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    DE

    Salvador Segu

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    I. RECUERDOS DE LA INFANCIA

    Juan Antonio Prez Maldonado naci en una pequea ciudad deAndaluca, situada a la orilla del mar.

    Los recuerdos que conservaba de su infancia no eran muy risueos.Muri su madre cuando l acababa de cumplir nueve aos, despus deuna larga enfermedad que la fue consumiendo poco a poco. Su padre,que hered una gran fortuna, la haba gastado alegremente, haciendouna vida de disipacin que pronto le llev a la miseria. Cuando ya se vio

    en la miseria tuvo que aceptar un modesto destino que le ofreci uncannigo intrigante, que era el jefe de los conservadores de la provincia.

    - Mientras le proporcionamos a usted otra cosa - le dijo un da elcannigo-, puede usted venir a despachar mi correspondencia; ser ustedmi secretario.

    ste fue su primero y su ltimo empleo.Un da en que Juan Antonio sali a pasear con su padre, encontraron

    en la calle al cannigo. Aquella escena permaneca fielmente grabada ensu memoria; la recordaba con todos sus detalles.

    El cannigo, despus de acariciarle, dndole un golpecito carioso enel hombro, se dirigi a su padre diciendo:-Y este chico, qu hace? Ya es un hombrecito...- Est estudiando. Tiene aprobados ya dos aos en el Instituto.-Por qu no le ha hecho usted entrar en el Seminario? Si quisiera ser

    cura, yo le costeara la carrera.Luego, dirigindose a l, aadi:-No te gustara ser sacerdote?-No tengo vocacin -replic el chico vivamente.-Y por qu? Yo quiero que me expliques esa antipata que sientes por

    la carrera eclesistica.-Yo no puedo explicrsela. Lo nico que puedo decir es que eso de

    ser cura es una cosa que no se me ha ocurrido nunca.-Pues pinsalo y es posible que cambies de parecer. Yo creo que t

    haras un buen sacerdote.Aquel da, cuando su padre volvi a casa, le habl nuevamente con

    inters del mismo asunto.-No tengo vocacin -repiti Juan Antonio, expresndose con mucha

    ms serenidad de la que se poda suponer, teniendo en consideracin

    sus pocos aos-; para ser cura, creo yo que es preciso renunciar amuchas cosas; se necesita ver el mundo de un modo distinto a la

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    manera como yo lo veo; yo quiero tener completa libertad para disfrutarde todo.

    Al llegar aqu se dio cuenta de que haba dicho algo ms de lo quedeba decir, y se call, un poco avergonzado.

    Su padre le mir, sonriendo.-Est bien, hijo mo. A m debes hablarme con toda franqueza; peroten en cuenta que eso de la libertad es una ilusin; los pobres nopueden gozar nunca de lo que quieren.

    -Es que yo -replic Juan Antonio, animado por el cono cordial de laspalabras de su padre- no creo que voy a ser pobre toda mi vida.

    Esta afirmacin ingenua fue hecha con esa magnfica y arrebatadoraenerga que hay siempre en los labios juveniles.

    -Dios lo quiera -murmur su padre con los ojos enturbiados por laemocin que le producan aquellas palabras, de las que irradiaban las

    ms risueas esperanzas.Juan Antonio no olvid nunca aquella conversacin.Su padre, desde aquel da, le trataba de otro modo; tena con l

    conversaciones largas, en las que le refera episodios interesantes ypintorescos de su vida.

    Un da, cuando Juan Antonio acababa de cumplir catorce aos, fuerona merendar al campo, y al acabar de comer vio que su padre abra laboca desmesuradamente; que su rostro adquira una expresin extraa yque se le nublaban los ojos; cayendo pesadamente hacia atrs.

    Juan Antonio llam al dueo de un merendero prximo, y entre losdos trasladaron al enfermo a la casa, donde qued tendido en un banco,sin que por el momento le prestaran auxilio de ninguna clase, hasta queal cabo de dos horas vino una camilla del hospital, donde ingres, sinque Juan Antonio supiera nada ms hasta el da siguiente.

    Aquella tarde, cuando volvi a su casa, despus de dejar a su padreen el hospital, se dio cuenta sbitamente de su situacin.

    -Me voy a quedar solo -pens, con los ojos llenos de lgrimas-; soy undesgraciado; qu ser de m? No sirvo para nada; no tengo ningnoficio, no puedo ganarme la vida.

    Cuando volvi al hospital, al da siguiente, despus de una nochehorrible de insomnio en la que no hizo ms que revolverse acongojadoen el lecho, pudo comprobar su inmensa desgracia: su padre habamuerto. Le dieron la noticia sin preparacin ni rodeos de ningunaespecie: con una frialdad y un laconismo aterradores.

    Aquel da fue a verle un viejo pariente suyo con quien su padreestaba reido por cuestin de intereses. El viejo le pronunci unpequeo discurso, que Juan Antonio escuch mirndole a travs de laslgrimas que empaaban continuamente sus ojos.

    -Yo -dijo el to Raimundo, que as es como le llamaban por ser primosegundo de su padre- puedo ocuparte en mi casa; pero es necesario que

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    trabajes como yo, como trabaja todo el mundo; tu padre quera hacer deti un seorito; yo quiero que seas un trabajador. Ests solo en el mundo,y lo que necesitas es aprender pronto a ganarte la vida.

    -Yo har lo que usted me mande -dijo Juan Antonio secndose las

    lgrimas.El to Raimundo le coloc de aprendiz en una imprenta, y JuanAntonio aprendi en seguida el oficio. A los dos aos era un buen oficial,y entonces fue cuando decidi emanciparse por completo.

    Quera salir de aquel ambiente; huir de aquellos lugares, donde todoseran para l recuerdos dolorosos.

    Pens ir a Madrid, pero un amigo suyo le dijo que adonde debadirigirse era a Barcelona. En Madrid, segn l, no adelantara nada si noiba provisto de buenas recomendaciones; en Barcelona se respetaba y seatenda ms a los trabajadores.

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    II. JUAN ANTONIO EN BARCELONA

    Juan Antonio, siguiendo los consejos de su amigo, se traslad a la CiudadCondal.

    Durante los primeros meses, la animacin, los mltiples aspectos de lavida barcelonesa embargaron casi por completo su espritu. Quera verlotodo, saborearlo todo; era aqul un mundo nuevo para l, que no conocams que el silencio y la tristeza rida de su pueblo, en donde todo sereduca a cuatro tabernas lbregas, tres cafs situados en la calle Mayory media docena de prostbulos.

    Juan Antonio senta un ansia infinita de todos aquellos goces que lagran ciudad ofreca esplndidamente; era la suya una naturalezaexquisita y sensual que necesitaba placeres refinados y violentos. A lamayora de sus compaeros les gustaba ir al caf, donde seemborrachaban y discutan a gritos; a l, no; l amaba las mujeres; ellaseran las que embargaban toda su atencin, las que le dominaban porcompleto.

    Para encontrarle haba que ir a La Bombilla, a La Buena Sombra, alPay-Pay, a cualquiera de esos cafs de camareras, donde se explota la

    lujuria; verdaderas casas de prostitucin disfrazadas, que en Barcelonahan adquirido un desarrollo escandaloso.All se pasaba las tardes Juan Antonio, y all dejaba el jornal,

    consumiendo adems sus energas fsicas, que no eran muchas, enbrazos de aquellas mujeres; perdiendo lamentablemente su salud,arruinando su espritu y su cuerpo.

