo que se había visto obligado adejarme esa nota porque, a las pocas semanas deirme, la correspondencia ya no cabía en el re-ducido espacio del apartado. Él había ido reu-niendo todo lo que llegaba a mi nombre paraentregármelo cuando yo apareciese por allí. Mepidió que esperase un momento y, al poco tiem-

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po, volvió con una enorme caja de cartón, llenade cartas hasta rebosar. Le di las gracias por suamabilidad e insistí en que aceptase una propina;me sentía culpable por recibir tal cantidad decorrespondencia.Salí de la oficina llevando conmigo aquellapesada caja. Como no había contado con esacomplicación, había ido a pie y, para colmo, ha-

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bía comenzado a llover como solamente lo puedehacer en Compostela en abril. Calado hasta loshuesos, pude llegar hasta la Porta Faxeira, enbusca de un taxi. Tuve suerte y pronto encontréuno, y al poco tiempo las cartas y yo estábamosen casa.Dediqué las horas siguientes a airear el pisoy a buscarle acomodo a todo lo que había traído.Cuando acabé, preparé una cena fría, hice caféy, entre bocado y bocado, me puse a examinartoda aquella correspondencia.El encargado de correos muy bien se podríahaber ahorrado la caja y las molestias, porque,entre aquella montaña de cartas, la mayor parteeran folletos publicitarios o notificaciones ban-carias. Viendo tal montón de papeles no resul-taba difícil adivinar quiénes eran los verdaderos

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responsables de la deforestación mundial. Des-pués de hacer una limpieza entre tanto papeleoinútil, me quedé con unas pocas cartas en lamano. Algunas eran de mi agente editorial yotras, de personas que habían leído algún libromío y que me escribían por diferentes motivos.Había también dos cartas de mi hermana, ya queme había marchado a Canadá sin avisarla. Perola mayoría pertenecía a Adrián; reconocí rápi-

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damente su letra, grande y ampulosa. Eran, entotal, ocho cartas. Una de ellas venía de Berlíny otra, de Trieste; hasta ahí nada raro, dado queésos eran los dos domicilios estables de mi ami-go. Pero todas las demás traían el mismo remite:Adrián Novoa. Doroña-vilarmaior». ¡Así quepor fin había vuelto a Galicia! Me llamó la aten-ción aquella dirección. ¿Que se le habría perdidoa Adrián en Vilarmaior? Ordené las ocho cartasfijándome en las fechas del matasellos, para po-der leerlas cronológicamente. La primera estabaescrita dos semanas después de mi marcha aQuebec. La última, sin embargo, la había echadoal correo hacía sólo unos días.Llevaba mucho tiempo sin tener noticias demi amigo; claro que la culpa era mía por nohaberle dicho nada sobre mi ausencia. La verdad

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es que en la universidad apenas me había acor-dado de él. Durante todos aquellos meses otraspreocupaciones e intereses nuevos habían entradoen mi vida, haciéndome olvidar temporalmentetodas las referencias que había dejado en Galicia.Pero ahora tenía muchas ganas de saber cómo lehabía ido y qu é estaba haciendo, así que me sen-té en el sofá y me dispuse a leer las cartas deAdrián.

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Berlín, 25 de octubre

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

Querido Xavier.:

Si vas a Viveiro, ya puedes ir diciéndole aldel Metropol que compre una barrica muy gran-de de sidra, porque la apuesta está ganada y pien-so estar bebiendo a tu salud todos los días delpróximo verano. ¿Te acuerdas de aquel anunciode la casa encantada que leímos en el periódico?Pues, encantada o no, ya es mía. Y, si todo mar-cha según mis deseos, a primeros del año queviene estaré instalado en ella. Pero déjame quete cuente cómo sucedió todo, que la cosa

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tienesu gracia.Ya sabes que después de nuestra reunión yoVolví a Berlín, pero con el deseo de encontraruna residencia fija en Galicia. El deseo debía deser mayor de lo que yo pensaba, porque acabóconvirtiéndose en una idea obsesiva. Ya me había

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olvidado de lo que habíamos hablado en Viveiro.pero un día, revisando la agenda, reparé en elnúmero que había anotado aquella tarde. No lopensé más y esa misma noche, desde Berlín, te-lefoneé al número del anuncio. La conversaciónfue muy extraña. Mi interlocutor, del que ni tansiquiera te puedo decir el nombre, porque no losé, debía de ser un hombre entrado en años, ajuzgar por su voz. Le pregunté si la casa estabaya vendida o no —ten en cuenta que habíanpasado más de dos meses desde que había apa-recido el anuncio—, y me contestó que seguíaen venta. Quiso saber si estaba realmente inte-resado en ella, porque no le gustaba perder eltiempo. Le dije que sí, y le expliqué tambiénquién era y para qué la quería. Tuve que pre-

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guntarle, además, dónde estaba, porque en elanuncio no venía indicación alguna. No sé si ati te sonará el nombre del lugar: Doroña-Vilar-maior, pero yo no tenía ni idea de dónde podíaestar cuando me lo dijo. Ahora ya puedo decirteque me parece un sitio excelente, apartado de lacivilización, aunque a un paso de Pontedeume ya poco más de una hora de coche de A Coruña.Los datos que me dio sobre la casa hicieronque me entrasen ganas de ir a verla, por lo que

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traté de concertar una cita. Para mi sorpresa, medjijo que no era necesario, que yo podía ir a verla casa cuando quisiera sin necesidad de moles-tarlo a él para nada. Bastaría con que fuese aDoroña y localizase el bar Stuttgart. Allí debíapreguntar por Bieito, la persona que se encarga-ría de facilitarme todas las explicaciones que ne-cesitase.Y eso fue lo que hice la semana pasada: cogerun avión hasta Compostela, alquilar un coche yacercarme a Vilarmaior. Te llamé a tu casa variasveces, porque supuse que a ti también te gustaríael viaje, pero nadie contestaba. Me costó bastanteencontrar la parroquia de Doroña; no están nadabien señalizadas esas carreteras comarcales. Unavez llegado allí, me fue más fácil dar con el bar

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Stuttgart; todo el mundo lo conocía, porque esuno de los pocos que hay en la parroquia. Aun-que no está en el mismo Doroña, sino en la aldeade Breanca, a unos tres kilómetros de la iglesia.Bieito resultó ser el dueño del bar, como su-ponía. Es un hombre de más edad que nosotros,que habla muy bien el alemán porque estuvocomo emigrante durante quince años en Stutt-gart. Así que, saltando del gallego al alemán, es-tuvimos hablando sobre un montón de temas,

mientras que yo daba buena cuenta de un platode carne asada con patatas que me sirvió su mu-jer. Pero toda la labia que Bieito tenía desapa-reció en cuanto supo el motivo de mi visita aDoroña. Me respondió que ya había recibido el

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aviso de que alguien se acercaría a ver la casa, yque ej edificio estaba a poco más de un kilometro de allí. Después me dio la llave y mepidió que se la devolviese cuando acabara mivisita. Ni él ni su mujer añadieron una palabramás.Cogí la llave, un poco molesto por aquelladespedida, y metí el coche por donde me habíaindicado. Era un camino de piedras que apenaspermitía el paso del vehículo, orillado de zarzasy retamas, que nadie se había preocupado de ro-zar en mucho tiempo. Y no era extraño, porqueel camino sólo servía para ir a la casa y moríaun poco más adelante, cerca de un bosque decastaños.¡Qué casa encontré, amigo mío! Después delas alabanzas que me había hecho el dueño, yoiba preparado para encontrarme un edificio es-pecial. Al ver las construcciones de la zona,

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pen-sé que mi anónimo interlocutor me había en-gañado y que yo había hecho un viaje inútil

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Esperaba encontrar la típica casa labriega, pero fui a dar con una maravilla. Porque allí, comodesafiando la lógica, alguien había construido unedificio que tenía todas las características de lascasas coloniales, ese modelo de vivienda que tra-jeron nuestros indianos, inspirado en las cons-trucciones cubanas. Pero, aun siendo una casa co-lonial, se veía con claridad que estaba delante deun edificio singular. Lo que más me llamó laa tención fue el magnífico torreón cuadrangular,situado en la parte derecha de la fachada, que seerguía desafiante y sólido como un monolito.También me impresionaron la hermosa galeríalateral y la amplia terraza de la parte de atrás,con una balaustrada originalísima.Tenía ante mí una casa maravillosa, pintadade blanco y ocre, y magníficamente conservada.

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Se notaba que los dueños, quienesquiera que fue-sen, no la habían descuidado y que se habíanpreocupado de que no se deteriorase; no haría nidos años desde que la pintaron por última vez.Además estaba la finca, como un regalo con elque no contaba. A ambos lados de la viviendaarranca un muro de piedra que rodea lo que enotro tiempo debió de ser una buena huerta, por-que en la parte de atrás, por encima del muro,

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se pueden ver numerosos árboles frutales; algu-nos manzanos estaban aún cargados con su fruto.Sólo desentonaba el pequeño jardín delantero,circundado por una reja de hierro y bastanteabandonado, en el que sobresalen dos robustascamelias. Una buganvilla, que conservaba todavíaalguna flor, ha trepado por una pared del to-rreón y la cubre en buena parte. Había algunosmacizos de hortensias que precisaban una podaurgente y numerosos rosales, tan descuidados quecasi parecían zarzales.Empujé la cancela de hierro, atravesé el jar-dín y entré en la casa, después de abrir con lallave la gruesa puerta de madera. Nada más en-trar supe que aquella casa tenía que ser mía. Por-que casi toda la planta baja, si exceptuamos elrecibidor, un espacio destinado a la cocina y

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dospequeñas habitaciones, está ocupada por un in-menso salón, muy apropiado para instalar en élmi estudio. La distribución del piso de arriba esmás convencional, con un pasillo en medio queda acceso a seis amplios dormitorios, tres a cadalado. Cada una de estas habitaciones tiene lasparedes pintadas de un color distinto: rosa, lila,azul, amarillo, verde y blanco. ¿No te parece cu-rioso? Después, al final del pasillo, además de

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dos cuartos de baño, hay una estrecha escalera,como de caracol, que lleva al torreón. Desde elexterior ya me di cuenta de que debía de sermuy luminoso, porque tiene amplias ventanaspor los cuatro costados, pero una vez que me vien él, inundado por la luz, dominando un paisajeinmenso, supe que era todo lo que necesitabapara poder seguir adelante con mi trabajo.Cuando, ya de vuelta, le devolví la llave aldueño del Stuttgart, tenía una decisión tomada:compraría aquella casa. Desde Pontedeume tele-loneé al propietario y le expliqué que la casa mehabía gustado, que estaba dispuesto a comprarlay que solamente había que hablar del precio. Esono me preocupaba en absoluto, naturalmente; sa-bes bien cuál es la cotización de mis obras. La

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cantidad que me pidió fue un tanto elevada; re-gateé un poco, pero se mantuvo inflexible en supostura. Finalmente, le di mi conformidad yquedamos citados para unos días después, en eldespacho de un notario de A Coruña.Me puse tan contento que ya ves que no meresisto a contártelo. Así, de paso, me ejercito enesta tarea de poner palabras en un papel, quecuando era joven me gustaba tanto como a ti, ¿ono te acuerdas? Mi intención es la de instalarme

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en la casa en cuanto sea posible, aunque sólopodrá ser de aquí a un tiempo, porque habrá quearreglar bastantes cosas. La instalación eléctrica,por ejemplo, todavía es de las que se montabanexteriormente, y tendré que cambiarla toda.También hay que hacer arreglos en la cocina y,quizá, en los cuartos de baño, para adaptarlos alas comodidades actuales. Pero no adelantemosacontecimientos. Lo que sí que te digo es que,cuando viva en ella, quedas invitado a pasar unatemporada en la que será mi nueva residencia.Es un lugar en el que encontrarás fácilmente lasoledad que dices necesitar para escribir. La casaestá aislada, ya que la más próxima es la del barStuttgart, y hay todo el monte que quieras

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parapasear.Pronto tendrás noticias mías. Hasta entonces,un abrazo muy fuerte.

