exploracion dei. oyapock y dei. paru 1/9
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E X P L O R A C I O N DEI. O Y A P O C K Y DEI. P A R U 1/9
manifiesta deseos de marcharsc; sus hijos lc incitan a partir, y para detenerle tengo q u e ame-
nazarle con quitarlc la escopeta que le habia dado.
L o s tres enfermos toman una ddsis d e ipecacuana, y d eso d e la una se cncuentran un
poco mejor, volv iendo d ocupar cada cual su puesto cn las canoas. E l valiente H o p u nos da
una prueba de cncrgia, cogiendo su remo y manejdndolo hasta las cuatro de la tarde. P o r mi
parte, estoy tan cansado que no p u c d o sostenermc en mi banco, v iendomc obl igado d renun-
ciar £ la verificacion del trazado del Yar i .
13 de octubre. — H o p u esta y a c u r a d o ; pero y o contindo enfermo. S e m e j a n t e cstado no
deja de causarmc zozobra; pues cuanto mds avanzo, mds me alejo de los puertos de salida.
Pienso en que quizds remonte cl Y a r i hasta su nacimiento, y al l legar a tan larga distancia,
estarc tan debil, tan profundamente anemico, que no me sea posible pasar al Paru, v iendome
por lo mismo obligado a regresar por cl Yar i , tan c o n o c i d o y a . E n un momento de desespera-
cion, pienso en suspender cuanto antes csta marcha ascendente para de jarme l levar por la cor-
riente que m c conduciria con rapidez al Amazonas .
Durante el dia pasamos por delante del afluente Curuapi, que remont£ por c s p a c i o d e d o s
dias cuando mi ultimo viaje. Y e l c m e n quiere que penetremos en el, dictendome que suspeitos
me recibirdn muy bien. A p a t u insiste tambien e n que hagamos esta excursion so pretexto de
que podrd beber cxcelente cachiri y comprar pcrros y hamacas para l levarlos d su pais; pero mis
canoas estdn y a sobrado cargadas con objetos d e su pertenencia, asf es que le prohibo abso-
lutamente que compre mds cosas. E s t e c x c c s o d e carga impide que las cmbarcaciones avan-
cen mas de p r i s a y suscita cuestiones en mi tripulacion. H o p u y Stuart se quejan a m a r g a m e n t c
d e q u e Apatu , que no rema por estar enfermo, aumente su trabajo haciendoles l levar sus fardos.
A c a m p a m o s en un pequefto promontorio en el que sopla un v icnto agradable del Sur: esta
brisa verpertina parece calmar mi cerebro excitado por la enfermedad. Paso una noche mas
tranquila, y cuando d la manana siguiente me despierto, admframe el que me parezca ameno
este paisaje que tanto maldi je ayer. M e d i o dormido todavia, no puedo m<-nos d e contcmplar
el sol que se remonta por dctrds de los g r a n d e s drbolcs de la orilla o p u e s t a . A u n no es visi-
ble mds que la mitad d e su disco, pero y a despide una v i v a luz q u e al descomponerse en las
n u b e s rellcja los colores brillantes del arco-iris, y que contrasta con el tono sombrfo de los
grandes arboles, los cuales proyectan sus sombras oscuras en las sosegadas aguas del Yari .
D o v un paseo por los alrcdedores del campamento, acompanado d c Y e l e m e n , quien des-
carga un machetazo en un drbol, del cual brota al punto un j u g o bianco muy parecido d leche.
Mi compaftcro lo recogc en una calabaza, y afiadi£ndole agua, lo bebe con avidez. D i c h o
drbol es el balata (mimosops balata), que da una espccie de guttapercha usada por todos los
indios dc la A m e r i c a ecuatorial para juntar las diferentes partes d e sus ilechas. E l balata, que
dentro dc muy poco t iempo serd explotado para las necesidades de la civilizacion, no crece
tan solo a orillas de los ailuentes del A m a z o n a s , sino tambien en cl O y a p o c k y en el Maroni,
donde es tan comun c o m o el Syringa en el Yar i . S u scmilla es m u y sabrosa: los indios la
disputan d l o s monos a los cuales les gusta mucho, y su madera se emplea en Sur inam con el
nombre d e botcri para hacer casas.
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U n poco mas alia rac cnserta otro arbol que entra por mucho cn los mcdios de cxistencia
de los indios: es el mani (more node a (o«inta); sc le usa como la pez dc los zapateros para
relorzar los hilos de los arcos v de las flcchas. Esta especie de brea se rccoge c o m o el incienso
al pic de los arbolcs ; para limpiarla de las impurczas que contiene, los indios la qucman des-
pues de ccharla cn una marmila agujereada en el fondo; cl mani entra en fusion y g o t c a cn
un rccipicntc con agua colocada debajo del anterior. L a s personas no comen la simicntc del
mani, pero a los cariacos l e s a g r a d a en extrcmo, como lo echamos de ver al dcscuartizar uno
de estos ciervos.
S c p j I l t M i lc un j»u) ( n : o l : c o )
i.j tie ociubre. N a v e g a m o s de prisa para llegar tcmprano a la v iv ienda del tamuchy
Alicolc, situada en la desenibocadura del Chimi-Chimi. Y e l e m e n m c dice que este jefe, a quien
y o habia tornado por rucuyo. j>erienece a la tribu dc los apuruis: es uno de los pocos supervi-
v ientcs de una tribu que vivia en el ba jo Yar i y que los ani iguos g e o g r a f o s designaban con cl
nombre d e p i r i u . D i c c n m e tambien <|ue los rucuyos, asi l lamados porque se pintail con rucu
(iichiotA, son conocidos de los i lemas indios con cl nombre de uaya/ias, <*1 cual es muy anti-
guo, por cuanto ya le menciona I'hevet. Cuenta este v ia jero que habiendo tenido ocasion tic
intcrrogar a un prisionero cogido por los indios t a p u y a s q u e habitaban hdcia la desenibocadura
del Amazonas, este le hablo de la provincia U a y a n a como de un pais muy rico, y le d i j o que
para ir a ella habia que remontar cl rio d e Kuru.
Alicolc. que v ive hacc ya mucho tiempo con los rucuyos, habia su lengua y ha adquirido
sus costumbrcs : todo cuanto jKxIria distinguirlo de estos, es lo mal que reci!>e a los extranje-
ros. C u a n d o mi primer v ia je no quiso projx)rcionarnos harina, pretextando que su yuca no
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estaba bastante crecida. A h o r a nos hace perder un dia para cedernos cinco galletas decazabe
por Jas cuales le he dado de antemano un hacha. Tampoco estoy satisfecho de el, porque 110
ha mandado a sus mujeres que hagan cachiri; y por ultimo tengo otro motivo de descon-
tento, y es que habidndome levantado durante la noche, he encontrado d esc tunante, que nos
habia asegurado no tener vfveres, muy ocupado en comerse un paquira que sus mujeres no
pusieron a asar hasta el momento en que nos fuimos a acostar.
El 15 por la mafiana, no habiendo podido pegar los ojos en toda la noche d causa de los
mosquitos, y sobre todo de los aullidos de los perros que el tamuchy mando soltar para inti-
midarnos, me preparo d dar una leccion d ese jefe inhospitalario. Por lo pronto rehuso su
Bai\o tic vapor para ur.a riicuya reck-n pariila
cazabe y le hago devolver el hacha que le habia dado en pago; en seguida le obligo d presen-
tarse en medio del pueblo, y en presencia de los pocos peitos que le han permanecido fieles.
le quito el baston que lleva en la mano, entregando este emblcma de mando a si como el hacha
a un joven rucuyo que me habia prestado algunos servicios en mi ultimo viaje, y por fin, hago
que le de la diadema de escamas de caiman, si'mbolo de la soberani'a.
Queriendo el nuevo tamuchy demostrar su fidelidad al parachichi, se ofrcce a acompafiar-
me hasta las fuentes del Yari, haciendo que le sigan los hombres mds vigorosos de la tribu y
el viejo Chicaca que cn mi ultimo viaje vino con nosotros hasta la primera catarata del Yari.
Este viejo indio, que paso gran parte de su infancia con los blancos, cambia de tribu casi to-
dos los anos, y ahora se habia unido d la de Alicole, porque este caciquillo, que tenia muy
pocos peitos, le cedi6 su mujer mds vieja para atra^rselo.
Por el camino, Apatu me relata un episodio ocurrido hace cincuenta anos en la tribu dc
los apuruis.
«Un bonis llamado Cofi, que hoy es capitan, fue cierto dia al pais de los apuruis con su
padre, el gran man (iongo, y un muchacho llamado Aleme. Por la noche, los indios que cele-
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braban la fiesta de T u l e (aniversario del fallecimiento de una persona) bailaron y bebieron
mucho cachiri. Cofi dijo a su padre: « T u bebe solamentc un trago; aqui hay muchos indios
que pucden haccr alguna tonterfa con nosotros.»
Los hijos de C o n g o fueron d acostarse a una cabana donde su padre habia dejado su fu-
sil. Cofi, que no dormia, oy6 que un indio entraba muy quedito para apoderarsc del arma;
grit6, y cl indio echo d correr. Cofi dijo d su hermano: «C-uida del fusil, mtentras yo voy d
avisar a nuestro padre.»
Cofi dijo al man C o n g o : «Un indio ha querido robar el fusil.)) C o n g o le contesto: « N o
es cierto; los indios son amigos, y no pueden cometcr esa maldad.))
Cofi volvi6 a acostarse en su hamaca, y oy6 de nuevo que un indio se acercaba muy
despacio: entonces corrio d decir a su padre: « L o s indios quieren robar el fusil; venid pronto.))
E n el momento en que C o n g o se baja d coger su arma, le atraviesan la cara de un flecha-
zo: trdbase una lucha en laoscur idad; y por ultimo puede cscapar con su fusil dc chispa.
aunque dejando su saco de municiones en poder del enemigo. Sabiendo los indios el modo
de llaniar del je fe negro, se ponen d recorrer los alrededores del pueblo gritando: /Coficou!
(Cofi, ven!) Alemecon!.... Estos gritos dan a conocer al gran man que sus hijos no han pere-
cido en la rcfricga, puesto que los indios los llaman. Cofi y A leme, agazapados detras de un
arbol, oyen tambien estos gritos, pero 110 contestan, porque conocen el Iazo que sc les tiende.
A l rayar el dia Cofi percibc un tenue silbido que en su concepto no cs el de una serpiente...
A l poco rato v e a su padre Ileno de sangre.
L o s tres negros emprenden presurosos la marcha para atravesar la cadena de montanas
<|ue separa el Yar i del Maroni. L o s desgraciados andan tres dias sin mds alimento que el co-
razon t iemo de la palmera napti (col palmista). Por fin llegan junto d una aldea uayana situa-
da cn el sendero que v a del Yar i al monte Lorquin. Habiendo penetrado C o n g o en un plan-
tfo durante la noche, cogc unas cuantas rafces de yuca, pero carece de fuego para cocerlas:
por lo cual saca del fusil la mitad de la carga dc polvora, y la sacrifica para inflamar un poco
dc algodon.
A l otro dia vuelve al plantio, pero lo ve un indio, que llngiendo no haberle descubierto.
se pone a tocar la ilauta, d cuya sefial acude un gran numero de uayanas y de apuruis que
iban en seguimiento de los fugitivos. ( i o n g o quicre escapar, pero es ya tarde; los indios le
intiman la rendicion. E l gran man apunta el fusil al tamuchy diciendo que le matara si 110 le
deja el paso franco: este se burla del je fe negro, crcyendo que habia quemado su unica carga
de polvora; pero sale el tiro, y el tamuchy cae gri tando: «j()k£, oke!»
C o n g o aprovecha un movimiento de pdnico de los indios para escapar: v despues de tres
dias de marcha por las orillas del rio Cule-Coul6, l lcga a un pueblo uayana, donde tiene que
detenerse para proporcionarse vi'veres y una canoa. Habiendo escondido a sus hijos en el
hueco de un gran cedro, entra resueltamcnte en el pueblo con el fusil al hombro. L legado a
la cabafta de los hombres, una mujer le trae un cololo (escabel), v otra el tuma (caido) en
cl que moja cazabe. Cuando acaba de comer, cl tamuchy Aruata sc sienta d su lado para
hablar.
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—^Ncpo amole pitani? D o n d e estdn tus hi jos?) lc pregunta.
C o n g o r e s p o n d c : — A coming ( D e t r a s v icnen.)
—(Ncpo amolcpcilo? (< D o n d e estdn tus soklados?)
Pcilo ua eu (no tengo soklados), responde francamente el gran man ensenando su fusil.
E l tamuchy lc d i c e : — E u mccro male totopock ua. ( Y o no estoy en gucrra con los negros.)
Eu (yo) mccro (negro) male (con) totopock (guerra) ua (no).
A l oir esta declaracion el gran man v a en busca de sus hijos y vuelve con ellos a casa dc
su hu£sped: le dan vfveres , hamacas y una canoa, y a los tres dias l l cga a su pafs, el pueblo
de Cotica.»
Nosotros l legamos a la v i v i e n d a de Macuipi, con quien trabe conocimiento en mi primer
viaje. Dfcenme que este j e f e ha mucrto, por lo cual me apresuro d dar cl pesanie d su viuda:
la pobre mujcr, l lamada Surui, se ccha a llorar cantando algunas frases entre las cuales dis-
tingo las palabras s iguientes: Maria, eh, eh; sap a, eh, eh; uiui, eh, eh; cachuru, eh, eh. (Maria,
cuchillo; sapa, m a c h e t e ; uiui, hacha; cachuru, collar.) T r a d u c c i o n l ibrc: «la pobre v i e j a la-
menta la muerte d e su marido porque y a no tendrd los objetos indispensables para su casa y
para su adorno.»
Yelemcu, que me ha dicho hace pocos momentos q u e estaba m u y contento de verse libre
de su vecino, llora y canta haciendo coro con la viuda.
M e dicen que Macuipi, en su calidad d e piay, esto es, dc medico, no ha sido q u e m a d o
despues de mucrto c o m o el rcsto de los mortalcs. H a g o que me acomparten al lugar de su
sepultura, y v e o una choza en medio de la cual hay una ancha fosa d e dos metros d e profun-
didad y en su fondo cl cadaver de mi ant iguo huesped tendido cn una hamaca en la cual pa-
rece dormido. E l cuerpo scco, r igido como pergamino, estd completamente pintado d e rojo:
tiene la cabeza adornada de plumas de los mds v i v o s colores, y cenida a la frente una corona
de escamas de caiman, emblema de la soberanfa. L l e v a al cucllo una pequena llauta de hueso
y muchos saquillos q u e contienen colores, indicando q u e Macuipi tenia una aptitud especial
para la pintura. A su lado v e o una gran vasija, pero vacfa: los rucuyos no dan de comer a sus
muertos. Por ultimo, el cadaver tiene bajo su mano un arco, f lechas y una maza, que en caso
de necesidad le podran servir para defenderse de sus e n e m i g o s y proporcionarse alimento.
Despues de esta visita v a m o s d descansar un rato en una choza redonda en la cual hay
colgadas muchas hamacas, y el nuevo tamuchy, hijo mayor del difunto, nos trae una calabaza
llena de excelente cachiri. B e b o con gusto este h'quido acido l igcramcntc alcoh61ico que al
principio me habia repugnado. C a d a cual apura cl contenido d e tres o cuatro calabazas que
les sirve el tamuchy, pues en pais rucuyo, lo mismo que en cl de los oyampys, el je fe es quien
presenta d los forasteros la copa de la amistad.
E n seguida el j o v e n tamuchy exc lama: Oli tuma cnepke (mujeres, traed cl caldo). L a pa-
labra luma designa generalmente el j u g o exprimido de la yuca hervido con pimiento; pero
observo en cl fondo de la marmita una cabeza de paquira acecinada que constituye un bucn
plato fuerte.
L o s halagos dc Y c l c m c u a la viuda de Macuipi me chocan bastante; pero al fin consigo
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dar con la c l a v e del enigma, y c s que la fca Surui tiene dos lindas hijas que serdn mujeres
del que sc una con la madrc. Estas dos muchachas, capaces d c excitar los cc los del viajcro.
Ilamaran d Ye lemcu, no papd, sino okiri, e s deeir hombre o csposo legftimo. En cambio de
estas ventajas, Y c l e m e u dejard su titulo de tamuchy para formar parte dc la tribu d c sus
mujeres. E l j 6 v e n hijo de Macuipi. que todavfa c s un nino, tendrd el dcrecho dc mandar al
m a r i d o d e s u madre como d cualquicr otro sdbdito: dejard de llamarle tamuchy para califi-
carle tie peiio.
En el pais de los uayanas, cl hombre es cl que s iguc a la mujer. U n a condicion s i n e q u a
non del matrimonio cs la de que el marido se establezca en la tribu dc la csposa.
Pascdndonos por el pueblo vemos una j 6 v c n (pic ha perdido una pierna d consccuencia
dc un mordisco que le dio en cl talon una serpiente tie cascabel. As i como resulta de la pica-
dura de otros muchos animales vcncnosos. Ic sobrevino una in Maniac ion cn los vasos linfdticos
seguida d e un rlemon difuso. y poco despues d e gangrena.
L o s crotalos son mas frccucntcs en la estacion de las lluvias que durante la sequfa. Y o no
he encontrado ninguno. por lo cual ncccsito pedir d mi compaftero Apatu informcs accrca
del modo tie acomctcrlos. L a serpiente esta cnroscadu. y cuantlo alguien acicrta d pasar ccrca
tie ella. agita su cascabel, y sc lanza contra el transeunte pudiendo alcanzarle hasta d seis me-
tros tic distancia. C o m o todas las serpientes, en el momento cn que mas apatica parece. salia
y ascsta su dardo con la rapidcz del rayo. A l principio de la estacion dc las lluvias es cuando
mas serpientes se encuentran, siendo mds comuncs alredcdor dc las viviendas que en la selva
v/rgen.
A l dia siguiente llego a casa de otro conocido, el je fe Namaoi i ; este no se halla en cities-
embarcadero; pero en su lugar encucntro al piay Panakiki, el cual me dice que el tamuchy
no puede salir de casa porque su mujer acaba tie dar d luz. un nirto. «Si entras en su choza.
me tlicc. tus perros moriran cn seguida.) Poco cuidado me da esta amenaza. por la sencilla
razon de que 110 tengo perros.
Encucntro a Namaoii tendido en su hamaca. micntras su mujer va y vienc por cl interior
de la cabafta. E l indio ticnc un aspecto tan g r a v e que cualquiera le crccria enfermo. pero no
es asi. E n cl pat's de los rucuyos. cl hombre es el tjue sc acuesta mientras la mujer se pasca.
Mi colega Panakiki repite en mi prcsencia la 6rden q u e habia dado ya a su clicnte, esto es.
que este acostado una luna, y que no coma pescado ni caza muerta a flechazos, contentdndose
con cazabe y pececillos cogidos con una planta narctjtica llamada uicu: si infringe esta order),
su hijo morira 6 sera contrahecho.
