feijoo benito jeronimo - cartas eruditas y curiosas 1

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Benito Jerónimo Feijoo Cartas eruditas, y curiosas en que, por la mayor parte, se continúa el designio del Teatro Crítico Universal, impugnando, o reduciendo a dudosas, varias opiniones comunes. Escritas por el muy ilustre señor D. Fr. Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S. M. &c.

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Benito Jernimo Feijoo

Benito Jernimo Feijoo

Cartas eruditas, y curiosas

en que, por la mayor parte, se contina el designio

del Teatro Crtico Universal,

impugnando, o reduciendo a dudosas, varias opiniones comunes.

Escritas por el muy ilustre seor

D. Fr. Benito Jernimo Feijoo y Montenegro,

Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S. M. &c.Tomo primero [ 1742 ]IndiceDedicatoria a Juan Avello y Castilln

Aprobacin de Diego Mecolaeta

Aprobacin de Joseph de Valcarcel Dato

Aprobacin de Francisco Antonio Fernndez Vallejo

Tabla de las cartas de este I tomo

Prlogo

Carta 1 Respuesta a algunas Cuestiones sobre los cuatro Elementos

Carta 2 Respuesta a algunas Cuestiones sobre las cualidades Elementales

Carta 3 Sobre la portentosa porosidad de los cuerpos

Carta 4 Sobre el influjo de la Imaginacin materna, respecto del feto

Carta 5 En respuesta a una objecin hecha al Autor, sobre el tiempo del descubrimiento de las variaciones del Imn

Carta 6 Respuesta a la consulta sobre el Infante monstruoso de dos cabezas, dos cuellos, cuatro manos, cuya divisin por cada lado empezaba desde el codo, representando en todo el resto exterior, no ms que los miembros correspondientes a un individuo solo, que sali a luz en Medina-Sidonia el da 29 de Febrero del ao 1736. Y por considerarse arriesgado el parto, luego que sac un pie fuera del claustro materno, sin esperar ms, se le administr el Bautismo en aquel miembro

Carta 7 Sobre un Fsforo raro

Carta 8 Con ocasin de haber enterrado, por error, a un hombre vivo en la Villa de Pontevedra, Reino de Galicia, se dan algunas luces importantes para evitar en adelante tan funestos errores

Carta 9 De las Batallas Areas, y Lluvias sanguneas

Carta 10 Corrgese la errada explicacin de un Fenmeno, y se propone la verdadera

Carta 11 Sobre la resistencia de los Diamantes y Rubes al fuego

Carta 12 De los Demonios Incubos

Carta 13 A un Mdico, que envi al Autor un Tratado suyo, sobre las utilidades del Agua, bebida en notable copia, y contra los Purgantes

Carta 14 A un mdico, que envi al Autor un Escrito, en que impugnaba el de otro Mdico, sobre el excesivo uso del Agua en la Medicina

Carta 15 De los escritos mdicos del Padre Rodrguez

Carta 16 Del remedio de la Transfusin de la sangre

Carta 17 De la Medicina Transplantatoria

Carta 18 Que pesa ms una arroba de Metal, que una de Lana

Carta 19 Sobre el trnsito de las araas de un tejado a otro

Carta 20 De los remedios de la Memoria

Carta 21 Del arte de Memoria

Carta 22 Sobre la arte de Raimundo Lulio

Carta 23 En respuesta a una objecin musical

Carta 24 De la transportacin mgica del Obispo de Jan

Carta 25 Sobre la virtud curativa de Lamparones, atribuida a los Reyes de Francia

Carta 26 Sobre la sagrada Ampolla de Rems

Carta 27 De algunas providencias econmicas en orden a tabaco, y chocolate

Carta 28 Sobre la causa de los Templarios

Carta 29 Paralelo de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno

Carta 30 El motivo de la siguiente Carta fue escribir un caballero forastero a un Amigo suyo, residente en este Principado, solicitndoles a que inquiriese del Autor lo que saba, y senta en orden al Fenmeno que explica en su respuesta. Esta se dirige al Caballero residente en este Pas

Carta 31 Sobre la continuacin de Milagros en algunos Santuarios

Carta 32 Satisfaccin a algunos reparos propuestos por un Religioso de otra Orden, Amigo del Autor

Carta 33 Defiende el Autor el uso que hace de algunas voces, o peregrinas, o nuevas en el idioma Castellano

Carta 34 Defensa precautoria del Autor contra una temida calumnia

Carta 35 De la anticipada perfeccin de un Nio en la estatura, y facultades corpreas

Carta 36 Satisfaccin a un Gacetero

Carta 37 Sobre la fortuna del Juego

Carta 38 Del Astrlogo Juan Morin

Carta 39 A favor de los Ambidextros

Carta 40 Sobre la ignorancia de las causas de las enfermedades

Carta 41 Sobre los Duendes

Carta 42 Origen de la fbula en la Historia

Carta 43 Sobre la multitd de Milagros

Carta 44 Maravillas de la Msica, y cotejo de la antigua con la moderna

Carta 45 Del valor actual de las Indulgencias Plenarias

ndice alfabtico de las cosas ms notables

Tomo segundo [ 1745 ]

Dedicatoria a Francisco Mara Pico

Aprobacin de Joseph Prez

Carta de Enrique Flrez

Aprobacin de Juan de Santander y Zorrilla

Tabla de los Discursos contenidos en este segundo tomo

Dos advertencias previas, que pueden servir de Prlogo

Carta 1 Reforma de Abusos

Carta 2 Campana, y crucifijo de Lugo: con cuya ocasin se tocan algunos puntos de delicada Fsica

Carta 3 Dimensin Geomtrica de la Luz

Carta 4 Resulvese una objecin contra la Carta antecedente, y se ilustra ms su asunto

Carta 5 Autores envidiados, y envidiosos

Carta 6 La elocuencia es naturaleza, y no Arte

Carta 7 Dichos, y hechos graciosos de la Menagiana

Carta 8 Menagiana. Segunda parte

Carta 9 Experimentos del remedio de Sufocados, propuesto en el Tomo V del Teatro Crtico, Disc. VI. Y virtudes nuevas de la Piedra de la Serpiente

Carta 10 Causa del fro en los montes muy altos

Carta 11 Examen de milagros

Carta 12 Sobre la incombustibilidad del amianto

Carta 13 Sobre Raimundo Lulio

Carta 14 Origen de la costumbre de brindar

Carta 15 Si se va disminuyendo, o no sucesivamente la agua del mar

Carta 16 Causas del atraso que se padece en Espaa en orden a las Ciencias Naturales

Carta 17 Uso ms moderno de la arte Obstrtica

Carta 18 De la crtica

Carta 19 Sobre el nuevo arte del beneficio de la plata

Carta 20 Remedio preservativo de los vinos fcilmente corruptibles

Carta 21 Nuevas noticias en orden al caso fabuloso del Obispo de Jan

Carta 22 Sobre el embuste de la nia de Arellano, con cuya ocasin se tocan otros puntos

Carta 23 Sobre los Sistemas Filosficos

Carta 24 Satisfaccin a un reparo Histrico-Filosfico

Carta 25 Del judo errante

Carta 26 Si hay otros Mundos?

Carta 27 Sobre algunos puntos de Teologa Moral

Carta 28 Milagro de Nieva

Carta 29 Hecho, y derecho en la famosa cuestin de las Flores de S. Luis del Monte

ndice alfabtico de las cosas ms notables

Tomo tercero [ 1750 ]

Dedicatoria al Rey Don Fernando el Justo

Carta a D. Joseph de Carvajal y Lancaster

Aprobacin de Gregorio Moreiras

Dictamen de Diego Rodrguez de Rivas

Aprobacin de Toms de Querejazu y Mollinedo

Carta 1 Falibilidad de los Adagios

Carta 2 De la vana y perniciosa aplicacin a buscar Tesoros escondidos

Carta 3 Sobre el Rinoceronte, y Unicornio. Es respuesta a una annima

Carta 4 Sobre el Libro intitulado: El Acadmico antiguo contra el Escptico moderno

Carta 5 Respuesta a dos objeciones

Carta 6 Sobre una disertacin Mdica

Carta 7 Sobre la impugnacin de un Religioso Lusitano al Autor

Carta 8 Reconvenciones caritativas a los Profesores de la Ley de Moiss

Carta 9 Sobre un libro nuevo de Medicina

Carta 10 Sobre los nuevos exorcismos

Carta 11 Causa de la destreza en el juego de Naipes

Carta 12 Causa de Savonarola

Carta 13 Das aziagos

Carta 14 Sobre las traducciones de las Obras del Autor en otros Idiomas

Carta 15 Contra la pretendida multitud de Hechiceros

Carta 16 Sobre cierta lesin de la vista de un Caballero

Carta 17 Como trata el demonio a los suyos

Carta 18 Sobre una extraordinarsima Inedia

Carta 19 Paralelo de Luis XIV, Rey de Francia, y Pedro el Primero, Zar, o Emperador de la Rusia

Carta 20 Sobre el Sistema Copernicano

Carta 21 Del Sistema Magno

Carta 22 Sobre la grave importancia de abreviar las Causas Judiciales

Carta 23 Ereccin de hospicios en Espaa

Carta 24 Exterminio de ladrones

Carta 25 Ingrata habitacin la de la Corte

Carta 26 Respuesta al Rmo. P.M. Fr. Raimundo Pascual en asunto de la doctrina de Raimundo Lulio

Carta 27 Si es racional el afecto de compasin, respecto de los irracionales

Carta 28 Del descubrimiento de la circulacin de la Sangre, hecho por un Albeitar Espaol

Carta 29 Sobre el libro intitulado: Indice de la Filosofa Moral Cristiano-Poltica, que compuso el Rmo. P. Antonio Codorniu, de la Compaa de Jess

Carta 30 Reflexiones Filosficas, con ocasin de una criatura humana hallada poco ha en el vientre de una Cabra

Carta 31 Sobre el adelantamiento de las Ciencias, y Artes en Espaa. Y Apologa de los Escritos del Autor

Carta 32 Sobre la Espaa Sagrada del Rmo. P. M. Fr. Enrique Flrez

ndice alfabtico de las cosas ms notables

Tomo cuarto [ 1753 ]

Dedicatoria a Mara Brbara de Portugal

Aprobacin de Joseph Balboa

Aprobacin de Esteban de Terreros y Pando

Aprobacin de Joseph de Rada y Aguirre

Prlogo

Tabla de la Cartas de este cuarto tomo

Carta 1 El deleite de la Msica, acompaado de la virtud, hace en la tierra el noviciado del Cielo. A una Seora devota, y aficionada a la Msica

Carta 2 Contra los Intrpretes de la Divina Providencia

Carta 3 Pregunt un Caballero al Autor si hallaba algn arbitrio para que un Noble, provocado a desafo, por el motivo de evitar la ofensa de Dios, excusase de aceptarle, sin incurrir la nota de cobarde; y le responde en sta

Carta 4 De la Charlatanera mdica. Respuesta a un sujeto, que al Autor haba escrito, que cierto Italiano advenedizo haca algunas curas admirables en cierta Ciudad de Espaa

Carta 5 Causa de Ana Bolena

Carta 6 Descubrimiento de una nueva Facultad, o Potencia Sensitiva en el hombre a un Filsofo

Carta 7 Sobre la invencin del Arte, que ensea a hablar a los mudos

Carta 8 Despotismo, o dominio tirnico de la Imaginacin

Carta 9 Pidi un amigo al Autor su dictamen en orden a los Polvos Purgantes del Doctor Ailhaud, Mdico de Aix en la Provenza; y fue respondido en sta

Carta 10 Respondiendo a una consulta sobre el Proyecto de una Historia General de Ciencias, y Artes

Carta 11 Algunas advertencias Fsicas, y Mdicas, con ocasin de responder a una cuestin en materia de Medicina, propuesta por un Profesor de esta Facultad

