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Especial LA GACETA, Juan Pablo II La beatiicación de un ‘santo súbito’ GETTY IMAGES

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Especial LA GACETA, Juan Pablo II

La beatiicación de un ‘santo súbito’

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32 LA GACETA Jueves, 28 de abril de 2011

Beatiicación de Juan Pablo II_Biografía

Los secretos de un luchador infatigablen En su infancia y juventud perdió a todos los miembros de su familia y vio de-saparecer a su patria n Tras sufrir dos totalitarismos, sería el papa ideal para sa-car adelante a la Iglesia en tiempos oscuros n Se le llama Magno, pero fue sobre todo santo Kiko Méndez-Monasterio

DEL JOVEN ACTOR DE TEATRO AL PAPA VIAJERO

CUANDO aquel 16 de octubre de 1978 salió al balcón y soltó su famoso “¡No tengáis miedo!”, ya estaba rompien-do esquemas y costumbres

vaticanas: era el primer papa polaco, el más joven del siglo XX, el primero no ita-liano desde la elección de Adriano VI –en 1522– y el único que nada más elegido se dirigía a la multitud y al mundo a través de la televisión y la radio, lanzando ese mensaje que luego habría de repetir en su primera homilía, el que iba a convertirse casi en lema de su pontiicado: “No ten-gáis miedo”.

MOTIVOS PARA TEMERLa verdad es que había motivos para andar temerosos. El siglo se había estancado en una guerra tan gélida como cruel, la prime-ra capaz de extinguirnos por completo; el planeta estaba dividido por muros y alam-bradas de espías, y la verdad estaba secues-trada por los organismos de agitación, manipulación y propaganda más hábiles de la historia. Dentro de la Iglesia se habían desatado fuerzas terribles. Hasta se sospe-chaba de la muerte de Juan Pablo I –lore-cían las teorías de conspiraciones– y se sabía que en sus últimos días Pablo VI se pasaba las horas llorando, después de decir aquello de que el humo de Satán había entrado en la casa de Dios. La jerarquía estaba dividida por brechas teológicas y políticas. Lo católico se inundaba de un falso “espíritu del concilio” que –según el entonces cardenal Ratzinger– estaba malinterpretando el Vaticano II, y que pre-tendía que el nuevo Pontíice acelerase aún más los cambios. En Iberoamérica -y en los claustros universitarios- avanzaba la Teo-logía de la Liberación, auténtica punta de lanza del marxismo dentro de la Iglesia, aprovechando que ese continente se había convertido en un campo de batalla silen-ciado, donde la guerra fría se convertía en lucha subversiva y guerrillera. Sí, había motivos para temer, tantos, que incluso hubo quien entendió como apocalípticas las primeras palabras de Wojtyla, porque después del “no tengáis miedo” dijo también “abrid las puertas a Cristo” y el panorama se presentaba de tal modo que no era una locura imaginar que el joven Papa estaba hablando de la

segunda venida del Señor, que estaba alertando de la llegada de la Parusía. No eran unos años muy luminosos y, con todo, Juan Pablo II iba a ser el encarga-do de llevar la barca de Pedro –esa que muchos creían que hacía aguas– hasta el nuevo milenio. Eran unos tiempos oscu-ros, es cierto, pero quizá él los había cono-cido peores y no sólo no se asustaba, sino que era capaz de transmitir serenidad y conianza.

AL PRINCIPIOEn las primeras notas de su biógrafos coinciden los adjetivos de alegre, estudio-so, trabajador, sonriente, deportista, un

niño que había sabido encajar la tempra-na pérdida de su madre. Karol Wojtyla había nacido el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, pequeña ciudad a 50 kilóme-tros de Cracovia, cuando ni siquiera hacía un año que Polonia había recuperado su independencia gracias al Tratado de Ver-salles. Su padre –que le dio su propio nombre de pila– era suboicial del Ejérci-to austrohúngaro, el derrotado en la Gran Guerra. Su madre, Emilia Kaczorovska, era una maestra de origen lituano cuya débil salud acabaría apagándose en 1929. Antes, el matrimonio había tenido otros dos hijos, Edmundo y Olga, aunque la pequeña moriría poco después de nacer.

El siguiente en marcharse sería su her-mano Edmundo, médico, contagiado mientras trataba a las víctimas de una epidemia de escarlatina, así que cuando todavía era un adolescente la familia Wojtyla, ya residente en Cracovia, se reducía a un padre jubilado y con escasos recursos, y a un hijo que se sobreponía a las tragedias destacando en el estudio, dominando los clásicos griegos y latinos, consiguiendo entrar en la Universidad gracias a sus excelentes caliicaciones y frecuentando, además, círculos teatrales y literarios donde ya empezaba a esbozar sus primeras obras. Luego llegó la guerra, y aquel que pon-dría in al Muro de la división vio enton-ces como dos totalitarismos se repartían su patria. En pocas horas vería que Polo-nia volvía a desaparecer de los mapas. Los alemanes cerraron la Universidad y hasta el estudio se convirtió en una tarea clandestina, que Karol y otros no abando-naron. Por el día trabajaba en una cante-ra. Su constitución atlética le capacitaba para las tareas más esforzadas, pero no era precisamente un colaboracionista: Wojtyla no tardó en prestar juramento en una de las organizaciones secretas de la resistencia, donde fundó un grupo de tea-tro patriótico, porque en aquel entonces toda actividad cultural polaca era una forma de lucha subversiva. Además del drama nacional, el joven polaco, que de mayor hablaría y defende-ría tanto a la familia, vio como la suya se extinguía, al encontrar a su padre muer-to, en su cama. El golpe fue tan duro que algunos amigos temieron que no se recu-peraría, y él mismo reconocía que fue uno de los momentos decisivos de su existen-cia, quizá uno de los que más inluyera en su vocación. Soportó la pérdida leyendo a San Juan de la Cruz, y al poco tiempo ya estaba formando parte del seminario clandestino de Cracovia. Antes de acabar la guerra aún tendría que sobrevivir a un atropello que casi le cuesta la vida y a la amenaza de ser fusilado por los soviéti-cos, de la que se salvó porque un oicial ruso le utilizaba como traductor. A él, que iba a ser el primer Papa de la historia herido por bala, la Providencia le evitó todas las de la guerra, aunque partieran por orden del mismísimo Stalin.

