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16-06-2022 Jesús Ginés Ortega ETICA DEL MAESTRO Universidad Santo Tomás 1

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Page 1: Etica Del Maestro

12-04-2023

Jesús Ginés Ortega

ETICA DEL MAESTRO

Universidad Santo TomásCentro de Estudios Tomistas

Santiago de Chile2000

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Índice de materias

Nota bibliográfica

Introducción:.- Macroética.- Profesores y maestros.- Educación-empresa

Capítulo I.--

Los grandes principios: La Felicidad y el bien.- Los fundamentos de la ética.- Psicología, sociología y religión.- La libertad y el problema del mal moral.- Pena y culpa.- Los medios y los fines.- Ley natural y ley positiva.-

Capitulo II.-

La conciencia moral.- Formación de la conciencia.- Código y conciencia.- Valor moral del trabajo.-

Capítulo III.-

Ética de las Virtudes.- ¿Qué es la virtud?.- Virtudes cardinales: Prudencia, justicia, fortaleza y templanza.- Otras virtudes humanas: Magnanimidad, magnificencia, previsión, bien decir.-

Capitulo IV.-

Ideales éticos de la humanidad: El ideal griego.- El ideal confuciano.- El ideal hindú.- Moralidad romana.- El ideal cristiano.- Capitulo V.-

Macroética del Maestro: La vocación de amor y de voluntadEl servicio al hombre completo: inteligencia, voluntad, afectos, espíritu trascendente .- Calidad del trabajo.- Testimonio de la tradición. NOTA BIBLIOGRÁFICA

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Aranguren, Jose Luis.- Ética, Ed. Revista de Occidente, MadridAristóteles.- Ética a Nicómaco, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1983, La Política, De. Espasa Calpe, Madrid, 1931Astorquiza, P. .- Capitalismo e Iglesia. Ed.Catecismo de la Iglesia CatólicaConfucio y su doctrina.- Presencia de China, Edit. Nueva Estrella, Beijing 1995Couturier, Maríe Alain.- Arte y catolicismo, Ed. Difusión, Santiago 1942Cottier, George.- La propiedadFeng Tianyu.- La inteligencia a los ojos de los pensadores chinos, Edit. Lenguas Extranjeras, Shangai, 1986Ginés Ortega, Jesús.- Ética del Maestro, Ed. Educares, Santiago 1983. Ética de la secretaria, Ed. Providencia Santiago 1994 Ética profesional de ingenieros y arquitectos, 1995 Macro-microética empresarial, Ed.. Gestión, Santiago 1996

Ginés, J.y Neghme, V..- Ética profesional para empresarios, Centro La Providencia, Santiago 1995Isaacs, David.- La educación de las virtudes humanas. Ed. Eunsa, Pamplona 1979Juan Pablo II.- Encíclicas: Centessimus Annus Laborem Exercens Veritatis splendorKant, Inmanuel.- Lo Bello y lo sublime. La paz perpetua, Ed. Espasa Calpe, MadridMarañon, Gregorio.-Vocación y Ética y otros ensayos, Ed. Espasa Calpe, MadridMaritain, Jacques,. Nueve lecciones sobre filosofía moral. Action et contemplation, en “Questions de Consciente”, Desclée, 1938 Millas, Jorge.- De la tarea intelectual, Ed. Universitaria, Santiago 1974Naudon, Carlos.- El pensamiento social de Maritain, club de Lectores, Santiago 1948Novak, Michael.-- El espíritu del capitalismo.- Ed. Tres Tiempos, Buenos Aires 1982. Ortega y Gasset, José.- La Rebelión de las masas, Ed. Espasa Calpe, MadridOrtiz y Ibarz, José María.- La Hora de la ética empresarial.- Ed. Mcgraw Hill, 1995Rodriguez Luño, F. .- Ética, Ed. Eunsa, Pamplona, 1985Pieper, Joseph.- Sobre la esperanza, Ed.. Rialp, Madrid 1961Praxis, vol 3, 1, Marzo 1995Ross, Alf.- Sore el derecho y la justicia.- De Universitaria, Buenos Aires,1974

Servitje, Sandra. - Leaders are lacking in business and society

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Revista Praxis, vol 3, NFL, marzo 1995

Schnakenburg, R.- Moral Teaching of the New Testament.

Séneca, M.A..- Tratados morales, Edit. Espasa Calpe, Madrid, 1965Taine, Hipólito.- Filosofía del arte, Ed.. Espasa Calpe 1951Trese, Leo.- La moral del hombre de negocios, Ed. Rialp. Madrid 1992Williams, J. y Dougnac, F..- Introducción a la vida cívica. Ed.. Universitaria

INTRODUCCION

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De entre las tareas humanas de más larga data, es sin duda la de profesor o maestro, la que cuenta con más amplia aceptación y ejercicio en la humanidad.

Junto al médico y al sacerdote, el maestro ha estado presente en la organización misma de la sociedad, como una de las profesiones más requeridas por las familias, al tratar de incorporar a sus hijos a los hábitos civilizados de la comunidad.

La salud del cuerpo y del alma que corresponde a médico y sacerdote ha ido siempre acompañada con el aprendizaje de tradiciones, creencias y técnicas, imprescindibles para la asociación racional del ser humano a la colectividad organizada.

El “buen comportamiento” de quienes ejercen las funciones anteriores se ha encontrado siempre entre las legítimas aspiraciones de toda comunidad humana. Disponer de buenos médicos, de buenos hombres del espíritu y de buenos maestros ha sido una de las más legítimas aspiraciones de toda colectividad organizada.

Actualidad de la Ética

La fiebre actual por la ética tiene un origen muy claro, a pesar de la enorme cantidad de centros de emergencia. Es la humanidad entera la que está reaccionando contra todos los focos de la corrupción. En los negocios y en la política hay una corriente de alto voltaje que está cambiando bruscamente el paisaje. Desde todas las orillas de América, Europa y Asia, la reacción es la misma. No a la corrupción. Sí a la ética política, económica, social.

Del enunciado teórico-académico del pasado estamos llegando al reconocimiento político y empresarial del presente. La política debe volver al cauce de la ética y también los negocios. La aceptación teórica de la moral ha pasado hoy a ser una exigencia real.

América Latina ha sido víctima de una corrupción asentada en las estructuras públicas de muchos países, cuyos efectos se están todavía descubriendo y poniendo ante la opinión pública.

Y no deja de producir orgullo el saber que Chile ocupa el más alto sitial en materia de comportamiento moral en América, apenas precedido por Canadá, de acuerdo a un estudio confiable realizado recientemente. Lo que no significa que estemos libres, puntualmente, de este flagelo.

Después de la guerra fría, que en su tensión sirvió para ocultar muchas miserias morales, las naciones y sus líderes políticos, los organismos

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internacionales y el mundo de los negocios, han quedado a la intemperie ante la observación de los rastreadores de noticias sensacionales. El descubrimiento de cadenas de corrupción instaladas en los niveles más altos de la capa social ha ido precipitando sobre la opinión pública no ya un mundo de sospechas, sino una verdadera catarata de hechos delictuales plenamente confirmados y afortunadamente hoy sometidos a procesos.

Ante esta realidad en carne viva, todos los ojos se dirigen a los educadores, buscando en ellos a una de las causas de este deterioro, ya que todos coinciden en que el problema de la inmoralidad latente debe ser buscado en otras fuentes como por ejemplo en el deterioro de la vida espiritual y la excesiva valoración que los medios de comunicación han venido dando al hedonismo y en general al materialismo en toda la línea.

La ética se pone de moda y es posible que pase a ser un hábito de ahora en adelante. Hoy día ya no es imposible escuchar de boca de políticos, académicos y hombres de empresa la afirmación de que los negocios deben ser limpios, transparentes y sin corrupción. En definitiva, la corrupción no es buena consejera de los negocios. ¿Quien se atrevería hoy a sostener que “los negocios son los negocios”, en el sentido de que la conducta solo debe atenerse al azar de su sola sustancia?

Naturalmente que esta fiebre generalizada es síntoma de un anhelo de buen comportamiento. El hombre va progresando de menos a más, en todo orden de cosas. De menos ciencia y tecnología a más precisión y creatividad, pero también de menos responsabilidad moral a más racionalidad ética. Es decir, que el ser humano, después de una larga etapa de mecanicismo pragmático está entrando en una nueva etapa de perfección moral y espiritual.

Para que el hombre sea plenamente humano y por tanto ético, es preciso juntar el talento con la voluntad, es decir, la ciencia con la conciencia. Estamos abandonando el largo periodo en que el hombre abandonó la conciencia moral en manos de la ciencia. El nuevo mundo que se vislumbra es el de la conciencia dominando como un fuerte auriga a los caballos desbocados de la ciencia.

¿Quien pone en duda que el hombre del siglo veinte ha sido un genio de la ciencia? La energía nuclear y las comunicaciones instantáneas podrán representar el máximo de la capacidad científico-tecnológica de este fecundo periodo de la humanidad. Pero ¿quien puede poner en duda, también, que el siglo XX ha sido el periodo del retroceso moral y espiritual del mundo contemporáneo?

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El retorno a la ética, tan claramente presente en esta última década del siglo, bien pudiera anticipar un reencuentro con el espíritu y la trascendencia, que fueran los grandes valores deteriorados en el periodo señalado. El redescubrimiento de los valores espirituales del hombre y la vuelta a la fe religiosa parecieran ser la gran revolución que amanece en los albores del siglo XXI. Por lo pronto asistimos a la revolución de la ética..

Macroética

Los neologismos acuden al foro, cuando se hacen imprescindibles por razón de la nueva existencia de un producto, idea o proyecto. A veces la palabra es completamente nueva y otras veces se adapta una antigua con prefijos o sufijos.

Propongo la palabra “macro ética”, que a mi entender nadie ha patentado hasta hoy para atender a una nueva proyección, idea o producto que dice relación con la ética a nivel de globalidad.

Naturalmente que la ética es esencialmente personal, por lo que propiamente no sería ni macro ni micro, sino ética o moral a secas. Pero, afinando un poco las cosas debemos reconocer que, de la mano de Aristóteles podemos propiamente hablar de la ética monástica o singular y de la ética política o global, entendiendo por política, en este caso, toda la realidad comunitaria de los seres humanos, antiguamente congregados en la ciudad y hoy avecindados en la aldea global, que es el universo. Corresponde, por tanto adecuar el nombre a la nueva realidad.

La Macroética, como la macroeconomía o la macro política, se refiere sin duda al modo universalmente correcto de hacer la tarea humana en todas las vertientes que al final convergen en la construcción de la sociedad.

La Macroética deberá ser acogida como una ciencia, antigua en sus fundamentos, pero nueva en sus aplicaciones. Y deberá recibir los principios inmutables de la tradición, mientras se va acomodando en el tiempo y el espacio al ritmo de la complejidad del creciente macrocosmos.

Podríamos señalar algunos de los titulares por donde debiera discurrir la nueva ciencia. Deberá partir naturalmente del hombre individual, de la persona en su más nuclear relación familiar, como paradigma orientador de cualquier construcción global.

El universo moral es al hombre, lo que el mercado global es al empresario. Y si el universo físico y psíquico le ha ido delimitando al hombre sus fronteras vivenciales, el universo económico será el que también delimite las condiciones macro eticas del “homo oeconomicus”. Será entonces, desde esta perspectiva del bien del mundo político mundial, de donde tendremos que derivar el decálogo correspondiente.

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Cuando nos relacionamos a nivel global, ya no basta con recurrir a las conductas localistas o familiares. Se abre en el mundo moderno la gran perspectiva de aquel tipo de conducta que nos hace a todos plenamente humanos, al exigirnos conductas propias del “hombre global”. El bien y el mal involucran a todos, orientales y occidentales, pobres y ricos, técnicos y científicos, mercaderes y poetas, médicos, sacerdotes o maestros.

La Macroética, como la macroeconomía ya no reconocerá fronteras, porque la única frontera posible es el hombre global, todo el hombre, todos los hombres, de todos los tiempos, de todos los lugares y de todas las condiciones.

Ya no bastarán algunos principios de la ética confuciana o de la ética kantiana o de las conocidas utopías socialistas y/o liberales. La Macroética las trasciende todas y solamente podrá entrar en colusión con aquellos modos de pensar y sentir que se basen en el paradigma de la totalidad.

Afortunadamente, para los cristianos, ese paradigma existe, aunque nunca haya sido llevado a la práctica por su dificultad histórica. Es un paradigma que ha sido enunciado a tiempo y destiempo por aquella “revelación” que afirma que todos los hombres son de igual dignidad, hijos de un mismo padre, hermanos de una sola familia y equipaje de un mismo navío.

Para comenzar el estudio de esta ciencia futurista, pienso que puede ser suficiente con esta perspectiva lógico-histórica. La cátedra está disponible. Es una de las nuevas tareas para una nueva humanidad en vísperas del tercer milenio.

Profesores y maestros

Dentro de la perspectiva globalizante a la que nos venimos refiriendo, la tarea de conducción, que implica la educación, se ha venido haciendo cada vez más exigente tanto en la comprensión de la tarea misma, como en la exigencia para sus actores. Las palabras no se utilizan en vano. Para el hombre actual no es posible confundir los términos de profesor y maestro. Lejos de ser sinónimos, se han convertido hoy en evidentes antónimos. Mientras el primero apunta a la mecánica de la profesión, el segundo se reserva a la calidad de la persona que ejerce dicha profesión.

Al comienzo de cada año escolar, suele ponerse en el tapete de discusión en nuestro país el tema de la “reforma educacional”. La opinión pública se anima gracias a la discusión compleja que suelen animar los políticos y los periodistas y en la que naturalmente intervienen los académicos Como el tema afecta directamente a varios millones de alumnos y a muchos miles de profesores, en definitiva involucra a toda la sociedad. En tiempos más activos políticamente, se suelo hablar de la “revolución educacional”.

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Los expertos en complejidades y en generalidades tienen aquí un inagotable tema que permite divagar en abundancia sobre ciencia y tecnología versus humanismo, progresismo versus tradición, firmeza pedagógica versus paideia dialogante, desarrollo de libertad versus jerarquía y liderazgo de las elites intelectuales.

Las palabras para no iniciados como verticalidad, horizontalidad o transversalidad de los contenidos, antropologías subyacentes, objetivos terminales vienen a obscurecer cosas tan elementales como el sentido de la vida, la formación del buen criterio y la conducta moral natural de los seres humanos.

Creo sinceramente,-con el aval de algunos lustros de experiencia-, que lo más importante en educación no es tanto la selección de los contenidos, cuanto la disponibilidad de buenos continentes, es decir, de maestros que sean capaces de transmitir sentido de vida, buen criterio y conductas humanizantes. Un buen maestro sabrá siempre escoger, valorar y entregar los contenidos adecuados a la etapa del alumno y a las circunstancias históricas. Los maestros no necesitan inspectores, ni menos burócratas consolidados.

Lo realmente importante es cómo se presentan los contenidos y en qué medida se involucra el que los presenta. Es aquí donde se establece la línea diferencial entre el profesor y el maestro, el simple instructor y el guía. Mientras el primero es solo un instrumento frió, el segundo es un ejemplo viviente que es capaz de arrastrar al discípulo. El que es maestro no necesita reformas. El que es profesor cambiará mucho con reprogramaciones. Por lo que el verdadero problema de la educación está en cómo transformar a los profesores en maestros, en contar con hombres y mujeres que enseñan lo que viven y no con profesionales que no creen en lo que enseñan, porque simplemente no lo viven.

Importa poco lo que diga el Ministerio, el Colegio de profesores o el departamento educacional del partido. Si no hay maestros dispuestos a conducir personas, estamos perdiendo soberanamente el tiempo. Ni las comisiones ni las leyes producen maestros.

¿Cómo puede comunicar eficientemente valores de cualquier tipo, alguien que ni los tiene para sí, ni los anhela? ¿Cómo va a suscitar vida un hombre muerto? ¿Qué moralidad podrá inculcar un amoral, menos aun un inmoral? ¿Qué entusiasmo por la Verdad podrá impulsar un escéptico? ¿Qué orientación dará un desorientado, qué esperanza un desesperado o qué alegría un amargado?

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Y si de educación cívica se trata, ¿podrá un estatista favorecer la iniciativa privada, la creatividad y la responsabilidad personal? Si no hay maestros no es posible hacer florecer emprendedores, personas que valoren más el deber que el derecho, es decir empresarios en el sentido más genuino de la palabra.

La verdadera reforma de la educación solo será posible si contamos con maestros. Ellos promoverán, formarán y orientarán a los hombres libres, creadores y alegres que todos quisiéramos tener. Con simples profesores solo podremos aspirar a una generación de burócratas o de hombres en serie.

Educación y empresa

Si el concepto empresa es equivalente a creación, dinamismo, producción y retribución como consecuencia de las tres primeras acciones, no hay duda que la educación es probablemente una de las mejores empresas que pueda realizar el ser humano.. Puesto este argumento en la colectividad debemos admitir que la educación de la comunidad se encontraría entre las mejores empresas posibles.

