escritos y discursos necrologicos

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Nota esta edición: Reproducimos aquí los Escritos y Discursos Necrológicos de Sarmiento (1812-1887), recopilados de distintas fuentes ya que los mismos no han sido reunidos en un único libro. Hemos conservado la ortografía original. Copyright 2010 Proyecto Sarmiento (www.proyectosarmiento.com.ar)

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Page 1: Escritos y Discursos Necrologicos

Nota esta edición:

Reproducimos aquí los Escritos y Discursos Necrológicos de Sarmiento

(1812-1887), recopilados de distintas fuentes ya que los mismos no han sido reunidos en un único libro.

Hemos conservado la ortografía original.

Copyright 2010

Proyecto Sarmiento (www.proyectosarmiento.com.ar)

Page 2: Escritos y Discursos Necrologicos

INDICE GENERAL

D. DOMINGO DE ORO444444......................................... SANTIAGO ARCOS ................................................................... EL GENERAL DON JOSE M. PAZ ........................................... DON FELIX FRIAS .................................................................... LUIS FELIPE MANTILLA .......................................................... VICTOR HUGO .......................................................................... JOSE GARIBALDI...................................................................... MARY MANN-MRS.PEABODY ................................................ EL CENTENARIO DE BURMEISTER44444444444. LONGEFELLOW........................................................................ EMERSON................................................................................. (Tomados del Tomo XLV de las Obras Completas de Sarmiento, Editorial Luz

del Día, Bs.As., 1954.)

------------------------- DON MANUEL SALAS4444444444444.. EL CORONEL DON JOSÉ LUIS PEREIRA4444.. EL PRESBÍTERO OVALLE I BALMACEDA4444. DON JOSÉ MANUEL IRARRÁZAVAL4444444 DON JOSÉ DOLORES BUSTOS444444444 EL JENERAL DON MARIANO NECOCHEA4444 EL MARISCAL FRANCES BUGEAUD444444. NECROLOJIA DEL JENERAL SAN-MARTIN444.. NECROLOJÍA DE DON MANUEL MONTT44444 DON NICOLAS RODRÍGUEZ PEÑA4444444.

(Necrologías seleccionadas de las Biografías del Tomo III de las Obras

Completas de D.F. Sarmiento, Belin Hermanos, Paris, 1909, reimpresión. Ortografía original.)

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NECROLOGÍA DEL GENERAL O'HIGGINS44444444444.. D. JOSÉ POSIDIO ROJO4444444444444444444.. MANUEL RENGIFO4444444444444444444444 D. DON PEDRO IGNACIO DE CASTRO Y BARROS4444444.. EL GENERAL DON EUSEBIO GUILARTE444444444444. DON JUAN DE DIOS VIAL DEL RÍO444444444444444 DON ESTEBAN ECHEVERRÍA44444444444444444. DON MARTÍN ORJERA444444444444444444444

Page 3: Escritos y Discursos Necrologicos

(Necrologías nuevas que figuran en el Tomo III de las Obras Completas de Sarmiento, Necrologías y Biografías, Ed. Luz del Día, Bs.As., 1948.)

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CASACUBERTA44444444444444.. D. NICOLAS RODRIGUEZ PEÑA4444444 D. ECSEQUIEL CASTRO4444444444. EL MAESTRO PEÑA444444444444. VALENTIN ALSINA4444444444444.. D. MARTIN PIÑERO4444444444444 DALMACIO VELEZ SARSFIELD4444444.. MANUEL GUERRICO444444444444 ROSARIO VELEZ SARSFIELD44444444 PANTALEON GÓMEZ444444444444 DR. SALVADOR DONCEL4444444444 DR. ALBERTO LARROQUE4444444444 EL COMANDANTE SEGUÍ4444444444. DR. SIMÓN DE IRIONDO44444444444

(Discursos y Oraciones fúnebres seleccionados de Discursos de Sarmiento (1883), pronunciados entre 1839 y 1883 hecha por Belín Sarmiento. Ortografía

Original.)

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NECROLOGIAS

DON DOMINGO DE ORO

Don Domingo de Oro ha muerto a la edad de 79 años, en posesión de

sus facultades mentales, de sus dotes de sociedad y aun de la actividad y de la propensión a cambiar de residencia, y ha sido necesario a sus amigos revivir páginas perdidas u olvidadas de viejas crónicas para recordar a la generación presente aquella figura que descolló durante la gestación de la tiranía de Rosas, asociándose directa o indirectamente a grandes acontecimientos y hombres históricos: Dorrego, Paz, Rosas, López, Quiroga, etc.

Constituida la República hoy y en vía de constituirse desde 1852, Oro, partidario de Mitre, amigo de Sarmiento, bienvenido de los partidos, rehuye la vida pública que abjuró en 1842, época a que llegan los datos biográficos que de él se encuentran en Recuerdos de Provincia, y su nombre, repetido incidentalmente a veces, como para hacer acto de presencia, no está al pie de ningún acto de gobierno durante treinta años, tras la caída de Rosas, ni su simpática voz, que pudo ser elocuente, resuena en convención, Congreso o Legislatura alguna, como la prensa no registra en sus efímeras páginas sino algún efímero escrito suyo de circunstancias.

¿Estaba demás Oro en país que antes se lamentaba de su falta de hombres públicos, como hoy rebosa de ellos, desde que prevalece la doctrina, tan grata, a las muchedumbres democráticas, de que en la dirección que los acontecimientos humanos toman, no hay hombres necesarios?

Atenas es verdad, confiaba la dirección de los ejércitos a la suerte; pero lo suerte, entre los griegos, era, el Destino, poder misterioso y fatal, el hado que tiene en sus manos la suerte de los hombres y de las naciones. El designado por la suerte era el Indicado por los dioses, y esta, unción bastaba, para hacer sagrada su inspiración e irrevocable su autoridad, ya que el arte de la guerra era tradicional y la acción era individual. Atenas murió pronto, sin embargo, y heredando los turcos su sistema religioso, la misma doctrina del fatalismo ha traído la agonía tan prolongada del imperio musulmán.

Roma, Venecia, la Inglaterra inventaron para perpetuarse y engrandecerse los hombres necesarios, en un patricidio, educado de escalón en escalón para el gobierno, y vivieron siglos y han constituído la civilización y la libertad para todos en los tiempos modernos. En el siglo de Cavour, Bismarck y Thiers bien pueden repudiarse los hombres innecesarios.

Parecía Oro adolecer de una aberración mental o de la privación de uno de los grandes instintos humanos que lleva a extender el radio de la existencia más allá del estrecho círculo de familia o de los cortos años que nos son concedidos en la vida.

Oro quería ser oscuro, no obstante las brillantes cualidades de que venía dotado, y lo consiguió con la misma perseverancia de propósito que a otros conduce al pináculo de la gloria.

Cuando Sarmiento regresó de los Estados Unidos, preguntó al primero de los amigos comunes que encontró: ¿en que lugar apartado vive hoy Oro? —En Patagones —le fué contestado—. —Era seguro! —fué la única observación.

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Pocos meses antes de morir, había fijado su residencia en Villa Occidental, en el Chaco, preparándose a trasladarse a Formosa, otra colonia lejana y en embrión.

No era esto un accidente en la vida de Oro. Era su bello ideal, su sueño de felicidad. Dotado de los talentos de sociedad más felices, la palabra fácil y amena, el aspecto plácido i noble; y no obstante el largo contacto con los hombres y lo negocios públicos, la soledad, el desierto, la oscuridad lo atraían invenciblemente y pasó la mitad, si no toda su vida, en busca de un lugar donde vivir ignorado, feliz y no oído, él, que poseía el don de hacerse escuchar.

¿Era misantropía? Era el misántropo más alegre, más ameno, y sobre todo, más tolerante. Sus amigos estaban en todos los partidos y no conocía enemigos. Mitre y Sarmiento, en escalas diversas, ocupaban el mismo lugar en su espíritu, sin ser indiferente a las cualidades respectivas. El telegrama de familia que anuncia a este último su muerte, a Jesús María, dice que por saber cuánto se estimaban recíprocamente; y en su última visita en Buenos Aires, como si fuese ya una despedida, Domingo de Oro se complació en recordar y corroborar aquella antigua amistad, que no habían eclipsado disentimientos políticos.

Me propongo en estos ligeros apuntes completar su biografía, con la página oscura de esta luna que venía en menguante tantos años, hasta desaparecer del todo.

En 1842 recordábamos que había cambiado en San Juan la viña paterna, dotada de todos los implementos de un establecimiento secular, por una finca de potrero de alfalfa a siete leguas más lejos de la ciudad. La viña de don José Antonio de Oro, su padre, estaba situada a menos de una legua de la plaza y en la vecindad de otras de miembros de aquella aristocrática y antigua familia. Su aspiración de aislamiento, o la que yo le atribuyo, estaba allí realizada. Para un inglés habría sido la mansión habitual: Oro Mansión, u Oro Hall. Edificios seculares, viñedos productivos, comodidades acumuladas por cinco o seis generaciones, pues están en el Pueblo Viejo, primera ubicación de San Juan, y el capitán don Juan de Oro venía entre los conquistadores; la industria misma, que vive de tradiciones, de prácticas inteligentes, todo convidaba a perpetuar la viña de los Oro, antiguos residentes en aquellos cultivos.

Un día pasaba por allí un Varas, afincado en Angaco, cultivador de potreros artificiales de alfalfa en grande escala y le comunicó su deseo de trasladar sus penates a la ciudad, cansado de vida tan aislada y molesta. Oro pidió detalles sobre aquella industria y valor de la propiedad; y obtenidos someramente, propuso cambiar de fincas, y sin más autos ni más traslados la antigua y aperada viña de los Oro pasó a ser la viña de Varas.

No era que Oro no se trasladase todas las noches a la ciudad, en busca de tertulia, conversación y una manito de malilla, si se ofrecía, regresando a deshora y alguna vez sintiéndose acometido por malévolos u haraganes; pero la monomanía interna de la soledad, del retraimiento, de la felicidad sin sociedad, lo arrastró a Angaco, a la cultura de forrajes, con riego y sin variantes de poda, despampano, vendimia, destilación y vinificación, que tantas artes y conocimientos reclaman.

Los mosquios ayudando y la barbarie de la cosa misma, dieron al traste con las calentadas fruiciones, y dada la situación política del país y con lo que, malvendido, obtuvo de sus potreros, se trasladó a Chile, arrendando a poco

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una finquita a los alrededores de Santiago, que consagraría a las pequeñas industrias rurales, tan fructíferas cuando hay para ellas a mano un gran mercado.

Era de oír a un hombro de mundo y lecturas, empleando su clara inteligencia, la sagacidad de sus apreciaciones, en los embellecimientos que la imaginación presta aun a las nociones teóricas, en calcular cuántos conejos, pollos, huevos, pueden obtenerse con inteligencia, arte y esmero.

Oro, feliz en ésta su apartada residencia, se trasladaba de noche, sin embargo, a Santiago, en busca de la detestada sociedad, a fin de solazarse, reír, conversar, estar al corriente de los sucesos, oír y ser oído.

Los resultados no correspondieron a los alegres cálculos, y después de dar vueltas en busca de aquella cuadratura del círculo, la sociedad y el retiro a un tiempo, Oro se dirigió a Copiapó, que atraía, en efecto, a espíritus menos quiméricos por el brillo de sus piñas de plata. Oro daba a las minas su atracción especial. Para hombres como él, fatigados de la vida al menudeo, harto avanzados ya en el camino, para principiar por el principio, las minas tenían el encanto de los juegos de azar, ser o no ser de un golpe, por uno de barreta que hacía brillar la plata en barra de un alcance.

Oro fué minero; pero en cuanto a la residencia, sobre ese punto no transigía. Establecióse en Pueblo de Indios, a legua y media de Copiapó, reducción india en efecto, como Quilino, que he visitado estos días. Desde allí, Oro pasaba, a los negocios de minas, salvo trasladarse de noche, a pie o a caballo, a la ciudad, para conversar con sus amigos, y a fe que había en ello atractivo, pues era la residencia del doctor Rodríguez, Aberastain, Tejedor, Carril, Fragueiro, Agote y tantos otros que debían figurar en la política argentina. Ante tan escogido auditorio, oímos a Oro narrar sus aventuras en la misión cerca o más bien las del general Alvear, su jefe, contra quien se mostraba apasionadamente prevenido, y como había vivido en la intimidad de Rosas, sido el secretario de Mansilla en Corrientes, muchos datos preciosos de la vida íntima de nuestros pueblos podían atesorarse oyéndolo.

Desgraciadamente, las minas tienen los defectos de sus cualidades. Las viñas devuelven en caldos y licores el agua y el sudor que las fecundaron. Las minas, cuando no dan, dejan en la calle al aventurero que les pide millones. Aquel suspirado barretazo no se dio en las minas de que Oro poseyó acciones o barras, y al fin hubo de ser necesario abandonar Pueblo de Indios, Copiapó y Chile, en busca de cierta hondonada agreste entre altos cerros en La Rioja, de que tuvo noticias, y en la que discurría un arroyo de cristalinas aguas, que, levantadas con arte, regarían un espacio de terreno limitado en que un labrador pasaría su vida tranquila4 Para terminar el romance, no se encontró la hondonada, o era agreste en demasía y estéril y soñado el arroyo, y don Domingo abandonó esta ilusión; pero se encontró de este lado de los Andes, en su patria, libre de las cadenas de la tiranía, etc.

Sobrevinieron las separaciones y luchas que trajeran al fin la reintegración, y durante ese tiempo sus mejores amigos quedaban del lado de Buenos Aires; pero fué en vano ofrecerle empleos administrativos que le sirviesen para fijar su residencia, prefiriendo establecerse, decía, en el Entre Ríos, por Gualeguay o Gualeguaychú, a fin de ejercer una pequeña industria, tal como la fabricación de quesos, que le daría los medios de vivir lejos de la sociedad y ser lo que llaman independiente.

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Puso mano a la obra, sin duda, puesto que se atrajo la animadversión de Urquiza, quien no olvidaba que había sido secretario de Mansilla y tenido éste que habérselas con su padre. De ningún acto de hostilidad de parte del general hay memoria; pero en aquellos tiempos estar bien con el general o estar mal con el general, cambiaba en cuanto a simpatías el valor intrínseco de hombres y cosas. Oro se apercibió de ello y abandonó el país y la no establecida industria.

Entre Cepeda y Pavón sobrevino el temblor que arruinó a Mendoza. Entre sus ruinas quedó estropeado don Domingo de Oro, que se dirigía a San Juan con uno de sus sobrinos, atraído por el rumor de descubrimientos de minas de plata. El sobrino quedó sepultado en aquellos montones de escombros y Oro recibió de su familia los cuidados y la hospitalidad que su estado y circunstancias merecían. En San Juan lo encontró Sarmiento, siendo f firmada por él la nota que lo invitaba a avanzar con la vanguardia de las fuerzas de Buenos Aires, expresándose en ella que San Juan había en todos tiempos distinguídose por su cohesión a la antigua capital.

Oro tomó entonces una pequeña parte en la yida publica como simpatizador más bien que como político, desempeñando comisiones, sin aceptar empleos, ni aun de senador, que se le propuso, i no es el de ministro por unos cuantos días, pues renunció a poco de haber aceptado.

Respetado de todos, idolatrado por su familia, viviendo en el seno de la ciudad y de las соmodidades, un pequeño incidente deja ver, sin embargo, que aun allí en el seno de la familia prevalece esa tendencia del aislamiento y la soledad, como si fuera una enfermedad del espíritu, lo que llaman manía.

En la espaciosa huerta de árboles de la casa de los Zavalla, que residía, se había hecho construir una habitación de cañas, en que dormía para precaverse, decía, de un nuevo temblor, pues que había quedado inválido por el de Mendoza. Pareciera bastante razón para explicar tanto temor el recuerdo de la catástrofe que sobreviviese en su ánimo. Al ministro Seward de los Estados Unidos lo curaron del terror que le dejó la tentativa de asesinato sobre su persona, poniéndole guardia constante a las puertas, lo que servía a corregir la memoria con una realidad presente diaria.

¿Pero cómo explicar que un día, encontrando una vieja sirvienta de la antigua casa paterna, establecida en su pobre choza a los alrededores de la ciudad, se hiciese construir Oro otra para habitarla él y se trasladase en efecto a esta ligera habitación, abandonando las comodidades con que a porfía le brindaba en la ciudad la familia ?

Un pequeño rodado que le envió de regalo el general Mitre allanando la dificultad de recorrer la distancia intermediaria con muletas, fué acaso el excitante de la antigua y un tanto adormecida propensión a la soledad, imposible, pero constantemente buscada. Oro fue ministro de gobierno, retirándose de las oficinas a aquel, más que humilde, reducido hogar a que limitaba todas sus aspiraciones.

Es inútil seguirlo en sus peregrinaciones después que las minas de San Juan no ofrecieron pábulo a su imaginación, más que a su deseo de adquirir. Vésele después en Patagones construyendo un molino, que terminó en dos años o más, y concluyendo por la convicción de que el Río Negro no suministraba fuerza motriz utilizable, por la variación constante de caudal y por tanto del nivel de las aguas.

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Al fin regresó a Buenos Aires, donde hubiera, como en Córdoba, encontrado la hospitalidad de sus amigos, con quienes se mantuvo siempre en los mejores términos, si no prefiriese la residencia en el Baradero, donde, construyéndose una piecita aparte de la familia, residió algunos años, viniendo de vez en cuando a Buenos Aires, hasta que a la edad de setenta y siete años, reducida su esbelta estatura a un puñado humano, agrupado sobre una muletilla bastón, ese puñado de existencia hubo casi de erguirse al rumor de minas de oro en las soledades del Chaco y el nombramiento del coronel Mansilla, hijo del general, su amigo de juventud, para gobernador de aquellas comarcas, Oro halló la placidez de su ánimo, la elocuencia de sus primeros años, la lucidez fosfórica de su razón enferma, como la de Don Quijote, en el solo punto que caracteriza este género de afección.

Oro emprendió viaje al Chaco y creyó establecerse definitivamente en la naciente colonia que había llamado su Eureka, pero la Villa Occidental dejó de ser argentina, y cuando ya encontraba hacedero y conveniente trasladarse a Formosa, donde discurría levantar un molino de aceite de maní, y mientras sondeaba los ánimos para obtener un privilegio, aquel cuerpo, quebrado y quebrantado, cedió ante el peso de los años, si su ánimo resistía al desencanto.

Creemos que la sonrisa tan habitual a su semblante ha debido ceder con repugnancia a la rigidez de la muerte, y que al acercarse ésta ha debido tomarla como un incidente pasajero.

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SANTIAGO ARCOS

(Tribuna, 31de octubre de 1874.) Dícese que por cartas se sabe que este desgraciado americano se ha

suicidado en París. La que había dirigido al presidente, su amigo y que se nos permite publicar, es de 10 de setiembre, de manera que ha debido ser la última quizá que escribió. En ella se despide de su viejo compañero de viajes y amigo, presintiendo, a causa del carácter de su enfermedad incurable, que está en camino de dejar este mundo.

¿Nada más triste ni más tierno que el contenido de esta carta! Una dedicación que el ex presidente le ponía al pie del plano del Parque Palermo, había despertado, como de sobresalto, en su alma toda la afección que tuvo siempre por hombre que, con diverso carácter que el suyo, había conocido en la vida privada, en la comunidad de simpatías, privaciones y goces de los viajes; pues recorrieron juntos los Estados Unidos y los Estados de la costa del Pacífico, viviendo en la intimidad en Chile, no obstante militar en partidos opuestos, hasta reunirse en la República Argentina, en la que Arcos asistió a la batalla de Caseros.

Vendría mal recordar con motivo de haber puesto fin a sus días, la interminable historia de los incidentes chistosos que provocaba Arcos desde que despertaba por la mañana hasta que el sueño lo sorprendía riendo. Afectaba, como una manía de Rigoletto, una frivolidad y falta de sentimientos que constrastabancon sus hábitos estudiosos y el afecto entrañable llevado hasta el sacrificio, a favor de sus amigos y sus hijos. Al que ha conservado y deja bien educado y rico, lo cargaba ya grandecito sobre sus hombros a horcadillas, por quince cuadras una vez, para ahorrarle la fatiga, y con tan preciosa carga se entregaba a la irresistible propensión de su carácter de reír y ridiculizar todo lo que caía bajo el escalpelo de su fantasía cósmica.

Una de las lecciones diarias, desempeñada por su parte con puntualidad, era contarle cuentos; y como el repertorio no era abundante, tenía que fraguarlos a vista y paciencia del neófito, que descubrió bien pronto la falsificación, y a su turno llamaba a su padre y compañero a contarle cuentos, inventados por el chicuelo. Entonces Arcos se sentaba en cuclillas a oír con la boca abierta las invenciones de aquella imaginación infantil, mostrando su terror, su alegría, sus simpatías o su odio contra el héroe del cuento inventado, ayudando al narrador, por debajo de cuerda, con alguna sugestión, cuando se enredaba en las cuartas y no sabía por dónde salir del atajo. Enrique IV no era padre más bonachón que el insensible Arcos.

Faltóle una patria para dar a su espíritu y a sus ideas pasto y campo de acción. Nacido en Chile, educado en Inglaterra, joven en España, residente en París, viajero en América, en todas partes siguiendo el movimiento político, con principios ultras, que modificó un poco en su contacto con el señor Sarmiento, liberal conservador siempre, y adverso a las doctrinas que salen del camino trillado e histórico, nunca encontró donde hacer pie y radicar su acción, lo que es indispensable para la vida pública.

Era hijo y hermano de banqueros, y a causa de su carácter romancesco y de sus ideas políticas, vivió en continuo desacuerdo con ellos y tenido casi en tutela en cuanto a gastos, por no preocuparse mucho del interés del dinero.

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Alguna vez, lamentándose de ser tenido por el hijo pródigo de la casa, recordaba que había hecho venir de Chile a su padre y hermanos y dádoles con eso ocasión de acrecer la fortuna común. Después, hallándose en California, hizo ir a su hermano don Domingo, que realizó por algún tiempo un quince por ciento mensual sobre el capital de una casa de banco; y como de ordinario se le asignaba una pensión para entregarse a sus instintos de movilidad de acción, protestaba que él, como los demás miembros de la familia, había contribuido a la prosperidad de los negocios.

Estos y otros contratiempos de su vida los recordaba sin amargura, haciendo objeto de broma la injusticia de que se creía víctima. Echándole en cara su padre, el viejo más positivo y esterlino que haya, su conducta revolucionaria en Chile (el banquero proveía fusiles): —¡Qué quiere usted, padre; tengo cojo el juicio!; y esto dicho con una cara de compunción que hacía volverse al otro lado al del sermón, por no soltar la risa ante penitente tan arrepentido.

Habría sido un escritor de viajes si hubiera llevado apuntes de sus correrías. Fué el primero en penetrar en el Paraguay, luego de la muerte del doctor Francia, encontrando a aquel pueblo secuestrado por espacio de medio siglo del contacto con el mundo. ¡Qué escena para un Livingston! Puede reducirse a una broma graciosísima, acaso inventada por él, la impresión que debía causarle un hombre que había estado en todas partes. "Con que, mi don Santiago—le decía un sabio de entonces, con asombro—, ¡ha estado usted en un Londres! Sí, señor; y en un París. —Sí, señor; y en un Madrid, y en un Buenos Aires. —Sí, señor. Todo río abajo. ¡ Eh !. . .

"Como no conocían entonces —añadía Arcos como comentario— más que el Río de la Plata, creían que Londres, París, Madrid, estaban a orillas del río, más abajo de Buenos Aires".

Fué de los primeros en acudir a California, cuando el descubrimiento del oro atrajo la atención sobre aquellas comarcas. Acertó a encontrarse a bordo de un buque con un argentino, fanático admirador del señor Sarmiento, su amigo, y para dar curso a su espíritu travieso poníale todas las tachas imaginables al héroe, para hacer desesperar al entusiasta. Cuando ya no podían verse por el odio que tanta contradicción inspiraba y estaba agotado el asunto, llamólo un día a que leyese ciertas cartas de la República Argentina, en que se hablaba de Sarmiento, y el otro, leyéndolas con desconfianza, temiendo un nuevo ataque, encontró que eran de puño y letra del que motivaba la discordia, dirigidas a su detractor Arcos, y respirando los sentimientos de la más cordial amistad.

Lo que hay de singular en esta historia es que Arcos ha muerto pronunciando el nombre de su amigo, y aquel admirador entusiasta cambió más tarde de objeto de su culto, y durante su presidencia halo contado entre sus más calurosos adversarios!

¡ Pobre humanidad! Emprendió Arcos su viaje al sur de Mendoza hasta el Río Grande, que

es el Colorado en su embocadura, de que no ha dejado sino relaciones orales. Era ingeniero, dibujaba con soltura y gustaba de levantar cartas geográficas. Últimamente, hace tres años, emprendió con su hijito, en vía de recreación, un viaje por los Pirineos, a caballo ambos, como su viaje en América, gozando así de la ventaja de recorrer montañas escarpadas, visitar aldeas y caseríos recónditos y enseñar a su hijo a viajar sin el auxilio de diligencias y hoteles, que

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quitan a la excursión todo color local y a las fatigas el incentivo de la novedad. Encontró en esta excursión gentes en extremo pobres y trabajadoras, ignorantes de todo lo que pasaba en las tierras bajas, y como Don Quijote a los cabreros alrededor de la lumbre de pino resinoso, describíales las llanuras de la República Argentina, los ganados que en ellas pacían por millares y la facilidad con que los emigrantes adquirían tierra y hacían rápidas fortunas. Era de opinión que debía el gobierno argentino abrir un camino a la emigración de estas familias trabajadoras, morales y sencillas, que luchan toda su vida con una naturaleza ingrata y un suelo rebelde para arrancarle una miserable subsistencia.

Los incidentes que siguieron a Cepeda estorbaron la realización de un viaje que tenía concertado con Sarmiento a las antiguas misiones jesuíticas colindantes con el Brasil, porque siempre sus viajes eran a los puntos poco franqueados, a los desiertos, entusiasmándolo las escenas solitarias de la naturaleza salvaje, las peripecias y peligros obviados en estas aventuras, y ya se concibe que el compañero de viaje se aprestaba a oír turbada la quietud de las selvas, con el buen reír del protagonista, o algún chasco que le preparaba, para hacer menos tediosa la jornada.

Tenía una predilección especial por la República Argentina, a donde trajo su familia con ánimo de establecerse y siguiendo las aguas de sus amigos Sarmiento y Mitre. No le fué agradecida la tierra, y en su campaña al lado del general vencido en Cepeda tuvo ocasión de experimentar contrariedades y repulsiones injustas y que provocaba su misma consagración al servicio del país, y que dejaron tristes recuerdos en su ánimo. Hubo de ser víctima de un complot abominable, urdido por la envidia y la malquerencia.

Escribió en París y publicó a sus expensas, en grueso volumen, una historia de la República Argentina, de que han circulado pocos ejemplares aquí, y existirá acaso en poder del librero.

Nuestra vida política y nuestros partidillos personales hacen que la prensa se ocupe poco de lo que no conduce directamente a hacer gobernador a Fulano y presidente al mismo que fué presidente o vice, y el público ignora cuanto en libros, en viajes y en descripciones interesa al país y contribuiría a su mejora.

Dícese que sinsabores domésticos y sociales han contribuido, tanto como su incurable enfermedad, a hacer desesperar de la vida, al hombre que había nacido con todas las dotes que pueden hacerla amena y agradable, sin escasearle los favores de la fortuna, los gustos literarios y artísticos y las conexiones más estrechas con toda clase de personas honorables y en alta posición, pues era conocido del emperador Napoleón III, sus viajes y su admirable familiaridad con el inglés y el francés, que hacía dudar a los nacionales a cuál de aquellas naciones pertenecía, lo ponían en frecuente contacto con viajeros, hombres de Estado y diplomáticos. Sabíase todas las historietas y bon mots que hacen reír a franceses, ingleses y españoles; había él atesorado en sus viajes por América una rica colección de ridiculeces y añadido otras de su propia invención y experiencia. Poseía la música como arte, a punto de acompañar a primera vista, durante quince días, a Ia prima donna Fortunata Tedesco a recorrer su inmenso repertorio, buscando las arias más agradables o simpáticas al oído, y su afección por sus dos primeras esposas, muy dignas por cierto de ellas y el amor entrañable a su único hijo, habrían bastado para labrar la felicidad de cualquiera otro. ¡Cómose enredan al

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fin los hilos de seda y oro de la trama de la vida, de manera que no haya otro remedio que cortarla y dejar su puesto en el mundo, y no tener otro epitafio que el recuerdo de un amigo antiguo, que penetró hasta el fondo de aquella alma impresionable, inquieta, ligera, burlesca, y que puede dar testimonio sin embargo de que era la bondad personificada con la hidalguía y la generosidad del caballero, a más de los sentimientos del padre, de que su última carta da tan tierna e interesante muestra!

Dice así la carta: París, setiembre 10 de 1874. Mi bueno y muy querido amigo viejo: "No puede Vd. imaginar con cuánto gusto miré esas pocas palabras,

escritas al pie del plano del Parque Central de Palermo. "Esas letras tan claras, tan honradas que pintan tan bien a mi Sarmiento

de siempre, me enternecieron, recordándome tiempos que ya no volverán para mí; pues hoy, al contestar sus dos renglones, creo que le escribo mi despedida.

"Estoy muy enfermo, tengo pocas probabilidades y pocas ganas de sanar. Emprenderé mi viaje largo sin inquietud.

"Mi hijo educado ya —parece hombre de juicio y de provecho— queda en posición excepcionalmente buena, muy bien relacionado aquí —tiene como pintor bastante mérito, para que sus estudios artísticos le sirvan de ocupación— y para que giren sus ambiciones en un buen círculo— y sin zozobras, por lo que quiero me marcharé sin pena, puesto que la salud nunca vuelve por completo a los que sufren de una afección cancerosa.

"Gracias, querido Sarmiento, por su recuerdo: nunca he recibido regalo que más me halague. Voy a dar su autógrafo a Santiago, para que lo guarde como mi mejor condecoración.

"Dios le dé a Vd. salud firme para que pueda ver desarrollarse su obra. — ¿ Sabe Vd. lo que yo llamo su obra ? Voy a contárselo. — Hace un mes que hablaba con un antiguo gobernador de Mauricio, sobre el Río de la Plata, y preguntándome el buen inglés ¿qué había hecho el presidente Sarmiento? le contesté: —Ha hecho cien mil ciudadanos (las escuelas), que a su vez harán quinientos mil.— Ya ve que yo también puedo firmarme su antiguo inalterable amigo.

Santiago Arcos". Si era el canto del cisne, es a fe el más grato que se haya escapado de

pecho humano al acercarse al borde le la tumba. Ni una queja, si hubo otras concausas que lo precipitasen a más de la enfermedad. El trance que presiente es otro viajo más largo que el de California, o el del Paraguay, o el de regreso a la América con su viejo amigo, a quien estrecha la mano y agradece como Eloísa a Abelardo un renglón que por accidente viene a despertar afecciones y recuerdos gratos, que sirven de bálsamo a sus dolores físicos y acaso morales, y le dan ocasión de legar a su hijo esta amistad, y al amigo darle cuenta de que deja sus cosas en orden, puesto que su hijo queda establecido, con profesión, relaciones y fortuna. Acaso aquella esperanza de que con su arte giren las ambiciones de su hijo en un buen círculo, es un cargo que se hace a sí mismo de que las suyas no supieron concretarse, por el cosmopolitismo de su existencia.

De todos modos, fué feliz accidente el de aquellos renglones que tocaron la fibra de un pecho que va a dejar de latir luego, y le arrancaron

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armonías de un alma y un corazón sanos, ardiente el último para los afectos, recta la otra y tranquila para ver la tumba y poder echar atrás una mirada, que no ha visto sino un hijo feliz y un viejo amigo.

Acaso el joven pintor envíe al objeto de este recuerdo su retrato, y entonces la imagen de Arcos, con su ceño casi airado, precisamente porque está a punto de reventar de risa, venga a consolar en la vejez a su amigo, a darle la misma tranquilidad de ánimo para emprender el viaje largo; y si no deja bien establecido hijo tan bien educado como el suyo es porque pagó un tributo carísimo a una patria que faltó a Arcos, si bien le quedan los cien mil que éste cuenta y le serán tenidos en cuenta, por los errores y flaquezas de la vida.

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EL GENERAL DON JOSÉ M. PAZ

El general Paz, en su grado de coronel, se incorporó al ejército argentino

que abrió la campaña conra el imperio del Brasil en 1825. Por entonces mandaba un regimiento de caballería, y tan espléndida fue su conducta en la batalla de Ituzaingó y tan eficazmente concurrió a asegurar el resultado incompleto de aquella victoria, que fue elevado inmediatamente al rango de general en división.

En aquella batalla ocurrió una circunstancia que dice relación con los antecedentes que me he propuesto establecer para señalar el lugar que ocupa el general Paz en las luchas civiles de la República Argentina. Mandaba el ejército el general, uno de los generales más antiguos y acreditados por su talento y valor reconocidos. Este general, no sé si pagado de la superioridad incontestable de la caballería, o inclinado como la mayoría de los argentinos, a hacer partícipe a su caballo de los laureles de la victoria, puso todo su ahínco en romper los cuadros del enemigo mandando estrellarse contra ellos los brillantes regimientos. La infantería argentina tomó una débil parte en la acción y la caballería perdió como la mitad de su efectivo y centenares de jefes brillantes que se habían distinguido en las guerras de la Independencia, entre ellos el caballeresco coronel Brandse, francés, que murió a dos varas de la línea enemiga, traspasado de balazos, él, su caballo, su ayudante y el clarín, que estaban a su lado. Por esta intempestiva y precipitada urgencia de la caballería, la victoria de Ituzaingó no condujo a resultados positivos, puesto que el ejército brasilero, fuerte aún de toda infantería y parque, pudo retirarse del campo de batalla.

El general Alvear fue llamado a Buenos Aires a dar cuenta de su conducta, y poco después el general Paz, no obstante su reciente nominación, encargado del mando del ejército, que continuó operando sobre el enemigo, aunque con poco vigor, pues las disensiones que ya empezaban en el interior de la República Argentina, inclinaron al gobierno a terminar, por las negociaciones diplomáticas, la guerra que no había podido concluir la espada.

El general Paz, al corriente de la situación del ejército y de las posiciones del enemigo, concibió un plan de operaciones que, a su juicio, daría por resultado infalible la destrucción completa de las fuerzas brasileras; plan que, según disposiciones superiores, tuvo que someter al gobierno, para ponerlo en práctica, obtenida su aprobación.

Cuando en las operaciones militares entra la apreciación de las distancias de tiempo y lugar, un general hábil puede decir de antemano, como Napoleón en Austerlitz: mañana este ejército será mío; y no haríamos esta observación vulgar si en las guerras americanas no fuese esta anticipación de los resultados difícil de calcular, menos por la incapacidad de los jefes que por las dificultades insuperables que obstan a toda apreciación matemática, para hacer obrar sobre un punto dado las fuerzas colocadas en posiciones diversas. Faltan mapas exactos, faltan caminos seguros y cómodos, faltan puentes en los ríos, faltan, en fin, material y elementos con que contrarrestar las dificultades que la naturaleza inculta opone. El general americano debe contar

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con un conocimiento práctico de los lugares que ocupa, para lo que casi siempre necesita tener a su lado uno o más de aquellos hombres llamados baqueanos y son el tratado vivo de la geografía del país.

Si el general Paz, a despecho de todas estas dificultades, había logrado organizar un plan de operaciones infalibles en sus resultados, es cosa que no podemos asegurar, puesto que no fué sometido al crisol de la experiencia. Pero sus campañas posteriores y sus victorias sobre ejércitos casi siempre de doble fuerza, hacen presumir que entonces habría arribado a la victoria por el mismo camino que ha sabido obtenerla siempre.

Desgraciadamente, Rivadavia, presidente entonces de la República, cansado de luchas con las resistencias locales que el interior le oponía, abdicó su título, y el coronel Dorrego ocupó su puesto en el menos pomposo carácter de gobernador de Buenos Aires, y quería hacerse propicio al pueblo, señalando los principios de su administración con un acto eminentemente aceptable. Dorrego negociaba con este objeto la paz a todo trance, y nada podía desconcertar sus planes más completamente que el dar a las operaciones del Brasil nuevo vigor, aunque fuese seguro, al fin de un período de tiempo, alcanzar una victoria que podía no ser decisiva. Quizá el gobierno de Buenos Aires y la comisión militar encargada de examinar el plan, no pudieron apreciarlo en toda su luz; quizá los celos militares hallaron que iba a levantarse una nueva reputación; el hecho es que el plan fué desechado, ordenando encarecidamente a su autor que conservase sus posiciones, sin intentar nada contra el enemigo.

El tratado de paz fué, en efecto, firmado en Río de Janeiro en 1829, y la guerra llamada del Imperio terminó, dando por resultado la existencia de la República del Uruguay, y tres generales agregados a la larga lista de los generales argentinos. Paz y Lavalle pertenecen a este número. El mismo general Paz fué encargado de tomar posesión de la ciudad de Montevideo, hasta entonces en poder de las fuerzas brasileras, y permanecer allí hasta que, convocado el pueblo, eligiese sus propios funcionarios como Estado independiente.

El ejército argentino, terminada la guerra en la Banda Oriental del Río de la Plata, debió pasar a la ribera opuesta, y con este acto poner a descubierto las lavas que se estaban agitando sordamente en la República. Este momento es interesante, como un punto de partida en las luchas argentinas. De ahí parten Rosas, Paz, Lavalle, Quiroga y todos los jefes y caudillos de la guerra. Allí sucumbe Dorrego, el rival constitucional de Rivadavia. Allí se ponen frente a frente los dos elementos contrarios que la República encierra. De allí salen los dos sistemas de guerra, de política y de administración opuestos que ostentan los partidos contendientes.

El ejército volvía devorando cólera y resentimiento contra el gobierno actual del coronel Dorrego, no sólo por las privaciones que le había hecho sufrir, pues volvía descalzo, desnudo y hambriento; no sólo porque posponía la gloria y el bien de la República a la gloria y utilidad de la persona del nuevo gobernador, y no sólo porque todos los jefes del ejército despreciaban a Dorrego, como un hombre sin prestigio, de asociarse con ellos; no sólo por todas estas causas reunidas, sino principalmente por haber derrocado la administración de Rivadavia, estorbando la constitución de la República y ayudándose para subir al gobierno de los caudillos gauchos de la campaña, enemigos implacables del ejército y de sus generales, a quienes habían

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alcanzado en graduación y sobrepasado en poder e influencia, con sólo reunir montoneras y apoderarse de una ciudad, que desde este momento era la capital de un califato vitalicio y arbitrario y generalmente despótico e ignorante.

Dorrego había, en efecto, en el congreso nacional de 1826, convocado por Rivadavia para dictar una Constitución que asegurase a la República sus libertades, echado mano para oponerse a este designio de todos los recursos que un carácter arrojado, emprendedor y un espíritu despierto e intrigante, reunido a un talento distinguido y una conciencia no muy difícil en cuanto a los medios de acción, podían sugerirle.

Dorrego hizo uso, para destruir la presidencia, de todos los medios concedidos a los jefes de partido en los gobiernos constitucionales y que, derrocado un ministerio, dejan empero incólume el edificio del orden público. Pero Dorrego no se para ahí, sino que, para estorbar que se diese al Estado una Constitución unitaria, suscitó y revolucionó todos los elementos de desorganización que la República encerraba. Mientras que en la prensa y en la tribuna batía al gobierno y al Congreso, de que era miembro, excitaba a los caudillos del interior a desconocer la autoridad del Congreso y la del presidente por él nombrado, de manera que, detrás de la oposición constitucional armada de la palabra, el diario y la lista electoral, aparecían las lanzas de los caudillos del interior, y Rosas, que empezaba a hacerse por entonces notable en la campaña de Buenos Aires, por su tenacidad en estorbar que se reclutase el ejército y su ímprobo trabajo para desmoralizar al gobierno y suscitarle enemigos y descontentos.

Rivadavia, en su candorosa idealización de la libertad constitucional, creía que debía dejar consumarse esta obra de subversión, y que los medios legales, no autorizándolo para salvar la República, debía dejarla correr todos los azares que veía en perspectiva, a merced de las ambiciones suscitadas por la revolución de la Independencia. Rivadavia renunció, pues, la presidencia, imitando su ejemplo todos los hombres distinguidos que formaban parte de aquella pomposa administración que tan merecida reputación de integridad, ilustración y altura de miras ha dejado en Europa y América.

Pero Dorrego, al derrocar la presidencia, suscitar los caudillos, desencadenar las campañas, hacer pisotear una Constitución y disolver un Congreso, para arribar por resultado a ser gobernador de Buenos Aires, se había olvidado de una sola cosa que dejaba existente, como si la distancia en que se hallaba no le hubiese permitido tenerla en cuenta. Dorrego se había olvidado del ejército de línea, que en los momentos en que él destruía el gobierno estaba batiéndose por libertar una parte del territorio ocupado por el enemigo; habíase olvidado del ejército contra el cual había trabajado con todo su poder, poniendo trabas al gobierno para que lo proveyese de recursos, estorbando por medio de sus coaligados, los caudillos de provincia, que reparase con nuevos contingentes las pérdidas que experimentaba, haciendo favorecer la deserción y reduciéndolo, por fin, a la miseria y la impotencia con que terminó la guerra. La necesidad en que la presidencia se hallaba de continuarla, era la palanca que sus adversarios ponían en movimiento para destruirla.

