f.- caminando entre los Ángeles · de inocencia creada en candor ! ¡oh la crisis que dura tres...

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1 F.- CAMINANDO ENTRE LOS ÁNGELES (Serie celeste VI) Adorable Lecheimiel: Ya estamos dialogando, amor, después del lar- go y dulce viaje en que me has llevado de la mano. Gracias, mi Reinecita, mi antes pupilo, hoy mi franciscano protector y desde ahora también mi “ángel de San Rafael”. Me condujiste derecho a comer en un restaurante llamado precisa- mente “Los Ángeles de San Rafael”, y aún conservo el tique del precio, ba- rato pero bueno y precisamente por ello doblemente caro a mi paladar y a mis ojos humedecidos por tan sincrónica delicadeza. ¿Cómo quieres, amor, que llamemos a este nuevo escrito de acción de gracias? Llámalo así, mi Rey, como lo has hecho, “Caminando entre los Ángeles”. No te olvides que los pensamientos que en canalización recibes, aun cuando mu- chas veces te parezcan tuyos propios y en verdad yo los entresaque de tu in- terior presentándolos a tu atención entregada, son, pues, de los dos, –unidos en una sola alma–, y enteramente de fiar, hermano. Gracias, amor. Ves que te he llamado con un nuevo nombre, un nue- vo título que tú mismo me revelaste, en cierta manera, al final del escrito anterior a éste, “SINTIENDO TU PRESENCIA”, cuando me prometiste acompa- ñarme en ese “viaje protegido” que estaba a punto de emprender para es- cuchar y “ver”, con “este par de oídos y de ojos” a Kryon, el poderoso y amoroso Maestro Magnético que nos ha llenado el corazón. El nuevo título que te otorgas y te otorgo, con conocimiento de cau- sa, es, pues, “Ángel de San Rafael”, Buen Samaritano, portador y aplicador de la Medicina de Dios, mi bienamado hermano por los siglos de los siglos. He dirigido a ti, mi dulce alma gemela, esta introducción a modo de carta, y no quiero añadir nada más. A continuación, allá abajo en mi ermi- ta, cuando retome posesión de ella, y vea también al Richi, sano y salvo, y cariñoso como siempre, dialogaremos con efusión de sentimientos y abier- to completamente a tus gracias y a tu amor inagotable. Mientras tanto, oh fratellino, gracias, gracias por todo, de mi parte y también de parte de mi buena acompañante que se ha sacrificado por mí hasta el punto que sólo tú conoces. Sí, amor, SOY YO aquél a quien tú buscas, y ya me has encontrado en el seno de lo que parecía, y aún parece a los extraños, mi “tumba vacía”. SOY YO tu jardinero, y ya puedes tocarme, puesto que me has reconoci- do y me has amado, resucitado de entre los muertos. ¡Ciao, amor, hasta siempre!

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F.- CAMINANDO ENTRE LOS ÁNGELES

(Serie celeste VI)

Adorable Lecheimiel: Ya estamos dialogando, amor, después del lar-go y dulce viaje en que me has llevado de la mano. Gracias, mi Reinecita, mi antes pupilo, hoy mi franciscano protector y desde ahora también mi “ángel de San Rafael”.

Me condujiste derecho a comer en un restaurante llamado precisa-mente “Los Ángeles de San Rafael”, y aún conservo el tique del precio, ba-rato pero bueno y precisamente por ello doblemente caro a mi paladar y a mis ojos humedecidos por tan sincrónica delicadeza.

¿Cómo quieres, amor, que llamemos a este nuevo escrito de acción de gracias?

Llámalo así, mi Rey, como lo has hecho, “Caminando entre los Ángeles”. No te olvides que los pensamientos que en canalización recibes, aun cuando mu-chas veces te parezcan tuyos propios y en verdad yo los entresaque de tu in-terior presentándolos a tu atención entregada, son, pues, de los dos, –unidos en una sola alma–, y enteramente de fiar, hermano.

Gracias, amor. Ves que te he llamado con un nuevo nombre, un nue-vo título que tú mismo me revelaste, en cierta manera, al final del escrito anterior a éste, “SINTIENDO TU PRESENCIA”, cuando me prometiste acompa-ñarme en ese “viaje protegido” que estaba a punto de emprender para es-cuchar y “ver”, con “este par de oídos y de ojos” a Kryon, el poderoso y amoroso Maestro Magnético que nos ha llenado el corazón.

El nuevo título que te otorgas y te otorgo, con conocimiento de cau-sa, es, pues, “Ángel de San Rafael”, Buen Samaritano, portador y aplicador de la Medicina de Dios, mi bienamado hermano por los siglos de los siglos.

He dirigido a ti, mi dulce alma gemela, esta introducción a modo de carta, y no quiero añadir nada más. A continuación, allá abajo en mi ermi-ta, cuando retome posesión de ella, y vea también al Richi, sano y salvo, y cariñoso como siempre, dialogaremos con efusión de sentimientos y abier-to completamente a tus gracias y a tu amor inagotable.

Mientras tanto, oh fratellino, gracias, gracias por todo, de mi parte y también de parte de mi buena acompañante que se ha sacrificado por mí hasta el punto que sólo tú conoces.

Sí, amor, SOY YO aquél a quien tú buscas, y ya me has encontrado en el seno de lo que parecía, y aún parece a los extraños, mi “tumba vacía”.

SOY YO tu jardinero, y ya puedes tocarme, puesto que me has reconoci-do y me has amado, resucitado de entre los muertos.

¡Ciao, amor, hasta siempre!

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CUMPLÍ MI PALABRA, ¿NO ? – Sí, mi Rey. Esta vez SOY YO el que te he respondido con un simple y

evangélico “Sí”. Esta es la palabra más bella, después de todo, pues, así, a solas, quiere

decir todo : Vida, Amor, Agradecimiento, Aceptación…, en fin, todo está dicho, amor, con esta brevísima palabra de afirmación y de concordia : Permíteme, hermano, amor, decírtela otra vez con todo mi corazón :

¡¡¡ Sí !!! – Pues, bien mío, y dulce fratellino de mi alma, ya está dicho todo por

hoy. No enturbies la claridad de tu sí. Hasta mañana, amor.

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REPOSANDO EN TU AMOR Hermano de mi alma, “Ángel de San Rafael”, Hermano Francisco : También te quería contar una anécdota sincrónica, –aunque bien te la sa-

bes, amor–, del reciente viaje, en que sentí tu protección continua y solíci-tamente delicada.