Carta 12 Algunas advertencias a los Autores de Libros, y a los Impugnadores, o Censores de ellos

Carta 13 Responde el Autor a un Tertulio, que deseaba saber su dictamen en la cuestin de si en la prenda del Ingenio exceden unas Naciones a otras

Carta 14 Contra el abuso de acelerar ms que conviene los Entierros

Carta 15 De los Filsofos Materialistas

Carta 16 De los Francs-Masones

Carta 17 Que en varias cosas pertenecientes al rgimen para conservar, o recobrar la salud, es mejor gobernarse por el instinto, que por el discurso

Carta 18 Impgnase un temerario, que a la cuestin propuesta por la Academia de Dijn, con premio al que la resolviese con ms acierto, si la ciencia conduce, o se opone a la prctica de la virtud; en una Disertacin pretendi probar ser ms favorable a la virtud la ignorancia que la ciencia

Carta 19 Danse algunos documentos importantes a un Eclesistico

Carta 20 Reflexiones crticas sobre las dos Disertaciones, que en orden a Apariciones de Espritus, y los llamados Vampiros, dio a luz poco h el clebre Benedictino, y famoso Expositor de la Biblia D. Agustn Calmet

Carta 21 Progresos del Sistema Filosfico de Newton, en que es incluido el Astronmico de Coprnico

Carta 22 A cierto amigo que le reprehendi porque no daba a luz las muchas Cartas laudatorias, que supona haber recibido

Carta 23 Exortacin a un vicioso para la enmienda de la vida

Carta 24 Respuesta a la relacin de un raro Fenmeno gneo

Carta 25 Excsase el Autor de aplicarse a formar Sistema sobre la Electricidad; y por incidencia, por algunos particulares fenmenos Electricios, confirma su opinin sobre la Patria del Rayo, propuesta en el octavo Tomo del Teatro Crtico

Carta 26 Que no ven los ojos, sino el Alma; y se extiende esta mxima a las dems sensaciones

ndice alfabtico de las cosas ms notables

Tomo quinto [ 1760 ]

Dedicatoria al Rey D. Carlos III

Tabla de los Discursos y Cartas de este quinto Tomo

Vice-Prlogo o como Prlogo

Discurso 1 Persuasin al amor de Dios, fundada en un principio de la ms sublime Metafsica; y que es juntamente un altsimo Dogma Teolgico, revelado en la Sagrada Escritura

Discurso 2 El Todo, y la Nada. Esto es, el Criador, y la Criatura: Dios, y el Hombre. Discurso consiguiente a una parte de la materia del pasado; en el cual, representando al hombre su pequeez, se procura abatir su vanidad

Carta 1 Satisfcese a una objecin contra una Asercin, incluida en el Discurso pasado: con cuya ocasin se discurre sobre el influjo de los Astros

Carta 2 Establcese la Mxima Filosfica, de que en las substancias criadas hay medio entre el espritu, y la materia. Con que se extirpa desde los cimientos el impo dogma de los Filsofos Materialistas

Carta 3 Defensivo de la Fe preparado para los Espaoles viajantes, o residentes en Pases extraos

Carta 4 Cul debe ser la devocin del Pecador con Mara Santsima, para fundar en su amoroso patrocinio la esperanza de la eterna felicidad. Doctrina, que se debe entender a la devocin con otros cualesquiera Santos

Carta 5 Algunas advertencias sobre los Sermones de Misiones

Carta 6 El estudio no da entendimiento

Carta 7 Resolucin decisiva de las dos dificultades mayores, pertenecientes a la Fsica, que se propone en las Escuelas

Carta 8 Dase noticia, y recomindase la doctrina del famoso Mdico Espaol D. Francisco Solano de Luque

Carta 9 La advertencia sobrepuesta a la Carta antecedente manifiesta el motivo, y asunto de la siguiente

Carta 10 Dictamen del Autor sobre un Escrito, que se le consult, con la idea de un proyecto para aumentar la poblacin de Espaa, que se considera muy disminuida en estos tiempos

Carta 11 Sobre la Ciencia Mdica de los Chinos

Carta 12 Respndese a cierto reparo, que un Mdico docto propuso al Autor sobre la obligacin que, en una Carta Moral, en asunto del Terremoto, intim a todos los que ejercen la Medicina, de obedecer la Bula Supra Gregem Dominicum de S. Po V

Carta 13 Seales previas de Terremotos

Carta 14 Crtica de la Disertacin, en que un Filsofo extranjero design la causa de los Terremotos, recurriendo al mismo principio, en que anteriormente la haba constituido el Autor

Carta 15 Al asunto de haberse desterrado de la Provincia de Extremadura, y parte del territorio vecino, el profano rito del Toro llamado de S. Marcos

Carta 16 Descbrese cun ruinoso es el fundamento en que estriban los que interpretan malignamente las acciones ajenas, para juzgar que aciertan por la mayor parte

Carta 17 Con ocasin de explicar el Autor su conducta poltica en el estado de senectud, en orden al comercio exterior, presenta algunos avisos a los viejos, concernientes a la misma materia

Carta 18 Descubrimiento de un nuevo remedio para el recobro de los que, an estando vivos, o en los casos, en que se puede dudar si lo estn, tienen todas las apariencias de muertos

Carta 19 Reforma el Autor una cita, que hizo en el Tomo IV del Teatro Crtico; y despus tuvo motivo para dudar de su legalidad; con cuya ocasin entra en la disputa de cul sea el contenido esencial de la Poesa

Carta 20 Responde el Autor a una objecin, que se le hizo, contra la peregrina historia del Hombre de Lirganes, que refiere en el Tomo VI del Teatro Crtico, Disc. VIII, y cuya realidad autoriza ms en la Adicin a aquel Discurso en el Suplemento del Teatro

Carta 21 Sobre la mayor, o menor utilidad de la Medicina, segn su estado presente, y virtud curativa del Agua Elemental

Carta 22 Da el Autor la razn por qu habiendo impugnado muchos sus escritos, o alguna parte de ellos, respondi a unos, y no a otros

Carta 23 Disuade a un amigo suyo el Autor el estudio de la lengua Griega, y le persuade el de la Francesa

Carta 24 Reflexiones que sirven a explicar, y determinar con ms precisin el intento de la inmediata Carta antecedente

Carta 25 Al Sr. D. Joseph Daz de Guitian, residente en la Ciudad de Cdiz, sobre el Terremoto padecido el da primero de Noviembre de 1755

Carta 26 Al mismo Seor, sobre el propio asunto

Carta 27 Al mismo Seor, continuando la materia de las dos antecedentes Cartas

Carta 28 Al mismo Seor, explicando con ms extensin el expresado asunto del Terremoto

Carta 29 En respuesta de otra erudita, Histrica-Moral, que, sobre el mismo asunto de Terremotos, le escribi al Autor el Seor D. Joseph Rodrguez de Arellano, Cannigo de la Santa Iglesia de Toledo, &c.

Carta 30 Satisface el Autor a una supuesta equivocacin sobre los Sacrificios que hacan a los vasallos de los Incas del Per, ofreciendo al Sol vctimas humanas

ndice alfabtico de las cosas ms notables

Proyecto Filosofa en espaol

1997 www.filosofia.org

Cartas eruditas y curiosas / Tomo primero

Dedicatoria, que hizo el Autor al Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan Avello y Castilln, del Consejo de S.M. Obispo de Oviedo, Conde de Norea, &c.

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Illmo. Seor.

Son tantos, y tan poderosos los respetos que me conducen a consagrar a V.S.I. este primer Tomo de la nueva serie de Escritos, que destino a la pblica luz, que haciendo inevitable la obediencia a su impulso, no me permiten lisonjearme del acierto. Es necesidad lo que parece eleccin: por donde, en caso que a esta accin se pueda dar el nombre de obsequio, falta el mrito en el culto, porque obro voluntario, pero no libre. Tres afectos distintos conspiran unidos a darme el movimiento, con que voy a poner este [IV] Libro a los pies de V.S.I. La veneracin, la gratitud, y el amor: todos tres muy activos, porque todos tres son muy intensos. Sera muy difcil resistir la fuerza de uno solo; con que viene a ser como imposible frustrar el mpetu de todos tres.

Tampoco puedo, Ilustrsimo Seor, pretender que se acepte como mrito el motivo; porque en amar, y venerar a V.S.I. qu hago sino lo que hacen cuantos conocen a V.S.I.? Dije poco. Qu hago, sino lo que nadie puede dejar de hacer? El portentoso complejo de virtudes que resplandece en V.S.I. constituye una especie de Magnetismo mental, que arrastra todos los corazones. No es aqu Cualidad oculta la atractiva. Expuesta est al entendimiento, y al sentido la fuerza, que mueve los nimos a las adoraciones. Bastara para echar indisolubles prisiones a las almas esta nativa dulce elocuencia, que inspira cuanto quiere, y quiere inspirar siempre lo mejor. Con mucha ms razn se puede decir de V.S.I. lo que se dijo del Filsofo Demonax, que habitaba la persuasin en sus [V] labios. Los antiguos Galos tenan, segn Luciano, un concepto de Hrcules, muy diverso del que haban comunicado a otras Naciones los Griegos; porque crean, que las grandes hazaas de aquel Hroe no se haban debido a la valenta de su brazo, sino a la de su facundia. Todo el Herosmo de Hrcules, en la sentencia de los Sabios de aquella Nacin, consista en una discrecin consumadsima, con que mova a los hombres a la ejecucin de cuanto les dictaba; pero dictando siempre lo que ms convena. Haba, segn esta inteligencia, vencido Hrcules monstruos, desterrando con la correccin enormes vicios; haba sustentado, en lugar de Atlante, el Cielo, porque con su doctrina haba asegurado a la Deidad el culto; haba muerto Tiranos, porque haba reducido a los Poderosos a regir con justicia, y equidad los Pueblos. Correspondiente a este concepto era la Imagen con que le representaban. Pintbanle, derivando de la boca innumerables sutilsimas cadenillas de oro, con que prenda una gran multitud de hombres, que a su vista se [VI] figuraban, escuchndole absortos. Luciano, testigo de vista, lo refiere. Digno es V.S.I. de que los mejores pinceles en multiplicados lienzos comuniquen su efigie a los ojos, y veneraciones de la posteridad; lo que habiendo de ser la idea del diseo, debe por mi dictamen trasladarse del Hrcules de los Galos. De este modo corresponder al original. Ni con menos elegante smbolo se puede explicar aquel dulce imperio, que la adorada facundia de V.S.I. logra sobre todos aquellos, que tienen la dicha de gozarla. Las hazaas de V.S.I. son las mismas que las de Hrcules; develar monstruos, y tiranos en pasiones, y vicios. La ferocidad del Len Nemo, en los Iracundos; la vigilante codicia del Dragn que guardaba las manzanas de oro, en los Avaros; la mordacidad del Perro infernal, en los Murmuradores; la malignidad de las Serpientes, destinadas a satisfacer la clera de Juno en los Vengativos; la voracidad de las Aves Stinfalides, en los Gulosos; el torpe furor de los Centauros, en los Lascivos; la rapacidad de Caco, en los Usurpadores; la [VII] inhumanidad de Anto, en los poderosos que abusan de sus fuerzas, oprimiendo a los humildes; y finalmente, las siete cabezas de la Hidra, en los siete vicios capitales. Los instrumentos con que logra V.S.I. estos triunfos, son las cadenillas de oro, con que, prendiendo, y atrayendo los corazones, los desprende, y separa de sus delincuentes afectos.

