felipe garrido. el placer de la lectura

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EL PLACER DE LA LECTURA Felipe Garrido* Una necesidad básica e inaplazable para cualquier persona es el dominio del lenguaje. Estamos hechos de palabras y somos palabras. Nuestros conocimientos, nuestras ideologías, nuestras creencias son palabras. Nuestros proyectos, el futuro, nuestra memoria, el pasado, nuestra identidad, todo queda reducido a palabras. Entonces, el manejo de las palabras es una necesidad absolutamente básica de cualquiera. Y cuando hablo de palabras pienso en la doble naturaleza del lenguaje como hablado y escuchado por un lado, y por otro escrito y leído. Son dos manifestaciones separadas del lenguaje que se remiten a una gramática común, pero que tienen cada una de ellas su manera de ser y que son igualmente importantes; no me parecería posible en este momento de la historia privilegiar a ninguna de las dos. El lenguaje oral, el básico, lo usamos todos los días, como escuchas y como hablantes; y el lenguaje escrito tiene tanta importancia como el lenguaje hablado y en muchos casos más importancia que éste; por ejemplo, todo lo que se refiere a compromisos formales en nuestra sociedad pasa por el lenguaje escrito, no se queda en el nivel oral nunca. Si firmas un contrato para cobrar trescientos pesos en Bellas Artes o en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México, porque participas en la presentación de un libro, firmas recibo, firmas contrato; esa huella escrita es absolutamente importante. Hemos tenido un sistema educativo que en los años recientes, en los últimos veinte o treinta años ha trabajado con mucho éxito en dos terrenos muy importantes. Uno es la ampliación de la cobertura: la escuela llega ahora a más gente que nunca en nuestra historia y no estamos muy lejos de que la cobertura sea auténticamente universal; ya hay quien habla de una cobertura universal, yo no sería tan optimista pero no nos falta mucho. Y como consecuencia de eso, hoy se ha conseguido abatir el analfabetismo de manera muy importante; en la segunda mitad del siglo se pasó de casi un 60 por ciento a quizá un 9 o 10 por ciento que tal vez sea la cifra más o menos actual. Sin embargo, ese sistema educativo no ha conseguido formar lectores. Yo distingo entre estar alfabetizado y ser lector, pensando que quien está alfabetizado es una persona que se sirve del lenguaje escrito con fines utilitarios: está estudiando o está trabajando, puede ser alguien muy próspero, puede ser un secretario de estado, puede ser un profesionista eminente. Si para él el lenguaje escrito es sólo un instrumento de trabajo, esa persona no ha rebasado el nivel de alfabetizado. Frente a eso es lector quien llega al lenguaje escrito y puede manejar un texto de una manera voluntaria, muchas veces placentera. 1 De 12

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EL PLACER DE LA LECTURA

Felipe Garrido*

Una necesidad básica e inaplazable para cualquier persona es el dominio del lenguaje. Estamos hechos de palabras y somos palabras. Nuestros conocimientos, nuestras ideologías, nuestras creencias son palabras. Nuestros proyectos, el futuro, nuestra memoria, el pasado, nuestra identidad, todo queda reducido a palabras. Entonces, el manejo de las palabras es una necesidad absolutamente básica de cualquiera. Y cuando hablo de palabras pienso en la doble naturaleza del lenguaje como hablado y escuchado por un lado, y por otro escrito y leído. Son dos manifestaciones separadas del lenguaje que se remiten a una gramática común, pero que tienen cada una de

ellas su manera de ser y que son igualmente importantes; no me parecería posible en este momento de la historia privilegiar a ninguna de las dos.

El lenguaje oral, el básico, lo usamos todos los días, como escuchas y como hablantes; y el lenguaje escrito tiene tanta importancia como el lenguaje hablado y en muchos casos más importancia que éste; por ejemplo, todo lo que se refiere a compromisos formales en nuestra sociedad pasa por el lenguaje escrito, no se queda en el nivel oral nunca.

Si firmas un contrato para cobrar trescientos pesos en Bellas Artes o en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México, porque participas en la presentación de un libro, firmas recibo, firmas contrato; esa huella escrita es absolutamente importante. Hemos tenido un sistema educativo que en los años recientes, en los últimos veinte o treinta años ha trabajado con mucho éxito en dos terrenos muy importantes. Uno es la ampliación de la cobertura: la escuela llega ahora a más gente que nunca en nuestra historia y no estamos muy lejos de que la cobertura sea auténticamente universal; ya hay quien habla de una cobertura universal, yo no sería tan optimista pero no nos falta mucho. Y como consecuencia de eso, hoy se ha conseguido abatir el analfabetismo de manera muy importante; en la segunda mitad del siglo se pasó de casi un 60 por ciento a quizá un 9 o 10 por ciento que tal vez sea la cifra más o menos actual.