Adrián

Trieste, 6 de noviembre

Xavier LouzaoSantiago de CompostelaQuerido Xavier:

¡La casa ya es mía! La he comprado hacecuatro días, el dos de este mes; el día uno nopudo ser, porque como sabes es festivo. Ahoraestoy en esta otra esquina de Europa, en mi

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casade Trieste, dando las instrucciones para que re-cojan todo el material del estudio y me lo tras-laden a Vilarmaior. He decidido conservar el ta-ller de Berlín; sería una tontería abandonar miático en la Postdam Platz, con todos los museosde la ciudad a tan poca distancia y con el pri-vilegio de estar al lado del inmenso parque deTiergarten, tan acogedor. Pero el estudio de aquívoy a venderlo, porque no es cuestión de tenerahora casas repartidas por media Europa. Ade-más, no sé bien por qué, tengo la intuición deque se abre una etapa extraordinaria en mi tra-

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bajo; me bullen las ideas en la cabeza, siento quevuelve la energía creadora y no tengo ganas másque de verme ya pintando en la nueva casa.Aunque te cueste creerlo, he comprado lacasa sin hablar personalmente con el propietario.A la notaría acudió, en su lugar, un representante legal que tenía todas las autorizaciones preci-sas para cerrar la operación. Al final he acabadoaveriguando el nombre del propietario, pero sóloporque figura en la escritura. O mejor dicho, delos propietarios, porque se trataba de dos hermanos, Mariana y Adolfo Estévez Piñeiro, de losque no tengo ningún dato más.Pero no me importa, aunque me sigue intri-gando el texto del anuncio, no creas. Estarás deacuerdo conmigo en que no parece la estrategiade venta más idónea; o sí, porque en este caso

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les ha dado buen resultado. Le saqué el tema alrepresentante que me enviaron, pero todos fue-ron evasivas por su parte; parecía un disco ra-yado. Y cuando el notario estaba leyendo los tér-minos de la escritura de compraventa, por haceruna broma, me quejé de que no figurasen en ellani fantasma, ni brujas, ni aparecidos ni nada se-mejante. ¡Tenías que haber visto la cara con laque me miraron los dos! ¿Es que los gallegos han

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perdido el sentido del humor durante los añosque he pasado fuera?Pero la casa ya es mía, con muebles y todo-No sé si te he dicho ya que algunas de las ha-bitaciones están amuebladas. Por lo que vi en lavisita que hice, son todos muebles antiguos, al-gunos muy estropeados, pero consideré que valía la pena conservarlos y tratar de restaurarlos, por-que parecen de buena madera. Mi intención estrasladarme lo antes posible, quizá a primeros deenero. Pero hasta entonces me esperan unos díasde mucha tarea, porque hay que hacerle bástan-tes reformas por dentro, aunque todas sean pe-queñeces; ya te he dicho que está anormalmentebien conservada, sobre todo si se tiene en cuentaque llevaba un montón de años deshabitada.

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Sé muy bien que podría pedirle a una agen-cia que se encargase de arreglarlo todo, pero conesta casa me pasa algo extraño: me siento comohechizado por ella. Me apetece estar presentetodo el tiempo que duren las reformas para ircontrolando los arreglos que deseo hacer. Quieroponerle una instalación eléctrica nueva, y tam-bién hay que levantar la cocina y poner una mo-derna, con todas las comodidades. Además, pien-so disponer a mi manera lo que va a ser el es-

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tudio, instalar un pequeño laboratorio de reve-lado de fotos, poner teléfono, acabar de amue-blar la casa... Y después están todos los peque-ños detalles, que sabes muy bien que son los quemás tiempo llevan. Así que yo calculo que dosmeses de arreglos no hay quien me los quite.Si quieres ir por Vilarmaior y hacerme unavisita mientras controlo las obras, te diré quepienso estar allí desde el 15 de este mes hastafinales de año. Seguramente alquilaré una habi-tación en el Hotel Eumesa, en Pontedeume; encoche puede estar a poco más de un cuarto dehora de la casa. Y si no te es posible venir, yasabes que puedes escribirme a la dirección delhotel. ¿Dónde diablos andarás para no dar se-ñales de vida?Estés donde estés, un abrazo muy fuerte.

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Adrián

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Doroña, 29 de diciembre

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

Querido Xavier:

¿Por dónde andarás que no consigo hablarcontigo? Desde que he llegado a Galicia te hellamado no sé cuántas veces, pero ya me ha que-dado claro que no puedes estar en Compostela;es imposible que no te encuentre nunca en tucasa .Espero que cuando llegues y leas mis car-ias, vengas pronto por aquí, para compensar tan-ta tardanza. He pensado en llamar a Teresa; ellatiene que saber dónde estás. Pero ya te daráscuenta de lo complicado que es para mí hablarcon tu hermana desde que inicié mis relaciones

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con Laura. En el fondo, yo creo que ella con-sidera que traicioné nuestra amistad. Sabes bienque no es así, que nunca fue así, porque unacosa es la amistad y otra bien distinta el amor.En fin, supongo que estos conflictos son inevi-

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tables, y quizá sea ridículo pretender que noexistan.Hoy es 29 de diciembre, el año se acabaDéjame que te desee un buen 1998, que sea elaño en el que escribas tu mejor novela. A mí,no sé por qué, me dice el corazón que éste va aser decisivo para mi trabajo, porque nunca hetenido tantas ganas de estar otra vez delante dellienzo en blanco. Por ahora lo que hago es llenarcuadernos con ideas y bocetos, sin coger los pin-celes hasta que pueda estar bien instalado en lanueva casa. Pero no pasa un día sin que no tengaalguna intuición que me permita divisar una sa-lida a este túnel en el que estoy metido. ¿A tino te ocurre? Quizá escribir sea una forma deexpresión más elaborada, pero yo siento que mi pintura avanza a partir de rupturas radicales con

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etapas anteriores. Y ahora intuyo que estoy de-lante de una de esas rupturas, que las cosas estáncambiando dentro de mí. Creo que todo 1o queme está sucediendo tiene mucha relación conesta luz y este lugar en el que está mi casa.Te decía en mi carta anterior que a primerosde año estaría viviendo en ella, pero voy a tenerque aplazar un poco la entrada; todo va más len-to de lo que pensaba, y aún queda trabajo paraunas tres semanas. Y eso que ahora, después detodos los arreglos que le he hecho, la casa pareceotra. Ya estaba bien antes, como te dije, anor-malmente bien si tenemos en cuenta que llevabavarios años deshabitada, según me ha contadoBieito y luego me ha confirmado la gente conla que he hablado en el bar. Los antiguos dueños

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debían de ser muy raros, ésa es la verdad, porquenadie me sabe decir nada de ellos, ni tan siquieraBieito, que solamente trataba con el administra-dor. Ya ves que parece uno de los misterios detus novelas.Paso bastantes horas en el Stuttgart, desdedonde te estoy escribiendo ahora. Es algo asícomo el centro de reunión de la aldea, y tengomuchas ocasiones de hablar con los paisanos quevienen por aquí. Por cierto, ¿sabes que lo de lacasa encantada quizá no fuese sólo un truco pu-blicitario? Les he preguntado varias veces si sa-bían quién la había habitado antes que yo, si seacordaban de cuándo se había construido, quiénhabía sido el indiano que la había mandado edi-ficar... ¿Querrás creer que no he obtenido más

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que evasivas? Aunque algo saben, eso se nota,

porque siempre que les pregunto sobre la casa sequedan callados y una sombra de miedo les pasapor los ojos, pero no dicen ni pío. Solamenteuno, una noche que estaba un poco achispadodespués de beber varias copas del licor de hierbasque elabora Bieito, comenzó a hablar de la casa,pero mezclaba las cosas y no era fácil entenderlo.Por lo que saqué en claro, se refería a asuntostales como unas misteriosas desapariciones, unosextraños ruidos nocturnos, no sé qué de unasombra negra... Pero poco pudo hablar, porquedos hombres cargaron con él, lo metieron en uncoche y lo llevaron a su casa, pretextando unaexcusa de lo más chapucera.

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Como me quedé intrigado, traté de hacer al-gunas pesquisas en Pontedeume. Después de loque he averiguado en múltiples conversaciones,que tampoco ha sido mucho, supongo que es na-tural que haya cierto recelo hacia la casa. Segúndicen, el indiano que mandó edificarla regresóde Cuba con una fortuna enorme, que amasó enmuy poco tiempo, nadie sabe muy bien cómo.Parece que, algunos meses después de ocupar eledificio, enloqueció y desapareció, sin que se vol-viese a saber nada de él. Por lo que he descu-

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bierto, años después vino a vivir a la casa unsobrino suyo que la había heredado. Tal comome han contado, y vete tú a saber cómo fue deverdad la cosa, el sobrino y su familia tambiéndesaparecieron de la vivienda misteriosamente,dejando en ella la ropa y todo lo que tenían, sinque nadie fuese capaz de descubrir adonde sehabían ido. Como si se los hubiese tragado latierra, ni más ni menos.Esto que te cuento me parece que sucedióallá por el setenta y tres. Y desde entonces lavasa está deshabitada, aunque los nuevos dueños,a través del administrador, se han preocupadosiempre de mantenerla en perfectas condiciones.Sin embargo, la gente dice que, si está deshabi-tada, a ver cómo se explica que en ocasiones seoigan ruidos (un maestro del colegio de Andrade,

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aficionado a dar largas caminatas por el monte,me juró que un día, cuando ya había anochecido,al pasar por delante de la casa escuchó dentroalgo parecido a voces, pero no exactamente hu-manas, no lo sabía definir bien, y cogió tal pá-nico que nunca más ha vuelto a pasear por allí)o que algunas noches se vean resplandores, comoluces, a través de las ventanas.

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Menos mal que yo no soy tan impresionable.Sé muy bien que la Santa Compaña desapareciócon la llegada de la luz eléctrica, pero a vecesestos rumores consiguen inquietarme. ¡Ya no re-cordaba cómo es esta Galicia nuestra, amigo Xa-vier! Tenías toda la razón cuando me decías que,por debajo de la capa de modernidad, seguía vivoel antiguo sistema de creencias, incluso en lasciudades. Y aquí, en aldeas como ésta, se notamucho más. Te voy a contar lo que me pasóhace unos días, una mañana en que se me ocu-rrió ir andando hasta Pena Moura, un lugar enel que me contaron que había unos petroglifosque valía la pena ver. En un camino me crucécon dos niñas que volvían del colegio. ¿Querráscreer que, en cuanto me vieron, se persignaron

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y huyeron a todo correr? Esto es señal de quehan oído hablar de mí en sus casas, y vete túa saber qué barbaridades. ¡Así que tendré queacostumbrarme a las miradas raras que meechan cuando se enteran de que he compradola casa!¡Qué le voy a hacer! Supongo que todo tienesu precio, y ése es el que yo tengo que pagarpara poder empezar una nueva etapa en mi pin-tura. Porque eso sí, Xavier, tengo la certeza de

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que este año que viene va a ser el de mis mejorescuadros.Feliz año una vez más, querido amigo. Y re-cibe un abrazo más fuerte si cabe que el que teenvío en otras ocasiones.Adrián

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Doroña, 19 de febrero

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

Querido Xavier:

Esta va a ser una carta breve. Empieza ya afastidiarme no tener noticias tuyas. Pero hoy ten-go que escribirte, aunque sólo sea para decirteque desde esta fecha tienes una habitación paracuando quieras venir, porque esta noche pasadahe dormido ya en mi nueva vivienda. Podía ha-berme mudado unos días antes, pero he preferidono hacerlo hasta que no estuviese todo comple-tamente arreglado.Por cierto, hablando de habitaciones, ¿sabesque en estos últimos días, cuando los obreros

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estaban pintando la casa por dentro, al rascar lapintura vieja, hemos descubierto algo muy cu-rioso? Resulta que encima de cada una de lapuertas de los dormitorios hemos encontrado, so-bresaliendo de los ladrillos, unas pequeñas pie-dras de granito con unas figuras grabadas, dis-tintas en cada puerta. Alguien debió de taparlasen alguno de los arreglos del edificio, pero yohe ordenado que las limpien y que las dejen aldescubierto; me parece que le dan un encantoespecial a la casa. Además, desde mi punto devista, esas figuras son una premonición, porquerecuerdan los petroglifos prehistóricos, comopronto comprobarás. He aquí los dibujos de lasseis:

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¿No te parece una ironía? El máximo repre-sentante de la pintura actual viviendo en unacasa en la que hay muestras del primer arte quese hizo en Galicia. Seguro que tú serías capaz deescribir un buen ensayo sobre un hecho comoéste. Por si algún día vienes a visitarme, ya hedecidido que tu dormitorio será el que tiene lafigura del ciervo que se refleja en el agua. Claroque para eso tendrás que acercarte por aquí,

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y locierto es que no das señales de vida.Así que aquí me tienes, completamente ais-lado, como yo quería. El cielo, las montañas, elmar a lo lejos, en la línea del horizonte. Algunascasas esparcidas aquí y allá, pero lo suficiente-mente alejadas como para sentir la presencia dela soledad. Y esta luz, sobre todo esta luz, in-vernal y clara al mismo tiempo, tan diferente dela del cielo de Berlín. ¿Qué más puedo pedir,amigo Xavier? Claro que mi aislamiento tienetrampa, que para eso estamos en la aldea global,con un pie en el siglo XXI. He ordenado instalarfax y teléfono, además de una antena parabólicaque me permite ver todos los canales de televi-sión a los que estoy acostumbrado. En fin, su-pongo que llevan razón los críticos que ven enmi obra una síntesis perfecta entre tradición

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ymodernidad.Algún inconveniente sí que tengo, de todosmodos. ¿Sabes que me ha sido imposible encon-trar a alguien que venga a cocinar y a hacer laslabores de la casa? Le encargué a Lola, la esposa

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de Bieito, que me buscase una mujer, sin discutirel precio, y, por lo que me ha dicho, le ha re-sultado completamente imposible. Y no porqueno las haya, según me ha recalcado. Ya sabes elparo que hay, y gente sobra para hacer ese tra-bajo, pero no quieren venir aquí. Parece ser queel miedo que les impone la casa es más fuerteque la necesidad. Al final me he tenido que con-tentar con Lola, precisamente, que ha accedido avenir dos mañanas por semana, sólo para haceruna limpieza general. Y para las comidas meacerco al mediodía al Stuttgart, ya que no tieneninconveniente en prepararme algo de comer; nosé si te he dicho que Lola cocina muy bien. Qui-zá sea la mejor solución, porque de paso habloun poco con la gente; no voy a estar todo el

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díasin dirigir una palabra a nadie. Y los desayunosy las cenas me los preparo yo, que ya estoy acos-tumbrado. En esto Bieito ha sido muy amable,porque se ha ofrecido a traerme todos los encar-gos que le haga; él va a Ferrol dos veces porsemana a comprar cosas para el bar, y no le cues-ta ningún trabajo.Pero estos pequeños inconvenientes no van aser obstáculo para mi trabajo. Me siento conunas ganas enormes de pintar, como en las me-

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jores épocas de mi vida, e intuyo que mi obrade este invierno va a ser importante. ¡Es unapena que no estés aquí! Tendrías toda la tran-quilidad para escribir y yo no te molestaría entodo el día. ¿A qué esperas para venir? ¡La casaencantada te está esperando!

