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1 Escritos de Luis Carlo Moreno López:

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Escritos de Luis Carlo Moreno López:

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De mis múltiples vivencias en Naya, hoy quiero recordar a José Cidoncha marido de Teresa, que vivía en la calle Barranco y que la puerta trasera de su casa, daba a los eucaliptos del lavadero. Me enseñó cómo hacer una cometa con aquella simple estructura de cañas perfectamente cortadas y atadas con guita fina, haciendo un hexágono que luego cubría con papel de seda de colores, y que plegado convenientemente, se pegaba después con harina mojada, luego le ponía los flecos de papel cortado en tiras alrededor de aquella figura mágica, después la cola de la cometa hecha de retazos de tela vieja, de los vértices superiores y el centro salían las cuerdas que se unía y llegaban al ovillo de cuerda,......Me la llevaba al pinito las tardes de verano, esperando que hubiera viento. Allí la echaba a volar, recuerdo con mi primo Camilo....y los que se sumaban......Mi padre abajo en la casa palanca miraba el serpentear por los aires del invento...y se sentía feliz y yo desde el pinito enviando mensajes a la cometa a través del hilo....y que tanta ilusión me hacía....Recuerdo a José el de la Teresa, como un mago, de algunos sueños de mi niñez en Naya

Miguelito Palomo y el hombre del pirulito

Todos vestidos de limpio y con la ropa de los domingos, acudíamos a misa al sonar el tercer toque de la campana de la iglesia a las diez y media de la mañana. Con atención escuchábamos la lectura de la epístola y el sermón y después empezaba el día de ocio en nuestro en nuestro pueblo. Cada uno a lo suyo y por la tarde nos concentrábamos en la calle Ancha. Y en la puerta del casino,

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al pie de la escalera, ponía Miguelito su puesto de pipas, caramelos ,chuches y golosinas; una escopeta de aire comprimido con un tapón de corcho para tirarle a un conejito de goma que ponía sobre un taco de madera a una distancia de no más de dos metros y que nunca acertábamos a darle !qué le tendría hecho al cañón de la escopeta! .Nos dejaba ver una película en el cine tipo anteojos que pasábamos dándole vueltas a un dial por una cantidad que no me acuerdo, pero que no debiera de ser más de una peseta. Llevaba unos tebeos del capitán trueno, Roberto Alcázar y Piedrín ,El Jabato.....y nos lo alquilaba para leerlos al pie del quiosquillo ambulante, siempre lleno de niños a su alrededor. Era un hombre de pequeña estatura, con una boina que cuando se la encasquetaba en la cabeza le delataba, pero tan entrañable para todos nosotros que nunca podremos olvidarnos de él. Y entre tanto, en las tardes de verano, llegaba Palomo, el barrendero, con su carrito de los helados y que tanto nos gustaba.

De vez en cuando, aparecía por Naya el hombre del pirulito, que venía de Nerva, era alto y aguerrido con voz ronca, pregonando su producto....el pirulín de la habana, que se come sin gana, el que lo prueba repite si el bolsillo se lo permite....Y así, con esta gente tan pobre, pasamos parte de nuestra infancia y le dieron una pincelada de color e ilusión en aquellos días.

UNA ESQUINA SINGULAR

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La acera de abajo de la calle Ancha, tenía una esquina cerca del muro de la estación, allí terminaba con el economato de la compañía, un cuartillo con una pequeña reja (era la cárcel, palabra que no me gusta mucho) y un alpende, que era el tejadillo del almacén mirando a la fuente.

El economato tenía una ventana enrejada, que se abría de vez en cuando y allí colocaba mi tío Ignacio una bomba de pistón manual, que se la cargaba al hombro y con ella trasvasaba, el aceite desde grandes bidones a recipientes más pequeños. Dentro siempre estaba Hernández, con su bata de color caqui y unas estanterías de madera, al más puro estilo inglés y reconozco que me gustaba. En el cuartillo nunca vi a nadie arrestado dentro (éramos demasiado buenos ) y el tejadillo, de pequeño yo, nunca supe bien, qué función tenía. Era un lugar de encuentros a veces, de hombres que se paraban allí para hablar del tiempo, o de los tomates y pimientos que estaban cogiendo en el huerto. A veces hablaban de cuestiones de trabajo también. Y cuando llegaba el hombre del plástico con aquella vieja furgoneta a Naya, tendía una manta en el suelo del tejadillo y allí ponía su negocio, barreños de plástico, cubos, figuritas, pulseras...y a las mujeres les gustaba, y aquello, cuando venía aquel hombre generaba expectación.

En la pared del "tejadillo" había una puerta de madera vieja y carcomida, que nunca vi abierta. Daba creo yo al cuartillo de la cárcel y un día observé que habían, anclado en la pared unos aros de metal, que me dieron a entender, que ese era un lugar para dejar amarrados a los burros que traían algunos visitantes o de tránsito por nuestro pueblo.

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El vacié del caldo de pirita.

Separado del "cianuro" por la carretera de acceso a Naya, estaba aquella montaña de piedras oscuras e irregulares. Y por el frente que miraba, a las vías generales del ferrocarril y al rio era surcada a media ladera, por un carril de vía estrecha.

Varias veces al día, asomaba procedente de la fundición un convoy de vagonetas llenas del "caldo de pirita" .Era el fundente y la ganga que resultaba en la separación del cobre.

Y allí, tan cerca de nuestro pueblo, comenzaba el espectáculo del vertido de las vagonetas una a una.

En aquellos días de invierno, veíamos desde la escuela de D. Manuel, como se iluminaba de rojo la negrura de la noche. Era idéntico a la lava que sale de un volcán activo y en erupción desde las entrañas de la tierra. Era dantesco. Era lo más parecido al infierno.

Llegaba hasta el suelo, aquella masa líquida incandescente, que solidificaba enseguida, para dejar esas piedras negras que con el pasar de los años

Nos dejó, una montaña para siempre "el vacié del caldo de pirita".

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NUESTRO RIO

!!! Qué le digo yo al rio, que no le hayáis dicho los nayer@s!!!

!!! Qué le digo yo al rio que no se sepa!!!

!!! Qué le digo yo, que no lo hayáis pensado alguna vez!!!

!!! Qué le digo yo ..........!!!

Rebasado el muro de contención, del dique de Marismilla en Nerva, se precipitaban sus aguas sobre una profunda garganta (al menos así me lo parecía a mi) frente a Talleres Mina, donde hacía un giro de noventa grados y allí tornaba su color. Quinientos metros más adelante, y paralelo a las vías del ferrocarril, describía un amplio meandro, dejando lagunas de policromía, parecidas al arco iris, con sus colores amarillo , anaranjado, rojo, verde, violeta......debido a la

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presencia de cationes de metales pesados disueltos (cobre, hierro, zinc, plomo, oro....) procedentes de la calcopirita del subsuelo de su cauce.

Con sus aguas revueltas, pasaba por la cara Este de la estación y por detrás de la casa palanca. Después fluía por las balsas, donde recibía el agua "agria" de color verde, procedente de los canales de desagüe del túnel 16 y el agua del arroyo, cuando la llevaba en invierno y en primavera.

Enfilaba su curso, Zarandas Naya y Marín, pasando por medio de estas dos reliquias tan nuestra y nos abandonaba tras pasar por debajo del puente, junto al charco de la vía, llevándose el aroma y el color del suelo de nuestro pueblo.

Es el nuestro, un rio único en el planeta. Lo inhóspito de sus aguas, extremadamente ácida y con altas concentraciones de metales, hacen casi imposible, la vida como ecosistema. Sin embargo, la existencia de microorganismos adaptados a ese medio tan hostil, lo han hecho foco de atención científica, para orgullo de todos los nayer@s.

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EL LAVADERO

En la parte más baja de la loma, sobre la que se asentaba nuestro pueblo, estaba el lavadero. Se accedía a él, desde la fuente del estanco bajando las cuatro escaleras alineadas, que cruzaban el suelo dispuesto en terrazas desde el "redondé" de la fuente y el terraplén de las vías del ferrocarril, hasta las puertas de las casas de la calle la Fuente. Estaban separadas por muros de poca altura y formaban anillos casi concéntricos con el lavadero. Lucían acacias a sus orillas, separadas entre sí cada pocos metros, que servían para sostener los alambres de los tendederos, al tiempo que nos daban el color verde y una agradecida sombra en verano.

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Colindante con el último muro de contención de tierras, ya estaba el lavadero. Tenía una forma rectangular, sobre suelo llano y con toda su estructura de madera. Se soportaba sobre seis pilares, cruzados por travesaños, en los que podían verse las pendientes de madera, de lo que un día fue su techumbre.....que yo nunca conocí. En el vértice más próximo a la fuente, estaba el pilón, dividido en dos volúmenes desiguales, y que siempre vi lleno de tierra, hojas....en estado de abandono.

Alrededor del lavadero se levantaban diecisiete eucaliptos centenarios, probablemente con su misma antigüedad; eran de altura muy considerable y algunos de ellos, necesitaban de dos hombres para poderlos abrazar. Daban una sombra y espesura tal, que los rayos de sol no llegaban nunca al suelo y servían de cobijo a las bandadas de gorriones, que cada tarde se daban cita allí, para pasar la noche.

Los diecisiete eucaliptos fueron testigos, el día que se desplomó, tal cual un acordeón se tratara, la vieja estructura del lavadero. Fue una noche de invierno (probablemente del año 68), con el estruendo de un ruido, seco, fuerte y de poca duración. Esas décimas de segundos, seguramente fueron el principio del fin de Naya...Y allí estuvieron los diecisiete eucaliptos, como diecisiete rosas, para ver y contemplar como en 1973 se segaba definitivamente la vida de nuestro pueblo, del que siempre guardaremos el más cariñoso de los recuerdos.

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VIDA Y COSTUMBRES

Vivíamos en Naya una incipiente participación en la evolución al estado del bienestar, dejando atrás muchas de nuestras costumbres, que culminaron con la emigración masiva de todos nosotros y la destrucción de nuestro pueblo.

Hoy quiero recalar en la transición del foco de carburo para alumbrar, a la electricidad, que conocí cuando nos la daban de 7 de la tarde a 8 de la mañana y más adelante, para tener la luz permanente las 24 horas del día había que solicitarlo a la cía. Eran 125 V y nos saltaban los plomillos a cada momento...

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Las primeras lavadoras con la hélice en el tambor, sustituyendo a la panera con el refregador de madera, el lavadero y el arroyo...

El Petromas que sustituiría al hornillo de carbón. Y acordarme de Santiago, el hombre del "petróleo", que venía de Nerva con una furgoneta y un altavoz vendiendo el petróleo sin refinar , que era el combustible de aquel aparato, que tanto ennegrecían las ollas y sartenes y que tan furiosa ponía a mi madre, quemando aquella torcía..

Recordar que nuestras casas no tenían agua corriente y que la fuente era nuestro recurso más preciado.

Para calentarnos, en las crudas noches de invierno, se encendía por las tardes la copa , con una oquedad en el centro que se llenaba de cisco y una vez encendida fuera de las casas , se llevaba a la mesa camilla de dentro y removiendo aquello de vez en cuando con la badila , pasábamos las horas hasta irnos a la cama y que aquello se consumiera.

Sin agua, sin luz permanente y con la copa de cisco , con una precariedad de la que no éramos conscientes, fuimos los nayeros una familia feliz.

CHIMENEA DE PIRITA

Santo y seña, identidad de un pueblo. Magnífica, alta y seductora. Generadora de vida, de inquietudes, tensiones y

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discordias, emblema de la comarca, patrimonio de los nayeros.

Rio tinto Corta Atalaya,...el corazón de la tierra. Chimenea de pirita, la cima de la gloria, para unos; frontera del infierno, para otros.

Alta y esbelta, se levantaba la chimenea, en la colina del centro, de una cadena de tres áridas montañas alineadas. Dominadora desde lo más alto, de toda la cuenca minera. Una exclamación en el aire, que cada mañana teñía de blanco y amarillo, los tejados de las casas de nuestro pueblo.

Desde la cota más baja, allá en la fundición, ascendía un canalón de piedras, cubierto con tablones de madera, en línea recta, buscando la codiciada cima, por su cara sur. Cruzaba por debajo, la carretera que bordeaba a media loma, aquel macizo de tres colinas y tras sortear los desniveles de la montaña, desembocaba en la garganta de la chimenea, que vomitaba los humos irritantes de anhídrido sulfuroso, dejando una densa columna de vapores, que a veces se elevaban buscando el cielo y otras, descendían por la montaña inundando todo el valle minero.

Hoy ruinas de un ayer, que nos dejó bocanadas de humos, bajo los que crecimos, viendo como impregnaba por contacto, las hojas de nuestras parras de tallo alto, que nos proporcionaban racimos de uvas de gallo, nunca igualados en lugar alguno.

Rio tinto, chimenea de pirita, señorial y centenaria. Un sentimiento nayer@.

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EL MURO Entrar en "NAYEROS", es como asomarme cada mañana a una ventana mágica, que se abre para contemplar nuestro pueblo, como si no hubiera pasado el tiempo. Desde los "risquitos", teníamos un ángulo idóneo, para ver la boca negra del túnel, con infinidad de vías desdobladas a su salida, en las que esperaban convoyes de vagones vacíos para entrar, otros saliendo con el mineral, otros con vagones en reparación......muchos obreros y una subestación de electricidad. Al pie de los risquitos, estaba "la laguna", con suelo llano y arcilloso, que cuando

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llovía, retenía el agua durante mucho tiempo....casi todo el invierno. El túnel, lo coronaba un muro de no más de dos metros de alto, que se levantaba, desde la carretera, hasta las proximidades de la esquina, acera de abajo de la calle de Enmedio. Haciendo un ángulo de noventa grados, bajaba el muro perpendicular a la calle Ancha, dejando una empinada cuesta entre ambos, y se prolongaba por las traseras de la calle Barranco, hasta una arqueta de recogida de aguas, en la parte más baja del pueblo. Desde allí, el muro volvía a girar noventa grados a la izquierda, hasta el terraplén de las vías del ferrocarril por delante del lavadero, abriéndose frente a éste, una cancela, que comunicaba el pueblo con la parte llana del túnel y sus vías. En el apeadero había un paso a nivel, seguido de una puerta de acceso a la estación. Continuaba la tapia, con una ventanilla (la del vale y donde se ponían los servicios de los trabajadores del ferrocarril) y ya seguía el muro, cercando nuestro pueblo, subiendo una cuesta pedregosa, dejándonos un llano, entre él y la iglesia y un margen junto al matadero. Luego se perdía en el

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paso a nivel de la PLC frente al vacié de escorias de la fundición, dejándonos la sensación de un pueblo minero con aires de la alta Edad Media.

LA FUENTE

Vivía yo en el número cinco, de la calle La Fuente. Todas las mañanas, cuando salía de mi casa, tenía delante de mí, aquel edificio público, y de uso comunitario. Eran dos depósitos de estructuras idénticas, y vistas de frente presentaban una peculiar figura geométrica en forma rectangular y terminada con sendos semicírculos. El depósito más próximo a la puerta de la estación, era el filtro de arena y colindante con él, había un pequeño solar alambrado para proteger el grupo de bombas de impulsión del agua. El otro

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era el depósito del agua en sí y estaban separados por una distancia de no más de un metro y medio.

A una altura de unos cuarenta centímetros del suelo y centrado sobre la pared, estaba el grifo de bronce de color amarillento, flanqueado por dos muretes de ladrillos, que hacían el receptáculo más idóneo para colocar los cántaros, cubos, botijos....que llenábamos de agua con ilusión, para llevar a nuestras casas .

Desde las cercanías del tejadillo del almacén, se bajaba por una rampa de hormigón paralela a la horizontal calle de la estación y nos conducía hasta el mismo grifo de la fuente. Junto a la rampa de hormigón, estaba el redondel de la fuente, que más bien tenía una forma poligonal, de no sé cuántos lados. Era de piedra y nunca supe muy bien la función que tenía, aunque recuerdo, eso sí, que en el centro se levantaba un mástil con una bombilla en la punta, que en numerosas ocasiones estaba rota...!! los cafres!!

Entre el redondel y la alambrada, existía una regata de desagüe, que recogía las aguas de derrames y las conducía fuera del pequeño recinto.

La rampa de acceso a la fuente y la calle de la estación estaban separadas por una barandilla de hierro cilíndrica, que se apoyaba en pilares, que quiero recordar, eran trozos de railes de las vías del tren, y que la hacían, firme, compacta y estable.

La fuente, era un lugar social y de encuentro. Tenían el encanto de la comunicación y a veces los vecinos y vecinas

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de nuestra aldea, perdían allí las horas hablando, pensando quizás, que en la fuente se paraba el tiempo.

Siendo yo muy pequeño, me llamaba la atención, aquellas mujeres, que se ponían el cántaro lleno de agua sobre sus cabezas, apoyado en un rodete de tela y caminaban como si no llevasen nada. Guardaban el equilibrio sin desviar la perpendicularidad de su centro de gravedad y el del cántaro.

La fuente, nos daba la vida, nos proporcionaba ilusiones. Era un objetivo diario, donde se plasmaba un fin social. Era el alma de nuestra aldea.

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EL ACCIDENTE DE FERROCARRIL EN BERROCAL

En la dilatada historia, de la actividad laboral en Minas de Riotinto, se prodigaron los accidentes laborales, muchos de ellos con resultado de muerte, por falta de prevención en unos casos y en otros por la casuística, derivada de la peligrosidad y la arcaica complejidad del proceso de extracción del mineral y operaciones industriales posteriores, hasta la obtención del cobre.

El accidente, que paso a relatar, ocurrió el dia 17 de Febrero de 1947, cuando un convoy mixto, de mineral, seguramente concentrado de cobre, y algún vagón de pasajeros, se precipitó sin control por la vía general, en las proximidades de Berrocal, al parecer por un fallo en el sistema de producción de vapor, en la caldera de la máquina, volcándose el agua hirviendo, sobre el maquinista Ramón Veleda González y el fogonero Eloy Caballero Alcázar, que no pudieron hacer nada por accionar el sistema de frenado de la máquina.

El guardafrenos, era mi abuelo materno Manuel López y su trabajo consistía en en accionar con una mano la manivela de un tornillo sinfín, que actuaba sobre el disco de frenado de las ruedas traseras del vagón de cola; con la otra se agarraba a un asidero del mismo vagón y la plataforma sobre la que se mantenía de pié no era más de 40 * 40 centímetros.

La inercia del sistema, empieza a aumentar gradualmente, por aquella rampa y hacia abajo, sin la posibilidad de

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poderlo detener, produciéndose el descarrilamiento, en las proximidades de la estación de Berrocal, con el resultado de muerte de aquellos tres hombres y algunos heridos entre los pasajeros.

Este accidente, conmovió a la sociedad minera de la época, que ya venía demandando con insistencia, la inseguridad en el ferrocarril.

Se derramaron muchas lágrimas, se escribieron numerosos poemas y elegías y a los muertos, los enterraron en el cementerio de Berrocal.

Aquella catástrofe fue muy divulgada, y en las familias de los fallecidos, quedó una secuela emocional, que se fue transmitiendo generacionalmente, bajo el signo de la rabia y la impotencia, acompañada de un dolor, al que tuvieron que acostumbrarse, porque, según me contaba mi abuela materna, aquello fue la crónica de una muerte anunciada.

Desde aquí, quiero rendirles un homenaje, lleno de sentimiento, porque ellos, igual que otros que allí dejaron sus vidas, merecen el recuerdo de todos nosotros y un hueco importante en nuestras memorias nayeras.

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LOS ARBOLILLOS

En aquel rincón de nuestra aldea, y enclavado en la parte más alta, estaba aquella explanada, que nunca llegaba a ser llana y perdía su horizontabilidad, con caída hacia la carretera de circunvalación de La Naya, por su lado Oeste y algo menos pronunciada hacia las puertas traseras del barrio de la Salud.

Coincidiendo con el muro perimetral de la casa grande de Macedonio, se levantaban, no más de una docena de cipreses, mucho menos voluminosos que los centenarios del lavadero. Más de la mitad estaban alineados con la tapia de la casa, separados a unos dos metros. El resto estaban diseminados y muy próximos entre sí.

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Hacían una tupida sombra, cuando el sol caía de plano sobre aquellos árboles, que cubrían algo menos de la mitad del llano.

En verano, era el lugar elegido por don Manuel, para montar la escuela. Se colgaba la pizarra en uno de aquellos árboles, se colocaban los bancos corridos, donde nos sentábamos los niños y su mesa con aquella silla de madera y asiento de nea, se ponía delante de todos nosotros.

Corría el aire fresco de las mañanas nayeras y hacía un entorno al aire libre, que nos invitaba a poner máxima atención, en aquellas cuentas que nos ponía en la pizarra, los problemas, los dictados sin faltas de ortografía, la lectura en voz alta y todos a la vez.....y aquellas clases magistrales de gramática, historia de España......

Me enseñó aquella experiencia de mi infancia, que aprender al pie de la naturaleza, es un matiz apropiado para el desarrollo de la inteligencia, a temprana edad. Al menos a mí, me gustó y siempre lo tuve presente.

Y en aquellos días de verano, cuando se terminaba la escuela y recogíamos los enseres, se transformaba el llano, en un campo de fútbol, donde dábamos riendas sueltas, a correr detrás de una pelota, con la que teníamos que hacer gol en las porterías, que no eran más que dos piedras gordas. Una delante de la tapia y la otra, en la parte más alejada, junto a la carretera, al pie del "cianuro".

......Y así, incansables, nos pasábamos las horas, sin darnos cuenta de que estábamos firmando una página escrita con letras de oro en la historia de nuestra aldea..

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Y en este mismo lugar, hoy, un poco de la maleza, otro poco de los escombros y otro poco del viento, dejamos la memoria de los que un día vivimos aquí, la magia de una convivencia extremadamente feliz.

