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ESCRIBIR BIEN

O cómo fracasar mejor en el arte de la escritura

Isaac Belmar

http://www.hojaenblanco.com©2017. Isaac Belmar. Todos los derechos reservados

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ÍndiceEl arte de la escrituraLo básicoCómo aprender a escribir bien en 5 sencillos pasosEl mito del talentoEscribir bien es difícil, y esa es una gran noticiaY no se vuelve más fácil.David BowiePor qué seguir tu pasión es el peor consejo para escribir (y paratodo)Sobre qué escribirEl camino a la maestríaEscribir todos los díasDejarlo todo para dedicarse a escribirAntes de escribirCursos de escritura y otros animales fantásticos fáciles de encontrarEl mayor enemigo del escritorLos objetivos son para perdedoresCómo crear un best-sellerLas reglas del arteLa pistola en la cabezaEscribir es una cuestión de energíaEl mejor consejo posible para un escritorEscribiendoLas herramientas del escritorEn defensa de la rutinaLas metáforasLa capacidad de ser miserablesLa cantidad es lo que te hará buenoEscribe lo que seaLa mayor parte de lo que escribas nunca verá la luzLa necesidad de apasionarAlcanzar el estado de flujo en la escrituraLas historias que nos contamos sobre escribir nos impiden escribir

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bienDespués de escribirCorregir la historia (con artista invitada)Cómo publicar cuando parece imposible publicarPor qué no tengo «lectores cero» y no creo que sirvan demasiadoQué hacer si no tienes o no quieres lectores ceroLa parte más importante de escribir es borrarEl síndrome del impostorEl caso de la horrible camisetaCríticas y elogiosVender tu libro, a cualquier precioDespedida y cierreSobre el autor

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El arte de la escrituraHemingway no quería hablar nunca de escritura, pensaba que esotraía mala suerte. Hay que escribir, no hablar de ello, a pesar de quelos escritores solemos tener la inclinación contraria. Como si hablar deescribir contara para mejorar en nuestro arte, cuando, en caso de quesirva para algo, seguramente sea para lo contrario. Tras esadeclaración de intenciones, Hemingway se dedicó (por supuesto) ahablar largo y tendido sobre el tema. Lo hizo en cartas, artículos yentrevistas.

He ahí una lección sobre escritura y escritores que merece la penameditar.

Supongo que has cogido este libro porque escribir bien (algo tannebuloso y pasado de moda en favor de vender y venderse) te pareceinteresante de alguna manera. Bienvenido a la ruina si es así. Escribirbien parece que se pone al final de todo, es una causa perdida la delarte por el arte y no por las colas de firma en El Corte Inglés. Pero laverdad es que no he encontrado una causa buena que no fuera perdiday, sobre todo, ¿qué clase de escritor está al lado de las guerras que seganan? Sólo los malos.

Antes de nada, te diré qué no es este libro para que luego no se digaque no avisé. Este no es un libro con diez ni cien consejos paraconvertirte en escritor famoso, o para que tu historia sea adictiva y tuargumento atrapante (no soy yo, es el término que usan algunos de losque sí prometen eso).

Tampoco es la fórmula mágica para que vendas (aunqueseguramente sí para lo contrario). Ni siquiera voy a entrar en temasque sí son útiles para la mejora de la escritura, como saber sobretramas, estructuras y otras cosas importantes de nuestro arte. Esashabrá que aprenderlas en otra parte, leyendo a los mejores,preferentemente.

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¿Entonces qué es este libro? No estoy seguro. ¿Qué es escribir bien?Porque escribir bien es algo que reconoces cuando lo ves, perodifícilmente lo puedes explicar. Algo que, curiosamente, coincide conla famosa definición de pornografía que surgió en un juicio durante losaños 60 en Estados Unidos, así que a lo mejor escribir bien es purapornografía.

Este libro, por una parte, recopila una serie de artículos sobre el artey su proceso que he publicado durante estos años en mi propia web(http://www.hojaenblanco.com) y que, a saber por qué, han atraído amiles de personas, escritores y lectores. Pero ya se sabe lo que pasacuando escribes, que vuelves sobre cosas viejas, te horrorizas de lomalo que eras entonces y no puedes dejarlas tal cual. Así que las partesque corresponden a temas de los que hablé en su día han sidocorregidas, aumentadas y, en ocasiones, cambiadas hasta casi loirreconocible. Por otra parte, este libro contiene capítuloscompletamente inéditos que no han aparecido por ningún lado hastahoy. Todos ellos son mi posición en la guerra perdida por eso tancomplicado que es escribir bien.

No negaré que suelo derramar bastante sal en las heridas sobre elarte de escribir. Porque la escritura de verdad que es un arte y, comotal, es complejo, algo que nunca se aprende del todo, algo para toda lavida, indefinible por completo en sí mismo.

Hoy escribir se ha abaratado, cualquiera dice que puede hacerloporque confunde que le enseñaron a redactar con que le enseñaron aescribir. Pero no nos engañemos, escribir es arte como pintar o lamaravillosa música, y precisa de tanta o más dedicación. Y si no creeseso ni estás dispuesto a hacerlo, puedes cerrar este libro, no es para ti,como la buena escritura jamás es para todos.

Esto no es para los que buscan trucos, fórmulas ni, desde luego,consuelo. Este es un manual inconexo para perder la guerra deescribir, porque no puede ser de otro modo, pero al menos paraperderla con un poco de dignidad.

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Lo básicoEn esta sección vamos a hablar de lo fundamental, de los cimientosque hay antes del antes de escribir. Veremos, por ejemplo, que eltalento es un mito que nos contaron y la pasión otro (mitos muydañinos, por cierto), veremos también cuál es la verdadera naturalezade la escritura, de la buena, si es que eso es posible.

Ah, y también hablaremos de David Bowie, porque me temo que vaa ser imposible escribir bien sin hacerle caso.

Hora de comenzar y de hacerlo mintiendo.

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Cómo aprender a escribirbien en 5 sencillos pasos

Así que este libro no va sobre consejos, ni técnicas mágicas, ni otrasgallinas de los huevos de oro que venden por todas partes, pero aquíestamos, proclamando cómo aprender a escribir bien, y en cincofáciles pasos nada menos.

Bienvenido a la escritura, porque un buen escritor es un excelentementiroso, aunque sus mentiras habrán de tener toda la coherencia(toda la «veracidad», que dijo Hemingway) que uno pueda ser capazde invocar sobre sus escritos. Si no lo consigue, es mala escritura yesas mentiras no son creíbles, no resonarán dentro de nadie y, portanto, no crearán la emoción que deseas despertar en el otro. Porque laemoción es el verdadero superpoder de la buena escritura.

En el fondo, si estás leyendo este libro, es porque sientes que quieresescribir bien aunque hojees por curiosidad o lo que sea. Enhorabuena,escribir bien es un camino que no se acaba y, efectivamente, con sólocinco cosas o menos puedes lograr avanzar algo por el camino debaldosas rojas.

El primer paso para escribir bien es este: Ten un carné debiblioteca, y de paso no te fíes de los escritores que no tienenuno.

Yo he tardado demasiado en tenerlo y he sufrido las consecuencias,porque para paliar eso no paraba de comprar libros (aún lo hago,imposible el desenganche). Sin embargo, la pobreza del escritor mealcanzó, siempre lo hace. El que no tiene un carné de biblioteca, o nolee mucho o no es pobre, lo cual, cuando hablas de escritores, es algosospechoso, pues la escritura no da dinero el 99% de las veces.

Ten un carné de biblioteca significa en realidad que leas cada día.

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Y cuando digo leer, me refiero a ficción.

No sirve este libro ni, sobre todo, los libros que te prometen ser unbest-seller o el próximo genio de la palabra en siete días. Este no lopromete (tanto no voy a mentir, aunque haya empezado de estamanera). Y que sepas que todos los que sí hacen eso son malosescritores, no porque sea mentira, que lo es, sino porque no es unamentira creíble y ese es el peor pecado.

El segundo paso también es leer, vaya sorpresa, pero leer en ellímite. Es decir, no leer lo mismo de siempre, no vivir todo eltiempo dentro de las fronteras del mismo cómodo país.

¿Te encanta la novela negra y quieres escribir sólo eso? Me parecetan genial como que odiaras leer, cada uno que haga lo que le dé lagana con el poco tiempo que se nos ha dado. Pero si quieresescribir bien, habrás de salirte de las líneas por las quequieres pintar. Has de leer de todo y, sobre todo, has de «leer por lafrontera».

Si siempre estás leyendo lo mismo, como por ejemplo remedos de Elseñor de los Anillos una y otra vez, te acabas de poner las ojeras decaballo. Sólo verás en una dirección y sólo escribirás en una dirección,creyendo que lo que tienes delante de las narices es el mundo entero.Eso cansa pronto y tus relatos serán repetitivos e incestuosos comos lamesas de novedades de El Corte Inglés.

Lee a esos que dicen que son buenos aunque no te llamen laatención, lee a los antiguos y a esa nueva cuyo tema se sale de lo que tegusta, pero que ciertas personas que respetas (o parecen inteligentes)dicen que merece la pena. Luego puedes odiar con pasión lo que hasleído, no pasa nada, pero léelo.

Leer en el límite es pisar a menudo por fuera de tus fronterashabituales. Si lo tomas como hábito, habrás recorrido casi todo elmapa de lecturas y tu escritura se habrá hecho rica y llena de matices,habrá aprendido muchas cosas y las habrá integrado. Y habrá ocurridosin darte cuenta ni tener que hacer un trabajo consciente, que es lo

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mejor de todo. En verdad que viajar ensancha la mente y la variedadproduce fortaleza. Leer lo mismo sólo produce libros hemofílicos ehijos tontos. Así no dejarás ninguna huella, que no la vas a dejar detodas maneras, pero al menos te habrás muerto en medio del caminoque merece la pena y no en las cunetas en las que yace la mayoría.

El tercer sencillo paso es, cómo no, escribir y hacerlo cada día.

No vas a hacer realmente bien nada que no hagas cada día. Es así desencillo y no hay manera ni truco para esquivar esto. Las legionesromanas frente al Rubicón ya lo dijeron: «O César o nada». Pues bien,esto es lo mismo: «O escribir cada día o nada». O la prácticaconsciente y deliberada, o nada.

Hasta que no escribas cada día, borracho o sobrio, enfermo o sano,no te plantees siquiera si eres escritor. No hay otra manera deaprender o traducido en palabras de Heinlein: «Los escritores sonautodidactas».

Si tienes un trastorno obsesivo, y muchos buenos escritores lotienen, enhorabuena. Tu vida estará arruinada en todos los frentes,pero al menos es posible que acabes escribiendo un poco mejor. Tú yadecides qué es importante, si una vida o escribir bien.

El cuarto paso es (he aquí otra sorpresa): escribe en el límite.

Escribir cada día lo mismo no te va a hacer crecer la escritura, comohacer cada día lo mismo no mejora nada, lo deja estancado en unmismo punto. Tienes que estirarte a menudo y romperte un poco, paraque cuando tu escritura se rehaga, lo haga un poco más fuerte. Voy ahacer algo que ocurrirá en estas páginas demasiado a menudo, voy aparafrasear a Hemingway cuando dijo que a veces la vida te rompe yalgunos se hacen más fuertes en esos sitios en los que se han roto. Esoes lo que tenemos que hacer nosotros, escribir a menudo por donde nosolemos, rompernos un poco al estirar nuestros límites, para hacernosmás fuertes por ahí. El dolor del crecimiento.

Todo lo que he dicho sobre leer en el límite se traslada a escribir en

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el límite. ¿Quieres ser mejor? No lo vas a conseguir escribiendosiempre lo mismo.

El quinto paso es abandonar la necesidad de agradar y deescribir lo que crees que quieren otros.

Para empezar, porque no tienes ni idea de lo que quieren otros,aunque creas que lo sabes. No lo sabes y tus intentos de conseguirloserán fallidos, pero ya hablaremos a fondo sobre esto más adelante.

Es imposible abandonar el arraigado instinto de agradar si ereshumano, pero uno siempre puede esforzarse para que al menos no ledomine del todo. En realidad sé que no quieres escribir bien, enrealidad yo también tengo esa voz ahí dentro que lo que quiere es quela adoren, la inunden de cartas de fans enamorados hasta las trancas.Quiere inspirar y que le recuerden, quizá vivir para siempre. Unaaspiración modesta esa, compartida secretamente por cada escritor yartista. Por eso, en realidad, lo que queremos no es escribir, sino quenos lean. Quizá incluso vender y hacernos ricos y extender la manocon el anillo, para que nos lo besen todos esos lectores plebeyos.

Por eso entramos en juegos de encasillarnos en géneros, imitarmodas, tratar de leer la mente de los demás para escribirles lo quedesean y lo que venderá. En cuanto percibimos que estamos narrandoalgo sin pasajes «excitantes» o sucesos «espectaculares», tememosque se marchen, porque hoy día el cine o los móviles lo tienen claro: lagente tiene la capacidad de atención de un bebé y hay que estarexplotando algo, desnudando a alguien y haciendo aspavientos paraque no nos abandonen.