Las provincias negaban los contingentes, o los caudillos atacaban a los que se hallaban en disciplina. Dorrego era el jefe de esta oposición, y elevado al gobierno, no podía pedir nuevos contingentes, ni elementos de guerra, a aquellos caudillos a quienes él mismo había aconsejado que los negasen.

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Procurar la paz a todo trance era, pues, la condición que él se había impuesto al subir al gobierno; pero la paz que obtuvo al fin, renunciando a la soberanía del territorio disputado, traía otra dificultad no menos embarazosa para su gobierno que la continuación de la guerra. Era preciso hacer entrar en el territorio de la República un ejército agriado por las privaciones y mandado por los oficiales y jefes de los antiguos ejércitos de la Independencia, cargados de medallas y cicatrices, pero sin porvenir, puesto que, no habiéndose constituido la República y gobernada cada provincia por un caudillo absoluto e independiente, todos esos centenares de jefes debían ser licenciados a su llegada a Buenos Aires, que no necesitaba para su defensa, sino una guarnición de doscientos hombres, a las órdenes de un coronel.

Por otra parte el ejército de línea era el enemigo nato de los caudillos de las montoneras que dominaban la República y habían echado por tierra la Constitución y la administración Rivadavia que lo había creado y dádole campo tan vasto de gloria.

Dorrego había triunfado fácilmente de un Congreso y un Ejecutivo compuesto de oradores, letrados, abogados, y políticos; pero la cuestión cambiaba cuando se trataba de un ejército aguerrido, disciplinado y mandado por los jefes más valientes y más enemigos de la política desorganizadora. No es posible decir, si Dorrego, que había tenido una conducta tan subversiva con respecto al presidente de la República, se prometía que el ejército respetase en él, lo que él había enseñado a despreciar en su antecesor, esto es, el respeto debido al gobierno, a las leyes e instituciones, aunque este respeto no se extienda a la administración que lo representa.

Dorrego, concluida la paz, llamó al ejército para cumplir con lo estipulado, no obstante que sabía, a no dudarlo, que ese ejército venía a castigarlo por haber estorbado la Constitución de la República. Aún hay más todavía, los generales y coroneles del ejército veían en Dorrego el primer obstáculo para la organización del Estado, pero no el último, y aun antes de pisar el territorio argentino, estaba entre ellos acordada la batida general que debían hacer por todo el territorio de la República para desalojar de las ciudades a los caudillos despóticos que se habían apoderado de ellas y hacían ilusoria toda tentativa de organización que no tuviese por base dejarlos en quieta posesión de su conquista.

¿Pensaban con acierto los jefes del ejército de línea? Puede desde luego decirse que no, puesto que el éxito no ha coronado la obra; que en las cosas en que la fuerza entra, no hay otra regla de criterio que el resultado. Una cosa había de positivo, empero, y debe tenerse presente como atenuación, si no disculpa, de la conducta de los jefes del ejército. López, un gaucho de la campaña de Santa Fe, dominaba aquella provincia a fuer de caudillo popular. El general Bustos que se sublevo en Arequito con un ejército destinado a obrar en el Perú contra los españoles, se había apoderado de Córdoba hacia ocho años y la gobernaba como una propiedad suya Facundo Quiroga, en fin, había levantado de su motu proprio, ejércitos en La Rioja y paseaba su estandarte negro con una cruz roja por las ciudades y campañas de las faldas occidentales de los Andes. Cuando se trataba de constituir la Nación, era preciso solicitar la cooperación de estos jefes que nombraban diputados al Congreso con instrucciones que les trazaban las opiniones políticas que debían sostener. A ellos era preciso someterles la Constitución, una vez formulada, y enviar cerca de ellos un agente público que apoyase de palabra las razones

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que el Congreso había tenido para decidirse por tal o tal forma de gobierno. Últimamente los enviados eran recibidos en unas provincias, los caudillos los despedían sin escucharlos y la Constitución rechazada, sin tomarse el trabajo de leerla ni examinarla. Todos los hombres públicos de aquella época, lo mismo que los jefes del ejército, creían, pues, que antes de dictar una Constitución para la República, era preciso purgar el país de todos estos tiranuelos, a fin de que los pueblos se pudiesen ocupar de sus intereses, sin subordinarlos a los de sus caudillos, y aun hoy hay quienes piensan lo mismo en aquel Estado.

Las divisiones del ejército nacional empezaron a llegar a Buenos Aires a fines de noviembre de 1829 y el 1º de diciembre, el general Lavalle, que mandaba la primera de ellas, formó en la plaza de la Victoria sus tropas, declarando depuesta la administración Dorrego y convocando a los ciudadanos a elegir un nuevo gobierno provisorio. A esto se redujo la revolución del 1º de diciembre que forma la escena primera del sangriento drama que después de dieciséis años no se ha terminado todavía. Dorrego, habiendo fugado a la campaña, donde estaban Rosas y los caudillejos que lo habían apoyado para echar por tierra a la presidencia, reunió montoneras, hizo venir algunas tribus de salvajes unidos, y en Navarro esperó la división del ejército que había salido de Buenos Aires en su persecución. La jornada le fué fatal y él mismo cayó en el número de los prisioneros. El general Lavalle lo fusiló, dando con este acto injustificable, arma eterna a Rosas para justificar las sangrientas atrocidades y el exterminio de los unitarios, presentes y futuros, declarados cómplices del acto arbitrario de que el general Lavalle se constituía ante Dios y la historia, solo responsable.

Pero la muerte de Dorrego era el primer paso dado para llevar a cabo el preconcebido designio de desalojar de las provincias a los caudillos vitalicios. Ya estaba, pues, declarado y fué en vano que López, de SantaFe, propusiese entrar en las miras del nuevo gobierno, puesto que la guerra era a su persona y a su gobierno de caudillo. Para proceder a constituir la República era necesario ante todo, que él, como todos los otros tiranuelos, dejasen de mandar, y López cualesquiera que fuesen sus temores y sus intenciones, no se había de resolver a hacer sacrificio tan enorme.

El general Paz había desembarcado con una segunda división del ejército y como cordobés, pidió que se le confiase la empresa de libertar a Córdoba, su patria, dominada ocho años hacía por Bustos, el más poderoso entonces de aquellos caudillos patriarcales. La empresa era tanto más difícil, cuanto que estando Córdoba situada en el centro de la República, la división del ejército que se aventurase hasta allí debía contar con quedar bien pronto incomunicada con Buenos Aires y por tanto, expuesta a los ataques combinados de Bustos, de Córdoba, López, de Santa Fe, Ibarra, de Santiago del Estero, y los Aldao, de Mendoza. Por otra parte, Bustos no era, como otros, un caudillo de montoneras, era un antiguo militar, que a más de los recursos que le ofrecía la rica y populosa provincia que tenía a sus órdenes, contaba con los restos del 9 y del 10 de infantería, con que se había sublevado en Arequito el año 1820, los Húsares y los Dragones y un parque numeroso de artillería.

El general Paz, no sin vencer porfiadas resistencias, obtuvo, por fin, el riesgoso mando de la división expedicionaria sobre Córdoba .........................

Buenos Aires, diciembre 1887.

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Señor Don Juan B. Gil Mi estimado amigo: La oportuna visita de mi médico ayer, ha debido mostrarle la lamentable

escena que presentaría en la inauguración de la estatua del general Paz, la mejor voluntad a que ya no obedecen órganos gastados al querer trasmitir el pensamiento.

Añádese a esto que por las peculiaridades de mi existencia de provincia, llegué a la edad madura sin familiarizarme con la parte de nuestra historia que se realizaba a estos lados.

No podría, pues, seguir el camino que recorrió el ilustre general como los que vivieron en su contacto y poco pues podría decir en su loor que no fuese vulgar y de todos conocido.

Algo recuerdo, sin embargo, que acaso no ha dejado rastro visible en los hechos ocurridos al fin de su vida, y que le dan, sin embargo, al general, suprema influencia en el desenlace de la lucha de partidos que siguió a la batalla de Caseros y merece recordarse, como rasgos característicos del hombre.

Sustraído Buenos Aires por el movimiento de setiembre a la influencia personal del vencedor de Caseros, queríase evitar la secesión, y al efecto se escogió al general Paz, provinciano y acatado, como negociador de un convenio para constituir la confederación.

El sistema federal proclamado se prestaba a ello pues en nada lo contrariaba la diputación de un Estado o provincia a un Congreso Constituyente. Pero se quería constituir antes el Poder Ejecutivo que había de emanar de esa Constitución. Llamósele "la traición en Berlina" a la negociación y al negociador, y sólo después de Cepeda se hizo lo que proponía el general Paz en 1853.

En su corta ausencia de Buenos Aires, la reacción había ido a los extremos, y Paz rechazado de allá, era mal recibido en Buenos Aires por el gobierno de federales buenos como los llamaba el general Urquiza al día siguiente de Caseros, que no aceptaron entonces el gobierno que les ofrecía; sobrevino el sitio de Buenos Aires, apoyado por el gobierno hostil de la confederación, pero estrechado por los antiguos federales militantes de Rosas, generales y coroneles de sus tropas. Inspiraban la defensa los Anchorena y mandaban las fuerzas los Pacheco, aquellos mismos federales buenos que no habían querido aceptar el gobierno antes.

El sitio se prolongaba indefinidamente y el general Paz, desde una azotea, podía desesperarse de oír el incesante estampido del cañón y divisar nubes de polvo, de movimientos inútiles de masas de jinetes; y el desaliento empezaba a mostrarse en las filas de la fracción gobernante.

Un día el diario de la situación dijo que, al fin de todo, aquello era una reyerta de familia, siendo federales los de adentro y los de afuera. Un comunicado en El Nacional recogió la frase, y la comentó, diciendo que tan pícaros eran los unos como los otros lobos de una misma camada.

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Grande alarma en el Olimpo; y como estaban en estado de sitio, el jefe de policía se presentó en la imprenta con orden de cerrarla y ponerle los sellos si no denunciaban el autor de aquel denuesto. Pero muy sorprendido se mostró el funcionario pesquisador, cuando le pusieron por delante en todas sus letras la firma de Dalmacio Vélez Sársfield. Era caso de consultarlo antes de proceder, y después de alarmarse e indignarse acabaron por llamar a casa de gobierno al viejo unitario.

Fué después el negociador de tratados de conciliación, lo que muestra que tenía el don de decirlo todo sin cerrarse el camino para la retirada.

Expúsoles lo vidrioso de la situación y el peligro de una reacción que los llevase hasta restablecer a Rosas como los Borbones en Francia después de veinte años de desaparecidos de la escena.

Quedó con esto solicitado consejero áulico de aquella camarilla, v un buen día ocurrióles, reinando el mayor desorden en el Parque, desear que el general Paz se hiciese cargo de dirigir los trabajos. El Dr. Vélez fue el intermediario dudando de la aceptación y considerando indigno el puesto para el general cuyo nombre venía ligado a la victoria.

Nada mejor para el general que la bienvenida propuesta, y diciendo y haciendo, endosó el uniforme mal garantido contra la polilla, requirió la vieja espada y se presentó en palacio acto continuo a recibir órdenes y acto continuo recibiéndose del material y del personal del Parque despidió empleados superfluos, suspendió provisiones de vidrios rotos innecesarios que se hacían, y poniendo orden en todo a los quince días avisó que todo estaba previsto y provisto, y que había en caja doscientos mil pesos papel sin destino por entonces. De ahí vino una observación de algunos de los federales buenos que nunca olvidó el Dr. Vélez. ¡Quién hubiera creído que estos militares fueran tan honrados! Ignoraban que Lavalle sólo contaba tres camisas en campaña, y el equipaje de Paz inventariado en Córdoba, dio cuatro pantalones de brin y una casaca de media parada.

El general Paz, puesto en su lugar, como comandante general de la plaza sitiada, prohibió disparar cañonazos ineficaces con los de afuera, los que se dieron por notificados de su presencia, y a poco levantaron el cerco.

Otro rasgo que demuestra la elevación de su espíritu, lo ostentaba al encontrarnos por la primera vez en Montevideo, como tablas de zozobrada nave que arroja a la playa el río. ¿Lo mordió el perro Purvis? Fué su risueña salutación, y pasando a otras cosas y a la batalla de Caseros, es un verdadero general Urquiza, me dijo, tiene el ojo miltar. No pude darle caza en Corrientes, donde recorriendo mi línea atrincherada en la Tranquera, comprendió en el acto que estaba derrotado si atacaba.

Aguardélo en línea bastante tiempo y viendo que mo comenzaba el ataque. ¡Ni noticias! Se había retirado a la luz del día sin dejarse sentir y en varios días de persecución no pude darle alcance, pisándole los talones, sin tomarle un prisionero ni un caballo, tal era la orden y rapidez de uss movimientos. El general Urquiza había confirmado este concepto cuando le aplaudía la asombrosa maniobra de echarle a Pacheco todo el peso de su caballería campal de Caseros. Yo no largo, me dijo, “mi caballo trabado”.

Urquiza era menos justo con Paz por celos y emulación de soldado. Aquí tiene usted, mi estimado amigo, todo lo que puedo dar de mi

cosecha para la corona que tejerán en torno de la cabeza de la estatua los que le trataron o estuvieron más cerca. El testimonio de Vélez es digno de ser

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recogido por la historia, pues a aquel incidente se debió la cesación de la guerra, y que se haya podido con la nueva dirección impresa a los sucesos, levantar un monumento a la memoria del ilustre y modesto general Paz.

Tengo el gusto de suscribirme a su afectísimo amigo. Domingo F.Sarmiento Buenos Aires, 15 de noviembre de 1887.

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DON FELIX FRIAS

Hace tres días el cable submarino repetía aquel nombre, añadiendo

simplemente para completar la frase ha muerto, mientras que un hermano suyo desembarcaba del vapor en busca de su familia, para reunírseles en París. La sorpresa aguzaba el dolor, por cuanto sus recientes cartas respiraban alegría, decíase en camino de restablecimiento, indicando como próxima la época de su regreso.

Para el público ha sido su muerte un motivo de pesar,como para sus viejos amigos, uno de menos, de aquella escogida falange de que fueron muchos, y pocos quedan llevando sus blancas cabezas, como memorias póstumas, en medio de una generación, sorprendida de encontrar uno que otro retardatario, y sin saber si compadecerlos u honrarlos.

Sólo la voz del amigo podría hacer la oración fúnebre de don Félix. Frías, y decir a los presentes lo que fué y lo que deja tras sí. Sólo aquel a quien pudo decir con toda el alma, para mostrarle en cuanto lo tenía, "le falta a usted ser católico, hágase católico", puede a su vez decir de Frías que ésta fué la última faz de su vida, ser católico en todas sus consecuencias, sin estar en oposición con sus primeras manifestaciones, y sin haber hecho fuego aparte, por causa de disentimiento de opiniones de sus antiguos compañeros de vida pública.

Don Félix Frías aparece en la escena secretario de campaña del general don Juan Lavalle, cuyos huesos, muerto éste después del desastre de Famallá, trasportó piadosamente a Bolivia, para salvarlos de todo ultraje. Frías hizo, pues, la guerra al lado del más heroico campeón de los ejércitos argentinos, inspirando acaso el entusiasmo del joven fanático de patriotismo a los viejos soldados que volvían después de una grande guerra de Troya a tomar parte en las querellas de reyezuelos en que debían perecer sin gloria.

i Cuántos caracteres se formaron en aquella grande época, y cuántas formas ha tomado después el pensamiento que parecía común a todos los que tenían un solo propósito por delante!

Los que no murieron antes de llegar a la meta, los que han sobrevivido a los tiempos heroicos de nuestra vida pública, han asumido la forma que les han impreso los acontecimientos, siendo guerreros unos, estadistas otros, historiadores, literatos, jurisconsultos; don Félix Frías quedó solo, hasta la última época de su vida, el tipo del emigrado argentino, acaso el único de los emigrados políticos, con sus relevantes cualidades y su falta de adaptación a las nuevas fases que asume la política, al embate de las luchas y hasta con la consagración del triunfo mismo; pues es siempre otra cosa lo que se establece después del triunfo final.

Era del emigrado político, el entusiasmo ardiente que ponía don Félix en sus propósitos, ajenos a la ambición, e inspirados por el sentimiento del bien tal como podemos concebirlos, sin sujetar nuestra conciencia a las formas constitucionales que prohiben desear, en nombre del bien público, lo que aquellas formas proscriben, o llevar el patriotismo sin medida hasta donde el interés de la patria lo arrastre, olvidando que la patria está enclavada entre ciertos otros intereses humanos y éstos y aquéllos regidos por una regla común, que ni la conciencia ni el patriotismo indican siempre claramente. Con sentimientos tan nobles, con miras tan elevadas, Frías sostuvo a outrance los

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intereses argentinos en la cuestión de Magallanes, como más tarde se desvivió buscando transacción imposible entre los partidos; en todos los casos intachable de intención y en todos fuera de los límites que el derecho o la Constitución establecen; porque si es fácil seguir las prescripciones del derecho de gentes, en el gabinete, es ruda y lenta la transformación que a nuestras aspiraciones imprimen las instituciones mismas que tratábamos de implantar. La Constitución no caerá al embate de tiranuelos desvergonzados entre nosotros, sino ante las transacciones que por conciliar lo inconciliable, borran o falsean todo principio, que debía ser el correctivo de toda amalgama o degradación. Casi toda la generación presente adolece de esta supervivencia de lo pasado, transando los prudentes fuera de la Constitución, haciendo los otros la resistencia fuera de sus límites, y como fué la frase de la época, "en todos los terrenos", "como en tiempo de Rosas". Nosotros diríamos a todos y a cada uno "tire el primero la piedra el que no haya cometido este delito: salirse del carril y volver a los tiempos de la pampa y el jinete".

Frías fué el ardiente transador y apaciguador entre los partidos, con esta ventaja que su obra era santa, por candidez de propósito y falta de esa disciplina de la voluntad y del espíritu, que nos separa de los tiempos heroicos del patriotismo. En esto se conservó el emigrado, aún optando por la paz filantrópica.

Era de otros tiempos la noble figura del anciano encorvado más bien por la enfermedad que por los años, pero brillantes sus ojos cargados de electricidad y como Catón en el Senado, exaltando los ánimos e induciéndoles a vengar la honra de la patria, amancillada en los mares del Sur por Chile.

Al mismo tiempo hacía vibrar los rayos de la prensa exaltando a los tímidos o los indiferentes, solicitando los votos hasta producir un movimiento eléctrico de opinión, que si nada aseguró para el desenlace, es seguro que facilitó la celebración de la paz, mostrando al adversario hasta dónde estaba el pueblo dispuesto a llegar, a la menor provocación, y a los propios, cuan fácil es encender la guerra en estos nuestros países, que sintiéndose débiles orgánicamente, quieren a fuerza de baladronadas, de temeridad, de valor, de imprudencia, arrostrarlo todo, contando con el Dios de las batallas, que es la quimera de Sedan o de Lima, ocultar que su deber, es4 que su honor está en... ¡tener miedo! en esta nuestra América. Tuvo miedo de volver a triunfar Chile y este es el hecho más nuevo, y más notable de nuestros tiempos. Chile no ha coronado después de Marengo, emperador al Cónsul. ¡Frías está por ahí!

II

Pero este es el Frías efímero que desaparece de nuestra historia,

dejando apenas el recuerdo de sus virtudes. El Frías que queda, el que reúne calurosas simpatías, es el Frías religioso, el Frías devoto, el Padre Frías, sobrenombre que le dieron sus amigos sin ofenderlo, y que él llevó como llevara en otros tiempos su glorioso cerquillo el fraile.

Ha muerto acaso de regreso de la piscina de las Aguas de Lourdes, y en una de sus últimas cartas describe como viajero, como testigo, lo que ha presenciado visitando aquellos santos lugares, para edificación de sus correligionarios ardientes, mostrando cuán venerable es esta virgen de los ultramontanos y cuántas altas cervices se inclinan ante su santuario.

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Don Félix Frías deja escuela política, literaria, religiosa en la República Argentina y sería fácil hacer la lista de los que siguen sus huellas. Frías siguió hasta un tiempo la ancha vía de rehabilitación que abrieron el Genio del Cristianismo y los Mártires, que siguió hasta extraviarse Lamennais y que creyeron dejar expedita Lacordaire y sobre todo Montalembert, cuyas aguas seguía de cerca don Félix. El sistema de Montalembert que explicaba desde la cátedra el Padre Jacinto, era conciliar las instituciones libres con las tradiciones y la jerarquía eclesiástica, a fin de poner al cristianismo con la Iglesia militante, al frente del movimiento democrático científico de los tiempos modernos.

Un día se anubló el cielo empero, y sin relámpagos como en el Sinai, se proclamó el Syllabus, Montalembert desapareció de la escena, el Padre Jacinto siguió por donde Lamennais y tantos otros; y Frías se mantuvo firme en su fe, en su adhesión sin límites y sin reserva a la doctrina ¿Ultramontano? Ultramontano ¿Con el agua de Lourdes? Con el agua de Lourdes —y le aplaudimos esta, pues no está sujeto un gran sistema de afirmaciones, a la generación individual de un incidente. Ha muerto confesor sin tribulaciones, sin combate, sin triunfo.

Este es el rasgo peculiar de don Félix Frías. Tenía la elevación de la parte superior del cráneo tan altamente pronunciada, que si Gall no acierta en poner la veneración en esa región del cerebro, para Frías debía estar ahí, como se nota en las cabezas de los norteamericanos, pueblo cuya alma ha tomado una inflexión religiosa, o como se nota en los Cristos de la edad media, cuyas imágenes tienen la cabeza abovedada, productos de la misma imaginación que la Imitación de Jesucristo.

Frías era religioso por familia y liberal por educación, dada en la Universidad. Siguió el partido de Rivadavia, reformista, sin aplaudirlo en esta parte. Poco a poco se fué deshaciendo de las ligaduras y sujeciones que le imponía la opinión pública dominante entre sus contemporáneos. Por aquellos tiempos llegaban a nuestros países los libros que como el Genio del Cristianismo venían reaccionando contra la Incredulidad de la Evidencia del Cristianismo, por Paley, que a fuer de apologética inglesa y protestante, ejercía mayor influencia. Frías se apoderaba de estas armas, más bien como corazas para defenderse que como proyectiles agresivos.

Cuando estaba en Chile, Frías no era asiduo observante, sino partidario literario religioso, a la manera de Montalembert y tantos otros; porque en cuanto a dogmas no hubo cuestión entonces, como no la promueven hoy. Los puntos en discusión, como lo han mostrado los hechos, son hoy Roma y la Italia, la enseñanza laica en Francia y Bélgica, la Irlanda y la Inglaterra, los viejos católicos (en decadencia), y la Suiza como la Alemania y Bismarck, por cuestiones de jerarquía, ¿Ha tratado Su Santidad con Bismarck? Prueba de que eran tratables los asuntos de disidencia, como el Estrecho de Magallanes, por ejemplo, en que había su más y su menos, pero no herejía.

Frías fué siguiendo las peripecias del gran debate de la iglesia con los poderes civiles, y como dirían sus amigos, avanzando en el camino de la salvación. En sus últimos años era devoto ferviente, y profesando las doctrinas ultras que hacen hoy el fondo de la lucha en Europa, porque aquí no puede haberla, sin que los que la provoquen hagan venir aquí la cuestión de Roma con el Vaticano y Garibaldi, pues aquí están cambiados los frenos, y las corrientes supersticiosas toman como las lavas rumbos opuestos.

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Frías deja, pues, una escuela y un partido literario religioso político. Ojalá que se inspire en el ejemplo de su fundador argentino, y sus miembros cultiven las virtudes que les dejó por modelo y herencia. El estilo católico ultramontano contundente y que abre tajos y hace heridas no es de Frías sino de Veuillot.

Veuillot ha creado también la escuela de las piadosas injurias y de las santas calumnias ad majorem gloriam Dei!

La mayor gloria de Dios, ténganlo presente los fanáticos restauradores, son los Estados Unidos, la Inglaterra, Alemania y Norte de Europa, donde no dominan sus ideas exclusivas; pero que son prodigiosamente ricos los unos, eminentemente libres los otros, sabios profundos sus pensadores y altamente morales sus pueblos que se cuentan como los granos de arena en el mar.

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LOS FELIPE MANTILLA

(La Educación Común, febrero 1° de 1879.)

Lo diarios norteamericanos anuncian la muerte del doctor Luis Felipe Mantilla, escritor castellano, nacido en Cuba, y emigrado de su país, huyendo de las persecuciones a que estaban sujetos sus habitantes, aun antes de estallar la revolución cubana, en solicitud de su independencia.

Periódicos como el nuestro deben a su memoria una mención honorable como uno de los escritores que han puesto su talento y su instrucción al servicio de la educación pública y primaria de la América del Sur.

Suya es una serie de libros de lectura en castellano para el uso de las escuelas hispano-americanas, conteniendo los dos últimos, trozos escogidos de los mejores fragmentos de prosadores y poetas de toda la América española. Parécese esta obra en su conjunto a la que emprendió M. Cosson para poetas y escritores argentinos.

Como que era un hablista de nota su juicio al escoger aquellos trozos y coleccionarlos puede servir de guía a los jóvenes para estimar el mérito respectivo de nuestros escritores hispano-americanos, que en fragmentos por lo menos no ceden a los de igual clase en sociedades más adelantadas.

La última edición en castellano de la Vida de Facundo Quiroga pasó por sus manos, para depurarla de galicismos si los hubiere. Sus observaciones sobre esta obra de estilo son curiosas y no deben perderse como que venían de un hablista de la lengua castellana y muy versado en las obras modernas, y las clásicas, con el griego y el hebreo. Decía no haber encontrado galicismos, sino americanismos, que debían conservarse por cuanto daban una expresión peculiarmente americana a las ideas, como el baqueano, el gaucho, el rastreador, etc. Por lo contrario creía que el autor había leído muchos escritores antiguos castellanos, impregnádose su estilo de locuciones castizas, pero anticuadas; y oyendo con mucha sorpresa que poco había frecuentado los antiguos, si no es el Don Quijote, se maravillaba de oír la explicación sencilla del fenómeno. Pertenecía el autor a una provincia y pueblo apartado del interior; no había tenido estudios especiales, y escribía con el castellano que se hablaba en su localidad.

Una familia que vivía de padres e hijos en una quinta, conservaba arcaísmos muy curiosos, como ansina, treldo, truje, agora, que se perpetuaban en la familia por el aislamiento, desde los conquistadores; y así en San Juan debieron conservarse por falta de roce, de población tan apartada, las locuciones del antiguo idioma tal como lo hablaron los primeros pobladores, y se han ido perdiendo en otras partes sustituidas por locuciones nuevas.

Otro recuerdo del hablista Mantilla debe conservarse. Hízóse célebre en estas Américas un cáustico escritor español, con su sarmienticidio, que no mató a nadie, sin embargo, ni lo podó siquiera, con aquella conseja "a mal sarmiento, buena podadera", que por el hecho salió que un buen sarmiento se ríe de los malos podadores que hace medio siglo que andan aplicándole sus melladas y desafiladas hachonas, que no podaderas.

Expulsado de España por sus Misterios de Madrid, en que descueraba y deshonraba a las familias más conocidas y principales, queriendo hacer crítica y novela a lo Eugenio Sué y un panfleto Los generales en mangas de camisa, cuyo título ya dice que los presentaba al público desprestigiados y en cueros

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vivos, hubo de refugiarse en Cuba a la sombra del poder español, y ejercitar sus gracias in anima vili, cual eran "los naturales de aquella Antilla los colonos cubanos, que sin embargo habían creado El Correo Español, periódico de modas y recreo que se publicó por muchos años en Francia y de que tomaban dos mil ejemplares, sin que todos los pueblos de la lengua tomasen otro tanto.

Hechóla, como era natural, de purista castellano, que suele ser el fuerte de los ignorantes, admirados de sí mismos, al ver que saben hablar siquiera su lengua, como aquel viejo que se pasmaba en Francia de ver que hasta los niñitos hablaban francés.

Olvidábase, o ignoraba, tan poco familiarizado estaba con la historia, que desde años a esta parte los más castizos hablistas de la nuestra son americanos y no peninsulares, como Bello, Baralt, Irrisani, Mantilla, Gutiérrez, y tantos otros, varios de ellos miembros de la Academia de la Lengua por su saber.

Tanto los menospreció y ajó el del sarmienticidio a los cubanos, en cuva isla se cultiva con esmero el estudio de la lengua, que al cabo, Mantilla, bachiller y otros profesores cubanos recogieron el guante, y tal manteada le dieron en achaque de purismo, que hubo de reconocer que no se sabía de la misa la media, y que había encontrado la horma de su zapato. El profesor Mantilla decía riéndose de estas ocurrencias, que conocía el sarmienticidio, y como existía en la Habana el partido liberal que había tratado al autor a su paso por la isla y dejádole gratos recuerdos, tenían en cuenta vengarlo, ya que él no había creído digna tarea suya contestar al cúmulo de necedades malevolentes de aquel cuaderno.

Más tarde, y encontrando presidente al Sarmiento que creía haber podado, vino por estas tierras el podador y mostró en articulitos de caricaturas su gusto literario, trascendiendo a ajo y tocino; fuese a Chile y Perú y perdió la vista, habiendo sus compatriotas reunido una suscrición en su auxilio.

Ha dejado el profesor Mantilla varios trabajos útiles que marcarán su breve pasaje por entre las calamidades de la existencia de los cubanos expatriados, a causa del sistema colonial español.

No podemos tributar a su memoria mejor elogio que el que le dedica el redactor de La Industria, periódico español de Nueva York, y que transcribimos con gusto.

"Emigrado a aquella gran ciudad, dice, Mantilla supo abrirse camino, gracias a su ejemplar perseverancia. No mucho después de establecido en esta gran metrópoli americana, empezó a darse a conocer en el terreno de la enseñanza; y pocos años más fueron bastantes para que llegase a ser generalmente reconocido su relevante mérito como profesor de lenguas y de otros ramos literarios. Sin temor de que se nos tache de exagerados, podemos decir que nadie ha gozado en Nueva York, en estos últimos años, de más crédito que Mantilla, como maestro de la lengua y literatura castellana. Los discípulos acudían a él en número mayor que el que le era posible atender y los colegios se disputaban el honor de aprovechar sus servicios; y la Universidad de la ciudad le nombraba en octubre de 1871, miembro de su eminente profesorado.

" Pero la cátedra no era suficiente a satisfacer la generosa ambición de Mantilla. Sólo en la prensa podía encontrar su magisterio un medio adecuado para la difusión de sus conocimientos que rápida y ansiosamente iba atesorando, y los libros que publicó son una prueba que no se descuidó en

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hacer uso eficaz de tan poderoso instrumento. Sus tres Libros de Lectura, su Método recíproco, para la enseñanza del español y el inglés; sus Nociones de la lengua francesa, su Cartera de conversación en inglés, su Cartilla de Física, sus Elementos de Fisiología e higiene, su Catecismo de moral universal y su excelente Historia Universal para los niños, traducción ampliada de la obra de Peter Parley, son testimonios evidentes de su laboriosidad infatigable, de su experiencia profesional y de sus talentos.

"Testimonios son también del espíritu que muy especialmente lo animaba en sus tareas. Mantilla había dejado de ser exclusivamente cubano, para hacerse americano en la más lata acepción de la palabra; pero debemos agregar, que su americanismo estaba de preferencia cifrado en el elemento hispano de las diferentes razas que pueblan nuestro continente. Y así es, que sus pensamientos así como sus libros, tuvieron siempre por punto de mira la ilustración y el progreso de los pueblos que hablan como propia la hermosa lengua de Cervantes.

"Resultado de esto fué que el nombre de Mantilla llegó a ser no menos ventajosamente conocido en la América española continental, que en la misma isla de Cuba. Desde Méjico hasta la República Argentina, en todos esos países que fundó y perdió el poder ibérico, las obras de Luis Felipe Mantilla han sido recibidas con encomio y profusamente circuladas de algunos años a esta parte; y del bien que allí han ocasionado prueba es palpable la estimación que merecen a cuantos han tenido la oportunidad de conocerlas y utilizarlas".

Terminaremos esta breve reseña, recomendando a nuestros maestros de escuela, los Libros de Lectura de Mantilla, que se venden en nuestras librerías, y a nuestros jóvenes literatos los dos últimos en que se encontrarán escogidos por mano segura y entendida, los mejores trozos de la literatura hispano-americana, no siempre conocidos en cada una de sus secciones políticas ni mejor apreciados en su mérito real e intrínseco.

Encontrarán en ellos, trozos de los mejores escritores argentinos, tanto en prosa como en verso, y en los escritos originales del profesor Mantilla un modelo seguro del bien decir en nuestra lengua, sin las locuciones pretenciosas y alambicadas de los escritores noveles en España y sus antiguas colonias, o sin los neologismos y extranjerismos que se nos van pegando a fuerza de leer en otra lenguas, o de oír el español adulterado de los inmigrantes.

Aconsejaríales la lectura de Mantilla, nuestro malogrado amigo, a no despreciarse a sí mismos, como americanos en cuanto a locuciones propias y heredadas que conservamos, pues a los ingleses mismos les ha sucedido que después de burlarse de los americanismos, yanquismos de sus decendientes, han acabado por reconocer, estudiando las diferencias unas de otras, que no eran tanto neologismos, cuanto respetables arcaísmos los que de sus padres los puritanos conservan sus descendientes en América.

Han encontrado, además, que el único país del mundo que habla inglés es los Estados Unidos, donde cuarenta millones de hombres lo hablan con bastante corrección; mientras que, de veintisiete millones en Inglaterra, ocho hablan irlandés, seis escocés, y uno welche, sin que en la Inglaterra propia haya sino algunos shires que lo tengan por vernacular, pues usan dialectos locales.

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Sucede lo mismo en España, en donde catalanes, portugueses, gallegos y valencianos, hablan dialectos; el vizcaíno es otra lengua, no siendo, fuera de ambas Castillas, muy castizo el castellano.

En América, veinte millones de habitantes hablan, ricos y pobres, una lengua que no es sin duda la de Cervantes; pero que, en cambio, pueden decir que Cervantes hizo hablar a Sancho Panza, una lengua que el pobre labriego no habría entendido ni oyendo a su amo.

Si Cervantes hubiese hecho hablar a Panza como Walter Scott o Dickens a sus hombres del pueblo escocés o inglés, ya estaríamos devanándonos los sesos en América, por entender lo que decía.

Y por que no se pierda la ocasión de decirlo, aprovecharemos de ésta de honrar la memoria de un educacionista de nuestra lengua, la relación del profesor Mantilla con el ministro argentino en Washington que se ocupaba de educación primaria, y escribía a la sazón Escuelas de los Estados Unidos, base de su riqueza y libertad, atrajo al profesor de lenguas Mantilla a dedicarse por su consejo a aplicar sus conocimientos a la mejora de la enseñanza primaria, dotándola de libros en buen castellano.

Es un hecho notable que de ese contacto y de esa escuela, si se exceptúa el señor Sastre, han salido todos los sudamericanos que de algún modo se han consagrado a la educación del pueblo, con preferencia a las de las clases superiores. Descuella entre aquella falange, don Pedro F. Varela, de Montevideo, autor de importantes escritos y libros, e incansable promotor de la educación, sin arredrarlo las vicisitudes políticas, por que ha atravesado su país. Don Bernardo Suárez y D. Eleodoro Pérez, en Chile, escritor el uno sobre educación, promotor el otro de la de Valparaíso.

La señora Manso recibió de la misma fuente sus inspiraciones, D. Pedro y D. Clodomiro Quiroga, D. Cirilo Sarmiento, D. Arístides Villanueva, en las provincias, y aun el Dr. D. Eduardo Basavilbaso, oficial del Departamento Escuelas, antes, y como ministro y legislador, promotor de la educación, formando hoy parte muy útil del consejo de Educación.

El general D. Leopoldo Terreros, de Venezuela, que introdujo en su país el ramo, hasta entonces desconocido, como administración pública de las escuelas, apellidándose el movimiento, la idea Sarmiento, y consolidándose edificios públicos con su nombre y de Horacio Mann.

No ha de olvidarse a M. Laboulaye, en Francia, que al escribir París en América, apenas hace mención de las escuelas como distintivo americano y apercibido de la omisión por su amigo recorrió la Francia dando lecturas, con "La Educación en los Estados Unidos" en la mano, mostrándoles en Horacio Mann, literatos, hombres de Estado y políticos de que hasta entonces carecía Francia, aunque tuviese sus Víctor Cousin, sus Guizot y sus Villemain. Hoy recién se ocupa la Francia de la educación del pueblo, votando la pobre suma de cincuenta millones, apenas lo de Pensilvania, y menos que lo presupuestado para Nueva York.

Mantilla ha descendido a la tumba sin volver a ver los humos del patrio hogar, pero dejando un surco imborrable en este terreno duro y reacio contra la educación del mayor número.

Diríase que la reja del arado de Mantilla se rompió. Paz a sus cenizas y un duradero recuerdo a sus servicios.

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VICTOR HUGO

Víctor Hugo acaba de morir; y como Franklin, vuelve al seno de la

Divinidad cargado de años, de bendiciones y de gloria. Hugo ha muerto; después de dejar olvidada, maldita, escarnecida la

memoria del arlequín que manchó una página de la historia de la Francia, aquella robusta madre de grandes hombres que sólo la mano de otro más grande en el genio, en la gloria y en el crimen, pudo antes sojuzgarla.

Víctor Hugo es el salvador de la libertad humana en Europa, el clarín sonoro que despertó a un gran pueblo del letargo, postrado ante el recuerdo de Napoleón el Grande, engañado por las artes corruptoras del que de la gloria de las armas hizo gendarmería, de la paz una prisión y de la riqueza un robo y una degradación, para presentar al mundo atónito y tomado de sorpresa, un anacronismo, un retroceso de la marcha de la humanidad hacia el despotismo de los emperadores romanos.

Hugo, como la estatua del destino, como la reivindicación de la conciencia, como la expresión del derecho, escribió en Guernesey lo que la altura de su pedestal de granito le permitía ver, y gritó al mundo Napoleón el chico, el simulacro, el ídolo de barro. Y desde entonces cayó la venda de los ojos y Sedán fué el castigo de los que obedecieron al imbécil, pues que al emperador exiguo la historia le reserva una página vacía, despotismo, sangre, expoliaciones, corrupción, sin autor, sin nombre hasta Sedán, donde le anuda el roto hilo de la historia.

Víctor Hugo estuvo ahí y es gloria del siglo que acaba, y de la Francia misma que lo produjo con su cerebro omnipotente, con sus fibras que se estremecían a todos los rumores de la humanidad que sólo la inteligencia suprema, el genio, el talento y facultad de sentir acumulada en un hombre, hayan resistido a las seducciones de la riqueza, a los terrores del miedo, y penetrando por entre la nube de incienso de los aduladores, metiese su mano por entre las ilusiones de carne del gran pólipo, que él mismo ha descrito, y con los tajos de su pluma hiciese caer a pedazos los brazos monstruosos del vampiro. En Sedán los alemanes han vencido a un miserable mendigo, que como Nerón pedía le dejasen vivir una hora, y se lamentaba del poeta y del mimo que en él perdía el mundo.

¡Oh! sublime alma del siglo XIX y de la conciencia humana, y de todos los tiempos, más fuerte ante las tiranías que no son los ejércitos ni los pueblos! Dejáis libre la República de Francia, cuando Cleveland de este lado del Océano proclama otra vez la rehabilitación de la honradez y la verdad en la administración de la República. ¡Fuera publícanos de las gradas del templo; traficantes de empleos y traidores al juramento de defender la constitución y la libertad como Napoleón el chiquito, el monuelo. Tendremos libertad por todas partes en América como en Europa, desde que Hugo tenga sucesores, que le acompañan a su tumba, por la electricidad que arrancó Franklin al cielo y Morse puso al servicio de los pueblos, todos los hombres de buena voluntad de la tierra.

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JOSE GARIBALDI 1807 -1882

(El Nacional, junio 3 de 1882.) La desaparición de Garibaldi conmueve los recuerdos de la historia de

las razas latinas en el siglo XIX. Su espada y su palabra han vibrado en las dos márgenes del Atlántico; en los campos de América y sobre la cubierta de las naves inermes que los argentinos le confiaron; en Italia defendiendo la unidad, la libertad y la democracia; en Francia a donde lo llevo su amor acendrado por la República.

Hombre del pueblo v para el pueblo ante todo, se ha levantado sobre las multitudes como el pastor hebreo tocado por las revelaciones e inspirado por ellas; ha comunicado su poderosa iniciativa a sus correligionarios en las grandes luchas políticas y a sus soldados en las grandes campañas. Ha sido manso y virtuoso al mismo tiempo que ha sido bravo; y por eso es que en todas partes del mundo, aun los que no han seguido el radicalismo de sus principios generosos, han admirado la virtud espartana de su gran corazón.

Garibaldi ha luchado en todas partes, y como el héroe de Pellico pudo decir un día al pisar la orilla de su patria dividida y tiranizada.