El hombre bien educado desarrolla la creatividad al hacerse responsable de sus propias acciones y decisiones, se convierte en dinámico, al adquirir múltiples herramientas para desenvolverse en la vida y naturalmente es una persona potencialmente productiva, ya que con su educación no hará otra cosa que aplicar creatividad y dinamismo a distintas instancias de conducta innovadora. Y como consecuencia de toda esta capacidad, actividad y resultados, la persona se verá naturalmente retribuida por aquellos a quienes sirve con tanta calidad y eficiencia.

Si bien todo lo anterior es impecable desde el punto de vista teórico y fácilmente demostrable, sigue siendo un misterio de difícil comprensión el porqué tanto los educadores como las instituciones educacionales no revelan en la práctica que sean las empresas que generan al menos buenas retribuciones, si es que no las mejores del mercado. La lógica diría que a mejor producto mejor precio o a mayor demanda, más alta cotización en el mercado.

Si le preguntan a cualquier persona común y corriente que defina sus intereses fundamentales y por tanto señale sus necesidades por las que estará dispuesto a pagar más, estas deberían ser -después de la comida y el vestido, la educación que le permita trabajar con buenos resultados, tanto para sí como para los suyor. Habría que ser un monstruo de padre para no querer la mejor educación para sus hijos ¿Por qué, entonces, en un país como el nuestro, que exhibe cada día un más alto nivel de desarrollo económico, la educación sigue siendo un verdadero “nicho” postergado, preterido y desechado por los futuros empresarios? ¿Cuántos de nuestros hijos optan por la carrera docente,

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previendo como es lógico, que la demanda por educación será creciente en el inmediato futuro? ¿Será tal vez porque vivimos en una sociedad dislocada en materia de valoraciones o existirá alguna razón perversa por la que a lo que es mejor damos peor retribución en virtud de una contradicción irracional?

En los países de mayor desarrollo, los maestros en todos los rangos de la escala educacional son considerados en un destacado lugar de la escala social y por lo mismo reciben por este encargo una retribución acorde con dicho prestigio.. Ser profesor en Alemania o Japón, en Corea o Estados Unidos es, por cierto un signo de dignidad y existe para los que ejercen su vocación docente un adecuado reconocimiento también material. ¿Será porque en esos países han estimado que la educación es una gran empresa, mientras en el nuestro seguimos pensando que es una institución limosnera que debe ser sostenida por el Estado o por instituciones de piedad o misericordia?

Naturalmente que mientras advertimos que la empresa educacional secundaria de nuestro país no alcanza sino al 7% en manos de corporaciones privadas y que la inmensa mayoría es detentada directa o indirectamente por el Estado, es sencillamente porque hasta hoy, el concepto de empresa no es adjudicado por la población a la gran tarea educativa. Ni los padres de familia, ni los profesores ni el Estado docente parecieran haberse percatado aún que es por ahí por donde nos falla la educación. Seguimos con visiones de beneficencia en algo que es, definitivamente, una de las mejores y más brillantes empresas del presente y del futuro, la educación de nuestros hijos.

Solamente en la cúspide de la educación - la universitaria- se ha iniciado el proceso de cambio serio en nuestro país. Aunque aún abundan los detractores del modelo universitario privado como empresa y todavía algunos se manifiestan proclives para volver atrás, pareciera que el nuevo estilo se abre paso. muy lejos ya de la beneficencia estatal. ¡Ojalá que, al menos en este sector, los vientos estén cambiando en la dirección correcta!

El tiempo y la cordura nos harán percatarnos de algo tan lógico y natural como que las mejores empresas debieran estar en la educación o si lo queremos expresar de otra manera, digamos que la educación es la mejor empresa que puede soñarse un país. Y esto sea dicho con todas sus consecuencias.

“En el ámbito filosófico didáctico, educar es enseñar a pensar, evaluar y actuar éticamente” Santiago Vidal

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Todos, por el hecho de ser trabajadores al servicio de la comunidad,

Capítulo I

Los grandes principios: La Felicidad y el bien.- Los fundamentos de la ética.- Psicología, sociología y religión.- La libertad y el problema del mal moral.- Pena y culpa.- Los medios y los fines.- Ley natural y ley positiva.-

“No olvides nunca adonde lleva el camino” Heráclito“No hay viento favorable para el que no sabe donde va” Séneca

“Occidentales, ¿qué valores defienden?” Malraux“El bien es el objeto de todas nuestras aspiraciones” Aristóteles

1.- La Felicidad y el bien.

Para Aristóteles, el primer filósofo que se plantea la ética como una parte culminante de la filosofía, el objeto final de esta es la felicidad que produce en el hombre la captación del bien. Vendría a ser la felicidad una sensación de plenitud de gozo, que es producido única y exclusivamente por el bien, ya sea este un final radicado en su capacidad intelectual como en su potencial afectivo o amatorio.

Lo que se presenta como verdad es perseguido por la inteligencia, mientras lo que se presenta como apetecible es perseguido por la voluntad, regida por el auriga de la libertad.

Solo la criatura humana -intelectual y volitiva- puede ser ética o moral, ya que esta condición de persecución del bien se efectúa en un campo de distintas posibilidades, que la libertad, aconsejada por la racionalidad opta en definitiva.

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En esta compleja maraña de bien y felicidad, de racionalidad y voluntad, llevadas a cabo en el medio humano y humanizante de la libertad, se realiza lo que comúnmente hemos dado en llamar ética.

Para los hombres simples, la complejidad se diluye y se concentra en una permanente antítesis vital de bueno y malo, de aceptable y no aceptable, de correcto e incorrecto, de mandado y de prohibido. “Haz el bien, sin mirar a quien”, dirá la sabiduría popular, enunciando así en síntesis el objeto final de toda ética.

La dificultad de encontrar el bien final nos la ponen las muchas opciones que la vida individual y social nos impone. De acuerdo a las distintas ocupaciones, el hombre se plantea muchos tipos de bienes especiales, que en muchas ocasiones puede oponerse al bien final. Aristóteles advierte que “hay grandes diferencias entre los fines que uno se propone. A veces estos fines son simplemente los actos mismos que se producen: otras, además de los actos, son los resultados que nacen de ellos. En todas las cosas que tienen ciertos fines que trascienden de los actos, los resultados definitivos son más importantes que aquellos que los producen” (Ética a Nicómaco, cap.I)

Prácticamente cada acción que el hombre realiza tiene un horizonte o fin propio. La acción de sanar, aplicar la ley, trabajar un campo o administrar un comercio concluyen en un fin diferente, bueno en sí. La salud es el fin o bien natural del médico, como la justicia es el fin del jurisconsulto, la buena cosecha será el bien del agricultor y la ganancia de dinero la del comerciante. Todos estos fines son naturalmente buenos. Ciertamente que cada uno de estos bienes dicen relación a algún fin o bien superior que los relaciona. Porque sería inaceptable que lo que es un bien particular pueda oponerse al bien general o de los otros e incluso sería irracional que el hombre aspirara a un bien inferior, que lo desviara o impidiera un bien o fin superior.

La ética general, al abordar el tema del bien y la felicidad solo se refiere al bien o fin último, es decir a aquel tipo de bienestar o felicidad de la que no se puede dudar que es definitivamente buena para el hombre tanto como individuo que como sociedad. Lo que es bueno para el hombre individual, debe ser asimismo bueno para la humanidad. De lo contrario estaríamos aceptando anteponer el mal al bien.

Aristóteles hace ver con claridad meridiana que la ciencia fundamental que es la ética prevalece por sobre aquellas otras ciencias particulares que le deben estar subordinadas. De tal modo que no puede haber oposición entre un bien inferior y el bien superior: “Los resultados a los que aspira la ciencia

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fundamental son superiores a los de las artes subordinadas, porque únicamente a causa de los primeros se buscan los segundos” (O.C. cap I

“El bien es el objeto de todas nuestras aspiraciones”, dice Aristóteles al inicio de su Ética a Nicómaco, y tanto “el vulgo, como las personas ilustradas, llaman a este bien supremo felicidad, y según esta opinión común, vivir bien, obrar bien es sinónimo de ser dichoso”.

Santo Tomás de Aquino resume su pensamiento al respecto, diciendo que “Todo agente obra necesariamente por un fin. Los seres desprovistos de conocimiento tienden al fin como movidos por otro. Pero el hombre, porque tiene dominio de sus actos en virtud del libre albedrío y conoce la razón de su fin, tiende al fin por sí mismo, de modo que el objeto de la voluntad libre es el fin, el bien en cuanto tal”.

En coincidencia plena con Aristóteles, Santo Tomás reiterará la identificación del fin con el bien y de este con la felicidad. Para él la felicidad del hombre no consiste ni en las riquezas, ni en los honores, ni en el poder; la felicidad es algo del alma, pero aquello en que consiste es algo fuera del alma. Con visión más cercana a Platón, San Agustín nos describirá la felicidad como el “gozo de la verdad”.

La elaboración posterior de la ética en general reafirmará estos principios, definiendo la ética como el comportamiento humano concorde con el fin moral, que es coincidente con la verdad, en lo intelectual, con el bien en la voluntad, y con la belleza en la convergencia de ambos.

Dicho en otros términos, la ética es la parte de la filosofía que orienta al hombre a actuar de acuerdo con su naturaleza, tanto personal como social. El bien del hombre debe coincidir con el bien de la humanidad y el bien de la humanidad, a su vez debe encajar dentro del bien de la creación o naturaleza cósmica.

El problema eterno de la ética es el de la adaptación. ¿Cómo reconocer en cada instante y en cada acción, su relación con la verdad, el bien y la belleza. Y más aún, ¿cómo compaginar el bien personal con el bien colectivo?

Para responder a esta pregunta clave, la filosofía recurre a los conceptos de Ley y de Conciencia. La primera objetiviza la norma natural o positiva, mientras la segunda aplica al caso y a la persona concreta el mandato de la ley. En la

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coincidencia de ambas se encontrará la Ética o principio racional de acción conforme a la naturaleza.

“Sabio en lo interior y rey en lo exterior” (Proverbio chino) Desde un punto de vista de una filosofía terrenal, una filosofía extraterrenal es

demasiado idealista, no tiene utilidad práctica y es negativa. Desde el punto de vista de una filosofía extraterrenal, una filosofía terrenal es

demasiado realista, demasiado superficial. Puede ser positiva, pero es como la rápida marcha de una persona que ha tomado un camino

equivocado: cuanto más rápido camina más se extravía” (Feng Youlan)

2.- El bien de cada profesión

Con la multiplicación de los oficios, es natural que se haya extendido la proyección de la conducta humana. La ética profesional no es otra cosa que la aplicación al trabajo concreto de los principios que regulan la buena conducta del hombre en general.

Desde remotos tiempos, las profesiones más cercanas a la necesidad primaria del hombre, como la medicina, las leyes y los negocios tuvieron sus propias normas o reglas de acción, es decir su propio código ético.

Los médicos, desde Hipócrates lo explicitaron en el célebre juramento que comprometía al galeno ante los enfermos y a la sociedad. Las otras profesiones mantuvieron de alguna manera reglas que fueron vertiéndose en axiomas de conducta, de los que la humanidad ha ido desprendiendo lo que podemos reconocer como los códigos de justicia y los acuerdos comerciales.

Hoy día en que las profesiones se multiplican hasta el infinito, se hace necesario contemplar la aplicación de principios generales a situaciones cada vez más complejas, en que los hombres que viven en comunidad se encuentran afectados.

Los educadores, los informadores, los técnicos, los agentes de servicios, los constructores y arquitectos, así como la gama de ingenieros constituyen estas nuevas manifestaciones del quehacer humano, que por serlo, también están sometidos al control de los principios morales.deberán tener como norte en su actividad el de la calidad, verdad y nobleza del servicio que prestan, aceptando como indispensable condición de ética, el hacer bien el trabajo, el sentir que todo trabajo va destinado a personas libres,

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dignas y por lo mismo capaces de exigir la rectitud en quien sirve y se sirve de su actividad especializada.

No basta con hacer las cosas bien desde el punto de vista técnico. Tendrán que ser beneficiosas para el ser humano al que están destinadas, para que adquieran la dimensión ética, por sobre la dimensión física y técnica.

La ética profesional o mejor las éticas profesionales son, en este momento de la historia una de las mayores necesidad que el género humano puede exigir para que la convivencia entre los hombres de los distintos pueblos y de las distintas tareas, para que la convivencia pueda ser realmente humana, vale decir buena conforme a su naturaleza libre y destinada a la trascendencia de su ser.

3.- Los fundamentos de la ética

Is por ética o moral se entiende la acción racional del hombre, sustentada en la libertad y orientada al fin de su naturaleza, esto significará que la ética se identifica con aquella o aquellas potencias que hacen al hombre mismo.

Y como las facultades que constituyen al hombre en humano, a diferencia del resto viviente de la creación, son la inteligencia y la voluntad, la ética deberá decir relación a esas mismas facultades. Inteligencia y voluntad proyectadas en la verdad y el bien.

Desde el punto de vista filosófico, la búsqueda de la verdad y la aprehensión de esta como supremo bien, definen todo el quehacer de la ética.

“Todo lo que quiere el hombre, lo quiere por el último fin. Este ultimo fin es único y, además el mismo para todos los hombres. La posesión del bien constituye la felicidad; por eso todo hombre la apetece. La felicidad del hombre no consiste en las riquezas, ni en los honores, ni en el poder; la felicidad es algo del alma, pero aquello en que consiste es algo fuera del alma. Así pues, la felicidad es una operación que pertenece esencialmente al alma y antecedentemente y consecuentemente al cuerpo. Quedaría por saber si la felicidad es una operación que pertenece al entendimiento o a la voluntad. Santo Tomás distingue entre la esencia de la felicidad, que pertenece al entendimiento y el placer adjunto que corresponde a la voluntad. Por eso afirma con San Agustin que la felicidad es el gozo de la verdad.”

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El nombre “ética” proviene del ethos griego, así como el nombre “moral” proviene del “mos” latino. En uno y otro caso, la esencia es la misma. Ambas palabras se refieren a las “buenas costumbres” o si lo preferimos a lo que el hombre sensato concibe como bueno y trata de llevarlo a la práctica plasmandolo en hábitos de vida. Como estos “hábitos de vida buenos” no son otra cosa que las “virtudes”, son estas las que constituyen el esqueleto fundante de toda vida moral o ética.

Concretando en términos de acción humana podemos afirmar con Aristóteles, San Agustin y Santo Tomás, que el objeto formal de la ética es el bien y que el supremo bien del hombre es la felicidad, por lo que podemos afirmar que la ética es igual al bien que produce la felicidad en el hombre.

La filosofía moral o ética se ocupa del ente moral. El sujeto de la filosofía moral es la operación humana ordenada al fin o el hombre mismo en cuanto obra voluntariamente por un fin. Y como el hombre puede obrar de triple modo: individual, familiar o politicamente, la filosofía moral se divide en tres partes. La primera estudia las operaciones del hombre singular ordenadas a fin y se llama monástica. La segunda estudia las operaciones de la sociedad doméstica y se llama económica. La tercera estudia las operaciones de la sociedad civil y se llama política Sto. Tomás de Aquino.

En concreto, lo que el hombre ansía es la verdad en todas las cosas. Porque al encontrar la verdad, el hombre satisface el anhelo de su inteligencia. Y por la inteligencia conoce que toda verdad encierra un bien y una belleza. Como muy bien dice San Agustin: El bien es el esplendor de la verdad, y la belleza es el encuentro de la verdad y el bien.

4.- Sicología, sociología y religión Tanto la psicología como la sociología tienen como objeto comun las acciones humanas en su relación propiamente temporal, mientras la religión se refiere a las acciones humanas en relación a lo trascendente, a lo sobrenatural. Naturalmente cada una de estas ciencias o actividades se refieren a una parte de las acciones. La primera se refiere a las acciones individuales en su contenido psicomotor y afectivo. La sociología estudia las acciones de los grupos humanos, simplemente en su condición repetitiva en cuanto grupos. Ni la psicología ni la sociología estudian el sentido profundo de tales acciones, es decir la razón final por la que los seres humanos actuan.

Los procedimientos de Freud, Joung o Skinner se refieren a la comprobación de los mecanismos que actúan en la conducta de los individuos sin entrar a calificarlos como buenos o malos. Simplemente los anotan, los analizan o los proyectan, sin inclinarse a unos u otros.

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Otro tanto diremos de los sociologos, principalmente de la escuela positivista de Comte, para quienes los actos colectivos no deben analizarse desde ninguna perspectiva ética predeterminada. Simplemente se observan, se anotan y se analizan, llevando por medio de tales conmprobaciones al enunciado de "leyes" de comportamiento de caracter más estadístico que moral.