Si intentas ir por ese camino, vas a fracasar miserablemente o, comomucho y con mucha suerte, vas a hacer algo poco reseñable, algo igualque lo que te rodea. Algo que se olvidará pronto y no alimentará, elequivalente literario de la comida basura.

No estoy necesariamente abogando por escribir algo tan oscuro yenrevesado que ni tú mismo entiendas, ese es el otro extremo, dondevive otro tipo de egolatría que es el reverso de la moneda de desear

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atención en vez de querer escribir bien. La realidad es que toda obrainmortal nació del escritor, no de moldear los gustos del momento.¿Crees que García Márquez o Clarice Lispector hicieron estudios demercado, estuvieron atentos a sus seguidores de Twitter o a loshashtags para componer sus obras?

Las obras inmortales no nacieron de un estudio de mercado. Laseditoriales fallan constantemente haciéndolos y nosotros tenemosmuchos menos recursos que ellas, así que no hagamos nuestro propioestudio patético, intentando adivinar qué gustará y sometiendo lo queescribimos a esos supuestos deseos y dictados. En esos casos te dejasllevar por las corrientes de otros. Personalmente nunca he llegado aningún sitio bueno siguiendo las corrientes de otros, porque nadiesabe dónde va, así que al menos yo fracaso, pero ha sido mi fracaso. Envez de eso, sé tan bueno que, sin estudios de mercado y sin buscar elagrado de por medio, no puedan ignorarte (en palabras de CalNewport, un hombre sabio del que también hablaremos másadelante).

Deja de encasillarte en géneros, deja de intentar contentar osatisfacer, no lo vas a conseguir de todas formas y es un juegofrustrante y perverso, en el que siempre pierdes y acabas agotado. Y depaso, si ignoras a todo el mundo, como verás más adelante resulta queharás el mejor arte que puedas hacer, estarás en el buen camino.

Y ya está.

Todo el mundo quiere los trucos bonitos y nadie el trabajo, pero nohay trucos para escribir bien. Estos son los cinco pasos que hay queponer, uno detrás de otro y vuelta a empezar. Más días de los que no,cuesta darlos, pero, ¿qué vas a hacer? ¿Es que crees que sabiendo dostrucos de boxeo derrotarías a Alí? ¿Alguien que dedicó toda su vida apracticar cada día y a ser el mejor de manera obsesiva? Con laescritura es lo mismo. ¿No quieres ser Alí? Porque si no quieres,enhorabuena, vivirás una vida más cuerda y seguramente más plenaque la del escritor, pero no sé muy bien por qué molestarse en tomar laescritura como arte si no quieres ser lo mejor que puedas ser.

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El problema es que todo el mundo cree que puede escribir bien,mientras que todo el mundo sabe que no puede tocar el violín como elmejor sin dedicar una vida. El arte de escribir no parece un arte hoy.Todo el mundo, escriba o no, piensa que puede hacerlo siguiendocinco consejos que no son estos y recordando un ochenta por ciento debes y uves. Y no sólo eso, todo escritor, diletante o profesional, piensaen su fuero interno que es el mejor. Así somos. ¿De verdad quieresescribir para contentar a semejante público?

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El mito del talentoNo eres especial. En serio, no digas nada, no. Yo tampoco lo soy. Yosoy el tipo más mediocre que has visto hoy en la cola delsupermercado.

Alguien tiene que decirte esto, compensar que muchas veces, demanera bienintencionada, nos han machacado con lo contrario. Quizápadres proyectando las ilusiones que no cumplieron, quizá algúnprofesor porque en segundo pegamos el papel de seda donde tocaba,en vez de en la frente del compañero. Pero eso no es un méritoreseñable, dar premios por sobrevivir a la parte más fácil de la vida esuna tontería y no es cierto que fuéramos especiales. No nacimos conningún talento particular para nada.

¿Eso tan bueno en lo que eres? No es porque la vida te dio algo queal resto no, ni genio, ni nada. No bajó una estrella al nacer para quefueras especial en algo que tienes que descubrir, como tu sentido oaquello para lo que has venido a este mundo. Esa es una más de lasmitologías ficticias que nos construimos, por la necesidad de entendercomo sea este viaje y sobrellevar que sólo somos monos sobre una rocaque flota en el espacio.

Una de nuestras tácticas favoritas para soportar esto es asignarle unsentido a todo, especialmente a lo que no lo tiene. Cuando es positivo,ese sentido está enlazado con ser especiales, con algún plan divino oprovidencial del que formamos parte. Cuando es negativo, entonceslos caminos de Dios (o la vida) son inescrutables, pero son de algunamanera.

Pues muchas cosas ocurren porque el azar es ciego y el jugador máspoderoso de esta partida, sin sentido ni motivo.

Y la del talento, como la de que todo tiene un sentido, es otra de esasmitologías que nos contamos para endulzar. Pero no es más que eso,

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un mito.

Que sí, que hay una predisposición genética y de entorno hacia lascosas, que las personas somos diferentes, con inclinaciones distintasdentro de cada uno, y eso salva a la especie. Pero para dominar algo,incluido lo artístico (que parece precisar de un factor intangible que vamás allá) el talento es irrelevante.

Películas, libros e historias refuerzan el mito del talento, porquesuena bien y queremos creerlo. Cuentan eso porque la gente paga porlo que quiere oír, por lo que le hace sentir aliviado, entretenido oespecial, no por lo que sea necesariamente verdad. Pero la respuesta altalento, cuando se examina de manera fría y objetiva, parece sermucho más prosaica. Lo que interpretamos como talento no es másque el efecto provocado por un insano montón de práctica constante ydeliberada. «Al talento por la repetición», podría ser el lemaverdadero.

Malcolm Gladwell, en su libro Outliers, argumentaba que lo quetenían en común los Beatles y Bill Gates eran más de 10.000 horasempleadas en lo suyo. Horas anónimas, oscuras, horas sin pago niagradecimiento de nadie. No iba desencaminado. Psicólogos como eldoctor Anders Ericsson sugieren lo mismo en sus trabajos. Laexcelencia (ese «talento especial» que muestran algunos) no esmás que el resultado de la práctica consciente e inteligente.

Incluso esos destellos que parece que no están al alcance de todos,ese «factor X» que presentan algunos, parece surgir de la prácticaconstante. Cuando se examina objetivamente, aparece en los que lahan acumulado y no aparece (o lo hace muy esporádicamente comopara ser relevante) en los que aún no tienen suficiente habilidad a basede práctica. Al final, repitiendo lo que sea que hagas (juntar palabras,empuñar una espada o rasgar acordes) tu cerebro empieza a vernuevas formas de utilizar eso en lo que tiene tanta práctica, pues ya selas sabe casi todas.

Y la primera frase no era una sentencia a los sueños, era lamejor noticia posible, porque no ser especiales pone al alcance de

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todos el ser especiales (o más bien, parecerlo a ojos de los demás).

No vas ser el mejor del mundo, para ese imposible sí que cuentan laspequeñas diferencias naturales con las que nacemos, pero cualquieradotado de una inteligencia normal puede estar en el pequeñoporcentaje de élite si se empeña en juntar una absurda cantidad detiempo practicando bien algo. Matemáticamente no es tan difícil estarentre el 10% o 15% de los mejores con esas 10.000 horas o más.

Probablemente, para escribir bien, es más útil estar aquejado de unaobsesión, una cabezonería o una pasión enfermiza por este arte. Nohay nada más común que un genio fracasado que nunca hizo nada enla práctica, y esa cabezonería será lo que cargará con nosotros a travésde las muchas horas ingratas que hace falta emplear en escribir, hastaque un día «surja el talento natural».

El mito suena mejor, lo sé, creer que nacimos con algo especialdentro y todo eso. Pero esa creencia es un lastre para escribirbien. Si pensamos que tenemos algo especial,también creeremosque con eso podemos compensar y escamotear esas horasingratas de aprendizaje y trabajo que nadie ve, que podremosno pagar ese impuesto y aún así aventajar a los que sí lo pagan y llegarmás lejos que ellos. Y no es así.

Como siempre cuando pasa suficiente tiempo, está surgiendo unatendencia en contra de esa concepción de las 10.000 horas, unareivindicación de lo contrario. Pero lo cierto es que hace poco secorroboró de nuevo que el componente más importante para lacreatividad es la veteranía en tu arte.

Los alemanes tenían que ser (a mí no me echéis la culpa, ponerla enAlemania es el pasatiempo favorito de la historia, muchas veces conrazón). Ellos conectaron los cerebros de 20 escritores veteranos (másde 10 años en ello, unas 21 horas semanales de dedicación mediaaproximada) y a 28 escritores más noveles (menos de una hora dededicación diaria). Les leyeron un texto en voz alta y les propusieroncontinuarlo. Después se proporcionaron los textos a un juradoindependiente que no sabía quién era quién, para que valoraran los

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enfoques más creativos de las historias desarrolladas. Y sí, ya sabemostodos lo subjetivo que es valorar esas cosas, etcétera, pero no hay otramanera cuando se trata de escritura.

La cuestión fue que, no sólo los textos de escritores veteranos fueronsistemáticamente valorados como mejores y más creativos, sino que,lo más fascinante vino de cómo se iluminaban en el monitor loscerebros conectados de veteranos y novatos durante su trabajo.

En el córtex frontal, los veteranos mostraron una mayor actividaden las áreas cruciales para el lenguaje y la selección de metas, lo cual eslógico al fin y al cabo. Lo que no se esperaron es que se activaran, sóloen ellos, áreas del cerebro que no estaban habitualmenterelacionadas con la creatividad. Una de ellas era la asociada con elprocesamiento del lenguaje emocional, en concreto la parte queusamos para interpretar gestos expresivos en otros. Para losinvestigadores sugería que los expertos estaban atendiendo másprofundamente a las corrientes emocionales de los textos (e ideas) delo que lo hacían los novatos.

La escritura de los veteranos también provocaba mayor activaciónen la parte relacionada con el aprendizaje y la ejecución experta de lashabilidades, esa que se interioriza y automatiza en regiones másprofundas del cerebro.

Curiosamente, los veteranos mostraron menos activación en lasáreas occipitales que tienen que ver con el procesamiento visual yperceptivo. Es decir, que básicamente, escribir se habíaconvertido en cierto modo en una habilidad innata, interna,que sale casi sin pensar.

La denominada competencia inconsciente, en la que haces algo sinnecesidad de estar pensando previamente cada paso que tienes quedar, es el estadio último y superior del aprendizaje, y parece que en laescritura también se da. Al final, con suficiente dedicación, escribir sehace una parte innata de ti.

Y una cosa más y ya termino de descuartizar el mito del talento para

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que quepa en aquella bolsa de basura. Los veteranos, durante la sesiónde creación de ideas para las historias que iban a escribir, mostraronmayor activación que los novatos en las áreas destinadas al habla. Eracasi como si las ideas surgieran preparadas «desde la garganta» enpalabras de los investigadores. Preparadas para ser articuladasverbalmente y atendiendo, más que nada, a la interpretaciónemocional del texto. La definición de excelente contador de historias.

Y es que la emoción lo es todo, niños. La emoción y escribir bienestán indisolublemente unidos. El talento ha muerto y no sé si letenías cariño, pero ya aviso de que no va a ser la única víctima de estaspáginas.

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Escribir bien es difícil, y esaes una gran noticia

Muchos libros de aprendizaje vienen a venderte que lo que te enseñanes sencillo y, con ellos, puedes hacerlo de una manera fácil que apenasocupará tu tiempo. Yo vengo a decirte lo contrario.

Escribir bien es difícil y eso es algo que celebrar.

Supongo que algo he hecho bien cuando hablo de escritura y lagente lo comenta con frases como: «Este artículo os va a partir elcorazón» o «lo que ha escrito Isaac os va a quitar las ganas de vivir».

Si quieres escribir bien, vas a tener que sacrificar incontables horasen leer y escribir por las fronteras, idealmente en forjar una rutinaque se acabe convirtiendo en un hábito. Sin hábito no vas allegar muy lejos en el camino y rutina es una palabra que amo por elsencillo motivo de que todo el mundo la odia. Me parece muy bien quesea así, de ese modo el gran secreto de la rutina es todo mío.

Pero ya hablaremos más a fondo de rutina y hábito, la cuestión esque no hay maneras mágicas de escribir bien, ni métodos para ser unbest-seller o para «enganchar» a tu lector o que escribir siempre seauna cuesta abajo agradable. Esos métodos sólo sirven para una solacosa, venderte y que tu dinero de pardillo pase al bolsillo del gurú.

Que escribir bien sea difícil no es descorazonador ni quitalas ganas de vivir, es justo al contrario. Porque si la escriturafuera cuestión de unos pocos elegidos al nacer (que, curiosamente,siempre creemos ser nosotros) o una pura cuestión de aplicar trucos ymétodos infalibles, entonces la escritura sería una mierdainjusta y no un arte.

La escritura siempre ha pasado malos tiempos porque, mientras que

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nadie cree que, sin una vida de dedicación por medio, va a tocar comoKishi Bashi o esculpir como Bernini, todos creen que pueden ponerseante una hoja en blanco y escribir algo bueno.

