Éxodo. el señor de la historia - fundación gratis date · cuenta las cualidades que ve en los...

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1 Julio Alonso Ampuero Julio Alonso Ampuero Éxodo. El Señor de la historia Fundación Gratis Date Pamplona 1998 Introducción El presente comentario responde a una preocupación de hace años. Como cristiano primero, como sacerdote y profesor de Sagrada Escritura después, siempre he echado de menos comenta- rios fáciles, sencillos, asequibles que pusieran las riquezas de la Palabra de Dios al alcance de los cristianos co- rrientes. Los estudios bíblicos han pro- gresado muchísimo, pero el Pueblo de Dios sigue lejos de la Biblia. Tal vez sea la falta de este tipo de comentarios una de las causas. Estos sencillos co- mentarios pretenden trazar un puente entre la exégesis científica y la lectura creyente de los hombres y mujeres de hoy. Mi objetivo, por tanto, es claro: acer- car la Palabra de Dios a la gente y acer- car la gente a la Palabra de Dios. Para ello no he ahorrado esfuerzos de clari- dad. Y sobre todo me he colocado en una actitud muy vital, pues la Sagrada Escritura ha sido inspirada para que ha- ble de hecho a los hombres en su vida concreta e ilumine su camino. Todo el comentario está basado en la más exacta fidelidad al texto bíblico. He tenido en cuenta las aportaciones de la mejor exégesis, pero nunca he en- trado a justificar exegéticamente las ex- plicaciones y he eludido positivamente toda referencia técnica. Soy conscien- te de que muchas veces he ido en mi comentario más allá del texto, pero ha sido en mi afán de actualizarlo de modo que ilumine la vida práctica de los cre- yentes; otras veces simplemente he re- cogido virtualidades o sugerencias que brotan del texto mismo, o he aplicado el criterio que el Concilio llama «aten- ción a la unidad de toda la Sagrada Es- critura» (DV 12). Según el principio origeniano de «la Sagrada Escritura es intérprete de sí misma».

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1Julio Alonso Ampuero

Julio Alonso AmpueroÉxodo. El Señor de la historiaFundación Gratis DatePamplona 1998

Introducción

El presente comentario responde auna preocupación de hace años. Comocristiano primero, como sacerdote yprofesor de Sagrada Escritura después,siempre he echado de menos comenta-rios fáciles, sencillos, asequibles quepusieran las riquezas de la Palabra deDios al alcance de los cristianos co-rrientes. Los estudios bíblicos han pro-gresado muchísimo, pero el Pueblo deDios sigue lejos de la Biblia. Tal vezsea la falta de este tipo de comentariosuna de las causas. Estos sencillos co-mentarios pretenden trazar un puenteentre la exégesis científica y la lecturacreyente de los hombres y mujeres dehoy.

Mi objetivo, por tanto, es claro: acer-

car la Palabra de Dios a la gente y acer-car la gente a la Palabra de Dios. Paraello no he ahorrado esfuerzos de clari-dad. Y sobre todo me he colocado enuna actitud muy vital, pues la SagradaEscritura ha sido inspirada para que ha-ble de hecho a los hombres en su vidaconcreta e ilumine su camino.

Todo el comentario está basado enla más exacta fidelidad al texto bíblico.He tenido en cuenta las aportacionesde la mejor exégesis, pero nunca he en-trado a justificar exegéticamente las ex-plicaciones y he eludido positivamentetoda referencia técnica. Soy conscien-te de que muchas veces he ido en micomentario más allá del texto, pero hasido en mi afán de actualizarlo de modoque ilumine la vida práctica de los cre-yentes; otras veces simplemente he re-cogido virtualidades o sugerencias quebrotan del texto mismo, o he aplicadoel criterio que el Concilio llama «aten-ción a la unidad de toda la Sagrada Es-critura» (DV 12). Según el principioorigeniano de «la Sagrada Escritura esintérprete de sí misma».

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Orientaciones para la lectura de la Palabra

«Habla, Señor..».

1.- La lectura de estas páginas no tie-ne sentido sin una referencia continuaal texto bíblico. No pretenden sustituira la Palabra de Dios, sino ayudar a en-tender mejor y a aplicarla a la propiavida. Por eso sugiero que se lea prime-ro el texto que uno se propone medi-tar, que le deje hablar, que se deje inter-pelar por él; sólo en un segundo mo-mento se debe leer el comentario... paravolver de nuevo al texto bíblico.

2.- Dios nos ha revelado su palabrapara dársenos a conocer El mismo ysus planes, para que entremos en co-munión con El. Por tanto, hay que evi-tar a toda costa quedarse en «ideas».La lectura o meditación de la Palabrade Dios debe ponernos en contacto conEl. Se trata de escucharle a El. Paraello es preciso ponerse en clima de ora-ción, estar en presencia de Dios, aten-der al Dios que nos habla. Nada máscontrario a la verdadera lectura de laBiblia que una lectura puramente inte-

lectual, fria, impersonal...3.- Aun contando con la ayuda de este

comentario, con las notas de la propiaBiblia o con otras ayudas, la Palabrade Dios es siempre misteriosa. Superanuestra lógica humana, nuestra razón.Por eso necesitamos invocar al Espíri-tu Santo, para que El nos ilumine «pordentro» lo que la Biblia nos dice «porfuera».

4.- Como además hay en nosotrossuciedad y desorden, fruto del peca-do, necesitamos acercarnos a la Pala-bra de Dios con un corazón contrito yhumilde, pidiendo que no manipulemosla Palabra de Dios haciéndole decir loque a nosotros nos gusta. Es decir, he-mos de acercarnos a ella en actitud deconversión, dispuestos a dejarnos trans-formar por la Palabra de Dios.

5.- Por la misma razón, hay que pro-curar ser objetivos. No tener demasia-da prisa en ver «qué me dice» este tex-to a mí. Es muy fácil proyectar en laPalabra de Dios nuestras ideas o expe-riencias, nuestros gustos o nuestros pla-nes... Por eso, antes de preguntarme«qué me dice», debo buscar atentamen-te «qué dice» el texto en sí mismo, conobjetividad. Sólo en un segundo mo-mento debo prestar atención a lo queme dice a mí, en mis circunstanciasconcretas, en mi vida personal o fami-liar, en mi trabajo o en mis dificulta-des... pero desde la objetividad delmensaje que Dios ha querido comuni-car en ese texto.

6.- Esto supone una profunda acti-tud de escucha. Escucha quiere deciratención, acogida, docilidad, obedien-cia. Quiere decir salir de mí mismo y

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ponerme a disposición del Dios que mehabla. Quiere decir deseo de dejarmetranformar por dentro. Quiere decir de-seo de poner en práctica aquello queDios me dice...

7.- En la lectura de la Biblia en grupoes necesario tener en cuenta además queel Señor puede hablarnos a través delos demás y puede servirse de noso-tros para hablar a los demás. Por esoes necesario evitar la tentación de bus-car ideas originales o bonitas, hay queevitar discusiones inútiles (las dudas sepodrán aclarar en otro momento; aho-ra lo que importa es escuchar lo queDios nos dice), hablar por hablar o quealguno o algunos acaparen todas las in-tervenciones...

Capítulo 1

1-6: La historia continúa...«Los que bajaron a Egipto» El rela-

to empalma con la situación en que haterminado el libro del Génesis: la histo-ria de la salvación continúa, el Dios queha intervenido en la vida de los patriar-cas va a seguir interviniendo.

Por otra parte, se trata de un grupominúsculo, insignificante. Encontramosuna especie de ley de la acción de Dios,en toda la historia de la salvación: pararealizar su obra Dios parece tener pre-dilección por lo pequeño, lo que nocuenta, lo que no es (cfr. 1Cor 1,18-25; 2Cor 12,1-10; Jue 6,12-16; 7,1-7;1Sam 16,6-12; 17,45-47). De este pe-queño grupo de personas Dios va asuscitar un gran pueblo, que será elpueblo elegido para ser depositario delas promesas, el pueblo de Dios. «Noporque seáis el pueblo más numerosose ha prendado el Señor de vosotros yos ha elegido, sino por el amor que ostiene..». (Dt 7,7-8). Dios no tiene encuenta las cualidades que ve en loshombres. Su amor, su inmenso amores la única norma de su actuar.

7 «Fueron fecundos y se multiplica-

ron»: se repiten las mismas palabras deGén 1,28. La bendición-mandato deDios se ha cumplido. Su palabra essiempre eficaz. Es preciso saber des-cubrir a Dios en los signos en que semanifiesta. Donde hay vida, ahí estáDios, pues Dios es el Dios de la vida(Lc 20,38). Incluso aunque no se lemencione, aunque parezca ausente...

8-14: Un pueblo oprimido«Se alzó en Egipto un nuevo rey que

nada sabía de José..». Para el puebloelegido comienza el calvario: se trata deaplastarlos, de reducirlos a cruel servi-dumbre... El camino del pueblo elegi-do no es un camino de rosas. No lofue para Israel, no lo fue para Jesús, nolo fue para los santos... ¿Por qué em-

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peñarnos en pensar que la vida tieneque ser un camino facilón y sin obstá-culos?

«Pero cuanto más los oprimían, tan-to más crecían y se multiplicaban» (v.12). He aquí la paradoja: la opresiónno termina en la destrucción, sino todolo contrario. Crecían y se multiplica-ban en proporción al grado de opre-sión. Esto va contra toda lógica huma-na. Y exige una explicación: se trata deun nuevo signo de la presencia ocultade Dios, del Dios que multiplica la vidaprecisamente en medio del dolor y delsufrimiento. ¿No atisbamos ya aquí elmisterio de la cruz, la locura de la cruzque es fuerza de Dios (1Cor 1,23-25),fuente de vida y bendición?

«Cuanto más les oprimían, tanto máscrecían y se multiplicaban». La Iglesiatiene abundante experiencia de esto.Sabe de sobra que «la sangre de márti-res es semilla de cristianos» (Tertulia-no). Sabe que es en las épocas de per-secución cuando más ha crecido, ennúmero y en santidad. ¿Por qué seguirrenegando de las dificultades, de lascontradicciones y persecuciones? Y lomismo cabe decir a nivel personal. Lasituación óptima no es la paz idílica,carente de todo conflicto exterior o in-terior: «Teneos por muy dichosos cuan-do os veáis asediados por toda clasede pruebas..». (Sant 1,2-4).

15-22: «Temían a Dios..».No contentos con oprimir a los is-

raelitas, los egipcios les declaran unaauténtica guerra a muerte: «Todo niñoque nazca lo echaréis al Río». Una gue-rra en la que está implicado todo el pue-

blo de Egipto (v. 22). Más aún, el Fa-raón pretende involucrar en esta luchacontra la vida a las mismas comadro-nas hebreas...

«Pero las parteras temían a Dios yno hicieron lo que les había mandadoel rey de Egipto, sino que dejaban convida a los niños». Por primera vez semenciona a Dios, aunque de maneraindirecta, y no como actuando, sinosólo para decir que las comadronas te-mían a Dios. Parecía que los propósi-tos del Faraón acabarían inevitable-mente cumpliéndose. Pero de repenteaparece en el horizonte un personajeoculto, invisible. «Las parteras temíana Dios...» Entendemos que la guerracontra «todo niño» es en realidad gue-rra contra Dios, porque la vida vienede Dios, porque Él es fuente de la fe-cundidad y de la vida (v. 7).

«No hicieron lo que había mandado elrey...» Encontramos aquí un acto explí-cito de «desobediencia civil». Y la razónque se nos da es que «temían a Dios».

Ningún hombre tiene poder algunosobre la vida de sus semejantes, por-que la vida sólo a Dios pertenece. Nin-guna autoridad humana tiene derecho amandar nada contra la ley de Dios. Sinembargo, la única manera de evitar so-meterse a la altanería y a la prepotenciade los hombres es el «temor de Dios».Temer a Dios en la Biblia no significatenerle miedo, sino tener esa actitud desumisión religiosa y respeto humilde aÉl, propia de quien le considera Dios yúnico Señor.

Porque «temen a Dios», al Dios de lavida, las parteras se ponen al serviciode la vida y se niegan a obedecer al rey

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que les manda matar. Sólo el que «temea Dios» no teme a los hombres. Sóloel que teme a Dios puede ser libre delas presiones y de las injustas exigen-cias de los hombres, aunque sean lasmás altas autoridades humanas.

Capítulo 2

1-10: Un Dios escondidoLo primero que llama la atención en

este relato del nacimiento de Moisés esla manera de actuar el Señor. En el ca-pítulo 1 hemos visto que la opresiónllega a una situación insostenible, sinsalida. Humanamente hablando, la des-trucción del pueblo parece inevitable.Por otra parte, Dios calla; ni siquiera sele menciona. Parece ajeno al sufrimien-to de su pueblo. Parece ausente o almenos inactivo. Parece desentenderse.

En este capítulo la situación es la mis-ma. Y sin embargo, si miramos un pocomás atentamente, descubrimos queDios está actuando: ha hecho nacer alque será el instrumento de la liberaciónde su pueblo. Pero esta intervención deDios es discreta, oculta: todo pareceseguir igual... Dios sigue sin apareceren escena... Y sin embargo, ya ha puestoen marcha su plan de salvación, ha des-

encadenado los acontecimientos quevan a conducir la historia hacia dondeÉl quiere... ¡Lección sublime para no-sotros que tantas veces pensamos queDios no actúa o que quisiéramos unasintervenciones suyas más aparatosas!

Más aún, Dios actúa sirviéndose in-cluso de sus enemigos, de los enemi-gos de su pueblo: ¡es precisamente lahija del Faraón la que va a salvar a Moi-sés del Nilo, le va a adoptar como hijoy le va a dar una educación completaen la corte! Son las ironías de Dios. Esel estilo de Dios, que domina la historiahasta en sus más minúsculos detalles.Es su modo de actuar, que incluso delos males saca bienes. Son los planesde Dios, siempre desconcertantes...

Por otra parte, es interesante subra-yar este detalle: Moisés, el futuro sal-vador, es salvado de las aguas. El viveen su propia carne de antemano la ex-periencia que el pueblo vivirá después:es salvado a través de las aguas, arran-cado de una situación desesperada, ala deriva, sentenciado a muerte por elFaraón (1,22), a merced de las aguas...Es así como Dios prepara al que serásalvador de su pueblo. Sólo el que tie-ne experiencia de haber sido salvadopuede colaborar en la salvación de losdemás.

11-15: Fracaso de MoisésMoisés ha crecido y un día contem-

pla la opresión de su pueblo. A pesarde su educación egipcia, se pone departe de sus hermanos. Pero decidetomarse la justicia por su cuenta. Laconsecuencia: no sólo no consigue sal-var a nadie, sino que pone en peligro

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su propia vida: el Faraón le busca paramatarle (v. 15) y Moisés tiene que huiral desierto, a un país extranjero, dondeperderá su «status» social y económi-co y será un «don nadie».

¿Qué es lo que ha sucedido? La cla-ve está en el v. 14, en la pregunta de suhermano hebreo : «¿Quién te ha puestode jefe y juez sobre nosotros?». Moi-sés ha fracasado porque ha pretendidometerse a salvador por cuenta propia.Ha funcionado por iniciativa suya. Y elresultado es el fracaso más absoluto...

Sin embargo, necesitaba pasar poresta situación para poder escuchar: «Ve,yo te envío a Faraón para que saques ami pueblo, a los israelitas, de Egipto»(Ex 3,10). Necesitaba aprender por ex-periencia que sólo Dios puede salvar yque él no iba a ser más que un «siervoinútil» (cfr. Lc 17,10). Sólo desposeí-do de sí mismo podía recibir la misiónde ser instrumento de la salvación deDios. La pregunta de su hermano he-breo («¿quién te ha puesto de jefe yjuez sobre nosotros?») queda sin res-puesta. Sólo la obtendrá cuando Diosmismo tome la iniciativa de salvar a supueblo; entonces Moisés podrá decir:«“Yo soy” me ha enviado a vosotros»(Ex 3,14). E irá investido de la fuerza yel poder de Dios...

16-22Las circunstancias «casuales» –es de-

cir, providenciales– continúan dirigien-do la historia de Moisés. Una circuns-tancia cotidiana e inesperada le lleva aconocer a la que había de ser su mu-jer...

23-25: Dios escucha«Murió el rey de Egipto». La situa-

ción de los israelitas se había hecho ex-tremadamente grave. El Faraón se ha-bía erigido en lugar de Dios, ponién-dose como dueño de la vida. Y sin em-bargo ahora se nos dice escuetamente:«Murió el rey de Egipto». El que pre-tendía ponerse en lugar de Dios es unmortal como los demás... Ahora enten-demos mejor lo que se apuntaba en1,12: su conducta opresiva brotaba delmiedo; no de la auténtica autoridad queprocede de Dios y a Él se somete, sinodel miedo que no comprende esa fuer-za misteriosa que lleva a Israel a crecerilimitadamente.

La historia se repite. Ayer como hoy,la tentación de ponerse en lugar de Diosacecha a los gobernantes y a todos losque se hallan revestidos de alguna au-toridad: «Tu corazón se ha engreído yhas dicho: “Soy un dios, estoy senta-do en un trono divino”... Tú que eresun hombre y no un dios, equiparas tucorazón al de Dios» (Ez 28,2). Ayercomo hoy, los poderes de este mundose alzan contra Dios (Dan 11, 36). Perolos creyentes saben que estos planesson vanos e inconsistentes (Sal 2,1s),porque al hombre impío que se yerguecontra Dios (2Tes 2,3ss) «el Señor ledestruirá con el soplo de su boca»(2Tes 2,8); su arrogancia será precipi-tada al abismo (Is 14,3-15).

Por otra parte, en estos versículos co-mienza a revelarse la presencia activade Dios. Un Dios que ha esperado aque el pueblo se encuentre en una si-tuación límite y clame desde el fondode su esclavitud. Quizá Dios sólo ac-

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túa cuando el hombre reconoce su in-capacidad para liberarse a sí mismo yclama desde su impotencia...

En todo caso, se nos revela como unDios vivo y activo. Los verbos de losversículos 24-25 tiene todos a Dios porsujeto. Un Dios que oye los gemidos,que no olvida su alianza, que se hacecargo de la situación, que conoce a sushijos. Una convicción firme a lo largode toda la Biblia es que Dios escuchasiempre las súplica y responde el cla-mor del indigente (Sal 116,1-2). Está enjuego su justicia y su fidelidad a su alian-za.

Capítulo 3

1-6: La llamadaEn los versículos finales del capítulo

anterior hemos comprobado que Diosno está dormido. Al decirnos que Diosoye los gemidos, se acuerda de su alian-za, mira y conoce, percibimos que sedispone a intervenir. En este capítuloasistimos a la primera intervención «vi-sible» del Señor. A lo largo de él y delsiguiente Dios va a invadir progresiva-

mente la personalidad de Moisés, has-ta convertirle en instrumento suyo. Estoes lo que simboliza la zarza que ardesin consumirse: el fuego cambia todolo que toca, transformándolo en fuegoo en otra materia; pero aquí el fuegoarde sin consumir, sin destruir: es unabella y expresiva imagen de la acciónde Dios sobre el hombre...

Dios se manifiesta a Moisés. Pero hatenido que esperar a este momento, aque Moisés perdiera pie, a que se en-contrase en el desierto. Dios se mani-fiesta en el desierto, donde no hay nada,donde el hombre no tiene nada, dondeno significa nada para nadie. «Para ve-nir de todo al Todo, has de dejar deltodo a todo» (San Juan de la Cruz).

«Quita las sandalias de tus pies». Diosllama a Moisés. Toma Él la iniciativa. Yle llama por su nombre. Le llama haciaÉl. Hacia el «terreno sagrado». Por esoes preciso que se despoje. En ese te-rreno Moisés no es dueño, no domina.Debe seguir perdiendo pie. Debe aban-donarse a la acción de Dios. Sólo asípodrá ser transformado.

Moisés responde: «Heme aquí». Esla única respuesta adecuada ante unDios que ha comenzado a tomar la ini-ciativa. «Aquí estoy». Es la repuestade disponibilidad y acogida. Es la acti-tud de dejar hacer a Dios. Será la res-puesta de Samuel (1Sam 3,4) y deIsaías (Is 6,8)... Será la respuesta deMaría (Lc 1,38) y de Cristo (Hb 10, 7).