Adrián

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Doroña, 2 de abril

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

¿Sabes lo que te digo, querido Xa-vier? Que quizá sea verdad que los fantasmasentraban en el lote, con la casa y todo lo quecontenía. Si yo no fuese una persona culta, unapersona que ha recorrido medio mundo y queha oído ya todas las historias, pensaría ahora quelos paisanos tenían algo de razón en lo que conta-ban y que, efectivamente, la vivienda que he com-prado bien merece el calificativo de encantada.Y no lo digo porque no esté a gusto en ella;al contrario, estoy muy contento y ya he co-menzado a trabajar con intensidad. Pero estosdías están ocurriendo cosas para las que sólo en-

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cuentro dos explicaciones: o la casa está de ver-dad embrujada o alguien me quiere tomar elpelo aprovechando todos esos inventos sobre suencantamiento. Y como yo en fantasmas no creo,está claro cuál es la opción que queda.

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Verás, pienso que vale la pena que te locuente con más detalle. Te dije en mi carta an-terior que he instalado teléfono y fax en el es-tudio; en mi profesión son imprescindibles, in-cluso más que en la tuya. Tengo que estar encontacto casi permanente con Walter, mi agente,y con las diferentes galerías, aunque de momentohe dado mi número de teléfono a muy pocaspersonas, creo que solamente a Walter y a Laura.Te confieso que si no fuese porque sé que debesde estar fuera y que no puedes saber mi número,pensaría que eres tú el que anda detrás de todoeste misterio.Porque resulta que, a los pocos días de ins-talarme, comencé a recibir unas extrañas llama-das telefónicas. Durante el día, sin ninguna ca-dencia fija, cuando estaba trabajando, sonaba el

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teléfono. Lo cogía y lo que oía siempre no eramás que una sucesión de frases ininteligibles,murmullos, un llanto apagado, ruidos raros...Algo así como si estuviese escuchando RevolutionNine, aquel curioso experimento que aparecía enel álbum blanco de los Beatles, que tanto nosfascinaba cuando éramos jóvenes.No sabía a qué podía obedecer aquella bromapesada, y al cabo de unos días me harté y decidíno coger el teléfono (en parte porque siempre

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sonaba cuando estaba trabajando, pero tambiénpor no seguirle el juego al autor de aquellas ex-trañas bromas) y dejar conectado el contestadorautomático. Pero entonces, visto que era inútilllamar por teléfono, empezó a funcionar el fax.Recibía mensajes a través de él, unos mensajestotalmente incomprensibles, o así me parecían,llenos de letras y números mezclados completa-mente al azar.Digo que eso es lo que me parecía a mí por-que, cansado de tirar hojas de fax a la papelera,hoy he cogido la última que me ha llegado y lahe examinado con detalle. He tratado de leer laslíneas al revés, al derecho, en vertical... y creoque he encontrado algo. Algunas letras formanconjuntos que están empezando a cobrar

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sentido.Ya no sé si son imaginaciones mías o si es ciertoque, por pura mecánica combinatoria, no haymás remedio que encontrar alguna frase con sig-nificado. ¿No eras tú el que decía que un chim-pancé, tecleando al azar en una máquina de es-cribir, durante un tiempo infinito, acabaría es-cribiendo la Divina Comedia? Pues a lo mejoréste es un caso parecido; pero aquí ni tan si-quiera hay un chimpancé del que echar manopara encontrar alguna explicación.

Aquí te envío una copia de la última hojaque he recibido, que me parece que es la mejorexplicación que te puedo dar. Fíjate en los frag-mentos que he rodeado con rotulador. ¿Lees túlo mismo que yo?

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¿Qué piensas de todo esto? ¿Te parece quetiene algún sentido? Me conoces bien, sabes desobra que siempre me he reído de todas esas his-torias de fenómenos paranormales. Para mí lamayor cualidad que tenemos los humanos es lade ser racionales, aunque haya muchos que ha-gan poco uso de ella. Pero ¿cómo explicar la pro-cedencia de estos mensajes que me han llegadoa través del fax? Y, aceptada su presencia, ¿cómoexplicar el significado de las palabras que apa-recen en la hoja que te mando?A veces me entran deseos de coger mis cosasy largarme de esta casa; no tengo ganas de líosa esta alturas de mi vida. Pero también me dapena irme ahora, cuando estoy trabajando con

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tanta intensidad como en mis primeros tiem-pos. Porque, excepto las rarezas que te acabo decontar, esto sí que es importante: pocas veces hesentido con tanta fuerza el impulso creativo. Yasabes que estoy preparando el material para laexposición que inaugurará el Museo de ArteContemporáneo de Santiago. Es cierto que podíaarreglarme con los restos de las exposiciones deParís y Tokio, pero me parece más oportuno pre-sentar obra totalmente nueva. Y estoy obtenien-do resultados excelentes, da la impresión de que

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las ideas me salen solas; en raras épocas de mivida he trabajado tanto. Respecto a eso, ence-rrarme aquí ha sido un acierto total.Acabo la carta y me vuelve a la cabeza laidea de que quizá seas tú el que esté maquinandotodo esto; al fin y al cabo, con los datos que tehe facilitado, tampoco te sería tan complicadoconseguir mi número de teléfono. Pues si erestú, ya puedes ir parando. Las bromas están bienhasta que se hacen pesadas. Y ésta empieza aserlo. Aunque no sé por qué, tengo la corazonadade que tú eres ajeno a todo; quizá, como estoyacostumbrado a vivir en ciudades, esta soledadesté empezando a afectarme más de lo que ima-gino. O quizá sea el tiempo. Hoy hace un díagris, de nubes bajas, que se parece mucho a un

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día de invierno berlinés. Ni tan siquiera se ve elmar desde el torreón, que es desde donde te es-cribo. Y, contra mi voluntad, siento que la de-presión amenaza con meterse dentro de mí.¡Bah!, no me hagas caso, a este paso va aparecer que el novelista soy yo. Venga, un abra-zo, y hasta que des señales de vida.

Adrián

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Doroña, 9 de abril

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

Querido Xavier.:Acaban de dar las cinco de la mañana. Cuan-do leas estas líneas supongo que pensarás lo mis-mo que yo: ¿qué hago escribiéndote a estas horas,en vez de estar durmiendo y descansando, comosería normal? Pero es que no puedo pasar ni unminuto más sin contarte lo que me acaba de ocu-rrir. Porque ahora tengo la certeza de que aquíestá pasando algo extraño, algo que ya empieza ainquietarme de verdad. Si no, ya me dirás tú sile encuentras lógica a lo que te voy a contar.En la carta anterior ya te contaba lo que meestá ocurriendo estos últimos días con el fax yel teléfono. Venga a recibir mensajes

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anónimoscada poco tiempo, con sentido o sin él, comohabrás visto en la hoja que te he enviado. Alprincipio esto sólo sucedía durante el día, peroahora los mensajes han comenzado a llegarmetambién por la noche. Como estoy harto de bro-mas, ayer, antes de acostarme, decidí desconectartodos los aparatos. Y lo hice, estoy bien seguro.«A ver cómo se las arregla ahora el bromistapara seguir molestando», pensé. Pero no hacemás de una hora, cuando estaba profundamentedormido, pasadas ya las cuatro de la mañana, hasonado el teléfono. Imposible, dirás tú; imposi-ble, he dicho yo. Porque estos aparatos no fun-cionan si no los enchufas; la técnica aún no haavanzado tanto. Me he levantado a toda prisa,picado por la curiosidad, pensando que quizá

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todo tendría una explicación sencilla; seguro quehabía tenido la idea de desconectarlo, pero alfinal no lo había hecho.Pero cuando he llegado al salón, he visto queel teléfono estaba desconectado y, sin embargo,sonaba. Lo he descolgado, muy extrañado, y hepodido escuchar otra vez los ruidos distantes ylas voces ininteligibles. Sólo han durado unossegundos, porque muy pronto he oído el clic quemarcaba el final de la comunicación. Al colgar,desorientado y confuso, el ruido del fax me haindicado que aún no habían acabado las sorpre-sas. En él ha aparecido una hoja nueva, pero estavez no viene con el revoltillo de letras acostum-brado, como la que te envié el otro día. Esta vez trae un mensaje muy claro, un mensaje que se repite hasta la exasperación. Aquí te lo envio:

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En cuanto lo he leído he levantado la vista,casi de forma automática. ¿Se referiría al to-rreón? He subido las escaleras atropelladamente,con el corazón saliéndoseme por el pecho. Peroen el torreón no hay nada extraño, todo estácomo lo dejé ayer por la tarde. Me he quedadoparado, indeciso, tratando de adivinar el sentidoque podrían tener aquellas palabras. Y, de súbito,he comprendido. ¡El desván! Creo haberte dichoque la casa tiene un desván, pero hasta el mo-mento nunca he subido a él, más que nada porcomodidad, porque no es nada fácil, ya que hayque entrar por una trampilla que está en el techodel pasillo, y para llegar a ella es necesaria unaescalera de mano.

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Por eso te escribo a estas horas. Para contartetodo, pero también para hacer tiempo, mientrasespero a que llegue el día. Te preguntarás porqué no subo ahora, qué me lo impide. Si quieresque te diga la verdad, lo único que me lo impidees el miedo. Porque empiezo a tener miedo, ami-go Xavier. Miedo, sí, porque estoy seguro de queen esta casa pasa algo raro, que quizá haya algomás que supersticiones e ignorancia detrás deesas historias de las que nos hemos reído tantasveces. Me vienen ahora a la memoria los relatos

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que escuchaba de niño, en casa de mi abuela, enaquellas noches de invierno en las que nos reu-níamos todos alrededor de la cocina de hierro, yno puedo evitar un escalofrío, quizá porque aúnguardo el recuerdo del miedo que me invadíacuando los mayores me mandaban a la cama yyo tenía que subir solo las escaleras que llevabana la planta superior, donde estaba mi habitación.Por la ventana entra ya la primera claridaddel amanecer. Esperaré hasta el mediodía parasubir al desván, cuando el sol esté alto y su luzllene toda la casa. Sabes bien que con luz todoparece más natural y es difícil tener miedo.¡Cómo me gustaría que estuvieras aquí! ¿Por quéno das señales de vida? Supongo que será queestás en uno de tus muchos viajes; llamo a tucasa y siempre me sale el maldito

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contestadorautomático.Esta vez no me despido, porque pienso seguirescribiéndote más tarde para contarte los resul-tados de mi expedición al desván, si es que fi-nalmente hay algo que contar.

El reloj va a dar la una y media; ya hanpasado varias horas desde que empecé a escribir

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lo que acabas de leer. Y ahora continúo, despuésde haber subido al desván, completamente de-cepcionado por los resultados de mi exploración.No porque no haya encontrado nada de interés—luego te cuento lo que hay—, sino porquecreo que, o no he entendido el mensaje de ayer,o el «arriba, arriba» que figura en él no se refiereal desván.Tal como había decidido, he esperado a queel sol estuviese en lo más alto. Casi a las docehe empujado con un palo largo la trampilla deldesván, que se ha abierto sin dificultad. Despuéshe colocado la escalera de mano que me he traí-do del almacén, procurando que quedase bienapoyada en la pared. He subido los escalones conprecaución y, una vez en el desván, a tientas he

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llegado hasta donde está la claraboya y he mo-vido la tabla corrediza que impedía que entra-se la luz. La claridad ha llenado el espacio quehasta aquel momento había estado a oscuras, yentonces he podido echar una ojeada a lo queallí hay.La verdad es que, al principio, he experi-mentado una mezcla de desilusión y extrañeza.Esperaba un desván lleno de objetos viejos y pol-vorientos, y lo que tenía delante de mí era un

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amplio espacio casi vacío, bastante limpio, ocu-pado sólo por algunas cajas de cartón, un enormebaúl, una mesa y algunas sillas viejas.Después de comprobar que en las cajas nohay otra cosa que no sea ropa usada, me he idohacia el baúl. No estaba cerrado con llave, asíque he podido abrirlo sin problemas. Me he lle-vado un pequeño chasco al ver que estaba llenode libros y revistas, todo cuidadosamente orde-nado. Pero, picado por la curiosidad, he ido sa-cando aquel material y dejándolo en el suelo.Sólo me he preocupado de conservar la disposi-ción en que estaba inicialmente colocado en elbaúl.Aunque no entiendo tanto como tú, me pa-rece que esas publicaciones tienen su interés. Hayejemplares de revistas antiguas: La Esfera, Vida

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Gallega, Blanco y Negro... Pero los más abundantesson los números de la colección Novelas y Cuen-tos, que se publicaron en España en los añosveinte y treinta y que tuvieron una gran difusiónpor la calidad de los títulos y por su bajo precio.Lo sé porque también había algunos en mi casa,de cuando mi padre era joven. He cogido unabuena cantidad de ejemplares y he examinadotítulos y autores con el deseo de que entre todos