Escribir bien es ese instrumento que crea armonía, es esa esculturaque te deja pensando cómo demonios salió eso de una piedra amorfa.Escribir bien es muy difícil, como cualquier otro arte y comocualquier otra habilidad que merezca la pena. Esa dificultadhay que celebrarla, y más ahora, donde la aspiración es a lo rápido, aesa fama sin hacer nada y al best-seller sin saber qué narices es unsujeto.

¿Y un predicado?

Vas a tener que sudar y sacrificar un buen pedazo de vida si quieresescribir bien. No hay otra manera y, si aún te resistes a creer eso, losiento. Te voy a seguir quitando un poco más las ganas de vivir en lassiguientes páginas, así que mejor que sepas que por allá está la salidade este libro.

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Y no se vuelve más fácil.Escribir bien es difícil y uno pensará que muy bien, porque las cosasimportantes siempre cuestan. Pensará que con tenacidadconseguirá un dominio, y que con el dominio vendrá una mayorfacilidad para escribir. De veras que no es mi intención romper lailusión de nadie, pero no se va a volver más fácil, no si de veras quieresescribir bien.

De hecho, si crees que la escritura se te está haciendo fácil,tienes un problema.

Hace poco estaba leyendo de nuevo On writing. No sé cuántas vecescojo ese libro y me voy al rincón de pensar, a hojearlo de nuevo hastaque recuerdo que tengo algo en llamas que se parece a una vida y he devolver a ella. Pues bien esta es una de las muchas verdades escritas enesas páginas:

«I love to write. But it has never gotten any easier to do and youcan't expect it to if you keep trying for something better that you cando».

Ernest Hemingway en una carta a L.H. Brague en 1959.

O lo que es lo mismo:

«Amo escribir. Pero nunca se ha vuelto más fácil y no puedesesperar que lo haga si sigues intentando hacer algo mejor que lo queya puedes hacer».

Porque en esencia y en mi opinión, ¿para qué molestarse en escribirsi no estás procurando hacer algo mejor de lo que ya puedes hacer? Sino intentas eso, no al menos de manera habitual y como camino,mejor dejar el lápiz y usar los folios para otras cosas. Eso es escribirpor los límites.

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Para mí, si echas la vista atrás y lo que has escrito te parecemaravilloso (es más, si no lo odias al menos a pedazos) estás enpeligro. No de muerte, sino de algo peor, de ser un escritor mediocre.Te has conformado, muchacho. Te pareces muy buena, querida. Y esoes un problema.

¿Estás cómodo con lo que escribes? ¿Sale suave siempre como unafactoría de churros y parece que todo encaja? Mucho cuidadoentonces, o, como decía un libro que ahora no recuerdo y leí hacemucho: «¿Lo estás haciendo bien? Felicidades, ahora cambiao muere».

Tras esa sentencia enumeraba los casos de todos aquellos que sesentaron a esperar en lo que creían que era la cima, satisfechos de símismos y mientras les robaban su éxito durante la noche, porquepermanecieron ahí, donde era fácil hacer las cosas. Esos ejemplos deaquel libro... casi todo eran empresas y conceptos que quedaronestancados y extintos. Hablaba del gigante IBM y su caída, hablaba deBlockbuster que era el imperio romano del vídeo y cuyo últimoreducto cerró no hace mucho con sus cintas dentro.

Puedes verlo si te gusta la historia, se repite una y otra vez, un reinono necesariamente hecho de cintas de vídeo se aburguesa, se vuelveblando porque todo le resulta fácil, y he ahí que los bárbaros están alas puertas y su espada se oxidó.

El equivalente a eso en escritura es que se me habrá vuelto fácil, unrecinto cerrado que ya no merece la pena, en el que te quedas dandovueltas sin acercarte a los límites en los que vive la buena escritura,balando siempre de la misma manera.

Si las cosas se te vuelven fáciles y das a luz un libro cada tressemanas, como cierta autora que vende mucho afirmaba hace poco,entonces estás en peligro de ser un escritor más, un escritor peor sinduda y, ¿no crees que de esos ya hay demasiados firmando en ferias...?

Si no vas a intentar avanzar siempre y que no te atrape eso que tepersigue y de lo que cada escritor huye, mejor no molestarse.

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Y ahora, John Steinbeck, señoras y señores. John en su carta a EdithMirrielees. Edith había sido una enorme influencia para Steinbeck,pues no en vano, 40 años antes, había sido su profesora de escrituracreativa en la Universidad de Stanford. Steinbeck llegaría a decir queella fue una de las pocas cosas que respetó de la Universidad.

He aquí un pedazo de la primera de varias cartas que podrás leer eneste libro:

Si hay una magia en escribir historias, y estoy convencido de quela hay, nadie ha sido capaz de reducirla a una receta que se puedapasar de una persona a otra. La fórmula parece residir solamente enla urgencia dolorosa del escritor por transmitir algo importante allector. Si el escritor tiene esa urgencia, puede que algunas veces, perode ninguna manera todas, encuentre el modo de hacerlo.

No es muy difícil juzgar una historia después de que haya sidoescrita, pero tras tantos años, comenzar una historia todavía meproduce un miedo mortal. Iré aún más lejos y diré que si un escritorno está asustado, entonces es felizmente ignorante de lamajestuosidad, tentadora y remota, del medio.

Me pregunto si recuerda el último consejo que me dio. Fue durantela exhuberancia de los ricos y frenéticos veinte y yo salía al mundo aintentar ser un escritor.

Me dijo: «Va a llevarte mucho tiempo y no tienes dinero. Quizásería mejor si pudieras ir a Europa.»

«¿Por qué?» Pregunté.

«Porque en Europa la pobreza es una desgracia, pero en Américaes una vergüenza. Me pregunto si podrás soportar o no la vergüenzade ser pobre.»

No fue mucho después que llegó la depresión. Entonces todo elmundo fue pobre y eso ya no fue más una vergüenza. Así que nuncasabré si hubiera podido soportarlo o no. Pero sí tenía razón en una

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cosa, Edith. Me llevó mucho, muchísimo tiempo. Y todavía estoy enello y nunca se ha vuelto más fácil. Usted me dijo que no lo haría.

Palabra de Steinbeck.

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David BowieVamos a remachar del todo el concepto más importante de los cincocon los que he abierto este libro. Si una sola cosa se queda grabada,que sea esa. Cuando se habla de escribir cada día, se malinterpreta amenudo. Por ejemplo, escribir todos los días maquinalmente lo mismosólo te va a hacer bueno para escribir maquinalmente todos los días lomismo. Si eres feliz contando siempre la misma historia de la mismaforma, adelante, no seré yo el que impida nada. Si quieres escribirbien, te vas a tener que olvidar de eso y vas a tener que caminar ahípor donde sabes con un pie y por donde ignoras con el otro. Porque enese límite está lo bueno y, sobre todo, en ese límite te vas a hacerbueno.

Así que, cuando hablo de que la única manera de escribir bien eshacerlo cada día, me refiero a queriendo hacerlo un poco mejor, unpoco «más lejos». Si no estiras tus lindes y pisas un poco más allá depor donde lo haces cada día, no puedes puedes crecer ni aspirar allegar más lejos. Es algo obvio.

Caminar por esas fronteras da miedo, no tanto por lo desconocido(que también) sino porque corres el riesgo de alienar a tus fansanteriores en caso de tenerlos, o a esos amigos a los que torturas contus escritos. A lo mejor resulta que no entienden nada de eso nuevo, oes muy personal o quizá embarazoso y, mientras que muchas veces esoes señal de que estás haciendo algo bueno, también es señal de que note van a leer.

Quizá sea lo mejor que te puede pasar, porque nadie es profeta en sutierra y nuestros amigos y familiares no suelen ser el tipo de lectorescon los que queremos conectar.

Cuando uno cambia, y por tanto se acerca a una frontera que nosolía pisar, lo que le rodea tiende a tirar de él otra vez hacia el centro.Tiende a no gustarle, porque a los sistemas lo que les gusta es la

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homeostasis y que todo siga igual. Pero si tu estilo, tus temas, o ambos,siguen igual años después... Amigo, no estás escribiendo bien, estásescribiendo lo mismo, que podrían ser conceptos antónimos.

No te fíes de lo demasiado familiar y no te fíes de tu alrededor. Tualrededor tiene una expectativa de ti y no quiere que cambies porqueeso incomoda, altera sus propios equilibrios y remueve cosas. La genteteme el cambio y muchos lectores también, muchos lectores se quedanen el centro consumiendo exactamente los mismos libros sobretriángulos amorosos (qué innovación romántica), espadas encantadas,agentes de la CIA y cosas así. No es en el centro donde suele vivir labuena escritura, lo que pasa es que mucha de ella, precisamente poreso, se reivindica años después, cuando el que lo ha escrito no está o yani le importa, pues malvive bajo un puente.

Ahora, no te voy a engañar, la familiaridad vende. Sí, acabo dedestapar al genio tentador. Vende hoy, que es lo que importa, ¿no?

Así que si eso es lo que quieres por encima de todo, ignora esto,ignora el libro entero de hecho. La familiaridad vende, las portadas delibros son iguales, las historias son idénticas, la misma fórmula enlibros y películas. Pero la familiaridad es una mierda y, a lomos de ella,no vas a llegar a ninguna parte que merezca la pena. Montarás uncaballo sólo para dar vueltas por el cercado.

Alejarte de lo familiar es aterrador porque te van a mirar raro y eldios que haya nos libre de eso. Muchos que están en la media van aleer tus párrafos y van decir: «No me entero de nada». A mí me lodijeron hace tiempo y en ese momento me deprimió y al siguientesupuso una liberación, porque esa clase de lector hijo de Dan Brownno era el que yo buscaba.

Si me extiendo demasiado queriendo abarcar a todos, me seráimposible llegarle hondo a nadie. Y yo quiero llegar hondo, ahídonde nadie más te ha llegado.

Eso para mí forma parte de escribir bien, lo que, paradójicamente,aunque sólo en apariencia, implica que mientras una parte te ama, el

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centro te ignora y el otro extremo te odia y te tira cosas.

Lo que está en la media y es familiar también es olvidable.

¿No estamos todos de una manera más o menos oculta intentandoescribir bien para alcanzar una inmortalidad subrogada? ¿No noscreemos todos la mentira bonita de que vivirás mientras te recuerden,en nuestro caso nos lean? Todos tenemos un plan para burlar a lamuerte, el nuestro es refugiarnos entre los renglones. Pero, ¿cómo va arecordarte alguien si te pareces exactamente a las otras mil portadas ypáginas que leyeron?

En las ya imperecederas palabras de David Simon cuando lepreguntaron si no creía que las historias que escribía (como lalegendaria serie The wire) eran exigentes para el espectador medio...:«Fuck the average viewer».

Fuck the average en general si es que quieres escribir bien algunavez. Si quieres llegar a sitios exóticos, no lo vas a conseguirquedándote en medio.

Otro David que no era Simon, sino Bowie, dijo todo esto muchomejor que yo. Así que le voy a dar la palabra a él:

«Nunca toques para la galería. Nunca trabajes para otra gente enlo que haces. Recuerda siempre que el motivo por el que empezaste atrabajar fue que había algo dentro de ti que sentiste que, si podíasmanifestarlo de alguna manera, entenderías algo más sobre timismo y cómo podías coexistir con el resto de la sociedad. Pienso quees terriblemente peligroso para un artista satisfacer las expectativasde los demás. Pienso que uno produce su peor trabajo cuando haceesto. La otra cosa que diría es que si te sientes seguro en un área en laque estás trabajando, no estás trabajando en el área adecuada. Vesiempre un poco más allá en el agua de lo que sientas que eres capazde ir. Ve un poco más allá de la profundidad de siempre y, cuandonotes que tus pies no tocan ya el fondo, estás justo en el lugaradecuado para hacer algo excitante».

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Y Bowie vive.

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Por qué seguir tu pasión es elpeor consejo para escribir (y

para todo)La necesidad de no reconocer nuestra insignificancia es tan antiguacomo el ser humano, es algo sobre lo que tengo que volver a hablaraquí, que después del talento le toca a la pasión ponerse ante elpelotón de fusilamiento. Tendemos a creer en tonterías como queseguir nuestra pasión nos dará la felicidad. Cosas como que, si haces loque amas, no trabajarás ni un día. Que además el dinero vendrá porañadidura y otras tantas cosas que suenan muy bien y no tienen el másmínimo sentido.

Siempre hay gente (no me ves, pero tengo una mano levantada y meseñalo con un dedo) que viene a arruinar esas frases en nombre de loque probablemente es verdad, como si alguien quisiera esa verdad:«Aquí nadie la ha pedido, no vengas jodiendo». Pero lo cierto es que«sigue tu pasión» es uno de los peores consejos que sepueden dar.

Cal Newport es una de esas personas extremadamente inteligentes.Él, sus libros y sus máquinas, buscan desentrañar un poco esa verdadque nadie quiere. Es imposible, claro, pero al menos se disipa un pocola niebla y de paso se rompen unas cuantas ilusiones, como la de queseguir pasiones nos hará felices. Voy a citar (más o menos) unospedazos de su libro So good they can't ignore you, porque soy vagobajo este sol de justicia que hay sobre mí y él dice las cosas muchomejor que yo (las negritas son mías).