«Yo soy el Dios de tu padre, el Diosde Abraham, el Dios de Isaac y el Diosde Jacob». Dios «se identifica», «sepresenta». El Dios que pretende inva-dir la existencia de Moisés no es un ser

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abstracto. Tampoco es desconocido.Es el Dios vivo y personal que ha esta-do en relación cercana con sus antepa-sados. Sus «credenciales» son lo queya ha realizado en la vida de sus pa-dres. Moisés entra en esa historia degracia inaugurada desde antiguo. Tam-bién nosotros nos incorporamos a ella:¿no deberíamos prestar más atencióna los que nos han precedido en el sig-no de la fe, a los santos, a la historia dela Iglesia, para fortalecer nuestra fe yaprender los modos de la acción deDios?

«Moisés se cubrió el rostro». Un nue-vo paso en el despojamiento de Moi-sés: su vista queda velada, entra en lanoche de la fe. Con el rostro cubiertoya no puede hacer uso de lo más pre-cioso –y a la vez más necesario– queel hombre tiene: la capacidad de ver.Con ello reconoce que en el «terrenosagrado» en que ha sido introducido,la visión natural es inadecuada. Necesi-ta cubrirse el rostro, necesita dejarseconducir. Moisés se abandona a la obe-diencia de la fe (cfr. Rom 1,5; 16,26).Ahora ya sí podrá Dios comenzar a ilu-minarle sus planes de salvación (vv. 7-12) y su propio Nombre divino (vv. 13-14). «Para venir a lo que no sabes, hasde ir por donde no sabes» (San Juande la Cruz).

7-12: El envíoY de la experiencia de Dios arranca

la misión. Ya vimos en el capítulo 2cómo Moisés fracasó en su intentonaliberadora porque la había emprendidopor iniciativa propia. Ahora la empren-derá por iniciativa de Dios, que le en-vía. Y que le envía a partir de su en-

cuentro vivo con Él. Moisés irá en nom-bre del Dios vivo que ha salido a suencuentro. Sólo quien tiene experien-cia de Dios puede ser enviado en nom-bre de Dios. Sólo quien tiene experien-cia de Dios puede aportar de verdad alos hombres algo que transcienda lasfronteras de lo humano...

Ante todo, Dios hace a Moisés partí-cipe de sus planes: «He visto... he es-cuchado... conozco... He bajado paraliberarle de la mano de los egipcios...»Moisés es levantado al nivel de los de-signios de Dios. Ya no es Moisés el queve la situación penosa de sus herma-nos (Ex 2,11) y actúa en consecuencia.Es Dios el que ve la opresión de su pue-blo (Ex 3,7) y se hace cargo de ella; Moi-sés es llamado a entrar en la óptica deDios y sólo desde ella es enviado a ac-tuar.

Moisés es llamado a ser instrumentoy colaborador de Dios. Dios ha comen-zado a invadir su existencia y ésta yasólo podrá entenderse desde Él. Diosdice: «He bajado a librar a mi pueblo...»(v. 8) y a continuación añade: «Ve... paraque saques a mi pueblo...» (v. 10). Vaa asumir no sólo los planes, sino la ac-ción misma de Dios. Al «he bajado»de Dios corresponde el «ve» de Moi-sés. La acción de Dios se prolonga enla de Moisés, la dinamiza, la impulsa.

Pero Moisés no comprende tanto. Deahí su objeción: «¿Quién soy yo parair a Faraón y sacar de Egipto a los is-raelitas?» (v. 11). ¡Ya no es aquel Moi-sés que se creía capaz de librar a suhermano hebreo o de poner paz entresus hermanos! La expresión «¿quiénsoy yo?» denota un Moisés más realis-ta, más conocedor de sí mismo, que

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reconoce la absoluta desproporciónentre sus capacidades y la tarea que sele encomienda.

Sin embargo, Dios le responde: «Yoestaré contigo». Eso es todo. Esa essu seguridad y su garantía. Nada más...¡y nada menos! El yo pequeño e insig-nificante de Moisés es apoyado y sos-tenido por el Yo infinito de Dios. Sepuede decir que los dos están identifi-cados en un único «yo» que tiene lafuerza y el alcance del Yo divino. Aho-ra entendemos mejor el «Ve» o el «Yote envío» del versículo 10: Dios no leencarga esta misión como quedándosefuera; Dios va con él, de tal manera quelas acciones de Moisés serán sobrehu-manas, divinas; serán de Dios, de Diosen él, de Dios con él.

Es verdad que Dios le da una señal(«esta será para ti la señal de que yo teenvío») (v. 12), pero se trata de unaseñal futura, posterior a la realizaciónde la misión: «Cuando hayas sacado alpueblo de Egipto daréis culto a Diosen este monte». Es decir, Moisés debecaminar en fe. Su única seguridad esDios y su palabra. El signo vendrá des-pués. No se trata de ver signos paracreer, sino de creer para ver prodigios(cfr. Jn 2,23-25 y 4,46-53 comparadosentre sí).

Un último detalle: Dios baja para ha-cer subir. «He bajado para librarle de lamano de los egipcios y para subirle deesta tierra a una tierra buena y espacio-sa, a una tierra que mana leche y miel»(v. 8). Es típico de toda acción de Diosabajarse hasta el hombre para levantar-lo (Sal 113,5-8). Para ello es precisoliberar al hombre, pero con el fin delevantarlo hasta Él, de hacerle capaz de

darle culto (v. 12). Esta será la dinámi-ca de la encarnación: el Hijo de Diosse abaja hasta nuestra nada (Fil 2,6-7),pero ya no sube solo: levanta consigoa una multitud (cfr. Ef 4,8).

13-15: El nombre de DiosDios revela su nombre. No le basta

entrar en contacto con Moisés. Quiereademás dar a conocer algo de sí mis-mo. Es verdad que el hombre puedeconocer a Dios (Éx 33,20), en cuantoque Dios es absolutamente libre y so-berano y el hombre no puede estable-cer ningún control o dominio sobre Élconociendo su ser íntimo. Pero no esmenos cierto que uno de los presupues-tos fundamentales de toda la Biblia esque Dios se manifiesta a sí mismo yque el hombre puede conocer al me-nos algo de Dios.

En este sentido, una de las interpreta-ciones del nombre de Yahveh es que laexpresión «Soy el que Soy» es una es-pecie de evasiva. Dios es inefable. Lainfinita riqueza de su ser no puede serencerrada en un nombre. De ahí quede algún modo se niegue a responder ala petición de Moisés. «Soy el que Soy»remite al misterio de Dios, un misterioal que el hombre puede levemente aso-marse, pero no puede en absoluto ago-tar, ni menos dominar.

En el pasaje de Ex 33,18-23 Dios per-mite a Moisés ver sólo «sus espaldas»,pero no su rostro. Algo atisba de Dios,pero no puede comprender su plenitudinagotable. «De Dios sabemos más loque no es que lo que es» (Santo To-más de Aquino). Nuestra búsqueda deDios ha de ser insaciable, pero hemos

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de acercarnos a Él con los pies descal-zos, como Moisés, con inmenso res-peto a su misterio y con enorme humil-dad, reconociendo que Dios nos des-borda por todas partes, que muchas denuestras conceptualizaciones en reali-dad desfiguran y hasta profanan el mis-terio de Dios, que al hablar de Dios ode sus actuaciones casi siempre nosequivocamos. Como Job, deberíamosconcluir: «Era yo el que empañaba tusdesignios con razones sin sentido. Sí,he hablado de grandezas que no entien-do, de maravillas que me superan y queignoro... Te conocía sólo de oidas...Por eso me retracto y me arrepiento...»(Job 42,3-6).

Y sin embargo, algo podemos cono-cer. Dios revela su nombre «Yo soy elque Soy» puede significar también«Soy el que está» contigo (cfr. v. 12);el que está con vosotros. Siendo inac-cesible, inefable, incontrolable, Diosestá presente. Se niega a encerrarse enuna definición, pero se le percibe porsu presencia, y una presencia queacompaña, que guía, que sostiene. Elhombre no puede conocer la infinitatrascendencia del Dios tres veces san-to. Le basta conocer que está y queestará siempre. «Yo soy el que es y eray viene» (Ap 1,8). «Yo estoy con vo-sotros todos los días hasta el fin delmundo» (Mt 28,10).

Y «Soy el que Soy» puede significartambién «Soy el que seré»: es decir,Dios se irá dando a conocer no en unnombre abstracto, sino con las accio-nes maravillosas que irá realizando a lolargo de toda la historia del éxodo. Esahí donde el pueblo conocerá de ver-dad quién es su Dios (Éx 6,7), su ver-

dadera identidad, su «mano fuerte» (ex-presión que tanto se repetirá en los si-guientes capítulos). De hecho, en el fu-turo Dios se remitirá constantemente alos prodigios realizados para hacerseidentificar: «Yo, Yahveh, soy tu Dios,que te he sacado de Egipto, de la casade servidumbre» (Ex 20,2).

16-20: El plan de DiosEn estos versículos vemos cómo

Dios hace partícipe a Moisés de susplanes. Los versículos 16-17 (misiónconfiada a Moisés) repiten casi literal-mente los versículos 7-9 (designio deDios): enviado en nombre del Señor,Moisés es introducido en los planes deDios. La tarea que debe realizar no esde iniciativa suya y no puede ser lleva-da a cabo según unos planes propios.Dios trasforma a Moisés comunicán-dole sus propios planes.

Se diría que casi le detalla las etapasde su misión: «Reúne a los ancianosde Israel... diles... ellos escucharán tuvoz... irás con los ancianos de Israeldonde el rey de Egipto... le diréis...»Del principio al final se trata de realizarun plan que no es suyo. Le son indica-das las acciones que debe llevar a caboy las palabras que debe transmitir. Moi-sés es totalmente y solamente el envia-do de Dios, el profeta, el instrumento.

Pero lo que más llama la atención esque Dios le manifiesta incluso las difi-cultades que encontrará en su misión:«Ya sé yo que el rey de Egipto no osdejará ir...» Moisés queda así perfecta-mente equipado para su misión. Ni si-quiera las dificultades deberán sorpren-derle o desconcertarle. De antemano

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11Julio Alonso Ampuero

sabe que existirán. Y, lo que es más im-portante, sabe que Dios las tiene pre-vistas, que forman parte incluso de suplan, que no escapan de la omniscienciay de la omnipotencia del Señor. Dioscuenta con ellas para llevar a cabo suplan, que se realizará infaliblemente, irre-vocablemente: «Yo extenderé mi manoy heriré a Egipto con toda suerte deprodigios que obraré en medio de ellosy después os dejará salir». El plan deDios se realizará ciertamente, pero nopor el camino más recto... según la ló-gica humana.

21-22Chocan estos versículos que suenan

a venganza. Y sin embargo, nada tienende eso, pues son iniciativa y acción deDios mismo («Yo haré que este pueblohalle gracia...»). También forman partede su plan. En realidad están anuncian-do una de las características de la ac-ción de Dios que hace justicia volvien-do del revés las situaciones: «Derribadel trono a los poderosos y enaltece alos humildes. A los hambrientos loscolma de bienes y a los ricos los des-pide vacíos» (Lc 1,52-53). «Los últi-mos serán primeros y los primeros, se-rán últimos» (Mt 20,16).

Capítulo 4

Encontramos en este capítulo un Moi-sés muy cercano a nosotros. Ha reci-bido una misión de Dios. No puede te-ner dudas de que es Dios mismo quiense le ha aparecido en el Horeb. Hastacierto punto ha hecho suyos los planesde Dios. Y sin embargo, se resiste, poneobjeciones... Necesita dejarse conven-cer por Dios. Asistimos así a un pro-ceso de educación y transformación deMoisés por Dios.

1-9La primera dificultad que presenta es

la carencia de signos que prueben quees un enviado de Dios. Él está conven-cido de ello, pero ¿y la gente? «No vana creerme», objeta.

Dios accede a la petición de Moisésy le hace capaz de realizar tres signos.Son signos en el sentido más estricto.Mediante ellos se le concede a Moisésrealizar prodigios propios de Dios, queexceden las capacidades humanas. Así,Moisés es investido del poder de Dios.Recibe una participación del poder deDios. En adelante, irá en nombre deDios, con su misma autoridad, revesti-do de su capacidad de realizar prodi-gios extraordinarios. Cuando Dios dauna misión -la que sea- concede al mis-mo tiempo la capacidad y los donesnecesarios para realizarla...

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10-17La segunda objeción que presenta

Moisés es también muy razonable: «Nohe sido nunca un hombre de palabrafácil... sino que soy pesado de boca yde lengua». Dios le encarga hablar alFaraón, al pueblo, a los ancianos... ¡yes tartamudo!

Dios se remite a su omnipotenciacreadora: «¿Quién ha dado al hombrela boca?... ¿No soy yo, el Señor?». SiDios es el Creador de todo, el que daal hombre la boca y la capacidad dehablar, ¿no podrá transmitir su palabraa través de un hombre tartamudo?

Este «argumento» es tan definitivoque cuando Moisés vuelve a poner re-paros (v. 13), el texto sagrado nos dice:«Entonces se encendió la ira del Señorcontra Moisés» (v. 14). En efecto, ladificultad es real, pero quedarse dete-nido en ella es desconfiar del Señor yde su omnipotencia, capaz de suscitartodo de la nada.

De hecho, esta paradoja nos introdu-ce un poco más en el estilo de Dios: latartamudez de Moisés no sólo no esdificultad para que Dios realice su obra,sino que es más bien una condición ne-cesaria para la misma. Si Moisés hu-biera tenido un gran don de palabra,habría transmitido una palabra huma-na; siendo tartamudo, torpe de palabra,pesado de labios y de lengua, será ins-trumento adecuado para transmitir lapalabra divina. Así no podrá quedaroscurecido el mensaje divino con lu-ces humanas. Por la misma razón losgrandes instrumentos de Dios naceránde mujeres estériles o ancianas (Jue13,2ss; 1Sam 1; Gen 11,30; Lc 1,5ss).

Por la misma razón, el Hijo de Diosnacerá de una virgen (Lc 1,26ss).

Esto es lo que significan las palabrasque Dios le repite reiteradamente: «Yoestaré en tu boca». Moisés queda ex-propiado. Ha sido constituido profetay Dios ha tomado posesión de su len-guaje. Su palabra ya no será suya sinodel que le ha enviado (cfr. Jn 7,16). Notiene sentido pretender apoyarse endotes humanas. La seguridad provieneexclusivamente de su misión divina: «Yoestaré en tu boca».

Por lo demás, Dios mismo muestrala solución concreta a la dificultad deMoisés. Le da a su hermano Aaróncomo colaborador: «Él será tu boca».Si Dios es el que da al hombre la boca(v. 11), ahora le da a Moisés como bocaa su hermano Aarón. Moisés sigue sien-do el profeta, de forma irrevocable; yDios mismo provee a la dificultad paraserlo.

18-23Moisés vuelve a Egipto. Vuelve para

encontrar a sus hermanos. Pero ¡quédistinto es este Moisés del que tuvo quehuir! La experiencia del desierto le hadesposeído de sí mismo. Si vuelve aEgipto es porque Dios mismo le man-da (v. 19). Sólo va equipado con «elcayado de Dios» (v. 20), el que Diosmismo le ha entregado (v. 17) y quesimboliza la fuerza de la misión divina,y con un más adecuado conocimientode los planes de Dios (v. 21-23).

24-26Versículos difíciles y misteriosos.

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13Julio Alonso Ampuero

Partiendo del contexto en que se en-cuentran situados, podemos comentar-los así: lo mismo que Jacob (Gén32,25-33), Moisés lucha con Dios. Des-de su encuentro con Él en la zarza ar-diente, la historia de Moisés ha sido unalucha continua con el Señor. «Dios qui-so darle muerte»: en efecto, hemos asis-tido al proceso de aniquilación delMoisés autosuficiente y pagado de sí.Progresivamente Moisés ha sido trans-formado... Pero no sin lucha: hemosvisto sus resistencias. Por fin se ha de-jado vencer. Y ahora surge un Moisésnuevo, capaz de colaborar en los de-signios de Dios. La circuncisión sim-boliza un Moisés completamente a dis-posición del Señor... y la sangre es elsímbolo de la vida que hay que perderpara encontrarla...

Capítulo 5

En los capítulos 3 y 4 hemos vistoque Dios comenzaba a intervenir, perosólo en la persona de Moisés. Antes deactuar «públicamente» se ha dedicadoa preparar a su instrumento. Moisés no

una, sino cinco veces ha presentado di-ficultades y se ha resistido a la misiónque se le confiaba (3,11.13; 4,1.10.13):con ello queda muy de relieve que nova por iniciativa suya, por interés o in-clinación alguna personal. Moisés seresiste a hablar o actuar en nombre delSeñor. A diferencia de lo ocurrido en elcapítulo 2, si ahora se decide a actuarresulta claro que es porque «Dios seempeña».

Y, sin embargo, al menos de momen-to ésta misión no va a triunfar. Más aún,a lo largo del capítulo la situación iráempeorando...

1-14: Faraón contra YavehHasta ahora Dios no ha dado respues-

ta al clamor del pueblo en 2,23. Es ver-dad que le hemos visto intervenir pre-parando a Moisés, pero el pueblo si-gue bajo la opresión. ¿Defraudará elSeñor el grito de su pueblo?

En 4,27-31 por fin Moisés se poneen camino para realizar su misión: «Par-tió, pues...» (Ya antes le habíamos vis-to regresar a Egipto: 4,20). Y de mo-mento todo parece funcionar: encuen-tra a Aarón, le relata los planes que Diosle ha confiado; juntos van a los ancia-nos de Israel... y «el pueblo creyó, y aloir que el Señor había visitado a losisraelitas y había visto su aflicción, sepostraron y adoraron».

En los primeros versículos del capí-tulo V, Moisés y Aarón, van ante el Fa-raón. Pero la oposición de este a losplanes de ellos es total y absoluta; «Nodejaré salir a Israel». Más aún, puestoque la orden viene del Señor, es a Él a

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quien el Faraón se opone explícitamen-te, llegando a desafiarle: «¿Quién es elSeñor, para que yo escuche su voz ydeje salir a Israel? No conozco al Se-ñor» (v. 2).

La oposición a Dios que aparecía im-plícitamente en al actitud de Faráon enel capítulo 1, aquí se hace totalmenteexplícita. El pueblo pretende salir para«servir» a su Dios (v. 3). Pero él seafirma en que es a él a quien el puebloha de servir mediante trabajos cada vezmás opresivos (v. 4s).

La expresión «no conozco al Señor»se puede traducir por «no le reconoz-co», no le acepto, no me someto a Él,no quiero obecederle ni hacer caso desus palabras... Más aún, a las palabrasde Moisés y Aarón: «Así dice el Se-ñor, el Dios de Israel» (v. 1) se contra-ponen frontalmente las de los escribasy capataces: «Así dice el Faraón» (v.10). A una orden se opone otra. Es unreto formal, una guerra declarada. El Fa-raón, en su actitud despótica, se hacolocado en el lugar que correspondeal Señor y no está dispuesto a ceder.Se ha erigido en dueño y señor de sussemejantes, tiranizándolos y escla-vizándolos y planta cara a Dios.

¿Quién tendrá razón? Si Dios es ver-daderamente el Señor deberá demos-trarlo. Tendrá que responder a este reto.Ya no sólo tiene pendiente responderal clamor de los israelitas dirigiéndosea Él (2,23), sino también al desafío delFaraón. Y el caso es que el Faraón pa-rece vencer. Es su orden (vv. 10-11) laque comienza a ejecutarse, mientras quela de Dios (v. 1) parece haber caído enel vacío. El Faraón parece triunfar...

15-23: Contra toda esperanzaLa situación de los israelitas ha em-

peorado notablemente. En los vv. 1-14hemos asistido a un endurecimiento desu servidumbre. En los vv. 15-18, antelas protestas de los israelitas, el Faraónse afianza en su postura. La situaciónse recrudece. Y los hechos parecendarle la razón...