Inmediatamente despues del parto, la mujer toma un barto de vapor del modo siguiente:
se tiendc en una hamaca debajo dc la cual sc pone una piedra hecha ascua, la cual se ricga
con agua. L a paciente no esta obligada d tomar un alimento especial: cl nifto, ademds dc la
Icche materna, bebe d c vez en cuando un brebajc compuesto con pldtanos maduros y bien
cocidos, cxprimidos con la mano en agua calicnte. l«a seccion del cordon umbilical sc hace
con una cspecic de plegadcra de b a m b i i
Invcrtimos ocho dias cn llcgar a la comarca dc la tribu dc Yacuman, cn donde corrf rics-
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g o de perecer cuanclo mi primer viajc . A1 llegar, v e m o s que el j e f e se pasea por el pueblo
haciendo aspersiones: l leva en la mano un pinccl de plumas que moja en una calabaxa llena
de un liquido lechoso, que es el j u g o de un tubcrculo l lamado sambulu (col caribe) rail ado
en agua. Y a c u m a n hacia sus aspcrsioncs, que tenian por objeto ahuyentar nl diablo, con
tanta solemnidad, que parecia un sacerdote bendiciendo el campo en un dia de rogat ivas .
X I V
K l H h t r a U , — F r e p a r a t i v o s d c la fiesta.—Un s o m b r e r o m o n u m e n t a l . — K l *u|>licio d c las h o r m i g a s y d c la* a v i » j > a s , — U n m<5dico q u e s r
h a c c <!c r o g a r . Ixi» t r c s d i a h l o * q u e g u a r d a n l a s f u c n t e s d e l Y a r i
C o m o los rucuyos no tienen sccrecos para nosotros, no temen celebrar d sus anchas una
ceremonia l lamada maraktf, la cual es un suplicio impuesto d nifios dc ocho d doce aftos de
edad y d los adultos que aspiran a casarse. Muchos forasteros han sido convidados a es la ce-
remonia, entre los cuales encucntro d mi c o l e g a el v ie jo piay Panakiki .
S e pasa la tarde arreglando los trajes de baile y en particular sombreros l l e n o s d e plumas.
q u e producen un efccto sorprendente. L o s sombreros d e los rucuyos son verdadcros monu-
mentos, que l ienen lo mt-nos metro y medio de altura: su casco, ampliamente abierto en el
re mate, no tiene nada de comun con ningun sombrero conocido: lo termina un arco e c h a d o
d e delante a atrds, el cual sostiene un crecido numero de penachos encarnados y azules, ador-
nados con elitros dc g r a n d e s coledpteros d c rcl lejos metdlicos. L a trama dcsaparece ba jo
veinte cintas 6 coronas sobrepuestas, dc colores encarnado, amarillo, negro, verdc, bianco y
azul. P o r detrds cae una especie dc toca cubierta dc un mosaico d e plumas que rcprcsenta un
hombre con los brazos y las p i c m a s separados como las ranas. S e ncccsita trabajar un afto
para hacer este tocado de baile. l i e dicho y a que los h o m b r e s s o n los que unicamcntc pueden
Ucvar plumas, y d e b o anadir que ellos solos fabrican estos sombreros q u e envidiarian las da-
mas e legantes del mundo civilizado.
E l tamuchy l leva en la parte anterior del suyo una tira tej ida de hojas d e palm era, adorna-
da con escamas d e caiman 6 j jcqucilos rectangulos d e pico d e tucan, y combinando estas es-
camas blanais y negras dc modo (jue forman arabescos.
T o d o s estos adornos q u e he l levado d Paris y hecho dibujar tomandolos del natural se
conservan en grandes pagaras dc hojas de palmera, d e donde los sacan los danzantes con
g r a n cuidado cuando los ncccsitan. A n t e s d c ponerselos, se quitan la capa dc achiote dc que
siempre van pintados, para no manchar aquellas hermosas plumas.
E l sombrero no es el unico adorno de baile: los rucuyos se cubrcn ademds el abddmen
con muchos cinturones que se sujetan con un cordon hdcia su mi tad. Estos cinturones son
de dos clascs: los unos ncgros, de piel d c c u a t a ; los otros blancos, dc algodon, y se los colo-
can unos j u n t o a otros dc modo que ciftan el vientrc hasta la base del pccho. A l g u n o s baila-
rines lie van en la pierna derecha una liga d e la cual penden cascabclcs que suenan c o m o
castaftuclas: son simientes que tienen la forma de un sombrero apuntado, sujetos por c! ver-
ticc con unos bramantcs que cuclgan d e la parte anterior de la liga. D i c h a s simientes procc-
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den de un drbol llamado cuai (thevetia neriifolia), que cultivan todos los indios de la A m e -
rica equinoccial. Algunos llevan en la espalda un adorno de los mas grotescos: un pez de
madera con agujeros en los cuales van metidos grandes penachos de plumas que caen inu-
tando la cola de un ave.
Los curiosos se agolpan a contemplar los sombreros que estan puestos sobre unos palos
hincados en tierra; y cuando alguno se acerca demasiado, los bailarines se echan sobre 6\, le
ligan las piemas por las pantorrillas y le aplican en ellas dos palos.
E l baile empieza al ponerse el sol. Hombres y mujeres hacen evoluciones a la luz de las
hogueras, entonando cantos que celebran sus amores y sus belicas proezas. Los jovenes pues-
tos en ci'rculo alrededor dc un agujero cubierto con una gran corteza dan golpes d compas
con la pierna derecha en esta cspecie de tambor que estiran con el pie izquicrdo, y a cada
movimiento producen un sonido breve con una trompeta de bambu.
A l amanecer los bailarines se quitan los trajcs, y en seguida empieza el suplicio del ma-
rake. E l piay Panakiki hace que tres hombres cojan a uno de los aspirantes al matrimonio:
el uno le sujeta las piernas, cl otro los brazos y el tercero Ic ccha la cabeza atrds. Ent6nccs
le aplica al pecho los aguijones de un centenar de hormigas que estdn sujetas por medio del
cuerpo en un enrejado de junco. Estos instrumentos de suplicio son de formas muy raras,
represcntando un cuadrupedo 6 un a v e fantastica. A continuacion, aplica d la frente del pa-
cicnte otro enrejado lleno de avispas, y luego hace que unos y otros insectos le piquen altcr-
nativamente todo el cuerpo. El desgraciado sujeto d tal tormento cae infaliblcmente acome-
tido dc un sfneope, y hay que Uevarlo a su hamaca como un caddver; una vez en ella se le
amarra fuertemente con unas cuerdas trenzadas que cuelgan a uno y otro lado y se enciende
un poco de fuego debajo dc ella.
E l suplicio continua sin intcrrupcion: los desdichados pacientes son llevados unos tras
otros a una cabana; y como el dolor les obliga d hacer movimientos desordenados, lashamacas
se balancean en todos scntidos, produciendo vibracioncs que hacen retemblar la cabafia hasta
el punto de temer que se dcrrumbe.
L o s j6vcnes que han sufrido el marake han dc continuar en la hamaca quince dias sin
comer otra cosa mas que un poco dc cazabe seco y pccecillos asados en las brasas.
Poco tiempo despues dc esta ceremonia, mi colega Panakiki recibe la visita de dos indios
que llegan de una aldea situada mas arriba de la gran catarata Macayele, cn las fuentes del
Yari. U n o dc ellos, que parece muy afligido, se acerca respetuosamente al v ie jo piay y le
ofrccc un cigarrillo: este vacila un rato, mas por fin accpta con gran satisfaction del recien
llegado. c Q u e significa esta pantomima? E s un indio que vicne a llamar al medico. A l acep-
tar el medico el cigarro, ha contraido el compromiso de ir a visitar al enfermo: se le promete
cn pago un bonito peine hecho con espinas de auara, una hamaca de nifio y un manure 6 ta-
miz para cerncr la harina dc yuca; pero qucda entendido que no recibira estos honorarios
hasta que el enfermo este enteramente curado.
Pido informes a los recien llegados sobre el itinerario que han seguido, y me dicen que
han venido por tierra, porque el salto Macayele esta guardado por tres diablos: Caicui (tigre)
I$4 AMERICA PINTORESCA
yoleck; Aimara yolock y Ticrokt (bianco) yolock: escc ultimo, cl diablo bianco, c s notable por
la bjanca cabellera que lc l lega A la cintura, velando complctamentc su rostro. l i s tos tres rc«
yes d c las aguas echan A pique his canoas y devoran d los audaccs que sc a trcvcn a violar su
santuario.
X V
I ' fU CAlU iftlci «Sc U l o t a l l * . — S i n p f»» n i mr-rov—M*«h» a c < l n * d » . - S c J inud»l.)f.—Bntffttnc* <n un« ifjjk-n ftvtva.—Kilifcta
u u i m a «lc I us cAi;:6oi<rs. rjcuycv.—1>< I h k i . v n ! | ; i d M *t <li»l«!o.— M o d o d c i n u i t a r )a a u w « i i , - L « d u v<i> m i <ii f tnnc<Ud
M e atacan de nuevo acccsos de fiebre que menoscaban profundamente mi constitucion.
I.os indios, al ver mi lastimcra fisonomia, se niegan A acompaflarme al Parti. Yacuman no
1 H - k r i
C a n i s i i l l n u
quiere guiarme ni siquiera por un fusil, objetando que morire sin re medio durante la travesia
q u e es muy dificil.
—Nisa ua. ippni coU. ( N o ir. muchas montaftas )
—Nisa. apt an. omaila natali. ( !r . le respondo, aunque muera cn cl camino.)
Kntonccs cscribo la carta s iguiente:
4 L o s v ia jes d e exploracion son g u c r r a s trabadas con la naturalcza para arrancarle sus sc-
crctos. S i sa!go vencido. habrc de rctroceder por cl Y a r i q u e he rccorrido y a ; si vcnccdor.
cfcctuarc mi rcgrcso por un nuevo rio. cl Pard, que es un hcrmoso afluente d c la izquierda
del Amazonas .
> Pero la lucha se presenta mal ; los indios aliados me abandonan prccisamentc |x>rquesoy
dcbil. Mi patron A p a t u esta enfermo; s61o me quedan dos negros vigorosos, pero ineptos. Y o
hace diez dias que no me hallo un solo momento en estado normal ; por la mafiana estoy
dominado por una excitacion que duplica mis fuerzas fisicas y mi voluntad; cl t iempo restante
tengo escalofrios, una scd intensa o grandes sudorcs.)
25 d e o c t u b r e . — A l despcrtar, echo de mcnos un hacha. < Quien sera cl autor de este
hurto? Sabiendo q u e los indios que no han tcnido nunca rclaciones con los blancos, jamds han
tocado los objetos de mi pertcncncia, no vacilo cn atribuirlo al v i c j o Chicaca q u e ha |>asado
a lgunos aftos cn la baja G u a y a n a . M a n d o A dos de mis hombres que le cojan y lc a m c n a z o
con fusilarle cn el acto si no conhcsa su falta. A los cinco minutos habia parecido cl hacha.
J 8 6 A M E R I C A P 1 N T 0 R E S C A
Hechos mis preparativos de viaje, penetro d las ocho de la maflana en cl bosque, seguido
de mis ires hombres: como carezco de gufa, me dirijo por medio de la brujula encamindn-
dome al oesle. L a cuestion capital es no caer enfermo en el camino, porque solo llevamos
vfveres para cuatro dias. Mis hut-spedes me ven partir riendose, porque cstan persuadidos
de que habre retrocedido dntes que tcrmine el dia.
Cerca de las once, mis negros, que van demasiado cargados, me piden que descansemos
un rato junto a un pequefio rio llamado Yapotori. E n el momento de ponernos de nuevo cn
marcha, Apatu divisa unos cuantos indios detras dc nosotros: son Yacuman, dos hijos suyos
y cuatro hombres que vienen a ponersc a mi disposicion; traen caturfs llenos de vfvercs: jnos
hemos salvado!
La llegada de gufas y mozos estimula mi ardor, y ando con ligero paso siguiendo a un jo-
ven indio que compite en rapidez con sus compafieros: cs un muchacho de quince aftos lla-
mado Uanica, destinado d sustituir d su padre, el tamuchy Yacuman.
Deseo alejarme cuanto antes del Yari, porque me siento proximo d tener otro ataque dc
fiebre. Experimento una sed tan abrasadora que no puetlo menos de beber en las numerosas
corrientes que cruzamos. Atravesamos muchos montes cn los cuales el barometro marca
727 milimetros, y a las doce y media, despues de tres horas y media de marcha efectiva, 11c-
gamos d un riachuelo alluente del Paru, que se dirige al oeste. M i corazon palpita al llegar a
esta region nucva no solamcnte para mf, sino para todo el mundo civilizado, pues estoy sc-
guro de que nadie ha explorado aiin este rio.
A las doce y media observo una cosa singular. V e o diez saladeros puestos en fila a lo
largo del sendero: lo que me llama la atencion es que no se ha encendido fuego debajo de
ellos. Por otra parte, en lugar de tener carne ahumada, estdn cubicrtos de muchas capas de
lena seca que alternan con piedras. Dfcenme que estos altares, que tienen cierta analogia con
las mesas de piedra elcvadas por los druidas, han sido levantados por diez cazadores de una
aldca vecina que han partido hace dias para una gran cacerfa. Siempre que los rucuyos van
a caza de cuatas, se dctienen a una hora de marcha de su aldea para erigir estos saladeros,
con objeto de tener propicio d Yolock (el diablo) que puede impedirles hallar caza.
A la una y media llegamos d un pati (aldea) compuesta de dos grandes cabanas en las
que s61o hay mujeres, las cuales nos dicen que los hombres han ido d bailar d la comarca de
otros uayanas del Yari. Les pregunto cudnto tiempo hace que se han marchado, y una mujer
me ensefia ocho rayas blancas trazadas en 1111 poste que indican igual numero de dias. L a
mayor parte de los indfgenas de la Guayana se valen de eslc medio de indicar la ausencia de
los viajeros.
A l dar 1111 paseo por el huerto, observo un grande ananas que parece en plena sazon.
Apatu lo compra por dos agujas, y yo saboreo su jugo con tanto mas gusto cuanto que siem-
pre tengo una sed inextinguible.
Habiendome acostado sin cenar, no puedo conciliar el sueno d causa dc una disputa que
se suscita entre mi gente, lo cual me enoja tanto mas cuanto que temo la defeccion de mis
gufas atemorizados por las vociferaciones de esos negros cuya groserfa hace que hasta los
E X P L O R A C I O N OKI. O Y A P O C K Y D E L FARII I § 7
salvajes se ruboricen. Una joven molcstada por uno de ellos le ha llamado maipuri, exprc-
sion que, significando literalmente tapir, tiene en la lengua india un sentido que no puedo
cxpresar.
N o he dormido: estoy tan cansado que apenas puedo moverme; sin embargo, tengo que
saltar de mi hamaca y ponerme en marcha. N o pudiendo comer, bebo un vaso de agua mien-
tras mis hombres almuerzan: al poco rato siento nduseas y escalofrfos que son los prcludios
de un violento ataque de fiebre. A las siete mis hombres se han cargado sus caturi's; me
pongo en marcha con resuelto paso, mas al cuarto de hora siento que meflaquean las piernas,
y poco despues, tropezando con una raiz, caigo al suelo sin tener fuerza para levantarme. M e
sobreviene un frio glacial, y mi estomago cuyos esffnteres estan paralizados, cxpulsa el agua
por sus dos extremos como un verdadero tubo de goma. M e tienden en mi hamaca y al cabo
de una hora desaparece el frio rccmplazado por un calor ardiente. Kntonces un indio va a
buscar agua en una espata de palmera y me hacen abluciones gcncra lcsy friccioncs con arena
fina. Este tratamiento encrgico provoca la transpiration, y encontrandome pronto mas alivia-
do, salto a tierra y prosigo mi camino.
X V I
Monarcas-peones c a m i n c i o s . — M o d o dc ca lcntarec pata cvi iar una s o r p r e s a . — M i m h r c r a s d c la O u a y a n a . — La* d o s mujcrcs de l tamu-
c h y . — C a z a del a i . — I n c o n v c n i c n t c s d c scr racdico c u a n d o se viaja p o i la G u a y a n a . " — M a t a r y l i a u t i y a r . — A p a t u m i s i o n e r o evan-
gel ico.
Partimos d las docc y a las tres atravesamos una montafta llamada Yauarapata, nombre
que significa pueblo de tigres. A esta hora topamos con un indio que abre una senda; es el
tamuchy de una aldea vecina, el cual nos acoge bien gracias a la recomendacion de nuestro
gui'a. Y o creia que los tamuchys no hacian ningun trabajo corporal; pero si no trabajanen los
plantfos ni cazan casi nunca, en cambio estdn encargados de arreglar los senderos que van
de un pueblo d otro. Esta mision de caminero es una canonjia, pues esta es la vez primera
que veo una senda en la que alguien se haya tornado la molestia de cortar las ramas que in-
terceptan el paso.
27 de octubre. — N o habiendome levantado hasta las seis y media, encuentro ya a mis
indios agrupados alrededor de una gran hoguera. Puestos en cuclillas como monos en torno
d la lumbre, se calientan de espaldas 6 dc lado, pcro nunca dc frcnte. L e s pregunto la razon
de este modo extrafto de calentarse, y me dicen que asf tienen la ventaja de no dejarse sor-
prender jamds por el enemigo. Mientras se hace el almuerzo, Yacuman seentretiene en guar-
necer el puno de un machete con una cspccic de mimbre muy bonito y flexible. S c vale de
las rai'ces adventicias dc una planta trepadora que los galibis Hainan bamba y que se cultiva
en los invernaderos del Jardin de Plantas de Paris con el nombre de philodendron speciosum.
H a y en Guayana porcion de especies vegetales que se podrian explotar para hacer obje-
tos de cestcrfa. L o s pagaras que he comprado a varias tribus son muy superiores en cuanto
a elegancia, y sobre todo en cuanto d solidez, d los ccstos fabricados con mimbres.
Partimos a las ocho menos cuarto y una hora despues encontramos un pequeiio afluente
- 188 A M E R I C A P I N T O R E S C A
l lamado Cucitenne, por el que podriamos bajar hasta el Paru si tuviesemos una canoa a nucs-
tra disposicion. Apat i i mata un magnifico hoco que estaba posado en un arbol : los rucuyos
Ilaman a esta a v e o-oc, mi«Sntras que los indfgenas d e la G u a y a n a inglesa la Hainan poivi y
los bonis puirhi. E l rio Apauani , des ignado por estos indios con el nombre de Powini, no
tiene otra et imologia sino el grito del hoco, que respondepozvi , powi, cuando el cazador le lla-
ma produciendo un ruido sordo con la nariz, teniendo la .boca cerrada.
A las once nos detcnem os un rato para cazar un alicole (ai 6 perezoso). T e m i e n d o Uani-
ca que le caigan sus excrementos en la cabeza, sube a un arbol contiguo, l l e v a n d o e n la mano
un largo palo a cuya punta ha atado una cuerda que forma un lazo corredizo. Pasando la
cuerda por el cuello del animal, la rctuerce para comprimirlc la garganta, y cuando el ai esta
casi asfixiado, le basta un leve tiron para desprenderlo de la rama: el triste animal, atontado
de resultas de la caida, perece por fin <1 garrotazos.
A la una menos cuarto Ilegamos a una aldea poblada por quince habitantes. S e g u n cos-
tumbre, el tamuchy, que se llama Pumari, t iene d o s mujeres, una j o v e n y otra vieja. A p a t u
me aconseja que me diri ja s iempre A. la mujer mas vieja, con la cual debe tratar el v ia jero
para conseguir cazabe y cachiri, porque el la es la que de mas autoridad g o z a para con su
marido. A q u e l j e f e v ie jo examina con mi radar, hoscas e inquietas al extranjero que ofrece
agujas y cas/ntros (collares de abalorios) d la mris j o v e n de sus esposas.