Sin embargo, ese sistema educativo no ha conseguido formar lectores. Yo distingo entre estar alfabetizado y ser lector, pensando que quien está alfabetizado es una persona que se sirve del lenguaje escrito con fines utilitarios: está estudiando o está trabajando, puede ser alguien muy próspero, puede ser un secretario de estado, puede ser un profesionista eminente.

Si para él el lenguaje escrito es sólo un instrumento de trabajo, esa persona no ha rebasado el nivel de alfabetizado. Frente a eso es lector quien llega al lenguaje escrito y puede manejar un texto de una manera voluntaria, muchas veces placentera.

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Normalmente lo hace todos los días. Ha descubierto que leer quiere decir formar, construir un sentido con un texto. Puede servirse del lenguaje escrito cuando quiere, puede escribir, y una última característica que pido en un lector es que disfrute gastando en libros.

La gente a la que le duele gastar en libros no es lectora. A mí la ropa me parece cara siempre; no importa que una camisa cueste quince pesos, a mí me parece un desperdicio gastar esa cantidad en una camisa. Así como puedo escandalizarme de que el médico me quiera cobrar cuatrocientos pesos por revisarme, no me importa pagar mil por un libro que quiero tener. Puedo lamentar no tener los mil pesos para comprar el libro y en ese caso tengo que ahorrar o jugar a la lotería, a ver qué hago para tener el dinero que necesito para comprar el libro.

El tercer punto que mencioné como una de las características del lector: el lector ha descubierto que leer es formar un sentido con el texto, construir la comprensión del texto. Me parece muy importante porque creo que esa es la razón principal por la que tenemos pocos lectores en el país.

Un niño que está en la escuela empieza a rechazar la lectura porque muy temprano en su vida empieza a enfrentarse a textos que no entiende y no tiene la ayuda necesaria para entenderlos; y eso que sucede con un niño sucede igual por supuesto con un adolescente o con un adulto. Leer sin que no te suceda nada por dentro, leer sin sentir que se mueven tus pasiones, leer sin sentir miedo, sin sentir alegría, sin reírte a veces, sin que se te escurra una lágrima, es una operación inútil, una operación que no tiene sentido y por lo tanto se rechaza, se deja a un lado, se dedica el tiempo a otras actividades en las que el niño sí encuentra sentido; cuando digo un niño podríamos poner un lector de cualquier edad, pero el sujeto no va a progresar en lo que no tenga un sentido real, un sentido completo para él. Entonces, a pesar del enorme éxito que la escuela ha tenido para combatir el analfabetismo, digamos que ha formado gente preparada para trabajar con el lenguaje escrito, pero no en esa misma proporción gente preparada para manejar a partir de su propia voluntad el lenguaje escrito ni para disfrutar el lenguaje escrito como lo hace un buen lector. ¿Por qué necesitamos una población de lectores? ¿Por qué no nos basta una población alfabetizada? ¿Por qué una población alfabetizada no termina de entender los textos nunca? Porque para una población alfabetizada no es tan importante entender o no entender un texto. A veces es importante recordarlo, cuando va a pasar un examen pero no ha llegado a descubrir que lo verdaderamente importante en la lectura es construir el significado más complejo o más completo que cada lector pueda.

Y efectivamente en México tenemos mucho menos lectores de los que deberíamos, porque si uno piensa que en este momento hay más de 29 millones de personas asistiendo a la escuela, de preescolar a postgrado, y uno se pregunta, de esos 29 millones ¿cuántos serán lectores dentro de unos pocos años? Con esas cifras uno tendría derecho a pensar que México es un país donde estamos a punto o ya tenemos varios millones de lectores. Sin embargo, la población lectora, puede estar entre el millón y

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medio y los dos millones de personas más o menos.

Y por supuesto es una proporción muy inferior a la que podríamos tener o necesitamos. Muy inferior para la cantidad de gente que está asistiendo a la escuela, y eso constituye una especie de trampa que nos hacemos solos, porque la verdad es que una persona que termina la licenciatura ha pasado veintiún o veintidós años yendo a la escuela, desde preescolar. En este momento en que la esperanza de vida del país está llegando a los 75 años, pues bueno, hay gente que la tercera parte de la vida se la pasó encerrado en una escuela y si después de todo ese tiempo no sacó entre las ganancias personales el poder disfrutar de la lectura, pues le hicimos una trampa a esa persona.

Y no sólo por la parte de disfrute que la lectura puede tener, sino por esa otra parte en la que quiero insistir, de que alguien que no es un lector es alguien que no se interesa suficientemente por entender lo que un texto dice, porque no ha terminado de descubrir que los textos son para entenderse, no nada más para repetirse o para memorizarse. De manera que sí, tenemos pocos lectores en el país; no importa qué camino sigamos para medirlos.

