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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR Lilia DÍAZ El Colegio de México EL DOCUMENTO que a continuación publicamos, tomado de los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia,* es u n informe dirigido por Alphonse Dubois de Saligny, mi- nistro francés en México de 1861 a 1863, a Antoine Edouard Thouvenel, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, en ocasión de la derrota sufrida por el ejército intervencionista, el 5 de mayo de 1862, en su intento de tomar la ciudad de Puebla. Al leer la correspondencia de Dubois de Saligny a su go- bierno, podemos afirmar sin exageración que sus engañosos informes acerca de la situación económica, política y social del país, fueron una de las causas que más directamente in- fluyeron en la determinación de Napoleón I I I de llevar a cabo la intervención armada contra México. Orizaba, 26 de mayo de 1862. Dos días antes de ponerse en marcha de Orizaba sobre Puebla, es decir, hace justamente tres semanas, el general conde de Lorencez escribía a París que esperaba que el em- perador no se dejaría desanimar por los informas del señor almirante Jurien de la Graviére, ni abandonaría una empresa de la cual el general Lorencez veía el éxito como fácil y ase- gurado. Hoy el general sostiene un lenguaje muy diferente: si se le da crédito, el emperador, engañado por informes inexac- tos, fue lanzado en una aventura, en una empresa imposible, o que al menos, exigiría, para ser llevada a buen fin, enormes sacrificios en hombres y en dinero. ¿Cuáles son las causas que han podido, en tan corto tiem- po, cambiar de un modo tan completo las ideas y las miras del general? ¿Cómo él, que el 26 de abril veía el éxito como fácil e infalible ha sido persuadido a creerlo si no imposible, al menos más que dudoso? Para los que juzgan las cosas con sangre fría e imparcialidad, la facilidad con la cual nosotros hemos operado nuestra marcha de Orizaba hasta Puebla, des- pués nuestro movimiento retrógrado de Puebla hasta aquí, * Fonds: Mexique, 1862, Vol. 58, ff. 422-438.

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR Lilia DÍAZ

El Colegio de México

E L D O C U M E N T O que a continuación publ icamos, tomado de los archivos de l M i n i s t e r i o de Relaciones Exteriores de Franc ia ,* es u n i n f o r m e d i r i g i d o p o r Alphonse Dubois de Saligny, m i ­n i s t r o francés en M é x i c o de 1861 a 1863, a A n t o i n e E d o u a r d T h o u v e n e l , m i n i s t r o de Relaciones Exteriores de Francia, en ocasión de la derrota sufr ida p o r e l ejército intervencionista , e l 5 de mayo de 1862, en su i n t e n t o de tomar la c i u d a d de Puebla.

A l leer la correspondencia de D u b o i s de Saligny a su go­b i e r n o , podemos a f i r m a r sin exageración que sus engañosos in formes acerca de la situación económica, política y social d e l país, f u e r o n u n a de las causas que más directamente i n ­f l u y e r o n en la determinación de N a p o l e ó n I I I de l levar a cabo la intervención armada contra México.

Orizaba, 26 de mayo de 1862. Dos días antes de ponerse en marcha de Orizaba sobre

Puebla, es decir, hace justamente tres semanas, el general conde de Lorencez escribía a París que esperaba que el em­perador n o se dejaría desanimar p o r los informas del señor a l m i r a n t e J u r i e n de la Graviére, n i abandonaría u n a empresa de la cual el general Lorencez veía el éxito como fácil y ase­gurado.

H o y el general sostiene u n lenguaje m u y diferente: si se l e da crédito, el emperador, engañado p o r informes inexac­tos, fue lanzado en u n a aventura, en u n a empresa imposib le , o que a l menos, exigiría, para ser l levada a b u e n f i n , enormes sacrificios en hombres y en d inero .

¿Cuáles son las causas que h a n p o d i d o , en tan corto t i e m ­po, cambiar de u n m o d o t a n completo las ideas y las miras d e l general? ¿Cómo él, que el 26 de a b r i l veía el éxito como fácil e i n f a l i b l e ha sido persuadido a creerlo si n o imposible , a l menos más que dudoso? Para los que juzgan las cosas con sangre fría e i m p a r c i a l i d a d , la f a c i l i d a d con la cual nosotros hemos operado nuestra marcha de Orizaba hasta Puebla, des­pués nuestro m o v i m i e n t o retrógrado de Puebla hasta aquí ,

* Fonds: Mexique, 1862, Vol. 58, ff. 422-438.

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604 LILIA DÍAZ

lejos de j u s t i f i c a r este cambio de opinión de l general, lo v u e l v e completamente inexpl icable . E l ataque contra Gua­d a l u p e , ataque hecho con tanta precipitación, n o ha sido sino u n o de estos accidentes t a n frecuentes en la guerra, accidente l a m e n t a b l e s in duda, que t a l vez n o hace gran h o n o r a la p r u d e n c i a , a l a circunstancia, n i a l a h a b i l i d a d de los jefes, p e r o que h a sido más b i e n glorioso para los soldados, que ha servido p a r a probar u n a vez más que nuestro ejército es el p r i m e r ejército del m u n d o , y que en t o d o caso, n o cambiaba e n nada el f o n d o de la situación sin el m o v i m i e n t o de re t i rada q u e le siguió.

E l j u i c i o l levado a M a d r i d y a Londres mismo, t a n b i e n c o m o a París, sobre los actos de los plenipotenciar ios de las potencias aliadas, me ex ime de entregarme aquí a la crítica de las faltas que h a n v e n i d o desde e l p r i n c i p i o de la inter­venc ión , a desnaturalizar el pensamiento que la había dictado, y cambiar de u n a manera t a n grave como inesperada u n a s i tuación excelente en u n p r i n c i p i o .

Poco dispuesto a volver sobre los hechos consumados para buscar allí el texto a recriminaciones personales desde ahora s i n objeto, guardaría sobre el pasado u n silencio absoluto, si e l deber que me incumbe de l i b r a r la responsabil idad del Go­b i e r n o de l E m p e r a d o r y la mía de actos que nosotros n o hemos p o d i d o n i prever n i i m p e d i r , n o me obl igara a algu­nas reflexiones retrospectivas sobre los acontecimientos que h a n d i f i c u l t a d o hasta e l presente y v u e l t o menos fácil la eje­c u c i ó n de la v o l u n t a d de S . M . I . Este deber voy a esforzarme a real izar lo con u n a entera i m p a r c i a l i d a d y u n a gran i n d u l ­gencia para las personas, l imitándome a juzgar fríamente los hechos en sí mismos y en sus inevitables consecuencias.