C o m o he tenido ocasion de ejercer mi profesion curando a una muchacha enferma, mis
companeros, q u e no sabian que yo era medico, de jan de llamarme m a y o r para calificarme de
piay. Hsta revelacion no pucde ser mas molesta para mi. porque aquel los buenos indios, an-
tes tan discretos, me abruman ahora con sus peticiones importunas. Pumari me dice : Piay
ice, amn Calina suei ice en. (Neces i to un remedio para matar a otro indio.) Por otra parte,
Y a c u m a n pide q u e le eche a g u a salada en la cabeza, so pretexto de adquirir mas prcstigio
entre los uayanas del alto Y a r i , pues en lugar de ser un s imple tamuchy j e f e de una aldea,
l legaria d ser yapofari, es decir, j e f e de toda la comarca. A p a t u le dice q u e e s t o n o es posible,
por cuanto no tenemos sal; pero que al regresar d e su v i a j e a mi pais traera algunas botellitas
con las cuales le bautizara a cl y a todos los de su tribu. Y a c u m a n se muestra m u y egois ta en
esta ocasion; pues recomienda al ferviente A p a t u que s<5!o traiga dos botellas, una para el y
otra para su heredero; porque desapareceria el prestigio si todos sus peitos tuviesen la ven-
taja de ser hermanos suyos en Jesucristo.
X V I I
r a n i ! — U n b a n o e n n g u a v f i g e n . — - I ) a n / . a d e l C a n e a p o . — I n d i o s d i s f m / a d o s d c j u c c « * . — B u e n a n c o g i d a . — H i s t o r i a d c u n
c u e h i l l o . — l i e c<>mo c s c o n v c n i c n l c c u m p l i r los c o m p r o m i s o s . — L u c h a d c 1 k ' r c u l e s n e j ; n » . — D c s o b c d i c n c i a . — S i t i o p i n t o r c s c o .
L i c u n a y la* a g u j a s d e los r u c u y o s . — C o m c r c i o d e l o s in<ligenas.
28 de o c t u b r e . — T e n g o la satisfaccion de saber que estamos cerca del Paru; y por esto
mi guia hace q u e me precedan su hijo y un peito d e Pumari que parten antes de rayar el dia.
N o debiendo encontrar embarcacion alguna en la confluencia, aquellos j o v e n e s atravesardn
el rio a nado para avisar nuestra l legada al j e f e Canea .
E X P L O R A C I O N D E L O Y A P O C K Y D E L P A R U 1 Kg
E m p r e n d e m o s la marcha poco despues de las siete, y l legamos a las diez a la orilla iz-
quierda del Pard. A l ver cstc hermoso rio, enteramente desconocido desde su nacimiento
hasta su desembocadura, exper imento vivfsima satisfaccion y mando disparar mis dos fusiles
en scftal de jdbilo. I nmediatamente despues me zambullo cn las aguas Hmpidas del Pard.
,:Podrc scntir en el mundo un placer mayor q u e el de tomar un bafio en esta agua que puedo
Ha mar virginal, puesto que todavfa no la han enturbiado las inmundicias de la civilizacion?
E s t o y tan contento al ver que he conseguido el objeto dc mi viaje, que no hago caso dc un
leve a laquc de calentura que he tenido al despertar.
E n v e z tic descansar, examino mis cuadernos dc apuntes procurando recapitular mi viaje.
Calculo que hemos invertido catorcc horas y media en pasar del Y a r i al Paru: hemos recorri-
do una distancia d e cuarenta y tres ki lometros pr6ximamente cn li'nca recta; pero habiendo
dado algunos rodeos para l l c g a r a las aldeas, no d e b o estimar en mas dc treinta ki lometros
la distancia directa que media entre ambos rios. E s dc notar que la linea divisoria dc las
aguas esta mas proxima al Y a r i que al Pard: habiendo empleado tres horas y media en l lcgar
a las fuentes del primer afluente que desemboca cn el s e g u n d o de dichos rios. Por otra parte,
la cuenca del Pard esta d mayor altura que la del Yar i , puesto q u e en esta cl barometro
marcaba por termino medio 740 mih'metros, y en aquella marca 730. En resumen: hace se-
senta y cuatro dias que hemos salido dc S a n Jorge, c incuenta y cinco de los cuales han sido de
marcha a pi6 o en piragua.
D o s piraguas enviadas por C a n c a l legan en busca nuestra, y despues d e media hora de
navegacion rio abajo v e m o s una aldea situada sobre una loma de ve inte metros de altura. a
cuyo pie hay g r a n d e s pefiascos granfticos de formas redondeadas que interceptan casi por
completo cl paso de la corriente: cs un sitio muy pintorcsco donde los indios pescan a flecha-
zos cumarus cuando pasan por los intersticios que quedan entre pefta y perta.
H o y c s un dia de fiesta dedicado d celebrar la muerte de un tamuchy fallecido hace un
mes. ( H a y dos fiestas cn honor d e los muertos: la primera es el Porto, y la segunda el TuU
que he descrito ya.) T o d o s los hombres estdn cubiertos de largas tiras negras d e tauari que
parten del cuello, y de una espccie de birretc parecido al de nuestros magistrados. U n o solo
esta de pie, l levando cn la mano un Idtigo cuya cuerda ticnc ocho metros de l a r g o ; da vueltas
sobre sf mismo golpeando el suelo con cl pie derecho, y luego, levantando el latigo, ccha cl
cuerpo atras, hace movimiento brusco y arranca a la cuerda un chasquido semejante d un
pistolctazo. Cada indio produce por turno estas detonaciones, y a esto es a lo que se llama la
danza de lpono. L o s espectadores, sentados sobre sus talones, aplauden g r i t a n d o : , H e L . ;he!
Los indios del Paru, que conocen todos los detalles dc mi primer v ia je al Y a r i , no mani-
fiestan ningun temor por mi l legada: al contrario, me reciben bien porque saben que traigo
cuchillos (maria), hachas (uiui), machetes (sapa) y anzuelos. E n cuanto d instrumentos de
hierro, solo tienen un cuchillo de carnicero sin va ina que el tamuchy l leva sujeto d su cinto
de piel de cuata: cn la hoja se l c c : Acier fondu, Paris. E s un objeto procedente de la paco-
tilla que traje al Y a r i cuando mi v i a j e dc 1K77. EI tamuchy ha obtenido este cuchillo a
cambio de un perro y de una hamaca que le habia costado muchos meses dc trabajo.
- 1 9 0 AMERICA P I N T O R E S C A
E s t o s indios estan dispuestos a acompaiiarme a todas partes porque saben que he cumpli-
do siempre mis compromisos con sus compafieros del Maroni y del Y a r i : son tan complacien-
tcs que sc anticipan a satisfacer mis necesidades: U n nifio me dice: « D a m e un anzuelo y te
ire d buscar muchos pececilIos.» U n a mujcr me promete tanto cazabe como quiera si lc doy
perlas azules. H a b i e n d o sabido un je fe extranjero llamado A l a m o i k e , que sc encucntra aquf
por casualidad, que yo deseaba conocer la fabricacion del curare, se ofrece a enseftdrmela a
cam bio de un hacha y de un cuchillo.
T o d o iria d pedir de boca d no ser por una* nueva disputa suscitada entre A p a t u y Stuart,
y que acab6 por venir a m b o s a las manos. T e r r i b l e es cl cspcctaculo que ofrecen los dos at-
letas de bronceado color, cuerpos esbcltos y poderosos musculos, cogiendosc a brazo partido,
empindndosc, cchdndose adelante y atras, y queddndose parados dc pronto. L a situacion
se v a hacicndo critica; pues mientras el uno comprime cl bajo vientre d e su adversario, el
otro le aprieta la garganta con tal fuerza que sc le inyectan los ojos de sangre. Neces i to
intervenir cuchillo cn mano para poner fin d un duelo que tiene atemorizados d los ua-
yanas.
E s t a s rencillas no me impiden hacer mis observacioncs cotidianas. T o m a n d o la altura
del sol al medio dia y a las cuatro, puedo calcular la posicion de este lugar. Caneapo, que asi
se llama la a ldea en cuestion, estd situada a 0° 58' dc latitud N o r t e y 57 0 6' de longitud O e s t e
de Paris.
Q u e r i e n d o estudiar el Paru en toda su extension, induzco d Yacuman d acompafiarme
hasta el pais de los indios trios que estan establecidos hdcia su nacimicnto. Por otra parte,
A l a m o i k e , que debia scguir su v ia je rio abajo, accede a retroceder para ensenarme la fabrica-
cion del curare, que los uayanas y los trios Ilaman urari. Para ir mds de prisa, quiero dejar
la mitad de mi equipaje al cuidado de C a n e a ; pero Hopu y Stuart, a quienes mando que no
lleven mds que los objetos y ropas absolutamente indispcnsables, se ponen a murmurar y d
amenazarme con no partir. L o s tranquilizo hacicndo el inventario de sus sacos y cntrcgando-
les el valor duplicado de c a d a o b j e t o .
30 de octubre. — M e pongo en marcha con gusto, porque prcfiero las fatigas de la nave-
gacion d permanecer en una cabafta. H a y que viajar, v ia jar siempre para impedir que esos
miserables se maten unos d otros. L a ociosidad es causa de la pcrdida, no solo de los cjcrci-
tos, sino tambien de las reducidas tripulacioncs que van cn los v ia jes de exploracion.
E n el momento de poner el pic cn mi canoa, v e o un pajaro-mosca que acaba de caer d
mis plantas. L o cojo, y v e o que le han atacado dos hormigas 7nanioc, las cuales le han arran-
cado y a parte de las p lumas: le libro d e tan terriblcs cncmigos y le devuelvo la libertad.
Esta parte del rio estd interceptada d cada paso por rocas graniticas, que vienen d ser
como el esqueleto de las Iomas que forman las orillas. L a v c g c t a c i o n d e estas tierras c lcvadas,
con sus drboles robustos, sus palmeras de hojas sueltas, sus bejucos de contorsiones elegantes,
no deja de recrear la vista.
A las diez y media v e m o s un vado que parte d e la orilla derecha. E s el principio de un •
sendero de travesia que conduce a la morada de Eupara. S c puede l legar d la aldea en diez
EXPLORACION OKI. OYAPOCK Y DEL PARI' 19»
minutos, al paso que sc necesita una hora dc navegacion d causa dc un recodo que forma el
rio. Dcscar ia cstirar las picrnas a n d a n d o un j>oco, pcro m c rctiene en la canoa la obl igacion
dc hacer un piano auxi l iado j>or la brujula.
E u p a r a cstd s i tuado cn una |>cquefta colina e n f r c n i c d e un raudal l lamado Kurokir i . Ms
un punto venta joso . d e s d e cl cual se ven a lo tojos las canoas q u e suben, se g o z a del mur-
mullo d e las aguas , sc loman banos deliciosos. y sc asaetean las bandadas d e cumarus q u e
surcan las aguas corricntes.
La mujer d c mas e d a d del tamuchy ardc en d c s c o s d e tenor una sorci ja d c plata parccida
a la que A p a t u l leva en el d e d o a g u i s a d e rec lamo: q u i c r c pagarmcla con c a z a b c , pero tene-
mos d c sobra, y despues d e rei lexionar sc ofrece d hacerme una bonita hamaca c o m o la q u e
lleva suspendida del hombro izquierdo y d e n t r o d e la cual v a mctido un rollizo nirto clesnudo
que escondc la cabeza detras d e la espalda d e su mamd. L a mujer j o v e n , que estaba ocupada
en modelar un tapir con cera negra, quierc d toda costa los botones de mi palcto: le <loy dos,
pcro con la condicion d e q u e me ha dc hacer f iguri ias d c cera o dc arcilla q u e recogerc d mi
rcgreso. C o n otra h a g o un truequc d c a g u j a s <!e acero |>or a g u j a s hcchas con una cspina m u y
aguda de pescado.
El indio no c o m p r c n d c q u e s c pueda rcgalar a lgo. y cuando d o y un cuchillo, no de jan d c
preguntarmc: fitihi? cs to es , c"que q u i c r c s ? — S u insigniheante comercio c s s i c m p r e d e
cambio: cl c o m p r a d o r d e b e pagar s icmpre |>or adelantado. L o s bonis que v i c n c n a comer-
ciar c n pais rucuyo ban d e pagar las hamacas q u e no se les cntregaran hasta el v c r a n o si-
guicntc.
X V I I I
C a m cn u n a r b o l . I .a c a i d a d c la h o j a c n v c r a n o . — ' V c r d a d e r o r i o d c l a » A m a x o n u . O c s c r i p c i o n d e H ( a s i n u j c r c * . - ' T a n l n »
c o m o liijuk v A r o a e t . U n a ccr .a c n c s t c I c y c n d a r i o . - C o m c d o r d c I c r m i t c a . — l o f l o c n c i a «ic la a l l i t u d y d c la l a t i t u d c n m i c * t a d o
u n i u r i o . — K l A 'inert. - U n m o n o l i t o . - I m p r o i o n r . d c sif'jc u n i n d i o a l pa(» d c l o s b i a n c o * . — A n a n a . k i l v c u r c k — I n f o i m c i
j a i a l o t c a i a d o r c ^ d c W i i w . - C i d m zo:o\xidx.
31 d e ociubre. — D e s p u e s d c d o s horas d c marcha c n c o n t r a m o s la d c s c m b o c a d u r a del
Cuci tcnnc que hemos atravesado al ir del Y a r i al Paru. U n |K>co mas arriba descubro un
gran nido en las ramas d e un arbol corpulenio q u e e s i d cn cl l indcro d c un descam|>a<lo. A l
accrcarme v c o que es una v e r d a d c r a choza con su p a v i m e n t o y su techo d c follajc, en d o n d e
un indio, agazapado c o m o un mono, sc prepara d asaetear las a v e s q u e acuden d picotear las
semillas maduras del drlwl.
A las cuatro pasamos por delante d e un cerro l lamado Manau. q u e scria un sitio inagnf-
fico para acampar si no hubicra all! tantos mosquitos. Y a c u m a n quicre ir d una aldea q u e
dista dos horas de marcha en canoa.
H a g o obscrvar a A p a t u q u e hay mucha madcra seca cn las colinas, y m e rcspondc: « E s o s
drbolcs no esta j>odridos; cuando l lueva ccharan hojas.» E n la G u a y a n a , la ca ida d c la hoja
ocurrc cn vcrano.
L l c g a m o s al v a d o j k k o s minutos antes d c ponersc cl sol y aun tenemos q u e andar dos
1 9 2 A M E R I C A P I N T O R E S C A
kilomeiros para llegar .i la aldea que esta cn medio del bosque. Extrdrtamc no cncontrar un
solo hombre que nos rcciba: visitamos dos. tres cabafias, v solo vemos cn ellas mujeres. Pre-
gunto a la mas anciana, es decir, a la mcnos hosca:
c-\ t'f>o amolc okiri? (< 1 )6ndc estan los hombres?)
—Okiriova ( no hay hombres). me contcsta en su lenguaje laconico.
Esta circunstancia me llama mucho la
atcncion. ^l labre dado a) fin con esas famo-
sas amazonas sobre las cuales han discutido
cerse las que Orellana cncontro ccrca del
^ - I rompetayque sirvieron de prctcxto a un
J \ conquistador espaftol para hilvanar una his-
^ f i i g a w p l o r ' a novelesca. cn virtud dc la cual se ha
•ffiX ^ ^ ' ^ ^ ^ g i i a p M f f f f l F * dado al gran rio cl nombre de las Amaze-
"as. No dudo que ()rcllana encontrara tribus
/ de mujeres; pero ^cuan fantastic.! debia de
^ ^ ! ^ B H H ^ W M R ^ V ser su imaginacion para comjurarlas con
' / ft % las guerreras caballcrt seas dc los tiempos
,.3yff-' / i " j O f c l h o m e r i c o s ? Por lo pronto, veo que las a ma-
* cortarse un pecho para tirar cl arco sin es-
^ -̂ — < Cuantos hijos tienes? pregunto a
" 1 ̂ - ^ S ^ f c s ^ V a . • u n a de ellas: v mc respondc mostrdndomc
f i f f ^ ' l r r S r a > ' a s encarnadas tr.i/adas en el muslo.
^ ^ • • - Estas barras paralclas, que parcccn los ga
' ^ lones que llevan en el brazo los soldados
^ 'r^/Z^ sirven para dar a conocer cuantos okiri
6 ^ ^ (hijos varoncs) han engendrado estas des-
dichadas. Una de ellas me conoce por ha-T i a i i i i a para c o c c r ca i ina ino . . , , . . . ,
bcrme visto en cl Y ari; a la sazon era es-
posa ilc: un peito de Yacuman, llamado Culun, que la ha despedido porque no podia avenirse
con su otra mujer. mds joven que ella. Apatu conoce otra, dc la cual se scparo su martdo
porque era demasiado parlanchina, etc., etc. Las amazonas legendarias no eran otra cosa
sino mujeres repudiadas.
Ms inutil decir que no encucntro caza algtina en las viviendas de estas mfscras criaturas
que. cn vez de aprender a inancjar el arco. han pasado su juventud criando hijos que sus
cruclcs maridos han arrancado de su seno materno. Mi comida sc componc de medio pi d la no
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asado al rcscoldo y de unas cuantas almejas que las pobres mujeres han ido a coger al rio.
Contra la costumbre india de no hacer regalos, doy un cuchillo y algunas agujas d mis hues-
pedas, y al rayar el dia me apresuro a salir de aquella mansion que dista mucho de ser en-
cantadora.
H e perdido mis postrcras ilusiones sobre la levenda de lasbel las amazonas.
A l vol ver al vado encuentro al hijo de Yacuman almorzando un manjar que no leenvid io
por cierto. Sentado ante un nido de termites que ha encontrado, mete una hoja de maripa
entre estos insectos, los cuales se agarran a ella; y entonces el indio, llcvdndosela a la boca,
tritura con muy buen apetito pufiados de hormigas.
A Ja soinbia dc una r̂un n>ca
i .° de noviembre. — Observo que mi salud va mejorando de dia en dia; lo cual cons is t
en que el calor es menos sofocante, porque nos alejamos del ecuador y l legamos a regiones
mds elevadas. Solemos encontrar aras rojos que acuden a ban dad as a comer las bavas de los
altos drboles que hay a orillas del rio. Mato dos de un tiro, y los indios les arrancan al punto
las grandes plumas de la cola, que se pasan por las orejas.
Vamos despacio, porque la corriente es bastante fuerte a causa de las muchas rocas que
encontramos a cada paso. A las tres vemos una pcfta granitica que sobresalc del agua tres
metros y medio: esta piedra, que esta cn medio de un raudal l lamado Mocori, se la considera
como un monumento elevado por un yolock que echa d pique las canoas.
Mds arriba el rio presenta recodos que cuadruplican su curso. Aquf prescnta el aspecto
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del Maroni, del Oyapock y del Yari en su curso superior. Por un lado, la orilla, cortada d
pico v de tres metros de altura, estd compuesta de arcilla blanca en la cual hay infinidad de
agujeritos abiertos por un pez llamado ya-ya por los rucuyos y coracero por nuestros criollos.
Por el otro lado es baja, pantanosa y llena de mucu-mucu. Las rocas granfticas escasean mas,
sustituyendolas las esquistosas.