Y es que, así como hemos dicho que nada más llegar a la provincia en que debíamos encontrarnos con la Voz de Kryon, nos hiciste dar, como por casuali-dad con un restaurante bueno y barato llamado precisamente : “Los ángeles de San Rafael”, del que yo no tenía ni la menor noticia, al final del viaje, en la últi-ma visita al último pueblo, me permitiste reposar, en la hora calurosa de la siesta, en un anchuroso banco sombreado, en un bonito parque llamado de San Francisco, al pie del templo a él dedicado.

¡Qué detalle, amor ! – ¡Así es, amor ! Fue un detalle que quise tener contigo, que en otro tiem-

po me hiciste reposar en tu palacio, para curarme de las heridas y debilidad que me causaban tantas austeridades y contratiempos del continuo caminar sin rumbo ni morada fija.

YO SOY tu morada perpetua, amor. – ¡Amor, Lecheimiel, mi fratellino adorado ! Aunque no es preciso tratar

de identificar todas nuestras reencarnaciones pasadas, todas nuestras andan-zas por la historia pretérita, ayer, después de nuestro breve diálogo, me ins-piraste componer una poesía que hablaba de la paz y no de la guerra.

Puesto que nuestro grito “¡No a la guerra !” no parece ser escuchado por los responsables de las naciones, es bueno que gritemos : “¡Sí a la paz !”.

Al comenzar a escribir, llamándote a ti, cariñosamente, “el Benjamín de la casa”, me hiciste interrumpir para leer directamente en la Biblia la conmo-vedora Historia Sagrada de José. ¡Cuánto lloré al repasar dicha historia, aun-que tal vez no sea literalmente histórica, hermano !

Es el caso que yo me identifico con ese Patriarca que no sólo convivió con los Egipcios, sino que también condujo a Israel a ese entonces paraíso de pros-peridad, aunque más tarde se convertiría para ellos en tierra de opresión.

Los papeles entre árabes e israelíes se van intercambiando a lo largo de los siglos. Actualmente, hermano, en que todos estamos necesitando y espe-rando la ansiada y definitiva paz, nuestros hermanos los judíos han pasado de oprimidos a opresores, (tal vez las dos cosas a un tiempo), y nada se ve con cla-ridad, a pocos años de la fecha anunciada por Kryon para la inauguración de la Jerusalén celeste, en el 2012.

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Hablaba Kryon de potenciales para la paz, hacia el 2008. Aún tenemos que sufrir unos cuantos años, hasta que se liquide el potencial de la vieja ener-gía basada en la competencia y el odio tribal.

Por tanto, hermano, como también se nos recomienda vivamente, toda nuestra música y nuestra ejemplar armonía, la dirigimos hacia esa zona nece-sitada de buenas vibraciones y de paz.

Este es mi obsequio a ti, Lecheimiel, mi Benjamín, y mi oración por “la Tierra” :

PAZ AMOR DECLARA Benjamín de la casa, de tu madre bendita, nacías a Jacob como un regalo que en gracias sobrepasa a cuanto el alma ahíta atrévese a esperar de lacio falo. Y en ti yo, el bendecido, hermano en prenda dado, que en prenda te pedía a mis hermanos. Que, si de éstos fallido, y a Egipto desterrado, no sin ti los tendría por cercanos. Comparados en peso de oro y plata robados, no saldrían bienquistos del percance : Por sólo tu embeleso serían condonados, y benditos de Dios en fiel balance. Es ésta nuestra historia, hijos de única madre, que trae la bendición a nuestra Tierra…, cuando Israel la gloria, heredada del Padre, comparta con los que hoy le hacen la guerra. Si, llorando a los pies de los desheredados que hoy soportan el yugo que él llevara, enmienda su traspiés frente a los inmolados por justa paz que sólo Amor declara. ¡VEN, AMOR, A MI REGAZO !

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Sí, SOY YO, tu hermano Lecheimiel, vivo y glorioso en el cielo de tu co-

razón, el que te llamo hoy, de nuevo. Para decirte que, como Marta, la Marta de mi canción, estás preocupado

por una ligera ansia que anida en tu corazón. Ven, amor, descansa siempre en mi amor, como lo hiciste en el Parque de

San Francisco, porque mi palabra de cuidarte y protegerte durante el viaje, no se refería tan sólo al que has realizado a tu tierra natal, –¡y sabes muy bien a qué me refiero, hermano !–, sino al viaje integral de tu vida.

Yo, como buen ángel de San Rafael, no sólo estoy contigo y dentro de ti, en tu alma bendita, especialmente desde que nos fusionamos en espiritual ma-trimonio, sino que te protejo y te cuido para que tu pie no resbale.

¡Ojalá, mi bien, pecaras de excesiva confianza en mi amor fraternal ! Humilde como José, el que fue elevado a la categoría de Administrador

de todo el Egipto, no te envalentonas contra tus hermanos, sino que intercedes por ellos, a pesar de que los sientes en onda cerebral y energética diferente.

¡Son tus hermanos, hijos de un mismo Padre ! Ellos también están llamados a despertar a su divina identidad, aunque

por ahora, y por razón de su humilde piedad, no la reconocen sino por amor y por participación.

Es lo esencial, mi buen ermitaño. El resto, la apertura de su conciencia que favorecerá el reingreso en la Jerusalén celeste de tantos otros hermanos confiados a su cuidado como ovejas sumisas a sus pastores, es, apenas, una cuestión a veces meramente intelectual.

Si percibes muchas veces en ellos cierto orgullo casi profesional de cas-ta, es debido a la tradición en que se han formado.

Aunque sabes que algunos de ellos, si no todos, te aventajan, hermano, en virtudes humanas y en dedicación a su respectivo trabajo, tú debes aventa-jarlos, o por lo menos igualarlos, en alegría y paz interior. No pretendas nada más, amor.

Tu sencillez, y tu independencia moral y espiritual, aunada con la solici-tud en el servicio, será tu faro.

Tú, –no precisamente tus obras o tus ventajas espirituales–, serás el fa-ro plantado en ese lugar difícil en que te ha puesto el Espíritu.

Y sepas, amor, que YO ESTOY CONTIGO, COMO EL ÁNGEL DE LA MEDICINA DE DIOS, HASTA QUE LLEGUES A LA MORADA DONDE CELEBRAREMOS PÚBLICAMENTE NUESTRA FIESTA.