En la religión, hay una gran diferencia respecto a la psicología y la sociología. Aquí se hace referencia a las acciones humanas en cuanto referidas al plan de Dios sobre el hombre y principalmente a su destino eterno más allá de la simple existencia terrenal. Aunque en la religión también hay una referencia ética, no es sin embargo lo ético lo único importante, siendo más biern la referencia de lo profano y lo sagrado, el principal objetivo a considerar.

5.- La libertad y el problema del mal moral

La Ética se refiere a las acciones humanas en cuanto libres y por lo mismo conscientes y responsables. Ese es el objeto preciso de su estudio. Será considerada ética toda acción humana que encamina al hombre a su fin natural que es el bien moral, el que a su vez coincide con la felicidad natural.

El objeto final de la ética es el bien integral, entendiendo por esto el bien que causa la plenitud o llena la capacidad natural del hombre.

Lo primero que conviene averiguar es sobre qué es el bien, lo bueno, la bondad. En general el hombre considera buenas muchas cosas distintas, las de orden físico, las de orden psíquico y aquellas otras que reconoce como bien moral. La ética se refiere naturalmente a estas últimas, aunque no deje de reconocer el carácter asimismo bueno de los otros bienes.

Físicamente, toda la creación en cuanto tal y todo lo que el hombre transforma y recrea en función de la cultura, es bueno. Desde el punto de vista de la naturaleza física podemos afirmar que todo lo existente, así como lo recreado por el hombre es bueno, en cuanto existe. El existir es parte de la bondad natural.

Psiquicamente diremos otro tanto. Los afectos, las pasiones, los apetitos son elementos buenos en sí, como elementos creados que son también. Dios no solamente creó la naturaleza "muerta", sino toda la vida que hay en el universo, incluyendo al hombre.

Pero hay un mundo de realidades más profundas, más humanas como el de los principios, las creencias, los valores y sobre todo los fines que el hombre es capaz de sustentar, que son las que consideramos la verdadera

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materia de la ética. Son los llamados bienes morales o éticos-que es lo mismo.

Teoricamente el mal no existe en la naturaleza de las cosas, en nada de lo creado. Sería una contradicción metafísica afirmar la existencia de lo negativo en términos de existencia, puesto que lo positivo por excelencia es lo existente.

La naturaleza es positiva tanto por su origen como por su destino. Y en esta naturaleza incluimos el mundo cósmico, así como el mundo de lo viviente, incluyendo por cierto al hombre. Desde el punto de vista de la creación el hombre no puede ser concebido como mal, puesto que su sola existencia lo constituye esencialmente en el bien.

Sin embargo, nuestra capacidad racional, el conocimiento histórico nos remite constantemente a lo que consideramos como mal. Se trata del mal moral, el único existente.

El mal físico no puede existir. Solo podemos hablar de "privación de un bien debido". Se trata de una cosa real que no es positiva y que, en definitiva está sustentada por el bien.

El mal absoluto no puede tampoco existir, ya que de ser así se identificaría con Dios, que por ser el bien absoluto, entraría en contradicción metafísica. El mal físico se entiende solo en sentido impropio, porque no constituye un desorden respecto al fin último. El mal físico tiene distinto significado en las criaturas irracionales y en el hombre

El mal moral es el único y verdadero mal, pues supone la pérdida del fin último, la privación del verdadero bien. Es la transgresión del hombre, libre, contra la naturaleza. Y este mal moral hace al hombre "malo", es decir perverso, descarriado, apartado del fin último.

Aunque es dificil delimitar la gravedad o levedad del mal, sin embargo la gradación se regula por la materia en sí y por la advertencia mayor o menor acerca de la conformidad del acto con la ley natural.

6.- Pena y culpa

La consecuencia inmediata de la presencia del mal en el hombre se manifiesta a través de la sensación de culpa y de pena. Mientras la primera se refiere a la percepción clara de la transgresión, la segunda es un efecto involuntario que se refleja en la sensibilidad personal, o bien corresponde al castigo que la sociedad impone a través de sus leyes al delito cometido.

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La culpa es la aceptación racional del mal que se reconoce como verdaderamente perseguido en la acción, sensación que implica el reconocimiento del mal libremente aceptado. La pena es su consecuencia sensible En referencia a la conciencia, hay que reconocer que lo malo no está en el juicio, sino en la elección que el hombre hace, después de advertir la inconveniencia del acto en cuestión, ya sea este realizado o por realizar.

7.-Los medios y los fines

El fin del hombre es precisamente el principio racional de su operación: Primum in intentione, ultimum in consecutione. (Lo primero en la intención y lo último en la consecución) Esto implica que la tarea principal del hombre es trabajar por obtener dicho fin. La razón de ser de la actividad moral es la consecución del fin que la naturaleza humana en su plenitud tiene contemplada.

El hombre siempre actua por algun fin, salvo que actue a tontas y a locas, es decir "contra naturam" o "extra naturam". El comer, dormir, divertirse son todas actividades que tienen en sí un cierto sentido de fin, aunque consideradas en su relación total constituyen más bien medios para otros fines superiores como la vida, el descubrimiento de la verdad y la obtención de la felicidad.

También podemos hablar de fines mediatos o inmediatos o también podemos hablar de primeros, intermedios y últimos. En todo caso, para los efectos éticvos, los fines superiores siempre prevalecen a los intermedios o inmediatos.

Aunque todos estos bienes son ciertamente buenos, tienen entre sí una cierta relación jerárquica, que coloca a unos por encima de otros en determinadas circunstancias. Y esto no solamente en la referencia a la persona individual, sino que también a la persona en su relación con los otros, con la comunidad. El bien social, es indudablemente un bien al que el individuo debe tender.

En términos muy generales, la ética nos dice que todos los fines naturales que el hombre es capaz de apetecer son en sí buenos. Pero dejarán de serlo cuando son obstáculo para los fines últimos o superiores.

De aquí surge el principio de que el fin no justifica cualquier medio. Solamente el medio honesto en sí puede ser utilizado para alcanzar un buen fin, puesto que todo medio es en cierto modo un fin, aunque sometido al fin último de la naturaleza, tanto individual como social del hombre.

Cuando el hombre convierte un medio, por ejemplo comer, en fin naturalmente que atenta contra su condición ética de ser ordenado al desarrollo inrtegral de su naturaleza plural, fisica, afectiva, espiritual y trascendente. Si lo queremos formular, deberemos decir que: El hombre no vive para comer. Come para vivir.

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Si todos los fines deben ser orientados por el fin último, aquellos fines intermedios que lo impiden no pueden ser considerados como buenos.El fin ultimo no justifica cualquier medio. El fin no justifica los medios.

Nicolás Maquiavelo, en "El Principe" describe o presenta aquellos medios que conducen al dominio, mantención y perpetuación del poder. Así afirma que para que el príncipe pueda reinar en paz, debe comportarse con los vencidos con absoluta dureza, descabezando a los líderes y entregando riquezas a los que sean más fieles, de modo que los primeros no tengan cómo rebelarse y los segundos se sientan deudores del señor que los regaló. Todos estos métodos, siendo absolutamente eficientes para el fin buscado, no son ciertamente éticos, puesto que apartan al hombre de su fin último que es el de la vida honesta en la República.

Los medios, finalmente, deben ser proporcionados a los fines, ya que si el medio fuera superior al fin, este dejaría de ser tal y por lo mismo no sería el objetivo racional de la voluntad.

8.- Ley natural y ley positiva

Ley: en general: Ordenamiento racional de la naturaleza del universo y del hombre Ley humana: Ordenamiento racional que el hombre hace para el bien común, respaldado por la autoridad legítima

División general: Ley eterna Ley divina Ley natural Leyes positivas: Universales Locales: Fundamentales Derivadas Las leyes eterna y divina corresponden al orden de la creación y por lo tanto dependen unica y exclusivamente del creador. El hombre no tiene nada que hacer frente a ellas, fuera de reconocerlas y acatarlas. El mundo como naturaleza y como proyecto divino está por encima de los deseos o voluntad humana.

La ética, por ser una ciencia racional nada puede hacer frente a esta realidad dada. Solamente tendrá que admitir el hecho y en la medida en que estas leyes funden o se opongan a la acción humana, deberá orientar al hombre a su universal acatamiento.

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Es desde la Ley natural, desde donde arranca el fundamento filosófico de toda ética en general y de cada ética particular. Ninguna profesión humana podría oponerse a los grandes principios que la ley natural señala como universales e inamovibles.

La ley natural o las leyes naturales son grandes principios de carácter objetivo que todos los hombres , de todos los tiempos y en todos los lugares tienen y han tenido como indispensables para la convivencia..

La ley natural es la base filosófica que fundamenta toda ética. Es desde ella desde donde la conciencia personal deriva las normas de conducta concreta que se asimila al bien natural

En toda persona con normalidad sicológica, hay ciertas acciones o hábitos, como decir siempre la verdad, respetar la vida propia y ajena, mantener la honra propia y de todas las personas, reconocer la libertad en todo y para todos, que son reconocidos como bienes comunes que es preciso respetar, desarrollar o al menos tratar de no impedir.

La declaración universal de derechos humanos que hizo suya la organización de Naciones Unidas no es otra cosa que la puesta en común y por escrito de esos grandes principios en los que todos estamos de acuerdo, porque radican en nuestra naturaleza común.

Como consecuencia de esta universal creencia podemos discernir con relativa nitidez lo que es bueno y lo que es malo. De modo que podemos afirmar como bueno todo aquello que conduce al hombre a su perfección, a su conocimiento y goce. mientras que será malo todo lo que daña el conocimiento, el gozo y el desarrollo de las capacidades naturales del hombre

La ley natural es“el modo superior de participación en la ley eterna que es propia del hombre”.(R. Luño)

También se le conoce con el nombre de “moral natural”. Se denomina así, porque es el orden mismo de la naturaleza, en cuanto que esta no es fruto del acaso, sino de una mente superior, que la hizo posible. Todo, en la creación, y el hombre en particular tiene una razón, un origen y un destino preciso. Cuanto revierte hacia el origen y cuanto se encamina al fin, es lo que conocemos como ley natural.

Particularmente en el hombre, dotado de racionalidad y de libertad, es la ley natural la que establece la norma por la que somos capaces de discernir lo bueno de lo malo, lo que aparta del fin natural para el que hemos sido proyectados desde la eternidad.

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La ley natural, fuente de toda moralidad, lejos de ser un código minucioso, es más bien una linea muy general, aunque estricta, por donde discurren los principios directivos de la conducta humana, sin llegar casi nunca a una determinación estricta del modo de conducta. El espíritu humano, situado en un marco de extrema libertad, lleva en sí mismo el principio dinámico de su desarrollo que no solamente es bioquímico, sino por sobre todo intelectual y moral.

La “finura de espíritu” que el ser humano va adquiriendo con la cultura creciente, lo hace ser cada vez más exigente consigo mismo y con la sociedad, en un esfuerzo cotidiano por elaborar lo que llamamos el estilo moral. Si consideramos a la humanidad con perspectiva histórica, advertiremos este fenómeno con evidente claridad. Las leyes de Grecia o de Roma que regulaban la conducta entre los hombres y el Estado, el procedimiento en la guerra y en la paz y los modos concretos de hacer negocios, distan mucho de la severidad y afinamiento con que hoy día lo hacemos, a la luz de nuestra evolución cultural y moral.

El influjo que la fe judeocristiana o las tradiciones confucianas y budistas de Oriente ofrecen a la reflexión ética, es enorme. Se presentan a ante la razón como potentes focos luz que aclaran muchos de los hoyos negros de la existencia humana. Son como fuertes intuiciones o anticipos de la más alta moralidad jamás conocida.

La ética a que nos referimos ahora es, por cierto, la estrictamente racional, la que surge de la reflexión “no iluminada” por la revelación divina”, aunque esto no impida que las concordancias en lo sustancial sean enormes y que para quienes tenemos el don de la fe, lejos de impedir, ayudan a discernir aun mejor, su racionalidad y pertinencia.

La ley natural en su esencia y las leyes positivas en su conjunto son para el hombre los puntos de referencia, para que en su actuar se comporte de acuerdo a su propia naturaleza, es decir eticamente.

En cuanto a la leu positiva o leyes positivas son todos aquellos códigos escritos o no, que los hombres aceptan al vivir en comunidad, como una necesidad que impone el bien común de la sociedad.

Estas leyes, de acuerdo con el desarrollo de la comunidad mundial hoy pueden dividirse en universales y locales, según que su aplicación pueda darse a uno u otro nivel.

La Organización de las Naciones Unidas, al establecer normas de convivencia universal, como por ejemplo la declaración universal de los derechos humanos, propone a la comunidad internacional un fundamento ético de carácter positivo superior.

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Cada país soberano reune en sus respectivos códigos legales una gran cantidad de preceptos elaborados en el tiempo y cuya vigencia dependerá de sus poderes legislativos, siendo aplicadas por los poderes ejecutivos y sancionadas por los respectivos poderes judiciales. Unos y otros constituyen el Estado.

El conocimiento de las leyes locales se supone obligatorio para todos los ciudadanos, de modo que ninguna persona en su sano juicio podrá excusarse de cumplirlas y de no hacerlo, deberá aceptar las sanciones correspondientes.

Desde el punto de vista de la ética general, las leyes positivas constituyen un fundamento variable o mejor dicho una referencia racional que contribuirá siempre a formar la conciencia moral de los ciudadanos. En ningún caso deberá identificarse la ley positiva con la ética personal. Ética y ley positiva son dos conceptos distintos, aun cuando tengan en general estrecha relación.

Desde que el hombre vive en sociedad se ha visto obligado a leyes, que no son otra cosa que los acuerdos racionales de las comunidades con el ánimo de satisfacer el bien comun de todos

Todo el cuerpo legal establecido exclusivamente por el hombre a lo largo del tiempo es lo que conocemos como Ley Positiva. En todo grupo humano organizado desde los hititas de Hammurabi, pasando por egipcios, hebreos, griegos y romanos hasta nuestros dias, la humanidad ha elaborado códigos de todo tipo para enfrentar situaciones de cualquier naturaleza.

Las Constituciones políticas se presentan en el tiempo como las leyes madres de donde se originan todos los códigos civiles, penales, administrativos y otros muchos, que al derivar en reglamentos constituyen el complejo entramado jurídico en que se desenvuelve el hombre contemporaneo.

Dada la globalización política y económica a que el mundo se está abocando en las postrimerías del siglo XX, cada vez se hace más universal el uso de códigos que se acomodan practicamente a la comunidad universal. Si bien es cierto que permanecen los parlamentos locales, en el tercer milenio es muy probable que se llegue a algun cierto consenso de legislación universal, lo que facilitaría bastante las relaciones más profundas entre todos los seres humanos.

La declaración universal de los Derechos Humanos, asumida por la comunidad mundial a traves de la Organización de Naciones Unidas, podría considerarse como el paradigma de lo que se puede esperar en el futuro.

9.- Legalidad y moralidad

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Esta unificación tendrá como consecuencia inmediata, una mayor precisión en las orientaciones éticas o antiéticas que desarrolle la humanidad del siglo XXI.

Aun cuando la legalidad pueda aunar a toda la humanidad en la adopción de los grandes criterios de la convivencia, esto no quiere decir, que la moral o ética individual quede absorbida por los códigos que la humanidad vaya aprobando en distintas asambleas.

Por el contrario, estamos asistiendo en la actualidad a una proliferación de normativas, sobre todo algunas referidas al inicio y fin de la vida -aborto y eutanasia- que no condicen con la condición de etica racional qu estamos presentando. El hecho de que las mayorías adopten y sancionen ciertas políticas y las conviertan en leyes, no significa que la etica o moral pueda cambiar. La conciencia recta, que es la instancia definitoria de la ética seguirá siendo independiente de cualquier legislación positiva.

Los ciudadanos que actuen de acuerdo a las leyes, solamente podrán garantizar el juicio de los hombres, pero no el juicio de Dios que coincide con el de la recta conciencia. Legalidad y moralidad son dos cosas diferentes, a pesar de que en un alto porcentaje de sus preceptos haya coincidencia.

Capitulo II La conciencia moral

“Vigila tus pensamientos; se convierten en palabras. Vigila tus palabras; se convierten en acciones. Vigila tus acciones; se convierten en hábitos. Vigila tus hábitos; se convierten en carácter. Vigila tu carácter; se convierte en tu destino” Frank Outlaw

El ser humano que se sabe libre, al mismo tiempo que destinado a la búsqueda de la verdad y el bien en todas las cosas, se habitúa a reflexionar, antes de acometer cada acción verdaderamente importante. A esta reflexión, que le llevará necesariamente a plantearse racionalmente la bondad o malicia de las cosas que va a hacer, le llamamos comunmente la "conciencia", o más precisamente la conciencia moral, para distinguirla de aquella

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conciencia general que es simplemente la constancia psíquica de que estamos vivos y que actuamos.