    Alguna vez le asaltaban ciertos remordimientos, que procurabadesechar pensando en que la vida es como es, y no como uno quiereque sea.

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    III. LA INFLUENCIA DEL AMBIENTE

    Algunas veces, sin embargo, iba al caf Espaol, donde se reuna conalgunos compaeros de los que figuraban al frente del movimientosindicalista y discuta con ellos, exponiendo sus ideas, sus puntos devista, sus dudas respecto a la inmediata emancipacin del proletariado.

    Juan Antonio no crea que el mundo pudiera transformarse de pronto,de una manera milagrosa; era necesaria una labor lenta y difcil, quetardara mucho tiempo en efectuarse; era preciso, segn l, hacerhombres nuevos, menos soberbios, menos egostas, con un claroconcepto de todos los valores humanos.

    -Indudablemente -deca Juan Antonio--, hay muchas miserias ymuchos dolores, cuya contemplacin nos indigna extraordinariamente, yque desearamos evitar a toda costa, castigando a quienes los producencon su brutalidad, con su implacable y ciego egosmo; pero si nosfijamos bien, entre el burgus y el proletario no existe, realmente, unagran diferencia psicolgica. Esa literatura sentimental y ramplona que seha hecho durante mucho tiempo para adular a la multitud, atribuyndoletodas las virtudes, todas las abnegaciones, todos los instintos generosos,a m no me convence; es ms, creo que resulta contraproducente. A los

    trabajadores hay que decirles la verdad: hay que ponerles de manifiestosu ignorancia; su incapacidad para efectuar esa transformacin socialcon que suean; hay que crear la mentalidad comunista, que no existean, y para eso es para lo que se necesita un esfuerzo y unaperseverancia de la cual carecemos nosotros.

    -T piensas en el porvenir -le replicaba uno de sus compaeros-;pero, y el presente?

    - Pide el reino de Dios -deca Juan Antonio-, y lo dems se te darcomo aadidura. Las grandes luchas se promueven por grandes ideales;el presente es la consecuencia del pasado, y en l hay que engendrar el

    porvenir lanzando a la tierra buena semilla. Si yo creo en la decadenciadel rgimen capitalista es porque los burgueses no se mueven ms quepor impulsos bajos y materialistas.

    Juan Antonio no poda sustraerse a la influencia del medio. Hastaentonces pudo resistir, y permaneca en una actitud pasiva; pero al finiba a ser arrastrado por el torbellino.

    En poco tiempo la organizacin sindicalista haba crecidoprodigiosamente. En Barcelona eran 160.000 hombres dentro de lossindicatos; una masa imponente que poda echarlo todo a rodar si

    estuviera bien disciplinada. A la burguesa le daba miedo, y los polticoscomenzaban a preocuparse ante aquella organizacin que tena un

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    aspecto formidable. Era preciso destruirla de cualquier manera, apelandoa toda clase de procedimientos.

    El lderdel partido catalanista, hombre ambicioso y positivista, quisover si era posible aprovechar aquella gran fuerza para el desarrollo de

    sus planes; pero bien pronto se convencieron de que aquello erairrealizable. Los anarquistas rechazaron desde el primer momento todaslas insinuaciones. Si los trabajadores hacan una revolucin no sera enun sentido nacionalista. El tema dio lugar a muchas discusiones; loscatalanistas no se atrevieron a levantar la voz, y el maquiavlico planfracas completamente.

    Desde este momento ya no se pens ms que en destruir aquellagran organizacin proletaria; todo lo que se hiciera contra ella seraaprobado por los polticos catalanes, que contaban con el apoyo de unaburguesa inculta y egosta.

    A Juan Antonio le nombraron delegado de taller, y sostuvo serias yagrias discusiones con el patrono, que estaba acostumbrado a tratar alos trabajadores despticamente.

    -sta es mi casa -deca el dueo de la imprenta desentendindose delas observaciones que se permita hacerle el nuevo delegado conrespecto al orden y distribucin del trabajo-, sta es mi casa, y en micasa hago yo lo que me da la gana.

    -No, seor -replic Juan Antonio-, est usted en un error: ustedconfunde el taller con su domicilio; all puede usted hacer lo que le

    plazca sin contar con otro dictado que el de su conciencia; aqu, no;aqu es preciso contar con nosotros, que no somos sus criados, sino suscolaboradores.

    -se ser el criterio de usted -deca el patrono, lanzando sobre l unamirada de desprecio-, pero yo tengo otro muy distinto.

    Al fin surgi una cuestin grave. En la imprenta admitieron unaprendiz que era una pobre criatura endeble; uno de esos chicos que sehallan en condiciones de entrar en un sanatorio y no en un taller.

    Este chico era hijo de una pobre viuda emparentada con el patrono.

    Aquella criatura, triste y delicada, inspiraba a todos la ms profundacompasin.En el taller trabajaba un viejo cajista, llamado Antonio Luna, que no

    poda ver al muchacho sin prorrumpir en las ms violentas y terriblesexclamaciones.

    -Somos unos miserables -deca el viejo Luna-; nosotros no debemostolerar que esta criatura est aqu trabajando.

    -Es que si no est aqu -replicaba Juan Antonio- estar en otra parte,donde puede ser que le traten peor.

    -S, es posible; pero yo no tendr que acusarme de haber visto sin

    protestar una infamia de esta clase.

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    Luna era un hombre bueno que no saba contenerse ante ningunainjusticia; ante ningn abuso que se efectuara en su presencia. Esto lehaba acarreado muchos disgustos; pero no tena enmienda; as era yas tena que morir, como deca l sonriendo cuando algn compaero le

    quera hacer comprender la inutilidad de sus exclamaciones, que seperdan en el vaco, sin remediar nada de aquello que produca suindignacin.

    Luna y Juan Antonio vivan en la misma casa; eran ntimos amigos yse contaban mutuamente sus alegras y sus desdichas; haba entre ellosuna verdadera relacin fraternal.

    -T no debes tolerar eso dijo Luna a Juan Antonio una noche a lasalida del taller-; es preciso que en nombre de todos le plantees lacuestin a ese bandido; nosotros no podemos tolerar que esa pobrecriatura contine en el taller. Es qu no te da pena verle? Adems, t

    hablas por nosotros... Y si t no lo haces lo har yo.Al da siguiente record Luna a Juan Antonio lo acordado, y ste se

    decidi al fin a plantear la cuestin.Ya iba a entrar en el despacho, cuando el patrono penetr en el

    taller.-Quera hablar con usted! dijo Juan Antonio.-Pues hable aqu mismo replic el interpelado-, a no ser que sea un

    secreto lo que tenga usted que decirme.Juan Antonio manifest el deseo de sus compaeros, a quienes

    causaba muy mal efecto la presencia de aquella criatura enferma en eltaller; as crey disculpar la pequea rebelin.Cuando Juan Antonio acab su discurso, el patrono se le qued

    mirando de arriba abajo, y luego dijo, acentuando sus palabras con unasonrisita burlona:

    -Veo que tienen ustedes muy buen corazn; pero el camino no esese: yo no admito imposiciones ni lecciones de nadie... El chicocontinuar aqu mientras yo crea que debe continuar.