La sabiduría convencional sobre el éxito en tu carrera —sigue tupasión— adolece de un defecto serio. No sólo fracasa para describirla verdad acerca de cómo la gente termina desarrollando carrerasque les satisfacen, sino que para muchos empeora las cosas, llevando

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a cambios crónicos de trabajo y una angustia que no termina. [...]

Si «sigue tu pasión» es un mal consejo, ¿qué hacer en su lugar? [...]

La pasión es un epifenómeno de una vida de trabajo bienvivida. No sigas tu pasión, en vez de eso, deja que ella te siga a ti entu búsqueda de convertirte en alguien tan bueno que es imposible quete ignoren.

Quita tu atención de encontrar el trabajo perfecto y ponla en hacerun trabajo perfecto, así construirás un amor por lo que haces.

Ahora, si bien Newport habla en general de una carrera profesional,eso incluye a la escritura, que está sujeta a las mismas reglas quecualquier otra carrera o arte al que uno quiera dedicarse en serio.Newport tampoco dice las cosas por decir, se basa en los datos que sehan recogido, durante todo este tiempo, sobre los factores quedeterminan la satisfacción y felicidad con aquello que se hace. Enninguno de esos casos, cuando se analizan los resultados,haber seguido una pasión inicial era un elemento explicativorelevante para dichas felicidad y satisfacción.

Lo sé, parece difícil de creer, pero lo mismo pasa con otras muchascosas que son verdad. De hecho, para la satisfacción y felicidad eranrelevantes tres elementos: independencia a la hora de trabajar, haberconseguido un buen nivel de habilidad en la tarea y, por último, unaconexión social con los demás.

A la hora de escribir, lo primero lo podemos tener, obviamente,mientras que lo último de la conexión social... Bueno, escribir se hacesolo, la verdad. Luego ya hay algunos como yo que nunca se juntan conotros escritores, mientras que a una mayoría normal le gusta hacerlo.Allá cada cual aunque de la parte solitaria a la hora de trabajar nadiese libra. La cuestión es que, siendo así, la clave de todo queda enmedio, en esa segunda característica: haber conseguido un buen nivelde habilidad.

La conclusión más relevante que nos vamos a negar a creer —porque

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vendrá otro vendehumos a decirnos que sigamos nuestra pasión y lecompremos su fallido método sobre cómo hacerlo—, es que: Al igualque el talento surge de la práctica constante, el amor verdadero yuna satisfacción feliz también surgen en su mayor parte dehaber conseguido un excelente nivel en lo que haces.

Es decir, en palabras de Newport, de: «haberte hecho tan buenocomo para que no puedan ignorarte», algo que debería ser laaspiración principal de todo escritor y que sólo vas a conseguir condedicación consciente y constante. Ese amor duradero y real seretroalimenta y crece con el buen trabajo.

Puedes tener una inclinación a escribir, enseñar, pintar, esgrimar olo que sea, y he ahí el comienzo. Pero no vas a tener unasatisfacción plena y un amor completo por tu arte hasta queno seas bueno o el final de tu película te sorprendaintentándolo. Hasta que no hayas adquirido una mentalidad deartesano que se basa en procurar hacer las cosas mejor queayer y así cada día.

La chispa inicial te empuja dos metros y no te puedes fiar de ella,porque te empuja al lodo las más de las veces si no das tú otroscuantos pasos más, usando la disciplina, para dejar atrás el charco alque te ha empujado.

Nada hay más común que los que dicen que tienen que escribir, losque dicen que se van a poner con su novela, que lo comentan enTwitter y lo comentan en Facebook con mucha pasión yexclamaciones. Pero luego no se levantan al alba y se ponen variashoras, con el móvil e Internet desconectados. Eso significaría trabajo yparece incompatible con la noción de arte, aunque sea porque nos haninstalado, otra vez, las nociones equivocadas.

Ahora ve y sigue tu pasión.

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Sobre qué escribirToca seguir profundizando en las pinceladas de brocha gorda que hanabierto esto. Así que, a la hora de saber sobre qué escribir, he aquí larespuesta corta por si no tienes muy claro sobre qué hacerlo y tequieres poner ya (deberías haberte puesto hace tiempo, la verdad).

Escribe sobre lo que te salga de...

Y ya cierras tú la frase.

Especialmente a algunos escritores noveles se les aconseja, siquieren vender, que deben conocer a su público, centrarse en unnicho, escribir sobre algo concreto (novela negra, terror, weird, newadult o cualquier otra mutación de géneros que brotan con nombrescada vez más tontos).

Porque si no es así, no venderás, nadie te querrá, etcétera. Bueno,este es un libro sobre escribir. Vender y escribir se parecen poco comoverbos y están lejos en el diccionario, así que no sé qué pinta eseconsejo en esta página y, sobre todo, si te ciñes y te etiquetas, hascogido lo bueno que tienes dentro y te impulsa a escribir, lo haspartido por la mitad o en cuatro trozos, y lo has encerrado dentro deuna caja pequeña.

Buena suerte haciendo crecer tu arte en una caja pequeña, buenasuerte escribiendo bien así, porque la vas a necesitar, y mucha.

Debes escribir lo que desees y, sobre todo y bajo ningún concepto,debes escribir lo que crees que los demás quieren, lo que crees quevenderá, lo que crees que «se lleva», lo que creas que te dicta loexterno por el mero hecho de pensar que, si no lo haces así, norecibirás la aprobación del mundo ahí fuera.

Porque ya te digo que no, no conseguirás esa aprobación encantidad suficiente como para llenar ese cubo con agujero que tienes

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dentro. Da igual lo mucho que consigas llenar el balde de laaprobación, el problema es que viene de fábrica con dicho agujero. Ysobre todo, que mejor me centro en lo práctico, no sabes leer lamente de otros y si lo intentas no harás más que ir como unperro persiguiendo el coche de moda: la lengua fuera, tu mejortrabajo una copia de la copia, lo que te dice tu verdadera vozcensurado porque crees que nadie va a querer leer eso.

¿Y qué si de verdad nadie quiere? ¿Quieres escribir bien o no?Porque raramente lo manufacturado conforme al mercado y lasfórmulas resulta memorable y pasa el test del tiempo, que comoveremos mucho más adelante, es el más fiable cuando se trata deescritura y arte.

De hecho, conceptualmente es imposible ser memorable si loprimero que haces es ponerte con gusto el corsé que llevan todos losdemás y aspirar a estar en una estantería llena de clones.

Especialmente cuando a uno le empiezan a leer, surge un problemaen el escritor. Comienza, en mayor o menor medida, a dudar sobre laaceptación que tendrá lo que está haciendo. Porque estamosescribiendo, pero no lo neguemos, en el fondo de todo susurra el deseode que nos lean, de modo que surgirá ese conflicto inevitable: lo quequeremos versus lo que creemos que los demás quieren.

Así que resulta que esa aceptación que necesitamos de los demás esun elemento extraño que ha reptado dentro de nuestro arte, y más sihas publicado algo en algún sitio y ya tienes un cierto público que temira y espera cosas. Una vez lo tienes, nadie es totalmente indiferente.Así que el escritor puede que intente anticipar qué gustará, quizá hastase adapta a aquello que cree en su cabeza que otros esperan de él. Laconclusión de eso es que, al final, dejas tu agenda para verte atrapadoen la de los demás, que en realidad sólo es tu fantasía de la agenda quecrees que tienen los demás. Acabas de entrar en un juego imposibleque sólo puedes perder.

Cuando vayas a una librería, comprueba cómo las editoriales juegana ese estéril pasatiempo de intentar leer la mente de sus lectores. Así

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pasa, miles de fotocopias se hacinan en las estanterías y al final acabancomo acaban todos los libros: unos pocos se leen y una gran mayoríase ignora y se destruye en pocos meses. Y aunque salen muchosartículos sin sentido explicando los éxitos de tal o cual libro aposteriori, la verdad es que nadie sabe realmente por qué seleyeron los que se leyeron y, mientras tanto, se ignoraronotros que tenían todas las mismas «papeletas perfectas» debest-seller.

La ironía de todo esto es que acaba sucediendo lo mismo que si laseditoriales no hubieran intentado leer esas mentes: unos pocos libroshabrían gustado mucho de todas maneras si se hubieran propuestopublicar por su instinto editorial de «calidad» (con todo lo relativo quequieras poner ahí) y otros muchos libros igualmente no se venderíandemasiado. Así ocurre siempre en todo.

Nadie puede predecir el futuro, de modo que saca a la escritura delcorsé y de las modas. Escribe lo que te dé la puta gana, lo que tengasdentro, los temas que te muevan, los que te emocionen, los que tegustaría ver o crees que hacen falta en el mundo. Este es un libro sobreescritura, no un panfleto de Marketing, así que no puedo decir otracosa.

Al fin y al cabo, si alguien te empezó a leer es porque le gustó lo quete sacaste de la cabeza o de las tripas. Por eso supongo que lo mejor esseguir por ahí, ¿no? Por donde ellas te digan, ya que de todos modosfallarás y acertarás igualmente por el camino, pero al menosescribirás lo que te dé la gana. Habrás desarrollado tu escriturasegún lo que hayas creído que es escribir bien, y no lo que parece quehay en las listas de ventas.

Cuando empiezas a dudar, cuando empiezas a pensar si algogustará, o qué será eso que podría agradar más a los que están al otrolado de la página, has caído en la trampa. No estás escribiendo, estásintentando manufacturar un producto. Pensaba que estábamos aquíporque renegamos un día de vivir y morir en la cadena de montaje, yporque creímos como tontos que la mejor manera era derribar lasparedes con un lápiz, o al menos escribirlas.

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Supongo que si lees esto, si has aguantado hasta aquí que ya esmérito, es porque creíste que a lo mejor escribir te hacía un poco máslibre. Así que no corras a quitarte unas cadenas para ponerte otras mástontas aún.

Escribe sobre lo que te dé la gana, que fallarás o acertarásigualmente, así que, ¿para qué molestarte en escribir y fracasarmiserablemente caminando por donde otros te marcan el paso? ¿Deverdad crees que siguiendo esos consejos sobre mercados, géneros ymodas vas a llegar a la mismas praderas que pisaron Orwell, Woolf oMcCarthy? Si lo crees de veras, por favor, deja de leer.

Escribe lo que salga de dentro y cada vez que pienses que «esto novenderá» o algo similar, date con el Ulises en la cabeza y sigueescribiendo.

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El camino a la maestría¿Quieres hacer abandonar a un enemigo? No le pongas dificultades,porque corres el peligro de que se crezca ante el desafío. Si eresinteligente, abúrrelo hasta la muerte y se retirará solo. No hará faltaque lo derrotes tú, ya lo hace él.

Ese era el rito de iniciación de las antiguas y verdaderas sociedadessecretas que en realidad nunca existieron. Ellas no ponían pruebasdifíciles, ponían pruebas aburridas, exentas de un sentido aparente,largas y pesadas para cribar a los no merecedores de los secretos queya se perdieron.

Aburrir es el poder de la llanura, una llanura que se extiende hastadonde eres capaz de ver y que es siempre el mismo páramo, mireshacia donde mires. Por ella caminas y no importa cuánto lo hagas,porque no parece que el horizonte esté más cerca. Si quieres cambiarhorizonte por final del arco iris, también vale.

Cuando uno busca el camino de la maestría en algo que ama, y siamas algo no buscas otra cosa que la maestría, esa llanura es el parajemás habitual por el que te vas a mover. Uno espera derrotar dragonesen la gesta, pero la maestría es demasiado lista y no se deja alcanzarpor cualquiera que encontró una espada (o un lápiz). Sabe que lamontaña desafía al que la está escalando cuando mira hacia arriba, yeso puede dar fuerzas a unos cuantos que tienen osadía en vez de loque hace falta de verdad, perseverancia hasta límites que losdemás ni comprenden. Así que, como la maestría es una de lascosas más difíciles de adquirir (en todo lo importante, incluyendoescribir) utiliza a las llanuras y se encuentra al final de ellas.

Hace muchos años leí Mastery, de George Leonard. Como muchoslibros, la enseñanza principal que se te queda es una y a lo mejorbastaba un artículo y no un libro para mostrarla, pero mereció la pena.Allí se mostraba el aspecto que tiene la maestría y es algo que se me ha

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quedado para siempre y que recuerdo durante todos esos díasinterminables en los que pareces no avanzar.

El camino a la maestría tiene este aspecto:

¿Ves esas llanuras largas que ocupan mucho tiempo y en las que tuhabilidad, digamos escribiendo, se estanca? Esas son las peligrosas, nopor desafiantes, sino porque exigen constancia en ausencia de unresultado aparente. Un paso tras otro para atravesarlas como eldesierto, sin que parezca que haya un final.

En el camino a la maestría hay largas etapas en las que parece queno avanzas, que no progresas, que estás empantanado por mucho quehagas y quizá esto no merezca la pena después de todo. Pero cuandouno sabe el aspecto que tiene la maestría, sabe que debe recorrer esaparte del camino y pasar por ella. Sabe que a veces la llanura se recorreen meses o a veces en años. Así que pone un pie delante del otro ycamina cada día, hace cada día. Y te frustras, claro, porque de verdadque a veces parece que no mejora, que todo es una mierda, que lo deescribir no lo haces ni más rápido, ni más fluido, ni más bonito.