EL PASEO

Coincidiendo con los repiques del tañer de la campana de la iglesia, a los tres toques de llamada para la misa vespertina de las ocho, nos reuníamos los jóvenes de nuestra aldea en los alrededores de la ermita, y en grupo, nos dirigíamos a la carretera, por la linde del huerto de Merchán, bajo la sombra de aquellas cañas y su frondosa higuera.

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Era nuestro paseo. Y en dirección al concentrador, caminando sobre los pizcos de gravilla suelta, en aquellas tardes soleadas de primavera, echábamos a volar nuestros comentarios, nuestras ilusiones, nuestros proyectos y nuestras capacidades propias de una incipiente juventud, inconsciente a veces y dicharacheras en otras.

Subiendo por la curva, a la izquierda se avistaban los intensos colores, ocres del suelo, amarillo del cianuro, negro de las escorias y verde del lago, de aguas procedentes del lavado del concentrado de cobre. Y por encima de todo, el radiante color azul del cielo, que nos dejaba ver los últimos rayos de sol, de aquellas tardes inolvidables.

A veces, tirábamos piedrecillas al lago, para ver cómo se hundían después de rebotar varias veces sobre la superficie del agua y dejar una cadena de ondas , que se propagaban hasta la misma orilla.

Siempre sabíamos cuáles eran nuestros límites y por donde debíamos andar, y siempre éramos conscientes de todo aquello que nos rodeaba.

Y en aquel camino, se entremezclaban nuestros amoríos, propios de la edad que nos contemplaba. Y algunos de ellos germinaron en parejas de nayeros, que perduran con tintes de un pasado muy feliz, basados en las raíces de nuestra aldea.

De regreso a nuestras casas, y con las primeras luces encendidas, ya con los gorriones aposentados en sus ramas de eucaliptos y sus crías reposando en los nidos, empezaba

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el fin del día, pensando que mañana sería una nueva historia, por aquel camino, que era la carretera.

LA NAYA: CENTRO DE PRODUCCIÓN INDUSTRIAL DEL COBRE

La pirita, procedente de las voladuras en Corta Atalaya y la extracción en pozo Alfredo, sufrían un proceso de reducción de tamaño, para su tratamiento industrial. El primer paso, era de quebrantación y trituración del mineral. Y en trozos de no más de quince centímetros, llegaba en vagonetas a Naya, por el túnel 16 .Y desde allí, por la vía de ferrocarril estrecha a Zarandas y Lavadora. En Zarandas, se hacía una primera clasificación, en unas mallas de quince centímetros de luz, y el mineral que pasaba, era sometido a un proceso de molienda. Llegaba a un molino de bolas "Harding" y así sufría una nueva reducción de tamaño; después pasaba a un molino de muelas giratorias en sentidos opuestos y por último a una mesa rectangular "winfrey", inclinada levemente, y con movimiento excéntrico, con una mínima corriente de agua; obteniéndose por el vértice opuesto de la mesa una pirita, de tamaño inferior a quinientas micras. Esa pirita, lavada y con un 1% de cobre se llevaba al concentrador, donde era sometida al proceso de flotación del cobre.

Se mezclaba en una corriente de agua, con aceite de pino que era un espumante, y un colector que era el xantato sódico. Así flotaba el cobre, encima de aquellas espumas y se concentraba hasta un 25-30 %. El resto del material, se

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iba al fondo. Ese concentrado de cobre, era sometido a un proceso de lavado y posteriormente se metía en el horno de la fundición, donde se mezclaba con carbón de coke que actuaba como fundente a 1200 ºC . Los humos de SO2 del proceso de fundición, se iban por el canalón, que llegaba hasta la chimenea, y en el horno, se separaban por densidad y en estado líquido, el cobre en la parte baja y las escorias en la parte superior, al ser éstas de densidad mucho menor.

El cobre en estado líquido, se vertía por la piquera del horno, a unos moldes, obteniéndose planchas de un metro cuadrado y un centímetro de espesor.

La revolución industrial, de primeros del siglo XX, trajo consigo la máquina de vapor, incorporada al proceso de producción, mejorando ostensiblemente, todo el sistema operativo del transporte del mineral en la zona.

El cobre obtenido y comercializado por los ingleses, sirvió para construir centenares de kilómetros, de tendido eléctrico por toda Europa y así participar activamente en la reconstrucción política, social y económica después de la 1ª y 2ª guerra mundial.

Entre el túnel 16, Zarandas-Lavadora, el concentrador y la fundición, estaba nuestra aldea. Justo, en el centro neurálgico, de un proceso de producción industrial, cuyo más preciado bien, "el cobre", contribuyó decisivamente en el progreso de Europa, a lo largo del siglo pasado.

Y allí estuvimos, para de una forma inconsciente y ajenos al poderío del cobre, vivir felices, al margen de sus múltiples entresijos económicos.

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Hoy, todo en ruinas de un imperio del ayer. " EL IMPERIO DEL COBRE"

LA ESTACION

Era el lugar de las tristes despedidas y el de las alegres bienvenidas con alborozo, el de las salidas a los pueblos de nuestro entorno, el punto de partida y retorno diario de los trabajadores, en el tren obrero. El punto necesario de tránsito, de los trenes de mercancías, el del mineral con destino al muelle del Tinto (Huelva), donde esperaban los barcos, para llevar la pirita a Bristol y Wales en Inglaterra. El de la llegada del correo de las 5.30 p.m. cada tarde, mientras esperábamos los chiquillos a D. Manuel.

Durante un siglo, estuvo presente la estación, en la vida social de nuestra aldea, para prestarnos el nexo de comunicación, con los demás pueblos de la comarca y los

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que se encontraban al pie de la vía general del ferrocarril, hasta la estación de Huelva.

Estaba situada a la espalda de la fuente y se accedía a ella, por una puerta de paso de madera, que partía el muro de la estación en dos y le seguía, casi sin solución de continuidad, un paso a nivel con barrera, que moría en la parte más alta del terraplén del lavadero. A la izquierda, antes de entrar en la estación, estaba la ventanilla del vale, donde se extendía a los trabajadores, el anticipo y el salario por su trabajo; y tenía usos diversos, porque era allí donde se ponía el servicio diario, que tocaba a los hombres que trabajaban en el ferrocarril. También se abría, para la venta de billetes a los usuarios, aunque esa función fue cayendo en desuso, con el paso del tiempo.

Una vez que se cruzaba la puerta, encontrábamos una visera, que cubría el andén, en el que habían dos cuartillos, que eran las dependencias de la estación y por delante del andén, dos vías paralelas, que enlazaban con la general, en las proximidades de la casa palanca, y prolongaban su trazado, por el pie exterior del muro que rodeaba nuestra aldea, hasta la PLC , vacie de escorias y exterior de la fundición, hasta cruzarse de nuevo con la vía general, en las cercanías de talleres mina.

En el primer tercio de los años 60, hicieron un andén nuevo, en la vía general, unos cuantos metros más adelante, frente a la estación, en las proximidades del rio, para no entorpecer el tránsito de los vagones de pirita y materiales que pasaban por las vías de la estación, con cierta frecuencia.

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Ese apeadero, fue testigo de mi último adiós a nuestra aldea, toda en pie, con sus calles y casas blancas, con su ermita, con la panadería, con la escuela y el casino, con el muro. .....y notaba que a nuestra aldea le iba faltando el aliento suficiente para seguir viva.

Y en mi memoria quedó el traqueteo de las máquinas y los sonidos crujientes de los hierros de enganches de los vagones, el rozamiento de las ruedas de hierro con las vías, el silbo desesperado de los vapores y la caldera en llamas, que me despertaban de madrugada, rompiendo el silencio de la noche, a su paso por la estación, para perderse gradualmente, mientras se alejaban.

Ilustre estación de La Naya, recuerdos del viajero, que pasó por aquel lugar, para hilvanar los sentimientos de la nostalgia, de un pueblo desaparecido.

MARIN

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La utopía del color. El reducto de una decena de casas ajardinadas y diseminadas, insertas en el corazón de la naturaleza. Ubicado en la margen derecha del río Tinto, a su paso por Zarandas. Un paraiso de época.

Fue lo que nos dejó, la estructura faraónica y jerarquizada de los ingleses. Casas en ruinas, que con el pasar del tiempo, se convirtieron en el lugar de peregrinación de los nayeros, para gozar de la magia, de aquellas tardes soleadas de sábados por primavera.

A unos dos kilómetros de Naya, estaba Marín. Concebido, para que vivieran cerca del trust industrial, los ingleses responsables del funcionamiento de las instalaciones de los departamentos de Zarandas y Lavadora.

Se accedía, por la carretera, que saliendo de Naya, entre el cerrito y la subestación del túnel 16, subía un repecho, que dejaba a la izquierda el pinito y a la derecha, el arroyo y el cerro de los siete pinitos. Le seguía un desvio hacia la derecha, con un vetusto cartel, donde se leía " A las Delgadas " , por una carretera de piedras, casi intransitable. Y siguiendo la dirección de nuestra carretera, a media loma de la montaña, guardando el paralelismo con las vías del ferrocarril y el cauce del rio, en unos cuantos minutos, llegábamos a Marín.

Podía verse, casi imperceptible, en una cota más alta, el pilón de agua, con unas bombas sumergidas, y que servía para el lavado de la pirita. Un lugar, al que íbamos en grupo, bañándonos a veces, en aquellos días de verano, en medio de un inmenso pinar.

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Al entrar en Marín, entre la espesura de los pinos, estaba el campo de tenis, llano de tierra arcillosa, liso y compacto, con una vieja caseta en ruinas, de lo que debió ser el vestuario. Se bajaba a la pista, sorteando unos escalones, que todavía dibujaban la silueta, de lo que fue una instalación deportiva, en perfecto estado de mantenimiento. En el llano, todavía permanecían en pie, los dos postes de hierro, en los que se sostenía la red. Y por su historia, bien pudo ser el primer sitio de España, donde se jugó al tenis.

Durante la guerra civil española, se izó el pabellón inglés en aquel lugar y fue refugio de algunos nayeros, acogidos por los ingleses, preservándoles de las atrocidades de la guerra.

Hoy, quiero recordar, las exploraciones que hacíamos sobre aquellas casas de estilo victoriano, ya en ruinas, buscando alguna reliquia o recuerdo de lo que allí dejaron los británicos. Un anillo, un azulejo grabado, algún objeto de cerámica.....Alguna quedó en pie, para disfrute de unos privilegiados, y en mi retina quedó, la merienda de los niños en esas tardes de sol, jugando al fútbol en el llano o corriendo entre los pinos, buscando el aire limpio y fresco, de un paraje singular lleno de encantos, belleza y armonía con la naturaleza.

LOS HUERTOS Y GALLINEROS

Salíamos de Naya, por un camino de tierra y piedras de pizarra, junto al muro que coronaba la boca del túnel 16.

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Estaba el suelo pulido y limpio, de tanto pasar los nayeros, cuando iban a los huertos y gallineros.

Nada más cruzar la carretera, a la izquierda del desdibujado y desigual terreno, se encontraban las primeras estructuras, de planta rectangular, en cuyos vértices se levantaban tubos verticales y firmes, ensamblados con tela metálica y un pequeño habitáculo, donde se cobijaban de noche las gallinas. Junto al canal del drenaje y aguas de escorrentías del apilamiento de la pirita flotada, tenía mi padre su gallinero, con conejos y palomas, que salían cada mañana, para volar en redondo por la laguna y el cerrito; volviendo al palomar después de estirar las alas, y acuciadas tal vez por la sed que les generaban sus movimientos.

Se cruzaba el regajo de agua, pisando unas piedras, que había que sortear con cuidado, dejando atrás el muro, que lo separaba de la laguna. Y camino del arroyo, encontrábamos a ambos lados del angosto camino, zahurdas circulares, con muros, que no eran más que un majano de piedras, dispuestas firmes, una sobre otra. Me asomaba a veces y de lejos, para ver como hozaban los cochinos en el lodo y se comían el cubo de afrecho, que no era más, que pienso molido amasado con agua, y los desperdicios de la comida de cada día.

Y así, entre los gallineros, se llegaba al arroyo, que cuando llevaba agua, se convertía, en la lavandería de las mujeres de nuestra aldea. Y mientras tanto, los niños nos perdíamos, jugando en el cauce del arroyo, entre piedras, matorrales, pinos y adelfas, buscando gañafotes, toreros y mariposas.

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Siguiendo la orilla del arroyo, en dirección al monte, se encontraban los huertos de tierra negra, delimitados por muros de piedra, que aterrizaban el suelo y lo hacían invulnerables al agua, cuando llovía.

En tardes de verano, se veían a los hombres, sentados en sillas de asientos de nea, con el pichilín de agua fresca colgado por un gancho en el emparrado que había a las puertas de la casilla de cada huerto.

Y a la caída de la tarde, ya volvían con el cesto de mimbre, repleto con la cosecha, tomates, pimientos, cebollas, berenjenas.....los huevos del gallinero y la ilusión de llevar a sus casas, los mejores productos de toda la comarca.

Cierto día, cundió el pánico entre los vecinos. Aparecieron numerosas gallinas muertas, y en sacos la llevaron a la caseta, junto al puesto del torero. Nadie daba crédito, y todos especulaban...! habrá sido un zorro !. Había que inventar algo, para dar caza al depredador , y fabricaron artesanalmente, unos lazos de alambre, que pusieron en las gateras de los gallineros, y al día siguiente, apareció José con el trofeo en sus manos. ! una geneta ! . Y gracias al ingenio de los nayeros, pudieron superar unos días de desolación, por la matanza de sus animales.

Burros, perros de cacerías, cabras,......también formaron parte de nuestros días en la aldea, en el entorno de un pueblo minero, que siempre supo dar vida, al agricultor, que de una u otra forma todos llevamos dentro.

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EL CIANURO

Probablemente, nunca más, vimos, en lugar alguno tanto amarillo junto y a la vez.

Se utilizaba el cianuro de sodio, en el concentrador, como depresor, rechazando la flotación de metales no deseados en el proceso y separando el cobre del resto de componentes de la pirita. Posteriormente, el isopropil xantato de sodio, era el colector selectivo, que mantenía flotando el cobre, en las espumas de la operación industrial de concentración. Después de separar el concentrado, se obtenía aquella sustancia amarilla, que durante años vimos apilada al norte de nuestra aldea. Era el "cianuro", que así es como le llamábamos, en nuestro particular vocabulario.

Con el paso de los años, se fue rellenando la falda de montaña, al suroeste del concentrador, de aquel producto amarillo, que con el tiempo se fue compactando, quedando una inmensa llanura, en la que no teníamos miedo, los niños, a embadurnarnos de amarillo, jugando al fútbol, los domingos por la mañana, después de misa. Y todavía recuerdo, el día que se colocaron las dos porterías de hierro, clavadas en el suelo, a la distancia reglamentaria, para delimitar las dimensiones de un campo de fútbol, en toda regla.

Nada más empezar a bajar el repecho del concentrador, se entraba en el cianuro, al nivel de la carretera, que lo iba bordeando, hasta llegar al carril de entrada en Naya; y frente a los arbolillos, podíamos apreciar una altura de amarillo, que siempre me pareció, enorme. Desde la carretera, se podía subir al cianuro, por una arista, casi

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deteriorada, ascendiendo por unos escalones, desnivelados, que buscaban la llanura, en una peligrosa subida, a la que le teníamos tomada la medida.

El cianuro, fue una ilusión social, el lugar ideal, para que el equipo de fútbol de nuestra aldea, jugase sus partidos contra otros pueblos, Las Delgadas, Nerva......

Debió ser, al final de la década de los 60 , cuando los muchachos de edad más avanzada, escribieron una carta a José Luis Pérez Payá, entonces presidente de la RFEF, solicitando una equipación para el equipo de fútbol, y al poco tiempo, recibimos un cestón con las camisetas rojas y números en blanco más la equipación del portero. Fue todo un acontecimiento, y se estrenó en el cianuro contra el equipo de Las Delgadas, estoy seguro que muchos todavía lo recordareis y la alineación que se iba a enfundar por primera vez aquellas camisetas, se hizo pública, en papel, tras los cristales de una de las ventanas del casino.

Aquel domingo, por la mañana, las camisetas rojas, se tiñeron por primera vez de amarillo y seguramente aquel día, empezamos a notar de forma inconsciente, que algo importante, estaba cambiando en nuestra aldea.

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El TÚNEL

Envolvían a la aldea de La Naya, unos parajes tan peculiares como únicos, y era aquello en lo que derivaba, la propia actividad minera de la zona.

Al Oeste, de la distribución ordenada de las calles de nuestro pueblo y separado por un muro, estaba la boca del túnel. Era negra, desde cualquier ángulo que lo mirábamos y estaba situado, en la cota más baja de la falda de montaña, sobre la que se encontraba asentada La Naya de Rio tinto.

Desde el cerrito, y por medio la carretera, se presentaba , como un prisma de observación, bajo el muro que lo cercaba, con una subestación eléctrica, donde se encontraban los vagones en reparación, en vía muerta. Un frente de piedras de pizarra, por encima de su bóveda, con abundantes hierbas, que le daban verde por primavera y un desdoble de vías, que podían tener múltiples funciones, para el transporte de mercancías, máquinas y herramientas. Y eran las traseras de la calle Barranco, las que lindaban con el muro perimetral, que dejaban blindado el túnel para el acceso de personas ajenas al departamento y a aquellos trabajos.

Tenía cinco kilómetros de longitud y desembocaba en el interior de la mina, donde los zafreadores, cargaban en vagones la pirita, que le arrancaban a lo más profundo de la tierra. Atravesaba el subsuelo, de la cuenca minera, con un leve desnivel, que salvaban los convoyes de material, casi por gravedad. Un canalón de agua agria, salía del túnel, para conducir las aguas de drenaje, hasta el arroyo, después de pasar por delante de una caseta de chapas negras, donde

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guardaban los vieros, sus herramientas y útiles de trabajo; y después de pasar por una alcantarilla, bajo la vía general, desembocaba en el río Tinto.

Fue túnel, una de las primeras palabras que aprendí en mi vocabulario, allá en lo más lejano de mi niñez y siempre estaba en el aire, el peligro que podía tener, cruzar aquel muro, para acceder al lugar de trabajo, donde siempre había trasiego de vagones, que llegaban cargados de pirita, desde el mismo interior de la mina, mientras que otros vacíos, esperaban para entrar.

Cuando volví a Naya, el muro, ya estaba caído, la pared colindante con el túnel, cubierta de zaragüarzos, jaramagos, pitas y malas hierbas, el suelo inundado de agua multicolor y todo en ruinas. Entonces, sentí que alguien deliberadamente, nos había arrancado las primeras páginas, al libro de nuestras vidas.

Hoy, añoranzas y sentimientos de orgullo, por haber crecido, junto a la boca del túnel 16, que vomitaba cada mañana, la riqueza de aquella mina de cobre, que yacía en lo más profundo del corazón de la tierra.

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LA CASA PALANCA

Se levantaba sobre una planta de veinte metros cuadrados, un poco más allá de de la hondonada, donde se ubicaba el lavadero y era el edificio industrial más atractivo, de todo el complejo minero.

Estaba situada en el margen izquierdo de la vía general, según se salía en dirección Marín, y frente al perfil acantilado, donde teníamos el Pinito. Al otro lado, se veía bajar el río Tinto con sus colores rojo, verde, azul...que mezclados todos juntos, lo hacían como de terciopelo, casi morado a veces.

Tenía la Casa Palanca, dos plantas. La baja, toda amurallada de piedras compactas, con la puerta de entrada por la cara norte. Era de madera en color verde. Y junto a las vías, dos

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ventanas, relativamente grandes, bajo las cuales salían los vástagos y bielas de hierro que conectaban con los railes, para cambiar según procedía, el sentido de circulación de las máquinas, trenes, vagones y convoyes.

Las barras de hierro, que bajaban desde la planta alta, cubrían casi todo el espacio interior y los mecanismos de transmisión de movimientos, formaban parte de un artilugio técnico, que siempre me daba que pensar.

Se subía a la planta superior, por una escalera de madera, que desembocaba junto a una mesa, donde había siempre, un libro de registro abierto, en el que se anotaban las incidencias del servicio que se prestaba cada día.

Toda acristalada, sobre perfiles y techo de madera, pintada de verde, era la planta alta; haciéndola dominadora del tráfico ferroviario, desde la curva de Talleres Mina hasta Marín y desde la boca del túnel 16 hasta al cruce de múltiples vías, justo al pié de la Casa Palanca.

En el centro del piso de madera, de la planta superior, estaban alineadas 36 palancas de hierro, de 1,10 metros de altura; cada una, con una maneta, que servía para fijar su posición. Tenían un recorrido único, de atrás hacia adelante, por unos canales de desplazamiento, de unos 40 ó 50 centímetros de longitud; y sobre placas ovaladas de metal, tenían grabado el número que les correspondía, en orden creciente, todas relucientes e iguales. En una estantería y por encima de todas ellas, habían unas cajas de transmisores que eran unos chivatos, para asegurar que los cambios de vías funcionaban correctamente y desde donde

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se accionaban las señales móviles sobre postes, al pié de la red ferroviaria.

El teléfono, era pintoresco, y singular. Estaba ubicado sobre la pared, al pie de la mesa. Era una caja de madera, de la que sobresalía el micro, para hablar; era fijo y estaba desde el suelo, a la altura de la boca de un hombre. A la izquierda de aquella caja de madera tan mágica, se colgaba el auricular, que se aplicaba al oido y por la derecha, una manivela que había que girar, para cargar electromagnéticamente el teléfono y ponerlo en disposición de hablar; y en la parte superior, el timbre de bronce, casi amarillo. Se conectaba, con las otras Casas de palanca de la red ferroviaria y con el cuartel de la guardia civil.