M i f i r m e convicción, la de todos los hombres a l corriente de las cosas de este país, es que si el a l m i r a n t e Jurién, en l u ­gar de actuar desacertadamente después de l general P r i m y de Sir Charles W y k e , en sus negociaciones sin d i g n i d a d como s i n resultado práctico posible, h u b i e r a marchado resueltamen­te hacia adelante con su p e q u e ñ o cuerpo de ejército, habría l legado hasta Puebla y probablemente hasta México sin difi-cultades serias y quizás sin disparar u n solo t i r o . Puedo c i tar a l respecto u n a a u t o r i d a d de la cual nadie, supongo, pensará e n constatar la competencia, la de l general Uraga. E n el m o m e n t o de m i paso a L a Soledad el 16 de dic iembre, y más tarde, en nuestra entrevista del 25, el general Uraga me con­fesó que n o tenía para oponernos sino alrededor de 1 20o hombres m a l armados, m e d i o desnudos, necesitaba por lo me­nos u n mes o seis semanas para r e c i b i r los primeros refuerzos

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 605

q u e se le prometían, 2 ooo a 3 ooo hombres de las guardias nacionales de Oaxaca y de M o r e l i a . E n esta situación toda resistencia de su parte era imposible , y el general me pidió como u n servicio que hic iera todo l o que de mí dependiera p a r a i m p e d i r a los españoles avanzar adelante de los franceses. Si él debía r e n d i r su espada, quería que fuese a u n o f i c i a l francés. E n cuanto a r e n d i r l a a u n español, él se suicidaría antes que s u f r i r t a l humil lación.

M i carta d e l I° de enero de 1862 contenía u n re lato m u y c ircunstanciado de esta entrevista del 25 de dic iembre, y se h a sabido en París en qué disposiciones había dejado a l ge­n e r a l Uraga.

E l gobierno de Juárez, que n o podía prever el g i r o que i b a n a t o m a r las deliberaciones de los plenipotenciar ios alia­dos, sentía él m i s m o la i m p o s i b i l i d a d de sostener la lucha c o n t r a nosotros, y todas las opiniones de M é x i c o estaban de acuerdo entonces en anunciar que él hacía los preparativos para abandonar la capi ta l , a la p r i m e r a n o t i c i a de nuestra marcha, y retirarse a a lgún Estado lejano. Se suponía que se dir igir ía a M o r e l i a en Michoacán, Estado de u n acceso bas­t a n t e difícil. Por l o demás, era la única parte que le quedaba a Juárez, pues él sabía que en el m o m e n t o en que marchára­mos sobre la c a p i t a l , el general Robles, que todos los genera­les del p a r t i d o conservador habían aceptado por jefe, debía r e u n i r bajo sus órdenes a todas sus fuerzas, alrededor de 10 000 a 12 000 hombres, y actuar de acuerdo con nosotros. Ésto es l o que h u b i e r a o c u r r i d o , pues, a Juárez y a su g o b i e r n o si el cont ingente francés hubiese marchado en seguida sobre M é x i c o , según la v o l u n t a d de l emperador, y, desde los p r i ­meros días de febrero, nosotros hubiéramos encontrado insta­l a d o en la capi ta l u n nuevo G o b i e r n o con el cual n o habría­mos tenido n i n g u n a d i f i c u l t a d para entendernos, t a n t o sobre e l arreglo de nuestras reclamaciones como sobre las medidas a t o m a r para el establecimiento, p o r la nación misma, de u n gobierno d e f i n i t i v o estable y regular.

Este p l a n , yo n o sabría r e p e t i r l o bastante, en m i convic­ción, en la de todos los hombres que conocen a M é x i c o , co­menzando p o r aquéllos mismos que temían más el éxito, este p l a n era de u n a ejecución sencilla, i n f a l i b l e . L a g r a n obje­ción que se hace a esto, yo l o sé, es la fa l ta absoluta de me­dios de transporte. Esta objeción, por m u y aparente que sea, n o tiene nada de serio en el fondo, y es fácil de p r o b a r l o .

U n ex ayuda de campo de l general C o r o n a — e l ú l t imo m i n i s t r o de la G u e r r a bajo M i r a m ó n — , el señor comandante Ferro , h o m b r e resuelto y de m u c h a i n f l u e n c i a en e l ejército,

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6o6 LILIA DÍAZ

se había d i r i g i d o hacia fines de d ic iembre a Veracruz donde permaneció , n o sin pe l igro para su persona, hasta el arresto de M i r a m ó n . Cada m a ñ a n a venía a ofrecerme poner a nues­t r a disposición, en u n plazo de tres a cuatro días, u n cuerpo de m i l j inetes, con los cuales se encargaría de detener y de traernos provistos de su atalaje y de sus arrieros, todos las carretas que L a L l a v e y Uraga estaban r e t i r a n d o a l i n t e r i o r d e l país. U n a vez asegurados nuestros transportes, el coman­dante Ferro, con su t ropa , debía unirse a nosotros para g u i a r nuestra marcha y encargarse de proteger nuestro convoy. Por l o demás, n o pedía nada más que la ración del soldado para sus hombres, en tanto que él actuaría de acuerdo con nosotros.

H a b i e n d o rehusado e l a l m i r a n t e este ofrecimiento p o r el m o t i v o de que quería abstenerse de todo acto de h o s t i l i d a d c o n t r a e l gobierno de Juárez (como si la ocupación de Vera-cruz p o r los aliados n o fuera u n acto de host i l idad) , yo volví a l ataque d u r a n t e cerca de u n mes, con u n a impaciencia l le­vada hasta la i m p o r t u n i d a d , pero que n o p u d o vencer la resistencia del a l m i r a n t e .

A l negociar con Juárez, en lugar de actuar con v igor y decisión, se le había dado el t i e m p o de organizar los medios de resistencia; y como si se t u v i e r a interés en que nada faltase a los errores cometidos, en vano me esforcé por lograr que se ocupase T a m p i c o , conforme a la v o l u n t a d de los gabinetes aliados, o que a l menos, y en ausencia de los medios materia­les necesarios para esta ocupación, se bloquease este p u e r t o y e l de Matamoros sobre el R í o Grande. N o es sino a f i n de marzo, o en los pr imeros días de a b r i l , que este bloqueo debió ser puesto en ejecución, si l o ha sido, — s i n embargo, de esto n o estoy a ú n seguro hasta a h o r a — y Juárez ha p o d i d o así re­c i b i r de los Estados U n i d o s socorro en armas y municiones de toda clase.

Pero la a c t i t u d tomada frente a l gobierno de Juárez p o r los p lenipotenciar ios aliados debía tener otras consecuencias más desastrosas aún.

M i e n t r a s que los m i r a m i e n t o s verdaderamente inexpl ica­bles guardados hacia nuestro enemigo le daban la fuerza mo­r a l que le faltaba, ellos l levaban la desconfianza, el desaliento y p r o n t o la exasperación a las filas de los conservadores. Los jefes m i l i t a r e s de este p a r t i d o h a b l a b a n de traición, se queja­b a n amargamente de Francia , con la que habían contado sobre todo, y hay que convenir que sus quejas, sus acusacio­nes, t o m a b a n cierta apariencia de f u n d a m e n t o por las nego­ciaciones secretas seguidas p o r el a l m i r a n t e con D o b l a d o q u i e n n o trataba sino de comprometernos frente a nuestros aliados

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 607

naturales , a l esforzarse de acuerdo con algunos jefes compra­dos a base de d i n e r o , en d i v i d i r a l p a r t i d o conservador y e n ganarse a u n a parte de él en n o m b r e de la independencia n a c i o n a l amenazada p o r el extranjero.