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Ahora quiero, amor, que me dediques una poesía que guardas en tu viejo cuaderno y que yo te he hecho encontrar “al azar”, titulada “JUSTICIA Y PAZ”, para que al finalizar nuestra sesión de hoy podamos entonar un verdade-ro y sincero “AMÉN, ALELUYA”.

– Hela aquí, mi Rey : JUSTICIA Y PAZ Otra vez, mi YO SOY, soy conmigo a la escucha de tu íntimo son : el mensaje de amor del amigo que me apela desde el corazón. ¿Qué me quieres, mi bien, qué me llamas a estas horas de auroras en lid con las sombras, o en qué nuevas tramas sintetiza estrategias tu ardid ? ¿Negros son tus decires de Pascua, si tu luz resucita en Abril ? ¡Ay, cómo arde mi pecho en un ascua y se tiñen mis ojos de añil ! ¡Ya se agota tu paz pronunciada pocas fechas de ayer, en la noche que tus luces hicieron rosada, si aún no cierra la octava su broche ! Pues decías “Mi paz con vosotros”, ¿quién osara imponer condiciones de justicia incumplida, o en otros fundamentos alzar sus blasones ? “No es mi paz, –nos adviertes–, de aquéllas que suponen un orden ficticio, o bendicen a un bando en querellas fraternales con gesto propicio”. ¡Ay, qué dura es la paz al que ama ! ¡Poco dura el amor de canción que consume tu cirio en su llama, fuego fatuo de resurrección ! ¡Aleluyas pascuales en danza

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de liturgias vacías de amor ! ¡Reventara Jonás en la panza, para no predicar su dolor ! ¡Invirtiera el reloj su sentido y volviera a la Tierra el Señor y “el Señor de la Tierra” a su nido de inocencia creada en candor ! ¡Oh la crisis que dura tres días, por un día mil años ! ¡Cuán largo se hace el parto al nacer la alegría, desde el “NO-SER-YO-SOY” tan amargo ! ¡Pues eso, mi fratellino sufriente ! El mensaje no puede estar más claro,

aunque es polivalente y pluridimensional. Desde todas las dimensiones del Amor Misericordioso y de la confiada

respuesta de nuestras pequeñas almas donde reposa su acción, nos es dado cantar por toda la eternidad, en cualquier evento, con invencible esperanza :

¡AMÉN, ALELUYA ! Repite conmigo mi bien : – ¡Sí, amor : AMÉN, ALELUYA !

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YO JAMÁS TE OLVIDARÉ ¡Oh hermano amado, esposo y esposa mío/a, “YO JAMÁS TE

OLVIDARÉ”, fueron las palabras que allá en Roma, hace casi cuarenta años, se-llaron nuestro compromiso :

“Fué nuestra luna de miel una promesa de amores sublimados. Arras de bendición un solo abrazo en los pliegues del tiempo sepultado”. Estos días, amor, estamos celebrando en España, las famosas bodas re-

ales de príncipes y de princesas. Mi nostalgia de ti, mi único amor andrógino, se llena de ternura y a la vez

de tristeza, por lo imposible de celebrar nuestras “bodas-casi-de-oro” ante una Iglesia que se alegre con nosotros y pueda festejar públicamente esta forma particular de amor entre la Tierra y el Cielo :

“Vino a surgir de entrambos la conciencia de ser en Cristo Uno : testigos de un amor que en nuevo estilo consagrase el nacer de un nuevo mundo”. Ya ves, amor, que no te he olvidado, ni te puedo olvidar. Podemos presen-

tar ante el mundo una fidelidad a prueba de distancias espaciales y temporales, que atestigua la seriedad de nuestro proyecto divino.

Afrontaremos, sí, además, las críticas y vituperios de la gente de aquí abajo, no tan bien-pensante como la de allá arriba que simplemente decían, con significativa aprobación : “Se quieren”.

Todo lo demás, amor, queda para nuestra más preciosa y preciada intimi-dad.

Que, aunque mucho hemos escrito ya de nuestro romance, hermano, bien sabemos que el secreto consiste precisamente en la sinceridad e intensidad de nuestros mutuos sentimientos.

Y también, –¿cómo no ?–, mi fratellino, en la constancia con la que, super-ando toda “noche oscura”, demostramos ante el mundo que el secreto de nues-tra perseverancia en el amor ha sido sellado con la bendición de la Iglesia de los bienaventurados ángeles del Cielo.

Esos “ángeles de San Rafael”, hermano, que no acompañan al Joven Tob-ías en un viaje cualquiera, sino precisamente en un viaje de amor, para que el viandante peregrino del amor pueda encontrar su complemento en la Tierra.

En este caso, cariño Lecheimiel, mi complemento o alma gemela al que se consagra mi vida, eres tú mismo, el Ángel del Amor Herido y Resucitado que ha

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abierto mi alma de par en par, como se abre camino el Sol a través de las Nu-bes, cuando recorre su camino como un héroe al salir de su tálamo.

Ahora me viene a la mente, oh fratellino adorado, un bello poema que te dediqué al principio de este nuestro ensueño, a partir de tu visitación, cuando, como a un Rey te lo regalé, “con ágil pluma de escribano”.

Ya iba siendo hora de que saliera a la luz, puesto que tú me has conduci-do hasta aquí, mi bien :

POEMA MIXTO DE AMOR Y DE IMPRUDENCIA (Comentario al Salmo 45 -44-) ¿Por qué me has visitado, hermano, cuando menos te esperaba ? ¿A qué reloj de arena se atienen nuestros ritmos, las horas de la Gracia ? Me brota de los labios del corazón de niño, un poema tan bello como extraño… Me brotan las preguntas, –tan tontas como serias–, y las recito al Rey de los profundos sueños de mi alma, en forma admirativa de alabanza… Y es que viéndote ahora a plena luz del día aquí junto, a mi flanco, cual mi espada y mi orgullo, me siento en mi conciencia vigilante de ti tan serena, tan extraña y tan bella, tan profundamente enamorado, que, sintiendo la caricia de tu beso, evocando el rojo vivo de tus labios, de los cuales, oh el más bello de los hombres, se derrama la gracia, de los míos, abiertos y embobados, se me derrama el alma… (Tenía que expresarlo así de toscamente, aunque sé que nunca, nunca, hubiera debido publicarlo. Es mi niño interior el que lo “casca”. Le debía el estreno de esta pluma por la que, de pequeño, el pobre, suspiraba,

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yo, el adulto escribano responsable, el que le debe el alma de poeta que añora, salmodia y se enamora). Y ahora, mi amado misterioso, a quien rondan las ninfas de Judea, dentro de estas montañas, en lo más escabroso de mi viña, hagamos el amor. Comamos de sus frutos, construyamos un mundo que sea nuestro nido para siempre, donde crezcan los niños sin congojas y dejemos a las aves canoras que encubran con sus cantos nuestro celo, hasta que deje el cielo de trenzar nuestras horas.