......................................................... Stanco Son d'ogni vana ombra di gloria. Ho sparce

Di Bizanzio pel trono il sangue mio, Debellando cittá ch'io non odiava. E fama ebbi di grande, e d'onor colmo Fui dal clemente imperador; dispetto In me facean gli universali applausi Per chi di stragi si manchió il mio brando? 444444444444444444.

E non ho patria forse Cui sacro sia de' cittadini il sangue ?

Per te, per te che cittadini ai prodi Italia mia, combattero se oltraggio Ti muoverà la invidia......... 444444444444444444.. ¿ Quién ha cumplido mejor la última sentencia del poeta, que Garibaldi? (El Nacional, junio 5 de 1882.) " Roma 24 de abril de 1875. " Ilustre y querido Sarmiento: " Una palabra de Vd. ha sido para mi un bien gra- " to consuelo, en circunstancias que tanto nos pre- " ocupa la suerte de esa mi patria adoptiva. " Téngame por la vida. " Su devotísimo. " G. Garibaldi." Ha llenado hasta el borde la medida de acción que le tocaba en la

reconstrucción de la Italia que los bárbaros desmembraron a la caída del

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Imperio de Occidente, que la casa de Saboya, tras la destrucción de Venecia ha venido reuniendo pedazo por pedazo en este último siglo, y cuya reintegración completó Garibaldi, poniendo en manos del rey galantuomo la corona de Nápoles, arrancada de la cabeza de un dinasta degenerado.

Garibaldi es el tribuno del pueblo italiano, de la joven Italia, de la Italia redenta. Figura retardada de otras épocas de la historia, Guillermo el Taciturno plebeyo, que acaba con el pasado como aquel salido de la corte, de Carlos V, paje de Felipe II, principia la historia moderna, haciendo en los países flamencos abortar el plan horrible de destruir por la San Barthelemi en Francia, la inquisición en España y el exterminio en Bélgica y Holanda de la libertad humana que se estrellaba contra dogmatismos escolásticos, religiosos, políticos y sociales.

Garibaldi es el genio mismo de una nación, de una época que nace, y necesita un espíritu superior a los sucesos que ligue las épocas, que complete la página o el cuadro. Cavour en el gabinete, Mazzini en las ideas puras, el rey de Saboya en el gobierno, todos son necesarios, indispensables, pero Garibaldi llena los vacíos, permite esperar, o anticipa lo que faltaba.

Hemos seguido esta grande figura popolana en su carrera que parece de aventuras y que es sin embargo la de un magistrado de la reconstrucción italiana. Cuando el campo de batalla dejó de ser taller para labrar la roca, y sacar toscamente trazada la estatua de la moderna y pobre Italia, Garibaldi con el mismo carácter que el tribuno de la plebe antiguo, tiene su tribunal como en Caprera, pues que llevado por el instinto del gobierno como Tiberio, que era un grande administrador, no obstante las brutalidades de la familia Cesárea, sabe escoger el lugar de Italia desde donde ha de contrabalancear las fuerzas que se desenvuelven y amenazarían. Con esta moderación dejar a merced de las circunstancias prevalecer una de ellas, en detrimento de otras, pues ésta es uno de los rasgos de la fisonomía de este censor romano. Era republicano, y sin embargo la nacionalización de la Italia, que era la república, no podía como lo pretendía Mazzini hacer abstracción de la familia real.

No siempre sus actos y propósitos han sido la medida cabal de la justicia intrínseca, o de la política conservadora a cuyos dictados suscribía con repugnancia, pero suscribía sin pretender disimularlo. Al recibirse diputado al Congreso italiano, se trasladó al palacio de Caserta, a tranquilizar a su soberano y calmar con este acto las prisas de los republicanos. El armamento de un millón de fusiles, la Italia irredenta lo han tenido a su frente, ideas extremas que contribuían sin embargo a mantener vivo el sentimiento público, suscitando oleadas de indignación que conmovían todos los corazones. Trasladóse a Milán excitando en grandes meetings la opinión, para reclamar extensión del sufragio a la universalidad de los italianos, siguiendo los principios prevalentes en Francia y la tendencia general de las nuevas legislaciones, pues Gladstone se propone extender más y más en este sentido la franquicia electoral. No todo se ha obtenido en Italia donde la clase iletrada está tan numerosa, y por aquella causa tan expuesta a ser extraviada; pero un gran progreso se ha obtenido extendiendo el voto a los que saben leer, escribir y contar.

Los comienzos de Garibaldi son dignos de la epopeya. Es marino por nacimiento en la patria de Colón y de los Dorias, y sus primeros viajes en naves mercantes se dirigen al archipiélago griego, más allá de los Dardanelos hasta el mar de Azof y el antiguo Ponto Euxino. Entra en la marina real, como

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si necesitase conocer y practicar el servicio, pues desde antes está y sigue en relación con los patriotas que no desesperan de revivir en la historia el nombre que los mapas conservaban por respeto a la desmembrada península.

Hombres como Garibaldi, como el Taciturno, predestinados a velar por la suerte de su patria, se han dado siempre al estudio del mando, ya sea militar, ya naval, por la propensión irresistible que hacía del pacífico historiador Thiers el más insigne batallador, en el papel, sin duda por cognocere rerum causas, a fin de hallarse en aptitud un día de detener las adversas, o dominar y dirigir las favorables.

No será tan fácil explicar por qué se le encuentra trasladado a estos mares, navegante de cabotaje en el Brasil, hasta que el instinto de su naturaleza heroica lo hace aparecer en el Río de la Plata, y como la lucha está encendida entre un Rey Bomba, un Ugolino y los patriotas de ambas orillas, Garibaldi hace su primer ensayo en San Antonio defendiendo con un puñado de italianos la casa en que se han refugiado, para no entregarse a todo un batallón que los cerca. Tenían cartuchos apenas para distribuirse de uno por cañón de fusil. Garibaldi ordena no responder al fuego nutrido de afuera, hasta que creyéndolos fácil presa se acerquen a la casa los vencedores. Conseguido lo cual obtiene del enemigo tantas bajas, como balas se han disparado, y tantas cananas repletas de cartuchos como hombres han caído en la descarga a boca de jarro; pues tenían orden de asegurarse cada uno un blanco distinto.

Así igualadas las fuerzas, el combate se hizo posible. En 1843, cuando ya había adquirido fama Garibaldi, en la defensa de

Montevideo, almirante al mando de tres carabelas con menos toneladas que la "Pinta de Pinzón", hizo velas ríos arriba, en busca de provisiones para los sitiados. A la altura de la Costa Brava, empero, salióle al encuentro el almirante Brown con la escuadra de Buenos Aires, dos de sus naves mandadas por los entonces tenientes de marina, hoy comodoro y coronel Cordero de la República. Garibaldi presentó su línea de batalla para batirse contra el imposible dos días, fueron sus esquifes acribillados a balazos, ardiendo uno en pos de otro por orden del jefe, así que quedaban desmantelados; hasta que el último se lanzó en su bote dirigiéndose hacia tierra, ya se aprestaba a echar bote al agua, en su persecución el vencedor, cuando el viejo lobo marino los detuvo diciéndoles: "A los valientes como Garibaldi franco el camino de tierra", y Garibaldi pudo así, dar libertad a su patria más tarde.

En el sitio de Montevideo, se retempló su carácter, por la paciente resistencia, por la limitación de la esfera de acción, y las privaciones.

El Dr. Velez y otros hacían de la tienda del joven caudillo el centro de un pequeño cenáculo.

La bujía estaba desterrada como un lujo fuera de situación. De economías de raciones, sobrantes, zapatos y prendas de vestuario, se enteraban equipos y municiones para los reclutas voluntarios. En cuanto a fusiles, el jefe de este batallón sagrado había mejorado el sistema de provisiones de San Antonio. Hacía seguir a las guerrillas un número prudencial de hombres desarmados con el propósito decía de acostumbrarlos al fuego; y por accidente recoger armas del enemigo o de los propios soldados de la defensa si caían. Tenemos estos detalles de Dr. Vélez con muchos otros característicos, y sobre todo este cuadro de simplicidad estoica, de perseverancia, de autoridad fraternal y de disciplina sobre voluntarios, descollando el héroe antiguo que tiene conciencia de sí mismo, y que habla

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desde la ciudad estrechamente sitiada de su próxima partida a Italia, con un puñado de hombres de los que lo siguen, marineros, la mayor parte de los mares griegos, como los compañeros de Ulises; y esto lo repite, al andar de la conversación, sin propósito deliberado acaso con la presciencia que hizo a Colón perseguir diez años de corte en corte con su idea fija hasta encontrar una mujer que comprenda con las luces del corazón y la imaginativa, lo que la inteligencia no alcanza.

Como era nuevo, extraño, incontestable hacer rumbo al Occidente desde Europa para ir a la China las carabelas que descubrieron la América, así era inaudito, inconcebible, que desde esa América cuatro siglos después, un espartano se dirigiera hacia el Oriente a libertar a la grande Grecia, como los atenienses libraron de un tirano a Siracusa; y este prodigio de la voluntad lo ejecutaron no más navegantes que los de las carabelas, llevando de la defensa de Montevideo, sin ser vencido como Eneas, las camisetas coloradas y el poncho americano que han dado forma a la leyenda heroica del garibaldino, este soldado de la libertad y de la democracia, en todas las naciones civilizadas, pues los tiranos no crearán legiones garibaldinas para aterrorizar a los pueblos.

Sentábase Garibaldi en la asamblea francesa en Burdeos para recibir las comunicaciones que conducía en globo aerostático al gobierno de la defensa, Gambetta, de París cuando una voz increpó: "No es francés". Eralo Niza, su patria; éralo por el bautismo del fuego y de la sangre. "Si el único que ha tomado un estandarte prusiano, dijo Víctor Hugo, poniéndose de pie, no es francés, todos somos extranjeros aquí".

Estos acontecimientos son pequeños y pasan con el incidente que los trajo; pero en todos tiempos y donde quiera que la libertad y la democracia busquen recuerdos y simpatías, el espíritu de Garibaldi se hará carne en los garibaldinos con el rojo traje de los cruzados, institución humana hoy, como los templarios de otros tiempos, y los hospitalarios que bajo la cruz roja reconocen hoy el derecho de gentes en los campos de batalla para alivio de los heridos.

Ayer las casas de Buenos Aires tenían a media asta con corbata negra la bandera italiana a que se asociaron argentinas, entre éstas la nuestra. Garibaldi queda como Washington, como Franklin en el calendario de todas las naciones. Es argentino por el río y las luchas en que hizo una heroica reputación. Es italiano y francés, americano y europeo: donde quiera que de libertad y de instituciones libres haya de haber campo a la acción, el ciudadano revestirá la camiseta roja, y un Cincinati se inspirará del ejemplo de aquel patriota, que construyó el Estado, y después de constituido consagró su estoica vejez a apartarle del camino los obstáculos, o ensancharle las vías apenas trazadas del gobierno.

El héroe Garibaldi, no ha sido general como Grant, ni príncipe después del triunfo, como Bismarck. Ha muerto en su isla de Caprera, siendo algo más que Grant, que Bismarck, ha muerto para la Italia, para el mundo, para nosotros, el antiguo companero ha muerto, en honor de nuestra época y de nuestra especie, nada más Garibaldi, nada menos.

Junio 20 de 1875. Maquiavelo en su tratado del príncipe, o el arte de dominar a los

pueblos, previene a los empresarios se tengan en guardia contra un enemigo

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oculto, silencioso, pero terrible, cuando despierta o se muestra —la historia de ese pueblo— los hechos gloriosos de sus antepasados — la República, el nombre de los héroes, si alguna vez fueron libres, si sus padres conquistaron la libertad, con su denuedo.

Ayer, sesenta mil personas han recorrido treinta cuadras de la ciudad, con las banderas argentina, italiana y oriental, unidas, para conmemorar las victorias que el valor heroico de unos, el patriotismo de los otros, el amor a los principios de libertad de los argentinos, obtuvieron sobre el sangriento pendón del poder arbitrario. Cien cabezas blancas de los compañeros de Garibaldi, se descubrieron ante el trofeo que debía conmemorarlo y diez mil cabezas se descubrieron ante aquellas canas gloriosas que no eran italianas, sino argentinas.

Garibaldi es ya un mito popular, en Europa y América. En Italia ha podido estar en desacuerdo con un partido o un ministerio.

En nuestro país es el genio encarnado del partido liberal, a cuyo lado se cubrió de gloria. El aire de la libertad conquistado en Montevideo agitaba las banderas combinadas. La masa enorme que llenaba plazas y calles, era una grande y universal aclamación.

No ha de reaccionarse ni por los hombres ni por las instituciones, ni por la fuerza, contra el hecho grande y elocuente de ayer. El porvenir pertenece a las ideas liberales, como fueron mostradas ayer. No hay republicanos del día siguiente, como los que en Francia intentaron engañar al mundo. Las cien cabezas blancas que descollaban en la gran tribuna frente al trofeo de Garibaldi, son las que sobreviven en cuerpo y en espíritu y sostienen los sesenta mil espectadores. Las camisetas rojas son las que en Montevideo rechazaron el chiripá salvaje, y llevaron la libertad a Italia. Las negras masas del pueblo, visten otro traje y otro uniforme que es privativo de nuestro país hoy y desconocido en Europa, donde el pobre o el campesino lleva el traje descolorido y humilde del trabajo. En la fiesta de ayer como en los días ordinarios, el pueblo viste de negro sin los andrajos que lo cubren en Londres, sin la blusa det obrero en Francia, sin la ligera camisa abierta del lazaroni, sin el tosco y descolorido tejido del pastor o el labriego.

Espectáculo como el de ayer no puede darse sino en Buenos Aires o la Nueva Inglaterra, donde hay pueblo, sin plebe, sin pobres, sin desigualdad.

La belleza y gusto artístico de las decoraciones, revela la influencia y aclimatación de las bellas artes italianas. Treinta bandas de música mantenían en continua y grata vibración el aire en treinta cuadras de distancia, y los emblemas, los símbolos y las flores, hacían el efecto de una masa viviente, como si un metal se deslizase lentamente, haciendo relucir a cada ondulación de la superficie los colores brillantes y variados del esmalte.

Para concluir diremos que hemos visto a Buenos Aires, como pudimos imaginarlo ahora cuarenta años, como el doctor Vélez calculaba lo que el Banco sería en veinte. Tuvimos la fortuna de no ver las fiestas en que Manuelita presidía los candombes, en que los chiripas colorados en chusmas estólidas, el chaleco en las víctimas, la insolencia en los seides mostraban a Buenos Aires, el último rincón de la América. Hoy se mira toda en este espejo. No hay borrachera, no hay andrajo, no hay crímenes. Todo el aparato de fuerza es inútil. Hemos de elegir bien, libremente, para tener el alma tan limpia como el cuerpo. Ese pueblo nos responde de ello.

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Nos hemos gozado al presenciar uno de los más grandes de los cortejos que hayamos previsto nunca. Garibaldi es una gloria argentina e italiana que sirve de vínculo de unión. Las palabras del héroe, salidas del fondo de su corazón, que hemos citado al principio declarando que ESTA ES SU PATRIA ADOPTIVA, es el testamento que deja a los italianos que aman su nombre, a los italianos que como nosotros lo tienen como el genio de la libertad, el Kosciusko de la raza latina en América. La alianza de todos los liberales que residen en este país se celebró ayer con el concurso de sesenta mil habitantes; y como el objeto de la conmemoración es el triunfo de las instituciones libres en América y en Europa, gustamos de tan elocuentes manifestaciones, para los que no miran en ellas sino un acto italiano, o un grande espectáculo público.

Hemos celebrado infinito que el Congreso esté reunido y diputados y senadores presenciado la grandiosa escena de ayer.

En el aislamiento de cada capital de provincia, aun aquí mismo al ver el movimiento mercantil, no se aperciben que hay una opinión, y que no es la de los diarios, sino aquella que se revela por el sentimiento público.

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EL CENTENARIO DE BURMEISTER Cumple sus felices ochenta años de vida y labor científica el sabio

Burmeister, pues es tal el título afecto a su nombre. Es vecino de Buenos Aires, domiciliado en la República desde su primera juventud, casado en Tucumán, teniendo ya herederos argentinos de su nombre, y aun de su fama, pues ella se ha naturalizado argentina con el Museo Nacional de paleontología que él ha formado, clasificado y enriquecido, a punto de ser el más científico archivo de los documentos de pasadas creaciones y de la especial pampeana que parece ser un acápite agregado a última hora y al parecer muy de prisa, porque los seres que la forman son por lo general enormes, toscos, y como si estuvieran de más, salvo las mulitas que descienden de los cliptodones, puede cargar el diablo con todas aquellas alimañas, cuyas osamentas nos asombran. Puede el Dr. Burmeister garantir a la "Unión" que no entraron en la arca los bichos estos de las pampas y sus adyacencias hasta el Brasil.

Mediante la gloriosa labor y presencia del Dr. Burmeister, nuestra república cuenta entre los países, y son rarísimos, que pueblan españoles, y ayudan sin embargo al progreso de las ciencias. Hasta Azara puede contarse entre nuestras glorias argentinas, pues sus trabajos, como los de Darwin en este país no fueron publicados en nuestra lengua. Precedidos del pioneer argentino Dr. D. Francisco J. Muñiz, varios jóvenes siguen las hondas huellas que han dejado D'Orbigny y el predecesor malogrado de Burmeister, en el Museo Mr. (olvido el nombre). Tenemos un nuevo Museo en La Plata, y las ciencias naturales que sus ejemplares ilustran han adquirido ya carta de ciudadanía.

Los estragos del cólera ponen en evidencia los trabajos científicos del Dr. Arata como químico analizador; y para justificar el recordar su nombre, diremos que hace años estudia la farmacia americana; habiendo catalogado quinientas plantas medicinales, de que hacen mención aislada y por accidente los viajeros de los tiempos coloniales. Tendremos, pues, en este ramo, nuestro representante científico.

Sábese que el general Sarmiento recomendó durante su ministerio, hacer venir de Europa a este sabio alemán, cuyo nombre sucedía al de Humboldt, y cuyos estudios abrazaban ya los terrenos y formaciones de nuestro país Su empeño más tarde de hacer venir a Mr. Gould parala dirección de un observatorio astronómico, que como el Museo de Burmeister ocupa hoy un alto puesto en las ciencias, dejaría sospechar que en ambos casos obedecía al plan de aclimatar las ciencias naturales que como la astronomía (del sur) y la geología de la Pampa podían hacerse nacionales, como el hecho lo ha demostrado. .

Los ochenta años de trabajo intelectual de Burmeister tienen su salario en sí mismos. ¡Ochenta años! ahí es nada, sano de cuerpo, rico de gloria europea, humana: y dejando a la posteridad como Darwin ciento cuarenta trabajos y estudios. Se vive sin ostentación cuando se posee ese rico caudal de estimación propia, que es peculiar al sabio. Las desfalcaciones de nuestros políticos, los regalos en bronces, tierras y cientos de miles cuyo origen no decimos de miedo que nos maten, como el dueño de casa se hace el dormido cuando los ladrones lo están desvalijando, proviene del desprecio que tienen de sí mismos. Si se conocerán ellos, cuando están a solas y se comparan con

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la gente decente! De ahí vienen los ejércitos, las policías, la falsificación de las instituciones. ¡Es para poder dormir!

"Los hombres de ciencia se hallan exentos en su mayor parte de la necesidad de brillar en la sociedad: de ahí que no proporcionesn, dice Smiles, sino un número pequeño de deudores ilustres”. Como no ha estado en esta América, no pudo decir de “estafadores ilustres”. Cuando llegó a Buenos Aires Burmeister, no se hallaba Sarmiento en el Gobierno de la Provincia, y habiéndosele el ilustre huésped asignado un sueldo mezquino, como lo eran en general los de entonces, queriendo Sarmiento reclamar, Burmeister se opuso, diciéndole “un sabio no necesita más que una mesa, y una cama". Necesariamente debe comer para continuar su obra, y no quiso aumento posible de su salario.

Pero aún hay otra ventaja que nos llevan los sabios y es esta de dejarse estar en este mundo viviendo muy sueltos de cuerpo, comiendo mal y por mal cabo y escribiendo como unos tostados. Con decir que la gente vulgar de nuestra catadura vive en medio cuarenta años mientras que la gente que cultiva la inteligencia se deja vivir cincuenta y seis años, sin pedirle permiso a los tiranos, los rojos, o los federales está dicho todo. Cuesta muy caro ser bruto. A más de no poseer nada, sino mugre, y vicios, viene el cólera morbus y se los arrea por millares, sin decir agua va. Véase lo que ha ocurrido en Mendoza y Tucumán y lo que pasa en San Juan y Buenos Aires. Se ha dicho que el cólera economiza a la gente decente. Es imposible que sea tan badulaque para no distinguir entre la gente decente la turba de bribones que pasan plaza de tales. La regla es otra ¿sabe leer? Si no sabe, a la fosa.

En 1500 muertos en Tucumán hay veinte que sabían leer y eran borrachos, y tres que eran decentes. Nosotros no hacemos de juez Minos. La agua hervida es buena mientras el cólera está a la puerta; pero así que se vaya la mejor vacuna es ir a la escuela y aprender a leer. El cólera y la miseria, y los ejércitos que aumentan nuestros políticos, para no tener vergüenza, acabarán en veinte años de paz y administración, con nuestras indiadas ignorantes y sucias. Eso importa vivir ochenta años sobre la tierra prometida, trabajando en ver como eran los animales primitivos, los de entonces, que los de ahora no hay teniente de arillería que no los conozca. Carne de cañón! qué gracia !

Felicitamos cordialmente al Dr. D. Carlos Germán Conrado Burmeister, decorado por dos emperadores, honrado y favorecido por dos gobernadores y presidentes argentinos, que tanto valen y quien en épocas en que la barbarie tiene una pluma como antes un estilete, interrumpió sus arduos estudios sobre la novena variedad de cliptodones de que descubrió una vértebra de la cola, para salir a la defensa de su amigo, hoy lo felicita con el alma. Si se sacan la lotería sus cien años, le pide desde ahora que le lleve diez años en la polla.

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MARY MANN-MRS. PEABODY

Señor don Samuel Alberú:

Corresponde a las columnas de su diario insertar la noticia que trasmite

Mr. B. PickmaN Mann que fué el corresponsal de El Nacional durante largo tiempo, bajo el pseudónimo de Hamaha sobre el fallecimiento de su señora madre la digna esposa del célebre educacionista Horacio Mann, cuyas.obras han sido traducidas al castellano. El nombre de esta digna familia, ilustrado por sus servicios a la humanidad y a la ciencia, se liga de tal modo a la República Argentina, que es nuestro deber discernirle títulos de ciudadanía como a Gould, a Burmeister, por cuanto sus nombres y sus trabajos se confunden con el nombre y los progresos de nuestro país. La carta cuyos párrafos de interés público envío contiene otros que son de interés mío, aunque siempre se refieran a las letras, tales como la lista de las principales obras políticas publicadas, entre ellas la ya célebre Democracia Triunfante de que me manda un ejemplar y que publicada este mismo año de 1887 ya está traducida al francés, y se está traduciendo al castellano, tal es el interés y asombro que despierta o causa la enumeración de los progresos obtenidos en cincuenta años por los Estados Unidos.

Las páginas que le acompaño le mostrarán la actividad intelectual de dos señoras de ochenta la una, de ochenta y tres años la otra, continuando esta última sus trabajos en favor de la educación de los indios hasta la hora en que escribo, después de haber la otra enriquecido la literatura de su país con traducciones y obras originales.

El nombre de Maiy Mann ha resonado más de una vez simpáticamente en oídos argentinos, pues la ilustración de su esposo, el apóstol de la educación primaria, y su traducción al inglés de Civilización y Barbarie bajo el nombre de Life in the Argentine Republic, le reconocían una especie de patrocinio de nuestras instituciones de educación y de nuestras letras.

No hace en efecto un mes que una de nuestras revistas de educación obsequiaba a sus lectores con la fotografía de la estatua en bronce de Horacio Mann en Boston, ni más de dos (5 de marzo) a que el South American Journal, escrito en Inglaterra para promover intereses financieros en nuestro país, publicaba en cuatro columnas de a folio y bajo el título ARGENTINE TIPES, tomado dice de LIFE IN THE ARGENTINE REPUBLIC, sin nombre de autor, un trozo del libro que tradujo al inglés Mrs. Horace Mann y que la literatura castellana conoce por Civilización y Barbarie, por D. F. Sarmiento.

La reproducción del grabado de la estatua de Horace Mann en Buenos Aires, con la reimpresión en Inglaterra de aquel trozo de literatura argentina, coinciden con diferencia sólo de días, con el fallecimiento de aquella ilustre matrona, cuyo nombre se asocia al del patriarca de la educación en ambas Américas, y a nuestra literatura por la traducción mencionada.

Falleció a la edad de ochenta años Mrs. Mary Mann escribe su hijo, que fué largo tiempo corresponsal de El Nacional y es hoy empleado del Departamento entomológico de Agricultura de los Estados Unidos.

"Lo que más debe afectarle a usted, escribe al general Sarmiento, M. B. Pickman Mann, es que hace poco más de un mes fui llamado a casa para dar sepultura a los restos humanos de mi madre. Murió el 11 de febrero pasado.

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Durante varios meses antes había sufrido malestar físico, habiendo perdido mucho de su vigor en el pasado año, pero no hizo cama hasta la víspera de su muerte, y conservó sus facultades intelectuales y su interés en los negocios humanos hasta cerrar sus ojos dos horas antes de exhalar el último suspiro. Como yo residiese en Washington se mantuvo estos últimos años en cariñosa y activa correspondencia conmigo y mi familia...

"Mi madre había escrito una novela hace cosa de veinte años describiendo la condición de Cuba hacia 1840. Ha permanecido manuscrita, a causa de que siendo muy realista, no deseaba publicarla durante la vida de los actores que figuran en ella. Se ocupaba en estos últimos años en revisarla, y debía mandarla a la prensa la misma semana en que murió. Ya se ha dado principio a la impresión".

Mrs. Peabody

La carta que transcribimos contiene curiosas noticias sobre la vida intelectual de esta familia, continuando con lo que se refiere a Miss Elizabeth Peabody su hermana, con ochenta y tres años de edad, y pocos menos de servicios a la educación, siguiendo las huellas de su ilustre hermano político. Mrs. Peabody viajó por Alemania para adquirir la práctica del Kindergarten o los jardines infantiles, sobre los cuales ha escrito una larga serie de trabajos, haciendo sucesivas giras por los Estados para plantear y difundir aquel sistema de escuelas que inmortalizan el genio de Froebel. Con este antecedente podrá comprender lo que importa la siguiente noticia sobre el empleo de su tiempo a la edad de ochenta y tres anos.

"Durante los últimos cuatro años mi madre conservó a su lado a su hermana Miss Elizabeth, que ahora reside en Jamaica Plain. Los últimos tres o cuatro años Miss Peabody se contrajo con el mayor interés a la solución del pro blema indio, en la persona de una notabilísima india de Nevada, que ha emprendido la educación de su pueblo. Miss Peabody puso en juego todos sus medios aunque con poco resultado, para obtener de las autoridades que prestasen eficaz apoyo a esta mujer; pero con sus continuos llamamientos al público ha logrado que aquella mujer lleve adelante su obra con independencia del gobierno.

"Sarah Winnemucca es vastago de la sangre real de su tribu, los Paí-utes. Ella escribió la historia de su vida con los esfuerzos para proteger su tribu contra las violencias de los hombres blancos, y mi madre publicó el libro. Es interesantísimo y la venta ha sido uno de los medios de llevar adelante la empresa de la india Sarah. Miss Peabody continúa propagándola y sosteniéndola en la prensa. Esperamos que ella sea inducida a escribir su autobiografía; pero mucho se ocupa de los otros, reservándose muy poco tiempo para pensar en sí misma".

Es singular sin duda la posición que Mrs. Horace Mann ha tomado en las letras americanas. Editora de la vida y esfuerzos civilizadores de Sarah Winnemucca al norte y traductora de las luchas de Civilización y Barbarie en el extremo opuesto de la América del Sur, cuando en las pampas argentinas y en las praderas o sabanas norteamericanas haya desaparecido la fisonomía primitiva de aquellas regiones, tal como salieron de manos de la naturaleza, los ingleses y tras ellos muchas naciones, acudirán a los escritos que llevan el nombre de Mrs. Horace Mann para restablecer por la imaginación su

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apariencia, pues que el español no es idioma que sirva de vehículo como el inglés para trasmitir ideas.

Vese esto en el hecho de publicarse recientemente en el South American Journal aquel fragmento de Civilización y Barbarie sin nombre de autor y con sólo de Life in the Argentirie Republic, que es el epígrafe adoptado por la traductora Mrs. Horace Mann.

La más elocuente prueba de la alta civilización que alcanza la República Argentina hoy, es que la Pampa legendaria va desapareciendo, pues las habitaciones del hombre han interrumpido con las arboledas, los empinados eucaliptos, los sombríos ombúes, la lisura solitaria de la pampa en que la mirada no podía distinguir siempre “donde la tierra acaba y comienza el cielo”.

De estas bellezas poéticas de la soledad no queda más documento que el fragmento de un libro que la describió, con las costumbres y usos que engendraba. Adiós rastreador, adiós gaucho cantor, todo ha desaparecido ante el inmigrante ante el hato de ganado Durham, Rochefort, o la oveja Rambouillet que requieren procederes europeos y civilizados. Life in the Argentine Republic es un cuadro de un mundo prehistórico casi como lo será en los Estados Unidos, the life of Sarah Winnemucca, Queen of the Paí-Uttes, edited by Mrs Mary Mann.

No terminaremos estos recuerdos sin decir una palabra de Mr. B. Pickman Mann, que tan preciosos datos nos transcribe.

También ha estado en contacto con el público argentino, como corresponsal de El Nacional; como su ilustre padre, cuyos escritos sobre instrucción primaria traducidos al castellano son el mentor y guía de nuestros maestros de escuela y directores de educación,- como su noble madre ha hecho conocer simpáticamente al mundo inglés que cuenta por millones, nuestras pampas y nuestras luchas de libertad y de civilización.

Pickman Mann se dedicó desde su más tierna infancia a la entomología o estudio de los insectos, como Audubon, de cazar pajaritos, llegó a ser el ornitologista más célebre de los Estados Unidos. Mr. Mann, para completar sus estudios, extendió sus exploraciones hasta Río Janeiro, siendo el Brasil en materia de creación animal y sobre todo de insectos para un entomologista, lo que Roma o Atenas son para un estatuario, la coronación del saber. Con esta preparación fué empleado por el gobierno norteamericano en clasificar los insectos de aquel país, distinguiendo los útiles de los dañinos para la agricultura. De su trabajo da breve noticia en los siguientes términos:

"Le hablaré a la ligera de mí mismo. He continuado sin accidente notable la obra sobre la preparación de una Bibliografía de la literatura norteamericana sobre Entomología, en cuanto sea aplicada a las artes y especialmente a la agricultura Esto con otra obra incidental ha sido mi ocupación oficial como empleado de la división entomológica del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Por mi propia cuenta he trabajado al mismo tiempo sobre la Bibliografía de" la Entomología técnica, continuando la edición y publicación de la revista mensual llamada "Psychis" que principié en 1874. He resuelto rematar esta obra completando el 5º volumen en 1889. Ahora estoy encargado de reorganizar la Biblioteca del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos y renovar el catálogo".

Concluye la interesante carta con las siguientes frases llenas de sentimientos: "Vi al doctor Gould, mientras estuve en Boston. Recordábalo afectuosamente, y dijo que iba a escribirle acerca de mi madre. Yo poco puedo

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decir de ella. Su vida y su muerte fueron prueba de la eternidad y de la inmortalidad del espíritu. Sus amigos desean preparar una noticia sobre sus trabajos, y al mismo tiempo se habla de una nueva biografía de mi padre. Mi hermano y yo hemos conservado muchos materiales que pueden ser usados con tal proposito...”

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EL POETA LONGFELLOW Mayo 8 de 1882. Hace menos de un año que la señora del astrónomo Gould, ella misma

un calculador notable, traía de regreso de los Estados Unidos, con sus recuerdos, uno de los últimos poemas del gran poeta norteamericano, con una dedicatoria de su bellísima letra, dirigida a uno de nuestros hombres públicos, en cuyo escritorio ha podido verse el busto del poeta Longfellow con el de Mann, Vélez, Montt, San Martín y algunos otros de hombres ilustres, sus conocidos.

Longfellow era considerado como el tipo de la belleza de la raza caucásica, y los tratados americanos traen su cabeza para caracterizarla.

Había residido en España y héchose un punto de vanidad hablar y pronunciar el español, como sus mejores hablistas. Mostrábase entusiasta por las escenas de la Pampa argentina y en la vida de Quiroga, el dramático cuento de la Severa, lo encontraba excelente motivo para un poema que él llamaría Le Ruhan Rouge.

Había sido casado con la más bella mujer de su tiempo cuando joven, felicidad que apenas le duró una luna de miel, concluyendo trágicamente, vida que tan bella se anunciaba.

Murió quemada viva, habiendo prendido fuego al ruedo del vestido, huyendo como es el fatal e irreflexivo impulso del pavor.

Bueno es aprovechar este recuerdo para prevenir a las mujeres que enseñen a sus hijas el medio de preservarse de una muerte horrible, que es al menor indicio de llamas en el vestido, echarse por tierra, mantenerse siempre horizontales, y revolearse y volver sobre sí mismas en aquella postura. Si no se apaga instantáneamente, la llama desaparece no pudiendo elevarse, y en todo caso nunca sobre el busto, pues es la brasa que hace el fuego en las pretinas, lo que da la muerte, asando el estómago.

Los últimos años de su vida los ha pasado Longfellow en Cambridge Mann, cerca de Boston, y lugar del famoso Colegio de Harvard, que es la Universidad de Cambridge en America, rival del nombre, y por sus remeros en las regatas, de la Cambridge inglesa.

Al frente de su residencia está la encina de Washington bajo la cual revistó, dicen, el primer cuerpo de milicias puesto a sus órdenes; pero lo que hay de cierto es que la casa del laureado poeta, es la que sirvió al Estado Mayor del ejercito al comenzar la guerra de la Independencia. Allí recibía a sus compatriotas que de lejanos puntos venían en romería a visitar al cantor de las leyendas nacionales y al traductor del Dante, y los extranjeros hacían de verlo parte del programa de viaje antes o después de admirar la cascada del Niágara. .

Allí lo conoció y trató el señor Sarmiento en compañía no poefs veces de Agassiz, de Mr. Gould, de Mr. Hill y de una pléyade de sabios y literatos americanos.

Ha muerto a los setenta y seis años de edad, rodeado del respeto y veneración de sus conciudadanos. “Los americanos que como los ingleses no escasean la admiración a sus grandes hombres, harán de la muerte del poeta Longfellow, un duelo nacional. Ningún hombre de letras era mas honrado por su país ni más digno de serlo. Boston es la Atenas de los Estados Unidos y

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Cambridge se había convertido en un santuario. Longfellow residía allí, es decir, el sabio, el hombre capaz de penetrar la naturaleza de las cosas, la parte íntima de la existencia, que la antigüedad saludaba indistintamente con uno de esos dos nombres".

Noble fin de los hombres de genio, que han sido el órgano de los dolores y de los goces de su patria, que la han alentado como Víctor Huro en los días tristes y las noches sin luz, a perseverar y a esperar mostrándole la petitesse de lo que se imaginaban grande, fuese tío o sobrino, a entonar himnos de glorificación como Longfellow a la patria feliz, que cosechaba ciento por uno de lo que había sembrado, libertad para todos sobre una tierra fecunda guardada para darla a todos. Las flores destinadas a cubrir la tumba, rodean así el lecho en que va a extinguirse la existencia de los que tienen patria o han hecho desaparecer de la escena a los que querían hacerla sólo provisión destinada a alimentarlos.

Hale cabido a Víctor Hugo, la apoteosis en vida que otro siglo acordó a Voltaire por la misma causa; pero su mayor honor está en haber intercedido ante el zar de Rusia por la vida de locos homicidas, y venido hacia él una embajada de príncipes a pedirle una nueva palabra que el autócrata oiría de nuevo; porque no hay en la tierra otro prestigio sobre los déspotas que el talento y las glorias de las virtudes cívicas.

Longfellow, para volver a nuestro asunto, con "el estudiante español" y su conocimiento de la lengua, entraba a formar parte de aquella pléyade de españolistas que han enriquecido nuestra literatura con Ticknor, nuestra historia americana con Prescott, Washington Irving, Motley, estos últimos ministros americanos en Europa, con Bancroft, el historiador de los Estados Unidos, que es la diplomacia premio que guarda la justicia distributiva del gobierno en lugar de mandar o aspirantes o enfermos a representar los Estados Unidos, como una pantalla hecha de sus oscuras personas, acaso para que por ellos juzguen que es la nación o el gobierno que los envía acaso alguna oficina de colocar dependientes sin ocupación.

Longfellow ha escrito varios poemas que le han labrado su reputación. Uno tomado de las tradiciones indias, tras la huella de Cooper, "Happy Hunting Grounds", las felices regiones del oeste, adonde se trasportan las almas a pasar la vida eterna cazando el Amen de los egipcios al lado siempre donde el sol se pone, porque es claro que si se ausenta de la tierra de los vivientes es para ir a alumbrar los campos felices de los muertos, las Islas Fortunatas u otros países lejanos como los Campos Elíseos.

Su Evangelina es su triunfo como poeta. Es una amante desgraciada que pasa su vida buscando a su amante que desterraron los ingleses de la Arrcadia, y en su busca recorre y describe todas las fases de la vida de los americanos, lo que haría del poema una Odisea moderna que tiene por teatro la colonización o la fundación de los Estados Unidos. Era joven y bella cuando comenzó su viaje, cuando se detiene está ya vieja y desalentada; pero ha descripto la vida de los colonos, de los salvajes, de los misioneros, la vida pastoral, la vida agrícola, la vida religiosa, la vida del desierto. Concluye su vida como hermana de la Caridad, y al inclinarse sobre un agonizante reconoce a Gabriel, el objeto de su abnegación y constancia.

Este recuerdo de la amistad y esta muestra de veneración irá del extremo de la América a unirse al coro de alabanzas que le entonarán a

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Longfellow todos los americanos, tejiéndole la corona de flores que ceñirá la frente del poeta. Una violeta humilde no estará demás entre ellas.

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EMERSON ¡Los dioses se van!

(El Nacional, junio 26 de 1882.) Decía una señora al leer el anuncio de la muerte de Longfellow, y de

Garibaldi: el poeta de la naturaleza americana y el poeta de la unidad italiana. Lléganos la noticia de la muerte de Emerson el poeta filósofo de los Estados Unidos, que tuvimos el placer de contar entre nuestros amigos, y de ver reunidos con la pléyade de hombres notables en que figuraban Longfellow, Hill, Gould, Agassiz, y tantos otros.

Emerson tenía su modesto Ferney, en Concord Mass, donde residía entonces Mr. Horacio Mann, y allí oímos la frase tan profunda: "la nieve contiene mucha educación", preguntándonos si nevaba en nuestro país.

De poco tiempo a esta parte aquella paradoja al parecer, está recibiendo una extraña confirmación en las montañas de la Noruega, cubiertas de muchos pies de nieves, cesa la vida al aire libre y los paisanos pasan cuatro y cinco meses encerrados en sus habitaciones, consagrados a ocupaciones sedentarias y fabriles. Un apóstol de la educación se ha consagrado a dar educación superior a los reclusos, y cuenta poner la clase labriega sobre todas las clases sociales por el profundo saber obtenido, en este mundo clauso bajo paredes de nieve.

Decíase de Emerson, que era una cabeza griega sobre cuadradas espaldas yanquis. La opinión general ahora es que durante cuarenta años, después de veinte opuestos a sus doctrinas, él ha tenido la dirección de los espíritus en Norte América, y visto formarse la escuela Emerson de ideas. Vivió siempre en Concord donde lo tratamos, pretendiendo que como poeta, "debías vivir bajo las influencias directas de la naturaleza". A la mitad de su carrera se había emancipado de todo provincialismo, pues que atribuyen a Boston y a Filadelfia mucho espíritu local, como no falta aquí entre nosotros, aunque por excepción hayan salido de suseno, Franklin, Canning, Webster y Emerson.

Sus pensamientos están contenidos en varios libros y discursos. "Los hombres representativos, es uno de los más notables, mostrando cómo un hombre puede representar un siglo, una raza, una nación, Napoleón, Washington, y lanzar a su país o al mundo, Mahoma, Jesús, en vías nuevas. Su otro libro, "Rasgos Ingleses" es considerado como muy característico del genio del autor. "La Naturaleza" fué el primer trabajo de 1834, como parece que el último es "La Historia Natural de la Inteligencia".

En 1881, ya muy anciano y desmemoriado se presentó en Cambridge a leer un ensayo suyo sobre Carlyle, su amigo, y cuya correspondencia será publicada por la hija de Mr. Emerson, Mrs. Forbes, a quien Carlyle le regaló su parte.

Vivimos en tiempos felices, en que el talento del escritor, y las ideas que difundió en torno suyo no quedan por largo tiempo estagnadas si fueron inspirados por la pasión y el interés de la humanidad y del progreso. Hase dicho que no hay genio, sino en los trabajos que afectan a la especie humana entera para su mejora. Así Livingston y Stanley, Alejandro y Washington, Franklin y Mann han de tener siempre y en todos los países, grandes admiradores, confesores y discípulos. Una palabra desde el Río de la Plata que

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va con conciencia y amor a reunirse a los amigos de Estados Unidos, no ha de ser desatendida por los que sobreviven en Concord.