Tres causas principales debían hacer fracasar la i n t r i g a h á b i l m e n t e u r d i d a p o r D o b l a d o : p r i m e r o , la l legada del ge­n e r a l A l m o n t e ; después, la protección declarada que le fue otorgada en n o m b r e de Francia; en f i n , el ascendiente ejer­c i d o p o r el i n f o r t u n a d o general Robles, q u i e n desplegó en estas circunstancias difíciles tanta act iv idad como prudencia y ta lento. Después de haber i n s t r u i d o y t r a n q u i l i z a d o com­pletamente a todos los jefes influyentes del p a r t i d o conserva­d o r , él venía provisto de sus plenos poderes y de los de V i d a u r r i y C o m o n f o r t , para entenderse con el a l m i r a n t e Ju-r i e n , cuando fue arrestado el 20 de marzo y fus i lado el 23 p o r o r d e n f o r m a l del gobierno de México .

Este asesinato, cuyos verdaderos autores son conocidos del g o b i e r n o del emperador, n o ha sido solamente, como yo lo es­cribía en aquel la ocasión, u n a mancha indeleble y u n a pér­d i d a i r reparable para México , sino ha sido u n golpe funesto d i r i g i d o a nuestra política. Los últimos acontecimientos de que voy a r e n d i r cuenta n o h a n hecho sino p r o b a r l o dema­siado. Sin embargo, los esfuerzos intentados p o r Robles en las últ imas semanas de su existencia, para t r a n q u i l i z a r a los jefes de l p a r t i d o conservador sobre las intenciones de Fran­cia y r e u n i r l o s alrededor de nuestra bandera, n o f u e r o n en vano, y si se t iene que lamentar que algunos hombres sin con­ciencia y s in prest igio, como Zuloaga, se hayan dejado arras­t r a r p o r las intr igas de D o b l a d o , para desertar. Para ser j u s t o , hay que reconocer que salvo raras excepciones casi to­dos los jefes importantes del p a r t i d o se h a n mostrado incon­movibles , sobre t o d o desde la p a r t i d a del a l m i r a n t e , en su resolución de secundar nuestra política, y que varios de los generales conservadores que el odio a los españoles había momentáneamente i n c o r p o r a d o a Juárez, n o pedían sino venir a nosotros. Si se h u b i e r a sabido o q u e r i d o sacar provecho de estas disposiciones, nosotros seríamos en el presente due­ños de M é x i c o .

Desgraciadamente, he constatado hace ya m u c h o t iempo, que existía entre el general de Lorencez, pero más aún en su jefe de Estado M a y o r , u n a decisión de t ra tar a todos los mexicanos, sin distinción de p a r t i d o , de rango n i de carácter, con u n soberano desprecio, y como a gentes de u n a raza evi­dentemente i n f e r i o r , de rechazar con desdén a los que nos ofrecían su ayuda y de poner u n a afectación a m e n u d o t a n

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p u e r i l como ofensiva de actuar en este país como en t i e r r a conquistada: — E l ejército francés, donde quiera que se e n ­cuentre , es amo absoluto y t iene el derecho de hacer todo l o q u e q u i e r a — , t a l es la respuesta i n v a r i a b l e del señor coronel Ve lazé a las observaciones, a las quejas que l legan de todos lados. Por lo demás, esta extraña teoría que encuentra adep­tos en el Estado M a y o r , n o se pretende apl icar la solamente a los mexicanos. N o se actúa con más ceremonia hacia todos aquellos que n o p o r t a n espada, cualquiera que sea su nacio­n a l i d a d . N o se hace excepción en favor de los franceses, co­menzando p o r e l p l e n i p o t e n c i a r i o de S.M., que el Jefe de Estado M a y o r declara con u n i m p e r t u r b a b l e aplomo, n o es s i n o u n subordinado del General en Jefe y de él mismo, c u y o l u g a r está entre los equipajes y que n o viene, a sus ojos, s ino después del úl t imo of ic ia l de l ejército.

M i carácter de representante del emperador me hacía u n deber el no tolerar groserías e i n j u r i a s que como h o m b r e m e h u b i e r a t a l vez p e r m i t i d o perdonar , en recuerdo de antiguas relaciones de f a m i l i a que se r e m o n t a n a más de t r e i n t a años, y que pueden, p o r o t r a parte, explicarse, si n o justificarse, p o r u n a especie de m o n o m a n í a furiosa con raras in t e r m i t e nc i a s de razón. Pero el temor de agravar el m a l y de c o m p r o m e t e r a ú n más el b i e n del servicio, p o r u n enojoso estallido, me ha d e c i d i d o a i m i t a r e l e jemplo del general A l m o n t e , o p o n i e n d o cada día u n a calma y u n a paciencia imperturbables a los i n ­sultos más graves y más directos, y a esperar el m o m e n t o en q u e el emperador, i n f o r m a d o de l o que pasa, decida él m i s m o sobre los medios de hacer cesar u n escándalo sin e jemplo q u e pone en pe l igro a la vez a la d i s c i p l i n a del ejército, a los i n ­tereses de nuestra polít ica y a la d i g n i d a d misma del gobier­n o de S.M.

A l escribir hace tres semanas para anunciar que Gálvez había venido a unirse a nosotros con los 25o hombres colo­cados bajo sus órdenes, decía que su ejemplo encontraría más de u n i m i t a d o r en e l ejército de Zaragoza, y que ya el general Negrete, a n t i g u o ayuda de campo de Robles, que se encontraba en T e h u a c á n con 1 200 hombres, parecía d e c i d i d o a pasarse con nosotros.

L a conducta inexpl icab le de nuestros jefes mi l i tares y de su Estado M a y o r ha hecho m a l o g r a r las esperanzas que era p e r m i t i d o concebir a l respecto.

Gálvez es u n o de los que h a n hecho más daño a l g o b i e r n o de Juárez, a tr incherado en la posición del M o n t e de las C r u ­ces, a 8 leguas de M é x i c o , con u n a fuerza que no ha excedido jamás la ci fra de 70o a 800 hombres, ha tenido a l g o b i e r n o

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 609

de M é x i c o herméticamente bloqueado d u r a n t e u n año, y en u n sólo mes h a n o solamente vencido, sino destruido com­p l e t a m e n t e tres cuerpos de ejército enviados contra él, entre otros, los de Degol lado y de Val le . Agregaré que de todos los jefes de l p a r t i d o conservador, él es e l único quizá a q u i e n n o se h a t e n i d o que reprochar jamás n i n g ú n acto de crue ldad n i n i n g ú n exceso E n lugar de acogerlo como u n a u x i l i a r precioso, como la política l o aconsejaría, en lugar de mos­t r a r l e las consideraciones a las cuales tenía derecho, se le ha t r a t a d o como u n a especie de b a n d i d o , que n o val ía poco más q u e los Carbaja l y los Cuél lar . N o hay humil lac ión que n o se le haya hecho a él y a sus soldados, cuya desnudez ha dado m o t i v o a m i l bromas, y a quienes se ha rec ib ido más b i e n c o m o mendigos que como auxil iares.