    Juan Antonio se cay; haba visto en los ojos de aquel hombre lafirme resolucin de no ceder, y l no quera agravar las cosas

    conociendo su responsabilidad.Pero no contaba con el amigo Luna, que, viendo su silencio, intervino

    en la conversacin.-Por qu te callas? dijo Luna-. Ya sabes lo que hemos acordado.-Y qu es lo que han acordado? pregunt el patrono-. Dganlo sin

    rodeos.-Pues hemos acordado pedir a usted que despida al aprendiz, y si no

    lo hace, despedirnos nosotros.-Pues dense ustedes por despedidos, y ya que tienen un alma tan

    generosa, encrguense de educar y mantener a este chico; porque sumadre es una pobre viuda que les agradecer mucho esa nobilsimaaccin.

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    -Nosotros estamos dispuestos a eso -replic Luna airadamente-,porque tenemos un corazn ms noble y ms generoso que el de usted.

    La discusin adquiri pronto un carcter violento. Surgieron laspalabras malsonantes, los insultos intolerables y, por ltimo, pasaron a

    vas de hecho.El patrono dio una bofetada al viejo Luna, y ste se abalanz sobre l,hirindole en la cara con el componedor.

    Juan Antonio se meti entre ellos para separarlos; pero el patrono,creyendo que iba tambin a atacarle, sac una pistola y dispar sobre lsin hacer blanco.

    Entonces intervinieron los dems, logrando desarmarle.Al ruido de la detonacin entraron en el taller algunos transentes.El patrono daba unos gritos furibundos.- iQue vengan los guardias! iQue se lleven de aqu a estos canallas,

    que me han querido asesinar!...Todos fueron detenidos; los guardias los maniataron, aunque no

    ofrecan ninguna resistencia a ser conducidos a la Delegacin.De la Delegacin pasaron a los calabozos del Juzgado. El patrono

    volvi a decir ante el juez que le haban querido asesinar, y Luna y JuanAntonio pasaron del Juzgado a la crcel, quedando los demscompaeros en libertad.

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    IV. EN LA CRCEL

    Los primeros das que pas Juan Antonio en la crcel ejercieron en suespritu una profunda y desastrosa impresin.Cuando se vio solo en la celda vino a su memoria aquel da, ya lejano,

    en que volvi solo a su casa dejando a su padre en el hospital; leacometi el mismo desconsuelo, la misma congoja, el mismo desaliento.

    -El mundo -pens- no es ms que una jaula de fieras, pudiendo ser unparaso. Cul es la actitud, cul es la palabra que hay que pronunciarpara entenderse con los hombres, para desarmarlos, para despertar enellos las buenas intenciones, la nobleza, la abnegacin, la generosidad?

    Yo no creo que la justicia haya de triunfar por la fuerza; esto es un

    contrasentido; el amor a la justicia representa un estado de conciencia alcual no se puede llegar por la violencia; la justicia, impuesta de esemodo, tendr siempre un carcter de arbitrariedad.

    -Los malos instintos -se deca replicndose a s mismo- son tambinhumanos; por eso tal vez el hombre se halla incapacitado para colocarseen el terreno de la justicia; en esa posicin en que quera colocarseFederico Nietzsche, por encima del bien y del mal. Tampoco puedo yodeterminar claramente lo que es el mal y lo que es el bien; yo soy unignorante; no s nada de nada...

    En su cerebro danzaban mil ideas contradictorias; se fatigabaintilmente buscando la salida de aquel laberinto; le invada como ungran cansancio espiritual; la actividad de su pensamiento ibadisminuyendo poco a poco, hasta que el sueo cerraba piadosamentesus ojos.

    Al despertar se daba cuenta otra vez de su situacin, y miraba lassombras paredes de su encierro, diciendo: Mi cerebro tambin es uncalabozo como ste, en el que est encadenada mi razn.

    Al tercer da le llamaron para que declarase nuevamente.El juez le hizo un breve interrogatorio y se march sin que Juan

    Antonio pudiera concebir la ms pequea esperanza respecto a sulibertad.

    Algunos amigos fueron a verle en los das de comunicacin. Tambinrecibi la visita de un abogado que se prest a defenderle, asegurndoleque no tardara mucho en salir de all.

    Una tarde, poco antes de la hora del rancho, le llamaron paracomunicar.

    Aquella comunicacin extraordinaria le sorprendi. En el locutorio leesperaban una mujer y un hombre. A la mujer la reconoci

    inmediatamente; al hombre, no. Ella era Mara Rosa, una camarera deLa Bombilla, a quien l le haba hecho seriamente el amor; sus modales

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    discretos, su elegancia natural, su aire delicado y aristocrtico, llamaronpoderosamente desde el primer da su atencin; aquella mujer no eracomo las otras que se agitaban en el mismo ambiente; era ms discreta,ms graciosa, ms espiritual.

    -T no esperabas mi visita? -dijo ella sonriendo cuando le vioaparecer.-No la esperaba -murmur l con voz velada por la emocin.-Pues s; he venido a verte aprovechando la influencia de este seor

    -aadi volviendo la cara hacia el hombre que la acompaaba-; estecaballero es periodista, y ha conseguido que nos den una comunicacinextraordinaria; yo no quera venir a la hora en que viene todo el mundo;habra venido a esa hora si no se me hubiese presentado esta facilidad.

    Mara Rosa present al periodista, que intervino entonces en la

    conversacin diciendo que l estaba dispuesto a retirarse para que elloshablasen con entera libertad.-No, no se marche usted -dijo ella interrumpindole-, no tenemos ningnsecreto que comunicarnos; este seor no es mi amante, como usted sefigura; eso sera una desgracia para l; entre nosotros no hay ms queuna buena relacin de amistad.

    -Pues es ste un caso muy interesante -dijo el periodista sonriendo.-S, seor; porque ha de saber usted que el nico inconveniente que

    yo veo para que Juan Antonio y yo podamos entendernos es que l mequiere demasiado; si me quisiera menos yo me habra dejado seducir;

    pero a m los carios muy grandes me dan miedo; por eso nuestrasrelaciones no pasan de la esfera de una buena amistad.

    Mara Rosa volvi varias veces, y en sus entrevistas procuraba que laconversacin no llegase al terreno de las revelaciones ntimas.

    -Yo -deca sonriendo- vengo a distraerte un poco; cuando salgas deaqu hablaremos de otro modo.

    Aquellas visitas hicieron concebir a Juan Antonio ciertas esperanzas;ya no se vea tan solo; aquella mujer era una especie de tabla desalvacin en su naufragio espiritual. No obstante, continuaba viendo el

    mundo de modo pesimista.

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    V. LA HISTORIA DE MARA ROSA

    Cuando sali Juan Antonio de la crcel fue a ver en seguida a Mara Rosa.Estaba decidido a unirse a ella, quera sacarla de aquel ambiente; pero

    ella continuaba resistiendo.-A ti -deca Mara Rosa- no te conviene mi cario; yo estoy muy

    delicada, muy enferma, y no puedo hacerte feliz; si me quieresrealmente como dices, yo no ser para ti ms que un martirio. Estoyconvencida de que ya no puede enderezarse el rumbo de mi existencia,que durar muy poco; por eso lo que quiero es vivir muy aprisa parallegar pronto al fin; deseo gastar alegremente la poca energa que mequeda.

    Una noche, al salir del caf, se fueron a cenar a La Gran Pea, que esun pequeo restaurante situado en el Paralelo, esquina a la calle deSalvat. Queran estar solos y se metieron en un reservado.