Los milagros y FátimaEl Papa tuvo una par-ticular relación con los milagros. Alí Agca atentó contra él en 1981 un 13 de mayo, festividad de Nues-tra Señora de Fátima. Agca era un profesional que ya había matado cuando disparó sobre Juan Pablo II. Además, la trayectoria de la bala en el cuerpo del Papa se vio desviada de modo inexpli-cable. Juan Pablo II estuvo convencido de que “una mano disparó [la de Agca] y otra mano [la de la Vir-gen] guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizan-te se detuvo en el umbral de la muerte”. Agca dijo sentirse “como un instru-mento inconsciente de un plan misterioso”. Juan Pablo II había entrevisto algo durante su conva-lecencia en el hospital a resultas del atentado: “He llegado a comprender que la única manera de salvar al mundo de la guerra, de salvarlo del ateísmo, es

la conversión de Rusia de acuerdo con el mensaje de Fátima”. Decidió enton-ces que debía consagrar a Rusia al sagrado Corazón de María, tal y como había pedido la Virgen a los pastorcillos de Fátima en 1917. La ceremonia tendría lugar el 25 de marzo de 1984. Menos de un año después, el 11 de marzo de 1985, alcanzaría la Secretaría General del Partido Comunista de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov.

En 2002 se oició la cano-nización del padre Pío.En 1962, Wojtyla le escribió para que rezara por la diócesis de Cracovia. Una semana después fue nombrado obispo. En 1963 pidió al padre Pío oracio-nes por Wanda Poltawska, médico y madre con un cáncer mortal. El padre Pío comentó: “A este no se le puede decir que no”. El cáncer desapareció sin dejar rastro y Poltawska asistió a la canonización del padre Pío.

Juan Pablo II visitó a Alí Agca en la cárcel.

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Beatiicación de Juan Pablo II_Biografía

1. En sus 14 encíclicas tocó las principales cuestiones de Teología.

2. Con los jóvenes, en su época de sacerdote.

3. Paseo en la residencia papal de Castelgandolfo.

4. Misa en el Grant Park de Chicago (octubre de 1979).

5. Reprimenda al minis-tro y sacerdote Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1983).

6. Rezando ante el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén (2000).

Pasó la juventud a escondidas, for-mándose en las catacumbas de Cracovia. Quizá por eso era el Papa ideal para tiem-pos oscuros.

EL SACERDOTEEn el invierno de 1945 una niña judía lla-mada Edith Zirer fue liberada por los rusos de la fábrica de armamento donde trabajaba. Hambrienta, enferma y ago-tada, se dejó caer en una gran sala de la estación de tren de Cracovia, atestada de

gente. Un joven se acercó a ella para com-probar su estado. Le llevó comida y bebi-da y la animó a continuar hasta los con-voyes preparados para los refugiados,

pero Edith no podía dar un paso. Así que el joven la cogió en brazos y la trasladó durante cuatro kilómetros sobre la nieve, hasta dejarla en un tren junto a otras familias judías. Durante el trayecto le contó que él también estaba solo, y que había que sobreponerse y seguir adelan-te. Edith no quiso olvidarse entonces del nombre de su salvador. Luego no podría hacerlo, porque iba a poder ver cómo se convertía en una de las personalidades más importantes del siglo.

En el año 2000, en el histórico viaje de Juan Pablo II a Tierra Santa, la judía pudo darle las gracias a su sacerdote polaco, Karol Wojtyla. En realidad, cuando sucedió lo de Edith, Karol todavía no se había ordena-do. Recibiría el sacramento el día de Todos los Santos de 1946, como si los suyos quisieran estar muy presentes. Tras un poco tiempo ejerciendo su ministerio en Cracovia, partió a Roma para seguir estudiando, que a nadie se le »

En 1945 salvó a una niña judía con la que no se reencontró hasta su viaje a Israel en el año 2000

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Beatiicación de Juan Pablo II_Biografía

»escapaba que el joven Wojtyla tenía una extraordinaria capacidad intelec-tual. En la Pontiicia recibiría su primer doctorado –en el que profundiza en la obra del español San Juan de la Cruz–, y de regreso a su Cracovia le otorgarían el segundo, versado sobre la posibilidad de una ética católica tomando por base la fenomenología de Scheller, que a su vez había sido discípulo de la carmelita Edith Stein. Sus estudios le abren de par en par el mundo intelectual y universitario, y mar-can toda una línea de pensamiento desde su cátedra de Ética en la universidad católica de Lublín, todavía permitida por el régimen comunista. Pero la jerarquía eclesiástica le considera llamado a más misiones que las docentes. Karol Wojtyla manifestó siempre una marcada tendencia al misticismo; no sólo porque su tesis doctoral versase sobre San Juan de la Cruz, por quien se sentía fascinado. Quienes pudieron observarle en oración recuerdan siempre el recogi-miento, el fervor y la piedad intimista con las que se dirigía a Dios. A Wojtyla se le han discutido algunas cosas, pero nunca la sincera profundidad de su fe.

OBISPO Y CARDENALEn 1958, con tan sólo 38 años de edad, es nombrado obispo auxiliar de Cracovia. No mucho después participaría en las reuniones de un Concilio que tenía que hacer frente a un mundo que cambiaba a toda velocidad. Como vicario capitular de Cracovia, en 1962 fue designado ponente en las arduas y extensas sesiones del Concilio Vaticano II, siendo elegido para formar parte de tres comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero y Edu-cación Católica, y especialmente enco-mendado para la redacción en las comi-siones responsables de la constitución dogmática Lumen Gentium, y la pasto-ral Gaudium et Spes. Antes de que se pusiera in al trabajo, Wojtyla ya era arzo-bispo –en 1964– y tres años más tarde cardenal. Mientras se abatía sobre la Iglesia una tormenta perfecta –el mal llamado Espí-ritu del Concilio, la Revolución de Mayo del 68, la Guerra Fría, la Teología de la Liberación–, Wojtyla tuvo que enfrentar-se a las autoridades comunistas de su dió-cesis, señalando un camino que muchos sacerdotes iban a seguir cuando él ya había abandonado Polonia, porque vol-vieron a llamarle desde Roma.