La Casa Palanca, fue el centro de trabajo de mi querido padre, y siempre se sintió muy orgulloso del trabajo que hizo allí, dsalvando situaciones muy comprometidas y de riesgos en algunas ocasiones.

Hoy quiero agradecer, desde estas líneas, a la Fundación Riotinto, la reconstrucción de la Casa Palanca, para habilitar el tránsito del tren turístico, y que nos quede en pié, algo tan emocionante que siempre fue , para todos los nayeros.

Casa Palanca de la Naya, un emblema popular, vigilante del tren, y mirador del río.urante veintidós años,

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LA MATANZA

Debía ser en Diciembre, y cuando más frío hacía. La víspera del día en que habían señalado, para la matanza, todos los preparativos, habían quedado ultimados. Con la Burra del Banda, habían traído una carga de aulaga, que dejaban en la calle de tierra, entre la caseta y el muro de las azoteas, acera de abajo de la calle Ancha.

A la mesa de operaciones, le habían clavado las últimas puntillas, para que quedara firme y con las patas cortas. Varios sacos de sal gorda, los cuchillos afilados, el tablero para picar la carne, la guita fina para amarrar los embutidos y los cajones de madera para salar las piezas, Las ollas y

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sartenes, limpias y listas para el gran día. Las especias, el pimentón, el comino, el orégano, la pimienta negra....., no valía improvisar nada y hasta los guantes y el mandril del matarife, estaban ultimados en el puesto del Torero.

Era voz pópuli en la aldea y ya todos expectantes, para el gran acontecimiento.

Con las primeras luces del día,, ya salían los hombres, con una soga larga, para traer el cochino desde la zahurda.

La calle de la fuente del estanco, no hacía falta de cortarla al tráfico, ni había que pedir permisos especiales, ni tener la guía del cerdo..

Entre las esquinas de la calle Medio, la calle Ancha, la calle Barranco y el puesto, se iba concentrando la gente, los chiquillos de algarabía, las mujeres tensas, los viejos mirando, y Nicolás, el municipal, como si fuera el notario y poniendo orden.

De repente, ya aparecía José, con la cuadrilla de hombres, guiando el cochino, con la cuerda larga y bien atada a una pata del animal. Aún recuerdo los gruñidos y asustado, como si supiera que era el final acelerado de su vida.

Hasta llegar a la mesa, todos detrás y midiendo las distancias, como de lejos.

Entre todos, echaban al animal sobre la mesa, sujetándolo con fuerza, asestando el matarife, la puñalada certera, hasta la yugular.

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Las mujeres, batían la sangre con una mano, mientras iba cayendo en un barreño de plástico grande, para que no coagulase, y se guardaba para hacer las morcillas.

Una vez desangrado, se quemaba con la aulaga toda la piel del cochino, que después raspaban con flejes y cuchillos. Ya con la piel blanca en el epitelio y con algunas magulladuras, lo ponía panza arriba el matarife y pasando el cuchillo afilado desde el cuello hasta el rabo, lo abría en canal y en dos, separando primero las tripas, que lavaban las mujeres con agua abundante y se guardaba metida en vinagre y limón para embutir.

Después se separaban las mantecas, que se derretían al fuego, sacando los chicharrones y se dividía en dos , la blanca y la manteca "colorà",con pimentón rojo. A continuación los solomillos, la carne magra, el tocino y las costillas, la asadura blanca y la negra.....

Sacaban las vísceras y el diafragma y mandaban al Popo a Nerva, para que el veterinario mirase al microscopio, si había triquinosis.

Después, el tocino de papá, los jamones, las paletillas y todo al sereno aquella noche y al día siguiente, se metían en la sal, enterrados durante veintiún días.

La carne y el tocino, se picaban en tableros, que hacían de mesa, con cuchillos a dos manos, después las especias y el condimento y con todo amasado, se separaba el chorizo de las morcillas, que llevaban la sangre y se procedía a embutirlo en las tripas que habían preparado.

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Entretanto, llegaba el Popo, con los resultados, ya muchos habían probado la carne. Después, la garrafa con el vino del condado y una fiesta sin igual, que terminaba al otro día, volviendo a la normalidad la aldea.

EL HORNO

Era La Naya, el prototipo de una gran ciudad. La miniatura de una capital con infraestructuras. Una aldea, pensada para vivir en un mundo mágico. Un pueblo fuera de lo común. Y como si de un pueblo grande, se tratara, tenía la carretera de circunvalación, una conexión con Las Delgadas, por un camino de piedras, casi intransitable, que

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partía del cerro de los siete pinitos. Era paralelo al arroyo, que se perdía entre los montes y nacía con las aguas que caían en invierno y en primavera. Y en ese lugar, al otro lado de la carretera de piedras, entre los primeros pinos, estaba el horno de ladrillos.

La textura del suelo, en aquel lugar, tenía un fondo irregular de piedras de pizarra, cubierto con grandes bolsas de arcilla, sobre la que se depositaba, la materia orgánica de las hojarascas de los pinos y la derivada del monte bajo.

Estaba el horno, sobre un corte llano del terreno, ocupando una extensión de no más de doscientos metros cuadrados. Con pico y pala, extraían los hombres la arcilla, del talud que iban dejando, haciendo montones, de dimensiones manejables. Después, hacían pilas de poca altura, en una extensión de de tres o cuatro metros cuadrados, y con el agua de escorrentías del pozo, amasaban el barro con los pies y sin más vestidura que un pantalón corto.

Sobre el llano liso y pulido, regaban con agua poco abundante, y así comenzaba, la fabricación del ladrillo. Una manilla de madera con un mango y dos huecos idénticos, era el molde, que puesto en el suelo, cubrían con el barro, refinando con las manos, lo que habría de ser la forma de los ladrillos y así, y de dos en dos, lavando el molde de una vez para otra, cubrían grandes hileras, sobre aquella superficie plana.

En varios días, siendo verano, se secaban los ladrillos y de dos en dos, puestos de canto, hacían castilletes de una docena, para terminar su secado al aire libre.

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El horno, aprovechaba la orografía del terreno y sobre una oquedad, se levantaba con ladrillos refractarios, en forma de prisma, un primer hueco, donde se ponía la jara, para formar la hoguera. Tenía unos dos metros y medio de alto, sobre base cuadrada de unas cinco metros cuadrados y lo cubría una parrilla de hierro, en la que se ponían unos trescientos ladrillos, para su cocción; y por encima, una chimenea abierta de no más de dos metros de altura.

Enfriados los ladrillos y apagado el horno, se apilaban en la misma explanada, hasta que una reata de burros, guiados por el arriero, lo transportaban en sus jangarillas, hasta la estación, cargándolos en vagones de mercancías, para el departamento de obras de casas y mantenimiento de la compañía y otros clientes.

El regidor del horno, era Rafael, alcalde pedáneo, y al que todos, cariñosamente, conocíamos por Currete. Un hombre, serio, entrañable y muy querido en la aldea.

Y no quiero terminar estas líneas, sin mencionar la figura del "Mudito", un muchacho, al que veía a veces hacer ladrillos, con una brutal destreza y fuerza descomunal. Siempre me pareció, que los ladrillos, era su único medio de comunicación con la vida.

Y con aquella pincelada de La Naya industrial, al margen de la mina, me quedo como recuerdo, el de un pueblo cerebrado, capaz de generar y transformar riqueza, de unos recursos naturales, tan simples, como la propia arcilla.

Y es que la aldea de La Naya, vista de cerca, era como una gran ciudad, vista de lejos.

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El PINITO

Entre bonsái y pino, así se nos quedó el pinito, justo al borde del acantilado, junto a las vías del túnel y al otro lado de la vía general, frente a la casa palanca.

En el lugar donde creció para quedarse, sólo había piedras y lajas, con algunos matorrales que lo rodeaban, como si la misma naturaleza hubiera querido, no taparle las vistas de contemplación del río, con la aldea de La Naya al fondo.

El repecho de la carretera, dividía a aquel árido monte de la llegada del arroyo junto al cerrito; y desviándonos a la

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izquierda, según se subía, entre piedras sueltas, núcleos de matojos y maleza salteada , ya teníamos a unos metros, aquel árbol que fuera, fuente de inspiración sentimental de los muchachos nayeros.

Era tan singular, que parecía estar hecho a la medida de todos, sin importar edades.

Podía ser, un sitio de encuentro de niños, jugando a cazar toreros, mariposas y gañafotes. Un lugar de reunión de jóvenes, que sentados a su alrededor, hablaban de sus proyectos, para la vida que se venía. O el de un grupo de amigos, que querían pasar veladas de verano, en noches de luna llena, para reir con desenfado, como si no importara nada más en la vida. Y a veces, un conejo guisado y una garrafa de vino, eran motivo de reunión, de unos cuantos nayeros, hasta que se cansaran de estar por allí, al pié de las ramas del pinito.

Los brazos, en los que se dividía, aquel tronco fuerte, pero de pequeñas dimensiones, eran sólidos y sus ramas, eran un refugio de gorriones, por primavera.

Era el sitio ideal, para hacer las despedidas a los quintos, antes de marcharse a cumplir con el servicio militar. El de las despedidas de solteros, el de las celebraciones de eventos, que evocaban algún acto de relevancia en la aldea .

A veces, llegábamos al pinito, cruzando las vías del túnel y saltando por entre los vagones, para volar la cometa, en aquellas tardes de verano, aprovechando el viento, que se venía desde el monte de la carretera de Marín.

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Y otras veces, nos subíamos en sus ramas, para fumar un cigarrillo, para escribir un poema de amor o dibujar mariposas, aprovechando la inspiración que nos traía su soledad, la magnificencia de su forma y el silencio de su lejanía, con el tibio sonido del viento.

Murió el pinito, cuando murió La Naya, porque ya no estábamos por allí, para saludarlo cada día y con nuestro mismo dolor, se perdió en el tiempo. Pero, siempre, el Pinito será, un sentimiento nayero. Aquél árbol emblemático, verde pequeño y solitario, bordado con seda e hilos de colores, en el corazón de todos los nayeros.

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EL CASINO

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Ocupaba, casi la mitad de la acera de arriba, de la calle Ancha, y delante de su acerado, tenía un enrejado de hierro, que lo separaba de la terregosa y compactada carretera, con sus acacias. Sólo partido en dos, por unas escaleras, que daban acceso a la puerta principal del casino.

A ambos lados, y sobre la acera, había dos bancos de hierro forjado, con huecos desiguales, que en ocasiones servían de juegos a los chiquillos.

Se levantaba el casino, sobre una planta casi rectangular, con una parte saliente al acerado, donde teníamos la puerta principal, flanqueada por dos ventanales, con estructuras de madera, en color verde. Siempre veía abierta, aquella puerta, por la que se accedía a un pequeño vestíbulo, con cristales casi translúcidos. Y al fondo, a la derecha, según se entraba, había dos habitaciones contiguas. Una, la que daba a la calle, era la biblioteca, la otra daba al patio interior y era la secretaria. Entre las dos puertas de accesos, había una pequeña repisa de madera, sobre la que pusieron la televisión, cuando vino a nuestro casino y por encima, como era de techo alto, quedaba un gran espacio, que se convertía en la pantalla del cine de invierno. Frente a la puerta principal, en la pared colindante con el patio, había otra repisa, con una radio, donde recuerdo, a los hombres, escuchando a su alrededor, las crónicas de los partidos de fútbol, los domingos por la tarde.

Y a la izquierda, estaba el ambigú, que venía a ser como un pequeño despacho, con un mostrador donde se servían las copas de vino, aguardiente...., y tenía una puerta a la calle, y otra al gran salón. Y por detrás del mostrador, la cocina, que

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en ocasiones, tenía mucho movimiento y se comunicaba por una pequeña puerta con el casino. Justo a su lado, otra puerta, comunicaba, con el estrecho y alargado patio, donde se ubicaban los servicios, siendo éste, uno de los pocos sitios de la aldea, donde había agua corriente.

Siempre recordaré, las sillas, dispuestas en filas, delante de la televisión. Igual que cuando se proyectaba alguna película de cine, con el proyector sobre una mesa, desde el centro del casino.

Fue el lugar de ocio, donde se leían, la Hoja del Lunes, el ABC, y el diario Odiel, con un día de retraso al de su publicación; donde a veces, se jugaba al parchís y al dominó, y que en solo unos minutos, se podía transformar, los domingos por la tarde, en un patio de mesas y veladores, para tomar unas copas, tapas y refrescos.

Era el lugar de las celebraciones solemnes, comuniones, bodas, bautizos...Y era el gran salón de bailes, que lo hizo inmemorial, en toda la comarca, con el del día de Reyes, y el del dieciocho de Julio.

Y todavía siento, el chirrido del aceite en la cocina, friendo el pescado y las pavías. El humo en el ambigú y el sabor de las ensaladillas y las "papas aliña" . El murmullo de la gente en las mesas y una entrañable voz, bandeja en mano y mandril blanco, al requerimiento de los nayeros, sentados en las mesas......." He dicho que voy y voy".

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LA ERMITA

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Solitaria y en la prolongación de las calles, de la zona alta de La Naya, estaba aquella iglesia, aislada y de encalado blanca, que por pequeña en sus dimensiones, tenía el tratamiento de ermita.

Se dividía en dos cuerpos; la nave del culto y la sacristía, donde había un pequeño armario, en el que se guardaban los enseres de la liturgia, las ropas del cura, el ámito, estolas, y casullas de distintos colores ( amarillo, verde, morado....) que eran preceptivos, según la época del año, para la celebración de la misa. Una mesa de madera vieja, con una silla y un crucifijo, era toda su decoración. Tenía la sacristía una puerta pequeña, por la que se salía a la calle y otra, que la comunicaba con la nave del culto.

Orientada al sur, la fachada principal de la iglesia, era ocupada en buena parte, por un portón de madera, a dos hojas, en los que se incrustaban dos puertas pequeñas, que se abrían según afluencia de feligreses, y se prolongaba hacia arriba, con una simple estructura de formas rectas, que terminaba en el campanario, donde se alojaba una campana de bronce, de cuyo badajo, colgaba la cuerda , que atravesando el techo de madera del zaguán , venía a caer en los medios de la misma entrada a la iglesia.

Al atravesar la puerta principal, había un vestíbulo de madera, cuya forma, era semiexagonal. En el panel de enfrente, se ponían los anuncios y carteles pertinentes de los cultos y en los laterales, sendas puertas que conducían al interior de la iglesia. Justo a la entrada y en la parte izquierda, estaba el confesionario de madera, que por su forma, abierta por delante con dos puertas pequeñas, techo y dos ventanillas laterales con rodilleras, siempre me

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pareció una obra de carpintería, de gusto especial. Y en la parte derecha, una pileta sobre la pared, con agua bendita.

Se accedía al interior, por un pasillo central, que dejaba a ambos lados, una docena de filas, de bancos corridos, con rodilleras de madera, quedando dos pasillos laterales, colindantes con las paredes de la íglesia. Estas dos paredes, tenían cada una, en su parte alta, una ventana, que más bien tenían la función de tragaluces. Y bajo la de la derecha, la figura de San Jorge, sobre un pedestal.

Cerca del altar y por delante de la primera fila, estaba la pila bautismal, por el lado derecho y un púlpito al lado izquierdo, al que raramente vi a cura alguno, subirse para hacer la homilía.

Pasado el escalón, que delimitaba el patio de bancos, ya estaba el altar, que no era más, que una mesa con dos patas grandes fijadas al suelo, siempre vestida de paño blanco inmaculado, con el misal encima y dos cirios con velas a los lados y un crucifijo al centro.

Tras el altar, un pasillo y el retablo de madera, en el que lucía la virgen inmaculada, ocupando la parte central. En el centro del retablo y a la altura de las manos, estaba el Sagrario, en plata, allí se guardaba el cáliz; un crucifijo y dos floreros, donde nunca faltaban las flores.

Conocí en mi más lejana infancia, las misas que se decían en latín, con el cura vuelto de espaldas para oficiar el culto con la coronilla pelada y las mujeres cubriendo la cabeza con un velo. Poco tiempo después, cambiaron las normas y todo el oficio era cara a los feligreses.

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Recuerdo, la figura de los monaguillos, que también tenían vestimenta propia, de blanco con ribetes rojos en los puños; y como hacían sonar la campanilla, al tiempo que subía la casulla cuando se levantaba el cáliz con el vino y la sagrada forma.

La organización de las funciones de la iglesia, contemplaba, la misa matinal de los domingos a las 10.30 con tres toques de campana, cada cuarto de hora, desde las diez, llamando a la parroquia.

Solía acudir una buena parte del pueblo. Los hombres detrás y de pie, con representación de las fuerzas vivas; en los bancos, las mujeres, y los niños en la parte delantera; a veces, con leves alborotos.

Recuerdo los días de catequesis, preparando la primera comunión, que era solemne por primavera. Los bautizos, bodas y entierros, daban vida a la función secular de la iglesia.

Y con esas costumbres, vivimos felices, en aquel recinto tan pequeño, que era la ermita de nuestra aldea. Santuario de sencillez y promotora de solidaridad, entre los nayeros.

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LA ESCUELA

Una puerta corredera de madera, dividía en dos naves, la escuela de la compañía. Una, que era colindante con la casa de esquina, en la acera de arriba de la calle Ancha, era la de los niños, la otra, era la escuela de niñas, que a su vez, se comunicaba con un salón, que era la cocina y el comedor de la escuela, y que pegaba con el consultorio médico.

Cada escuela, tenía su puerta de entrada y dos ventanas grandes a la calle. En el interior, se alineaban en filas, los pupitres, dejando unos pasillos de tránsito, y enfrente, junto a la puerta corredera, había una tarima, sobre la que se situaba la mesa del maestro, con su correspondiente silla. A su derecha y sobre la pared, estaba la pizarra con los

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tacos de tiza y junto a ella, una puerta por la que se salía a un estrecho patio, donde estaban los servicios.

Los pupitres, eran de madera, biplazas, con un tablero abatible, para escribir y debajo, un hueco donde los niños poníamos los enseres, libros, lápices, cuadernos, etc. y hasta el bocadillo mañanero. En la parte delantera y entre los dos tableros de cada pupitre, había un hueco cilíndrico, que albergaba un tintero, que lleno de tinta china, era donde se cargaba la pluma, para escribir sobre los cuadernos. Era de uso común, el papel secante, para subsanar los borrones de tinta.

Sobre la pared que quedaba a nuestra espalda, siempre vi dos cuadros del mismo tamaño, con las figuras de Franco y José Antonio. Y por las tardes, nos hacían cantar el Cara al Sol, mirando a tan solemnes figuras.

La escuela de niñas, era idéntica, con el encerado, sobre la pared que lindaba con la cocina y junto a la mesa de la maestra.

La capacidad de cada escuela, podía estar entorno a los 25 niños/as con edades entre los 6 y 12 años.

Y aquí, no sé, si pararme o seguir, para contar que tuvimos la mala suerte de tener un maestro, que no nos enseñó absolutamente nada. Mientras, Angelita, se esmeraba con las niñas.

A la ya deficiente estructura, con todos los niños juntos, se unía, que cada uno debía hacer lo que podía.

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Los más pequeños, los números, las letras, y las frases en los cuadernos de Rubio y los mayores, copiando de los libros, primero, segundo y tercer grado, ( menos mal, que d. Manuel, nos iba enseñando por delante, para que pudiéramos leer, escribir, hacer las cuentas y los problemas ).

Existía la figura, del cuaderno de rotación, para enseñar a la inspección, donde cada día un niño tenía que escribir, lo que hábilmente, copiábamos de los libros. Había que prestarse talentoso, sin borrones.

Cada día, había que encabezar, con la fecha y la efemérides y probablemente fuera, el fiel reflejo de la posguerra que no terminaba.

Con la llegada de d. Máximo, d. Gonzalo y d. Fernando Espinosa, la escuela de niños, tomó aires nuevos, con el esfuerzo y dedicación de estos maestros, que trajeron una implicación mayor en los escolares, al tiempo que se ganaron, el respeto, el cariño, y la admiración de todos los nayeros.

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LA PANADERÍA

Era el aire de Naya, de aromas a mineral, a anhídrido sulfuroso, a los ocres de tierra arcillosa, a escorias, a cianuro y rio. Y se renovaba cada día con el viento que venía del pinito y el monte de la carretera de Marín. Pero por las noches, se transformaba, con un rico olor a pan, hecho con leña de jara, en un horno artesano, inundando todo el entorno de la panadería. Era el ambiente a pan de pueblo, al pan que se hacía en la aldea.

Ocupaba la panadería, la última casa de la calle Comandante Redondo, separada, por una calle terregosa, empinada y desigual, de la última casa del barrio la Salud, que terminaba con la linde del huerto de Merchán, donde se apilaba, haciendo un gran montón, toda la leña de jara.

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La puerta de entrada, estaba en la acera emparrada del cuartel de la guardia civil. No era muy grande y nada más entrar, encontrábamos a mano izquierda, un mostrador alicatado con azulejos blancos, tras el cual, quedaba un

estrecho pasillo, con una ventana a la calle y sobre la pared unas estanterías de madera donde se clasificaba el pan

hecho durante la noche.

Entre el mostrador y la pared, un tablero de madera, abatible, para entrar al interior del despacho de pan. El de masa dura, los bollitos de leche, los molletes, las vienas, las teleras, el pan redondo cuarteado por canales, cubiertos de harina blanca...Un pan, joya de nuestra aldea.

Al final de la entrada, y por la derecha, había una puerta y unos escalones, por los que se bajaba al salón artesanal de la panadería, donde había, casi en el centro, una máquina amasadora de no más, de un metro de diámetro y una mesa con tapa de acero inoxidable, donde se daba forma, a la masa de pan, hecho con harina, agua, sal y levadura. Después, se introducía por una pequeña puerta de hierro, en el horno caldeado, usando unas largas paletas de madera. Y junto al horno, la puerta falsa.