A mí me gusta comparar el número de gente que está metida en la escuela con el número de lectores en el país. Son 29 millones de alumnos y si a eso agregamos unos dos millones de maestros, más o menos, tenemos que, casi la tercera parte de la población del país participa directamente del trabajo escolar. Me llama mucho la atención la enorme fe que los mexicanos tenemos en los libros. Por ejemplo, en las elecciones de julio del 2000, los candidatos se preocuparon por escribir sus libros. No solamente hacer declaraciones en periódicos sino en libros, y quizás no es casualidad que el candidato ganador haya escrito dos libros mientras los demás escribieron solamente uno.

Por supuesto, nadie cree que ellos hayan escrito esos libros. Hay la duda con Gilberto Rincón Gallardo, pero tampoco es seguro, entre otras cosas porque escribir un libro requiere tiempo y los candidatos, y menos durante la campaña, es difícil que hayan tenido mucho tiempo para estar reflexionando y para escribir. Al menos, claro, tuvieron que aprobar lo que iba a publicarse. Lo que me llama la atención es la fe en el libro. Madero publicó La sucesión presidencial. Ahora en el caso de Madero claramente él estaba escribiendo ese libro para una élite muy reducida de gente que en ese momento tenía oportunidad de estudiar y que quizás en una proporción mucho mayor llegaba a ser lectora; me refiero a la proporción entre el número de gente que estudia y el de gente que llega a ser lectora. Esta proporción creo que era mucho más ventajosa hace un siglo que ahora.

Todos los años y esa es la costumbre, que hasta donde sé es exclusivamente mexicana, las grandes empresas, las secretarías de Estado, el presidente de la República, hacen libros para regalar. Libros lujosos, libros a veces encargados a gente muy capaz en todas sus partes, desde quien escribe, quien hace las fotografías o el diseño, la impresión y la encuadernación. José Luís Martínez está haciendo un estudio sobre estos libros. Ojalá lo

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termine pronto y podamos conocer más en detalle la historia de cómo comenzaron a publicarse muchos de los libros que José Luís ha sido capaz de conseguir, porque esos libros tienen también la característica de que como no circulan de manera comercial, como no van a dar a las bibliotecas públicas, como no van a dar a Derechos de Autor, muchas veces quedan en manos de quienes los recibieron o, en los archivos de las empresas; forman una categoría especial de libros.

Parte de esta fe que tenemos en los libros puede verse en el libro de texto gratuito. En el poquito más de cuarenta años que llevamos haciendo libros de texto gratuitos para primaria, se han publicado casi tres mil millones de ejemplares, que es una cantidad muy respetable, muy notable. Por supuesto, no me parece mal que se hayan impreso y distribuido esos libros, pero no ha habido un esfuerzo paralelo, de esa misma dimensión, para garantizar que esos libros sean entendidos ni por los niños ni por los maestros. Y aunque claro que esos libros han provocado muchos beneficios en la lucha contra el analfabetismo, yo creo que también han ayudado poco a formar lectores.

De alguna manera seguimos teniendo una idea mágica del libro, que no debe extrañarnos mucho ni sorprendernos mucho porque finalmente empezó con alguien tan interesado en los libros y la educación como José Vasconcelos. Cuando Vasconcelos comenzó con esa práctica, de 1921 a 1924, creía que bastaba repartir los libros para formar a los lectores, y eso es un espejismo que sufre la gente lectora, los lectores que no han tenido que preocuparse por ver cómo se forma un lector, los lectores para quienes es natural leer, porque son hijos y nietos de otros lectores y en su familia leer es algo normal y los niños empiezan a leer igual que empiezan a hablar o empiezan a caminar en cierto momento, como parte del aprendizaje familiar. Esa clase de lector cree que basta con que le des un libro a una persona que no es lectora para que empiece a interesarse y termine por hacerse lector.

Con los libros de texto hemos hecho un poco lo mismo, porque los hemos repartido, es más, en este sexenio los hemos repartido a tiempo, lo que suena un poco ridículo como hazaña, porque siempre debían haberse repartido a tiempo, pero siempre se repartieron a destiempo, cuando los cursos ya habían comenzado, y en cambio en este último sexenio los libros han llegado a tiempo. Los últimos años incluso se han repartido en la secundaria, con otro mecanismo que permite participar a las editoriales privadas, mientras en la primaria no tienen parte. Pero cada vez que lo pienso vuelvo a sorprenderme de que se hayan repartido esos libros sin que haya habido una preocupación igualmente intensa para garantizar que esos libros están siendo entendidos y por lo tanto aprovechados.