VIAJERO Y RESTAURADOREn 1976 ya dirigió los ejercicios espiritua-les para Pablo VI y la Curia. Muerto Mon-tini, y como miembro del colegio carde-nalicio, fue uno de los integrantes del cónclave que eligió a Juan Pablo I, y ape-nas le dio tiempo a regresar a Cracovia cuando ya hacia falta de nuevo en Roma, porque se hacía necesario un nuevo cón-clave. De este ya no habría de volver a su palacio arzobispal, porque saldría con-vertido en Juan Pablo II, todo un aconte-cimiento mundial que él saludó con una inolvidable sonrisa. Empezaba un pontiicado que iba a batir todo tipo de récords en encíclicas, canonizaciones, viajes, incluso en su misma duración. Son tantas las caracte-rísticas peculiares de su papado que no hay unanimidad en el sobrenombre: unos

pretenden que pase a la historia como Magno, otros le han llamado el papa via-jero o peregrino –también fue el primero en visitar España– para muchos es el hombre decisivo en la derrota del comu-nismo y quizá donde más coincidencias se encuentren sea en ese grito que llenó la plaza de san Pedro al conocerse su muerte: “Santo súbito”. Por supuesto, también hay quien en absoluto suscribe ese fervoroso deseo popular. El teólogo Leonardo Boff, por ejemplo, preirió deinirlo como el restau-

rador, y aunque la etiqueta pretenda ser condenatoria, la realidad es que lo que parecía un papado heterodoxo en las for-mas, parece haber conseguido devolver cierta paz que necesitaba Roma, y restau-rar milagrosamente –¿por qué no pensar-lo?– la fachada y los cimientos de una igle-sia que todos creían condenada a desapa-recer, al menos en su formulación actual. El caso es que, a la muerte de Juan Pablo II, no existía ese miedo al que él tuvo que enfrentarse desde el balcón en 1978. Nadie discute su papel en la caída del Muro, o en poner in a la deriva marxis-ta de la Teología de la Liberación, que inundaba tantas parroquias, órdenes reli-giosas y seminarios. Sin embargo, y a pesar de tanto golpe de timón, para Boff y los suyos era difícil presentarlo como un Papa reaccionario y medieval, porque a la vez era el primero que había visitado una mezquita, una sinagoga o una igle-sia luterana. Tampoco encajaba en la imagen de ultraconservador el pontíice que más había conectado con los jóvenes, el que mejor había entendido y utilizado las nuevas formas de comunicación. Y –quizá por su formación como actor, sus pinitos como poeta, su alegre faceta de deportista o por todo a la vez– era impo-sible hacerlo antipático, a pesar de los repetidos intentos progres. Probable-mente por eso la KGB mandó matarlo. El 13 de mayo de 1981 Alí Agca dispa-ró contra el papa polaco, y además de las heridas al pontíice provocó consecuen-cias tan dispares como la invención del papamóvil, o la consagración de Rusia, tal y como pedía la hermana Lucía, una de las videntes de Fátima, a cuya Virgen Juan Pablo II atribuía su salvación en aquella jornada. Resistió al plomo comunista, al peso de los años y al de la responsabilidad, y hasta al parkinson que sufrió en los últi-mos tiempos. Por todo, parece probable esa versión que airma que sus últimas palabras fueron: “Dejadme ir a la casa del Padre”, porque es cierto que se había ganado descansar. Expiró en Roma, en 2005, a las 21.37 del 2 abril. n

Su relación con la Familia RealS. M. MadridEl 4 de mayo de 2003, Juan Pablo II se reunía por última vez con la Fa-milia Real española. Fue el último acto oicial de su última visita a nuestro país. El Papa charló 15 minutos en la Nuncia-tura con los Reyes y después recibió al resto de la fami-lia. Terminaba así una relación que había co-menzado el 22 de octubre de 1978, cuando los Reyes acu-dieron a la Misa de Comienzo del Pontiicado de Juan Pablo II. En el primer acto de la visita de 1982, el 31 de octubre, los Reyes recibieron al Papa en Barajas y volvieron a verlo tres veces: el 2 de noviembre en una recep-ción en el Palacio Real y en una visita privada a

La Zarzuela; y en la des-pedida en el aeropuerto de Labacolla.El Vaticano había sido destino de la segunda visita de Estado de Juan

Carlos y Sofía como Príncipes de España, que fueron recibidos por Pablo VI el 27 de sep-tiembre de 1970, tras la proclamación de Santa Teresa de Jesús como

doctora de la Iglesia. El 10 de febrero de 1977 Pablo VI volvía a recibir-les, ya como Reyes. Doña Sofía usó por primera vez en esa ocasión el privilegio de vestir con mantilla blanca ante el Papa.

El Príncipe Felipe fue recibido el 26 de

junio de 2000 por Juan Pablo II en audiencia privada en el Vaticano, en su primera visita oicial a la Santa Sede como here-

dero de la Corona española. El 28 de ju-

nio de 2004, poco más de un mes después de su boda, los Príncipes de Asturias fueron recibidos en Roma por el Pontíi-ce, que les animó a ser “punto de referencia ejemplar”. También los Duques de Lugo y los de Palma visitaron al Papa después de casarse.

1. Los Reyes y Calvo-Sotelo reciben al Papa en Barajas en 1982.

2. Los Duques de Palma, como antes los de Lugo y después los Príncipes, visitaron al Papa tras casarse.

3. El último encuentro de los Reyes con Juan Pablo II, en 2003.

Su Papado dio a Roma la paz para restaurar una Iglesia que parecía con-denada a desaparecer

Mientras la Iglesia se agi-taba en el posConcilio, Wojtyla tuvo que hacer frente al comunismo

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¿Se puede beatiicar a un santo?

n Fue un papa que entendió desde un principio la misión universal que sin duda creía que le había sido coniada n Su pasión por el hombre, la defensa de la vida y la consagración de la familia lo convirtieron en un referente moral para todos

Carlos Abella y RamalloGentilhombre de Su Santidad

Embajador de España

Me encargó que le dijera al Gobierno que lo prin-cipal era reducir el paro, como así se hizo entonces

Pidió perdón por los pecados históricos de la Iglesia y por los males de la Inquisición

besó los suelos de tantos países visitados en los cinco continentes y a todos los cobijó en su corazón de padre y pastor. En el Jubileo del año 2000 pidió abier-tamente perdón por los pecados históricos de la Iglesia, por las injusticias con el pue-blo judío, por los males de la Inquisición. A todos los hombres y a todas las religiones llamó a participar en los encuentros ecu-ménicos de Asís. La llegada de un nuevo milenio le llenaba de esperanza. Tal era su conianza en la bondad inal del hombre y en el designio de Dios.