Por la tarde vemos en la orilla un caiman pequerto colgado d e la punta de un palo, y agi-
tandose grotescamente. H a g o que acerquen mi canoa para observarlo mas de cerca. La
trampa consiste en un palo flexible hincado en el suelo, y d cuya punta hay atadas dos cuer-
das, una de ellas con un nudo corrcdizo y la otra con un palo aguzado en sus dos extremos.
El caiman, atraido por un intestino que rodeaba cste palo, ha pasado por debajo de un toldo
de hojarasca y mordido el cebo ofrecido a su voracidad. A l tirar de la cuerda se ha disparado
un pedazo dc madera que estaba fijo como un gancho a otro palo doblado, v al enderezarse
bruscamente la trampa como un arco distendido con fuerza, ha levantado del suelo al animal.
Por una parte ha quedado cogido por cl cucllo en el lazo corredizo, y por otra, la especie
de mordaza que se le ha implantado en la boca, le ha dejado separadas entrambas man-
dibulas.
2 de n o v i e m b r e . — A las cuatro encontramos rocas esquistosas que los uayanas llaman
pauakiri tcpu (rocas de los holandescs), porque estdn alineadas como los soldados de Suri
nam que en otro tiempo fueron a combatir al Maroni. A los rucuyos les Ham6 mucho laaten-
cion el que los soldados blancos se formaran cn Ifnea, midntras que ellos marchaban siempre
uno tras otro, es decir, en fila india. H a n observado tambien otras dos particularidades: que
los holandeses se paseaban d lo largo y a lo ancho de la plaza de una aldca sin otro objeto
que el de hacer ejercicio; y que cuando un tamuchy llamaba d un peito, este corria para po-
nersc a sus ordenes. L o s indios no andan nunca sino cuando van de viaje, y si corren, so loes
cn circunstancias tan raras que jamas los he visto andar mds que al paso.
A las nueve de la mart ana siguientc llegamos a una cabafla cn la cual descansamos algu-
nas horas. Mientras escribo mis apuntes, Apatu hace una excursion con Uanica, hijo dc Y a -
cuman. y al poco rato vuelve trayendo caturis llenos de ananas. H a n encontrado estos frutos
en plena sazon en una gran roca granftica situada en un sendero que v a a parar al vado del
Itany pasando por el monte Lorquin. Apatu, que conocc este trayecto, me dice que sc ncce-
sitan doce dias para ir del Paru al Itany, cuatro de ellos para llcgar al Yari , cinco para pasar
de cste rio al monte Lorquin, y tres de este punto al Itany. Calculando cada jornada en diez
y ocho kilometros por t<jrmino medio, esto da una distancia total de doscientos veinticinco
kilometros contando con los accidentes del terreno y de ciento cuarenta en Ifnea recta, en
dircccion nordeste.
El viajero que atraviesa esta region pintorcsca oye con frecuencia cl grito de unas aves
amarillas que revolotcan en bandadas de cinco a seis dc un drbol a otro, como estorninos,
gritando men, mat. L o s criollos dan d estas aves el nombre d e g a l l o s de roca, porque hacen
sus nidos cn excavaciones practicadas en el granito. Los uayanas persigucn d los meus para
hacer adornos con sus plumas v tambien cambios con los o y a m p y s que los trasportan al bajo
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Oyapock. El macho se distingue de la heinbra por su cresta mas desarrollada: el color de las
plumas de los polluelos es amarillo claro, y el de las de los individuos adultos de una tinta
amarilla fuerte que tira a rojo.
Un poco al este del Apauani se atraviesan colinas penascosas llamadas por los indios
Tenenepata, cuya traduccion es: tcnene, montafia;pata , aldea. N o se trata dc una aldea en
la montana, como crei cn un principio, sino de un conjunto de montes cuya agrupacion es
comparable d la de las chozas que forman una aldea.
M e pongo de nuevo en marcha a las doce y media, y al poco rato encontramos una pe-
qucfta catarata bastante diffcil de franquear, porque el agua, comprimida entre alias rocas
graniticas, corre con espantosa rapidez. Una de nuestras embarcaciones, cogida de costado,
recibe un golpe de agua que la inunda y la sunierge en un abrir y cerrar de ojos. Por fortuna
el rio es poco profundo; nos echamos al agua, y recogemos todos nuestros fardos, d excepcion
de algunos objctos insignificantes. N o s vemos obligados a hacer alto para poner a secar los
bultos sumergidos. Gracias a un sol abrasador y al calor de las piedras que parecen hechas
ascuas en medio del dia, nuestro cazabe se seca y sc calienta como si acabara de salir del
horno, y los cartuchos no sufren detrimento, a pesar de no ser metdlicos. Memos perdido un
saco de municiones en este pequeno naufragio; pero esto no nos da cuidado, puesto que, ;i
falta de ellos, Apatu puede subvenir d nucstra alimentacion con su arco y sus llechas. L o s
cien cartuchos que nos quedan son muy suficientes para un viajc de tresmeses, porque nunca
tiramos mds que a caza mayor y a pieza parada.
A las cinco llegamos a una aldea dc cuarcnta habitantes llamada Taliman, del nombre de
su tamuchy.
X I X
Un indio verdai ieramenlc g r a n d c . — O l r o s cjuc lo p a r c c c n . — S i n coni j ias ion del h u e r f a n o . — E x c u r s i o n b o l a o i c a . — L a p l a n t a d e m i s suef ios ,
cl urari.—Ceremonial q u e p r e c e d e a la e x t r a c c i o n d e la p r c c i o s a r a i t . — D e t a l l c s d c la f a l u i c a c i o n d e l c u r a r e . — E x p c r i m c n t o . — U n
moliu con m o t i v o de l c u r a r e . — U n a t r i p u l a c i o n t iniorala .
El 4 de noviembre veo que cl rio se divide cn dos bra/.os: el afluente Atauele que cae a
la izquierda, tiene un caudal que equivalc d la cuarta parte del Paru: su curso esta entrecortado
por grandes rocas graniticas que dificultan en gran manera la navegacion.
Por la tarde llegamos d la vivienda del tamuchy Alamoike que ha ofrecido enscfiarmc la
fabricacion del curare. L a aldea solo consta dc dos rcducidas familias, de suerte que el ta-
muchy Alamoike no tiene mas que un peito d sus ordenes. Este es un j o v e n muy robusto, de
un metro ochenta centimetros de alto: es un verdadero gigante en este pais, pues los rucuyos
son por lo general dc menos talla que los franceses. Y sin embargo, estos indios vistos de
lejos parecen muy grandes, lo cual consiste sin duda en su busto enorme que contrasta con
sus miembros cortos y delgados.
La mujer de Alamoike es de la tribu de los trios; di'cemc que habiendo perdido a sus pa-
dres cuando aun era nifia, fue recogida por unos rucuyos que iban de viaje.
Los habitantes de las fuentes del Paru, como todos los indios de la Guayana, no hacen
- 1 9 6 AMERICA PINTORESCA
caso alguno de los hu'£rfanos. Estos infelices, obligados d trabajar sin descanso, tienen por
todo alimento los desperdicios dc la cocina que comparten con los perros.
Por la noche me pongo dc acuerdo con mi huesped que debe enseftarmc cl secreto dc la
fabricacion del veneno de las flechas. Siguicndo la costumbrc establecida. 1c pago poradclan-
tado ddndole un hacha, y le promcto ademas una moncda de cinco francos que sc pondra al
cucllo d guisa de mcdalla.
IrfOs rucuyos no saben hacer curare, y Alamoike solo conoce el sccreto de su fabricacion
desde mi primer viaje; habicndosclo revelado un je fe trio d cambio de un cuchillo, una moncda
de un sueldo y un espejito que le entrego Apoike, d quicn cnvic el afto pasado en busca del
famoso veneno.
5 de noviembrc. — Partimos muy temprano el tamuchy, su pcito. Apatu y yo. Despues
de dos horas de marcha acclcrada, Alamoike sc para delante de un bejuco del tamaflo de una
serpiente boa, que forma una gran curva al salir de tierra, v luego sc clcva en linea rccta
hasta la copa de un drbol de veinticinco a treinta metros confundicndo sus hojas con las de
este. Ardo en dcscos de posccr esa pianta llamada urari por todos los indios dc la Guayana.
Antes dc dar principio d su operacion, Alamoike entrega a cada uno dc los espectadores una
simiente de pimiento que los criollos califican de rabioso, y hasta que sc ha ccrciorado de que
hemos ma sea do y tragado la pfldora, no se pone a cscarbar el suelo con un palo para dejar
dcscubicrto las rafces. A l poco rato me presenta un gran escorpion negro que sujeta por la
cola diciendo: Yolock (diablo), sin manifestar miedo ni horror. Guardandose de matar a este
animal, al que considera como un guardian del veneno, agrega algunas palabras de las cuales
entiendo el adjetivo irufia <|ue significa bucno, parcciendome poder traducirlas por esta frase:
«Todo va bien.*
El piay continila escarbando y dejando descubiertas unas rai'ccs largas que sc dirigen en
sentido horizontal casi a tlor dc tierra. Mientras tanto, yo corto algunos rctoAos cubiertos de-
l t a s ticrnas que brotan del tronco y suben verticalmente d mas de un metro de altura. Mu-
cho me satisface poseer estas pocas hojas: pero esto no seria suficicntc para una dctcrmina-
cion botdnica. para la cual sc ncccsita tener hojas enteramente desarrolladas y (lores. U n
muchacho trepa al drbol y desde el pasa al l>ejuco por el cual desciende despues de echarmc
un pufiado de (lores: sin desperdiciar la menor particula, me apresuro a colocarlas en una
cartera; mientras Apatu corta un pedazo del tronco, Alamoike ha rcunido gran cantidad de
rafces que guarda en dos caturfs hechos alH mismo con hojas de palm era, y nos ponemos en
marcha.
Llcgamos al rio, experimcntando un gran placer en apagar con sus aguas la abrasadora
sed que nos ha dado cl pimiento que hemos mascado. Cuando entramos cn la vivienda de
Alamoike, este pone los dos caturfs cn cl rio.
Paso cl rcsto del dia haciendo algunas obscrvaciones astron6micas y hablando de varias
cosas con mis huespedes que son muy amablcs y cuyos relatos y reflexiones, dignas dc con-
sideracion a veces, aumentan mis conocimientos acerca del pafs. A l dia siguicntc hacemos
otra excursion en busca de las plantas acccsorias que entran cn la confeccion del veneno. La
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primera espccic recogida, l lamada potpcu, no me es desconocida; es muy afine de un /also
Jahorandi que traje del Brasil en 1874. S e g u r o de que no es una planta toxica, me pongo d
mascarla delante de A l a m o i k e , que quiere impedfrmelo gritando: Natali, lo cual significa
m o r i r . — N a t a l i ua, le contesio, piay cu. (Traduccion: « N o hay peligro: soy tan hechicero
E l D r . C r c v a u x g r a v a n lo s u s i n i c i a l c s cn un a r b o l
como tu».) A l ver A l a m o i k e que trago impunemente una planta que el creia toxica, no guar-
da ya mas sccretos para un colega a quien considera mds sabio que el, y hace que y o mismo
coja todas las plantas cjue es menester agregar para hacer el vencno.
Cogemos asf cuatro cspecies de la familia de las piperiteas, el arapitcani, el alimerc. el
potpcu y otra cuyo nombre he olvidado. T o d a s ellas tienen un sabor picante que hace salivar.
Alamoike coge tambien hojas tie una palmera l lamadaparasa.
Pasamos la tarde rallando las rafces del urari q u e h a n pasado veinticuatro horas en el agua.
Observo que la corteza tiene algunos pliegues anulares que se parecen algo a los de ciertas
0m
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raices de ipecacuana. E s t e trabajo me pone las manos amarillas como si hubiera tocado tin-
tura de iodo. Pruebo un poco esta corteza, de la que se dcsprenden pequefSas placas, y nolo
que tiene un sabor amargo muy pronunciado. Hasta el tercer dia no empieza la fabricacion
del veneno, a cuya operacion asisto, no como curioso, sino como ayudante: esta se efectua cn
la cabana del tamuchy. Empezamos por prcparar los utcnsilios que deben servir para filtrar
los liquidos y para contcncrlos. A guisa d e embudo, enroscamos una hoja de palmera en for-
ma de cucurucho y la sujetamos con grandes espinas: este instrumento se coloca dc un modo
estable en una asa formada por una varilla doblada. L o s recipicntes, l lamados car ana, con-
sisten en una hoja de palmera, doblada y levantada por sus dos extremos a modo de cubeta.
Alamoike coge unos cuantos ejemplares de aracupamles quita las hojas, y se pone a
golpear el tallo y la rafz con un palo. L u e g o las tiene unos cuantos minutos cn un litro dc
agua fria contenida en un carana, estrujdndolas con sus anchas manos. L a s moja y estruja de
nuevo, hasta que las fibras han perdido el sabor picante que caracteriza d las piperiteas. Del
mismo modo procede con las r a k e s de las otras plantas; el potpeu entra en proporcion mucho
mayor, y la misma agua sirve para todas las preparaciones.
Mientras mi colega cxprime el j u g o de estas plantas, yo hago lo propio con el de las ho-
jas dc parasa cn otro carana que contiene medio litro de agua. E l h'quido exprimido, que no
tiene ningun sabor particular, hace espuma como cl jabon; sin duda contiene una fuertc pro-
porcion de sales alcalinas, por cuanto las ccnizas dc esta palma sirven para preparar sal de
cocina.
L legamos al terccr perfodo de la operacion, que es el mds importante, pues consiste en
extraer el j u g o del urari. A l a m o i k e moja la corteza con el liquido alcalino del parasa, y to-
mando un gran pufiado, lo exprime con toda su fucrza. E l jugo, muy parecido al del tabaco,
sc mezcla tambien con piperiteas y se le filtra en hojas que se han introducido de antemano
en el fondo del embudo. E n seguida se recoge el h'quido, que sera cosa de medio litro, en
una cazuela de barro, anadiendole un pufiado de pimiento seco machacado en un morlero.
Alamoike pone la cazuela al fuego y va d lavarse las manos al rio. Y o me quedo en la
cabafia cuidando de la cazuela, y al poco rato me sobrevienen continuos estornudos que me
obligan a abandonar mi puesto. L o s vapores del pimiento dcspicrtan a dos niftosque dormian
cn una hamaca. L a accion dc cstc vegetal en el aparato olfatorio me permite admitir un he-
cho que al pronto me habia parecido inverosimil. S c g u n me dijo el capitan Juan Pedro, quc-
riendo los o y a m p y s detener el enemigo que circunvalaba su aldea, la rodearon de un cfrculo
de hogueras en las cuales echaban pufiados de pimiento seco. E s imposible combatir cuando
sc estornuda sin intermision alguna.
S c quita la cazuela del fuego a los diez minutos, antes que el h'quido empiece d hervir.
I labiendo entrado en este momento la mujer del jefe, dice con orgullo enscftando su prepa-
racion: Alimi olo cuata, esto es: «he ahi un ingredicnte que nos proporcionara gran cantidad
de caza.» A l a m o i k e corta entonces la estipa de un maripa y se pone a labrar llechas que im-
pregna en el urari y seca luego al sol. A medida que unas se van secando, agrega olras ca-
pas, y para que el j u g o se adhiera mejor cuida de hacer en las llechas pequenas incisiones.
E X P L O R A C I O N D E L O Y A l ' O C K Y D E L PARU 199
Un monito que saltaba por la choza, herido cn el hombro con una dc estas flcchas, se pone
a correr por espacio de un minuto; detienese de pronto haciendo g e s t o s y contorsiones. entor-
na los ojos, sc le paralizan las manos y cae de espaldas. A los seis minutos de recibir la heri-
da, se halla en un estado d c incrcia muy proximo a la muerte; y sus musculos no sienten los
pinchazos de una aguja . A los siete minutos es ya cadaver.
L o s dardos envenenados tienen la longitud y la forma d c la hoja afilada de un cuchillo:
su base se aplica a una muesca hecha cn la punta de una flecha, q u e sc dispara con un arco
ordinario. Cuando esta toca a un animal, el astil cac al suelo por efecto de su propio peso,
pero el pcqueno dardo queda c lavado cn la herida.
Mientras me dedico a estos cstudios, Stuart v H o p u sc vuc lvcn cada dia mas recalcitran-
tes y se niegan a acompanarme hasta las fuentes del Paru. A l ver que h a g o provision de
curare, suponen q u e mc propongo guerrear con los indios trios. Stuart, q u e es el mils fuerte
y cl pcor de los dos, se ha negado hoy a obedecerme y por la noche ha osaclo venir a insul-
tarmc cn presencia del je fe indio: cntonces cojo mi carabina y lc apunto, y el ruido q u e hago
al armar los gatil los produce en el agrcsor un efecto instantaneo, pues d su luriosa locuacidad
sigue un silencio profundo.
Parto al dia siguiente con A p a t u : mis dos negros amotinados presencian mi partida y sc
lisonjean con la creencia d e que habre de batirme en retirada por falta de tripulacion. M c
embarco con Y a c u m a n y A p a t u en una pequefia piragua, v al cabo de una hora diviso una
canoa que procura alcanzarnos: son mis descrtores que vienen a soineterse, llorando como
nifios.
8 de noviembre (sexto dia dc navcgacion remontando el Paru). — A las once encontramos
el rio intcrceptado por rocas e islas absolutamente identicas a los raudales y <1 las pequenas
cascadas del alto O y a p o c k . A l l legar a un recodo, un indio me dice que acaba d c percibir
olor de humo, v habtendonos detenido para examinar los alrededores, l lega a nuestros oidos
el cco de una voz humana. H o p u v Stuart, temiendo un combate con los indios trios, quiercn
retrocedcr sobre la marcha, pero Yacuman los tranquiliza diciendo q u e acaba de reconocer
el lenguaje de los uayanas. A los pocos momentos desembarcamos en una isleta pedregosa,
en la cual se ocupan seis indios con otras tantas mujeres en cocer un pequeno caiman que
acaban de coger.
El je fe indio me dice q u e regresa de una excursion al pais de los trios; pero no ha encon-
trado a nadie en las aldeas que ha recorrido. 1 labiendo asolado el pais una epidemia, los su-
pervivicntes se han alejado del rio para refugiarsc cn la selva. N o s insta para que rctroccda-
mos, porque mds adelante solo encontraremos miseria, hambre y guerra.
Mientras aguardamos que este listo el almuerzo al que aquellos buenos indios nos convi-
dan, escribo algunos apuntes con los pies metidos en cl agua, a la sombra de una gran pen a
que forma una vcrdadcra gruta. E n seguida, estiro las piernas recorriendo las numerosas
X X
Caiman cocido.—Dos rios Paiu.—Indios anfibsos.—l\timolcj;iA dc la jixlabta raru —Cascada de la c*cal;nala.
B i b U ° t c C
J O S E G ^ Dl—
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isletas que presentan un golpc dc vista por demds pintoresco. E n un sitio apartado sorprendo
d una muchacha que, d la inanera dc los avestruces, oculta su rostro cn un agujcro dejando
el cucrpo entcramente dcscubierto. A l medio dia ocupo mi puesto en dcrredor dc la caccrola
dc los indios, que contiene un bucn cuarto dc caiman cocido con mucho pimiento. Apatu se
nicga d j>robar este manjar, a |>csar dc scr muy cstimado de los rucuyos. Y o tambien cxperi-
memo cierta rcpugnancia. pcro la venzo al poco rato, reconociendo que aquella c a m e blanca
y ticrna no despide un tufillo muy pronunciado. L a espccie grande dc caiman (jacarfs) que
v ivc en la desembocadura de los rios de la Guayana y en el A m a z o n a s no es comestible d
causa de su fuerte olor d almizclc.