Y cuando hablamos con los maestros, por todos lados del país, desde ciudades como la capital o ciudades grandes, como Guadalajara o Puebla, o los lugares más remotos, nos encontramos que con enorme frecuencia nos dicen que los niños medio entienden los libros de texto y los maestros igual; vamos a suponer que no todos, por supuesto, pero muchas veces no tienen una comprensión cabal de lo que están leyendo. Entonces, leer se convierte en repetir palabras y en que no importe mucho si se entienden o no. Lo que

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importa es que repitas la que debes repetir y ahí se va formando una cultura donde la comprensión es un poco secundaria, y lo que es primario, lo que es más importante es recordar las fórmulas textualmente y sin omitir palabras, sin cambiar el orden en que se dicen las cosas; no me extrañaría que un maestro calificara mal a un alumno porque menciona un grupo de elementos químicos o de personajes en un orden distinto al que los menciona el libro ¡No, no no! Primero es Allende y después es Guerrero.

Yo creo que por supuesto hay gente que sabe esto, que por sí misma se ha dado cuenta de esto, y está trabajando para tratar de superarlo pero no se ha terminado de aceptar en ningún nivel; ni en el federal ni en los estatales, aunque hay excepciones y de pronto algunos estados gracias a que tienen en puestos clave a personas con una conciencia muy clara de lo que es el problema de la lectura, entonces se está trabajando en forma muy positiva; pero en la mayoría de los estados, las autoridades a nivel federal no terminan de decidirse por dar a la formación de lectores el impulso que debería tener.

Existe una especie de rencor, en el que el maestro siente que la promoción de la lectura quiere decir promoción de la poesía, y hay una igualación de la poesía con algo un poco cursi, que hacen ciertas personas y no se termina de aceptar que el ejercicio del lenguaje escrito es indispensable para tener un dominio suficiente del lenguaje, que tiene que incluir necesariamente a la literatura. No puede formarse un lector con manuales sobre cómo conectar aparatos eléctricos; es decir, no nada más con eso.

Un lector necesita tener una diversidad de lecturas y en esa diversidad de lecturas no puede estar ausente la literatura, no puede estar ausente el cuento, no puede estar ausente la poesía, no puede estar ausente el teatro, porque las formas en que el lenguaje se estructura en estos géneros son únicas, se dan ahí nada más, y una persona que no domina esas convenciones que adquiere el lenguaje en esos géneros no puede terminar de ser un lector suficientemente experto. No hablo de las excepciones que en cualquier terreno existen y que de pronto podemos encontrarnos a alguien absolutamente genial que no necesita recorrer el camino que todos los demás para llegar a resultados maravillosos. Vasconcelos decía que él aprendió a leer solo en la biblioteca de su abuelo; que se quedaba encerrado en la biblioteca tardes enteras y que ahí viendo los libros empezó a leer solo.

El único personaje que conozco que hizo eso es Tarzán. Tarzán, se encontraba en la cabaña de sus padres, semidestruida por los gorilas, con unos libros que estaban en inglés y a fuerza de ver esos signos y las ilustraciones y demás, Tarzán aprendió a leer solo, igual que Vasconcelos. Suponiendo que sea cierto lo que dice Vasconcelos, no hay por qué creerlo al pie de la letra, obviamente no es el mejor método ni es recomendable para que los niños aprendan a leer: encerrarlos en una gran biblioteca a ver cómo le hacen para aprender a leer.

Entonces, aceptando que puede haber excepciones y que Vasconcelos pudo haber aprendido a leer solo en la biblioteca del abuelo, como Tarzán, no puede ser esa la

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conducta que sigamos hacia el grueso de la población. Tenemos que ir por otros caminos, que en este caso básicamente son contarles y leerles cosas a los niños, darles la oportunidad de que ellos cuenten y lean cosas, tener una tolerancia hacia sus errores por lo menos tan grande como la que le tenemos cuando aprenden a hablar. Nadie le da un manazo a su hijo de dos años y medio porque pronuncia mal las palabras, porque dice que no "cupió" en el cajón. Pero ese mismo niño cuando empiece a aprender a leer va a tener condiciones mucho más severas, y va a ser un poco humillado, un poco sometido a procedimientos que no deberíamos tener en las escuelas, mientras va adoptando la norma común, que más o menos todos aprendimos.

Un lector empieza cuando se le cuentan cosas a un niño, cuando se le permite hablar, cuando se le leen cosas, cuando se le permite que tenga el libro en las manos y lo lea, aunque lea en el orden que quiera. Entonces puede ocurrir esa cosa maravillosa que hacen los niños en esas edades, que son capaces de aprenderse de memoria un cuento y pueden repetir, palabra por palabra, lo que se les ha leído muchas veces.

No sólo contarles y leerles cosas, sino convertir eso que se cuenta y eso que se lee en un tema de conversación; de nuevo con el niño o con el adolescente o con el adulto, porque tal vez la necesidad mayor de un lector incipiente es que alguien le ayude a construir un sentido de lo que está leyendo. Si alcanza a construir suficiente sentido a lo que está leyendo es posible que descubra que leer tiene chiste y que se aficione a leer. Si no alcanza a construir un sentido suficiente en lo que está leyendo, entonces la lectura va a ser una pesadilla escolar y en cuanto pueda dejarla a un lado la va a dejar; va a alfabetizarse bien y puede tener la carrera universitaria o un postgrado; usará la lectura y la escritura para trabajar, para ganarse la vida, para asegurar su patrimonio.