La conciencia moral es, en realidad el principal elemento que regula en el hombre su conducta, al someterse a un juicio "próximo y práctico acerca de la bondad o malicia de un acto". Esta es precisamente la definición que nos dan los autores clásicos, desde Aristóteles en adelante.

Sin conciencia no hay moral que valga. Por eso mismo no calificamos ni a los animales, ni a las plantas, ni a la naturaleza en general como "malos". No tienen conciencia de sus acciones, o al menos no tienen conciencia moral.

El león que devora al cervatillo no puede ser condenado moralmente por su acción. La exigencia de su naturaleza le lleva a perpetrar un acto que para el hombre tampoco es reprobable, puesto que su vida misma le exige alimentarse con criaturas inferiores.

El hombre sí es consciente. Y todo lo que realiza, en sus plenas facultades, responde a un acto de reflexión. El hombre piensa y decide todo lo que hace, excepto cuandop se enajena por el sueño, la droga o el alcohol. Solamente en esos casos está inconsciente. No decimos que "es" inconsciente, sino que está, como recalcando que en su esencia connatural el hombre es consciente.

La conciencia psicológica es un acto reflejo que nos indica acerca de nuestra vida psíquica. Sentimos que vivimos, que respiramos, que hablamos, que nos movemos o que estamos detenidos. La conciencia moral es algo más. Connota un ejercicio intelectual y voluntario, por el que "juzgamos" acerca de lo que vamos a realizar o bien de lo que ya hicimos.

Definimos la conciencia moral como "el juicio próximo practico acerca de la moralidad de una acción".

El juicio es, ciertamente más que una percepción, que una idea o que una ley aprendida. Tiene que ver con un proceso racional complejo, que implica reflexión y autocontrol. El que actúa precipitadamente, sin pensar, es, naturalmente un inconsciente.

Decimos que se trata de un juicio próximo y práctico, es decir que tiene que ver con lo que ocurre ahora, aquí o lo que acaba de ocurrir, puesto que la reflexión del hombre se puede referir al inmediato pasado o a lo que está por sobrevenir. No es que la conciencia se desentienda del pasado más o menos lejano o del futuro también distante. Lo que pasa es que, naturalmente, el juicio consciente se realiza como si dijéramos en caliente. Es así como el hombre es más capaz de discernir circunstancias que facilitan el mejor desarrollo de un

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buen juicio. Cuando los acontecimientos están distantes de nosotros, se nos pierden los detalles y tendemos naturalmente a deformar las cosas.

La conciencia moral se refiere a lo que acontece o aconteció ahora. La conciencia moral es un acto de la voluntad, guiada por la inteligencia, por lo que tanto el conocimiento como la voluntad deben estar en pleno ejercicio para que al hombre le sea imputada la responsabilidad de la acción.

Cuando el hombre se plantea una acción que sobrevendrá, decimos que actúa con conciencia antecedente, mientras que cuando reflexiona acerca de lo ya obrado, decimos que tiene conciencia consecuente. En uno y otro caso, el juicio se aplica igualmente sobre la bondad o malicia del acto. Y la conciencia, fríamente, responde de acuerdo a los antecedentes que la inteligencia le propone. En este sentido, la conciencia moral no es libre, sino necesaria. Es decir, necesariamente emite su opinión verídica sobre la moralidad o inmoralidad de la acción.

En circunstancias normales, el hombre tiene conciencia clara, cierta y firme acerca de la moralidad del acto a realizar o realizado. Pero en circunstancias especiales de confusión, inadvertencia o ignorancia, el hombre puede encontrarse en la duda de cómo operar. Aquí nos encontramos con la llamada conciencia dudosa, de la que el hombre debe siempre, sin excepción, tratar de salir. Si el hombre permanece en la duda, a sabiendas de ello, actuará mal y por lo mismo se sentirá responsable de las consecuencias de su acción. Quien actua en la duda se expone a obrar mal, por lo que se hace responsable del mismo.

La formación de la conciencia moral es una tarea que nunca termina en el hombre. Comienza desde la primera infancia, en que el ser humano aprende las conductas correctas, siguiendo el modelo de los adultos y haciendo suyos los juicios correctos estimulados por el ejercicio de una recta racionalidad. Existe, indudablemente un crecimiento moral en el niño, que se alimenta con los modelos y con las leyes honestas.

Posteriormente, en la educación formal y bajo el influjo de los verdaderos líderes en el campo del trabajo, de la política y de la religión, el hombre sigue afinando su conciencia moral, la que debe ser constantemente sometida a la prueba de la rectitud.

El conocimiento de las leyes, la observación de los modelos y el constante ejercicio de reflexión intelectual producen en el hombre el resultado moral correspondiente, el que se expresa a través de lo que llamamos una recta conciencia moral.

Finalmente decimos que el juicio se refiere a la moralidad, es decir a la bondad o malicia moral de un acto determinado.

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. La conciencia moral no se refiere ni al conocimiento científico, ni a la técnica con que operamos, solamente se refiere a la intencionalidad, a los actos que surgen de la plena libertad del ser humano. Se refiere a los "actos propiamente humanos", no a actos cualesquiera del hombre.

Esta distinción es importante, a la hora de analizar la culpabilidad o inocencia de una persona. Solamente nos hacemos culpables cuando somos plenamente conscientes, cuando actuamos según la conciencia. El que sueña un crimen, no es reputado como criminal.

Cuando nos planteamos el juicio de lo que vamos a realizar, decimos que tenemos conciencia antecedente. Cuando nos detenemos a pensar y juzgar sobre algo que hicimos, tenemos conciencia consecuente. Una y otra son igualmente conciencia moral. Y una y otra nos convierten en jueces de nuestras propias acciones.

Naturalmente que frente a tantos hechos como realizamos o proyectamos hacer, no siempre tenemos los antecedentes plenamente claros. Más aún, a veces no tenemos nada claro y, sin embargo actuamos igual.

El hombre normal advierte claramente la diferencia en cada uno de sus juicios. Unas veces advierte con total claridad los detalles de la acción a realizar o de la ya realizada, por lo que sabe qué es cierto y qué es falso. Otras veces, los hechos son tan confusos que la mente no capta suficientemente sobre la certeza o falsedad de una cosa.

Podemos tener, entonces conciencia cierta y conciencia incierta o dudosa. Muchas veces, debido a la rapidez con que hay que juzgar, y porque, a lo mejor tuvimos una pequeña distracción hacemos un juicio precipitado y nos equivocamos medio a medio.

Mientras uno maneja el auto solemos caer fácilmente en este tipo de extraños juicios. Precipitadamente condenamos al automovilista que nos precede, porque disminuyó bruscamente su marcha o porque cambió de pista o porque nos sobrepasó a gran velocidad. damos por cierto que el conductor es un tarado que no conoce las normas del tránsito, por lo que se hace acreedor a nuestro inmediato insulto. Cuando después disponemos de mayores antecedentes nos damos cuenta que el conductor frenó ante la demanda de un carabinero, se cambió de pista señalando correctamente o nos pasó a una velocidad prudente, porque en realidad era yo el que caminaba muy lento.

Esto nos ilustra que la conciencia puede ser cierta o dudosa. Puede estar en lo correcto o en lo incorrecto. Por lo que nuestro juicio es el que corresponde o está equivocado.

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Lo que si que nos urge en nuestro interior reflexivo es la toma de decisión que debemos realizar cada vez que nos enfrentamos a una acción. Y es claro que nuestra conciencia siempre nos propone el bien como aceptable y el mal como rechazable, por lo que las cosas se complican cuando la conciencia no acierta a discernir entre lo bueno y lo malo, permaneciendo en la duda.

Si actuamos con duda o a pesar de la duda, nos exponemos a errar y si conscientemente optamos por el mal, obramos en contra del bien al que aspira siempre nuestra naturaleza. Para solucionar este problema, la razón nos lleva a tratar de salir siempre de la duda. Como dice el aforismo: "En caso de duda, abstente". Es natural que la abstención sea la única formula prudente ante la posibilidad cierta de poder errar.

Formación de la conciencia

Una conciencia bien formada, cierta, clara y pertinente es la que permitirá que obremos moralmente, que obremos bien.

Naturalmente que la conciencia no se forma espontáneamente. Es preciso aprender, observar, reflexionar sobre la conducta de los buenos, de las personas comúnmente tenidas como correctas, virtuosas, santas. Además es preciso conocer las leyes, las costumbres buenas, los usos y criterios que han prevalecido en las sociedades de mayor racionalidad y prestigio. La formación de la conciencia es , tal vez, la tarea mas importante de toda educacion. Una buena conciencia es garantía de vida moral, sana sicológicamente.

En toda profesión que el hombre practique habrá siempre un estilo bueno frente a un estilo malo. Lo uno y lo otro es percibido y mostrado por una buena conciencia moral.

La ética es la práctica de lo que es bueno, de acuerdo a lo que es racional y a lo que ha sido acordado por los seres humanos en término de normas de "buena convivencia". O dicho de otra manera, las fuentes de la ética son: la conciencia personal y la ley en general.

La formación de la conciencia moral es una tarea que nunca termina en el hombre. Comienza desde la primera infancia, en que el ser humano aprende las conductas correctas, siguiendo el modelo de los adultos y haciendo suyos los juicios correctos estimulados por el ejercicio de una recta racionalidad. Existe, indudablemente un crecimiento moral en el niño, que se alimenta con los modelos y con las leyes honestas.

Posteriormente, en la educación formal y bajo el influjo de los verdaderos líderes en el campo del trabajo, de la política y de la religión, el hombre sigue

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afinando su conciencia moral, la que debe ser constantemente sometida a la prueba de la rectitud.

El conocimiento de las leyes, la observación de los modelos y el constante ejercicio de reflexión intelectual producen en el hombre el resultado moral correspondiente, el que se expresa a través de lo que llamamos una recta conciencia moral.

Una conciencia bien formada, cierta, clara y pertinente es la que permitirá que obremos moralmente, que obremos bien.

Naturalmente que la conciencia no se forma espontáneamente. Es preciso aprender, observar, reflexionar sobre la conducta de los buenos, de las personas comunmente tenidas como correctas, virtuosas, santas. Además es preciso conocer las leyes, las costumbres buenas, los usos y criterios que han prevalecido en las sociedades de mayor racionalidad y prestigio. La formación de la conciencia es , tal vez, la tarea mas importante de toda educacion. Una buena conciencia es garantía de vida moral, sana sicologicamente.

En toda profesion que el hombre practique habra siempre un estilo bueno frente a un estilo malo. Lo uno y lo otro es percibido y mostrado por una buena conciencia moral.

Codigo y conciencia

Para muchos profesionales, el código correspondiente a su actividad viene a constituir poco menos que el decálogo moral más importante o incluso el único. Tal pensamiento no puede ser sino errado, ya que, en general, los llamados “Códigos de ética profesional” no suelen ser otra cosa que acuerdos convenientes para los pares, en función del ejercicio reglamentado de la actividad laboral.

Es un presupuesto, que la ética general deberá someter a prueba, antes de sancionarlo como la regla ética básica o esencial. El que los médicos, los abogados o los periodistas hayan acordado algunas normas generales para tratar a sus respectivos clientes, no significa que todo lo acordado en ese sentido esté basado en principios universales. Por el contrario, suelen ser estas normas, expresiones de conveniencia o interés para el propio grupo, que con ellas trata de defenderse de los vaivenes del mercado.

En realidad, más que códigos de ética, deberían ser conocidos como procedimientos de utilidad colectiva basados en un cierto grado de racionalidad. La ética, como lo estamos viendo en este planteamiento filosófico, es otra cosa. El fin último de nuestras acciones, el sentido social de nuestro trabajo, la

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formación de una conciencia recta y la constante referencia a la Ley natural, son principios de carácter más universal que los denominados códigos profesionales.

Valor moral del trabajo

En relación al trabajo se formulan opiniones encontradas. Hay quienes sostienen que el trabajo es un castigo que el hombre ha recibido de Dios y que por lo tanto debe ser aceptado como un hecho inobjetable, del que el hombre no puede prescindir, sin caer en rebeldía. Por lo mismo, el que se dedica al ocio sería considerado como un ser que contradice al plan de Dios.

Para otros el trabajo es, simplemente, una realidad humana necesaria y esencial a la condición natural del hombre, el que no podría subsistir, si no realizara algún tipo de actividad corporea.

Hay también quienes piensan que frente al trabajo hay que hacer una distinción fundamental: el trabajo propiamente humano sería el de pensar o dirigir el pensamiento y la voluntad hacia la naturaleza, dejando que la naturaleza animal o inanimada se encargue de la "fuerza bruta", siendo esta totalmenmte ajena a la condición humana, que está constituida por el principio del señorío, el dominio, el mando.

En las tres posturas, hay elementos valederos, por lo que es preciso acumular y no restar en la materia. El trabajo es tarea humana, dice relación a bienes y también a males anexos. Su referencia al plan de Dios es más que evidente para quienes creemos que la vida humana tiene fundamentos y destino divinos.

Toda acción humana libre es de carácter moral. El trabajo no podría ser una excepción. Si es bueno recrearse, educarse, relacionarse con los demás, también lo es el trabajar con el fin de aplicar nuestras facultades y obtener aquellos bienes que necesitamos para nosotros y para nuestro grupo familiar o afectivo.

Desde el punto de vista moral el trabajo es creación y servicio, siendo ambos elementos consecuencia de la realidad personal del ser humano, que en la teología judeocristiana se expresan como la imago Dei, imagen de Dios, que da sentido pleno al valor moral del trabajo.

El único animal de la creación que no repite las cosas es el hombre. Por muy animal de costumbres que sea considerado, el hombre es el ser esencialmente imprevisible. Mientras somos capaces de adivinar lo que hará un perro o un gato, en determinadas circunstancias, no seremos capaces de pronosticar con seguridad lo que hará un ser humano, debido a estar dotado de libertad.

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Por esta razón de su esencial diferencia junto a la capacidad de una inteligencia progresiva, cuando el hombre actúa, generalmente crea, es decir, realiza algo nuevo, hasta entonces inexistente. El animal repite, el hombre inventa. El animal cumple rigurosamente las normas preestablecidas de su naturaleza, mientras el hombre es capaz de resistir o cambiar el rumbo de lo que su naturaleza le pueda señalar. Salvo en el estado inconsciente, de fatiga o de suma pereza, el hombre, cuando actúa lo hace bajo el impulso de su capacidad creadora.

Desde el punto de vista subjetivo, todo trabajo es igualmente valioso, ya que su valor esencial está dado por el hecho de ser humano, consciente, personal. Pero desde el punto de vista objetivo, existen niveles de valor en los distintos trabajos, calificandose principalmente por el grado de “inteligencia”, es decir de innovación y proyección espiritual que el trabajo tiene. Así decimos que un trabajo rutinario de tipo material, como la fuerza aplicada a la máquina o el simple transporte de productos, se encontraría en el primer escalón del valor, situándose en el más alto, aquel que se refiere al pensamiento puro, convertido en nueva fórmula capaz de generar nuevos y nuevos procesos. El valor que la sociedad otorga al conocimiento innovativo no es otra cosa que el reconocimiento de la gente a lo que se considera fruto de la capacidad máxima del ser humano.

Los países así llamados de superior desarrollo se distinguen de los subdesarrollados, en que aplican más el entendimiento a través de la ciencia y la tecnología que aquellos otros que simplemente repiten procesos manuales o de técnicas heredadas de los creadores de las mismas.

Si lleváramos este argumento hasta su nivel más alto, deberíamos reconocer que el trabajo más alto del ser humano sería el de pensar, raciocinar y proyectar el pensamiento más allá de la materia. Por lo que habría que decir que el trabajo más elevado sería el de los filósofos y más aún el de los teólogos.

Siguiendo un criterio más bien materialista de la vida, debemos reconocer que no siempre los hombres dan más valor a lo que más vale, sino más bien a lo que más les llena de placer o a lo que más satisface sus necesidades presentes, por lo que en una escala de valores realistas, la creación más apreciada es la que sirve las necesidades o conveniencias de las mayorías.

Una vez más, en nuestra reflexión debemos advertir que la ética no es necesariamente el valor más alto que los hombres -las masas- consideran como tal. Por el contrario, son los bienes placenteros, útiles o de mayor requerimiento, los que son colocados en la cima de las apetencias y por lo mismo en el reconocimiento, incluido el económico.

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La reflexión bíblica sobre el trabajo coloca un sello de dignidad a la tarea del hombre y la mujer, quienes al trabajar colaboran con el plan creador de Dios, realizando en su acción un aspecto de la semejanza divina. Sin embargo el libro sagrado brinda una interpretación sobre el carácter hostil que llevará consigo muchas veces el trabajo. “Con fatiga sacarás del suelo el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá...Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gen. 3,17-18). La visión bíblica es profundamente racional, al mismo tiempo que sagrada. En el trabajo hay aspectos divinos y también humanos y aun antihumanos. Para el autor sagrado, ambos elementos se circunscriben en el plan de Dios sobre el hombre y su historia.

