exposición arte comercial en...

4
Exposición Arte comercial en Santander Por Alastair Carmichael Imprenta Guzmán Yo solamente conocí la Imprenta Guzmán cuan- do ya había cerrado. Iba allí a comprar chibale- tes, tipos, una máquina de imprenta, clichés, y otros útiles de imprenta. Todavía tenía ese olor tan reconocible a tinta, pero ya no había ruido de máquinas, ni movimiento; era como conocer a una persona por primera vez cuando sólo ves sus pertenencias. Entrabas desde la calle Gravina aunque tenía entrada en Cisneros, y parecía que iba a ser un local estrecho, de tamaño muy reducido, pero era como entrar en una caverna, era enorme, con una fila de máquinas antiguas, una falange de chibaletes, y baldas y baldas de tipos de madera. Una parte de los tipos ya los habían vendido a los chatarreros; yo compré lo que pude, sobre todo el tipo Ibarra, el tipo español por excelencia, el que me tenía prendado entonces, algo de Bodoni, y una selección de otros tipos, y todo lo que po- día de madera. No me acuerdo de los demás tipos que había, pero estoy seguro de que elegí mal, y dejé que se destruyeran tipos bellísimos y raros, pero eso ya es cosa de hace unos años, y nada se puede hacer. La Imprenta Guzmán la fundó en 1914 Victoria- no Guzmán Pérez Gutiérrez en la antigua calle Concordia (la parte de la actual Cisneros que baja hacia la Plaza de la Esperanza) y estaba dedica- da principalmente a las bolsas de papel de los comercios santanderinos y montañeses, y a las etiquetas. También se imprimían papelería comercial, carteles de fiestas, pero pocos libros -y son los libros que imprime una imprenta lo que le puede hacer ganar una mención en los libros de historia. Yo tuve trato con Arturo Pérez Palacio, hijo del fundador, fallecido en 2017, con su hijo Francis- co, y con Pepe, el obrero; todos muertos ya. Y lo último que me ofreció Arturo fue el archivo de la imprenta. Lo miré un poco entonces, parecía una cosa bonita, interesante, aunque también era bastante voluminoso… y lo guardé. Sabía que había material para una exposición interesante. Entre aquel material había diseños originales, di- seños parciales por colores, pruebas de impren- ta, impresos ya terminados de bolsas de papel, etiquetas, cartas con membrete de una amplia selección de comercios locales que recorrían todo el siglo XX. Veía reflejados todos los estilos artísticos, todas las modas de letras y de diseño que podían llegar a una ciudad provinciana es- pañola durante casi un siglo, con todos los cam- bios, guerras, sistemas políticos que entraron y salieron durante todo ese periodo. Comercios de entonces, de ese Santander que era una ciudad de tiendas de ultramarinos, de productos loca- les, que ya, prácticamente todos, han pasado a la historia. Las últimas veces que vi a Arturo y Pepe, habían alquilado el antiguo local de la Imprenta Cuevas en la Cuesta de la Atalaya. Posiblemente esta operación tenía algún sentido comercial, pero yo, por lo menos, no lo pillaba; después de todo, los dos ya estaban jubiladísimos, habiendo pasado hace tiempo los setenta años. Creo que era, más bien, un sitio donde se podían reunir dos viejos

Upload: others

Post on 23-Jun-2020

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Exposición Arte comercial en Santanderferialibroviejo.com/wp-content/uploads/2019/08/arte_comercial_sant… · Parra, La Amistad, La Rosita, El Brasil, La Tropical o simplemente

ExposiciónArte comercial en SantanderPor Alastair Carmichael

Imprenta Guzmán

Yo solamente conocí la Imprenta Guzmán cuan-do ya había cerrado. Iba allí a comprar chibale-tes, tipos, una máquina de imprenta, clichés, y otros útiles de imprenta. Todavía tenía ese olor tan reconocible a tinta, pero ya no había ruido de máquinas, ni movimiento; era como conocer a una persona por primera vez cuando sólo ves sus pertenencias.