Todo eso es decente y está bien, pero esa oportunidad de asomarse a todo lo que los libros de ficción y las obras de literatura ofrecen, eso se lo va a perder. El rejuego de ideas que puede haber en un libro, las emociones que puede dar una peripecia literaria, el encontrarse en los libros de ficción un espejo y poder verse ahí, todo eso entre muchas otras cosas va a quedar fuera de su alcance.

En estos momentos, de forma más palmaria que antes, -siempre ha sido así pero ahora se nota más-, la diferencia en el conocimiento que tenga una sociedad va a ser definitiva para que tenga oportunidades o no las tenga, para que pueda descubrir soluciones a sus problemas o no pueda descubrirlos, para que sea capaz de ponerse de acuerdo dentro de ella misma para gobernarse y para darse leyes, para convivir en armonía; en este momento que el conocimiento adquiere un peso específico mayor, y hablo de conocimiento en un sentido muy amplio, que abarca la experiencia literaria. La diferencia entre una población culta, reflejada en una población lectora, se vuelve más importante que nunca.

En aquél mundo de Madero de hace cien años, en que una pequeña élite podía asistir a la

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escuela, la mayoría de las personas que alcanzaban instrucción seguramente eran lectoras, porque en ese número reducido había también un número reducido de maestros y familias que por tradición recibían educación, todo eso formaba un ambiente propicio para la formación de lectores. De pronto, en los últimos años la necesidad mayor, desde el punto de vista educativo para México se convirtió en la ampliación de la cobertura. Yo creo que eso fue necesario; eso, por otro lado, de alguna manera ya se ha conseguido. El crecimiento de esa élite lectora no se dio con la misma rapidez, porque no es igualmente fácil, porque en realidad una sociedad lectora exigiría, y espero que lleguemos a eso en un futuro, exigiría familias lectoras.

Cuando el niño nace y crece en un ambiente alfabetizado y llega a una escuela donde sus compañeros también son producto de ese ambiente alfabetizado, donde hay un maestro que es lector, entonces, hay que hacerlo de esa manera, para crecer con la rapidez con que hace falta, pero no con el criminal crecimiento de la población que tuvo el país en los años cincuenta a setenta. La élite lectora ha crecido también, pero en proporción infinitamente menor a la proporción en que ha crecido la mayoría de la población que ahora recibe instrucción y que queda alfabetizada. Y por eso se dan los fenómenos que siempre nos sorprenden, como poca venta de libros en el país, de la circulación muy restringida de los periódicos, de las revistas. Hay una población muchísimo mayor que sería capaz de leer desde el punto de vista técnico, pero falta la otra parte, falta la parte de la población lectora. Muchísimas familias con ingresos más que suficientes para estar suscritos a dos o tres periódicos, no reciben ninguno, lo compran el sábado para ir al cine, compran el que sea, les da igual, para ver cuáles son las películas y ya.

Estamos muy lejos de que sea un hábito normal de la población el estar suscrito a uno por lo menos, o a un par de periódicos, cuatro o cinco revistas, y no es falta de gente que pueda en ese sentido primitivo leer y escribir, ahí está el segmento de población alfabetizada; es porque esa población no ha sido formada como lectora y entonces le falta ese tipo de hábito, que haya un periódico en casa, que haya algunas revistas, aburrirse de alguna de pronto y dejarla para recibir otra o para comprar otra, ir a las librerías a ver qué novedades hay, no nada más a comprar los libros de texto, sino ver qué es lo que ha aparecido, a curiosear un rato y después terminar comprando un par de libros.

Cuando se habla de esto muchas veces se argumenta que los libros son excesivamente caros y también las revistas y los periódicos. Si la población con altos ingresos en el país fuera una población lectora y la población con bajos ingresos no lo fuera, este argumento valdría, se podría decir que el problema es que hay gente pobre que no puede leer. Pero tal como están las cosas, la población con más altos ingresos no lee significativamente más que la población con muy bajos ingresos. Yo diría que no hay diferencia en la población de lectores, por ejemplo, entre universidades públicas gratuitas o casi gratuitas y las más caras universidades en el país.

No son tampoco mucho mejores lectores los maestros de unas o de otras, los perfiles son muy semejantes. Hay algunas escuelas excepcionales en muchas ciudades del país, que

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a veces son privadas o a veces son públicas, que han tenido tres o cuatro buenos directores, y han tenido un grupo, un cuerpo de maestros que se ha podido conservar y que ha trabajado en esos terrenos. Son escuelas muy preocupadas por la lectura, pero todavía estamos lejos de que sean la mayoría. En la Secretaría de Educación Pública existe un programa para la formación de lectores. Es un programa que se llama Rincones de Lectura y comenzó en 1986. Aparentemente, ese es ya un periodo largo, para tener logros significativos; sin embargo ese programa comenzó a repartir libros en forma gratuita y masiva apenas en 1991. Eso acorta su vida casi hasta la mitad, y ese programa descubrió que los libros por sí mismos no hacen lectores.

