Esta es la historia de una comunidad que vivía en la cima de una montaña,

lejos de la ciudad. Si bien la civilización de las ciudades se acercaba cada vez

más, esta comunidad se mantenía aferrada a sus tradiciones con orgullo.

Al igual que la mayoría de las historias, la nuestra surgió a raíz de la curiosidad. “¿Cómo se comunican los/as otros/as

entre sí?”, nos preguntábamos. Nos reunimos y empezamos a buscar información sobre internet. ¿Qué es?

¿Cómo funciona?

Cuando encontramos a un grupo de personas que podía ayudarnos a

encontrar respuestas para algunas preguntas, nos dimos cuenta de que internet podía ser de gran utilidad para la

comunidad. Quisimos explorar más y así fue que se plantaron las primeras semillas de una

organización.

Nos embarcamos en un largo viaje hacia el pueblo más

cercano, dónde encontramos varias puertas cerradas y respuestas

cínicas que intentaron disuadirnos de continuar el viaje debido a la

infinita burocracia.

Entonces buscamos personas que pensaran de manera

similar a la nuestra y empezamos a hablar con

ellas. Así hallamos una fuente de información y

experiencia de la que aprender.

Pronto nos encontramos con una serie de obstáculos:

la distancia entre la ciudad y la comunidad era

enorme, necesitábamos más recursos de los que

imaginábamos y la tecnología era costosa y privativa. Los desafíos eran muchos y las

soluciones, casi inexistentes.

Pero ya habíamos iniciado la búsqueda y

teníamos la convicción de que había que continuar. Empezamos a hablar con

las comunidades vecinas e investigar el proceso de la infraestructura de internet. Encontramos a APC, que ya estaba trabajando en desafíos similares con

pueblos de todo el mundo.

Lentamente, las chispas de las conversaciones y el

intercambio de conocimientos y

experiencias empezaron a volar entre amigos y amigas de otros países: Argentina, Colombia, México y Brasil.

A medida que fuimos desarrollando nuestros conocimientos técnicos

y financieros, vimos desplegarse ante

nosotros/as un mundo completamente nuevo.

No se trataba solamente de un viaje sobre routers, servidores e internet; en realidad, se trataba de

conectar a las personas para crear redes comunitarias.

Una parte importante del proceso fue el diálogo surgido entre las

mujeres de nuestras comunidades, que se dedicaron a crear un espacio de reflexión y apoyo mutuo a través

de experiencias, restricciones y obstáculos compartidos.

Con el agravamiento de la pandemia, el ánimo de

nuestras comunidades se fue abajo. Pero de pronto nos dimos cuenta de que todo

aquéllo por lo que habíamos estado trabajando sirvió para

que nuestras hijas e hijos pudieran asistir a la escuela desde casa. Pudimos utilizar la tecnología y mantenernos conectados/as durante estos

tiempos de turbulencia. Cuando empezamos a usar

los servicios, entendimos que era necesario construir una

amplia red de organizaciones para tener una mejor

comunicación. Todo es parte de un proceso

constante y contínuo.

Pronto estuvo por cumplirse un año desde el inicio

de nuestro viaje. Con las precauciones necesarias,

celebramos nuestros logros y formulamos deseos de alcanzar otros nuevos.

Al reflexionar sobre nuestras alegrías compartidas, nos dimos cuenta de que habernos organizado con comunidades

de todo el país sirvió para sentar precedentes. El gobierno lo notó y

empezó a crear políticas públicas para que las comunidades puedan gestionar el suministro de agua, la salud y otros

servicios públicos.

Una vez creada, la red genera sus propios contenidos, y también crea

participación e interacción, además de que siguen fortaleciéndose los lazos

y los recursos. Cada vez que nuestras comunidades se reúnen, nos damos

cuenta de que la red es apenas un punto. Es un punto de partida para todos los

sueños que aún están por surgir.