Capítulo III.- Ética de las virtudes

“La ética se estudia no para saberla, sino para practicarla” “El que ha de gobernar ha de tener virtud moral perfecta” Aristóteles

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Las virtudes, según Aristóteles, son la expresión personal de la ética, o la ética en acción. Solo el hombre virtuoso puede ser considerado hombre moral, ético, es decir bueno. Por el contrario el hombre vicioso será considerado como inmoral o antitético.

Siendo, pues, la ética el modo practico de conducirse en relación con el bien moral, son las virtudes los modos concretos en que esta se da. No hay ética sin virtudes, ni virtudes que no anuncien la existencia de un comportamiento humano digno, honesto, moral.

¿QUE ES LA VIRTUD?

La virtud, en general, es en la definición escolástica “un hábito operativo bueno”, así como su contraparte, el vicio, es un hábito operativo malo. Esto quiere decir que no existe virtud si no hay continuidad en lo bueno, como no puede acusarse de viciosa a una persona que hace esporádicamente algo malo. La permanencia en el bien o en el mal es lo que califica a un acto de virtuoso o vicioso.

Asimismo, Aristóteles anota que la virtud es el término medio entre dos extremos que se expresan entre lo que no alcanza y lo que excede o sobra. Por ejemplo, la generosidad es una virtud que se encuentra situada entre la tacañería y la prodigalidad o derroche.

Al igual que el vicio es un hábito, una costumbre, un modo constante de actuar. La diferencia entre la virtud y el vicio está en la bondad o malicia de las acciones. Las buenas se llaman virtudes y las malas, vicios. Mientras las primeras configuran la ética, los segundos representan lo antitético o inmoral.

Aristóteles y con él toda la tradición universal, anota cuatro grandes virtudes llamadas cardinales, porque son como el soporte o "cardo", en que se afirman todas las buenas acciones del ser humano. Ellas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Aparte de ellas, el filósofo griego enumera una serie de virtudes menores o derivadas que tienen su asiento en las primeras. Ellas son, entre otras el valor, la magnificencia, la magnanimidad, la liberalidad, la sociabilidad. el buen decir, el pudor, la mansedumbre y la sociabilidad.

Finalmente Aristóteles señala la amistad como el gran lugar común donde se incuban todas las virtudes humanas, destacando que esta es antes que nada el ejercicio del bien entre los hombres. Un buen amigo es el mejor de los tesoros y la amistad es la forma concreta que el hombre tiene para mostrar su bondad. Al estudiar una por una estas virtudes, Aristóteles hace notar cómo la prudencia es la virtud maestra de todas ellas, siendo el principio de la sabiduría humana que

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juzga, orienta y manda actuar con la más plena racionalidad. De tal modo es ella necesaria para el bien obrar, que no puede pensarse en un hombre bueno que no sea prudente.

De la justicia se dirá que es la concreción social de la prudencia, puesto que el hecho de dar a cada uno lo que le corresponde es la mejor forma de aplicación de la prudencia. Un hombre justo es el que da y sabe dar a cada cual lo que le corresponde por naturaleza.

La fortaleza y la templanza son también virtudes importantes que dicen relación al correcto enfrentamiento tanto de lo doloroso como de lo placentero. El hombre que constantemente se ve enfrentado a dificultades y a satisfacciones, debe tener un comportamiento sabio y justo frente a las distintas alternativas. El que sabe enfrentar el dolor con dignidad y el que es capaz de gozar con equilibrio, son efectivamente personas virtuosas.

En las virtudes derivadas de las mayores, que se refieren a distintos estados de ánimo frente a distintos desafíos de la vida, se presentan con los mismos parámetros señalados en las cuatro principales. Ser magnánimo, hablar con corrección, manifestar ánimo paciente, manso y humilde, no son otra cosa que aplicaciones de la sabiduría que inspira la recta razón regulada por la prudencia y la justicia.

Antes de hacer algo los griegos se preguntaban, si lo que tenían en mente era bueno, correcto y si el resultado sería bello.

Los griegos, al pensar buscaban la verdad, al actuar perseguían el bien y como consecuencia de ambas

búsquedas se encontraban con la belleza.

VIRTUDES CARDINALES

Los moralistas coinciden en señalar cuatro actitudes humanas como claves o bases de todo el edificio moral. Ellas son, dentro de un orden lógico la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. La filosofía las ha señalado como cardinales o principales, ya que de ellas se sostienen todas las demás virtudes.

La Prudencia

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Es el buen juicio que permite distinguir el bien y el mal. Santo Tomás dice que la prudencia es la virtud propia de quien ejercita la autoridad. Se tiene una actitud prudente cuando se toma una decisión habiendo considerado todos los antecedentes que permiten evaluar una determinada situación, y habiendo considerado también ventajas y desventajas comparativas de las diferentes vías de solución. La imprudencia puede ser también el resultado de la tendencia a la precipitación, omitiendo dejar pasar el tiempo necesario para que la situación se calme, evitando cargas emotivas del momento que sobrevalúan elementos secundarios. No debe confundirse con la indecisión ni con la pusilanimidad

La virtud de la prudencia es cognoscitiva en cuanto capta el hecho y reflexiona sobre él, e imperativa en cuanto que ordena a la conciencia proceder de acuerdo con lo rectamente reflexionado.

La prudencia está presente en todas las virtudes porque ella implica el uso de la razón y de la voluntad conducida por aquella. Todas las demás virtudes presuponen la prudencia. De modo que es imposible hacer un acto de justicia sin que previa y simultáneamente se haya ejercitado la prudencia. Por su parte, si la fortaleza no va acompañada de la prudencia no llega a ser tal sino simple porfía, testadurez o simpleza.

Para desarrollar la virtud de la prudencia, el hombre necesita conocer la realidad, enjuiciarla correctamente y tomar la decisión adecuada. Para conocer la realidad hay que empezar por quererla efectivamente y no presuponer anticipadamente que se conoce. La persona soberbia o autosuficiente que no pone en duda sus conocimientos y deja de escuchar a otros, difícilmente será prudente. En cambio la persona humilde, que es capaz de escuchar estará más próxima a la prudencia: Observar, distinguir entre hechos y opiniones, entre lo importante y lo secundario, ampliar la información, reconocer los propios prejuicios y capacidad limitada son condiciones que llevarán al ejercicio de la prudencia.

Para enjuiciar correctamente es preciso establecer los criterios adecuados y actuar de acuerdo con dichos criterios. En esto consiste la llamada capacidad crítica, propia del hombre sabio. Es fundamental tener criterios para apreciar los hechos. Para ello debemos estar siempre atentos al bien, respetar las reglas de

juego establecidas, particularmente aquellas que emanan claramente de la ley natural.

Finalmente la prudencia impone decisiones consecuentes con lo juzgado. En el momento de la decisión habrá que tener en cuenta la mayor información posible y el juicio acerca de ella. Además se deberán prever las consecuencias de la decisión tomada.

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En todo caso, el hombre prudente no es el que nunca se equivoca. Es, más bien el que sabe rectificar a tiempo y el que no escabulle hacerse responsable de sus posibles errores.

Para ser prudente hace falta orientación, consejo, fuentes adecuadas de información, sentido de la ponderación, discusión crítica para actuar o también para dejar actuar.

La Justicia

“ La justicia perfecciona nuestra voluntad, como la prudencia nuestra inteligencia” .Es la virtud que permite al hombre dar a cada cual lo suyo. Es la virtud social por excelencia. La realiza la persona individual, pero su destino es la sociedad. Se es justo o injusto con los demás. No podemos hablar con propiedad de una injusticia contra sí mismo, puesto que nadie, racionalmente hablando, buscará dañarse a sí mismo.

“La justicia exige un trato igual a los iguales y un trato desigual a los desiguales”, decía Aristóteles. Es la virtud que impone dar a los demás lo que es debido, de acuerdo con el cumplimiento de nuestros deberes y de acuerdo con nuestros derechos y los del prójimo- como personas, empresarios, profesionales, ciudadanos, clientes, etc- y a la vez, intenta que los demás hagan lo mismo.

Esta virtud pone orden en nuestras relaciones con Dios y con los demás; hace que respetemos mutuamente nuestros derechos; hace que cumplamos con nuestros deberes; pide sencillez, gratitud. Y también paz, aunque ,como explica santo Tomás, la paz es obra de la justicia indirectamente, o sea, en cuanto remueve los obstáculos para que exista paz La paz es la consecuencia de la caridad ( Summa theologica, II-II)

La justicia se realiza respecto de otras personas. La justicia está en función de la capacidad del individuo de reconocer el débito. Al considerar la justicia debemos acompañarla continuamente de la caridad. Al hablar de “igualdad” nos estamos refiriendo a una adecuación exacta entre lo debido y lo entregado. Si el acto va a ser justo, no puede haber ni más ni menos.

La definición de Simónides dice que justicia es: “dar a cada uno lo que es suyo”. En el acto de dar, se entrega o restituye o respeta lo que es ajeno, ya que si fuere propio estaríamos hablando de gracia o generosidad, que es virtud distinta. Al decir que es a “cada cual”, implica una connotación personal en relación a la justicia. Se de a una persona determinada a quien se debe, no a cualquier otro.-

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Tipos de justicia: Conmutativa, distributiva y social

Para determinar qué es de cada cual, se formulan tres tipos distintos de justicia que tienen que ver con la relación entre dos personas (conmutativa), o con el grupo social y el individuo (distributiva y social o legal)

La justicia conmutativa es aquella relación de justicia en la cual ambos sujetos ( acreedor y deudor) son independientes entre si y se encuentran en un mismo nivel de igualdad. Dos personas particulares entre si o por extensión dos grupos humanos debidamente identificados por una unidad jurídica, como por ejemplo los Estados son los sujetos de la justicia conmutativa. Lo justo en este caso se mide por la cosa debida ( lo suyo de cada cual), y no por la calidad de las personas que se deben. Así, el precio de una cosa no se mide por la riqueza o pobreza de quienes celebren la compraventa, sino por la cosa misma, según lo estipulado. Esta igualdad, la denominó Aristóteles “ igualdad aritmética”. Es la justicia propia de los contratos. Para averiguar qué se debe, cuánto se debe, y cómo pagar, basta analizar el contrato estipulado El cumplimiento del acto de justicia se llama pago. La justicia distributiva es aquella en que rige la relación de la colectividad con cada uno de los miembros de ella. Las colectividades pueden ser de distinto origen: política( partido político), religiosa ( la Iglesia), comercial( sociedades con fines de lucro), etc.

La colectividad está compuesta por individuos, los que desempeñan funciones y ocupan cargos diversos. En su interior, las cosas son comunes y no de cada cual. La colectividad debe a sus miembros un trato proporcional al puesto o posición que cada cual ocupa, a su función, al mérito de cada uno, a su capacidad, según sea el tipo de sociedad. Así, una sociedad comercial distribuirá las ganancias y pérdidas según la participación de los socios en ella. En este tipo de justicia, lo suyo de cada cual no es una cosa concreta, sino que consiste en el trato que cada cual ha de recibir según las circunstancias. El cumplimiento del acto propio de justicia se llama distribución, y quien lo realiza es la colectividad a través de sus autoridades.

La justicia social o legal -ambas expresiones indican lo mismo- tiene por sujeto a una colectividad relacionada con cada uno de los individuos que la componen. Los miembros deben aportar todo lo necesario (según la situación de cada cual) para el bien común que varía según la clase de colectividad de que se trate)Así, en una sociedad comercial, cuando un socio paga su aporte, no lo

hace en beneficio de los individuos personalizados, sino de la colectividad misma. El cumplimiento del acto, propio de justicia se llama contribución al bien común.

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Ser justo no supone actuar de un modo justo en actos aislados, sino el hábito de actuar constantemente según las normas de justicia. Conviene recordar que la justicia como virtud reside en la voluntad y no en el entendimiento, a diferencia de la prudencia. La justicia busca el correcto comportamiento en las acciones, no dirige actos cognoscitivos.

¿Cómo desarrollar la justicia?

En la vida moral, el hombre debe ir más allá del sentido legal de la justicia. En la reflexión bíblica se hace equivaler justicia con santidad o suma bondad, por lo que Dios mismo es nombrado como el Justo por excelencia. Y todo el que sigue a Dios, deberá perfeccionarse en esta virtud.. El mejor camino será ejercitar la voluntad, así como la capacidad de comprensión con cada persona . Alcanzar la justicia es, entre otras cosas: el respeto constante a los demás, la ayuda a los necesitados que se encuentren más próximos y a nuestro alcance y posibilidad, participar con los demás en la responsabilidad de las decisiones de importancia y, naturalmente, tratar de convivir ordenadamente con los demás. Todas estas acciones que normalmente se expresan en términos de derecho, solamente serán llevados a la práctica, si desarrollamos en nosotros el deber de la justicia.

Finalmente, para ser justo no es suficiente conocer la ley positiva y respetarla, sino que por sobre todo conocer y respetar la ley natural. Esta es la que en definitiva nos dará criterios para adoptar posturas y tomar decisiones correctas que beneficien el bien común.

La Fortaleza “Se aprende siempre con dolor...El alto espíritu humano solo florece en el dolor.....“El dolor colectivo es un providencial cedazo en el que se detienen los egoístas impenitentes, los incapaces de encontrar en el sacrificio, su perfección” Gregorio Marañón

En términos muy amplios la fortaleza es la virtud que nos capacita a afrontar dignamente la adversidad. El hombre, a lo largo de su vida debe enfrentar constantemente dificultades que encuentra en sí mismo, en su relación personal con los demás y en muchas circunstancias se verá enfrentado a dificultades y peligros que la misma naturaleza le proporciona, sin que tenga que buscarlos. La

fortaleza es la virtud cardinal que dispone al hombre a salir con éxito del dolor y de las dificultades de todo orden Implica hacer de las pequeñas cosas de cada día una suma de esfuerzos, de actos viriles, que pueden llegar a ser algo

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grande, una muestra de amor, sin dejar de lado el valor del amor a Dios, que es el que mejor funda la dilección humana.

Buscando el bien, sirviendo a los demás es como desarrollamos esta virtud. Es preciso contra el egoísmo en primer término, ya que rehuir el sufrimiento es muchas veces un querer prescindir de los riesgos o dificultades de la convivencia humana. Cuando solo se busca el propio interés, el placer por encima de todo, la fortaleza es sin duda, la virtud ausente.

La actitud de resistencia es aparentemente difícil, pero no lo es tanto cuando se tiene un gran sentido de la vida, de su destino eterno, de su vinculación a los otros y en definitiva a Dios.

Asimismo, es necesario aprender a decir no y no por temor, sino para que la fortaleza sea gobernada por la prudencia. Si la fortaleza no está gobernada por la prudencia, se puede caer en la osadía o temeridad, que desprecia el juicio recto y sale al encuentro del peligro

La fortaleza supone aceptar lo que nos ocurre, deportivamente, no pasivamente, con deseos de sacar algo bueno de las situaciones más dolorosas.

Los tres vicios que se oponen a la fortaleza son: el temor, la osadía y la indiferencia.

El indiferente es una persona que por no reconocer su deber de mejorar o por no querer enterarse de las influencias perjudiciales, adopta una actitud pasiva, cómoda y perezosa. Una vida cómoda acaba siendo un ejercicio de egoísmo. Para no caer en la indiferencia también hace falta la paciencia. Esta es la virtud que se inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales. Para ser fuertes, hay que aprender a acometer, o sea a actuar enérgicamente cuando es necesario por causa de la justicia o del amor a los demás. Será preciso dominar la fatiga, el cansancio, y la flaqueza. Acometer significa disponerse a alcanzar un bien arduo y difícil- Y para esto, es preciso tener iniciativa, decidir y luego llevar a cabo lo decidido, aunque cueste un esfuerzo importante. Supone perseverancia, y tener una motivación adecuada. En síntesis, para tener fortaleza es menester: -Aprender a resistir; ser congruente: vivir lo que se dice y lo que se piensa; -Acometer

Conviene no olvidar que el desarrollo de la fortaleza permite la existencia de muchas otras pequeñas virtudes derivadas. Por algo la conocemos como virtud cardinal.

La Templanza

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Es la virtud que enfrenta al hombre con el éxito más que con el fracaso, aun cuando la actitud templada deberá el hombre manifestarla siempre, manteniéndose señor y dominador de toda situación extraordinaria.

La vanidad es, sin duda, una de las tentaciones más comunes a toda persona, pero particularmente asediante cuando se trata del hombre de autoridad o prestigio. Mantenerse inalterable ante el éxito es tan difícil como no dejarse abatir por la adversidad. Mientras de esta se ocupa la fortaleza, de aquella se ocupa la templanza.

Es la virtud que distingue lo que es razonable y lo que es inmoderado y utiliza razonablemente los cinco sentidos, el tiempo, el dinero y todos los esfuerzos, de acuerdo con criterios rectos y verdaderos.