HACE unos días ese gran corresponsal en Roma que es Ángel Gómez Fuentes escribía que Juan Pablo II había hecho

del mundo su parroquia. Nada mas cier-to. En su amor paternal el mundo fue su aldea y la humanidad su grey. Su pasión por el hombre y la defensa de la vida desde la concepción a la muer-te, su insistencia en proclamar la digni-dad del hombre y la mujer, la consagra-ción de la familia como célula fundamen-tal de la sociedad, lo convirtieron en un referente moral universal. Su senectud, su enfermedad, su fe, su lema “Totus tuus” hicieron que a su muer-te, y en la plaza de San Pedro surgiese un grito unánime y espontáneo de la multi-tud allí congregada, grito que fue corea-do hasta el ininito: “¡Juan Pablo II, santo súbito!” Juan Pablo II será el primer beato acla-mado santo. Juan Pablo II fue un regalo de Dios. El mundo lo supo y así lo veneró. Su beatiicación es un requisito canónico y su santidad un hecho establecido. ¡Loado sea el nuevo beato! n

se preocupaba por lo inmediato para los españoles, por el terrorismo, por los nacionalismos irredentos, por la paz y el diálogo, y siempre acababa bendiciendo a España. Su cercanía era siempre pater-nal y su voz y sus gestos eran parte de su gran magisterio. Fue un papa que entendió desde un prin-cipio la misión universal que sin duda creía que le había sido coniada. En sus numero-sos viajes acogía a todos, a todos entendía, a todos abrazaba y bendecía. Como la Igle-sia misma se hizo peregrino en la tierra y

ESA es la pregunta canónica que me asalta al encaminar-me a Roma, como Gentil-hombre de Su Santidad, para participar en la multitudina-

ria beatiicación de Juan Pablo. Efectiva-mente, antes de ser proclamado beato el próximo 1 de mayo, el Papa Wojtyla era ya considerado santo por una gran parte de la humanidad. Tuve el enorme privilegio de permane-cer casi ocho años como embajador de España ante la Santa Sede y cerca de la extraordinaria igura humana y universal de aquel Papa “llegado del frío” y destinado por el Señor a abrir las puertas del mundo a Cristo. Spalancate le porte a Cristo. ¡Abrid vuestras puertas de par en par! Me impresionaron sus ojos y su sonrisa, sus gestos paternales, cuando le presenté mis cartas credenciales. Me pidió que me sentara frente a él, pero yo permanecía en pie, respetuosamente. Insistió, y yo no con-seguía sentarme. Me agarró por el hombro y a medias me senté y arrodillé al mismo tiempo. Después, y apartando cualquier protocolo, fue directamente al grano, inqui-riendo las razones del paro en España y subrayando el problema inmenso de la falta de trabajo sobre todo para los jóvenes. Me dijo que el paro era la semilla de la disloca-ción de la sociedad, de la disgregación de la familia, de la desesperanza vital y de la droga en los jóvenes. Me pidió que le dijera al Gobierno que lo principal era reducir el paro, como así se hizo entonces. En el momento de despedirme, comprendí que la principal preocupación del Papa era el hombre mismo. Muchas fueron las veces en que le vi después a lo largo de esos casi ocho años. Ceremonias pontiicias y diplomáticas, visitas oiciales, beatiicaciones, canoni-zaciones. Siempre que a él me acercaba

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Beatiicación de Juan Pablo II_Al detalle

27 años con el PapaASÍ ERA WOJTYLA DE CERCA

LA primera vez que vi al Papa fue en audiencia privada en la sala Ducal del palacio apostó-lico. ¿Cómo sería Karol Wojtyla, el primer papa del

Este en la historia de la Iglesia, un papa de la Iglesia del silencio que llegaba a Roma desde una nación tras el Telón de Acero? Los periodistas nos agolpábamos a lo largo del pasillo por donde iba a pasar sin atrevernos a hacerle ninguna pregun-ta... hasta que, con horror por parte de los monseñores que le acompañaban, un americano le hizo una pregunta a la que Juan Pablo ll respondió con sencillez. ¡Se rompió el tabú! Al pararse delante justo de mí, me presenté diciéndole, toda ner-viosa: “¿Habla español, Santidad?” “Toda-vía no, pero lo aprenderé porque se lo he prometido a los cardenales españoles”, me contestó. Y como parecía tan huma-no y asequible, me animé a hacerle la segunda pregunta: “¿Podría, Santidad, mandar una bendición a los españoles?” Y fue entonces cuando me respondió: “¡Para España... todo!”

AL CINE CON BENIGNI

Se acababa de conceder el Oscar a La vida es bella y Juan Pablo ll deseaba ver esta magníica película construida sobre la tra-gedia del Holocausto. Le gustaba ver las buenas películas, a ser posible acompaña-do por alguno de los intérpretes, por el director o por alguien ligado a la historia del ilm. Para asistir a la proyección de La vida es bella en la sala de la Cineteca vati-cana en el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales invitó aquella tarde al director y protagonista Roberto Benigni. El actor se preparó para el encuentro aprendiendo una larga parrafada en pola-co en la que le decía al Santo Padre lo mucho que agradecía la invitación y que esperaba le gustara el ilme. Juan Pablo II, muy entusiasmado, creyó que entendía y hablaba perfectamente polaco, así que le contestó con una larguísima parrafada en su lengua. Benigni no pudo menos que aclararle: “Santidad, en polaco solo sé lo que me he aprendido. No entiendo ni una palabra”. El Papa se echó a reír: “Pues tiene usted una espléndida pronunciación, siga aprendiéndolo!” Al terminar de ver la película, Juan Pablo ll, visiblemente con-movido, le dio las gracias por haber crea-do tanta magia en el horror de la Shoa. Le habló de Auswitz, el lager a 60 km. de Cra-covia y, recordando la igura de la madre carmelita Edith Stein y la del deportado fray Maximiliano Kolbe, que ofreció su

Paloma Gómez-Borrero Corresponsal en El Vaticano

vida en este lager para salvar la de otro prisionero padre de familia, el Papa le con-ió a Roberto Benigni algo: “Como el padre de La vida es bella, Maximiliano Kolbe fue testigo del amor en el campo del odio, a través de la vía de la cruz”. Sobre La vida de Jesús, de Mel Gibson, comentó: “Ver-daderamente fue una terrible agonía... Fue así”. La lista de Schindler la vio junto a la viuda del héroe que salvó a tantos judíos con la estratagema de hacerles tra-bajar en su fábrica. n

n Soy la corresponsal española más veterana en El Vaticano n Viajé con Juan Pablo II desde que fue elegido el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte el 2 de abril de 2005 n Estos son mis recuerdos