¿Habrá que extrañarse después de esto, de que los que se aprestaban a seguir a Gálvez hayan d u d a d o , y que Negrete en l u g a r de unirse a nosotros con sus 1 200 hombres, haya i d o a encontrarse con Zaragoza y encerrarse en Puebla?

Los detalles que preceden y que a pesar de m i deseo de escr ibir menos, n o he p o d i d o hacer más concisos, resumen la s i tuación t a l como estaba el 26 de a b r i l , en e l m o m e n t o en q u e supimos que el a l m i r a n t e J u r i e n era i n v i t a d o a t o m a r s implemente e l m a n d o de la División N a v a l , y que el m i n i s ­t r o d e l emperador se quedaría como p l e n i p o t e n c i a r i o encar­gado exclusivamente de la dirección polít ica de la expedición.

Fal ta p o r e x a m i n a r los hechos realizados desde el 27 de a b r i l , día en q u e el ejército se puso en marcha sobre Puebla. Estos hechos probarán hasta la evidencia a toda persona i m ­p a r c i a l , que la situación era buena, como el m i s m o general de Lorencez l o reconocía unos días antes, y que si se h u b i e r a sabido aprovechar esta situación en lugar de actuar con u n a ligereza, u n a presunción y u n a i m p e r i c i a s in e jemplo, se h u ­b i e r a n consultado y escuchado a los que conocían a l país, quienes estaban en condiciones y tenían misión de dar infor­mes y opiniones útiles, era fácil evitar u n fracaso que parece se había buscado con u n propósito del iberado y cuya res­p o n s a b i l i d a d asusta hoy, como se le ve p o r los esfuerzos hechos para apartar la de los verdaderos culpables y a t r i b u i r l a a los que son completamente ajenos a ella.

A este respecto, viene a l caso t a l vez, antes de i r más lejos, recordar en pocas palabras la posición respectiva hecha a l ple­n i p o t e n c i a r i o d e l emperador y a l C o m a n d a n t e en Jefe del cuerpo expedic ionar io .

Ú n despacho telegráfico de S.E. el m i n i s t r o de Relaciones Exteriores, con fecha 20 de marzo, prescribía a l m i n i s t r o del

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emperador, entre otras recomendaciones, entenderse con el general y n o subst i tu i r — p o r cualquiera razón que f u e r a — su p r o p i a responsabi l idad a la de l Comandante e n Jefe, en l o que concierne a las operaciones mi l i tares , o las cuestiones sanitarias y la seguridad de las tropas. Por su parte , S.E. el mariscal R a n d o n , en su despacho telegráfico igua lmente de l 20 de marzo, prescribía a l Comandante en Jefe entenderse con el m i n i s t r o del emperador para los movimientos m i l i t a r e s que él t u v i e r a que ejecutar.

E l p l e n i p o t e n c i a r i o d e l emperador tiene la conciencia de haber obedecido escrupulosamente las órdenes del gobierno i m p e r i a l , y de n o haber descuidado nada para establecer e l e n t e n d i m i e n t o más completo con el General en Jefe. La­m e n t o n o poder dar e l mismo test imonio en lo que concierne a l conde de Lorencez. N o solamente él n o ha dicho jamás u n a sola pa labra de sus m o v i m i e n t o s mi l i tares a l represen­tante del emperador, con q u i e n había tenido o r d e n de enten­derse, sino éste, que como consecuencia de las condiciones excepcionales en que se encuentra el país n o tenía o t r o m e d i o de subvenir a su seguridad que el de marchar con el ejército, n i s iquiera fue nunca, salvo dos o tres veces, i n f o r m a d o p o r e l Estado M a y o r de la h o r a de la salida de las tropas.

E l 27 de a b r i l , a las 6 de la mañana, e l ejército se ponía en marcha sobre Puebla. E l 28 forzamos el paso de las C u m ­bres. Este asunto de las Cumbres, a l cual se h a n complac ido en dar las proporciones y e l n o m b r e de u n a batal la , aun­que n o nos haya costado más que tres muertos y unos t r e i n t a heridos, era u n éxito de la más grande i m p o r t a n c i a desde u n doble p u n t o de vista: p r i m e r o , nos hacía dueños de la meseta que se ext iende hasta Puebla y que produce en abundancia todo lo necesario para hacer subsistir a u n ejército. Segundo, daba u n a jus ta idea de los enemigos que teníamos que com­b a t i r .

Las Cumbres presentan en u n a extensión de alrededor de 8 ki lómetros, u n a sucesión n o i n t e r r u m p i d a de posiciones de t a l m o d o formidables , que si se t ratara de quitárselas p o r la fuerza a las más malas tropas europeas, d u d o que se en­contrara u n general bastante val iente para i n t e n t a r la em­presa.

A h o r a b i e n , había bastado con 1 50o zuavos y cazadores a pie, y u n escuadrón de cazadores de África, s in artil lería, para expulsar a Zaragoza que las defendía con 6 ooo hombres y bastante artil lería E l asunto n o había d u r a d o casi más t i e m p o que el que necesita u n peatón para recorrer el terreno q u i t a d o a l enemigo.

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 611

D e la cañada de I x t a p a n donde pasamos la noche del 28 a l 29, el ejército avanzó sin s u f r i r la m e n o r resistencia hasta f r e n t e a Puebla, donde se reunió e l 5 de mayo hacia las 9 de l a mañana. Algunas personas nos h a b í a n hablado — e l señor general P r i m sobre t o d o — de las di f icultades insuperables que d e b í a n detenernos a cada paso, de las numerosas guerri l las q u e i b a n a lanzarse contra nosotros detrás de cada m a t o r r a l . L a v e r d a d es q u e n o percibimos nada de todo esto. E n cada u n a de nuestras etapas, sabíamos que Zaragoza había p a r t i d o de al l í algunas horas antes de nuestra llegada. E n todas par­tes l a poblac ión, que había h u i d o delante de nuestros enemi­gos comunes, volvía a l acercarnos nosotros, a pesar de las amenazas terr ibles y las violencias puestas e n práctica para o b l i g a r l a a h u i r de nosotros. E n todas partes encontramos u n a acogida amistosa y simpática. Estas pobres poblaciones acostumbradas a la servidumbre, sometidas bajo el temor, por la fuerza de la costumbre, no d u d a b a n en v e n i r frente a nues­tros soldados con las pocas provisiones escapadas a la rapa­c i d a d de las tropas mexicanas, y a desafiar así el pel igro que las amenazaba cuando nosotros nos hubiéramos alejado.