Es el Teatro del Plpito, donde principalmente representa V.S.I. el personaje del Hrcules Glico. All se ve la multitud esttica, puesto en los ojos, y en los odos, cuanto tienen de sensitivas las almas, dejarse llevar dulcemente hacia donde quiere impelerla V.S.I. con el dorado raudal que fluye de sus labios. All es donde principalmente la voz, y la accin, animadas del celo, ejercen un dominio verdaderamente desptico sobre los nimos de los oyentes. Ni Demstenes en Atenas, ni Cicern en Roma, experimentaron tan dciles las almas, como V.S.I. en Oviedo. A su arbitrio se excitan los afectos en el concurso. Cuando quiere, y como quiere, ya esfuerza al cobarde, ya aterra al osado, [VIII] ya enciende al tibio, ya estimula al perezoso, ya enternece al duro, ya humilla al soberbio, ya confunde al obstinado. Mezcladas en las voces de V.S.I. la dulzura, y la valenta, se entran por las puertas de todos los corazones; donde las encuentran abiertas; y las rompen, donde las hallan cerradas. Con ms propiedad vienen a V.S.I. que a Calpurnio Pison los elogios, con que celebr Lucano a aquel famoso Orador.

Hominis affectum, possessaque pectora, ducis:

Victus, sponte sua sequitur quocumque vocasti.

Flet, si flere jubes; gaudet, gaudere coactus;

Et, te dante, capit quisquam, si non habet, iram.

Los versos, que se siguen, pintan tan al vivo toda aquella variedad de primores, que constituyen un Orador perfecto, y que V.S.I. posee en el grado ms excelso, que aun al riesgo de parecer prolijo, resuelvo no omitirlos.

Nam tu, sive libet pariter cum grandine nimbos,

Densaque vibrata iaculari fulmina lingua,

Seu iuvat adstrictas in nodum cogere voces,

Et dare subtili vivacia verba catenae:

Vim Laertiadae brevitatem vincis Atridae.

Dulcia seu mavis, liquidoque fluentia cursu.

Verba, nec incluso, sed aperto pingere flore. [IX]

Inclyta Nestorei cedit tibi gratia mellis

. . .

. . .

Qualis io superi, qualis nitor oris amoenis.

Vocibus! hinc solido fulgore micantia verba

Implevere locos: hinc exornata figuris

Advolat excusso velox sententia torno.

No slo brilla en el Plpito la singular elocuencia de V.S.I. en todas partes brilla, y siembre brilla. Si dentro del Templo da V.S.I. aliento al clarn del Evangelio; en las conversaciones privadas parece que suena en sus labios la Lira de Anfion. Todo en V.S.I. es elocuencia, porque todas sus excelsas prendas conspiran a mover, a persuadir, a arrastrar. Quin no se deja encantar de esa lengua, que exhala luces, pronunciando letras? De ese harmonioso estilo, en quien halla sublimidad el ms discreto, y claridad el ms rudo? De esas vivas expresiones, que, como en un espejo, presentan al alma los objetos? De esa propiedad de voces, que no slo declara, mas ilumina los asuntos? De ese dulce espejo, con que fluyen las clusulas, sucedindose unas a otras sin tropiezo, y [X] juntamente sin mpetu? De esa agradable modestia que habla tan eficazmente con los ojos, como la voz con los odos? De esa humanidad apacible, para todos igualmente retrica, cuando V.S.I. escucha, que cuando razona? De ese noble pudor, que, vertiendo en el semblante la belleza del espritu, hermosea el rostro, sin embarazar el labio? De esa penetrante sagacidad en descubrir, rompiendo por los laberintos de las dudas, las ms escondidas verdades? De ese alto magisterio en resolver las dificultades ms espinosas, tan distante de la ostentacin de doctrina, que comnmente franquea la enseanza, disfrazada con el velo de consulta? De esa incorruptible veracidad, tan bien regida por la circunspeccin, que nunca se queja la poltica de la franqueza? De esa popularidad benigna que hace ganar a la eminencia del puesto, mucho ms por la parte del cario, que lo que pierde por la del miedo? De esa nativa cortesana, con que granjea V.S.I. otra especie de respeto ms precioso, y ms sincero, que aquel que se tributa a la Autoridad? [XI] De esa benevolencia trascendente que se explica a muchos en la profusin de las manos, y a todos en el agrado de los ojos? De esa inclinacin a conceder todo lo gracioso, tal, que cuando la justicia impide la condescendencia, duele a V.S.I. no menos que al desairado la repulsa? De ese genio, en tanto grado pacfico, que, como el de David, lo fue algunas veces, aun con los mismos que aborrecen la paz? De esa ::: pero nunca acabar, si me empeo en especificar todas las Virtudes Intelectuales, Polticas, y Morales, que se admiran congregadas en la persona de V.S.I. y que son otras tantas cadenas de oro, con que aprisiona V.S.I. a cuantos le tratan, y conocen.

He dicho virtudes Intelectuales, Polticas y Morales, por dejar aparte las Teolgicas, y especialmente la Reina de stas, y de todas, que es la Caridad. Oh que campo tan vasto, y tan hermoso se abre al Panegrico! Oh que ejemplo tan respetable, y tan til para cuantos ejercen el mismo Sagrado Ministerio! Para este asunto, Ilustrsimo Seor, mas que para otro alguno, necesitaba yo de [XII] la elocuencia de V.S.I. Dos grandes Prelados del mismo nombre que V.S.I. parece le han comunicado, juntamente con el nombre, sus virtudes, o excelencias caractersticas; San Juan Crisstomo su Facundia; San Juan el Limosnero su Caridad; y toda aqulla es necesaria para elogiar sta como se debe.

Ha muchos aos que conozco a V.S.I. Prelado de esta Santa Iglesia: conocile mucho antes Lectoral de ella, y siempre le conoc pobre, por ser siempre tan amante de los pobres. La divisa con que Manuel Tesauro el Abad explic la liberalidad de nuestro Rey Felipe Tercero, creo que con ms propiedad se puede aplicar a V.S.I. que a aquel piadossimo Prncipe. Era una Fuente que derramaba por una espaciosa llanura, dividido en varios arroyuelos, todo su caudal, con este mote {Apud Picinel. lib. 2. n. 492.}, Nihil sibi. Nada para s. Nada para s tuvo jams V.S.I. Fluidos se hacan, y hacen el oro, la plata, y el cobre en las manos de V.S.I. luego que llegan a tocarlas. Fluidos se hacen los tres metales, porque los derrite al punto el fuego de la Caridad; y derretidos, fluyen de [XIII] las manos, como de dos fuentes, que nada guardan para s: Nihil sibi.

Providencia benignsima del Altsimo fue dar a V.S.I. por Prelado a este Pas en unos tiempos, y temporales tan calamitosos, como son para l los presentes. Bien era menester tanta misericordia para tanta miseria. Aquel Seor, que mortifica, y vivifica, ejerciendo alternadamente la justicia, y la piedad, teniendo dispuesto afligir a este Principado con las calamidades que hoy padece, le previno tambin todo el alivio posible, dndole un Prelado tan compasivo, y limosnero. Oportunamente aplic alguno al influjo del Cielo en la eleccin de V.S.I. aquello de David: Desiderium pauperum exaudivit Dominus. Y no con menor propiedad el mismo, viendo retardar la venida de V.S.I. por un estorbo no esperado, explic los ansiosos gemidos de todo el Pas contra la demora, con aquellos amantes suspiros de la Iglesia al Espritu Consolador: Veni Pater pauperum, veni Datos munerum.

Correspondi V.S.I. a la expectacin, y [XIV] aun acaso excedi al deseo; pues quiz nadie querra que V.S.I. se estrechase tanto en su persona, por socorrer la necesidad pblica. He notado, que aun en el severo, y ardiente celo de San Bernardo, no cupo el deseo de que los Obispos extendiesen su caridad hacia los pobres, hasta empobrecerse a s mismos. As escribe a uno, gratulndole sobre la fama que tena de limosnero {Epistol. 100.}: Hoc plane decet Episcopum, hoc Sacerdotium vestrum commendat, ornat coronam nobilitat dignitatem; si quem ministerium prohibet esse pauperum, administratio probet pauperum amatorem. Ah, Seor! No puedo sin admiracin contemplar, que la bizarra piedad de V.S.I. haya pasado de aquellos trminos, en que un San Bernardo quiso limitar la Caridad Episcopal. Pareci a este gran Doctor, y gran Santo, que no poda, o no deba el amor de los pobres en un Obispo llegar al extremo de trasladar a su misma persona la indigencia: Si quem ministerium prohibet esse pauperem, administratio probet pauperum amatorem. Pero hasta este extremo condujo a V.S.I. el amor [XV] de los pobres. Quin ignora, y quin no admira la estrecha frugalidad de la mesa, la moderacin de la familia, la desnudez, y aun desabrigo de la casa?

Parece que V.S.I. ms que otros Prelados, pudiera dar algo a la ostentacin, y magnificencia, pues al fin, no es slo Obispo, mas tambin Conde; y esta dignidad secular tiene sus fueros aparte. Mas en ese Palacio, ni se halla el esplendor que exige la prerrogativa de Conde, ni aun el que permite la de Obispo. Lo que halla el que entra en l es, en la puerta, y escalera, muchos pobres: y pasando ms adentro, mucha pobreza. Religiosos hay, que sin faltar a la austeridad de su Instituto, tienen ms adornada su Celda, que V.S.I. el cuarto que habita. Es muy particular la delicadeza de V.S.I. en esta materia. Para confusin ma lo publico. Ha cinco aos que hice construir en mi Celda una chimenea con algunas circunstancias (poco costosas a la verdad) de nueva invencin, para la oportuna distribucin del calor en varios sitios. Propsole a V.S.I. hacer en su cuarto otra semejante. Estaba ya [XVI] inclinado a ello; pero luego, haciendo reflexin, que faltara a los pobres lo que consumiese en la fbrica, renunciando en obsequio suyo aquella comodidad, mud de nimo.

Mas al fin esta es una conveniencia no absolutamente necesaria. Otra, que parece inexcusable, sacrific V.S.I. a la pblica indigencia. Hablo del uso del coche. Cualquiera que sabe lo que es este cielo, y este suelo, conocer, que un Obispo que renuncia el coche, se condena a tener la casa por crcel la mitad del ao. En efecto, en este estado vemos a V.S.I.; de modo, que no contento con reducirse por los pobres a pobre, se ha reducido a pobre encarcelado.

As se cie V.S.I. para derramar todo su caudal en este msero Pas. Todo su caudal dije, y aun dicindolo todo, dije poco. Pues hay ms que decir? S. La expresin de todo el caudal, significa slo el existente; y V.S.I. viendo que las necesidades aprietan, aun mas en este ao, que en los pasados, empieza a consumir, juntamente con el existente, el futuro; empeando para este efecto las rentas del ao venidero; [XVII] de modo, que a aquel esperado recibo, siendo para V.S.I. futuro, le da una anticipada existencia para los pobres.

Vuelvo a decir, que fue benignsima providencia del Cielo darnos a V.S.I. por Prelado en tales tiempos. Qu fuera de este msero Pas, a faltarle lo que V.S.I. expende por su mano, y lo que hace expender por otras el eficaz influjo de su voz, y de su ejemplo? Las miserias de esta tierra no pueden explicarse con otras voces, que aqullas con que lament Jeremas las de Palestina, al tiempo de la captividad Babilnica. Qu se ve en toda esta Provincia, sino gente, que con lgrimas, y gemidos busca pan para su sustento? Omnis populus eius gemens, & quaerens panem. Qu se ven por estas calles de Oviedo, sino denegridos, y ridos esqueletos, que slo en los suspiros, con que explican su necesidad, dan seas de vivientes? Denigrata est super carbones facies eorum, & non sunt cogniti in plateis; adhaesit cutis eorum ossibus, aruit, & facta est quasi lignum.