En consecuencia, todo se vuelve con-tra Moisés y Aarón. El pueblo habíadado fe a su palabra (4,31) como pala-bra del Señor. Ahora, en cambio, que-dan desacreditados ante el pueblo, puesles desacreditan los hechos. Más aún,les piden cuentas de su actuación, yaque su intervención ha causado un em-peoramiento de todo. Les hacen res-ponsables ante Dios mismo: «Que elSeñor os examine y os juzgue por ha-bernos hecho odiosos a Faraón y a sussiervos y haber puesto la espada en susmanos para matarnos» (v. 21).

Pero Moisés esta vez tiene certezaabsoluta de que no ha ido por iniciativapropia. Sabe que el responsable últimode la situación es Dios mismo. Por esoa Él se queja: «Señor ¿por qué maltra-tas a este pueblo? ¿Por qué me has en-viado? Pues desde que fui a Faraónpara hablarle en tu nombre está maltra-tando a este pueblo» (vv. 22-23).

La queja de Moisés es desinteresada:no protesta de que él haya fracasado,de que haya quedado mal ante el pue-blo... sino de que el pueblo es maltra-tado. Pero refleja una fe todavía imper-fecta: «Tú no haces nada por librarle».¿Acaso Dios no le había anunciado cla-ramente: «Ya sé yo que el rey de Egip-to no os dejará ir sino forzado por mano

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poderosa»? (3,19). No percibe queDios sí está «haciendo» pero segúnotros planes, según otra lógica. Aún noha entrado del todo en los planes deDios... y también este nuevo «fracaso»era necesario para completar su «edu-cación» como mensajero e instrumen-to el Señor.

En 6,1 Dios le responde: «Ahora ve-rás lo que voy a hacer con Faraón, por-que bajo fuerte mano tendrá que dejar-les partir...» «Verás»: se trata de algotodavía futuro, y por tanto un reclamoa la fe. Cuando a lo largo de todo elcapítulo hemos visto que el Faraóntriunfaba y los hechos parecían darle larazón, una nueva palabra de Dios pare-ce infundir nuevas esperanzas. Pero setrata sólo de una palabra; Faraón hamostrado hechos, Dios sólo una pala-bra. Es verdad que es una palabra quese remite a hechos (Dios viene a decir:«verás... los hechos hablarán»), peroestos hechos son todavía futuros. Porconsiguiente, todo queda como colga-do de esta palabra de Dios. Y a Moisésse le llama a agarrarse a ella, a fiarse deella, a pesar de los hechos que parecencontradecirla. Se le llama a ser plena-mente el hombre de la fe, a «esperarcontra toda esperanza» (cfr. Rom4,18)...

Capítulo 6

En el capítulo V hemos llegado a unasituación en extremo desconcertante.Todo parece derrumbarse. La misiónde Moisés parece fracasar. El puebloes maltratado con dureza. Dios mismoqueda mal, pues no cumple sus pro-mesas...

Sin embargo, el versículo 1 del capí-tulo 6 recalca que el plan de Dios sigueen pie. Dios no se inmuta ni descon-cierta por la situación creada. Por elcontrario, este empeoramiento de lascircunstancias estaba previsto por Él(3,19). El plan de Dios se realizaráinfaliblemente. «El Señor deshace losplanes de las naciones, frustra los pro-yectos de los pueblos, pero el plan delSeñor subsiste por siempre, los pro-yectos de su corazón, de edad enedad» (Sal 32,10-11). Dios no se equi-voca, su plan se cumple siempre; so-mos nosotros quienes hemos de ade-cuar nuestro plan al suyo: «Mis planesno son vuestros planes, mis caminosno son vuestros caminos; como se le-vanta el cielo sobre la tierra, así miscaminos son más altos que los vues-tros, mis planes que vuestros planes»(Is 55,8-9).

2-13: A pesar de todo y de todosEn estos versículos asistimos a una

renovación de la vocación de Moisés.La situación creada en el capítulo ante-

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rior había dejado todo como detenido,paralizado. Se hace necesario que Diosretome la iniciativa. No sólo que reafir-me su plan (v. 1), sino que ponga todoen marcha de nuevo. Por eso vuelve allamar a Moisés, le repite su misión, leda sus órdenes... Con ello quedará pa-tente que Dios va a realiazar la salva-ción de su pueblo a pesar de todo y detodos. Sacará adelante su plan a pesarde la obstinación de Faraón, a pesar dela incredulidad del pueblo, a pesar delos desfallecimientos de Moisés...

Con ello se pondrá sobre todo de re-lieve que Él es el Señor. Esto es preci-samente lo que había quedado en en-tredicho en el capítulo anterior. Dioshabía revelado su nombre de «el Se-ñor» (3,14-15) y había prometido enconsecuencia liberar a su pueblo; perolas palabras de Faráon en Ex 5,2(«¿Quién es el Señor...? No reconozcoal Señor ni dejaré salir a Israel») pare-cía desmentir la presentación del Se-ñor de Israel, que tiene ante sí el retode demostrar que es «el Señor». Poreso, en estos breves versículos reafir-mará (nada menos que cuatro veces:vv. 2.6.7.8) que es «el Señor»: Nadaescapa de su control, ni las dificulta-des, ni las demoras, ni las aparentescontradicciones... Dios domina y con-duce la historia hasta en sus más mi-núsculos detalles y en sus acontecimien-tos más insignificantes. Es el Señor dela historia.

«He recordado mi alianza» (v. 5).Dios es siempre libre en su actuar. Sinembargo, libremente, ha querido ligar-se. Con los patriarcas establece su alian-za (v. 4) y ha quedado obligado. PeroDios es fiel (1Cor 1,9). Cumple siem-

pre sus promesas. Por otro lado, no esolvidadizo: Recuerda su alianza. Loshombres seremos infieles, pero El «per-manece fiel» (2Tim 3,13). Los hombrespodremos olvidarnos, pero El recuer-da siempre su alianza (Sal 105,8-9). Poreso aquí encontraremos un motivo per-manente para la esperanza, sobre todoen medio de las dificultades, como loencontraba el pueblo de Israel en lassituaciones calamitosas: «Recuerda tualianza ...» (Sal 74,20).

«Yo os haré mi pueblo, y seré vues-tro Dios». Fórmula de alianza emplea-da para subrayar que Israel ha sido ele-gido por Dios para entrar en una rela-ción nueva con Él. Dios le toma comocosa suya, como «propiedad personal»(19,5). Tenemos aquí una de las clavesde la acción de Dios. Si Él libera a Is-rael es ciertamente por amor (Dt 7,7-8), pero la libertad no es un fin en símisma: Está orientada a ser del Señor,a pertenecerle, a vivir en su intimidad.En adelante Israel deberá encontrar suseguridad y su gozo únicamente en ser«el pueblo del Señor».

«Sabréis que yo soy el Señor...» Sihay una certerza que atraviesa toda laBiblia, ésta es el hecho de que Dios esun Dios vivo, presente y activo. Se leconoce -y se le reconoce- en las obrasmaravillosas que realiza. Lo mismo quea una persona humana la conocemosen su obrar, así también a Dios le co-nocemos por el calibre de sus accio-nes. Este es el verdadero «conocimien-to» de Dios: No el teórico y frío queproporciona un libro, sino el conoci-miento vital y experimental de Dios ensu actuar en nosotros y en el mundo.Un actuar que también para nosotros

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consiste en liberarnos de la esclavitude introducirnos en su alianza, en su inti-midad.

Sin embargo, después de esta reite-ración de la llamada de Moisés, la si-tuación permanece igual: los israelitasno le escuchan (v. 9), con mayor moti-vo tampoco Faraón le hará caso (v. 12),el propio Moisés experimenta el des-aliento (v. 12)... Todo permanece col-gado exclusivamente de la palabra delSeñor, de sus «órdenes» (v. 13). Peroesto es precisamente lo que está porverificar: ¿Se cumplirán estas palabras?,¿serán eficaces estas órdenes?

14-27: GenealogíaLa genealogía presenta a un Moisés

profundamente radicado en la historiade su pueblo y formando plenamenteparte de ella. Un Moisés que forma par-te de una familia que habiendo sidomaldecida a causa de un crimen de an-tepasados (Gn 34,25-29; 49,5-7) hasido, sin embargo, llamada por elec-ción divina a ser la tribu «santa» porexcelencia, el bien particular de Dios,para la función más santa en la comu-nidad de la alianza (Éx 32,26-29; Dt33,8-11; Núm 3,6-13; 8,14-19). UnMoisés que ha sido elegido como ins-trumento de la salvación de Dios a pe-sar de sus vacilaciones (vv. 12 y 30)...

Capítulos 7-11

Las plagas

PremisaEste relato impresionante suele ser

leído por muchos con más curiosidadque otra cosa. A lo más que se llega esa formular la típica pregunta: «Pero¿todo esto sucedió realmente así, al piede la letra?». Esta visión pierde de vis-ta lo más importante: el mensaje reli-gioso que estos textos sagrados trans-miten.

La verdad es que al autor sagrado -ya los israelitas con él- no les interesabatanto la crónica detallada de lo que su-cedió cuanto la enseñanaza, el sentidode esos hechos. Se trata de una lecturasagrada, creyente, de los acontecimien-tos. La mirada de fe taladra la materiali-dad de los hechos para descubrir enellos la presencia y la intervención delSeñor de la historia que actúa en favorde su pueblo.

Pues bien, ésta ha de ser tambiénnuestra perspectiva. Mientras nos que-demos en la curiosidad de cómo suce-dió aquello, no entenderemos nada. Espreciso dejarse guiar por el texto sa-grado en esa mirada de fe que detectala acción del Señor. Es preciso escu-driñar (Sal 111,2) el mensaje religiosoque los textos encierran y dejarse ilu-

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minar por su esplendor deslumbrante.Precisamente en esta perspectiva la

palabra de Dios se convierte en «lám-para para nuestros pasos» (Sal119,105), pues nos enseña a leer nues-tra propia vida y los acontecimientosde la historia desde esta clave de fe.Pues es cierto que lo que sucede sepuede interpretar desde muchas claves(psicológica, sociólogica, económi-ca...), pero al creyente le interesa sobretodo la clave de fe. Ella nos enseña elsentido último de los acontecimientos,su significado a la luz de Dios, dentrode su plan de salvación.

Así leído, descubrimos que todo loque sucede en nuestra vida o en la his-toria del mundo, conlleva un mensajede Dios para nosotros. Son los signosde Dios en el tiempo. Dios nos hablaen los acontecimeintos y a través deellos. Más aún, nos interpela, provo-cando en nosotros una respuesta. Heaquí cómo la Biblia se convierte enmaestra de la vida, en guía para nues-tro camino.

De la servidumbre al servicioEste es el título de un famoso co-

mentario del libro del Exodo, y da cier-tamente una de sus claves. Es sobretodo una de las claves del relato de lasplagas. En efecto, estas claves las des-cubrimos en los estribillos que van re-pitiéndose a lo largo del relato. Y unode esos estribillos es éste: «Deja salir ami pueblo para que me dé culto» (7,16.26; 8,4.16.23; 9,1.13; 10,3.24).

Por lo demás, este tema ya lo había-mos encontrado antes del relato de lasplagas (3,12.18; 5,1) y nos da el senti-

do y la finalidad de la liberación queDios va a realizar en favor de su pue-blo.

Ante todo, es preciso notar que la pa-labra que se suele traducir por «dar cul-to» es literalmente «servir». «Servir aDios» es una fórmula muy frecuente enla Biblia que significa «darle culto en laliturgia» (Ex 10,26; 12,25-26; 13,5 etc.),pero también indica un compromiso delhombre en todas las acciones de la vida,hasta el punto de que en el libro delDeuteronomio «servir a Dios» es pre-cisamente sinónimo de «temerle»,«amarle», «obedecerle», «seguirle»«con todo el corazón» (Dt 6,13; 10,13.20; 28,47-48). Así, el «servicio de Dios»es un conjunto de disposiciones delcorazón y del espíritu, de todo el hom-bre, una actitud y una vida animada poruna fe profunda que encuentra su ex-presión más alta y más elocuente en elculto, pero que compromete la existen-cia entera en el don de sí, la dedicacióna Dios, la obediencia a Dios, la fideli-dad a Él y el cumplimiento de sus man-damientos.

Pues bien, la acción liberadora deDios para con su pueblo tiene este fin.La liberación no es un fin en sí misma.Su fin es servir al Señor. Se puede de-cir que la libertad no es un valor abso-luto. La liberación «de» algo produceuna situación de libertad; pero esta li-bertad no es un fin en sí misma: es li-bertad «para» algo.

En el fondo, Israel, lo único que hacees cambiar de dueño. Del dominio delFaraón, que esclaviza, oprime y degra-da, al dominio del Señor, que libera ydignifica. De la servidumbre impuesta

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tiránicamente al servicio voluntario ygozoso.

Importante esta enseñanza del librodel Exodo. Sobre todo en un mundoque tanto cacarea la palabra libertad.Una libertad que no conduce al servi-cio de Dios (y de los hombres) acabaen la mayor de las esclavitudes: hace alhombre presa de sus propios egoismos.Sólo en el servicio –que es entrega ydonación de sí– a Dios y a los hom-bres puede el hombre realizarse comohombre.

El Nuevo Testamento lo explicitaráaún más: «Erais esclavos del pecado...Pero al presente, libres del pecado yesclavos de Dios, fructificáis para lasantidad, y el fin es la vida eterna...»(Rom 6,20-23 y todo el capítulo). «Nin-guno vive para sí mismo y ningunomuere para sí mismo. Si vivimos, vivi-mos para el Señor. Si morimos,morimos para el Señor. Ya vivamos, yamuramos, del Señor somos. Para estomurió y resucitó Cristo, para ser Señorde vivos y muertos» (Rom 14,7-9).«Para ser libres nos libertó Cristo. Man-teneos, pues, firmes y no os dejéis opri-mir nuevamente bajo el yugo de la es-clavitud» (Gal 5,1). «Habéis sido lla-mados a la libertad; sólo que no toméisde esa libertad pretexto para la carne;antes al contrario, servíos por amor losunos a los otros» (Gal 5,13).

«Sabrán que soy el Señor»Ya en Ex 6,7 habíamos encontrado

esta expresión: «Sabréis que Yo soy elSeñor, vuestro Dios, que os sacaré de

la esclavitud de Egipto». Pero en estetexto se refería al pueblo de Israel. Sinembargo, en el relato de las plagas laexpresión se refiere al Faraón y al pue-blo de Egipto.

Leemos ya al inicio del capítulo 7:«Los egipcios reconocerán que Yo soyel Señor, cuando extienda mi mano so-bre Egipto y saque de en medio de ellosa los hijos de Israel» (7,5). Y el estribi-llo se repertirá varias veces a lo largodel relato de las plagas (Ex 7,17; 8,18;10,2).

En efecto, encontramos en estas pa-labras otra de las claves del relato delas plagas. Dios tiene pendiente respon-der al desafío lanzado por el Faraón:«¿Quién es el Señor para que yo escu-che su voz y deje salir a Israel? No co-nozco al Señor ni dejaré salir a Israel»(Ex 5,2). Dios tiene que demostrar queexiste, y que actúa, y que tiene poder.Está en juego su gloria, su honor (cfr.Is 42,8; 48,11: «Yo soy el Señor, y migloria no la cedo a nadie»).

Pues bien, ésta es una de las finalida-des de las plagas: Dios debe hacersereconocer como Señor. Hasta ahorasólo ha habido palabras, las que Él hadirigido al Faraón a través de Moisés.Pero las palabras no bastan. Deben ha-blar los hechos. Sólo ellos podrán de-mostrar realmente y eficazmente que laspretensiones de Dios son justas.

Esto nos lo atestiguan las palabras quela Biblia usa para designar estas accio-nes de Dios: signos y prodigios (Éx3,20; 4,21; 7,3 etc). La palabra que setraduce por «prodigios» significa algosorprendente, no corriente, que es a la

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vez una advertencia, un presagio. Y laque se traduce por «signos» designamuchas veces en la Biblia algo que re-vela la presencia y la acción de Dios;es lo que permite reconocer a alguien oalgo.

De hecho, las tres primeras plagasmanifiestan que el Señor existe y mues-tra su poder en Egipto (Ex 7,17; 8,6),que tiene poder sobre el Nilo y sobre elsuelo de Egipto (incluso los magos aca-ban reconociendo el poder de Dios: Ex8,15). La segunda serie (4, 5 y 6) de-muestra el poder de Dios sobre la vidahumana y animal: Dios es el Señor dela vida y de la muerte (en la 6ª plaga losmismos magos son heridos y debendesaparecer: la sabiduría de Egipto nopuede nada contra Dios y los que de-ben defender a su país contra las fuer-zas de la muerte están ellos mismos bajoel poder de la enfermedad y la muerte).Finalmente, el carácter único de las pla-gas 7, 8 y 9 (Ex 9,18.24; 10,6.14.23).

Muestra el carácter único de su au-tor, el Señor de Israel (Ex 9,14.16.29;10,2): Dios es el único Señor del uni-verso (Ex 9,29) y su poder es único,sin parangón (Ex 9,14.16); incluso al-gunos egipcios escuchan a Moisés másque al Faraón, porque «temen al Se-ñor» (Ex 9,20-21), y le aconsejan alFaraón ceder (Ex 10,7).

Por consiguiente, Dios se hace co-nocer con este elocuente lenguaje delos hechos. Demuestra que no hay na-die comparable a Él (Ex 8,6; 9,14), que«su brazo» es invencible (Ex 7,5; 9,3).Los hechos han hablado. Dios ha reve-lado claramente quién es. Los israelitas(Ex 6,7) y los egipcios (Ex 7,5) han

podido conocer por experiencia sugrandeza, su poder, su señorío. Y esque cuando Dios actúa no se queda endircursos vacíos, sino que demuestrael esplendoroso poder de su Espíritu(cfr. 1Cor 2,4)...

Una llamada a la conversiónSin embargo, hay más. Dios se da a

conocer mediante signos y prodigiosque permiten experimentar su presen-cia y su poder. Pero ya vimos en Ex5,2 que las palabras del Faraón «no co-nozco al Señor» no significan «no ten-go noticia de Él», sino «no quiero re-conocerle a Él, no le reconozco poderalguno sobre mí». Pues bien, de igualmanera la fórmula «conocerán que soyel Señor» significa «me reconoceráncomo el único y verdadero Señor, sesometerán a mí». Mediante las plagasDios no sólo busca manifestar quiénes y ser conocido, sino ser reconocidoy aceptado conforme a lo que es. Si esel Señor debe ser reconocido comoSeñor y el hombre debe relacionarsecon Él como Señor y actuar en conse-cuencia.

Con otras palabras, las plagas sontambién una llamada a la conversión.Lo ponen de relieve –como hemos vis-to– los términos usados: «prodigios»(algo sorprendente que sirve de adver-tencia) y «signos» (lo que permite co-nocer y detectar a alguien o algo). Y lopone de relieve todo el relato.

En efecto, lo mismo que en los pro-fetas, las plagas constituyen la «lec-ción» de los hechos. Es significativo,por ejemplo, el texto de Amós 4,6-12;Dios ha enviado diversas plagas a su

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pueblo (carestía, sequía, peste, incen-dio...), pero después de cada plaga ter-mina: «Pero vosotros no habéis vueltoa mí»: los israelitas, dice el profeta,deberían haber «comprendido» el len-guaje de Dios en aquellos acontecimien-tos, que son signos, advertencias, «lec-ciones». Pero como no se han conver-tido, sino que se han endurecido, de-ben prepararse para el castigo.

Pues bien, en el relato Ex 7-11 losinfortunios del país de Egipto han deser comprendidos como mensaje deDios que invita a cambiar de actitud, areconocer que Él es efectivamente elSeñor. De hecho, vemos que algunosegipcios captan este mensaje y llegan a«temer el Señor» (Ex 9,20), con el pro-fundo sentido religioso de esta expre-sión que es un verdadero reconocimien-to del señorío de Dios y una sumisióna sus planes expresados en su palabra.Incluso los magos llegan a reconocersu poder: «Es el el dedo de Dios» (Ex8,15), expresión que significa que esasacciones son humanamente inexplica-bles y han de ser atribuidas a Dios.

Pero el que, como el Faraón, no quie-re reconocer a Dios (Ex 5,2) y no leteme (Ex 9,30), porque «endurece sucorazón» (Ex 8,15), tendrá que reco-nocerle a la fuerza, en el castigo decisi-vo (cap. 14), pero ya demasiado tardepara él.