La templanza nos dispone al dominio de nuestros deseos, y en especial, el uso correcto de las cosas que captan nuestros sentidos. No elimina los deseos, sino que los regula de acuerdo al buen juicio.

¿Como ejercitarse en la templanza?

Removiendo obstáculos, o sea, evitando las circunstancias que puedan despertar deseos, que en conciencia, no puedan ser satisfechos.

Si consideramos la actividad profesional, podemos preguntarnos, por ejemplo, si los gastos que yo hago en mi empresa podrían ser injustos para con los demás. ¿Cuál es el motivo real para hacer estos gastos? ¿Son para competir? ¿Son para aparentar o figurar? ¿Para mejorar servicios?¿Mejorar el bienestar de los demás?

El desarrollo del autodominio, con un control de los cinco sentidos es tarea que lleva a la adquisición de la templanza, la que se manifestará principalmente en lo que llamamos austeridad o también sobriedad.

Valorar lo que se tiene y desarrollarlo con habilidad también es fruto de la virtud de la templanza. Sin complejos de inferioridad, sin falsas humildades, la templanza nos ayuda a valorarnos y a valorar a los demás en lo que realmente somos y valemos.

El buen uso del tiempo, la huida de la pereza y el desorden también tienen que ver con esta cuarta virtud cardinal. Como asimismo, el uso inmoderado de los bienes, la presunción desatinada ante los demás y la continua

auto contemplación o autocomplacencia son los síntomas de mayor significación para el intemperante

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OTRAS VIRTUDES HUMANAS

En sus relaciones ordinarias, el ser humano es capaz de perfeccionar sus hábitos de conducta, ya procedan estos de consideraciones puramente internas o reguladas por la convivencia cotidiana. Tanto los autores de textos de ética, como los de otros estudios referidos a la moral religiosa o a la vida ascética, nos presentan un sinnúmero de conductas habituales o virtudes, que podríamos denominar “derivadas”, puesto que surgen a la luz pública, necesariamente apoyadas en las virtudes cardinales, ya analizadas.

He aquí algunas de estas virtudes mencionadas desde Aristóteles hasta nuestros días en distintas formas, pero con idéntico contenido filosófico.

MAGNANIMIDAD

Junto a la magnificencia, los griegos colocaron la magnanimidad como virtud escolta de los líderes o conductores de la sociedad. Un gran hombre que hace obras “magníficas” debe ser al mismo tiempo capaz de ser “magnánimo” Si la primera se refiere a la obra realizada, la segunda fructifica en la capa interior del hombre que la realiza. Ser magnánimo es tener un anima grande, es decir un gran espíritu abierto al mundo, particularmente a los hombres con quienes se comparte la existencia y el trayecto: electores, trabajadores, discípulos, seguidores, admiradores, etc.

Como en el caso de la magnificencia, la magnanimidad es virtud de conductores, de líderes. El ánimo grande es propio de hombres que actúan sobre otros, que necesitan y reclaman dirección, sentido, horizonte.

En nuestro siglo XX hemos conocido a algunas de estas figuras, cuyo ánimo ha movido multitudes en la dirección correcta. Mahatma Gandhi fue uno de ellos. Hasta su nombre significa en indí magnánimo, alma grande. Otro de los grandes de ánimo es el actual Pontífice, hombre de espíritu tan universal que es considerado por moros y cristianos como el prototipo del conductor de espíritus. Uno y otro reflejan lo que esta virtud, descubrimiento griego, quiere expresar.

¿Quien es magnánimo? ¿Cómo se actualiza esta virtud tan humana y universalmente reconocida como tal? Desde luego es magnánimo el que mira a toda persona en su particular dignidad, que no cataloga por adjetividades sociales, económicas o políticas. Es aquel que bajo el ropaje sabe descubrir al hombre en su espíritu proyectado, el que no discrimina por nada, más aun el que siempre está dispuesto a la “discriminación positivamente” o dicho en otros términos el que sabe poner por encima de todo un poco más de amor y belleza. “El amor es más fuerte”, gritó Juan Pablo II en aquella memorable y masiva concentración del Parque O’Higgins, mientras un pequeño grupo de vándalos

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trataba de manchar el maravilloso acto de la proclamación de la primera heroína cristiana, Sor Teresa de los Andes.

La virtud de la magnanimidad se pone en práctica con innumerables acciones de detalle, más que con grandes planes. El hombre verdaderamente grande, empresario, político o maestro no se manifiesta tanto en sus encendidos discursos, como en sus diarias incursiones en la relación con las personas. El verdaderamente grande lo es en la ventanilla, en la obra de construcción, en el estadio o en la calle. Se es grande en cada instante, al manejar un auto o al controlar una empresa, al dictar una cátedra o al prestar un pequeño servicio.

Porque, si bien es cierto que la magnanimidad es virtud de grandes, solamente se percibe en aquellos que siempre actúan, como si fueran pequeños. Porque los grandes son pequeños en la apariencia. A la distancia son gigantes del espíritu.

Los grandes países han sido construidos por hombres que han sabido armonizar estas dos virtudes clásicas; la magnificencia y la magnanimidad. Es decir, son aquellos para quienes lo grande es tanto lo que aparece en obras de envergadura, así como en hombres de profundas raíces.

despegue de la quietud gubernativa y legislativa, así como algunos empresarios se la adjudican para expresar ciertos arranques de innovación que conducen , en el primer caso al éxito en las urnas y en el segundo en las arcas.

¿Es en realidad el progresismo una de esas verdades con categoría de permanencia o más bien se trata de una ventolera verbal que así como llega, también se va y desaparece en el tiempo?

Si uno analiza lo que empíricamente entienden algunos de los políticos y algunos de los empresarios en relación al progresismo, más bien se trata de ciertos síntomas de cambio estratégico frente a la humanidad que se resiste a mudar bruscamente cada día al ritmo de ciertas “geniales” percepciones. Tomando en cuenta que entre los fundamentos del progresismo político se encuentra involucrado el relativismo moral, el igualitarismo rasante de los ciudadanos y la “superación” de ciertos valores “tradicionales” como la religión, la familia, la patria, el perdón, la humildad, la jerarquía y otras “menudencias” de este mismo calibre, uno se encuentra tentado a pensar que en el uso de esta palabra hay gato encerrado. Más bien pareciera expresar lo contrario de lo que significa en su origen.

¿Cómo va ser progreso humano el regreso en la escala de lo económico, de lo social, de lo moral o de lo religioso? Hay que ser muy desfachatado para sostener que el fomento del aborto, el fomento de la quiebra familiar, de la homosexualidad o de la omnímoda libertad sin contrapesos pueda significar algún ascenso o progreso para el ser humano. O también exagerando la nota por el costado ecológico, dar más valor de permanencia a los árboles y a los animales por sobre el hombre, pareciera más bien descenso que ascenso. El

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progreso en este caso sería para los cuadrúpedos y para las plantas -que dicho de paso está muy bien que las tratemos con elegancia y dignidad.

A la hora de la verdad solo entenderemos como progresista a una política -que no es otra cosa que la gran empresa de todos- que fomente una vida mejor en todas las dimensiones. Mantenerse solo en lo físico o en lo afectivo es tan soberanamente ridículo como proyectar al hombre hacia un mundo de ideas y contemplaciones que no tienen asidero, si no están al mismo tiempo encarnadas. Y una vez más por la vía de la razón ética nos encontramos con la dimensión religiosa que avala más fuertemente al hombre, que es la de su condición humano-divina, temporal-eterna, inmanente-trascendente.

Un progresismo que solo dimensiona uno de los polos no puede ser sino retrógrado, así lo practiquen los políticos, los empresarios o los maestros.

MAGNIFICENCIA

La magnificencia es una virtud muy cercana a la magnanimidad, aunque su objeto sea expresado en la materialidad de la obra que realiza el hombre que la posee. Hablamos de una empresa magnífica, de una ciudad magnífica. o de un país magnífico. Estas expresiones atribuidas a conglomerados humanos solo son posibles, si los hombres que las conducen tienen esa misma categoría instalada en su mente y en su espíritu como una virtud, es decir como un hábito de pensar y ser.

Desde una perspectiva griega, la magnificencia es una virtud propia de los conductores, de aquellos que otean el horizonte, que piensan en el futuro. Hoy diríamos que es una virtud propia de grandes estadistas o de grandes empresarios, que en el fondo es lo mismo, ya que un estadista no es otra cosa que un hombre con visión de empresa grande, de empresa país.

Para Aristóteles, el padre de la ética clásica, la magnificencia es la virtud propia de los hombres que sobresalen, que exceden al común de los mortales. Magníficos son aquellos que son capaces de realizar obras de dimensión superior, seguras, espaciosas, monumentales, hermosas. Originalmente se referirá a los grandes constructores, a los creadores de monumentos, palacios, templos y ciudades. Por derivación la virtud será predicable de aquellos espíritus superiores, cuya mirada está puesta más en el futuro que en el presente, en la obra perfecta que en la solución provisional, en lo que está destinado a permanecer más que en lo transitorio o caduco. Magnífico es solamente el hombre que hace cosas grandes de valor.

Como toda virtud,- hábito operativo bueno-, tiene frente a sí por contraste el vicio correspondiente. Lo contrario a lo magnífico es lo raquítico, apocado, rastrero, minúsculo, entendiendo en todas estas expresiones la connotación despectiva de lo que es pequeño debiendo ser grande. Porque, en sí, lo pequeño por naturaleza puede ser excelso. Más aún, la belleza de lo pequeño es muchas veces más sutil que la belleza de lo grande.

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La magnificencia es la virtud que se refiere a las obras humanas de envergadura que están dotadas de verdad, de bondad y de belleza, si queremos expresarlo en términos metafísicos, o bien de solidez, seguridad y riqueza ornamental, si lo expresamos en términos físicos.

Es magnífica una ciudad armoniosa, ajardinada, habitable, acogedora, monumental y funcional al mismo tiempo. Es también magnífica una industria bien organizada, con dimensiones proporcionadas, grata en su ambiente, armoniosa en sus dimensiones y en su contorno, creadora de riqueza, segura en sus propósitos, distinguida en sus productos, colaboradora en su entorno.

Aspirar a lo magnífico es ya de alguna manera una expresión de la virtud que admiraban los griegos y que la mística cristiana asumió transfigurándola en el mundo del espíritu, de lo sobrenatural, de lo eterno. Tal vez es esta la base racional y ética de las magníficas catedrales góticas entre otras manifestaciones de esta virtud aristotélica.

En nuestro mundo actual, muchas veces se ha relegado esta indudable virtud en nombre de una visión adocenada, vulgarizante, democrática de las cosas. Ciertamente que los magníficos no se hacen por votación, ni consenso. Los magníficos son más bien escasos. Como son escasos los hombres que regulan toda su existencia por la ética.

PREVISION O AUSTERIDAD

Previsión, ahorro, austeridad. Estas tres palabras se refieren a una actitud que la ética universal señala como las virtudes derivadas de la prudencia y que se aplican al uso del dinero o de los bienes materiales que lo sustentan. Ser ahorrativo es una manifestación de sentido del futuro, lo que implica una actitud reflexiva sobre la inestabilidad de la salud así como la volatilidad de los bienes de fortuna. El vicio que se opone a esta virtud es el despilfarro, como exceso o la tacañería como deficiencia. Siempre la virtud se encuentra en medio de dos opuestos o extremos. Porque la manera mejor de estudiar las virtudes en la enseñanza de la ética es por el procedimiento de su contraste con los vicios. Así entendemos mejor la humildad confrontándola con la soberbia o la magnanimidad con la pequeñez de espíritu, la justicia con la injusticia y así sucesivamente.

El ahorro es virtud porque es considerado como un buen hábito que implica en el ahorrante un sentido de previsión, de futuro, de esperanza en una felicidad que vendrá más adelante. Es una virtud que se vincula a la esperanza- virtud teologal al mismo tiempo que filosófica- y significa que el hombre tiene proyectos de futuro por los cuales es capaz de esforzarse o aun sacrificarse hoy. Su contraria -y por tanto el vicio correspondiente- es el despilfarro, el gasto descomedido, que significa vivir al día sin preocuparse de lo que prudentemente debiéramos prever. Un padre de familia que, teniendo la posibilidad de mantener reservas para él y los suyos, será considerado como

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persona con falta de ética, si se despreocupa de anticiparse a lo que la alimentación, el vestido y la salud de su gente puedan requerir en el futuro.

En el caso concreto de las empresas no es distinta la conducta ética que debemos esperar de quien o quienes la dirigen o administran. El ahorro sistemático, proporcionado a la ganancia, es un bien exigible por quienes forman la comunidad de trabajo. Porque no siempre los negocios pasarán por momentos de prosperidad o facilidad. Pueden anticiparse, con un poco de sentido común, aquellas dificultades que pueden producirse por efectos distintos como la competencia, la obsolescencia de los productos, las pérdidas por catástrofes u otras circunstancias ajenas a la buena voluntad de sus gestores.

Al igual que le exigimos a un padre la anticipación de los avatares de la familia, también podemos esperar y exigir al líder empresarial que se anticipe a los tiempos de vacas flacas que siempre pueden llegar, a pesar de las mejores intenciones, proyecciones y pronósticos.

La prudencia, que es la virtud fundante de la ética, irá proponiendo los montos y los modos en que deben ser hechas las reservas o acumulaciones de capital para afrontar el futuro. Gracias precisamente a quienes han sido capaces de ahorrar en muy distintas instancias, disponemos en nuestro globalizado mundo, de capitales de inversión que permiten rehacer economías, favorecer nuevas empresas o solventar problemas producidos por baches económicos de carácter transitorio. El que ahorra siempre debe ser premiado por aquellos que son beneficiados con el ahorro. Porque este es el fruto de una privación voluntaria de bienes que bien podría el prestante consumir o malgastar en inútiles pasatiempos.

El habito del ahorro es, sin duda, una gran virtud que debe ser considerada tanto por los ejecutivos como por los trabajadores y que debería estar siempre presente cuando se viven días de prosperidad y equilibrio. La tentación de repartirlo todo, de usufructuar en plenitud lo ganado, puede proporcionar un agrado temporal, pero también puede constituirse en una imprudencia para el futuro. Esta regla ética que adquiere dimensión social en las empresas, aparentemente tan elemental, cuando es observada por los conglomerados humanos, hace la diferencia entre países prósperos y países pobres.

Algunos creen que esta virtud es más fácil para los sajones o los asiáticos que para los latinos. Que mientras aquellos viven con la mente puesta en el futuro, nosotros los latinos vivimos demasiado intensamente el presente.

Como en todas las actividades humanas, la virtud está exactamente en el medio. Ahorrar para el futuro no significa vivir hoy miserablemente, pero vivir hoy con despilfarro se puede convertir mañana en un una miseria de vida. La

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gracia de las virtudes es que nos anticipan con bastante claridad lo que seremos mañana, por cuenta de lo que dejamos de hacer hoy.

LEALTAD

En la convivencia humana, la lealtad es una virtud necesaria. Solo se puede vivir humanamente, si somos capaces de mantener relaciones creibles entre nosotros. Para los orientales, la vida humana está hecha de un tejido de lealtades; del soberano al súbdito, del padre al hijo, del esposo a la esposa, del anciano al joven y del amigo al amigo. Sin lealtad no hay vida moral posible.

“ Amigo Platón, pero más amiga la verdad” rezaba un axioma ético de la vieja Escuela. De este modo se hacía ver la precedencia absoluta del orden objetivo por sobre el subjetivo y del orden moral por sobre el pragmático.

Hay gente que piensa muy seriamente que la lealtad es una virtud tan poderosa que no admite excepción. A un amigo no se le traiciona. A mi empresa jamás puedo comprometerla. A mi país siempre deberé encontrarle la razón. La lealtad sería una virtud ante todo y ante todos. Cuando se trata de defender a un amigo, a un pariente o a un camarada o compañero, la lealtad significa protegerlo contra cualquier adversidad. Lo primero es el comportamiento de defensa a quien se ha prometido incondicionalidad y de quien se espera otro tanto.

En el hampa, esta es sin duda una regla de oro. El que traiciona, muere. El que colabora sin escrúpulos es señalado como ejemplo a imitar. En esas circunstancias el principio absoluto del que todo pende es el negocio rentable, ya sea este de dinero, de prestigio o de poder. Todo lo demás es marginal. Por eso entre la mafia, la vida es un adjetivo frente a la sustantividad de la tarea.

Lamentablemente este criterio suele también ser requerido en la vida de los negocios, así como en el negocio político entre colegas La obtención del beneficio de dinero o de poder se coloca tácitamente en el primer lugar de la escala, siendo los otros posibles valores, simplemente subsidiarios del mismo.

¿Qué es la lealtad como virtud moral? Simplemente el afecto a la persona y a la causa que se trata de identificar con ella. Si la causa es ineludiblemente buena, la lealtad será con esta. Si la persona es irredarguiblemente buena, la lealtad será con ella y no con la causa. Si la bondad coincide en ambas -persona y cosa- ahí tendremos que la lealtad se cumple en la adhesión afectiva y efectiva a ambas.