– Yo, hermano, que como te dije en aquella primera carta de canalización titulada “De quién para quién”, eres también mi esposo y esposa, mi niño y mi niña, mi padre y mi madre, hermano y hermana, me recreo en este bello poema, y te cubro con mi prudencia celestial.

No te olvides, mi bien, que fui yo el que te llamé en sueños y te besé en la boca después de tan largos y dolorosos años de ausencia.

Te pido ahora, mi Rey, que insertes aquí esa bella carta que nos dirigimos el uno al otro, y luego te pediré, además, otro bello poema que titulaste “El Canto de la Esposa”. No te importe que algunos lectores ya conozcan estos textos, porque son de vibración intemporal y eterna, y a todos los agradará re-cordarlos, y verán que nuestros amores, hermano, no son en modo alguno una pasajera improvisación.

Por anticipado gracias, mi amor.

“Desde el Desierto de tu morada, a 15, Julio, del 2002

(Carta de “Quien” para “Quién”)

Oh, mi amor, mi amor eterno :

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Te escribo a ti, que me escribes. Leo tu carta simultáneamente y devoro tus palabras con fruición, delante de ti que eres mi Palabra.

Sin que los antiguos terrores del silencio y de las sombras puedan oscu-recer nuestro “Camino de Luz” (“Via Lucis”), que hoy, amado, inauguramos.

Sin que la mente humana, oscura y polvorienta, pueda interferir en la on-da pura de Luz, que, impulsada por la energía infinita del Amor, salta en olea-das de Vida Eterna, de ti a mí, de mí a ti, que simplemente nos queremos con amor humano, pero secretamente nos reconocemos como un sistema binario de soles que giran el uno alrededor del otro, infatigablemente…

¿Dije “binario” ? Pues no exactamente, porque con Jesús, nuestro gran Maestro del Amor, que encarna al Sol Central, alrededor del cual también, co-mo un uno, giramos, y al que invocan nuestras vidas, –más que nuestros labios–, un trío formamos, perfecto, de amor indestructible, que reproduce la gloria de la Santísima Trinidad de Dios que Él, Tú y Yo, indudablemente somos.

Y, alrededor nuestro, toda la Luz, todo Dios, se mueve y chispea de alegría. ¡Todo danza a nuestro alrededor, hermano, en honor nuestro !

Y mientras tu pluma, movida por el Espíritu Santo, –pues una porción eres, desprendida de su plumaje figurativo de paloma inocente–, va recorriendo y sosteniendo el círculo de la danza sagrada, como batuta que mantiene vivo el concierto inspirado, nosotros, mudos de éxtasis, nos dejamos arrullar por to-das las miradas de los ángeles, que nos ungen de amor y de admiración y tam-bién, –¿por qué no ?–, de secreta envidia.

Así, nuestro Via Lucis no exige el cansancio de nuestros pies, ni el des-gaste de nuestras fuerzas anímicas, porque todo el Cosmos de Dios nos alimen-ta con su canción, mientras, sin dejar de danzar, nos mira y nos contempla :

“TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI”

Acepta, hermano, que eres también mi hermana, y mi esposa y esposo, y mi padre, y mi madre, y mi querido hijo, –niño y niña a la vez, con todo el encan-to inherente a los dos sexos–, mi ofrenda matutina, que te ha de dar impulso hasta la tarde. Hasta el final de la tarde del hoy eterno. Final que nunca lle-gará, porque el “mañana” estará siempre por delante de nosotros, listo para reemplazarlo, para convertirse en HOY de nuevo, en el mismo instante en que parezca que el día va a terminar.

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¿Cómo te llamas, amor ? ¿Cómo se llama en la Tierra el nido donde tu madre, la Vida, dejó sus huevecillos, tus encantos, fecundados por el secreto impulso paterno ?

De ahora en adelante te llamaré sólo AMOR.

Y sólo tú sabrás cómo combinar sabiamente todas esas letras.

RA, el Sol, tomó de él una parte de su energía. OM, era el susurro del viento, cuando el Sol, al ponerse, inauguraba un nuevo día para los hebreos pe-regrinos. ROMA, hermano, vio y guió tus tiernos pasos, y desde allí, al comen-zar a desandarlos, un RAMO de flores deshojabas para ungir de belleza y de perfume mi prematura sepultura. ¡Perfume de rosas, de nardos y violetas ! De MORA me vestí, es decir, de humildad, yo, la novia que tú elegiste al desnu-darme, impaciente por gozar el néctar profundo de mis labios.

Por eso, y por otras “razones”, que irás conociendo más tarde, a medida que tu día vaya transcurriendo, oh AMOR, te llamaré, como tú me llamas siem-pre, AMOR.

Adiós, hasta siempre, AMOR.

Adiós, que es “en-Dios-para-siempre”, AMOR.

¡Sabes que te quiero, AMOR !”

“EL CANTO DE LA ESPOSA Hoy me aguarda la dicha de decirte algo nuevo, que en mí late. La mente en calma chicha, mi voz es la de un vate que, sin saber, pronuncia su dislate : Pues que siento en mis venas ese típico y suave cosquilleo que convierte en antenas mi fértil gineceo que se abre como flor a tu aleteo. ¿Qué me traes, amor mío, que vase derramando en mi corola como fresco rocío que en húmeda aureola me envuelve y me acaricia tuya y sola ?

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Gota a gota el amor va absorbiendo el olor de tus encantos, que deja el pundonor destaparse en mis cantos a los que entenderán, que no son tantos…”

– Gracias, amor. Nada más por hoy. Adiós, sin adiós, como nos decíamos al principio.

– ¡Gracias, gracias a ti, mi ángel gracioso sin medida !