E n cuanto a las guerri l las con las que se había q u e r i d o espantarnos, nosotros n o vimos n i n g u n a . Supimos solamente q u e u n cierto Coutoléne nos había seguido la pista como u n chacal, d u r a n t e varios días, con unos cincuenta h o m ­bres, pero teniendo cuidado de mantenerse a u n a respetuosa distancia.

A nuestra salida de Kuecholac, e l 3 de mayo, Coutoléne nos asesinó a u n soldado que se había quedado atrás. T a l es e l ú n i c o hecho de guerra que se p r o d u j o d u r a n t e toda nues­t r a marcha de las Cumbres a Puebla.

Esta ausencia de enemigos alteraba los cálculos, desilusio­naba muchas esperanzas.

Los que n o habían tomado parte en el asunto de las C u m ­bres quer ían tener también algo de que hablar , y se pro­d u j o u n hecho extraño. Era al general A l m o n t e y a l m i ­n i s t r o de Franc ia a quienes se hacía responsables de esta decepción. Se les reprochaba — l a pa labra fue dicha y t u v o é x i t o — el n o haber pedido a l emperador enviar aquí la gen­darmería en l u g a r de u n ejército.

E l 5 de mayo, a las diez y m e d i a de la mañana, acompaña­d o d e l general A l m o n t e , con q u i e n marchaba detrás de la a m b u l a n c i a , alcancé a l grueso de nuestras fuerzas. Tres cuar­tos de h o r a más tarde, y en el m o m e n t o en que comenzaba a a lmorzar , oí de repente el r u i d o de l cañón. Cre í p r i m e r o , como todos, en u n simple reconocimiento , pero p r o n t o quedé

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sorprendido a l saber que se trataba de u n ataque a f o n d o d i ­r i g i d o c o n t r a la iglesia de Guadalupe.

N o siendo m i l i t a r n o estoy en condiciones para juzgar l o que puede haber de f u n d a d o en las críticas a las cuales ha dado l u g a r el ataque d i r i g i d o contra Guadalupe , así como tampoco de las razones con las cuales se pretende j u s t i f i c a r l o .

M e declaro pues incompetente y me l i m i t o a agregar aquí , bajo e l N ú m . i , u n a nota redactada sobre esta grave cuestión p o r u n h o m b r e del of ic io que asistió a l asunto y que v i o todo con sus propios ojos; s in embargo, n o puedo dispensarme de hacer dos observaciones que me parecen importantes .

Desde Veracruz, y aunque n o se preveía la necesidad de hacer u n s i t io , había sido de opinión que sería t a l vez p r u ­dente proveernos a t o d o trance de dos piezas de s i t io , y de dos morteros, l o que n o h u b i e r a aumentado m u c h o nuestro con­voy. Pero esta idea fue rechazada y casi puesta en r idículo.

Los acontecimientos se h a n encargado de demostrar l o justo de esta idea. E n f i n , si se h u b i e r a acogido a los a u x i l i a ­res que n o pedían sino unirse a nosotros, en lugar de recha­zarlos con t a n t o desdén — c o m o el general de Lorencez l o hacía a ú n l a m a ñ a n a del 5 de mayo, en el m o m e n t o de co­menzar el a t a q u e — , se h u b i e r a p o d i d o encargarlos de la guar­d i a d e l convoy, y todas nuestras fuerzas h u b i e r a n estado dis­ponibles.

Pero fuera, o a l menos a u n lado de la cuestión p u r a m e n ­te m i l i t a r , hay otras reflexiones que se presentan n a t u r a l ­mente a propósito d e l día 5 de mayo.

E n la noche de l 4 a l 5 se remitió a l general A l m o n t e , q u i e n informó de e l lo a l general de Lorencez, dos cartas d i r i ­gidas a Zaragoza tres días antes p o r los jefes puros Mej ía y O ' H a r a n , cartas que habían sido interceptadas y de las cuales resultaba que la evacuación de Puebla p o r las fuerzas enemi­gas era considerada como indispensable, a l menos que v inie­sen socorros de fuera. A la carta de Mej ía se había agregado u n a post-data a n u n c i a n d o que acababa de r e c i b i r la orden de defender a Puebla hasta la muerte .

Los papeles de Zaragoza, tomados después del asunto de l 18 de mayo, h a n dado la prueba de que este proyecto de evacuar la plaza había exist ido realmente hasta el 2 y aún el 3. Y se expl ica fáci lmente p o r el temor que debía sentir Zara­goza de ser atacado p o r dos lados a la vez, p o r el ejército francés y p o r las tropas de Márquez , y de verse, en caso de u n fracaso probable , s in posible ret i rada. ¿Por qué n o haber esperado p o r l o menos v e i n t i c u a t r o horas para asegurarse del estado real de las cosas? ¿Por qué n o haber tomado el t i e m p o

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 613

necesario para buscar, como l o quer ían los generales A l m o n t e y T a b o a d a y e l señor H a r o y T a m a r i z , crearnos inteligencias, n o solamente en la c iudad, cuya poblac ión pertenecía a l par­t i d o reaccionario, sino hasta en e l seno de la guarnición? L a v e r d a d es que se quería a toda costa hacer u n parte, que se c r e í a en u n éxito fácil y seguro, que se anunciaba en voz a l ta q u e se acostarían en la noche en el palacio de l obispo, y que estaban decididos a n o escuchar las opiniones n i los consejos d e nadie.

A l r e d e d o r de u n a h o r a después de que habíamos abierto muestro fuego pareció que se oyó u n fuerte cañoneo del o t r o l a d o de l a c iudad. Se creyó (yo f u i de esta opinión, como los generales A l m o n t e y Lorencez) en u n ataque de Márquez. P e r o esto n o fue sino u n a i lusión. E l ejército de Márquez, al­r e d e d o r de 7 ooo a 8 ooo hombres, espaciados desde C h o l u l a hasta M a t a m o r o s de Izúcar, n o se había m o v i d o , y nosotros s u p i m o s más tarde l a causa de esta fa ta l inacción.

E l 6, a las 8 de la mañana, e l general de Lorencez, a q u i e n r i o había visto desde hacía cuatro días, v i n o a verme a la ha­c i e n d a de San Diego de los Álamos, donde estaba nuestra a m b u l a n c i a y donde había pasado la noche. Señor M i n i s t r o , m e d i j o a l acercárseme, vengo a hacerle u n a vis i ta y a pregun­t a r l e l o que hay que hacer. — L a fisonomía del general estaba c o m p l e t a m e n t e trastornada. É1 escuchaba con u n aspecto hos­co y n o parecía comprender las palabras con que trataba de c a l m a r l o y demostrarle que exageraba extraordinar iamente e l alcance y las consecuencias de nuestro fracaso del día ante­r i o r , que aparte de l o que hay de lamentable siempre en u n fracaso, la situación era en e l f o n d o l a misma. Lejos de ser desesperada, n o tenía nada de i n q u i e t a n t e .