Sobre la pared, los sacos de harina, que pintaban de blanco el suelo y unas estanterías con bandejas, donde iban poniendo el pan.

Por navidad, el horno se hacía público, para que las mujeres de Naya, con cita previa hicieran las tortitas de manteca y almendras, las perrunas, y dulces artesanos de la fecha.

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Y con la jara, casi agotada, llegaban los arrieros, con los burros cargados con haces de jara fresca, para reponer el bien más preciado de la panadería, " LA LEÑA DE JARA "

LOS PUESTOS

La calle de la fuente del estanco, era de tierra compactada y cruzaba transversalmente la aldea, desde el muro de la estación al muro del túnel. A un margen, dejaba las bases de las azoteas de la acera de abajo de la calle Ancha y al otro, la caseta y los puestos, que era donde terminaban la calle La Fuente y la calle Barranco, en su parte alta.

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Se bajaban dos escalones, desde la carretera a los puestos, que quedaban divididos por una mampara en dos partes. Cada una, con dos portalones, que cuando se abrían hacia arriba, dejaban al descubierto los mostradores, quedando la gente que iba a comprar, bajo techo.

El puesto de la calle La Fuente, tenía una puerta de acceso al interior, que era pequeña, próxima a la misma esquina y enfrente de la caseta. En aquella acera y a su nivel, había otra puerta, por la que se entraba en el estrecho y oscuro bar que lo separaba por un mostrador del interior de la tienda.

Entre la puerta y el primer portalón, había una cámara frigorífica de doce pequeñas puertas, donde se guardaba la carne y el pescado que necesitaba mantener la cadena de frío. Frente a los mostradores, unas estanterías con los productos a la venta. En el suelo los sacos abiertos de legumbres, que se vendían a granel, garbanzos, habichuelas, lentejas...

Un peso, sobre el mostrador que lindaba con la mampara y un taco de papel de estraza gris, que no faltaba allí encima. El jamón, el queso, el tocino y los embutidos, se vendían al peso y también los filetes de caballas en aceite. El vino llegaba en garrafas de vidrio de veinticinco litros. No faltaban las chuches para los niños y conocimos la llegada del yogur y las tabletas de chocolate; y los polos de nieve y casera, con un palillo de dientes en las cubiteras, nos sabían a gloria.

Los puestos colindantes de la calle Barranco, eran para la venta de leche, que la traían en cántaras y se expendían a

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granel en cazos de cinc con medidas grabadas de 1 litro, 1/2 l.,1/4 l., y hasta 1/8 l.

Los puestos en la aldea, eran el medio de comunicación masivo de las mujeres nayeras. Eran, como el mercado de abastos de un pueblo grande, con sabor a lo antiguo y donde apenas importaba el tiempo, para pararse y hablar de las cosas cotidianas de La Naya y su vida social.

Hoy tengo que recordar, a mi anciano padre, que cada mañana se desplazaba a la plaza de Nerva y la de Riotinto, para que no faltase nada de lo mejor, a los nayer@s, en aquellos puestos

Y nos dejaron, el recuerdo de un mercado antiguo, con aires medievales, donde nunca faltó el calor humano en la vida de la aldea.

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LA NAVIDAD EN NAYA

Ya había entrado el invierno. Las calles de Naya, se cubrían del rocio de la mañana, hacía frío en aquellos días de Diciembre y el ambiente de nuestra gente, respiraba la magia de los días previos a la Navidad.

En la panadería, mientras los niños jugábamos en el montón de jara, se turnaban las mujeres, para llenar los lebrillos de pestiños, rosas, dulces, tortitas de manteca,...que hacían en el horno del pan; y así se impregnaba el aire de nuestro pueblo, con aromas que indicaban el inicio de los días navideños.

Los niños, aprendíamos a coro, las canciones del 24 de Diciembre, preparábamos las zambombas, sonajeros y

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panderetas, también la botella de anís, que rascábamos con una cuchara, para hacer la música ruidosa, que acompañaba las letras que exaltaban el nacimiento del niño Jesús.

Belén, los pastores, los reyes magos con sus pajes, la Virgen María, San José,..., el río, el cielo,.....Y para darle vida a esos pasajes bíblicos, aparecía cada año, puntualmente Jesús, con sus manos, su arte, y su imaginación, para poner el portal de Belén, que esperábamos cada año, con impaciencia, por aquellos días.

Con todo su talento, preparaba sobre una amplia mesa de madera, en su casa, de la acera de arriba de la calle Ancha, una base de hierbas frescas, tierra, piedrecillas, trozos de corcho, romero y cartón piedra, que nos hacían vibrar de emociones, con la cueva del nacimiento, el castillo de Herodes, el puente, sobre un río de agua que brotaba desde el fondo de las montañas y que bordaba con extraordinaria sabiduría.

El pozo, colocado en sitio estratégico, el cagón, los pastores con su rebaño de ovejas, los reyes Magos, con sus camellos cruzando el puente, y que parecían acercarse con vida al nacimiento, donde aguardaban la Virgen María y San José con el niño en la cuna de madera, y unos ángeles que adornaban la cueva iluminada de tenues colores. Y sobre el suelo de paja seca, que le daba la vivacidad de un colorido especial.

Un faldón delantero, cubría el portal, desde su superficie al suelo adornado de jara y romero, que le

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daba aroma y sabor, con el incienso que tanto nos gustaba.

Durante los días navideños, los campanilleros de nuestro pueblo, nos acercábamos al portal de Belén de Jesús, para cantar las canciones que habíamos ensayado. 25 de Diciembre, Fun Fun Fun,...En el portal de Belén hay estrellas sol y luna,...Entre cortina y cortina..y así, cuando nos parecía, seguíamos cantando por las calles de Naya y nos parábamos en cada casa, donde se abrían las puertas mientras cantábamos aquellos villancicos que nos hacían vivir la magia de la navidad en nuestra aldea.

La noche del 24, a las 12 de la noche, todo el pueblo iba a la misa del gallo. Era solemne en seriedad y recogimiento. Y así se veneraba el nacimiento del niño Jesús, después de los días del adviento, en las frías noches nayeras del mes de Diciembre, engalanadas con el portal de Belén de Jesús Calero.

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LA BARBERÍA

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En la acera de arriba de la calle Ancha. Entre el casino y el WC público. Entre la casa de mi tio Daniel y la tienda de Enrique y Cati, allí estaba la barbería. Un muro de poca altura, frente a la puerta y una acacia seca, plantada sobre la calle de tierra, que en otro tiempo, debió generar una agradecida sombra.

La barbería, era la planta de una casa pequeña, con una ventana a la calle, que hacía de tragaluz y nada más entrar por aquella puerta, estaba el sillón blanco, del barbero. Era cómodo, con reposabrazos, un confortable cabecero y posapiés, que lo hacía, un poco especial. Podía desplazarse el asiento, verticalmente y así acomodarnos, cuando teníamos que cortarnos el pelo.

Los niños más pequeños, se sentaban en una silla de patas altas, con asiento de nea, y espaldero con posabrazos de madera, casi siempre arrinconado en la barbería.

Frente al sillón del barbero, en el testero que lindaba con la tienda, estaba el tocador, con todos los avíos propios. Espumas, jabón, colonias, cepillos, peines, navajas, perfumes, brochas... La maquinila, era de metal y apretando las lengüetas con la mano, cruzaban las cuchilas, que afiladas, cortaban el pelo, con implacable seguridad.

Hablar de la barbería, lleva consigo, acordarme de Agapito, que era nuestro barbero. Era un hombre simpático, más bien espigado y delgado, con el pelo rizado. A veces, teníamos que buscarlo, para que nos abriera la barbería. Le gustaba tener, un botellín de cerveza a mano, mientras hacía su trabajo. Y cuando teníamos que aguardar en cola, nuestro turno, siempre nos tenía, sobre una mesita,

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periódicos pasados de fecha, como la Hoja del Lunes y el ABC.

En los ratos de espera, siempre se entablaba alguna conversación entre los nayeros, seguramente intrascendente, por lo ingenuo de nuestro carácter y nuestra forma de vida.

Tenía Agapito, la extraordinaria habilidad de pelarnos a todos los niños de la misma manera, con el flequillo cortado y rebajado el pelo, hasta casi lacio (el mal llamado "pelao" de la taza). Y seguramente se entretenía más, cuando pelaba a nuestros mayores, mientras contaba con detalle, las reuniones de fiestas y concordia, con un conejo guisado en el Pinito o un picadillo de "papas" cocidas, con productos de los huertos, o un mal día en el trabajo o ....cualquier evento, que le daba singularidad, a nuestra querida aldea.

Barbería de La Naya, una seña de nuestra identidad, en la acera de arriba, de la calle Ancha.

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EL CINE DE VERANO

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Era La Naya, el punto geodésico poblado, más bajo de toda la comarca minera. Los veranos, eran interminablemente calurosos y apenas se movía el aire en el estío veraniego. Solo la brisa, que bajaba por las tardes, desde el monte de la carretera de Marín, suavizaba tan altas temperaturas.

Fuimos los nayeros, gente participativa en los movimientos socioculturales y recreativos, siendo el casino, centro cultural de educación y descanso (palabras que sintetizan el espíritu de aquella sociedad) el órgano encargado de llevarnos el cine a Naya.

Era el llano de la ermita, un espacio limitado por la pared de la iglesia, el muro de las vías del ferrocarril y el matadero, cuya pared fue recrecida y encalada de blanco, para que sirviera de pantalla, en las proyecciones de las películas con banda sonora. Fue un lugar, que durante el día, servía para que los chiquillos jugásemos al fútbol y que los domingos por la noche se convertía, en el cine de verano.

Los Jueves, de aquella semana en que se proyectaría una película, llevaba Salas en su vespa, desde Riotinto, la cartelera, que se exhibía en las ventanas del casino; y aquello levantaba expectación, porque el cine era algo innovador en el territorio nacional, por aquellos entonces de la posguerra.

Y el gran día, era el domingo a las diez de la noche. Seguramente, sería Bellido, el encargado de poner un punto de luz portátil junto a la puerta de la iglesia. Un

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velador del casino, para poner el proyector y unos altavoces colgados en la pared de la ermita.

Un miembro de la junta directiva, era el encargado de vendernos, allí mismo, las entradas y solo faltaba esperar que se acercasen los nayeros, para ver la película.

Cada uno, con la silla de su casa, y nos íbamos acomodándonos, en aquel peculiar patio de butacas, al fresco de las noches de verano en Naya.

Miguelito, con su puesto ambulante, de pipas, chuches y caramelos. Y el goteo de nayeros desde todas las calles, para ver el cine de verano.

Se apagaba el foco de luz y ya sólo se escuchaba el sonido del proyector con aquellas dos ruedas giratorias, pasando la cinta y el NODO, que así era como comenzaba el espectáculo, dando cuenta, con la voz de Matías Prats, de todas las conquistas sociales, del gobierno de Franco.

Y con las proyecciones, conocimos a Mario Moreno ( Cantinflas), Carmen Sevilla, Lola Flores, Sara Montiel, Concha Velasco, Marujita Diaz...y otros populares del incipiente cine español.

Cuando terminaba la proyección, se encendía el foco de luz. Y en mi retina quedó, la magia de aquella imagen, con todos los nayeros y sus sillas a cuesta, abandonando el recinto, hacia sus casas. Todo un espectáculo singular, del que guardo el más cariñoso y

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grato de los recuerdos; esperando que el Jueves siguiente, se presentara la cartelera de una nueva función, en la ventana del casino, para gozar los nayeros, en el llano de la ermita, del CINE DE VERANO

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EL TREN DE LAS OCHO

No terminaba de salir el sol, cuando ya había desayunado un vaso de colacao y una tostada con manteca, además de un huevo batido con una copa de Kinito. Con la maleta en la mano, todo vestido de limpio y con los zapatos relucientes, me dirigía a la estación, donde antes de las ocho, se apreciaba el trasiego de gente. Hombres que llegaban a sus trabajos en la aldea, otros que salían del turno de noche, muchachos para el colegio de la SAFA en Riotinto, otros para el instituto de Nerva, mujeres en busca de no sé qué cosas, en los

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comercios de esos pueblos mayores. Y con ese goteo de gente, se llenaba el tren de las ocho.

Hombres casi dormidos, recostados en el lateral del vagón, junto a la ventanilla, con un billete obrero, que ponían entre el dedo y el anillo. Otros, con el billete de cartón azul, y los muchachos con el pase rosa, con el que viajábamos gratis para ir a la escuela.

A las ocho en punto, el jefe de la estación, hacía sonar la campana y la máquina esgrimía un largo silbido, iniciando lentamente la marcha, mientras una nube de vapor blanco de agua, salía por su corta chimenea. Con un sonido seco y a fogonazos, fruc fruc fruc ....se desplazaba vía arriba, por la general y paralelo al rio, dejando a un lado la fábrica de ácido sulfúrico, pirita y la fundición, después Talleres Mina a la izquierda y a la derecha, el muro del dique de Marismillas, hasta llegar en unos minutos a la Estación del Medio, donde teníamos la primera parada. Allí, se hacía un trasbordo de gente, subiendo los que venían de Nerva y bajándose los que tomaban aquel tren de espera en dirección a la estación de Marismillas ( Nerva ).

Colocados todos los pasajeros en el tren, iniciaba de nuevo la marcha, desde aquella malla de vías, junto a las cocheras de la RTC. Lento y desesperadamente despacio, se pasaba bajo el puente de señales, junto a la casa palanca Norte y Almacén Mina, hasta llegar a la estación de la Mina Abajo, frente al cerro Colorao, donde podía leerse en letras grandes, Riotinto Pueblo. Paraba el tren y desenganchaban la máquina, pasándola de la cabeza del convoy a la cola, mientras

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subían y bajaban pasajeros. De inmediato, empezaba a moverse el tren en sentido contrario. Un cambio de vias y pasábamos enseguida por el balneario, bordeando su orilla. En unos minutos se cruzaba por la cuesta del Alto la Mesa, con su paso a nivel echado y poco después, la estación del Valle, donde bajábamos al andén, la mayoría de los pasajeros, en un nutrido grupo de personas.

Teníamos que llegar andando hasta la escuela de la SAFA, donde a las nueve, comenzaba nuestra actividad escolar. Y el tren casi vacio, seguía su camino hasta El Campillo y Zalamea, fin de recorrido.

El tren de las ocho, marcaba el inicio de la actividad social cada día, en nuestra aldea, y seguramente, quedarán en nuestras memorias, muchas anécdotas de aquellos días.

Nunca olvidaremos, su sonido, sus movimientos, sus asientos, sus ventanillas, ni las motas de carbonilla, que a veces se nos metían en los ojos para hacernos lagrimear.

La Naya, tren de las ocho, orgullo del movimiento Nayero.

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EL CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL

Ocupaba, la segunda casa de la acera de arriba en la calle Comandante Redondo, empezando por la esquina Oeste. Sobre el dintel de la puerta, una tablilla roja y gualda, colores de la bandera de España, y en el centro, una leyenda en negro, que ponía TODO POR LA PATRIA. Y a su lado, el mástil donde se izaba la bandera.

Era el único lugar de la aldea, donde nunca entré. Pero si recuerdo, la figura de un guardia civil, que siempre estaba de puerta. Dentro, se guardaba el armamento y era el estamento de la fuerza del orden en la aldea.

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Lo componía un cabo primero, que era el comandante de puesto, un cabo y seis guardias civiles. En su labor de vigilancia, salían en pareja, recorriendo los puntos de aquel entramado industrial, donde podía plantearse alguna conflictividad. Si bien, nunca vi motivo alguno por el que hubiera que hacer uso de la fuerza y era un estamento muy ligado y querido entre los nayeros. Hay que hacer la salvedad de un hombre que sembró el terror entre la gente de mi aldea, mencionado ya en el grupo, y del que paso página sin nombrarlo.

En la posguerra, con el nacimiento de los MAQUIS (Grupo de resistencia antifranquista) tuvieron que hacer frente al trasperleo del cobre, que se había convertido en un mecanismo financiero de aquella organización, si bien no llegó a prolongarse durante mucho tiempo.

La calle de aquellas casas, donde habitaban los guardias civiles con sus familias, era acogedora, con un emparrado de tallo alto, que la cubría por completo y que la dotaba de una frondosa sombra en verano, con los racimos de uva que pendían a lo largo de la calle.

Esas noches de invierno, imponía ver a aquellos dos hombres, con su capa verde, el tricornio sobre sus cabezas y la punta del fusil que asomaba por encima de sus hombros. Sembraban un profundo respeto y en su labor de vigilancia y mantenimiento del orden social siempre fueron muy prudentes con los nayeros, gente honrada y de talante obrero.

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En los actos sociales, de cierta relevancia, siempre estaban presentes y aún recuerdo su figura en la misa matinal de los domingos.

Fue un cuerpo muy ligado a la aldea, querido y respetado a la vez; vigilante de la seguridad, el mantenimiento del orden, y preservando el hurto y el saqueo industrial en el imperio del cobre.

EL DOBLAO, LA TRANCA Y EL POSTIGO

Nuestras casas, eran pequeñas y las estancias de reducidas dimensiones. Se entraba desde la calle a un

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salón, que era el cuerpo de casa, desde donde se accedía a las dos únicas habitaciones que había.

La habitación de mis padres, tenía una ventana que daba a la calle y la otra, una ventana que daba al corral, donde teníamos una estupenda parra, que al final del verano, nos daba excelentes racimos de uva. Desde el salón, se pasaba a la pequeña cocina, que a su vez se comunicaba con el corral, donde teníamos un cuartito, con el cubo de las necesidades humanas.

El techo de las habitaciones, era raso y estaba urdido con tablones de madera. El hueco que quedaba entre éste y el de la casa a dos aguas, con tejas árabes, constituía el DOBLAO, donde se guardaban enseres de poca o nula utilidad. Tal vez, era un lugar, pensado para las semillas o granos de agricultura, destinado a las labores de los huertos. El doblao, tenía una pequeña puerta de madera, que daba al cuerpo de casa; siempre la ví, muy alta y para acceder a ella, había que hacerlo con una escalera, y allí, he de reconocer, que muy pocas veces se subía.

La puerta de la calle, era singular. Estaba formada por dos hojas de madera, que cerraban al centro y en una de ellas, había un POSTIGO ( puerta pequeña, abierta, a la altura de los brazos ) que abría con dos bisagras. En el lado contrario, la cerradura, con un ojo tan grande, que la llave, no nos cabía en el bolsillo del pantalón. En la otra hoja, pendía por dentro, la TRANCA, que era un trozo de madera en forma de un largo prisma cuadrangular, cogido con un tornillo pasador, que hacía de eje. En el otro extremo de la tranca, había dos

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ranuras y un gancho, que cuando se echaba, engarzaba en un cáncamo, más bien grande, por debajo del postigo. No había mas que echar el gancho por la parte saliente del cáncamo y la puerta quedaba afianzada.

La tranca alta, se echaba cuando estábamos dentro y no era necesario cerrar con llave el postigo. Poníamos la ranura inferior en el cáncamo y se afianzaban la puerta y el postigo.

Cuando nos ausentábamos, por algún tiempo, se echaba la tranca baja, engarzando la ranura superior en el cáncamo y cerrando con el gancho. El postigo, podía abrir y cerrar libremente y por allí, se metía la mano, para cerrar la operación de atrancar la puerta. Después se cerraba el postigo y se echaba la llave.

No quiero dejar pasar esta oportunidad, sin acordarme del CHINERO, que situado en una esquina del cuerpo de la casa, no era mas que un pequeño armario de mampostería, con puertas de cristales y palillería, donde se guardaba la loza y algunas figuras de cobre, que frecuentemente, había que limpiar, frotándolas con sidol, evitando así, que por oxidación, se formara el cardenillo.

Y con estos elementos de construcción, tan rústicos, como eficaces, vivimos en nuestra aldea. Quedando guardados, con mucho cariño, en nuestras memorias, y para siempre el doblao, el chinero, la tranca y el postigo.

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LA CONSULTA

El sistema sanitario en nuestra aldea de La Naya, era deficiente y acorde con la estructura implantada a

nivel estatal y regional en la posguerra.

La Consulta, que así era como llamábamos a lo que hoy sería un consultorio, estaba situada en la acera de arriba de la calle Ancha, era colindante con el comedor de la escuela, casi frente a los escalones, por los que se bajaba de la acera al paseo de tierra, con sus acacias. Era de muy reducidas dimensiones y al entrar, encontrábamos un pequeño vestíbulo, que servía de sala de espera, con cuatro bancos de madera en blanco, pegados a las paredes. Una puerta, lo separaba de una reducida habitación, en la que nos atendía el servicio médico.. La recuerdo, con un poyo en azulejos blancos, una mesa con su silla, una camilla de atención al paciente, una vitrina con medicamentos y la puerta, por la que se accedía a un patio pequeño, al que nunca le daba el sol.

El médico de familia, que así es como se le llamaba al médico de cabecera, llegaba a nuestra aldea, una vez cada quince días y para que nos atendiera, había que apuntarse con anterioridad. Para las urgencias, teníamos que ir al hospital de Riotinto y los especialistas de cierta relevancia, estaban en Huelva.

No faltaron episodios en Naya, en los que madres con los niños en brazos, tuvieron que caminar hasta Riotinto, para atención primaria de enfermedades, que en algunas ocasiones terminaron en muerte.

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Dos o tres veces por semana, venía el inolvidable Nicomedes, desde Las Delgadas, con su yegua tolda y cartera de piel en mano, con no sé qué cosas, propias del trabajo de los practicantes.

Para muchos niños, Nicomedes y practicante, eran dos palabras sinónimas e inseparables.

Tenía Nicomedes, un juego de agujas para inyectables con jeringas, que hervía en baño de alcohol, para desinfectarlas y con ellas nos pinchaba la penicilina, que parecía cosa descomunal, porque curaba, cualquier dolencia.