SSÉQUITO DE NIÑERAS

La tutela de la familia fue una de las grandes banderas del pontiicado de Juan Pablo II. A la familia dedicó encuentros mundiales y un Sínodo especial cuyo broche de oro fue la exhortacion apostólica Familiaris Consorti. Por vez primera en el grupo de auditores de esta asamblea sinodal participaron 16 mujeres, entre ellas la

Madre Teresa de Calcuta y un matri-monio africano, que había venido con su niño recién nacido. El Vaticano organizó un servicio de monjas baby sitter que cuidaban del pequeño duran-te las sesiones de trabajo del Sínodo y se lo acercaban a la madre a la hora que tenía que darle de mamar. Un Parla-mento de la Iglesia en el que se intro-ducían seglares y –¡algo impensable hasta entonces!– también el elemento femenino. n

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Beatiicación de Juan Pablo II_Al detalle

C. Aguilera / LA GACETA

JUGADOR DE BOLOS

Sentido del humor, naturalidad, disponi-bilidad para satisfacer las más curiosas preguntas que le hacían con el corazón en la mano, eran algunas de las cualidades que convertían a Juan Pablo ll en alguien muy cercano a la gente. Recuerdo que un domingo, en la visita a una de las parro-quias romanas, el vicario le enseñó la bolera donde se reunían los feligreses de una cierta edad apasionados de este juego, que era casi desconocido en Polonia. El Papa observó con atención la pista y los bolos en ila; preguntó si había muchos jugadores, que además de asiduos a la bolera, lo eran también en las celebracio-nes litúrgicas. Es decir, que si además de jugar a los bolos iban a misa. Mientras

hablaba con algunos de ellos, el más audaz se atrevió a pedirle que hiciera una tira-da. Sin pensarlo dos veces, Juan Pablo ll calculó la distancia y lanzó con fuerza la bola que se paró sin derribar ni un solo bolo. Los mayores del club parroquial empezaron a aplaudir y a gritar en coro “¡Buena jugada, Santidad!” Les miró divertido y les dijo: “Espero y deseo que vosotros juguéis mejor que el Papa, pero también espero y deseo que recéis tanto como reza el Papa! n

CON LA COSA NOSTRA

De los viajes a Italia en los que acompañé a Juan Pablo II los que más me impresio-naron fueron dos: la visita a Palermo, cen-tro neurálgico de la maia, y la que hizo a Venecia. En Agrigento, el 9 de mayo de 1993, improvisó un discurso a los hom-bres de la Cosa Nostra: “Tendréis”, dijo apuntando el dedo en un gesto de casti-go, “que dar cuenta a Dios”. En Venecia,

celebró la misa en la cárcel de mujeres de la Giudecca. Tres de ellas estaban conde-nadas por terrorismo. En la homilía las llamó “queridas hermanas”. Las reclusas colocaron un cartel que decía: “Pedro, también de esta piedra está hecha tu Igle-sia”. Al salir de la cárcel y pasar delante de los muros de piedra de la imponente basí-lica de San Martín, el Papa se quedó pen-sativo, mirándolos unos segundos. Recor-daba aquellas otras piedras que había deja-do y que también construían la Iglesia. n

SIN MIEDO A ALÍ AGCA Pocos días antes de emprender el viaje a Turquía en 1979, de la cárcel de Estambul se había escapado uno de los presos mas peligrosos, Alí Agca. El terrorista decía que su objetivo era matar a Juan Pablo II en cuanto pisara tierra turca. Se me encogió el corazón y pensé: “En lugar de a un viaje papal, adonde voy es a un frente bélico”. Por eso, cuando Juan Pablo II, en el avión, vino a saludarnos, no pude menos de preguntar-le: “Santidad ¿no tiene miedo? Porque yo

tengo un poquito”. Me contestó con una frase que jamás

olvidaré y que da idea de la grandeza de este papa que ha marcado el siglo XX: “Cuando el amor es

más grande, más fuer-te que el peligro, nunca se tiene miedo. Esta-

mos todos en las manos de Dios”. Lo que Alí Agca no pudo llevar a cabo en

Turquía, lo intentaría el 13 de mayo de 1981, en la

plaza de San Pedro. n

PRIMER VIAJE A ESPAÑA Por in el Papa venía a España. Se lo había pedido tantas veces... En cada viaje insistía: “Santidad, ¿cuándo viene? Le estamos esperando”. Una vez se me ocurrió decirle “que santa Teresa me había hecho saber que aguardaba su visita”. La víspera del ansiado viaje, el portero me entregó una carta certi-icada y urgente con el remite de una señora de Salamanca en la que me pedía que hiciera lo posible para hacer realidad lo que su hermano Víctor, que había fallecido, le escribía a su madre. Lo había dejado escrito en un papel que acababan de encontrar entre las cosas del chico que estudiaba el últi-mo año de Medicina en la Universidad de Salamanca. Me metí la carta de Víctor en el bolsillo de la chaqueta que llevaría en el vuelo pensando que se la haría llegar al Papa. ¡Jamás imaginé que Juan Pablo II había dicho que cuando entráramos en España me quería saludar! Había trascurrido una hora de vuelo cuando Camilo Cibin, el jefe de seguridad, vino a buscarme para acompañarme a donde viajaba Su Santidad. El Papa estaba rezando el breviario, y el secretario, don Estanis-lao, me advirtió que esperara. Instan-tes después aparecieron a los lados dos cazas de la Fuerza Aérea Española, que escoltaron el avión papal hasta Madrid. Comprendí que habíamos entrado en España y no me quedaron dudas cuando el comandante Bar-chitta salió de la cabina para comuni-carle al Papa que estábamos sobrevo-lando el espacio aéreo español y la torre de control le comunicaba que le hiciera saber a Su Santidad “que todas las campanas y todas las sirenas de los barcos en las islas Baleares estaban tocando, porque España le daba la bienvenida”. El Papa entonces me hizo una señal para que me acercara. “Gracias, Santo Padre, por venir. ¡Se lo he pedido tantas veces que me siento muy feliz!”. “El Papa” –me respondió– “también está contento, porque quiere mucho a España”. “¡Y ya verá qué pueblo mi pueblo!”, le volví a decir. “Un gran pueblo al que el Papa quiere mucho”. Entonces le entregué la carta de Víctor pidiéndole que por favor la leyera. Regresé a mi asiento y no volví a ver a Juan Pablo ll más que entre mul-titudes. Pero en Alba de Tormes, mien-tras trasmitía para la televisión el encuen-tro, vi a una señora vestida de negro con mantilla que se acercaba al Papa llevan-do en las manos una capa de tuno. Cerca, los chicos de la tuna de Medicina de Sala-manca cantaban la canción Clavelitos. Era la madre de Víctor. n