En efecto, Dios no sólo quiere «ven-cer», sino ser reconocido, incluso porlos adversarios («sabrán los egipciosque yo soy el Señor»). Los que lo re-conozcan y lo acepten experimentaránsu salvación; los que no hagan caso desu palabra y rehusen someterse experi-mentarán que la situación se hace más

dura y el castigo más intenso (en el len-guaje de Am 4,12; 5,16-18 tendrán que«prepararse a encontrar a Dios» en ca-tástrofes decisivas).

Esto es lo que ponen de relieve lasplagas 9 y 10. La oposición luz-tinie-blas en la plaga 9 es un signo claro deljuicio que viene: luz, vida para Israel(Ex 10,23b), y las tinieblas, muerte paraEgipto (cfr. los presentimientos de lossiervos del Faraón en Ex 10,7 y del pro-pio Faraón en Ex 10,17). La obstina-ción del Faraón en no reconocer al Se-ñor y el rechazo de los signos que Diosle va poniendo delante le colocan cadavez más del lado de la muerte. Sigueempeñado en autoafirmarse como due-ño y señor y se hunde en la mentira yen el fracaso total. No reconoce la rea-lidad: sólo Dios es el Señor y a Él hayque someterse acatando su poder so-berano. La ruptura del diálogo entreFaraón y Moisés (Ex 11,8.10) significala ruptura del diálogo entre Faraón yDios, y con ello Faraón entra de unamanera consciente y deliberada en elmundo de la muerte, significada por lamuerte de los primogénitos y el «granalarido» (Ex 11,6).

El endurecimiento del FaraónFrente a esta llamada a cambiar de

actitud, a reconocer a Dios como Se-ñor, a someterse a Él y a no erigirse así mismo en «dios», Faraón se obsti-na. Lejos de reconocer su condiciónde criatura, pequeña y frágil, «plantacara» a Dios. No hace caso del lengua-je de los hechos, que va poniendo derelieve de forma cada vez más evidenteque Dios es el único Dueño y Señor detodos y de todo.

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Esto es lo que pone de relieve el es-tribillo ampliamente repetido «el Faraónendureció su corazón» (Ex 7,13.14.22;8,11.15.28; 9,7.35). El «corazón entien-de» (Dt 29,3; Is 6,10); es la sede de lossentimientos, pero sobre todo de lasdecisiones. Por consiguiente, al decirque «Faraón endureció el corazón» laBiblia está afirmando una opción per-sonal plenamente consciente y volun-taria. El propio Faraón es el sujeto deesta obstinación. En los diversos «sig-nos» (las plagas) ha tenido otras tantasoportunidades de reconocer sus lími-tes y aceptar el señorío de Dios. Sinembargo, deliberadamente se ha idoafianzando en el rechazo de Dios.

El desenlace final (c. 14) no será uncastigo arbitrario o vengativo de Dioscontra el Faraón. Será más bien la con-secuencia lógica e inevitable de la pos-tura que él ha tomado y mantenido. Susoberbia y autosuficiencia le han cega-do y se niega a aceptar la realidad delas cosas. Al rechazar a Dios y sus re-petidos mensajes, él mismo se encierraen el reino de la muerte de manera cadavez más obstinada hasta que su situa-ción se haga irreversible.

En este sentido, el Faraón aparececomo símbolo de los poderes del mun-do que se yerguen contra Dios. Ayercomo hoy, estos poderes han negadoal Señor y han pretendido quitarle deen medio usurpando su puesto. Es lapostura de Satanás (a quien la Escritu-ra designa como «el Adversario», Job1,6; Ap 12,10, y el «Príncipe de estemundo», Jn 12,31) y de sus secuaces.Su actitud insolente, endurecida, calcu-ladora, sorda a las advertencias de

Dios, no impedirá que antes o despuésse ponga de relieve su absoluta incon-sistencia y lo infundado de sus preten-siones. Su ruina definitiva resaltará elpoder absoluto y soberano del únicoSeñor (cfr. 2Tes 2,3-8; Ap 13,1-10;19,11-21). La historia antigua y recien-te lo demuestra...

Sin embargo, lo que más sorprendeen el asunto del endurecimiento del Fa-raón es que en otro buen número detextos (Ex 4,21; 7,3; 9,12; 10,1.20.27;11,10; 14,17) se atribuye a Dios: «elSeñor endureció el corazón de Faraón».Con ello no se quita nada a la libertaddel Faraón (que como hemos visto,queda claramente subrayada), pero sepone de relieve otro aspecto del miste-rio: el Señor no es ajeno a este endure-cimiento.

La Biblia nos dice que sólo Dios tie-ne acceso al corazón del hombre paraconocerlo e influir en él (Jr 17,9-10).Afirmar que «el Señor endureció el co-razón del Faraón» significa no sólo queDios ha previsto su rechazo (Ex 3,19)sino que Dios manda incluso en el co-razón del Faraón cuando éste le recha-za. El Señorío de Dios es absoluto.Todo sucede según sus previsiones.Nada escapa a su omnisciencia y a suomnipotencia. Para Él no hay sorpre-sa. El mismo rechazo del Faraón for-ma parte de su plan, está bajo el domi-nio de su soberanía absoluta de Señorde la historia.

Con ello el texto bíblico toca el mis-terio de la relación entre la acción deDios y la del hombre. Llega hasta don-de se puede llegar. Dice lo más que sepuede decir. Pero subrayando la acción

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de Dios. Evidentemente hay que excluirque Dios sea «causa» del mal, que Élprovoque el rechazo del Faraón. Perola Biblia afirma hasta el máximo la in-tervención de Dios. Nosotros nos asus-tamos en seguida porque parece queeso anula la libertad del hombre. Hayque partir de que se trata de un miste-rio, que no podemos comprender –ymenos expresar– adecuadamente. Perosi hay peligro de hablar de modo queparezca anulada la libertad del hombre,no es menor el peligro de minimizar laacción de Dios, reduciéndole a meroespectador de las decisiones y actua-ciones de los hombres. Espontánea-mente nos parece que si el hombre eslibre Dios no debe intervenir y que siinterviene bloquea la libertad del hom-bre. Sin embargo, la realidad es queDios interviene en el decidir y en el ac-tuar del hombre... sin violentar su liber-tad. ¿Cómo? Ahí está precisamente elmisterio.

Por lo demás, el texto bíblico indicaque este endurecimiento del Faraón tie-ne una función en el plan de Dios: «Mul-tiplicaré mis señales y prodigios en elpaís de Egipto» (Ex 7,3). O como dirámás explícitamente en el momento dela partida: «Yo manifestaré mi gloria acosta de Faraón y de todo su ejército»(Ex 14,4). Los obstáculos, y de modoparticular esta pertinaz resistencia delFaraón, van a permitir que el Señor ma-nifieste más patentemente su gloria, esdecir, su calidad de Dios. A mayoresdificultades, mayores prodigios realiza-rá, unos prodigios caracterizados porser propios y exclusivos de Dios. Losobstáculos no sólo están «permitidos»por Dios, sino que forman parte positi-

va de su plan. Dios cuenta positivamentecon ellos dentro de su plan total y dehecho van a ser la ocasión de que Dios,manifieste más nítidamente su gloria.Del mismo modo, San Pablo subrayaque el pecado de Adán y sus conse-cuencias han sido la ocasión para queel nuevo Adán, Cristo, manifestase máselocuente y palpablemente su grande-za, su poder, su misericordia (Rom5,12-21).

La palabra del Señor se cumpleOtro de los estribillos que se repiten

en la historia de las plagas es que todosucede «como había dicho el Señor»(Ex 7,13.22; 8,11.15; 9,12.35). Y tam-bién: «Cumplió el Señor su palabra»(Ex 9,6).

En efecto, la resistencia del Faraónno sólo había puesto en duda el podery el Señorío de Dios, sino su veraci-dad y su fidelidad. Sus reiteradas pro-mesas a Moisés en los capítulos 3-6,¿caerán en el vacío?

El relato de las plagas nos muestraque la palabra del Señor se cumple siem-pre. Como dirá Jos 21,45: «No fallóuna sola de todas las espléndidas pro-mesas que el Señor había hecho a lacasa de Israel. Todo se cumplió». Dioses infinitamente veraz y absolutamentefiel a la palabra dada. Su palabra, quees expresión de sus planes, se cumplesiempre (Is 40,8). Al Señor no se lepuede achacar que una cosa es lo quedice y otra lo que hace (cfr. Mt 23,3).En frase feliz de Santa Teresa, «su que-rer es obra». Su palabra se cumplesiempre. Más aún, no puede dejar decumplirse; no sólo porque es fiel a sí

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mismo, sino porque siendo su palabraparticipación y expresión de su poderinfinito, esta palabra es infinitamenteeficaz: «Como bajan la lluvia y la nievedel cielo y no vuelven allá sino despuésde empapar la tierra, de fecundarla yhacerla germinar, así será mi palabra,que sale de mi boca: no volverá a mívacía, sino que hará mi voluntad y cum-plirá mi encargo» (Is 55,10-11). Vale lapena fiarse del Señor y de su palabra...

Un Dios providenteAhora al final de este comentario de

las plagas, estamos en mejores condi-ciones de afrontar la cuestión de suhistoricidad. Nunca sabremos conexactitud lo que pasó (y lo mismo po-demos decir de la «salida» de Egipto,del paso del Mar Rojo...) No nos hanquedado filmados estos acontecimien-tos. Pero tampoco hacía falta.

Ya hemos indicado que al autor sa-grado le interesa la perspectiva de Dios,la lectura creyente de los acontecimien-tos. Pues bien, los estudiosos suelendecir que la mayoría de estos prodi-gios o plagas eran fenómenos natura-les conocidos sobradamente en Egipto(sólo el granizo parece raro en Egipto).Por tanto, no hay que pensar en mila-gros en sentido estricto. Pero tampocoeso quiere decir que estos hechos seaninventados por los autores sagrados oartificialmente atribuídos a Dios.

Se trata más bien de otra cosa. Lasplagas son intervenciones reales deDios. Pero no aparatosas. Forman par-te de su providencia ordinaria. Lo cuales muy iluminador para nosotros. Por-

que también aquí –como en el tema dela acción de Dios y la libertad del hom-bre– tendemos a separar y a contrapo-ner. Parece que si son fenómenos na-turales, originados según determinadasleyes físicas, ahí Dios no interviene. Sinembargo, las cosas son muy distintas,y el pueblo de Israel lo captaba perfec-tamente. La mirada de fe les llevaba apenetrar los hechos «naturales» paradetectar una presencia oculta e invisi-ble: la de un Dios que guía y gobiernatodo, y no aparatosamente, sino segúnlas leyes y los ritmos que Él mismo haestablecido. Pero no se desentiende desu creación, ni de su pueblo, sino queactúa realmente, eficazmente, discreta-mente, de una manera que sólo descu-bre el que mira las cosas con fe.

En esos fenómenos «naturales» en-cadenados, el pueblo de Israel ha sabi-do descubrir «la mano del Señor» queactuaba en favor suyo. Ha reconocidola acción de un Dios providente quevela amorosamente por su pueblo. «Sa-bemos que en todas las cosas intervie-ne Dios para bien de los que le aman,de aquellos que han sido llamados se-gún su designio» (Rom 8,28). ¡Magní-fica lección para nuestra mentalidad tannaturalista y secularizada!

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Capítulos 12-13

La Pascua

A nuestra mentalidad le choca que lanarración se interrumpa de repente –ymás en el momento culminante de rela-to– para introducir una serie de nor-mas y prescripciones de tipo litúrgico.Sin embargo, para la mentalidad de losautores sagrados tienen un significadoprofundo: subraya la importancia delmomento. Lejos de desviar la atenciónde los acontecimientos que se nos vannarrando, la acentúa, al hacer de estemomento una celebración litúrgica, yuna celebración para todas las genera-ciones del pueblo de Israel.

La acción se ralentiza y el aconteci-miento de la liberación y de la salida deEgipto se engrandece hasta alcanzarunas dimensiones universales, por en-cima de las contingencias de la histo-ria. Es un acontecimiento que no perte-nece sólo al pasado, sino también alpresente, «para todas las generacio-nes»; por eso usa el lenguaje de la litur-gia. Es un acontecimiento que tiene con-secuencias para la historia de Israel hastael fin de los tiempos.

Veamos algunas claves de estos ca-pítulos:

«Pascua»En Exodo 12,11 se dice: «Es la Pas-

cua del Señor». Y en el versículo si-guiente lo explica: «Yo pasaré esta no-che por la tierra de Egipto... y me to-maré justicia... Yo, el Señor». Por tan-to, la Pascua está constituida por el pasodel Señor. El pasa salvando. Pasa «ha-ciendo justicia». Pasa liberando. Al pa-sar El, hace pasar a los suyos de la es-clavitud a la libertad, de la muerte a lavida (Ex 12,37-42).

Para nosotros cristianos, Cristo mis-mo es nuestra pascua (1Cor 5,7). EnEl Dios ha pasado por el mundo ha-ciendo el bien y curando a los oprimi-dos por el Diablo (Hb 10,38). El mis-mo ha vivido su Pascua pasando deeste mundo –la condición terrena– alPadre –la condición gloriosa– (Jn13,1). Así se ha convertido para noso-tros en víctima pascual («nuestra pas-cua ha sido inmolada», 1Cor. 5,7) y deese modo nos ha pasado a nosotrosdel dominio de las tinieblas a su propioreino de luz (Col 1,13).

Pero la expresión de Ex 12,11 se pue-de traducir también: es «pascua para elSeñor», «pascua consagrada al Señor»:es una celebración de fe en honor delDios que se ha revelado y ha salvadoen la historia (cfr. 12, 21-27). Celebrarla Pascua es una respuesta a la accióndel Señor. La liturgia es reconocer yagradecer las intervenciones de Dios ennuestro favor.

Además, el paso del Señor es un pasode juicio (Ex 12,12; cfr. novena plaga):castigo para los que le han rechazado

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como Señor, salvación para los que leacogen. Siempre es así. La venida o elpaso del Señor no deja las cosas igual.El viene a salvar, pero a la vez a mos-trar su señorío, que exige acatamientoy sumisión. En este sentido no cabe«neutralidad». Permanecer indiferenteses en realidad rechazarle. «O conmigoo contra mí» (Mt 12,30).

A este respecto resulta significativa yprofética la expresión de Ex 12,13: «Lasangre será vuestra señal». Las casasde los israelitas, marcadas por la san-gre de la Pascua, quedan libres de laacción del Exterminador; no sufren nin-gún mal o castigo. La marca de la san-gre es liberadora. «La sangre será vues-tra señal»: esta expresión cobra plenosignificado en nosotros cristianos. He-mos sido lavados en la sangre del Cor-dero (Ap 7,14; 5,9). Esta es nuestraseñal, nuestro signo distintivo. Es la san-gre de Cristo, verdadera víctimapascual, la que nos salva. Gracias a ellaDios pronuncia sobre nosotros su jui-cio de misericordia (Rom 3,24-25).Gracias a ella vencemos al Maligno (Ap12,11). Verdaderamente, la sangre esnuestra señal.

«Memorial» (Ex 12,14)Se trata de un «recuerdo» que no

consiste sólo en referirse al pasado conel espíritu, sino en realizar una acciónque hace presente y actual la realidadrecordada. Con toda verdad podrán re-petir las generaciones futuras: «Esto escon motivo de lo que hizo conmigo elSeñor cuando salí de Egipto. Y esto teservirá de señal... porque con manofuerte te sacó el Señor de Egipto» (Ex13,8-7).

En cada celebración anual el rito depascua hará actual y eficaz el aconteci-miento representado: lo que Dios hizoen favor de su pueblo liberándolo delyugo de Egipto lo hace cada vez quese realiza la celebración ritual de la pas-cua liberando de sus servidumbres alos que en ella participan. Así, de Pas-cua en Pascua la gracia se renueva ha-ciendo al pueblo más libre para serviral propio Señor y alcanzar la salvaciónque está en el designio de Dios. Me-diante la liturgia, el único acontecimientode la liberación se hace presente, supe-rando los límites del tiempo, a lo largode toda la historia de Israel.

Este es el sentido que para nosotroscristianos tiene la Eucaristía y toda ce-lebración litúrgica. No se trata de algoque nosotros hacemos, sino que me-diante la acción litúrgica entramos encontacto con el único acontecimientosalvador (la muerte y resurrección deCristo) y recibimos sus frutos. En laEucaristía asistimos al sacrificio mis-mo del Calvario, tocamos al Resucita-do... En ella es el Señor mismo quienpasa salvando... Cuando alguien bauti-za, Cristo es quien bautiza...

Servir, festejar, sacrificarYa hemos visto cómo una de las cla-

ves de todo el libro del Exodo es queel pueblo es liberado para servir al Se-ñor. Pues bien, ahora por primera vezel pueblo puede servir al Señor (Ex12,25-26.31; 13,5) dándole culto en laliturgia y sirviéndole con toda su vida.Sólo cuando el pueblo llega a ser librepuede realmente servir a su Dios. Sóloel que es verdaderamente libre de la es-clavitud del pecado puede servir al Se-

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ñor; sólo él puede agradarle de veras,sólo él puede amarle con todo el cora-zón y con todas las fuerzas (Dt 6,5),sólo él puede darle un culto que no seavacío (cfr. Sal 50; Is 1,10-20).

Ha sido el Señor solo, con su «manofuerte», su brazo potente (Ex 13,3.9.14)el que ha liberado a Israel. Por consi-guiente, se ha convertido en su Señor ya Israel corresponde servirle. El cultoes reconocimiento adorante de esta so-beranía de Dios y expresión gozosa dela pertenencia a El. En el culto vivido«en espíritu y en verdad» (Jn 4,23) en-cuentra el hombre su verdadero lugarde criatura y experimenta agradecido sucondición de beneficiario de los donesde Dios.

Por todo ello, la liturgia es una fiesta.Repetidas veces (Ex 12,14; 13,6...) sehabla de «festejar», celebrar una fiesta.La liturgia es una fiesta, pues es cele-brar el acontecimiento de la liberación,es un momento de gozo intenso pueses festejar al Dios que hace a Israel eldon de la libertad. La liturgia vivida conpleno sentido es gozosa y es fuente degozo.

También se habla de «sacrificio» (Ex12,27), de «sacrificar» (Ex 13,15). Lapascua es un sacrificio que se ofrece,una víctima que se inmola, una comidaque se comparte. El rito del sacrificioexpresa la soberanía absoluta de Diosy su bondad. La comida de comuniónle da su pleno significado: la unión delos participantes con Dios y la uniónentre ellos a través de la víctima agra-dable a Dios.

Los cristianos celebramos el sacrifi-cio de Cristo. En la Misa se hace pre-

sente el único sacrificio que quita lospecados del mundo. «Sin derrama-miento de sangre no hay redención»(Hb 9,22; cfr. Lev 17,11). Y nosotroshemos sido comprados para Dios conla Sangre del Cordero (Ap 5,9). La san-gre es nuestro precio. La Sangre deCristo es nuestra redención. Bebiéndo-la, entramos en comunión con El (1Cor10,16). Ella es nuestro distintivo. Ver-daderamente, la sangre de Cristo esnuestra señal.

Asamblea y ComunidadLa celebración de la Pascua no es

asunto privado. Quien celebra la Pas-cua es la asamblea o comunidad del pue-blo rescatado (12,6). Quien no formaparte del pueblo de Israel no celebra lapascua (Ex 12,43-48). Celebrar la pas-cua y ser miembros del pueblo de Diosson prácticamente sinónimos. Esa mi-noría, humanamente incapaz de salvar-se por sí misma, ha sido rescatada porDios y se ha convertido así en el pue-blo de Dios, el pueblo que Dios se haadquirido, el pueblo de su propiedad(Ex 19,5). Es la comunidad de los sal-vados, de los rescatados de su condi-ción de opresión y servidumbre, la quecelebra la Pascua. Y la celebración dela pascua será para siempre memorialde esa salvación.