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DON MANUEL SALAS

(Mercurio de 9 de diciembre de 1841).

Hacia algún tiempo que los amigos del finado don Manuel Salas veian

estinguirse lentamente una vida que honraba tanto a Chile, i pocos eran los que se dejaban fascinar por aquellos momentos de alta en los progresos de la última enfermedad de un anciano, o los espirantes esfuerzos de la vida que parece alentarse un momento, como los últimos resplandores de una lámpara próxima a estinguirse para siempre. Don Manuel Salas se ha desprendido de la vida sin sufrimiento i sin agonía, después de haber recorrido con honor el largo período de su existencia, dejando útiles ejemplos de virtud i patriotismo a la imitación de los que le sobreviven. Don Manuel Salas poseía uno de aquellos caracteres tan raros como felices, a los que sin faltar a los deberes de su época, les es dado cruzar por el campo turbulento de las grandes revoluciones sociales, sin sublevar pasiones encarnizadas en perseguirlos, i sin contaminarse en los estravíos tan reprensibles como indispensables que aquellas enjendran. Dotado de una intelijencia ventajosamente cultivada, de maneras insinuantes i corteses, de un jenio festivo i decidor, i mas que todo, de una rara moderación, desde mui temprano se echó con todo su corazón en la gloriosa lucha de la revolución, en la que prestó eminentes e importantes servicios; i con su jenial franqueza i sinceridad, con su ardiente patriotismo i su espíritu conciliador, supo en las diversas fases que los sucesos han dado a nuestra política interna, conciliarse el respeto i aun el aprecio de sus adversarios, careciendo por otra parte de aquel temple de alma que no perdiendo toda esperanza en el porvenir de la patria, nos hace intolerantes i absolutos con los hechos que se desenvuelven en el momento presente, e irreconciliables con las opiniones e ideas que prevalecen. Persuadido de que los progresos se obran muchas veces a pesar de la política de los gobiernos, i que el tiempo les ofrece con su lenta marcha un camino mas seguro, si bien mas largo, estaba siempre dispuesto a aplaudir todo proyecto de mejora, i toda reforma que tendiese a asegurar la libertad i el orden, dos fines constantemente unidos en su corazón.

Una de las prendas que mas han caracterizado esta noble existencia, i que mas excita nuestras simpatías, porque por desgracia aun no es mui común entre nosotros, es ese amor entrañable por el pueblo que le distinguió siempre, i su anhelo constante por la adopción de todas aquellas mejoras que independientes del gobierno i de la política, pueden introducirse en un pais nuevo, por el solo impulso del verdadero ciudadano amante de su pais. Don Manuel Salas era un filántropo, un patriota, i son muchos los bienes que ha hecho a su patria, sin necesidad de desempeñar un empleo que lo pusiese en el deber de hacerlos.

Sus últimos días han sido dignos de una vida tan pura i tan sencilla. Rodeado de sus amigos, se hacia leer los periódicos, tomando en las materias de que se ocupaba el interés de un hombre que creyera vivir por largo tiempo aun. I no se crea que se hacia ilusiones sobre la duración de sus dias. Un hecho característico i que revela a la vez el temple alegre i chistoso de su jenio i el convencimiento en que estaba de su cercano, fin, merece referirse. Un individuo se hacia anunciar en uno de los dias de su enfermedad. El señor

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Salas, que no se sentía inclinado a recibirlo, « dile a ese señor dijo al sirviente, que le agradezco su atención, que no me es posible recibir visitas ahora; pero que le pagare su fineza tan luego como me levante de la cama », apoyando estas últimas palabras con cierta sonrisa burlona que les daba un sentido picante e irónico.

Dos cosas fijaban profundamente su atención en sus últimos momentos. La una era el cultivo de la morera i la cría de gusanos de seda, de que hablaba con entusiasmo a sus amigos, enseñandoles capullos de seda i hojas de morus multicaulis, de que su cama estaba rodeada. La otra eran las desgracias de la República Arjentina, que le aflijian profundamente, haciéndose instruir todos los dias de los rumores que sobre los últimos sucesos corrían, i alegrándose vivamente cada vez que un acometimiento favorable a la causa de sus amigos políticos, venia a interrumpir la larga cadena de contrastes que les han sobrevenido en la terrible i abatida lucha que sostienen.

Liberal en sus ideas i principios, i quizás un poco dominada de la incredulidad del siglo XVIII, cuyas doctrinas ha debido beber en su época, no ha querido salir de este mundo sin saber a que atenerse con respecto al otro. Atribuimos a este motivo su predilección por la lectura del Evanjelio en triunfo, que se hacia leer diariamente, i cuyos raciocinios filosóficos sobre las creencias relijiosas i las discusiones a que ellas dan oríjen, le preocupaban profundamente.

Así ha terminado su vida este digno chileno cuya muerte deploran todos los buenos patriotas, cualesquiera que por otra parte sean sus opiniones políticas. Deja en la memoria de sus conciudadanos los mas gratos recuerdos a la patria, una deuda de reconocimiento, i a la juventud un noble ejemplo. Su Vida fué un dechado de decisión por la causa de la libertad que sirvió con integridad i desinteres. Su vida pública estuvo siempre fuera del alcance de los tiros de las calumnia, que se ceba de continuo en herir las mas altas reputaciones. La gratitud pública rodeará de guirnaldas su tumba, i el recuerdo de sus virtudes, de su patriotismo, de sus dignas acciones, prolongará en la memoria de sus conciudadanos esta vida que solo deja de continuarse, pero que se sobrevive a sí misma, conservándose siempre presente a las miradas de la nación a quien tantos servicios prestó.

El Araucano, nuestro digno colaborador, nos ha precedido en dedicar sus pajinas a honrar la memoria de este ilustre patriota, i nosotros como los editores de aquel periódico, sentimos entrañablemente no poseer pormenores mas detallados sobre la vida i hechos de este buen ciudadano. Desgraciadamente carecemos de toda clase de datos escritos, i cada dia desaparece de entre nosotros una figura del noble grupo de las grandes reputaciones de nuestra revolución, llevándose consigo la relación exacta de sus hechos, i dejando la historia a ciegas sobre lo que mas le interesa conocer. Los grandes hombres son partes visibles que ella ha colocado en sus cuadros, para hacerles desarrollar los sucesos i desenvolver las instituciones; ellos representan las ideas, los instintos, las creencias i las necesidades de los pueblos. La biografía es la materia primera de la historia, i la nuestra va irremediablemente a ser pobre de materiales. Las tintes de la filosofía i los adornos característicos de la época, caerán sobre una tela tosca i preparada con desaliño; la tradición solo recuerda hechos jenerales, i los acumula sin concierto, sin hilacion i sin orden; el tiempo los confunde en fin, los mezcla de asuntos estraños i desfigura con relaciones inexactas el bello tipo orijinal.

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No hacemos sin objeto estas observaciones, i desearíamos que los jóvenes que gozan hoi de los inestimables beneficios que los esfuerzos i sacrificios de patriotas como el que nos ocupa les ha proporcionado, empleasen sus nacientes talentos, su juvenil actividad, en reunir cuantos datos puedan obtenerse sobre la vida de este ciudadano eminente; interrogando para ello las actas públicas, las reminiscencias de sus amigos, las tradiciones populares. ¿No se haria con esto un grande servicio a la república, a la moral i a la gloria? ¿No podría el gobierno premiar una buena posición de este jénero, para echar a la juventud estudiosa en esta nueva via de progreso? No bastaría para recompensar al que con acierto la desempeñase, la aprobación del publico i la gloria de haber honrado a uno de nuestros héroes, i llevado dignamente su nombre a la historia i a la posteridad? ¿Habremos siempre de quejarnos inútilmente de esta negligencia de nuestra juventud, que no hace cuanto podria para aplicar a cosas de utilidad social las luces que cada dia acumula, i que parece absorberlas en su mente? Creemos positivamente que aprovecharán nuestros jóvenes la presente ocasión i esplotarán la rica mina que se ofrece a su actividad, patriotismo i entusiasmo por lo que es grande, noble i bello. Si así no lo hiciesen, nosotros probaremos a ensayar nuestras débiles fuerzas en una tarea, que desde ahora sentimos, por mas de un motivo, mui superior a nuestra capacidad. Debemos a la memoria de este eminente patriota la honrosa i entusiástica distinción de haber favorecido con su aprobación algunas de las humildes publicaciones de nuestro diario, i honrándonos con su particular interes i aprecio, aun sin conocernos.

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EL CORONEL DON JOSÉ LUIS PEREIRA

(Mercurio de Valparaiso de 6 de mayo de 1842).

Cada año que trascurre nos arrebata entre sus torbellinos una de las preciosas fojas del libro viviente de la revolución americana. Árbol fecundo que dio sus frutos, el otoño del tiempo se lleva una a una sus marchitas hojas. La tumba es el campamento jeneral á que dentro de pocos años habrán llegado, cual mas temprano, cual mas tarde, todos estos viejos campeones de la lucha de la independencia, que como los artífices de un templo gótico, desaparecen de la escena dejando a las jeneraciones venideras su obra, mas venerable cuanto mas antigua, imperfecta cuando los ojos de la presuntuosa crítica se fijan en sus proporciones: pero sólidamente reclinada sobre sus anchas bases, sufriendo sin murmurar los ultrajes de los siglos, i escuchando con desden los juicios de las nuevas jeneraciones que no alcanzan a comprender el pensamiento sublime que la enjendró, i que achacando a defecto su misteriosa oscuridad i su silencio majestuoso, se detienen a admirar los bellos arabescos que decoran su superficie. Uno de esos instrumentos de la libertad americana acaba de responder muriendo a la voz del Eterno que repentinamente le llamó a su seno. El coronel Pereira nos ha dejado mas temprano de lo que su patria adoptiva, sus discípulos i su familia tenian derecho a esperar. Queremos detenernos un momento a contemplar esta vida que se estingue, como el viajero que, solo en medio de los campos, se queda mirando tristemente el punto del horizonte en que se ha escondido el sol que le abandona. Fieles a los instintos de la grande jeneracion que nos ha precedido, quisiéramos recojer cuanto antes todos los escombros gloriosos del sacudimiento social que ha enjendrado nuestra existencia política, para presentarlos a la historia para que los coloque i clasifique según su importancia.

No nos proponemos hacer una biografía. El coronel Pereira no pertenece a aquellas brillantes reputaciones militares que detienen a veces el furor de los combatientes, para verles descargar los golpes de la espada que relampaguea en los aires. Durante la lucha de la independencia fueron comunes estos brillos gloriosos; pocos fueron, empero, los que con un grande conocimiento del arte militar, sabían preparar en los duros ejercicios del campamento, a los soldados que habian de fecundar i hacer útil tanto brío. El coronel Pereira era de este corto número; si no era la flor mas brillante de los ejércitos, era una de las raices que les daban consistencia en medio de los conflictos de una larga i azarosa campaña.

La heroica resistencia que la ciudad de Buenos Aires, su patria, opuso a la invasión de los ingleses el año 1806, suscitó el ardor marcial de Pereira, joven de 16 años, i le hizo echarse como muchos otros en la carrera de gloria que ha recorrido. San Martin, jefe distinguido de la guerra de la Península, trajo para hacer triunfar la revolución, un poderoso ausilio a los patriotas, cual era el de la disciplina, la táctica i la estratejia que habia aprendido combatiendo en España contra los ejércitos mas poderosos entonces i mas bien formados del mundo; i el joven Pereira fué escojido entre otros, para llevar a cabo en los granaderos a caballo el primer ensayo de la ciencia militar. El combate de San Lorenzo mostró cuanto podia esperarse de soldados endurecidos por la disciplina, habituados a la obediencia mas ciega, e instruidos profundamente según el uso

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europeo. Con San Martin i los granaderos fué después a hacer la campaña del Alto-Perú, pasando en seguida a servir bajo las órdenes del jeneral Belgrano.

El año de 1809 le vemos atravesar el Plata custodiando en calidad de reo al señor Sasney, enviado secreto de Napoleón que creyó tentar la fidelidad de un pueblo que, sintiéndose con demasiado brío para soportar sin murmurar un yugo, no se contentaba con cambiar de amos, sino que quería sentarse él también en el congreso de las naciones. Cuando la revolución del año 10 vino a despertar al pueblo para ceñirle la espada de los combates, Pereira tenia ya la suya en la mano, i la habia ofrecido al gobierno revolucionario; i con los nuevos conscriptos tomó parte en las campañas que con suerte varia hicieron los ejércitos en las Provincias Unidas en el Alto Perú. Un hecho que caracteriza las calidades militares del coronel Pereira, ocurrió en una de ellas, i merece recordarse. La derrota de Zipezipe introdujo la confusión en todo el ejército arjentino que huia despavorido durante algunos días. Cuando el jeneral Belgrano hubo de reunir sus dispersos, halló una masa informe de soldadesca, jefes i oficiales, hacinados en la mayor confusión. Un solo escuadrón habia conservado sus filas i se retiraba mas bien que huia. El capitán Pereira se habia apoderado del mando, i lo habia salvado de la disolución jeneral del ejército. El jeneral Belgrano abrazó al único militar de su ejército que habia sabido conservar la disciplina del soldado, i lo presentó a los jefes como un modelo para su ejemplo.

El mayor Pereira trajo desde Tucuman a Mendoza dos escuadrones de los célebres granaderos a caballo que para cojer tantos laureles habían sido creados. Con el rejimiento formado sobre aquel escojido plantel, pasó los Andes, se distinguió en Chacabuco, donde recibió una herida; i en Maipú, abriendo bajo el fuego mortífero del batallón Burgos las cercas de la viña de Espejo, penetró con sus granaderos en este atrincheramiento, desde donde los españoles fusilaban sus soldados, parapetados aquellos por las tupidas cepas; i contribuyó con este acto de valor a la decisión de la batalla. Hizo después la campaña de Chiloé, i adoptando nuestro pabellon nacional, pasó desde entonces al servicio de la república que con los demás valientes de los Andes acababa de libertar.

Desde ese tiempo data una segunda época en la vida militar del coronel Pereira. Quedando al mando de la guardia de honor i los cazadores que permanecieron en Chile al tiempo de la espedicion libertadora que zarpó el año 20 para el Perú, el infatigable coronel dedicó toda la actividad de sus facultades físicas i morales i toda la enerjía de su carácter, a la formación de nuestros cuerpos militares; i pocos son los coroneles, i no muchos los jenerales chilenos que no hayan recibido de este escuadronista las primeras lecciones del arte. Pereira poseía en un grado eminente todas las cualidades que deben acompañar al que se ocupa de la formación del soldado. Moralidad, instrucción militar, enerjía, celo i actividad, no eran todas las dotes que en él sobresalían. Discípulo distinguido de la severa escuela militar con que San Martín vino a suplantar el entusiasmo de los primeros años de la guerra de la independencia, Pereira sabia amasar esos soldados de hierro que resistían con estoica perseverancia las fatigas i miserias de una guerra americana, en las que una tienda de campaña es un lujo afeminado, una ración de pan un regalo que solo se gusta al entrar en un pueblo. Pereira ha concurrido a la formación de un gran número de nuestros cuerpos, i pocos jefes han osado disputarle la preeminencia en este ramo de la profesión militar.

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Pero al antiguo coronel estaba reservada otra tarea mas fecunda en resultados, i que mas duradera influencia debia ejercer en el arte militar en Chile. Pereira fué escojido por el gobierno para realizar la academia militar, bello plantel en donde debían perpetuarse las tradiciones de la disciplina de los ejércitos, auxiliadas de una práctica rigorosa e ilustradas por un nuevo i mas copioso caudal de luces, en cuyo cargo sus vijilias i sus continuados ejercicios le hicieron contraer la enfermedad de que ha sido víctima. Sí el pensamiento de esta escuela era fecundo, la elección del instrumento era aun mas acertada. Pereira era el único hombre capaz de realizar en todos sus detalles esta brillante empresa; i gracias a su perseverancia invencible, a su infatigable celo, nuestra juventud militar puede gloriarse de haber recibido con mayor ilustración, la misma educación ríjida, dura, bárbara si es posible decirlo, que hizo a sus mayores sobrellevar tantas fatigas i cojer tantos laureles; i que solo ella puede dar al brillo de las charrateras su verdadero valor. La campaña de Yungai ha sido la piedra de toque en que se ha ensayado la suficiencia de los discípulos i la capacidad del maestro; i en honor del uno i de los otros, debe decirse que rarísimos son los que no han acreditado la excelencia de su preparación. La disciplina estóica i seria introducida por San Martin en América i con la que se llevó a cabo la revolución, ha sido trasmitida por Pereira sin relajación a la juventud chilena, que la trasuntará a las nuevas jeneraciones militares. No hai un solo joven militar que no le haya mirado como a un padre, i si bien severo, la voz estentórea i penetrante del escuadronista i del jefe de parada, resuena aun en el fondo de sus corazones imponiendo silencio, esplicando la táctica o reprendiendo las faltas.

Ta. es el lijero cuadro que hemos podido trazar de la vida de este soldado que durante treinta i seis años ha ceñido la espada en dos repúblicas distintas, i que durante veinte i cuatro años ha soportado con honor las paletas de coronel. El mas antiguo jefe de su graduación, el escuadronista que ha enseñado a la juventud el arte militar, lia dejado una familia numerosa, una esposa, unos discípulos i unos amigos que lo deplorarán largo tiempo.

El martes por la mañana cruzaba con lento paso por las calles de Santiago el carro fúnebre que llevaba sus restos, seguido de un grupo de oficiales a caballo i del batallón Portales, encargado de hacerle los honores fúnebres. Numeroso cortejo de rodados seguían el triste acompañamiento. Entre los concurrentes se hallaban varios jefes arjentinos, entre ellos el señor Melían, su coronel en granaderos, el señor Necochea, i otros. Una descarga del batallón anunció en el Panteón a los concurrentes que nueva losa sepulcral habia caído para ocultar los restos molrtales de uno de nuestros antiguos guerreros, i enseñar en su lugar su helada e insensible frente, ironía de la vida, último esfuerzo del orgullo humano que se afana por poner un apéndice a la existencia, diciendo a todos los pasantes con su boca cerrada : aquí yace uno que dejó de ser!

Era el coronel José Luis Pereira de estatura i proporciones atléticas, de formas garbosas i planta arrogante. A un profundo conocimiento de la instrucción militar de infantería i caballería, reunia un carácter amable, una probidad sin tacha que le granjeaba el respeto del soldado, el afecto de los oficiales, i la estimación del público i del gobierno. Ha muerto a los 51 años de edad.

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La orden jeneral ha honrado su memoria dándole los epítetos de benemérito e ilustre, i recordando con encomio una vida entera consagrada al servicio público.

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EL PRESBÍTERO OVALLE I BALMACEDA (Progreso de 26 de noviembre de 1812).

Los fastos mortuorios de Santiago han inscrito anteayer en su lúgubre

rejistro un nombre que nunca se oyó sin veneracion i respeto, que nadie repetirá sin gratitud i sin amor. Ha muerto el presbítero Balmaceda! Nuestro clero pierde en él un modelo inimitable de todas las virtudes que deben honrar tan santo ministerio, la humanidad su timbre mas glorioso, la orfandad i la indijencia su cuotidiano paño de lágrimas. ¡Pobre viejo! sus restos mortales se levantarían todavía de la tumba si llegase a penetrar en sus cavidades un solo jemido de miseria i aflicción; su tanto espíritu sollozaría a los pies del Eterno, si sus oraciones no pudieran remediar los males que en su mansión terrestre le dieron tanto que hacer. La desgracia va ahora a llamar de puerta en puerta en su busca, sin que el buen anciano salga a consolarla. ¡Cuántos tienen que deplorar la irreparable pérdida! Cuántas lágrimas correrán sin que haya una mano piadosa que las enjugue ! ¡Cuántos van a encontrarse ahora solos, sin apoyo alguno sobre la tierra.

No se tema que prodiguemos sin mesura palabras de fórmula, para adornar con algunas flores la tumba de un muerto. ¡Líbrenos Dios de ello! Nuestro temor solo consiste en que no acertemos a honrar debidamente al sublime representante de la caridad cristiana en Chile, al monumento mas cándido de la humanidad en la tierra. El presbítero Balmaceda no ha figurado en los altos puestos de los honores humanos; ningún título se añadió al simple dictado de presbítero que él redujo a su significación primitiva ; i solo a su caridad evanjélica i a su inocente pureza de costumbres, debe la grata reputación que lo ha hecho un objeto de veneración en todos los estremos de la república, pues a todas partes se ha estendido la fama i el olor de su santidad. Nunca oiréis en la cabaña del pobre recordar su nombre, sin que alguien miente alguna acción loable del bondadoso presbítero, alguna familia salvada por él de la desgracia, o alguna cándida e inofensiva jenialidad del buen anciano. No es en las actas públicas donde debe ir a buscarse la larga enumeración de sus caritativas acciones, sino en la memoria del pueblo donde se hallan depositados todos los hechos que pudieran formar su biografía. Hai tradición tan larga como ha sido su útil i laboriosa vida, tradición que las madres han podido pasar a sus hijos, i estos añadir a los multiplicados actos de beneficencia que ha ejercido últimamente, i a las austeras privaciones de su vida ejemplar. Tal ha sido la inocencia de sus costumbres, el ardiente espíritu de caridad que lo animaba, que mereció ser apellidado el siervo de Dios, el santo.

El cristianismo ha producido en todos tiempos dos jéneros de virtudes cristianas : las unas reconcentran el individuo en sí mismo, i le hacen ocuparse enteramente de preparar por la penitencia la salvación de su alma; las otras que estienden sobre la sociedad entera sus miras i hallan el cumplimiento de sus deberes en el alivio de la desgracia. No siempre han andado juntas estas virtudes, i las primeras cuando han aparecido solas, han sido tachadas de exajeracion i de estravío; porque es lo que nuestra relijion tiene de santo i de grande, que pone en el amor del prójimo la base de toda virtud i de toda su práctica. Es una relijion social, humana, que tiende a la unión de todos sus

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individuos, i a hacer respetable la misma desgracia. Nuestro santo varón dividió en iguales partes sus acciones i sus prácticas, fué no menos ascético i penitente que filántropo i caritativo.

El venerable presbítero Balmaceda era oriundo de esta ciudad, i de estraccion noble i elevada, i como primojénito se halló heredero de un mayorazgo. Las vanidades mundanas lo convidaban desde luego con sus atractivos i sus goces; pero por educación, por carácter, por instinto, prefirió desde temprano la carrera menos esplendorosa del sacerdocio, a cuya santificación se sentía dispuesto a consagrar todas las fuerzas de su alma.

La revolución de la independencia, que para no pocos fué una piedra de escándalo, halló a nuestro presbítero perfectamente preparado, i sin dejarse alucinar por el aparato de una pretendida fidelidad, abrazó con ardor la causa de su patria.

Pero habia todavía algo que removía mas profundamente su corazón, i que excitaba en su alma el mas vivo interés. El alivio de las desgracias era su propensión innata; i la previsión solícita de su piedad, le indicó mui temprano el lugar donde debia poner su inmenso capital de caridad i beneficencia para que redituase utilidades mayores i mas duraderas. Los hospitales en que la indijencia i las enfermedades piden a la caridad pública protección i amparo, fueron desde luego su objeto favorito, i desprendiéndose jenerosamente de su fortuna, fundó rentas para el de San Juan de Dios, que le debe su existencia. Ochenta mil pesos fueron consagrados por el buen presbítero a este filantrópico establecimiento, i ni el temor del porvenir, ni los consejos prudentes i ruegos de sus amigos, pudieron hacerle reservar parte de aquel dote que consagraba a la caridad, su verdadera esposa.

Toda su vida es un asombroso conjunto de hechos memorables. Encargado por un moribundo de testar a su nombre de una cuantiosa fortuna, la distribuyó entre todos los parientes pobres del finado, i reservándose solo una imájen de la vírjen, i arrodillándose ante ella, al terminar su obra, exclamó con lágrimas en los ojos : limpio entré, Vírjen santísima, i limpio salgo.

Tenia por práctica habitual no cerrar sus puertas de noche, i no obstante haber sido en una de ellas amarrado i desnudado por algunos ladrones, jamas cambió de conducta. Temia que algún menesteroso se arredrase de turbar su sueño. Ah! qué sueño! Triste ironía del reposo necesario a nuestra existencia. Ascético por principios relijiosos como filántropo por carácter, cruel para consigo mismo, i solo humano para con los demás, dormia a imitación de los santos de la edad de oro del cristianismo, en una tarima, teniendo por despertadores solícitos, cilicios i maceraciones austeras.

Economizaremos la relación de una serie tan larga como su vida, de acciones loables i de actos de beneficencia, que cada uno de ellos habría bastado para honrar la memoria de un individuo. Muchos son los que le deben su fortuna i el bienestar de sus hijos, millares los que encontraron en él un abundante socorro para las necesidades del momento.

Por lo demás, sencillo, inocente, candoroso i alegre, nadie habría sospechado la austeridad de sus penitencias, si los años, su palidez i su vacilante paso no lo revelaran. Tenia jenialidades características i conforme á ese sentimiento exaltado de humanidad que hacia el fondo de su carácter. Del cuidado de los hombres pasaba a los animales, i en su hacienda jamas se castraban bestias, ni consentía voluntariamente en que se matasen para proveerse de carne.

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Murió el presbítero don Francisco Ruiz de Ovalle i Balmaceda a los 64 años de edad, de la muerte mas dulce, la muerte que proviene de la es tinción del último pábulo que en un anciano alimenta la vida. Se le encontró muerto en el interior de su casa. Al remover su cadáver descubrió bajo el hábito sacerdotal ¡la mortaja!

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EL PRESBÍTERO DON JOSÉ MANUEL IRARRÁZAVAL

(Progreso de 28 de marzo de 1844).

Sucede con las necrolojias en los diarios i en las oraciones fúnebres, lo que con los epitafios en los sepulcros. Id, os ruego, al cementerio en una apacible tarde de otoño, recorred sus monótonas i uniformes calles de lápidas; internaos en los bosquecillos de rosales i sauces llorones que a cada soplo lijero de la brisa derraman puñados de hojas marchitas sobre los mausoleos i urnas cinerarias que esconden, cual si quisieran recordar a los restos cuya nada aun engalanan, que cada momento que pasa, cada sacudimiento de la vida arranca del corazón de los que le sobreviven, una hoja de su memoria, hasta que el invierno del olvido consume i deseca las últimas reminiscencias. Echad una mirada por la lista de nombres que a cada paso que dais, atraen a uno i a otro lado la atención. Tened la paciencia, os ruego, de leer una a una las palabras de encomio que los acompañan, la enumeración de las virtudes del finado, las muestras inequívocas de la piedad de los deudos. ¿Dónde pues, yacen, esclamareis, los padres desapiadados, los desnaturalizados hijos, puesto que aquí solo están los que según sus epitafios, fueron modelos de virtud o de piedad filial? ¿Dónde se esconden los restos de los majistrados prevaricadores, del sacerdote indigno, del poderoso opresor? ¿Fueron, por ventura, las jeneraciones que hallamos bajo las plantas, mas virtuosas, mas humanas, o menos corrompidas que la presente! ¿Tanto hemos dejenerado de ayer a hoi? I estas voces heladas i sin eco que, adonde quiera que fijéis la vista, os están diciendo : « Aquí yace 4 un dechado de virtudes, aquí un buen padre », no pudieran ser sofocadas por otra potente, exasperada, que se arranca del fondo del corazón del espectador, por un grito de la conciencia que dice : « Aquí solo yace la verdad que bajo tanta mentirosa inscripción está escondida! »

« La verdad! la realidad! el hombre! la sociedad! mezcla informe de virtudes i vicios; de grandeza i mezquindad; de tarde en tarde una perfección moral; de vez en cuando una monstruosidad del crimen; por lo demás, la vulgaridad bajo todas sus faces. A fuerza de oir encomios i alabanzas prodigadas sin tasa a la memoria de los muertos, por solo el mérito de haber dejado de existir, se siente uno inclinado a medir con la misma medida de esceptismo aquellas que se prodigan a la virtud ejemplar i austera de los esclarecidos varones que de tiempo en tiempo descuellan en la sociedad como fanales luminosos que alumbran la parda noche de la vida colectiva de los pueblos. El mismo lujo de epítetos laudatorios cubre al relevante mérito i mediocridad afortunada. ¿Se quiere decir que hubo un modelo digno de ofrecer a la imitación de los que le sobreviven, un reflejo de las virtudes celestes? Ai! que eso mismo se ha repetido cien veces con motivos menos dignos; i las flores derramadas sobre la tumba de los que dejan la vida, solo prueban que la naturaleza ha sido pródiga de sus dones i que cada cual tiene el derecho de cojerlos.

Pero hai, por fortuna, ciertos nombres que se abren paso por medio de la nube de incienso que de todas partes se levanta para encubrir con su espesura las pequeñeces humanas; nombres que desdeñarian los encomios, porque ellos mismos lo fueron para los que tuvieron la dicha de llevarlos; nombres de

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que un pueblo se envanece apropiándoselos; nombres, en fin, que se perpetúan burlando a la muerte i al tiempo, cuyas guadañas se embotan al tocarlos.

A esta categoría pertenece el del ilustre sacerdote cuya vida nos proponemos, ménos que seguir en toda su laboriosa carrera, caracterizar por medio de lijeros rasgos. El presbítero Irarrázaval ha llamado la atención del público, su memoria está tan íntimamente grabada en el corazón de sus contemporáneos, i se liga tan inmediatamente a todos nuestros recuerdos, que nos parece materia digna de ocupamos el esplicar, si es posible, esta vida consagrada al servicio público de una manera casi escepcíonal, i las peculiaridades que distinguieron al hombre, cuya palabra resuena aun en el oído de millares que se alimentaron de ella durante una larga serie de años. El presbítero Irarrázaval es algo mas que un sacerdote piadoso, un hombre caritativo i ejemplar, es un hombre público, uno de esos hombres de acción que ejercen una grande influencia sobre su época, i dejan profundas huellas en el terreno que les cupo atravesar.

José Manuel Irarrázaval nació el 27 de Julio de 1788. Sus primeros años se deslizan silenciosos en una hacienda de campo, en la vecindad de Illapel, aliado de su padre el entonces marques de Irarrázaval. Esta vida campestre en que recibe sus primeras sensaciones, i la intimidad doméstica con uno de aquellos personajes que representaban entre nosotros la antigua nobleza española, trae voluntariamente a la memoria las costumbres severas de la época que nos ha precedido, los sentimientos jenerosos que estamos habituados a atribuir a los hidalgos, la vida solariega de los señores feudales, i aquel temple de carácter que a medida que nos civilizamos, pierde de su resistencia e inflexibilidad.

Se ha observado ya que las provincias apartadas de los grandes focos de civilización, producen con frecuencia esas voluntades enérjicas que saben abrirse paso por sobre las resistencias; que adoptando una línea de conducta, la siguen sin desviarse ni a derecha ni a izquierda; espíritus fuertes que piensan de un modo que les es propio i que espanta o repugna a los que han seguido toda la tramitación ordinaria de la cultura; corazones enseñados a sentir por el espectáculo diario de una naturaleza vírjen que les hace mirar con desden todos los vanos aparatos, todos los frájiles andamios de que se complace en rodearse una sociedad frivola i decrépita. Chateaubriand, La Mennais4..

Estos dos hombres que han removido tan fuertemente los espíritus, salieron del fondo de la Bretaña, endurecidos con la vida i el espectáculo de la naturaleza. ¿Seria temeridad atribuir a la influencia que debieron ejercer sobre el ánimo del presbítero Irarrázaval estos primeros años pasados en el campo, en contacto con el tosco pueblo de la comarca, presenciando su miseria de espíritu i de cuerpo, deplorando en silencio sus vicios i su ignorancia, aquella especie de vocación que lo ha arrastrado a recorrer las provincias i los departamentos rurales, para llevar a los hombres groseros del campo el pasto abundante de su predicación, i sus socorros i larguezas que con mano tan pródiga derramaba por todas partes? ¿Tendría otro oríjen su menosprecio por las dignidades con que tantas veces quisieron condecorarlo, como si temiera que echasen sobre él un peso incómodo que cortase la movilidad que su simple i modesto título de presbítero le conservaba? ¿Adonde, si no es al hogar doméstico, a los sentimientos caballerosos de una edad que ya ha pasado,

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ocurriríamos para hallar el oríjen de esa largueza con que ha prodigado siempre los dones de la fortuna, de ese desprendimiento que le hacia menesteroso en medio de las riquezas? Lo que podemos asentar como cierto, es que las inclinaciones del corazón i las dotes del alma preceden a la educación adquirida, i que la vida entera del hombre se diseña en la infancia, a la manera de las plantas que ya viven en el jérmen que les sirve de feto.

El presbítero Irarrázaval principió a educarse al salir de la pubertad, i el grado de bachiller parece que dejó satisfechas todas sus aspiraciones, pues que sus estudios en filosofía i teolojía fueron rápidos i aventajados, habiendo llamado la atención de sus catedráticos por la claridad de su intelijencia i su asidua aplicación.

Aun antes de recibir las órdenes sagradas, lo que no ocurrió hasta el año 1803, ya empezaba por crearse un teatro en donde abandonarse mas tarde al instinto que lo impulsaba a consagrar su vida a la prédica doctrinal, con el objeto de mejorar la moralidad de la jente del pueblo. La casa de ejercicios de Valparaiso fué fundada por él i a sus propias espensas,

Una amistad de colejio, una de aquellas íntimas uniones que la uniformidad, ya sea de caracteres, de ideas o inclinaciones, hace formar en los primeros años de la vida, i que suelen a veces atravesar todo el resto de ella sin entibiarse ni perder nada de la ardorosa adhesion de los corazones jóvenes, le asoció desde mui temprano a otro piadoso sacerdote, cuyas dignidades no envidió, resistiéndose, por el contrario, a aceptar aquellas que estaba en su mano dispensarle. Hablamos del arzobispo Vicuña de piadosa memoria, de cuyos trabajos en las numerosas misiones que ambos emprendieron juntos, fué el alma el presbítero Irarrázaval, pues que él se encargaba siempre de la predicación, que consideraba como su propiedad, su parte obligada. Los alrededores de Santiago, las provincias de Aconcagua i Coquimbo, los cortijos i pueblecillos de la costa, han sido largos años testigos beneficiados de estas correrías de los dos dignos amigos, que se prestaban mutua ayuda para prodigar beneficios a los campesinos, i hacer sentir la benéfica influencia de la relijion para la moralización de las costumbres i la enseñanza del pueblo.

Pero nada ha acarreado al presbítero Irarrázaval mayor prestijio i popularidad que sus predicaciones en el recinto de la capital, en esta grande congregación de hombres, entre cuya inmensa multitud se aposenta mayor número de llagas morales que las que pueden esponer a la inspección de las miradas del médico los sencillos habitantes de las campañas. Aquí se diseña ya con sus colores propios el hombre, el orador, el pastor; aquí toma un carácter que lo distingue de los demás sacerdotes i que nos parece referirse a los antecedentes de los primeros dias de su vida. El hijo de una casa que perteneció a la antigua aristocracia, el descendiente de los marqueses de Irarrázaval, se constituye en orador de la plebe ; la alta sociedad no le interesa; cuando mas desde su cátedra establecida en San Lázaro, a la vista de la vejetacion de la próxima alameda que le recuerda acaso sus años juveniles, sus correrías campestres, rodeado de una inmensa muchedumbre plebeya, le dirijirá algunas burlas sobre sus vicios dorados, su lujo i sus disipaciones. Gusta de las grandes masas de pueblo por auditorio, el espacio despejado i abierto por teatro, el estrellado i límpido cielo por doce! Desde aquella eminencia que él ha levantado a su dignidad de presbítero, hace caer a torrentes sobre el jentío atraído por su nombre, los dardos de una elocuencia

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cáustica, acerada, vengadora. La palabra que amonesta, la palabra que corrije, desciende llena de púas que hieren por todas partes la conciencia embotada del pueblo. Su lenguaje entonces abandona como impotente toda la fraseolojía mística del pulpito. Sus imájenes, sus locuciones son copiadas del idioma mismo de los que le escuchan; el oído de las jentes cultas se sentirá herido al oir la pintura de las debilidades plebeyas; de los desórdenes del vulgo; de sus pecados groseros; le vituperarán las sales rústicas que emplea para ridiculizar el vicio i hacerlo detestable, sus alusiones amargas i llenas de desden a la molicie de los ricos, a sus depravaciones aristocráticas i cultas; pero a merced de aquel lenguaje, de aquellas pinturas exajeradas i de estas sales amargas, logra mover a su tosco auditorio, i desviarlo del terreno cenagoso en que se descarria; su palabra, pues, no cae en vano como el rocío sobre la tierra sin vejetacion ; el arma con que combate está templada en relación a la resistencia que encuentra i al material que elabora. La predicación del presbítero Irarrázaval no ha sido infecunda, gracias a este lenguaje estudiado, i el epíteto de Apóstol del pueblo le será conservado por la gratitud nacional.

La muerte ha venido a sorprenderle en la época misma que era el teatro de sus afanes i de sus trabajos. Una voz se ha estinguido, la mas poderosa, la mas infatigable; una cátedra está desierta; un concurso disipado. La cuaresma de este año tiene una misión menos; un vacío que nadie llenará tan pronto.

Sus últimos momentos han sido dignos de su laboriosa vida; i es lástima que la muerte haya venido a sofocar en su jérmen una nueva manifestación de la pasión que lo dominaba por la mejora moral de las masas. El presbítero Irarrázaval empezaba a participar del movimiento jeneral de nuestra época por la educación pública. El espectáculo diario de las miserias populares, habíale hecho sentir que la predicación es impotente por lo común; que es un paliativo i no un remedio ; que cae sobre caracteres ya viciados, i que no alcanza su eficacia a enderezarlos completamente; que la educación que forma la intelijencia i el corazón, previene contra el vicio; i que la predicación se empeña en destruirlo cuando ya se ha manifestado. Al señor ministro Irarrázaval que le asistía en sus últimos momentos, recomendaba con voz apenas intelijible la ejecución de sus disposiciones para fundar una escuela en Renca, para cuyo objeto dejaba los fondos necesarios.

Poco tenemos que añadir á lo que precede sino es algo que bastará a caracterizarlo. Los gobiernos de O'higgins i Pinto, le ofrecieron en vano una canonjía; la mitra de obispo de Coquimbo fué por él desechada durante la administración Prieto; i en la presente le llenaba de zozobra i de alarmas, el rumor público que le designaba como candidato al arzobispado. Estaba muí bien hallado con su carácter de presbítero ; i cierto que habia sabido elevarlo a un rango tan alto, que las dignidades de la iglesia no habrían logrado darle mas realce. Su manera de hacer limosna era para borrar de un solo golpe hasta el recuerdo de la pasada penuria. Poco antes de su muerte ha dado a una familia que sufría i a quien no le ligaba ningún jénero de antecedentes, la cantidad de doce mil pesos para remediar sus urjencias. Este hecho escusa detenerse sobre otros de menos importancia, pero que participan de esta munificencia.

El presbítero Irarrázaval ha muerto a los sesenta i seis años de su edad i cuando su semblante prometía mayor duración a su existencia. Era alto de estatura, bien formado, aunque enjuto; i su carácter alegre i jenio festivo le hacían sobrellevar sin trabajo las privaciones que se imponía i las duras tareas

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a que se entregaba. Los que le han tratado de cerca pierden un amigo sincero, un compañero agradable, i todos un ciudadano ilustre, i un sacerdote ejemplar.

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DON JOSÉ DOLORES BUSTOS (Crónica de 11 de marzo de 1849).

La educación primaria en Chile acaba de hacer una irreparable pérdida

con la muerte de don José Dolores Bustos, alumno de la Escuela Normal i visitador jeneral de escuelas. Este triste acontecimiento ha tenido lugar en Concepción, mientras que el malogrado Bustos desempeñaba su misión con la asiduidad que era uno de sus rasgos distintivos. Una carta del señor don Antonio Varas, visitador judicial, anuncia el suceso en estos términos: «Escribo a U. para darle una mala noticia. Bustos ha fallecido hace dos dias, de un ataque violento en que sin duda ha tenido la principal parte el jénero de trabajo que le imponía su misión. Al principio se creyó que se habia roto una arteria, pero el facultativo que lo ha asistido hasta el fin, cree que un depósito de sangre formado poco a poco ha buscado salida, i causado el ataque de que Bustos ha muerto. » En otra carta el señor Varas se muestra profundamente afectado por esta pérdida, que atribuye esclusivamente a la fiebre causada por la ajitacion i el trabajo.

Bustos, el visitador de escuelas salido de la Escuela Normal, pertenecía a aquella escasa porción de seres que nacen dotados de cualidades superiores, que desde niños se sienten hombres, i para quienes no hai injusticias de la suerte de que no apelen a su propia enerjía para repararla. La muerte ha venido a causar una desgracia irreparable para su familia, una pérdida para el Estado, i ademas a interrumpir inconsideradamente una obra de paciencia i de trabajo, cuya grandeza no habría sido apreciada sino cuando a la vuelta de los años, se hubiese presentado a las miradas del público, terminada. Los pocos amigos que seguían con la vista este trabajo de constancia, de sufrimiento, de intención fija, esperaban un día ver al joven Bustos llegar a los mas altos puestos de la profesión que habia deliberadamente abrazado; la muerte, empero, los ha dejado burlados, i apenas pueden en obsequio de su memoria, mostrar la trama de aquella tela inacabada.