“¿EL PAPA ES GUAPO, MAMÁ?” Juan Pablo II celebró en Brasil una misa en 1980 a la que asistieron muchos indios lle-gados de 26 tribus de la selva. A mi lado estaba una mujer joven con su hija de unos tres años en brazos que había pasado allí toda la noche para que el Papa bendijera a su pequeña. Pero la policía se acercó y la alejó diciéndole con cajas destempladas que aquel sitio era “sólo para la comitiva del

Papa”. Llena de angustia, me pidió llorando que me quedara con la cría y se la pasara al Papa. A través del jefe de seguridad, logré que se la acercaran. Juan Pablo II la cogió en brazos, la bendijo e inexplicablemente vimos que la besó en los ojos con ininita ter-nura. Comprendimos el gesto cuando al devolvérsela a su madre, que lloraba esta vez de emoción y alegría, escuché como la pequeña le preguntaba a su madre: “¿Cómo es el Papa? ¿Es guapo, mamá?” ¡La niña era ciega! n

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Beatiicación de Juan Pablo II_El in del Telón de Acero

El plan de Reagan y Wojtyla para tumbar el comunismo n Solidaridad surgió tras el primer viaje del Papa a Polonia n El apoyo de EE UU, clave para la supervivencia del sindicato en la clandestinidad J. M. Ballester Esquivias

UN HITO EN LA DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS

1. Putin en El Vaticano el 5 de junio de 2000. 2. El Papa con Castro, en su visita a Cuba de 1998. 3. El matrimonio Chirac da la bienvenida a Juan Pablo II en Francia. 4. Los Clinton visitaron al Papa el 2 de junio de 1994.

1. Ronald y Reagan y su esposa con el Papa. 2. El matrimonio Gorbachov en El Vaticano, el 18 de noviembre de 1990.

CUENTA el periodista John O’Sullivan que si durante las décadas de los sesenta y setenta la Santa Sede desa-rrolló la llamada Ostpolitik

vaticana –consistente en llegar a acuer-dos con los Gobiernos de Europa orien-tal para salvaguardar los derechos bási-cos de los católicos de aquellos lares– era porque el cardenal Agostino Casaroli, futuro secretario de Estado de Juan Pablo II, había llegado a la conclusión de que Europa Oriental estaba destinada a seguir siendo comunista durante un tiempo indeinido. Sin embargo, al ser elegido Papa, Juan Pablo II llegó a Roma con la experiencia de haber vivido el comunismo desde den-tro, de ahí que conociera de primera mano su cada vez mayor fragilidad. Y, sin trastocar el ediicio de la Ostpolitik, deci-dió que era el momento de plantar direc-tamente cara al comunismo. Para ello, diseñó una estrategia que constaba de dos pilares. El primero era nada más y nada menos que utilizar toda la fuerza espiri-tual que le otorgaba su doble condición

de papa y de polaco. El segundo, buscar un aliado sólido que compartiera el mismo objetivo y que aportase todos los medios políticos y económicos, pues, como recuerda Andrea Tornielli, “la Iglesia católica y el Papa pueden tener un papel importante en la escena políti-

ca internacional si su objetivo es com-partido por una de las potencias del momento: para la caída del comunismo, la potencia era Estados Unidos”. Juan Pablo II no perdió el tiempo. En junio de 1979 emprendía viaje a Polo-nia. Evitando un estéril enfrentamien-to directo con las autoridades polacas, preirió lanzar su contundente mensa-je durante sus homilías y en sus discur-sos. “De ese viaje surge el sindicato Soli-

daridad”, airmó a LA GACETA el car-denal Achille Silvestrini, uno de sus más estrechos colaboradores en asun-tos diplomáticos. En octubre del mismo año, durante su visita a la Asamblea General de las Nacio-nes Unidas, también lanzó un mensaje al bloque comunista, al airmar: “Es cues-tión de máxima importancia que en la vida social interna, lo mismo que en la internacional, todos los hombres de cada nación y país, en cualquier clase de régi-men y sistema político, puedan gozar de una efectiva plenitud de derechos”. Tras este discurso, el Partido Comunista de la Unión Soviética redactó un documento titulado Decisión de actuar contra las políticas de El Vaticano en relación con los Estados socialistas.

LA VICTORIA FINALEn diciembre de 1981, el general Woj-ciech Jaruzelski decretó el estado de gue-rra en Polonia. Reagan llamó al Papa para pedir consejo. El esfuerzo conjunto para mantener viva la llama del heroico sindicato empezó ahí. Durante una visi-ta a Roma del general Vernon Walters se

decidió que el Gobierno polaco debía ser sometido a presión y que los soviéticos debían padecer una campaña de aisla-miento internacional. Reagan decretó una serie de sanciones contra Polonia. En los casi ocho años que Solidaridad estu-vo ilegalizada fue necesario un gran esfuerzo de imaginación para conseguir que la estructura del sindicato pudiera mantenerse. La movilización fue extraor-dinaria. Se dieron circunstancias y coinciden-cias que facilitaron la empresa. Por ejem-plo, los principales colaboradores de Rea-gan –Walters, William Casey, Richard Allen, Joe Clark, Alexander Haig y el embajador Wilson– eran católicos. Hubo, sin embargo, que superar un pequeño escollo. La Conferencia Episcopal Norte-americana se oponía irmemente al pro-yecto de escudo antimisiles –popular-mente conocido como guerra de las galaxias– promovido por Reagan. Juan Pablo II, según O’Sullivan, “tras uno de sus encuentros con Reagan, no hizo nin-gún comentario desfavorable” para con el proyecto, “ni ofreció ningún apoyo a las ulteriores críticas al mismo” formuladas por los obispos norteamericanos. El sistema comunista se iba debilitan-do paulatinamente, con Mijail Gorbachov de notario. En febrero de 1987, el Gobier-no comunista polaco accedió a dialogar con la Iglesia, por lo que Reagan levantó las sanciones. Meses más tarde, Juan Pablo II, en su tercer viaje a Polonia, ya no dudó en alabar públicamente a Solidari-dad. En julio de 1988, Gorbachov recono-ció que el Gobierno polaco precisaba del concurso de Solidaridad para gobernar. A principios de 1989, se legalizó Solidaridad y se convocaron elecciones libres para el mes de junio. Cinco meses después, caía el Muro de Berlín. n

En 1981, Reagan llamó al Papa para asesorarse y decidió apoyar la lucha de Solidaridad

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Beatiicación de Juan Pablo II_Tribuna