Entrabas desde la calle Gravina aunque tenía entrada en Cisneros, y parecía que iba a ser un local estrecho, de tamaño muy reducido, pero era como entrar en una caverna, era enorme, con una fila de máquinas antiguas, una falange de chibaletes, y baldas y baldas de tipos de madera. Una parte de los tipos ya los habían vendido a los chatarreros; yo compré lo que pude, sobre todo el tipo Ibarra, el tipo español por excelencia, el que me tenía prendado entonces, algo de Bodoni, y una selección de otros tipos, y todo lo que po-día de madera. No me acuerdo de los demás tipos que había, pero estoy seguro de que elegí mal, y dejé que se destruyeran tipos bellísimos y raros, pero eso ya es cosa de hace unos años, y nada se puede hacer.

La Imprenta Guzmán la fundó en 1914 Victoria-no Guzmán Pérez Gutiérrez en la antigua calle Concordia (la parte de la actual Cisneros que baja hacia la Plaza de la Esperanza) y estaba dedica-da principalmente a las bolsas de papel de los comercios santanderinos y montañeses, y a las etiquetas. También se imprimían papeleríacomercial, carteles de fiestas, pero pocos libros -y son los libros que imprime una imprenta lo que le puede hacer ganar una mención en loslibros de historia.

Yo tuve trato con Arturo Pérez Palacio, hijo del fundador, fallecido en 2017, con su hijo Francis-co, y con Pepe, el obrero; todos muertos ya. Y lo último que me ofreció Arturo fue el archivo de la imprenta. Lo miré un poco entonces, parecía

una cosa bonita, interesante, aunque también era bastante voluminoso… y lo guardé. Sabía que había material para una exposición interesante.

Entre aquel material había diseños originales, di-seños parciales por colores, pruebas de impren-ta, impresos ya terminados de bolsas de papel, etiquetas, cartas con membrete de una amplia selección de comercios locales que recorrían todo el siglo XX. Veía reflejados todos los estilos artísticos, todas las modas de letras y de diseño que podían llegar a una ciudad provinciana es-pañola durante casi un siglo, con todos los cam-bios, guerras, sistemas políticos que entraron y salieron durante todo ese periodo. Comercios de entonces, de ese Santander que era una ciudad de tiendas de ultramarinos, de productos loca-les, que ya, prácticamente todos, han pasado a la historia.

Las últimas veces que vi a Arturo y Pepe, habían alquilado el antiguo local de la Imprenta Cuevas en la Cuesta de la Atalaya. Posiblemente esta operación tenía algún sentido comercial, pero yo, por lo menos, no lo pillaba; después de todo, los dos ya estaban jubiladísimos, habiendo pasado hace tiempo los setenta años. Creo que era, más bien, un sitio donde se podían reunir dos viejos

Page 2: Exposición Arte comercial en Santanderferialibroviejo.com/wp-content/uploads/2019/08/arte_comercial_sant… · Parra, La Amistad, La Rosita, El Brasil, La Tropical o simplemente

amigos -a lo mejor habían trabajado cincuenta años juntos- todos los días, un lugar donde pa-saban la mañana charlando sobre sus cosas, sus cosas de viejos, donde podían pasar viejos ami-gos, antiguos clientes, otros colegas impresores a pasar el rato, pero sobre todo, era un lugar que olía a tinta.

Todos los olores pueden despertar memorias, ¿quién no ha encontrado, en el sitio más impro-bable, un olor, una sensación que le lleva otra vez a su infancia, a la casa de sus abuelos? Pues el olor a imprenta, el olor a tinta, es un olor que despierta las más fuertes sensaciones entre to-dos los que han trabajado en ello. Y así pasabanesos años de jubilación mis amigos Arturo y Pepe, el jefe y el obrero, cada mañana, con ese olor a tinta.