Don José Dolores Bustos era ahora doce años un niño que habia sido puesto en las aulas del convento de San Francisco, para que recojiese algunas migajas de la educación que la caridad cristiana derrama aun a las puertas de aquellos claustros que en otro tiempo fueron el semillero de la ciencia. Bustos no tenia padre, ni madre, ni deudos; era un niño que apenas sabia de sí mismo lo único que le interesaba saber, cual era el que estaba solo en la tierra, i desde aquella edad la irreflexión de la niñez, la disipación de espíritu, el placer frivolo que arrastra a todos los de su edad, lo hallaron humilde, pensativo, trazándose un plan para llegar a ser hombre, i devorando en silencio las privaciones anexas a su abandono. Bustos habia aprendido entre tanto perfectamente el latin, escribía bien, leía con facilidad todo lo que encontraba, i se sentia llamado a no se qué, pero que no era la vida monástica. Mas tarde pasó a Santo Domingo, después a la Recoleta Francisca, en todas partes aceptando el hábito como beca de los estudios, i cuando los oficiosos reclusos, viendo su contracción i moralidad, le ofrecieron enrolarlo en las filas del sacerdocio, lo rehusó decididamente.

Entonces salió del convento, i ante todo la necesidad de vivir fué la punta aguda con que la sociedad lo recibió. Fué como tantos otros, escribiente de abogados, profesor de latín, de escritura, de algo en los colejios i escuelas. El señor don Agustin Palma, aficionándose de día en dia a este joven por su

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capacidad i su circunspección, apenas posible en su edad, le pagó primero veinte pesos, después veinticinco, i últimamente treinta al mes.

Su subsistencia estaba asegurada, i el sentimiento de su propia dignidad satisfecho con la distinción del señor Palma; i sin embargo, un dia vino a anunciarle que se habia enrolado como alumno de la Escuela Normal, ganando media onza mensual! Pero aquella nueva carrera lo halagaba porque tenia un ancho horizonte, esperanzas, porvenir, que podrían conquistarse a fuerza de abnegación i de estudio. El señor Palma le ofreció cuarenta pesos i abonarle por él los gastos hechos en la Escuela Normal. Cuando fué destinado a la escuela de San Fernando, este protector fué todavía a ofrecerle tres onzas mensuales, en lugar de los veinticinco pesos que constituian su honorario; pero Bustos habia comprendido su vocación i abrazádola deliberadamente; contaba con sus fuerzas i aguardaba el tiempo.

Alumno de la Escuela Normal, no tardó en distinguirse, en ser el primero de todos. Comprendía rápidamente, razonaba la materia de los estudios, i sus condiscípulos, muchos de ellos mui aventajados, sintieron desde luego que era aquella una naturaleza privilejiada, creada para tomar la delantera.

Bustos concluyó sus estudios, i siguiendo el consejo del director de la Escuela Normal, se dedicó al francés como medio de adquirir conocimientos en su profesión; i como una muestra de la tenacidad de aquella voluntad, baste decir que no recibió sino tres lecciones de francés, i con solo ellas presentó un libro traducido dos meses después.

Antes de terminarse los estudios, don José Dolores Bustos fué destinado a San Fernando. Al finalizar el curso, el director dando cuenta al gobierno de las aptitudes de los alumnos, decia de él: « Educación completa, sabe ademas latín i francés, estudioso, entusiasta, ambicioso i de carácter decidido. Es él el primero de entre los alumnos que pueda ser director de la Escuela Normal. »

Dos años después el ministro de instrucción pública don Antonio Varas, hubo de equivocarse sobre la naturaleza i la condición de Bustos. Que se imajine cualquiera estos espíritus noveles, ardientes, satisfechos de sí mismos porque saben conquistar la posición que solicitan, rondando horas enteras a la puerta de un ministerio que ven abrir para otros i no para ellos. El ministro había encontrado en la fisonomía del solicitante cierto despecho insolente que se traicionaba en el acento de su voz i en lo brusco de sus respuestas. Pero el ministro, antes de hacer sentir su indiscreción al ofendido mancebo de una manera fatal para su porvenir, como puede hacerlo un ministro ofendido, quiso interrogar la buena fe del director, i de él supo que era necesario gobernar aquel carácter, reprimirlo i servirle de padre. Después el señor Varas ha sido el compañero de viaje, el amigo en sus últimos momentos, i el amparo de aquella bella naturaleza que no pudo comprender de un golpe; pero que no tardó en apreciar. Bustos continuaba mientras tanto sus estudios, silenciosos i severos. La enseñanza primaria era su blanco, i a él referia todos sus conatos. Es inaccesible, inconmensurable el trabajo que todo cuesta a los jóvenes cuando una posición desventajosa los asedia. Tres años pasaron sin que Bustos pudiese proporcionarse de Francia una lista de libros, de entre ellos el Eco de las Escuelas Primarias, que debía ponerlo en estado de lejislar sobre la naciente educación primaria en Chile.

Encargado de visitar las escuelas de Santiago, en una academia de maestros que reunió por algún tiempo, dando consejos a los maestros, uniformando los métodos, corrijiendo los vicios, se ensayaban en el ejercicio de

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aquella suprema autoridad en el ramo que hacia el blanco constante de los esfuerzos de su noble ambición. Ensayóse en seguida con éxito escribiendo en el Mercurio de Valparaiso algunos artículos sobre educación. Nótase en ellos cierta sobriedad de estilo, i la madurez de la refleccion. Tradujo después, de cuenta del gobierno, un tratado de pedagojia, i compuso una aritmética elemental que lleva dos ediciones i fué unánimemente aprobada por la Universidad.

El ministro actual lo nombró visitador jeneral de escuelas, i los dos informes que han visto la luz pública, mas completo el segundo que el primero, muestran cuanto habría podido desenvolverse en adelante por el estudio asiduo, los viajes, la práctica de la inspección, el conocimiento de las necesidades de la enseñanza, i aquel andar por todas partes palpando la realidad, tropezando en los obstáculos i señalándolos al gobierno para su remedio.

Bustos ha muerto el dia en que su carrera empezaba a sonreirle, cuando el horizonte se abria delante de él. Contaba con la afección del ministro, del señor Montt, del señor Varas, del señor Barra, i con la amistad íntima del que fué su director, a quien sometía todas sus dudas, i quien lo azuzaba a luchar con las dificultades, i a vencerlas con paciencia, con estudios, con trabajos i servicios. En el momento de salir para la espedicion de donde no había de volver, había principiado a estudiar el ingles. Chile, pues, tenia en él un director para su Escuela Normal, salido de su seno, obra de sus trabajos, un escritor competentemente preparado en materias de enseñanza; un maestro, en fin, que estaba llamado a ejercer una grande influencia en la mejora de la instrucción pública. Pero Bustos ha muerto en el servicio del Estado, i dejando una reputación naciente, mil esperanzas frustradas; i una jóven viuda con cuatro niños; porque el malogrado joven, por ese sentimiento de orden, de moralidad, de confianza en su porvenir, se habia casado cuando era alumno de la Escuela Normal.

¿Qué va a ser de aquella viuda i de aquellos niños? ¿El Estado no tiene nada que ver con ellos? La víctima de su celo, el primero de los alumnos de la Escuela Normal, nada tiene que esperar del ministerio de instrucción pública? La viuda de aquel soldado de la enseñanza muerto en la brecha ¿no debe alucinar su dolor, contando con un montepío para proveer a la educación de tantos hijos? ¿No se ha de hacer en obsequio de la memoria de Bustos, una manifestación que aliente a tantos otros jóvenes que siguen sus huellas, i que están encargados, cuan humilde es su posición, de llevar a cabo la rejeneracion del pais por medio de la instrucción primaria? Sabemos que la falta de una lei orgánica ata las manos al ministro que, tanto como otros, sabia avalorar i apreciar las altas cualidades de aquel hijo primojénito de los esfuerzos del gobierno, destruidas por su temprana muerte en el momento mismo en que se veian coronadas, pero la buena voluntad i la justicia suplen a las disposiciones, i la aprobación es en casos como este, una deuda mas bien que un requisito.

Don José Dolores Bustos deja ademas un hermano que habia recojido no hace dos meses para educarlo, i quedó enfermo en el camino de Concepción, circunstancia que añade mas a la desolación de aquella familia sin esperanzas como sin recursos. Deja aun algunas deudas creadas para cumplir con sus deberes de padre, hermano i esposo.

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Algunos amigos del malogrado Bustos propónense correr una suscricion para formar un pequeño capitalito, si es posible, a fin de atender al sosten i educación de sus hijos. Esperamos que el resultado justifique la esperanza que han concebido, de ver honrada así la memoria de un maestro de escuela, i que el público empiece a comprender cuánto estimulo se debe a aquellas virtudes que después van a convertirse en dechados que han de imitar sus propios hijos.

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EL JENERAL DON MARIANO NECOCHEA

(Crónica de 20 de mayo do 1849).

¡ Oh, capitán valiente, Blasón ilustre de tu ilustre patria, No morirás; tu nombre eternamente En nuestros fastos sonará glorioso, I bellas ninfas de tu Plata undoso A tu gloria darán sonoro canto, I a tu ingrato destino acerbo llanto. OLMEDO, Canto a Junin.

Ayer no mas acompañábamos al cementerio de Santiago los restos mortales del doctor Castro Barros, i hoi tenemos que deplorar la muerte de otro argentino ilustre que duerme para siempre en tierra que no le vio nacer.

A mediados del último mes de abril una tumba del panteón de Lima se abria para recibir a uno de los guerreros mas bizarros de la independencia, al jeneral don Mariano Necochea.

Tantas cicatrices gloriosas tenia en su cuerpo como granos la tierra que le cubre.

El jeneral Necochea fué uno de los jóvenes que ciñeron la espada en 1810 para sellar con su sangre los principios proclamados por la revolución. Nacido en Buenos Aires, siguió con los ejércitos de su patria el derrotero luminoso que trazó la bandera azul i blanca, desde las orillas del Rio de la Plata hasta las faldas de Pichincha.

La naturaleza había dado al jeneral Necochea las formas i el valor de un héroe griego. Al frente de sus granaderos, sobre su caballo de pelea habría sido digno modelo del cincel de Canova, así como lo fué de los versos de Olmedo cuando cayó en Junin agobiado de heridas i de gloria.

Hasta la tumba es elocuente para protestar contra la tiranía ¿Por que el capitán como el sacerdote que casi a un tiempo han volado al cielo, no exhalaron sus últimos suspiros en el ambiente de la patria?

Para trazar la biografía del jeneral Necochea, seria preciso escribir la historia militar de tres pueblos que son hoi repúblicas independientes.

Su mérito como guerrero fué tan grande que solo San Martin i Bolívar pudieron ser superiores en los campos de batalla. Los laureles que dan sombra a su tumba son los laureles de Chacabuco i de Junin; i el nombre de Necochea es digno de escribirse dentro del círculo inmortal que comienza i termina con tales nombres.

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EL MARISCAL FRANCES BUGEAUD (Crónica de 2 de setiembre de 1849).

El viejo soldado del imperio ha muerto, i creeríamos fallar a la gratitud si

no le consagrásemos un recuerdo a su memoria desde el confín de esta América de que hablamos largamente una vez pidiéndome el viejo veterano noticias sobre la guerra a caballo que hacíamos en la pampa, i que él ensayaba con suceso en el Tell contra los hijos de Ismael.

Aquel mismo M. Lesseps que vemos figurar en los asuntos de Roma, nos había introducido a la presencia del gobernador jeneral de Arjelia, i la munificiente hospitalidad francesa, por el órgano del mariscal Bugeaud, espidió órdenes i circulares a jenerales i kadies para que un americano pudiese recorrer la tierra africana, seguro i escoltado en medio de los enemigos de los cristianos.

De uno i otro conservamos, a mas de gratitud, recuerdos. Era el viejo soldado hombre vivísimo de espíritu, escritor sesudo, i mui

dado a las cuestiones de población i emigración, de que nos ocupábamos entonces i formaban el asunto de nuestra espedicion a los estremos de las colonias francesas.

El cólera se ha llevado al que las balas respetaron. Siquiera es esto menos aflijente que el triste fin del jeneral Guilarte,

nuestro compañero de viaje, suprimido por la mano del asesino.

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NECROLOJIA DEL JENERAL SAN-MARTIN (Tribuna de 22 noviembre de 1850).

El vapor nos ha traido la triste nueva del fallecimiento de uno de los

grandes protagonistas de la independencia americana. El nombre de San-Martín resuena ahora de un estremo a otro de la América. La República Arjentina, su patria, Chile i el Perú le tributarán los honores debidos a sus eminentes servicios, pues que su nombre mezcla i confunde en uno solo estos países durante el período célebre de la independencia.

El nombre del general San-Martin no resuena por fortuna en los oidos chilenos como un reproche. Chile habia cumplido para con el grande hombre sus deberes. Hace diez años que sin reclamo, sin solicitación alguna, el gobierno de Chile, obedeciendo a un sentimiento de justicia i de dignidad, reparando la injusticia, la necesidad o el error de las pasiones del momento, rehabilitó el nombre del ilustre guerrero, i puso su espada al frente del ejército de la República. Esta reparación común a O´Hiiggins i a los oficiales dados de baja, es uno de los actos mas nobles del gobierno de Chile, i le ha merecido el respeto i la aprobación de todas las naciones de América, muchas de las cuales no han estendido las muestras de su gratitud hacia el hombre eminente mas allá de un público i estéril reconocimiento de su mérito i de sus servicios.

Los diarios de Europa vienen llenos de recuerdos de la gloria pasada del jeneral San-Martin. Su carrera es efectivamente una de las mas estraordinarias que se conocen. Principiada a la edad de doce años en los colejios militares de la España, terminada en Lima después de haber recorrido victorioso la mitad de la América, parece que le hubiera sobrado un pedazo de vida que ha pasado voluntariamente en la espatriacion.

Su nombre fué borrado literalmente de la historia contemporánea de la América, i a la injusticia de su época respondió con un obstinado silencio, i una oscuridad de vida de cerca de treinta años. Si la jeneracion que le sucedía podia hacerle aun cargos sobre los medios de que usó para libertad la América de la dominación española, en la plenitud del poder de las armas, en la impulsión que la necesidad imponía a la voluntad i a los hechos, este acto de abnegación, de anonadación, bastaría para hacerlos cautos.

Lo que él ha hecho, nadie o poquísimos la han hecho antes que él. San-Martín es una de las mas grandes fisonomías de la América del sur, i su nombre ocupa ya en la opinión de todos los pueblos del mundo, un lugar no inferior al de Bolívar, a quien cedió su título de libertador.

San-Martin ha debido dejar memorias escritas. Así lo ha asegurado al menos él mismo a algunas de las personas que han merecido su confianza. Lo que es indudable es que en su poder estaba una masa inmensa de documentos relativos a su época i a los diversos Estados en que sirvió.

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NECROLOJÍA DE DON MANUEL MONTT

(Nacional de Buenos Aires de 23 de setiembre de 1880). Ha muerto, según lo comunica un telegrama, don Manuel Montt, a la edad

de setenta años, por veinte años presidente de la Corte Suprema, diez presidente de la República, i por diez antes ministro o director de la política del gobierno de su pais.

Si hubiéramos de buscarle prototipos, no los hallariamos en las repúblicas, sino en Perícles, de la democracia de Atenas, aunque el jénero de su acción se asemejaba mas a la de Richelieu o de Mazarino, que echaron los cimientos de la nación francesa ; pues los Pitt i los Palmerston, por mas años que ejerzan su influencia sobre la política inglesa i los sucesos humanos, no tienen por incumbencia constituir una nación, como ha sido la piedra de Sísifo de los hombres de estado de la América española, durante setenta años de tentativas de todos, desde Bolívar el primero, hasta Rivadavia el último; escepto para don Manuel Montt, poco acariciado i menos aclamado por sus contemporáneos; pero que, habiendo constituido el gobierno i la administración política de Chile, en veinte años seguidos de trabajo, sobráronle todavía veinte para sentarse tranquilamente bajo el docel de supremo juez, del Chief Justice de la Suprema de Chile, a juzgar las causas pendientes por los códigos con que habia dotado a su pais, con la ciencia del derecho romano que habia como profesor del Instituto difundido, con la probidad que desde sus primeros pasos adquirió en la tradición de la rectitud i en el respeto debido a los tribunales que la administraron recta i ajustada a la lei.

El señor Barros Arana, juez mui competente en nombres históricos i en achaque de eminencias políticas, precavia a un presidente arjentino contra los juicios exajerados de Sarmiento; Montt, decía, es un hombre notabilísimo de Chile, pero no es tan grande hombre como él lo supone.

Cuando divisamos en espíritu flamear punto méos que sobre las fortalezas del Callao, la bandera del estado que sacó del caos colonial la política de Montt hace cuarenta años, preciso es concederle la palma en materia de organización.

Los chilenos de hoi se olvidan que colocado Chile al respaldo de los Andes (ab oriente lux!) seria absurdo suponer que desde 1840, brotasen allí de sí mismas, i como planta nativa o araucana, ideas de gobierno, viabilidad que acabó por ferrocarriles i telégrafos, codificación de las leyes, educación primaria, aclimatación, universidades, academias militares, etc., etc., mientras toda la América colonial seguía bajo la rutina del pasado. Si bien todos estos elementos de gobierno i de desarrollo se habían o se iban manifestando en Europa, a Chile cupo la iniciativa de ensayo i adopción, i esa iniciativa fué el patrimonio político de Montt.

Igual cargo puede hacerse a los políticos arjentinos, muchos de los cuales ayudaron a Montt en su laboriosa tarea de dar formas a una sociedad tal como la habían constituido sus antecedentes coloniales.

¿Qué tienen que oponerle los arjentinos? ¿Rivadavia? Pobre hombre de estado que inicia algo, mucho, todo, dada su época de 1820 a 26, i nada asegura sino la tiranía de Rosas por veinte años, como los liberales franceses crearon imperios de soldados, en lo trascurrido de este siglo, cada vez que, creyendo servir a la libertad, derrocaban incompletos, pero posibles gobiernos.

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El Nacional trascribe, traducida de un diario de Lóndres, la noticia que allí se da de la reciente pacificación de nuestra República Arjentina, que « estuvo a punto de volver a las andadas, dice el diario, con la antigua querella resucitada de porteños i provincianos, cuando el buen sentido del pueblo trajo la calma, etc. »

Nuestra política es ya tan vergonzosa, tan indigna, que aun la crónica se encarga de ocultar nuestras miserias, para que no se conozcan a lo lejos, i va a verse luego el fenómeno que solo en los tiempos de exaltación relijiosa se vio, de pueblos en masa, mintiendo milagros i prodijios de que todos se dan por testigos. No es cierto que un dia de julio se dio una sangrienta batalla en nombre de la libertad en los alrededores de Buenos Aires. Chit! Mentira que su gobierno municipal haya estado sublevado contra el de su pais. Chit! Calumnia que haya sido gobernador Moreno, en un interregno sin nombre. Chiton! ¿Quién va a contar afuera tales historias, increíbles a fuerza de ser absurdas, i pueriles los hechos? Si alguien los cree, cállelos, que tales hechos son como reyertas de pulpería, o escapadas de ganados bravios!

I aun así podemos consolarnos los arjentinos. Si echamos una mirada sobre el majestuoso rio cubierto de naves hasta donde la vista alcanza, entrando i saliendo los vapores diariamente de todos los cabos del mundo; si contemplamos los magníficos edificios que por millares decoran la gran ciudad; si vemos el vestir de las jentes, afanadas como negras hormigas en las aceras; si nos dejamos llevar por el torrente de jentes que se engolfan en tres teatros i óperas nos sentimos ciudadanos de una gran ciudad, pueblo culto, rico, laborioso i artístico. Nadie, fuera de esta lonja de tierra en que están Montevideo, Buenos Aires, Santiago i Valparaiso, puede en América decir otro tanto, i nadie mas alto que Buenos Aires.

El resto de la América española es un tremendo, terrible naufrajio! Perú i Bolivia, Ecuador, Venezuela i Méjico, son nombres jeográficos que no representan nada como naciones, como gobiernos. ¿Estamos constituidos nosotros? ¿Por qué esperar que lo estén mejor ellos? Las razas indíjenas, dan, en casi todas aquellas porciones de habitantes, el mayor contingente de cuidadanos nominales; i como la minoría mínima, culta, blanca i fijadalgo, lo es sobre los resabios de la antigua colonia, i con la incapacidad política, injénita a la raza que estropeó Felipe II i aterró la inquisición, cada sección americana se entrega a ensayos de gobiernos de libertades sui generis, que dan una Bolivia trasmitiéndose el poder por el asesinato regular i constituyente, como lo era ántes Rusia; un Paraguay que se estingue abrasado por el fuego del patriotismo salvaje en defensa del aislamiento i el despotismo asiático; una Venezuela con mil cuatrocientos jenerales; un Méjico con medio millón de salteadores en los caminos. ¡Olvidemos al Perú, i no hagamos al Uruguay los feos de la olla a la sartén!

Don Manuel Montt constituyó el gobierno de Chile bajo el plan de una república lo menos democrática posible, a fin de conservar a la clase mas culta i rica, su lejítima influencia en el gobierno.

El ejército venia de antemano dejando de ser, como en el resto de la América, juez supremo de elecciones; i creando la escuela militar, fuélo trasformando en fuerza intelijente, un poco aristocrática i mu i conservadora.

Con estos elementos emprendió la mas ingrata tarea en América, que era hacer que se cumplan las leyes; i lo mas imposible todavía, que por quítame allá estas pajas, se dejara de apelar a la revolución. Si alguien oye a un diario

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indicar un abuso, es seguro que el remedio está ahí indicado: una revolucioncita; i si la revolución se consuma, el gobierno se cuidará de darle su sanción moral, dejando creer que es un pecado tener razón con la fuerza, lo que prepara otras i otras revoluciones.

Veinte años duró aquella tremenda lucha, hasta que al fin se crearon hábitos de orden, de respeto a las leyes, i aun al sentido común; i cuando el resultado estaba obtenido i la obra terminada, el gobierno pasó a manos de sus adversarios políticos, sin sacudimientos; i estos adversarios, el partido que gobierna en Chile hoi, encontró una fabrica de gobierno que obedecía en efecto al gobernalle; un pueblo libre hasta donde pueden serlo los nuestros, i costumbres de orden que hacen a los chilenos creerse los ingleses de América.

Otra cosa descubrieron los detractores de la política de don Manuel Montt, al dejar el gobierno, i es que en veinte años de influencia omnipotente, teniendo en jaque partidos irreconciliables, sofocando quince motines i revoluciones, poniendo a cada momento la capital bajo el estado de sitio i no economizando las medidas enérjicas, ningún ciudadano fué ejecutado, ninguno despojado de su fortuna, ninguno desterrado fuera del pais, con lo que podia responder riendo con desden, el cargo de tiranía, etc.

Este mismo descubrimiento hicieron en Europa al terminarse la guerra de secesión de los Estados Unidos, i consistía en que, sin hacer concesión alguna a los insurrectos, como es nuestra práctica de pactar con las resistencias i no estatuir ni acabar nada, el gobierno de Washington no habia necesitado ejecutar otros revolucionarios que a los asesinos de Lincoln.

Lo que ha dejado don Manuel Montt al otro lado de los Andes, es un gobierno, un organismo político que hace de Chile la única nacioncilla (perdónenos el diminutivo el orgullo de estos nuestros heroicos estados, la mayor parte de dos millones de hombres, o de cuatro si son indios) que haya pasado la época de la acción volcánica que atraviesa todo el resto de la América.

Sale de los límites de un tributo a la memoria del único hombre de gobierno que haya fundado un estado en América, hacer en pais estraño su biografía. Era un jovencillo de Petorca, villa pequeña de Aconcagua, que distinguiéndose en el instituto universitario por su seriedad i aplicación, fué creado bedel, secretario i mas tarde rector. Como resultado de sus estudios, teníasele por un gran jurisconsulto; pero su gran cualidad como político, era la entereza de su carácter, que es lo que constituye al hombre público. El fondo de sus ideas era liberal, como lo han mostrado todas las instituciones que creó, pero huia de remodelar la sociedad, como lo pretendian hasta ahora poco los publicistas europeos, nuestros guías i mentores. La constitución de Chile no admitia la libertad de cultos, porque la masa de los habitantes es católica i la emigración no acude al Pacífico; pero en Valparaiso, donde hai estranjeros, hai capillas de diversos cultos tolerados i un grande oriente masónico.

Como un título de estimación personal para los arjentinos, debemos recordar que aquel político chileno, al parecer tan chileno, tuvo especial cuidado de aprovecharse de cuanta aptitud descubrían los emigrados arjentinos, para mejorar la administración o realizar innovaciones. Fueron secretarios de intendencias, que tanto valia ser intendentes de provincia, don Juan Godoy, el doctor Delgado, el doctor Aberastain, i el doctor Alberdi; jueces de letras los doctores Rojo, Ocampo; secretario de marina don Demetrio Peña; director de escuela náutica el doctor Gutiérrez; de educación, D. F. Sarmiento, i

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la prensa oficial, i aun la de los partidos opuestos, sirvió de tribuna, escuela i pasar, a un gran número de arjentinos, hoi o antes distinguidos en su patria.

La amistad personal con el que estos recuerdos escribe, ha durado hasta el borde del sepulcro, conservando ambos la estimación que los unió en despecho de la diversidad de situaciones, justificada cuando se igualaron, pero siempre de acuerdo en los principios liberales prácticos que harán de Chile el primer ensayo feliz de constituir gobierno en esta América, quedando nuestra República a las eventualidades de un porvenir oscuro.

Montt ha podido decir al morir : nunc dimittis servum tuum Domine.

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DON NICOLÁS RODRÍGUEZ PEÑA (Crónica de 10 de diciembre de 1853).

El tres del presente mes de diciembre falleció en esta capital don Nicolás

Rodríguez Peña, oriundo de la provincia de Buenos Aires, i uno de los hombres que mas influencia tuvieron en preparar la revolución del 25 de mayo de 1810. Ha residido treinta i cinco años en Chile, á donde le siguieron dos de sus hijos, don Demetrio i don Jacinto Peña, i ha muerto a la edad avanzada de 77 años, 8 meses. Don Nicolás Rodríguez Peña, pertenecía á una familia notable en la época de la dominación española. Su padre, don Alonso Rodríguez de la Peña, fué durante muchos años comandante general de la frontera del norte de San Juan, i fundó una colonia militar i un fuerte en lo que es hoy Valle Fértil. Durante su mansión en aquella provincia, que fué larga, casóse con doña Damiana Funes, de la familia de este apellido establecida en Córdoba y San Juan. Su hijo estaba destinado á desempeñar un papel importante en la revolución de la independencia, preparando los elementos que habían de asegurar el éxito de empresa tan delicada. Don Nicolás Rodríguez Peña, pues él suprimió el de la aristocrático del apellido de su padre, era de entre los promotores de la revolución, el único que poseía una fortuna considerable, la que fué prodigada en la ejecución de la obra. El resto la comprometió mas tarde en el armamento de la expedición de San Martin al Perú, en virtud de un contrato que estipulaba el reintegro de los capitales invertidos para después de ocupado el Perú; i aunque tuviese este acto todas las formas de un negocio, no se embarca en tales especulaciones quien no tiene ni plena fe en el éxito, ni deseo vehemente de asegurarlo. El resultado fué que no se reintegraron jamás los capitales, i el señor Peña perdió el resto de su fortuna. Después de consumada la revolución, don Nicolás Rodríguez Peña no apareció en los puestos oficiales, sino en rarísimas y solemnes ocasiones. Tal fué la ejecución de Liniers, Concha, y los demás jefes españoles, ordenada por la junta gubernativa, i encomendada á Castelli i á Peña. Torrente ha dado algunos detalles apasionados de este grande acontecimiento, i atribuido á la energía del carácter de Peña el habérsele confiado tan terrible comisión. De una cualidad de Torrente como historiador, dio alguna vez testimonio el señor Peña. Preguntándole ¿qué juzgaba de su libro? dijo con simplicidad, los hechos son ciertos, pero la apreciación es falsa.

De las causas que aconsejaron aquella terrible medida, tenemos en Funes una justificación. « El puerto, dice, bloqueado por los marinos de Montevideo, los manejos ocultos, pero vivos de los españoles europeos; en fin, el sordo susurro á favor de Liniers entre unas tropas que habían sido consortes de sus triunfos, no dejaban ya otra opinión que la muerte de estos conspiradores ó la ruina de la libertad ». Liniers era en efecto el hombre de mas prestigio en todas las clases de la sociedad, á causa de la defensa contra la invasión de los ingleses, i aunque el gobierno español, fiel á la política que cargó de cadenas á Colon, lo hubiese depuesto del vireynato por ser francés de origen, él con el obispo Orellana, Concha, gobernador de Córdoba, y otros, se declararon contra la junta gubernativa, exponiendo á Buenos Aires a quedar asediada y bloqueada por los partidarios de la corona.

La junta gubernativa, aunque revolucionaria en sus disimulados propósitos, era autoridad legal, por cuanto su poder le venía del cabildo abierto tenido el 24 y el 23 de mayo, con motivo de la dislocación del gobierno de la

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metrópoli y el cautiverio de Fernando VII. Liniers, por el contrario, era un simple particular, puesto que Cisneros había sido nombrado en su lugar virrey de Buenos Aires.

Como se dispersasen las tropas contrarevolucionarias al aproximarse el general Ocampo, enviado por la junta gubernativa, Liniers, Concha, Allende, Orellanay Moreno, fueron tomados presos, y bajo la autoridad de Vieites, miembro de la junta, se ordenó su ejecución en Córdoba; pero los ruegos del doctor don Ambrosio Funes, instigado por el deán á interponerlos, haciendo valer el temor de que se ofendiesen tantas familias patriotas heridas con aquellas muertes, hicieron suspender la ejecución, dirigiendo los reos á Buenos Aires é instruyendo de ello á la junta.

El nuevo gobierno comprendía que la presencia de Liniers en el seno de la capital, preso, traía los mismos peligros que en Córdoba á la cabeza de un ejército. Tenía poderosos auxiliares en las familias acaudaladas, catorce mil españoles residentes, centenares de jefes y oficiales depuestos, mayor número de empleados cesantes, y los hábitos de respeto y sumisión del pueblo. Cediendo á estas razones, la junta persistió en su resolución, pero ya no bastaba ordenarlo, era preciso encontrar ciudadanos bastante consagrados á la causa de la libertad para que no cediesen, como Vieites, á consideración alguna, i los ojos de todos se fijaron en Castelli y en Peña, cuya firmeza i patriotismo eran á toda prueba. Daban á esta elección mayor valor la circunstancia de ser Liniers i Peña amigos muy íntimos.

Los comisionados de la junta encontraron á los reos entre la posta de la cabeza del Tigre i Lobaton, i dieron al jefe que los escoltaba, la triste orden de que eran portadores, sin acercarse á los reos, á fin de ahorrarse angustias que pusiesen a prueba su entereza.

Hasta ahora tres años vivía en las inmediaciones el postilion del coche que condujo al comisionado Peña, que estaba ó está aun de maestro de posta. Don Mariano Sarratea, sobrino de Liniers, habiendo querido trasladar sus cenizas á Buenos Aires, se hizo acompañar del anciano maestro de posta al lugar de la ejecución. Desgraciadamente ninguna reminiscencia, ninguna señal pudo guiarle para precisar cual era la sepultura de Liniers, i hubieron de abandonar la empresa. Lo mas seguro i lo mas propio sería erigir en los lugares mismos, un monumento á la memoria de Liniers i sus compañeros, poniéndose por epitafio aquel anagrama tan célebre i significativo de una gran desgracia, que formaron de las iniciales de las ilustres víctimas de la independencia americana : Clamor!

Así, pues, á la abnegación de don Nicolás Rodríguez Peña, que había forjado la revolución, tuvieron que acudir para que apartase los escollos en que iba á fracasar infaliblemente .

Todavía un hecho muy significativo i que merece recordarse, por cuanto muestra como distinguía una revolución social i una de las muchas revueltas que en nuestra época se decoran con el nombre de revoluciones. La primera de este género que ocurrió en Buenos Aires, es la de abril de 1812, contra la junta gubernativa; tan hondo recuerdo ha dejado la aparición de esta segunda faz de todas las grandes revoluciones, que hasta hoy la tradición la llama la revolución de abril, en un país en que tantas del genero han ocurrido.

Hablando de esta insurrección, Torrente, el hostil historiador de las cosas americanas, dice : « tres regimientos cívicos pidieron el destierro de Larrea, Peña, Posada y otros de los llamados patriotas. La fuerza se hizo superior á

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toda reflexión política, y salió triunfante en aquella conmoción, aunque con escándalo de las personas mas sensatas, que veían en tamaño atentado el germen de nuevos alborotos, capaces de sepultar en las ruinas aquel naciente estado.» La pluma mas parcial á la causa americana, no habría rendido mayor homenaje á la justificación de los patriotas que eran el blanco del odio de los revolucionarios. Peña se hallaba en el fuerte, i allí increpó en los términos mas amargos á sus autores la impropiedad de aquel acto. « Un día llegará, dijo á don Martin Rodríguez, que los que han deshonrado la revolución, atropellando las autoridades i abriendo las puertas á la anarquía, no sepan donde poner la cara de vergüenza perseguidos por la execración pública ». Don Martin Rodríguez figuró honorablemente después en la organización del país; pero en los últimos años de su vida, le habían alcanzado, en efecto, aquellas maldiciones del indignado patriota. Un 25 de mayo, varios jóvenes asilados en Montevideo desplegaban al viento la bandera nacional, i al colocarla en la azotea, se habían quedado moralizando sobre la tiranía de Rosas, i las revoluciones que habían traido á aquel monstruo al poder. ¿Quién sería el malvado, decía uno, que hizo la primer revolución, para maldecir su nombre? Pues en aquel dédalo de nuestra revolución, ninguno de los jóvenes sabía ni cuál bahía sido la primera. Por casualidad mira alguno hacia abajo, i divisa al anciano don Martin Rodríguez paseándose cabizbajo en el patio de la casa, i se proponen ir á interrogar sus recuerdos. ¿Quién fué, don Martin, el primero que hizo revoluciones en Buenos Aires? le preguntaron con ese espíritu de reprobación que los animaba. Rodríguez, atormentado por muchas desgracias, decaído de su antiguo valimiento, pobre, asilado como ellos en Montevideo, sintió este nuevo puñal que venían á clavar en su corazón jóvenes indiscretos. ¡Quién fué el primero! repitió desconcertado. — Sí, ¿quien fué el malvado? — Yo! contestóles con voz terrible, i dándose vuelta, encerróse en su pieza, desde donde no lo vieron salir hasta el día siguiente.

Don Nicolás Rodríguez Peña, fué desterrado después de aquel movimiento, como Moreno había tenido que ausentarse á morir en el albor de aquella revolución á quien habían dado el ser. Peña fué confinado á Guandacol, en San Juan, i allí permaneció hasta 1814, en cuya época, habiendo regresado á Buenos Aires, los celos de sus adversarios lo hicieron desterrar de nuevo el mismo día que llegaba. Desde aquella época data su extrañamiento de la República Argentina que solo ha finalizado con su muerte.

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NECROLOGÍA DEL GENERAL O'HIGGINS (Progreso de 21 de noviembre de 1842)

El bravo campeón de la independencia chilena y el más antiguo y

constante promovedor de la de toda esta América, el digno y virtuoso O'Higgins no existe.Y a los chilenos, sus hijos predilectos, no les ha sido dado recoger los postreros adioses del héroe de la patria, recibir su bendición, y llorar sobre sus restos mortales. ¡Justo castigo, y ojalá fuera el único, de nuestros anteriores desórdenes y extravíos!

Pero la patria siempre había hecho justicia al grande hombre. Hacía tiempo que sofocando la voz general de la admiración y gratitud a la de los partidos y las facciones, el general O'Higgins había sido llamado por las cámaras legislativas y la inmensa mayoría de sus conciudadanos, a disfrutar en medio de ellos de las bendiciones de la paz y del orden; y a gozarse, rodeado de respeto y honores, en la prosperidad de esta patria fundada por él, y a la que no había cesado de amar con idolatría y servir con entusiasmo, aun en medio del destierro y las persecuciones.

Mas la expiación tal vez no había sido completa, y un destino fatal parecía cerrarle todavía, las puertas de su país; dos años había que el general O 'Higgins preparaba su vuelta, frustrada siempre por dificultades domésticas y enfermedades; la última fatal quiso pasarla en el puerto del Callao, a vista de las naves que iban y volvían de su patria, ocupado continuamente en ella, trabajando por ella, a pesar de la decadencia de sus facultades y contra la prohibición de los médicos, respirando en cierto modo el aire natal. Los últimos suspiros de este hijo amante de Chile y sus últimas plegarias, estamos ciertos han de haber sido a Chile y por Chile.

Toca a Chile reconocer en algún modo la inmensa deuda de gratitud y respeto que carga sobre la nación, respecto de uno de sus más esclarecidos varones. Un luto nacional debe ser ordenado al momento, y sus restos mortales trasladados inmediatamente al país por una comisión en la que sean representados al mismo tiempo el Supremo Gobierno, el Ejército y cada una de las Cámaras Legislativas, fuera de los demás honores que tengan a bien decretar estos cuerpos. Sólo así podrán los chilenos honrar debidamente la memoria del héroe de su independencia, rodear su tumba y esparcir flores y coronas sobre ella; y de este modo únicamente borrar el baldón de oprobio que pesaría sobre nosotros y nuestros descendientes, por la injusta persecución que sufrió en otro tiempo la reputación más bien establecida y más gloriosa entre los hijos de este país.

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D. JOSÉ POSIDIO ROJO (Progreso de 11 de junio de 1844)

La magistratura del país acaba de sufrir una deplorable pérdida en el

malogrado don José Posidio Rojo, juez de letras de la provincia de Aconcagua. Poco conocido este magistrado de Santiago, su existencia era cara, sin embargo, a los habitantes de aquella fracción de la República, en la que durante diez años había sabido ganarse las afecciones de todos, por su conducta circunspecta, sus conocimientos profesionales como abogado y por su rectitud intachable en el alto y espinoso destino que desempeñaba.

EL señor Rojo pertenecía a una familia de la provincia de San Juan, en la República Argentina, notable por los talentos que la distinguen, y que parecen una propiedad de familia que pasa de padres a hijos. La familia de los Rojo ha participado en una influyente escala en los acontecimientos públicos de aquellos países, y su nombre se ve asociado a las letras, a las armas y al comercio, de un modo siempre honroso para los que lo llevan.

No nos detendremos largamente en hacer conocer los antecedentes de este hombre respetable. Habiendo hecho sus estudios de jurisprudencia en la antigua y célebre Universidad de Córdoba, se incorporó a la práctica en Buenos Aires, de donde fué llamado de nuevo a Córdoba, como diputado de la provincia de San Juan al Congreso general que se reunió allí en 1820, para tratar de constituir la República, y cuyas sesiones fueron interrumpidas por las revoluciones que estallaron por todas partes, por la invasión de don José Miguel Carrera, y el motín del número 1 de los Andes, estacionado en San Juan.

Desde aquella época, Rojo permaneció en la vida privada en Buenos Aires dedicándose al comercio, hasta que el año de 1830 fué expulsado de Buenos Aires, con ciento y más provincianos notables, por los temores que inspiraban al gobierno que se estableció después de los tratados de don Juan Lavalle.

Vuelto a Córdoba, donde residía su esposa, fué comisionado por el general Paz para establecer en las provincias una grande asociación para proveer al ejército que estaba en campaña. El pronto desenlace de la guerra civil de entonces lo trajo a Chile, donde se dedicó a su antigua profesión de abogado, incorporándose a la academia de práctica, y rindiendo los exámenes requeridos.

Desde aquella época datan los servicios rendidos al país por el finado señor Rojo, primero en clase de abogado, después como juez de letras interino, y últimamente en propiedad, que desempeñaba desde poco tiempo a esta parte, por no haber querido aceptar igual destino que se le ofrecía en Coquimbo, a donde parece que el gobierno quería hacer uso de la noble y simpática moderación de su carácter, para establecer o preparar la creación de una Corte de Justicia.

El señor Rojo había venido a Santiago a buscar el auxilio de los médicos contra una enfermedad del pecho que lo aquejaba de tiempo atrás. Pero una inflamación le asaltó repentinamente y lo llevó a la sepultura, no obstante la asiduidad y talentos de su médico de cabecera, el señor Ortiz, que requirió la ayuda de una junta de facultativos.

A su entierro han concurrido un gran número de deudos y amigos, entre éstos muchos compañeros suyos de emigración.

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D. MANUEL RENGIFO

(Progreso de 3 de abril de 1845) Las exequias solemnes con que el Estado ha honrado ayer la memoria de

uno de sus más nobles servidores, han dejado en los ánimos una profunda sensación. Lo más distinguido de la capital se agrupaba ayer en torno de ese féretro que llevaba en su seno los restos de un ministro y de un padre. Esta vez, mas que otra alguna, las demostraciones oficiales del dolor público eran sólo la expresión fiel del sentimiento privado.