Y en las baldas, de aquella vitrina blanca, siempre veía las cajas de pastillas de aspirina, okal, octalidón.... que no se bien, si por efecto placebo, siempre terminaban calmando nuestras dolencias.

Algodón blanco, alcohol, vendas, gasas, esparadrapo, pinzas, elementos que de alguna manera eran útiles para aliviar el dolor de los nayeros y nayeras, cuando enfermábamos y que nos curaban en aquella pequeña casa, que era La Consulta.

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EL ESTANCO

Una serie de cuatro escaleras alineadas, subian desde el lavadero, cruzando el suelo dispuesto en terrazas y desembocando en la calle de tierra compactada, dejando a un lado la caseta de los puestos y al otro, algo más alejado, el tejadillo del almacén. Seguía a aquella alineación, una nueva escalera, con no más de diez o doce escalones y hacia la mitad, se levantaba la fuente del estanco que subía del suelo no más de un metro. Tenía un plato hexagonal, al que vertían el agua dos grifos amarillos de bronce. En el centro, se levantaba un torreón de poca altura, haciendo un conjunto de ladrillos rústicos, que llamaban la atención, por su

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diseño y estructura. Una barandilla de hierro firme la rodeaba en señal de peligro y dos escalones más arriba, encontrábamos una pequeña explanada de cemento, a veces resquebrajado, donde asomaban las puertas traseras de la casa del estanco y la colindante. Y justo en el centro de la pared, siempre encalada y de blanco se erigía aquella puerta de madera verde y cristalería, sobre cuyo dintel, había una tablilla con los colores rojo y gualda ( como la bandera de España ) en la que podía leerse, destacado en letras negras "ESTANCO".

Entrando por esa puerta, teníamos por la derecha, un mostrador, con una apertura, para acceder a aquel pequeño habitáculo, rodeado de estanterias de madera, al más puro estilo inglés y que se dividían en huecos, donde se clasificaban los artículos. Al fondo, las cajetillas de tabaco, juntos los Ideales, en otro hueco los Celtas, más abajo los Peninsulares, en otro hueco los Goyas, en otros los Bisontes, Malboros, Winston, Ducados, Camel....Eran las marcas de tabacos, que los fumadores consumían. También se vendía el tabaco a granel y los libritos de papel de fumar, para liar el tabaco y hacer los cigarrillos, que una vez envueltos, se pegaban con la saliva; el tabaco para pipas, en sobres plateados.....

En otros huecos, los mecheros de piedra con su yesca, las cajas de cerillas y hasta los incipientes mecheros de gas. Huecos para los sobres de cartas, papel para escribir y los sellos de correos en pliegos. Lápices, bolígrafos BIC....

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No había papel timbrado, ni especiales para contratos de compra y ventas, porque tal vez no fuera necesario, quizás tampoco impresos oficiales, de no sé qué cosas con membretes, que pudieran utilizarse, pero si que cubrían las necesidades propias de lo que precisábamos.

En la misma casa, el pasillo central llegaba hasta la puerta, en la acera de abajo de la calle Ancha, y a ambos lados, unas puertas daban al interior de la vivienda.

El Estanco, era un punto de referencia en nuestra aldea. Era de tránsito, de idas y venidas de vecinos y trabajadores.

Era la casa de nuestro amigo Ernestín, que nos dejó prematuramente, tal vez porque así estaba escrito, en algún lugar.

Hoy, en el recuerdo de los nayeros, hacemos presente aquel lugar. "EL ESTANCO"

EL CALERO

Entre tanto cianuro amarillo junto, tantas escorias negras de la fundición y bajo el cielo azul de mi aldea, cubierto de humos, asomaba la carretera de acceso a Naya. Después de describir una amplia curva, bordeando el llano de los arbolitos, se ponía en pendiente hacia abajo, buscando los límites del túnel 16, y en ese trayecto, se salía hacia su mitad, a mano

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izquierda, con una curva cerrada, que conducía a la calle Norte.

Era, una carretera de tierra, entre blanquecina y gris, con muchas piedrecillas sueltas. Antes de enfilar la calle, teníamos a mano izquierda el convoy de esa zona de la aldea, con su tolva de madera, un grifo sobre pilar de ladrillos, encalado blanco, de poca altura y una barandilla de hierro que lo delimitaba. A mano derecha, quedaba el Calero y unos retretes públicos aislados, en la zona más desierta y árida de la aldea, donde era raro ver transitar a los nayeros. Un poste, con una farola de luz muy tenue, era el único elemento, para situar por las noches, el lugar.

El Calero, era un recinto amurallado, de piedras dispuestas, una encima de otra, con un cuartillo en su interior, donde los trabajadores del departamento de Conservación de Casas y obras de la cía., guardaban las herramientas y elementos propios del trabajo de la construcción. Cemento, arena, grava, gravilla, carrillos, palas, ró, capazos....

Cuando un nayero, tenía problemas de algún tipo, en su vivienda, solicitaba su reparación a la compañía, que mandaba un inspector de obras, para verificar desperfectos y si procedía, daba luz verde a su reparación.

A veces, se veían a esos obreros, subidos en los tejados de nuestras casas, reparando las goteras, que dejaban las aguas del invierno, otras veces, por el interior de las

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casas, haciendo no sé qué trabajos y obras en suelos y tabiques....

Allí estuvo el Calero, con su higuera en los medios y un pichilín colgado, haciendo el agua fresca, que tanto agradecían los trabajadores, bajo el tórrido calor del verano.

La puerta de entrada, frente al convoy, era de madera, con tablones ensamblados y que nunca me parecieron suficientemente firmes; pero daba igual, porque no había peligro de robos ni pillaje.

Por la cara sur, quedaba un pasillo de acceso a los gallineros, que lo separaba del muro del túnel. Y por el Oeste, limitaba con la carretera.

En la soledad, de la zona más desierta de Naya, quedaba El Calero, como un espectador sordomudo, de la vida social de nuestra aldea.

LA CASETA

Hoy, mis viejos recuerdos, se paran en la Caseta, aquel sitio mágico, donde parecía que no pasaba el tiempo.

Situada, frente a la puerta de los puestos y la del oscuro bar colindante, en la última casa de la calle La Fuente, estaba aquel pequeño recinto, de forma rectangular, de unos cuarenta metros cuadrados de superficie.

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El suelo, era de baldosas cuadradas, parcheadas con cemento, en ciertas zonas irregulares.

Se accedía al interior, por el espacio que quedaba entre dos bancos de hierro forjado, agujereados y en los que podía leerse en el espaldar RTC , siglas de la Riotinto Company.

Lindaba, con la calle terriza de la fuente del estanco, de la que lo separaba un muro de poca altura, guardando el equilibrio de contención de tierras, del suelo dispuesto en terrazas, en aquella zona.

Hacia la mitad del muro, tres escalones para entrar, constituían el otro punto de acceso a la Caseta.

Por su cara sur, una barandilla de dos largos tubos de hierro, eran sus límites y así se separaba del arriate que quedaba un metro más bajo de su nivel, siguiendo la disposición de terraza. Doblaban los tubos, haciendo la esquina de la Caseta, y dos o tres metros más adelante, volvían a girarse hacia la zona de la estación, delimitando un cuadrado anexo, de no más de siete metros, perdiéndose sus límites con las viejas paredes de un huerto en abandono.

La mitad de la Caseta, por delante de los bancos, tenía un techo de mallas de alambre, donde unas enredaderas, plantadas en el arriate, extendían sus ramas y hojas, proporcionando la sombra en tardes de primavera y verano..

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Durante el invierno, había poca actividad en la Caseta. Algunos hombres mayores, la utilizaban para tomar el sol, para otros, era un lugar de encuentro, donde entablar una conversación, beber un vino o tomar una copa de aguardiente.

Cuando llegaba la primavera, la acacia de la esquina, frente a los puestos, ya deja la sombra de sus hojas verdes y las enredaderas, tejían el techo de la Caseta. La manguera, que salía desde los puestos, limpiaba con agua el suelo; y en verano, al final de la hora de la siesta, los chiquillos, en bañador, nos divertíamos con el agua de la "goma", mientras el recinto, quedaba limpio e inmaculado.

Y a la caída de la tarde, se cubría el suelo con mesas y sillas de baraja, constituyéndose el sitio alternativo al Casino, donde los nayeros y nayeras, acudían a tomar el vino, un refresco, una "convidá", un picadillo de papas "aliña"....un sitio tranquilo, donde aliviar el calor, del estío del verano.

A veces, por San Juan, se montaba el Pirulito, en los medios de la Caseta y también recuerdo en alguna ocasión, músicos tocando, en aquella esquina de la Terraza, para los entrañables bailes nayeros.

Mientras, los chiquillos, corríamos por entre las mesas y nos perdíamos jugando, a no se qué cosas, en los límites de la Caseta.

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EL BUZÓN DE CORREOS

Carta del buzón de correos a l@s nayer@s

La Naya de Riotinto a 17 de Mayo 2016

Querid@s nayer@s:

Me alegraré que al recibo de esta, os encontréis bien, yo bien gracias a Dios.

Soy el buzón de correos de La Naya. Estaba yo ubicado, en la acera de arriba de la calle Ancha, en la tercera casa, contando desde el ambigú del casino, y junto a una ventana que daba a la calle. Era de metal, y bajo la

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lengüeta por la que se introducía la correspondencia, bruñido en letras plateadas, podía leerse "CARTAS" . Los límites rectos, de cuando me pusieron allí, se fueron transformando algo quebrados, con el pasar de los años, de tanto encalar de blanco, la pared en la que estaba incrustado.

Tras de mí, una saca de tela, ya vieja y raída por el tiempo, donde se depositaban vuestras cartas, después de cruzar aquella pared.

Era la casa del cartero, D. Manuel Mata Cabana, y allí, junto a su esposa Paca, pasé mi vida, dando el servicio de la comunicación a los nayeros. Todos los días, a las seis de la mañana, seleccionaba Mata las cartas, las nacionales (sobres blancos) y las que iban al extranjero (sobres blancos, con filos de colores, rojos y azules), y comenzaba el timbrado de todas ellas, con el golpeteo del matasellos.

Vi pasar por aquí, muchas de vuestras ilusiones, muestras de cariño a vuestros hijos, enredados en cuestiones militares, en lugares tan lejanos como las colonias españolas de Fernando Poó, y Sta. Isabel en Guinea Ecuatorial. En lugares marroquíes, como las plazas de Alhucemas, Chafarinas y Larache. En el Sahara Occidental, como Sidi Ifni. Cartas de incertidumbre, por lo complicado de las situaciones militares, como la guerra civil.

Vi pasar cartas, con destino a los emigrantes nayeros. Familiares en Tolouse (Francia), Bruselas (Bélgica),

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Francfort (Alemania), Ginebra (Suiza)...en los duros momentos de la posguerra.

También recuerdo, aquellas cartas de nayeros, que pretendían abandonar la mina, buscando un futuro mejor, en grandes ciudades, como Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla... y otras muchas a distintos lugares de Extremadura y Andalucía. Todas ellas, llenas de sentimientos y esperanza para encontrar un mundo más próspero.

Cartas de alegrías, penas y tristezas, de ilusión, de esperanza. Cartas de amor, a la Costa Brava, en Lloret de Mar, Blanes...

Y cada día, veía llegar a Mata, con su maleta de piel, que cerraba con dos relucientes hebillas. Estaba el hombre, por último, viejo, con el pelo blanco, con gafas, de paso lento y casi agónico. Cada carta, que entregaba, a la vuelta de correos, de Riotinto, era motivo de ilusiones, para los nayeros.

Os recuerdo a todos y cada uno de vosotros. A los que están y a los que se fueron. Y desde este desierto lugar, esperando, que hayáis cubierto satisfactoriamente vuestras aspiraciones en la vida, y sin nada más que contar, se despide este viejo buzón de La Naya, con cariño en la emotividad de la añoranza, y con un fuerte abrazo, para todos.

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EL CONVOY

No por sucio y emisor de desagradables olores, habría yo, de dejar de relatar, lo que fue el Convoy, para la aldea de La Naya de Riotinto.

Estaba situado, en la prolongación del barrio de la Salud. Algo más allá de la panadería y cerca del matadero.

Un carril de tierra, polvoriento, lo separaba de la entrada a la aldea y ocupaba un lugar frente a la pared trasera de la iglesia. Allí, había uno, el otro, estaba junto

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al Calero, según se entraba en la calle Norte, desde la carretera de circunvalación.

Eran los sitios, donde se depositaban las basuras, restos orgánicos de alimentos e incluso las deposiciones de nuestra humanidad.

Estaban constituidos, por una plataforma de hormigón, de unos 25 metros cuadrados, con dos tolvas de madera, de 1 x 1 m. y algo menos de un metro de alto. Debajo de ellas, dos compartimentos de unos dos metros de alto, con pequeñas puertas de madera, para retirar los residuos urbanos.

Estaban delimitados, por una barandilla de hierro, con una apertura de acceso y en el centro, una pilastra de ladrillos, enlucida y encalada de blanco, con un grifo de agua corriente, para el lavado de los cubos y cubetas, habilitados para el transporte desde las casas.

Muchas veces, nos hemos preguntado todos, porqué se le llamaba Convoy ?

Convoy, es un anglicismo ( palabra, de origen inglés ), cuyo significado, es el de una sucesión de vehículos o elementos en movimiento, uno detrás de otro y en fila.

Los residuos, se retiraban en carros, tirados por burros o mulas y así, se formaba un convoy, para trasladar las basuras a los huertos del Zumajo, donde actuaban como fertilizantes orgánicos. Existe una figura lingüística en nuestro idioma, que se llama metonimia y que consiste en nombrar una cosa, con el de otra, con

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la que guarda una relación. De ahí, su nombre de CONVOY.

En otros lugares, como el Alto de la Mesa, se le llamaba, El Carro, por la misma razón.

Y allí, solo, desierto y escombrado, junto a un llano de cianuro gris, se quedó el Convoy, con los últimos residuos urbanos de los nayeros, sin más huertos que fertilizar y sin más olores que los que envolvían la destrucción de mi aldea.

LAS DOS FUENTES ABREVADEROS

Las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, estuvieron marcadas por numerosas revueltas sociales, a nivel local, nacional e internacional, que culminaron con la guerra civil española.

El medio de locomoción, más importante en aquel tiempo, fueron los burros, caballos, mulas y la especie equina en general.

Venía a La Naya, gente de tránsito, desde pueblos medianamente alejados, como Marigenta, Berrocal, Las Delgadas, El Monte...A veces andando por veredas y caminos, y otras en burro.

La panadería, los huertos, el suministro de alimentos y otras actividades, utilizaban los equinos a diario y los

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solían amarrar bajo el tejadillo del almacén. Así las cosas, quedaron dibujadas, en el diseño de nuestra aldea, dos fuentes abrevaderos, para dar de beber a los animales.

Una estaba, justo en la esquina Oeste, de la acera de arriba de la calle Medio y pegada a la pared trasera de la última casa, de la acera de abajo de la calle Norte. Construida de ladrillos rústicos, de cara vista, tenía una poza, de unos tres metros de longitud y algo más de un metro de alto, con dos grifos de agua, empotrados en la pared. El acceso, era de tierra y pedregoso, desde el muro del túnel. Era un sitio soleado, al tiempo que resguardado, por las dos esquinas.

La otra fuente abrevadero, estaba adosada a la pared de la primera casa, de la acera de abajo de la calle Norte, por el lado Este y frente a la iglesia. Era, algo más pequeña que la primera, pero con idéntica estructura y funcionamiento, haciendo un conjunto, a veces desolado, en la última etapa, en la que estuvo en pie la aldea.

El agua que utilizaban, era un agua bruta, que no pasaba, por sistema de potabilización, ni filtro de arena, pero que cumplían con la función de saciar la sed de los animales.

Las dos fuentes, le dieron vida a la aldea. El movimiento de gente, que venía a cobrar el vale, en la ventanilla de la estación, con sus equinos, llegó a ser numeroso. Las reatas de de burros, llevando los ladrillos, del horno a la estación; los que traían la jara a la panadería, la mula

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que llevaba el pan a Las Delgadas, los burros de la gente de los huertos, los que traían la carne, la yegua de Nicomedes y los de nuestros visitantes, tenían un sitio para beber y saciar la sed....para el descanso.

Aquellas fuentes, en un tiempo anterior, fueron los dos abrevaderos, de nuestra querida aldea, dándole, un cierto tono arabesco, y que también fue hospitalaria con los animales.

LA LAGUNA

Con las primeras aguas del otoño, ya cogía agua la laguna, agua que no se iba, hasta bien avanzado el mes de Mayo, cuando ya el sol hacía que se evaporase, dejando un suelo agrietado y resquebrajado, como el suelo de los pantanos, cuando se secan.

Estaba situada la laguna, al otro lado de la carretera, que la separaba de la subestación del túnel y la delimitaba un pequeño terraplén, por aquel sitio, que se juntaba más adelante, con la base del cerrito, que la bordeaba, hasta juntarse con un muro de poca altura, que servía para canalizar, las aguas de escorrentías, procedentes del apilamiento del cianuro. Aquel muro, era recto y dejaba un vértice con la falda del cerrito, seguramente más bajo que el resto del nivel horizontal de la laguna, porque era, el punto donde más tiempo se quedaba retenida el agua.

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Entre el muro y la carretera, había unos cuantos gallineros, sobre base de piedras erosionadas e irregulares que cerraban sus límites. La superficie, no iba más allá de los 150 metros cuadrados. Era lisa y en ocasiones, un improvisado campo de fútbol, donde jugábamos los chiquillos.

El barro que quedaba, cuando se mojaba, era de arcilla impermeable. Era rojizo, como los ladrillos, antes de cocerse, blando y flexible, fácil de moldear y podría decirse, que era una escuela de niños alfareros, sin torno ni herramientas; sólo nuestras manos, para modelar vasijas, que nos parecían las mejores del mundo.

Allí, pasábamos muchas horas, a veces, manchando nuestras prendas de arcilla, y a la caída de la tarde, los pequeños alfareros, volvíamos a casa, con la cara sucia y las manos llenas de barro, con algunas vasijas bajo el brazo.

La laguna, era una mágica ilusión de destreza, donde los niños y niñas de Naya, soltaban su imaginación creativa.

Unas bolas o un muñeco de barro, daban sentido a una tarde de juegos en la Laguna.

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EL CERRITO ( LOS RISQUITOS)

Una elevación del terreno, de poca altura, se alzaba al pie de la carretera, frente a las vias del túnel. Era el Cerrito; su base, por la cara sur, era bañada por el agua del arroyo, cuando la llevaba y por el Oeste, fluía el agua de las escorrentías del Cianuro. Esas dos corrientes, juntas, se perdían por una alcantarilla, bajo la carretera de Marín, justo en la curva, donde se ponía en pendiente y hacia arriba. Se metían esas aguas, más adelante, bajo las vías del ferrocarril y así se constituía el primer afluente del río Tinto, en su curso alto.

La base del cerrito, por su cara norte, confluía con la laguna, quedándose, como aislado del mundo, en el entorno que lo rodeaba.

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Sus laderas, estaban formadas pos piedras puntiagudas y escarpadas, lajas de pizarra, que sobresalían afiladas y de forma irregular, haciéndolo de tránsito dificultoso y con mucho peligro, para los niños y adultos nayeros.

De tanto subir al Cerrito, por su cara más sencilla, desde la carretera, se había hecho un camino de pocos metros, que sorteaba la dificultad, dejándonos en su modesta cumbre. Y justamente allí, las piedras desigualmente esparcidas, hacían abrigos, casi refugios, que aprovechaban las muchachas nayeras para ponerse a bordar el punto de cruz con sus bastidores. Era lo más parecido al Costurero de la Reina. Los niños, para jugar, otros para leer, tal vez, para tomar el sol, escuchando un transistor, en tardes de invierno o primavera, cuando procedía.

Las vistas desde el Cerrito, eran dominadoras de la boca del túnel, del trasiego de entradas y salidas de vagones, del movimiento de obreros, junto a la subestación, de vieros montando en la zorrila sus herramientas de trabajo, de vagones en reparación. Y por detrás del muro, la vida social de nuestra aldea, que no se dejaba ver en su totalidad, desde la cumbre del Cerrito, aunque si era observadora de la chimenea de pirita, cuando echaba humo.

Los muchachos más atrevidos, exploraban el Cerrito, sorteando, las dificultades de tanta piedra de diferentes tamaños y dispuestas de mala manera por el azar, razón por la que el pequeño cerro, fue bautizado por nosotros los nayeros, y para siempre con el nombre de los RISQUITOS.

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Allí leí, por primera vez, la obra cumbre de Juan Ramón, Platero y yo, y con la mirada puesta en el arroyo, entendí que nunca un lugar tan inhóspito, podría inspirar, más inquietudes culturales que los Risquitos.

LAS TIENDAS DE LA NAYA

Era la nuestra, una aldea amurallada y por su estructura y diseño, tenía aires de una fortaleza medieval, inspirada en recursos de origen árabes, como las fuentes abrevaderos, el tejadillo del almacén y las tiendas diseminadas en su interior.

Las tiendas, venían a ser el resultado de la capacidad, de gente trabajadora, que no se conformaban con los salarios de pobreza, que ofrecía la compañía, o tal vez, la búsqueda de un nuevo horizonte en el mundo de los negocios, que nunca supe muy bien a donde conduciría, ni siquiera por la subsistencia, debido a la escasa densidad de población, de la aldea.

Tenía Juana, esposa de Agapito, una tienda en su casa, justo en la esquina de la acera de abajo de la calle Norte y cerca de la iglesia. Un mostrador, un peso y una estantería, era todo el decorado, con algún saco de productos a granel, conservas, chuches para los chiquillos y algunos productos de las matanzas.