    -Me has dicho algunas veces que te cuente mi historia -dijo ellacuando haban acabado de cenar.

    -Lo que a ti te interesa de esa historia -aadi- ahora lo vas a saber: A

    m me sedujo un hombre que desde el primer momento ejerci sobre muna influencia irresistible; a ese hombre yo no le he querido nunca; perome dominaba; junto a l senta una especie de terror inexplicable; unaemocin que no he sabido nunca comprender. Aquel hombre se burl dem despiadadamente; yo me hallaba ante l como un corderillo ante unlobo hambriento; tena la conviccin de que me iba a devorar. Noolvidar nunca su sonrisa burlona ante mis lgrimas cuando acababa deentregarme a l; cuando mi corazn palpitaba violentamente junto a supecho; cuando mis ojos suplicaban a los suyos una sola mirada deamor...

    -Y si ese hombre volviera a presentarse en tu camino -dijo JuanAntonio interrumpindola- t volveras a ser suya; porque le temes;porque te sigue dominando an.

    -No lo creas -replic ella con una exaltacin furiosa en la que setraduca al mismo tiempo el terror y la indignacin-; le odio con todaslas fuerzas de mi alma; quisiera verle en la horca; si me dijeran que lehaban asesinado me pondra a bailar de alegra; aunque le quemaranvivo, a fuego lento, yo no quedara satisfecha.

    -Esa ofuscacin que te produce ese recuerdo es una prueba en favor

    de lo que yo digo; t lo que quisieras es verle sufrir, sufrir por ti; que te

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    pagara el cario que le has tenido... No se habla de ese modo, con esaviolencia, de las personas que nos son indiferentes.

    -Ya te he dicho que le odio -repeta ella con la voz rota y sollozante,ocultando el rostro entre sus manos delicadas y aristocrticas;

    hundiendo sus dedos en los negros rizos que caan sobre sus plidasmejillas, por las que corran silenciosamente las lgrimas.Entonces l se puso a acariciarla dulcemente, alisando con mano

    temblorosa su cabellera en desorden y murmurando a su odo palabrassentimentales y amorosas.

    -Es que yo quisiera que no hubiese en tu pasado ninguna sombra.Nosotros debamos habernos conocido antes.

    Al llegar a este punto se hizo un silencio largo y doloroso; era aqulel momento trgico en que aquellas dos almas se encaraban con eldestino.

    Los dos eran jvenes y se vean agotados y deshechos; gastaron susalientos juveniles de un modo estril, como quien derrama un pequeofrasco de perfume sobre un estercolero.

    -No seas tonta -dijo l rompiendo aquel trgico silencio-, no tepongas as; t puedes ser feliz y yo tambin; no debemos cerrar los ojosa la esperanza. Por lo mismo que t y yo somos dos desgraciados,podemos entendernos mejor. Yo no veo ningn obstculo serio que seoponga a nuestra felicidad.

    As termin el primer acto de aquella tragedia sentimental.

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    VI. LA DESESPERACIN

    Al fin decidieron vivir juntos.Entonces comenz para Juan Antonio la parte ms dolorosa de su

    vida.Como no tenan dinero, como l no contaba con ms recursos que

    su jornal, tuvieron que alquilar una modestsima habitacin amuebladaen la calle de Robador, por la cual pagaban tres pesetas diarias.

    De los once duros y una peseta que ganaba l, cada semana habaque desquitar para la casa veintiuna pesetas. No les quedaba paracomer y vestirse ms que siete duros; de esos siete duros tenan que

    salir tambin los pequeos gastos del caf y el tabaco, que sumabanpor lo menos siete pesetas semanales.

    Pero lo peor no era la falta de recursos: es que ella se aburraenormemente encerrada durante todo el da en aquel estrechozaquizam.

    Despus de cenar salan juntos a dar una vuelta, y esto acababa dedesequilibrar el presupuesto.

    -No es posible continuar en esta miseria -deca ella suspirando-; conlo que t ganas no podemos vivir.

    -Es verdad -deca l-, trabajando honradamente no se puede vivir.Entonces Juan Antonio comprenda la razn de los que deseabanacabar inmediatamente con el rgimen capitalista, de los que creanque haba llegado el momento de la revolucin social.

    As pas un invierno, durante el cual ella, que estaba muy delicadadel pecho, empeor notablemente. Tena fiebre cada da, y surespiracin era difcil. Se cansaba mucho y tosa continuamente.

    Adems, se hallaba encinta y le faltaban uno o dos meses para dar aluz.

    Juan Antonio viva en un perpetuo martirio; a veces se quedaba comoextasiado, ajeno a todo lo que le rodeaba. Se volvi hosco y taciturno,le acometan congojas insoportables, hasta el punto de ponerse a llorarcomo una criatura; iba por las calles lo mismo que un sonmbulo:abstrado, devorando su desesperacin.

    Alguna vez observ que le miraba la gente al pasar. Entonces se dabacuenta de que iba hablando solo en voz alta.

    A estos perodos de profundo abatimiento sucedan otros de violentaexaltacin.

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    VII. SURGE EL HOMBRE DE ACCIN

    Un da se le ocurri redactar una especie de proclama en la quemanifestaba su conviccin de que los trabajadores no conseguiran nada

    sin apelar a la violencia.Nosotros -deca- somos partidarios de la libertad, pero antes que lalibertad es la justicia; la libertad vendr luego, cuando los hombres seacostumbren a obrar bien; cuando hayamos acabado con la avaricia, conel egosmo que todo lo corrompe, que todo lo envilece y lo ensucia... Losque defienden el actual estado de cosas dicen que si se suprime elestmulo de la concurrencia individual, de la ganancia que el hombrepuede obtener luchando con los dems, fracasar la civilizacin.Nosotros no creemos en esa teora pesimista; las grandes obras de arte,los grandes descubrimientos cientficos no se han producido nunca con

    esa emulacin. Pero aunque as fuera, ningn hombre que sea hombre,que sienta amor a sus semejantes dejara de sacrificar una obra de artesi saba que ese sacrificio iba a evitar el dolor y la desgracia de los que lerodean...

    La proclama, que era bastante extensa, fue publicada por un grupo decompaeros, y todos la aplaudieron.

    Desde aquel da sus amigos le miraban de otro modo; muchos venana felicitarle; sin que esto produjese en l ningn sntoma de satisfaccinpersonal.

    -Yo -deca respondiendo a los camaradas que se le acercaban- notengo ningn talento; soy un hombre que ha venido al mundo paraarrastrar una vida miserable, como la mayora de vosotros. He gastadoestpidamente mis mejores energas, y ahora que me encuentroagotado y deshecho es cuando me doy cuenta de que pudeaprovecharlas en una labor ms til, en beneficio mo y en el de todoslos que viven mal, teniendo derecho a vivir bien. Pero la vida es as; notenemos tiempo de arrepentirnos; por eso hay que ir despacio y obrarcomo si cada una de nuestras acciones fuera la ltima. Esto es lo quedice Epicteto; pero cmo evitar que la mariposa se queme las alas?