Don Manuel Rengifo deja una de esas reputaciones pacíficas que no han envenenado los tiros de la envidia, i que se asestan sin descanso sobre los hombres notables. Esta reputación es todo el patrimonio que a su desconsolada familia deja como el fruto de una vida entera consagrada al servicio del país, que le debe un sistema de hacienda, un crédito nacional, único en los Estados americanos.

El respeto a la memoria de este ciudadano distinguido nos impone el deber de ser parcos en su encomio, cuando aún está fresca todavía la tierra que cubre sus cenizas. Más tarde ofrecemos a nuestros lectores instruirles en los detalles de esta vida consagrada al servicio de Chile, y que desde sus principios se liga a los principales acontecimientos de la revolución de la independencia, y a los rudos trabajos de la reorganización nacional. Aquí la tarea del biógrafo, si no es fácil, es por lo menos noble, grata y eminentemente útil. Hay un sistema encarnado en un hombre, y este sistema, lejos de ser, como tantos otros, una lucubración del pensador economista, es una realidad compuesta de una larga serie de hechos, y cuyos desenvolvimientos se palpan aún.

El finado ministro ha tomado en el drama de la política, durante una larga serie de años, diversos papeles que nos proponemos examinar. Escritor original y satírico, orador tranquilo y lleno de lógica, economista practico y probo, todas estas manifestaciones diversas del individuo, merecen sin duda atraer la atención del público y ser pasadas por una vez en revista.

Los talentos y la integridad del finado ministro de hacienda han dejado llenas las arcas del tesoro; las suyas, empero, estaban exhaustas, y sin la protección de sus deudos, su familia, aun no bien enjugadas las lágrimas que le arranca el dolor de su pérdida, podría continuar derramándolas por las angustias de la necesidad y la miseria. ¡Triste, pero elocuente elogio de un ministro de hacienda que ha manejado millones y hecho, con un simple aviso suyo, pasar en .Londres miles de unas manos a otras en las alternativas de la alta y baja de la bolsa!

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BIOGRAFÍA DE DON PEDRO IGNACIO DE CASTRO Y BARROS (Crónica de 13, 27 de mayo y 10 de junio de 1849)

¡Cuan apacible es bajo el cielo azul de Chile el otoño, esa, tarde del año

en que la naturaleza, satisfecha de haber obrado bien, se retira lentamente y desnuda sus galas de estío para dormir el sueño del invierno! Ciertas flores inodoras, pero brillantes de colorido, le sirven entonces de sonrisas postreras y de velo para ocultar a la vista el despojo de sus atavíos, que principia con lentitud y con gracia. Entonces los colores de la paleta, matizando de amarillo, ópalo y rojo el verde de la vida que se extingue, disimulan la desnudez de las formas, los síntomas de la decrepitud o de la muerte, como las delicadezas del estilo encubren aún por largo tiempo el vacío que dejan en el alma las ideas que desaparecen, los principios vencidos, las creencias muertas.

Cuando el sol pajizo de una mañana de otoño lanza sus rayos oblicuos sobre las avenidas de un cementerio cubierto de cipreses negros, de plantas anuales que se marchitan, de rosales que ostentan una que otra rosa o retardada o rebelde contra las leyes ordinarias, se experimenta: entre esta mezcla de objetos que mueren y que sobreviven aún, un sentimiento de melancolía, y aquel malestar de la incertidumbre que nace de lo que no es decididamente algo, la muerte o la vida, malestar que aviva el continuo pasar del tibio ambiente de los lugares bañados por la luz del sol, a la atmósfera que se hiela ya bajo las prolongadas sombras de árboles y matorrales; el invierno que viene agazapándose, el hielo de la muerte que principia a manifestarse por los pies.

En una de esas hermosas mañanas de otoño, la del 19 de abril, recorría apresurado las avenidas del panteón, buscando dónde se sepultaba en aquel momento un cadáver. Era ésta la décima vez que a aquel lugar asisto en ocho años, siguiendo el carro fúnebre de otros tantos compañeros de destierro; jóvenes los unos que abandonaban la vida apenas saboreada, llevándose el molde roto de alguna inteligencia precoz, descompuesto el corazón en que se anidó un patriotismo sin esperanza y sin resfriarse aún. Pero esta vez sólo yo no alcancé a incorporarme en la comitiva de amigos que seguían el triste convoy; apenas pude por retardos involuntarios llegar al borde de la fosa, cuando los primeros puñados de tierra hacían resonar sobre el hueco sarcófago el adiós eterno. ¿El doctor don Pedro Ignacio Castro y Barros iba a desaparecer para siempre? Y esta frase que un interrogante cambia, de afirmación que era, en una pregunta de difícil respuesta, turbó en aquel momento el recogimiento que la tumba inspira. Pronunciaba un discurso patético uno de sus consocios de ministerio; sucediósele uno de sus compañeros de destierro, y cuando hubiera yo podido y debido decir algo, sentí que mis ideas no estaban allí ya fijas sobre el cadáver sin vida. La historia de lo pasado se había levantado por diversos puntos en mi espíritu, como si hubiesen tocado a rebato; y las batallas de la guerra civil y los caudillos populares, la tribuna política del congreso, y el látigo y la cuchilla de los tiranos, todo estaba allí, de pie, visible, agitándose. Una sola palabra no vino a mis labios, y mis miradas perplejas apenas pudieron fijarse en los grupos silenciosos que rodeaban aquella fosa, sacerdotes, y entre ellos, un canónigo

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argentino emigrado; ingenieros, poetas, publicistas, abogados argentinos, y a más algunos amigos del finado, y algunos grupos de pueblo.

El que era cadáver yerto había sido ayer cadáver vivo, muriendo de vejez bajo el peso de dolencias acumuladas en una larga y laboriosa vida. Los que han conocido al doctor Castro Barros en Chile han conocido una sombra; su alta figura estaba ya encorvada por el peso de los años, descarnadas aquellas facciones fuertemente acentuadas como todas las naturalezas vigorosas, ronca y apocada aquella voz que había tronado terriblemente en tribunas y pulpitos, mustios y eclipsados aquellos sus negros ojos que brillaban con frecuencia animados por el fuego del entusiasmo, del éxtasis o de la cólera religiosa.

Para trazar su biografía es preciso, si no queremos equivocarnos, olvidar el cadáver y restablecer al hombre; dejar el destierro y trasportarnos a la patria cegar, en fin, la tumba para ir a buscar en algún punto ignorado la cuna en que se meció niño, el que fué después representante del pueblo en los ejércitos, el tribuno popular, el insurgente contra el rey, el sacerdote infatigable en la predicación de su doctrina. Los que bosquejan su biografía en Chile, toman el otoño por el estío, у corren riesgo de engañar a sus lectores, engañándose , a sí mismos. Por otra parte el doctor don Ignacio de Castro Barros es todo él argentino, y a sus compañeros de infortunio final, a todos los que por diversos y aun encontrados caminos vinieron a juntarse con él en la nada del destierro perpetuo, toca señalar la ruta que él trajo, y los senderos por donde anduvo. Cada uno anduvo éstos pobres desterrados que muere aquí, es una página de aquella epopeya de la República Argentina, fecunda en lecciones que nadie escuchará, porque la historia, si bien enseña a los que viven de estudiarla, es inútil para las naciones, máquinas animadas que van a donde están destajadas a ir, sin que poder de hombre pueda detenerlas. Yo quiero, pues, estudiar este átomo de nuestra historia contemporánea llamado Castro Barros, revestirlo en espíritu de todos sus accidentes, y dar valor y carnadura a fechas, títulos, persecuciones y destierros que sin esto nada significarían.

En unos apuntes biográficos tomados al lado del lecho de dolor del doctor Castro Barros, apuntes en que sus deudos y amigos trataron de recoger de su fatigada memoria la cronología descarnada de su vida, leemos esta dolorosa reflexión: "La nación argentina ha caído desde la cumbre de la gloria, a donde la elevaron sus propios esfuerzos, al terrible precipicio de la ignominia. Presa horrible de convulsiones intestinas, de guerras civiles las más desastrosas, y de un cúmulo de males inauditos, su historia sangrienta asustará sin duda a las generaciones venideras”¿Cómo cayó en este abismo la República Argentina? ¿quiénes la empujaron incauta aunque inocentemente a él? ¡He aquí una cuestión que puede ilustrar la biografía de los nombres que en los diversos partidos han tomado parte en las luchas argentinas. Nosotros hemos ya desenmarañado algunos hilos de aquella madeja sin cuenta, siguiendo a Facundo Quiroga y al apóstata Aldao, entre el laberinto de los principios oscuros o desconocidos de aquel terrible drama. Pero Facundo Quiroga no era más que el ejecutor ciego, el brazo armado de ideas arrojadas de antemano, de convicciones populares, tibias al principio, ardientes después, activas más tarde hasta producirse en actos, que reunidos forman el gran tejido de la historia. Yo he explorado ya el terreno en que la batalla se dio, señalado los jefes que trajeron las huestes al combate; ¿por qué no entraríamos ahora a examinar las causas de aquella lucha y los resultados finales que los contendientes alcanzaron? Porque las grandes luchas de las naciones, ni aun

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las conmociones populares, se engendran a sí mismas. La ley inmutable de la naturaleza orgánica es que en la vida la simiente guarde y envuelva el germen, y que este germen sometido a cierto grado de temperatura, se desenvuelva y produzca el árbol fructífero y saludable, o la planta venenosa o erizada de espinas! Las ideas, ha dicho M. Lamartine; bajan siempre de lo alto. No es el pueblo sino la nobleza i el clero, y la parte pensadora de la nación, quien ha hecho la revolución. Las preocupaciones tienen a veces su origen en el pueblo; pero las filosofías no brotan sino en la cabeza de las sociedades; y la revolución francesa era una filosofía. Y así sucede siempre, las luchas sociales están de largo tiempo antes escritas en libros, o formuladas en oraciones; y el que quiera estudiar un hecho consumado, ha de ir a buscar sus causas generadoras en los deseos de antemano manifestados, en la conciencia que del bien o del mal tenían formada los hombres que descollaron en un tiempo a la cabeza de las naciones, representándolas por la ciencia, la religión, las preocupaciones y las luces. Para saber cómo un país ha caído en la ignominia, debemos ir primero al campo de batalla donde un sistema de cosas triunfó; y desde allí remontando la historia, seguir a los personajes y a las ideas hasta su fuente, que por lo general se encuentra en un escritor, en un orador. En todas las épocas de la revolución argentina, la palabra del doctor Castro Barros suena poderosa y apasionada en los oídos populares. Sus acentos conmueven los ánimos, y los fenómenos políticos entran aún al lado de la parte dogmática en aquellos vehementes sermones de que queda hasta hoy memoria en las diversas provincias que recorrió. Un día, empero, el doctor Castro Barros hizo alto en el camino que había tomado, y como si se orientase de nuevo por el aspecto de los nuevos países que venía descubriendo, extraños y selváticos como no se los había imaginado, se detiene, medita, vuelve atrás, y se echa en el mismo sendero de aquellos a quienes llamaba descaminados. ¡Arrepentimiento tardío! ¡Inútil y vano esfuerzo! La masa había, cediendo a la impulsión, tomado la pendiente, y desde entonces datan los pontones en que sufre el tormento diario, las persecuciones y al fin el destierro, la peregrinación y la muerte.

Sobre una tumba solitaria del panteón de Santiago de Chile, el curioso leerá un día esta inscripción:

Aquí Yace El presbítero don Ignacio de Castro y Barros,

Doctor en teología, bachiller en jurisprudencia, Rector y catedrático de la Universidad de Córdoba,

Diputado a la Asamblea de 1813, Representante del pueblo en el ejército del Perú,

Diputado al Congreso de Tucumán y su presidente en 1817. Canónigo magistral de la iglesia de Salta,

Diputado (nombrado) por Córdoba al Congreso de 1826, Visitador eclesiástico en las provincias de Cuyo,

Provisor y vicario del obispo de Córdoba, Cura propietario de San Juan de Cuyo,

Y muerto en Chile en 1849. En largo y perpetuo destierro.

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EL GENERAL DON EUSEBIO GUILARTE (Crónica de 14 de julio de 1849)

La América española marcha adonde fatalmente la conducen sus antecedentes. Hay un abismo delante de ella, adonde caen sucesivamente unos Estados en pos de otros; y los que quedan en pie aún y contemplan caer a los que les preceden, se dicen para sí: caen ellos porque son ellos, si fuéramos nosotros, sería otra cosa; y al día siguiente cae a su turno el que tal decía.

En Méjico se llama guerra de castas; en Buenos Aires, de la ciudad y las campañas; en Montevideo, de extranjeros y nacionales.

Todos los nombres tiene el mal, menos el genérico, el técnico, que es descomposición y castigo de los errores que se perpetúan desde que nos dejó la España.

Ahora es Bolivia la que cae, mañana será el Perú. ¿Cuándo le tocará a Chile su turno? ¡Oh! En cuanto a eso, está muy remoto; ¡ pregúntenselo si no a las sesiones de las cámaras que lo demuestran de una manera concluyente!

Bolivia había marchado con su mal largos años; y mal que bien, viviendo y muriendo, seguía adelante con paso vacilante; pero hubo un niño que por ambición del momento puso la mecha a la mina, un joven general, un Belsú que descubrió el secreto del poder, y los diarios nos han contado demasiado, harto ya lo que ha resultado. ¿Cuándo detendrá Belsú el torrente que ha desbordado? ¿Podrá hacerlo si quiere? ¡Ojalá que por el bien de la parte más elevada de la sociedad de Bolivia, y por el nombre de Belsú, manchado de sangre hoy, la tarea fuese posible!

jPobre general Gilarte! tan valiente soldado como era ciudadano tímido, su cabeza ha rodado sin provecho de nadie.

Cuatro meses de intimidad, de vida y de alojamiento común, nos habían dejado penetrar hasta lo más recóndito de aquella alma blanda, vacilante, débil, y sólo temible para los soldados en los campos de batalla, según aparecía de su hoja de servicios.

Algunas cartas suyas, y un recuerdo que cambiamos al separarnos hace tres años, he aquí cuanto nos queda de aquel amigo, a cuya memoria no podemos dejar de tributar el aprecio que se merecía de todos, y la lástima de verlo sacrificado, sólo para añadir una vergüenza más para la América.

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DON JUAN DE DIOS VIAL DEL RÍO

(Tribuna de 29 de noviembre de 1850) Ayer a las tres de la tarde se ha extinguido una de las antorchas de

nuestra judicatura. El señor don Juan de Dios Vial del Río, presidente de la Corte Suprema, senador y consejero de Estado, Ha dejado de existir. ..

Cuarenta años de administración de justicia )lo habían hecho un oráculo en la difícil ciencia del derecho.

El señor Vial del Río pertenece al escogido número de hombres que han creado, por decirlo así, la reputación de saber y de integridad que ha hecho de nuestra Corte Suprema un areópago ante cuyas decisiones se inclinan respetuosamente las opiniones casi siempre varias de los jurisconsultos.

Es opinión común que la América del sur no tiene nada que oponer a la dignidad de nuestros altos tribunales, y la administración de justicia en toda su pureza e integridad, es el más claro de los progresos que el país ha hecho después de su reorganización política.

Todas las instituciones son un vano simulacro donde la justicia sigue la impulsión de las pasiones, o cede al soplo de la política o a la influencia de los que mandan.

Al señor Vial del Río se deben en la parte que le cupo, gran parte de los cimientos echados para preparar el esplendor de nuestra administración de justicia.

El nombre de don Juan de Dios Vial del Río se mezcla honrosamente a todas las fases de nuestra historia contemporánea, y su dictamen en el senado se ha convertido en gran número de las leyes que nos rigen.

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DON ESTEBAN ECHEVERRÍA (Sud-América de 1º de mayo de 1851)

La República Argentina acaba de perder en don Esteban Echeverría uno

de sus más célebres bardos El suelo extranjero ha recogido sus restos, como los de tantos otros argentinos esclarecidos en las armas, en el foro, en la tribuna, o en las letras, que han quedado sembrados por la tierra por la desgracia, sin ver abrirse las puertas de la patria que habrían honrado con sus talentos.

El 20 de enero acompañaron sus restos mortales al lugar de descanso, cuantas personas notables encierra Montevideo, y el Instituto con su presidente, el señor Herrara, a la cabeza.

Echeverría es el autor de la Cautiva, poema americano cuyo teatro es la pampa solitaria. Esta composición bastaría, para conservarle un lugar distinguido en las letras americanas. Varias otras han ayudado a su celebridad, entre ellas Recuerdos, el Ángel Caído y Avellaneda, su última composición literaria.

Como ocupación útil de su mente, se había consagrado al estudio de la enseñanza pública y como manifestación de sus ideas políticas, ha dejado el Dogma socialista y la Revolución del Sud, interesante episodio de la lucha argentina.

Esperamos de los amigos y compañeros de trabajos de Echeverría, algunos datos que nos faltan, pues sólo le hemos conocido en 1846, de paso por Montevideo, en que pasábamos algunas horas del día reunidos, sirviéndonos de punto a la conversación la suspirada patria y les medios de reorganizarla.

Su retrato ha sido publicado por la Ilustración de París.

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DON MARTÍN ORJERA (Sud-América de 9 de junio de 1851)

Un incidente ha venido a entristecer estos días, la muerte del doctor don

Martín Orjera, nuestro compatriota, santafecino de origen, y ciudadano chileno de adopción.

Un gran concurso acompañó sus restos mortales al cementerio, y muchos jóvenes dijeron, al borde de su tumba, muy bellas cosas en su honor. Esta escena presentaba a nuestros ojos un espectáculo consolador. El joven comandante del Yungai, su hijo adoptivo, encabezaba el duelo, y una docena de ofíciales de su cuerpo, de los que tan brillantemente habían llenado su deber el 20 de abril, lo acompañaban. En presencia de ellos, y oyéndolos con la tolerancia e indulgencia que se deben a las opiniones, pronunciáronse discursos y versos llenos de calor y algunos de amenaza, en honor del Tribuno popular, mártir de la libertad, etc. Rodeaban la sepultura hombres de todos los partidos, y nadie creyó oportuno retirarse hasta que todo fué dicho, no obstante que la palabra iba descendiendo en años hasta la infancia, lo que ganaba en violencia hasta la impropiedad.

Ligados a Orjera por recuerdos de una antigua amistad, presenciábamos esta escena de recogimiento, de libertad y de cordura.

El doctor Orjera había ocupado en Chile un lugar prominente. En la batalla de Maipú, joven casi imberbe, se distinguió por su entusiasmo y su valor, y en la época de la primera constitución del país, ejerció como escritor y parlamentario, su parte de influencia. Pero una vida pública tan temprano comenzada, fué por grados debilitándose y oscureciéndose, y ya en 1840, Orjera contaba entre los hombres públicos de tercera fila.

Tenía las virtudes y las flaquezas de los caracteres generosos, negligente hasta olvidarse de sí mismo, exaltado, inconsistente, bueno en el fondo, y dejándose arrastrar por la primera impresión o por los amigos. En 1841 escribió el Tribuno, al principio por el general Bulnes, y a poco andar en favor del general Pinto su adversario de candidatura. Este periódico fué ya el hijo de la vejez del espíritu, no obstante sus cincuenta y seis años. (1) Desde entonces el doctor Orjera descendió a la oscuridad política, de donde no salió sino por momentos y por puertas vedadas.

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CASACUBERTA Discurso pronunciado en su tumba.

SANTIAGO DE CHILE— 1849 ______

Habían seguido al Jeneral Lavalle, y reunídose después de su derrota en Famalla, al Jeneral La Madrid, gran nùmero de jóvenes de Buenos Aires, y aun los artistas del teatro, arrastrados á los combates por el deseo de reconquistar las instituciones liberales perdidas. Casacuberta era uno de ellos. Era un artista de su propia creación, como lo son la mayor parte de los que interpretan á los grandes poetas. Tenia, y pudo observarse viendo su juego, sorprendentes analojias con Frédérick Lemaître, acaso porque ambos estuvieron llamados á dar v'ia y espresion al drama contemporáneo, que no era la comedia de costumbres de Molière, ni la trajedia clásica de Corneille y de Racine, sino la trajedia por sus elementos, el terror y el crimen de las grandes pasiones, aplicada á la vida real, á tipos rmodernos, ó históricos, ó secundarios.

El talento de Casacuberta estaba á la altura de los buenos actores europeos, si no es por su jeneralizacion á toda clase de representaciones, lo que disminuia el prestijio de los grandes papeles.

Su muerte es una terminación de la carrera dramática, como la del Jeneral que perece en la demanda, y la oración fúnebre pronunciada sobre su tumba, impresionaba doblemente á los dolientes y amigos, como testigos del suceso, y como compañeros de aventuras y sufrimientos.

Señores: Molière, el padre de la comedia francesa, murió agotado de fatiga, después de

la representación del Malade Imaginaire. Casacuberta, mas afortunado aun, que es fortuna para el artista sucumbir sobre la arena, ha muerto deshecho, despedazado por un papel terrible. Su esquisita sensibilidad, escitada mas allá del grado de electricidad que admiten las fibras humanas, no pudo reponerse del sacudimiento, y «el último laurel que el público le acordaba, como tan sentidamente lo ha dicho Moreno, su discípulo, amigo y compatriota, caía ya sobre un cadáver.» Los Seis Grados del Crimen de Víctor Ducange, han producido arrepentimientos y conversiones de jóvenes estraviados, según lo han rejistrado muchas veces los diarios; pero hasta el Martes pasado, no habia ocurrido que matasen al pobre actor encargado de hacerlos producir su efecto moral sobre el público; y que el protagonista que se escapa del fatal carro, no se escape realmente de la muerte, que detrás de bastidores lo está esperando á que concluya para llevárselo.

¡Cuantas vibraciones han debido dar aquellos nervios para estinguir la vida, como con las convulsiones causadas por el hong-hong, ruido con que los chinos matan á los criminales! ¡Cuan artística ha debido ser aquella organización para sentir las congojas y los pavores de una muerte afrentosa, hasta morir víctima de sus emociones! Ah! Debemos decirlo, una platea casi desierta de un teatro americano, no era arena para tanta gloria! Paris solo se hubiera creído á la altura del sacrificio.

Después de muerto el actor, tuvimos la curiosidad de leer el cartel con que habia anunciado un dia antes su beneficio. Conoce todo el mundo el charlatanismo del cartel de anuncio, y hay cierto lenguaje, una literatura especial para el cartel de teatro. Pero nos hemos quedado mudos de enternecimiento y de congoja, mirándonos unos á otros, al leer en él una biografía y un testamento, los adioses al público, por la última vez, y el presentimiento de lo que iba á costarle su pieza favorita! El cartel de anuncio lo hemos guardado religiosamente, como el complemento de este triste drama.

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« Grato me es, por demás, dice, en la tercera vez que he vuelto á Chile, rendirle en una función que lleva mi nombre, el homenaje de mis simpatías. Hay accidentes en la vida del hombre mas vulgar, que se gravan eternamente en el corazón. Cuando la suerte me encaminó á este país la vez primera, habia abandonado hasta las ilusiones de artista. Proscrito, errante, escapado milagrosamente de debajo de las nieves de la Cordillera, no soñaba mas que en el porvenir de mi patria4 Casi ciego en esta peregrinación, hallé hospitalidad y manos benefactoras.— Me reconcilié, pues, con el arte, y á Chile debo mas de un recuerdo imperecedero, el de la gratitud. Estos acontecimientos no se olvidan jamás.» Y después de anunciar:

LOS SEIS GRADOS DEL CRIMEN,

Y ESCALONES DEL CADALSO, Ó SEA UNA LECCIÓN TERRIBLE A LA JUVENTUD,

añadia: « Han sido tantas y tan reiteradas las instancias que he recibido para que pusiese esta obra en escena, que al fin me he resuelto á hacerlo por última vez! venciendo las resistencias que siempre he opuesto, por la descomposición física que he sufrido cuando la he dado, en la situación horrible del protagonista en el último cuadro, cuando escapado del carro fatal, trata de sustraerse al cadalso.»

No era, pues, accidente, era consecuencia fatal aquella catástrofe que anonadó al artista. Cuantas veces habia ejecutado aquellas aflicciones horribles del criminal que aun tiene viva la conciencia, habia sentido la muerte subirle hasta la garganta, para sofocarlo, para acabar ella el drama, de una manera digna de las penas del morir ajusticiado, deshonrado, tan hondamente sentidas por el actor. Esta vez, empero, no pudo salvarse. El areonauta, cuando habia perdido de vista la tierra, vio el triste romperse el globo que le llevaba á las rejiones celestes; y los aplausos de los hombres cuando cayó, pudieron apenas ajitar el aire, para que remontase de nuevo el alma sola del artista, al ideal que termina la existencia humana!

Permítaseme que cuente aquí sobre la tumba de este proscrito lo que de él sabemos todos. Bueños Aires fué por largo tiempo para esta parte del continente, la boca por donde aspiraba la civilización europea, que venia con la brisa á bañar las costas americanas. A orillas del Plata se hicieron las primeras transformaciones de la vida colonial ; allí se ensayaron los primeros pasos de la cultura americana. En 1825 habia Opera en Buenos Aires, y por largos años Rosquellas, la Tani, y el célebre bufo Bacani educaban el gusto lírico. El teatro dramático tenia desde mucho antes, sus glorias y sus tradiciones nacionales, indíjenas. Velarde, Morante, Trinidad Guevara, Felipe David, actores arjentinos, se habrían hallado bien en los teatros de la Península. Este temprano brillo del arte dramático, había muy de antiguo roto la cadena de las preocupaciones contra el teatro, y jóvenes educados en buena sociedad, como Moreno, Jiménez, se hacian actores, como otros se hacian guerreros ó abogados.

La naturaleza privilejiada de Casacuberta lo echó en aquella noble carrera que ha coronado gloriosamente. Hijo de un bordador, éralo él también como Maiquez. Su naturaleza artística le habia llevado á adivinar roles imposibles para otros; y reiterados estudios sobre la mente de esta ó de la otra palabra oscura, fijaban al fin su manera especial de traducirlas.

Aquella escena del criminal escapado del carro la habia creado él, bordando la tela de Ducange con un cuajado de pasiones, de esperanzas desesperadas, imposibles, que se agolpan en un segundo á la cabeza de aquel infeliz. Para el público que ha aplaudido aquella escena, que ha sentido todas sus pavorosas sublimidades, ver morir al actor, es la prueba de que el arte humano habia dado la última gota de la pasión, puesto que las cuerdas del corazón se habian roto á fuerza de tirarlas.

Romea en España, actor distinguidísimo, se habría quedado en lo real de esta escena; Latorre nunca habría alcanzado á lo sublime. No conozco sino uno que en este caso le hubiera aventajado. He visto á Lemaître hacer así una escena muda que

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él habia inventado en el Docteur Noir. Un amigo chileno que estaba á mi lado, me decía al verlo: ¿Se acuerda usted de Casacuberta?... No quiero comparar al uno con el otro. El primero es el hijo del arte francés, el primero, casi el único hoy en la tierra, el segundo era el hijo de la naturaleza ruda aun; el pampero que ajita y turba á veces los mares.

Cuando su patria hizo el último, el mas desesperado esfuerzo para trozar, si podia, las cadenas que continúan hoy ciñendo un cadáver, porque aquella patria apenas existe, Casacuberta se lanzó á la guerra, recorrió las provincias, animó los campamentos con su entusiasmo, alegró las marchas de los vencidos con sus cantares patrióticos, y últimamente, de desastre en desastre, sobre la cima de los Andes, las nieves lo sepultaron en el límite estremo de su patria y á la puerta del destierro. Casacuberta fué anunciado en Santiago como el hijo predilecto del arte arjentino. Todavía recuerdan sus compatriotas los conflictos en que su alma altanera los puso á todos. Tanto bien dijimos de él, que la incredulidad, los celos, la indiscreción, ó la maledicencia, produjeron en la prensa un escrito que heria sin motivo á Casacuberta, aun antes de presentarse en las tablas. Dos dias mas tarde, el actor mimado por otro público, volvió ofensa por ofensa; pero la suya era mas punzante, porque recaía sobre Chile, á quien echaba en cara no tener reputaciones artísticas. Las susceptibilidades nacionales se despertaron irritadas. Casacuberta iba á presentarse en las tablas para ser juzgado por agraviados. Comprábanse aquel dia pitos, y se alistaban doscientos jóvenes á castigar su osadia. Mil setecientos espectadores habia reunido la venganza no satisfecha, la curiosidad ansiosa de ver el desenlace de aquel duelo entre un hombre y una ciudad. Los pitos se ensayaban cautelosamente antes que el telón se levantase; ráfagas de silencio venian de cuando en cuando á dar solemnidad alarmante á aquellas pasiones que se estaban encorvando y recojiendo para lanzarse sobre su presa. Estábamos nosotros tristes y amilanados; porque en aquella época los emigrados éramos solidarios todos en el mal de uno.

De repente se levanta el telón, y allá en el fondo del teatro descúbrese la talla majestuosa de un anciano de setenta años que habla con alguno de adentro.

Vuélvese al proscenio; avanza con paso de rey, el Dux de Venecia; su voz grave, sus maneras cultas, su mirar tranquilo, hasta su larga barba aliñada con un arte infinito, todo en fin, tenia sobrecojidos los ánimos, clavados los ojos, embargadas las lenguas; los pitos estaban ahí en las manos de todos, indóciles ahora para acercarse á los labios. Casacuberta se sentó en una silla con la distinción esquisita de un noble italiano, y este movimiento solo, hizo estallar el sentimiento de lo bello, de lo artístico, que estaba oprimido en el corazón de todos por causas rencorosas, y Casacuberta agradeció aquellos aplausos, arrancados á fuerza de arte, de jenio, como el hombre honrado que recibe lo que lejítimamente se le debe, sin descortesía como sin servilismo. Lo que de aquella amarga prueba había quedado en el corazón de Casacuberta, lo ha derramado como un bálsamo en derredor de su tumba. «Me reconcilié entonces con el arte, dijo al morir por el arte, y á Chile debo mas de un recuerdo imperecedero, el de la gratitud.» Ha muerto el artista cediendo á las nobles inspiraciones del jénio. Ha dejado incrustado en la historia del arte dramático de Chile, unido á su nombre, el suceso mas lamentable y ruidoso que ha ocurrido en América; y al ver la decadencia actual del arte en Santiago, puede decirse que ha reventado, haciendo esfuerzos sublimes, sobrehumanos para darle animación y vida. No es culpa suya si el teatro muere. Para nosotros, sus compañeros de proscripción, traia aquel recuerdo de la patria que lo enmudece por un momento. Ohl Que nunca la gratitud al país que nos acoje, que á veces muestra su mal humor, por las indiscreciones inevitables de la vida, y siempre la estimación por lo que la merece, que nunca nos impida soñar en el porvenir de la patria! ... A su pasado pertenece ahora Casacuberta; los que le sobreviven, los que sigan su ejemplo y su consejo, pertenecerán á su porvenir siempre, al porvenir de la América.

¡Anda en paz, amigo!

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D. NICOLÁS RODRÍGUEZ PEÑA Discurso pronunciado al sepultar sus restos en Santiago de Chile.

Diciembre 10 de 1853. ______

Murió en Chile después de cuarenta años de espatriacion. Fué en

muchos casos la suerte que cupo á los promotores de la Revolución y á los que quisieron hacerla efectiva. Peña, Moreno, Pueyrredon, Rivadavia, San Martin, D. Ignacio de la Rosa, la lista es larga. D. Demetrio y D. Jacinto R. Peña, sus dos hijos, habrían satisfecho la ambición de todo padre de familia.

Desgraciadamente no le sobrevivieron largo tiempo, muriendo jóvenes aun y dejando en Chile numerosas familias.

El anciano Peña era objeto de la veneración de los arjentinos en Chile, y como un testigo del desarrollo de la Revolución que él habia preparado en su quinta de los Olivos en los alrededores de Buenos Aires, donde se reunían los patriotas primitivos. Murió después de la batalla de Caseros, y pudo repetir el nunc dimittis servum tuum, pues habiendo sido derrocada la tiranía, y abierto el país á las influencias de la intelijencia, del comercio y de la libertad, era de esperarse que hallasen remedio los nuevos males que el remedio mismo parecía fomentar. La siguiente oración espresa las preocupaciones dominantes entonces, pues que el orador salia del campo de acción, á continuar la obra, que se termina al fin en Pavón.

Señores : Séame permitido, en nombre de mis compatriotas, dejar caer sobre esta tumba

el primer puñado de polvo que vá a ocultarnos para siempre á uno de los actores del gran drama que comenzó en Mayo de 1810.

Cuarenta y tres años han trascurrido, desde que el Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, D. Nicolás Rodríguez Peña, arrojó con mano segura la piedra en aquellas aguas estagnantes de la colonización española, y todavía no cesan de sucederse los círculos concéntricos que uno en pos de otro, han ido dilatando el movimiento. Vosotros, Jeneral Las Heras, Canónigos Navarro, Guiraldez, Coronel Plaza, fuisteis traídos hasta aquí por una de esas oleadas; y nosotros os hemos seguido mas tarde para encontrarnos reunidos, al borde de la tumba del que dió el impulso, los guerreros y los apóstoles de la Independencia que lo jeneralizaron, los proscritos de las tiranías diversas que intentaron en vano aquietar aquel piélago agitado.

¿Que pudiera decir yo, llegado al fin del sublime drama, ante los actores mismos que le dieron vida y animación con sus claros hechos?

Pero hay todavía tras las formas aparentes y sensibles de los grandes acontecimientos, ciertos resortes disimulados por la historia, que son lo que para nuestro cuerpo los huesos sobre los cuales reposan la carnadura visible y la belleza de la fisonomía.

En los grandes acontecimientos de los pueblos hay causas, hechos é ideas que los provocan; pero entre la masa de los hombres que esperimentan su acción, hay naturalezas prívilejiadas que sienten con mas vehemencia el bien, que se lanzan á la realización de las ideas con mayor anticipación.

Este es el mérito especial de nuestro venerable amigo. La revolución del 25 de Mayo de 1810 se fecundó en su corazón; los primeros medios de ejecución prodigólos su fortuna, derramada á manos llenas para cegar los obstáculos. Su bufete fué el centro de todos los hilos de aquella sublime trama de que estaban pendientes los futuros destinos de la América; y la tradición recuerda que cerca al brocal de un pozo

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que habia en su casa, Peña, Castelli, Vieytes y Moreno tuvieron la última y decisiva conferencia de donde salió la revolución á la calle, al Cabildo, al Ejército, a las Provincias, á Chile, á la América entera.

¡Que importa la altura de los puestos oficiales en presencia de estos poderes de acción que reconcentran toda la grandeza de una época, como el padre hace suyo el mérito de sus hijos!

Esta es la peculiaridad singular del papel de este Prócer de nuestra Independencia. Pudiera decirse que no figuró nunca en la revolución que habia lanzado al mundo, si por accidente no hubiese sido alguna vez gobernador de Montevideo, de Cuyo, después seguido los ejércitos de la Independencia, y hecho parte de alguno de los gobiernos sucesivos de su país. Hay sin embargo, un grande acto de la Revolución, en que aparece de nuevo su augusta figura, encargada de apartar del paso un grande obstáculo que amenazó un momento volcar el carro de la Revolución.

El poder colonial tenia sus próceres, y Liniers, el representante del Rey, Orellano, el jefe de la iglesia, amenazaban desde Córdoba cambiar la Revolución de la Independencia en simple azonada de calles, en sublevación de vasallos rebeldes. La revolución de Buenos Aires habria contado, como la de Méjico, la de Chile y la de Venezuela, un escarmiento al volver la primera pajina de su historia, si la Junta Gubernativa no hubiese osado decapitar el sistema colonial en sus próceres mismos.

Peña fué uno de los representantes del pueblo, que llevó el terrble decreto que debia hacer caer esas cabezas, inmoladas ante las aras de la Independencia Americana.

Lanzada la Revolución por caminos aun no esplorados, cayendo y levantando entre los obstáculos que aun embarazaban su marcha triunfante, D. Nicolás Rodríguez Peña, el patriota de la víspera, desaparece muy á los principios de la escena política, arrojado, como sucede de ordinario, por los campeones que prohija el acaso, ó presenta el mérito real revelado con el cambio de situación, y las necesidades nuevas después de consumado el primer movimiento. El ostracismo es entre nosotros la roca tarpeya de los grandes servicios, y Peña no alcanzó al año 13 sin merecerlo. La Provincia de San Juan, mi patria, a la que lo unian relaciones de familia que me envanezco en decirlo, se ligan con la mia, hubo de hospedarlo hasta 1816, en que el dia mismo que regresaba á Buenos Aires, recibió nueva, instantánea orden de salir desterrado, prueba inequívoca de que su sombra eclipsaba á muchos luminares de la época.

¿Por qué habremos de quejarnos de estas injusticias de la historia, pidiendo gratitud, como si se tratase de asuntos de familia? ¿Por qué se ha de exijir á los hechos que paguen el salario de las ideas? ¿Por qué imponer á los desenvolvimienos históricos la necesidad de servirse de los mismos instrumentos? Guardémonos de reproducir ese cargo contra la ingratitud de las repúblicas que á fuerza de repetirse, ha hecho creer á las almas vulgares que el poder es la necesaria recompensa de los servicios prestados á la patria. Pisístratos que dan la libertad para esterilizar sus frutos: negociantes en batallas que ponen á granjeria la sangre de los pueblos, para elevarse; tiranos por derecho de gratitud, mas terribles que los tiranos por derecho de odio que derrocan.

Desde aquel destierro puede decirse que la Revolución y Don Nicolás Rodríguez Peña no volverán á encontrarse en su camino, viéndola él desde Chile marchar de peripecia en desenvolvimiento, hasta caer derrumbada en el abismo de la tiranía sangrienta en que vino á sepultarse los últimos veinte años.

Ni una sola queja se ha escapado de sus labios en aquel largo período de cuarenta años, ni una solicitud á los gobiernos de su patria pidiendo el resarcimiento de aquella fortuna tan á tiempo y tan productivamente sacrificada, fué jamas á despertar el recuerdo de su nombre á los que gozaban ó abusaban de los bienes, de los honores, de las glorias que redituaba. La longanimidad era igual al sacrificio, y la conciencia de la grandeza de su obra, superior á las retribuciones y recompensas.

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En 1852 cumplía setenta y seis años, y necesito recordar esta circunstancia, porque senectud tan avanzada, dá un tinte especial á las ajitaciones nuevas de su alma. La noticia de la batalla de Caseros lo volvió á la vida de sus primeros años, creyéndola el último triunfo que la Revolución alcanzaba para reposarse ya, de vacilaciones tan prolongadas. ¡Quien no lo hubiera creído como él!

La Libertad, la República Arjentina, la Patria, Buenos Aires, habían vuelto á tomar en su corazón el interés apasionado de los días floridos de su juventud.

No traeré al borde de una tumba la apreciación de los disentimientos que nos dividen en cuanto á los hechos que tienen lugar en nuestro país; pero el ilustre anciano veía aquellos acontecimientos á la luz que los vemos todos los que aquí estamos reunidos. Las peripecias de la lucha reciente, el sitio de Buenos Aires, su triunfo definitivo, las cuestiones ajtadas aquí mismo, despertaban en su corazón ya próximo a suspender sus latidos, calorosas emociones de la esperanza, del temor, de las simpatías, de las repulsiones que hacen del hombre un ser animado y no una máquina de cálculos, ni una tela descolorida por los desencantos. No ha llegado una noticia aciaga para nuestras convicciones, que no haya quitado uno de sus contados dias, ni buenas nuevas que no le hayan hecho saborear la existencia, abandonándose á transportes de alegría. Leerlo todo, ó inquirir lo que se sabia, era la única fruición de su vida; y aplaudir, vituperar, alegrarse ó entristecerse, amar ó aborrecer por causas políticas, han sido las vivísimas ajitaciones de esta alma pronta á escaparse del desmoronado vaso que la contenía. Las últimas palabras que ha pronunciado con animación, antes de caer en el sopor que precede á la estincion de una vida agotada, los últimos sonidos que han ajitado sus tímpano encallecidos, fueron noticias prósperas ó ideas simpáticas á su patriotismo. En medio del decaimiento en que se consumia, era fácil volverle á la vida, como con aromas estimulantes, comunicándole algún suceso reciente, brillando sus ojos de alegría, si era auspicioso á la causa de la libertad arjentina.

Nuestro Procer de la Independencia ha cerrado los ojos á los 77 años, lleno de fé en los destinos de nuestra Patria, adormecido por las mismas plácidas ilusiones que en 1810 hacían vibrar su corazón. El triunfo de Buenos Aires sobre la barbarie y el despotismo aunados, le mostraba la Revolución tan fuerte y vigorosa como el la habia visto en su infancia hercúlea. Seis meses antes, habria muerto sin este consuelo, y la piedad filial habria dicho que moria de desencanto y abatimiento, y como yo tengo la misma convicción que ha serenado sus últimos momentos, de que la Revolución toca ya á su fin, notaré como un hecho providencial que haya quedado en este mundo hasta hoy, el primero de los patriotas del año diez, para llevar á las sombras de sus concólegas de virtud y de esfuerzos, Castelli, Belgrano, Vieites, Moreno, Saavedra, Alberti, Matheu, Larrea, Chiclana, Passos, Martin Rodríguez y tantos otros, la noticia del triunfo definitivo de sus nobles propósitos; y para que aun fuese mas auspiciosa su partida, los que quedamos aquí para dar cima á su grande obra, estamos felizmente unidos sin discrepancia en vistas y sentimientos políticos, no siendo indiferente el hecho de rodear su tumba los hijos que calentaron su corazón durante el mas ilustre ostracismo, los héroes de la Independencia que sobreviven, los proscritos de la tiranía y los tribunos de la libertad en su patria, que se esfuerzan con su débil voz por encaminar la batida nave hacia el deseado y ya visible puerto.