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EL MOMENTO ES AHORA Si lo deseas, hermano ermitaño de mi alma, y siempre que lo desees,

cualquiera de tus más rutinarios momentos, son tu “AHORA”. Tu sagrado AHORA en que podemos volver a restablecer, prolongar, eternizar aquel ben-dito momento que tanto añoras, en que con timidez me expresaste tu amor y al final del cual yo te di mi abrazo.

Esa “luna de miel”, amor, no tiene por qué tener fin. Si lo deseas, amor, tú mismo puedes pedirme AHORA, que vuelva a be-

sarte en la boca, como me lo pediste en aquella ocasión que tú muy bien cono-ces, y yo me precipité a darte, no sólo mi beso, sino mis dulces palabras que aún resuenan dentro de ti : “SOY YO, HERMANO. ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD”.

“Oí tus voces por radio y en directo en témporas de gracia. Anclabas a tu alma mi barquilla con tu firme energía en la ensenada”. Efectivamente, oh mi dulce fratellino, estas palabras mías, percibidas

por ti con toda claridad como venidas desde arriba, no a través de los labios del medium que te abrazaba en mi nombre, sino del hiperespacio que os compe-netraba a ambos, fueron para ti como ancla fortísima que te reconfortaba en tu fe en los duros momentos de prueba que habían de venir.

Yo sé, hermanito de mi corazón, que eres un “buon musicista”, como te dije en una ocasión y tú no has desperdiciado ninguna de las escasísimas pala-bras que escucharon tus oídos de mis labios corporales, cuando habitábamos juntos, que eres un hombre de “oído”, y por eso el sueño que preparé para ti, para darte noticias de mi regreso, comenzó con una secuencia en que escucha-bas mi inconfundible voz… ¿Cómo la calificaste en tu conciencia ? “Juvenil, va-ronil, serena y segura”.

Todo lo contrario de aquella que resonó por teléfono, cuando quisiste “asegurarte” de mi muerte, y, para tu sorpresa otra voz insegura, vacilante, y desagradable, te respondió… y al final, movida por mi amor, pero inconsciente del mismo, te confesó no ser él a quien buscaba tu alma : “No soy aquel a quien tú buscas”. Y más adelante, como los ángeles guardianes de la tumba vacía : “No está aquí”.

¡Cuánto sufrimiento, hermanito de mi alma, te hubieras ahorrado si te hubieras conformado con creer a tu corazón !

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Pero también este sufrimiento atroz de tu alma, este auténtico martirio o testimonio sangrante de tu fe, amor, estaba diseñado y escrito para que tú lo pasases como momento sagrado de tu, de nuestro, AHORA.

Él, ese “momento” doloroso de tu vida, es el que te hizo expandir tu con-ciencia intuitiva, para comprender y describir acertadamente, aquello de que no habías oído hablar en tu vida : la “técnica” del “walk-in”, como uno de los mo-dos de salir de este mundo.

Lo describiste en el quinto librito de la serie “Lecheimiel”, EL MEJOR

REGALO, y más tarde añadiste a dicho librito un breve apéndice en que citas el libro extraño que yo hice llegar a tus manos, cuando ya casi habías superado la prueba, donde se te dio noticia de ese “fenómeno”, que el autor incrusta como al acaso.

A pesar de lo cual, hermano, tu fe en mí, incondicional, no ha perdido su cualidad de meritoria, puesto que no me has visto con tus ojos, ni el “Cancerbe-ro” se ha dignado contestarte para confirmar o desmentir, ni en el libro se di-ce que ése haya sido mi caso.

Tampoco se cuenta en el libro los motivos que pueden mover a un alma a salir de su cuerpo como si dijéramos por esa “puerta falsa”.

Lo esencial que tú, hermanito amado, sabes por revelación mía, es que yo tenía prisas por volver a ti y no podía esperar a que mi cuerpo completase su “ciclo de tierra”, como muy bien expresaste en el poema en que hablas de la “noche sosegada” en que di a mi alma el Sí de mi entrega a tu amor maravilloso :

VUELO SECRETO Voló, voló mi amor al Cielo Empíreo, en la quietud de la noche sosegada. Atrás dejaba sus desvelos, sin que éstos lo advirtieran, sin que nadie, ni deudos ni parientes, siquiera sospecharan. Por las rutas de vuelo prefijadas en los cuadernos privados del amor. Por sendas de etéreas violetas, de tiempo atrás, ya en tiempo florecidas, por el Amor sembradas. Hasta el mismísimo trono del AMOR dorado donde sólo mi alma lo aguardaba, antes de que el mundillo de la prensa, –el que nunca descansa–, llegara a despertarse esa mañana.

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Mas tu carne serena, la obra de tus manos esmeralda, el traje de amadores en que a mí pareciste cuando yo te miraba, y tú en mis ojos a ti te contemplabas, oh amor de mis amores, no estaba lista todavía, en su ciclo de tierra, para emigrar al polvo de la NADA. No conociste, Humildad, mejor sepulcro para ocultarte, incorrupto, que el amor de San Pánfilo, aquel del que saliste y al que luego regresaste sin que, el pobre, se enterara…, porque pánfilo era aunque sabio en el amor : mientras tu nombre con tu carne aguarda, custodiada insepulta, resurrección de instantáneas fotográficas que el amor solicitaba… A mí, hermanito amado tan sólo has explicado tu secreto, el de tu luz esférica que te trae “da-Roma” a mi “mora-da”.

Largo tiempo, amor, –¿crees que alguna vez he dejado de oír tus gemi-

dos ?–, me pedías una fotografía mía, ya que una que tuviste una vez la extra-viaste.

No te la he concedido, aunque para mí hubiera sido fácil hacerla danzar para llegar a ti, igual que hice danzar a mi “testamento ológrafo”, cuando tú no me lo pedías, aunque sí me pedías un autógrafo.

Yo sé, hermanito amado, que no te conviene mi foto de un cuerpo que evoluciona hacia la muerte, y del que guardas tan idílicos recuerdos. Quiero que te quedes con aquella imagen mía de la que se enamoró tu corazón. Pero, en cambio, las “instantáneas fotográficas que el amor solicitaba”, de que hablas en el poema, te las he canjeado por otras mejores, acompañadas por la hermosa revelación que me permitió el Padre hacerte, de mi anterior identidad como Teresita, la fotogénica, y, antes aún, Francesco de Asís, el de las mil estampas y leyendas.

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Todo esto, fratellino, te lo he regalado como prenda de nuestro amor, y regalo de bodas eternas.