Los ázimos (Ex 12,15-20; 13,3-10)Se prohibe el pan fermentado porque

en el antiguo oriente próximo se consi-deraba impuro y malo, veneno y ruinade la vida todo lo que es causa de co-rrupción, de disgregación, porque seidentifica con lo nocivo, con la maliciay la perversidad, y conduce a la muerte

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(cfr. 1Cor 5,6-8). Por eso, los fermen-tos están prohibidos en los sacrificios(Ex 29,2; Lev 2,11).

Lo que parece ser una fiesta agrícolaque los israelitas adoptaron después dehacerse sedentarios también es celebra-do en referencia a la liberación de Egipto(Ex 13,3) de la cual son «señal y me-morial» (Ex 13,9): el hecho de la libera-ción de Egipto –la gracia divina de lasalvación– debe estar siempre presen-te a todo israelita, que de él es benefi-ciario, como si lo tuviese esculpido ensus manos y como si lo encontrasesiempre ante sus ojos. Del mismomodo, debe tener siempre como en laboca -en el espíritu y en el corazón- laenseñanza que procede de este aconte-cimiento decisivo y lo prolonga, la cualse convierte en regla para observarsiempre y en aniversario para celebrar(Ex 13,10).

Los primogénitos (Ex 13,1-2.11-16)El sentido de este rito aparece en el

v.2, en que el Señor dice a Moisés:«Conságrame todos los primogénitos»lo que significa «dámelos», «resérva-los para mí solo». Y da igualmente larazón: «Me pertenecen», «míos son to-dos», ya sea hombre o animal.

Consagrar a Dios todo primogénitoes reconocer que la vida pertenece aDios, que toda criatura –hombre o ani-mal– le debe a Él su existencia. En elgesto de ofrecer el primogénito se ofre-cen intencionalmente todos los que vie-nen después, venerando a Dios comodueño de la vida y agradeciéndole eldon de esas vidas concretas.

Pero además el rito aparece unido ala décima plaga (Ex 13,14-16): por con-siguiente este rito recordará simbólica-mente la acción liberadora de Dios, ylo hará al inicio de cada generación –todo primogénito– en todas las fami-lias del pueblo elegido. De este modo,la memoria del Dios que rescata estásiempre ante el pueblo para que no laolvide (cfr. Sal 78,3-7) y viva siemprede ella, en referencia a ella.

El sacramento de la PascuaEste carácter «sacramental» de la

pascua judía hará que llegue a ser tipode toda liberación. Ante cualquier opre-sión o dificultad el pueblo de Israel vol-verá los ojos a este acontecimientofundante y con ello volverá los ojos alDios que lo realizó. La acción que Diosrealizó una vez puede volver a realizar-la, porque Él es siempre el Señor quelibera. La liberación de Egipto será porello tipo y signo de la liberación de to-das las potencias malvadas, de todaslas servidumbres, de todo lo que es da-ñino y opuesto a la libertad y a la vida,y, por tanto, del mal, del pecado, de lamuerte...

Por eso, cuando el pueblo se encuen-tre desterrado en Babilonia, la memoriade los acontecimientos del éxodo ali-mentará su esperanza de que Dios rea-lice con ellos un nuevo éxodo (Is 43,16-21)...

Por eso, el Nuevo Testamento enten-derá que la acción liberadora realizadapor Cristo (Rom 3,24) es la nueva ydefinitiva pascua (1Cor 5,7), pues conella hemos sido definitivamente arran-cados del dominio de las tinieblas y de

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la esclavitud del pecado (Col 1,13-14).Por ello también nosotros hemos de

continuar haciendo memoria de esta re-dención (Lc 22,19; 1Cor 11,25) pararecibir sus frutos. Por eso hemos decontinuar haciendo memoria de estasacciones maravillosas para alimentarcon ellas sin cesar nuestra fe y nuestraesperanza...

Capítulos 14-15

La salida de Egipto

13,17-22Llegamos finalmente al momento de-

cisivo del Exodo. Después de tantasincertidumbres, por fin escuchamos:«Los israelitas salieron...»

Se nos da también la clave: «El Se-ñor iba al frente de ellos». La salida deEgipto, después de tantas dificultadesy obstáculos, va a ser obra enteramen-te suya. El Señor camina con ellos; másaún, dirige las operaciones. Su presen-cia guiadora es real y, sin embargo, mis-teriosa, inasible: esto es lo que simboli-za la nube. Y esta presencia los acom-paña de día y de noche, es decir, siem-pre: la totalidad del Camino y de la vidade este pueblo, con todas sus peripe-cias, se realiza bajo la guía de esta nube,de esta presencia invisible... Lo mismo

que la nuestra.

14,1-4: De nuevo, el plan de DiosComo en todos los acontecimientos

anteriores la palabra del Señor da lasinstrucciones sobre lo porvenir, contodo detalle y precisión. La palabra deDios dirige la historia.

Esta palabra nos asoma al designiode Dios. Nos indica que aún aparece-rán dificultades. Pero ya hemos com-probado ampliamente que su palabrase cumple siempre y que su designioes irrevocable. «El Señor deshace losplanes de las naciones, frustra los pro-yectos de los pueblos, pero el plan delSeñor subsiste por siempre...» (Sal33,10-11).

Podemos mirar las dificultades conserenidad: Dios las conoce, las tieneprevistas, forman parte de su plan; másaún, nos dice su sentido: «Manifestarémi gloria a costa del Faraón y de todosu ejército». Todos los obstáculos paraque se realice el plan de Dios en reali-dad son permitidos en función de esto:para que Dios manifieste más nítida-mente su gloria, para que se ponga másde relieve quién es El y cuán grande essu poder salvador, su bondad, su sabi-duría... Encontramos un eco de estaafirmación en las palabras de Jesús apropósito del ciego de nacimiento: «Nipecó éste ni sus padres; es para que semanifiesten en él la obras de Dios» (Jn9,3).

14,5-14: La hora de la feUna vez situados en el plan de Dios,

el autor sagrado continúa el relato deléxodo. Y lo hace presentando una difi-

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cultad para la realización de este planque parece ser definitiva. El texto sedetiene ampliamente a considerar el al-cance de la oposición que plantea elFaraón: «Tomó seiscientos carros es-cogidos, y todos los carros de Egipto,montados por sus combatientes...»«Los egipcios los persiguieron: todoslos caballos, los carros del Faraón, conlas gentes de los carros y su ejército...»

Hasta ahora el Faraón había respon-dido con su palabra, con sus órdenes;ahora responde con su ejército, des-plegando todo su poder militar; más aúninterviene él mismo en persona. (v.6).

Es importante resaltar este aspecto:precisamente cuando Dios ha empeza-do a actuar de manera decisiva, el Fa-raón pone en juego todo su poder paraponer en jaque al pueblo de Dios. Esalgo que contemplamos en toda la his-toria de la salvación. Lo vemos tam-bién en la vida de Cristo: justo en elmomento de realizar la redención de lahumanidad, Jesús exclama: «Esta esvuestra hora y el poder de las tinieblas»(Lc 22,53). Lo vemos en el Apocalip-sis, que pone de relieve el combate en-tre Cristo y Satanás, el adversario deDios y de sus planes. Lo vemos en lahistoria de la Iglesia, pues cada vez quesurge un verdadero santo, un hombrede Dios, todos los poderes del infiernose desatan contra él para impedir quese realicen los planes de Dios. Es éstaprecisamente la razón última de las per-secuciones...

Deberíamos ser más realistas, debe-ríamos tener más en cuenta la acciónde Satanás y del Anticristo que actúanya en este mundo (Ap 12,17; 1Pe 5,8;

1Jn 4,1-3). Deberíamos ser más realis-tas, para luchar con las armas de Dios(Ef 6,11ss), las únicas que pueden ven-cerle. Deberíamos ser más realistaspara entender que toda esta situaciónes misteriosamente permitida por Diospara manifestar su gloria a costa deSatanás y de todo su ejército (cfr. v.4),pues todo ese poder Cristo lo aniquila-rá con el soplo de su boca (2Tes 2,8).Deberíamos ser más realistas para com-prender toda la grandeza y todo el al-cance del combate en que estamos em-barcados.

Finalmente leemos: «Y les dieron al-cance mientras acampaban junto almar». Conviene caer bien en la cuentade la situación: los israelitas se encuen-tran encerrados, sin salida, entre el enor-me ejército del Faraón que viene en supersecución y el mar que les cierra elpaso. La situación es ciertamente des-esperada, sin salida... En este sentidotienen razón los israelitas cuando ex-claman: «¿Acaso no había sepulturasen Egipto para que nos hayas traído amorir en el desierto?» (vv.11-12). Eneste sentido son realistas: humanamen-te hablando no hay solución, la únicaperspectiva es la muerte.

En esta situación reniegan de haberhecho caso a Moisés y haber salido deEgipto. Por eso le echan en cara: «¿Quéhas hecho con nosotros sacándonos deEgipto? ¿No te dijimos claramente enEgipto: Déjanos en paz, queremos ser-vir a los egipcios?». Se sienten defrau-dados, engañados. Por otra parte, elpueblo que clamaba por su liberaciónahora prefiere la esclavitud; aún habien-do experimentado que la esclavitud erapeor que la muerte, la situación deses-

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perada les hace exclamar: «Mejor noses servir a los egipcios que morir en eldesierto». La falta de esperanza con-duce a la esclavitud e impide ser libres.

La historia se repite. Cuando Dios in-terviene (como en la primera actuaciónde Moisés en el cap.5) los cosas pare-cen ir a peor. Pero es que al Señor leagradan las situaciones-límite. Le gus-ta que el hombre compruebe por expe-riencia sus límites, su incapacidad, sunada de criatura. Sólo entonces puedepercibirse que la obra es suya, que quiensalva es El (Lc 5,4-7; Jn 21,1-8). Pero¡cuidado!: si en esas situaciones-límitees donde Dios más visiblemente mani-fiesta su gloria, también en ellas es másgrande que nunca el peligro de volveratrás, de volver a Egipto; ante esa si-tuación que se experimenta como muer-te es fuerte la tentación de tornar a laesclavitud con tal de vivir en paz.

Sobre todo, contrasta la postura delpueblo con la de Moisés (vv.13-14).Parece que estuvieran contemplandosituaciones distintas y sin embargo laescena que está ante sus ojos es la mis-ma. Estaríamos tentados de conside-rar a Moisés un iluso y acusarle de pocorealista si no fuera porque el narradornos ha situado de antemano en el plande Dios (vv.1-4). Pues bien, en ese plande Dios se encuentra situado Moisés,hasta el punto de que ve la salvacióncomo ya realizada. Parece como si es-tuviera ya en la otra orilla...

¿Cuál es, por tanto, la diferencia en-tre Moisés y el pueblo? Una sola, perodecisiva. Mientras el pueblo se quedaen Moisés (y por eso le acusan de ha-berles sacado de Egipto y traído a mo-

rir en el desierto), Moisés cuenta con lapresencia, invisible pero todopodero-sa, del Señor: «El Señor peleará porvosotros, que vosotros no tendréis quepreocuparos». Mientras el pueblo «ve»sólo a los egipcios (v.10), Moisés «ve»la salvación que el Señor está a puntode realizar: «Veréis la salvación que elSeñor os otorgará en este día, pues losegipcios que ahora véis no lo volveréisa ver nunca jamás». La grandeza deMoisés está en que «ve» de antemanolo que el pueblo sólo verá después derealizarse (vv.30-31). En consecuencia,mientras los israelitas «temieron mu-cho» (v.10), Moisés está tranquilo: «Notemáis, estad firmes».

Atinadísimamente, aludiendo a estepasaje, la carta a los Hebreos comenta:«Por la fe, [Moisés] salió de Egipto sintemer la ira del rey; se mantuvo firmecomo viendo al Invisible» (Hb 11,27).Nos ha dado así la clave última de lapostura de Moisés: «Como viendo alInvisible». Moisés aparece así como elhombre de la fe. Dios permanece invi-sible a los ojos humanos; pero la ver-dadera fe, cuando es intensa «casi» leve, detecta su presencia, percibe su ac-ción... Es esta fe la que causa la firme-za de Moisés y le libra del miedo. Esesta fe la que sostiene su esperanza y laproyecta hacia el futuro. Es esta fe laque le lleva a vencer las dificultades (1Jn5,4: «Esta es la victoria que vence almundo, nuestra fe»).

Moisés, que tantas dudas y vacilacio-nes había experimentado, es ahora elhombre de la fe. Dios le ha ido prepa-rando por medio de pruebas y dificul-tades, por medio de signos y prodigios,

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para guiar al pueblo en nombre suyo.Ahora es el hombre de la fe, y gracias aesa fe se produce el milagro del éxodo:un milagro que realiza el Señor, peroque es hecho posible por la fe de Moi-sés.

Y ahí brilla también el «realismo» deMoisés. Vistas las cosas superficialmen-te el pueblo parecía realista, Moisés pa-recía ingenuo. Ahora vemos que Moi-sés tenía razón: los hechos se la handado. Vemos que Moisés era realista yel pueblo no; en efecto, el pueblo veíacon lucidez las dificultades, pero nadamás, y ellas le conducían a la desespe-ranza total; Moisés, en cambio, veíaante todo a Dios, y las dificultades des-de El, desde su presencia protectora ytodopoderosa. En consecuencia, Moi-sés era el realista, pues veía la realidadtotal. Y gracias a ese realismo se pro-duce el milagro de la liberación. Encambio, el «realismo» del pueblo sólohabría conducido a la muerte y al fra-caso, en el mejor de los casos, en unvolver a Egipto, a la esclavitud, a unaopresión probablemente más dura quela anterior...

14,15-31: De la muerte a la vidaUna vez más es la palabra del Señor

la que pone la historia en marcha (vv.15-18). Son sus imperativos eficaces («dia los israelitas... alza tu cayado, extien-de tu mano... divide el mar...») los quedesencadenan la acción. La iniciativa dela salvación permanece suya de princi-pio a fin. Y es su palabra la que da aconocer esta iniciativa y la realiza, laque da a conocer su plan y lo realiza.Una palabra eficaz...

Dios es así el protagonista de estaobra de salvación. Ya le habíamos vis-to ponerse «al frente» de su pueblo(13,21) como pastor, como jefe. Aho-ra, en el momento crítico y decisivo,se nos repite: «Se puso en marcha elAngel del Señor que iba al frente delejército de Israel» (v.19). Y lo mismosimboliza la columna de nube... Másaún, se coloca entre los egipcios y losisraelitas (v.20), como para impedir aIsrael volver a Egipto, a la esclavitud(vv.11-12). El Señor no abandona a supueblo, lo guía y lo conduce siempre...especialmente en los momentos máscríticos, aunque su presencia siga sien-do invisible.

De este modo, el pueblo pasa de lamuerte a la vida. Se supera de la situa-ción en que se encontraban y que ellosmismos consideraban de muerte inevi-table (vv.11-12). Dios ha creado, lite-ralmente, a su pueblo. No sólo lo haarrancado de la esclavitud: lo ha saca-do de la muerte, de la muerte inevita-ble, de la nada, de una situación huma-namente insuperable.

Israel surge del fondo del mar. Salede la muerte. La salvación del pueblode Dios es verdadera creación, nuevacreación. El éxodo ha sido un acto delDios Creador. Israel ha sido creadocomo pueblo de Dios, ha pasado de lamuerte a la vida.

Esta dinámica de muerte-vida apare-ce también en el símbolo de las aguas:aguas a derecha e izquierda es símbolode situación agobiante, de amenaza demuerte. Y aparece también en el simbo-lismo tinieblas-luz. El aspecto de crea-ción aparece apuntada también por di-

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versas conexiones de vocabulario conel relato de la creación (mar, tierra seca,viento... cfr.Gen.1,9-10).

También para nosotros todo esto sig-nifica mucho. La salvación no es «echaruna mano»; no se trata de una «peque-ña ayuda». La salvación es arrancar dela muerte. Hemos sido salvados por-que hemos sido sacados literalmente delas garras de la muerte (Col 1,13; Hch26,18), de la condenación, del infierno.Esto es lo que pone de relieve el bau-tismo con su simbolismo de muerte yvida. Como Israel de las manos delFaraón, nosotros hemos sido liberadosdel poder de Satanás. Y ello ha sucedi-do a través del agua por el poder delDios Creador. El cántico exultante deIsrael (c.15) lo pondrá de relieve: nohan sido librados de un peligro cual-quiera, sino de la muerte misma. Nues-tro canto no debería ser menos exul-tante ni menos victorioso: hemos sidoliberados del Mal absoluto y de la muer-te eterna al ser liberados del dominiode Satanás.

Estos aspectos que están en la litur-gia del bautismo y –de modo más ex-presivo– en las catequesis bautismalesde los Padres de la Iglesia deberían serrecordados más ampliamente para quetodo creyente apreciase más el don dela salvación y la grandeza de su voca-ción cristiana. Es necesario apreciar dedónde hemos sido sacados...

Pues bien, una consecuencia de estacreación es la nueva actitud del pueblode Israel, que pasa del miedo al gozoexultante. Los mismos de quienes senos había dicho que «temieron mucho»(v.10), ayudados por la palabra y la fe

de Moisés que les exhorta a «no te-mer» (v.13), son los que finalmente «te-mieron al Señor» (v.31). Y como con-secuencia prorrumpen en cantos de jú-bilo y de victoria (c.15). Una vez máscomprobamos que la fe en el Señor yen su palabra libera del miedo a la muer-te, de la tristeza, de la desesperanza. Ytodo ello gracias a la intervención delmediador...

Por el contrario, los egipcios quedanhundidos en el mar. Su arrogancia que-da humillada y hasta ridiculizada. Secumple también que el Señor «humillaa los soberbios» (Lc 1,51). Todas suspretensiones se demuestran vanas e in-consistentes. Sus planes fracasan. Suactitud opresora manifiesta su verda-dera cara, pues caen en su propias re-des (Sal 9,16-17). Es la hora de la ver-dad, la hora del juicio de Dios.

Más aún, las palabras de los egipciosen el v.25 («el Señor pelea por ellos»)son un verdadero acto de fe (cfr. v.14),y muestran que se cumple la palabra deMoisés (v.14) y la del mismo Dios(v.4.18). Por fin los egipcios recono-cen que Dios es el Señor, el único Se-ñor (cfr.5,2). Lo reconocen forzadospor los hechos, por la realidad que seles impone. Pero ya es demasiado tar-de, sus oportunidades de conversiónhan terminado (cfr. historia de las pla-gas) y el juicio de Dios se cierne sobreellos implacable. Sólo ahora compren-demos toda la gravedad del endureci-miento del corazón...

Ahora comprobamos con toda evi-dencia que Moisés tenía razón, que elSeñor tenía razón, y el Faraón y losegipcios no. La verdad triunfa siempre,

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pero al final. La hora del juicio último ydefinitivo es la hora de la verdad. Mien-tras tanto, la mentira, la injusticia pare-cen triunfar. Y corremos el peligro dedejarnos llevar por la apariencia, por loque se ve, por lo que parece más real...Vale la pena vivir ya desde ahora cadamomento y cada acción con la miradapuesta en la hora de la verdad, en eljuicio de Dios. Lo demás se disiparácomo el humo (Sal 37,20).

15,1-21: El gozo de la salvación ex-perimentada

Se trata de un cántico triunfal, un cantoque brota de la fe (14,31) y de la expe-riencia «en propia carne» de la accióndel Señor. Es el canto de los nuevosnacidos, de los que palpaban la angus-tia de la muerte y ahora experimentan ladicha de la vida. Es un canto de gozoexultante por la victoria. Es un canto alSeñor de las victorias, que es «un gue-rrero» (v.3). Es un canto de admiraciónante el Señor y ante sus obras («¿Quiéncomo tú, Señor...?: v.11).

Toda la atención queda acaparada porel Señor, que con esta acción increí-ble, insospechada, ha manifestado sugloria, más aún, «se ha cubierto de glo-ria» (v.1). Todo –el enemigo, las difi-cultades, el pasado, el reto del futuro...–todo se desvanece ante la figura subli-me y majestuosa del Señor. Incluso lasdifíciles etapas del camino aún por rea-lizar (el desierto, la conquista de la tie-rra) se ven ya como un hecho (vv.13-17) ante esta acción fulgurante del Se-ñor. El es Señor y reinará por siemprejamás (v.18).