Siendo así de claro en los principios. ¿Por qué hay personas de rango social, político y económico, que hacen siempre prevalecer un bien secundario por sobre el bien principal, o incluso un bien claro sobre un mal también claro?

En el creciente problema de la corrupción -tanto en los negocios como en la política que roza con negocios- se ha más que insinuado una invocación a la lealtad o lealtades de empresa o de partido, que ciertamente contradicen la más elemental ética.

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En los últimos días, la Institución de Carabineros de Chile ha dado un testimonio de lealtad ética, despidiendo a dos centenares y medio de personal de sus filas. En este caso, las autoridades que tomaron la decisión mostraron claramente lo que es un ejemplo de lealtad. En lugar de aferrarse a una posible connivencia con algunas personas de su familia, trataron de ser fieles a la lealtad con la comunidad a la que deben servir. La lealtad a la ciudadanía es sin duda superior y por tanto principio rector de esta conducta que todos hemos aplaudido.

Empresarios, académicos y gobernantes debiéramos agradecer a estos hombres de orden y armas por la lección entregada. Lealtad, sí, pero a quien corresponde y en el orden adecuado. “Plato amicus, sed magis amica, veritas”.

BIEN DECIR

Hablar bien es igual a bendecir, por la misma razón que hablar mal es igual a maldecir. Bendición y maldición, que son términos con cierta ascendencia sagrada para nosotros, eran considerados por Aristóteles como una virtud humana frente a su vicio correspondiente.

El hablar bien, correctamente, con palabras claras, inteligibles se opone al hablar mal, en forma incorrecta, oscura. Naturalmente que también decimos que habla bien el que usa un lenguaje culto, digno y honesto para distinguirlo de quienes hablan en lenguaje vulgar, indigno o deshonesto. también el lenguaje, que es el vehículo humano de la comunicación tiene que ver con la ética.

Y en el mundo de los negocios también podemos recurrir al lenguaje bueno o malo, correcto o incorrecto, claro u oscuro, noble o vulgar, honesto o deshonesto.

La ética general nos asegura que lo bueno debe cubrir la totalidad de los espacios disponibles. De modo que se mantiene el axioma: “Bonum ex integra causa”. Es decir, que para que algo sea considerado bueno en plenitud, no debe tener ningún defecto. Un producto o servicio es bueno, si en todas sus partes está bien hecho, presentado, matizado, terminado. En cambio, en relación a lo malo, el axioma dice: “Malum ex quocumque defectu”. Con un solo defecto que tenga el producto o el servicio, se considerará malo. Un automóvil se considera malo, si le falla una sola de sus funciones. Y será bueno, si todas las funciones responden de acuerdo a lo prometido en su publicidad.

La palabra es la carta natural de presentación del empresario, del gerente, del administrativo, de la secretaria. Y por la palabra descubrimos la calidad total o parcial de la persona. Con las buenas palabras, la persona refleja el grado de

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su bondad consustancial. En cambio con las malas palabras, la persona se delata como incompleta, vulgar, deficiente, oscura, grosera, etc.

Tiene razón Aristóteles al colocar en su “Ética a Nicómaco” la virtud del “bien decir”, porque esta cualidad es el reflejo de un buen pensamiento, de una buena intención, de un respeto al interlocutor y también de un sentido de lo estético, ya que la buena palabra coincide fácilmente con la actitud estética correspondiente. podríamos decir que las buenas palabras se identifican con las bellas palabras.

Por el contrario, las malas palabras nos revelan a una persona con tendencias vulgares, dobles, deshonestas o simplemente antiestéticas. El agrado que nos produce una conversación fluida, culta, limpia y de humor fino contrasta con el desagrado que nos genera un hablar barriobajero, escaso, reiterativo en expresiones de doble sentido, de persistente grosería.

Suele ocurrir a los adultos que, por granjearse un espacio entre los más incultos o con los adolescentes, llegan a adoptar términos de precaria originalidad, reiterativos en el doble sentido, simplemente groseros, en la esperanza de ser acogidos con particular afecto por parte de los más jóvenes. Me parece que incurren en el mismo error que aquellos senescentes que presumen de un erotismo totalmente ajeno a su avanzada edad. Terminan por hacer el soberano ridículo. Con el lenguaje ocurre otro tanto. Del adulto se espera la virtud del buen decir. La maldición no le cuadra al hombre maduro. también la madurez se expresa en las palabras.

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Capitulo IV.- IDEALES ETICOS DE LA HUMANIDAD

“El hombre sabio se deleita con las aguas; el hombre bueno se deleita con las montañas. Los sabios se mueven; los buenos permanecen quietos. Los sabios son felices; los buenos son longevos” Confucio, Analectas VI,21

Aunque reconocemos desde el primer momento que la ética es una en todo tiempo y lugar, ya que esta se refiere al modo natural y no simplemente cultural del ser humano, ha habido en la historia de la misma humanidad distintos acentos en orden a hacer prevalecer unos bienes por sobre otros, estableciéndose una gama de percepciones y conductas éticas que fijan lo que llamamos las “diferentes éticas culturales”.

Desde el punto de vista geográfico, la humanidad ha mantenido de alguna manera ciertas visiones contrastantes entre el llamado occidente judeocristiano

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y el oriental confuciano-budista. Ciertamente que están bien asignados los puntos de referencias, porque son efectivamente los pensadores de uno u otro origen los que han suscitado las diferencias que en la historia de la ética se han establecido hasta el día de hoy.

El conocimiento de estas dos fuentes se hace necesario para poder establecer el acervo común del pensamiento humano en torno al tema que, según Aristóteles, se estudia más para su puesta en práctica, que para su profundización especulativa.

Hay, sin embargo algunos matices importantes en estas dos orillas de pensamiento, que la historia de las ideas, ha ido señalando como relevantes. Encontramos entre ellas los ideales éticos procedentes de Grecia, de la Roma cristiana, del mundo indú y de los grandes textos tributarios de Confucio y Buda o Sakyiamuni. Decir una palabra de cada uno de estos surtidores de pensamiento pareciera del más alto interés, sobre todo, en nuestro tiempo, en que la globalidad de las relaciones está haciendo a los pueblos más iguales en el bien y en el mal.

EL IDEAL GRIEGO

Hay acuerdo en la historia de la filosofía que son los grandes pensadores griegos del siglo de oro, los que mejor elaboraron el material disperso entre el mito, la epopeya y la historia de la humanidad. La palabra misma se debe al gran Aristóteles, quien con su “Ética a Nicómaco” inició la publicación sistemática de la que ha bebido principalmente la tradición occidental.

Aristóteles, discípulo de Platón y maestro de Alejandro fue el genio concentrador de la sabiduría griega y se constituye en el puntal de referencia cultural y moral de Occidente, por no decir que de la humanidad.

En una apretada síntesis del capitulo IV de su Ética, formula el maestro griego las metas del hombre clásico, del hombre libre, del hombre “perfecto” según la racionalidad ática:

“No se expone al peligro sin necesidad, ya que hay pocas cosas por las que se preocupa suficientemente; pero se halla pronto en las grandes crisis a dar aún su vida, sabiendo que bajo ciertas condiciones, no vale la pena vivir.”

“Está dispuesto a servir a los demás, aunque él se avergüenza de que se le haga un favor. Dispensar una bondad es un acto de superioridad; recibirla es una prueba de subordinación”

“No toma parte en manifestaciones públicas”

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“Es abierto en sus repugnancias y preferencias; habla y actúa francamente, a causa de su desprecio de los hombres y de las cosas. Nunca se enciende en admiración, ya que no hay nada grande a sus ojos”

“No puede vivir halagando a los demás, a no ser que se trate de un amigo; el halago es la característica del esclavo”

“Nunca siente la malicia y siempre olvida y desprecia las injurias”

“No es aficionado a hablar”

“No le importa que le alaben, ni que otros sean vituperados”

“No habla mal de los demás, ni aún de sus enemigos, a menos que sea a ellos mismos”

“Su continente es reposado, su voz profunda, mesurado su hablar; no cae en la precipitación, porque solo pocas cosas le preocupan; no es propenso a la vehemencia, porque nada estima muy importante. La voz chillona y el andar rápido le vienen al hombre de la preocupación”

“Soporta los accidentes de la vida con dignidad y gracia, sacando el mejor partido de las circunstancias, como el hábil general que maneja sus fuerzas limitadas con toda la estrategia de la guerra”

“Es el mejor amigo de sí mismo y se deleita en el retiro, mientras que el hombre sin virtud ni talento es el peor enemigo de sí mismo y se aterra ante la soledad”

Formidable es, sin duda, este ideal ético que Aristóteles describe como propio del dirigente griego. Individualista, austero, prudente, altivo, orgulloso de la superioridad que le otorga la inteligencia y el autocontrol. No es, por cierto el ideal humano en general, sino el del líder, el de los selectos, el de la aristocracia del espíritu.

No hay que olvidar que en el pensamiento social griego, no todos los hombres son iguales en dignidad y destino.. El propio Aristóteles en “La Política” advierte que hay hombres que nacen para dirigir y otros para ser dirigidos, hay hombres libres y hombres esclavos y, desde luego, el hombre es siempre considerado superior a la mujer.

Es un ideal que podríamos llamar discriminatorio, ya que se encuentra bastante ajeno a lo que conoceremos posteriormente como el ideal de solidaridad cristiana. Hay, finalmente un sentido deportivo, de buen humor con relación al sufrimiento o a la posible confrontación entre los humanos. La solución del olímpico desprecio de toda vulgaridad vuelve nuevamente a proyectar el ideal moral en un nivel que podríamos catalogar de estoico o también pragmático.

EL IDEAL CONFUCIANO

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Tan universal como el ideal griego, es sin duda el confuciano, también conocido como oriental en términos muy amplios, ya que si nos atuviéramos a las diferencias entre hinduistas, budistas y taoistas, descubriríamos enormes distancias valorizas en los mensajes morales expandidos y practicados en el llamado Extremo Oriente.

Es, sin duda, Confucio el gran maestro de la ética estrictamente racional, comparable a Aristóteles en cuanto al influjo que ha ejercido históricamente sobre los pueblos chino y japonés principalmente. Junto a ellos han recibido fuertes influjos conductuales sobre todo en lo relativo a los negocios y la organización social -desde la familia al Estado- muchos otros pueblos que hoy son conocidos con el apelativo de tigres o dragones asiáticos, tales como Corea, Vietnam, Tailandia, Singapur, Indonesia, Malasia y Filipinas.

La diferencia de Confucio con Aristóteles hay que encontrarla más en su pedagogía que en su pensamiento, si bien el de Aristóteles es más amplio y comprensivo en al ámbito de las ciencias, siendo Confucio más bien un maestro propiamente tal de la conducta ciudadana, es decir, fundamentalmente un maestro de ética.

Es conocida universalmente la sentencia de Confucio: “No hagas a los demás lo que no quieras te hagan a ti mismo”, pensamiento que es incorporado prácticamente en toda la filosofía moral de la humanidad, incluyendo por cierto a la griega y a la judeocristiana.

Pero, tal vez, el principio identificador o diferenciador de la cultura oriental confuciana, haya que colocarlo en el orden jerárquico de la sociedad. Este principio establece que siempre debe el hombre respetar la precedencia del padre sobre el hijo, el soberano sobre el súbdito, el esposo sobre la esposa y el anciano sobre el joven. Son estos los cuatro estamentos diferenciadores que obligan a conceder precedencia, someter obediencia, aceptar consejo y conducción como conducta deseable. Todas estas relaciones exigen, al mismo tiempo la lealtad y el respeto entre todos.

Otro de los elementos de la ética confuciana es el de la prevalencia de lo comunitario por sobre lo individual. Hay en Oriente un sentido de la pertenencia al grupo, de la identificación con el colectivo que les hace sentir como en forma connatural el destino común compartido.

Para el Oriental es más importante el orden y la armonía social que cualquier otra exigencia de carácter individual. Un proverbio tailandés, basado en esta perspectiva dice: “¿Qué importa si el ciempiés pierde uno?”

La valoración de la vida misma individual y por ende la apreciación de los derechos individuales humanos son más bien secundarios dentro de la perspectiva moral de los discípulos de Confucio.

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EL IDEAL INDU

Dentro de la multiplicidad de religiones que habitan el Oriente, el hinduismo es una de las más antiguas y numéricamente de las más practicadas en la actualidad. Su cosmovisión o filosofía subyacente acerca del hombre representa un modo ético distinto, aunque complementario de los ideales griego y confuciano, que lo acompañan en el tiempo y el espacio. Tanto en la antigüedad como en el tiempo presente, el influjo mutuo de las grandes culturas racionales y religiosas se han compenetrado o influido mutuamente.

Un gran autor de nuestro tiempo, hombre del espíritu y la política -Mahatma Gandhi- nos ilustra al respecto. Su “sabiduría”, que era la gran sabiduría tradicional de la India “desciende de los grandes ríos del tiempo y de las empinadas montañas de los Amalayas”

El espíritu de los Vedas y Upanishad -libros sagrados del país del Ganges- se puede centrar en el sentido de la gran armonía universal mantenida en el tiempo a través de generaciones de hombres que van y vienen en una incesante purificación interior y exterior en continuas reencarnaciones.

He aquí algunos textos notables de Gandhi, al respecto:

“El autentico visnuita (adorador de Visnú) es aquel que conoce y siente el dolor del prójimo como si fuera suyo. Está siempre dispuesto a servir. No se vanagloría jamás. Se postra ante todos y no desprecia a nadie...Respeta a todas las mujeres como a su propia madre. Su pensamiento no se altera y la mentira no ensucia sus labios; y no toca los bienes ajenos”

“No dañar a ningún ser viviente es sin duda parte de la “ahimsa”, pero es un mínimo aspecto. El principio de la ahimsa se infringe con los malos pensamientos, con todo apresuramiento injustificado, con la mentira, el odio, deseando males al prójimo. Se la viola igualmente al retener para sí lo que necesitan los demás hombres”.

“La religión es a la moral lo que el agua a la semilla sembrada en el suelo...La religión no puede ni desbancar ni suplantar a la moralidad. Por ejemplo, un hombre no puede vivir con mentira, crueldad y lujuria y al mismo tiempo poseer a Dios”

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MORALIDAD ROMANA

El pueblo de Roma fue el heredero natural de Grecia, a la que dominó por las armas, pero no por el espíritu. Fueron griegos los maestros de la nobleza romana, aunque fue esta nobleza la que realizó la integración de valores que procedían de la cultura etrusca y la que se expresó a través de sus muchas conquistas del mundo mediterráneo, de las Galias, Germania, Britannia y la península ibérica. De todos estos pueblos, Roma extrajo lo que conocemos como la moralidad expresada en sus maestros Catón, Séneca y Cicerón.

La alta calidad de la moralidad romana es acogida por la ética universal, como una muestra de la verdad común que encierra la racionalidad humana integrada por las distintas culturas. La moralidad romana será desde el punto de vista histórico una de las bases de lo que conocemos como la cultura occidental.

He aquí algunas reflexiones que sobre la moralidad tanto personal como social plantea Lucio Anneo Séneca en sus “Tratados Morales”:

“Cuando se trata de la vida bienaventurada, no es justo me respondas lo que de ordinario se dice cuando se vota algún negocio: “Esto siente la mayoría”, pues por esta misma razón es lo peor: porque no están las cosas de los hombres en tan buen estado que agrade a los más lo que es mejor: antes es indicio de ser malo el aprobarlo la turba. Busquemos lo que está bien y no lo que está más usado; lo que nos coloque en la posesión de eterna felicidad y no lo que califica el vulgo. Y llamo vulgo no solo a los que traen ropas vulgares, sino también a los que las traen preciosas; porque yo no miro los colores de que se cubren los cuerpos, ni para juzgar del hombre doy crédito a los ojos; otra luz tengo mejor y más segura con que discernir lo falso de lo verdadero. Los bienes del ánimo, sólo el ánimo los ha de hallar; y si este estuviere libre para poder respirar y retirarse en sí mismo, o cómo encontrará con la verdad y atormentado de sí mismo confesará y dirá: “Quisiera que todo lo que hice estuviera por hacer; porque cuando vuelvo la memoria a todo lo que dije, me rio en muchas cosas de ello; todo lo que codicié, lo atribuyo a maldición de mis enemigos.

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Todo lo que temí, oh Dios bueno, fue mucho menos riguroso de lo que había pensado. Tuve amistad con muchos y del aborrecimiento volví a la gracia (si es que la hay entre los malos) y hasta ahora no logro amistad conmigo mismo. Puse todo mi cuidado en levantarme sobre la muchedumbre, haciéndome notable con alguna particular calidad; y ¿qué otra cosa fue esto, sino exponerme a las flechas de la envidia y descubrir al odio la parte en que me podría morder?