En la acera de arriba de la calle Medio, estaba la tienda de Carmen, esposa de Rafalito, a donde me gustaba ir

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los domingos por la tarde a comprar un regaliz o una bolsa de pipas, estando Esmeralda de dependienta.

La tienda de Katy y Enrique, que en otro tiempo fuera de Antonio Merchán, estaba en la esquina Este, de la acera de arriba de la calle Ancha. Tenía cierta solera y seguramente la de más clientela. Y en la esquina Oeste de la misma acera, José María, el guarda, disponía de un despacho de vinos a granel, en su misma casa.

La caseta aislada, en la cuesta de la iglesia, pensada en su momento, para que fuera el cuarto de la Cruz, acabó convirtiéndose en el despacho de carnes de Elena y que no duró mucho tiempo.

Aquellas tiendas, junto al almacén de la compañía y los puestos, constituían el núcleo comercial de mi aldea. Y dejaron, para el recuerdo de los nayeros, la imagen de una gente capaz y emprendedora, aún en el marco de la adversidad.

LA ESCUELA DE DON MANUEL

Al entrar en La Naya

lo primero que se ve

lo primero que se ve

la chimenea pirita

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y la escuela d. Manuel

Era, el estribillo que cantábamos cuando nos parecía. Probablemente sin nada que celebrar en concreto. Era espontáneo, pegadizo y reflejaba momentos de una alegría permanente en la aldea.

Era d. Manuel, un hombre de mediana estatura. Aparentemente más bien delgado, calvo y siempre llevaba gafas. Un hombre, de recto proceder, amable, educado y que a veces nos hacía reír.

D. Manuel, era un maestro antiguo y de vocación, que nos transmitía sus conocimientos, a base de tesón y machaconería, generalmente en un ambiente distendido.

Llegaba cada tarde a Naya en el correo de las 5:30, procedente de aquellos núcleos de población casi perdidos, donde hacía su trabajo de maestro nacional, al pie de la vía general del ferrocarril entre Riotinto y Huelva..... Jarama, La Picota, Gadea.....Lugares, a los que iba una vez por semana.

Cuando llegaba a la estación, con su canasto de la comida en la mano, todos los chiquillos nos íbamos con él, a su casa. Entrábamos por la puerta trasera, cruzando un largo pasillo, que dejaba a la izquierda, el huerto y un bosque de cañas. Por la derecha, las chumberas y el gallinero. Así, entrábamos en la marquesina. Cruzábamos la puerta, que daba a un

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cuarto de baño y enseguida, aquella habitación, donde pasamos muchas tardes de invierno, aprendiendo lo que nos enseñaba.

Una puerta, por la que se accedía desde el salón y a la derecha, una mesa con su silla. En la pared, una pizarra con los tacos de tiza.

Cinco seis bancos largos y corridos, donde nos sentábamos los niños y un espacio detrás, donde se sentaban las niñas, en sillas pequeñas, junto a la ventana, que daba a la marquesina.

Mientras nos acomodábamos en nuestros sitios, D. Manuel, se tomaba cada tarde, una taza de café " migao", que le preparaba, con mucho cariño, su esposa, doña Sofía. Y enseguida, comenzaba su magisterio.

Unas cuentas, suma, resta, multiplicación, división, un problema, que copiábamos de la pizarra, en el cuaderno, que poníamos sobre nuestras piernas (porque, allí no había pupitres). Su paciencia, enseñando a leer y escribir a los más pequeños y su dedicación a corregir lo que hacíamos, era su identidad.

Un dictado, la corrección de las faltas de ortografía; las clases magistrales de gramática, historia.....la retahíla de los 33 reyes visigodos.....y cuando nos ponía a leer en voz alta y todos a la vez, recuerdo aquello, como una auténtica jaula de grillos.

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A las nueve, cuando ya se había hecho, de noche cerrada en invierno, salíamos por la puerta principal del barrio de la Salud.

Por primavera, cuando ya los gorriones hacían sus nidos en las cornisas y salían del huevo los primeros polluelos, nos trasladáramos a la marquesina, donde seguíamos atentos sus lecciones y desde donde veíamos el vaciado de las vagonetas con el "caldo de pirita" y frente a nosotros, el implacable montón amarillo del cianuro. Al fondo, la chimenea de pirita..

Siempre recordaremos, la huella que d. Manuel dejó en aquellos niños de Naya, con su llamada permanente, al desarrollo de los valores más esenciales de la persona y que de alguna manera, nos marcó el principio de lo que después hayamos hecho en nuestras vidas.

Desde aquí, mi agradecimiento a D. Manuel García Carmona, el maestro de La Naya de Riotinto.

EL TELECLUB DE LA NAYA

Corría el año 1967, una época marcada en la historia de España, por un aperturismo social, que nos acercaba a las sociedades europeas.

La juventud de mi aldea, dormida por las secuelas de la posguerra y que vivía sin horizontes sociales, pasó a iniciarse en lo que fue una sociedad de jóvenes, que

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necesitaban la intercomunicación, entre ellos y con otros grupos sociales de los pueblos cercanos.

Fue el cura párroco D. Manuel Martín de Vargas, quien puso en marcha, el mecanismo de difusión social entre los nayeros y la coordinación con otras estructuras juveniles de la comarca.

Se dieron los pasos necesarios, para conseguir una casa de la cía. en la acera de abajo de la calle Comandante Redondo, frente al cuartel de la Guardia Civil. Y bajo la estrecha vigilancia de algunos de nuestros mayores, echó a rodar el proyecto del TELECLUB de La Naya, como una asociación juvenil, de ocio, cultural y de relaciones sociales, entre los muchachos y muchachas de La Naya.

Para dar forma y estructura a aquella organización, se nombró una junta directiva, con presidente, secretario, tesorero y vocales. Una división de áreas, con una secretaría.....que se plasmó, con ciertas actividades, estructuradas por primera vez en la aldea.

La sede, era una casa típica de La Naya. Al entrar, desde la calle. Había un salón, en el que nuestro querido Jesús Calero, se atrevió a pintar un mural, en la pared de la derecha, según se entraba, de un paisaje de montañas, con un río, un puente, algunos árboles y una casa rural.

Al fondo, una gran piedra roja, de mineral de hierro que conseguimos en el cerro de los Siete Pinitos, sirvió de mesa, sobre la que poníamos el " pick up" o picú , para hacer sonar la música.

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Por la izquierda, según se entraba, una pequeña habitación, con ventana a la calle, donde se instaló un futbolín, en el que se hacían competiciones, que nos ocupaban muchos ratos de ocio.

Colindante con esa habitación, había otra, donde se instaló, lo que fuera al tiempo, la secretaría y la biblioteca, con libros de colección, y revistas culturales, que nunca supe muy bien, de donde procedían.

Al final del salón, una puerta, por la que se salía a unas escaleras que bajaban al patio (o corral) de la casa.

Recuerdo una corteza de encina, sobre la pared del fondo, con una inscripción en la que podía leerse, el hermanamiento del Teleclub de La Naya, con el de Cortelazor, en señal de cooperación entre ambas sociedades juveniles.

Fue poco tiempo el que tuvo de vida el Teleclub porque el proceso de emigración de los nayeros, así como la destrucción de la aldea, fue casi inminente, desde su fundación.

Pero, si puedo recordar, que aquella experiencia, fue importante para tomar conciencia de lo que era, una estructura social organizada y su funcionamiento, aún con escasos recursos.

Sirva este relato, como memoria, de lo que significó el Teleclub de La Naya, para llenar un espacio cultural, de ocio y relaciones, entre jóvenes nayeros.

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TELECLUB de LA NAYA, un centro juvenil, para aprender a vivir en una sociedad organizada.

LOS DOS CHARCOS

Se sumaban las aguas del arroyo de La Naya (cuando la llevaba), con las de escorrentías del cianuro y la del canal de desagüe y drenaje de agua agria, del túnel 16 , que confluían juntas en el río Tinto, cerca de la casa palanca y así se constituía el primer afluente, por la derecha ,del río.

Desde el dique del Zumajo, casi siempre rebosante de agua, fluía un torrente, que cruzaba por detrás del Monte Sorromero y por delante de Las Delgadas, regando una amplia vega, que siempre conocí como la huerta de Diego. El curso de las aguas, no era muy

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caudaloso, pero sí, lo suficientemente importante, como para alcanzar la categoría de afluente del Tinto.

Su curso, que discurría, unos dos kilómetros más allá del monte de la carretera de Marín, era lo más parecido a cualquier río de la selva amazónica. Cubierto, casi por completo de una vegetación espesa, donde abundaba la jara y el monte bajo.

Tras cruzar, desde el monte, saliendo por el Pinito, un amplio pinar y la Tabarrera, se llegaba al primero de los charcos, que en verano, era de aguas cristalinas, cubierto de zarzas y zaguazos, constituyendo uno de los sitios más hermosos, que los nayeros utilizábamos para bañarnos. En medio del silencio que lo rodeaba, escuchábamos el canto ronco de las tórtolas, jilgueros, verderones, chamarices y las bandas de gorriones que anidaban por aquellos pinos.

En los primeros meses del año, era el sitio ideal para llenar un cesto de gurumelos. Y cuando el sol del verano era justiciero en La Naya, solíamos ir en grupo, para darnos el chapuzón más esperado, en las aguas de aquel charco, que tan cubierto de vegetación estaba y que los nayeros bautizamos con el nombre del " CHARCO OSCURO”.

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Liebres, conejos y perdices, proliferaban por allí y alimentaban la afición de los cazadores nayeros.

Discurría la ribera de aguas cristalinas, más allá de los límites de Marín y antes de cruzar bajo las vías del ferrocarril, justo enfrente del Madroño, nos dejaba el otro charco. Era grande y con piedras irregulares, también cubierto, por abundante vegetación y rodeado de un inmenso pinar.

Por allí asomaban algunos peces, que en ocasiones, nos incitaban a pescar. Y en verano, era todo un acontecimiento, cuando decidíamos ir a bañarnos a aquel lugar, que bautizamos con el nombre del " CHARCO LA VIA”.

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Al poco, ya las aguas se vertían en el Tinto, y así se constituía el segundo afluente, por su derecha.

Charco Oscuro y Charco la Vía, dos lugares de ensueño, que la Naturaleza tuvo el placer de dejarnos a los nayeros, para bañarnos, en aquellos días de verano y que hoy recuerdo, como algo mágico, en la lejana infancia de mi vida.

ACACIAS Y ARRIATES

La orografía de La Naya, dispuesta en una loma de tierra en pendiente e irregular, hacía que el suelo debía estar dispuesto en terrazas, para evitar su erosión, por el agua, cuando llovía.

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La calle La Fuente y la Calle Barranco, estaban constituidas perpendicularmente a las demás y ocupaban la parte más baja de la aldea. Por la inclinación del terreno, las casas guardaban un desnivel, cada una con su contigua, separándose la pequeña terraza hormigonada de cada puerta de la calle, con la siguiente por unos escalones de tres o cuatro peldaños.

La calle La Fuente, tenía seis casas y desde la puerta de cada una, partían unos anillos de tierra, concéntricos con el lavadero, separados entre si, por muros, de no más de treinta o cuarenta centímetros. En la puerta de cada casa, se levantaba una acacia, a la que seguía otra, a una distancia de seis o siete metros y así se cubrían los anillos de tierra, que al tiempo que fijaban el terreno, nos dejaban la frescura de una sombra agradecida en verano y tardes de primavera.

La terregosa calle Ancha, también estaba flanqueada a ambos lados, por acacias, dispuestas cada seis o siete metros y la frondosidad de sus copas, el verde perenne de sus hojas, junto a sus tallos leñosos, hermoseaban las calles de mi aldea.

Hay unas 1300 especies de acacias en todo el mundo. Las nuestras, eran del tipo mediterráneo, con una altura de unos tres metros, hoja permanente, unos treinta centímetros de diámetro de tallo y unos dos metros de diámetro de copa.

Los arriates en cada calle, constituían el otro foco ornamental de la aldea, A las estrechas aceras

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pedregosas, de las calles, le seguían longitudinalmente, los arriates, sólo partidos por unos escalones, que comunicaban con la calle central de tierra, que separaban las aceras de las casas.

Unos muros de poca altura, encalados de blanco, iban sorteando el desnivel del terreno, y entre ellos, frente a la puerta de cada casa, sobre tierra negra de labor, cuidaban l@s nayer@s sus flores, que en primavera, adornaban de mil colores el aire de La Naya.

A pesar de que el agua, no era un bien de abundancia en las casas, sí que recuerdo rosales, como el que cuidaba la abuela Pilar, en la esquina de la acera de abajo de la calle Ancha, frente al muro del túnel. Jazmines y begonias en la calle Medio, o el melocotonero silvestre en su acera de abajo.

Emparrados, como el de la calle Comandante Redondo y otros rosales, distribuidos por nuestras calles.

Acacias y arriates con flores, sensaciones de paz y buen gusto en las calles de mi aldea.

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LA UVA

Los días de mantas de humos, que salían por la boca de la chimenea de pirita, dejaban un ambiente hostil en el aire, que a veces, nos hacían respirar garraspeando, con cierta dificultad y era algo a lo que nos fuimos acostumbrando.

Las parras de tallo alto, extendían sus ramas por arriba, tejiendo unas mallas, a veces de alambre fino, que cubrían numerosos corrales de nuestras casas y que crecían casi silvestres por los huertos o a veces bajo el control de los vecinos que cuidaban sus emparrados, como aquel tan frondoso y espeso de la calle Comandante Redondo, que en verano, impedía que los rayos de sol llegasen al suelo del acerado de las casas, dejando una espesa sombra.

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Cuando el anhídrido sulfuroso, impregnaba por contacto, las hojas de nuestras parras, se producía la absorción del azufre gaseoso, que actuaba como agente bio-catalizador, durante la función clorofílica de la planta, aumentando la producción de azúcares en la uva, lo que hacía, que ésta fuese más voluminosa y dulce a la vez.

Racimos de uvas, que pendían bajo el cielo verde de las tupidas hojas de parras, que enamoraban a los nayeros y se convertían en nuestra seña de identidad más importante y que siempre hemos esgrimido orgullosos, por todos los rincones del mundo donde fuimos.

La uva de nuestras parras, tenían la denominación de uva de gallo, era una especie escasa, y al tiempo, apta para la vinificación, por su alto contenido en azúcares.

Era costumbre entre los nayeros, echar las uvas en aguardiente, depositándolas en una botella y se cubrían con el anisado. Después, un tapón de corcho y se tenía en fermentación durante un año.

Las extracciones, se hacían con una larga aguja de hacer punto y eran muy apreciadas por los mineros.

Racimos de uvas grandes, carnosas, cristalinas, verdes, y brillantes, como la esperanza de los niños nayeros.

Mira aquellas casi moradas, !! cómo se parece su color, al del río Tinto, cuando pasa por Naya !!.

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EL DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Los actos litúrgicos de Semana Santa, seguían una pauta, de análogas características a los demás pueblos de España.

La semana de pasión y muerte de Jesús, en La Naya, tenía sus días fuertes, el Jueves Santo, con el lavado de los piés de doce personas, que emulaban a los apóstoles, en la parte delantera de la iglesia y el Via Crucis del Viernes Santo, donde el cura, bajo palio, rezaba el Santo Rosario, precedido por un monaguillo, que portaba un crucifijo y que al tiempo, servía como cruz de guía. Un incensario, que lo escoltaba, desprendiendo ese olor tan característico, y que era movido por otro de los monaguillos.

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Detrás, en la procesión, mujeres ataviadas con velos y mantillas, hombres vestidos de limpio y trajeados, la guardia civil y todas las fuerzas vivas de la aldea.

Partía la comitiva, desde la iglesia y se paseaba por la calle Norte, que era el más llano y apropiado para tal evento.

En estos dos días, se guardaba el ayuno, con la prohibición de comer carne y los santos de la iglesia, quedaban tapados con túnicas de color morado o negro.

El sábado, volvía casi todo a la normalidad, y el domingo, era para los chiquillos, el gran día. Nos reuníamos en la puerta de la iglesia, bien temprano, con una ristra de latones grandes y abundantes, atados con cuerdas, bien fuerte. Y cuando el municipal lo mandaba, empezaba la gran carrera, por todas las calles de la aldea. El ruido, era ensordecedor, con el rozamiento de los latones por todas las calles de tierra. Unos con más latones, otros con menos, y recuerdo a nuestro querido Román " el Popo ", que portaba una simple lata de sardinas, de la que tiraba con su cuerda.

Ruidos y más ruidos, por las calles polvorientas, al paso de los chiquillos. Y al final de la mañana, todos reunidos en la puerta de la iglesia, se procedía a la quema del Judas, que más bien me parecía un espantapájaros, colgado de un palo largo y que venía a ser como una figura humana inmersa en un mono de trabajo, lleno de paja y trapos viejos. Entonces, llegaba el momento cumbre, y se le prendía fuego, y así terminaba la

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semana santa, con el domingo de resurrección, siguiendo el ritual de las sagradas escrituras, con el Judas que vendió a Jesucristo, incinerado.

Esta tradición, se prolongó en la aldea, a lo largo de todos los años de su existencia, hasta que en su recta final, nos fuimos marchando todos, reduciéndose nuestro pueblo a un desierto desolado, solo y en ruinas.

Ruidos, que ahuyentaban la esclavitud de los mineros y un Judas ardiendo, que me traía sentimientos de lealtad.

EL PIRULITO

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Era por San Juan, el 24 de Junio de cada año, que es cuando lucen más horas de sol, que ningún otro día, en todo el hemisferio norte.

En los pueblos de costa, celebran esa noche, con hogueras, junto al mar. También en muchos sitios, celebran ese día, de alguna otra manera.

En La Naya de Riotinto, montaban los muchachos y muchachas nayer@s EL PIRULITO. Un palo alto, como los postes de la luz, que se alzaba en el centro de la Caseta, junto a los puestos, en la calle La Fuente, y cogido con unos vientos a sus vértices, dándole estabilidad.

El PIRULITO, se adornaba con ramas y varas de adelfas, viéndose todo verde y con flores. El suelo, cubierto de pétalos de rosas, geranios y más hojas verdes. Por arriba, las cadenetas de papel de seda de colores, que unían la parte alta del PIRULITO, con los alambres perimetrales de la Caseta. Y todo su alrededor, brillaba con aires de fiesta.

Las mujeres nayeras, se esmeraban los días previos, preparando con todo detalle, los ornamentos del PIRULITO, que cada noche de San Juan, vestía de alegría y color, la Caseta, en mi aldea.

El picú, (pick Up) sonaba desde bien pronto, por la tarde, con los cantes de Pepe Marchena, la Niña de la Puebla, sevillanas de los hermanos Reyes, o los Toronjo...Manolo Escobar y otros de la época.

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Era un gran día de fiesta. Los veladores, limpios y remojados, con el agua de la goma de los puestos, ya estaban dispuestos en la caseta. Y comenzaban a llegar l@s nayer@s, para cantarle al pirulito y bailar unas sevillanas a sus pies, mientras tomaban unos refrescos, cervezas o vinos, seguramente con alguna ensaladilla o picadillo de " papas aliñá ", con los tomates, cebollas frescas y pimientos de los huertos.

El festejo, se prolongaba, hasta bien entrada la madrugada y probablemente hasta que amanecía el nuevo día.

De esta manera, escribíamos, ese gran día de fiesta y buena armonía, entre l@s nayer@s, quedando grabado, en nuestras memorias y para siempre, con alegría y cariño, el día del Pirulito.

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LAS NOCHES DE VERANO

Entre dos luces, cuando ya había amainado la brisa, que cada tarde, se cernía contra las ramas de los eucaliptos del lavadero. Los gorriones habían dejado de trinar y el intenso calor del día, daba paso a la noche, que cada jornada, dejaba el aire seco y cálido, sin apenas viento, en lo más hondo de la ladera, sobre la que estaba asentada, la aldea de La Naya, entre tórridas noches de calor.

Todavía, suena en mis oídos, el chirriar de los vagones, entrando y saliendo por la boca del túnel, donde se ponían los trabajadores a beber el agua fresca de un búcaro, colgado en la parra de la subestación.

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Y así, entre la débil luminosidad de nuestras calles, se iban cerrando las noches de verano que invitaban a los nayeros a sacar las sillas, con asientos de nea, a las puertas de sus casas, hasta que entraba la madrugada. Allí, sentados los vecinos, tenían por costumbre " tomar el fresco", mientras debatían, no sé qué historia intrascendente, de los tomates y pimientos del huerto, o de aquel viaje a Nerva en el tren de las ocho, para comprar unos zapatos nuevos.

Los chiquillos vestidos de limpio, después de pasar la hora de la siesta, sobre una manta en el suelo y un manguerazo de agua en la caseta, corríamos de una calle a otra, escondidos tras los depósitos de agua de la fuente o hablando entre los zagalones que se ponían en grupo, en la puerta de la iglesia.

La puerta del ambigú del casino, era otro punto de encuentro, donde sentados en el muro de enfrente, se ponían a hablar los nayeros con el rumbo perdido, hilvanando conversaciones seguidas, donde cada uno se dejaba oír cómo podía, hasta que los vecinos colindantes, que ya dormían, para ir a trabajar al día siguiente, salían mandando callar, aquellas interminables conversaciones.

En la caseta, con ya todos los veladores recogidos, no faltaba quien se echaba a dormir, en alguno de aquellos dos bancos de hierro, poniendo la cabeza sobre un cojín, hasta que la avanzada madrugada, los mandaba meter para dentro de sus casas.

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Una salamanquesa, nos visitaba cada noche, en lo más alto de la pared encalada de blanco, a la luz de una bombilla, que alumbraba lo justo, para que pudiéramos verla.

Algunos jazmines, ya habían impregnado de fragancia y olor la noche. Las golondrinas, que habían, dormían en sus nidos y así, paulatinamente, se iban recogiendo los nayeros en sus casas, hasta que bien pronto, ya amanecía un nuevo día.