Nuestro cerebro es un yonqui de la novedad, necesita percibir

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cambio o se aburre pronto. Ante la llanura dice que mejor dedicarse aotra cosa más estimulante que escribir, y no a este páramo igual portodas partes, rediós. No importa, tú sigues caminando otro día más.Entonces, de vez en cuando, se produce esa subida de nivel queaparecía en la imagen anterior. Muchas veces no la percibes hasta quese ha completado y es que un día, miras atrás y te das cuenta de quealgo ha cambiado, de que eres mejor. Escribes mejor, golpeas másrápido, haces tu trabajo de una manera más fluida, aunque siempre teva a costar si circulas por las llanuras que se encuentran cerca de lafrontera en la que vive para siempre David Bowie.

A veces, cuando vienen o lees a otros que empiezan, y los observasatentamente, eres consciente de lo mucho que has avanzado encomparación. En esos momentos subes de nivel y toca, seguramente,otra travesía por el desierto llano. Será sin promesa de que el siguienteavance sea rápido, o de que ni siquiera vaya a producirse. No importa,pones un pie delante de otro y caminas. Aunque no percibas ningunamejora, da igual, has dado pasos en la llanura, escribes por el merohecho de hacerlo, por esa recompensa externa de haber escrito.

En momentos de adversidad, mucha gente saca fuerzas ymotivación. Es durante toda esa parte del año en la que no parecehaber peligro ni premio cuando tiene verdadero mérito seguirhaciendo cada día. Sin garantías de nada ni falta que hacen.

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Escribir todos los díasSoy de esos que piensa que sí, que hay que escribir todos los días siquieres llegar a no dar demasiada pena en lo de contar historias. Sinembargo, aunque soy un fundamentalista de esto, no soy unfundamentalista en tomar la frase al pie de la letra, como algunos suslibros sagrados. Eso sólo lleva al desastre.

Escribir todos los días no significa crear necesariamente palabrasnuevas todos los días, historias inéditas o tres páginas adicionales deesa novela. Aún me sorprende la gente que piensa que escribir se ciñea crear borradores nuevos y si no, no cuenta. Escribir es más que eso,de hecho, principalmente, escribir es reescribir.

Por eso algunos días escribir es poner mil palabras una detrás deotra, y otros días es aquello que se ha adscrito a Joyce, a Wilde, aFlaubert y a saber a cuántos más:

«Me he pasado toda la mañana para quitar una coma, por la tarde lapuse otra vez».

Si escribir cada día se basara siempre en crear algo nuevo, laliteratura estaría compuesta de un montón de borradores de mierda yno habría ninguna obra maestra. Algunos días escribir es esa caza decomas que después liberas de nuevo en el bosque.

Las buenas historias se crean en el proceso de poda y pulido, derepasar una y otra vez. Y eso es escritura, eso es lo que ha permitidoque existan todos y cada uno de los libros buenos. Se han forjado enese calor constante y cuidadoso, no en el del frenesí del primerborrador. Por eso hay días en los que esa escritura se basa más en leerlo que has hecho y limar las rebabas, mientras que otros se componende la furia de volcar frases nuevas.

Ahora, ¿contar reescribir como escribir todos los días no es una

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puerta abierta a la excusa de repasar un poco algo que hiciste y que ya«cuente» como escritura diaria?

Sí y no, porque no depende de eso en realidad. Todo escritor esexperto en buscarse cualquier excusa con tal de no hacer sutrabajo cada día. Así que no necesariamente precisamos el pretextode reescribir, tenemos muchos otros.

Somos expertos en hacer cualquier cosa durante cinco minutos yracionalizar que eso ha sido escribir, para luego ir contando a todo elque quiera escuchar (nadie quiere porque a nadie le interesa, así quecállate) que hoy también hemos escrito y por tanto somos uno de esosque de verdad se dedica al arte.

Si queremos excusas las vamos a encontrar, ya sea dedicandotiempo a «documentarnos» o poniendo y quitando la coma de marraspara decir que somos Flaubert. Todos sabemos en el fondocuándo estamos dedicando tiempo a escribir de verdad encualquiera de sus formas, y cuándo estamos haciendo comoque escribimos mientras que, en realidad, dejamos pasar el tiemposin que vaya a contribuir a nada.

Supongo que hay gente para todo, y que lo que pasa es que yonecesito cincuenta versiones de un texto para decir «ya está» (cuandoen realidad no está, pero alguna vez he de parar o volverme loco). Perode veras que a mí no me ha salido nada bueno a la primera. Y que sime he pasado dos horas para limar tres mil palabras viejas, eso esescribir, aunque más que añadir palabras, seguramente habré quitadodoscientas.

Mi mejor escritura, si es que eso existe, ha salido de borrar. Sí,borrar es, muchos días, escribir. Pero de nuevo ese es un concepto quevamos a pincelar sólo ahora y ya profundizaremos luego, en la parte de«después de escribir».

Gabriella Campbell escribe sobre escribir, deberías visitar su web siquieres algo mucho más práctico que esto y, sobre todo, que te gritemenos que yo. Por supuesto, ella ha hablado también sobre lo de hacer

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cada día, así que la voy a citar a colación de una época en la que, noscuenta, en vez de escribir ficción cada mañana, se dedicaba a otrastareas de escritura, como blogs y cosas relacionadas, pero que nosuponían una escritura de ficción. Entra Gabriella:

«Hasta ahí, todo bien. Hasta el día en que, después de un par desemanas de solo corregir, planificar y hacer otras cosas, *me dicuenta de que había perdido soltura. Que mi escritura estaba enretroceso**. Todos los días escribía algo en algún sitio, pero no es lomismo escribir en un blog que escribir ficción, si bien estas dosprácticas se complementan y ayudan.»*

«Pensé en algo que ya había leído por ahí, pero que no terminabade creerme: la escritura es una práctica, y como tal, necesita ejercicioconstante.»

Todo lo que Gabriella comenta, junto a planificar, investigar,documentarse, leer consejos de escritura o escribir un folleto o artículopara una empresa (porque eres un escritor hambriento y has de ganarunos céntimos para pan duro) no cuenta. Hacer eso no te hace a timejor escritor de historias.

La escritura es caprichosa, la ficción es caprichosa y cruel. Lashabilidades que ejercitamos en todo eso de lo que se habla en lospárrafos anteriores no son trasladables. Si quieres ser buenoescribiendo historias, has de escribir historias.

Y no hay documentación o planificación de personajes que valga nisustituya al acto de crear y refinar una historia. Esa es la única manerade volverte bueno y, a veces, me parece increíble que busquemoscualquier cosa como sustitutivo de escribir. No lo hay y resulta que esono es lo peor, lo peor son las cintas transportadoras. En serio.

La escritura, como todas las habilidades importantes y complejas, esalgo que con práctica vas ganando muy poco a poco, pero quepierdes a paletadas en cuanto dejas de practicar. Cualquieraque ha escrito o intentado aprender un arte o habilidad complicadosconoce esta sensación.

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Lo dejas un tiempo y te pones y te pasa lo mismo que a mí o que aGabriella. Que has perdido el flujo natural, que se atranca cómoquieres decir las cosas, que todo eso que en la cabeza parecía tan fácil,de repente se ha quedado atorado en un cuello de botella y no fluyesobre el papel.

Escribir no es montar en bici, que una vez sabes cómo, siemprerecuerdas y apenas necesitas un par de pedaladas para volver al puntoen el que estabas la última vez hace años. Escribir, como cualquierotro arte o habilidad que no son cualquier cosa, es como subirte a unacinta transportadora que marcha hacia atrás. Si te paras no tequedas en el mismo sitio, si te paras, retrocedes.

Esto es algo que saben todos los que un día se pusieron a hacer algoque mereciera esfuerzo y de paso la pena. Aparece advertido por todaspartes en los libros buenos, pero aún así, intentamos ignorarlo porpereza.

Voy a confundir cultura con pedantería sacando de la chistera lareferencia más oscura que se me ocurre. El Epitoma Rei Militaris deVegetius, uno de esos miles de textos que lo han dicho siempre claro:

«Todas las artes y todos los trabajos progresan con la prácticadiaria y el ejercicio continuo. Esto es verdad para las pequeñas cosas,con lo que este principio es aún más cierto en los asuntos importantes[...] Pues no importan los años que haya servido, un soldado que nose ejercita es un recluta para siempre.»

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Dejarlo todo para dedicarse aescribir

Ah, la imagen de abandonar las cadenas del mundo real, de ese trabajodiario que como mucho te faculta para criticar al lunes en esosagujeros negros que son las redes sociales...

Estás harto, así que por fin te levantas de la silla, barres con unamano lo que hay en la mesa y te subes para proclamar tu libertad. Tuscompañeros de trabajo te miran como a un loco, pero los locos sonellos. Tu jefe viene a aplastar tus sueños (para eso le pagan, ¿qué va ahacer?) pero ya no tiene poder. Porque te vas de allí, porqueperseguirás tus sueños, porque te vas a dedicar solamente a escribir,ya que has creído a todas esas nociones de que, si sigues lo que amas,lo demás (el maldito dinero) viene solo de manera natural.

No seas yo, he probado el caramelo y es amargo. No lo dejes todopor escribir cada día y ya está. Suena bien, suena como lo mejor delmundo: mañanas al sol, páginas llenas y cadenas rotas.

Esa sensación, en realidad, es la de que te vas a morir de hambre túy vas a matar a tus ahorros de paso y, además de dejar todo esereguero de muertes, no serás mucho mejor escritor que si siguieras entu trabajo, practicando cuando pudieras y cuanto pudieras. En serioque no, porque si has de escribir, lo sientes y le tienes amorverdadero, vas a hacerlo igualmente en cualquier situación.

La mentira que más nos gusta contarnos es la de que por finpodríamos hacer lo que quisiéramos si una cierta condición secumpliera. Si no tuvieras ese maldito trabajo de diez horas, si fuerasrico, si no hubieras traído al mundo a dieciocho hijos y un loro, porqueno pusiste medios y, para una vez que robas, tuvo que ser en unatienda de animales (nada basado en hechos reales).

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La realidad es que todo eso son excusas para noenfrentarnos a la incomodidad que supone hacer lo quetenemos que hacer, nos apetezca o no.

Los escritores somos expertos en decir cada dos por tres queestamos bloqueados, pero siempre somos lo bastante creativos comopara inventar cualquier cuento con tal de no ponernos a trabajar.Porque escribir no es maravilloso siempre y esas mañanas al solamanecen nubladas más veces de las que cuentan las películas. Porqueescribir es que lleves dos años ya intentando domar doscientascincuenta páginas de mierda y no hay manera (nada basado tampocoen hechos reales).

Eso es la escritura real, no la de las películas, que no muestrannunca nada cierto: ni la noción del arte, ni la de la muerte, ni la de laspeleas, ni de cómo habla alguien por teléfono siquiera (¿quién cuelgasin despedirse nunca?). Pero queremos creer en esas historias, porqueesa es su magia, y empezamos a confundir fantasía y realidad, a creeren La, La, Land (gran película, terrible mapa para la vida, como tienenque ser las buenas historias).

No importa que se dé una condición u otra en tu vida. Si tienes quehacerlo, escribirás con los 18 vástagos y el loro en el hombro. Y daigual que tengas millones en el banco y ninguna obligación, que quienes un aficionado y juega a ser escritor en vez de serlo de verdad, no seva a poner ni con todos los días de su vida por delante.

Es más, ocurrirá lo contrario. Cuando tienes todos esos días pordelante, precisamente te sentarás menos porque siemprepuedes decir que mejor ya te pones mañana. Total, no tienesotra cosa que hacer excepto escribir.

Dejarlo todo para dedicarse a escribir no funciona porque, aunquetengas 12 horas por delante sólo para escribir, la realidad es que vas ahacerlo más o menos lo mismo que si sólo tienes una o dos. ¿Por qué?Porque escribir no es una cuestión de tiempo, sino de energía. Estoes tan importante, que va a tener capítulo propio cuando entremos a latarea de escribir en sí, pero lo resumo ya, destripando la esencia.

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Teniendo todo el tiempo del mundo te pones, y a la hora necesitasdescansar ya, y a las dos horas de buen trabajo estás tan seco que daigual que te quedes sentado cuatro más. Raramente saldrá algo bueno,porque no queda gasolina dentro. Necesitas hacer otra cosa o ninguna.Eso y que, si te pones un reloj y mides exactamente el tiempo quetecleas y el que ves idioteces en Facebook, te darás cuenta de que, deesas 12 horas con el culo cuadrado, 10 han sido mirando gatos ycomprobando que los del instituto siguen siendo idiotas.¿Tiempo detrabajo efectivo y real? Je.

En serio, no uses uno de esos sistemas de análisis de tiempomientras estás ante la pantalla del ordenador, no si no quieresdeprimirte y darte cuenta de lo mucho que te mientes y lo poco quetrabajas.

Y una cosa más, que decía aquel. Para manipular a la gente, nadacomo usar el argumento de la Arcadia perdida. Mira Trump yvendedores similares.