El pueblo canta, alaba, exulta... Lasalvación no es una teoría. Es una rea-lidad, y una realidad experimentada. Elque se experimenta alcanzando por lasalvación de Dios desborda de gozo yde gratitud... Si la alegría y la alabanzano brillan en nuestra vida, deberemospreguntarnos si la salvación ha entradoen nosotros. Pues la acción de Dios enel mar Rojo es poca cosa al lado de laresurrección del Señor, y la liberaciónde la esclavitud de Egipto es sombraen comparación con los bienes que nosha aportado la redención de Cristo.

Capítulos 16-18

El camino por el Desierto

15,22-27: La fe, probadaEstos versículos finales del c.15 in-

troducen la marcha por el desierto. Elpueblo liberado de la servidumbre, queha experimentado las maravillas, lasobras grandes del Señor, inicia su ca-mino hacia la Tierra prometida. Peroantes de llegar a ella está el camino porel desierto. Camino largo, duro, difí-cil...

Sorprende enormemente que despuésde la experiencia del éxodo y del cantotriunfal nos encontremos esta reacción:«El pueblo murmuró contra Moisés di-

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ciendo: «¿Qué vamos a beber?». Con-trasta fuertemente con la confianza exul-tante expresada en el canto de Moisésy con lo afirmado en 14,31: «ViendoIsrael la mano fuerte que el Señor ha-bía desplegado contra los egipcios te-mió el pueblo al Señor y creyeron en elSeñor y en Moisés su siervo». Apenasexperimentada «la mano fuerte» delSeñor en la situación crítica del MarRojo, ante la primera nueva dificultadel pueblo se queja, se revela, se mani-fiesta duro de cerviz.

El contraste es grande, y la sorpresacomprensible. Sin embargo, convienefijarnos con detenimiento. Estas quejasdel pueblo parecen estar justificadas: elcamino por el desierto es agotador, consed, con hambre, con cansancio, condificultades de todo tipo. ¿No tendrárazón el pueblo? ¿No será que Dios lepide demasiado?

Ciertamente las dificultades están ahí,son pruebas terribles. Pero el pueblohace mal con quejarse y protestar. Conello está manifestando su falta de fe. Alquejarse manifiesta que no se fía delDios que les ha hecho libres y ahorales guía: también ahora son conduci-dos por la «mano fuerte», aunque invi-sible, del Señor. Al protestar dan a en-tender que no ven las dificultades pre-sentes bajo el dominio de su Dios, quese ha mostrado Señor de la historia. Noacaban de creer que el Señor seguirásosteniéndolos en medio de todo tipode pruebas y dificultades. No aceptanla voluntad de Dios que en su provi-dencia permite estas dificultades nicreen en su poder que puede librarlosde ellas.

El texto bíblico nos da la clave deesta situación: El Señor «puso a prue-ba» a Israel (v.25). «Probar» es «po-ner a prueba», examinar en la prácticaen situaciones-límite para ver hasta dón-de el esfuerzo es posible y de qué lapersona probada es capaz (Gen 22,1;Ex 20.20; Dt 8,2.16; 13,4). Se trata deuna situación que no tiene solución fue-ra de la fe: ante la carencia de todo apo-yo natural, Dios pide una confianzaincondicional. Cuando Dios nos prue-ba nos está empujando a arrojarnos ensus brazos, a abandonarnos a su pro-tección. Ante lo extremo de la dificul-tad, en la que se pierde pie, sólo que-dan dos salidas: la confianza en Dios ola desesperación. Las situaciones depruebas grandes son oportunidadespreciosas para dar de lado apoyos fal-sos y apoyarse sólo en Dios, pero esgrande también el peligro de renegar deDios y hundirse en la desesperación.Dios, por su parte, manda o permite laprueba por amor, para sacarnos de lainstalación, de los falsas seguridades,y hacernos vivir colgados de El.

Dios mismo apunta la solución (v.26):«Si de veras escuchas la voz del Se-ñor, tu Dios...» En el camino del desier-to, en medio de las pruebas y dificulta-des, nuestro agarradero, nuestra únicagarantía es la palabra del Señor. Se tra-ta de permanecer atentos a su voz, pen-dientes de su palabra. Es ella la queguía, la que sostiene en medio de laspruebas. A través de su palabra es Diosmismo quien nos conduce y nos forta-lece. Su palabra ilumina nuestra fe, con-forta nuestra esperanza, enardece nues-tro corazón...

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16: El don del manáEl pecado del pueblo es siempre el

mismo: bajo distintos aspectos y en di-versas circunstancias es siempre su faltade fe lo que se pone de relieve. Aquí semanifiesta en que reniegan de la situa-ción en que el Señor les ha colocado,lamentándose de no haber muerto enEgipto (v.3) y en que han perdido devista que toda la aventura en que estánembarcados tiene a Dios mismo comoiniciador y protagonista (dicen a Moi-sés y Aarón: «Vosotros nos habéis traí-do a este desierto para matar de ham-bre a toda esta asamblea»). Y el peca-do es tanto más grave cuanto más sonreiteradas las pruebas que Dios da desu providencia amorosa: llega entoncesa ser un pecado de obstinación, de re-beldía, de endurecimiento.

El salmo 106, una meditación sobreel pasado de Israel, presentará así losreiterados pecados del pueblo: «Hemospecado como nuestros padres... Nues-tros padres, en Egipto, no compren-dieron tus prodigios. No se acordaronde tu inmenso amor, se rebelaron con-tra el Altísimo... Pronto se olvidaronde sus obras, no tuvieron en cuenta suconsejo... A Dios tentaban en la este-pa... Olvidaban a Dios que les salvaba,el autor de cosas grandes en Egipto,de prodigios en el país de Cam, deportentos en el mar Suf... En su pala-bra no tuvieron fe, murmuraron dentrode sus tiendas, no escucharon la vozdel Señor...» He ahí el fondo de todopecado: «olvidar» las grandes obrasrealizadas por el Señor, «no compren-der» lo que hay detrás de ellas (su amor,

su poder, su sabiduría), «no fiarse» dela palabra del Señor, «quejarse» de El(Parecidas reflexiones en el Sal 78).

A pesar de todo, Dios condesciendey da a su pueblo una nueva prueba desu cuidado paternal. A través de susdones es Dios mismo quien se mani-fiesta: «Sabréis que es el Señor» (v.6),veréis la gloria del Señor» (v.7). Diosda sus dones para que le conozcamosa El, para que entremos en comunióncon El por la fe y la gratitud. Pero éstaes nuestra tragedia: nos quedamos enlos dones de Dios sin reparar en el quenos los da y en el amor que está detrásde ese don.

Moisés insiste: «No van contra no-sotros vuestras murmuraciones, sinocontra el Señor». Dios se identifica consu enviado. Cada vez que nos queja-mos de algo o de alguien es en el fon-do de Dios mismo de quien nos queja-mos. Puesto que El es el Señor de lahistoria y conduce todo con su podery su sabiduría, El es el responsable úl-timo de todo: «Ni un cabello de vues-tra cabeza cae sin el permiso de vues-tro Padre» (Mt 10,29-30). Toda quejaes siempre, implícita o explícitamente,una queja contra el Señor.

«Este es el pan que el Señor os dapor alimento». Independientemente decual sea la explicación del maná, el tex-to subraya claramente que se trata deuna intervención especial de Dios enfavor de su pueblo. Se trate o no deuna intervención especial de Dios enfavor de su pueblo. Se trate o no de unmilagro en sentido estricto, lo cierto esque el pueblo ha experimentado una vezmás la mano providente de su Dios.

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Sirviéndose tal vez de un fenómenonatural de aquella región Dios ha dadoa los suyos un alimento con el que nocontaban. Inesperadamente, el don deDios ha venido en socorro de su pue-blo. Como siempre, en el último mo-mento. Dios no abandona a su pueblo,pero tampoco le hace nadar en la abun-dancia. Cuida de su pueblo, pero lehace pasar escasez, para que recurra asu Dios y confíe en El. Dios nos da loque necesitamos: sea cual sea el me-dio, es siempre don suyo, don «baja-do del cielo».

La providencia de Dios se manifiestatambién en que cada uno recibe justolo que necesita: «Ni los que recogieronmucho tenían de más ni los que reco-gieron poco tenían de menos; cada unohabía recogido lo que necesitaba parasu sustento». Dios es «detallista»: da acada uno lo que necesita. Y esto entodo: los dones y cualidades que cadauno recibe son aquellos que necesitapara cumplir la misión que Dios mismole ha encomendado dentro de su plande salvación, ni más ni menos. Y comono todos tenemos la misma misión,tampoco todos recibimos los mismosdones, que son siempre en favor de losdemás. Otra cosa son las injusticiassociales: cuando alguien carece de loque realmente necesita, no es culpa deDios, sino nuestra: alguien se ha apro-piado del sustento del hermano.

Por otra parte, la verdadera confian-za en la providencia de Dios estáfrontalmente en contra de la actitud deacumular: «Que nadie guarde nada parael día siguiente» (v.19). Acumular es nofiarse del Señor, que da lo que necesi-tamos justo en el momento en que lo

necesitamos. ¡Cómo resuenan aquí tan-tas palabras de Jesús en el evangelio!«No andéis preocupados diciendo:¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos abeber? ¿Con qué vamos a vestirnos?Por todas esas cosas se afanan los gen-tiles, pues ya sabe vuestro Padre celes-tial que tenéis necesidad de todo eso...Así que no os preocupéis del maña-na...» (Mt 6,31-34). Más aún, el textodel Exodo nos dice que algunos guar-daron algo para el día siguiente, peroeso se pudrió (v.20). El evangelio nosexhorta a no acumular tesoros que secorrompen, sino a dar limosna y acu-mular tesoros en el cielo (Lc 12,33-34).

La tradición cristiana (cfr. sobre todoJn 6) ha visto en el maná la prefiguraciónde la eucaristía. Ella es el verdadero panbajado del cielo con el que Dios ali-menta y sustenta a su pueblo. Los quepor el bautismo han salido del Egiptode pecado atraviesan ahora el desiertohacia la Tierra prometida, hacia la Casadel Padre. En este camino deben afron-tar pruebas de todo tipo, dificultades ytentaciones; el camino, como en el casode Elías, es superior a sus fuerzas (1Re19,7-8). Pero precisamente el don de laEucaristía, alimento de los fuertes, vie-ne a sostener y a vigorizar para estecamino; es el viático que hace posiblesoportar las pruebas y vencer las tenta-ciones...

17,1-7: Tentar a DiosLa historia se repite. Nuevas dificul-

tades, nuevas quejas, nuevos pecados...Ante todo llama la atención que Diossocorre a su pueblo, pero no le ahorrala dificultad. Le hace permanecer en eldesierto y permite que le acosen nue-

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vas pruebas. A la prueba del agua amar-ga y del hambre, sucede ahora la de lased... Ello es iluminador para nosotrosque muchas veces suplicamos a Diospara que nos saque de la prueba. El,sin embargo, frecuentemente no quieresacarnos de la prueba –en su sabiduríay en su amor providentes sabe que espara nuestro bien–, sino sostenernos enella, darnos fuerza para no decaer, parano ser dañados por ella, sino salir deella victoriosos, purificados, crecidos...

El pecado del pueblo consiste en«tentar al Señor» (v.2). La expresiónsignifica querer obligarle a que dé prue-bas, exigir su intervención como si fueraun derecho; prácticamente es un desa-fío, un obligarle a decidirse como situviera que obedecer a los hombres.Tentar a Dios significa en el fondo en-durecer el corazón (cfr. Sal 95,8-9) ydudar de Dios: «¿Está o no está el Se-ñor entre nosotros?» (v.7). En el fondosiempre la misma falta de fe: «¿Nos hashecho salir de Egipto para hacernosmorir de sed...?» (v.3).

Sin embargo, Dios demuestra que suprovidencia no conoce límites. Puestoa cuidar de su pueblo, puede hacer sur-gir agua incluso de una roca. A mayo-res dificultades, mayores respuestas delSeñor. Realmente, «para El nada hayimposible» (Lc 1,37). Con ello contes-ta a la pregunta: «¿Está o no está el Se-ñor entre nosotros?». Responde conlos hechos, con obras, que son elocuen-tes por sí mismas. La existencia de Diosno se «demuestra» con razones, sinocon el testimonio de sus obras, aque-llas que sólo El puede realizar, aquellasque son humanamente inexplicables...

17,8-16: La victoria es del SeñorA continuación nos encontramos con

otra prueba del desierto: además delhambre y la sed, el pueblo sufre el ata-que de los amalecitas. Será otra oca-sión de experimentar el cuidado amo-roso de su Dios, que además del pan yel agua les da la fuerza para combatir yvencer.

La tradición cristiana ha visto en estepasaje la eficacia inmensa de la interce-sión. Moisés no está en el campo debatalla; se encuentra en lo alto del mon-te, con las manos alzadas a su Dios enfavor de su pueblo que combate alláabajo en la llanura: su misma ubicaciónfísica resalta su papel de mediador. Ysu intercesión es tan decisiva que el tex-to subraya que «mientras Moisés teníaalzadas las manos vencía Israel, perocuando las bajaba vencía Amalec».

Moisés es figura de Cristo, nuestroperfecto y definitivo mediador, a quienla carta a los Hebreos presenta subidoal cielo, donde «está siempre vivo parainterceder en nuestro favor» (Hb 7,25).La Iglesia se apoya en esta intercesióncontinua y eficaz de Cristo y vive deella. Pero también la actitud de Moiséses modelo para los miembros de estaIglesia, pastores y fieles, que ademásde combatir han de orar, más aún, de-ben sobre todo orar, conscientes de quela victoria es obra de Dios. Cuando enestos tiempos la Iglesia sufre tantas de-rrotas a manos de sus enemigos, ¿noserá porque hemos bajado las manos?Porque la afirmación del texto bíblicosigue siendo verdad: con las manos al-

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zadas se logra la victoria, porque es unaguerra del Señor (cfr. 1Sam 17,47), conlas manos caídas sólo se cosechan de-rrotas.

Otros, en cambio, apoyados en el he-cho de que se alude al «cayado deDios» que está en la mano de Moisés(v.9), piensan que no se trata de unapostura de oración, sino que es la pos-tura del pastor, del jefe militar, que, ca-yado en mano, dirige el combate de supueblo. En este caso, aunque varíenalgunos aspectos, el sentido básico si-gue siendo el mismo: para que el pue-blo venza, el pastor debe estar «puestoen alto» (cfr. Ez 3,17), cerca de Dios;más aún, debe pastorear «con el caya-do de Dios», es decir, en nombre deDios, con su poder y su fuerza. Sóloasí se logrará la victoria, que es don deDios, pues los soldados deben com-batir, pero la victoria es del Señor, quecombate con ellos.

Capítulos 19-24

La Alianza

En realidad, aquí está el centro y elcorazón de todo el libro. La liberaciónestaba en función del encuentro de Dioscon su pueblo y del pacto o alianza en-tre ambos. «Ya habéis visto... Cómo

os he llevado sobre alas de águila y oshe traído a mí» (19,4). Todo está enfunción de esta alianza, de este pactode amor, de esta comunión entre Diosy su pueblo. Ahora Israel será «propie-dad personal» del Señor (19,5), es de-cir, especialmente querido y ligado a El.Y será «pueblo santo» (es decir, total-mente y exclusivamente dedicado a suservicio, a la escucha de su palabra, alcumplimiento de su voluntad) y «reinode sacerdotes» (o sea, lo que los sa-cerdotes israelitas son para sus herma-nos, eso será todo Israel para el rerstodel mundo: representante de todos lospueblos ante Yahveh, adorando e inter-cediendo en nombre de todos): 19,6.Todo ello a condición de «escuchar suvoz» y «guardar su alianza» (19,5).

Dios se manifiesta de manera percep-tible y a la vez velada, estrepitosa y se-creta (19,16-24; 20,18-21). Desciende«a la vista de todo el pueblo» (19,11) ysin embargo hay que «mantener las dis-tancias» (19,12): Dios es cercano e in-accesible a la vez; se revela, pero per-manece en su misterio.

Finalmente, se sella la alianza (24,1-18). La iniciativa es totalmente deYahveh (24,3a), pero el pueblo debecomprometerse, asintiendo librementea la propuesta divina: «Cumpliremostodas las palabras que ha dichoYahveh» (24,3b.7). La alianza es unacomunión entre personas, y una comu-nión de vida: por eso se sellaasperjando con la sangre –símbolo dela vida– a las dos partes, al altar querepresenta a Dios y al pueblo reunido(24,6 y 8). Es la «sangre de la alianza».

Como respuesta a esta alianza de

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vida, a este pacto de amor, cobran sen-tido todas las leyes y normas que apa-recen en estos capítulos; no sólo eldecálogo (20,1-17), sino todo el Códi-go de la alianza (20,22-23,33) e inclusolas normas sobre el culto (cap.25-35).Cada minúsculo detalle no es una nor-ma impersonal, sino expresión de lavoluntad amorosa de Yahveh para elpueblo que ha liberado de la esclavitudy al que se ha unido en alianza. Del mis-mo modo, el cumplimiento de esas nor-mas por parte de los israelitas no esalgo mecánico y rutinario, sino adhe-sión libre y responsable y entrega deamor que ratifica la alianza y conduce auna comunión cada vez más viva y per-sonal con el Dios de la alianza y con suvoluntad: «Obedeceremos y haremostodo cuanto ha dicho Yahveh» (24,7).

Mediante estas leyes y normas, laalianza impregna toda la vida de la co-munidad y de cada uno de sus miem-bros, protegiendo ante todo la vida hu-mana y defendiendo los derechos delos pobres y los derechos de Dios. Lasnormas sobre el culto (cap.25-31), enparticular, están indicando que la litur-gia es el servicio más alto que los hom-bres libres pueden ofrecer a su Dios;lejos de ser ritos vacíos y formalistas,constituyen el lugar y el momento decomunión con el Dios vivo con el quehan entrado en alianza; en ellos se ado-ra al Dios liberador y se le agradece eldon de la liberación, a la vez que, porla comunión con El, se crece en la ver-dadera libertad.

También nosotros cristianos -y másque el antiguo pueblo de Dios- somos«linaje elegido, sacerdocio real, naciónsanta, pueblo adquirido, para anunciar

las albanzas de Aquel que nos ha lla-mado a salir de las tinieblas y a entraren su luz admirable» (1Pe 2,9). Somosel pueblo de la nueva alianza. Para no-sotros la «sangre» de la alianza» nuevay eterna –la sangre de Cristo– es la me-jor prueba del amor que Dios nos tieney de la fidelidad con que se ha com-prometido con nosotros (Rom 5,8-10;8,32; Jn 3,14-16). Y esta sangre es tam-bién la mayor exigencia de respuestafiel a la alianza nueva y eterna: «¡Ha-béis sido comprados a buen precio!»(1Cor 6,20); «habéis sido rescatadosno con oro o plata, sino a precio de lasangre de Cristo» (1Pe 1,17-20).

Capítulo 20

El Decálogo

Conviene que profundicemos en estetexto tan rico y tan denso, que tantoinflujo ha tenido en la historia de lahumanidad. Intentaremos captar toda suhondura teológica y espiritual para su-perar las interpretaciones superficialeso puramente moralizantes.

Una ley de alianzaPara su interpretación nos ayuda an-

tes que nada considerar el contexto enque está situado. En efecto, las «DiezPalabras», se encuentran en el corazón

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mismo de la revelación de laalianza.Situado entre el anuncio de laalianza (c.19) y su celebración (c.24),el décalogo se nos presenta como laley de la alianza. Además, antes de enu-merar los mandamientos el Señor sepresenta: «Yo, el Señor, soy tu Dios»:Se trata de la formula típica de la alian-za que expresa la vinculación mutua, lapertenencia recíproca entre Dios y supueblo en virtud del pacto establecido(«Seréis mi pueblo-seré vuestro Dios»:6,7). Por un lado, los mandamientosson promulgados por el Dios de la alian-za que se ha vinculado irrevocablementea su pueblo por amor; por otro lado, elcumplimiento de los mandamientos esel modo como el pueblo «guarda laalianza» (19,5), es decir, responde a laelección de que ha sido objeto y se ad-hiere a su Dios en la fidelidad de la vida.Al darle a conocer sus mandamientos(v.1), Dios ofrece a su pueblo el mediode entrar en comunión con su volun-tad, de responder a su iniciativa y, portanto, de amarle.