E l ejército de Zaragoza — y o tenía a l respecto datos segu­r o s — n o se compañía de 18 000 a 20 ooo hombres como el genera l de Lorencez parecía creerlo, m u c h o menos de 3 0 0 0 0 , c i f r a i n d i c a d a p o r algunos alarmistas, s ino de 8 ooo a 10 ooo hombres , de los cuales 3 ooo a 4 ooo eran guardias nacionales de Oaxaca y de M o r e l i a , y 1 ooo jinetes de Carbaja l y de Cué-l l a r , — l o que constituía la única fuerza seria del e n e m i g o — , y de 4 ooo a 5 ooo pobres diablos recogidos hacía menos de u n mes en las calles de Puebla y de M é x i c o , o en las hacien­das, y quienes, enrolados m u y a su pesar, n o debían inspirar g r a n confianza a Zaragoza. L a p r u e b a de que éste sentía su i m p o t e n c i a es que n o había obstaculizado nuestra ret irada y que había dejado pasar la tarde y l a noche sin osar atacar­nos. E n cuanto a mí, que conocía b i e n a las tropas de Juárez, deseaba u n ataque, lejos de temerlo . Pero estaba seguro de

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q u e n o tendría lugar. Nosotros podíamos pues tomar el t i e m p o de del iberar a gusto sobre el p a r t i d o a seguir, y era necesario, ante todo, t ratar de ponernos en relaciones con el ejército de los conservadores cuya vanguardia — u n cuerpo de a lrededor de i ooo caballos bajo las órdenes del general H e -r r á n — debía estar en C h o l u l a , a dos leguas de l o t r o lado de Puebla. E l general, presa de u n visible terror , guardaba u n tr is te si lencio. T e r m i n ó p o r b a l b u c i r algunas palabras con­fusas a través de las cuales adiviné su opinión de que debería t r a t a r de negociar. L e declaré claramente que el h o n o r de nuestros ejércitos excluía según m i m o d o de ver, toda posi­b i l i d a d de negociaciones después de u n descalabro, y que estaba resuelto a obedecer a las órdenes del emperador que m e o r d e n a b a n n o tratar sino cuando fuéramos dueños de México . Después de l o cual, propuse a l general nos dirigiéramos a su t i e n d a de campaña y reuniera allí a su Estado M a y o r para de l iberar sobre lo que había que hacer.

Parece inút i l contar aquí en detalle las discusiones em­peñadas ese día y en las reuniones que t u v i e r o n lugar los días siguientes. U n a cosa fue evidente a t o d o el m u n d o desde el p r i m e r m o m e n t o , y es que el general había tomado el par­t i d o de l levar su r e t i r a d a hasta Orizaba. E l coronel Velazé, en el f o n d o , era de la misma opinión, s in dejar lo ver t a n c laramente.

L a idea de u n nuevo ataque a la fortaleza de Guadalupe fue rechazada como u n a locura y u n a i m p o s i b i l i d a d ; varios jefes de cuerpo, según l o que pretendió el coronel Velazé, dec lararon que si se ordenaba u n n u e v o asalto, se negarían a obedecer.

E l señor H a r o y T a m a r i z , que había sido l l a m a d o a u n a de las reuniones a causa de su perfecto conocimiento del l u ­gar, propuso entonces u n ataque p o r E l C a r m e n , el lado débil de la plaza, lugar p o r el cual ha sido tomada y vue l ta a t o m a r veinte veces desde hace 15 años.

E l señor Flaro y T a m a r i z mismo, a u n q u e n o había sido n u n c a m i l i t a r , en 1856, con u n a fuerza de 2 ooo v o l u n t a r i o s mexicanos, se apoderó de la plaza defendida p o r 6 ooo h o m ­bres del ejército de C o m o n f o r t . Según él, bastaba con dos batal lones para volverse dueños de la plaza, y ofreció servirles de guía. Esta proposición, combat ida sobre t o d o p o r el coro­n e l Velazé, como insensata, fue igua lmente rechazada. Emit í entonces la idea de u n m o v i m i e n t o estratégico, ya sea sobre C h o l u l a , donde encontramos las fuerzas de Márquez , sea so­bre San M a r t í n , c i u d a d de 5 ooo a 6 ooo almas, en la parte más r ica d e l país, a 7 leguas de Puebla y sobre el camino de

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR

M é x i c o . Esta marcha sobre San Mart ín , donde había en abun­d a n c i a con q u é hacer subsistir a nuestro ejército, debía tener u n resultado decisivo. O Zaragoza, a l permanecer encerrado en Puebla , nos abría la capi ta l , defendida solamente por u n a mise­r a b l e guarnición de 1 500 hombres, o él acudía para proteger a M é x i c o , y entonces Puebla caía en manos de los conserva­dores, mientras que nosotros nos lanzábamos sobre Zaragoza, p a r a l o cual nos bastaba, con u n a h o r a o dos, para a n i q u i l a r e l ejército en u n a acción a campo raso.

M i opinión, aunque c o m p a r t i d a p o r varios oficiales d e l Estado M a y o r , y entre otros p o r el señor Capi tán , q u i e n n o h a b í a sido c o n t r a r i o a la idea de u n ataque p o r E l Carmen, fue declarada impract icable p o r diversas razones poco con-cluyentes a mis ojos: las pr incipales se basaron en la fa l ta de víveres y de municiones. A h o r a b i e n , se confesaba que nos q u e d a b a n aún diez días de víveres y 1 10o balas de cañón.

E n lo que concierne a los auxi l iares d e l país, se había pro­d u c i d o u n cambio de lenguaje en el Estado Mayor . N o se rechazaba su concurso, pero se negaba su existencia. M á r q u e z n o había exist ido nunca; era u n m i t o , u n personaje fantástico i n v e n t a d o por el general A l m o n t e y el m i n i s t r o de Francia, p a r a asustar a las mujeres y a los niños de los liberales.