Pero, Misericordiae Domini, quia non [XVIII] sumus consumpti; quia non defecerunt miserationes eius. El Cielo que decret el dao, dispuso por otra parte el consuelo. Poco ha temamos ver desierto este Pas; porque ya muchos de sus habitadores se iban a buscar la conservacin de la vida en otros, por medio de la mendiguez. Pero, aunque en parte todava est pendiente la amenaza, a los extraordinarios esfuerzos, y vivas persuasiones de V.S.I. debemos la bien fundada esperanza, de que el azote no corresponda al amago.

Oh cuanto aliento nos da la seguridad que tenemos, de que V.S.I. no nos ha de desamparar! Porque no ignorando nadie cuan profundamente estampada est en el corazn de V.S.I. aqulla mxima de San Pablo, Unius uxoris virum; y que su noble alma mira con tanto desdn los alhagos de la ambicin, como los atractivos de la avaricia; es para todos ilacin infalible, que ni el ofrecimiento de las Supremas Dignidades Eclesisticas de Espaa ser poderoso para arrancarle de los brazos de su querida Esposa. Siempre la am tiernamente V.S.I. y lo que es muy particular, cuanto [XIX] ms pobre la ve, y ms ajada de la miseria, tanto la ama con ms ternura. Lo que en otros entibiara el cario, le enciende en V.S.I. Pero qu mucho? Siempre los pobres fueron sus amores. Casi podemos mirar, como dicha de la Provincia, la desolacin que la aflige; porque en su mismo miserable estado tiene la prenda ms segura, de que V.S.I. no la abandone.

O rara avis in terris, exclam mi Padre S. Bernardo {Ep. 372 ad Episc. Palentin.}, celebrando en un Obispo Espaol, a quien escriba, cierta especie de virtud, que en muy pocos Prelados se halla. No s si con mayor motivo puedo hacer aqu la misma exclamacin, O rara avis in terris! Oh ave singular, cuyas alas se remontan, aun sobre aquellos afectos terrenos, de que rarsima vez se desprenden los ms justos! Oh ave singular, cuyos vuelos no solicitan otro ascenso, que el de la tierra al Cielo! Oh ave singular, a quien abrasa el fuego de la caridad, como Fnix, y eleva la valenta del espritu como guila!

La grandeza del asunto me iba arrebatando hacia el entusiasmo. Recbrome ya de [XX] aquel mpetu, recbrome tambin del impulso, que me daban mi admiracin, y mi afecto, para extenderme ms en el Panegrico de V.S.I.

Concluir, pues, diciendo, que V.S.I. con los extraordinarios esfuerzos de su cristiana conmiseracin hacia este congojado Pas, se ha hecho legtimo acreedor a aquel ttulo, que lisonje la soberana de Augusto ms que la celebridad de sus grandes victorias; esto es, el de Padre de la Patria. Hijo de esta Provincia hizo a V.S.I. su noble nacimiento; y Padre de ella su profusa piedad. Los Romanos honraban al que con su valor haba conservado la vida de algn Ciudadano con la Corona, que por esto llamaban Cvica. El que recibi ms veces esta Corona fue Siccio Dentato, llamado por su extraordinaria fortaleza el Aquiles de Roma {Plin. lib. 16. c. 4.}. Catorce veces le coronaron con ella, porque en diferentes lances conserv la vida de catorce Compatriotas. Millares de veces se debe imponer sobre las sienes de V.S.I. la Corona Cvica, por haber conservado, y estar conservando la vida a [XXI] millares de Paisanos suyos con sus limosnas. No olvidar en la ms remota posteridad este gran beneficio que debe a V.S.I. su Patria. Y por mi dictamen, no slo debe conservarse en la memoria de los hombres, mas tambin imprimirse en el Mrmol, que algn da (Oh, retrdele un siglo entero la Divina Clemencia!) cubra las venerables cenizas de V.S.I. poniendo despus del HIC JACET, y el nombre; aquellas palabras, con que el Eclesistico {Eccles. c. 50.} celebr al famoso Pontfice Simon, hijo de Onas: SACERDOS MAGNUS :: QUI CURAVIT GENTEM SUAM; ET LIBERAVIT EAM A PERDITIONE. Nuestro Seor guarde a V.S.I. muchos aos. San Vicente de Oviedo, y Mayo 1 de 1742.

Illmo Seor.

B.L.M. de V.S.Illma. Su mas rendido Siervo, y Capelln

Fr. Benito Feijoo

Aprobacin del M.R.M. Fr. Diego Mecolaeta, Predicador General de la Religin de San Benito, Abad que ha sido del Real Monasterio de San Milln de la Cogulla, y actualmente Definidor Mayor de dicha Religin, &c.

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A no ser tan fuerte el precepto de nuestro Rmo. P. Mro. Fr. Anselmo Mario, General de nuestra Congregacin, que quita enteramente la libertad, estrechndola a la precisin de obedecer, no tuviera yo valor para censurar, y dar el dictamen que se me manda sobre el Tomo I de Cartas Eruditas, y Curiosas, que el Rmo. P. Mro. Feijoo quiere dar al pblico, para complemento, o suplemento de su aplaudido, y siempre plausible Teatro; pues no hay Pas preciado de culto, en que su nombre no tenga afianzado con debidos elogios su respeto: en vista de lo cual, que es pblico, y notorio, ceir mi Censura a las breves clusulas, aunque en asunto muy distinto, de Plinio lib. I, Epist. 5.) diciendo a nuestro Rmo. P. General: Quaeris, quid sentiam; At ego, ne interrogare fas puto, de quo prenunciatum est. Excusada juzgo la diligencia de censurar las obras de un Escritor, que tiene acreditado su nombre con la pblica aprobacin universal: pues con slo ver en los Libros el nombre del Rmo. Feijoo, se da todo por bueno, por erudito, por selecto, por catlico.

Las pblicas debidas aclamaciones que han merecido las Obras del Rmo. Feijoo a todo el Orbe literario, excusan la Censura de cualquiera Libro suyo, porque todos tienen vinculado el acierto; y el que se remite a la ma, ms debe ser empleo de mi veneracin, que asunto sobre que diga mi sentir; pero ya lo he dicho, cuando dije que [XXIII] todas sus Obras han merecido al pblico, no slo la aprobacin, sino el aplauso. Dganlo tantas, tan copiosas, y tan repetidas Ediciones, como fatigan en esta Corte las Prensas: Publquenlo las versiones en extraos idiomas. En Francia, y en Inglaterra se lee el Teatro Crtico vertido en sus idiomas, como en Espaa. Un curioso, o codicioso Napolitano desea enriquecer su Pas con este tesoro, he visto Carta suya, en que dice, tiene ya traducidos los cinco primeros Tomos en su lengua: Lo mismo ejecuta otro en Venecia, y lo mismo harn otros Eruditos de Italia. Todas estas versiones dan claro testimonio del ansia, y de la loable codicia con que se busca el Teatro: todas demuestran la saludable hidropesa que ha causado en el mundo; pues teniendo a los labios el vernegal, veo a todos los Lectores con ms insaciable sed.

Quo plus sunt potae, plus sitiuntur aquae.

No se ha visto en este, ni en otros Reinos Obra tan sublime, y tan ingeniosa, como nuestro Autor demuestra en la Carta 34.; por lo que puedo congratularle con el elogio que se dio a la grande Obra del Trono de Salomn, 3. Reg. 10. 20. Non est factum tale opus in universis Regnis; pues aunque en todos los de Europa florecen, ms que nunca, las Letras: en la eleccin de noticias, en la diestra disposicin de colocarlas, en la inimitable suavidad de persuadirlas, no se ha visto Obra en el mundo que se pueda comparar con el Teatro. Y aunque sali de mano de su Autor tan perfecto, tan magnfico, tan primoroso; mira esta Obra de Cartas Eruditas, y Curiosas mi respeto como vistoso remate del Teatro, que sobre las basas, pilastras, columnas, corredores, y dems piezas de aquel admirable promontorio que despert los aplausos en el mundo, debe colocarse como airoso trasunto de la [XXIV] fama, encargando al silencio todo el desempeo de su Trompa.

Hasta aqu he dicho algo de lo mucho que merece el Rmo. Feijoo por su insigne Obra, y por su inmensurable Literatura; pero atendiendo a lo que se me ordena, digo sinceramente, que he ledo el primer Tomo de Cartas Eruditas, y Curiosas con la debida atencin, y que no he notado en l clusula alguna que impida que se de a la estampa, si su Rma. fuere servido conceder su licencia; y que as lo siento, en este Real Monasterio de Monserrate de Madrid a 1 de Febrero de 1742.

Fr. Diego Mecolaeta

Aprobacin del Doctor D. Joseph de Valcarcel Dato, Cannigo Doctoral de la Santa Iglesia Catedral de Orihuela

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He visto, y examinado un Libro, intitulado: Cartas Eruditas, y Curiosas, Tomo primero, su Autor el Rmo. P.M. Fr. Benito Jernimo Feijoo, Benedictino, que para su aprobacin me remite el seor Licenciado D. Pedro Clemente de Arstegui, Cannigo Dignidad de la Santa Iglesia Primada de Toledo, y Vicario de esta Villa de Madrid. Dije, que este Libro se me remita para su aprobacin, y no me desdigo; porque no pueden remitirse a otro fin los Libros que produce la erudita pluma del P.M. Feijoo: y si entre los axiomas ms admitidos, y de eterna verdad hubiese uno que dijese: Tanto escrito, tanto aprobado, se le hara este sabio Escritor propio, y privativo, para su particular gloria, y comn de nuestra Nacin.

El caso es, que ha tenido el P.M. tanto, a tantos que le aprueben, que los que hemos sido de los ltimos en este apreciable empleo, no sabemos cmo desempearle, porque no encontramos elogio, que no est dicho, aplauso, que no est ofrecido, ni aclamacin, que no est aplicada. Es esta hoy una de las materias que se hallan apuradas, y tan cabalmente, que el que de nuevo quiera tocarla, o ha de pasar por el sonrojo de repetir, o por el grave empeo de inventar. Lo segundo, sobre dificultoso para todos, es imposible para m; habrme, pues, de atener a lo primero, y srvame de pretexto el que hay ocasiones, en que el rubor se mira como virtud.

Confesar antes, (para dar cuantas seas de ingenuidad me sea posible) que siempre conden, como abuso intolerable, el que con tanta frecuencia cometen hoy nuestros Aprobantes, ponindose muy de propsito a tejer un [XXVI] cuidadoso Panegrico de los Autores, y Obras, que se confan a su censura. Este culpable trueque de incumbencias mortifica vivamente a los juiciosos; porque conocen, que la de Aprobante est ceida a pocas palabras; y que una prolija extensin en esta materia, como las mas veces injusta, no puede menos de ser fastidiosa, y en todo caso intempestiva. El prurito de aprovechar la ocasin de escribir algo, se halla tambin muy descubierto en este gnero de composiciones; y este es otro no inferior motivo de que se miren con tedio, u acaso con desprecio. Mas si a esta regla general, como tal, se le hubiese de buscar su excepcin, ninguna, a mi parecer, ms legtima que los Escritos del P.M. Feijoo. Las plumas vulgares, y groseras (que casi son las nicas que giran por la Atmsfera Espaola) estn en buen hora sujetas a los lugares comunes, pues slo para ellas se hicieron; pero nunca debern entenderse con la que es tan singular, y exquisita. Y sin duda es fuerte tentacin el ver un Libro admirable entre tantos perversos, y poderse contener, sin aplicarle siquiera una parte de los infinitos elogios que merece.

De esta misma laya es el presente Libro. Parto de uno de los ms bellos, y universales entendimientos que hoy se conocen, supo unir en s cuantas circunstancias requiere la ms escrupulosa exactitud literaria. Maa es esta antigua en este sabio Escritor; y desde el punto que se puso a profesar pblicamente tan delicada vocacin, se llev entera la admiracin de la mayor, y ms sana parte de los eruditos, as propios, como extraos. Con la repeticin de sus nobles producciones creci sucesivamente este general concepto; no porque se aumentase el fondo de una doctrina que empez por lo sumo, sino por la mayor extensin, y nuevos filetes, con que se puli.