Despues de comer, hago d mis huespedes algunas preguntas acerca dc los trios y de los
mdigenas de las regioncs circunvccinas. Entre otras indicacioncs intercsantes para la geogra-
fia, vengo cn conocimicnto dc que los indios yucas establecidos cn cl Tapanahoni vienen d
hacer cl comercio d c cambio hasta las fucntcs del Paru: solo hay trcs dias de marcha por
lierra para pasar del Tapanahoni d un punto en que el Paru es y a navcgablc. Los indios trios,
que deben dc ser menos numerosos que los rucuyos, ocupan el tcrcio superior del Tapanahoni
y las fucnics del Paru.
Una circunstancia que me intcrcsa mucho es conocer el aflucnte del A m a z o n a s que corre-
al ocste del Paru. T e m i e n d o los rucuyos que se me anloje prolongar mis cxcursioncs hasta
esos parajes, me cuentan episoilios fan last i cos ocurridos cn ellos. Marchando cuatro dias ha-
cia el sol poniente, dicen, se encuentran indios per versos a los que es imposiblc sorprender,
porque pasan la noche metidos en un rio que Hainan Paru, como el que ahora vamos rcmon-
tando. Esta leyenda tiene mucha analogia con los informes que los indios tarumas dieron a
Brown cn el alto Essequibo. Dij^ronle que hacia el nacimicnto del T r o m p c t a habia indios
Hamados tuna-hyaunas, que por la nochc sc retiraban a unos estanques rodcados de empali-
zadas, donde dormian metidos cn cl agua. Observarc de paso que tuna signilica agua, no tan
solo en la lengua de los tarumas. sino tambien cn la de los trios, rucuyos, apalais y carijonas.
L o s caribes de las Antil las llamaban al agua tout. E l nombre del rio Paru no tiene scniido:
probablementc sera un diminutivo dc paruru, que significa (ana.
M a s arriba de la ultima cascada, la corrientc cs debil y las orillas tan bajas que debemos
navegar hasta las cinco y media para dar con un sitio a prop6sito para acampar.
9 de novicmbrc. — Las orillas vuelvcn d ser mas alias y en el cauce hay ungran numero de
rocas a descubierio. A las diez, cl rio esta sembrado de peftascos gramiicos rcdondcados que,
vistos de lejos, parecen una manada de carneros: estan tan juntos que mi angosta piragua
;:;jei:as puede pasar entrc ellos. A las doce y media llegamos d una espccie de pasadizo en
cuyo fondo sc ve a modo de una escalinata que parece haber sido construida por mano del
hombrc. Las gradas estan en seco, |>orque en esta estacion el agua corrc serpenteando |>or
un canalizo que apenas tiene dos mctros dc anchura.
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X X I
El rio dc las lumbas.— Imprccacioncs dc una mujcr irio.—Enfcima abandonada.—Modu dc conlencr la lluvia.—Paragua.—Dctallcs dc la
composiciun de las flechas.—El nieu.—Sobriedad dc tiajes.—Tocadode hombres y mujeres.
A las cuatro l legamos d una aldea situada j u n t o d un pequefto afluente dc la derecha 11a-
mado Aracupina. T o d a s las chozas estan desiertas, y en medio se encuentra un hundimiento
en el terreno: son las sepulturas de muchos indios.
Apatu, acompanado d e Y a c u m a n , ha marchado para ver si encuentra a lgunos habitantes
en las cercanias, y al poco rato vuelven seguidos de una pareja india. L a mujer no acepta
mis presentes, y mostrdndome tres fosas recien tapadas, pronuncia con aspecto sombrfo las
palabras s iguientes:
—Panakiri uani ua, no neccsi tamos blancos. Ala pikininialele, ahi hijos muertos. A'ono
poti, tierra hoyo. Echimeu uaca, v e t e en seguida. Cassava nua ua, no comer cazabe.
As i diciendo, se marcha enojada y desaparece en el bosque con el indio que la acom-
paftaba.
Pasamos la noche en estos sitios siniestros, y al dia s iguiente continuamos remontando
el Paru. E n b r e v e s e hace tan difi'cil la navegacion, dun con una embarcacion pequena, que
resuelvo no ir mds lejos. E l exi to d e mi mision es y a s e g u r o ; solo m e resta, pues, e fcctuar
mi regreso, levantando el piano del rio con la brujula y tomando alturas de sol en los puntos
principales.
Apatu no quiere que nos ale jemos d e estas regiones sin dejar a lguna huella d c nuestro
paso, y al efecto m e pide q u e g r a b e mis iniciales en un drbol corpulento situado en una pun-
ta, en la orilla izquierda del af luente Aracupina .
A l descender por el rio, miramos cuidadosamente d todas partes por ver si descubrimos
alguna vivienda. D i v i s a m o s dos aldeas, pcro estan enteramente abandonadas, y en medio de
las chozas, quemadas en su mayoria, hay fosas recien tapadas. C e r c a de una de estas chozas,
veo una pobre mujer enferma q u e carece d e v iveres : la infeliz ha sido abandonada por sus
compafteros, que han huido del contagio. Las primeras palabras que me dir ige esta mujer
son para insultarme, pero el hambre y el instinto de conservacion hacen que se reporte, y no
vacila en embarcarse en una dc mis canoas para ir d una aldea rucuya donde hare que le den
hospitalidad. E s t a mujer me dice que el j e f e de la aldea l lamado Pacani y el piay T o n t e y ,
que gozaban de gran reputacion entre los trios, han sido las primeras victimas de la epide-
mia, que supongo sea la viruela.
Las chozas de los trios son me nos c o m o d a s que las de los o y a m p y s y uayanas. N o tan
solo carecen de pavimento, sino q u e algunas unicamente estan cerradas por un lado: son sim-
ples abrigos, apenas mds perfeccionados que las ajnpas q u e se hacen y e n d o de v ia je .
i i de n o v i e m b r e . — A m a n e c e nublado v la temperatura 110 e x c e d e de 220. Y o tirito c o m o
si tuviera calentura, y siento un verdadero placer ca lentandome j u n t o a una hoguera en la
que se ha puesto a cocer un pequeno caiman y una perdiz l lamada sosorro por los uayanas a
causa del ruido que hace al remontar el vuelo.
26
- 2 0 2 AMERICA PINTORESCA
H a caido un chubasco durante la noche. Para que no llueva mas, Apatu recomienda a
Stuart que no lave la marmita por dentro: esta costumbre singular, practicada por los negros
cimarrones de la Guayana, ha sido tomada sin duda dc los indios. Y en efecto, cuando el in-
gles Brown viajaba por el Maroni pregunt6 un dia a sus rcmeros por que no lavaban la
marmita en que se habia de cocer el arroz, y le respondieron que si la metian en el agua, se-
ria mucho mds copiosa la lluvia que empezaba d caer.
Cerca del campamento oimos un ave que grita par agua... paragua... E s el paragua, al que
los uayanas llaman aragtta considerdndolo como ave de lluvia. Uanica procura engaftarlc
imitando su canto, pero echa a volar en el momento en que el cazador tiende su arco para
dispararle una flecha.
Digamos de paso que las flechas que sirven para cazar al vuelo, tienen plumas junto a su
punta mds gruesa, al paso que las que se usan para cazar en cl agua no estdn guarnecidas.
He visto que estas ultimas llevan a menudo un gancho hccho con una esquirla de radio de
cuata; las destinadas a cazar aves y monos rematan en una punta de madera dura, armada
de puas inclinadas hdcia atras para que al penetrar en la herida no se desprendan por efccto
de su propio peso. Las plumas que se ponen en las flechas suelen scr de hocos, marayas,
cuiuis, aras y pias. Para cazar pajaros, los indios dc la Guayana terminan sus flechas en una ma-
za bastante pesada, tallada en un hucso o cn una simiente de auara. Los hombres son los que
se dedican exclusivamcnte d fabricar arcos y flechas.
Estd hecho el almuerzo: los indios sacan el pequetto caiman tic la marmita, le ponen en
una espata de palmera que constituye un plato muy comodo, y lu6go colocan la perdiz en
una escudilla de barro, hecha por una mujer rucuya. T o m o un poco de caido, pero lo encuen-
tro horriblemente amargo, lo cual consiste en que Stuart, poco conocedor de la cocina de los
bosques, se ha olvidado de tirar la cabeza del ave. El caiman tampoco vale nada, porque no
tenemos pimiento para sazonarlo. Hace un mes que careccmos de sal, y pasamos sin ella, pero
la privacion del pimiento nos parece insoportable.
Mientras observo el sol al medio dia, Apatu da un paseo por el bosque, y encuentra un
bejuco mas grueso que cl muslo, y al cual dan los rucuyos cl nombre de salisali (Robinia
11 icon): es tan pesado que ha aplastado cl drbol al cual se enlazaba. Corto aquel tallo negro,
y veo que mana de el un j u g o parecido al agua, que Apatu me induce a probar, y aunque
procedente de una planta toxica es enteramente inofensivo. Cuando los indios atravicsan
montanas, beben la savia de este bejuco, que cs mds fresca que el agua de las fuentes mas
claras. N o se debe beber mds que el primer chorro del lfquido, porque en seguida sale un
jugo bianco lechoso que tiene propiedades toxicas. Yacuman hace gran provision del tallo del
niciiy que podrd sernos muy util para coger peces. Esta planta cuando seca cs casi tan activa
como en estado fresco, pudiendola conservar y servirse de ella por espacio de un afto.
Las mujeres de esta region llevan los cabellos sueltos sobre los hombros, pero los hom-
bres se los recogen formando un mofio que les cae sobre la espalda; los sujetan con una es-
pecic dc cspiral echa con un bejuco flexible. Asf pues, en el pais de los trios, los hombres son
los que llevan mono, al paso que en el de los galibis lo llevan las mujeres.
E X P L O R A C I O N D E L O Y A P 0 C K Y D E L P A R U 203
X X I I
En busca d c los frul<»s d e l urari—Un H e r c u l e s indio . E l gr i to d e l m a r a y a . — L a a n t o r i d a d d c un t a m u c h y . — M o d o dc r c c o n o c e r el me-
jor g o b i e r n o . — P r i n c e s a h e r e d e r a . — P i i v i l c g i o s d e l o s j u v e n e s t a m u c h y s . — M i s i o n d e la mujer india . D e v o r a d o por las n i g u a s . — E l
indio n o p c r d o n a . — A l b i n o s . — Klores a n i m a d a s . — E j c m p l o d c l c a l t a d . — I n d u s l r i a d c los i n d i o s .
L legamos a las nueve d casa de Alamoike , que durante mi ausencia ha recogido raices
de urari. Podria darme por saiisfecho con las indicaciones que ya tenia acerca de esta plan-
ta, pues poseo los e lcmentos necesarios para su descripcion, habiendo reunido rakes , tallos,
hojas y llores; pero quisiera tcner tambien los frutos. A l a m o i k e y su peito, deseosos dc ha-
cerse con algunos anzuelos, consienten en acompaftarme a buscar nucvas plantas dc urari.
Encontramos uno dc estos bejucos a corta distancia dc la vivienda, pero se e leva a tal
altura que ni aun con mi anteojo puedo distinguir sus frutos. Solo hay un medio de verle
bien, y c s derribar el arbol en que esta apoyado, y el cual tiene lo menos cuarenta metros de
alto por uno dc didmetro. L a tarea es dificil, pcro cl vigoroso indio sc encarga de cortarlo, y
empunando el hacha, pone al punto manos d la obra. A q u c l hombrc d e color rojo de fuego,
de musculos enormes y de cspesa cabellera que le cae sobre los hombros, se parece a los gi-
gantes de la Fabula forjando los rayos dc Jupiter. O i m o s por fin un ligero chasquido seguido
de un terrible estruendo. M e preparo a coger mi presa, pcro cl arbol queda a medio caer
apuntalado por un ccdro robusto que no se ha dejado arrastrar en la caida. E s menester der-
ribar este cedro, y luego otro, de suerte que trascurren dos horas antes que el bejuco caiga d
tierra. M e encaramo sobre la marafia que forman las plantas parasitas mezcladas con el urari
en las ramas dc muchos arboles, y v e o ent6nccs que los indios inc han inducido a error.
Las flores y los frutos que cncontramos 110 se parecen a los que me habian presentado: re-
conozco que aquel bejuco cs un slrychnos, al paso que la otra planta c s extrana a esta fa-
milia.
A pesar dc las instancias de A p a t u , apremiado por el hambre, y mucho mds por los
mosquitos que nos devoran, no mc rctiro hasta haber examinado mi bejuco desde las hojas
hasta la rafz.
A l regresar dc esta excursion, oimos la voz de un a v e : es un excelente maraya, que nos
vendrd muy bien para almorzar. Habiendo desaparecido entre las ramas de un copudo arbol.
un indio se pone a silbar como una serpiente cncolcrizada. E l a v e atcmorizada rcvolotea so-
bre la cabcza de Apatii , que podria matarla en el momento en que se cierne, pero que pre-
fiere aguardar a que sc pose para herirla con toda scguridad.
14 de n o v i e m b r e . — A l l legar a T a l i m a p o (aldea de Taliman), echo de menos un hacha,
y supongo que me la ha hurtado Alamoike . A p a t u da cuenta de ello al v ie jo tamuchy Tal i -
man, el cual me dice : « N o tcngas cuidado, mafiana recobrarastu hacha.» D a a l g u n a s ordenes,
y durante la noche se ponen en marcha dos indios j 6 v e n e s en una piragua. A n t e s de partir
los dos j6venes se hacen practicar algunas escarificacioncs cn ambos brazos. A este cfecto,
se comprime el musculo biceps por arriba y por abajo y se corta l igeramente la piel con una
placa de bambu que tiene la forma de un cuchillo de cortar papel: estos cortes se hacen muy
2 0 4 A M E R I C A r i N T O R E S C A
juntos, en direccion del e je del brazo. Los indios pretenden que esta operacion les dara mas
fuerza para remar, y del propio modo, jamas cmprenden una expedicion dc caza sin sacarse
un poco dc sangre del brazo, pues segun dicen, esto les impide temblar al tirar el arco; ni al
efectuar un viaje por tierra dejan de hacerse algunas incisiones d la altura de las pantorrillas.
Los rucuyos no suclen grabarse dibujos en el cuerpo, pero los trios sc hacen algunas
marcas negras, en la parte interna del brazo, al nivel del biceps. A proposito de estas pintu-
ras, Apatu me da algunos detalles interesantcs acerca de las cicatrices de relieve que £1 y los
individuos de la tribu llevan en todo su cuerpo. Habfame llamado la atcncion el color mas
E x : r a c c i o n <lc diguns
oscuro de estas cicatrices, el cual consiste en un dctalle de la operacion, del cual no me ha-
bian hablado. Despues de hacer la incision, se espolvorea la herida con fmisimo polvo de
carbon, y sc la frota mucho tiempo con re to no tierno dc pldtano. Debe atribuirse a la intro-
duccion del carbon cn el tejido cclular el hermoso color negro que presentan los tatuages de
relieve que se hacen todos los negros cimarrones de la Guayana.
Tal i man parece gozar de gran autoridad. Yacuman, que es el jefe mas importante del
Yari, elogia sobremanera a este pcqueno potentado.
—^Sene ua inclepeilo capsac? (<No ves, me dice, que todos sus soldados estdn gordos?)
Un jefe no demuestra solamente sus cualidades en la guerra, sino tambien en tiempo de
paz, dando ordenes acertadas para la pesca, la caza y el cultivo de la yuca. Taliman no es
hijo de un tamuchy, es decir, no es un prfneipe heredcro; sino que ha obtenido la diadema
de escamas de caiman casandose con la hija del jefe. Por esto se ve que aquf no se considcra
d las mujeres como acemilas, puesto que pueden heredar la corona, si no para ellas, al menos
para un peito de su eleccion. E l difunto habia dejado hijos varones de mas edad que su hija,
pero no habiendolos considerado capaces dc mandar, lego la corona d uno de sus subditos
entregdndole al propio tiempo la mano de su hija predilccta. Viendose su hijo Culun obligado
E X P I . O R A C I O N D E L O Y A P O C K Y D E L P A R t i 205
d obedcccr d su cuftado en calidad de simple peito, ha preferido separarse de la tribu c ir d
establecerse cn el Yari, donde lo hemos encontrado.
Los tamuchys herederos, y Uanica cs de este nd me.ro, disfrutan de ciertos privilegios
sobrc los demas hijos. Cuando comen, tienen el derccho de sentarse en un cololo como cl je fe
reinante, micntras que los sdbditos se ponen en cuclillas 6 sentados sobre los talones. Tor
otra parte, se distinguen dc los peitos en los honores que les tributan las tribus por cuyo pais
pasan. La vfspera dc la partida, la mujer mds joven del jefe de la aldea pinta al bello Uanica
dc pies a cabeza con achiote, y como encontramos viviendas casi todos los dias, esta conti-
nuamcnte recien embadurnado.
Knluicnc ion d c un c o l l a r
L o s viajeros americanos pretenden sin razon que todas las ocupaciones de los hombres
se reducen d la caza y d la pesca, estando encargadas las mujeres de todos los demas traba-
jos. E l hombre cuida de los arboles, hace talas en cl bosquc, planta yuca, pldtanos, etc. Cuan-
do la familia va al plantfo, el hombre cs el que rema, y las mujeres no interviencn en ello
sino cuando los hombres no bastan. T a n t o unos como otras arrancan la yuca; pero siempre
cs el hombre el que corta los pldtanos, trepa a los arboles para coger los papay, las simientes
de conu'i y de uapu. Las mujeres recogcn los frutos y los llevan a la casa; cuando los hom-
bres vuelven de cazar, llevan la caza hasta el lindero del bosquc, a donde van las mujeres a
recogerla para atravesar la aldea. Ellas hacen el cazabe, y el cachiri, se ocupan de todos los
detalles de la cocina y tejen las hamacas. Cuando van de viaje, las mujeres llevan cl caturi
como los hombres, pero mucho mcnos cargado; por lo regular no contiene mds que una olla
y una hamaca. L o s hombres son los unicos que trabajan en la construccion de las chozas.
Hdllasc tan bien deslindado el cometido de cada sexo, que el viajero puede tener por scguro
no obtener nada si encarga a los hombres un trabajo propio de las mujeres.
Y o tambien necesitaria embadurnarme el cuerpo con achiote, porque me devora un nu-
mero infinito de insectos que he recogido al hacer una excursion botanica; asi es que cn cl
- 206 AMERICA PINTORESCA
momento tic acostarme hago que mc untcn los pics con accitc d c carapa. Pcnsaba dormir
como un bicnaventurado, sabiendo que este accile amargo tiene la propicdad tie matar las
niguas y las garrapatas, j>cro durante la noche experimento una comezon insoportablc. Las
niguas envenenadas haccn cn la piel dc mis dedos estragos diabolicos.
i.l de n o v i c m b r e — N o he ccrrado los o jos y al amanecer v e o que tcngo los dedos tie los
pies scmbrados de vcjiguil las lienas de agua. Una joven, provista d e u n huesoaguzado, pone
manos a la obra y saca oncc cadavcrcs tic esa terrible pulga penetrantn(pulex penetrans) que
los rucuyos llaman ehiqnc. L a opcradora mc prescnta los primcros pardsitos que saca para
que me los coma; pero no pucdo avenirmc d la costumbre de los uayanas que mascan las
niguas conforme las van extrayendo. Por que te comes las niguas?» pregunto d un indio.