Hace tiempo conté esta historia a Jaime, un amigo que tiene imprenta actual, imprenta mo-derna, comercial. Y este añadió un bellísimo epílogo: que de vez en cuando algún cliente des-pistado confundió el lugar de reuniones para antiguos impresores con olor a tinta con una imprenta de verdad. Y les encargó un trabajo, unas hojas con membrete, unas tarjetas de visi-ta. Arturo, para no explicar que el local, a pesar

de ese olor, no era imprenta-imprenta, sino un local de amigos, con maquinaria y cosas, acep-taba el encargo, ponía precio y llevaba el trabajo a este Jaime. Él hacía el trabajo, se lo entregaba a Arturo, quien se lo entregaba al cliente con la ficción de que se había realizado en su imprenta fantasma, sin maquinaria ni nada, pero donde sí perduraba hasta que derribaron el edificio, ese olor a tinta.

El Súper Veloz

Durante los años veinte y treinta los diseños empleados para la papelería comercial -mem-bretes, tarjetas, etc.- ejercían una mirada al pa-sado, con un predominio de estilos modernistas o decimonónicos, imágenes burguesas o religio-sas. Para estos, la imprenta tenía que encargar un diseño sobre una piedra litográfica, o más tarde, un cliché en zinc. Hubo, sí, algún uso de letras art decó, pero el estilo de este arte gráfico comercial tendía a mirar a épocas pasadas, y no hacia el futuro.

En 1942 llega el Súper Veloz, diseñado por Joan Trochut (1920-1980), y producido en la Fundición Tipografica Iranzo (Barcelona), más que un tipo, era una colección modular de tipos que permi-tía a las imprentas pequeñas (y de estas había muchas, casi una en cada pueblo, decenas en los barrios y las ciudades provinciales) ofrecer mem-bretes, o incluso cubiertas de libros o artículos elaborados y fantasiosos, impresos a dos tintas. Sin tener que encargar un cliché de zinc, la im-prenta podía ofrecer tarjetas y cartas de la más contundente modernidad.

Mientras el resto de Europa estaba más ocupada en la guerra, y España se situaba en una dicta-dura, exuberancia fue en el diseño gráfico. Este Súper Veloz era realmente súper (no como el Seat 850 Especial de Lujo, que en realidad no era más que un cochecito con cuatro puertas), era súper exuberante, el vehículo perfecto para promocio-nar la venta de artículos de lujo a los ricos y los nuevos ricos hijos de la era industrial.

Es una muestra del nivel profesional de los im-presores de Guzmán lo perfectamente que tra-

Page 3: Exposición Arte comercial en Santanderferialibroviejo.com/wp-content/uploads/2019/08/arte_comercial_sant… · Parra, La Amistad, La Rosita, El Brasil, La Tropical o simplemente

bajaron este tipo. Los membretes y tarjetas en los que emplearon el Súper Veloz están exquisi-tamente diseñados, centrado en un tipo que re-quería dos, incluso tres tintas - eso supone dos (otres) pasadas por la máquina de imprenta, don-de cualquier error se notaría muchísimo. Es un tipo bellísimo, quizás no tan elegante como otros, pero es el tipo del rico de la postguerra.

Ultramarinos

Es el mundo en que vivían nuestros abuelos, nuestros bisabuelos (no los míos, pero esa es una cuestión aparte). Todavía existía cuando yo llegué a Santander a principios de los años 80. Es el mundo de la tienda de ultramarinos. Incluso el nombre contiene una fuerza de fanta-sía, de viajes, de aventuras, de las Américas, de productos exóticos y tropicales, cuando, en rea-

lidad, lo que más se vendía era café, filetes de lomo adobado, bacalao, arroz, alubias y aceite, todo a granel; bueno, allí se compraba la mayor parte de lo que se comía, y lo que se comía era lo que había: lo de siempre, comida de familia, tra-dicional y nacional. Exótico, poco, y aventuras, nada. El comprar en tiendas de ultramarinos era un proceso ya lento, porque todo te lo servían, pero a mí me ocupaba toda la mañana entera, sobre todo si se

me ocurría bajar un sábado. Con veintidós años, algo tímido, y sin suficiente dominio del caste-llano para un “Oiga, señora...”, se te colaban y se te colaban hasta que, por fin, el tendero sentía lastima por el pobre incauto que parece que ha llegado a la tienda sin intención de marcharse jamás. Estas tiendas formaban el corazón de todo barrio, más incluso que los bares. Aunque muchas eran tienda-bar.