Los autores de estas agradables bromas estuvieron u n poco desconcertados p o r u n a carta que el general Taboada recibió, e l 7 de mayo, de l general Herrán. Éste escribió que estaba en C h o l u l a con 1 ooo a 1 20o caballos, y que rogaba a l general A l m o n t e le enviara órdenes. Se le respondió que v i n i e r a a u n i r s e a nosotros lo más p r o n t o posible. E l general de L o -rencez, sobre q u i e n la carta de Herrán había hecho i m p r e ­sión, rogó al general A l m o n t e hic iera v e n i r a Márquez con 6 ooo hombres, pero los necesitaba en v e i n t i c u a t r o horas, por­q u e estaba decidido a operar a l día siguiente su m o v i m i e n t o de ret i rada. L a tarde del 7 , hacia las 6, el general d e L o r e n -cez y el coronel Velazé me p l a t i c a r o n u n a idea que les había v e n i d o súbitamente. Yo debía de valerme de mis relaciones con varios de los jefes del ejército enemigo para tratar de que se nos entregara la plaza. N o tenía que regatear el precio. — D i e z mi l lones , veinte mi l lones n o serían demasiado, y po­día contar ant ic ipadamente con la aprobación del emperador. Sólo que n o había t i e m p o que perder, y era necesario que el negocio fuera conc lu ido la misma n o c h e — . A h o r a b i e n , está b i e n decir lo —y n o l o ignoraba el Estado M a y o r — ; que desde hacía tres días, tratábamos inút i lmente de hacer l legar avisos a nuestros amigos de la c i u d a d , t a n rigurosa era la v ig i lancia .

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E n f i n , e l 8, hacia las 2 de la tarde, comenzó nuestro mo­v i m i e n t o de ret irada. U n a m e d i a h o r a antes, el general de Lorencez, más aterrorizado que nunca , había v e n i d o a a n u n ­c i a r m e que, según ciertos informes recibidos en el Estado M a ­yor , se disponían a atacarlo. C a r b a j a l había p a r t i d o con 2 000 hombres p a r a disputarnos e l paso en la fuerte posición de Chachapa, a u n a legua de nuestro campo, sobre el c a m i n o d e Amozoc, y Zaragoza tomaba sus medidas para sorprender­nos p o r atrás con todas sus fuerzas evaluadas en 20 ooo hombres .

T o d o s m i s esfuerzos para calmar a l general fueron inúti­les, y él n o estaba aún completamente t r a n q u i l i z a d o cuando llegamos l a misma tarde a las 6 a Amozoc sin haber sido atacados y s i n haber visto a Carbaja l , q u i e n se apresuró a de­j a r la c i u d a d al acercarnos.

E n la noche de l 8 a l 9, e l general F l o r e n t i n o López t ra jo a l general A l m o n t e u n a carta de M á r q u e z y explicaciones so­b r e la inacción de las tropas de los conservadores el 5 de mayo. Zuloaga estaba desde hacía a lgún t i e m p o en conferencias con D o b l a d o . Márquez , disgustado p o r estas intr igas , había re­n u n c i a d o a l m a n d o en jefe, que había sido dado a Cobos. E l 4, Zuloaga, con el asentimiento a l menos tácito de Cobos, se h a b í a puesto de acuerdo con D o b l a d o sobre u n a suspensión de hosti l idades entre los dos part idos hasta e l f i n de la guerra c o n Francia , y el 5, a la u n a de la tarde, en el m o m e n t o en q u e acabábamos de atacar G u a d a l u p e , Zuloaga f i r m a b a sobre esta base, u n arreglo p o r el cual , se asegura, le f u e r o n pagados 20o m i l pesos. E l ejército estaba i n d i g n a d o por la conducta d e Zuloaga. Los generales sobre todo, mostraban u n a gran exasperación y pedían v e n i r a juntarse con nosotros. Márquez nos ofreció 2,50o a 3,000 hombres de caballería y rogaba a l general A l m o n t e enviarle sus órdenes. E l 9, en el día, A l m o n ­te, después de haberse entendido con el general de Lorencez, escribía a Márquez para devolverle el m a n d o en jefe y orde­n a r l e se d i r i g i e r a s in retardo con todas las fuerzas de que p u d i e r a disponer hacia Amozoc d o n d e nosotros l o esperába­mos hasta e l 12. E l 11, a las 6 de la m a ñ a n a , salimos de A m o ­zoc. L a noche d e l 14, en San A g u s t í n d e l Palmar, A l m o n t e recibió cartas de los generales Márquez , V i c a r i o y Herrán. M á r q u e z escribió el 12 de M a t a m o r o s Izúcar, que a l día si­guiente 13, según l o que había sido convenido, él estaría en Amozoc con V i c a r i o y Herrán y 2,50o caballos. E l general A l -m o n t e transmitió estas noticias a l general de Lorencez, pen­sando que ellas l o decidirían a detenerse en San Agust ín 3 4 horas, e l t i e m p o necesario para p e r m i t i r a Márquez reunir-

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 617

se c o n nosotros. E l General en Jefe se negó a ello. Después se l l egó en su Estado M a y o r a negar la existencia de las cartas d e Márquez, V i c a r i o y Herrán, aunque ellas fueron, l a no­che del 14, vistas y leídas en los originales mismos p o r e l general de Lorencez, como l o habían sido p o r el p l e n i p o t e n ­c i a r i o del emperador.

Yo había q u e r i d o creer hasta el úl t imo m o m e n t o , a pesar de la intención orgul losamente anunciada p o r el general de Lorencez de volver a pasar las Cumbres, que él reflexionaría sobre esta f a t a l resolución, y que se decidiría a ocupar la meseta que se extiende entre San Agust ín del Palmar, San A n ­drés y T e h u a c á n ; r ica comarca provista copiosamente de granos, ganado y forrajes de toda clase y cuya posesión nos hacía dueños de las Cumbres. Pero vana esperanza. Bajo e l p r e t e x t o de asegurar nuestras subsistencias, dejamos la región q u e las produce en abundancia , para venir a Orizaba, que n o produce nada, y que, a l obtener sus provisiones de la comarca q u e nosotros dejamos abandonada a l enemigo, va a encon­trarse p r o n t o presa del h a m b r e . Es cierto, como dice la i n t e n ­dencia, que nosotros tendremos siempre el recurso de aprov i ­sionarnos en L a H a b a n a y en N u e v a York . Para t e r m i n a r con esta cuestión de las subsistencias, está b i e n hacer n o t a r que e l 7 de mayo frente a Puebla, se anunciaba que no teníamos más que diez días de víveres. A h o r a b ien , el 17 entramos a O r i z a b a con 20 días de víveres y 58 días de v i n o .

E l 16 de mayo pasamos las Cumbres, y el 17 entramos a Orizaba. Márquez se reunió con nosotros la misma noche, a n u n c i a n d o que 2,500 j inetes que había dejado bajo las órde­nes de V i c a r i o y de H e r r á n l legarían a l día siguiente. É l nos d i o , sobre las causas que habían d u r a n t e a lgún t i e m p o y de u n a manera t a n f a t a l paral izado l a acción de sus tropas, ex­plicaciones de naturaleza a establecer que si Zuloaga había e n efecto t ra ic ionado a su p a r t i d o , Cobos era ajeno a esta i n ­f a m i a . Márquez , a l deplorar los funestos resultados p r o d u c i ­dos e l 5 de mayo p o r esta defección personal de Zuloaga, n o le d i o a el lo n i n g u n a i m p o r t a n c i a para el f u t u r o . Parecía más b i e n feliz de verse, él y su p a r t i d o , l ibres del " imbéci l e i n n o b l e Zuloaga", como se complacía en l l a m a r l o .