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aquellos papeles hubiese algo más. Pero no hedescubierto nada especial. Lo que sí he encon-trado, entre otros libros de formato habitual, esalgo que te va a interesar mucho, así que yatengo una razón más para animarte a que vengas.¿Sabes que en el baúl también hay una buenamuestra de libros gallegos? Bastantes de esos tí-tulos son de antes de la guerra. Me han llamadola atención unas novelitas pequeñas, de una co-lección que se llamaba Lar. Y también he en-contrado las primeras ediciones de aquellos li-bros que editó Galaxia en los años cincuenta; losque a mí me suenan son los de Alvaro Cun-queiro y los de Ánxel Fole, que tienen esas her-mosas ilustraciones de Xohán Ledo. He bajadoalgunos, porque pienso empezar a leer Merlín e

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familia, del que me has hablado tanto y que, parami vergüenza, todavía no he leído.Después de examinarlo todo, he vuelto a de-jar los libros y las revistas tal como estaban alprincipio. Y entonces, cuando ya iba a cerrar laclaraboya, me ha llamado la atención un gruesovolumen que había encima de la mesa; no sécómo no he reparado en él al primer vistazo. Alacercarme, he observado que es un libro com-pletamente distinto de los que están en el baúl:

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un volumen de lujo, de grandes dimensiones, en-cuadernado en piel. Está editado en Buenos Airesen el año 1947 por la Compañía General FabrilEditora, y, por lo que he podido leer en las pri-meras páginas, se trata de una antología del gra-bado europeo, desde el siglo xvi hasta el xx.Efectivamente, salvo un breve estudio introduc-torio, el resto del volumen contiene reproduccio-nes de grabados de diferentes épocas. Pasando lashojas he podido contemplar algunas de las obrasmás conocidas de Durero, Tiziano, Rembrandt...Me he detenido especialmente en las páginas de-dicadas a los inquietantes grabados de Goya y alas complicadas arquitecturas de Piranesi. Des-pués de admirar la perfección de los grabados

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del xix, he hojeado más lentamente las páginasdedicadas a los creadores del siglo xx, algunos deellos desconocidos para mí.Y entonces uno de los últimos grabados meha llamado especialmente la atención, aunque nosabría decir muy bien por qué, ya que ni es téc-nicamente bueno ni la escena que en él aparecetiene el más mínimo interés. Representa una ha-bitación, con una amplia ventana en la pared delfondo. En esa ventana, de espaldas al observador,hay una chica contemplando el paisaje, en una

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postura que recuerda la del famoso cuadro deDalí, aunque mira hacia la derecha y eso permiteque se le vea el perfil del rostro. La chica re-presentada parece muy joven, no debe de tenermás de dieciséis años, y aquélla debe de ser suhabitación, a juzgar por los muebles: una cama,un armario y una mesa con una silla, además deunos estantes en los que se amontonan diversosobjetos que bien podrían pertenecerle.No he podido evitarlo: algo de lo que hayen esa imagen me resulta vagamente familiar;quizá eso me ha atraído y me ha impulsado aobservarla con toda atención. He buscado en elíndice para conocer la autoría del trabajo, perohe visto con estupor que no figura en él. Lalámina anterior, una excelente muestra de laobra de Picasso, es la 217, y la que viene des-pués, que corresponde a un grabado

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abstracto deMondrian, la 218.Esa omisión me ha dejado un poco intrigado.¿Se tratará de una errata o alguien habrá metidoese grabado en medio de los otros? ¿Y por quéme atrae tanto precisamente el grabado que qui-zá tiene menos valor artístico? Ni siquiera yo sécontestar, pero me parece que el libro es de in-terés, que ha sido una suerte encontrarlo en el

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desván y que ha valido la pena rescatarlo. Ade-más, si los anteriores dueños han dejado todo esoabandonado es porque no les importa. Y yo hecomprado la casa con todo su contenido, así queno tengo por qué tener remordimientos.Al bajar, contento con mis hallazgos, peroligeramente decepcionado por el escaso éxito demi visita al desván, he sentido que ya había ol-vidado los temores que me habían angustiadodurante la noche. Qué verdad es eso de que laluz del sol tiene efectos milagrosos, porque aho-ra, cuando te escribo estas líneas, apenas recuerdoel susto de ayer noche y el mensaje que recibí através del fax. Por cierto, no he recibido ningunomás. Si no fuese porque tengo la hoja aquí, de-lante de mí, pensaría que todo lo que ocurrió

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anoche no fue más que un mal sueño. Aunquesé muy bien que no es así, y eso es lo que meintranquiliza; reconocerás conmigo que lo queme pasa no es nada normal.Pero lo primero es lo primero. Ya son másde las dos y voy a bajar a comer al bar de Bieito.Así, de paso, le dejo esta carta para que me laeche en correos cuando se acerque a Pontedeume.Y, si viene a cuento, a lo mejor le comento algode lo sucedido esta noche. Porque a mí, no sé

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por qué, me huele que este hombre sabe muchasmás cosas de las que dice.

Y nada más, amigo desagradecido. ¿Cuántascosas tendrán que pasar hasta que des señales devida? Un abrazo muy fuerte.

Adrián

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Doroña, 10 de abril

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

Querido Xavier.:Supongo que te extrañará recibir dos

cartastan seguidas, ya que la anterior te la he enviadohoy a mediodía. Desde entonces han pasado yavarias horas, y ahora van a dar las doce de lanoche. Y necesito escribirte otra vez, con la se-guridad de que, al leer estas líneas, entenderásbien la excitación que me invade.Pero déjame que te lo cuente por orden. Encuanto he acabado de escribirte, después de misexploraciones por el desván, me he acercado albar de Bieito; ya sabes que como casi siempre

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allí. Además, he aprovechado para dejarle tu car-ta y ropa para lavar. Luego, como hacía una tar-de muy agradable, he decidido dar un paseo apie hasta Seixo Grande, que es un monte queestá a unos cinco kilómetros de aquí. Cerca de

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la costa, como sabes, todo está echado a perder,no hay más que eucaliptos y pinos. Pero por aquíesa invasión está sólo en sus comienzos y no esdifícil encontrarse con pequeños bosques de cas-taños, por los que es una delicia caminar en estosdías en los que todo anuncia la llegada de laprimavera. He subido hasta lo más alto del mon-te y me he metido por senderos y caminos decabras. Cuando me he visto en la cima, al oírese silencio, al ver ese paisaje, he sentido lo quees saberse unido a la tierra que uno pisa y hecomprendido con claridad por qué los antiguosceltas adoraban los elementos de la naturaleza.Sé que esto te hará reír, pero me da igual: mesiento inundado por el espíritu panteísta, y creoque esas ansias de unión con las fuerzas naturalesson lo que caracteriza la obra que estoy

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haciendoahora.He vuelto a la casa cuando ya comenzaba aanochecer. He preparardo una cena fría y hepuesto la televisión; hoy no he tenido ganas decoger los pinceles. Y allí, cómodamente tumbadoen el sofá, acompañado por las tonterías de unconcurso en el que todos parecían rivalizar pordemostrar quién tenía el coeficiente intelectualmás bajo, me he puesto a hojear otra vez el libro

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de grabados. Lo he examinado con atención cre-ciente, convencido de que estoy delante de unejemplar que vale la pena tener. Y así, pasandode una hoja a otra, he acababo encontrando elgrabado que me ha llamado la atención por lamañana, el de la chica asomada a la ventana desu habitación.¡No me creerás, vas a pensar que estoy loco!Pero tengo que contártelo, tengo que contármelo,tengo que dejar constancia de estas cosas en elpapel, o terminaré creyendo que desvarío. ¿Teacuerdas bien de la descripción que te he hechodel grabado al verlo por primera vez? Puescuando lo he vuelto a mirar, ¡la chica no estabaasomada a la ventana! No podía estarlo, porquelas hojas de la ventana aparecían cerradas y la

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chica estaba durmiendo en la cama, con una ex-presión tensa en el rostro, como si estuviera pa-sando por un mal sueño. Así he podido verlebien la cara, de facciones casi perfectas. Es muyjovencita, como sospechaba, seguro que no tienemás de quince años. Ahora mismo tengo el gra-bado delante de mí, mientras escribo estas líneas,y todo está tal como te digo.¿Era real lo que he visto por la mañana o esreal lo que estoy viendo ahora? ¿Lo he soñado

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antes o lo estoy soñando ahora? ¿Será que en eldesván, con el nerviosismo del momento, hecreído ver lo que mi imaginación me sugería?Pero es casi imposible, soy una persona con unamemoria visual excelente, como tú sabes. Sólo deuna cosa estoy seguro: no estoy loco ni quieroenloquecer. Pero me doy cuenta de que, al leerestas cartas, cualquiera puede tener la impresiónde que mi cerebro no funciona como es debido.Por eso tengo la intención de sacarle una foto algrabado en cuanto acabe de escribirte, para queno queden dudas sobre lo que te digo.

11 de abril,12 de la mañana.

No vas a creerlo, pero supongo que yo tam-poco lo creeré hasta que no revele las fotos que

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saqué ayer por la noche y pueda compararlas conlas que ahora mismo acabo de sacar. ¡Porque hacambiado otra vez, Xavier! ¡Tienes que creerme,tienes que creerme y demostrarme así que mi ce-rebro sigue funcionando con normalidad!Ayer noche, después de haberte escrito y desacar las fotos de que te hablé, me fui a dormir.He pasado una noche muy agitada, aunque ni el

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fax ni el teléfono han dado señales de vida. Aho-ra, quienquiera que sea se comporta como si yano fuese necesario enviarme ningún mensajemás. Me he despertado muchas veces, pero noporque haya ocurrido nada extraño, sino porqueme han acosado inquietantes pesadillas toda lanoche.A las seis de la mañana me he despertadocompletamente despejado, como si acabase dedormir un montón de horas. Me he levantado y,como obedeciendo una orden interior, he bajadoa la sala de trabajo. Iba con el corazón encogido,temeroso de que lo que pudiera ver no fuese loque esperaba. Había dejado el libro de grabadosencima de la mesa, abierto por la página que ha-bía fotografiado por la noche. En cuanto me he

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acercado, le he echado una mirada ansiosa. ¡Lachica ya no estaba en la cama! ¡No estaba en lacama ni en la habitación! Una puerta lateral, enla que no me había fijado antes porque estabacerrada, aparecía ahora entreabierta. He sentidola urgente necesidad de saber adonde se puedellegar a través de aquella puerta. Seguramente lachica ha salido por ella; es la única explicaciónpara su ausencia.¿No lo ves? Ya estoy hablando como si todo

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fuera real, como si fuera posible que las figurasde un grabado pudieran moverse, que tuvieranvida propia. ¿Quién puede entender nuestro ce-rebro? ¿Tú crees que la soledad es mala para laspersonas, que corremos el peligro de perder elcontacto con la realidad? Sin embargo, sé que micerebro funciona con normalidad. Siento que, sihay algo extraño, ese algo está fuera de mí, estáen el enigmático grabado que acabo de fotogra-fiar de nuevo, en un intento de dejar constanciade unos cambios que, aunque para mí sean inex-plicables, tienen que tener una explicación co-herente.Todo esto es demasiado importante para per-der el tiempo en otras cosas. Me voy a quedaraquí todo el día, delante del grabado, con la

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cá-mara de fotos preparada, para ver si se producealgún cambio mientras lo observo. Y voy a tenercerca estos folios en los que te estoy contandotodo esto. Porque escribirte, contarte todo, meayuda a aclararme y a llevar mejor esta vigilia.

11 de abril,5 de la tarde.

Llevo más de cuatro horas delante del libro,con la cámara de fotos en las manos, pero en el

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grabado todo sigue igual. ¿Será que los cambiosno se producen si alguien está presente? ¿O seráque la chica se ha marchado del cuadro, que seha ido definitivamente, y que no volveré a verlanunca más? Debería estar aquí muchas más ho-ras, vigilando hasta que se me cerrasen los ojos,pero ahora me veo obligado a salir. Tengo queacercarme al bar de Bieito para recoger los en-cargos que le hice ayer.

11 de abril,12 de la noche.

¡Me tiembla la mano mientras te escribo es-tas líneas, supongo que lo notarás en la letra!¡Pero también te temblaría a ti si estuvieses enmi lugar! He ido al bar de Bieito, como ya tehabía dicho. No ha debido de verme muy buenacara porque me ha preguntado si me pasa

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algo.Le he contestado que todo va bien y me he dis-culpado diciéndole que estoy algo cansado, quehe estado trabajando hasta muy tarde. No sé sime ha creído o no, pero en la mirada que me haechado me ha parecido percibir un gesto depreocupación. Esta vez apenas me he detenido enel bar, al contrario que otros días. He recogido

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la caja con las provisiones que le había encar-gado, la he metido en el coche y he vuelto muypronto a casa.En cuanto he entrado he tirado la caja decualquier manera y he corrido hacia la mesa enla que había dejado el libro. Creo que me he ma-reado al ver, en una rápida ojeada, lo que ha pa-sado en mi ausencia. ¡El grabado ha vuelto acambiar! La chica está ahora sentada en la silla,delante de la mesa, frente a mis ojos. Tiene lacara erguida y parece mirarme a mí, con una mi-rada atenta y seria, una mirada en la que he creí-do adivinar toda la tristeza del mundo. Vencien-do el miedo y la excitación, le he sacado otraserie de fotos; ahora estoy absolutamente con-vencido de la necesidad de que quede constan-cia de todo esto que me está pasando.