Es consiguiente a tan particular felicidad, que el ltimo [XXVII] Escrito en el orden, sea primero en la perfeccin. Por eso dira yo, sin mucho examen, que es este el mejor Libro que ha compuesto el P.M. Feijoo. A lo menos a m as me lo parece, porque no hallo en todo l cosa que echar a mal. Lo que nicamente encuentro es, una admirable destreza en saber enlazar muchas partes inconexas, y distintas, para que formen un todo prodigioso mucha amenidad, solidez, y variedad; mucha utilidad, muy exquisitas noticias, y mucha urbanidad, segn los Latinos, que es, segn los Castellanos, un estilo puro, enrgico, y bello. Un Libro escrito con tan primosoros adminculos, merece colocarse en la Biblioteca de Apolo, y que de all concurran a venerarle los ms favorecidos alumnos de esta Deidad.

Pero lo que yo no sabr bastantemente encarecer, es, el utilsimo pensamiento del P.M. en proseguir, producindonos (con ms abundancia en este Libro) una selecta copia de especies, tomadas de la ms curiosa Fsica. Esta importante parte de la buena erudicin la miran nuestros Nacionales con un poco de ceo, u por mejor decir, jams la han mirado con bastante cario. Hecho, sin duda, cargo el Rmo. de esta fatal aversin, se empea heroicamente en exterminarla; y para conseguirlo, usa de aquella confeccin, que le es tan propia, mezclando la suavidad, concisin, y perspicuidad, por si la aridez, extensin, y obscuridad, en que muchas veces incurren los Profesores de esta Facultad, pudieran ser origen de aquel despego. Con esto nos domestica para tan provechoso estudio; y como otro Orfeo, nos reduce con su dulzura a una acorde unin, para establecernos en la gran Repblica de la Naturaleza.

El mtodo de que el P.M. se vale para vehculo de esta, y otras muchas utilidades que incluye su Libro, tambin merece su peculiar aplauso, porque tiene su peculiar mrito. Aunque comn entre los Extranjeros, es nuevo, [XXVIII] o muy raro para nosotros; bien que basta para su calificacin el verle admitido, y usado por el P.M. que tanto conocimiento tiene de lo mejor en cada lnea. Por eso no se le escondi el provecho, y beneficios, que son efecto de ese arbitrio, o invento de Cartas, al que desde su antiqusima introduccin (y hoy ms que nunca) se le ha considerado como el ms a propsito, para hacer pblica una erudicin extendida, y diversificada. Es en mi entender como una materia primera, absolutamente dispuesta para toda forma literaria, y que con igualdad se ajusta a toda clase de asuntos, y aun de estilos, ofreciendo una admirable docilidad para el modo de tratarse; lo que apenas se encuentra en otro gnero de proyectos. Aprovecha, o por decirlo mejor, apura nuestro Autor todas estas ventajas con la felicidad que suele; y consigue mostrarse admirable en el nuevo rumbo que ha tomado, para darnos a entender, que cualquiera es el suyo, y apropiarse lo que Vertumno dijo de s, hablando de la proporcin que gozaba, para transformarse en todas figuras:

In quocumque voles, verte, decorus ero.

He dicho, y ms de lo que pensaba: Pero quin podr contenerse en una materia tan abundante, y en que estn conformes la opinin universal, y la propia satisfaccin? Ceso, pues, con solo aadir (para cumplir con la obligacin, y comisin, que se me ha confiado) que en este Libro no hay cosa alguna, que por opuesta a nuestra Catlica Religin, y santas costumbres, impida su impresin; y que se le debe conceder al Rmo. Feijoo la licencia, que para ella solicita, sin que en esto crea se le haga gracia alguna, porque lo contemplo de rigurosa justicia. Este es mi dictamen, salvo, &c. Madrid, y Marzo 8 de 1742.

Doctor D. Joseph Valcarcel Dato

Aprobacin del Doctor, y Maestro D. Francisco Antonio Fernndez Vallejo, Colegial Real de Oposicin en el de San Ildefonso de Mxico

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M.P.S.

De orden de V.A. he ledo el Tomo primero de Cartas Eruditas, y Curiosas del Rmo. P.M. Fr. Benito Jernimo Feijoo, Maestro General de la Religin de San Benito, Catedrtico de Prima de Teologa Jubilado de la Universidad de Oviedo, &c. Y a la verdad, aunque esta nueva Obra no trajese a la frente estampado el nombre de tan acreditado Autor, presto lo manifestara el singularsimo carcter de su estilo: Loquela sua manifestum faceret; pues aqulla facilidad, y maravillosa concisin en explicarse en las ms intrincadas materias: aquella tan dulce fuerza en persuadir los asuntos ms arduos: aquella harmoniosa trabazn de perodos, con aquella no s qu gracia, que embelesa en estas Cartas, no podan ser de otro, que del R.P.M. Feijoo: Non enim in alium cadit tam absolutum opus, como dijo Protgenes de la lnea tirada por Apeles.

Con esto he insinuado desde luego la excelencia de esta Obra, parto tan legtimo de tal Autor; y que, por consiguiente, muy lejos de poder dar materia a mi Censura, aun me cierra el paso por su grandeza para su elogio. Cualquiera cosa que quiera decir en su alabanza, queda tan inferior a vista de su mrito, que en vez de parecer elogio, pudiera, por su cortedad, segn Plinio, sonar a injuria: Si diminute laudaveris, detraxisti. As es preciso tenga mi admiracin la mayor parte en sus aplausos. [XXX]

Entre lo mucho que hay que admirar en esta Obra, se ofrece luego aquella vastsima erudicin en todo gnero de materias. Sobre todas escribe el Sapientsimo Autor con tanto magisterio, como si cada una hubiera sido la nica tarea de su perspicacsimo ingenio; sin que se escapen a sus linces ojos aun las ms leves cosas econmicas, sobre que nos propone muy curiosas observaciones. Mas pasar la admiracin a ser asombro, si se advierte, que el P. Mro. escribe estas eruditsimas Cartas, despus de haber vertido en los nueve Tomos de su Teatro Crtico la inmensa copia de exquisitas, y curiosas noticias, que con tanta razn le han granjeado el nombre de Universal Biblioteca, en el sentir de muchos Sabios.

Creyeron algunos, al ver en el primero, y segundo Tomo del Teatro, en tan alto punto la abundante, y selecta erudicin del Autor, que decayendo poco a poco, vendra por ltimo a agotarse en la formacin del tercero, o cuando ms, del cuarto; pero los ha desengaado ya la experiencia: pues sin que se haya advertido decadencia, tuvo el P. Mro. sobrado material para el nono; y aun le qued para estos nuevos Tomos de Cartas; y es, que el ingenio del P. Mro. no es de aquellos comunes, por donde, como por canal, pasa la erudicin, sino capacsima concha, que quedando siempre llena, la derrama. Eruditos de este gnero son muy raros; y tanto, que entre muchos millares, apenas se halla uno de aquel carcter.

At vix invenias multis e millibus unum

Qui conchae similem se prius esse ferat.

Ni es menos admirable aquella clara, y natural concisin, con que se explica en estas Cartas, y que tan necesaria juzg Horacio, principalmente cuando se escribe para enseanza pblica: Quidquid praecipies, esto brevis. [XXXI] No ha menester el P. Mro. muchas voces para explicar con energa sus conceptos: a muy pocas sabe dar tal viveza, que el alma, (dgolo as) que en otra pluma necesitara de un cuerpo gigante, en la de su Rma. se acomoda muy bien a un pigmeo.

Llam Manilio en su Astronoma felices de nacimiento aquellos Escribientes, que en muy pocas letras compendiaban las palabras:

At quibus Erigone duxit nascentibus, &c.

Hic, & scriptor erit velox, cui littera verbum.

Pero ya creo, que con mayor razn se entendera en este lugar el sabio Autor de estas Cartas, que abrevindolas, en tan pocas, y tan bien cortadas clusulas, puede decirse, que en una palabra nos da una letra, pues que as tambin se llama la Carta; mayormente cuando se ve, que enemigo siempre de la prolijidad en explicarse, ha tenido por ms acertado el uso de algunas voces simples, y cortas, aunque nuevas en el idioma, en vez de otras que explicaban, como por rodeos, las cosas, que es la otra circunstancia que aade Manilio.

Excipiens longas nova per compendia voces.

Este excelentsimo modo de escribir es el que ha hecho famosa en todo el mundo la pluma del Rmo. P.M. obligando a hombres muy eruditos de todas partes a solicitarle en Cartas por amigo, o por decir mejor, a buscarle en sus dudas, como Oraculo. Por todas partes se oye, en repetidos aplausos, su nombre; de suerte, que puede con verdad afirmar de s lo que deca Ovidio en una de sus Epstolas, glorindose de que se oa su nombre en todo el mundo:

Iam canitur toto nomen in Orbe meum [XXXII]

Pero con esta diferencia, que el Poeta lo deca en tiempo, que slo era conocido un mundo; y as, uno slo vena a ser el Teatro de sus glorias. Mas el Rmo. P. Feijoo, para cuyos aplausos (hablando sin lisonja) unus non sufficit Orbis, logr aun mucho mayor extensin; pues como es sabido, ocupa dos mundos con su fama.

Por todo esto juzgo, que la presente Obra, en que no he hallado cosa alguna contra la Fe, ni contra las buenas costumbres, es dignsima de la luz pblica. As lo siente, salvo meliori, &c. Madrid, y Abril 28 de 1742,

Doct. D. Francisco Antonio Fernndez Vallejo

I. Respuesta a algunas cuestiones sobre los cuatro Elementos. 1

II. Respuesta a algunas cuestiones sobre las cualidades elementales. 26

III. Sobre la portentosa porosidad de los cuerpos. 49

IV. Sobre el influjo de la imaginacin materna, respecto del feto. 56

V. Respndese a una objecin hecha al Autor sobre el tiempo del descubrimiento de las variaciones del Imn. 71

VI. Respuesta a una Consulta sobre un monstruoso Infante Bicipite de Medina-Sidonia, &c. 78

VII. Sobre un Fsforo raro. 100

VIII. Sobre evitar los funestos errores de enterrar a los hombres antes de tiempo. 104.

IX. De las Batallas areas, y Lluvias sanguneas. 112

X. Corrgese la errada explicacin de un Fenmeno, (sobre la Nieve) y se propone la verdadera. 123

XI. Sobre la resistencia de los Diamantes, y Rubes al fuego. 129

XII. De los Demonios Incubos. 134

XIII. A un Mdico que envi al Autor un Tratado suyo sobre las utilidades de la Agua, bebida en notable copia, y contra los Purgantes. 137