    Las mejores cosas son las ltimas que se aprenden. Cuando el hombrese halla en la plenitud de su fuerza, cuando dispone de sus mayoresenergas, le falta experiencia y cae en el lazo que le tienden laspasiones, a las que no sabe resistir. Luego, al fin de esa carreradesenfrenada, es cuando sabe lo que debi saber antes; pero ya esintil, ya no hay manera de volver atrs. Por eso creo yo que siqueremos hacer algo es preciso educar bien a los hombres cuandoempiezan a vivir; si nos apoderamos de las escuelas, nos apoderaremosen seguida de la sociedad. Esta labor de enseanza no quiere decir que

    hemos de olvidarnos de nuestros propios dolores, de la miseria quesufrimos; las injusticias de hoy es hoy cuando hay que remediarlas, ydebemos remediarlas nosotros; las de maana las remediarn nuestros

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    hijos, si procuramos que sean hombres fuertes de cuerpo y de alma;por eso nuestra labor es ms ruda, y yo no s si somos o no capacesde realizarla.

    -T hablas bien -le dijo un da un compaero que haba escuchado

    algunas de sus disertaciones-, pero dices las cosas en un tono, con unaire tan desmayado que no puedes provocar en los que te escuchan elmenor entusiasmo.

    -No puedo hablar de otro modo -replic Juan Antonio-; t no sabescmo es mi vida; t no tienes idea de mi martirio.

    -Ests enfermo?-S, estoy enfermo; pero no es mi enfermedad lo que me entristece.

    En mi casa hay alguien ms enfermo que yo, y no puedo darle lo quenecesita. All sufre una pobre mujer que se consume poco a poco, que

    no tiene remedio, y t no sabes cul es mi desesperacin al ver que seva con ella la ms risuea esperanza de mi vida...-Yo he presumido siempre de ser un estoico -aadi despus de un

    largo silencio-; pero soy un hombre dbil, incapaz de afrontar conserenidad esta catstrofe que me amenaza. Comprendo que el hombreno debe entregarse estpidamente al dolor; pero todos misrazonamientos son intiles. Adems, t no tienes idea de lo que es esaagona larga y transparente de los tuberculosos; t no has visto cmo seclavan en ti sus ojos febriles; t no has escuchado su respiracin

    jadeante, no has visto cmo se asfixian poco a poco, cmo piden aire

    con las manos crispadas por el terror que les inspira la muerte que ellosven llegar...

    -Y no es slo eso; para que mi desdicha sea mayor, la infeliz estencinta y a punto ya de dar a luz. El mdico me ha dicho ayer que estmuy mal, pero no tanto como yo me figuro; que podr resistir el parto sino se presenta ninguna nueva complicacin... Tambin me ha dicho quedeba irme con ella al campo y darle buenos alimentos: carne cruda,huevos y vino de Jerez..., una tontera; un tratamiento para el cual esnecesario ser un capitalista...

    -Todo eso -dijo el compaero que le haba escuchado sin hacer hastaentonces ninguna interrupcin- es realmente doloroso, pero no te debesdesesperar. Yo te reunir lo necesario para que tu compaera vaya alcampo una temporada; pero t no puedes acompaarla; t, en estosmomentos, debes estar aqu; t tienes ya mucho prestigio dentro de laorganizacin y andamos muy escasos de hombres inteligentes; maanase celebra, como sabes, la asamblea secreta, en la que se ha de decidirsi hemos de admitir la colaboracin de los elementos polticos deizquierda en ese movimiento revolucionario que se est organizandopara derribar el rgimen.

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    VIII. DESENLACE DEL DRAMA SENTIMENTAL

    Lleg por fin la primavera, la divina estacin, con sus nubes ligeras, consus bruscas oscilaciones, con sus das largos, en los que hay horas tristesde lluvia y horas claras y alegres de sol.

    Juan Antonio quiso que Mara Rosa saliera a respirar el aire.-Ya vers -deca animndola-, ya vers cmo la primavera te devuelve

    la salud.Ella le oa clavando en l sus ojos profundos, iluminados por la fiebre,

    en los que se pintaba el ms amargo desaliento, la ms dolorosaresignacin.

    -T te haces ilusiones -deca con voz apagada-, yo no puedo dar un

    paso, yo no puedo tenerme en pie.Juan Antonio vea aproximarse el desenlace, que no se hizo esperar.

    Mara Rosa muri dos das despus de dar a luz un nio que slo pudovivir cuatro horas. Expir en sus brazos al amanecer, cuando seahuyentaban las sombras nocturnas, cuando empezaba a clarear, en esahora azul en que lucha la luz con las tinieblas.

    Las ltimas palabras de aquella desgraciada fueron dulces y serenascomo una oracin.

    -No te desesperes -le dijo clavando en l sus ojos azules, en los que

    se reflejaba una especie de alegra inexplicable-, yo estoy tranquila; nome asusta la muerte, la deseo, porque con ella va a terminar esta vidamiserable. Adems, me alegro por ti; as acabar esta pesadilla quesufres y podrs ser libre, volar como un pjaro; ya te lo dije el primerda, y como ves, mis presentimientos se han cumplido: no me engaabael corazn.

    Juan Antonio la oa en silencio. Aquella serenidad, aquel profundoconvencimiento que revelaban sus palabras hicieron que se calmaran unpoco los angustiosos latidos de su corazn.

    Ella prosigui despus de una pausa larga, haciendo un supremoesfuerzo para respirar.

    -Juan Antonio, t tienes un alma buena y generosa; yo no he conocidoa nadie en este mundo que sea mejor que t...

    stas fueron sus ltimas palabras.Juan Antonio estamp en sus labios secos y exanges un beso largo,

    frentico, apasionado, en el que puso toda su alma, rebosante de amor yde piedad.

    Luego le invadi una profunda agitacin; se puso a pasear como unloco por la alcoba; le temblaban las piernas y las manos; un sudor fro

    inund su frente, y cay desvanecido en medio de la habitacin.

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    Cuando le pas aquel ligero desvanecimiento vio que estaba tendidoen un lecho que no era el suyo.

    A un lado estaba el viejo Luna, su compaero y amigo ntimo, a quienl profesaba un cario fraternal.

    -Qu es eso? dijo Luna mirndole-. T tambin te quieres morir?-Yo estoy muerto hace ya mucho tiempo -replic Juan Antonioincorporndose-, soy uno de los muchos muertos que andan por elmundo buscando su sepultura, que no saben a punto fijo dnde est.

    -Pues no te apures, que ya dars con ella.

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    IX. JUAN ANTONIO QUEDA DEFINITIVAMENTE CONVERTIDO

    EN UN HOMBRE DE ACCIN

    Pasaron algunos das.Juan Antonio se iba reanimando: ya no experimentaba aquel agobio,

    aquella laxitud, aquel sombro abatimiento que embarg su espritu enlos primeros momentos. Entonces cambi bruscamente su manera deproceder. Su carcter, no obstante, era el mismo; no sufri ningunatransformacin esencial; l era un romntico, uno de esos hombres quealimentan inconscientemente con el soplo de la fantasa la llama deldolor. Esta clase de hombres pasan con frecuencia del mayor

    decaimiento, de la ms perezosa actitud a una actividad frentica,desenfrenada, en la que aparecen las mayores audacias. Se produce enellos una especie de excitacin que trae al primer plano de la concienciatodo lo que fue quedando en ltimo trmino, todo lo que dej unahuella ms o menos profunda en el espritu, todo lo que fue formando elcaudal de su vida interior. Las emociones pretritas se reaniman, lasimgenes lejanas vuelven a presentarse claramente delineadas, elpensamiento se hace en ellos ligero y fcil, discurren con rapidez yobran con una precisin y una seguridad sorprendentes.