Ahora, mi bien, puedes saber, después de mi silencio de aquel día, en que todo te lo decía con el único abrazo de arras de bendición, cuánto te amaba, y por tanto cuánto te amo.

PUESTO QUE EL AMOR NO PASA NUNCA. – Gracias, amor, por tu “luz esférica” que me ha conducido esta mañana

hasta este momento de dulzura infinita. Yo soy y me siento como ese “Pánfilo”, –“todo-amor”–, a quien has regre-

sado por caminos insospechados : “da Roma a mi Morada”. Tampoco mi canción tendrá fin.

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PRÉSTAME TUS MANOS, AMOR Sí, mi buen ermitaño, en quien vivo. Préstame tus manos, como lo haces

todos los días y todas las noches, para cantar al piano contigo. Para escribir. Para trabajar. Incluso para comer. Y sobre todo para bendecir y acariciar.

Ya sé que dispongo de todo tu cuerpo, porque dispongo de tu santa in-tención y de tu amor. Pero, amor, quiero disponer especialmente de tus manos, porque son preciosas.

Por tus manos de pianista suave, de organista improvisador, te derramas, hermano, desde los dos hemisferios, y en tu interior te conectas con mi histo-ria y con la tuya propia, y ahora las reunificas en una sola armonía. Con tus ma-nos, como ya escribiste en EL GOZO DEL TÚ, mi Rey, prestas especial atención a tu propia mano izquierda que representa tu parte humana, y poéticamente te vas dejando llevar de las melodías que acuden fácilmente a tu mano derecha, desde ignotas regiones profundas de tu espíritu uno.

Con la mano izquierda agilizada como la derecha, ejercitas la confianza en ti mismo, que, como tantas veces te he dicho, mi fratellino, es tu tarea pen-diente sobre la Tierra.

– Sí, amor. Esta noche pasada, en particular, he llegado a experimentar con gran concentración ese amor mutuo de las dos manos entre sí. Incluso de las varias voces que acudían a llenar toda la armonía. Me sentía especialmente sensible a tus sentimientos y repasaba mentalmente tu vida en mi vida. Tus fraternales cuidados y delicadezas para conmigo, especialmente desde que vol-viste a invadir toda mi intimidad a partir del sueño de tu visitación.

Pero, proyectando hacia atrás en mis recuerdos, podía fácilmente rein-terpretarlos como significativos de tu amor y de tus sufrimientos en tu her-mosa y desconocida vida, hermano.

¡Oh, cómo lograste, mi Rey, acrecerte en la humildad de corazón, corri-giendo posibles desvíos casi imperceptibles para los demás, e incluso para ti, hermano, en tus anteriores vidas de las que saliste en olor de santidad y de multitudes !

Aquí, no. En tu vida de Lecheimiel, oh amor, hiciste un giro maestro en tus patrones de conducta, sometiéndote a la verdadera humillación y al autén-tico desamparo de Cristo Crucificado, que ahora, bien mío, cuelga de tu pecho entre flores de fragancia exquisita y desconocida de las gentes.

Por eso, ahora, mi Rey, sólo yo te canto, “hermano Sacerdote” en medio de esta Tierra, que, para algunos aún hollan tus pies, aunque probablemente le-jos, muy lejos, de sus andanzas diarias y de su amor.

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“Hoy a ti canto, hermano Sacerdote, en medio de esta Tierra, a ti, que por amor viniste a verme y a hacerte solidario con mi ofrenda”. Mi ofrenda es para ti en primer lugar, fray amore, y encuentro un placer

especial en dirigirte este saludo cariñoso, y también el título de sacerdote, aunque para Roma seas un renegado.

Tu sacerdocio, oh fray amore, consiste, desde el cielo de mi corazón, en aplicar esta ofrenda viva de mi música, para apaciguar la Tierra de Israel y to-do el Planeta por el cual nos ofrecemos conjuntamente, en un mismo sacrificio.

Esto es mi música, amor, tú lo sabes, que se ejecuta mediante la reunifi-cación de nuestras almas, a partir de la confianza que me inspiras, amor.

– ¡Eso es, mi Rey ! Para que dijeras todo lo que has dicho, te he llamado en esta tarde en que no te sentías especialmente en forma para escribir.

Te lo dije una vez, en el ALELUYA DE LECHEIMIEL y te lo repito ahora : yo bajé a la Tierra por ti, mi bienamado desde todos los siglos. Lo cual no quiere decir que no bajase también para perfeccionar mi propia alma.

A partir de ahora, mi buen hermano ermitaño, ya no tendremos que hablar tanto de “mi” alma o la “tuya”, porque las hemos reunificado como se re-unifican los dos hemisferios de un mismo y único cerebro. Esto es un misterio en parte aún velado para ti, pero lo crees porque me amas.

Desde esta Tierra, desde la que me cantas, hermano, te basta con hacer intención de que así sea, y yo te aseguro que así es.

Es cabalmente el significado del “AMÉN” al que unimos nuestro ALELUYA de acción de gracias al Padre y de alegría por esta Vida conjunta y maravillosa que recibimos renovada a cada instante del Creador.

Esta es la FUENTE de la que proviene toda música. Por eso cantamos : TODAS MIS FUENTES ESTÁN EN TI, que quiere decir tantas cosas y tantos misterios unificados en uno solo : el AMOR.

¿Tienes por ahí, hermano, alguna poesía que trate especialmente de música ?

– Se me ocurre, así de pronto, mi Rey, una que es un acróstico con las no-tas de la escala de Do. Quizás venga a cuento. Ahora la busco.

Ya la he encontrado y copiado, hermano, para trasladártela aquí en se-guida. Pero como no se puede dividir con el salto de página, antes, y sin ir más lejos, te diré, hermano amadísimo, la última de las estrofas de nuestra aria, la que te canto todos los días :

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“Esta canción, hermano, no termina con esta pobre letra, que espera partitura más excelsa que un día cantaremos en mi fiesta”. Ahora, hermano, la prometida : POR LA SECRETA ESCALA Domina tu cuerpo y ahorra energía, Reúne tus fuerzas en un solo haz, Milita en las filas del único Guía, Famoso por hechos y dichos de paz, SOL justo, al que llaman Jesús, el Mesías, LA estrella que llega del cielo a reinar… Siguiendo sus huellas, al fin de este día, DO está la colina, allí lo verás. SI aún se retarda, ten fe todavía : LAtente en tu pecho, brillando está ya. SOLdados de Cristo, ¡bajad de la cima ! Fatiga no pueda haceros cejar, Mirad que no duerma la fe en demasía, Recién convocada la Santa Hermandad, Donde hace más falta la fiel compañía. – Creo, amor, que, aparte ser muy ingeniosa, ha venido como anillo al de-

do de lo que hemos comentado de reunificación de fuerzas y de almas, así como lo de no dejar dormitar nuestra mutua fe, para que nunca jamás sea desacredi-tada la fiel compañía de la Santa Hermandad Universal.