Ratzinger, el idelísimo colaborador del Papa

n Juan Pablo II coniaba en el que fue cardenal durante su pontiicado como su sucesor n Les une haber sido restauradores de lo que parecía hundirse y reunir multitudes de jóvenes n El papa polaco hablaba al corazón y el alemán a la cabeza

José F. J. de la CigoñaExperto en asuntos eclesiales

BEATIFICAN a Juan Pablo II, sí. Pero beatiican al Papa. Al Papa que todos hemos cono-cido y amado, pues murió apenas hace seis años. Y de

cómo era amado da fe aquel grito espon-táneo y unánime de “santo súbito”. Algu-nas voces agoreras se han alzado contra la beatiicación. Incomprensibles. Todas ellas. Unas desde el ateísmo confeso. ¿Qué les va a ellos que la Iglesia eleve a los altares a uno de sus miembros? Otras desde el progresismo que acusa al Papa de inidelidad al Concilio en el que parti-cipó y que por su ministerio era él su intérprete cualiicado. Son todavía más incongruentes. Porque la beatiicación del domingo responde a lo que en teoría debía entusiasmarles y que era además el modo de canonizar de los tiempos anti-guos por los que suspiran. La petición unánime del Pueblo de Dios en una acla-

La apuesta por la continuidadSantiago Mata. Madrid

Entre los que previeron que Ratzinger sucedería a Juan Pablo II destaca el periodista bávaro Peter Seewald, que había publicado tres libros-entrevista con el cardenal. Acaba de publicar el cuar-to: ‘La luz del mundo’.Seewald adivinó la fecha de la elección, aunque no el nombre del pontíice, decla-rando a ‘Passauer Neue Presse’ el 15

de abril de 2005: “El pontiicado de Juan Pablo II fue muy rico. Al menos uno o dos papas más tendrán que ocuparse de poner en práctica sus numerosos impulsos y en hacer que den frutos. Joseph Ratzinger conoce como pocos el pontiicado de Juan Pablo II, y ha participado en él, de modo que podría llevarlo a su acabamiento como Juan Pablo III. El 19 de abril celebra la Iglesia la memoria de León IX, el más conocido papa alemán, que gobernó de 1049 a 1054”.

mación que parecería inspirada por el Espíritu Santo. Quedan por último, como refractarios, algunos representantes de un exagerado purismo eclesial que, de seguirse al pie de la letra, vaciaría la Igle-sia de santos. Perfecto sólo es Nuestro Señor Jesucristo y cuasi perfecta su San-tísima Madre. Todos los demás, incluidos los santos, han tenido imperfecciones. Y no se les canoniza por ellas sino a pesar de ellas. Siendo lo positivo de muchísima más entidad que lo negativo que pudiera haber en sus vidas. Beatiicación de un papa que entusias-mó a la Iglesia. A la que devolvió la ale-gría de la pertenencia a la misma. Pablo VI, un gran papa, vivió la angustia. Y la transmitía. El papa de la Humanae Vitae y el Credo del Pueblo de Dios fue un irme defensor de la fe y la moral de la Iglesia. En diicilísimas condiciones derivadas de aquel nefasto espíritu del Concilio que penetró en la Iglesia como humo de Satanás. En palabras del mismo Pontíice. Ello le hizo sufrir indeciblemente y todos veía-mos un Papa atormentado. Tras el breví-simo paréntesis, 33 días, de Juan Pablo II, llegó la resurrección de la esperanza, la alegría y el santo orgullo de sentirse católico. Y si el humo había entrado en la Iglesia, todos sentimos la seguridad de que el Papa la iba a ventilar. Y así fue. Por todo el mundo. Encontrándose directa-mente con sus hijos y animándoles en la fe. Con una respuesta inmensa, agradecida, que le acompañó hasta su

muerte. Fue sin duda el Papa más llora-do de la historia. No voy a extenderme en el pontiicado de Juan Pablo II. Me limi-taré a hacer un breve parangón entre él y su sucesor. Tan wojtyliano y a la vez tan distinto. Y también tan querido. Cuando falleció el Papa polaco nadie creyó que el Papa alemán pudiera sustituirle en el corazón de los católicos. Hoy podríamos decir que las ha llenado como Juan Pablo II. Por lo menos. Tan parecidos y a la vez tan distintos. Aunque en lo principal son idénticos. Ambos son el Vicario de Cristo. Y el car-denal Ratzinger era un idelísimo colabo-rador del Papa Wojtyla. El cardenal en quien el Santo Padre coniaba para que la Iglesia estuviera en buenas manos. Seguramente el candidato preferido para sucederle por Juan Pablo II. Y así como a la muerte de Juan Pablo I nadie pensó en la posibilidad de un papa polaco, creo que tampoco creíamos que tras el falleci-miento de Juan Pablo II pudiera llegar a la silla de Pedro el prefecto de la Con-gregación para la Doctrina de la Fe. Para mí, y para muchos, era el papa-bile ideal. Aunque no nos atreviéra-mos a soñar tal ventura. Y el gau-dium magnum llegó. Dos papas restauradores de lo que parecía hundirse. Dos papas que reúnen multitudes. Y hasta multitudes de jóvenes. Dos papas de la seguridad, la conianza y la alegría. Y sin embargo, muy dis-tintos. El polaco era un pastor; el

alemán, un intelectual. Wojtyla una fuer-za de la naturaleza y un fenómeno de extroversión. Ratzinger, de una notable timidez. El primero, de pasos largos y ir-mes, en el segundo tan leves que hasta parece no tocar el suelo. Uno, un actor de muchísimas tablas; el otro, que parece encogerse ante el público. Juan Pablo II hablando al corazón y Benedicto XVI a la cabeza. Creo que más importante es lo segundo que lo primero, pues el corazón olvida pronto y la inteligencia mueve al corazón. El uno tuvo un pontiicado larguísimo, el más largo después del de Pío IX. Fue elegido a los 58 años. El otro, por ley de vida, no lo podrá tener de esa misma duración, ya que ocupó el cargo con 20 años más que Juan Pablo II. Pero ambos han sido una bendición de Dios a su Igle-sia. En estas vísperas gozosas de la bea-tiicación de Juan Pablo II quiero expre-sar mi amor y mi gratitud a dos papas verdaderamente extraordinarios. Y la

mejor prueba de que el uno lo ha sido y el otro lo está siendo es el odio que despiertan en lo peor. En lo peor de fuera de la Iglesia y en lo peor de los que incomprensible-mente se dicen Iglesia. n

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Beatiicación de Juan Pablo II_El milagro

“Hermana, mire; ya no tiemblo. Juan Pablo II me ha curado”

LA SANACIÓN DE SOR MARIE SIMON-PIERRE

LA IGLESIA INVESTIGA OTRA INTERCESIÓN DEL PONTÍFICE

Kubica siempre lleva la foto del Papa.