{ P o r q u e me han devorado los pies,» me rcsponde.
Por la mafiana pasamos por delante tie un pequefio atluentc dc la izquierda que los uaya-
nas no remontan jamas a causa d e los singulares habitantes que hay ccrca d e su nacimiento.
Yacuman me dice que alii v iven indios de cabcllos rojos, los cuales duermen dc tlia y andan
toda la noche.
A cada paso encontramos bandadas dc Kinoros (ara Canga) que comcn simientcs: estas
a v e s posadas en las alias coj>as dc los drboles parccen hermosas florcs dc un color rojo vivi-
simo. T o d o s los dias matamos cinco 6 seis, cs deeir, tantas como sc necesitan para nuestro
alimento. O b s e r v o que mis cocineros tiran al rio los picos de ara, j>orquc tlicen que si se los
comiera algun perro moriria envcncnado.
15 tie novicmbre. — H e m o s acampado cn una isla cncantadora, habiendonos dt:spenado
cl ruido de una canoa que baja por cl rio. Son los jt'>vcnes peitos de Tal iman t|ue han viajado
toda la noche para traernos cl hacha que sc habia quedado olvidada en la choza donde se
labrico cl urari. Recompcnso ii aquellos buenos muchachos ddndoles una navajita. y hago
tambien un rcgalo a su tamuchy. consistente cn un collar dc cascabclcs que manifestaba tic-
NCOS tie posccr. L e s encargo ademas que entrcguen al gran tamuchy del alto Paru una hoja
tie papcl cn el cual he consignado este acto de probidad. 1-os viajeros que sigan mi itine-
rario cneontraran este pa|>cl en el fondo de un pequefio pagara cn el cual se le conscrvar i
como un fetiche.
16 de n o v i c m b r e . — Dormimos en la morada de Tacalc , donde estdn los objetos que he
pagado dc antemano, esto cs. una pequefia hamaca tie nodriza, animales de cera, un tapir
de barro cocido, y unas cal abaci las ensartadas d modo de collar, cn las cuales las mujeres han
trazado figuras de hombres, diablos y animales. L a mujer que me prescnta la hamaca, muy
bien tejida por cierto, mc dice: A mole oli amolita s/iiri, esto e s : «Se la dards d tu mujer.»
Presenciamos la fabricacion de collares compucstos de pcquefios cilindros yuxtapucstos.
t|ue los rucuyos llaman lairu. C o n cste objeto emplean la cdscara de la simiente de un bejuco
(Omphalea diandra) que sc c lcva hasta la copa de los grandes arbolcs. L a almendra. q u c e s
muy gustosa, da un aceitc l igcramentc aromdlico usado por los bonis para guisar los cuma-
riis, y tambien para alisar su crespa cabcllcra. HI intlio rompe la cdscara con los dientcs, y
cogicntlo un pedazo de ella con la mano izquierda, lo pcrfora con un diente de aymara o de
KXPLORACtON* D E L O Y A P O C K Y D E L PARI) 2 0 7
sakane (grandes peces) sujeto en el e x t r e m o de un palito al que da rapidas vueltas sobrc el
muslo derecho. L o s pedazos pcrforados sc ensartan y se alisan con la mano con p o l v o moja-
do d c cacharros rotos.
Ml uabc q u e los negros haccn e n la baja G u a y a n a , c n K u r u y en Icacuho c s mas f ino
que cl d c los rucuyos, porque sc s irven de instrumentos perfeccionados, y taladran la si-
micntc con una barrcna pucsta cn movimicnto con un arco. L o s trios haccn collares ente
ramente igualcs, y les dan cl nombre d e avuru; sc valen d c una s imicntc que tiene la cascara
mucho mds grucsa.
L o s rucuyos haccn tambien a nuestra vista una cspecie d c collar q u e Ilaman uayary,
com pues to de unas simientes conicas que ensartan hacicndo q u e se toquen por sus basest.
Su labricacion e s mds scncilla q u e la del u a b c ; se parte en dos una simicntc oval llamada
uayary; se tira cl e x t r e m o mas grueso, y sc apl ica cl otro d una cavidad abicrta en la punta
dc un palito: la base del cono sc desgasta frotandola contra una picdra.
X X I I I
V I » l t H « i i « c o q c o l » . - C » < K i 5 > ' j w u n f i t m i l i a r K f c < l o t d f l
- H < i r « l r a t ! M < « l < / » J i &< A ^ I « . - E k c u * d t t a r t a r i c . — V i b i < m y x l u i J * U
A W u * 4cfl S . i . - T o i t » j : i v K n b c < « < k k o c v o * «Jc » £ « • * » . - I ' l U h ' M M < o i ^ l . - l > i n u W FMV.-M<«lo «5c <4I«<I i n
•tpfe.
17 dc n o v i c m b r c . — E n c u e n t r o mi hamaca ocupada |>or una nifia de cinco a seis afios q u e
me llama okiri. E s t a bonita criatura d quien habia acariciado al rcmontar el K'artl, estd des-
tinada d ser mi mujcr. Y o habia dicho d su padre: « j Q u c nifia tan hermosa! Quis iera teuer-
la,» E s t e ha debido reflexionar durante mi ausencia, y la pobre chicuela, a la cual han caliti-
cado ya los uayanas d c parachichi o/i, c s decir. mujcr del frances. estd dispucsta d viajar
conmigo. El viejo T a c a l c solo me imponc una condicion; que v u e l v a al seno d c su tribu.
donde lc succdcre c o m o tamuchy.
18 dc n o v i c m b r c . — A las dos l legamos d C a n c a p o . con c u y o nombre sc des igna la vi-
vienda del tamuchy C a n c a . A l v e r este <juc tracmos nicii. me propone una gran jxrsca para
mafiana por la mafiana. Micntras mi g e n t e dcscansa v y o m c dedico d e s t u d i a r l a s c o s i u m b r e s
dc la comarca. los pcitos se poncn d machacar la cmbriagadora planta en unas rocas q u e hay
cnfrcntc d c la aldca.
A l rayar el d i a e c h a n una gran cantidad dc nicu mds arriba dc la cascada; los cumarus
atontados corren con la rapidez d e una saeta y saltan c o m o si fueran piedras arrojadas obli-
cuamcntc para que rebotcn. A estos movimicntos desordenados s i g u e en b r e v e un cstado d e
pardlisis; el pez vacila un poco. y luego se tumba d e espaldas. A r m a d o s nosotros de palos.
corrcmos de roca en roca. unas v c c c s d nado, y otras con agua hasta el cuello, rccogicndo
los cumarus, que no tardarian cn recobrarse d c su soj>or. Apati i no asistc d csta |>esca pre-
tcxtando que sc halla indispuesto; pero, al cxaminar lc d mi regreso. v e o q u e no ticnc cl
mcnor sintoma d c fiebre: su dolencia c s puramcntc moral.
Micntras aguardo q u e hicrvan cl pcscado, v e o <|ue muchos indios comen tierra. T o d o s
- 208 AMERICA PINTORESCA
los rucuyos son geofagos. E n cl sitio destinado para ahumar la came en todas las casas hay
bolas dc arcilla que se secan al humo y que se comen reducidas a polvo. Durante el dia, y
bastante tiempo despues de cada comida, cogen una de estas bolas, le quitan la capa enne-
grecida por el humo, y raspan el interior con un cuchillo, sacando un polvo impalpable del
que tragan cinco 6 seis gramos en dos veces.
bandadas de murcielagos que revolotean de arbol en arbol. Esta especie es inofensiva, y
duerme bajo el tronco de un drbol inclinado sobre el rio, del cual se suspendc por las patas.
H a y una espccie de vampiro un poco mayor que vivc en las casas y muerde al hombre y d
los animales: las mas de las veces dirige sus ataques al dedo gordo del pie; pero con prefe-
rencia da sus mordiscos entre las dos cejas y en la punta de la nariz. Las heridas que causa
son bastante lcvcs, se curan por lo comun sin dejar cicatrix, y solo tienen un inconveniente,
el de manar bastante sangre en un pais en el que ya hay bastante propension d la anemia.
Los bueyes, los caballos y los perros mueren a veces extenuados d causa de los mordiscos
reiterados dc los vampiros. L o mas curioso es que este animal, que siempre muerde de
noche, no despierta nunca d su vfctima. Hasta el dia siguiente no se notan las heridas, pero
no por el dolor que causen, sino por la gran cantidad de sangre que se encuentra en el leclio
6 en la hamaca.
A las dos llegamos a una choza en la cual encucniro dos conocidos: son un par de asesinos
M e es imposiblc reclutar hombres que me
acompancn cn mi descenso por cl Paru. Los
indios sc esfuerzan por hacermc desistir de
mis proyectos, diciendome que encontraremos
monstruos fanidsticos y cataratas insuperables.
A pesar de todo partimos el iS por la mana-
na, y a las dos horas practicamos un pcqucfio
reconocimicnto en la desembocadura de un
afiucntc en busca de alguna caza, divisando al
poco rato un cuiui (Penelope leucofophia), que
se aleja al pronto, pcro a la cual hace volver
Apatu gritando cuiui. Esta ave, que es del
tamano de una gallina, tiene el cuerpo negro,
la cabeza blanca y las alas manchadas de
bianco. Aunque muy parecida al maraya, es
caza menos estimada, encontrdndosela con
frecucncia en los terrcnos pantanosos proxi-
mos a la desembocadura dc los riachuelos,
porque alii encuentran simientes de palmera
uapu.
I ' a b r i c a c i o n del col lar s h c i i - s h c r i En el Paru, lo mismo que en los demas
rios dc la Guayana, el viajcro suele encontrar
EXPL0RACI0N DEL OYAPOCK Y DEL PARC 2C?
fugitivos del Amazon as, d quienes vf el afio pasado en las aguas del Yari . Habiendo engarta-
do cstos miscrables a sus vecinos, se ven obligados d vivir en el mds completo aislamiento-
Su libertad es mds dura que los cerrojos de la cdrcel; de avanzada edad y cnfermizos, estan
destinados a morir de hambre en medio d e la selva que amenaza invadir su vivienda. Prohibo
a mis negros que entablen conversacion con aquellos malhechores; la vieja, con su nariz de
buitre y sus ojos de Icchuza, seria capaz de haccrnos sufrir la suerte dc su primer marido, es
• decir, envcncnarnos con un brebaje de bruja.
19 de noviembre. - Habiendo infringido ,
Apatu mi consigna para comprar una hamaca, {V
le dirijo algunas reconvenciones por su con- • ^ S S ^ f c '
ducta: se enfada y me contesta: «Si no estds
contento me marchare.» N o contesto a esta ' :>. J w & ^ & m
Llegamos en breve a una catarata, tenien- > j g §
do que pasar las canoas y los fardos por tierra. '^^F ' ' ^ f J P s
Apatu rccoge su pacotilla, la carga en una pc- r ^ ^ f ^ ^ M p F R J s f k m ^ - S '
quefta canoa y quiere estrecharme *s*; •• •
tinuo quinientos francos que le debo, pero se
niegad recibirlos, diciendo que no necesito ' > f M&^B&ff lUL^ '
pagarle puesto que no estoy satisfecho de sus x #
servicios. Media hora despues y cuando le creia '
ya muy lejos, le veo pasar con una pesada 4 y ^ ^ L ®
carga d cuestas, pues ha retrocedido y puestose
A eso de las diez pasamos por delante del ^ g j H f l B B I ^ P ^ T s
principio de un sendero recorrido por los indios ^
que van del Paru al Yari. H a y dos dias y me- F a b , i c a c i o n dc co't lcl
dio dc camino para llegar a la aldea de A k i e p i y desde esta otro dia de navegacion en ca-
noa bajando el rio A p a q u a que desemboca en el Yari , un poco mas abajo de la aldea de
Macuipi.
Los indios que hemos encontrado en el desembarcadero acceden d acompaRarnos hasta
su aldea llamada Paleuman. Por el camino nos cuentan un episodio ocurrido el afto pasado en
estos sitios. No habiendo plantado bastante yuca el tamuchy Akiepi , fue a instalarse en casa
de Macuipi quien le proporcionci cazabe y cachiri durante toda la mala estacion. A l volver d
su casa no quiso tomarse la mofestia dc roturar algun tcrreno, parectendole mas comodo
mendigar 6 robar la yuca de sus vecinos. A q u e l holgazan, que era muy Iadino, no se valia de
un machete para cortar los tallos dc yuca, sino que los arrancaba de modo que se echara la
culpa de ello d los agutis. Creyendolo asf Macuipi, paso dias entcros buscando con sus per-
ros los animates que destruian su plantacion; hasta que por fin descubri6 una pista que desde
27
- 210 AMERICA PINTORESCA
esta iba d parar a la aldea dc Akicpi . Parte de noche con dos de sus hijos y un peito y llega
de dia d la morada del ladron, en la cual solo cncucntra mujeres y chiquillos, los cuales le
dicen que su tamuchy ha ido d pescaral rio Apaqua.
Macuipi marcha en seguida cn pcrsccucion de su vecino, y al llegar junto al rio, ve d los
dos hijos dc Akiepi ocupados en ahumar el pcscado: estos jovenes, c6mplices de su padre,
rcciben de improviso una lluvia de flechas que les causan la mucrte. Macuipi y su gente se
llevan lcjos de alii los caddvcres y sc cmboscan aguardando el regrcso de A k i c p i : como este
tardara cn volver, Macuipi baja por la orilla del rio Apaqua, al poco rato divisa d su encmigo
cn una piragua y le dispara una flecha; pero este sc echa al rio y emprende la fuga. Macuipi
sc arroja al agua d su vez, y quiere darle un sablazo mientras nada, pero se le escapa el arma
de la mano, y entonces Akicpi sc vuclvc, lanzase sobre su adversario y le asc por el cuello.
Trabase una lucha terrible en medio del rio, y ya los dos combatientes iban d dcsaparccer
debajo de las ondas, cuando una flecha disparada desde la orilla traspasa lagarganta de Akie-
pi. I wis mujeres y los hijos dc cste desdichado, que ha pagado demasiado caros sus hurtos, han
ido a refugiarsc d la vivienda de Araqua.
20 dc novicmbre. — Por la maftana descubro una laguna en la inmensa selva que cubrc
los cuatro quintos de la America del Sur. E n esta parte del continente americano hay dos
zonas bien distintas: aqui el gran bosque sin horizonte; alia praderas sin un arbusto, en las
que la vista se picrde en una interminable masa de gramfneas.
L a riqueza del Uruguay, de la Republica Argentina y de la Patagonia consistc cn sus
praderas cn las que se alimentan millarcs de bueyes y caballos; el porvenir de Venezuela, la
Guayana y el Brasil no estd en la explotacion del oro y de las piedras preciosas, sino en l a d e
las sclvas. Cuando se haya mitigado la sed de oro en la Guayana francesa, se explotardn as
maderas preciosas y de construccion que se caen de vetustez cn las orillas del Maroni, del
Oyapock y de todos los atluentes del Amazonas. Esta sabana, que tiene muchos kilometros
de extension, me rccuerda el aspecto de un campo dc trigo maduro. La ycrba esta tan seca
que la mas leve chispa la inflama. A l atravesarla con Apatu, levantamos varias scrpientes y
un cariaco, cs decir. un cervatillo que estaba pastando la yerba. En lontananza divisamos her-
mosas montafias que parecen tener dc 150 a 200 metros de altura sobre cl nivel del rio. Mi
compafiero mc hace observar que una de ellas, con su cima redondcada cubicrta de espesa
arboleda de follajc oscuro, semeja la cabeza de un negro.
La corriente es debil y cl agua ap6nas tiene un metro de profundidad, dun cuando el rio
apenas llega a 200 metros de anchura. Esta navegacion, que dura ya diez dias, es por demas
mon6tona; toda nuestra distraccion consiste en asaetear pequenas tortugas, que son muy co-
munes en cste rio, al paso que no hemos encontrado una sola en cl Yari. Lncontramos tam-
bien muchos bancos de arena, en los que mis hombres nunca dejan de detenerse; distfnguense
en ellos las huellas de patas tcrminadas en cinco dedos afilados, y en medio de la pista un
rastro producido por el arrastre de una cola. A trcchos se ven montoncillos scmejantes a los
que producen los topos cn nucstras praderas. Debemos cncontrar huevos de iguana en estos
sitios. Un indio, arrodillado junto d uno de dichos montones, remueve la arena con un palo,
E X P L 0 R A C I 0 X D E L O Y A l ' O C K Y D E L P A R I ) 2 1 1
y encontrando una ga lena en direction horizontal, la siguc hasta dar con los hucvos, de los
<jue recogc unos veinte. A l principio de la estacion seca, en el momento en que se retiran las
aguas, empieza la puesta. E n esta cpoca contienen a veces pequenas iguanas, pero esta n o e s
una razon para tirarlos; al indio le parece el embrion mas delicado que la vema del hucvo. A
iXinza '.cl luic
mi me gustan conpasion los hucvos de iguana ahumados, parcciendome mucho mds sabrosos
que los de gallina.
El dia 22 descansamos en una vivienda llamada yaripo. en la cual alisto hombres para q u e
nos guien algunos dias. Entre las ocupaciones d que me dedico. rcmiendo mi unico pantalon,
que esta averiado en demasia: como careciese de hilo, un indio me lo hace acto continuo del
modo siguiente: Dos hombres cortan cada uno una gran hoja; las cruzan y se ponen a hacer
un movimiento dc vaiven tirando con fuerza cada cual por su lado, v cn breve desaparece la
materia carnosa de las hojas no quedando mds que las fibras textiles. Y a tengo hilo.
Para hacer cordel, el indio se pone sobre la rodilla tres hilos de igual longitud, y sujetdn-
- 212 AMERICA PINTORESCA
dolos firmcmcnte con la mano izquicrda, los reiucrce pasando la mano dcrccha con fuerza por
cl muslo, de atras adclante y viccvcrsa. Con una sola de estas maniobras fabrica un pcdazo
dc cordel de doce ccntimetros dc largo, y rcpitiendo estos movimientos llega .-i hacer cuerdas
de mas dc trcinta metros con las que forma ovillos.
fabricacion de las hebras de algo<lon
para hacer hamacas c s cosa exclusiva de las
mujercs. Sus ruccas consisten cn un palito duro,
que ccrca dc uno dc sus cxtremos tiene me*
tido un disco de hucso de tapir; en el extremo
OpuestO lleva un gancho de madera.
Asisto d una fiesta I lam ad a luH. A eso de
las cuacro de la tarde, descmbocan cn la plaza
d e l a aldea veintc hombres al incadosdc frcnic:
no llevan sus grandes sombreros, sino coroni-
I n J U hi l i r . ' lo
tas de plumas (pom art's), y en el hombro. a
modo de charreteras. dos plumas d e a r a s rojos
(Khtoro uatiki), de muy bucn cfccto. E l je fe
de la partida, situado d la dcrccha. se aplica a
la boca una ancha flauta de bambu de la cual
saca sonidos graves y tristes. balanccdndose :il
propio ticmpo sobre la picrnadcrccha. I.os dc-
mds, que llevan asimismo flautas de bambu,
pero mds pequcnas. rcsponden cn lono mas
agudo. Llegados al medio de la aldea, se for-
man en circulo y sc poncn d dar vucltas sin
dejar de tocar la misma niusica y goI|>eando cadenciosamentc cl suclo con el pie derecho.