E n cuanto a Cobos, M á r q u e z se dice seguro de él y res­p o n d e que en seguida que se le i n d i q u e , él vendrá, con los 3,50o hombres colocados bajo su m a n d o a ponerse a las órde­nes del general A l m o n t e .

E l d o m i n g o 18, a las 5 de la tarde, V i c a r i o y Herrán lle­g a r o n a Barranca Seca, a l p i e de las Cumbres y a alrededor de 5 leguas de Orizaba, cuando f u e r o n atacados p o r Zaragoza,

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q u i e n seguía sus movimientos desde hacía varios días, con 6,ooo hombres de todas las armas. Los conservadores, aunque ago­tados p o r la fatiga y la fa l ta de a l i m e n t o (hacía 36 horas que n o comían) sostuvieron val ientemente el choque e h i c i e r o n u n a resistencia desesperada. Sin embargo, comenzaban a de­b i l i t a r s e , cuando la llegada de u n batal lón del 99o que acudió r á p i d a m e n t e del Ingenio , a petición de Márquez, cambió la faz de las cosas. E n pocos instantes Zaragoza fue derrotado completamente , dejando en el campo de bata l la 30o muertos o heridos, 1,30o prisioneros, de los cuales unos 30 son oficia­les, y u n n ú m e r o considerable de armas de toda clase.

E n c u a n t o a nosotros, nuestras pérdidas son insignificantes. El las son — n o incluidas las de Márquez , se e n t i e n d e — de tres m u e r t o s y catorce heridos.

V i c a r i o , que se dice mostró u n a rara intrepidez, recibió dos heridas, felizmente m u c h o menos graves de lo que se ha­b í a creído p r i m e r o .

Este asunto de Barranca Seca, en la cual , a l decir de los nuestros, los soldados de Márquez h i c i e r o n prodigios de va­l o r , p r u e b a ampl iamente , con la f a c i l i d a d de nuestra ret i rada hasta Orizaba, que los terrores que combatí vanamente eran i m a g i n a r i o s y que, a pesar del fracaso de Guadalupe, las tro­pas de Zaragoza no eran tan temibles como se complacían en suponer lo .

Las fuerzas reunidas aquí bajo el m a n d o de Márquez pre­sentan u n efectivo de alrededor de 3,000 caballos y 1,20o a 1,50o infantes todos v o l u n t a r i o s y habituados a las fatigas y a los peligros. Sin hablar del cuerpo que quedó bajo las ór­denes de Cobos y al cual escribió que v i n i e r a a reunírsele, él n o espera, dice, más que los fusiles que quedan disponibles en Veracruz, para elevar la c i f ra de su infantería a 4,000 o 5,000 hombres , y se dice seguro — l o que estoy dispuesto a c r e e r -de encontrar en poco t i e m p o 10,000 a 15,000 voluntar ios y más, si t u v i e r a armas para darles y d i n e r o para al imentarlos. Su opin ión, que n o expresa sino con u n a excesiva reserva, p a r a n o h e r i r a l general de Lorencez y a su Estado M a y o r , es que nosotros vamos a estar p r o n t o en condiciones de tomar u n a vigorosa ofensiva y de apoderarnos de Puebla y de Mé­x i c o . É l me decía esta m a ñ a n a en confidencia, que si en la j o r n a d a d e l 5, h u b i e r a t e n i d o el h o n o r de tener a su disposi­c ión dos m i l zuavos o cazadores de a pie , él hubiera tomado l a c i u d a d en u n a media h o r a : Pero, —agrega con más mal ic ia q u e modestia r e a l — , yo n o soy u n general francés acostum­b r a d o a la g r a n guerra, n o soy más que u n jefe que hace la guerra a la mexicana, interesado m u c h o más en tener éxi to

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EXPLICACIÓN DEL EMBAJADOR 6 I 9

seguro, que en ajustarme a las reglas del arte. Así pues, es el señor general de Lorencez q u i e n , a pesar de su fracaso, ha te­n i d o razón. Yo habría estado equivocado, pero habría t o m a d o l a c iudad, y entonces Zaragoza se h u b i e r a p r e c i p i t a d o a dejar Guadalupe, si le h u b i e r a dejado t i e m p o para el lo.

Márquez, aunque n o comparte de n ingún m o d o las ideas d e l general de Lorencez, que él supone, temo que n o sin ra­zón, resignado a esperar aquí refuerzos de Francia, se muestra dispuesto a subordinar , p o r el m o m e n t o a l menos, su acción a la nuestra, y se pone enteramente a nuestra disposición, sea para asegurar nuestras comunicaciones con Veracruz, o p a r a cualquiera operación que se juzgue a propósito emprender. Pero si él l lega a sentirse bastante fuerte para actuar solo, n o es imposib le que se decida a i n t e n t a r u n m o v i m i e n t o contra Puebla y que logre apoderarse de ella. M i e n t r a s tanto , él está impaciente p o r ver l legar a l general Donay, que se dice desembarcó en Veracruz el 16, y que debe, a estas fechas, es­tar en marcha sobre Orizaba con Gálvez.

O m i t o hacer mención de u n sucio l i b e l o d i r i g i d o supues­tamente p o r los soldados mexicanos a los soldados franceses y d i s t r i b u i d o secretamente a nuestras tropas cuando nos de­tuvimos en San B a r t o l o , el 3 de mayo. Esta i n n o b l e publ ica­ción, aquí anexa bajo el N ú m . 2, p r i m e r o n o había sido dis­t r i b u i d a sino en u n m u y pequeño número de ejemplares, p r o n t o supr imidos , y n o se había hablado de el lo a l Estado M a y o r , sino como de u n a in fame m a n i o b r a que había quedado s in efecto. Pero cosa singular, desde el asunto del 5 de mayo, fue esparcida a profusión entre nuestros soldados (sin d u d a p o r varios franceses renegados, grandes especuladores de los bienes del clero que v ia jaban detrás del ejército), y si se cree a l señor coronel Velazé, ésta n o h u b i e r a dejado de p r o d u c i r u n enojoso efecto sobre nuestras tropas, sobre todo en l o que respecta a l señor general A l m o n t e .

Y o creo que es hacer demasiado h o n o r a u n cobarde ca­l u m n i a d o r , y m u y poco a la inte l igencia y al b u e n sentido de Ios soldados franceses.

Como d o c u m e n t o que puede servir a la narración de nues­t r a expedición sobre Puebla, f i g u r a aquí , bajo el N ú m . 3, el d i a r i o redactado día a día p o r u n of ic ia l de u n a g r a n i n t e l i ­gencia, que ha visto todo p o r sí mismo y q u i e n está colocado en las mejores condiciones para r e n d i r u n j u i c i o i m p a r c i a l sobre los hechos de que ha sido testigo.