Una encuesta nacional que se llevó a cabo en 1993 provocó que a partir del siguiente año la capacitación de los maestros para conocer los libros comenzara a ser la preocupación principal del programa. De 1995 a la fecha esa ha sido la preocupación mayor de este programa. Se han seguido publicando algunos libros, pero esa es una actividad que ha pasado claramente a segundo término, y la parte más importante es por un lado conseguir que los libros que están en las escuelas se usen, que no se dé el caso, que sí se da a veces, de escuelas que tienen los libros pero los mantienen guardados por años, y en segundo lugar que los maestros se capaciten como promotores de lectura, lo cual incluye que ellos sean lectores. Es decir, una capacitación de los maestros como promotores de la lectura que no los haga a ellos mismos lectores no está completa, quedaría algo trunco. Este programa, a partir de 1997, comenzó a trabajar en la promoción de equipos estatales para la capacitación de maestros, para poder avanzar más aprisa, y hasta la fecha estos equipos estatales formados son diez, y este año se formarán cuatro más, de manera que terminará el siglo con catorce o quince estados que ya tienen sus propios grupos estatales, más o menos la mitad del país.

El trabajo con este programa nos permite observar, cuando visitas las escuelas, cuando vas a hablar con la Secretaria o el Secretario estatal y cuando hablas con los maestros, hasta qué punto todavía hay una falta de conciencia por parte de las autoridades respecto a la importancia de la lectura; luego se cancelan programas de lectura para poner un maratón escolar. Yo no tengo nada contra los maratones, pero igual puede ser razonable cambiar de fecha la actividad deportiva, que es más fácil de organizar porque hay una respuesta más alta de la población que hacia la lectura.

Esto es algo que el promotor de lectura vive todos los días: que se le cancele la actividad, que no haya cuarenta pesos para pagarle a un maestro un boleto de autobús para que vaya de Cuautla a Cuernavaca a dar un taller, que se prefiera no pasar un programa radiofónico de lectura porque les cuesta seis mil pesos al semestre. Mil pesos el mes: no hay dinero para pagar eso. Muchas veces, ando cada semana fuera, viendo esos asuntos en distintas ciudades y muchas veces me encuentro con el alma en el piso a los promotores locales por ese tipo de problemas, porque iban a ir a dar un taller a quién sabe dónde y a la hora de la hora no llegó la camioneta, porque ya los cambiaron de lugar y donde están ahora no caben, no hay sillas, no hay mesas y no tienen copiadora, no tienen vehículo, no pueden hablar por teléfono porque cuesta dinero, en fin, una serie de

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limitaciones que estoy seguro que otros programas no tienen.

En alguna ocasión, en el momento de entrar a hablar teóricamente con un Secretario de educación, me recibió el tercero de a bordo y me dijo que el señor Secretario se disculpaba pero que el señor Gobernador le acababa de hablar para que fuera a quién sabe dónde, y el segundo de a bordo también se disculpaba pero que había surgido un conflicto en una escuela y que había tenido que ir allá. Las mismas autoridades educativas no le dan a la lectura la importancia que ésta debe tener. Para algunas personas la lectura no deja de ser algo superfluo, si los niños ya saben leer y escribir pues ya es suficiente, ya qué más quieren, para qué los ponen a leer cuentitos, para qué los ponen a leer poemas, que no pierdan el tiempo, que estudien cosas serias. Cuando son lectores rápidamente vas a identificarlos y hay más probabilidades de que te apoyen en estos programas. A veces la inercia que existe en un gobierno impide que se atienda como debe ser. Entonces, esa ha sido una pregunta que me formulo desde hace seis años; tratar de sensibilizar a las autoridades, de hacerles entender que la lectura es fundamental para la formación de los alumnos.

Tratar de sensibilizar a las autoridades sobre la lectura es un asunto básico. Finalmente se han repartido casi tres mil millones de ejemplares de libros de texto gratuito, y repartirlos ha costado millones y millones de pesos, mismos que no han sido aprovechados cabalmente porque no nos hemos preocupado de garantizar que van a ser comprendidos. En el afán de crecer, que por otro lado era indispensable, por supuesto, se ha pretendido aprender los contextos más mecánicos de la lectura y se han postergado los aspectos más importantes, que serían los de la comprensión. Un poco como si en el habla no me preocupara mucho de que los niños entiendan lo que están pidiendo, que suerte que digan las palabras. Algo que sucede en ciertas etapas del crecimiento de los niños. Yo creo que el trabajo que se ha hecho en la formación de lectores ha sido importante. Antes de eso era un concepto que no se manejaba siquiera. Claro que desde antes de Vasconcelos, desde el Virreinato, hubo gente que quería que hubiera más lectores, pero la conciencia de que esa es una actividad por sí misma, no. Editar los libros, organizar ferias, todas esas operaciones son necesarias, pero mientras se haga eso nada más, no estaremos avanzando en la formación de lectores.