Eran el dominio del ama de casa, la que llevaba la casa, alimentaba y velaba por la familia, y ba-jaba a estas tiendas todas las mañanas a hacer las compras y a intercambiar toda clase de in-formación sobre el barrio.

En el archivo de la imprenta Guzmán hay dise-ños originales para las bolsas de cientos de es-tos establecimientos, con nombres de entonces: Ultramarinos Genaro Gómez (Servicio a domici-lio) Ultramarinos Finos, Restituto López, Remi-gio Sobremazas, Comestibles Secundila Herrero, La Barata (Ultramarinos Finos), Ángel Aldasoro y Cia., Almacenes y Tiendas del Cuadro (Colo-niales y Ultramarinos Finos, Especialidad en Vinos, Aguardientes y Licores), Santiago López Barreda (Garantía de Calidades Excelentes, Ven-tas por Mayor y Detalle), todo esto, en diseños bellamente rotulados, en mayúsculas imponen-tes, los nombres caligrafiados en un elegante copperplate (letra inglesa) algo arcaica incluso en los años veinte y treinta, y con orlas, floritu-ras, subrayados expansivos que salen del rabo de una letra, y los más decorativos con un ángel sentado encima de un tonel, un baco, un casti-llo, o, para Ultramarinos Finos La Isla, una mano masculina que señala con un dedo: “Nuestra Norma: Artículo BUENO. Precio MÍNIMO.

Peso EXACTO”. Y los establecimientos con nombre propio: La Negrita, El Paraíso (con una Eva, mano tendida para aceptar esa manzana, pero algo tapa-da para no ofender -ni excitar- a la buena gente de Ontaneda), La Constancia, La Barata, La Pasajera (viene la pasajera cuidadosamente dibujada), La Parra, La Amistad, La Rosita, El Brasil, La Tropical o simplemente Jauja. ¿Qué gran superficie puede competir con Ultramarinos Jauja, con su palmera, su tonel y su almuerzo campestre y tropical?

Page 4: Exposición Arte comercial en Santanderferialibroviejo.com/wp-content/uploads/2019/08/arte_comercial_sant… · Parra, La Amistad, La Rosita, El Brasil, La Tropical o simplemente

Y no son solamente estos establecimientos de ul-tramarinos que han desaparecido, con sus bellos y fantasiosos nombres, con sus interminables esperas tras esa señora que parece que quiere doscientos gramos de cada producto que ofrecen (y que se ha colado descaradamente), con sus conversaciones de barrio “al por mayor y al deta-lle”, con sus curiosas especialidades (¿quién pue-de especializar en huevos?); ya no existen ni los teléfonos de tres o cuatro dígitos, ni, sobre todo, las calles. Las calles Marina, Colosia, Aduana, Ve-lasco, Wad-Ras, Rúa Mayor, Ataranzas...

Además de los comercios santanderinos, la Casa Guzmán trabajaba con tiendas de ultramarinos de toda la provincia; hay diseños para estableci-mientos de Torrelavega, Astillero, Santoña, Co-lindres, Alceda, Maliaño, etc.

Los diseños se iban modernizando, se nota me-nos sobrecarga art-nouveau, pero los nombres son los mismos -La Fiel, El Surtido, La Rubia, El Milagro, El Carmen (aunque la virgen dibujada ha conocido las influencias artísticas de los

años 50), muchos pertenecen a cooperativas como Alcosant o Spar, se acerca el final de esa intensa vida de barrio, donde la mujer era ama de casa, y la vida se centraba en la tienda de ultramarinos...

Chocolates

Hoy día la mayor parte de los chocolates que consumimos son fabricados por gigantes multi-nacionales como Nestlé o Cadbury Schweppes, pero en la primera mitad del siglo XX, el choco-late, al igual que casi todo lo que se consumía, era de producción local.

Entre los clientes chocolateros de la Casa Guz-mán encontramos Chocolates de Eguia, La Fama Montañesa, Fábrica de Chocolates de Nestor Mejía (Marca “El Árabe”), Fábrica de Chocolates El Pilar, Horno San José, Chocolates Manuel Ri-vero, y Gómez Cuétara Hermanos.