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¿Pero me están pasando verdaderamente estascosas? ¿Qué piensas de todo lo que te cuento,amigo Xavier? Una duda me persigue como unaobsesión: ¿es cierto o no lo que veo? Si no escierto, es que no estoy en mi juicio, que algunaforma de locura se ha metido dentro de mí. Tan-tos días de soledad, el ambiente de esta casa...¡esta casa! ¿Será verdad que habito en un edificiohechizado? Y si es cierto lo que estoy viendo es-tos días, entonces lo que me ocurre es todavía

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peor. Porque un grabado que cambia de conte-nido, como si la figura representada tuviese vida,no cabe en ninguna mente humana. Inclusoaceptándolo, no acaban ahí todas esas preguntasque no soy capaz de apartar de mi cerebro:¿quién es la chica que vive en esa habitación?¿Por qué hay algo en todo esto que me resultafamiliar? ¿Por qué tengo la certeza de que la chi-ca, que sigue sentada frente a la mesa, me estámirando a mí, precisamente a mí, y que trata dedecirme algo con su mirada?

Seguiré sacando fotos hasta agotar los carre-tes que tengo en casa. Y cuando eso suceda, te lasenviaré todas a ti, que eres la única persona delmundo en quien puedo confiar ciegamente, paraque seas el testigo fiel de mi locura o de mis des-

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cubrimientos. Porque ahora veo que, aunque qui-siera, no podría salir de este lugar. Tengo la sen-sación de que la casa es como un imán que nome deja marchar. ¡Si estuvieses aquí! Seguro quetodo habría de ser más fácil, tú sabrías encontraruna explicación para estas cosas que me están pa-sando; siempre has sido más listo que yo. ¿Darásseñales de vida de una condenada vez?

Un abrazo de tu amigo.

Adrián

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Doroña, 13 de abril

Xavier LouzaoSantiago de Compostela

Me pongo a escribirte con la es-peranza de que la tarea de buscar las palabraspara contarte lo sucedido me sirva a mí paraentender lo que me está ocurriendo. Porque aho-ra ya no sé qué pensar ni qué hacer, queridoXavier. Ahora tengo miedo, miedo de verdad. Lomejor que podría hacer en este momento seríairme de esta casa, abandonarlo todo, volver aBerlín y sumergirme en el tranquilizador ajetreode la Alexanderplatz. Porque es verdad que hastaayer estaba algo asustado, pero lo que ocurría nopasaba de ser un juego entre este extraño libro

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y yo. Un juego en el que sentía que, a pesar detodo, controlaba la situación. Pero las cosas hancambiado, y después de todo lo que hoy ha pa-sado es imposible retroceder. Porque ¿cómo voya dejarla sola? ¿Cómo voy a desatender su lla-mada de auxilio?

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Sabes, por la carta que te escribí antes deayer, que he sido espectador de los inexplicablescambios ocurridos en el extraño grabado. Y sabestambién que la última vez la chica estaba sen-tada en la silla, mirándome con rara intensidad.Así permaneció todo el día de ayer; durante esetiempo la imagen no sufrió variación alguna.Pero hoy por la mañana, cuando me he levan-tado y me he acercado a la mesa en la que habíadejado el libro abierto, lo que he visto me hadejado como si alguien me hubiese golpeado lacabeza con un martillo. Al principio he pensadoque la chica había desaparecido, hasta que mehe dado cuenta de que estaba escondida en unrincón de la habitación, con el cuerpo encogido,como protegiéndose de algún peligro. En la cara

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tenía una expresión de terror que me va a serdifícil olvidar. Pero lo que me ha dejado para-lizado, lo que me ha hecho intuir el abismo quese abre delante de mí, es el mensaje que aparecíaescrito, en trazos gruesos, en una de las paredesde la habitación: «¡SOCORRO, ADRIÁN, SO-CORRO!». Pensarás que la locura que se adivi-naba en mis anteriores cartas aflora ahora de unavez por todas, que esto es sólo consecuencia de

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todo lo anterior. Pero no es así, ahora sí quetengo la certeza de que no estoy loco; al revés,estoy completamente lúcido, y las fotos que aca-bo de sacarle al grabado y que pronto revelaré,para poder enviártelas con esta carta, te demos-trarán la veracidad de lo que te estoy contando.Pero, loco o no, lo que a mí me pasa carecede importancia ante lo que se me acaba de re-velar. Porque ahora sí que no cabe duda alguna:la chica del grabado está en peligro y el mensajede la pared está dirigido a mí. Pero ¿quién esesta chica? ¿Cómo sabe de mí? ¿Desde dóndeme llama? ¿Cómo podría yo saberlo?He pasado toda la mañana en busca de al-guna pista. He vuelto a subir al desván porquequizá la primera vez no reparé en todos los de-talles, pero mis investigaciones no han tenidoningún éxito. Al bajar me he dirigido otra vez

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a la mesa para examinar de nuevo el libro. Peroentonces, al contemplar una vez más la página,he encontrado una imagen estremecedora, laimagen que me tiene atrapado en esta espiral dehorror que me invade sin remedio. Porque nohay nadie en la habitación, la chica ha desapa-recido del grabado. Hay signos de violencia portodo el cuarto, todo está revuelto como si se hu-

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biese producido una pelea. ¡Y alguien ha tratadode borrar el mensaje de socorro, que ahora re-sulta casi ilegible! Además, la puerta de la paredlateral está abierta, dejando ver parte de una es-tancia aparentemente vacía, pero que, no sé porqué razón, me parece que esconde alguna oscuraamenaza.La contemplación de esa imagen me ha eri-zado los cabellos, y no por lo que hay, sino jus-tamente por lo que sugiere. ¿Qué ha pasado ahí,en esa habitación, mientras yo perdía el tiempoen el desván buscando y revolviendo entre loslibros del baúl?Pero aún me faltaba lo peor; porque lo queme ha dejado completamente atenazado por elmiedo, lo que me ha hecho caer en una enormeexcitación nerviosa, ha sido una iluminación

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re-pentina, la certeza de saber por fin cuál es laenigmática familiaridad que percibí en el gra-bado desde la primera vez que lo vi. ¡Claro quehay algo familiar para mí en esa imagen! ¿Cómono me he dado cuenta antes, cómo he podidoestar tan ciego? El paisaje que aparece a travésde la ventana no es otro que el que yo veo todoslos días desde el lado norte de la casa, el que severía si el edificio tuviese una ventana en la

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planta baja de ese lado. Pero en la planta bajade la casa, en ese lateral, no hay ninguna ven-tana. ¿O sí?He salido fuera y me he acercado a la paredque da al norte. Efectivamente, el paisaje que seve en el grabado es el mismo que yo he vistoen ese momento, aunque algo cambiado a causade la estación en la que estamos. He pasado lamano por el muro, que parece completamenteliso. He vuelto a entrar para buscar un pico quehay entre las herramientas del almacén. Con élhe estado picando el recebo que recubre las pie-dras de la pared. No ha resultado difícil encon-trar lo que imaginaba, lo que pronto he dejadoal descubierto. ¡El antiguo hueco de una venta-na! Allí hubo una ventana en otro tiempo y al-

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guien se preocupó de tapiarla con ladrillos. ¡Esosignificaba que la habitación en la que estaba lachica tenía que existir, tenía que estar disimu-lada en la planta baja! He sentido un gran alivioal encontrar la prueba definitiva de que no estoyenloqueciendo, de que quizá haya algo que aclaretodo lo que me está pasando desde que he lle-gado a esta casa. ¡Si encontrase ese cuarto, des-velaría también los misterios para los que micerebro no hallaba explicación!

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Ahora te lo estoy contando aquí, en el papel,para no enloquecer, pero no hace ni siquiera unahora que ha ocurrido lo que te estoy diciendo.He deducido que la habitación tenía que estar allado de la cocina; no sé cómo no me he dadocuenta antes de que la cocina, por la distribuciónde la casa, tenía que ser mayor de lo que parece;ahora lo veo claramente. El que hiciese la obracuidó todos los detalles, porque el tabique quecomunica con la habitación aparecía casi cubier-to por un enorme aparador. He movido el pesadomueble con dificultad, después de haber quitadola loza que contenía. Tras despejar el espacio, hecogido un mazo y he atacado la pared con golpesfuertes y continuos, hasta comprobar que

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unaparte del tabique cedía.A través del hueco abierto he podido verque, tal como imaginaba, detrás de aquel tabiquehay una habitación que de inmediato he iden-tificado como la del grabado. Aunque la ventanaestá tapiada, aunque no hay mueble alguno, elespacio es el mismo, es inconfundible. He segui-do golpeando la pared con todas mis fuerzas,hasta lograr abrir un hueco lo suficientementeancho como para pasar con comodidad.Conteniendo a duras penas mis nervios, he

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entrado en la habitación, iluminada por la luzprocedente de la cocina. ¡En la otra pared hayuna puerta, la misma que la del grabado! Perono ha sido eso lo que más me ha llamado laatención, porque de alguna manera ya me lo es-peraba. Lo que me ha causado estupor ha sidover que la puerta está extrañamente limpia, encontraste con las paredes, que aparecen llenas demoho como consecuencia de la humedad, la faltade ventilación y el paso del tiempo. El suelo estácubierto por una espesa capa de polvo; da la im-presión de que nadie ha entrado ahí desde hacemuchos años.Durante un buen rato he estado detenido, enun silencio sólo roto por mi agitada respiración,delante de esa puerta que parecía guardar los se-cretos que explicarían tantas cosas

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inexplicables.¿Qué habría detrás de ella? Por fin me he de-cidido a abrirla venciendo el miedo que me in-movilizaba.Esperaba cualquier cosa, pero confieso queno estaba preparado para lo que he visto, quizáporque aparentemente ahí no hay nada. La puer-ta conduce a un espacio de reducidas dimensio-nes, una pequeña celda rectangular que no me-dirá más de dos metros por el lado más largo.

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La ausencia de muebles o de cualquier otro ob-jeto hace que resalte más la trampilla de hierroencajada en el suelo de cemento, justo en mediode la habitación. Una trampilla herrumbrosa,que tiene en el centro una gruesa argolla redon-da, también de hierro.Al acercarme a ella he notado que la super-ficie metálica no es lisa, sino que tiene grabadauna figura que recuerda a las que he encontradoencima de las puertas de los dormitorios del pisosuperior. La figura representa algo semejante aun extraño laberinto.

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Después de mi desconcierto inicial he reaccionado con rapidez. Me he aproximado a latrampilla, que parecía muy pesada, e, hincandolos pies en el suelo, he cogido la argolla con lasdos manos y he tirado con fuerza hacia arriba.Está dura, no es fácil de mover. Por fin, despuésde varios intentos, la pesada tapa ha cedido y heconseguido levantarla lo suficiente para apartarlaa un lado.He tenido que soltarla y retroceder hasta lapuerta de entrada, mareado por el intenso hedorque ha salido del negro hueco que había que-dado al descubierto, un olor que muy pronto hainundado el pequeño recinto y aun más mis pul-mones. Era un hedor nauseabundo, insoportable,que yo nunca he sentido; un hedor que penetra-ba en el cerebro y parecía sugerir la

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presencia derealidades inhumanas y espantosas.He logrado volver a la cocina y abrir el am-plio ventanal que hay encima del fregadero. Heagradecido que sea abril, que el aire frío y hú-medo me haya hecho reaccionar. Unos minutosdespués el hedor ha ido disminuyendo y he po-dido acercarme otra vez al hueco negro. A la luzdel día he podido ver cómo de la trampillaarrancan los peldaños de una escalera de piedraque se pierde en la profundidad de aquella ne-

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grura y que seguramente acabará en alguna crip-ta olvidada. Tal vez sea más antigua que la casa,la cual quizá haya sido levantada sobre los restosde una edificación anterior. ¿Quién la habráconstruido y con qué objeto?Luego he ido a la sala y he regresado conuna potente linterna. Arrodillado sobre el ce-mento, he iluminado con ella el hueco. La luzha quebrado la espesa negrura, mostrando la es-calera de piedra que desciende, encajada entredos paredes brillantes por la humedad. Pero loque la luz ha iluminado es sólo una parte, por-que la escalera se pierde en la oscuridad y pareceno tener fin.Mi primer impulso ha sido descender poraquellos escalones, saber pronto adonde condu-cen. Pero quizá haya podido más el cansancio, ola prudencia, o el miedo, porque he decidido de-

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jar la investigación para cuando me sienta conmás fuerzas y pueda bajar con otros medios másadecuados para mi exploración. Así que, con bas-tantes dificultades, he vuelto a colocar la tram-pilla de hierro y he regresado a la sala, desde laque ahora te estoy escribiendo.Siento la tentación de bajar hoy por la tarde,pero quizá espere a mañana. Antes de bajar quie-

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ro ordenar un poco las ideas, quiero reflexionarsobre todas los sucesos extraños que, involunta-riamente, estoy protagonizando. Por otra parte,ahora tengo la seguridad de que, si me pasaraalgo, cuando menos quedarán estas líneas paradar fe de lo que me está ocurriendo.Trataré de cocinar aquí cualquier cosa; hoytampoco me apetece bajar al Stuttgart. Apenastengo ganas de probar bocado, pero es necesarioque recupere fuerzas para lo que pretendo hacerdespués. Y luego sacaré nuevas fotos al grabado,para que veas, como yo, que la descripción quete he hecho de él responde a la realidad.

13 de abril,5 de la tarde.