Cuando de una manera consciente comienzas a trabajar en abrir un espacio para que en ese tiempo los niños puedan estar en contacto con los libros, puedan revisarlos, explorarlos, escoger lo que ellos quieren leer, escuchar lo que les lea el maestro, leer lo que el maestro les pide, en fin, mientras no haya un espacio específico dentro de las actividades escolares para fomentar la lectura, no se ha empezado a trabajar en esto. Aunque se hayan editado libros, abierto bibliotecas o se impartan clases de español o de Literatura, hay que llegar al punto en que la formación de lector sea una actividad específica, concreta, directa. Había dicho antes que para formar lectores había que contarles y leerles cuentos. Tan importante como eso es que haya una diversidad de posibles lecturas.

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En un estado de la República se les ocurrió a las autoridades regalarles a todos los niños de secundaria tres libros: El Principito, Juan Salvador Gaviota y Platero y yo. Les dije que era una aberración, darles los mismos libros a todos los niños de secundaria; que iba en contra de todo lo que sabemos sobre cómo se forma un lector. Se enojaron mucho. Entendí que no lo había sabido decir, porque si no se consigue hacerse entender, entonces uno dijo mal las cosas. Pero es que tres libros no deben convertirse en un estudio obligatorio de los niños, eso es un atentado contra la lectura y seguramente sí habrá por ahí algunos niños que se aficionan y que les guste alguno de estos libros supongo, pero seguramente habrá muchísimos a quienes les parezca repugnante, a nivel del vómito, esa literatura. Hay otros libros para leer y lo que el formador de lectores tiene que hacer es saber ofrecer una variedad amplia de lecturas, según los intereses de los niños. Insisto en la idea, de poder conversar acerca de lo que se lee. La madre que se pone al hijo en los brazos y está leyendo con él y en el momento en que cierra el libro acabó, está haciendo como una quinta parte de la tarea. Haría falta que esa misma madre juegue con el niño sobre estos personajes, o encuentre otras maneras que le den la oportunidad al niño de que opine sobre ellos y que los juzgue y pueda buscar otro libro. No hay ningún libro que por bueno que sea convenza a todos los lectores. Habrá lectores a quienes quizás no les gusten: El Quijote, Cien años de soledad o Pedro Páramo. Por eso es importante y necesaria la variedad de lecturas.

Si un niño te puede contar lo que le contaron o lo que le leyeron o lo que él leyó con sus palabras, puede uno sentirse bien satisfecho de que comprendió hasta donde pudo; siempre comprendemos hasta donde podemos, nunca la comprensión es total, pero en los meses siguientes recordará lo que leyó y de pronto le va a caer el veinte, y va a ir concretando ciertos puntos y de pronto, dentro de diez años volverá a leerlo y la comprensión que tiene ahora cambiará enormemente. Yo creo que todos hemos tenido la experiencia de niños, cuando se ha crecido en una familia con prácticas religiosas, uno aprende la oración del Ave María a los cinco o seis años y luego como a los treinta se da cuenta de lo que estaba diciendo. Con la poesía pasa igual. De niño recitaba poemas sin saber qué estaba diciendo.

Leer en voz alta tiene varias formas de verse: por un lado es una manera de compartir la lectura. Si estoy con mi mujer y cada quién lee un libro distinto, esa es una manera de compartir la lectura. Otra sería decirle esto está fantástico, léelo. Por otro lado, la lectura en voz alta es la mejor manera de enseñar a leer, porque en las inflexiones de la voz que pone el lector está el significado. Te das cuenta que alguien no entiende lo que está leyendo porque las inflexiones de la voz no corresponden, no hacen sentido, no ayudan a que el texto se abra sino que las palabras se están repitiendo pero fuera de tono, las pausas no son donde deben ser, la voz sube y baja sin sentido; entonces leer en voz alta es una prueba de comprensión también muy interesante.

La lectura en silencio permite que pueda haber treinta personas en un grupo, cada quien leyendo un libro distinto sin estorbarse unos con otros. La lectura en silencio, se circunscribe aparentemente al universo de la misma persona que lee el texto. Digo

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aparentemente porque, por ejemplo, existen muchos círculos de lectura donde la gente lee por su cuenta, lee en su casa la misma obra y se reúnen una vez a la semana, una vez a la quincena para discutirla, para platicarla, para tener esta parte de conversación que debía seguir a esta lectura, que muchas veces tenemos con amigos, con la radio. La conversación de los libros puede ir más allá y a veces la tenemos con gente que está muy lejos o que ya murió.