Que nuestro adiós postrero le sea suave, y nos lo retorne en esas bendiciones misteriosas de los muertos que alientan la virtud cuando flaquea, la enerjia cuando desfallece, la perseverancia cuando desespera. Que si fuese real la creencia en la metempsícosis, y dado al hombre público escojer el alma que hubiese de animarlo y urdir á su fantasía la trama de que hubiera de tejerse su vida, yo pediría, al cubrir de tierra este cadáver, que su alma fuese la mia, y mis destinos fuesen idénticos á los suyos.

Una grande obra consumada, y después la oscuridad y el destierro en Chile por recompensa. En ausencia de nuestra patria, tenemos aquí todos los presentes una patria con sus dolencias y sus bienes, que nos aflijen ó nos deleitan. Una cosa

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tenemos de común con los chilenos, nuestros huéspedes, y que podemos reputar un derecho, y es la comunidad de sepulcros. A cualquier lado que volváis los ojos, al norte ó al sur de esta ciudad, nuestros huesos están confundidos en Chacabuco y Maipú, y en este cementerio que pisamos, yacen sepultadas honorablemente muchas de nuestras mas esclarecidas glorias arjentiras, padres de la patria, guerreros ilustres, publicistas eminentes, sacerdotes venerados, amigos y deudos caros á nuestro corazón.

Esta es la décima vez por lo menos, que venimos á dar el último adiós á alguno de nuestros compatriotas, y no es la que menos haya dejado nuestro corazón satisfecho de haber honrado la memoria de los buenos, aunque por la cumplida existencia de nuestro difunto amigo, por la herencia de virtudes que lega á sus hijos, sea la vez que podamos retirarnos con el espíritu mas sereno y el corazón menos afectado.

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ECSEQUIEL CASTRO

Entierro del Síndico Tesorero de las Escuelas de la Catedral al Sur.

Buenos Aires. Diciembre 21 de 1859 _____

No queda de esta creación de los Síndicos, sino el discurso de

inauguración de la Escuela de la Catedral al Sur, donde por la primera vez se veian edificios adecuados á la enseñanza, libros y mapas de ediciones bellísimas y las bancas y bancos traidos de los Estados-Unidos y familiares en Buenos Aires desde 1859, mientras que en Francia solo fueron conocidos en la última Esposicion, y popularizados por Mr. Hippeau por medio de láminas. La oración pronunciada en la tumba de D. Ecsequiel Castro, conserva el recuerdo de aquella escuela, pero mas que todo del espíritu que animaba á los vecinos de Buenos Aires entonces, y del interés directo que despertaba la educación. Basta recordar algunos nombres de los comisionados de Escuelas, tales como don Felipe Llavallol, A. C. Obligado, Juan Anchorena, M. de Guerrico, Pastor Obligado, Daniel Mackinlay, Joaquín Cazón por la Catedral al Norte. Para la escuela Modelo, componían la Comisión D. José R. Pérez, Rufino de Elizalde, Cirios Casares, Manuel R. García, Mariano Billinghurst, Federico A. de Toledo, José G. Iraola, Juan M. Rstrada, Ecsequiel Castro, Juan Cobo, Leonardo Pereira, etc.

Señores : Háme cabido la triste satisfacción de pronunciar palabras de despedida ante

los restos de muchos de los que nos preceden solo en el camino que pasando por la tumba conduce á mejor ecsistencia: pero han sido casi siempre, en el destierro ó en la patria, las virtudes públicas de los que partían, próceres de la independencia, ó mártires de la libertad, los recuerdos que hacían para sus amigos reunidos al borde de la fosa, soportable la perdida que esperimentábamos. ¡Cuantas veces en Chile la emigración argentina tuvo por campo de reunión un cementerio, para dar el último adiós á uno de nosotros, contándonos los que quedábamos, para reunirnos otra vez en aquellos tristes meetings, echando de menos ya otro soldado en nuestras filas!

Las virtudes privadas son en este caso, como los epitafios de los túmulos, que convienen á todos, y hablan el mismo lenguaje de alabanza. Nuestro malogrado amigo no tiene actos públicos que merezcan recuerdo, aunque haya como muchos otros sido el blanco de la persecución en tiempos aciagos. Morir sorprendido inopinadamente en el vigor de la edad y de la salud, dejar una familia y amigos inconsolables, son por desgracia nuestra, sucesos harto frecuentes para ecsitar emociones. Lo que me permitiré recordar de mi amigo y compatriota se referirá a algo que era, si puedo decirlo, privativo entre él y yo, algo en que brillaban virtudes y escelencias que, como aquella flor que simboliza la modestia, se ocultaban á la vista de los indiferentes.

D. Ecsequiel Castro, señores, ha sido mi amigo íntimo por muchos años, sin que la ausencia hubiese disminuido por su parte la profunda afeccion con que me favorecía. Habriase conservado amigo en despecho mio, habría sido ferviente y apasionado aun constándole que yo era indiferente; y si en los últimos años de su vida hasta la víspera de su muerte, hasta horas antes del golpe que lo ha arrebatado, ha consagrado sus desvelos al servicio de la educación pública con un celo, con una verdadera pasión, que todos sus compañeros y consocios de trabajos reconocian inimitable, este celo y esta pasión eran pura amistad, y la manera de manifestarla. Era

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artista por amor, para rendir culto á esa amistad que lo daba todo, sin esperar recibir nada en cambio.

Yo que conocia sus antecedentes de provincia y de familia encontraba en él también la personificación y la idealización práctica de esa misma obra, a que habíamos consagrado juntos nuestros esfuerzos, la educación popular. Castro era el fruto maduro ya, y él lo sentía asi, de la semilla que estábamos sembrando. Hijo de una familia de escasa fortuna en San Juan, no había recibido otra herencia que escribir bien y contar mejor, en la escuela de la Patria de que fuimos sucesivamente discípulos; y con tan escaso capital apenas adolescente, partió hacia Buenos Aires en busca de fortuna y elevación. Los que lo han conocido durante su vida de comerciante, de hacendado, adquiriendo honorablemente una fortuna, saben si supo sacar partido de aquellos buenos elementos de educación; pero lo que ignoran y me complazco aquí en recordarlo es que su familia en San Juan, su pobre madre y hermanos, iban subiendo progresivamente en bien estar, á medida que él medraba aquí, pues nunca olvidó que era hijo y hermano, cosas que suelen olvidarse después de prolongadas separaciones.

Asi el alumno afortunado de la ecslente escuela de San Juan agradecido a esa educación primaria que habia servido de cimiento a su fortuna, estaba predispuesto admirablemente para fomentarla en apoyo mío, en la Escuela Modelo, que llamó así, por que nunca pudo conformarse con el nuevo nombre dado a su obra de Escuela Superior de la Catedral al Sud. El ecsjia con insistencia siempre que se la conservase el título de Modelo, sintiéndose orgulloso de su importancia y como ligado personalmente a su gloria.

La Escuela Modelo en efecto le debe en mucho su ecsistencia y su conservación, y es un tributo que le rendirán gustosos todos los miembros de la comisión presentes, reconocer que sin él, sin su contracción asidua, habrían luchado en vano con las dificultades inseparables de las creaciones nuevas. D. Ecsquiel Castro ha asistido diariamente a la escuela, sin faltar diez dias en el año, desde el de su apertura de esta, hasta el de su muerte. Ha muerto el dia de los exámenes anuales que eran su glorificación: ha muerto en el campo de batalla, pudiendo decirse que después de asegurada la victoria. Anteayer á las cuatro de la tarde estaba, con complacencia infinita, contándome las respuestas oportunas que un alumno daba á un injenerio que lo interrogaba sobre aritmética; porque él triunfaba con los niños, y hacia suyo el honor de la escuela. Castro iba todos los dias, pero todos, señores, sin faltar uno, a inquirir lo que interesaba al buen servicio; a premiar a los buenos, y amonestar a los malos. Conocía a cada uno de los alumnos, y sabía precisamente el estado de instrucción en que se hallaban, como el grado de capacidad que lo distinguía. Para terminar su elojio y la relación de sus servicios hechos al público con abnegacion, diré que empezaba ya á ser el blanco de la calumnia, y de imputaciones odiosas, y yo había sido no ha mucho llamado por el Ministro de Gobierno para prevenirme que llegaban a oidos de la autoridad quejas contra las estorsiones y malos manejos del tesorero de la comisión de educación de la Catedral al Sud.

La Escuela Modelo era deudora al tesorero casi siempre de miles de pesos que le anticipaba de su peculio, y su firma estaba empeñada en el Banco, en beneficio de la escuela en diez y siete mil pesos, de que ya habia amortizado cinco mil, cifrando su vanidad en amortizar otro tanto este mes, con las economias que hacia, sus trazas para hacer frente a dificultades que cada dia aumentan en lugar de desaparecer. ¿Dónde encontrará la Comisión otro tesorero, que le consagre, no ya estos pequeños auxilios, sino aquella asiduidad que no flaqueó en dos años, aquel fervor que le hacia prestar á cada enojoso detalle de cobranzas de decenas de pesos, el mismo interés que si se tratase de miles?

Yo por mi parle, señores, siento abrirse un vacío inmenso en mi corazón con la perdida de este modesto amigo y ardiente colaborador ¿Quién, me digo á mi vez, vendrá a decirme el mal que se dice é informado dé la verdad, irá luego a perseguir la calumnia y matarla como se matan las sierpes en el agujero donde se las vio asomar

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la cabeza? La memoria de Castro se confunde en mi mente con el local de la Escuela Modelo, de que puede decirse formaba parte integrante como los maestros y los alumnos; y en mi abstracción habitual estoy seguro de levantar la vista, en busca de la figura de Castro, que andaba siempre rondando por los salones, ó habia de aparecerse una vez al dia en las oficinas.

¡Que reciba pues el condiscípulo, el compatriota, el amigo, y el colaborador este recuerdo y proclamación de las virtudes y aficiones que me lo hacian caro, y que algo diera por que pudiese saber que pago este tributo a su memoria, seguro de que sus huesos se regocijarian y hallarian blanda la dureza de la tumba. Que sí como los antiguos, creyésemos que los manes de los muertos, vagan en torno de los objetos de su predilección, yo aconsejaría á sus deudos colocasen su retrato en el salón principal de la Escuela Modelo, seguro que sus facciones habrían de animarse y sonreir allí, en presencia de las generaciones de niños que habrán de sucederse en sus bancos, y gloriarse de sus esfuerzos y de sus progresos.

La Escuela Modelo ha perdido en su primer Sindico y Tesorero un protector y una de sus mas fuertes columnas: lo que es yo, en la época de la vida a que alcanzo, no espero al amigo que habrá de ocupar el vacío que deja en mi alma, al lado de otros vacíos cual sepulcros, de otros amigos arrebatados por la muerte ó transformados en adversarios por las cuestiones políticas.

Para que la tierra le sea lijera quiero que le acompañen estos documentos (arrojando un rollo de papel sobre el sarcófago) donde su nombre está con recomendación recordado. El papel tan deleznable, puede ser mas duradero que el bronce, pues que el pensamiento útil a la humanidad es mas persistente que las pirámides, sin su inmovilidad.

Los alumnos de la Escuela Modelo que le han acompañado al sepulcro, saben que digo verdad en honor del Sindico Tesorero de la Escuela Modelo de la Catedral al Sud, y los gusanos de la tumba son impotentes para destruir el recuerdo de las buenas acciones.

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MAESTRO PEÑA

El Presidente en el sepulcro del maestro Peña Buenos Aires. Junio 24 de 1869

_____ Dos jeneraciones de la parte mas culta habían recibido lecciones en

primeras letras del Maestro Peña, tan influyente en su tiempo como lo fué su predecesor Argerich. Sus discípulos se cotisaron para costearle el monumento de mármol que se vé en la Recoleta, y el Presidente de la República, en su carácter de Maestro, fué solicitado para solemnizar el acto de la traslación de las cenizas.

Su discurso por su simplicidad misma hizo una grande impresión y el poeta Marmol lo tenia en grande estima por el sentimiento.

Los poetas y romancistas para hacer aparecer debidamente á sus héroes, describen el paisaje con sus montañas y sus arroyos, sin descuidar la hora del dia y la brisa que soplaba. «Era una tarde de otoños etc., etc. El cuadro que realzaba los tintes plácidos de aquella oración, era moral y político, y contrastaba por sus formas severas y adustas. Se le creería de clavos ó de espinas. Cuatrocientos ciudadanos rodeaban la urna cineraria, no escaseando entre ellos Senadores, Diputados, Jueces, periodistas y los leaders de la oposición mas ecsaltada que haya encontrado un gobierno constitucional. Ardía la prensa, y tronaba la tribuna parlamentaria con los debates de la cuestión de San Juan, y estaba á la sazón en tabla de juicio la ejecución del salteador Segura, introducida como un pedazo de vidrio en la cuestión San Juan, para que lo pisase el Presidente y lo dejase rengo, por accidente. En el número de El Nacional que ha conservado el discurso que sigue, hay una solicitada del jurisconsulto autor de nuestros Códigos y autoridad reconocida en Europa, publicando in integrum los juicios de los reinícolas Bello, Watel, Wheaton, citados por el Ministro en el Senado, y desmentido por el primer pelafustán que lo hallaba cómodo para salir del aprieto. « Llamamos aquí bandidos, dice Bello, á los que se alzan contra su gobierno para sustraerse á la pena de sus delitos. (Se trataba de Segura, salteador de Mendoza). Cuando una cuadrilla de fascinerosos se engruesa en términos de ser necesario hacerles la guerra, sus prisioneros no tienen derecho á ninguna induljencia.» Cuando se leyó la ley positiva recopilada que hacia juicio militar el de los salteadores en armas, un Senador que arpejeaba admirablemente la guitarra, pero que no conocía aquellas leyes y usos de las armas nacionales, esclamó: «que se nos citan leyes vetustas dictadas por reyes despóticos!» (contra salteadores ). La barra prorrumpió en aplausos; y el defensor de las garantías inviolables de los bandidos, según la Constitución, alegó como circunstancia atenuante que Segura tenia los ojos azules y le decían buen mozo las mocitas, como á Fígaro!

Trescientos de los concurrentes ardian en las iras de aquellas célebres discusiones; y calentaban la atmósfera que rodeaba al orador. Preciso es recordar esta circunstancia para sentir la majestad de aquel descenso del Presidente á la condición de Maestro, sin humildad, como había en Lima pasado del cuerpo diplomático y Congrego Americano á los bancos de los profesores de la Escueia de artes y oficios.

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Podia sin embargo, al levantar la vista al fin de cada período, ver desarrugarse un seño, ante la tranquila y serena palabra del orador; cambiarse lentamente en espresion de ternura el semblante de muchos y asomar una lágrima en los ojos de gran número. Sin jactancia, el orador hace sentir que es el Presidente quien habla; y aludiendo á las circunstancias que todos conocen, y á la enardecida oposición, insinúa que «su elevación ha sido para que mas sienta el embate de los vientos, y el vano tronar del rayo!» porque fué en vano que tronó la algazara contra la irresistible demostración de la verdad, del derecho, y de la doctrina constitucional en el Congreso, según lo reconocieron los maestros norteamericanos Cushing y otros, lo demostraron los ministros y lo sancionó el Senado, pasando á la orden del dia.

Señores: Mucho tengo que agradecer á los discípulos del venerable maestro cuyas

cenizas van á descansar en esta su última morada, el que hayan juzgado que yo tenia también títulos para honrar su memoria, acompañándolos en esta manifestación de su afecto y gratitud. Si mi presencia ha de darle mas realce, acepto la alusión, y reconozco el vínculo que me unia al anciano Peña. Eramos de una misma familia.

Había ya contemplado en una de las plazas de Boston, la estatua, recien inaugurada de Horacio Mann; y me honro de tomar parte en el acto piadoso que reúne á tantas personas notables en mi país, al pié del monumento que sus discipulos erijen a la memoria de un simple Maestro de Escuela.

Yo conozco poco los detalles de su laboriosa vida. Pero su obra está aquí en vosotros, como las pajinas de un libro que él dejó escritas.

Ess discípulos son la biografía del maestro, y la de Peña está aquí representando sus virtudes; porque el maestro haciéndose estimar y venerar por sus discípulos, sembró tanta gratitud en vuestros corazones, que ha alcanzado y sobrado para cubrir su tumba, con un mausoleo que dirá á quienes por jeneraciones lo contemplen: DE TAL MAESTRO TALES DISCIPULOS.

Yo he pagado también mi tributo de gratitud á la memoria de mi maestro Rodríguez que fué para dos Provincias lo que Peña para Buenos Aires de donde era también oriundo.

Débole á él el motivo que me reúne a vosotros en ese acto, y cuando él estaba

ya al borde del sepulcro y yo volvia de recorrer la tierra en busca de nuevas luces para continuar su obra, llevé humildemente á sus pies el fruto de mis trabijos, el libro < Educación Popular.» ¡Cuanto gozó el pobre ancano al verse así recordado y reconocido, después de un lapso de treinta años en quee nos habíamos perdido de vista, podéis juzgarlo vosotros, si imajinais que Peña se enderesase sobre su tumba, y viese á todos sus discípulos aquí en torno suyo, tributándole este homenaje.

Qué maestro tan feliz! Esta es la mejor lección que ha dado, pues que va á enseñar á discípulos y á maestros, á puebls y á gobiernos, donde quiera que sepan quiénes y porqué estamos reunidos aquí.

Y puesto que de discípulos y de maestros hablo, también yo daré mi lección á los jóvenes con este ejemplo práctico. Hay honor para el maestro, hay gloria para los que lo honran

Acaso la eminencia á que el voto de mis conciudadanos me ha elevado, sea solo para que sienta mas el embate de los vientos y el vano tronar del rayo!

No creo que tantos hombres como están aqui presentes esten de acuerdo en apreciar y estimar mis actos como Presidente de la República; pero cualquiera que sean sus disidencias á este respecto, en un punto estoy seguro que están de acuerdo, y es que yo estoy bien aquí al borde de esta tumba, y que mi presencia en este acto, ayuda á honrar á un maestro. Cuanto en Chile la Sociedad Protectora de la Educación se reunia; cuando en el Perú se abría una Escuela de artes y oficios; cuando en

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Washington, Newhaven ó Indianápolis se convocaban Congresos de educacionistas, yo tuve siempre un asiento preparado, como estaba seguro de que vosotros habiais de llamarme hoy á vuestro lado para compartir conmigo el deber y el honor de este noble acto.

Si hoy soy honrado con un titulo que no á todos honra en definitiva y que por pomposo que sea entre nosotros, no es por eso solo suficiente para llevar un nombre propio cien leguas mas allá de los límites de nuestra tierra, ni conservar su recuerdo diez años después de haberlo usado, esta manifestación hecha por sus discípulos al maestro Peña, y mi participación en ella, mostrarán á los jóvenes ambiciosos de gloria duradera, que hay caminos escabrosos que conducen á ella, haciendo el bien y difundiendo la instrucción.

¡Maestro Peña, descansa en paz en tu gloriosa tumba!

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VALENTÍN ALSINA – MARTÍN PIÑERO

Oraciones fúnebres en la tumba de los Senadores don Valentin Alsina y don Martin Piñero.

Buenos Aires ____

Los Senadores don Valentin Alsina y don Martin Piñero, fueron

sucesivamente acompañados por el Presidente y una Comisión del Senado al lugar de descanso, tributándoles los honores de su rango.

Ambos habían ejercido grande influencia en la marcha política de los sucesos inmediatamente después de Caseros, aunque el segundo, sin tomar parte en los altos empleos. Pero don Martin Piñero dotado de una enerjia de carácter que escaseaba al primero, tomó sobre sí é hizo durante su corta vida empresa suya sostener las ideas liberales por la prensa. Era el intransijente sectario de los principios, y se habría creído deshonrado si los tipos de su imprenta hubiesen estampado idea ó apolojía rosin alguna. Los Debates, El Nacional, improvisados por él, fueron desde el principio armas de combate, y los Velez, J. C. Gómez, Mitre, Sarmiento. Avellaneda, fueron los Redactores que se sucedieron mientras vivió, hasta llevar con su ayuda como la del contramaestre, la nave á punto seguro, con la reforma de la Constitución federal y las administraciones liberales de Mitre y Sarmiento.

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EN LA TUMBA DEL Dr. D. VALENTIN ALSINA 2 de Setiembre—1869

Conciudadanos: Es mi grato deber tributar en nombre del pueblo arjentino los honores

postumos á uno de los mas notables ciudadanos de la República. Rica como es nuestra historia, en caracteres que resumen, en un cuadro

capaz de ser abarcado por una jeneracion, todas las faces de la sociedad hunana, desde la barbarie cruel, que meció su cuna, hasta la cuita sabiduría á que la esperiencia de los siglos conduce, el venerable Alsina, entre sombras terribles, ó jénios brillantes, se presenta como la última espresion de aquel patriotismo cincelado a la antigua, que hace tan serenas para nosotros las nobles figuras de Arístides ó de Catón.

En la realización de un bello ideal de las instituciones republicanas á que consagró su larga vida, puso todo el tesoro de desprendimiento, probidad, patriotismo é intelijencia, de que estaba tan ampliamente dotado, embelleciendo virtudes tantas con la blandura de carácter, la honradez candida de la intención y aquella falta de encono, que es cortejo casi inseparable de la convicción en los dias de efervescencia política ó relijiosa.

Resuena todavía en los oidos aquella voz solemne que llenaba el ámbito de la Cámara, acentuada á veces por la pasión del bien, nunca por la cólera; siempre preñada por la emoción que deja transfigurar el afecto paterno y el patriotismo, que es afecto filial de hijos fuertes á una robusta madre.

Senador ayer, Convencional antes, Ministro, Gobernador dos veces, Don Valentín Alsina ha muerto inocente de toda ambición, subiendo á los puestos públicos como el vijía que se aposta á la proa de la nave, á la inclemencia, para señalar el peligro, y descendiendo de los mas altos puestos, como si reputase acto de deferencia cederlos á los que mostraban demasiada prisa para dar muestras de mayor capacidad, sino de mas patriotismo.

De su desinterés, hablan cincuenta años compartidos entre el destierro y los empleos públicos, cuyos intervalos suelen hacer sentir cuan cuerdos son los que no se abandonan del todo á los impulsos jenerosos del patriotismo. El desprendimiento casi estoico es el rasgo característico de la jeneracion de patriotas que nos precedió, y ni en nuestros primitivos caudillos y tiranos la codicia no fué la pasión que mas ennegreció sus actos. Eran crueles, duros y pobres como Espartanos.

Alsina ha muerto revestido de la toga senatorial para hacer práctico el título de Padre de la Patria que tan largos y leales servicios le aseguraban.

Anteayer todavia soñaba en hacerse arrastrar moribundo al Senado, para dar con desfallecida voz su voto al proyecto de importar profesores especiales de ciencias, á fin de dilatar la esfera de la instrucción pública. Hace años que en las horas largas de espectacion del destierro, le oia espresar esta misma idea como item de un programa; y el verla realizada al espirar, ha debido hacerle plácido el adiós final, creyendo dejar en la buena via á la República que amó, como las almas jenerosas aman, revistiendo de su propia belleza moral al objeto amado.—Si es esto una ilusión todavía, si el prisma del deseo acerca á nuestros ojos horizontes que en realidad están lejanos, pobre é inocente anciano, la muerte os sorprende en el momento histórico propicio en que la República boga tranquila, sin preveer de qué punto del compás ha de

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levantarse la tormenta. Compadezco á nuestros antiguos hombres de Estado! A Rivadavia, espulso como Alcibíades, y asilado como él en la tierra del enemigo, pero como nadie, viendo á su patria caída á los pies de una tiranía salvaje, sin esperanza ni medio de salvarla.

Vosotros sabéis como apareció Alsina en el foro arjentino, el defensor del Coronel Rojas, á quien salvó de un error de la justicia, para verlo caer poco después la primera víctima del terror, porque su foja de servicios hacia ver en él muchos Marios.

En el joven abogado, el tirano veía también muchos Cicerones, y aun antes de tener el poder, ya estaba marcado á la cabeza de las listas de proscripción.

Escapado del Ponton con la ayuda de la esposa que entre nosotros realizó el tipo de la matrona romana fué al Gibraltar de aquella lucha, troyana por su duración, á tornar la pluma que dejaba caer de las manos Florencio Varela, asesinado por el tirano para continuar el ya comenzado artículo del diario, cuyo lema repitieron y repetimos tantos durante veinte años: «GUERRA ETERNA AL TIRANO!»

Este es el prólogo y la primera pajina de una larga vida. Ya no hay tiranos, y el venerable patriota duerme en paz, como

descansa el jornalero de la ruda tarea del dia, viendo ponerse el sol en el horizonte entre arreboles teñidos de púrpura, para recojer y retener algunos minutos mas sus rayos de despedida.

¡Que la tierra os sea lijera, virtuoso, honrado, venerable y patriota Senador Valentín Alsina!

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SENADOR D. MARTIN PIÑERO 1º de Abril—1870

Señores: Esta es la tercera vez en el lapso de pocos meses, que el cañón de la

fortaleza anuncia al pueblo la desaparición de uno de sus representantes en el Congreso.

Los tres tienen un alto puesto en la vida pública de nuestro país; los tres pertenecieron á la grande epopeya que precedió á la organización definitiva de la Nación.

Los tres conservaron hasta su muerte el celo de su ardiente patriotismo y el ausilio de sus constantes esfuerzos.

El Senador D. Martin Piñero, cuyos restos venimos á depositar en la tumba del tribuno ardiente, del orador esperimentado y vehemente del Senado, era á mas de todo esto, mi amigo personal, y no creo que haya quien pretenda que al borde del sepulcro de un amigo, los deberes de mi cargo me obliguen á imponer silencio ó á posponer los sentimientos que mas estrechamente ligan á los hombres entre sí.

Amistad santa, contraída en el destierro, alimentada por esperanzas comunes, sostenida por la constante conformidad de principios é ideas!

Amistad política, en parte, si se quiere, pero que resistió á los embates de treinta años de acontecimientos, y que solo la muerte viene á romper.

¡Cuantos naufrajios la han precedido! El Senador Piñero era uno de los tipos mas severos, fuertes y enérjicos

que hayan ejercido influencia en los destinos del país. Por denso que fuese á veces el polvo que levantaba la díscusion, sus

adversarios le reconocieron siempre la honradez puritana de los móviles en sus actos y opiniones, y aun en sus predilecciones mismas.

La prensa libre lo tuvo por decano, y los Debates apareciendo al dia siguiente de Caseros, necesitaban de un editor que osase poner su posicion y su fortuna delante del carro del écsito feliz.

En la dirección de El Nacional, que le sucedió, nunca se cuidó de buscar el redactor mas popular, sino el que mas alta y saludable direccion hubiese de dar á los negocios publicos y sábese que de las oficinas de El Nacional han saildo Presidentes, Gobernadores, Ministros y Senadores.

Sostenedor imperturbable de los gobiernos que continuaban representando el espíritu de la lucha contra Rosas, sosteníalos por que era su propio gobierno, sin el estímulo de los emolumentos, que era el primero en sacrificar al primer disentimiento, y sin las esperanzas de la ambición personal, porque á causa de sus enfermedades y de su situacion especial, nunca esperó ser nada mas que el editor de El Nacional.

La Administración que rije hoy los destinos del país, fué por su diario, preconizada al estado de candidatura, con el fervor de una convicción profunda, acaso encendida por esas llamas que suben desde el corazón al cerebro, y hacen posible todo lo bueno que ecsiste en la tierra, pues que cuando el error domina á la intelijencia, esos humos del corazón sírvenle de disculpa y de atenuacion ante la historia.

El Senado pierde una de sus lumbreras, no tanto como orador, en cuyo arte habia adquirido distinción; no tanto como sostenedor de sanos principios de Gobierno, que reconcilian la libertad con la seguridad pública, como los

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intereses que los gobernados por el Gobierno, sino por cuanto sus largos años de esperiencia parlamentaria, le daban ese convencimiento práctico de las cuestiones que á ceda paso vuelven al debate, en despecho de soluciones dadas.

Era maestro en la táctica parlamentaria y conocedor de la crónica íntima de los debates.

No es fácil improvisar Senadores, por el larrgo noviciiado que ecsije, puesto que el ciudadano que quiera serlo con conciencia, menos se ha de inspirar en la opinión prevalente en un momento dado, que de las tradiciones y de los intereses permanentes del Estado. Se le busca cubierto de canas, senex, para llenar sin violencia tan alta misión.

Una idea ha debido consolar su alma jenerosa al arrancarse con sufrimientos terribles, de un cuerpo que tan mal la sirvió durante tantos años de vida enfermiza, y es, la de morir en la época mas tranquila y próspera que haya atravesado la República, dando así por bien empleados los sacrificios que se impuso durante su vida.

Otros patriotas han muerto en medio de la lucha, algunos en horas tan tristes y oscuras, que habria sido en valde tender la vista por el horizonte en busca de alguna esperanza para la patria. A aquellos les he visto deplorar su muerte temprana, por cuanto quedaba tanto que hacer, y á estos cerrar los ojos y dormirse por no sobrevivir á la esperanza.

El Senador Piñero lleva consigo la satisfacción de la esperanza cumplida, y mas que todo, aquella conciencia de la sinceridad de las convicciones, estraña al interés individual, que da poder á la palabra y hace respetable aun el error, porque nacen de fuentes cristalinas.

Si la presencia del majistrado, para los que acatan el voto popular, sobre todo, si la sombra del amigo es grata cuando se proyecta sobre el escaso pedazo de tierra qie ocupamos al fin: que le sea lijera la que cubrirá los restos de mi honorable y deplorado amigo el Senador D. Martin Piñero.

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DALMACIO VELEZ SARSFIELD

Oración fúnebre del Dr. D. Dalmacio Velez Sarsfleld Buenos Aires. 31 de Marzo de 1873

____ Concluia su ecsistencia el Dr. Velez, en una edad avanzada, después de

haber atravesado en lo que va del siglo XIX, las vicisitudes de época tan atormentada por las convulsiones civiles, la guerra de la Independencia y las tiranías. Fué Secretario del Congreso de 1826, y Diputado de la primera Lejislatura libre de Buenos Aires, después de Caseros. Sus títulos de gloria han sido los Códigos que rijen hoy en la República y son considerados en Europa por jurisconsultos de Alemania y Béljica, como los mas adelantados. En Francia se ha mandado traducir el Código Civil, como materia de estudio y de consulta. El Banco de Buenos Aires recibió de él, con el nombre de Banco de Descuentos, la forma que lo ha convertido en el corazón y la sangre que anima la vida comercial de Buenos Aires, favorecierendo prodijiosamente la riqueza á que ha llegado la Provincia.

El amor de este discurso ha publicado en los meses que siguieron una biografía bastante completa del grande jurisconsulto, que puede ser consultada.

Señores: A la edad de setenta y cinco años, ha terminado su laboriosa ecsistencia el Dr.

D. Dalmacio Velez Sarsfield, dejando á su país monumentos mas duraderos que el mármol, pues consisten en las ideas y hechos mismos que el bronce quisiera inmortalizar. Su nombre pertenece al corto número de los que desde un punto de nuestra América, logran franquear sus límites y van á formar parte de la falanje escojida que mantiene ó avanza los progresos del saber humano en todo el mundo.

El Dr. Velez Sarsfield, por sus Códigos, cuenta en Europa y América, entre los maestros en las ciencias jurídicas; felizmente su muerte sobreviene cuando, pasadas las primeras ráfagas del aire ambiente ajitado por el movimiento que le imprime el que lleva la luz, su país habia hecho plena justicia á sus talentos, y el mundo esterior, recibido con estimación su continjente de labor en el campo de la ciencia. No ha tenido en los dias de prueba que apelar al juicio de la posteridad como Rivadavia, Paz y tantos otros.

La liberal lejislacion aduanera que nos rije, el Banco que ha sido el maná que alimenta la vida comercial, los Códigos que reglan nuestras transacciones comerciales ó nuestros derechos y relaciones civiles, llevan el nombre de Velez Sarsfield como ini-ciador, sostenedor ó autor esclusivo. Nadie ha olvidado los cuatro primeros años de la ecsistencia del Banco, en que se constituyó el tutor y curador de la institución contra las alarmas, innovaciones y resistencias que suscitaba el Hércules, en la cuna aun pero ya dotado de las fuerzas que no tardó en desplegar. En su bienestar y en su modo de ser social, cada uno de los que le sobreviven lleva algún bien de los que él preparó.

La ecsistencia como naciones de los Estados Sur-Americanos es de reciente data, y hombres como el Dr. Velez, por su larga vida, han sido testigos ó actores de su nacimiento y desarrollo. ¡Cuánto han debido ver esos ojos que se cierran! cuántos detalles esplicativos de los sucesos quedan ignorados y descienden á la tumba con el testigo ocular! «Veia, cuando joven, solia decir, los caminos llenos de patriotas de Buenos Aires, que corrían á incorporarse voluntarios en el ejercito del Perú, y que

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Ayacucho devolvió por centenares, abriendo las casamatas del Callao, donde yacían sepultados vivos, como en las catacumbas los primitivos cristianos».

La cabeza de Ramírez, habíala visto en ecshibicion sobre una mesa. Tuvo conferencias diplomáticas con López, sentado este caudillo de la Confederación, por malicia democrática, en cuclillas en una cocina. Fue el amigo de Rivadavia, del jeneral Paz, y de Garibaldi. Trató á Facundo Quiroga, á Rosas y á don Frutos. Formó parte del Congreso Constituyente de 1826, llevó la iniciativa en las resistencias de Buenos Aires á la violación de las formas republicanas por los que intentaron hacer de Caseros un simple cambio de personas, y mas tarde fué negociador del tratado de pacificación entre las dos naciones divididas; desde entonces, Representante, Senador, Asesor de Gobierno, Ministro, Negociador de Tratados, su vida se entreteje de tal manera con la ecsistencia política de su país, que puede decirse que forma parte integrante de ella hasta que, legada su acción en Códigos, y convertido en ley el fruto de estudios incesantes,—de que no lo distrajeren las perturbaciones políticas, durante toda su vida,— reclamó el reposo precursor de la lenta estincion de la vida, á cuyo acto final asistimos.

Cultivó tres ramos del saber humano, penetrando hasta sus profundidades en todos ellos. De la Eneida hizo la piedra de toque paa medir la intelijencia que en dos siglos habian desplegado sus traductores al francés, inglés, italiano y español, de la lengua que hablaron Cicerón y Virjilio.

El estudio del latin lo llevó al del Derecho Romano, y este á la lejislacion comparada de las naciones modernas. Sus Códigos y la apreciación que de ellos han hecho los jurisconsultos europeos, muestran que nada mas allá del punto á que él llegó habia alcanzado el mundo. Era jurisconsulto tan completo en Francia, Alemania y Estados-Unidos, como no lo creían sus propios compatriotas en su país. La Economía Política, ciencia nueva en el mundo, y que Rivadavia le encargó estudiar especialmente, ha tenido en él uno de sus mas avanzados órganos, y en las leyes que contribuyó a sancionar, en los Bancos que creó, la mas fecunda aplicación de sus principios.

Un testimonio de gratitud, que quiero depositar sobre su tumba, debo a la memoria de mi amigo de treinta años, pues data nuestra amistad del sitio de Montevideo, pagando en él la parte que toca á otros dos amigos, el mártir Aberastain y el ex -Presidente Montt de Chile. Déboles, á cada uno de ellos sucesivamente, no obs-tante su superior instrucción clásica, no obstante la disconformidad de su educación con la mia,—tan fuera de los caminos trillados,— haberme ayudado con su estimación en mis primeros pasos en la vida pública, dándome á mí mismo la confianza de que necesita un joven que no puede mostrar una patente universitaria para dar prestijio á su palabra ó á su pensamiento. Sin estos arrimos, no obstante y á causa de sus posiciones y de la justa idea que de su propio valer debieron tener en sus tiempos y países, no creo que hubiese tenido valor para arrostrar las contrariedades que á tantos cierran el paso.

Cuando en 1868, el nuevo Presidente indicó al doctor Velez su deseo de que tomase parte en la Administración que el voto de la Nación le confiaba,—¿Viene Vd. buscando el latin? fué su espiritual respuesta y su cordial aceptación. Era en efecto el latín, el derecho, lo que se necesitaba, y en lo civil, eclesiástico y comercial, él lo personificaba ante la opinión y la historia de la ciencia

¡Que descansen en paz las cenizas de mi amigo, de! gran servidor de su país! Con ellas desaparece todo lo que á la frajilidad humana pertenece. Quedan con nosotros, y las sentirán las jeneradones futuras, las poderosas emanaciones de su alma, hechas carne en el desarrollo comercial, en el bienestar que difunde el crédito, en la justicia que estirpa el mal por la aplicación práctica de las leyes.

Estrecha como es la vida del hombre, y limitada á una corta época y á tan reducido espacio de tierra, la gloria,—no lo olviden los jóvenes,—es el arte de prolongar y estender la ecsistencia en la historia, haciendo, por grandes e incuestionables servicios rendidos á la humanidad, que mayor número de hombres

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que los que lo conocieron, lo estimen y amen, y que la loza que cubre sus restos no raye su nombre de entre los vivos, ni sepulte su memoria.

El Dr. D. Dalmacio Velez Sarsfield ha salvado, con el asiduo trabajo de medio siglo, estas barreras naturales, y su nombre, sus trabajos y sus libros, lo harán vivir con nosotros, nuestros hijos y los de otros países, por una larga serie de años, sino por siempre, mientras haya leyes, crédito y comercio, que tanto favoreció.

¡Adiós, viejo Velez!

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MANUEL GUERRICO 25 de Febrero 1876

Señores : Pido mil perdones á los desolados hijos de mi amigo, D. Manuel de Guerrico, si

me acerco á la puerta del sepulcro que va á ocultarlo, sin experimentar un profundo dolor. Cónstales por lo que de sus labios oian con frecuencia, que nos han unido vínculos mas estrechos de simpatía y estimación recíproca que los que denuncia el trato diario de las personas. Pero al contemplar su ecsistencia que termina, me parece que veo una plácida corriente que se ha deslizado sin estrépito, fecundando el terreno que atraviesa, apagando la sed de los seres vivientes que se acercaron á su cauce, y orillando las elevaciones, por no destruir ni luchar, llegando hoy á confundirse en el seno común á donde converjen todas las aguas que vivifican la tierra, sin necesidad de ser torrentes que abran estrepitosamente su surco, ó grandes rios que absorvan raudales tributarios.

¿Por qué desolarse, pues, me digo á mí mismo, ante el lleno de una ecsistencia que alcanzó el término concedido á la vida, que la recorrió cumpliendo todos los deberes que la hacen grata y útil, que no fué estéril ni para sus semejantes ni para su patria, que deja solo recuerdos del bien que hizo, sin mezda de males, y queda representado por una honorable famila y el fruto de su propio trabajo?

Esta resistencia que se estingue en los dias bonacibles que atravesamos, ha pasado sin embargo, por los mas borrascosos y nublados por que nuestro país pasó jamás, y gracias á. la bondad innata de su carácter, sin mancillarse ni aun con el lodo que salpica el carro de los tiranos. Como Atticus que fué el amigo de Ciceron, Cesar, Pompeyo, Brutus, sin pertenecer á la categoria de tan altos personajes y sin ecsitar ni desconfianza, ni resfrio entre aquellos próceres de la trajedia romana Guerrico fué en su juventud, el amigo, protejido de Rosas, y el colaborador mas tarde del partido liberal, sin que en ningún tiempo ni aun la envidia le reprochase deslealtad, ni esas condescendencias criminales que imponia aquel a los que se le acercaban. Anotado al fin en las listas de poscripcion del tirano, y oblgado á espatriarse, era compasión y no odio lo que le inspiraba su perseguidor, de quien me decia en Francia, con dolor: « lo he conocido hombre bueno, antes que la ambición lo hiciese bárbaro, injusto y cruel».

Alguna vez he descrito la transformacion de las costumbres de la colonia al entrar en el movimiento de nuestro siglo: Guerrico suministra el tipo acabado del progreso de las ideas, de la riqueza, de los gustos que ha esperimentado el pueblo arjertino en su desarrollo ordenado y tranquilo, cuando no se abandona á los arrebatos de la pasión y no se deja arrastrar por prestijios personales; es el desarrollo latente y visible sinembargo de los Estados-Unidos, la marcha mas sólida aunque menos brillante del pueblo inglés y de tantos otros, que no llaman nuestra atención porque es solo la pribacion de la salad ó de la luz que hiere nuestras simpatías. Que decir de un amigo sano ni de un dia sereno?