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¡Cómo me alegro, querido Xavier, de estaraquí solo y de que tú estés tan lejos! ¡Cómo mealegro de haberte contado los acontecimientos deestos días, paso a paso, en mis cartas! Porque,¿cómo podría contarle a alguien que no fueses túel espanto que ahora me acompaña y que supon-go va a acompañarme el resto de mi vida?¿Quién podría certificar mejor que tú que lo queme pasa no es fruto de la locura?

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Tengo aquí, delante de mí, el grabado que hevisto hace poco, menos de una hora, con la in-tención de sacarle las fotos que he mencionado.Sabes perfectamente cómo estaba, con la puertalateral completamente abierta; te lo he descritoal comienzo de esta carta. Pues bien, ¡ha vueltoa cambiar de nuevo! Toda la habitación estáigual que la última vez que la vi, pero ahora lapuerta lateral está cerrada, como aparecía en losprimeros días. Pero no es eso lo que me preo-cupa, esos cambios ya no son nada nuevo paramí. Lo que me espanta es lo que he visto, o creohaber visto, y te juro que no lo he soñado, en elmomento en que he abierto el libro por la pá-gina en la que está el grabado: la puerta lateralse ha cerrado ante mis ojos.Que haya visto cómo la puerta se cerraba noes la única causa de mi espanto. Eso sólo

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cons-tituye una novedad porque es la primera vez quehe conseguido presenciar cómo se producen loscambios. Lo que me ha helado la sangre, lo queme ha hecho sentir el estremecimiento más es-peluznante, lo que me ha dejado definitivamenteinstalado en este horror es que, fugazmente, du-rante menos tiempo del que se tarda en contar,he visto, o creo haber visto, una parte del... del

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ser, del animal o lo que sea, que en ese instanteha cerrado la puerta desde el interior de la pe-queña celda.Si encontrase palabras para explicarte lo quehe visto, las usaría ahora. Pero no me es posible.No sé cómo poner en palabras lo que he visto yque me ha dejado helado por dentro, que me hahecho sentir como un animal al que se le sorbehasta la última gota de sangre. Tan asustado es-toy que todo mi cuerpo tiembla ante la posibi-lidad de que la puerta del grabado (o la puertade verdad, la que está abajo, al lado de la cocina)se pueda abrir otra vez. Ni tan siquiera sé si estanoche seré capaz de permanecer aquí. Porquepienso que todavía estoy a tiempo de coger el co-che y bajar a Pontedeume, alquilar una

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habita-ción en el hotel y mañana, muy temprano, huirde este lugar, huir de esta Galicia a la que quizánunca he debido volver.Pero siento que hay algo que me ata a estacasa, y no sabría explicar qué es. Siento que, aun-que mi cerebro construya proyectos para salir deaquí, hay dentro de mi cuerpo una fuerza máspoderosa que me empuja a quedarme. Por esopienso que mi obligación es esperar, dejar quevayan pasando las horas de esta noche; unas ho-ras que sé muy bien que he de pasar en vela—¿quién podría dormir después de todo esto?—,aguardando a que regrese la luz del día.Entonces entraré en el sótano, en busca de loque se esconde abajo. No tengo otra salida.¿Cómo podría desoír la llamada de socorro de lachica? ¿Cómo dejarla en manos de... de ese algo,

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o alguien, que ni tan siquiera me atrevo a ima-ginar? Llevaré conmigo mi revólver y no dudaréen disparar sobre cualquier cosa extraña que en-cuentre en el interior de la cripta. Si todo salebien, si todo sale como deseo, mañana podré en-viarte otra carta contándote el resultado de miexploración. Pero si algo ocurriese, si ves que aesta carta no le sigue otra, te pido que vengas enmi ayuda lo antes que puedas. Bieito ya sabe deti, le he hablado muchas veces de nuestra amis-tad, y tiene una llave de la casa; no dudes en pe-dírsela si fuese necesario.No tengo ánimos para salir, pero me veo enla obligación de hacerlo. Tengo que acercarme alStuttgart, aunque sea en este lamentable estado.Quiero dejar allí esta carta que hoy te envío,porque me asalta el temor de que mañana

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quizáya no me sea posible ir. Algo me dice que la chi-ca está en peligro, que puede ser terrible lo que

está sucediendo bajo mis pies, en esa cripta os-cura que nadie conocía.Adiós, amigo mío. Ojalá mañana pueda estarotra vez delante del papel, contándote lo que hayabajo. La fuerza que tira de mí es superior a mismiedos; me siento como los marineros del barcode Ulises ante los cantos de las sirenas. Pero yohe olvidado la cera para los oídos, y tampocohay cuerdas que me aten a un mástil salvador.¿Por qué me asfixia este temor a que todo acabeaquí?

Adrián

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Supongo que quien continúe con lalectura de estas páginas lo hace después de leerlas cartas que me envió Adrián y de contemplarlas fotos en las que se observan las sucesivas va-riaciones de los grabados que tan bien ha des-crito mi amigo. De manera que quien ahora estéleyendo estas palabras mías ya sabe tanto comosabía yo antes de emprender el viaje que me tra-jo a esta casa. Eso quiere decir que sólo me que-dan por contar mis movimientos después de lalectura de las cartas, muy fáciles de resumir.Cuando acabé de leer la correspondencia deAdrián, me invadió una honda preocupación. A

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mí me gusta mucho la literatura fantástica, ytengo una cantidad enorme de libros que tratande esos temas; incluso una de mis novelas, Unaconversación al atardecer, podría encuadrarse den-tro de ese género literario. Adrián sabía de miafición, que él nunca había compartido. ¿Seríatodo una artimaña suya a partir del anuncio de

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la casa encantada, una manera ingeniosa de ha-cerme coger el coche y obligarme a ir a su nuevaresidencia? Pero eso no encajaba para nada en elcarácter de Adrián, incapaz de gastar ese tipo debromas. Además, había algo en sus cartas, sobretodo en las últimas, que desprendía una clarasensación de autenticidad. Y, por si fuera poco,estaban las fotos, aquellas inquietantes fotos delos cambios ocurridos en el grabado; aunque,bien mirado, eso podría ser lo más fácil de ma-nipular, sobre todo para un pintor de las facul-tades de mi amigo.La última carta de Adrián era de hacía sólocinco días. Yo creo que las casualidades no exis-ten, que siempre hay una oscura razón detrás delas cosas que nos suceden. Si algo le estaba pa-sando, había sido una suerte providencial

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que yohubiese regresado justo en esa fecha. Me faltótiempo para meter alguna ropa y unas cuantascosas de aseo en la bolsa de viaje, coger mi cochey ponerme en camino de Vilarmaior.No fue un trayecto difícil. Tomé la autopistade A Coruña y, en la salida de Guísamo, enlacécon la N-VI, la que se dirige a Ferrol. Cuandoya se divisaba, allá abajo, el magnífico valle delEume, un indicador situado a la derecha me se-

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ñaló la desviación a Vilarmaior. A unos cincokilómetros me encontré con una nueva bifurca-ción de la que salía un ramal que llevaba al viejotorreón de los Andrade. Pude verlo durante unosinstantes, por entre los pinos que bordeaban elcamino; estaba totalmente arruinado, como lamayor parte de la cosas que valdría la pena con-servar en este país. Continué por la carretera deVilarmaior, estrecha y con muchas curvas, loque me obligaba a conducir muy despacio. Alpoco tiempo llegué a Doroña.Me detuve al lado de la vieja iglesia parro-quial, una excelente muestra del románico po-pular gallego. El viejo cementerio rural, con dosantiguos cipreses, y un atrio acogedor, presididopor una solitaria acacia negra, completaban aque-lla inesperada maravilla. Estaba admirando lasencilla belleza del conjunto cuando me di

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cuen-ta de que por la carretera, empujando una carre-tilla de hierba, venía una chica joven. Le pre-gunté por Breanca. Las indicaciones que me diofueron muy precisas, por lo que no me resultónada complicado dar con el lugar, ni tampocoencontrar el bar Stuttgart, situado al lado de lacarretera. Aparqué el coche un poco más abajo,cerca de un antiguo lavadero público, y entré enel bar.

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Un hombre estaba detrás del mostrador. Te-nía que ser Bieito, que ya me resultaba familiardespués de leer las cartas de Adrián. Me identi-fiqué y le dije que venía a pasar una pequeñatemporada con mi amigo. Me contestó que hacíaunos días que no lo veían, que quizá había salidode viaje sin avisar, aunque le parecía raro. Creípercibir un brillo extraño en su mirada, como sibuscase establecer cierta complicidad conmigo.Pero no era cuestión de confesarle mis temoressin tener confianza alguna con él, así que le res-pondí que no me sorprendía, que, cuando se con-centraba en un cuadro, Adrián era capaz de pasarmás de una semana sin salir del estudio. Parecióquedar convencido con mi explicación y conclu-yó diciéndome que tenía una llave de la casa

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yque Adrián le había dejado el encargo de faci-litármela si me acercaba a pedírsela.Cogí la llave y, siguiendo sus indicaciones,pronto encontré el edificio. Era incluso más her-moso de lo que imaginaba. Era algo insólito veraquella casa, en abierto contraste con las otras dela comarca, que, salvo alguna barbaridad perpe-trada por gente ignorante, responden al estilo tí-pico de la construcción rural de esta zona de lasMarinas. Y digo que era insólito porque estas

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casas de estilo colonial son relativamente fre-cuentes en la comarca ferrolana, pero siempre seencuentran muy cerca de la costa. Precisamenterecordaba haber estado, hacía ya algunos años,en una que había en O Seixo, en la que habíavivido durante un tiempo una antigua amigamía. Pero era raro encontrar un edificio así enVilarmaior, donde el mar ya empezaba a ser sólouna mancha en el horizonte y todo recordaba elinicio de las agrestes tierras de Monfero.La mayoría de las ventanas tenían las con-traventanas echadas; daban la sensación de quela casa estaba deshabitada. Mi idea inicial, la deque seguramente todo era una broma de Adrián,me volvió a parecer la más acertada. Me llamóla atención no ver por ningún lado el coche demi amigo. Supuse que quizá había tenido quehacer un pequeño viaje, tal como había insinua-

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do Bieito, y que podría volver aquel mismo díao al siguiente. Pero yo estaba ya allí y me pa-reció que lo más conveniente era instalarme enla casa y esperar a que regresase.Bajé del coche y, ante el edificio, no pudeevitar que me volviese otra vez el recuerdo detodo lo que Adrián contaba en sus cartas. Meacerqué a la puerta, que estaba cerrada con llave.

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La abrí y entré en la casa. Llamé a Adrián, perono obtuve respuesta. Un primer vistazo a las ha-bitaciones de abajo me confirmó que allí todoestaba en orden, sin señal alguna de que hubieseocurrido nada extraño. El amplio salón estaballeno de cuadros, algunos ya acabados y otros enfase de ejecución. No había nada raro, tan sololo que cabía esperar de una casa ocupada por unpintor en plena actividad.Busqué la cocina, pues quería saber lo queencontraría en ella. Allí me esperaba la primeraprueba que confirmaba mi hipótesis. Porque, deser cierto lo que Adrián había escrito en sus car-tas, en ese momento tendría que haber aparecidouna pared tirada, con una habitación al descu-bierto y el suelo lleno de cascotes. Y lo que vien la cocina era completamente diferente. Todo

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estaba en orden, y en la parte orientada al norte,donde deberían estar los restos del tabique quedaba acceso a la habitación tapiada, lo único quehabía era un hermoso aparador de nogal, conloza, vasos, botellas y todo lo que uno esperaencontrar en un mueble de cocina de esas carac-terísticas. Confieso que, ante la prueba definitivade que todo había sido una broma de Adrián,mi corazón se vació de golpe de toda la angustia

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que lo atenazaba. Me llamó la atención, además,el hecho de que las paredes de la cocina estu-viesen recién pintadas; todavía quedaba en el aireel olor a pintura que delataba que el trabajo sehabía hecho pocos días antes.Ya más tranquilo, exploré el resto de la plan-ta baja y los dormitorios del piso de arriba, sinencontrar nada que me pareciese extraño. En elpasillo vi la trampilla que conducía al desván;por lo menos era verdad que eso existía. Llevadopor la curiosidad, bajé otra vez y fui al almacénde la parte de atrás, en el que supuse que estaríala escalera que había utilizado Adrián. Allí es-taba, efectivamente. La cogí y la llevé al pasillo,empujé con un palo la trampilla, coloqué la es-calera y me dispuse a repetir los movimientos

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que mi amigo me había explicado en su carta.Cuando me asomé al desván pude descubrir,acostumbrando los ojos a la oscuridad, que todoestaba tal como lo había descrito mi amigo: lascajas, el baúl, la mesa... ¡La mesa! Estuve a puntode caer escalera abajo cuando vi que encima dela mesa había un grueso libro. ¿Hasta ahí llegabala broma de Adrián?Me dirigí a la claraboya y descorrí la tabla,dejando que el sol de abril iluminase hasta el

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más escondido rincón. Me acerqué a la mesa yme puse a hojear aquel libro, con los nervios aflor de piel. Al pasar las primeras hojas me dicuenta de que estaba delante del volumen de gra-bados del que me había hablado mi amigo. Unafuerte opresión fue anidando en mi pecho, mien-tras pasaba las páginas, como un oscuro presagio.Y sucedió, claro que sucedió, supongo que erainevitable: al pasar una de las hojas apareció antemis ojos el grabado que ya conocía tan bien; ungrabado que era tal como Adrián me lo habíadescrito la primera vez: la chica estaba de espal-das, apoyada en la ventana, contemplando unpaisaje que, por lo que ya sabía, reconocí de in-mediato. En eso Adrián no había mentido, aquélera realmente el paisaje en el que ya me