José Antonio Fúster

LA hermana Marie Simon-Pie-rre sufría al ver a Juan Pablo II en televisión en los últimos años de su vida. El cuerpo de aquel anciano que temblaba

por el parkinson y que a duras penas logra-ba levantar la vista le anticipaba los sufri-mientos que la religiosa de las Hermanitas de las Maternidades Católicas iba a pade-cer. Sor Marie también tenía parkinson. La única diferencia era que ella sólo tenía 40 años cuando comenzaron sus temblores en 2001. Su precoz trastorno neurodegenera-tivo galopó sin tregua por su cerebro. El mismo día de la muerte del Papa, sor Marie le pidió que intercediera ante Dios para que se obrara en ella el milagro de curar su parkinson. Pero nada ocurrió. Incluso sus síntomas se agravaron. El 1 de junio de 2005 pidió a su superiora ser relevada de sus pocas obligaciones para retirarse a descansar, pero la madre le negó el permiso y sólo consintió en que se retirara cuando escribiera en un papel las palabras “Juan Pablo II”. Cuando llegó hasta su celda, escuchó una voz que le conminaba a volver a escribir el nombre del papa polaco. Sor Marie recordará siempre que se sintió “extraña, sobre todo porque me pareció que mi letra había mejorado”. Y se durmió. A las 4.30 de la madrugada, sor Marie se despertó con “una sensación extraña, muy fuerte; imposible de explicar; algo demasia-do grande, como un misterio. Sentía que mi cuerpo estaba transformado por entero. Tenía el convencimiento de que estaba cura-da por completo”. Entonces sor Marie se levantó, tomó un bolígrafo y un trozo de papel y escribió el nombre de Juan Pablo II con buena letra. Entonces se fue a buscar a otra monja que le servía de asistente y le dijo: “Hermana, mire; ya no tiemblo”. Y sor Marie añadió: “Juan Pablo II me ha curado”.

Salir ileso de un brutal choque a 280 km/h

LOS LIBROS DE WOJTYLA

Cruzando el umbral de la

esperanza (1994):

El Papa responde a las preguntas del

periodista Vittorio Messori sobre el

silencio de Dios y el misterio del mal.

Don y misterio (1996): En el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal, explica la historia de su vocación.

Tríptico romano.

Meditaciones (2003):

Poemas sobre la belleza de la creación y el

sentido del sacrificio.

Levantaos, vamos (2004):Continuación de sus memorias, a partir de su nombramiento como obispo.

Memoria e identidad

(2005):

Conversaciones con dos filósofos

polacos sobre el sentido de la

historia.

CCCon

espe

El Pa

si

sacrificio.

evantaos,amos (2004):ontinuación des memorias, artir de sumbramientomo obispo.

Pepe Álvarez de las AsturiasEl joven piloto Robert Kubica de la escudería Lotus Renault sufría el pasado 6 de febrero un brutal accidente mientras corría el rally italiano Ronde di Andora. Ingresado de urgencia en la UCI del hos-pital Santa Corona de Pietra Ligure, en Génova, fue some-tido a tres operaciones que sumaron más de 15 horas de intervención, en las que le reconstruyeron el codo, el pie, el hombro y la mano. Lo primero que pidió al recuperar el conocimiento

fue una foto de Wojtyla; pero el cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, que fue secretario y amigo personal del papa polaco, quiso ir más allá y obsequió a su paisano con un relicario con una gota de sangre del mismísimo Juan Pablo II y un retal de su túnica. Salvó la vida de milagro, al igual que el 10 de junio de 2007 en el Gran Premio de Canadá. Un brutal choque contra un muro a 280 km/h dejó el monoplaza BMW-Sauber literalmente desin-

tegrado. El rescate entre el amasijo de hierros retorcidos y humeantes presagiaba lo peor, hasta el diagnóstico... Esguince de tobillo y leves magulladuras. “No fui yo, fue Juan Pablo”, respondió Kubica sin titubeos cuando le preguntaron en el hospital. Y el hecho es que la propia Iglesia ha llegado a investigar un posible milagro por inter-cesión de Juan Pablo II. Milagro o no, Robert Kubica ha salvado la vida en dos gravísimos accidentes de los que, tal vez, no habría salido

Las hermanas llevaron a sor Marie a su neurólogo, quien le preguntó si se había tomado más dosis de dopamina (hormona que funciona como neurotransmisor) de la recetada. La monja recuerda: “Cuando le contesté que no, que había suspendido por completo la medicación, aquel doctor se quedó sin habla; no se lo podía creer”. La noticia llegó al arzobispo de Arlés, quien ordenó a la congregación que guar-dara silencio sobre lo ocurrido. Sor Marie jamás volvió a repetir que su curación había sido un milagro, sino que decía: “Estaba enferma y ahora estoy curada; determinar si es un milagro o no lo es no me compete a mí, sino que es algo que deberá decidir la Iglesia”. El 29 de marzo de 2006, el arzo-bispo de Arlés, Claude Feidt, remitió un comunicado oicial por el que ordenaba una investigación completa de la supuesta curación milagrosa. Para que una sanación pueda con-siderarse milagrosa debe reunir tres condiciones: que sea inmediata,

completa y duradera. Varios médicos mos-traron ciertos reparos en certificar que fuera duradera por el escaso tiempo trans-currido. Sin embargo, casi cinco años des-pués de aquella noche de junio de 2005, cuando otros 200 supuestos milagros se agolpaban en la mesa del postulador para su estudio, los médicos concluyeron que la sanación por la supuesta intercesión de Juan Pablo II estaba más allá de cualquier explicación cientíica.

La monja francesa sufría parkinson.

“Cuando le dije al doctor que había suspendido por completo la medica-ción, se quedó sin habla”

vivo si un compatriota y amigo no estuviera velan-do por él en cada carrera. Será por esa pequeña foto con la dedicatoria personal de Juan Pablo II que lleva siempre bien guardada en su mono; será por las iniciales del primer papa polaco, que están grabadas en su casco; será, simplemente, por la sincera y profunda devoción que Robert Kubica profesa a Karol Wojtyla y el cariño que este siempre demostró por los deportistas; y si además son polacos...

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