D. Manuel Guerrico era en Francia el amigo de San Marín, y de cuantos personajes americanos reunia la diplomacia, descastaba la historia, ó se preparaba á darle una nueva pájina. Era artista aficionado, colector de cuadros y objetos de arte, por pasatiempo, y no pocas veces fué el protector del talento que comienza sin apoyo y sin poder abrirse paso. Su casa era el Club Arjentino de París, y me es grato recordar que en Guerrico tuve mas que un amigo, un tutor, que ha conservado estas funciones cariñosas hasta los últimos tiempos de su ecsistencia. Y ese Guerrico de todos los americanos tan querido, este Guerrico que se había hombreado con Rosas y San Martin, que patrocinaba las bellas artes y comprendía sus encantos, era simplemente un vecino de Arrecifes, que habia seguido, sin quedarse atrás, el movimiento de su país, civilizándose con el, á medida que avanzaba, y halládose tan bien en Buenos Aires, como en Paris, sin pretender descollar entre los hombres

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eminentes, pero teniéndose siempre al nivel de las situaciones. Por eso es que lo miré siempre como una muestra de nuestra aptitud para el desarrollo tranquilo y gradual, según lo vienen solicitando los cambios de situaciones y el andar del tiempo.

Vueltos todos á la patria, Guerrico inició una obra que hoy miraríamos como un juego infantil, y que sin embargo fué como la semilla que habia de producir el árbol jigantesco que cubrió más tarde con su sombra un grande espacio. Guerrico emprendió en Buenos Aires en 1855, la obra inaudita, colosal, novelesca, de construir un ferro-carril de cuatro millas, lo que va de aquí á San José de Flores! Cuántas dificultades vencidas! cuantas resistencias, sobre todo, qué incredulidad y qué indiferencia! Faltaron los fondos por acciones para obra tan descomunal. No habia empresarios, y el injeniero director no habia visto ferrocarriles en su vida.

Guerrico era el jenio que inspiraba la idea, la sostenía y proclamaba, con el entusiasmo que mostraba siempre pro bono publico, porque esta era la cuerda que vibraba mas ajustada en su corazón; y Guerrico se salió con la suya y hubo ferrocarril con asombro de todos, con rieles de todas menas que conducía á la Floresta, es decir, á ninguna parte; pero que es hoy el tronco á que se injertó la prolongada línea del Oeste que escalará los Andes y el padre de todos los ferro-carriles arjentinos. Sin Guerrico diez años mas habrían transcurrido para hacerse camino las ideas que entonces propalaban que la «Pampa era toda camino».

No hago la biografia de mi buen amigo. Seria la de su corazón la que cuadraría con la circunstancia actual. Su fisonomía denunciaba la innata benevolencia, y el timbre de su voz habría chillado si hubiese jamas espresado un sentimiento rencoroso ó desapacible. Hace un mes me decia sonriendo: «c’est le commencement de la fin» por su estado de salud; y ocho dias después hizo subir á un coche su cuerpo, medio cadáver ya, para ir á ver el Parque 3 de Febrero, y gozarse en aquella plácida imájen de su país, que le recordaba el Bois de Boulogne y sus mejores dias. Así terminó su vida dejando tras sí solo amigos y bendiciones, é hjos en camino de recorrer con mas brillo por la educación y el bienestar, la huella de utilidad y benevolencia que les deja trazados. Tenia, pues, razón de deciros que era para mí el tipo del ciudadano arjentino, como debiera ser en su mayoría, para ahorrarnos decepciones, trastornos, y violencias que tanto nos alejan del mismo bien que deseamos, por querer forzar al tiempo á anticipar sus frutos, ó pedir á lo que ecsiste inevitablemente que no sea lo que es. Que mi amigo tan modesto, tan útil, tan pacífico, descanse en paz, acompañado de las bendiciones de todos, y de mi gratitud y afecto, que él tenia en mucho hasta sus últimos momentos!

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ROSARIO VELEZ SARSFIELD Córdoba, 6 de Enero de 1880.

Tócame, señores, á nombre de una familia desolada, dar las gracias á la

escojida porción de amigos que acompañan á los deudos de Rosario Velez, venida de Buenos Aires, para hallar una tumba en lugar de la salud que buscaba.

No se esplicara a los ojos de los indiferentes, por que se reunen alrededor de esta tumba, que va á enterrar los restos de una joven, hombres de edad provecta, sabios, majistrados y ancianos doblegados por los años.

El secreto está en que todos ellos sienten renovar la memoria del ilustre jefe de la familia, como si el alma del Dr. D. Dalmacio Velez Sarsfield descendiera á recojer en su seno el alma de su hija, para llevarla á la mansión de la paz.

Y esta tierra, con que van á confundirse luego los restos de la viajera, no solo le será lijera por hospitalaria, sino que le será simpática, porque la compone el polvo de sus antecesores y el de sus parientes contemporáneos. Este es el sepulcro de familia, de los descendientes de los Velez y de los Sarsfield, volviendo al seno de la familia uno de sus vastagos á reunirse á los suyos, y la hija á ocupar el lugar que dejó vacío el ilustre padre.

Por aquellas cúpulas de los templos que descuellan á lo lejos han subido al cielo las plegarias de cuatro jeneraciones de esta familia. Sus prohombres dejaron oir sus consejos en aquel Cabildo: sus jóvenes sostuvieron sus tésis en aquella vieja Universidad, de donde el Dr. Velez sacó la chispa luminosa que convirtió en llama su poderoso aliento.

Queda, pues, bien la viajera, en el columbario de la familia paterna, para confundir sus cenizas con las de su estirpe.

La biografía de una joven como Rosarito, está comprendida entre dos límites que trazaba Job, al que de la cuna pasa al sepulcro. Ningún incidente tuvo la quieta sucesión de sus dias, como he visto en Jesús Maria deslizarse en silencio aguas escapadas de cercana fuente, para perderse sin ruido en las arenas sedientas de la llanura. Las tempestades que turban la ecsistencia, los dolores que causan sus espinas, las pasiones que la ajítan, no la alcanzaron. Diríase que desde la playa contemplaba el magnífico, terrible é indiferente espectáculo de otras ecsistencias.

Conservó hasta sus últimos dias el reir inestinguible del niño, y la blandura de su carácter se traducía por la suavidad de la voz que espresaba sus sentimientos como el céfiro da lenguaje á las flores y á las yerbas de los campos.

Tuvo la educación de nuestras jóvenes, con el aucsilio de las lenguas vívas, y el arte, porque el sentimientto de la música le era innato. A estas dotes de agrado ó de intelijencia, habia agregado los talentos de la matrona, guiada en la práctica por una biblioteca de maesttos clásicos en el arte de la cocina, de que se hacia un título y un deber.

No teniendo penas suyas, gustaba de aliviar las ajenas y cesarán con su muerte pensiones que tenia asignadas á sus pobres.

La muerte la encontró preparada, recibiendo con serenidad apacible sus amagos.

Cuando vio que la pobre barquilla de la vida sin timón, se acercaba al borde del piélago sin fondo á donde van á hundirse todas las ecsistencias, vio sus tineblas sin inmutarse, «se me hielan los pies, » dijo; ¡me sube á las rodillas, » « esta es ya la muerte,» « pásenme el rosario, » y poniendo una breve pausa, con la voz soñolienta del niño que se siente adormecerse, añadió: « adiós Petiza! »—sobrenombre de afecto que desde su infancia dio á la nodriza., la hermana, la amiga y la enfermera que tuvo siempre y tenia entonces á su lado.

Podemos decirle lo mismo ahora. Que descanse en paz. La lápida que cubre la fosa, es el telon que cae en el drama de la vida que concluye.

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PANTALEÓN GÓMEZ 7 de Febrero 1880

Habríase dicho ayer, señores, que se sentá en las calles de Buenos Aires, el

sordo rumor de una palabra fatídica que viene avanzando de boca en boca, ¡visible! porque la comenta un gesto de sorpresa, ó un jemido que se escapa de un percho, y se le vé saltar á otro, reproducirse é ir corriendo en todas direcciones!.......Muerto! .... Pantaleon Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven4muerto!

Lo ha muerto ese esceso de vida que rebulle en la juventud y brota por los poros, en palabras, en pasiones, en ideas, en sentimientos, en patriotismo prodigado sin mesura. Era Gómez el comienzo de una obra que contenía mucho de noble, de bueno y de generoso: y aunque en pruebas de segunda, sus pajinas correjidas, luego habrían ilustrado á su país y enorgullecido á sus amigos.

Asi, joven, fué guerrero donde la gloria de su país lo llamó; secretario de un joven jeneral en misión, porque ya era hombre de consejo; Gobernador del Chaco, que ha debido echarlo ménos, tan nacidos para entenderse y completarse, eran aquella tierra virgen, húmeda y abrasada y aquel espíritu ardiente en proyectos de creaciones y desarrollo.

Una misión de oficiosa intervención electoral en Corrientes, fué su piedra de escándalo, el raigón en que fué á ensartarse la proa de su nave. Y bien! yo dije y puse en ello, mi buen nombre!—Pantaleon Gómez tuvo razón! Lo que él afirmó como cierto, era cierto. Debia ser cierto, porque Gómez lo decia,

¡Vosotros, oh jóvenes, que lo conociais! ¿no es esa la verdad? —Era él la veracidad misma.

¡Imitadlo jóvenes!—Escasea la verdad en nuestro mercado político. lAyl hemos perdido un buen amigo y el país un atleta joven que ensayaba sus

fuerzas. Para vosotros la juventud es un bálsamo que cicatriza luego las heridas del

corazón. Hay otra época de la vida en que ya no cierran fácilmente: tras del último dolor, están muchos dolores ya sentidos y que se reabren. „

Y sino mirad á lo largo de esta calle. Detrás de aquel grupo sombra de árboles, encontrareis allí una columna tronchada de mármol, que sostiene una corona de bronce. Bajo esa ruina, simbólica de la juventud malograda, yace el Capitán D. F. Sarmiento, muerto á los veintiún años en defensa de la patria, no lejos del entonces Capitán Pantaleon Gómez, que hoy viene tambien á derrumbarse á poca distancia del sepulcro de su amigo, como edificio trunco y mal acabado.

El recuerdo de sus campañas como compañeros de vivac, el retrato del guapo capitancito, que acabáis de ver suspendido en su casa delante de su féretro, y que me enseñó Gómez antes á la cabecera de su cama y me ofreció como prenda de cariño común, eran cartas de introducción al corazón del padre sin hijo. He aquí mi primer vínculo de amistad con Gómez, vínculo que estrechó su lealtad y honradez política y conservó hasta su muerte.

Esta sepultura cabada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme á mí aquí y seguir su camino, os dirije un consejo:

—No derrochéis la vida; no arrojéis al aire á puñados los sentimientos de honor, el patriotismo y la intelijencia. Tan nobles dotes, os eran dados, no para florecer al primer rayo del sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados. Los restos de Pantaleon Gomez quedan ahí: en nuestros corazones queda la memoria, de su hidalguía y bellas prendas; pero en la superficie de la tierra, en esta Patria que todos debemos enriquecer, Pantaleon Gómez no dejó obra acabada, á causa de darse prisa, sin motivo suficiente, á mostrar que sabia morir, aun fuera del campo de batalla, como bueno.

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Al dejarlo para siempre, el dolor me sujiere la misma palabra, que nada dice y la viene repitiendo de jeneracion en jeneracion todo el que se despide de aquellos que nos han dejado. —¡Que descanse en paz!

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SALVADOR DONCEL Señores: Debo un último adiós al mas joven de mis amigos, al mas malogrado de los

jóvenes, que estaban destinados á honrar á su país. Era un vaso de porcelana que ha estallado ayer, bajo la acción de una atmósfera tórrida, privada de humedad ó acaso victima inmolada ante el deber del médico, por miasmas pestilenciales que absorve en el penoso ejercicio de sus funciones.

La víspera de su muerte, con motivo de la obra de Mr. Play, recordábamos la doctrina de Confucius, «haced á los otros lo que desearais que se os hiciere á vosotros; y sacrificaos por la masa.»

Recordábamos que en los tiempos modernos y cristianos, el soldado se sacrifica por la masa, cuando defiende á todo trance una posicion; y olvidábamos que el médico se sacrifica por la masa también durante su vida entera, á toda hora del dia y de la noche, no solo cuando ha de defender la vida del enfermo en circunstancias estremas, sino contra todo ataque, contra todo contajio, aun á riesgo de inoculárselo él mismo.

He tratado íntimamente al joven médico Doncel, cuya temprana muerte abre un abismo de dolor en su naciente familia, y gozádome al contemplar uno de aquellos fanatismos que despierta la convicción del alma y el afecto del corazón, pues de esos elementos se compone el fanatismo, actor á veces terrible del entusiasmo.

Habíase consagrado á curar las enfermedades del oido, y yo debo á su dedicación infatigable la restablecida aptitud de oir.

Estendíase ya su fama á las Provincias, y venían de ellas y de Montevideo en peregrinación, á someterse á sus dictados.

Todo lo que se ha escrito en Europa, ó ensayado como aucs-liares mecánicos de la ciencia, lo habia tenido y esperimentado, y aun Edison parecia estarle preparando nueva materia de estudio, pues seguia con grande interés sus descubrimientos acústicos.

Todo este trabajo interno solo puede verse en la intimidad respetuosa del joven que presenta sucesivamente á su amigo anciano, las faces nuevas de su pensamiento, y las acumulaciones de ciencia y de esperiencia que se vienen haciendo en su espíritu, hasta producir el especialista, el sabio: y son tan pocos, aunque tan notables puedan ser los conciudadanos nuestros que hayan llegado á abarcar un ramo del saber en toda su estension, que no es poca dicha ver el hecho produciéndose, como es la mayor tristeza oir romperse el hilo de esas ecsistencias laboriosas y privilegiadas, y ver morir al joven Arquímedes, no bien ha pronunciado su Eureka, a quien una ráfaga de aire, en lugar de darle vida, lo ahoga y fulmina, con la brutalidad del soldado romano, en el esplendor de la esperanza, del écsito, de la juventud y del talento.

¡Pobre médico, pobre amigo, y pobre familia, anonadados todos de un golpe! Su padre y hermano, llegados del interior, como para verlo morir solamente,

sus amigos, sus condiscípulos y sus sordos, lo acompañan al sepulcro, bajo la impresión de tan repentina muerte, todavía dudando de que no esté ya entre nosotros! Que la tierra sea lijera á sus restos mortales!

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DR. ALBERTO LARROQUE 9 de Julio de 1881.

Señores : A causa de ser miembro del Consejo de Educacion el Dr. Larroque, cábeme á

mí el deber de tributar á su memoria, al depositar sus restos en el sepulcro, el homenaje debido al saber profesional, en nombre de la gratitud de una jeneracion que él preparo á la vida pública, y en reconocimiento de los buenos servicios que ha prestado al país. No obstante su profesión de abogado, ha muerto el Dr. Larroque en su puesto. Los que vivieron en su intimidad, recuerdan haberle oido repetir: «me siento hombre por dez años, y quiero consagrarlos á la educación, que esta fué mi primera vocación. Quiero morir en la brecha.» En efecto; esa era su vocación, y la ha ejercido en nuestro país en circunstancias y con resultados que dan á su influencia personal, el carácter que revisten los actos públicos, sobre la suerte de los pueblos.

El 1841, llegaba á nuestras playas el joven Larroque, apenas terminados sus estudios en Francia, su patria, y sin otro capital que el conocimiento del derecho y de las lenguas clásicas.

En 1840, a historia recuerda que habia alcanzado el último grado el parocsismo de terror y de la barbarie que venia de años atrás aumentando de intensidad. La Universidad habia cerrado sus aulas, la tribuna enmudecía y la retórica que los maes-tros enseñarian, seria el arte de ocultar el pensamiento, ó de aplaudir bien é irreprochablemente, todo lo que el alma y el corazón detestaban.

La educación debió buscar por entonces alguna forma esterior aceptable, que no alarmase á los que la mirasen como testigo irónico, por mas que lo disimulasen por entonces. Apareció el colejio del Padre Magesté, jesuita, en cuyas aulas se reunió bien pronto la juventud de Buenos Aires. De ese seminario de instrucción se apoderó el joven Larroque, sucediendo á aquel sacerdote, y restableciendo en su honor los buenos estudios y las buenas letras. No es, pues, el rango de un simple profesor el que le cabe en los fastos de la Educación. Fué un restaurador, cuando amenazaba apagarse la luz que con tanto brillo habia ardido antes; algo comro un renacimiento tras una corta pero terrible media edad.

Influencia mas directa le estaba reservada en otro teatro á que fué llamado por el Presidente de la Confederación Arjentina en 1853. Era hasta entonces el Entre-Rios un campamento militar de creciente poblacion, y sin aquellos establecimientos relijiosos ó civiles que ciudades antiguas, como Córdoba ó Buenos Aires, poseían desde los tiempos coloniales. Era preciso, mientras se creaban ciudades, improvisar ciudadanos; y como la Confederación se veia separada, por entonces de la ciudad que tanta influencia ejerce en el gobierno de la República en jeneral, un buen pensamiento político aconsejaba apresurarse á formar sus futuros hombres de gobierno, de armas y de administración: y esta tarea fué confiada al Dr. Larroque, Rector del Colejio del Uruguay y profesor, según la urjencia del momento, de derecho civil y de gentes, comercial y penal.

Daba clases de filosofía y de latinidad superior, sin creer que descendía cuando ensenaba francés y aun teneduría de libros.

Seiscientos alumnos de todas las Provincias asistieron á sus lecciones durante varios años; y podéis, señores, contar aquí por decenas los.que oyeron su palabra y recibieron sus lecciones; pero es en la Presidencia de la República, en los Ministerios, en la Corte Suprema, en las Cámaras, en el Ejercito, en la prensa, en el foro, donde quiera que haya teatro para el saber, para la preparación adecuada, donde encontrareis los discípulos del Dr. Larroque, quiénes, desde su elevación, ó desde la distancia en que se hallan, nos acompañan en este homenaje que rendimos á su memoria; porque yo también me asocio á la espresión de estos sentimientos, no obstante pertenecer á mis vieja escuela, y habernos encontrado no hace mas de medio año, el doctor Larroque y yo por el mismo camino que los dos seguíamos,

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aunque partiendo de diversos puntos, la educación del pueblo; si bien á mí me ha cabido por propia eleccion, es verdad, venir con los rezagados de la sociedad, con la masa común, que forma el fondo del pueblo en marcha.

En el Consejo Nacional de Educacion, á donde haba sido llamado á prestar sus últimos servicios el Dr. Larroque, tuve el placer de admirar y reconocer las cualidades de su carácter, que la modestia y la afabilidad no alcanzaban á ocultar.

Ha muerto, pues, en la brecha, como él lo deseaba, cejando su nombre bendecido por centenares, y una familia arjentina en la que, como herencia, ha depositado un caudal de luces igual al que él trajo de su patria, como aquellos estranjeros que, al establecerse en la ciudad de Roma, traían consigo y depositaban un puñado de tierra del suelo natal, para creerse siempre en su patria, siendo ciudadanos del pueblo que debia absorver todas las civilizaciones de entonces, la latina, la etrusca y la griega.

Que la tierra arjentina que fecundó con su intelijencia el Dr. Larroque, le sea lijera, como es grata á todos la memoria que nos deja.

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DR. SALVADOR MARÍA DEL CARRIL Señores: No es de ocurrencia diaria que un viejo que anda todavía retardado en los

senderos de la vida, venga de paso a echar un puñado de polvo sobre la losa que va á cubrir los restos de otro viandante mas anciano, que ha depuesto ya la carga que le cupo llevar en la vida pública que recorrieron ambos, teniéndose á cierta distancia durante sesenta años; y si bien siguieron vias distintas, marchaban hacia un mismo rumbo, entendiéndose, sin embargo, como por aquellos convencionales signos que dejan los viajeros en los troncos de los árboles, ó en la encrucijada de los caminos, para que se orienten los que vengan atrás.

La historia de nuestra organización política, después de obtenida la Independencia, recuerda el nombre del Dr. D. Salvador M del Carril, como Ministro de una Presidencia, como Vicepresidente de otra, como Presidente de nuestra Corte Suprema al fin de su carrera; pero no siempre está bajo tan pomposos títulos escrita la vida y designado e! carácter especial del hombre. Nacido yo en la misma ciudad, á la falda de los Andes, á distancia suficiente para no ser contemporáneos de acción, como que venia en pos, traigo en la memoria las primeras pajinas de la vida pública en sus primeros albores, cuando todos los objetos que la constituyen, hombres, instituciones, tienen como nimbos ó aureolas de luz en torno.

La vida pública de mi provincia en 1825, se presentaba á mis miradas adolescentes en un joven apuesto, con su tez blanca, sus barbas negras á la española, y con aquel talante que solo da la distincion de raza, y que conservado en los tiempos de llaneza democrática y en la edad avanzada, imprimían á su fisonomia la apariencia que en las novelas nos hacen atribuir á condes y marqueses. Estas imájenes han tenido mas tarde la consistencia de ideas, y hace tiempo vengo dando importancia política á nuestros antecedentes coloniales, en lo que los sentimientos de hidalgo y de jentes bien nacidas, se ligaron á los propósitos nobles de la Revolucion que no era aristocrática, pero que no queria arrastrarse por el lodo, adonde quisieron llevarla los caudillos de turbas indíjenas alzadas.

El joven Carril fué uno de los primeros Gobernadores políticos de San Juan, como Don Pedro Vazquez del Carril, su padre, habia sido uno de los últimos alcaldes de primer voto del Cabildo colonial.

Su solicitud por el embellecimiento de la pequeña ciudad, la rectificación de sus calles, la apertura de grandes boulevares para encerrarla, boulevares que escisten hoy empedrados y sombreados de árboles frondosos, dejó el modelo de las tareas municipales futuras, y San Juan es hoy lo que el Gobernador Carril dejó trasada y han levado á cabo los que siguieron sus indicaciones.

A tan remota, época, 1825, pertenece el hecho que mas le honra, y es la formación en Provincia tan apartada y la proclamación en medio de los aplausos del pueblo, de la Carta de Mayo, la primera constitution provncial, como si al pasar la administración, de municipal con el Cabildo, á política con el Gobernador, no creyese este que puydiera hacerse el traspaso sin establecer las condiciones y limites de la nueva autoridad y poder que se creaba. Era feliz antecedente de esta institución, el anuncio de la batalla de Ayacucho, que llegó en esos dias, y que, terminada, la guerra de la Independencia, sirvió de preámbulo á la nueva Constitucion, que sino fué puesta en práctica, por la prisa que se dieron los reacconarios para detener en su curso la nueva faz que quería darse á la colonia emancipada, sirvió para difundir las ideas liberales y jeneralizar las nociones políticas, tan limitadas entonces. La aptitud política que mostraron gran número de Sanjuaninos en las épocas constituyentes, como las ideas liberales que prevalecieron siempre en la masa de la población de Cuyo, débese á esta temprana iniciación hecha por el joven Carril. El pueblo entero de San Juan, con escepciones escasas, pero que debo reconocer honorables, se empapó en sus doctrinas, siguiéndolo á paseos rurales con ocasión de la inauguración

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de represas, como la de los Oros, por ejemplo, á instalar la reparada Iglesia de la Concepción, y á echar las aguas en el canal de cinco leguas del Pocito, que creaba un Departamento agrícola. Hace sesenta años se hacian en San Juan fiestas de inauguración, tales como las de hoy, y en ellas el joven Carril, con la majestad de su rango de familia, como un Jefferson ó un Madison, con el tono dogmático y sentencioso que era el de la época, «partiendo, decia el orador á la Rivadavia, de un principio inconcuso», y abandonándose á las inspiraciones de la fantasía á la Bolívar, logró popularizar los principios liberales, y crear el entusiasmo en su defensa y propagación, que fué uno de los rasgos característicos de la población de San Juan, emigrando en masa á Chile en diversas ocasiones, con sacrificio de fortunas y familia, ó bien inmolándose en las «Rinconadas», de aciaga memoria, oponiendo su terca resistencia á la continuación de las vencidas tiranías, ó á las nuevas que trataron de constituirse.

Rasgos son los que recuerdo que diseñan mejor la personalidad de un hombre en la historia de su país, que los empleos que ha desempeñado sucesivamente, aunque estos señalen las diversas temperaturas á que fué elevándose el carácter á las mas altas rejiones en que se esparció su influencia. Era el Dr. Carril el último viñedo que nos ligaba á la Colonia por la estirpe, los instintos y las formas. Parece el hijo del Cabildo de San Juan, que trasformado en Gobierno político, se cuida ante todo de delimitar y embellecer la ciudad, y en seguida de constituir el gobierno de la Provincia. La vida pública de San Juan, tan ardiente siempre, como fueron moderados y humildes sus despotismos, la aptitud que para la vida pública han mostrado los Sanjuaninos, todo aquello es obra y legado de la iniciacion, emprendida por el joven Carril en 1825.

Rivadavia lo llamó á formar un Ministerio que abriese camino á los hombres de Estado que como Carril fuesen preparando las Provincias; y con el Ministerio de Hacienda, tras el Congreso disuelto y la abdicación de Rivadavia, desaparece de la escena con cortos intervalos, durante el cuarto de siglo de la brutalidad entrenzada en Buenos Aires y en las Provincias, sin que cruzara los brazos mientras tanto, en aquella memorable, larga, sangrienta y aciaga lucha en que nadie faltó á su puesto de combate, los pequeños al lado de los grandes, la jeneracion que venia a la vida inspirada por la que le precedió, sufriendo derrotas en los campos de batalla, pero conquistando intelijencias y simpatías en el pueblo, hasta que en Caseros dimos en tierra con la estupidez armada de la indiferencia ó ignorancia de las muchedumbres, que es uno de los grandes peligros de la libertad moderna.

Después de Caseros, y divididos los cabos de la opinión publica sobre el camino que debia seguirse para llegar mas pronto ó mas radicalmente á la Constitución de la República, Carril tomó el camino que le indicaban su mayor esperiencia de la vida y sus vistas de hombre de Estado.

Estamos a distancia suficiente para volver la vista sobre aquellos tiempos, y estamos hoy demasiado unidos en cuerpo de Nación, para que neguemos el acierto de aquel paso. Si el Ministro de Rivadavia se pone con los suyos del lado de buenos Aires disidente, se reabre la antigua hendidura entre unitarios y federales, que á fuerza de ciencia y desinterés, habíamos cegado, y hoy tendríamos dos naciones arjentinas irrevocablemente separadas, la Confederacion de los caudillos al otro lado del Arroyo del Medio, la República de Atenas de este lado, aquel gran cerebro de la Grecia reposando sobre el cuerpo raquítico del Ática. A Carril debemos el ser hoy arjentinos.

Me es grato rendir este homenaje á la memoria de mi ilustre compatriota, porque no es la de un partidario la que creo digna de recordar, al cerrarse el libro que ha contenido tan variadas pajinas de nuestra vida púiblica.

Estuvimos en disidencia durante la separación de Buenos Aires, y en pugna alguna vez; pero debí á la rectitud de su juicio y á su habito de la vida pública, que nunca se rompiese del todo el vinculo de simpatías y propósitos que nos unia; y mas de un arreglo de dificultades se debió á estas recíprocas deferencias. A su interposición se debió que la Constitución reformada por Buenos Aires, fuese aceptada

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íntegra por la Convención Nacional de Santa-Fé. Consultado reservadamente sobre la conveniencia de aceptar el nombramiento de Diputado por Tucuman al Congrego del Paraná, el Doctor del Carril, en una larga correspondencia, me espuso la inutilidad de malgastar entonces fuerzas que debían economizarse para época mas oportuna, que debia venir.

Al dejarnos después de haber llenado dos vidas de hombre, y dádose el tiempo de contemplar la grande obra concebida entre las ilusiones jenerosas de la juventud y ejecutada con los sufrimientos y las decepciones de sesenta años de poner barreras al torrente que se desborda, Don Salvador M. del Carril ha podido decir lo que Isaías Quincy,—-su contemporáneo, Gobernador de Boston como aquel lo fué de San Juan,—dijo, paseándose la última tarde de su vida de ochenta y un años, en la avenida de Quincy bajo los árboles seculares á cuya sombra se paseó Quincy Adaras, el Presidente sabio de los Estados Unidos: «estoy listo; (sintiéndose llamado) con curiosidad pero sin prisa«:-, repitiendo sus favoritos versos de Milton: Not love the life;not hate. No os apeguéis á la vida, ni la detestéis. Estas bellas frases me la trasmite ayer la nieta del ilustre Presidente, é hija del Gobernador Quincy, que presta á nuestro Observatorio Astronómico el concurso de su saber, hereditario en la familia; y en la tumba de un Presidente y Gobernado:, viene bien el recuerdo de los graves pensamientos de otro octojenario ilustre, é igualmente caro al corazón, igualmente útil á la libertad, que promovieron en los dos estremos opuestos de la América

Paz á las grandes figuras históricas, al gran ciudadano de quien venimos á despedirnos. Que la tierra le sea lijera y eterna la memoria de su larga y fructuosa obra,—la Constitución de la Nacionalidad Arjentina.

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COMANDANTE DEMETRIO SEGUÍ Capitán del puerto del Tigre

Señores: Me acerco con cariño á la puerta de la última morada de mi buen amigo y

antiguo compañero de trabajos, el Teniente Coronel de Marina D. Demetrio Seguí, muerto en la flor de la vida, á consecuencia de las terribles heridas que le hizo en el combate de Obligado, un tarro de metallar alojado en su pecho. Quedóle un barrio de su estructura inutlizado y caido, y con el resto ha continuado cerca de cuarenta años (1845) en el mas activo servicio militar, cual es la guarda de nuestros rios.

Su hoja de servicios recorre cuarenta y un años; cábele el honor de haber mantenido el pabellon arjentino contra Luis Felipe, Garibaldi y otros ilustres enemigos. Puede decirse que ha ascendido por la fuerza de sus puños como bueno, y sin el favor ni el apoyo de los partidos. Sus despachos de Mayor llevan mi firma, el de Teniente Coronel Graduado, la del Presidente Avellaneda, de Teniente Coronel, afectivo la del actual Presidente. No se ha dado prisa para recorrer el escalafón y debo decirlo en su honor y en el de los gobiernos, no ha sido postergado tampoco. Dos hijos habia perdido, uno en el «25 de Mayo», sorprendido en el puerto de Corrientes por los Paraguayos, lo que motivó la guerra. El otro pereció mas tarde en un incidente de mar. Un ancho reguero de sangre de sus venas ha quedado tras de la estela de los buques en que sirvió.

Su muerte hahia comenzado al principio de la carrera, y hace tres meses que me decia: Esto es ya, segun los médicos, el principio del fin: pocos meses me quedan de servicio.

Me complazco en hallarme á su lado en este sencillo acto. Oh! él contaba con ello, y me daba no ha mucho las gracias por la amistad con que lo habia honrado siempre. No fui en efecto su protector, fui su amigo, como lo habría sido de cualquiera otro. Colocado yo en alta posición, éramos compañeros de trabajo, de fatigas en largas navegaciones de los canales de las islas. Cuando en 1856, hacíamos una espedicion de Argonautas bajo la dirección del Comandante Somellera, á descubrir las ignotas Islas del Paraná, Albarracin, Mitre, Elizalde y otros, iba al timón, de marinero raso, el que ha muerto, Teniente Coronel Seguí, y desde entonce; su nombre, como su único brazo, se asocia á la ocupación y conquista de aquellas islas afortunadas que llenaron de encanto y poesía las pajinas mas insípidas de la vida pública. El Comandante Seguí mandó buques de vapor, el Talita que recordaba triunfos gloriosos, el Don Gonzalo que hacia oficio de transporte.

Las cualidades de mando de este veterano de los rios, se hacían notar en el gobierno de sus tripulaciones y en los trabajos de calzada: terraplenes y edificios que dotó la Capitanía del Puerto del Tigre, creando tierra y dejando al Estado verdaderas obras públicas. Las comisiones con que ha sido favorecido por todos los ministros de marina y guerra, muestran por ellas sus aptitudes personales y marinas, porque era marinero en toda la tradicion del arte de navegar á vela, y el conocimiento del oficio. A él le estaba casi siempre encomendada la inspección de buques entrados en remonta, carena ó compostura; y su ojo ejercitado revelaba las deficiencias del trabajo.

Todas estas dotes, -de que su país aprovechó sin darle en cuarenta años una hora de descanso, le venian realzadas por cualidades del corazón que recuerdan cuantos le hayan conocido. Un vacio ha de quedar en el Tigre, que no llenan siempre los dictados del deber para con viajeros, vecinos, personajes públicos y sociedades de remeros. Fué durante veinte años, el Capitán del Puerto, la Providencia de lo imprevisto, el Comodoro de las Islas del Parana, su mar clauso entre alamedas, su cuartel de Policía para mantener la quietud y la ley y hacer justicia á dos mil chalanas, canoas, numeradas como los coches de las ciudades, para mantener el tráfico de frutas y mimbres, y dar á los paseantes la idea de un Edén, de un Tempe, como le llamó el señor Sastre.

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Yo habia dejado ya de frecuentar aquellas aguas y de recorrer aquellos países floridos, encantados, de que mi antiguo piloto era carta viva; pero aun tengo un pié en tierra firme, y desde ella deseo a mi amigo reposo á sus manes, y á la madre de la numerosa familia que deja, que su gobierno no olvide que tres hombres sacrificados en aras de la Patria, porque Don Demetrio muere de heridas de guerra á la edad en que todavía sonríe á otros la vida, merecen por lo menos una retribución proporcionada al número.

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SIMÓN DE IRIONDO Santa Fe

____ Señores Gobernador, Ministros y Conciudadanos : Asocióme con melancólica satisfacción á este acto de respeto y afecto, con

que el pueblo de Santa-Fe, sus autoridades y su familia devuelven á la tierra de la patria común, lo que queda del ilustre ciudadano y vecino, Dr. D. Simón de Iriondo, cuyo nombre se asocia á la historia contemporánea y á los estraordinarios progresos con que la Provincia de Santa-Fé ha tomado la delantera, por decirlo así, á las demás Provincias, en la rejeneración agrícola é industrial que nos lleva hacia nuestro verdadero puesto en el desarrollo de esta América.

Habéis hecho bien, señores gobernador y ministros, trayendo los restos mortales del Dr. Iriondo para que reposen entre los suyos.

Las plegarias que eleva al cielo la familia de los que fueron parte de nuestra ecsistencia, han de ser mejor oidas, con los jemidos de las campanas del hogar, cuyas voces de bronce se han asociado á los gratos recuerdos de la infancia, y son el último eco que de la tierra se eleva, llevando consigo votos, esperanzas y oraciones. La tierra, en fin, en que reposarán luego sus huesos ha de serle mas blanda y hospitalaria como que es la patria, que es la verdadera madre que nos cobija en su seno. El epitafio de Simón de Iriondo en el cementerio de Buenos Aires, alimentaria, en aquel Pere Lachaise arjentino, un nombre mas, á los muchos que pasan con la jeneracion presente, y aumentan, para el pasante atraido por la arquitectura funeraria, la confusión de los nombres donde no todas las palabras conservan por siempre su sentido, como las flores pierden el olor y el perfume de la vida. En el campo santo de Santa-Fé, entre los otros sepulcros de los que le precedieron y habrán de seguirle, habrá siempre un sepulturero, ó un hombre del pueblo que señale la loza sobre la cual está escrito el nombre del Dr. D. Simón de Iriondo y Candiote, Gobernador que fué de la Provincia y Senador que la representaba en los consejos de la Nación, á la hora de su temprana muerte.

Las apreciaciones de la política quedan á la puerta de estos fúnebres asilos, en que no penetran las pasiones, para dejar dormir en reposo las sombras de los que siguieron distintos y aun opuestos rumbos, en los difíciles y á veces apenas trazados senderos de la vida. Lo que queda, lo que sobrevive en el hombre es el bien que hizo durante su pasaje, y las señales que dejó sobre la superficie de la tierra. El micrófono de invención americana, aplicado á la tierra, hace perceptibles desde Roma las convulsiones internas que preparan las erupciones de lava con que el Vesubio de Napoles, descarga las rocas incandescentes que se arranca de sus entrañas- y los naturalistas oyen el paso presuroso de las hormigas vacando á sus múltiples ocupaciones. Si lo tuviéramos á mano, como nos es ya familiar el teléfono que trasmite los sonidos perceptibles, oiríamos en este momento solemne de todos los puntos del horizonte, el himno que entonan millares de máquinas en movimiento, volteando en líneas geométricas, cien leguas de mieses, con millón y medio de fanegas doradas, en setenta y dos colonias; mieses que dan bienestar y alegría á cien mil habitantes aquí, é irán bien pronto á llevar, pan barato á la boca de los padres y de los niños en Europa.

Este es el mas alto panejírico que puede pronunciarse en la tumba de un hombre público.

Cábeme la satisfacción de decir que las primeras preces que se dirijieron al cielo, cuando todavía estaba caliente el lecho mortuorio, son las que la venerable comunidad de frailes franciscanos elevaba bajo las bóvedas del solitario templo y convento de San Lorenzo, que como nos dijo uno de sus monjes, será en nuestra historia relijiosa lo que el Monte Casino fué en Italia cuando los arrianos longobardos amenazaron con Tótila la cabeza de la Iglesia Católica.

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Hallábamosnos reunidos á la augusta sombra del pino histórico que vio reposarse á San Martin de las glorias y fatigas del combate, como me he reposado también yo, bajo la encina donde Washington preparó los destinos futuros del mundo, cuando un telegrama avisó al Coronel Córdoba, que me acompañaba, la sorprendente e inesperada, cuanto triste y lamentable noticia, que caía sobre todos los presentes como en el seno de una familia. Pasadas las primeras emociones, nos dirijimos todos en silencio hacia el silencioso templo iluminado con los fúnebres cirios, y ocupando yo y el Coronel Córdoba nuestro puesto de dolientes, en nombre de la Nación y de la Provincia, oimos ahí con recojimiento elevarse en aquellas bóvedas que repercuten y propagan en ecos plañideros por los sombríos claustros, aquellos llantos sublimes que un grande Rey y poeta ha legado al mundo con el nombre de salmos, para espresar los dolores humanos de todos los tiempos, y elevar á Dios preces en lenguaje digno de su majestad.

Así pude llenar este deber de cristiano y amigo, asociado á las oraciones de los piadosos monjes que con tanta consideracion y afecto me habían acojido.

Porque con el Dr. Iriondo nos hemos conservado amigos hasta los últimos instantes de su ecsistencia, y si me encuentro entre los suyos aquí, es porque venia guiado por sentimientos de humanidad a arreglar con el un asunto de cultura y civili-zación. Nos cruzamos en el camino, como ya nos había sucedido no ha mucho desviarnos ambos y separarnos de rumbo en las ideas políticas. Pero el afecto personal pudo mas, sin embargo, que los disentimientos políticos, y á poco andar la reconciliación fué traída por el intermedio del olvido, que solo deja que hable el corazón, y los recuerdos de los tiempos en que marchamos juntos como majistrados, prestándonos un mutuo apoyo. Entre los papeles que deja el malogrado Iriondo ha de encontrarse mi última carta, en que disculpándome de severidades de apreciación, hacia valer mi penoso destino, de inmolarlo todo, hasta, mis afecciones, ante las aras de los grandes principios que sirven de base á nuestras instituciones republicanas. Restablecida asi nuestra antigua amistad, y apartado como estoy de la vida pública presente, puedo como con los manes de los héroes que combatieron en Ilion á quienes hace Homero conversar sobre sus altos hechos, recordar que conocí á Iriondo joven cuando se reunió en esta ciudad la gran Convención Nacional Constituyente, que aseguró para siempre la integridad de la República, prestádome muy buenos servicios para allanar tropiezos y acercarme personas, sirviéndome de heraldo.

Cuando fui honrado por mi país con el cuidado de vijilar por sus intereses, lo encontré de Ministro de Gobierno, y luego de Gobernador de la Provincia. Desde entonces la Provincia de Santa Fé fué el puntal y el baluarte de la nacionalidad arjentina; y un dia glorioso hubo para este pueblo, en que sus guardias nacionales se encontraban á un tiempo en Corrientes, en Buenos Aires, en marcha para Mendoza a órdenes del coronel Roca, y el jefe político del Rosario ofrecía todavía al Presidente mil seiscientos hombres mas que estaban disponibles.

Cuando el pueblo de Buenos Aires, rodeado de veteranos cuyos jefes se habían dejado arrastrar hasta el motín en las luchas electorales, esperaba por momentos ver alzar su odiosa cabeza á la hidra revolucionaria dentro de la ciudad misma, las caras tostadas de dos batallones santafesinos, desembarcando en el puerto y atravesando las calles, infundieron respeto á los pocos, y confianza á los que necesitaban de la tranquilidad pública para trabajar. Santa-Fé había acudido al llamado de su Presidente, y el espíritu de Iriondo se hallaba presente por todas partes.

Aquellos tiempos pasaron, dejando como el limo de las grandes crecientes que amenazan por un momento sembrar solo minas y devastación a su paso, la prosperidad de que hace alarde Santa-Fé, los dos millones de fanegas de trigo que allega ahora, en sus graneros, y las reservas de comercio é industrias, que aseguran el bienestar á un millón de hombres.

El obrero ha pasado, quedando nosotros, señores, para hacerle justicia, como á Urquiza, al Dr. Carril cuando fueron llamados á cuentas.

Que reposen en paz las cenizas de mi amigo el Dr. Iriondo.