¿Ves tú a estos que alaban la elocuencia, que siguen las riquezas, que lisonjean la privanza y ensalzan el poder? Pues, o todos ellos son enemigos o, juzgando con más equidad, lo podrán venir a ser; porque al paso que creciere el número de los admiradores, ha de crecer el de los envidiosos” Séneca

EL IDEAL CRISTIANO

Finalmente nos encontramos con el ideal cristiano, que viene a ser la culminación de la racionalidad ética buscada tanto en Oriente como en Occidente, aunque desde una base de dimensión teológica. Es difícil establecer el límite entre lo racional puro y el ámbito de la revelación que aporta Cristo a la humanidad. Si bien es cierto que una categoría como la del amor a los enemigos es prácticamente desconocida en las otras tradiciones seculares, sin embargo, tanto entre los griegos como entre los confucianos, la postura de respeto al adversario, se encuentra presente con perspectivas de profundización.

El elemento ciertamente superior que el cristianismo agrega a los otros pensamientos que lo preceden es el de la perfecta simbiosis entre la dignidad personal y el sentido profundo de la solidaridad entre los hombres. Para el cristianismo hay un principio generador de actividad ética. Es el del reconocimiento universal de la paternidad efectiva de Dios con todos los hombres, sin distinción de ninguna naturaleza. De aquí deriva como consecuencia lógica todo el orden del amor y respeto, aplicable a todos los hombres de todos los tiempos y de toda condición. Las consecuencias de este principio dignificador de la persona, se proyectan indefectiblemente a la sociedad que no puede sino continuar la misma lógica de respeto y amor. La sociedad familiar y toda otra forma de sociedad civil como el Estado o la Comunidad internacional no son otra cosa que el reflejo natural de la persona.

El apóstol San Pablo, el primero de los escritores cristianos que presenta una elaboración de carácter ético, resume en estas frases lo que podríamos reconocer como las bases racionales y teológicas del buen actuar cristiano y que se ofrece como ética de valor universal para los hombres tocados por la fe en Cristo:

“No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe...Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros y no desempeñan todos la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que

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un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero teniendo dones diferentes...

El que da, que lo haga con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad

Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien, amándoos cordialmente los unos a los otros...constantes en la tribulación, perseverantes en la oración, compartiendo las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad

Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis.Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran”

San Pablo, Carta a los efesios

CapituloV

Macroética del Maestro: La vocación de amor y de voluntadEl servicio al hombre completo :inteligencia, voluntad, afectos, espíritu trascendente .- Calidad del trabajo.- Testimonio de la tradición.

El Buen Maestro.-

La ética profesional del agente educador tiene un antiguo nombre, el Maestro. El bueno en el sentido pleno es precisamente el que llega a ser reconocido como maestro y no simplemente como “empleado, funcionario o docente”. Si bien estos últimos pueden perfectamente satisfacer la necesidad de otorgar conocimientos y despertar habilidades en los alumnos, nunca podrán ser considerados como “modelos” de vida profesional.

El nombre de maestro se identifica con liderazgo, guía, consejero y sabio, apelativos que también pueden referirse a todas aquellas personas que en cualquier profesión destacan sobremanera. Con propiedad solamente

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llamamos maestro al educador en toda la gama del proceso de enseñanza-aprendizaje en el que el profesional interviene.La etimología del maestro viene de “magis” y “stare” que implican la condición del que sobresale con estabilidad. El maestro es el que está más arriba, el que da seguridad por su ciencia y su conciencia, el que es requerido por todos, el que es respetado y seguido en sus señales, normas y estilos. El maestro es el que crea escuela, el que genera discípulos, el que constituye familia intelectual y moral.

En la antigüedad son reconocidos como maestros solamente aquellos que destacaron por su sabiduría y su virtud. Confucio, Platón, Aristóteles, Séneca, Cicerón y el más destacado de todos, Cristo será reconocido como el Maestro por antonomasia. Posteriormente, en la civilización cristiano-occidental serán destacados como maestros San Agustín y Santo Tomás. Todos ellos tienen en común las dos características señaladas, la calidad intelectual y la moral.

Al ser la “maestría” una condición que reside en el individuo que la posee, podemos decir que esta se obtiene más desde la vocación que desde el solo esfuerzo, aun cuando este sea también necesario para realizar plenamente aquella. Es decir, que un “buen maestro” es el resultado conjunto de vocación y dedicación, de capacidad y acción, de inteligencia y de voluntad, de racionalidad y de afecto, de materialidad y trascendencia.

De acuerdo a las precisiones anteriores podemos definir al maestro bueno como la persona que partiendo de una vocación de servicio a la formación integral del hombre, se prepara, ejercita y evalúa su tarea a la luz de su conciencia y de los principios tradicionales del quehacer educativo de la humanidad.

Tratemos de desentrañar cada uno de los elementos que involucra esta definición.

La vocación.-

“Muchos hombres sin vocación para ingenieros, -es decir sin aptitud- han sido, a fuerza de voluntad, buenos ingenieros. Pero sin aptitud de músico, de descubridor o de maestro nadie ha sido gran maestro, ni gran músico, ni ha descubierto nada, por poderosa que haya sido su voluntad” Marañón

No se nace maestro. El maestro se hace desde una vocación cierta. No por casualidad, ni tampoco por puro esfuerzo. Este es un hecho empírico del que no podemos prescindir. Aquellas personas que la historia ha reconocido como maestros partieron desde una vocación a la que perfeccionaron con su esfuerzo y dedicación hasta llegar a realizar el modelo que después todos reconocerán.

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Etimológicamente la vocación es un “llamado”, por lo tanto algo que viene desde fuera, pero en la realidad este llamado coincide con disposiciones interiores innatas en el ser humano, que lo predisponen a seguir más fácilmente la tarea empeñada: En nuestro caso se trata de aquellas condiciones que hacen posible la maestría en la relación profesor alumno y que implica no solo el intercambio intelectual, sino también la empatía afectiva y la capacidad de influir positivamente en el desarrollo personal del alumno o discípulo.

El tema de la vocación se ha abordado por la humanidad en su doble vertiente de condición interior y de reclamo externo. El maestro está dentro del hombre, pero es despertado desde fuera. Sin vocación no hay perfección, porque sin reclamo no hay desarrollo vital. Ahora bien ¿cuales son los síntomas que revelan la presencia de una vocación? ¿qué características son indispensables para poder reconocer en alguien la vocación docente?

El doctor Marañon, que ha estudiado a fondo el tema, nos indica que el principal síntoma de la presencia de vocación en una persona es el “entusiasmo” o gozo que se refleja en quien realiza la tarea. El hombre o la mujer que trabajan por ganar dinero, solamente se sentirán entusiasmados, si efectivamente lo ganan. El que trabaja por obtener el aplauso, se entusiasma cuando llegan los aplausos. Y otro tanto habrá que decir del que busca el poder, el dominio sobre los demás. Cuando lo obtiene, ahí comienza a sentirse eufórico. Ninguno de estos tres puede considerarse una persona realmente vocacionada para la educación. Si pone su esperanza en el dinero, el aplauso o el poder, aunque los obtenga no podrá ser presentado como un buen maestro, ya que el objetivo que persigue el maestro es muy otro. El buen maestro se siente satisfecho desde el momento mismo en que trabaja con los alumnos. Su entusiasmo no está condicionado por otros elementos adjetivos. Aunque, naturalmente que si otros elementos adjetivos le acompañan, probablemente sentirá un estímulo adicional que puede potenciar aun más su vocación. Pero la verdadera vocación no depende ni del dinero, ni del aplauso, ni del poder.

El entusiasmo revela el interés subyacente y este interés se traducirá en preocupación o bien ocupación permanente. Por lo que podemos concluir que la vocación es algo muy parecido a la virtud, que consiste en la persistencia en la obra buena, con el añadido del gozo que esta acción produce en quien la realiza. El buen maestro basa en el entusiasmo desde su preocupación hasta su modo cada vez más perfecto de realizar la tarea.

Cabría aun preguntarse si el entusiasmo es una cualidad totalmente espontánea o si se puede estimular o motivar. O sea, cabe preguntarse si el entusiasmo es natural o adquirido. En principio, pareciera que el entusiasmo solo pudiera ser natural y no adquirido. Pero si profundizamos un poco,

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podemos percatarnos que efectivamente el entusiasmo puede encontrarse en personas que, a la primera apariencia, no lo tienen.

Como el asunto es bastante complejo, habrá que observar en cada caso, las condiciones psicológicas del maestro. Porque efectivamente podemos tener a personas más expresivas que otras, lo que no significa que sean más entusiastas. Puesto que el entusiasmo es una condición interior, esta podrá revelarse de modo distinto en una persona de natural tímido y en una persona extravertida. Una y otra pueden ser igualmente entusiastas, aun cuando exteriormente no lo manifiesten de la misma manera. Lo importante es que efectivamente, en su interior coincidan en el ardor con que viven su tarea de maestros.

Por esta misma razón podemos afirmar que para ser maestro en educación no es necesario tener características externas o ambientales, sino solamente condiciones innatas y profundas. No podríamos afirmar que son mejores maestros los del norte o los del sur, los asiáticos o los americanos, los blancos o los negros. En todas las personas y en todas las latitudes, las condiciones de vocación se encuentran latentes. Solamente se diferencian en las condiciones interiores, en las inclinaciones naturales y no en otras causales puramente externas que condicionen el quehacer educacional.

Quedaría aun por afirmar que el mayor conocimiento de las cosas contribuye a despertar el interés oculto en nuestro espíritu.. Ciertamente que en la medida en que conocemos acerca de una ciencia o técnica, surge en nosotros un mayor interés por conocerla más. La vocación, a veces se encuentra en lugares muy profundos de nuestro inconsciente y es preciso llegar hasta esa hondura para que el entusiasmo despierte. En este sentido podríamos decir que hay muchas vocaciones de maestro que se pierden, porque nadie trató de desbrozar el camino para llegar a ellas. Esa es también tarea de la misma educación. Muchas personas, con vocación real de maestros no llegarán nunca a desarrollarla, porque han faltado motivaciones o estímulos suficientes para hacerlas aflorar.

Nunca como en este tiempo se ha insistido en la necesidad de educar a todos y en todas partes. Nunca se había afirmado con tanto rigor científico, que la riqueza y desarrollo integral de los pueblos depende fundamentalmente de la calidad de su educación. Por lo mismo, todo lo que sea hecho para despertar las vocaciones ocultas al respecto, será muy bien venido a nuestro tiempo, y muy particularmente a los países en proceso de desarrollo.

Una ultima consideración respecto a la vocación, como categoría básica del “buen maestro” hay que situarla en la equivalencia entre vocación y amor. El entusiasmo que lleva a obrar en determinado sentido es algo muy similar a lo que conocemos como el amor personal. Es desde el amor y con el amor como se mueve realmente el mundo. El amor es fecundo siempre. Destacando los

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aspectos positivos que hay en cada persona, se logran maravillas. Su contrario, el odio, nada engendra. La vocación de maestro no es otra cosa que un impulso positivo, amoroso que se dirige al educando y trata de despertar en él todo lo bueno para que se logre la perfección de la persona. A este propósito el doctor Marañon escribe: “La vocación genuina, pudiéramos decir ideal, es algo muy parecido al amor. Es una pasión de amor”. Y como toda pasión lleva consigo incluye algunos rasgos distintivos, entre los que figuran la exclusividad y el desinterés.

El que ama busca la exclusividad del ser amado. Lo observa, se extasía ante él y busca permanecer unido a él. Es la ley del amor. Estar en el amado, como dirán con más fuerza aun los místicos cristianos. El que está enamorado no necesita nada más, fuera del objeto de su amor. Pero al mismo tiempo, el amor verdadero es desinteresado. Se ama, por que sí. Sin razones de utilidad o conveniencia. Se ama sin esperar nada a cambio. Es el amor puro, limpio. Cuando se ama a una persona de verdad, no se piensa necesariamente en la retribución. De ser así, hablaremos de pasión de poseer, no de dar, como es en realidad el verdadero amor. En la vocación profesional de maestro es este el verdadero objetivo de la voluntad del maestro. Se ama apasionadamente la tarea, sin exigir nada a cambio. En el momento en que se pone una sola condición para el amor, estamos rebajando el sentido de la donación, la fuerza de la entrega.

Aunque estas reflexiones apuntan hacia un grado de perfección total, en la práctica inexistentes, es bueno considerarlas como la verdadera expresión de lo que es el bien, objeto supremo de la ética. Una vez más volvemos a la referencia esencial de Aristóteles que señalaba como destino final de la ética el supremo bien. El mismo que pondrá la ética cristiana situará en Dios.

En resumen, la vocación como condicionante y la voluntad como potencia creadora son los elementos que harán posible al buen maestro.

Servicio al hombre completo

El segundo elemento que configura o funda al buen maestro es su tarea de servicio a la causa de la educación, que no es otra que la atención al desarrollo completo del educando, es decir su inteligencia, su voluntad, sus afectos y su trascendencia.

En el trabajo de estas cuatro variantes humanas consistirá la tarea del maestro. Y en el grado de perfección en que cada una de estas se desarrolle, cifraremosla calidad de la educación.

El primer desarrollo que el maestro promueve en el alumno es el del conocimiento, que no es solamente captación cuantitativa de objetos y formas,

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sino por sobre todo las relaciones que se establecen en la mente con el cúmulo de informaciones científicas y técnicas, tanto de hechos y objetos como de sistemas . El alimento de la inteligencia exige del maestro una dedicación muy similar a la del “habla materna”, que consiste en la incorporación de conceptos y de relaciones entre los distintos conocimientos. La inteligencia se cultiva desde la observación al medio ambiente, hasta la reflexión con el discurso y el gesto, la lectura de textos y el reconocimiento de distintos instrumentos de aprendizaje, al que concurren tanto los medios audiovisuales y electrónicos, como las observaciones de la naturaleza. El que esta transmisión de saber sea perfeccionante para el alumno, depende de la habilidad e intencionalidad del maestro. El buen maestro deberá ser siempre un buen comunicador del saber.

Debe también el buen maestro ocuparse del desarrollo de los sentimientos en la dirección correcta. Es decir, el maestro selecciona y protege aquellos sentimientos que por su sentido positivo permitan potenciar al ser humano. Sentimientos de fidelidad a la verdad, solidaridad con las personas y la naturaleza deberán ser propiciados por la fuerza del educador. Al mismo tiempo, él será el encargado de advertir acerca de las conductas perjudiciales para el individuo como son, por ejemplo la mentira o el odio. Desarrollo de sentimientos nobles y control de los innobles corresponde a la tarea del buen maestro. Para este efecto, el maestro deberá impregnarse de aquellos conocimientos de psicología que le permitan potenciar el mejor desarrollo afectivo y emotivo de sus alumnos.

La conducción del alumno hacia el mundo de lo espiritual y su apertura hacia lo trascendente es, finalmente la tarea más noble de todo maestro. Sea o no religioso, el maestro deberá comprender que una vida humana sin tendencia a lo espiritual, a lo místico, a lo trascendente, sería deficitaria en términos de integración. Por lo demás, al orden espiritual pertenecen todo el mundo de la poesía, de la música y del arte en general, terrenos en que la intuición creadora y la contemplación tienen amplia cabida.

Por medio de lecturas, audiciones, representaciones y otros ejercicios similares, el espíritu del joven se va abriendo a las infinitas posibilidades de un desarrollo trascendente. El buen maestro deberá servir esta causa -insisto- incluso en el caso de que su propio espíritu navegue en dificultades o dudas. Si es afortunado en vivir la fe religiosa, podrá invitar a sus alumnos a orar, meditar y relacionarse con Dios, al menos en un ambiente con capacidad y sent6ido ecuménico. La tendencia hacia Dios es común a toda la humanidad y se llega a El desde cualquier punto de partida. Como escribe San Pablo: “Son inexcusables los que viendo las maravillas que Dios ha hecho en el mundo, no lo reconozcan”.

Calidad del Trabajo

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En la gestión de la empresa moderna se habla de “calidad total” para referirse, no solamente al producto o servicio que cada empresa lleva a cabo, sino principalmente el tipo de relación que se establece entre todos los agentes de la tarea empresarial. Desde el cliente hasta los proveedores y desde los trabajadores, administrativos y gerentes, accionistas y la sociedad toda, deben encontrar en la empresa una perfección constante, creciente, innovadora y satisfactora de los intereses de todos los involucrados.

La búsqueda de la perfección es, sin duda, un objetivo primordial en el proceso educativo que todo maestro debe conducir. Y esto debe llevarse a cabo en forma constante, todos los días, en todas las escuelas. exigiendo a las maestros un esfuerzo de perfeccionamiento tanto intelectual como moral.

Debe ser también “creciente”, es decir que el conocimiento, las metodologías y los sistemas de enseñanza aprendizaje deberán ser siempre expresión de lo mejor a su alcance, obviamente que de acuerdo a los medios y recursos físicos y económicos que se puedan disponer.

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