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habíafijado al llegar a la casa.¿Acabaría ahí la broma de mi amigo? ¿Ha-bría urdido toda aquella historia a partir de al-gunos datos reales, tal como hago yo en mis no-velas? Sabía muy bien cómo podía comprobarlo,claro que lo sabía, pero me daba miedo pensaren esa posibilidad. Sólo tenía que dejar pasar al-gunas horas y volver a ver aquella imagen quetenía ante mis ojos. Si permanecía igual, comoesperaba, tendría la confirmación definitiva de

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que aquello no era más que un ingenioso juegode Adrián.Bajé del desván llevando conmigo el volu-minoso libro. Decidí que, si iba a quedarme al-gunos días, lo primero que debía hacer era ins-talarme lo mejor que pudiese. Fui a por mi bolsay busqué el dormitorio que tenía encima de lapuerta la piedra con el dibujo que me había in-dicado Adrián. Era una habitación amplia, conlas paredes pintadas de verde, que daba a la ga-lería lateral; se notaba que estaba pensada paralas visitas. Después me acerqué a la cocina. Lle-vaba varias horas sin comer y mi estómago co-menzaba a quejarse. Encontré la nevera repleta,así que rápidamente me preparé una buena co-mida: huevos fritos, patatas y chorizo, que me

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supieron a gloria. ¡Qué pena que el pan tuvieseque ser de molde!Cuando acabé, después de prepararme uncafé, limpié la mesa y puse encima el libro degrabados. Al abrirlo en busca de las páginas de-seadas, mi corazón comenzó a latir más acele-radamente, mientras sentía una presión asfixianteen el pecho. Cuando tuve el grabado delante delos ojos, un sudor frío se extendió por todo micuerpo, incluso se me nubló la vista durante

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unos instantes. Porque allí, en aquella imagen,aparecía la misma habitación y la misma chica,pero ésta había cambiado su posición, y estabaahora de pie delante de la ventana, con los ojosfijos en mí, y con una expresión que a primeravista parecía suplicante, aunque yo creí percibiren ella cierto punto de maldad. La puerta lateral,la que debía de dar a la pequeña celda de la queme había hablado Adrián, estaba entreabierta.Cerré el libro de golpe y lo tiré al suelo dela cocina. Me horrorizaba tocarlo, me aterrabaestar en la misma habitación que aquel libromaldito. En un impulso irracional, salí de lacasa, atravesé el jardín y me fui a sentar cercade un roble que hay al otro lado del camino enbusca de sensaciones que me ayudasen a

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volveral mundo real.Allí, poco a poco, sentí que me iba tranqui-lizando. Recobré mi cordura acostumbrada y tra-té de examinar los hechos que me acababan desuceder. Las cosas estaban ya más claras, porqueahora tenía la certeza de que la historia deAdrián era verdadera, al menos en lo que se re-fería a las extrañas propiedades de aquel libro. Ytenía la seguridad de que me encontraba conalgo que desafiaba las reglas de la lógica y de mi

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mente racionalista. Pero también sabía que habíavenido a Doroña en respuesta a la llamada deauxilio de Adrián. Y ahora estaba claro que miamigo se enfrentaba a un peligro enorme, a unpeligro que quizá ni siquiera era capaz de ima-ginar.Volví a entrar en la casa, ya con más deci-sión. Aunque ya sabía lo que debía hacer, la cu-riosidad pudo más que yo y, como la mujer deLot, volví a abrir el libro por la página fatídica:la chica, con ojos de angustia, había escrito enla pared la palabra ¡SOCORRO! y XAV, las tresprimeras letras de mi nombre. Lo cerré de golpe.¡Que escribiese lo que quisiera! No conseguiríaablandarme con ojos suplicantes ni con mensajesde auxilio. Yo no caería como Adrián; sabía

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muybien que mi tarea era otra.Entre las herramientas del almacén busquéel mazo que días atrás había empleado mi amigo.Con él en la mano regresé a la cocina. Me costógrandes esfuerzos separar el aparador, que másparecía de hierro que de madera. En cuanto mefue posible, me puse a golpear la pared con elmazo. Cedió con facilidad, como sospechaba. Elcemento aún estaba fresco y no había tenidotiempo de fraguar bien con los ladrillos; debíade ser una obra hecha pocos días antes.

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No fue ninguna sorpresa para mí encontrar,detrás del tabique, la habitación que ya conocíapor la descripción que había leído en las cartas.Una habitación vacía, con la ventana exterior ta-piada, en la que sólo destacaba la puerta lateral.Salté por encima de los cascotes y la abrí, inca-paz de aguantar más. Tampoco allí había sor-presas: en el centro estaba, efectivamente, la in-quietante trampilla de hierro. Y grabado en ella,el enigmático laberinto de Mogor, que mi amigono había reconocido, pero que yo recordaba bien;todavía guardo en la memoria la impresión queme produjo cuando, hace ya algunos años, con-templé en tierras de Marín aquel vestigio de unmundo tan distante del nuestro.Cuando estaba pensando en ir por una lin-terna que me permitiese ver con claridad lo

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quehabía debajo de aquella trampilla, reparé en algoque hasta aquel momento me había pasado inad-vertido. Era un trozo de cartón de forma irre-gular que estaba apoyado en la pared, al lado dela puerta. Lo cogí y busqué la claridad que veníade la cocina; estaba escrito por una cara, y medi cuenta de que la letra, aunque muy defor-mada, era la de Adrián.Regresé a la cocina y me senté en una silla.

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Ya comenzaba a atardecer, por lo que tuve quehacer esfuerzos para ver lo que había escrito enaquel cartón. Con letra desfigurada, escrito entinta roja descolorida, pude leer este mensaje:

Querido Xavier:Si has llegado hasta aquí es que ya sabes

la verdad. Pero quizá aún no has caído en sutrampa, quizá aún estés a tiempo de

salvarte.¡Abandónalo todo, Xavier, y vete, vete muy

le-jos, a un lugar en el que no puedan

encontrarte!No me busques más, porque yo ya estoy per-dido. Si me vieras ahora, escaparías de mí.

Para entenderlo tendrías que ver lo que yo hevisto, tendrías que saber lo que hay aquí

abajo.Si encontrase palabras para decirte lo que

hayaquí, para contarte en lo que me he

convertido,podrías enloquecer para siempre. ¡Vete, tú

que

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aún estás a tiempo! ¡Vete y abandona lo quequeda de mí!

Cuando estaba leyendo estas palabras, oí unruido que procedía de la pequeña habitación la-teral. Me levanté y me acerqué a la puerta. Desdeallí, desde aquel cuarto en penumbra, pude vercómo alguien levantaba por dentro la trampillade hierro y cómo un bulto informe se asomaba

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por el agujero. Doy gracias porque fuese ya caside noche y porque todo estuviese a oscuras, doygracias por no haber visto nada con claridad.Tan sólo pude distinguir, en aquel bulto repul-sivo, unos ojos brillantes que parecían transmitirtodo el horror que un humano es capaz de con-cebir. Unos ojos que se me quedaron mirando deuna forma indescriptible. Pero no fue esa miradalo que me hizo enloquecer, no fue eso lo que mehizo huir de allí y refugiarme en la habitaciónen la que estoy ahora. No, lo que me hizo en-loquecer fue la voz que desde aquel momento ta-ladra obsesivamente mis oídos. Una voz que pa-recía salir de unas profundidades inimaginables,una voz que me gritó:—¡Vete, Xavier! ¡Tienen hambre! ¡Vete y novuelvas más!

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Porque en aquellas palabras, y esto fue lo queme enloqueció de forma definitiva, aunque ho-rriblemente deformada, pude reconocer la vozque en otro tiempo había sido la de mi amigoAdrián.

Han pasado ya dos días desde que ocurrieronlos hechos que acabo de contar. Dos días en los

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que he permanecido en esta misma habitación,resistiendo gracias a los alimentos que he subidode la cocina, dejando pasar las horas sin hacerotra cosa que respirar, como si todos mis miem-bros estuviesen paralizados. Paralizados, sí, por-que esa voz me ha dejado como vacío de pen-samientos, y ese hueco lo ha ocupado un horrorque no sabría describir aunque quisiera, porqueahora sé que estoy delante de cosas que no per-tenecen a este mundo que habitamos los hu-manos.Ya sé que debí irme antes, cuando aún estabaa tiempo. Pero me doy cuenta de que no hay re-medio, siento que ahora no puedo salir de aquí.Dentro de mí crece una fuerza que me llama,que me empuja a entrar en la oscura cripta sobre

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la que se alza esta casa, como si yo fuese un tro-zo de hierro dominado por un potente imán.Algo me dice que me quedan muy pocas horaspara reunirme con Adrián.A través de la ventana acabo de escuchar lavoz de Bieito. Tengo que decirle que espere unmomento. Ha sido arriesgado bajar al salón y te-lefonearle rogándole que viniera, pero era la úni-ca manera de conseguir que estos papeles lleguena su destino. Ahora voy a abrir la ventana y pe-

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dirle que lleve esto al correo. Porque voy a meteren un sobre este escrito, que acabaré ahora mis-mo, junto con las cartas y las fotos que me man-dó Adrián. Le enviaré todo a mi hermana, conlas indicaciones sobre lo que debe hacer. Así almenos evitaré que otras personas se vean atra-padas como en este momento lo está Adrián ycomo muy pronto lo estaré yo.Porque no me hago ilusiones y sé que la re-sistencia que puedo oponer es muy pequeña. To-davía tengo alimentos para varios días, pero lanoche pasada me pareció oír cómo unas garrasarañaban la puerta, y no quiero ni imaginar aquién pertenecen. La puerta es resistente, perosupongo que a duras penas aguantará algunas no-ches más. Si durante esas horas oscuras vienen apor mí, tendré que enfrentarme al horror que

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acecha desde el otro lado. Pero si consigo verotra vez la luz del amanecer, quizá pueda reunirfuerzas para mi última acción: bajar a la criptay meterme dentro con la única arma que mequeda, el fuego, el fuego purificador. Desde lostiempos más antiguos se vienen haciendo sacri-ficios con fuego; me acuerdo perfectamente deMoisés y de la zarza ardiendo. Si es preciso quemuera para salvar a Adrián, para salvar a la hu-

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manidad, para salvarme yo, estoy dispuesto al sa-crificio. Por eso pongo fin ahora a este escrito,sabiendo lo que me espera, con la certeza plenade que nunca saldré de aquí.

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El incendio que se produjo duran-te la noche del 28 al 29 de abril, y que dejóaquella casa completamente destruida, no habríamerecido más que un pequeño espacio en los pe-riódicos si no hubiese sido porque muy prontose relacionó con la desaparición de Adrián No-voa, el famoso pintor, y la de su amigo XavierLouzao, el escritor gallego de fama mundial. Lasnoticias del violento incendio y de la consiguien-te investigación policial, los reportajes sobre losdos artistas, los artículos sobre sus respectivasobras ocuparon durante días una buena parte delas páginas de los periódicos, y los sucesos

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me-recieron también un exhaustivo seguimiento porparte de las emisoras de radio y televisión.El día 28, por la tarde, Teresa Louzao estuvoen la comisaría de policía, donde habló con elinspector Soutullo y le permitió leer los docu-mentos que contenía el sobre que había recibidode su hermano. El encuentro resultó mucho más

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fácil de lo que ella había pensado, ya que elinspector comprendió perfectamente su angustiay la necesidad de actuar con rapidez. Después dediscutir sobre lo que correspondía hacer, toma-ron la determinación de ir a la casa de Doroñapara saber si había algo de cierto en aquelloshechos fantásticos que se contaban en los papeleso si, en el mejor de los casos, no era más queuna invención de Xavier o el borrador de unanueva novela. Soutullo necesitaba varias horaspara arreglar antes algunos asuntos pendientes,así que acordaron emprender el viaje al día si-guiente por la mañana.Salieron de Vigo muy temprano; todavía noeran las 7 cuando cogieron la autopista en elnudo de Isaac Peral y pusieron dirección a Fe-rrol. Los dos iban en silencio, dejando que laradio ocupase el lugar de sus conversaciones. Te-resa, concentrada en la conducción, miraba de

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vez en cuando al inspector, que parecía ensimis-mado en la contemplación del paisaje. A la al-tura de Padrón escucharon la noticia del incen-dio. En aquel boletín de urgencia, muy breve, ellocutor sólo mencionó que se había declarado unaparatoso incendio en una casa de la parroquiade Doroña, sin dar ningún dato más, pero ellos

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comprendieron inmediatamente que no podía serotra más que la que había comprado Adrián, lacasa desde la que Xavier les había escrito su lar-go mensaje.No fue fácil el trayecto hasta Doroña, quehicieron guiándose por las indicaciones de lascartas. El viejo torreón de los Andrade, la iglesiade la parroquia, el lavadero público... Ningunode los dos había estado nunca en aquellos pa-rajes, pero tenían la sensación de recorrer un te-rritorio conocido.Desde donde aparcaron el coche, frente albar Stuttgart, se veía ya una espesa columna dehumo gris que subía hasta el cielo. Cuando lle-garon a la casa, alrededor de la cual se habíancongregado numerosos vecinos, pudieron com-probar que no había nada que hacer. El edificio

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encerraba gran cantidad de madera, lo que habíafacilitado la propagación de las llamas. El fuegolo había devorado todo y sólo quedaban en susitio algunas vigas renegridas. El techo se habíaderrumbado completamente, así como toda la pa-red trasera. Sólo permanecían en pie las paredeslaterales y algún tabique interior. Desde fuera, elconjunto parecía el oscuro esqueleto de algúnanimal prehistórico.