Esta rued a viviente. que no ccsa dc movcrsc toda la noche silbando sicmpre lo mismo, me
excita los nervios hasta el punto de no po<ler |K-gar los ojos. HI e je de esta maqtiina diabetica
c s una gran vasija llena dc cachiri con el que aplacan su sed los danzantes. Estos. que cn su
mayoria son cxiraflos a la tribu. proponiendose rccompensar a las mujeres que han estado
toda la noche sirviendoles jarras <le cachiri, les cnscftan, uno un eaturi (cesta). otro un manarc
(tamfz) y otro una cuchara (anicato) para remover el contenido de la olla. Las mujercs ar-
deii en dcscos de poseer estos objetos nuevecitos y artisticamente trabajados.
El ducfto del caturi se sientaen medio de la plaza con un palo que manticnc oculto detrds de
la espalda. Accrcase una muchacha para coger a<piel objeto, pero recibe un palo en losdedos.
con grandes risotadas y aplausos dc los concur rentes. Otra, mas dicstrn. csquiva los go!|>esy
atrapa el hcrmoso cesto. Esta distribucion de rcgalos y de palos dura mds de una hora. I.as
mujercs correspondcn a la gcncrosidad dc los convidados trayendolcs tres grandes jarras
llcnas de cachiri mucho mcjor que cl dc la vispcra; y del queal poco rato no qucda una gota.
Digamos de paso que cuando muere alguna mujer no sc cclcbra ninguna fiesta.
E X P L O R A C I O N D E L O Y A l ' O C K Y D E L PARU 213
X X I V
M o d o do l i e p a r . — L a v ida f u t u r a . — O b j e t o d c la c r c n u c i o n . — M o d o d e i n d i c a r l a s d i s t a n c i a s . — C 6 m o c u c n t a n los r u c u y o s . — I n u t i l k b d At
los v e t c r i n a r i o s . — F u m i g a c i o n c o n l a b a c o , c x o r c i s m o , v e n i o s a s , d i c t a , h o n o r a i i o s c o n d i c i o n a l c s . — U n c a s o d e s e s p e r a d o . S o r t i k ^ w
— L o s A p a l a i . — E l a v e f a n t a s m a . — P a s c o n o c l u i n o . - I ' n f d o l o . - R e c l u l a m i c n t o d c una e s c o l l a . — M o d o s e n c i l l o d c c s q u i v a r un* aza
nada d e p e c a n s . — N u e v o c a t i c i c r q u e d i s t i n g u e a l i n d i o d c l a s d e m a s razas- I . a d r o n i n l i m i d a d o .
23 dc novicmbre (duodecimo dia de marcha bajando por el Paru). — Encontramos un
gran afluente de la izquierda, cuyo caudal es la tercera parte del del Paru. Mientras hago 411r.
reconocimiento en su desembocadura, Apatu mata un cuati, que queda suspend ido por la cola:
un indio v a a buscarlo, para lo cual pasa los pies por un lazo hecho con hojas del palmcna y
trepa al arbol con la velocidad de un macaco. A l l legar d las ramas, saca las piernas del laze
y sc pasea por ellas d sus anchas; l u c g o desprende el animal muerto, y baja del arbol, siem-
pre con su lazo, que le impide rcsbalar.
El 23 pasamos junto a una aldea abandonada en la que se ha enterrado d un piay.
—llonis lipoc ua (110 hableis), nos dicc Yc lcmcu, Iteke piay talc yepe (el piay Itekc
esta ahi).
Se pone d remar con tal cautela que no se oye el chapoteo del agua, y apenas respira pa-
ra no haccr ningun ruido. Casi nos atcmorizamos, creyendo que nos amenaza un gran peligro.
Hasta que trascurren dos horas, y cuando estamos ya muy lejos, no me da Y e l e m e u expli-
cacioncs acerca de su tcmor. Si hubieramos tenido la temeridad de saltar a tierra cn aquel
punto, habrfamos encontrado al caicuiipiay (tigre piay), que guarda a su hermano.
Despues de la muerte, el espfritu de los buenos y el de los malos se remontan al cielo, a!
cual llaman Kapun. L o s primeros se elevan mucho, mucho, mas alia de las nubes, y alk*
encuentran mujeres hermosas, se baila todas las noches, se bebe cachiri, y no se trabaja cn
los plantfos. L o s malos se detienen debajo dc las nubes, por donde corren siempre, sin espe
ranza de subir mds. Si se quema el cuerpo inmcdiatamentc despues de la muerte, es para
que el alma se remontc con el humo. L o s piays, cuyos caddveres no sc qucman nunca, con-
servan el alma unida al cuerpo. E l espfritu y la materia quedan en la fosa, donde los visitae
los piays, y los hombres y animales que van a consultarlos.
24 de novicmbre. — Dormimos en la cabafia dc Puimro, situada cn la ultima aldca de los
rucuyos: vamos a penetrar en una nueva tribu de indios, los apalai. A l i i encuentro un piay
llamado Apipa, que tiene fama dc haber viajado mucho, y aprovecho esta ocasion para pe-
dirle informes sobre el camino que aun hemos dc rccorrcr. H e aqui textualmente las indica-
ciones que me proporciona:
Levanta cl brazo derecho y describe un semicfrculo dirigido dc cste a oeste, y golpean
dose el pecho, dicc: Mu-mu... ituta timcksc (dormir en el bosque). Repitiendo el mismo
ademan, afiade: Moeneu (maftana), mu-mu... Apalai pat ipo linickse (dormir cn casa de Apz-
lai); moeneu... mu-mu... Bcymao tinickse, etc., etc.
Voy tomando apuntes d mcdida que me hace este relato que dura una hora sin interrup
2 i 4 am E r i c a pi n t o r e s c a
cion, y veo que estamos aun muy distantes del tcrmino de nuestro viaje, por cuanto mi colega
se ha dado mds de cuarenta golpes en el pecho con la mano izquierda.
L o s rucuyos no saben expresar mds que tres numeros: auini, uno; sakere, dos; hclc-uau,
tres; luego presentan los dedos dc las manos y de los pies y cuando la cantidad pasa de vein-
te, dicen colcpsi, que es un diminutive de mucho, o cole, cole, mucho, mucho.
A la puesta del sol, mi colega se prepara a tener una consulta. E n un rincon de la choza
se instala una jaula dc hojas de palmera, cn la cual entra el piay a rastra. El enfermo se que-
da fuera, sentado en un cololo en medio de los cspectadores. Despues de un momento dc
silencio, oimos un ruido como de frotamiento: es el piay que golpea con las manos las hojas
de nap it. E n seguida, soplando con fuerza, hace: hi... hi... imitando el grito del t igrc; luego
silba como el macaco, canta como el hoco, el maraya y todas las aves de la selva. E s una
invocacion d todos sus colegas los piays animates: caicuchypiay (hechicero tigre), meat piay
(hechicero macaco), matapi piay (hechicero serpiente), achitau piay (especic dc pacu), que
deben auxiliarlc con sus conscjos: ellos son los <|uc le indicardn los rcmedios para curar al
enfermo. Y para que acudan sin rccelo, se ha tenido cuidado de apagar todos los fuegos de
la aldea.
El silencio es profundo; es el momento solemne de la consulta entre el hechicero de los
hombres y los hechiccros dc los animales. Despues, se toca la musica, y el piay canta: Car-
vilanayo! Carvilanaye! dando patadas en una tabla para acompanarse. Entonces se hace
entrar al enfermo, que tiembla de miedo. 1{1 piay aspira el humo de un cigarrillo que se lc
entrega ya encendido y lo despide con fGerza, soplando como un cachalote sobre la parte en-
ferma: despues hincha los carrillos y vuelve a soplar con violencia para expulsar el mal que
acaba dc aspirar.
Esta escena diabolica dura mas dc dos horas, y termina por una prescripcion que puede
rcsumirse en una palabra: dieta. El enfermo no ha de comer pakiri, ni hoco, ni pcscados gran-
des, ni bebcrd cachiri, etc. Mi colega rccibira en pago una hamaca, pero con la condicion de
que ha de preceder el coinpleto rcstablecimiento del enfermo.
Presencio otra consulta no menos interesante; tratasc de un enfermo que se halla en una
situacion desesperada. E l piay hace los mismos gestos, las mismas invocaciones que antes,
pero pone fin d la escena de una manera dramdtica. Pide un arco pequeno y una flecha di-
minuta, y saliendo luego de su jaula con aire triunfante, ensefta cl dardo enteramente ensan-
grentado. /Sueiyepe!cuchinatati!(Le he clavado la llecha! Morird muy pronto!) Estas gentes
sencillas creen que todos sus males provicnen de sortilegios, es decir, de piays que han sido
echados por algun hechicero. Cuando no se puede extirpar la enfermedad, se vengan hacicn-
do mal de ojo a una persona de la tribu vecina.
26 dc n o v i c m b r c . — A las dos llegamos d un lugarcjo apalai, mandado porun j6ven tamu-
chy llamapo Tiui. Estos indios tienen los mismos caracteres fisicos que los rucuyos, y su idio-
ma es tan parecido al de estos que comprendemos muchas palabras.
Tienen una costumbre bastante singular que no hemos visto usada por los uayanas. A los
pocos moinentos de mi llegada, me traen un enrejado de hojas de palmera en el cual hay
E X P L O R A C I O N D E L O Y A l ' O C K Y D E L P A R U 215
sujetas por medio del cuerpo grandes hormigas negras dc las que causan picadas dolorosas.
Todos los individuos de la tribu, sin distincion dc sexo ni edad, sc me presentan para haccrse
picar en la cara, en los rifiones, en los muslos, etc. A veces soy indulgentc en la ejccucion y
me dicen: «;Mds! jmas!» Ninguno queda satisfecho hasta que tiene la picl salpicada dc veji-
guillas como las producidas con ortigas.
A las ocho el tamuchy nos dice: Tinikneyepe, csto es: Vamos d acostarnos. Nos entregan
a cada uno una tea (ueyu), que es simplcmcnte una larga astilla de madcra resinosa. L a en-
cendemos y l levando cada cual su hamaca, penetramos cn el pequeno sendero que atravicsa
la plantacion. A l llegar al bosque, oimos el canto de un ave que da distintamente cinco notas
seguidas: apenas lo oyen mis acompaftantes, cuando sobrecogidos de un panico inexplicable,
apagan las teas, y echan a corrcr. A mi vez tcngo que rcgresar a la aldea, y cs y a muy tardc
cuando nos acostarnos. «: Q u e a v e sera esa. que tanto miedo causa a los indios de la Gua-
yana? Conoccn su canto, pero nadie la ha visto: es de creer que sea una especie de le-
chuza.
M e cs imposiblc dormir; el calor me sofoca, v me decido a salir; pero es operacion muy
complicada. P o r lo pronto, tengo que encender la tea, si no quiero exponermc, despues de
andar agachado por debajo de las hamacas, a romperme las picrnas en los travesaftos mal
unidos que forman el pavimento. Luego , me cuesta mucho trabajo bajar por una escala com
puesta dc dos perchas a las cuales se han atado con bejucos algunos barrotcs trasversales. S e
me apaga la tea en el punto en que l lego al pie de la escala, y tengo que dar la vuelta a la
choza que no cs otra cosa sino un tejido de hojas de palmera que sc levanta con cuidadopara
dejarla caer de golpe a fin d c que no penetren los mosquitos.
j C o n que gusto he salido de esc h o m o ! S e me dilata cl pecho, y mis pulmones aspiran
con delicia el aire fresco dc la noche. A la luz de la luna veo un bulto puesto sobre dos pa-
los colocados en cruz: es un maniquf rellcno de paja que figura un gucrrcro en actitud de
disparar una flecha. I labiendo preguntado al dia siguiente que significaba aquel muficco, me
contcstan: Yolock. Compro aquel diablo inofensivo por una hamaca con intencion de llevdr-
melo a Francia.
N o tardaremos en llegar a las grandes cascadas, y necesitamos gufas d todo trancc. K n
el momento cn que ajusto d T i u i para que me acompafle al pais de los calayuas, v e o llegar
un joven indio llamado Olori, que sabc algunas palabras en portugues. C o m o me dice que ha
visitado a los blancos, procuro inducirle d acompanarnos. Careciendo de objetos dc cam bio,
le ofrezco mi paleto y algunas piececitas de oro para hacer collares v pendientes. Reflexionan
durante la noche, y a la mafiana siguiente mis huespedes aceptan mis presentes, por estar
resueltos a emprender el gran viaje. L c s pago al punto, pero les rucgo que me dejen mi pa-
Jet6 hasta la desembocadura del rio, a lo cual accedcn, si bien con la condicion dc que les en-
treguc de antemano los pocos botones que le quedan.
Nos ponemos cn marcha con un refucrzo de tres hombres. Olori sc cmbarca cn mi l igcra
piragua con Apatu. Casi todos los dias encontramos viviendas, y tengo ocasion dc hablarcon
los indfgenas y de reunir objetos etnogrdficos: entre otras cosas compro pinturas sobre ma-
- 216 AMERICA P I N T O R E S C A
dera analogas a la que he cncontrado cn casa de Macuipi, y cucharas que no carccen dc ori-
ginalidad, pues estdn hcchas con cl occipucio de un cuata adaptado con un cordel .i un
m n g o de madera. Estos instrumentos son tan c6modos, que los emplcamos para nuestro
uso personal.
29 dc novicmbre. — Media hora despues dc nuestra partida, saltamos cn tierra persiguicn-
<2o una manada de pecaris que acaban de crnzar el rio. Olori imita el ladrido d c un pcrro
K v r n i j i f t o o d c u h l d )
con objeto de hacerlos vol v e r : la manada vuclve en efecto encamindndose hdcia nosotros:
Apatu y yo nos apresuramos d trepar d un arbol. |>ero el indio se qucda cn tierra con una
sangre fria que me llcna de asombro; se aposta dctrds de un arbolillo q u e cncorva hasta el
sudo, y resguardado por este pequefio arco que sujeta con el pie derecho, dispara sus dcchas
i los animales que primcro llegan. La manada cmprende otra vez su marcha, pero al poco
rato retrocede de nucvo, dando asf motivo al indio para hacer nuevas victimas.
A las nueve divisamos una [>equefia sabana en la orilla derecha; este vacto en la selva no
reconoce otra causa sino la pobreza del suelo que es incapaz dc alimentar drboles.
HI i .° d e diciembre (vigesimo dia d e nuestra bajada por el rio) vemos un afluente bas-
rante considerable l lamado Tapukuru, que significa textualmente rio dc las rocas (tapu, rocas;
kttrn, rio). Por la tarde l lcgamos a Malari|x>, lugar situado en medio del bosque, d dos kilo-
metros d e la orilla derecha, en el cual me dctcngo dos dias para haccr provision de cazabe.
Malari es un tunantc que nos nicga v ivcrcs so prctexto de que su yuca no esta madura, v
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trata de amotinar mi tripulacion. IIabi<*ndole sorprendido durante la noche bebiendo ca-
chiri y desperdiciando el cazabe que sus mujeres me han preparado durante el dia, mando
que le sujeten y le obligo d pasar todo el t iempo sentado al pie de mi hamaca. E l v ie jo
ladino, vi«Sndose cogido en el lazo, despliega la m a y o r actividad, y en dos dias me pro-
porciona setenta galletas de cazabe, que hago secar al sol y embalar en caturis bien cer-
rados.
bul la P o p u l a
Aprovecho los ratos de ocio para reunir una colcccion de dibujos que los mismos apalais
trazan en mi album. L o s contemplo micntras se dedican a esta tarea, y observo q u e estos
indios, como los rucuyos y los oyampys , tienen los pl iegues dc la piel mucho mds salientes
que los individuos de las razas blanca y negra. L o s pl iegues de la rodilla sc parecen mucho
a las arrugas de la piel de una naranja. Quisiera representar exactamente estos detalles, que
me intcresan bajo el punto de vista antropologico, pero no me es posible. E n t o n c e s se me
ocurre una idea: hago que un indio se embadurne d c achiote dc pics a cabeza, y con un pa-
pel delgado que aplico con la mano, o b t e n g o todos los detalles de estructura. LI achiote obra
como la tinta de imprenta. C o n un poco de prdctica, reuno los detalles anatomicos dc todas
las partes del cuerpo, y particularmente dc los pics, de las manos, de las rodillas y del codo.
Es de notar que la piel de los nifios dc pecho tiene las arrugas tan marcadas como las de un
bianco adulto. L a de un j o v e n examinada a la simple vista parece aumentada tres veces c o m o
si se contemplara con un anteojo.
28
- 2 1 8 A M E R I C A PINTORESCA
Observo otra circunstancia rara. Todas las mujeres de la aldea, que no pasan ae siete ii
ocho, tosen y escupen continuamente como si estuviesen ti'sicas. al paso que los hombres
gozan dc robusta salud.
A l volver al embarcadero, Stuart dice que le han robado su machete. 1£1 ladron no puede
ser otro sino el j6ven Olori, que ha pasado algun tiempo con los blancos. Sabiendo que un
acto dc violencia por mi parte daria lugar d la desercion de los indios, me contento con 11a-
mar a Olori y mirarle de hito en hito hasta hacerle bajar la vista. Despues de esta inspeccion
silenciosa, le encargo que vaya cn persona a hacer las pesquisas necesarias para encontrar el
objeto robado. A l cabo de dicz minutos vuelve y mc dice que ha encontrado el machete en
el rio, dondc habia caido por casualidad.
[Todo va bien, en marcha!
X X V
Z a r z a p a r r i l l a . — U n h a r e m . — C a s a n i i c n ' . o s c o n s a n g u l n e o s . — E l c i g a r i i l l o <le la h o s p i t n l i d a d . — M a p i r c m c . — C a s c a d a d c T u l e . — A p a l a i s
l i r . iado al h l a n c o . — S i c m p r e c a s c a d a * . — B a j a d a v c r t i g i n o s a . — I n d i o p i c a d o j>or una raya.
E l 5 de diciembrc pasamos por delante de una aldea antigua habitada en otro tiempo por
rucuyos que recogian zarzaparrilla para cambiarla por cuchillos y collares que les proporcio-
naban los apalais. Estos trasportaban dicha planta medicinal a la parte inferior del rio para
vendcrla a los calayuas. Las colinas que costean la orilla derecha son ricas en zarzaparrilla.
Llegamos muy temprano d una vivienda situada asimismo en el bosquc, y habitada por
un corpulento indio llamado Azauri. Este hombrc parece dotado de una fuerza colosal. En
la cabana veo cuatro lindas mujeres, cada una de las cuales me da un mechon de su cabello
negro para mi coleccion antropol6gica. Habiendoles preguntado d6nde estan sus maridos,
las cuatro me designan al tamuchy Azauri: lo raro es que la mas bonita de todas, Ilamada
Popula (sol), llama d Azauri unas veces papa y otras okiri. Las uniones entre parientes cn
primer grado no son raras en todos los indios dc la Guayana.
Mis compafteros de viaje han embarcado en su canoa un gran caturi de incienso que se
proponcn llevar a la parte inferior del rio para cambiarlo por un cuchillo. S e lo compro al
punto, pero no para llevdrmelo, sino para consumirlo durante el viaje. Esta materia es muy
preciosa; se la usa para cnccnder fuego y como alumbrado; pero yo le doy ademds otra apli-
cacion; al acostarme, me permito el lujo de sahumarme con esta resina, destinada exclusiva-
mente en todas las demds partes del mundo d la adoracion del Dios de los blancos.