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LA PRIMERA COMUNIÓN

Había un día del año, allá por el mes de Mayo, en el que los niños y niñas de ocho años, de mi aldea, teníamos un acto solemne. Era la primera vez que concurríamos a un evento religioso y social, para el que nos habían formado las catequistas, desde unos meses antes.

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Nuestra religión católica, abrazada por nuestros padres y familiares, como en todos los rincones de España, nos pedía para su continuidad, un compromiso, con los rituales eclesiásticos, dentro de la estructura de la Iglesia.

Nos apuntaban nuestras madres, en la sacristía de la iglesia, al tiempo que comenzaba el curso escolar y a partir de aquellos días, nos compraban el catecismo, un librito, cuyo tamaño, no era más que el de media cuartilla y en su interior, encontrábamos aquellas oraciones que debíamos aprender, el padre nuestro, la salve, el yo pecador, los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, etc. Aprendíamos a presinarnos y a seguir el ritual de la misa, en un estado de una incipiente concentración en nuestros comportamientos sociales, y compromisos con las cosas de Dios, que era lo que nos enseñaban.

Allí, teníamos muestras primeras enseñanzas, para discernir entre lo bueno y lo malo, el cielo y el infierno, el respeto a nuestros mayores y la concordia entre los niños.

Era, como moldear nuestras conciencias de niños, básicas para una religión, cuyas estructuras estaban bien definidas.

El mes de Mayo, era igual que hoy, el mes de las flores, ya habíamos aprendido que teníamos que confesar nuestros pecados al cura, lo que eran los pecados veniales y los mortales; que teníamos que cumplir la penitencia que nos decía el cura en la confesión y que

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limpios de pecados ya podíamos comulgar durante la misa y recibir a Dios......Y ese era el gran día, el día de nuestra primera comunión.

Desde unos días antes, la iglesia, se iba engalanando con flores y ornamentos, que la hacían acogedora, para el acto litúrgico.

Los niños, íbamos vestidos inmaculados, unos de marinero, otros de aviador o de corto, otros de largo y camisa de un blanco reluciente, muy pelados y limpios, con un rosario, misal en las manos y guantes blancos.

Las niñas, eran princesas, de relucientes trajes blancos, con diademas, tocados de nácar y zapatos nuevos para recibir a Dios.

Entrabamos en fila en la iglesia, desde la calle, ocupando los primeros bancos, los niños por un lado y las niñas por otro. Detrás, se situaban los padres y familiares, y le seguían las demás personas de la aldea. Al fondo, las fuerzas vivas, guardias civiles con trajes de gala, maestros, el alcalde, el presidente del casino....

Cuando terminaban los actos litúrgicos, los niños, se iban al casino, la caseta, la escuela, o a las casas con sus padres y familiares, donde se celebraba, entre tapitas, refrescos y cervezas.

La fotito del día de la comunión, con un recordatorio nominal, incluyendo la fecha, era común y constituía el mejor documento, del día de nuestra Primera Comunión.

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EL CORREO

Eran muchos, los trenes que pasaban diariamente por la estación de La Naya. El tren de la 8:00; la batea con los responsables de Zarandas y Lavadora, a las 14:00; el tren obrero de las 16:00; o el de las 12 de la noche. Convoyes de vagones de pirita, con destino al muelle del Tinto; numerosas máquinas con vagones vacíos, para cargar la pirita y otros, que llegaban hasta la

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Estación del Medio, para entrar en los angares de reparación, o cocheras de descanso. Hasta la Zorrilla, con el material de trabajo de los vieros, la veíamos pasar por allí, de vez en cuando.

Pero el más popular de todos, era EL CORREO. Un convoy de vagones, que cada día, cubría el trayecto entre Ríotinto y Huelva. Uno de esos vagones, era para transportar viajeros, que con un pase especial de la compañía RTC, podían viajar gratis los productores, una vez al año con sus familias. Era, el que utilizaba cada día, nuestro maestro D. Manuel, para dar sus clases en días alternos, en Los Frailes, Jaramá, Manantiales, La Picota, Gadea, Las Mallas......

Era, el tren que transportaba, la documentación que contenía, los informes de producción y departamental de la CÍA. hasta Huelva, donde eran procesados, en la Casa Colón, como órgano de gestión de la mina.

También transportaba, en vagones especiales, con portalones laterales, mercancías y paquetería, tal como hoy podría hacer una empresa de mensajería.

Pasaba por La Naya, sobre las 8 de la mañana y tardaba unas 4 horas en cubrir el trayecto, hasta la estación de Huelva.

En su trayectoria, se apreciaba paralelo a las vías, el curso del río Tinto, en todo su esplendor, colores rojizos de terciopelo, amarillo a veces por la precipitación de azufre, verde, azulado, violeta,...., y un

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suelo gris en su cauce, que lo hacía más hermoso que el arco iris.

Para su regreso a Ríotinto, salía de Huelva a las 13:30 y llegaba a la estación de La Naya, sobre las 17:30, hora en la que todos los chiquillos de nuestra aldea, esperábamos expectantes a nuestro maestro D. Manuel, canasto de comida en mano, que apenas sin dilación de tiempo, ya se ponía a enseñarnos, con la vocación de un auténtico maestro.

A veces, había retrasos, porque alguna máquina se averiaba en la vía general y tenía que arrastrar una larga fila de vagones, enganchados a la cola, hasta que arribaba a la estación de La Naya.

El CORREO, seguramente, el tren más popular de toda la cuenca minera, que cada día, al pasar por NAYA, trasladaba todos los detalles de la producción industrial del cobre y el arranque del mineral de la mina........

Y así, se llevaba diariamente EL CORREO, un trozo de la vida, de todos los mineros de la comarca.

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LOS CASAMIENTOS

Era un ritual, que tenía connotaciones de festividad en La Naya. Con anterioridad al evento, ya se iba preparando el gran día.

Muchas mocitas casamenteras, se ponían a trabajar, un tiempo, antes de la ceremonia, sirviendo en Bellavista, en las casas de los ingleses, con idea de ir juntando un dinero, con el que se iban comprando el ajuar. Los muchachos, tenían casi por seguro, el trabajo en la mina, aunque el dinero que ganaban, no pasaba de ser una miseria, para ir preparando, la vida en matrimonio, con las miras puestas en un mundo mejor.

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La cía., solía darles una casa en la aldea, aquellas en las que vivíamos, de no más de cuarenta metros cuadrados.

Antes de tomarse de dichos en la iglesia, ya iban los novios, por las casas de los vecinos, invitando a la boda y eran agasajados con alguna comida, durante la que se entregaban los regalos.

Dentro de nuestra humilde pobreza, reinaba el espíritu de la perfección, que rayaba a gran altura y así, el día de la ceremonia, se solía presentar la novia, en la puerta de la iglesia, cogida del brazo del padrino, luciendo un vestido de novia, de un blanco inmaculado, con un ramo de flores entre sus manos. No faltaba el velo y la tiara o diadema y unos zapatos nuevos, con los que se dejaba atrás la soltería.

El padrino, con traje y corbata, contribuía en el casamiento, con sus mejores galas.

El novio, que ya esperaba impaciente, en la puerta de la iglesia, del brazo de la madrina, nervioso e intranquilo, lucía el mejor de los trajes, que le habían confeccionado a la medida.

Los amigos, amigas, parientes y vecinos de la aldea, se iban reuniendo en el llano de la ermita y el caminar de la novia, desde que salía de su casa, a la iglesia, era seguido con la máxima expectación de nayeros y nayeras.

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Las campanas de la iglesia, repicaban sin cesar, en el tercer toque, para la ceremonia y el pasillo de la comitiva, desde la puerta de la iglesia al altar, era todo un espectáculo de admiración.

Desde unos días antes, la iglesia, había quedado engalanada, esencialmente, con ramos de flores en los bancos delanteros y allí se daban nuestros jóvenes nayeros, el sí quiero.

Firmaban y daban fe los padrinos y testigos en la sacristía. Entonces, salían los novios, radiantes de felicidad, por el pórtico de la iglesia.

Fuera, ya esperaban todos, y muy especialmente los chiquillos, que coreaban al padrino. “padrino pelón, que no tiene una chica, pa tirarla al repelón " y así, varias veces, hasta que aquel padrino, metía su mano en el bolsillo y lanzaba al aire un puñado de "perras chicas", algunas "gordas" y hasta alguna moneda de dos reales. El rebullicio, entre los chiquillos, ya estaba formado y todos agachados por el suelo, buscaban las monedas, que le daban grandeza al evento.

Lo normal, era que la comitiva, se dirigiera al casino, donde se preparaba el convite, con una tarta, que si tenía dos pisos, ya era motivo de una gran ceremonia.

Al día siguiente, algunos, tenían la suerte de hacer un viaje de novios a Huelva en el Correo. Otros, tenían que ir a trabajar y hasta no faltaba, quien se cogiera el camino e iba a hacer un saco de cisco, para las noches de invierno.

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Pobreza, que nunca pudo con el espíritu de superación de los nayeros, pobreza que no zanjaba la ilusión ni el amor de las parejas nayeras, pobreza que sólo fue el cimiento de la razón, la sabiduría y las aspiraciones de los muchachos y muchachas de mi aldea

LOS PRIMEROS TELEVISORES

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La radio, se había convertido en los primeros años de la década de los 60, en el principal medio de comunicación. Una carcasa de madera, relativamente grande, con una tela, que cubría el altavoz y dos mandos, el del dial para sintonizar emisoras y el de la voz, constituían un hito en la comunicación.

Familias enteras, vecinos, niños y mayores, se reunían entorno a la radio, para escuchar series radiofónicas de gran audiencia, como Matilde Perico y Periquín, que por las tardes constituían el centro de atención en mi aldea. Otras, como Caja o dinero, la canción del verano, las noticias, Carrusel deportivo o Radio gaceta de los deportes, nos tenían entretenidos, al tiempo que nos transmitían la ilusión de la comunicación.

La tecnología avanzaba imparable y hacia el año 64, comienzan a llegar los primeros televisores. Recuerdo el del Casino de sociedad de La Naya, al que se le mandó construir una repisa entre las puertas de la biblioteca y la secretaría. Era en blanco y negro, y que sólo nuestro amigo Bellido, era el único que podía ponerlo en marcha. Cubierto con una funda de tela cuando no estaba funcionando y sólo se sintonizaba una frecuencia, la VHS (primera cadena), más adelante, con una antena adicional, podíamos sintonizar también la UHF (segunda cadena).

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No teníamos luz, hasta las siete de la tarde. La serie de Bonanza, la ponían a las cuatro, los dibujos animados a las seis. Entonces íbamos los chiquillos, al muro del túnel, suplicando al "Tarta" (que así le llamaban a aquel hombre), que nos diera la luz antes, para poder ver la tele.

Más adelante, tuvimos la suerte de tener la luz todo el día, y la televisión se constituyó en todo un acontecimiento.

Series de por las noches, como El Santo, Es usted el asesino, La zarpa, o el Rebelde, marcaron la primera época,

Los telediarios, tenían toda la audiencia y los Peques de la familia Tellerín, constituían un gran acontecimiento social.

Desde el Pinito, veíamos crecer el número de antenas, sobre los tejados de nuestras casas...Hasta las contábamos...20,21,22,.....Era la señal de un progreso que nos parecía esencialmente importante.

Cada semana, nos ponían un partido de fútbol los domingos por la tarde y los lunes por la noche, daban los reportajes de la jornada futbolera.

Programas como Cesta y Puntos, con Daniel Vindel, o los Chiripitiflauticos con Valentina, Locomotoro, El capitán Tan y el tío Aquiles, nos enganchaban a más de

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uno y Viaje al fondo del mar de capitán Kowasky, nos llamaban mucho la atención.

Pronto apareció el Teleprograma, una revista semanal, donde veíamos la programación de cada día.

Las pelis, de cine mudo, nos hicieron reír, y programas como Salto a la fama y Lluvia de estrellas, nos reunían entorno a cualquier televisor, para distraernos los fines de semana.

Pronto, se inventaron, unos visores de tres colores, en verde rojo y azul, que se ponían delante de la pantalla y ya teníamos la televisión en color.

Las interferencias, eran el gran fastidio y allá andábamos subiendo altura a la antena y girándola, hasta obtener una buena señal.

Televisores, que nos trajeron la alegría de un mundo mejor, sensaciones de un progreso, que nos hacía pensar en algo diferente y que tal vez para muchos, fue el principio de la emigración hacia un mundo más próspero y de mejor calidad de vida.

Pero nunca olvidaremos, la ilusión y lo mucho que significaron para los nayeros, los primeros televisores.

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EL MATADERO

Estructura sólida, de piedras irregulares, que se levantaba unos cuantos metros más allá, de la esquina norte de la iglesia.

Situado, frente a la última pared de la calle Comandante Redondo, que era la de la panadería. Cerca del convoy, y muy cerca también, de la última parte del muro, que moría junto a las vías, en un vetusto paso a nivel, al que llegaba un terraplén inclinado, para morir entre hierbas silvestres.

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Se erguía solitario, frente al vacíe de escorias de la fundición, dejando entre ambos, un depósito sobre llano, de grises piritas flotadas, algunos matorrales de uvas palmas y la boca de una alcantarilla, por la que discurrían las aguas de escorrentías, lluvias y drenajes del almacenamiento de materiales y subproductos de la fundición.

El matadero, tenía una superficie de unos doce metros cuadrados y estaba dividido en dos compartimentos. Su techumbre, apoyada en una vieja estructura de madera, estaba formada por unas antiguas tejas árabes, que eran el aposento de algunas golondrinas, donde hacían eclosionar sus huevos en primavera, en nidos de finas hierbas y palos secos.

La función del matadero, nunca la conocí. Seguramente fue el sitio para el sacrificio de algunos animales y para descuartizar la carne. En su última etapa, no fue más que un establo, donde pernoctaba la mula de la panadería.

Las dos puertas de acceso, orientadas al vacíe, eran de madera y las conocí, viejas, carcomidas y deslustradas....

La pared, que daba al llano de la iglesia, estaba recrecida de ladrillos, enlucida y encalada de blanco, haciendo la función de pantalla, donde se proyectaban las películas del cine de verano.

Dos piedras grandes, bajo aquella pantalla y separadas unos tres metros, hacían de portería, donde los niños

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nayeros, jugábamos al fútbol. Y en el aire del matadero, se quedaron los secos sonidos, de los balonazos que golpeaban aquella pared, dejando las marcas del suelo y barro del llano de la iglesia.

Cuando destruyeron mi aldea, todo quedó esparcido por los suelos y se olvidaron de derribar el matadero. Tal vez, su estado, ya casi ruinoso, no merecía su destrucción total.

Y seguramente para los hombres y mujeres de Naya, algún sentimiento de cariño, se quedó en el alma del Matadero.

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LA RESBALADERA

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Sobre un terraplén de tierra dura y compactada con escorias de la fundición, discurrían las vías del ferrocarril, por la cara Este del lavadero, guardando la horizontalidad, atornilladas a unas traviesas, que siempre vi envejecidas por el tiempo.

Pasaban las vías, por delante de la estación vieja, preservadas por un paso a nivel, que se levantaba a continuación del muro, como medida de seguridad y enseguida las vías, seguían su curso, hasta juntarse con la general en las cercanías de la casa palanca.

Cuando llovía, el agua se quedaba embalsada bajo los raíles y para desaguar, construyeron un canal de hormigón, sobre la falda del terraplén, que bajaba desde el nivel de las vías, hasta el suelo del lavadero, salvando una distancia de unos tres metros, con una cierta inclinación y de sección en forma de U. Podía tener una anchura de unos treinta centímetros y unos veinte centímetros de alto los flancos laterales. Por allí, fluía el agua cuando llovía, dejando expedita y despejadas las vías.

A los niños de mi aldea, nos parecía aquel canalón, lo más idóneo para tirarnos desde lo alto, sentados sobre un trozo de cartón, aumentando la velocidad, según se bajaba y hasta llegar al suelo. Era divertido y solíamos juntarnos muchos niños a veces....Y guardando riguroso turno, allá íbamos uno detrás de otro......Era nuestra " resbaladera”.

En muchas ocasiones, abajo nos esperaba por allí suelta la " Biri " , una cabra pequeña que compartían

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mis tíos y que con sus cuernecillos apenas afilados, arremetía contra nosotros, cuando llegábamos al suelo, como queriendo apartarnos de aquel peligro inminente.

Cuando ya el bullicio de los chiquillos, era exagerado, aparecía el municipal (el bueno de Nicolás), para disuadirnos del peligro que corríamos tirándonos por aquella regata.

Hoy, cuando voy a algún parque acuático, repleto de toboganes, que desembocan en el agua de alguna piscina, siempre me afloran los recuerdos, de aquella resbaladera, donde nos divertíamos incesantemente, los niños de mi aldea.

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LA ENCINITA

Una de las salidas que tenía La Naya, al Oeste, era por la calle Norte. Haciendo un giro de casi noventa grados, dejaba a la derecha el Convoy y a la izquierda el Calero, enlazando enseguida con la carretera de circunvalación que pasaba por delante de los arbolillos. Y después de cruzarla, empezaba un camino de unos cincuenta metros, raso y pulido de tanto pasar los nayeros, hasta llegar a un arroyuelo de aguas ácidas, que provenían del apilamiento de la pirita flotada y el cianuro húmedo, formando por escorrentías, el nacimiento de un arroyuelo que llegaba hasta la Laguna, para converger con el arroyo de los huertos y gallineros, juntando sus aguas, para convertirse así, en el primer afluente del río Tinto, por su derecha.

Después de aquellos metros de camino, se cruzaba el arroyuelo, pasando por encima de un muro, pequeño, de poca altura y maltrecho, que retenía los primeros metros de agua, a los pies del cianuro, formando a veces una laguna de agua multicolor.

Pasado el muro a pie, allí estaba la Encinita. Seguramente nació silvestre y casi con toda probabilidad, para contravenir todas las leyes que rigen la naturaleza, como era normal en mi aldea.

La Encinita, no tenía vegetación alguna a su alrededor. Sus raíces, no tenían a su alcance más humedad que la del inhóspito arroyuelo y el aire que la besaba, no era más, que el de un ambiente de sulfurosos metales.

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Su desarrollo, no llegó a superar, el volumen de un arbusto. Estaba formada por débiles ramas y sus hojas eran de un verde muy pálido, sin llegar a formar un follaje frondoso. En otoño, nos dejaba unas cuantas bellotas muy pequeñas, que nos hacía ilusión coger y casi amargas, apenas nos la podíamos comer.

En ocasiones, algunos niños, se iban a jugar a no sé qué cosas, a la Encinita. Tal vez, la compañía de los chiquillos, que se subían en sus tiernas ramas, hacía feliz a la debilucha encina, al tiempo, que daban rienda suelta a los pensamientos de los chiquillos nayeros.

Allí, junto a la Encinita, seguía su curso el camino, que a pie, nos conducía cuesta arriba, hasta el llano de cianuro gris, en la dirección del cementerio y al pueblo de Ríotinto.

Ya entre dos luces, se encendía la luz de la caseta del guarda, en lo alto de aquella cuesta y seguramente algunos niños volvíamos a nuestras casas, con los pies mojados de agua agria, junto al débil tronco de la Encinita.

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EL PINCHO Y El CESTO DE LOS GURUMELOS

El gurumelo, de nombre científico Amanita ponderosa, es una especie de hongo basidiomiceto, comestible muy apreciado, endémico, de la zona central y Oeste de Andalucía, especialmente en Huelva, sur de Extremadura y el Alentejo portugués.

A simple vista, y para los no entendidos, se puede confundir con el champiñón. Tiene una forma y color similar, pero de mayor tamaño.

Su escasez y aprecio, por parte de los gourmets, hace que se venda caro en los mercados.

Hay que tener mucho cuidado, con las intoxicaciones, pues hay setas parecidas, que resultan venenosas.

Existen asociaciones micológicas, conocedoras y expertas, a las que hay que encomendarse, cuando no se es conocedor de estas setas.

Era común en mi aldea, que muchos nayeros tuvieran en sus casas, un pincho y un cesto de mimbre, para ir a buscar gurumelos, los días de sol, después de las lluvias de Enero.

El pincho de hierro, solía ser de unos veinticinco centímetros. Curvo por un extremo, como el mango de un paraguas y algo resbalado por el otro, terminando en punta de flecha. El cesto de mimbre, era necesario, para que las esporas, cayeran al suelo en su transporte y pudieran seguir desarrollándose.

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Salían los nayeros al campo, por el cerro de la carretera de Marín, en dirección a la Ribera de las Delgadas. En aquella umbría de pinos, cubierta de hojarasca, había que caminar despacio y fijarse en el suelo, que a veces se abultaba resquebrajándose y bajo la grieta, que había que limpiar a su alrededor, estaba el gurumelo. Había que meter el pincho, profundo sin dañar el talo y levantar la especie del suelo.

El gurumelo, se depositaba en el cesto y a seguir buscando por el suelo, atentos con la mirada.

Cerca de la ribera, había jarales y zarzas, donde, de un año para otro, se reproducían, siempre en el mismo lugar y esos sitios, eran conocidos por los gurumeleros nayeros. A veces, allí mismo, se multiplicaban estas setas, para llenar el cesto. Era el momento del éxtasis y la máxima ilusión, de los buscadores de gurumelos.

La vuelta a casa, con el cesto repleto en una mano y en la otra el pincho, era un momento de tal expectación, que todos los vecinos de mi aldea, tenían que asomarse, para ver tan extraordinario trofeo, en ocasiones compartido.

Pincho y cesto de los gurumelos, dos armas apreciadas entre los nayeros, que nos traían la felicidad y la exquisitez de un manjar inigualable al paladar, en los días soleados de Febrero

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EL ÚLTIMO NAYERO

(RAFAEL PRADA MORENO)

Tuvo que ser tu guitarra, acompañada de tu voz, quien pusiera tintes de alegría, cuando quedó destruida nuestra aldea.