XIV. A otro Mdico que envi al Autor un Escrito suyo, en que impugna el Tratado del [XXXIV] Mdico antecedente. 141

XV. De los Escritos Mdicos del Padre Rodrguez, Cisterciense. 144

XVI. Del remedio de la transfusin de la Sangre. 149

XVII. Sobre la Medicina transplantatoria. 154

XVIII. Que pesa ms una arroba de Metal, que una de Lana. 162

XIX. Sobre el trnsito de las Araas de un tejado a otro. 165

XX. De los remedios de la Memoria. 166

XXI. Del Arte de Memoria. 171

Idea del Arte de Memoria. 180

XXII. Sobre el Arte de Raimundo Lulio. 190

XXIII. En respuesta a una objecin Musical. 193

XXIV. De la transportacin mgica del Obispo de Jan. 195

XXV. Sobre la virtud curativa de Lamparones, atribuida a los Reyes de Francia. 198

XXVI. Sobre la Sagrada Ampolla de Rems. 206

XXVII. De algunas providencias econmicas en orden a Tabaco, y Chocolate, 213

XXVIII. Sobre la Causa de los Templarios. 218

XXIX. Paralelo de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno. 229

XXX. Sobre un Fenmeno raro de huevos de Insectos, que parecen flores. 246

XXXI. Sobre la continuacin de Milagros en algunos Santuarios. 253

XXXII. Satisfaccin a algunos reparos propuestos contra el Discurso de los Chistes de N. 261

XXXIII. Defindese la introduccin de algunas voces peregrinas, o nuevas en el idioma Castellano. 265 [XXXIV]

XXXIV. Defensa precautoria contra una temida calumnia. 273

XXXV. De la anticipada perfeccin de un Nio en la estatura, y facultades corpreas. 280

XXXVI. Satisfaccin a un Gacetero. 284

XXXVII. Sobre la fortuna del Juego. 288

XXXVIII. Del Astrlogo Juan Morin. 293

XXXIX. A favor de los Ambidextros. 300

XL. Sobre la ignorancia de las causas de las enfermedades. 304

XLI. Sobre los Duendes. 309

XLII. Origen de la fbula en la Historia. 319

XLIII. Sobre la multitd de Milagros. 329

XLIV. Maravillas de la Msica, y cotejo de la antigua con la moderna. 335

XLV. Del valor actual de las Indulgencias Plenarias. 343

Prlogo

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Presntote, Lector mo, nuevo Escrito, y con nuevo nombre; pero sin variar el gnero, ni el designio, pues todo es Crtica, todo Instruccin en varias materias, con muchos desengaos de opiniones vulgares, o errores comunes. Si te agradaron mis antecedentes producciones, no puede desagradarte esta, que es en todo semejante a aquellas, sin otra discrepancia, que ser en esta mayor la variedad; y no pienso tengas por defecto lo que sobre extender a ms dilatada esfera de objetos la enseanza, te aleja ms del riesgo del fastidio. VALE.

Carta Primera

Respuesta a algunas Cuestiones sobre los cuatro Elementos

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. I

1. Muy Seor mo: Aunque el deseo, y obligacin que tengo de servir a Vmd. con la mayor puntualidad, no me permiten dilatar mucho el cumplimiento de sus preceptos; habindome Vmd. escrito, que por no tener necesidad de respuesta pronta, y por no estorbarme otras ocupaciones ms importantes, dejaba a mi arbitrio suspender todo el tiempo que quisiese la satisfaccin a las dudas, o Cuestiones que Vmd. se sirvi de proponerme sobre los cuatro vulgares Elementos: me val de esta permisin, no para retardar mi obediencia, s para hacerla ms meritoria, aadiendo en ella algo de supererogacin. Quiero decir, que tom el tiempo que era necesario, no slo para responder a las Cuestiones propuestas, mas tambin para aadir la resolucin de algunas otras pertenecientes a la misma materia; de modo, que mezcladas stas con aqullas, tenga Vmd. en mi respuesta una especie de Tratadillo curioso de Fsica sobre los cuatro vulgares Elementos. Curioso digo, porque hallar Vmd. en l algunas observaciones nada vulgarizadas, y otras tan particulares, o propias de mi atencin, que intilmente las buscara en los libros.

Cuestin Primera

2. Por qu el movimiento de la llama es hacia arriba? Respondo. Porque es ms leve que este aire exterior que la [2] circunda. Esta es la razn general de montar unos lquidos sobre otros. El ms pesado bajando, fuerza al ms leve a subir. Si en un vaso, donde hay algo de aceite, echan sobre el aceite agua, sta, como ms pesada, va a buscar el suelo del vaso, y fuerza al aceite a subir. Si al contrario, hay en el vaso espritu de vino rectificado, y sobre l echan aceite, ste, por ser ms pesado que el espritu, le obliga a subir, y ocupa el fondo. Pero sobre este asunto puede informarse Vmd. ms ampliamente en el segundo Tomo del Teatro Crtico, discurso 12, desde el nmero 8, hasta el 13 inclusive.

Cuestin Segunda

3. Por qu sube tambin el humo? Respondo, por la misma razn. Y esta experiencia basta para convencer a los Filsofos de la Escuela, de que el motivo del ascenso de la llama, no es buscar con apetito innato la esfera del fuego, que suponen inmediata al Cielo de la Luna: pues el humo, en su sentir, no es fuego; por consiguiente carece de ese apetito, y con todo eso sube.

Cuestin Tercera

4. Qu se hace el humo despus que sube? Admiro que esta duda no haya ocurrido a alguno de los Autores que he ledo. Acaso la omitieron por considerar fcil la solucin. Pero otras de solucin ms fcil proponen frecuentemente: lo ms es, que ni en conversacin la o proponer jams. La experiencia de que el humo, siendo bastantemente espeso, oculta los objetos visibles interponindose entre ellos, y la vista, naturalmente excita la duda de cmo vemos ahora al Sol, la Luna y dems Astros? Si se hace un clculo prudencial del humo que ha subido a la Atmsfera, desde la creacin del Mundo hasta ahora, se hallar, que sobra muchsimo para empaarla toda, y adensarla de modo, que no slo no podamos ver los Astros, mas an sea preciso sofocarse todos los vivientes de los dos Elementos Tierra, y Aire. [3] Cmo pues, no hace el humo estos daos? Sin duda no podra menos de hacerlos, si todo lo que en el discurso de los siglos subi a la Atmsfera, subsistiese en ella. Luego es preciso inferir que no subsiste en ella, sino por algn limitado tiempo. Qu se hace, pues? Vuelve a la tierra? Es forzoso. Pues cmo, si es ms leve que el aire de ac abajo? Pues a no serlo, no subiera sobre l. Respondo, que es ms leve cuando sube, y ms pesado cuando baja.

5. Para cuya inteligencia se ha de advertir, que en el humo se deben distinguir dos cosas. La una es el cmulo de partculas propias del humo. La otra es otro cmulo de partculas gneas que se pegan a aqullas; de modo, que cada partcula fumosa, exaltada de la materia encendida, es circundada de una cubierta de materia gnea, o etrea. Esta es ms leve con grande exceso, que este aire inferior; y as, aunque la partcula fumosa por s sola es ms pesada que el aire; el complejo de ella, y de la materia gnea que la envuelve, es ms leve. As como, aunque un clavo de hierro es de mucho mayor peso especfico que el agua, y as puesto por s solo en ella, bajara al fondo; pero introducido en un pedazo de madera nada en la superficie, porque el complejo de madera y hierro es ms leve, que igual volumen de agua. La misma causa discurrieron los Fsicos para el ascenso de los vapores, de que se forman las nubes; pero es ms perceptible en el ascenso del humo, que como sale del fuego, tiene a mano el socorro de las partculas gneas, que le faciliten la subida.

6. Esta es la razn por que sube el humo. La razn por que baja es, que separndose despus la materia etrea, o gnea de las partculas fumosas, y dejndolas precisamente a la inclinacin de su peso, ya no pueden sostenerse en el aire. Ya se ve, que en la decisin de esta duda, queda pendiente otra que se va a proponer.

Cuestin Cuarta

7. No pudiendo, segn lo dicho, bajar ni el humo, ni [4] los vapores, sin que se desprenda de ellos la materia etrea, se pregunta cmo, o por qu se desprende? Respondo. Dos causas se pueden sealar. La primera es la agitacin: porque siendo alguna, pero no mucha, la adherencia de un cuerpo a otro, es natural que agitados entrambos, en todo, o en gran parte se desliguen. Vse esto en cualquiera cuerpo slido baado en algn licor, al cual, aunque quede adherente alguna porcin de aquel licor, en que se ha remojado, agitndole con alguna violencia, se desliga, y suelta en menudas gotas el licor adherente. La segunda causa puede ser la agregacin de otras partculas, que andan nadando en el aire, o cada partcula de humo, de las cuales ninguna por s sola tene peso bastante para romper el aire hacia abajo; pero juntas hacen un volumen bastantemente pesado, para vencer la resistencia del aire. Realmente en los vapores no es menester otra causa ms que sta para el descenso, ni aun parece que hay otra. Aunque de cada partcula de vapor se desprenda la materia etrea que la ha elevado, no bajar mientras est solitaria, porque le falta el peso necesario para romper el aire. Por qu baja, pues? Porque juntndose alguna cantidad de partculas, forman una gota, que tiene el peso que es menester para aquel efecto.

8. Que el humo sea pesado a nadie debe admirar, cuando se sabe, que la llama tambin lo es, no slo segn la substancia grosera, que hay en ella, y que viene a ser el mismo humo encendido; mas tambin segn la otra tan tenue, y decidida, que penetra el vidrio, y es pursima lumbre. Sobre lo cual puede ver Vmd. lo que he escrito en el Tomo 5, discurso 12, I conclusin, donde hallar las pruebas, de que aun la luz del Sol tiene peso.

Cuestin Quinta

9. Por qu, si a una vela que acaban de apagar, y est an humeando, acercan otra encendida sin que toque en su pabilo, la enciende? Respondo: porque las partculas inflamables de la vela recin apagada, aun padecen muy considerable [5] agitacin; con que para adquirir toda aquella agitacin que constituye la llama, no necesita sino algunos grados ms, los que le puede comunicar la vela encendida, acercndose bastantemente, mas sin llegar al contacto.

Cuestin Sexta

10. Por qu el tizn apagado humea ms que encendido, y lo mismo sucede a otro cualquier combustible? A esta pregunta respondo negando el supuesto. Creo que no slo no humea menos encendido, que apagado; sino que por lo menos algunas veces humea mucho ms. Es innegable, que consumindose un leo en el fuego, hasta su entera reduccin a ceniza, todo lo que no es ceniza se resolvi en humo. Si ponemos, pues, que el leo se consumiese prontsimamente, por arder en medio de un gran fuego, es preciso que siempre estuviese arrojando mucho humo, y en igualdad de tiempo, mucho ms que arroja el leo recin apagado. Supongamos que un tizn apagado est humeando por el espacio de un minuto, en cuyo tiempo, y estado es constante que no exhala la dcima parte del humo, que exhalara, si se continuase el encendimiento lentamente hasta su total consuncin. Considrese ahora, que el mismo tizn, colocado en medio de una grande hoguera, en un minuto de tiempo, y aun en menos, puede reducirse enteramente a ceniza: luego en un minuto de tiempo arrojara mucho ms humo encendido, que apagado.

11. Pero a nuestros ojos no parece tanto humo en aquel estado, como en ste. Es as. Esto puede consistir, en que mientras dura la llama, la violentsima agitacin de las partculas gneas da movimiento tan rpido a las partculas del humo, que no pueden detenerse unas, mientras suben otras: por consiguiente no pueden formar tanto volumen, o tan denso, como las que exhala el tizn apagado. Acaso contribuir a lo mismo el darles mayor divisin, o desmenuzarlas ms la llama, por lo cual no podrn hacer tanta impresin en el rgano de la vista. Finalmente, puede tambin [6] conducir la mayor dispersin, que a las partculas del humo da la violencia de la llama. Si los tomos, que continuamente traviesean en el aire, o fuesen mayores, o estuviesen ms congregados, se veran sin duda; no se ven , ya porque son muy menudos, ya porque andan bastantemente dispersos.

Cuestin Sptima

12. Por qu el fuego de chimenea es ms saludable, que el de brasero? Supongo el hecho, porque lo tengo muy observado. Estn los ms o casi todos, en el concepto, de que el fuego de brasero slo es nocivo, cuando est mal encendido el carbn , o a lo ms, slo cuando es fuego de carbn. Es error. Generalmente el fuego de brasero hace una mala impresin en la cabeza, no a proporcin de la calidad, sino de la cantidad del combustible que est ardiendo, y de la estrechez de la cuadra. Repetidas veces hice sacar ascua de muy buena lea, que estaba ardiendo en la chimenea, para colocarla en un brasero, la cual al momento empezaba a hacerse sentir de la cabeza; siendo as que de la chimenea slo daba un calor inocentsimo. Lo propio experiment con ascua trada de la Cocina del Colegio. Entindase siempre, que los grados de la impresin nociva se proporcionan a los del calor que da el brasero; esto es, que cuanto ms calienta, ms daa. Asmismo ech carbn tal vez en la chimenea; y habindome mantenido cerca de ella, hasta que se encendi del todo, no percib la menor lesin.