La Arcadia perdida es el eterno soniquete de que tiempos pasadosfueron mejores. Antes no estábamos pendientes del móvil, éramosmás educados o los escritores se dedicaban a eso, a escribir todo el díay no a cambiar papeles de sitio en una oficina. Entonces el arte serespetaba, pero hoy la vida moderna mata a la creatividad y no haymanera, mira qué jornadas laborales o cuánta distracción. La culpa noes tuya ni de tu pereza, la culpa es de haber nacido en estos tiempos.

Si piensas eso, es que no te has preocupado de mirar ni siquiera unpoquito la biografía de tus ídolos literarios, o comprobar si es ciertoaquello en lo que crees. Si piensas que los tiempos pasados eranmejores, tampoco has abierto nunca un libro de historia, al parecer. Yeso genera malos escritores.

Scott Fitzgerald creaba eslóganes para anuncios de autobús, JackLondon era pirata de ostras y se llenaba de barro hasta la cintura porla noche, robándolas. No, en serio, al menos él podía decir que erapirata. Hemingway era periodista y chupaba como un vampiro delfideicomiso de su mujer, mientras que su némesis Faulkner estaba

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repartiendo cartas (y Vonnegut era vendedor de coches, además de laexistencia de un asombroso número de escritores-conserjes).

Porque este es el secreto, niños, los pocos que escribían todo el díabajo el trino de los pájaros solían venir de familias ricas o, en casosradicales, optaban por morirse de hambre o cirrosis.

Si quieres escribir, lo harás independientemente de lascircunstancias externas, no tienes que dedicarte únicamente a ello.Y sí, vas a tener que sacrificar muchas cosas, eso es lo que ocurre enrealidad cuando nos quejamos, que no estamos dispuestos ahacer dicho sacrificio. Cervezas con los amigos, horas de sueño, lacordura (total eso qué más da...). Para escribir tienes que dejarmuchas veces de lado esas cosas, pero no hace falta que lo dejes todo.

De veras que si sientes que tienes que escribir y forjas la disciplinaque hace falta, lo harás igual con tu trabajo diario y tus obligaciones. Ytendrás tres comidas diarias y más de cuarenta y siete euros con doceen el banco (de nuevo, nada de hechos reales).

Come tú y que no te coman las fantasías, sirenas irresistibles quesonríen enseñando los colmillos.

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Antes de escribirTodas estas páginas y aún no hemos empezado siquiera. Cómo nosgusta hablar de cualquier cosa en vez de ponernos a escribir, yo elprimero. Pero lo cierto es que la buena escritura comienza muchoantes de sentarse cada día a intentar caminar por los límites.

Hay muchas cuestiones alrededor de ella que es importante quecomprendamos antes de que cojamos el bolígrafo, si es que alguien locoge ya, porque he ahí la noción romántica de escribir a mano y latremenda ordalía que resulta trasladarlo después al ordenador.

Dentro de este cajón desastre a tener claro antes de escribir vamos aver si los cursos de escritura y criaturas similares son necesarios, osiquiera positivos. Vamos a hablar de best-sellers y de cómo crear uno,pero los vamos a hacer de verdad. También vamos a hablar deortografía y gramática, de dejar para luego y de pistolas en la sien.

Ah, y del mejor consejo posible para cualquier escritor, no mío,claro, sino de uno de los más grandes. En serio, es lo mejor que puedesaplicarte, algo para recordar y releer como una invocación a lasinexistentes musas justo antes de ponernos. Y no, no lo escribióHemingway. Fue su mejor amigo antes de que todo se agriara porenvidias, como siempre sucede entre escritores.

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Cursos de escritura y otrosanimales fantásticos fáciles de

encontrarMás de una vez me han preguntado que qué opino sobre cursos deescritura, seminarios y otros sinónimos. Supongo que algunos me lohan preguntado con ilusión porque no me conocen, mientras que otroslo han preguntado porque quieren ver cómo enciendo la boca dellanzallamas y aprieto el gatillo. Ya lo dijo aquel, hay gente que sóloquiere sentarse a ver el mundo arder.

Pero no tengo lanzallamas y no necesariamente voy a demonizarlos,porque todo depende de lo que esperes de ellos y de cuánto dinerotengas suelto para eso en vez de otras cosas íntimamente relacionadascon la escritura, como el alcohol y la autodestrucción.

Como siempre, la perspectiva es nuestra amiga, así que he aquí lapregunta clave: ¿Crees que si vas un fin de semana a aprender conTarantino vas a ser igual de bueno que él? ¿Crees que él aprendió así?¿Crees que serás el mejor guitarrista del mundo porque empleaste esesábado de buen tiempo en ir a un cursillo? ¿Crees que esa es la clave?Pues eso mismo con la escritura, sus cursos y seminarios.

No me importa qué escritor lo imparta y lo bueno que sea, que yaveo que algunos nombres que suenan a menudo en las estanterías lohacen también como docentes de cursos. Todo escritor queimparte lo hace porque la realidad es que la escritura no dapara vivir.

Lo reconocen prácticamente todos a los que se les pregunta, como laautora Elvira Navarro por poner un ejemplo y, lo que incluso hanreconocido otros, como el Nobel Naipaul, es que aunque imparten esosseminarios (y a veces cursos completos, como suele ser en Estados

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Unidos) no sirven para prácticamente nada.

Sí, la ironía de que el propio maestro piense eso y sus clases sellenen, pero la realidad es que Naipaul no está solo en dicha opinión,tampoco la oculta y, aún así, una y otra vez acuden hasta él.

Así que no, no vas a volver hecho un Córtazar de esos fines desemana, aunque el propio Julio se levante de su tumba a darte elcurso. Pero, ¿puedes aprender cosas útiles? De ahí ya depende, todo esuna cuestión de expectativas y docentes. A mí me gustaría escribiralgo, llevárselo a Hemingway que se pasó la clase bebiendo y que meescupa a la cara que es una mierda y lo odia. Sólo esa experiencia meenseñaría. Me enseñaría a llorar acurrucado en un rincón, pero algo esalgo.

Así que no sé si quieres sacar un fin de semana con gente que creesafín, si quieres conocer a ese escritor famoso que imparte el curso obien, simplemente, aprender una o dos cosas de ellos que a lo mejor tesirven o a lo mejor no. Si es todo eso, de veras que cada uno es libre degastarse su dinero en lo que quiera. Simplemente, y como con loslibros que tratan el tema de la escritura incluyendo este, mira bienen qué vas a emplear esos euros que no vas a recuperarnunca escribiendo.

La clave para distinguir a los buenos cursos, como a los buenoslibros, es que, cuanto menos prometan, mejor. La escritura es unproceso que se mejora con la práctica propia y deliberada, y ya está.Hacer un curso, escuchar alguna cosa útil y luego no practicar no sirvede nada.

Este libro parte con dos premisas. Una es que el arte de la escrituraes un arte de verdad, por tanto es complejo, difícil y merece unrespeto. Pensar lo contrario y que cualquiera puede ser el mejordedicándose cuando le apetece, es abaratar la escritura y faltarle a eserespeto. No abarates tu arte, bastante lo están haciendo otrospor todas partes.

La segunda premisa es que, si no te apasiona escribir, si no sientes

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ese extraño impulso por lo que haces dentro de ti, ¿para quémolestarte? ¿Cómo hobby de vez en cuando? Genial, en serio,simplemente no creas que vas a ser excesivamente bueno dedicándotede vez en cuando o acumulando cursos y conocimiento. Eso nunca hapasado en nada y la escritura no es una excepción.

Si ese seminario no es una excusa para hacer algo durante dos días yluego dejar de hacerlo durante dos meses, adelante, ¿qué voy a deciryo si odio que me digan a mí lo que tengo o no tengo que hacer? Sicrees que debes y tienes el dinero, gastátelo en lo que quieras.

Si no es así, no lo hagas porque no es imprescindible. De hecho nisiquiera es necesario y quizá incluso acudir a esos cursos seacontraproducente, según quién los dé y cómo.

Isabel Allende piensa que los elementos que permiten escribir buenaficción no se pueden enseñar. No está sola. Ella cree que los grandesescritores se hacen a sí mismos y no se cocinan en ningún taller, cursoo carrera. Qué curioso que eso lo repitan todos los buenos, inclusoalgunos de esos que dan los cursos. Otros callan, quizá porque piensanlo contrario o porque, ya ves tú, resulta que un escritor también tieneque comer y, sobre todo, que beber. Así que enseñan en esos eventos ydan evasivas cuando se les pregunta sobre si sirven para algo. Cito a lapropia Allende para terminar:

«Tengo veinte estudiantes trabajando en una novela, pero sólo unopodrá crear una buena... Puedo enseñarles unas pocas cosas sobre laescritura, pero no puedo enseñarles suspense, tensión, tono... cómojugar con la imaginación del lector, que es el aspecto culminante deuna historia.»

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El mayor enemigo del escritorEl mayor enemigo del escritor es él mismo. Como persona creativa quees, especializada en ficciones y mentiras, es una máquina de dejar paraluego eso de escribir y, sin embargo, encontrar las trolas más creativaspara justificarse. Los poderes del escritor aplicados para hacer el mal,como siempre pasa con el poder.

Todos sabemos cómo funciona eso de buscarse excusas por lascuales hoy no me puedo sentar a escribir. Desde la tontería favorita delos amateurs: «No estoy inspirado», hasta que en cuanto por fin tepones ante el teclado, surge algo importantísimo en lo que hace añosque no piensas, pero por alguna razón has de hacer ahora, ya, sinexcusas.

Puede que sea ordenar la habitación del fondo o la estantería de loslibros. Ir a comprobar cómo está el pollo de la nevera y qué siente, oesa necesidad irrefrenable de ponerte con cualquier otra cosa a la queno le has dedicado un solo pensamiento durante la semana. Y lo mejorde todo es que, si consigues superar ese obstáculo que te arroja tucerebro, cuando has terminado de escribir ya ni te acuerdas de eso quete parecía tan importante. Desde luego no le vas a quitar tiempo almóvil para ponerte a hacerlo.

Hasta que te sientes a escribir otra vez, claro. Entonces aparecerá denuevo como un fuego que has de apagar.

Sin embargo, la cuestión no es esa, no te sientas especial, que estonos pasa a todos. La cuestión está en otras maneras más creativas, tanpropias del escritor, de evitar el acto de escribir y, sin embargo, decirseque ha trabajado.

Una de las formas favoritas en las que un escritor evitaescribir es leer sobre cómo escribir. Y sí, soy plenamenteconsciente de la ironía y plenamente consciente de que este libro

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puede ser un arma de distracción masiva, pero estoy seguro de que entu caso lo has cogido sólo porque tu trabajo de hoy ya está hecho, asíque puedes dedicarte a leerlo sin complejo de culpa alguna.

Internet es la ofensa máxima, un mar de consejos y maestrosescritores desconocidos que están pregonando métodos infalibles ensiete pasos. Regurgitar cualquier cosa que dijo Stephen King, echarlela culpa a los adverbios de que en realidad eres un mediocre, cincosecretos para mejorar tu escritura que resulta que has copiado de unblog en inglés (con cosas que poco tienen que ver con el español, suuso y su manejo...). La red está llena de esos artículos que noalimentan, que olvidas al siguiente minuto. Pero hay tantos, porquehoy todo el mundo está preocupado por enseñar en vez de poraprender, que puedes recorrerte la red entera saltando de clic en clicde esos artículos.

Y mientras tanto, no escribes una maldita línea, que es la únicamanera real de mejorar.

Pero te dices que la hora que has empleado la has invertido enmejorar tu escritura. Pues esta es la realidad: Si no escribes, no hasmejorado tu escritura. Es más, hay que recordar que cada vez queno escribes, la empeoras.

A escribir se aprende sobre todo haciendo y, sobre todo, sedesaprende siguiendo 7 fáciles consejos para crear una historiaadictiva que sólo arruinarán tu tiempo y tu práctica. ¿Has visto lo quehace la comida basura por ti? (yo lo veo magníficamente en primerplano) pues lo mismo hace todo eso por tu escritura.

Otro de nuestros entretenimientos favoritos es«documentarnos». Sí, como el tipo ese que no hace mucho (a lahora de escribir esto) metió una furgoneta en una central nuclear parademostrar lo fácil que era conseguirlo y ponerlo en sus thrillers deespías.

Si estás haciendo eso, me pones en duda, porque vivir unaexperiencia de primera mano y contarla, te lo acepto y envidio tu

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forma de locura y tu ansia por morir de un balazo (muy de escritoreso). Pero ir haciendo clic de artículo de Wikipedia en artículo deWikipedia, con la excusa de documentarnos, es perder el tiempo. Sinembargo, te defiendes con que no es un pretexto para no escribir, quete estás informando y a lo mejor hasta lo haces por Whatsapp, comouna reciente ganadora de me callo qué premio literario importante yque presenta un telediario. Si a ella le funcionó, eso debe contar paraescribir, ¿no? Pues no. A la hora de escribir cuenta escribir, yo no sépor qué se confunden otros verbos con este.