Tu cante, como un quejío, que sale espontáneo, impotente y sin solución, para una aldea, que nos vio nacer y crecer, en nuestra lejana infancia.

Tuvo que ser Rafael, el último nayero, que registró la aldea, el eslabón del arte, del cante, de los sentimientos, el eslabón, entre un antes y un después...

Que empiecen a sonar, los acordes de tu guitarra, que aflore el arte, que te corre por las venas y proclama nuestras raices, en aquel rincón de esa cuenca minera, la del cobre y el azufre, la del Tinto y la chimenea de pirita.

Y cuando, nos estés cantando, mira al cielo y cierra los ojos, como haces cuando cantas. Que en algún lugar preferente, te estarán escuchando muchos nayeros, que murieron y de tu voz esperan una soleá, que llene la gloria y enaltezca, el orgullo de ser NAYERO.

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DISCOS EN EL DESVÁN

Desalojando enseres, de la casa de mis padres, encontré en el desván una colección de discos singles y LP, en fundas de cartón, algunos de los cuales nos habíamos traído de Naya.

Un picú (Pick up), de carcasa en plástico duro, en colores rojo y blanco, donde la tapa superior, horadada en raya blancas, constituía el altavoz y el cuerpo de aquella caja, era la base, con un plato giratorio que podía seleccionar la velocidad a 45 o 33 rpm , según el

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tamaño del disco. Una conexión a la corriente, que podía seleccionar la tensión de 125 o 220 V.

El cabezal, llevaba una aguja, que podía reponerse fácilmente, con un anclaje de quita y pon. Se levantaba suavemente el brazo rígido de metal y con un movimiento de atrás hacia adelante, ya se ponía en marcha el giro del plato, donde se colocaban los discos de polivinilo, acanalados en espiral, desde el exterior al centro. El volumen se podía regular con un mando de voz y ya estaba el picú (Pick up) listo para sonar.

Encontré viejas canciones, que allí estaban algo polvorientas:

Alguien cantó de Matt Monto

Un rayo de sol de los Diablos

Cuéntame de Fórmula V

Si yo tuviera una escoba de los Sirex

Las Flechas del amor de Karina

Gwendoline de Julio Iglesias

Los chicos con las chicas de Los Bravos

Borracho de Los Brincos

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El tiempo vuela de los Pekenikes

Cuando salí de Cuba de Luis Aguilé

La felicidad de Palito Ortega

Anduriña de Andrés do Barro

El abuelo Víctor de Víctor Manuel

Yellow river de Los Beatles

Que viva España de Manolo Escobar

El emigrante de Juanito Valderrama

Algunos de escasa calidad, que venían en las bolsas de coñac Fundador, donde en un pack de tres botellas te metían un disco.

Villancicos de la Niña la Puebla

Sevillanas de Romeros de la Puebla

Angelitos negros de Machín

Cartagenera de los tres sudamericanos

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También encontré el disco " Resistiré " del dúo Dinámico, que me levantó la melancolía. Vino a mi memoria, la última etapa de la vida de mi aldea. Fue la impresión, como si las casas de Naya quisieran resistirse a su destrucción. Como si los nayeros nos resistiéramos a abandonar lo que un día fue nuestro hogar. Tuve las sensaciones de resistencia de mucha gente ante la adversidad, cuando es difícil afrontar algo que se nos va, sin posibilidad de hacer algo para poner remedio

Discos en el desván, que me trajeron el recuerdo de la última etapa de mi vida en la aldea de La Naya de Ríotinto.

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EL CEMENTERIO

Era solemne, solitario, en el margen izquierdo del camino, que nos llevaba hasta Riotinto.

Cruzando el pequeño arroyo, que se formaba con las aguas de escorrentías del cianuro, allá por la encinita, subíamos un repecho, hasta la misma cola del cianuro gris, llano y polvoriento a veces. Después el camino de tierra, casi pulido por los pies de los nayeros, hasta la carretera de asfalto, con muchos rotos.

Y allí justamente, estaba el cementerio. De planta rectangular, con los nichos en las paredes. La cancela de hierro, el osario en la esquina derecha, según se entraba, y algunas tumbas sobre el suelo, casi comido de hierbas salvajes.

Tumbas de nayeros, que murieron con la agonía en sus gargantas, impregnadas de pirita, de cobre, de agua agria, de humos, de trenes y de ingleses.

Doblaba la campana, de la espadaña de la iglesia, cada vez que moría un nayero. Con un sonido ronco y pausado y de uno en uno sus latidos, nos unían en el dolor de aquellos, que perdían algo tan querido.

Muertes, que nos inundaron de pena, por trágicas, de nuestros jóvenes amigos, de los mayores, de ancianos que en la aldea dejaron su vida, niños recién nacidos.....

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Todo un rosario, de tres o cuatro muertes cada año, que fueron forjando, un antes y un después en La Naya. Llantos de madres, de viudas, de hermanos y de amigos, cada vez que se marchaba uno de los nuestros.

Y aquel día de 1973, cuando cada embestida de las máquinas, contra las paredes de nuestras casas, hacían la masacre de nuestra destrucción, la campana de la espadaña, doblaba sin parar, en el corazón de cada nayero, lejos quizás, para no escuchar el llanto de nuestras casas vacías.

Por quién dobla, la campana de la iglesia?

Si no estamos ninguno, para escucharla,

Por quién dobla esa campana, mientras crujen los blancos ladrillos, bajo escombros; dejando arrasado nuestro suelo, nuestro casino, nuestra escuela y nuestras calles.

Que el llanto, no se escuchaba en el aire nayero, porque estábamos lejos. No estábamos ninguno.

Pero en cada rincón donde habitábamos, cada uno de nosotros, se escuchó el quejido de pena y de dolor. Y aún resuena el eco, en el alma de cada nayero.

Por quién dobla la vieja campana, que no para de sonar desde hace años.

Sólo la morada interior, de cada uno de nosotros, sabe el sentir de la pena que nos inunda, desde que

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destruyeron nuestras casas, nuestra infancia, y la magia de una parte, tan importante de nuestras vidas.

CANCIÓN A LA NAYA

Nos iremos marchando todos, de uno en uno

Y la calle Barranco, se quedará, mirando al túnel.

Y la calle La Fuente, mirando al lavadero.

La acera de abajo, de la calle Ancha, se quedará mirando, a la estación y a la fuente.

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Y la acera de arriba, al casino y a la escuela.

La acera de abajo de la calle Medio, se quedará, mirando al muro.

Y la de arriba, a los huertos y gallineros.

La acera de abajo, de la calle Norte, se quedará mirando al árbol grande.

Y la acera de arriba, se quedará, mirando a la iglesia.

La calle Comandante Redondo, se quedará, mirando, al cielo.

El barrio de la salud, se quedará, mirando al cianuro.

Muchos de nosotros, nos quedaremos, para darle verde a la higuera y a la vegetación que vaya floreciendo.

Y los pájaros, se quedarán cantando, en el árbol grande y la ermita blanca.

SEVILLANAS NAYERAS

Mayo 2017

Es mi Naya muy minera

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Cuando al cianuro te asomas

Cuando al cianuro te asomas

Chimenea de pirita

Y árboles con buena sombra

Con el sol que tanto brilla

Cuando el Nayero te nombra

(Estribillo)

Que tiene mi Naya un río

De colores "mu" especial

Y llorando cruza el puente

Cuando de Naya se va

Vagonetas de pirita

Cuando al túnel tu te arrimas

Cuando al túnel tu te arrimas

El estanco y el casino

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Que recuerdo de chiquillo

Las acacias y los caminos

Y el gran llano de amarillo

(Estribillo)

Que tiene mi Naya un río

De colores "mu" especial

Y llorando cruza el puente

Cuando de Naya se va

Siento el aire de las minas

Al pasar el concentrador

Al pasar el concentrador

La ermita y casas blancas

El vacíe y la fundición

Este canto en mi garganta

El cobre en mi corazón

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(Estribillo)

Que tiene mi Naya un río

De colores "mu" especial

Y llorando cruza el puente

Cuando de Naya se va

El abrazo con mi aldea

Cuando recuerdo la escuela

Cuando recuerdo la escuela

Lavadero y la caseta

El muro y la estación

Una fuente de agua fresca

Una rosa y una flor

(Estribillo)

Que tiene mi Naya un río

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De colores "mu" especial

Y llorando cruza el puente

Cuando de Naya se va

Luis carlos moreno

26-5-2017

POEMAS EL TINTO A SU PASO POR NAYA

Rebasado el muro del dique

en Nerva por Marismillas

abandonaba el aire que lo bendice

Y enfilaba Talleres Minas

Honda garganta de murmullo

Para teñirse de mil colores

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disolviendo metales del suelo

Y forjando tantos valores

Sudor de cuerpos mineros

Reflejados en su corriente

Miserias de tiempos que fueron

emblema de gente fuerte

Mira su amplio meandro

Cuando pasa por fundición

Parece que va pensando

Con sufrimiento y dolor

Y al paso por la estación

Ya coge su tono alegre

El policromado de su color

Y un cauce que lo albergue

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Después la Casa Palanca

Su color del terciopelo

El arco iris se afianza

Queriendo abrazar el cielo

Por las balsas y Marin

Ya se nos marcha el río

Con el aroma de mi jardín

Y el color del tinto tardío

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EL SILENCIO DE LAS ESCORIAS

Hoy mi mirada, traspasa el cielo gris de mi aldea

Y me quedo con el sentimiento de un suelo árido

que dibuja en mi alma el caldo rojo de la piquera

Un horno que separaba el cobre de las escorias en ascuas

Un paisaje desolado y arrasado, solo y arruinado

me trae, los recuerdos de los mineros, de caras negras

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arrugadas y envejecidas, entre humos que lo destruyeron

Y su lento caminar, a la sombra de los minerales

Un montón de piedras negras, que duermen

entre aguas agrias de metales y ocres de suelo duro

Las ruinas de un concentrador de cobre

donde los muros hablan todavía,... y hasta sufren.

El silencio de las escorias guarda el dolor

con la muerte de Martinillo, aquel día de verano.

Y mis amigos que se marchaban, iban dejando sola

una sepultada aldea, de ilusiones vanas.

Llora en silencio mi mirada a los terreros

Y me detengo en el vacíe, mirando al río

que sigue con sus lamentos de aguas rojas

Agonía, que hoy me trae, el silencio de las escorias

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LAMENTOS DEL MURO (La Naya)

Con mil piedras por el suelo

de tu estructura caídas

de tus entrañas un suspiro

y en mi memoria tu vida.

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Por calle Barranco me asomo

y yace de escombros, perdida

por el túnel, corre el agua

de roja sangre teñida.

Murmullo, que trae el aire

sonido del agua que sale

un drenaje de colores

bañando la mina y el valle.

Vías de hierro retorcidas

herrumbres al pie del muro

de viejas hierbas tupidas

Más lejos, está el cianuro.

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El viejo muro que brilla

en ruinas y destruido

entre sollozos se ilumina

muriendo solo y herido.

Lamentos de soledad

son los lamentos del muro

que ya murió sin piedad

un recuerdo para el futuro.

Luis Carlos Moreno López

Aljaraque a 8 - 4 – 2018

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Poema de versos libres

LA VIEJA VENTANA DE LA NAYA

Apoyado en el antiguo alféizar

de la vieja ventana en ruinas

tengo delante escala de grises

negras escorias de ascuas sólidas

Un cielo de tono muy azul

salpicado de nubes blancas

humos que se marcharon

dejando la piedras mudas

Montañas, de vegetación ausente

las ruinas de una chimenea centenaria

un trozo del amarillo cianuro

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el suelo árido y seco que abrasa

Mis manos sobre las ruinas

de una pared casi destruida

En el aire sórdido y seco

el sonido de un pueblo vivo

Niños, que corren y gritan jugando

hombres caminando a la fundición

Otros que bajan por las escorias

una laguna de aguas verdes

Mujeres comprando en el puesto

viejos, bastón en mano y al sol

las cañas muertas de la escuela

rojizo y sangrante el suelo

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El silencio de tu angustiosa soledad

que me trae un murmullo sostenido

en una antigua aldea muerta

y una campana de bronce sin tañer.

Luis Carlos Moreno López

En Aljaraque a 29 Abril 2018

(foto de Rafael Pernil)

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FLORES DE OTOÑO

Girasoles amarillos

Zinnias blancas, amarillo brillante, rojas y rosas

Dalias de blanco y naranja

Hortensias, joya del otoño

Aster, rosa y púrpura

Farolillos de color naranja

Crisantemos amarillos

Geranios rojos

Pan de azúcar en otoño azulado

Amapolas, de pétalos marchitas

Margaritas de los prados, que vendréis por primavera

Campanitas amarillas y blancas

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Flor de pascua amarillo ocre

Hojas secas y marrones

Alhelíes rústicos y duros

Caléndulas de híbridas flores

Pensamientos violetas, los más floridos de todos

Rosas con espinas, que se marcharon

Begonias de pálidos rosas

Flores, que daréis el color del cobre al Otoño, y el color del cobre a mi alma

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CANCION DE CUNA

Suenan martillos contra los yunques

Suenan los hierros en ascuas

Tintineos que el aire enriquece

Herreros del rojo vivo en la fragua

Qué ya se cerró la noche

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La luna vigila la alcoba

Con rayos de blanco y ocre

Entre algodones por su almohada

Mil sueños de la inocencia

Llenan los vacíos de sus pensamientos

Por el aire que nada despierta

Con ilusiones que llevan los vientos

Duerme mi niño en su cuna

Lanzas de hierro que rompen

Los soles de cada mañana

me despiertan con sus canciones

Su madre lo arropa y canta

En poco y despacio se duerme

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Canción de cuna en su boca

Yo centinela y duende.

A TODOS LOS ANDALUCES

Andaluces de manos encalladas

Escultores de vides y olivos

Dueños de la tierra callada

Alfareros del pan y artesanos del vino

Marineros del litoral andaluz

desde Huelva hasta Almería

en esta costa del sur

con tus barcos y redes tejidas

Jaén, sierra Magina y las Villas

Y entre Segura y Cazorla

baja el Guadalquivir

con el poderío de una señora

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Córdoba la sultana

entre la sierra y los viñedos

herencia mora y romana

sueños del sol justiciero

Sevilla campesina

arte y estilo andaluz

Giralda y calles estrechas

barrio de Santa Cruz

Málaga coqueta y cantaora

entre verdiales en la Axarquía

cobijo del clima y autora

del retrato de Andalucía

Granada, la de las nieves

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la de la fuente de los leones

la del embrujo gitano

y las calles con sus farolas

Almería, con su alcazaba

la de grandes invernaderos

la más seca de todas

la de incansables marineros

Cádiz, tacita de plata

la llamada carnavalera

la que el arte y gracia señala

y con el vino por bandera

Y en Huelva, que es mi tierra

de la campiña a las minas

desde la sierra a la costa

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Te quiero yo tierra mía !

Y nunca supe muy bien

si es en Aracena

donde empieza ó donde termina

la hermosa Sierra Morena

LA ROSA PERDIDA ( mi aldea )

Aridas tierras, de minas

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de piedras rojas y grises

erosionada y maldita

de agua agria surcada

Suelos desnivelados

Y railes de vías muertas

reliquias de un pasado

con minas abandonadas

Aires y aromas de azufre

Escasa tu vegetación

Piedras policromadas

de rojo fondo el color

De casas blancas y humildes

de mineros muy sufridos

Con rabia y pundonor

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gente de sabio subido

Allí me dejé una flor

Era una rosa perdida

de pétalos rojos, color

cáliz de verde vida

Tanto brilló en mi vida

que el día que yo volví

su color no perdería

por tanto que fue para mi

Y en medio de tanta aridez

allí estaba mi rosa

tal como yo la dejé

! mira si era hermosa !

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HORTELANOS DE NERVA

En mil terrones destripados

del cerro Moro, su ladera

por montones de piedras cercados

en tierra negra, la sementera

En la umbría del Ventoso

en medio del basto monte

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verde, floridos y hermosos

los huertos de tu horizonte

Por tierras, todo sembrado

de tomateras tu vergel

del Peral, pimientos sobrados

con estiércol, cebollas también

Del Pozo Bebé, las tierras

huertos de oscuro vestido

emparrados de uvas negras

con lomos de viejo mantillo

Cerro Pelambre, hortalizas

recogidas en verano

berenjenas y calabazas

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cosechas del hortelano

En calle Augusto, rincones

semillas de tierra germinada

linderos, piedras montones

productos de tierra labrada

Por la tarde, vestidos de limpio

con los tomates, en sus manos

comparten por las tabernas

sus productos, los hortelanos

A la memoria de los viejos hortelanos de Nerva, que solían compartir los tomates "rajaos" con sal y un vaso de vino, en las tabernas, en tardes de verano

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SANGRE MINERA

Mira tanta sangre roja

Como si fuera río de piedras

Que brota como se antoja

Cuando fluye por la tierra

Brillos de tonos tristes

Mezcla de ocres fueron

Riqueza en mi tierra fuiste

Mineros que pobre murieron

Brotan pinos entre las rocas

Y de hojas verdes la salpican

Morados metales te adornan

Cuando a la Corta te arrimas

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Suelo en terrazas que bajan

Por el azufre atormentada

Rojo el cobre que se ultrajada

Y de pirita gris fragmentada

Las vetas de mil colores

Se clavan ante mis ojos

Entre sombras y entre soles

El legado que yo recojo.

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SENTIMIENTOS DE AMOR

Porqué cuando viene el otoño

brotan nostalgias y sentimientos

añoranzas del tiempo pasado

amor marchito en los pensamientos

Brotes por cielos azules

Qué escondes bajo miradas

De ojos tensos sensibles

De luces fuertes iluminadas

Brillos de ojos lánguidos

Amores fuertes feroces

Que nacen entre sonidos

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Del alma limpia y sin roces

Duerman mis sentimientos

Callen todos los ruidos

Despierten mis lindos amores

Qué gritan muy afligidos

El día que me olvidaste

Me dejaste desprotegido

Sin saber, pude orientarme

Sin tus amores estaba hundido

Yo nunca pinté tu cara

Con pinceles de artista subido

Yo te pinté mariposas

De blanco y azul teñido

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LA MAR

Sobre la mar, mi barco

Sobre mi barco una vela

Sobre la vela, el viento

Sobre el viento, una estrella

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Sobre la orilla las olas

Sobre las olas, espumas

Sobre espumas mis versos

Sobre mis versos la luna

Sobre el horizonte, el sol

Sobre el sol el cielo

Sobre el cielo, la tarde

Sobre la tarde, un velero

Sobre el azul, amarillo

Sobre amarillo, anaranjado

Sobre anaranjado medio sol

sin el sol el negro cerrado

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Sobre el día vuelve el azul

Sobre el azul, las mareas

Sobre las mareas la luz

Sobre la luz las estrellas.

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Una calle y una plaza de Andalucía, celebrando el día de nuestra comunidad autónoma

En Sevilla, calle Sierpes

tradicional y concurrida

La Plaza Nueva de siempre

con naranjos y muy florida.

Huelva, calle Concepción

emblemática y marinera

Plaza de las Monjas, rincón

de esta mi tierra choquera.

Córdoba, calle Gondomar

la del comercio y alfarería

Plaza de las Tendillas, lugar

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de las tardes con alegría.

En Cádiz, calle de La Palma

allá por el barrio de La Viña

Plaza de S. Francisco la calma

hasta que al Carnaval, le guiña.

En Granada, Camino de Ronda

frente a la nieve del Mulhacén

Plaza Nueva, la más antigua

arcos de rastro moro también.

En Málaga, calle Larios

de marqueses y hacendada

Plaza Constitución, el barrio

en Semana Santa señalada.

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Jaén, Almendros Aguilar

escudo del Santo Reino

con su plaza de San Juan

un paraíso de ensueño.

Paseo de Almería y la Rambla

justo al pie de su Alcazaba

Puerta de Purchena, que habla

con playas de arena dorada.

La calle Larga en Jerez

que termina en el Arenal

avenida Álvaro Domecq

caballera y señorial.

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Ay! rincones y bulevares

de esta la tierra mía

en primavera azahares

el aroma de Andalucía.

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A la memoria de Blas Infante Pérez de Vargas

en la celebración del DIA DE ANDALUCIA.

Blas Infante de Casares

Archidona y Granada tu juventud

veías pasear el hambre

por todos los pueblos del sur.

Notario de Cantillana

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donde nace el amor de Andalucía

bendita esa tierra serrana

orgullo de tierra mía

Miserias de jornaleros

tierra furtiva y callada

que calienta el sol justiciero

bajo asambleas organizadas

Isla Cristina, segundo destino

del ilustre notario andaluz

allí madura con tino

pensamientos de inquietud

Su lucha en Coria del Río

por una libre Andalucía

sobrio notario de sueños

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sin esclavos de la burguesía

En la historia del flamenco

la cultura de Andalucía

que canta a la sombra del verdeo

entre aguardiente y mecerías

Cuidadoso del medio ambiente

Andalucía por sí, España y la humanidad

Levantaos andaluces

bajo el sol de nuestra tierra.

Aquí nos dejó la bandera

blanca y verde es

blanca por la hermosura

verde esperanza también

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Hércules como símbolo

del que vence en lucha abierta

por ideales de sueños

que llaman a nuestra puerta

Compuso el himno andaluz

letra de hondos sentimientos

como esos que llevas tú

siempre que vuelan tus sueños

En la casa de la alegría

allá por Coria del río

la historia de Andalucía

que es la del pueblo mío

Y en el kilómetro cuatro

entre Sevilla y Carmona

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aquella noche de Agosto

por dos veces gritó

! VIVA ANDALUCIA LIBRE !

Y fusilado murió.