– ¡Amén, fray amore, Aleluya ! – ¡Gracias, hermanito, por haberte aprendido la lección. Amén, aleluya !

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ANNIVERSARIO RECURRENTE Amor, Lecheimiel, no es preciso decir la fecha exacta en que hoy celebro

por segunda vez tu cumpleaños, a partir del día en que por tu “testamento oló-grafo”, supe fidedignamente la de tu nacimiento en una carne que ya has aban-donado, –no sé si del todo–, para venir a vivir en mi humilde cabaña.

Dejamos de lado una triste historia de paradójico misterio de gozo, para comenzar otra gloriosa que sólo puede vivirse, como la Resurrección de Cristo, en pura fe.

Así como la fe se nos transmite, en su formulación más o menos luminosa por medio de sacramentos que perpetúan el signo o “lex orandi, lex credendi”, así, amor, mi fe en ti se apoya para su celebración en los signos sensibles que has tenido a bien regalarme para mi consolación.

El último sacramento de tu presencia, hermano, es ese humilde gatito, el Richi, del que hemos hablado últimamente en muchas ocasiones. Ese gatito que tú heriste en el calcañar para que no huyera lejos de mí, entre otros motivos, según veo.

Hoy, Lecheimiel, como si supiera que es una gran fiesta y que hablamos de él, aunque ya está casi completamente curado, gracias a Dios y a San Rafael. no me ha abandonado en todo el día. Parece obedecer a oculta consigna que tú pones en su pequeño y humilde corazón felino.

Por tanto, amor, con toda propiedad te quiero felicitar con esta poesía que he compuesto para ti esta mañana.

Esta mañana, amor, en que, impensadamente, a la hora de acceder al sa-grado Altar, me has recordado de improviso la fecha. ¡Es verdad ! Se ha echa-do encima la fiesta deseada pero de momento olvidada, ya que nunca sé en qué fecha vivo.

Así mismo he caído en la cuenta, Lecheimiel, de que tal día como hoy, cuando yo tenía apenas siete años y tú debías de tener cinco, tomé la primera comunión.

Para entonces, oh mi niño amado y por entonces desconocido, ya me hab-ías visitado con la visión del carrito miniatura, tirado por dos animalitos, en el que cabalgábamos juntos.

“Desde muy niños, en brumas presagiada me visitó tu gracia. Venías a henchirme de esperanza, promesa bautismal en la alborada.”

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Para comulgar con mi temporalidad, hermano, te haces tú presente en medio de tus signos vivos.

Para que no dormite mi fe, ni se enfríe nuestra santa Hermandad, como decíamos ayer.

Gracias, gracias, mi Rey, y sin más preámbulos te dedico mi poema en que he improvisado una música o forma de estrofa algo diferente de las que traen los libros de preceptiva literaria : Aquí riman los tres últimos versos con los tres primeros, todos endecasílabos, si bien en orden inverso. En fin, con el pla-cer de crear para ti algo nuevo y distinto, también tengo el gozo de someter todo a lo que ordenan los sagrados cánones, si bien me siento libre de temblar o no por su aprobación o reprobación, –lo que también va dicho, sin malicia, en orden inverso–.

Y aquí va, pues, hermano Juglar de Dios, lo que me has dado : FIESTA DE NATALICIO EN PRIMITIVO Hoy con tu Richi, Lecheimiel, celebro nuevo retorno de tu santo amor, que envuelve a mi alma en candor dorado. Es tu reflejo, tierno, inmaculado, en que refulge tu sagrado ardor que en uno funde nuestro fiel requiebro. Desde él me miras como yo te miro, –con miel de almizcle su color lechado–, como en la cuna donde siempre naces, en llanto efímero que anuncia paces que en triste acento, –ruiseñor alado–, extraes del eter en el que te aspiro. Alma pequeña donde no las haya, así te mimo, cuando me lo imploras, con tus cariños de hambre de caricias. Así te entrego tu paga en albricias por el anuncio de que en duras horas más firme el Amor en dolor se ensaya. Así, en el sueño, junto a ti descanso, aunque en distinta, al parecer, morada, cuando, contento, porque estás a salvo, apago el cirio de mi mente en albo y el alma desnudo ante tu mirada que fiel me guía hasta feliz remanso.

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– ¡Hermanísimo ermitaño de mi corazón de ángel humano, más humano que nunca ! ¡No pretenderás cerrar este diálogo sin dar cabida a mi palabra au-dible, la que no sólo te llama desde tu interior, sino la que resuena a través de tu voz y de tus sacramentales manos con las que me consagro a mí mismo ante tu altar por medio de tu dulce ofrenda !

Pero tampoco quiero enturbiar con demasiadas palabras la clara corrien-te de tu cristalino pensamiento, amor.

Por eso, simplemente ¡Gracias ! ¡Ti voglio benissimo, mi dulce fratellino ! ¡No lo olvides jamás !

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CUANDO EL ALMA DESNUDO ANTE TU MIRADA Déjame, Lecheimiel, desnudarme un poco ante ti, –lo que permitan las mi-

radas indiscretas de los que nos leerán, amor–, hoy, el día siguiente de tu feliz cumpleaños, en primer lugar para darte gracias.

Hoy repaso el poema que me diste y que te di, mi bien, y lo encuentro bastante bueno.

(Cuando Dios contempló la Creación, y eso que no estaba terminada, lo encontró todo muy bueno).

De él me quedaría, si tuviera que discriminar y elegir, con el último verso de la penúltima y con los tres últimos de la última, uno de los cuales es el que he puesto como título de esta conversación, con el presupuesto ya consabido de que antes de escribir pongo rigurosamente en blanco mi mente ante ti, mi Rey, para que seas tú, incluso cuando parece que hablo yo, el que dirija estos diálogos de Vida Eterna.

