fausto el nino migrante parte iii

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PARTE 3 Regresa en Ataúd Para los migrantes de El Platanar vivir en Nueva York, lejos de enormes beneficios, tiene sus riesgos. Los mixtecos constantemente son hostilizados en las calles y barrios neoyorquinos. "Los negros son los que nos maltratan más porque a veces uno lleva dinero para el tren y esos cabrones nos pegan, a veces llevan botellas de refresco. Como sabemos del maltrato, compramos nuestra cadena de un metro (de largo) para defendernos. La guardamos en el restaurante y saliendo la ponemos en la cintura para que no se acerquen, esos negros no trabajan, son vagos", afirma Fernando, uno de los mixtecos emigrados. El Secretario de Desarrollo Social en Guerrero, David Jiménez, quien vivió en Estados Unidos, dice que algunos mixtecos también se enrolan en pandillas. "Está muy arraigado el pandillerismo. Tenemos un fenómeno detectado, se han dividido en dos fracciones; unos, se hacen llamar norteños y otros, sureños", comenta. Fausto Armenta laboraba 12 horas al día en un restaurante. La madrugada del 30 de mayo, salió hacia su departamento en Corona, Queens, Nueva York. A veces pasaba a ver amigos. Pero esa noche, cuando el reloj marcaba las cuatro de la mañana, Juan, su hermano mayor, despertó sobresaltado. Tenía un presentimiento. Miró a la cama superior de la litera que compartía con él y estaba vacía. Sin vacilar, tomó la bocina del teléfono y marcó a la comunidad de El Platanar, en la montaña de Guerrero, para informar a su madre Margarita: "Mamá habla con Fausto, no llegó a dormir", se quejó. Dos horas más tarde, la Policía se presentó en la casa de Juan, le pidió que acudiera al hospital Elmhurst, ubicado en el vecindario del mismo nombre, para reconocer a un joven golpeado que agonizaba. El lunar materno que Fausto tenía en el pómulo derecho fue la seña ineludible de su identidad. En ese momento, los doctores no explicaron a Juan el peligro del caso. El mixteco, de 20 años, había sido encontrado por los agentes a unas cuadras de su casa. Lucía moribundo a mitad de la calle, le sobresalía un severo golpe en la cabeza, posiblemente hecho con algún objeto contundente como un tubo o una varilla. De los agresores no había rastro. El joven fue trasladado con urgencia al hospital, le colocaron un vendaje en la cabeza y un respirador artificial. "Faustodespiértate", exclamó Juan, pero no obtuvo respuesta.

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Page 1: Fausto El Nino Migrante Parte III

PARTE 3 Regresa en Ataúd

Para los migrantes de El Platanar vivir en Nueva York, lejos de enormes beneficios, tiene sus riesgos. Los mixtecos constantemente son hostilizados en las calles y barrios neoyorquinos.

"Los negros son los que nos maltratan más porque a veces uno lleva dinero para el tren y esos cabrones nos pegan, a veces llevan botellas de refresco. Como sabemos del maltrato, compramos nuestra cadena de un metro (de largo) para defendernos. La guardamos en el restaurante y saliendo la ponemos en la cintura para que no se acerquen, esos negros no trabajan, son vagos", afirma Fernando, uno de los mixtecos emigrados.

El Secretario de Desarrollo Social en Guerrero, David Jiménez, quien vivió en Estados Unidos, dice que algunos mixtecos también se enrolan en pandillas.

"Está muy arraigado el pandillerismo. Tenemos un fenómeno detectado, se han dividido en dos fracciones; unos, se hacen llamar norteños y otros, sureños", comenta.

Fausto Armenta laboraba 12 horas al día en un restaurante. La madrugada del 30 de mayo, salió hacia su departamento en Corona, Queens, Nueva York. A veces pasaba a ver amigos. Pero esa noche, cuando el reloj marcaba las cuatro de la mañana, Juan, su hermano mayor, despertó sobresaltado. Tenía un presentimiento. Miró a la cama superior de la litera que compartía con él y estaba vacía.

Sin vacilar, tomó la bocina del teléfono y marcó a la comunidad de El Platanar, en la montaña de Guerrero, para informar a su madre Margarita: "Mamá habla con Fausto, no llegó a dormir", se quejó.

Dos horas más tarde, la Policía se presentó en la casa de Juan, le pidió que acudiera al hospital Elmhurst, ubicado en el vecindario del mismo nombre, para reconocer a un joven golpeado que agonizaba.

El lunar materno que Fausto tenía en el pómulo derecho fue la seña ineludible de su identidad. En ese momento, los doctores no explicaron a Juan el peligro del caso.

El mixteco, de 20 años, había sido encontrado por los agentes a unas cuadras de su casa. Lucía moribundo a mitad de la calle, le sobresalía un severo golpe en la cabeza, posiblemente hecho con algún objeto contundente como un tubo o una varilla. De los agresores no había rastro.

El joven fue trasladado con urgencia al hospital, le colocaron un vendaje en la cabeza y un respirador artificial. "Faustodespiértate", exclamó Juan, pero no obtuvo respuesta.

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Con el pensamiento de que se trataba de una lesión menor Juan acudió a su trabajo, pero un par de horas después dejó los quehaceres y regresó al hospital.