    Juan Antonio pasaba por uno de esos perodos de excitacin ylucidez.

    Volvi a frecuentar la tertulia del caf Espaol y otros lugares dondese reunan los sindicalistas. Se le vea en todas partes y hablaba con uncalor, con una energa que nadie pudo antes sospechar en l.Pronunciaba discursos vehementes, su voz era clida, persuasiva,insinuante; iba al fondo de la cuestin sin divagaciones intiles, sincircunloquios de ninguna especie, hablaba con una claridad y unaelocuencia que no admitan rplica.

    -No te reconozco, chico -le deca Luna al salir de una asamblea en la

    que Juan Antonio acababa de lograr un verdadero triunfo-; t no eresaquel hombre triste y apocado que hablaba siempre en un tono dedesilusin incapaz de despertar el menor entusiasmo. Has cambiadocompletamente.

    -No lo creas -le dijo Juan Antonio tomndole por el brazo y hablandoen tono confidencial-, ahora estoy ms desesperado, ms triste queantes: pero esta gran tristeza, esta gran desilusin que llevo dentro escosa ma y la guardo para m. Nuestros pesares y nuestras desdichas,nuestras amarguras no deben servir para entristecer a los dems; cada

    uno debe soportar su cruz y recorrer silenciosamente su calvario.-Pero t no sientes lo que dices?

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    -Lo nico que puedo decirte es que no soy el mismo que era antes;ahora veo claramente algunas cosas que antes aparecan un pocoveladas a mis ojos, ahora pienso que nuestra vida no vale nada si noprocuramos ennoblecerla con buenas acciones; es preciso luchar, luchar

    hasta el ltimo momento, porque la vida no es ms que eso: una luchaconstante, una batalla en la que no hay ms remedio que sucumbir; peroes preciso sucumbir gloriosamente.

    -No te entiendo.-Yo tampoco me entiendo a m mismo. T me has visto antes abatido,

    sin aliento para llevar a cabo la empresa ms insignificante; pues bien,ahora te juro que me siento capaz de todo.

    -Ests desesperado...-No lo s... De la desesperacin surgen a veces las mayores

    esperanzas.

    Luna le oa con asombro.Aquel da los obreros acordaron admitir al movimiento revolucionario

    a los elementos polticos. Luna no era partidario de esta resolucin.Juan Antonio fue quien decidi la partida con sus palabras, que

    revelaban el mayor entusiasmo.Al salir de la asamblea, Luna le interrog:-T crees que todo eso resultar bien?-Yo -replic Juan Antonio- no s lo que resultar, pero el resultado me

    es indiferente. T no esperas ningn milagro, verdad? Pues yo tampoco;

    pero es preciso que la gente luche, porque el que no lucha no vive: elagua encharcada se corrompe; es preciso que corra, que forme arroyos yros; el ro es una cosa viva, la laguna es una cosa muerta. Las ideas,como la sangre, han de estar siempre en circulacin.

    -Eres un filsofo -dijo Luna riendo.-Soy un hombre que dice lo que se le ocurre; es preciso pensar en voz

    alta, dar todo lo que se tiene y hacer todo lo que se puede; sta es, a mijuicio, la nica manera de vivir con relativa tranquilidad.

    Se separaron sin decir nada ms.Todo estaba ya dispuesto. Al da siguiente se iba a producir la huelga

    general.

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    X. LA HUELGA GENERAL

    Haca ya cuatro das que la ciudad se hallaba en estado de sitio porhaberse producido la huelga general.

    Fue un movimiento muy bien preparado, que se produjo de un modoteatral.

    Durante la maana del da en que estall la huelga, no se advirti enla poblacin nada extraordinario. Se abrieron los talleres como todos losdas, y los obreros entraron al trabajo.

    A las once se comunic la orden a los delegados para que el trabajo

    se suspendiera a las doce en punto, y as fue; al medioda todo quedparalizado.

    Desaparecieron de la va pblica los coches de punto, los automvilesde alquiler, los carros, los camiones de transporte; tambin quedaron sinmovimiento los tranvas, abandonados en las calles, sin que fueseposible llevarlos a las cocheras porque se haban paralizado tambin losmotores de la fbrica de electricidad que suministraba el fluido quenecesitaban para moverse.

    Aquellos coches vacos e inertes daban al transente una idea clara

    de la importancia de la huelga; algunos curiosos se paraban formandogrupos, otros marchaban de prisa, como atemorizados, pensando en queaquello tendra, indudablemente, las peores consecuencias; ellos norecordaban nada semejante.

    A las dos de la tarde la circulacin haba disminuido ms del 70 por100; la gente tena miedo, nadie saba lo que iba a suceder, pero en elespacio flotaba un aire de tragedia.

    A las cuatro de la tarde unos soldados iban pegando por las calles elbando en que se anunciaba que la ciudad haba quedado bajo la

    jurisdiccin militar.

    Al anochecer salieron las tropas de los cuarteles y se fuerondistribuyendo estratgicamente. Se prohibi el paso por el centro de laplaza de Catalua, donde fueron llevadas dos piezas de artillera y variasametralladoras. Para ir desde la rambla de Canaletas al paseo de Graciaera preciso caminar por las aceras entre un cordn de soldados. All sehaba establecido una especie de cuartel general.

    Otro grupo considerable de fuerzas se estableci al final del paseo deGracia, en el cruce con la Gran Va Diagonal.

    Tambin fueron tomadas militarmente las rondas de San Pablo y de

    San Antonio. Las cocheras de los tranvas se convirtieron en cuarteles;

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    en el Paralelo se colocaron dos caones Schneider, frente al teatroVictoria.

    Todas estas precauciones, todo este gran alarde de fuerzacontribuyeron eficazmente a aumentar el pnico de los ciudadanos.

    La poblacin qued como muerta.Por las calles ms cntricas no transitaba nadie, y en muchas casas secerraron las puertas mucho antes del anochecer.

    Cuando anocheci, el cuadro fue an ms imponente, porque falt laluz del alumbrado pblico en algunos barrios. Los ingenieros militares nopudieron hacer funcionar ms que unas cuantas dnamos. Tampococontaban con personal para hacer funcionar los conmutadores en lascalles.

    As transcurri el primer da de huelga.Al da siguiente se dijo que haban muerto electrocutados un capitn y

    tres soldados de Ingenieros al hacer ciertas manipulaciones en unafbrica de electricidad. Tambin se dijo que los huelguistas ofrecieronseria resistencia en la calle Mayor, de Gracia; los revoltosos dispararonsobre la tropa desde las ventanas del Casino Republicano, matando alcapitn que mandaba las fuerzas e hiriendo a muchos soldados.

    En Sants tambin los paisanos se haban batido con la tropa despusde volcar un tranva e incendiar otro.

    Aquella maana se formaron algunas barricadas en las calles de laCadena, en la de San Jernimo, en la de San Pablo, en la Riereta y en la

    de San Rafael. En este barrio establecieron su cuartel general los msdecididos, los que estaban dispuestos a batirse con las escasas ypequeas armas que tenan a su disposicin.

    Algunas de estas barricadas fueron destruidas a caonazos cuando yano haba nadie que las defendiera.