13. Otra experiencia me mostr, que por bien encendida que est la ascua, si es mucho, y muy continuado su fuego, en cuadra que no sea muy espaciosa, puede hacer gravsimo dao, y aun causar deliquios mortales. Ha algunos aos que hallndome muy acatarrado por el mes de Enero, y atribuyndolo yo al gran fro que reinaba entonces, me determin a guardar la cama por un da, procurando que en todo l la cuadra estuviese bien caliente con el beneficio del brasero; lo que se ejecut tan puntualmente, que cuando el brasero empezaba a dar el calor algo remiso, se retiraba [7] aqul, y entraba otro; mas siempre con la precaucin de que la ascua fuese perfectamente encendida, y penetrada del fuego. Desde muy de maana se continu esta diligencia, hasta las ocho de la noche, hallndome sucesivamente peor en todo el discurso del da; y al plazo dicho, con indisposicin bastantemente grave. Acaso no habra cado en la cuenta, de que el dao vena del brasero, si no hubiera notado que todos los Monjes, que en algunas horas del da me haban hecho conversacin, se quejaban de dolor grande de cabeza, tanto mayor en cada uno, cuanto haba sido ms dilatada la asistencia, y aun uno cay desmayado. La cuadra era de mediana espaciosidad. As para m es constante, que los daos que se dice haber hecho un brasero mal encendido en un aposento cerrado, y muy estrecho, resultaran del mismo modo, estando el brasero bien encendido, y siendo mucho el fuego. Debo advertir, que en esta ltima experiencia el fuego era de carbn.

14. Demos ya la razn, porque el fuego de la chimenea es benigno, y maligno el del brasero. Es claro, que el dao de ste no viene del calor, o partculas gneas, que llegando a nuestros cuerpos, causan en ellos la sensacin de calor; porque estas partculas gneas de la misma especie, y tal vez del mismo individuo, se desprenden tambin del fuego de la chimenea, y nos calientan, sin ofendernos poco o mucho. Dije, que tal vez del mismo individuo, como en los experimentos alegados arriba, de usar en el brasero de la misma brasa de la chimenea. Luego parece, que a las partculas del humo, y no a las del fuego, se debe atribuir el dao. Es el caso, que el humo, que hace el fuego de la chimenea, se escapa por su can; con que no llega a nosotros: el del brasero se esparce por la cuadra, y as puede ofendernos.

15. Es as, que el humo es el que ofende. Mas no pienso que sea este humo grueso, y visible, a quien nicamente damos este nombre; sino otro humo ms delicado, y sutil, que la vista no percibe. Muveme para pensarlo as: lo primero, porque el ascua del brasero, despus de bien encendida, no exhala ese humo grosero, ni aun en pequesima [8] cantidad, lo cual consta de conservarse por mucho tiempo sin perder de su blancura las paredes de las cuadras, donde todo el Invierno estn ardiendo braseros; fuera de que siendo pequesima la cantidad, no pudiera hacer dao tan sensible. Muveme lo segundo, de que algunas veces he estado buen rato en piezas muy llenas de humo, sin experimentar dao considerable. Y ciertamente, si la escassima porcin de humo, que se puede imaginar exhala un brasero, en caso de que exhale alguno del que llamamos grueso, fuese causa de aquella impresin molesta que nos hace sentir el brasero; cuando llegase una cuadra a llenarse tanto de humo, como algunas veces se experimenta, en poco tiempo quitara la vida, u dara una gravsima enfermedad a los que estn en ella. Es, pues, sin duda autor del dao mencionado otro humo ms sutil.

Cuestin Octava

16. Es cierta la existencia de ese humo ms sutil? Y en caso que lo sea, no se podr discurrir, que es de la misma naturaleza, y cualidades que el otro, con sola la diferencia de estar ms enrarecido; o cuando ms de salir ms sutilizado, u dividido en partes ms menudas? Respondo a lo primero, ser cierta la existencia: la razn es, porque aun despus que la ascua est enteramente pasada del fuego, y aun la mitad hecha ceniza, prosigue disminuyndose, hasta reducirse enteramente a ceniza, y en ese progreso de consuncin siempre est exhalando algo; a no ser as, siempre se conservara en la ascua encendida la misma cantidad de materia; lo que evidentemente es contra la experiencia.

17. Respondo lo segundo, que este humo no se distingue del otro nicamente por ms enrarecido. Si fuese as; hara incomparablemente menos dao que el otro, as como sera incomparablemente menor en la cantidad, lo cual es contra la experiencia alegada arriba. Convengo en que es mucho ms sutil, y acaso el ser ms nocivo consiste en eso; porque su sutileza le facilitar la entrada por los poros de nuestros [9] cuerpos, y por consiguiente, alterndolos, hacer algn estrago en ellos. Pero niego; que no haya otra distincin entre ste, y el humo grueso, ms que la sutileza. Distnguense, pues, substancialmente, en que el humo sutil es pura exhalacin: el grueso es mezcla de exhalacin, y vapor. Distnguese la exhalacin, y el vapor, en que aqulla es seca, y ste hmedo. Ambas son substancias sutilizadas, y voltiles; pero la primera se desprende de los cuerpos secos, la segunda de los hmedos.

18. Prubase claramente la distincin dicha entre los dos humos. Cuando un leo empieza a arder, casi siempre tiene alguna humedad, y algunas veces mucha. Aquella humedad se va exhalando al paso que el leo va ardiendo: luego el humo que entonces despide, tiene mucha mezcla de vapor, ms, o menos, segn que el leo est ms, o menos hmedo; de modo, que cuando la lea verde, o muy mojada, empieza a arder, se debe hacer la cuenta de que sale entonces en el humo mucho mayor cantidad de vapor, que de exhalacin. Asmismo es claro, que la ascua que va ardiendo, antes de reducirse a ceniza, llega a secarse perfectamente, por haber exhalado toda la humedad que tena. Luego el humo que de all adelante vaya expirando, ser todo exhalacin, sin mezcla alguna de vapor.

19. Advierto no obstante, que hacindose poco a poco a este humo, no hay que temerle; porque aunque a los principios se siente bastantemente, cada da se va sintiendo menos, y dentro de poco tiempo nada se siente.

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Cuestin Nona

20. El aire es perfectamente difano? Si se habla del aire que respiramos, o atmosfrico, es cierto que no, pues en l padece reflexin, y refraccin la luz; esto es, el aire prohibe el trnsito a alguna parte de los rayos, como es claro entre los Filsofos. Esta es una de las causas por que el Sol alumbra menos en el Invierno, que en el [10] Esto; y de maana, y tarde, menos que al medioda; porque cuanto ms bajo est, entrando sus rayos oblicuamente en la Atmsfera, tienen ms camino que andar en ella: por consiguiente encuentran mayor porcin de partes opacas, que intercepten porcin de los rayos. Creo, que si no hubiera esta inteceptacin de los rayos solares por la Atmsfera, en el Pas ms templado sera insufrible el calor del Sol. Lo dicho prueba evidentemente, que el aire tiene algo de opaco, pues slo los cuerpos opacos impiden el pasaje a la luz: por consiguiente no es perfectamente difano.

Cuestin Dcima

21. Es visible el aire? Respondo que s, y se sigue de lo que acabamos de decir. El cuerpo opaco, as como es terminativo de la luz, lo es tambin de la vista: luego siendo el aire algo opaco, es preciso que sea a proporcin terminativo de la vista, que es lo mismo que visible.

22. Mas esto no es evidentemente contra la experiencia? Quin hasta ahora vio el aire? Respondo, que todos los que tienen, o tuvieron vista. No es lo mismo ver un objeto, que percibir que se ve. Generalmente siempre que un objeto hace impresin levsima en el sentido externo, no resulta en el entendimiento, imaginacin, o sentido comn la percepcin de esa impresin. Esto no es privativo de la vista. En el tacto se ve claro esto. Llegando a tocar con la punta del dedo el agua, cuanto est en el mismo grado de calor que la mano, si es a obscuras, o no se ve el contacto, se ignorar que le hay. As a m me sucedi muchas veces, tomando agua bendita, tener ya parte del dedo dentro de ella sin conocerlo, hasta que yendo a ver si haba agua en la Pila, lo adverta.

23. Otro ejemplo pondremos claro en el mismo rgano de la vista. En el ambiente de los cuartos que habitamos, anda vagueando siempre algn polvo: lo que se evidencia, de que dejando pasar considerable tiempo sin barrerlos, se ve asentado en el suelo mucho polvo, que no es otro que el que [11] antes vagueaba por el aire. Pregunto: le veamos en el estado de vagante por el aire? Me respondern, que no; y yo constantemente afirmo que s. Le vemos sin duda, cuando la escoba, u otro cuerpo le levanta del suelo, despus de congregarse en mucha cantidad: luego le veamos antes de asentarse; pues el mismo era antes que ahora: por consiguiente tena la misma opacidad, y visibilidad. La nica diferencia que hay, es, que antes por ser poco haca una impresin tenusima en la vista: por tanto imperceptible al sentido comn, o a la razn; y ahora, por ser mucho hace mucha mayor impresin. As, aun cuando no pueda percibirse la visibilidad o visin pasiva del aire, constando que tiene muchas partculas opacas, se debe creer que se v. Pero en la resolucin de la Cuestin siguiente aadiremos sobre lo dicho, probando, que no slo se v el aire, mas tambin se percibe la visin de l.

24. Siendo verdad lo que decimos, tendr el aire color? Concedo la consecuencia. Ni se vera, ni sera visible, si no lo tuviese. Mas cul es el color del aire? El azul que llamamos celeste, y que estamos viendo todos los das, que no nos lo estorban las nubes. Ese color, que imaginamos en el Cielo, no est en el Cielo, como comunsimamente se imagina, sino en el aire. Me admiro mucho, de que an los menos perspicaces Filsofos no hayan notado la absurdsima extravagancia de la opinin comn. Qu cosa ms opuesta a la razn, que negarse a el aire color, y visibilidad, y concedrsela a la materia celeste o etrea, que es infinitamente ms difana que el aire? Es evidente, que si la meteria celeste tuviera la milsima parte de opacidad que el aire en que vivimos, no veramos al Sol, ni a otro algn Astro. Por poca, poqusima, que fuese la opacidad de la materia celeste en treinta y tres millones de leguas, o poco menos, que tiene que discurrir por ella la luz del Sol; considrese, si todos sus rayos se reflejaran, de modo que ninguno llegase a la Tierra, ni aun a la Luna. Debe, pues, tenerse por constante, que el color azul existe en el aire. [12]

Cuestin XI

25. Mas de aqu se excita otra Cuestin. El aire atmosfrico est prximo a nosotros. Cmo, pues, si en l est el color azul, se nos representa tan distante? Respondo, que los objetos de poca opacidad, aunque estn inmediatos a los ojos, no se representan, sino a bastante distancia, mayor, o menor, segn fuere mayor, o menor la opacidad. Ntase esto en una niebla poco espesa, la cual, aunque inmediata a nosotros, se nos representa a la distancia de diez, quince, o veinte pasos, a veces mucho ms lejos. Esto consiste en que cuanto es menos opaco el objeto, tanto en mayor cantidad es preciso se congregue, para que pueda hacer impresin perceptible en el rgano de la vista. Esta cantidad, cuando la niebla es poco espesa, no se halla a dos, cuatro, ni seis pasos: con que no puede a tan corta distancia terminar sensiblemente la vista. Slo la termina sensiblemente en aquel espacio de lugar, entre el cual, y la vista est congregado en bastante cantidad para este efecto, por cuya razn se representa aquella distancia. Siendo, pues, el aire incomparablemente menos opaco, que la ms delicada niebla, se sigue, que slo a incomparablemente mayor distancia haga impresin perceptible en nuestros ojos. Cunta sea esta distancia, es imposible determinarlo.