A su retorno recibió reportes de la gravedad de las heridas de Fausto. Para el martes 31 de mayo, los médicos consideraron que ya no había salvación y que su hermano debía ser desconectado de los aparatos que lo mantenían en una situación vegetativa.

Los galenos requirieron a Juan para firmar un documento que autorizara la desconexión y como se negó, la dirección del hospital telefoneó a El Platanar, para hablar con los padres de Fausto.

Entonces, su madre Margarita se negaba a aceptar el dictamen. "Le decía sálvalo, allí tienen pastillas, inyecciones, por favor te lo suplico. Pero ellos decían que no tenía salvación: 'Lo único que podemos hacer es que venga a despedirlo'", le dijeron.

Los Armenta Sabino consiguieron un préstamo de 19 mil pesos para viajar a Nueva York. Sin saber cómo tramitar un pasaporte acudieron a Tlapa donde fueron orientados por un profesor amigo. Sin embargo, el trámite no podía realizarse ya que no tenían acta de nacimiento.

Viajaron a la Ciudad de México y lograron un documento provisional.

Con su equipaje en una bolsa, el jueves 2 de junio abordaron un vuelo a Ciudad Juárez. Durmieron en el aeropuerto y al amanecer cruzaron hacia El Paso. En el Puente Internacional dijeron que iban por su hijo.

"Para el permiso humanitario nos pidieron 550 dólares a cada uno y como sólo traíamos 400 le dijimos que íbamos a despedir a mi hijo. Entonces nos tomaron todos los dedos (huellas dactilares) y salimos limpios", describe don Rodolfo.

Una amiga neoyorquina de Fausto pagó el vuelo de Juárez a Atlanta y de ahí a Nueva York.

El domingo 5 de junio, después de seis años sin verlo, Margarita llegó al hospital y entró al cuarto donde estaba su hijo. Lo abrazó con dificultad. Inmóvil, tendido en la cama médica, Fausto no hablaba.

"Llegué allá y todavía movió su brazo dos veces. Yo decía por qué quieren matar a mi hijo si todavía se mueve, todavía está brincando su corazón, respira", recuerda su madre.

Los padres de Fausto se resistieron a aceptar la propuesta; sin embargo, los galenos no cedieron: el enfermo sería desconectado y les advirtieron que sus órganos serían quemados o tirados a la basura.

Una traductora contratada por el hospital informó las determinaciones médicas. Los padres entendieron que no les dejaban alternativa.

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A 18 días de cumplir 21 años, la vida del joven mixteco fue apagada. El 9 de junio, los médicos le extrajeron corazón, riñones, hígado y páncreas para transplantarlos a otras personas. Su corazón actualmente late en el cuerpo de una niña de 7 años, según les comunicaron.

El día 12, ante el vencimiento de la visa humanitaria Margarita y Rodolfo salieron de EU. Se instalaron en un hotel del Distrito Federal en espera del féretro. No pudieron quedarse al funeral que amigos y familiares de Nueva York organizaron paraFausto.

La espera del cuerpo, que sería llevado a El Platanar, duró dos días. El Gobierno de Guerrero sufragó los gastos de estancia en un hotel cercano al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Doña Margarita no comía, tenía dolores de estómago y sólo dormitaba.

Por fin, a las 15:20 horas, procedente de Miami donde había hecho escala el vuelo, Fausto llegó en un ataúd de madera.

Tras el viaje de cuatro horas a Chilpancingo, la caravana fúnebre subió a La Montaña de Guerrero. Una camioneta blanca con un ataúd llegó a El Platanar la madrugada del 16 de junio.

Desde la entrada a la comunidad se divisa una casa grande elaborada con blocks grises cercada con malla: Es la vivienda que Fausto ayudó a construir con los dólares que ganó durante sus seis años de trabajo en Estados Unidos.

Ahora regresó a su casa en un ataúd.

La caja mortuoria fue colocada frente a la habitación que Margarita adornó especialmente para el regreso de su hijo, la que pensaba que disfrutaría en vida. El féretro fue abierto e inmediatamente sus padres y hermanos Odilón y Rodolfo se abalanzaron para acariciarlo; sobre la piel fría se posaron también las manitas de Yahir y Lizbeth, sus hermanos menores a quienes sólo conoció en fotografías.

Vestido con pantalón de mezclilla, camisa blanca, una boina negra que cubría su cabeza rapada y con suturas, así fue despedido por los centenares de pobladores de El Platanar.

Dos días los vecinos de la humilde comunidad, donde sobresalen casas vistosas con antenas de televisión pagadas por el sueño americano, cobijaron al joven mixteco con rezos, música de banda, cervezas y abundante comida.

Luego, en procesión, los mixtecos emprendieron rumbo al campo santo, para la última despedida.

La tierra que vio nacer a Fausto un 27 de junio, se lo llevó un día 17 del mismo mes.

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Como marca el ritual mixteco le fueron colocadas 13 monedas bajo el brazo para que pague cuentas pendientes. Le calzaron huaraches de palma; en el ataúd pusieron comida y también en una maleta, algunas de sus prendas de vestir.

Margarita su madre asume que fue alto el precio que pagó la familia por querer tener una casa en la montaña. Su tristeza es más honda: ahora su hijo Odilón ya se alista para migrar a Nueva York.