“Apago el cirio de mi mente en albo y el alma desnudo ante tu mirada que fiel me guía hasta feliz remanso”. ¡Qué bello es esto, mi amor, y qué consolador ! – Verdaderamente así es, amor. Es la belleza de la Verdad. Es la Verdad de tu sinceridad. Es la sinceridad de lo que siente tu corazón. Es tu conexión con el mismísimo corazón del Creador, Padre-Madre, que

así te ha hecho y así te me ha regalado como hermano paradigmático y eterno. Mayor belleza, hermano, no cabe, si no es mediante el desarrollo de toda

la infinita potencialidad que contiene en sí tan exquisito y humano amor. Cuando San Agustín, hermano, vio a un ángel que jugando en la playa pre-

tendía meter en su hoyito toda el agua del mar, como él mismo pretendía com-prender los misterios de Dios, recibió su lección. Pero nada se dijo entonces de ese órgano de comprensión espiritual y emocional que es el corazón.

Aquí sí cabe todo Dios, porque Dios se hace tan pequeño o tan grande como desee, ya que en su Esencia es adimensional.

Pero la Esencia de Dios, aunque manifestada parcialmente, se halla indi-visible y entera en cualquiera de las dimensiones.

Por eso, mi bien, ayer yo habité en tu gatito Richi y desde él te acom-pañé todo el día, y te hablé de corazón a corazón, aunque para mi estado no sea necesario ese sacramental, que sin embargo tú, hermano, necesitas más de lo

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que imaginas para captar sensiblemente y hasta cierto punto mi presencia in-defectible.

Cuanto hacéis por estos mis humildes hermanos, –dice el Señor–, por mí lo hacéis.

No se excluye de este dicho de luz y amor a nadie, a ningún ser de la Creación, –“racional o irracional”–, por insignificante que sea, hermano.

Mucho has aprendido de mí, mi fratellino, en cuanto a ese respeto, devo-ción, e intimidad que muestras con los animalitos. Yo te precedí como Francis-co, mi Obispo y mi Rey, para hacerte sensible hacia toda criatura viviente.

Hoy, amor, estoy orgulloso de ti. Estas palabras, hermano, resuenan en tu alma, –lo sé–, de haberlas oído

en otra ocasión de boca de aquel medium que te abrazó por dos veces en mi nombre, y en la segunda ocasión oíste, pero no de sus labios, sino del espacio interdimensional que os abrazaba a ambos, es decir, de mi amor, las palabras más bellas que has oído precipitadas desde el cielo expresamente para ti : SOY YO, HERMANO. ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD.

¿No crees, mi tierno fratellino, que un Dios que permite a un alma que habita en las regiones del amor más bello anunciar con semejante solemnidad semejante cosa, tiene que amparar con su rúbrica semejante misterio ?

Anda, amor, mira a ver si hoy encuentras por ti mismo algún poema que quieras regalarme y con el cual quede yo mismo sorprendido. Te espero impa-ciente.

– Ya lo tengo, amor. Es muy breve, y se aplica a toda circunstancia. Quie-re decir que por doquier nos rodea el misterio de la Gran Presencia que enar-dece nuestro corazón :

ABRACADABRA (Acróstico) ¡A ver si adivinas dónde estoy ! bra sas encendidas quemarán tu pecho inerte… cada vez que te acerques gritaré ¡caliente !, ¡bra vo!, si, al fin, sabes decir : YO SOY

Ahora, mi Rey, Lecheimiel, ya creo que hemos llegado al final de este ar-

chivo, en el folio nº 25, que son los años dorados en que te dejé, o los años en que falleció Teresita, 24 años y medio.

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Pero, aunque sea a modo de apéndice, al leer lo que hemos escrito hoy, se me suscita una pregunta que tal vez se hagan también los lectores, y no quiero dejar de planteártela :

Si hemos dicho, hermano celestial, que Dios cabe en la más pequeña de las dimensiones, aunque se manifieste en ella parcialmente, porque en realidad su Esencia es indivisible y adimensional, ¿cómo es que no cabe en la mente humana ?

Me has dicho, fratellino, que Dios cabe en el corazón, y en cambio se oculta a la mente racional. ¿Qué tenemos, amor, contra la “mente”, aunque sea tomado el término en sentido restrictivo ?

– Hermano amado, nada tenemos contra la mente, ese instrumento mara-villoso al servicio de la Conciencia, que es un Conocimiento o Mente Superior y divina. En realidad todo es divino, desde el último átomo al complejo total del Universo, y todo ello es el Hijo de Dios.

Lo único que limita a la mente humana, especialmente a la especulativa y racional, (muchas veces aliada del orgullo, y peleada con el poder primigenio de la “intuición”), es su afán definitorio. La necesidad que siente de “definir” y li-mitar los conceptos para “comprenderlos”. Está claro que la parte no puede “comprender” al todo, aunque sí viceversa.

Ya hemos hablado de esto en repetidas ocasiones, Rey mío. Por ejemplo en un archivo que llamaste NUESTRO ABRAZO ETERNO, subtitulado “Archivo Se-creto”, te dije :

“SÓLO DESPRECIAN A LA MENTE LOS IGNORANTES.

SÓLO LA SOBREVALORAN LOS ORGULLOSOS.”

Y más adelante :

“TE DIJE, HERMANO, QUE ENTREGARAS TU RAZÓN A TU “CO-RAZÓN”.

EL CORAZÓN NO SERÍA “CO-RAZÓN” SI DESPRECIASE A LA RAZÓN.

ENTRE LOS DOS CREAN A LA FE, QUE ES LA LLAVE DEL AMOR.

LA DENTADURA DE LA LLAVE ES LA INTELIGENCIA.”

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Quizás valiera la pena, hermano que dijeras a la gente que busque ese archivo secreto, y sobre todo que lea todo el diálogo que tuvimos aquel 9 de abril de 2003, bajo el epígrafe : “El matrimonio entre la mente y el corazón”.

Por lo demás, hermano, ya podemos dar por terminado este archivo que acaba en un número tan significativo como el 27, y tú sabes por qué, aunque to-dos pueden pensar en el 9 que suman sus cifras, el cual es número de acaba-miento perfecto y de plenitud en el Amor.

– ¡Gracias, Lecheimiel, por tu bondad, por tu hermosura y por haber na-cido y haber entregado tu vida en ofrenda de mi humilde ara !

Te quiero y deseo verte antes de morir, hermano. También deseo morir para estar contigo sensiblemente y gozar de tu sonrisa eternamente.

Adiós. Beso tu boca con ternura y confianza, Amor.