26. No por esto se piense, que slo, o vemos aquella niebla, o aquel aire que est a la distancia expresada, y no la niebla, o aire, que hay desde nosotros, hasta aquel trmino. De ese modo slo veramos una delgada ojuela de niebla, o aire, pues de all adelante ya no vemos ms niebla, o ms aire; lo que no puede ser: porque una delgada ojuela de niebla, y mucho menos de aire, no puede hacer impresin sensible en la vista. Es, pues, constante, que vemos toda la niebla (entindase dicho lo mismo del aire), que hay desde nosotros a aquella distancia; porque toda esa cantidad de niebla se requiere para componer el cmulo que es menester para hacer impresin sensible en la potencia. As es cierto, [13] que vemos la niebla, que est dos pies distante de nosotros; pero sta por s sola no hace impresin sensible. Lo mismo decimos del aire: por tanto se debe tener por fijo, que el aire es visible, y que vemos el aire mismo, que juzgamos que no vemos.

Cuestin XII

27. Suponiendo demostrado por innumerables experimentos concluyentes, que el Aire es pesado, se pregunta cunto pesa? Respondo, que estn varios los Autores que le pesan. Hay quienes determinan el peso del aire respectivamente al del agua, como de mil a uno; esto es, que suponiendo que un pie cbico de agua pese cuarenta libras, otro tanto pesan mil pies cbicos de aire. Hay quienes aumentan el peso del aire, ponindole respecto de la agua, en la proporcin de seiscientos a uno. Y entre estos dos trminos varan otros, ya poniendo el peso del aire en el medio, ya acercndole ms, o menos, o a un extremo, o a otro.

28. Esta variedad parece ocasionada a fomentar la desconfianza, que infinitos ignorantes de nuestra Nacin tienen de los experimentos Fsicos de los Extranjeros. Pero en la realidad no tienen que lisonjearse de hallar su cuento en esta discrepancia, la cual slo es aparente, y nicamente consiste en haberse hecho los experimentos en distintas estaciones del ao: unos, cuando el ambiente estaba muy fro: otros, cuando estaba muy caliente: otros en diferentes grados, entre los dos extremos. El fro comprime el aire, y el calor le dilata. As, igual volumen, v.gr. un pie cbico de aire, en tiempo muy fro, pesa mucho ms, que un pie cbico de aire en tiempo muy clido. Mr. Homberg, habiendo extrado el aire de una esfera cncava de vidrio de veinte pulgadas de dimetro, la pes: dej despus entrar el aire; y volvindola a pesar, hall que pesaba dos onzas y media dragma ms que vaca. Este experimento se hizo en el Esto. Repiti el mismo experimento por el mes de Enero, en tiempo frisimo, y la esfera de vidrio pes cuatro onzas y media ms, llena de aire, que vaca. De donde se ve, que el aire, [14] en tiempo muy fro, tiene ms que duplicado peso, que en tiempo caliente. De aqu colijo, que los experimentos que determinaron el peso del aire respectivamente al del agua, en la proporcin de seiscientos a uno, y en la proporcin de mil a uno, no se hicieron en tiempos que discrepasen grandemente en la temperie. O el primero no se hizo en tiempo muy fro, o el segundo no se hizo en tiempo muy clido. Atendido todo, la proporcin que se puede tomar como media, es la de ochocientos a uno, poco ms o menos. En esto concuerdan los ms experimentos verismilmente; porque los Autores, de intento buscaron para hacerlos un tiempo templado.

29. Es conveniente notar, que un Erudito moderno, en obra que dio a luz el ao de 1736, seal el peso del agua respectivamente al del aire, en la proporcin de siete mil y setecientos a uno; para lo cual cita a Boyle, de Vi Aris elastica, exper. 36. Pero es cierto, que se equivoc; porque aunque Boyle en el lugar citado habla de la proporcin expresada, pero abandonndola, como fundada en experimento falaz; y ms abajo propone la proporcin de novecientos treinta y ocho a uno, como verdadera.

30. Hcese cuenta de que la columna de aire que hay sobre cada uno de nosotros, tomada hasta toda la altura de la Atmsfera, pesa dos mil libras, poco ms o menos, porque est en equilibrio con el mercurio, u otro licor de igual peso, si se coloca en un Tubo, como el mercurio en el Barmetro. Pregntase, cmo podemos sustentar tan enorme peso? Respondo, que el aire colateral de esa columna no comprime por todas partes otro tanto, como la columna nos gravita; que es lo mismo que resistir un aire a otro: as no sentimos peso alguno. Por la misma razn un Buzo, que baje en el Mar la profundidad de doce o catorce brazas, no siente peso alguno, aunque la columna de agua que carga sobre l, pesar tambin dos mil libras, poco ms o menos. [15]

Cuestin XIII

31. Por qu siendo el Aire mucho ms sutil, y delicado, que la agua, no penetra algunos cuerpos, que penetra la agua, como el papel, y el pergamino? Respondo lo primero, que sin razn se da por constante el supuesto de la pregunta, en orden a los cuerpos expresados. La persuasin comn, de que el aire no penetra el papel, ni el pergamino, se funda en una experiencia grosera, y nada decisiva, que es el impedir el papel, o pergamino, puesto en una ventana, la entrada sensible al aire, que sopla contra ella. Dije entrada sensible, por explicar desde luego lo que hay en la materia. En efecto entra algn aire por el papel, pero no sensiblemente; esto es, de modo, que puesta la mano o el rostro tras el papel, le perciba, pero s muy lentamente, y muy poco. Mr. Reaumur, de la Academia Real de las Ciencias, con experimentos concluyentes, que pueden verse en las Memorias de dicha Academia del ao de 1714, prob la falsedad de la opinin comn. Las noticias, que de aquellos experimentos, los cuales se variaron en muchas maneras, resultaron, as en orden al aire, como en orden al agua, son las siguientes.

El aire pasa por el papel, as delgado, como grueso, aunque ms lentamente por ste.

Pasa por pequea que sea la fuerza que le impele, aunque a proporcin de la minoridad de la fuerza, con ms lentitud.

No pasa por el papel mojado (se entiende con agua), por poco que lo est.

Pero vuelve a pasar en secndose.

Para que el papel quede siempre impenetrable al aire, el medio es mojarle con aceite.

Pasa el aire con bastante libertad por el pergamino viejo; pero no por el pergamino mojado.

Penetra el agua una vejiga de puerco por su superficie exterior, aunque muy lentamente; mas no rpida, ni lentamente el aire. Otra noticia, deducida de los experimentos de [16] Mr. Reaumur, se reserva para ms abajo, donde tendr sitio oportuno.

32. Mas aunque el supuesto de la pregunta, en la forma que est propuesta, es falso, queda en pie la misma, o igual dificultad Filosfica, propuesta de este modo, en que nada se supone falso. Por qu el aire, siendo mucho ms sutil que el agua, no penetra con tanta facilidad como ella algunos cuerpos? Lo primero que ocurre para responder, es, que las partculas del aire son ms ramosas, y flexibles que las del agua, y esto las estorba enfilarse por los poros del papel; v.g. asi como aunque un hilo sea ms delgado que el ojo de una aguja, si en la punta est deshilachado, y noxo, no entrar por l.

33. Pero esta respuesta se impugna lo primero, porque si esa fuese la razn, en los poros de cualesquiera cuerpos encontrara al aire ms dificultad que la agua, para penetrarlos, lo cual no es as. Lo segundo, porque de los experimentos de Mr. Reamur consta, demas de lo dicho arriba, que el aire contenido en el agua, pasa con ella por los mismos cuerpos por donde pasa el agua, y con la misma facilidad que ella, el cual aire es de la misma textura, ramosidad, y reflexibilidad, que el que est fuera del agua.

34. Parece, pues, se responde mejor, diciendo, que el agua, mojando el papel, o pergamino, ablanda sus fibras, y al mismo tiempo, cargando sobre ellas con su peso, las divide, o separa, con que ensancha considerablemente muchos poros, de modo que puedan darle pasaje; lo que el aire no puede hacer; porque no ablanda, ni mejora las fibras, y su peso es levsimo, respecto del de la agua. El que el agua separa las fibras del papel, y ensancha sus poros, consta claramente de la experiencia, de que el papel mojado se extiende casi una sexta parte mas que enjuto. De aqu se deduce la razn, por que el aire, contenido en la agua, pasa el papel; y es, que abierto el pasaje por el agua, le halla tambin abierto el aire. [17]

Cuestin XIV

35. Por qu la agua disuelve las sales? Porque su partculas estn en continuo movimiento hacia todas partes. Ni puede ser otra la causa; pues si no rompiese con alguna fuerza, o impulso contra la sal, y se metiese por los poros de ella, nunca la dividiera, y ese impulso le hace el agua con su movimiento, como es claro.

Cuestin XV

36. Por qu la tierra, siendo ms pesada que la agua, dividida en menudo polvo, se mantiene mucho tiempo suspendida en ella, sin bajar al fondo? Porque entre las partculas de la agua hay cierto grado de adherencia de unas a otras, y aun de ellas a otros cuerpos, lo que es general a casi todos los lquidos. As, aunque se sacuda con gran fuerza el licor contenido en un vaso, siempre queda algo pegado a su concavidad. No baja, pues, la tierra en el agua, sino lentsimamente; porque cada partcula suya no tiene peso bastante para vencer prontamente la resistencia que hace la agua con la adherencia de sus partculas. Lo propio sucede en el aire; pues con ser incomparablemente menos pesado que la agua, el polvo se mantiene en l bastante tiempo; de lo cual apenas puede darse otra razn, que la adherencia mutua de las partculas del aire.

Cuestin XVI

37. Por qu el agua que no puede sostener un escudo de oro, sostiene igual cantidad de oro extendido en una lmina muy delgada? La respuesta que da el Padre Regnault, siguiendo a otros Filsofos, es, que para que la lmina de oro baje es menester que al mismo tiempo le ceda el lugar una grande cantidad de agua, y sta no pude cederle, sin moverse con gran velocidad hacia los bordes de la lmina para sobreponerse a ella; por eso resiste al peso de la lmina; y [18] es, que la resistencia de un cuerpo corresponde a la velocidad necesaria para ceder.

38. Esta doctrina tengo por oportuna para explicar algunos otros fenmenos; mas no juzgo que baste para el presente, como ni para otro, de que hablar en otra parte. Lo primero, porque sin moverse el agua, sino paulatinamente, podr ceder a la lmina de oro; esto es, montando lo que est a una extremidad de ella sobre una pequea parte de la lmina; supuesto lo cual, sta se ira hundiendo poco a poco. Lo segundo, porque se ha notado varias veces, que sumergiendo por fuerza lminas muy delgadas, y de grande superficie, ya de oro, ya de otros metales, hasta que toquen el fondo, luego que las dejan libres, vuelven a subir. Luego es preciso discurrir otro principio, pues el propuesto no es adaptable a este caso.

39. En efecto le discurri Mr. Petit, Mdico Parisiense, (digo Mdico para distinguirle del famoso Cirujano del mismo apellido que hubo tambin en Pars) en la adherencia del aceite a otros cuerpos. Dice este Autor, que como el agua se pega a los cuerpos que toca, el aire hace lo mismo, aunque con adhesin menos firme. Puesto lo cual, resulta, que a la lmina de metal, por su mucha superficie, se pega tanta porcin de aire que el complejo de metal, y aire adherente, es ms leve que igual volumen de agua, y por e