    Los pequeos burgueses que forman el somatn salieron a la callearmados con fusiles y tercerolas. Esto dio lugar a muchos incidentes,algunos de ellos bastante cmicos. Los somatenistas iban muy serios, sinmirar a nadie; a muchos se les notaba en la cara el miedo que tenan;algunas mujeres del pueblo fueron detenidas por insultarles.

    En el paseo de Gracia ocurri una escena muy original.Dos somatenistas dieron el alto, a las diez de la noche, a un seor

    que marchaba solo por la acera. El hombre se detuvo, y los del somatnse acercaron, ordenndole que levantara los brazos.

    -Qu van ustedes a hacer? -dijo el detenido.-Vamos a cachearle.-A m no me cachean ustedes. Si quieren pueden detenerme, pero

    cachearme, no. Llvenme adonde haya militares; a ellos les dir quinsoy, y ellos, siquieren, podrn registrarme.

    Los somatenistas quedaron algo confusos ante la energa y el tonocon que se expresaba aquel hombre.

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    -Bueno -dijo uno de ellos-, eche a andar delante de nosotros, quevamos a llevarle adonde hay militares.

    Se dirigieron a la plaza de Catalua, y all los del somatn explicaron aun oficial lo sucedido.

    -Por qu no se ha dejado cachear por estos seores? -pregunt eloficial.-No me he dejado cachear porque estos hombres no me inspiran

    confianza; los conozco muy bien; son tenderos, y no me fo...Yo nopuedo permitir que esta clase de ciudadanos metan las manos en misbolsillos -aadi acentuando irnicamente sus palabras.

    -Est usted insultando a estos seores -dijoel oficial, a quien tal vezno le pareci desprovista de fundamento la actitud del detenido.

    -Tambin ellos me han insultado a m; tambin me han ofendido

    tratndome groseramente. Yo no tengo facha de ser un criminal. Soy eldoctor Bernet -aadi mostrando la cdula personal y una de sustarjetas-, no me meto con nadie y vivo de mi profesin honradamente.Si creen que deben querellarse contra m, pueden hacerlo; yo hehablado de ellos como tenderos y no como dependientes de laautoridad. Adems, ellos no me han demostrado que lo fueran.

    El oficial dijo: Bueno, basta de explicaciones; usted queda aqudetenido. Luego, dirigindose a los del somatn, aadi: Ustedespueden retirarse.

    -No ha debido usted expresarse as -dijo el oficial cuando lossomatenistas se fueron-; pero, en fin, por esta vez pase; puede ustedretirarse.

    El doctor mir al oficial, y no saba si tenderle o no la mano. Eloficial, viendo su actitud, sonri diciendo: .

    -Hay muchas cosas que no se pueden decir aunque se sientan.Durante la noche no se poda transitar por las calles sin un permiso

    especial. Todos los vecinos tenan que recogerse antes de las diez, sopena de pagar una multa de doscientas pesetas.

    Al tercer da de huelga, la polica detuvo a los obreros de unaimprenta que confeccionaban una hoja clandestina en la que seaconsejaba a los obreros que mantuvieran su actitud a toda costa.

    Como la crcel estaba llena, los detenidos quedaron en los calabozosde la Delegacin de Polica de Atarazanas.

    Juan Antonio se libr por un milagro; l era uno de los tipgrafos queconfeccionaban la mencionada hoja. Cuando entr la polica, l se hallabaen un pequeo patio interior, donde se almacenaban los papeles viejos, yse escondi entre un montn de maculaturas.

    Los policas entraron all, pero no hicieron ms que dar un vistazo; no

    se les ocurri remover aquel montn de papeles.

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    Cuando salan del patio, Juan Antonio ech mano a la pistola y apunta ellos, pero se contuvo en el momento en que iba a disparar.

    -Matar a estos dos, pero tendr que entregarme o morir, porque nohay por aqu huida posible.

    Permaneci en el patio, y cuando la imprenta volvi a quedar ensilencio, entr en el taller, viendo que todo estaba all en desorden.Haban volcado los chibaletes, y la letra hallbase esparcida por el suelo.

    -Qu canallas! -murmur contemplando aquello-, han empasteladotodo el material; ya saben lo que se hacen.

    La imprenta tena una puerta que comunicaba con la escalera de lacasa, y por all sali, forzando la cerradura con una llave de la mquina.

    La portera, a quien despert la polica, al entrar estuvo a punto delanzar un grito al ver ante ella a Juan Antonio.

    -Pero cmo no le han detenido a usted? -dijo reconocindole.-Son muy torpes.- Y qu piensa usted hacer?-Pues muy sencillo, marcharme.-Es que si le ven por la calle le detendrn; a usted desearn echarle

    mano ms que a otros.Juan Antonio sali a la calle por la puerta de la casa; cruz la ronda y

    fue a reunirse con algunos compaeros que estaban en el Berln Baresperando la hoja que no haban podido imprimir.

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    XI. MUERTE DE JUAN ANTONIO

    Al amanecer sali Juan Antonio del bar acompaado por el viejo Luna.

    Echaron hacia la derecha, siguiendo por la ronda hasta el Paralelo.Era una maana fresca y luminosa. En sus rostros, congestionados

    por el ambiente espeso y clido de la taberna, produca una deliciosasensacin la brisa ligera que vena del mar; era un aire puro yrefrigerante.

    Juan Antonio respiraba con ansia aquel aire que tanto necesitabansus gastados pulmones y miraba extasiado el cielo azul, sin una nube,limpio y esplndido.

    Al llegar a la esquina se detuvieron un momento; luego cruzaron la

    ronda para entrar en la brecha de San Pablo.El viejo Luna iba como aletargado; haba bebido mucho y necesitabadormir.

    -Vete a casa -le dijo Juan Antonio--; ests hecho una cuba.-No lo creas -replic Luna-, tengo sueo, pero no estoy borracho;

    hace cuarenta y ocho horas que no duermo. Adems, esto, como ves,est perdido -sus palabras tenan un tono de amarga desesperacin.

    -Yo no cre nunca que se hiciera ms de lo que se ha hecho; nosotroshemos cumplido con nuestro deber.

    -Es verdad -murmur Luna-: nosotros hemos hecho todo cuantopodamos; pero no me negars que yo tena razn: con esa gente no sepuede ir a ninguna parte...

    -No hablemos ms de eso; ya hemos discutido bastante; vete adormir y luego, cuando te levantes, si quieres verme, ya sabes que estoyen la calle de la Cadena o la de San Rafael.

    -Pero es que vais a continuar an?-No s... Ya veremos... Adis.Luna dio media vuelta y ech a andar, sin decir una palabra, hacia la

    calle de San Pablo. Juan Antonio se qued parado en la esquina de la

    ronda. No saba qu hacer; estaba fatigado y, sin embargo, no se sentaen disposicin de irse a dormir.Hirieron sus odos cinco disparos consecutivos que partan de la calle

    de San Pablo. Juan Antonio mir hacia el lugar de donde haban partidolas detonaciones. Entonces vio que un hombre que iba andando por laacera, junto a la tapia que rodea el solar contiguo a la iglesia, seapartaba de su camino dando traspis y caa de bruces en medio de lacalle.

    -Esos tiros estaban esperndome a m -pens Juan Antonio-; se era

    mi camino; ahora tendr que cambiar el rumbo, porque no quiero morir aesta hora; necesito respirar este airecillo fresco, que me sienta muy bien.Cruz la calle, y al cruzarla sonaron otros tres disparos.