*Felipe Garrido: Nació en Guadalajara, Jalisco, el 10 de septiembre de 1942. Es narrador, traductor y editor. Estudió la licenciatura en letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha sido profesor en la UNAM; subdirector de las ediciones: SepSetentas; jefe de producción en las editoriales Nueva Imagen, 1977, y Utopía; gerente de producción en el Fondo de Cultura Económica. Además, fue director de Literatura en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), 1986-1989. Entre sus múltiples publicaciones destacan los libros de cuento: Con canto no aprendido, Tajín y los siete truenos, La urna y otras historias de amor, Cosas de familia, Garabatos en el agua y La musa y el garabato; el libro de ensayos: Tierra con memoria y otros ensayos. Ha traducido textos de diferentes especialidades y de literatura infantil y juvenil. Cuenta con una extensa obra creativa sobre las estrategias didácticas de la lectura y la escritura de ficción. Ha recibido, entre otros, los premios: Juan Pablos, Premio bianual que otorga la Organización Internacional para el Fomento del Libro Infantil (IBBY) para los libros de mayor calidad artística y literaria en el mundo y Premio Los Abriles. Publicaciones del autor:

CuentoCon canto no aprendido, FCE, 1978.La urna, Oasis, 1983.La urna y otras historias de amor, UV, 1984.Garabatos en el agua, Grijalbo, 1985.La musa y el garabato, U. de G. / FCE, 1992.Memoria de la palabra. Dos décadas de la narrativa mexicana (colectivo), UNAM / CONACULTA-INA, 1994.Salomé desvelándose o la seducción del cuento mexicano contemporáneo (colectivo), INBA, 1994.Historias de santos, Los Libros de la Sirena, 1995Tepalcates, El Ermitaño, Minimalia, 1995.Hambre de gol. Crónica y estampas de fútbol (colectivo), Cal y Arena, 1998.Voces de la comarca, El Ermitaño/ IMCT, Minimalia, 1999.Del llano, Los Libros de la Sirena, 1999.

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Page 12: Felipe Garrido. El Placer de La Lectura

EnsayoEscritura y alfabetización (en colaboración con Luis Fernando Lara), El Ermitaño, 1986.Cómo leer en voz alta. Una guía para contagiar la afición de leer, U. de G./ Xalli / Feria Internacional del Libro / CONACULTA-INBA, 1989.El Quijote para jóvenes. Guía para estudiantes y lectores curiosos, Gob. del Edo. de Guanajuato, 1991.Tierra con memoria y otros ensayos, U. de G., 1991.Enamorado de Sor Juana, Los Libros de la Sirena, 1996.El buen lector se hace no nace. Reflexiones sobre lectura y formación de lectores, Planeta, Ariel Practicum, 1999.La necesidad de entender, Norma, Catalejo, 2005.

Literatura para niños y jóvenesEscribir con imágenes. Antiguos nombres mexicanos para iluminar, El Ermitaño / SEP / CONAFE, Letra y Color, 1984.Escenas de la Conquista, El Ermitaño/ SEP / CONAFE, Letra y Color, 1984.El libro del Sol (en colaboración con Rafael López Castro), El Ermitaño / SEP/ CONAFE, Letra y Color, 1984.Imágenes que escriben, El Ermitaño / SEP/ CONAFE, Letra y Color, 1986.Cosas de familia. Galería de seres fantásticos, El Ermitaño / SEP/ CONAFE, Letra y Color, 1986.Tajín y los siete truenos, Promexa, 1982; Norma, Torre de Papel, 2005.Cómo fue que hubo tantos coyotes/k’uxi ba epalukti ok’iletike (edición bilingüe, español-tzotzil), FONCA, 1996.El coyote tonto, Alfaguara Infantil, 1996; edición aumentada, 2004.Racataplán, Ediciones SM, El Barco de Vapor, 1998.El Quijote para jóvenes, Instituto de Cultura de Guanajuato, 1991.Lección de piano, CIDCLI, 2003.Hola, papá, Nuevo México, 2004.

CrónicaViejo continente, SEP, 1973.Crónica de los prodigios. La naturaleza, Asociación Nacional de Libreros, 1990.Crónica de los prodigios. La huella del hombre, Asociación Nacional de Libreros, 1991.Crónica de los prodigios. Más allá de lo humano (trilogía publicada para El Día Nacional del Libro), Asociación Nacional de Libreros, 1992.Breve recuento de maravillas, Nuevas crónicas del siglo xvi, Nacional Financiera, 1994.

AntologíaSe acaba el siglo, se acaba..., CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 2000.Conocer el amor (compilador: Alejandro García), Secretaría de Cultura de Jalisco, 2003.

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