Todo esto tiene una gran importan-cia, pues presenta tanto el don de losmandamientos por parte de Dios comosu cumplimiento por parte del hombrecomo un pacto de amor. Aunque elcontenido de los mandamientos coin-cide con lo que se suele llamar «LeyNatural» (es decir, los principios mo-rales básicos inscritos en el corazón detodo hombre), el autor sagrado subra-ya su carácter personal. No se trata deun código frío e impersonal. Los man-damientos han sido dados por el Diosvivo y personal que se ha revelado enla historia y que ha elegido a su pueblo,entrando en comunión de alianza con

él (v.2). Por tanto, el cumplimiento delos mandamientos sólo puede entender-se en clave también personal: es la res-puesta personal de cada miembro deeste pueblo, que sabiéndose elegido,ratifica personalmente ese pacto deamor con la fidelidad a los mandamien-tos. Cumplir los mandamientos es de-cir «sí» a Dios.

En este sentido, es significativo tam-bién que el decálogo esté redactado enforma de interpelación directa y perso-nal. Todo él está en segunda personadel singular. Dios se dirige a cada unocon un «Tú» vivo e interpelante. No esun código inerte, sino una serie de im-perativos con que Dios mismo habla acada uno de manera incisiva en el mo-mento presente, manifestándole su vo-luntad divina e invitándole a responder,más aún, comprometiéndole, ungiéndo-le y suscitando su respuesta. Los man-damientos sólo se pueden entender enesta clave de diálogo de amor entreDios y el hombre, de llamada y respues-ta, de invitación a entrar en comunióncon él y con su voluntad.

Una ley de libertadPuede parecer paradójico que el Dios

que ha liberado a su pueblo de la escla-vitud le imponga ahora toda una seriede claúsulas que parecen constreñir sulibertad.

Sin embargo, si nos fijamos con aten-ción, es todo lo contrario. En realidad,los mandamientos vienen a poner enguardia al pueblo que acaba de estre-nar la libertad contra la ilusión de que,por el hecho de haber escapado de laopresión de Egipto, ya son plena y de-

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finitivamente libres. En efecto, existe elriesgo de permanecer esclavos o vol-ver a serlo sirviendo a dioses falsos,dejándose llevar por la avaricia, hacién-dose daño unos a otros... En realidad,los mandamientos son dados para con-quistar la verdadera libertad y para pre-servarla de todo engaño. En realidadtienen un sentido totalmente positivo,son una ley de libertad.

Esto se pone de relieve claramente enel encabezamiento (v.2): «Yo, el Señor,soy tu Dios, que te he sacado del paísde Egipto, de la casa de la servidum-bre». Estas palabras fundan el derechodel Señor a imponer esta ley a su pue-blo: puesto que ha rescatado a un pue-blo esclavo, este pueblo le pertenece.Pero a la vez indican el sentido más pro-fundo del decálogo: el Dios que haarrancado a su pueblo de la esclavitudsiempre actuará en el mismo sentido yde la misma manera, y los mandamien-tos que impone ahora son liberadores;lejos de constreñir la libertad, los man-damientos hacen verdaderamente libre,son una ley de libertad.

Precisamente por esto la mayor partede los mandamientos están formuladosde manera negativa: «no harás...» Enrealidad, la formulación negativa es máspositiva de lo que parece, pues poneen guardia frente al camino falso queconduce a la ruina y cierra el paso a lastendencias malas y a las debilidades delhombre. Además, si se dice «toma estecamino», los demás quedan prohibidos;mientras si se dice «no tomes este ca-mino», todos los demás quedan per-mitidos; más aún, la formulación nega-tiva es más precisa (decir «sé hones-to» es vago, pero no lo es decir «no

robes, no mientas»), y por consiguien-te deja menos margen a la posibilidadde equivocarse.

Una ley de comunidadSin dejar de lado el carácter personal

de los mandamientos, es cierto al mis-mo tiempo que no se dirigen a cadauno aisladamente. Los mandamientosson la ley de la comunidad de la alian-za, de esta comunidad que se reúne paradar culto al Señor y que permaneceunida entre sí precisamente en virtudde esta alianza. El cumplimiento de losmandamientos constituye una de las cla-ves de la identidad de esta comunidad.Aglutinado por la fe en el único Dios ypor el servicio al Señor que les ha libera-do, el pueblo de Dios se une tambiénpor la fidelidad a los mismos manda-mientos.

Por otra parte, son ley de la comuni-dad también en el sentido de que losmandamientos protegen la vida y el biende todos y cada uno de los miembrosde esta comunidad. En efecto, los man-damientos referidos al prójimo (que sonla mayor parte) antes que ser una pro-hibición son una afirmación: por ejem-plo, al decir «no matarás» se esta de-fendiendo la vida humana de todos ycada uno; al decir «no robarás» se pro-tegen los bienes materiales de los di-versos miembros de la comunidad; aldecir «no cometerás adulterio» se tute-la el matrimonio y la familia, etc. Portanto, al afirmar los deberes de cadauno se ponen de relieve los derechosde todos y se protege la dignidad decada persona y el bien de toda la co-munidad.

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Encontramos otra formulación del de-cálogo, con pequeñas diferencias, enDt 5,6-18. Esta parece ser más antigua.En cuanto al origen, es probable queMoisés haya redactado el decálogo ensu forma más simple (20,13-16) y queposteriormente hayan sido añadidos losdesarrollos en forma de motivación. Lacatequesis de la Iglesia latina ha supri-mido la prohibición de hacer imágenesy ha dividido en dos el último manda-miento, manteniendo así el número dediez.

3: «No tendrás otros dioses...»Este es el mandamiento primero y

principal. Al cumplirlo, el hombre se ad-hiere plenamente a Dios como el únicoAbsoluto. Dios se presenta a sí mismocomo «un Dios celoso» (Dt 6,14-15;Ez 34,14) que exige la adhesión incon-dicional del hombre entero, que poramor al hombre no tolera que este mal-gaste su vida y sus energías poniendosu corazón en lo que no es Dios. Comoel corazón del hombre tiende a buscarabsolutos que no son el Unico Absolu-to, este mandamiento es una llamadade Dios al corazón y a la voluntad delhombre para que no se engañe: nada ninadie tiene derecho a hacerse dios, aocupar el puesto del verdadero Dios,ni en el corazón del hombre ni en lasociedad. Este mandamiento proclamael «Sólo Dios» y por consiguiente re-clama la fidelidad total por parte delhombre. A Dios sólo se le puede servircon el corazón entero. Dejar que algoo alguien ocupe -aunque sólo sea enparte- el puesto que sólo a Dios co-rresponde es recaer en la esclavitud.«Nadie puede servir a dos Señores»

(Mt 6,24). «Amarás al Señor tu Dioscon todo tu corazón, con toda tu alma,con todo tu ser» (Dt 6,5).

4-6: «No te harás escultura ni ima-gen alguna..».

El segundo mandamiento pone elacento sobre la invisibilidad de Dios.El Dios de la Biblia es invisible. Se da aconocer por sus obras (Rom 1,20) ypor su voz, su palabra (Dt 4,15), peroa El «nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18).El Dios infinito no puede ser limitadoen representaciones concretas.

Además, el mandamiento prohíbe«postrarse» antes esas imágenes y«darles culto». Y lo motiva por el he-cho de que es un Dios «Celoso». Esésta una expresión «pasional», es de-cir, que refleja la pasión de Dios por elhombre en toda su fuerza e intransigen-cia: Dios no quiere que el hombre seengañe sirviendo a un Dios imaginarioy por tanto irreal.

El pueblo de Israel interpretaba estemandamiento en toda su literalidad. Essignificativo que en el templo de Jerusa-lén no había ninguna imagen o repre-sentación de Yahveh: el arca, con losdos querubines, representaba el tronodonde se sentaba el Invisible. De estemodo se subrayaba más la realidad dela presencia del Señor (pues normal-mente se representa -por ej., una foto-grafía- a un ausente, no a un presente).

En cambio, desde el momento de laencarnación las cosas son distintas: Je-sús, el Hijo de Dios hecho hombre (Jn1,14), es de manera perfecta «la ima-gen (lit. “icono”) del Dios invisible»

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(2Cor 4,4; Col 1,15). El podrá decircon plena verdad: «Quien me ha vistoa mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Poreso la Iglesia –desde sus mismos orí-genes– aceptará las imágenes y repre-sentaciones.

Sin embargo, este mandamiento si-gue siendo sustancialmente válido paranosotros cristianos. Quizá hoy no ten-gamos tanto peligro de confundir a Dioscon determinadas representacionesplásticas (esculturas, pinturas...), perosí que es fácil confundirlo con deter-minadas representaciones intelectualeso imaginativas nuestras. En este senti-do, el segundo mandamiento nos re-cuerda que Dios es siempre más, quesobrepasa infinitamente lo expresadopor toda imagen, que no tenemos de-recho a reducir a Dios a lo que noso-tros podemos entender, imaginar yexperimentar de El. Esta es la razón porla que todos los místicos insistirán enque no debemos apoyarnos en nues-tras ideas o imaginaciones acerca deDios, que han de ser trascendidas ymatizadas continuamente, pues Dios essiempre más, infinitamente más... Eneste sentido el mandamiento sigue sien-do válido: «No te harás escultura niimagen alguna... No te postrarás anteellas ni les darás culto...» De lo contra-rio, nos haremos un Dios a la medidade nuestra corta inteligencia o a la me-dida de nuestros deseos e inclinacio-nes, un Dios ficticio, completamentedistinto del Dios vivo y verdadero, unacreación de nuestra fantasía...

Por otra parte, la Escritura nos haceentender que la verdadera imagen deDios es una imagen viviente. Si Cristoes la imagen perfecta, todo hombre,

creado a su imagen y semejanza (Gen1,27) y modelado por la gracia del Hijoencarnado, está llamado a transformar-se en una imagen cada vez más perfec-ta de Dios (2Cor 3,18; Col 3,10).

7: «No tomarás en falso el nombredel Señor...»

«En vano» significa «inútilmente»,«falsamente», «por nada», «mintien-do». El mandamiento prohibe pronun-ciar el nombre divino con sentido su-persticioso o mágico. Puesto que elnombre significa la persona, el tercermandamiento pone freno a la frecuentetentación de dominar y utilizar a Diospara los propios fines. Con él se su-braya que Dios no está a disposiciónde los hombres, que no se somete asus esquemas. El Dios de la Biblia esinmensamente cercano a los hombres,pero permanece siempre libre, no sedeja manipular; es el soberano, el ab-soluto, y nadie se puede servir de El.Dios da, se da, infinitamente más de loque el hombre es capaz de imaginar(1Cor 2,9), pero siempre y solamentepor iniciativa suya. Más que servirse deEl, el hombre debe servir, alabar y ben-decir su nombre (Sal 99,33; 1; 106,47).Cuando alguien pretende dominarlo outilizarlo, Dios no acepta el juego, nose entrega; en cambio, a los humildes ysencillos se da y se revela plenamente(Mt 11,25).

La prohibición incluye la blasfemia(Lev 24,10-16). El juramento está per-mitido, pero hecho a la ligera sería unaprofanación del nombre de Yahveh (Lev19,12).

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8-11: «Recuerda el día del Sábadopara santificarlo»

«Santificar» el sábado es consagraral Dios Santo este séptimo día de lasemana. En la mentalidad bíblica todolo que existe pertenece a Dios, que loda a los hombres para que lo adminis-tren y se sirvan de ello. Pero para po-ner de relieve que Dios sigue siendo eldueño de todo, una parte se sustrae aluso de los hombres y se consagra aDios, se «sacrifica». Dedicar a Dios eldía del sábado es reconocer explícita-mente que el tiempo pertenece al Se-ñor, que es don suyo, e implícitamenteque ha de ser vivido según su voluntad(de modo semejante a como se le ofre-cen las primicias de la cosecha para sig-nificar que toda la cosecha es don deDios o los primogénitos del ganado paraponer de relieve que la vida pertenece aDios y es un regalo hecho al hombre).De este modo se ilumina el significadode la semana y del trabajo que duranteella se realiza: toda la semana desem-boca en el sábado, de manera que eltrabajo no debe convertirse en un finpor sí mismo, no debe ser una esclavi-tud, sino que ha de ser vivido en grati-tud al Señor y en servicio y consagra-ción a El (la misma palabra «Shabat»no incluye tanto la idea de descansocuando la de «cumplimiento», la de «lle-gar al fin de una actividad» al estilo delCreador) (cfr. 31,13-17).

Dt 5,14-15 pone en relación la obser-vancia del Sábado no con la creaciónsino con la liberación de Egipto: conello se subraya más que el sábado es elmemorial de la cesación de la esclavi-tud y del acto salvador de Dios, que esun día de comunión en la alegría de la

pertenencia a Dios. El sábado es mani-festación o signo de la alianza. Al cele-brar el sábado se recuerda eficazmentelo que Dios ha hecho por su pueblo yel pueblo reafirma también eficazmentesu condición de pueblo de la alianza,ratifica su fidelidad al pacto que Diosselló con sus padres.

Nuestro domingo cristiano recogesustancialmente este significado del Sá-bado, pero añade algo esencialmentedistinto: el «día del Señor» (Ap 1,10)conmemora la resurrección de Cristo,su victoria definitiva sobre el mal y elpecado, sobre la muerte y el demonio(cfr. Ap 19,1ss.); ya no es el último díade la semana sino «el primer día de lasemana» (cfr. 1Cor 16,2) el que inau-gura una era nueva, la de la nueva crea-ción.

12: «Honra a tu padre y a tu ma-dre»

«Honrar» significa poner en su lugarlo que cuenta, lo que se manifiesta alos ojos de todos, lo que debe serreconocido a causa de su valor emi-nente. La vida, dada por Dios, es trans-mitida por los padres (Gen 1,28). Porconsiguiente, «honrar» a los padres sig-nifica darles toda la importancia que tie-nen como instrumentos de Dios en latransmisión de la vida. Son instrumen-tos de Dios también en la transmisiónde la fe a las nuevas generaciones (Sal78,3-8). Son de manera muy particularrepresentantes de Dios, reflejos deDios, que es padre (Os 11,1-4) y tienencorazón de madre (Is 49,15).

Todo ello nos hace entender la im-portancia especial de este mandamien-

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to, que incluye el respeto, la obedien-cia (Dt 21,18-21) y el amor filial (Si 3,2-16) y cuya transgresión merece los másseveros castigos (Ex 21,17; Lev 20,9).Por lo demás nada se dice de la edad:los padres son para toda la vida.

El N.T. mantendrá básicamente estasindicaciones, dándoles toda la fuerzade la motivación cristiana («hijos, obe-deced en todo a vuestros padres, por-que esto es grato a Dios en el Señor»:Col 3,20; Ef 6,1-3), a la vez que adver-tirá a los padres que no abusen de suautoridad (Col 3,21; Ef 6,4), la cual esdada para construir, no para destruir(cfr. 2Cor 13,10).

13: «No matarás»La razón más profunda de este man-

damiento es que, siendo el hombre ima-gen de Dios (Gen 1,27), el homicidioes un atentado contra la semejanza di-vina (Gen 9,6) y, por tanto, contra Diosmismo. La misma enseñanza está so-breentendida cuando se habla de la san-gre (Lev 17,11- 14): la sangre, que seidentifica con la vida, pertenece sólo aDios; Dios es el dueño único de la viday ningún hombre puede disponer deella, ni de la vida de los demás ni de lasuya propia.

Este mandamiento se refiere en pri-mer lugar al asesinato en sentido estric-to, a la muerte de un semejante provo-cada injustamente. Pero incluye tambiéntodo tipo de agresividad y violencia,aunque sea meramente interior; por esoSan Juan llegará a decir «Todo el queodia a su hermano es homicida» (1Jn3,15); aunque no llegue a ejecutarlo, lle-va en su corazón el germen del asesi-nato y al obrar así está poniendo de

relieve que «es del Maligno» (cfr. 1Jn3,12). Existe también la violencia de laspalabras: «La lengua viperina mata»(Prov). Más aún, el mandato de «nomatar» incluye no dejar morir cuandose dispone de un modo o de otro de lavida de los demás: «Mata a su prójimoquien le arrebata su sustento» (Si 34,20-22).

Por otra parte, es éste uno de los cam-pos en que la novedad aportada porCristo se hace más patente: ya no setrata sólo de no atentar positivamentecontra la vida del prójimo, sino de ha-cer el bien a todos, amando incluso alos enemigos, a semejanza del Padre delos Cielos que es misericordioso (Lc6,27-38; Mt 5,21-26; etc.). Basados enesta novedad de la caridad traída porCristo, algunos Padres de la Iglesia lle-garán a afirmar que el que no da de co-mer al pobre lo mata.

14: «No cometerás adulterio»El matrimonio es una ley fundamen-

tal (Gen 1,28; 2,24) que implica la fide-lidad recíproca de los esposos. Estafidelidad no sólo es necesaria para quese forme y mantenga la familia, sino queforma parte de la naturaleza misma delmatrimonio: la unión conyugal nace delamor y el amor no puede no ser fiel (Ct8,6-7). Más aún, puesto que el matri-monio humano es reflejo de la alianza,del pacto amoroso y fiel de Dios consu pueblo (Os 1-2; 11-14), debe po-seer sus mismas características.

Por otra parte, la Biblia toma en serioel amor y el matrimonio, la vida y lafecundidad. Todo lo que está en rela-ción con la vida y con su origen tieneun carácter sagrado, pues está en rela-

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ción estrecha con Dios. De ahí que todolo que daña al matrimonio o lo alterasea considerado «bestialidad»,«abominio», y que la infidelidad con-yugal sea severamente castigada (Lev20,10; Dt 22,22).

Por consiguiente, este mandamientoquiere poner en guardia contra las in-constancias y debilidades, contra laspasiones que se camuflan como amor.Busca proteger la santidad del matrimo-nio y salvaguardar la dignidad de la pro-pagación de la vida.

Como las demás realidades humanas,la venida de Cristo perfeccionará y em-bellecerá el matrimonio haciéndolo sig-no del amor de Cristo a su Iglesia (Ef5,25-33). En consecuencia, como tam-bién ocurre con los demás mandamien-tos, Jesús radicalizará las exigencias del«no cometerás adulterio» llevándolashasta sus últimas consecuencias (Mt5,2-32).

15: «No robarás»También este mandamiento está pues-

to a favor de la vida: lo que cada unoposee es necesario para la vida o es unmedio de vida.

La razón fundamental es que nadiees dueño de las cosas: «La tierra es míay vosotros huéspedes de paso» (Lev25,23). El hombre es administrador, nodueño absoluto. Su obligación es ad-ministrar para sí mismo y para los de-más los bienes que Dios ha dado paratodos los hombres. Por consiguiente,es responsable ante Dios de esos bie-nes que se le han confiado y jamás tie-ne derecho a apropiarse de lo que Diosha dado para otros como medio de sub-

sistencia.Este mandamiento incluye la prohibi-

ción de raptar a un hombre para escla-vizarle (Ex 21,16), de robar un terreno(Dt 19,14); prohíbe la deshonestidaden el comercio (Am 8,4-6), el retener elsalario del obrero (Dt 24,15), la usura(Ex 22,24), la opresión del pobre (Am2,6-7; Jer 22,13-17; Ez 22,25-29). Seráéste precisamente uno de los temas enque la fina sensibilidad de los profetasmás frecuente e intensamente gritará suindignación.

También aquí la predicación de Je-sús resultará profundamente novedosa:«Al que quiera pleitear contigo paraquitarte la túnica, déjale también el man-to... A quien te pida, dale...» (Mt 5,40-42). Por eso San Pablo se sorprenderáde que algunos de la comunidad deCorinto tengan pleitos entre sí: seríapreferible soportar la injusticia y dejar-se despojar (1Cor 6,1-8).

16: «No darás testimonio falso»Se refiere ante todo al testimonio dado

en un proceso judicial. Pero tambiénse puede aplicar a toda palabra menti-rosa que compromete de manera cul-pable la vida de los demás dañando sufama o sus intereses.