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    Juan Antonio continu andando tranquilamente, sin inmutarse, conabsoluta serenidad.

    -Tienen muy mala puntera -dijo siguiendo en la misma direccin.Al llegar frente al Pay-Pay se detuvo otra vez un momento y luego

    entr en la calle de Carretas. All encontr a varios compaeros que seacercaron a l, agobindole con sus preguntas.-Dicen que hay cuarenta y cinco compaeros encerrados en el castillo

    de Montjuich. Que sabes t de eso?-Tambin nos han dicho que en el cuartel de Atarazanas hay muchos

    detenidos y que piensan fusilarlos a todos al amanecer...-Los republicanos nos han hecho traicin; no han salido a la calle como

    dijeron.-Tambin nos han traicionado los catalanistas.-Son unos miserables...-Unos canallas...-Unos cobardes...-Estamos solos y pagaremos las consecuencias de nuestra estupidez...-Bueno, todo eso est bien -dijo Juan Antonio-; pero a m me basta

    con haber cumplido con mi deber y a vosotros os debe bastar con esotambin.

    Al extremo de la calle apareci una camilla de la Cruz Roja.-Una camilla! -grit uno.-Si no vienen soldados acompandola, dejadla pasar. Cuando la

    camilla lleg adonde estaba el grupo, uno se adelant.-A ver! Alto!Los camilleros se detuvieron.-Est muerto -dijo uno de ellos.-Queremos verle.El cadver fue descubierto. Era un hombre viejo, vestido pobremente;

    por su indumentaria pareca ms bien un mendigo que un trabajador.-A este pobre hombre -dijo Juan Antonio- lo han matado hace un

    momento, junto a la tapia de la iglesia; yo lo he visto caer. Tambin han

    disparado contra m.-Desde dnde?-No s; los tiros salan de la calle de San Pablo; pero no he visto a los

    que disparaban.Juan Antonio se despidi del grupo y sigui andando; torci por una

    travesa a la derecha para llegar a la calle de San Jernimo; all salud aotro grupo de compaeros y continu su camino hasta llegar a la calle deSan Rafael. Al volver la esquina oy una voz conocida que le deca:

    -No pases, no pases, que te van a matar.Juan Antonio se detuvo. A poca distancia del lugar donde se hallaba,

    en la misma acera, vio tendidos tres hombres y una mujer. Sus

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    compaeros, situados en la esquina de la calle de la Riereta, continuabanhacindole seas para que no avanzase.

    Los disparos partan de una casa situada en aquella misma calle.Qu extrao es esto! -pens Juan Antonio-. Quin puede disparar

    desde esa casa contra nosotros? Pensando esto, le invadi un terrorsbito, inexplicable; sinti un estremecimiento singular, como si separalizasen en aquel instante los latidos de su corazn.

    Luego se rehizo, recobrando la serenidad.-Ser alguno del somatn que se ha vuelto loco y quiere morir a

    nuestras manos.Pasaron algunos instantes.-Vamos a registrar esa casa -dijo un compaero. Entonces Juan

    Antonio avanz, con intencin de unirse a ellos. Son un nuevo disparo

    que hizo blanco en l.Juan Antonio cay de espaldas en mitad de la calle. Sus compaeros

    se acercaron a socorrerle; pero era intil; el proyectil le haba destrozadoel corazn.

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    Nota biogrfica de Salvador Segu

    El da 10 de Marzo de 1923, en pleno distrito quinto, el barrio ms populosode la Barcelona Obrera, en plena calle de la Cadena, cuando las tiendas, bares ytabernas estn ms concurridas, cuando ms gente deambula por la calle, en lahora menos propicia para el crimen, caan para siempre con la cabeza y el cuerpodestrozados a balazos los que fueron hasta el momento Segu y Comas. Vctimaeste ltimo de ser amigo y compaero del Noy y de ir juntos en aquel momento.Por aquellos das, el pavor, el odio y la venganza se haban apoderado de todas

    las clases sociales.Jos Viadiu. Salvador Segu, Noy del Sucre, 1930.

    El asesinato de Salvador Segu, probablemente a manos depistoleros del Sindicato Libre, signific la desaparicin de la figuracarismtica del sindicalismo revolucionario barcelons. Y quin fue,o mejor dicho que sabemos hoy de quien encabez una poderosaorganizacin obrera, epicentro de la vida social y poltica de laCatalua de los primeros treinta aos del siglo XX? Lo primero que

    sabemos es que naci en Lrida el 23 de Septiembre de 1887 y quesu nombre completo era Salvador Segu y Rubinat. Hijo de untrabajador de la industria de la panificacin, que emigr con sufamilia a Barcelona un ao despus de su nacimiento. Su curiosidadinnata le llev a ir adquiriendo una formacin de autodidacta almismo tiempo que se iba integrando en el ambiente de lucha obrerade aquellos aos finales del siglo XIX.

    Su nombre y apodo se hacen ms conocidos desde 1907, ao en quese funda el peridico Solidaridad Obreray del cual Segu se hace unasiduo colaborador. Su adhesin al movimiento obrero de carcterlibertario se hace firme a partir de los hechos llamados La SemanaTrgicaacaecidos en 1909, en realidad una protesta popular contra laguerra en Marruecos y que derivaron en una ola de violencia queasol Barcelona. Como consecuencia de su participacin en losmismos, debi abandonar Barcelona y refugiarse en un pueblo,Gualba, a la espera de que cesara la represin. De regreso aBarcelona, participa en el congreso fundacional de la CNT,celebrado en 1910. En 1915 fue elegido secretario general de la

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    Federacin del Ramo de la Construccin de la CNT, al ao siguientefue nombrado Secretario del Ateneo Sindicalista, pero en realidad sehaba convertido (aunque el trmino no resulte adecuado) en el lderindiscutible de la CNT.

    En 1919 fue el ao en el que la organizacin obrera alcanz su cenit,puesto de manifiesto en la larga y dura huelga conocida como la deLa Canadiense, empresa que produca la electricidad de Barcelona,que se tradujo en una victoria obrera tras cuarenta das de lucha.Pero esta victoria dio lugar a un radical cambio en la accin de laclase capitalista catalana. Para detener el evidente avance de la claseobrera, decidieron pasar a lo que hoy llamaramos la va armada (losaos del pistolerismo), apoyados por sectores de los partidos dederecha, del ejrcito y la polica, mediante: la creacin de una miliciaarmada de patronos y burgueses, el somatn; la aplicacin sistemticadel lock out o cierre patronal; creacin del Sindicato Libre, paraencuadrar a los esquiroles; organizacin de bandas de pistolerosmercenarios para proceder al exterminio de los militantes y asdescabezar al movimiento obrero.

    A partir de ese momento se desencaden una verdadera guerra declases en Barcelona, y en la cual, la cabeza de Salvador Segu era eltrofeo ms preciado. En Noviembre de 1919 fue objeto de unprimer atentado. El intento se repiti en Enero de 1920. Lasprecauciones que adopt le mantuvieron vivo durante algunos aos,pero viendo caer a algunos de sus ms preciados colaboradores,como Evelio Boal, muerto en 1921 o ngel Pestaa gravementeherido en 1922. En dos aos fueron asesinados 523 obreros en

    Barcelona. Y uno de ellos fue Salvador Segu.

    Fundacin Salvador Segu