Por último, he aquí mi forma favorita de evitar escribir, porque losobsesivos compulsivos tenemos poco remedio y no puedo escribir si notengo el teclado adecuado, o si el programa que tengo delante no megusta porque la fuente (junto con la separación de las líneas) es tannefasta que resulta casus belli.

¿Qué voy a decir? ¿Que no he caído en todo esto? Más de cien vecesy otras tantas que lo haré, pero al menos ya no me digo que eso esescribir. Para escribir necesito un bolígrafo y un papel, y con unordenador de hace veinte años y el peor editor de textos tambiénpuedo hacerlo. Lo que he descubierto con el tiempo es que, paraevitarme mis distracciones favoritas (allá cada uno con las suyaspropias) el antídoto es permanecer lo más primitivo posible, algo de loque ya hablaré en el capítulo sobre las herramientas que uso paraescribir.

Al final, resulta que los peores cuentos que contamos los escritoresnos los repetimos a nosotros mismos, sobre cómo hacemos cosas queno son escribir pero en realidad deberían contar como que estamosperfeccionando el arte, haciéndonos mejores. No lo hacen, no en esteuniverso y no en ningún otro. «Aprender», documentarse y hacer elcanelo con otros escritores por la red o fuera de ella, no es escribir.Acabo de mirar el diccionario y ni siquiera la RAE con sus libertadesha modificado el verbo.

Escribir es escribir. Lo demás es engañarse y, de paso, sabotear tuescritura.

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Los objetivos son paraperdedores

Todos los escritores tenemos, más o menos enterrados, más o menosreconocidos, unos cuantos sueños de grandeza. Nuestro objetivo esque nos publique Alfaguara, nuestro siguiente ganar el Planeta y,quién sabe, si tenemos tiempo entre las legiones de fans que no nosdejan en paz, desde ahí hasta la dominación del mundo y más allá.

Lo mejor que uno puede hacer en esos casos es olvidarse de esosobjetivos insensatos. Lo mejor para tu escritura y lo mejor incluso paraacercarse un poco a dichos objetivos es precisamente dejarlos tiradosen una cuneta, olvidarlos sin mirar atrás y centrarse en escribir.

Soy una alegría por donde voy, lo sé, un sol de invierno. Pero escierto. Como dice Scott Adams, genial creador de la tira cómicaDilbert: «Los objetivos son para perdedores».

¿Y qué tienen los ganadores en vez de objetivos? ¿Qué deberíamostener nosotros si queremos ser los mejores escritores que podamosser: Sistemas.

Ni sueños, ni metas, ni sinónimos. Algo tan prosaico como procesosy sistemas es lo único que tiene posibilidades de llevarnos un poco máslejos en esta gesta interminable llamada escribir bien.

El problema en sí no es tanto que nos pongamos objetivos, sino laclase de objetivos que suelen rondar por nuestras ensoñaciones y quesuelen parecerse a lo que he comentado antes: amor incondicional detodo el mundo, tres Nobeles y dos Planetas. Con el tiempo te dascuenta de la realidad de la escritura y la publicación, así que vasempequeñeciendo un poco las ínfulas y, a lo mejor en vez de Alfaguarate conformarías con que Destino mirara de reojo. Algo más modesto,pero de cierto prestigio.

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El problema con eso, aunque sea algo más pequeño, es que es casiigual de imposible porque la mayoría de objetivos que tenemosen mente los escritores dependen mucho más de elementosexternos, de la carambola de unas probabilidadesimposibles, y de otras personas, que de nosotros mismos.

Y cuando eso es así, básicamente estamos jugando a la lotería, unaestrategia bastante mala en general. Si vas y le cuentas a alguien que tuplan de vida es que te toque el boleto de los jueves (o cuando sea quehagan los sorteos ahora) te van a mirar raro y a pensar que menudoestratega estás hecho.

Pero es que esos objetivos, como el de soñar con el rey de Sueciadándonos la mano, no se diferencian del párrafo anterior. Para que secumplan tienen que darse tantas cosas que no dependen paranada de ti, que es casi estadísticamente imposible. Y más en untiempo donde el oficio de escritor se ha hecho más habitual que nunca.

¿Qué hacer entonces que tenga más probabilidades? Ojo, no digoque tenga muchas probabilidades, pero sí que tiene más (mediacentésima de milésima es más) y, sobre todo, es lo que suelen tener encomún todos esos que llegaron a algo, los que perduraron y lohicieron por mérito propio.

Esos cogen algo que sí pueden controlar, que sí depende de ellos, yestablecen un sistema que siguen a rajatabla, intentando siempre serun poco mejores cada día.

¿Puedo controlar que el lector editorial de Planeta me mire a mí,haya dormido bien, tenga un bonito día, mi estilo encaje con lo que legusta y que, sobre todo, considere que lo puede vender? (Casi nada).Pues no puedo, nada más lejos.

Pero sí puedo controlar otras cosas como:

Mi escritura. Dedicarme cada día a ella, intentar estirar loslímites para ir un poco más allá y mejorar.Mi lectura. Repitiendo exactamente la fórmula de arriba.

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Mis horas dedicadas a contactar con editoriales, establecerrelaciones, enviar manuscritos. Enviar otro cuando se rechazó elprimero... Aguantar la derrota y los cientos de negativas que hayahí delante. Puede que no controle la respuesta de Planeta, peropuedo influenciar mis posibilidades (al menos un poco)estableciendo un sistema para incrementar los boletos del sorteo,los intentos que echo en la urna.

En general, para lo de publicar, hay un capítulo en este librodedicado a ello y que se llama Cómo publicar cuando pareceimposible hacerlo. Allí vuelco mi experiencia, que no está escrita en lapiedra, pero leyendo esa parte y conociendo más sobre la vivencia depublicación de otros, uno puede diseñar un sistema alrededor. Esdecir, una serie de acciones que repite una y otra vez a fin deser mejor cada vez.

Los mejores entrenadores del mundo, en competiciones de élite,saben que deben confiar en el proceso y olvidarse de objetivos devictorias y derrotas. Se centran en que sus pupilos tengan el mejorsistema de entrenamiento posible y acudan, practiquen e intentenmejorar un poquito cada día. Si haces eso, aunque sea sin querer,te vuelves bueno inevitablemente. Por eso la práctica diaria, unapráctica consciente y enfocada en mejorar la escritura y extender suslímites. Es lo que funciona y no hay sustituto posible.

Un buen entrenador diseña un sistema que exija al pupilo forzardichos límites un poco más. Ensaya el saque del tenis, el jab del boxeo,las jugadas del ajedrez, incontables escenarios para ver la respuesta…y luego esa respuesta optimizarla un poquito constantemente,plantando la frontera de lo que somos capaces de hacer un centímetromás allá cada día.

Porque ese poquito diario (refresca las matemáticas del colegio)cuando se va sumando va haciendo crecer el resultado cada vez más ymás. De pronto, seis meses o un año después, estás mucho másadelante de lo que creías, si el sistema era bueno y lo seguiste.

Y si es así, resulta que las metas, a veces con ese poco de suerte que

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siempre hace falta para todo, vienen solas como producto inevitable deseguir un buen sistema cada día y habernos convertido en los mejores.Incluso a veces vienen unas buenas victorias, pero el profesional, comoel escritor de verdad, no se preocupa de ellas. Se preocupa delevantarse otro día, sentarse ante la historia, ser un poco mejor, ir un1% más lejos que ayer en el viaje. Los resultados, si vienen, lo hacencomo consecuencia natural de un buen sistema. O no, porque muchasveces no vienen, pero aún así los objetivos no importan.

Habrá días buenos y habrá días malos. No pasa nada, confía en elsistema si es adecuado, y en el proceso. Disfruta de él, del merohecho de escribir por escribir, por hacerlo mejor y ya está. Yque con ello venga esa sensación difícil de describir a todos esos queno se dedican a esto.

Las metas que nos pongamos en el sistema, si acaso, serán sobrecosas que uno sí puede controlar: un determinado número de horas aldía (o de palabras en la fase de creación pura), un determinadonúmero de envíos de manuscrito hasta acabar esa lista de editorialesque podrían encajar para nuestra historia...

La suerte (esto es la vida real) va a seguir jugando un papel muyimportante en todo, el que más, probablemente, no nos engañemos,pero al menos nuestro propio papel será un poco más grande, no el deun mero muñeco de trapo llevado de acá para allá, movido por lascircunstancias o los sueños imposibles de ese día. En ellos nosperdemos, estrechando en nuestra imaginación esa mano del rey deSuecia, mientras dejamos de escribir otro día y no ponemos el trabajoque exigiría el sistema.

Olvida esos sueños, los sueños son para perdedores igual que losobjetivos, y olvidarlos es, paradójicamente, lo mejor que puedes hacerpor ellos.

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Cómo crear un best-sellerEs cíclico como las estaciones. Cada cierto tiempo te tropiezas con unartículo titulado igual que este capítulo. Todos ellos tratan de cómoescribir un libro superventas o alguna variación del tema. El contenidodel artículo suele basarse en:

1. Escritor que ha vendido mucho intenta dar la fórmula que le hallevado hasta ahí. O bien...

2. Analista (nada) sesudo desmenuza el último éxito de ventas eintenta explicar, en 10 fáciles puntos, por qué un libro ha vendidotanto.

A raíz del enorme éxito de la saga Juego de Tronos, le preguntaron aGeorge R.R. Martin sobre qué hace que un libro se convierta en best-seller. En un alarde de sinceridad dijo que no tenía ni la másremota idea. Él mismo había intentado analizar sus éxitos, extraerlos motivos e intentar aplicarlos a otras de sus historias. ¿El resultado?Desastroso, según él. Nunca lo conseguía, lo que creía que funcionaríafallaba, o lo hacía una vez y tres no. O de repente algo que no esperabase convertía en éxito.

Hoy día, en un mundo lleno de tertulianos y líderes de(sub)pensamiento nacidos en las redes sociales, requiere mucho corajeque alguien salga públicamente y diga la verdad, que no tiene ni ideasobre un tema.

Cuando un autor (o empresario, o artista o lo que sea) intentaexplicar su éxito, puede tomar dos rutas. Una es la sincera, la deMartin, basada en reconocer que no se tiene ni idea en vez de dejarsellevar por sesgos cognitivos de superviviente (algo que da tema por sísolo). La otra es la habitual, piensas un poco y dices lo que crees queha sido según tu opinión, pero siempre es erróneo, por ese sesgopsicológico inevitable que he comentado y otros cuantos.

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¿Cómo puedo asegurar que siempre es erróneo y quedarme tantranquilo? Por algo muy sencillo. ¿Has visto todos esos libros y cursossobre cómo hacerte millonario? ¿Esos libros que prometen queobtendrás todo lo que desees si sigues sus tonterías? Supongo que loshas visto porque se venden millones de ellos cada año, con la formulitadel éxito en el campo que sea. A veces son esoterismos sin sentido yotras, perogrulladas. Pero, sean como sean, el porcentaje demillonarios exitosos permanece estable.

Así que ver que no funcionan es fácil, porque si lo hicieran yaseríamos todos millonarios de abdominales perfectos (parafraseando aDerek Sivers). Es una mera cuestión de pararse un momento yexaminar los hechos con cabeza, pero eso, como reconocer laignorancia, es impensable. De hecho, cada año siguen saliendo nuevoslibros que prometen, otra vez, lo mismo. Curiosamente ni siquiera semolestan en dar métodos distintos, aunque es obvio que nofuncionaron el año pasado tampoco. Saben que da igual y se lucrancon eso. Las personas, cuando queremos creer, queremos creer, y algotan insignificante como la verdad no nos detendrá.

Desde chorradas sobre leyes de la atracción y sandeces similares,pasando por consejos más sensatos (intentar ser el mejor, darte aconocer, generar contactos…) que alguna vez funcionan y muchasotras no. No se puede hablar de fórmulas del éxito, porque inclusosiendo una minoría de los que las leen, miles de personas las siguen arajatabla y no lo consiguen incluso siguiendo todos esos consejossensatos. Y es que muchas de esas condiciones, como trabajar y ser elmejor, son necesarias, pero no suficientes.

¿Qué se nos escapa? Algo de lo que ya he hablado: que loimportante nunca es simple.

Las cosas importantes no se pueden reducir a una fórmula sencilla.La vida y las situaciones de las personas son tan distintas y complejasque hay muchas más cosas actuando en una situación de las quecreemos. Para añadir complicación, por si no hubiera bastante,muchas de esas cosas actúan de manera que no vemos o sondirectamente inconscientes. Hay infinidad de factores con los que no

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contamos y sobre los que no tenemos control. Pero somos humanos, esnatural pensar que tenemos más influencia de la que tenemos enrealidad, pura necesidad psicológica de control.

Al final, trasladas todas esas fórmulas de unas personas a otras y losresultados que observas en ellas son muy dispares. Es como comprarlea tu nueva novia la colonia que tan bien olía en otra, aparte de serinquietante, suele acabar en desastre.

Multitud de editoriales, con gente muy experimentada, intentancopiar la fórmula de lo que esté teniendo éxito en el momento. Hay milsombras de las sombras de Grey, cientos de clones vampíricos ynovelas negras de nombre vikingo. Y algunas obtienen éxito y laenorme mayoría no se comen nada. Lo mismo que ocurre con el restodel catálogo editorial, sigan la supuesta fórmula del éxito o no. Así haocurrido siempre y así ocurrirá.