La gravedad del testimonio falso y detoda forma de mentira consiste en quedestruye el fundamento mismo de laalianza. En efecto, el atributo esencialdel Dios de la alianza es la fidelidad, lalealtad. Toda mentira es un mal terrible,pues mina ese fundamento de la alianzade los hombres con Dios y de los hom-bres entre sí. Jesús, venido para dartestimonio de la verdad (Jn 18,37) pon-

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drá de manifiesto el carácter diabólicoy homicida de la mentira (Jn 8,44; cfr.1Jn 2,21-22).

17: «No codiciarás...»«Desear» tiene sentido de movimien-

to interior, no necesariamente seguidode un acto. Este mandamiento no serefiere a actos externos sino que ahon-da hasta las disposiciones más profun-das del corazón (sede de la inteligenciay de la voluntad). Codiciar es un actointerior, y el autor sagrado nos ha con-ducido a la raíz de todo: todo se juegaen el corazón humano. El robo, el adul-terio o el asesinato se fraguan en el in-terior del hombre (Mc 7,20-23). Antesde ser hechos externamente ejecutadosson deseos internamente anhelados.Este mandamiento pone de relieve quela verdadera esclavitud está dentro delhombre. Y Dios, que quiere un hombreplenamente libre, no se conforma conlos actos: desea penetrar hasta este co-razón del que todo depende y en el quese realizan las opciones decisivas. Diosquiere liberar al hombre de la codiciaque encadena. De ahí que se invite avigilar el propio corazón (Pr 4,23).

Por lo demás, la enumeración de losobjetos de esta codicia no es exhausti-va. Podríamos añadir otros muchos...

Capítulo 32

El Becerro de Oro

Después de los cc.25-31, consagra-dos a diversas normas referentes al cul-to, el presente capítulo prosigue con elconocido episodio del becerro de oro.

1-6: El pecado de IsraelEn primer lugar se nos relata el peca-

do de Israel. Ante todo hay que notarque no es un pecado de apostasía: elpueblo no reniega de su Dios (vv.4-5).Tampoco es un pecado de apego a lasriquezas o de culto al dinero: más biense desprenden de las propias joyas parafabricar el becerro (vv.2-3).

Si nos fijamos bien, notamos que elpecado del pueblo va contra el 2º man-damiento del decálogo, que decía ta-jantemente: «No te harás escultura niimagen alguna... No te postrarás anteellas ni le darás culto...» (20,4-6). Elpueblo se cansa de vivir de la fe, deseguir a un Dios invisible. Por eso pi-den: «Haznos un dios que vaya delantede nosotros». Quieren seguridades vi-sibles, palpables.

Cuando Moisés estaba con ellos, eraél quien les manifestaba los planes ylos deseos de Dios, les transmitía supalabra. Pero ahora, en su ausencia se

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quejan; más aún, olvidando que era elinstrumento e intérprete de la voluntaddivina, se han quedado en él y en élbuscan su seguridad: «no sabemos quéha sido de Moisés, el hombre que nossacó de la tierra de Egipto». Por esobuscan otras seguridades, otros agar-raderos. No son capaces de vivir «col-gados» del Dios que les sacó de Egip-to pero que permanece invisible. Pre-fieren controlar. Quieren seguridades.No se atreven a confiar del todo en suDios. No les basta la seguridad que vie-ne de El y de la fe en El.

Deberemos reconocer que éste estambién demasiado frecuentementenuestro pecado. No renegamos deDios, pero queremos un Dios a nues-tro alcance, a nuestra medida. Quere-mos un Dios «domesticado». Nos davértigo vivir de la pura fe y buscamosasegurarnos en lo que sea. Nos asustaabandonarnos del todo al Señor, a suacción, a sus planes. Por eso Jesús sequejará: «Si no veis signos y prodigios,no creéis» (Jn 4,48), y proclamará des-pués de resucitado: «Dichosos los quecrean sin haber visto» (Jn 20,29).

Por otra parte, es significativo que elpueblo, siempre apegado a los bienesmateriales, acepte fácilmente despojar-se de sus joyas para construir el bece-rro: cuando se trata de sacrificios quevan en el sentido de los deseos natura-les o los halagan el hombre no carecede «generosidad». No todo despren-dimiento indica la presencia de una granvirtud: hay «desprendimientos» muy in-teresados...

7-10: El juicio de DiosDios mismo expresa su juicio contra

este pecado del pueblo. Puesto queellos «han pecado», «se han apartadodel camino» que el Señor mismo leshabía prescrito, se han hecho una ima-gen de Dios y la han adorado, puestoque se han hecho un Dios falso y sehan apartado de Dios, el Señor ya noes su Dios; el Señor mismo se distan-cia de ellos: hablando a Moisés le dice«tu pueblo, el que tú sacaste de la tie-rra de Egipto...»

Esta reacción de Dios muestra queEl toma las cosas en serio. No se pue-de andar con ambigüedades o mediastintas... Dios es un Dios celoso (20,5):se le toma o se le deja. No acepta com-ponendas.

Por otra parte, esta reacción es com-pletamente normal y necesaria: la alian-za es cosa de dos; si el pueblo ha rotola alianza, la alianza queda rota; Diosno puede disimular la situación creadaactuando como si no hubiera pasadonada. Dios toma en serio la alianza. Locual no quiere decir que no está dis-puesto a perdonar y a restablecer laalianza; pero sí indica que el pecadocrea una ruptura real entre el hombre yDios y que, para que se dé el perdón,el pecado ha de ser reconocido. Pues-to que la alianza es cosa de dos, es co-munión de personas, no puede ser res-tablecida mecánicamente, sino reha-ciendo la relación entre las personas -Dios y el pueblo, Dios y cada uno, dospersonas humanas entre sí-, lo cual su-pone actitudes personales, de perdónpor un lado, pero de arrepentimientopor otro.

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La ira de Dios (v.10) es siempre justi-ficada. Es su reacción ante el pecadode los hombres. Indica que Dios no esindiferente ante el pecado de los hom-bres. Por otra parte, Dios no reaccionacon la ira ante la simple debilidad delos hombres, sino ante la «dureza decerviz» (v.9), es decir, ante la falta dedocilidad a su palabra y a sus manda-mientos, ante la obstinación de no que-rer «agachar la cabeza» para acatar lasindicaciones de la voluntad divina...

11-14: La intercesión de MoisésEl pecado de Israel ha llevado a una

situación crítica. La amenaza ha sidorota. Y todo queda paralizado. Más aún,pesa la alianza de un castigo divino, deque la ira de Dios destruya todo (v.10:«los devore»). Es la situación creadapor todo pecado...

Pues bien, en esta situación intervie-ne Moisés. El, que aparece habitualmen-te como el mediador, se nos presentaahora en un aspecto de esta mediación:la intercesión por el pueblo, y más con-cretamente por el pueblo pecador. Es-tamos ante una de las más bellas ora-ciones de la Biblia.

Moisés trata de «aplacar», de suavi-zar a Dios, justamente airado contra supueblo. Y lo primero que llama la aten-ción es que no justifica al pueblo, nopresenta excusas; ni quita importanciaal pecado cometido, ni quita responsa-bilidad al pueblo pecador. En todo mo-mento parte de la gravedad de la situa-ción creada por la culpa -y sólo porella- del pueblo. Hermosa enseñanza:interceder por los pecados -propios ode los demás- no es excusarse, no es

disimular los pecados. Sólo se puedeinterceder con eficacia estando en laverdad, reconociendo toda la cruda ydolorosa realidad del pecado... El evan-gelio nos dirá que sólo el hombre queconfesó sincera y humildemente suspecados ante Dios, sólo ese, salió jus-tificado (Lc 18,9-14)...

Eso nos esta indicando además quela fuerza de la intercesión no se apoyaen los méritos del que suplica o de aque-llos por quienes suplica, sino sólo enDios. Ello se pone de relieve si presta-mos atención a los motivos que Moi-sés aduce ante Dios para ser escucha-do por El.

En primer lugar (v.11), su oración seapoya en lo que Dios ya ha realizadoen favor de su pueblo. Las maravillasoperadas al sacarlo de Egipto puedeny deben tener continuidad, pues Dioses infinitamente coherente. Lo que Diosha hecho «con gran poder y mano fuer-te» garantiza el que siga actuando en elmismo sentido y de la misma manera,es decir, salvando, liberando. Pide queDios actúe salvando a un pueblo que,evidentemente, no lo merece. Lo queDios ha realizado en el pasado funda-menta la confianza en el presente, puestestimonia que El es capaz. Sus obraspasadas son prenda de sus obras futu-ras. Por eso, los Salmos, para alimen-tar la confianza ante la dificultad pre-sente y fundar la petición y la esperan-za en el futuro, meditarán con frecuen-cia las grandes obras del Señor (Sal80,9ss). Por la misma razón, la memo-ria de los Santos y de lo que el Señorha realizado en la historia de la Iglesia yen nuestra propia vida no debería des-

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aparecer jamás de nuestra conciencia,pues es fuente de fe (cf. Hb 13,7-8:«Acordaos de vuestros dirigentes queos anunciaron la Palabra de Dios... Je-sucristo es el mismo ayer y hoy y siem-pre»). Por el contrario, olvidar las obrasde Dios es pecado y fuente de pecado(Sal 106,7.13.21).

Además, añade el motivo de la repu-tación de Dios (v.12). Si Dios ha inicia-do una obra de salvación y no la lleva atérmino, quien queda mal en realidades El mismo. A los ojos de los hom-bres da la impresión de que ha fracasa-do, de que no ha logrado lo que se pro-ponía, de que no ha sido capaz de in-troducir a su pueblo en la tierra prome-tida. O bien parece que ha actuado conmala intención, actuando con malicia,para exterminarlos. En todo caso, elSeñor queda mal. Por eso, Moisés ape-la a la gloria de Dios: es su honor, sufama, lo que está en juego. Es comodecir: «Ellos no lo merecen (al contra-rio, merecen un castigo severo), perohazlo por tí mismo, Señor». Tambiénlos Salmistas acudirán a esta motiva-ción para fundamentar su petición (Sal79,10). Y Dios mismo dirá por el pro-feta: «No hago esto (repatriarlos cuan-do están en el exilio) por consideracióna vosotros, sino por mi Santo nombre,que vosotros habéis profanado entre lasnaciones adonde fuisteis» (Ez 36,22;cfr. Is 48,11; Sal 115,1). No puede ha-ber un apoyo más desinteresado ni másfirme para nuestra petición.

Finalmente, apela a las promesas he-chas a los padres (v.13). Dios mismose ha comprometido bajo juramento yno puede fallar, porque Dios es fiel(1Tes 5,24); incluso cuando el hombre

es infiel, Dios permanece fiel (2Tim2,13). El que la historia de la salvaciónsiga adelante y llegue a su cumplimien-to es obra de la fidelidad de Dios a símismo y a su palabra. Si de nosotrosdependiera, todo habría fracasado de-finitivamente. ¡Pero es la fidelidad deDios la que está en juego! Y es ella laque nos asegura que «el que comenzóla obra buena la llevará a término» (Fil1,6). Ello debe fundamentar nuestra es-peranza y nuestra oración ante la tareade nuestra santificación, ante las difi-cultades actuales de la Iglesia, ante losinmensos problemas del mundo que nosrodea, ante la conversión de las perso-nas...

Finalmente, leemos: «El Señor renun-ció a lanzar el mal con que había ame-nazado a su pueblo». Es cierto que Diospropiamente no cambia, es inmutable;pero esta forma de hablar dice mucho:dada la situación a que conduce el pe-cado, el hombre no podría cambiar (nopodría convertirse) si no es porqueDios «cambia» primero. Porque Dios«se arrepiente» del mal que justamenteel pueblo merecía, éste podrá arrepen-tirse. La conversión es siempre respues-ta a la acción de Dios que «nos amóprimero» (1Jn 4,19).

15-29: La ira de Moisés y de los le-vitas

Curiosamente, el Moisés que ha su-plicado a Dios que aplaque su ira (v.11),y lo ha conseguido (v.14), no logra con-tener ahora la suya propia (v.19). Po-dríamos pensar que -como también anosotros nos ocurre- es más fácil pe-dir misericordia que ejercitarla nosotrosmismos...

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Pero el desarrollo del relato del textoparece sugerir otra cosa. Moisés «ardede ira» (v.19), exactamente la mismaexpresión que en el v.10 encontraremosreferida a Dios. Esto es muy iluminador:la ira de Moisés está en sintonía con lade Dios mismo. No se trata de la iradescontrolada de Moisés que se enfa-da por cuenta propia, sino de la ira delhombre de Dios que arde de celo porlos intereses de Dios, porque su alian-za ha sido rota y sus mandamientosconculcados. Representante de Diosante el pueblo, también hace presenteal pueblo la ira de Dios, significada enla suya propia. Por eso rompe las ta-blas de la alianza, que eran obra de Dios(v.16), significando que se ha quebran-tado la alianza, de manera semejante acomo Dios mismo se había distancia-do de su pueblo (v.7 ss)... Moisés ardede celo por el Señor, como un día loharán otros hombres de Dios, comoElías (1Re 19,10) o como el mismo Je-sús (Jn 2,14-17), a quien también nospresentan los evangelios reaccionandocon ira (Mc 3,5).

Sin embargo, choca todavía más queesta ira la manifieste después de haberimplorado el perdón de Dios y de queDios haya «cambiado» renunciando acastigar a su pueblo. Pero si profundi-zamos en los textos vemos que el pe-cado, aún siendo perdonado, tiene con-secuencias. Dios renuncia a ejecutar elcastigo merecido, pero el pecado tieneun dinamismo propio, inmensamentedañino. Esto es lo que parece signifi-car el v.20, donde los israelitas -por asídecir- beben «su propio pecado»: nose trata de un castigo arbitrario comovenido de fuera, sino la consecuencia

de su pecado (cfr. Sal 9,16: «cayeronen la fosa que hicieron, su pie quedóprendido en la red que escondieron»).

El celo parece también la explicaciónde la conducta de los levitas (vv.25-29).El texto da a entender que el asunto delbecerro de oro no era un caso aislado,sino que el ejemplo había cundido y elpueblo se había «entregado a la idola-tría» (v.25). La reacción de los levitas -dejando fuera de consideración otrosaspectos- es la del celo de quien está«por el Señor» (v.26). En consecuen-cia, proceden a una verdadera limpie-za, introduciendo el bisturí sin piedad -incluso entre los propios familiares-para arrancar de raíz el mal e impedirque siga creciendo. Aunque nos cho-que la forma violenta y sanguinaria deactuar, la actitud de fondo que reflejaes una enseñanza válida también paranosotros: el mal no debe ser tolerado,pues «un poco de levadura fermentatoda la masa» (1Cor 5,6). El mal debeser llamado por su nombre y el que locausa debe ser señalado con el dedo yexpulsado fuera de la comunidad, enespera de que se convierta y para queno contamine al resto de la comunidad(cfr. el texto aludido de 1Cor 5,1-13).

Por otra parte, resulta ridícula la dis-culpa de Aarón, el Sacerdote y respon-sable del pueblo en ausencia de Moi-sés (vv.2-24): como si él no formaseparte de este pueblo inclinado al mal,como si todo hubiera sucedido comofruto de circunstancias inevitables y élno hubiera podido y debido oponerseal pueblo...

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30-35: Nueva intervención de Moi-sés

En su primera intercesión Moisés re-conocía implícitamente el pecado desu pueblo; ahora lo hace de manera to-talmente explícita: «Este pueblo ha co-metido un gran pecado».

Lo más notable de estos versículoses que Moisés intercede por su pueblosintiéndose solidario de ellos. En lugarde hacer distinciones entre el pueblo pe-cador y él, el hombre de Dios, se iden-tifica con su pueblo: «Si te dignas per-donar su pecado... y si no, bórrame dellibro que has escrito». Por así decir, sepone del lado de los que merecen sercastigados –cuya culpa no excusa nijustifica– haciéndose uno con ellos. Ve-mos ya aquí esbozada la actitud dePablo: «Siento una gran tristeza y undolor incesante en el corazón, pues de-searía ser yo mismo anatema, separa-do de Cristo, por mis hermanos, losde mi raza...» (Rom 9,23). Más aún,anticipa la postura del mismo Cristo ha-ciéndose uno de tantos, pasando porun pecador y un maldito (Gal 3,13), po-niéndose del lado de los pecadores, pi-diendo al Padre su perdón, dando lavida por ellos...

Capítulos 33-34

El amigo de Dios

Estos dos capítulos están cuajadosde relatos que nos subrayan la gran in-timidad del mediador con su Dios. Laintimidad de Moisés con el Señor esasombrosa y es precisamente debido aesa intimidad por lo que es mediadorentre Dios y el pueblo: parece que Moi-sés no hace más que subir al monte ybajar de él, y lo que transmite a su pue-blo es lo que ha recibido en la presen-cia de Dios (comparar, por ejemplo,34,4-5 con 34,29-32).

Es sobre todo en el monte –lugardonde parecen encontarse el cielo y latierra– donde Moisés trata con el Se-ñor. Yahveh baja «en forma de nube»(34,5), es decir, envuelto en su miste-rio. Allí o en la Tienda del Encuentro«Yahveh hablaba con Moisés cara acara, como habla un hombre con suamigo» (33,11). El Señor, sin dejar deser el invisible, establece con Moisésuna comunicación profunda y una co-munión de vida –«amigo»– insospe-chadamente íntima.

El autor sagrado no encuentra pala-bras para conjugar esta experiencia realy vivísima de Dios con el hecho de que

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Dios es «siempre más», más de lo queel hombre puede concebir, entender oexperimentar. A la audaz petición deMoisés («déjame ver tu gloria»: 33,18),Dios le responde: «Mi rostro no po-drás verlo» (33,20), y de hecho sólove su espalda (33,23). Dios se deja very sin embargo nunca del todo. Dios«hace pasar» ante la vista de Moiséstoda su bondad (33,19) y Moisés tieneexperiencia real de Dios. El salmistaexclamará: «Gustad y ved qué buenoes el el Señor» (Sal 34,9). Pero Dios esinagotable.

Además, es en esta inefable experien-cia de Dios donde se apoya la interce-sión de Moisés por el pueblo pecador,por el pueblo que ha roto la alianza. Alcontemplar al «Dios misericordioso yclemente, tardo a la cólera y rico enamor y fidelidad, que mantiene su amorpor millares, que perdona la iniquidad,la rebeldía y el pecado» (34,6-7: Notarque es Dios el que se da a conocer a símismo; Moisés sólo puede «invocar»)encuentra la base sólida para interce-der por el pueblo y alcanzar el perdónde su iniquidad y pecado (34,8-9). Ygracias a esta intercesión Dios devuel-ve al pueblo las tablas de la ley que ha-bían sido destruidas, y restaura la alian-za que había sido rota (34,10-28).

Más aún, la experiencia de la intimi-dad divina se refleja incluso en su ros-tro: cuando Moisés sale de hablar conel Señor su rostro irradia con el res-plandor y la luminosidad propios deDios (34,29). El pueblo mismo percibeen el rostro de Moisés algo de la bon-dad inagotable de Dios que él ha con-templado «cara a cara».

Para nosotros, hombres del NuevoTestamento, hay esperanza de llegar aesa misma intimidad, -o mayor-, pueslo que antiguamente se dió sólo a Moi-sés ahora se ofrece a todo el que acep-ta dejarse introducir en la amistad deDios: «Todos nosotros, que con el ros-tro descubierto reflejamos como en unespejo la gloria del Señor, nos vamostransformando en esa misma imagencada vez más gloriosos» (2Cor 3,18).A diferencia de Moisés, reflejamos lagloria divina de manera permanente yno pasajera, además de que esta gloriaes incomparablemente superior a la dela antigua alianza (2Cor 3,6-11).

Finalmente, los capítulos 35-40 nosindican que las normas sobre el cultodadas por Yahveh se han cumplido:«Moisés hizo todo cuanto el Señor lehabía ordenado» (40,16). Más aún,todo lo realiza «según el modelo mos-trado en el monte» (25,40). Así, unavez restaurada la alianza por la interce-sión de Moisés (34,10-28), el pueblodispone de un lugar de culto para en-contrarse con su Dios (40,34-38) y deunos ritos que recuerdan y actualizanlas acciones salvíficas de Dios y superdón. En el centro y en lo más sagra-do del templo y del culto está el arca(37,1-9) que contiene el documento dela alianza, recordando el permanentecompromiso de Dios con su pueblo ydel pueblo con su Dios.