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La intervención de los bomberos, desplazadosdesde Ferrol, sólo sirvió para que las llamas ce-sasen y se pudiese entrar sin peligro en la casa.La policía movilizada para investigar el caso en-contró en el interior lo que quedaba de los mue-bles y otros objetos domésticos, completamentequemados, así como los restos de numerosos cua-dros y libros. Pero no encontró ningún rastro delos cuerpos de los dos amigos, por lo que cabíapensar que no estaban en el edificio en el mo-mento de producirse el incendio. Sin embargo,el hecho de que los coches de Adrián y Xaviersiguiesen aparcados en el pequeño prado que ha-bía enfrente de la casa contradecía la hipótesisde su marcha, a menos que se hubieran ido

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an-dando o en algún otro vehículo. La investigacióndejó claro muy pronto que el incendio se habíainiciado en la cocina y que tal vez había sidointencionado; las latas de gasolina que se en-contraron, como reventadas, así parecían atesti-guarlo.Teresa y el inspector Soutullo, después deidentificarse, declararon ante las autoridades quedirigían los trabajos. Nada dijeron de los docu-mentos que únicamente ellos conocían, alegandoque el motivo de su presencia era visitar a Xa-

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vier y a Adrián, y que habían topado con ladesgraciada coincidencia de llegar el mismo díaen que se había declarado el incendio. Cuandoobtuvieron permiso para entrar en lo que queda-ba de la casa, con la discreta vigilancia de unode los policías, se centraron en la búsqueda deindicios que ayudasen a comprobar lo que habíade cierto en las extrañas cartas de Adrián y enel largo documento de Xavier. Un documento enel que era fácil encontrar algunas contradiccio-nes: ¿no decía Xavier que no había visto el cochede Adrián? Sin embargo, su coche estaba allí.Decidieron que en la cocina debían comenzar laspesquisas que dieran respuesta a tantas preguntas.La cocina comunicaba, tal como decían lascartas, con una pequeña habitación lateral que

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daba a otra de dimensiones más reducidas, quizádestinada a cumplir la función de bodega. Cuan-do estuvieron solos en aquella celda, apartaronlos cascotes, los restos de madera quemada, laceniza y todo lo que impedía ver el suelo decemento. Con una mezcla de desilusión y de ali-vio, pudieron comprobar que allí no había nin-guna trampilla, que el cemento del suelo estabacompletamente liso. Adrián y Xavier, por algunaextraña razón, habían mentido en aquel puntodecisivo de sus escritos.

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El día entero se les fue en declaraciones a lasautoridades y conversaciones con los vecinos. Enun aparte, los dos decidieron que había que in-vestigar los alrededores más a fondo aprovechan-do las facilidades que le daban a Soutullo por elhecho de ser policía. Cuando se hizo de noche,conscientes de que allí ya no se podía hacer máshasta el día siguiente, bajaron a Pontedeume yalquilaron sendas habitaciones en el hotel. Mien-tras trataba inútilmente de dormir algunas horas,Teresa le daba vueltas en la cabeza a todos losacontecimientos de los últimos días, intentandoencajar las piezas de un rompecabezas que noparecía tener sentido. Confiaba en Soutullo, na-turalmente; nadie mejor que él para encontrar

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cualquier indicio. Pero algo le decía que ella eraimprescindible allí, que aún no estaba todo per-dido para Xavier y Adrián.La conclusión de Soutullo, después de unainvestigación minuciosa que se prolongó durantelos dos días siguientes, fue la misma que la delas autoridades: ni Adrián Novoa ni Xavier Lou-zao podían darse por muertos, ya que no habíaaparecido resto alguno que permitiese asegurarque estaban dentro de la casa cuando se produjoel incendio. Oficialmente se les dio por desapa-

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recidos, lo que hizo que algunos periódicos es-peculasen con las más dispares explicaciones so-bre lo que les podía haber ocurrido a los dosartistas. Conociendo el carácter excéntrico deAdrián y la vida cosmopolita que ambos lleva-ban, entraba dentro de lo posible que estuviesenlejos de allí y que acabasen dando señales de vidaen los meses venideros.Ante la evidencia de que ya no había nadaque hacer en Doroña, el inspector Soutullo de-cidió regresar a Vigo; hombre pragmático, re-nunció a encontrar una explicación a tantas pre-guntas que, como muy bien sabía, quedarían sinrespuesta. Sin embargo, Teresa se resistía a aban-donar el lugar y no aceptaba aquellos informesque adivinaba faltos de sentido. Telefoneó al cen-tro de salud y pidió unos días de permiso, ale-

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gando las circunstancias en las que se encontra-ba. Después se instaló de forma más estable enel hotel de Pontedeume, decidida a no irse de lazona hasta que supiese con certeza lo que leshabía pasado a su hermano y a Adrián, su amorsecreto. Adivinaba que en sus cartas, en lo escritopor Xavier, se escondía algo más que un juegoliterario. Sin saber por qué, algo la impulsaba acreer en la verdad de lo que decían los papeles

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contenidos en aquel sobre, aunque hablasen dehechos que desafiaban todas las reglas de la ló-gica de este mundo.

Con el paso de los días, el interés por todolo referido al incendio fue decayendo entre losvecinos de la aldea, que, sin embargo, evitabanacercarse a la casa e incluso daban largos rodeospara no tener que pasar por delante. Ya se habíanacostumbrado a la presencia de Teresa, que todoslos días subía en su coche a Breanca y consumíalas horas caminando sin rumbo fijo por los al-rededores de la casa quemada, que ejercía sobreella una atracción que no sabía explicar. La casala atraía tal como el imán atrae al hierro, porusar las palabras que había usado Xavier. Ade-más, a veces le parecía que algo o alguien

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estabacerca de ella, como una oscura presencia. En oca-siones, mientras caminaba por algunos de los es-trechos caminos de la aldea, había experimenta-do una intensa sensación de peligro, como si al-guien se le acercarse por detrás con la intenciónde hacerle daño: una sensación que la había he-cho volverse, asustada, para comprobar, una yotra vez, que estaba completamente sola. O,

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como ella misma pensaba, para comprobar quela presencia que acechaba sus movimientos noera humana.Una tarde decidió acercarse a la zona de AsCroas en busca de los restos de un sepultadocastro celta; era un lugar en el que los vecinossituaban muchas leyendas, como había compro-bado en las largas conversaciones que había sos-tenido con algunos clientes del Stuttgart. Algu-nas de esas historias parecían guardar relacióncon el emplazamiento de la casa, situado a pocadistancia, lo que suscitó en ella el deseo de ex-plorar aquellos restos.Muy pronto localizó la zona, sirviéndose delas indicaciones que le habían dado. Algunosmontículos en el suelo señalaban con claridad ellugar en el que estaban enterradas las paredes delas distintas construcciones del castro.

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Teresa sesentó en el hueco de una roca que sobresalía dela tierra como si fuese un monolito. Contemplólos montes de los alrededores, llenos de pinos yeucaliptos, a pesar de que, de vez en cuando, unamancha de un verde más claro indicaba la pre-sencia de restos de bosque autóctono que todavíaresistían a la invasión. La tarde era hermosísimay todo el cielo estaba iluminado por el resplan-

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dor rojizo del atardecer. Siempre había oído quelos antiguos celtas hacían sus castros en lugareselevados para defenderse de sus enemigos, peroa ella le parecía que también debía de ser parapoder contemplar la belleza de la tierra, el in-menso espectáculo de la vida desarrollándoseante sus ojos.En un momento dado le pareció ver algo ex-traño en el suelo, al lado de unas retamas pró-ximas. Se levantó y fue a ver qué era aquelloque le había llamado la atención. Cuando cogióel objeto, se dio cuenta de que se trataba de ungrueso libro, encuadernado en piel, completa-mente chamuscado. Lo reconoció al momento;antes de leer el título su corazón había empezadoya a latir aceleradamente. Era, sin duda, el librode grabados del que habían hablado Adrián y

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Xavier en sus escritos. ¿Cómo habría llegadohasta esa zona, que estaba a más de medio ki-lómetro de distancia de la casa?Con la excitación contenida, comenzó a pasarlas hojas, chamuscadas por los márgenes. Mirócada uno de los grabados con atención, esperan-do encontrar aquel que ya conocía tan bien gra-cias a las fotos que había examinado tantas veces,preguntándose si en aquella imagen de la habi-

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tación y de la chica encontraría algún indicioque la ayudase a revelar el secreto que estabatratando de desentrañar.Por fin, al pasar una de las hojas, el grabadoque buscaba se presentó ante sus ojos. Aquellaera la habitación que había visto en las fotos,no cabía duda alguna, aunque lo que estabaviendo no se pareciese en nada a lo que espe-raba. Teresa creía estar preparada .para cual-quier cosa, pero lo que vio en el grabado golpeóviolentamente su cerebro y la dejó helada deespanto. Sintió un mareo que le hizo soltar ellibro y tuvo que apoyarse en la roca para nocaer. De repente, vio cómo todas las piezas delrompecabezas encajaban en su sitio y compren-dió de forma definitiva que ya no tenía sentidoalguno su espera.Pero entonces supo también lo que debía ha-cer. Parecía que una voz interior le dictaba losmovimientos. La invadió la certeza de que

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existíaalgún hilo conductor que llevaba desde aquel li-bro maldito hasta las fuerzas que se escondíanen la cripta. Pero si el libro servía para que esasfuerzas llegasen al exterior, algo le decía quetambién podía servir para su destrucción.Cerró el libro y, con pasos decididos, se en-

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caminó hacia donde había dejado el coche, cercade lo que quedaba de la casa. Cuando llegó alvehículo, abrió el maletero y cogió el sobre quecontenía todas las cartas que había recibido deXavier. Buscó entre otros objetos que guardabaallí hasta que encontró lo que quería: las pastillaspara encender fuego que utilizaba cuando iba deacampada.Con ellas en la mano, se adentró en las rui-nas de la casa y se dirigió al lugar donde, a juz-gar por las descripciones de las cartas, tenía queestar la trampilla que daba paso a las escalerassubterráneas que conducían a la cripta. Limpióde ceniza el suelo hasta dejar el cemento al des-cubierto. Después volvió a salir y recogió hojassecas, retamas, heléchos, palos y todo

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aquello quepodía arder con facilidad. Volvió al coche paracoger también algunos periódicos viejos que lle-vaba en el asiento trasero.Lentamente, encima del lugar elegido, fuehaciendo una pirámide con aquellos materiales,colocando las pastillas en la base. Cuando estuvotodo amontonado, le prendió fuego a una deellas con una cerilla. Las llamas aparecieron muypronto y se extendieron con rapidez por todo elmaterial seco.

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Teresa alimentó el fuego con palos que en-contró por las inmediaciones hasta que formóuna hoguera enorme, que produjo una grancantidad de brasas. Después, sin dudarlo, conla firme determinación que la invadía desdehacía media hora, echó al fuego el libro de losgrabados y el sobre que le había enviado suhermano, con todos los documentos dentro. Alprincipio, el libro pareció negarse a arder, in-cluso estuvo a punto de apagar el fuego. Peroal poco tiempo las llamas fueron venciendoaquella resistencia y acabaron por hacer presaen los papeles, que empezaron a arder con in-tensidad.Quizá Teresa ya esperase algo así, porque nose sorprendió en absoluto cuando la tierra co-menzó a vibrar bajo sus pies y el cemento delsuelo se llenó de grietas, como si algo subterrá-neo estuviese a punto de explotar. A la vez sepresentó un aire frío que la hizo temblar como

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si de repente el día se hubiese convertido en unahelada jornada de enero. Las ramas de los árbolesmás próximos se movieron violentamente y sin-tió que aullaban los perros de las casas vecinas.Un griterío subterráneo, que parecía venir de lomás profundo de la tierra, fue creciendo hasta

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hacerse insufrible, y tan ensordecedor que creyóque se le habían perforado los tímpanos. PeroTeresa permaneció firme, sin pensar en nada,plantada en el cemento como un menhir, miran-do obsesivamente las llamas que se retorcían enel aire, hasta que todo lo que había echado alfuego acabó convertido en cenizas. En ese mo-mento, el ruido, los temblores y el aire frío al-canzaron su mayor intensidad, pero después fue-ron disminuyendo con rapidez, hasta desaparecerpor completo. El silencio y la quietud se adue-ñaron de la tarde.Cuando acabó todo, Teresa salió de las rui-nas y caminó hacia el lugar donde había dejadoel coche. La embargaba la sensación de quetodo había terminado. Ahora tenía la seguridadde que la maldición que se ocultaba en la casaestaba definitivamente vencida, de que nadie

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tendría que enfrentarse nunca más a aquel ho-rror.Montó en el coche y arrancó sin mirar atrás.Sabía que iniciaba un largo viaje, un viaje quela llevaba hasta el mundo real y que la apartabapara siempre de un mundo de cuya existenciahasta entonces ni tan siquiera había sospechado.Con las manos firmemente agarradas al volante.

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con la mirada fija en la carretera, sintió que paraella ya nada sería nunca igual. Porque ahora sa-bía con certeza que nunca más vería a Adrián ya Xavier en el mundo de los vivos. Pero confiabaen que, por lo menos, pudiesen descansar en pazdurante toda la eternidad.

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