Los apalais, como los rucuyos, dan al incienso el nombre de arua: esta sustancia se halla
cn bastante cantidad al pic dc los arboles, y Apatu ha encontrado junto al rio Maroni un
pedazo de incienso tan grande que d dos hombres muy vigorosos les ha costado mucho tra-
bajo cargarlo en su canoa. E l arbol de incienso (Icica guianensis) se usa d veces para hacer
piraguas, pcro su madera, si bien fdcil de trabajar, es de calidad muy mcdiana. Los negros
cimarrones de la Guayana llaman al incienso ntoni (dincro), sin duda porque les sirve para
comprar d los blancos los objetos que necesitan.
6 de dic iembrc.—Azauri nos acompana con su hija, d la cual vigila con doble interns.
E X P L O R A C I O N D E L O Y A l ' O C K Y D E L PARU 2 1 9
A l medio dia l l e g a m o s a un desembarcadero q u e conduce d la habitacion de un v i c j o j e f e
llamado Erit iman, situada d dos ki l6metros cn el interior del bosquc.
Quisicra c v i t a r csta excursion, porque hacc un calor sofocante, pero t e n g o q u e ceder
ante la autoridad d e la bella Popula, que desea hacer csa cscala. L o s apalais t ienen un m o d o
singular dc cumpl imcntar a sus h u c s p e d e s : cada cual scpara tantos cigarri l los cuantos son los
extranjeros que l lcgan, y sc los presentan despues d e enccndcrlos . M e v e o en la precision d e
dar a lgunas chupadas a c a d a uno d e los largos c igarros q u e m c ofrecen succs ivamente , los
cuales se componcn d e una hoja de tuari que rodea otra hoja d e tabaco de m u y bucn olor,
dun cuando no sc lc ha somet ido d n inguna prcparacion. E s t a costumbre podria tener gra-
ves inconvcnientes por lo q u e respecta d la trasmision d e c icrtas enfermedades .
A las dos nos p o n e m o s en marcha, y v e m o s cl rio sembrado dc islotes q u e indican la
proximidad de las cascadas. P a s a m o s la noche cn unas hcrmosas rocas, pero atormentados
por nubes dc mosquitos que me hacen cambiar ve inte v e c e s dc sitio.
7 dc d i c i e m b r e . — E l rio sc div ide cn muchos b r a z o s ; nos dir igimos por el d c la izquicrda,
al t r a v l s dc las innumerables islas y rocas q u e forman un dedalo inextricable, v iendonos
obligados muchas veces d retroceder y a dar g r a n d e s rodeos, para franquear los obstdculos
que se nos presentan. C o m p r e n d i e n d o las islas, la anchura total d e la corriente no ba ja de
tres kildmetros.
Por fin, a las dos l legamos al desem ba rcadcro d e un l u g a r c j o situado d dos k i lometros d c
la orilla. M a n d a cn c l cl tamuchy Mapireme, c u y o n o m b r e d e s i g n a un t igre m u y tcmido q u e
probablementc no c x i s t e mds q u e en la imaginacion d e los indigenas. M i e n t r a s mi huesped
se acicala para recibirme, y o me siento en una choza cn la cual encuentro un hacha d e pie-
dra que me apresuro d adquirir a cambio d e una aguja .
Tiurit me dice que no conoce las cascadas del P a r d ; por lo cual es indispensable contra-
tar algunos indios de esta a ldea q u e deben tener la c o s t u m b r e de atravesar las cuando van
d pescar pacus. M a p i r e m e consicnte en acompaftarme con dos canoas, ddndole en p a g o una
escopeta y unas cuantas monedas de oro de las que hace m c n o s caso q u e dc un collar d c
abalorio.
Los apalais consideran cl paso de las cascadas c o m o una cmpresa m u y pcl igrosa. asi c s
que las mujeres y los ninos v ienen a acompartarnos hasta el desembarcadero. E n el m o m e n t o
de la separacion, d o y un poco d e animo d mi escolta q u c m a n d o a l g u n o s cartuchos.
A l medio dia sal imos del laberinto d c las islas para pasar al gran rio, q u e al poco rato s e
divide otra v e z cn un miliar de ellas, entre las cuales c a e el a g u a f o r m a n d o raudales y pcquc-
fias cascadas. L a s canoas abandonadas se estrellarian infal iblemente contra las rocas si no sc
las amarrasc con una cucrda atada d popa. E l v igoroso A p a t u no puede aguantar la fuerza
dc la corriente, y resistiendose d dejar ir la canoa, hubiera caido cn la cascada, si y o no hu-
biese acudido y lc hubiera sujetado por una pierna. Stuart y 1 l o p u , m<-nos prudentes , lanzan
su piragua cn medio dc las cataratas con cspantosa audacia, pues son tanto mds a t r e v i d o s
cuanto m<:nos conocedorcs del peligro.
9 dc dicicmbrc. — L l e g a m o s a una cascada majestuosa, q u e forma largas gradas, y d la
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cual llaman los indi'genas T u l £ : tiene diez metros dc altura por ciento cincucnta dc longitud.
T c n c m o s que dcsembarcar los bultos para trasportarlos por tierra hasta cuatrocicntos metros
de distancia, y hallamos las canoas sobre las rocas. Siendome forzoso ocupar toda mi tripula-
cion en cl trasportc de cada cmbarcacion, tardamos mds de cuatro horas cn salvar aquel obs-
tdculo. N o efectuamos cl trasbordo sin percancc, pues sc me rompc mi mejor cronome-
tro y varias vasijas lienas de dibujos, y dos dc mis hombres se lastiman al cacr sobre las
rocas.
A l pi<* de las rocas lo volvemos d cmbarcar todo en las piraguas, y navegamos con rapi-
dez vertiginosa entre perias negras, rclucientes, que parecen montones dc carbon de piedra.
l i s hematita, es decir, un mineral de hterro casi puro que hemos encontrado ya cn cl Yari .
I£n seguida el rio sc bifurca cn mil brazos, y merced a nuestros gufas cncontramos una caba-
fta en una isla cn la cual pcmoctamos.
El 10 no tcnemos un momento dc rcposo; por todas partes cncontramos rocas granfticas
y esquistosas que forman cascadas dc cincucnta ccntimctros d un metro muy diffciles dc atra-
vesar. Mi pcquena piragua salta cn cl agua como un corcel fogoso, y pasamos como el relam-
pago por delante dc las rocas que rozamos sin chocar jamas con ellas.
Olori, dispucsto siempre d ccharsc d nado, sc levanta a cada instante dc su b a n c o . —
;Sientatc! Ic grita Apatu . D e pronto, las oleadas son tan fuertes que cl agua cntra por todas
p a r t e s . — j C o c u i t a ! icocuita! ( jrema! jrema!) dice Apatd, y l lcgamos sin pcrcance al pie de
la cascada.
Cuando el paso es mds diffcil, Apatu hace virar la canoa, que marcha tan bien de proa
como de popa, y dando un vigoroso golpe de rcmo, nos lanza al traves de las rocas sobre las
cuales pasamos casi rasandolas. Las cvoluciones son tan rdpidas, que no tcngo tiempo de
revolvermc; Iranqueo el obstaculo volviendole la cspalda con mi cuadcmo de apuntcs cn las
rodillas y la brujula cn la mano. T c n g o tal confianza en mi patron, que no v e o pcligro alguno
cn tan vertiginosa bajada.
Pasamos la noche en la vivienda de Eralc, donde prescncio como tiran al bianco unos
j6vcncs que hace poco han sufrido el suplicio del warale. Vucltos de cspalda, disparan boli-
tas dc cazabe contra un madero cn cl cual se ha trazado una circunfcrcncia. Los que no dan
en el bianco tres veces seguidas han de sufrir nucvas picaduras de hormigas y avispas.
Los apalais, como los rucuyos, no pucdcn casarse sin haber pasado por estas prucbas,
pues de lo contrario estarian expucstos d engendrar solamente hijos enclenques y enfer-
mizos.
El 11 por la martana perdemos la piragua cargada de cazabe. Sabiendoquc hay una aldea
d corta distancia, me adelanto para que nos prcparcn vfveres. Por la noche, se nos rcsiste
comer pescado sin materia feculcnta, pero Apatu recuerda haber puesto d fermcntar algunos
pedazos de cazabe para haccr cachiri, y saboreamos con placer esta horrible pasta que pone-
mos d coccr, aunque esta florecida.
El 12 franqueamos los saltos Tapiocaua y T a o k a : en este ultimo el rio se cnsancha de
pronto, formando un cmbudo. T o d o cl dia estamos cncontrando cascadas y mds cascadas que
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no nos dejan un momento de reposo, y para colmo dc dcsgracia, no tcnemos un pedazo de
cazabe para cenar.
El 13 de diciembre tenemos una sorprcsa desagradable al emprender la marcha. EI rio
se engolfa en unos canalcs q u e no tienen ni dos metros de anchura, precipit in dose en ellos
con tal violencia que espanta. N o es posible metcrse por cstc desfiladcro, en el cual se rom-
peria nuestra canoa contra las g r a n d e s rocas ncgras que constituyen un rico mineral de hicr-
ro. Tenemos, pues, que trasportar la canoa por tierra, pero es tan accidentado el terreno que
I ' c K l k l a d c u n a c a n n a .
invertimos dos horas cn recorrer veinte metros de distancia hacicndo correr la embarcacion
sobre troncos a modo de rodillos. Cansado A p a t u de esta maniobra, toma el partido de bajar
empujado por la corriente: nos cmbarcamos y p a r t i m o s . — / C a i q u e ! /caique/ grita el patron
y pasamos rozando con los obstdculos aunque sin tropezar con ellos: en un cuarto d e hora
avanzamos cuatro kilometros. Descansamos cinco minutos solamente, y en seguida nos po-
nemos animosamente en camino.
A las once v media el rio sc ensancha, pero es tan poco profundo que tenemos que saltar
al agua para impeler la canoa con la mano. A u n no habfamos avanzado cien metros cuando
nuestro companero Olori lanza un gr i to agudo. <jQue le ha sucedido? Q u e le acaba de picar
una raya que habia pisado. S e le entorpccc toda la picrna, y el pobre Olor i experimenta a
intervalos calambrcs sumamente dolorosos. L e tendemos en la canoa y proseguimos nuestra
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marcha a pie, apresurandonos a salir de aquel mal paso, porque la privacion de cazabe n o s e s
muy penosa, y aunque tenemos pescado a discrecion, parece que nos morimos de hambre,
segun lo que nos duele el est6mago.
Apatu me recomienda, para no tropezar con ninguna raya, que siga la estela dc la canoa,
pues la agitacion del agua las hace huir a derecha 6 izquierda. L a raya sc mantiene en el
fondo, a menudo cubierta de arena y cieno; cuando huye enturbia el agua, de suerte que no
se la v e hasta pasado un rato. Guando se marcha, conocese el sitio en que ha estado por la
depresion oval que en deja.
Apatu mata dc un palo una gran raya, que, tendida de espalda, da d luz veinte hijuelos
de cinco d seis centimetros de longitud. A los indios no les asustan las rayas grandes, porque
sus prias embotadas son por lo comun incapaces de punzar. L o s aguijones de este pescado se
usan con frccuencia para hacer puntas de flechas destinadas d cazar monos.
N o teniendo que comer, seguimos navegando para llegar d una hermosa montafia llama-
da Cuyapoko, que divisamos desde esta manana.
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N a u f r a g i o dc una c a n u a . — V e r t i g o . — C a i d a c n un p r c c i p i c i o . — C a n a l p i n l o r c s c o . — U n a v i c t i m a . — D o s c a n o a s p c r d i d a s c n u n d i a . — C o n s -
: r u c c i o n d c p i r a g u a s d c c o r t c z a . — U r a n s e q u l a . — L a u l t i m a c a s c a d a d e l P a r u . — S i g n i f i c a d o d c la p a l a b r a Pattamd.
A las tres, l legamos a una aldea mandada por el tamuchy Apere . A l dia siguiente mando
hacer cazabe, y contrato hombres que nos conduzcan hasta la parte inferior del rio; pero no
podemos ponernos en marcha, porque las otras canoas no llegan.
E l 16 ibamos a partir sin espcrarlas, cuando oimos un tiro: es que H o p u y Stuart anun-
cian su llegada. L a causa de su tardanza ha sido el naufragio de la canoa grande: todos los
fardos se han ido al fondo, y ha habido que hacer en ella grandes reparaciones.
L a navegacion del i y no presenta dificultad alguna, pero al dia siguiente empiezan otra
vez las cascadas y avanzamos muy despacio.
E l 20 por la manana pasamos por dclantc de una montafia cortada a pico llamada Mara-
canai, muy parecida d las que hemos encontrado y a en el Y a r i : es una arenisca blanca de al-
tura prodigiosa. L a corricnte nos arrebata con rapidez al pasar por dclantc de ella, mas al
poco rato nos detienen unas grandes rocas esquistosas de raras formas detrds de las cuales
se v e otra montana llamada Tauaracapa. D e pronto desaparece el agua entre las rocas, y te-
nemos que detencr las canoas y buscar un paso. Habiendo partido Apatu y algunos indios
como exploradores, v e m o s que el rio c s enteramente impracticable en un trecho de quinientos
metros. E s t e reconocimiento es muy fatigoso, y al poco rato tengo las plantas de los pies
desolladas a fuerza de saltar de roca en roca. L l e g a un momento cn que nos vemos detenidos
por una ancha gricta cn cuyo fondo se arremolina el agua produciendo un estruenclo espan-
toso. E l indio que me acompafia lo traspone de un salto: yo vacilo un instante en saltar; pues
estoy sujeto al vertigo, y como no tomo bastante impulso, resbalo al llegar a laorilla opuesta,
y v o y a desaparecer en el abismo, cuando tengo la suerte de cogerme d una gran piedra d la
cual me agarro con la desesperacion del que sc ahoga; el indio se vuelve, y dandomela mano,
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me saca del precipicio, en el cual no hubiera tardado cn caer. V u e l v o c o j c a n d o a nuestras
piraguas, y tengo t iempo de curar mis contusiones mientras mi g e n t e abre un c a m i n o cn cl
bosque para pasar las canoas.
E l 21 por la tarde nuestras piraguas, c m p u j a d a s d brazo, l legan al dc la cascada: cm-
barcamos los fardos y cont inuamos el v ia je . A la media hora encontramos otra cascada dc
cuatro metros de altura: vuelta d descargar los fardos, y d halar las canoas por tierra, lo cual
exige dos horas de trabajo penoso, con una lluvia torrencial que empieza a caer. E n b r e v e se
estrecha el rio y corre en linea recta al sudeste. N o invert imos media hora en rccorrcr una
distancia de mas d e cuatro ki lometros por este canal, cuyas orillas estdn formadas de arenisca
blanca que se e leva vert ica lmente en la izquierda, al paso q u e en la derecha esta corroida
por el agua q u e la d e s m o r o n a formando los dibujos mds raros. N o puedo resistir al deseo dc
detenerme un instantc para sacar el croquis de estas rocas, que tan pronto presentan el as-
pecto de una ruina c o m o la apariencia d e un animal fantdstico.
E l viejo Mapireme, que ha naufragado hoy, estd tan e x t e n u a d o por esta navegac ion in-
sensata, que desea vol v e r s e ; a lo cual accedo, despues d e hacer que r e c o m p o n g a n su canoa,
hendida d causa de un c h o q u e contra las rocas.
E l 23 nos metemos entre unas colinas q u e los indigenas des ignan con cl n o m b r e de M o -
raica y de T a c a i p u . E l rio, q u e atravicsa cuarcitas andlogas d las que const i tuyen la Pancada
del Yary , da saltos espantosos entre paredes cortadas d pico. D e s c a r g a m o s todos los fardos
y bajamos las canoas retentendolas d e s d e la orilla con g r a n d e s b e j u c o s a guisa de cuerdas:
una de las amarras sc rompe y la canoa se estrella contra las rocas. P a r a col mo d c dcsgracia ,
una de las canoas se v a rio abajo durante la noche y nos es imposible encontrarla.
Apatu, que l leva los fardos al traves de las rocas s i tuadas j u n t o a la orilla izquierda, ha
visto en una pefia granit ica un g r a b a d o de unos sescnta centfmetros dc longitud por medio
centimetro de p r o f u n d i d a d . — E s un hombre o mds bien una rana, me dice mi patron, que me
ha avisado demasiado tarde para q u e me sea posible copiar dicho dibujo.
N o teniendo mds que dos embarcaciones, y una d e ellas averiada, nos v e m o s ob l igados
d construir dos piraguas con corteza de itaiba. E l t cgumento de es te arbol, que es m u y grue-
so, no se desprende sino encendiendo f u e g o d su a lrcdcdor cuando se le ha e m p e z a d o a le-
vantar.
El 24 de dic iembre (trig^simo o c t a v o dia de navegacion) , el rio, que t iene dc 700 d
800 metros de anchura, se dirige al E s t e casi en Unea recta en una distancia d c mas de diez
kil6metros. L l e v a tan poca a g u a q u e no tan s61o tenemos que andar por su lecho, sino q u e
tambien desviar a lgunas peftas para q u e pueda pasar nuestra diminuta embarcacion. E l lecho
del rio estd sembrado d e piedras que parecen partidas como las cufSas dest inadas para empe-
drar una carretera (rocas esquistosas).
Despues de este largo trayecto, l legamos a una cascada vertical de ve inte metros d e cle-
vacion y que se parece a las cascadas de la Desesperacion y de la Pancada en el Y a r y . L o s
indfgenas la designan con el nombre de Panamd que significa mariposa en la lengua de los
apalais y de los rucuyos.
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X X V I I
E ! l i p i x d e noc>tros p a d r « . — N o s a c c r c a m c t a la d»i lU»c«oo - C a u d c ! t a p i r . — A c c i d e n c e t e r r i b i e . — R c t ^ n a c k - o . — I ' u a i i i . — P u t o t c
p i n t o r c K o . — B a a q u e t e cn ca«a d e I . i c u t o . — U c g a d a a l gran n o . — N i w p o m oi c a n o a s . — D o t jcrnada* para ir de l P a i u a l V a r y . —
C o i r . p k t o cl t r a i a d o d e w e r i o . — H e b r e w i Para.
Mientras mi gente trasporta los fardos y conduce las canoas por la orilla derecha, fabrico
un lapiz con mi ultima bala. Sabicndo que Panamd cs la ultima cascada del Paru, remamos
con todo vigor para llegar cuanto dntcs a las avanzadas de la civilizacion. Pero llega la no-
che, y he dc colgar mi hamaca de un drbol muy inclinado sobre la orilla. A media noche cae
i
E ) o i l " •'< P a n a m a
un chubasco que nos sorprendc sin abrigo y no puedo ccrrar los ojos. A causa de los movi-
mientos desordenados que hago, se rompe la cucrda de la hamaca y caigo al agua, de la cual
salgo como puedo, pero teniendo que aguardar d que amanezca, en una situacion por demds
inc6moda, para secar mi ropa al fuego.
'l 'odo esto ocurre la noche de Navidad, y para mayor desdicha no tenemos nada que al-
morzar, por lo cual nos cmbarcamos al salir el sol. Un esfuerzo mds y llcgarcmos al termino
de nuestro viaje. Mis ojos, sobrado prdcticos ya, cscudrinan las orillas con ansiedad febril.
A las ocho divisamos una columna dc humo que sube en linea recta a un ciclo screno y sin
nube alguna. Mi corazon late con fuerza al accrcarsc a la civilizacion...