Queremos creer que hay secretos y que alguien los ha descubierto,queremos creer que es posible figurarnos el sentido completo de lascosas. Y siempre estamos intentando simplificar, yo el primero,reducir a una lista diez puntos lo que es necesario hacer. Lo que ocurrees que por ese camino de simplificar perdemos tanta información, queal final tenemos una lista que no sirve apenas.

Sin embargo, este tipo artículos sobre por qué vende un libro sueleser bastante leído. Lo mismo pasa con toda esa industria de cómohacerse rico y materializar deseos estúpidos con nombre de Ferrari. Simiramos fríamente, parece que lo mejor para crear un libro best-selleres lo mismo que para hacerse millonario: escribe algo que prometa lafórmula para escribir un best-seller.

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Las reglas del arteCuando hablo de no seguir consejos, dictados u opiniones, siempreestá la gente que coge eso y lo usa como excusa para justificar suvagancia a la hora de aprender las reglas de la escritura, o aprendersobre el arte en general. O para justificar su caos, en el que viven asalto de mata o salto de inspiración, donde vuelcan lo que sea sinorden ni concierto sobre la hoja en blanco, diciendo que es su artepuro y sin filtros, cuando en realidad es otra vez lo mismo, pereza yfalta de respeto a la escritura; porque uno no desea pararse a aprenderreglas básicas y quiere correr antes que andar. Correr antes que andarte augura tu buena dosis de tropiezo y que seguramente vayas endirección a un barranco.

Somos muy malos caminando la fina línea en la que viven las cosasimportantes. Siempre nos vamos hacia un lado o hacia otro, y no porpoco. Siempre he sido un gran proponente de ser capaces de albergaren nuestra cabeza ideas contrarias, o ideas que conectan por un lado yse pelean por el otro, pero supongo que ese es uno más de esosmotivos poco atractivos por los que, más veces de las que no, estoysolo en mi particular trinchera de la escritura. Las causas con un solofilo y sin matices son un asco, para simples.

Así que aquí lo digo bien claro para que no haya lugar a equívoco:No vale todo en la escritura y para romper las reglasprimero hay que dominarlas.

Porque yo nunca he dicho que todo vale y que no puedes aprendernada, de lo que estoy en contra es de consejos maniqueos, nadaefectivos para crear argumentos «adictivos», personajes «queenamoran» y tonterías por el estilo.

Así que hay que aprender a caminar antes que a correr y la verdad esque eso empieza por la ortografía, la gramática, etc. Alguno me puedevenir con que grandes escritores tenían erratas, que si Márquez y tal.

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Que si esas labores son del corrector y no del escritor, cuya creatividadno debe ser encerrada o limitada por cosas como el sujeto y elpredicado.

Otra vez, excusas porque eres un perezoso que no se toma en serio elarte de la escritura, que quiere esquivar las partes menos atractivas yasí nunca va a escribir bien.

Si no te molestas en hacer bien lo pequeño y lo básico, vasa ser incapaz de hacer bien lo grande. Si no te molestas poraprender lo fundamental y dedicarle el respeto que merece, ya te digoque la escritura tampoco te lo va a tener a ti, es de justicia. No vas apintar bien si no sabes de perspectiva, esculpir bien si no sabes deproporciones, escribir bien si no sabes de ortografía y gramática, y esosólo para empezar.

Aprender sobre estructuras y teoría de la literatura no va a hacerque crees historias de la nada, pero las va a hacer un poco más fuertes,quizá con raíces verdaderas. Aprender sobre las propias historias,sobre Joseph Campbell, el viaje del héroe y el monomito, sobre cómoAristóteles ya hablaba del argumento... Todo eso va a influir para bienen tu escritura. Pero claro, teoría de la literatura... Suena como laspalabras mágicas para dormir a tus secuestradores y escapar mientrastanto. Hoy día, igual que mucha autoayuda coge filosofía antigua, lasimplifica haciéndole perder el significado y la adereza como comidarápida para la psique, muchos consejos sobre escribir hacen lo mismocon las raíces verdaderas.

No estoy diciendo que necesariamente debas hacer una carrera,pero todo lo que aprendas sobre tu arte, de verdad, de fuentesprofundas que se molestaron en indagar con trabajo, va a hacer mejortu escritura.

Especialmente si estás empezando, no te compliques, las mejoreshistorias no son necesariamente innovadoras, no tienes que intentarrepetir virtuosismos como Crónica de una muerte anunciada. Lobásico, bien hecho, resuena con fuerza. Parafraseando a BernardShaw, Shakespeare era un excelente contador de historias siempre que

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ya las hubiera escrito alguien antes.

Primero lo primero. Si no sabes poner un cimiento, no intenteslevantar la Sagrada Familia, porque te va a caer encima. Aprende lasreglas básicas, ten una ortografía impecable y aún así se te colarán cienerratas, aprende sobre conceptos como argumento y sus tipos.Encontrarás que unos dicen que hay siete, otros nueve, otros que sitreinta y seis situaciones... Todo es útil, todo añade, no es para que losigas al pie de la letra, es para enriquecer lo que tienes dentro y quecon esas nuevas piezas surjan cosas interesantes y ricas. Aprendesobre estructura narrativa, aprende sobre tu arte.

Si todos estos conceptos suenan a chino, Internet es tu amiga.Ciertos libros que nada tienen que ver con hacerte un best-sellertambién son tus amigos. Verás cómo nadie se pone de acuerdo, y esoes genial, porque en esos rozamientos y conflictos, en esas ideascontrarias que puedes mantener en tu cabeza, surgen las chispasnuevas y adecuadas.

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La pistola en la cabezaLo cierto es que me sorprende cuando alguien me pide opinión sobrealgo, porque yo no tengo ni idea de nada y soy un hombre que puedevivir con su hipocresía, tanto como para escribir un libro sobre nada yque ya vaya por todas estas páginas. Por eso, cuando alguien mepregunta que cómo hago para sentarme todos los días y juntarpalabras, se me atranca el engranaje y no me sale otra respuesta que lade siempre. No hay método, lo haces y ya está.

Como mucho, a veces, me acuerdo de lo que aprendí de un hombrehosco. Unos días me siento y escribo de manera fluida y agradable,otros cojo con las dos manos la pantalla, insultándola hasta que estallala vena del cuello. Y cuando alguna vez me ha dicho alguien que él nopodría hacer algo así cada día por el motivo que sea, siempre herespondido lo mismo: «Oh, claro que eres capaz».

Pero no lo digo para animarle, ni porque piense que el otro tienedentro toda la voluntad necesaria y sólo necesita un poco deinspiración por mi parte, eso son tonterías.

Sé que esa persona podría ponerse cada día por lo que me enseñó elhombre hosco. Sé que podría porque, si le pongo una pistola en lacabeza y le digo que, o junta dos mil palabras o aprieto el gatillo, melas va a escribir. Y lo hará con mil más de regalo. Es la mentalidad dehacer las cosas con una pistola en la cabeza la que me clava en elasiento, y más de un tiempo a esta parte.

Lo curioso es que, en realidad, esta no es una mentalidad aconstruir, es una realidad a reconocer. Nos están apuntando conla pistola, a todos. Está ahí, a nuestra espalda y rozando la nuca, poreso casi nunca la vemos. O mejor dicho, no queremos girarnos paraverla.

En ocasiones nos movemos y notamos el cañón frío contra el cuello,

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es un instante en el que recordamos y nos prometemos que lo quetengamos que hacer en esta vida, hay que hacerlo ya: escribir, amar,odiar, viajar, perdonar o lo que sea. Pero esas promesas se escriben enarena de playa y las olas no van a detenerse por nosotros. Así que seborran y seguimos ignorando que no es una cuestión de imaginar unarma, es cuestión de recordar que en realidad siempre está ahí. No sétú, pero yo de repente me dí cuenta de que de todo lo que me hasucedido en la vida ocurrió hace ya demasiado tiempo, y que no mequeda mucho más para que me sucedan el resto de cosas importantes,como escribir bien. Así que si las quiero, he de hacerlas ya.

Desde niños nos tatúan la mentira de que el futuro nos salvará. Noscuentan que cuando crezcamos tendremos alguna idea de cómofuncionan las cosas: que en la universidad nos prepararán ycomprenderemos, que cuando consigamos un trabajo o unmatrimonio entonces las piezas encajarán y podremos disfrutar...Luego, cuando empezamos a encoger el ceño porque nada es cierto,nos dicen que tranquilos, en realidad será cuando nos jubilemos, añosdorados en los que por fin podremos bajar los brazos y descansar al solcon la satisfacción del trabajo bien hecho. Pues tampoco.

El futuro no nos salvará. No vendrán épocas mejores, solamenteseremos más viejos y escucharemos el percutor de la pistola,amartillándose con un clic porque llega la hora de la bala.

La libertad es lo peor que nos puede pasar, porque si tenemos todoel tiempo del mundo, perdemos todo el tiempo del mundo, si tenemostodas las opciones ante nosotros, no elegimos ninguna. Es curioso quela vida nos creara así de paradójicos, porque queremos libertad yelección por encima de todo, pero se demuestra, una y otra vez, en locotidiano y en laboratorios, que cuando la obtenemos somos pésimosusándola.

Si yo creo que tengo toda mi vida por delante parasentarme y escribir, despertaré un día con toda mi vida pordetrás y ni una sola palabra.

Así que, supongo que si tuviera que responder, diría que mi técnica

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para sentarme cada día consiste en mirar hacia atrás de vez en cuando.Me giro y veo el cañón, así que encaro de nuevo la pantalla y sudo, yme quedo a medio tragar y a veces hasta hago lo que he de hacer.

A Asimov le preguntaron qué haría si sólo le quedarán unos minutosde vida. Respondió que teclear más rápido. Yo no aspiro a ser taningenioso, me conformo con ser capaz de imitarle. No me parece poco.

«Everyone smiles with that invisible gun to their head». ChuckPalahniuk, The fight club.

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Escribir es una cuestión deenergía

A pesar de que me meto mucho con él, de que no le dedico una palabraamable y hasta lo veo como a un enemigo, la culpa no es del tiempo.

Mirando más allá de la superficie, este no es un problema de tiempola mayoría de las veces, sino de energía. ¿A qué me refiero? Pues aescribir, pero también a cualquier otra cosa que uno se proponga y sesalga de la rueda de las obligaciones y lo cotidiano.

Así que, a pesar de todo, el tiempo no es el problema para hacer lascosas en la mayoría de los casos, y a lo mejor debería meterme menoscon él.

Hace ya que decidí que una vida cotidiana me parecía cerrar untrato bastante pobre, así que mañana o el lunes podría levantarme ydedicar, si quisiera, todas las horas de mi vigilia a escribir. Pero daríaigual. Con buena fuerza de voluntad, después de una hora de trabajo laescritura se empezaría a resquebrajar, a las dos horas ya saldrían todoslos renglones torcidos, a las tres horas sólo generaría (más) basura.

Aún me quedarían unas buenas nueve horas por delante, pero nosacaría nada, porque da igual que dedique un día entero, una semanaentera o que me retire a una cueva durante un mes. Casi nunca es unacuestión de tiempo: hacer, escribir, crear, todo eso es una cuestión deenergía.

La fuerza de voluntad es un recurso finito, es algo que se hademostrado una y otra vez. Si la gastas trabajando, por ejemplo, ya note queda para cuando llega el tiempo de dedicarte a lo que te gusta. Sila gastas navegando por tonterías en Internet o ese debate estéril deTwitter (lo sé, estéril es un epíteto que le sobra a debate si se trata deredes) ya no te quedará energía para hacer bien lo que quieres hacer.

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No nos engañemos, igual que otras artes, la escritura no se alimentade sobras si te propones que sea buena. Ella quiere, exige, lo mejor quetengas. Con menos que eso no se va a conformar, no te va a dar acambio nada que merezca la pena. De hecho, incluso sacrificando lomejor que tengas, la mayoría de veces tampoco vas a obtener algoreseñable, porque la musa no existe, pero es cruel.

Hay unos pocos, los elegidos y buenos valientes, que tienen unafuerza de voluntad prodigiosa, que siempre están motivados y ardencon un fuego dentro que lo eclipsa todo. Esos que escribieron yescriben con familias numerosas, con alienantes trabajos aparte. Peroyo no soy especial y no tengo ese don. Yo soy de los miles de normalesque, si llegaba a casa después de entregar tiempo en la rueda demolino de un trabajo que no me llenaba, lo que quería era descansar,recorrer Internet, apagar el móvil y que me dejaran en paz; leer a lomejor y luego dormir, porque el despertador iba a exigir otra vez sutributo al amanecer.

Aunque abandoné el trabajo que odiaba, sigo sin haber adquiridoese poder que tienen los mejores y sigo sin tener más que la fuerza devoluntad justa. Así que yo tengo que ingeniármelas para procurardarle a la escritura mi mejor tiempo.

La mayor parte de las veces, cuando me levanto, lo primero quehago es escribir, darle ese tiempo nuevo y limpio que tengo antes deque mil cosas tiren de él y lo acaparen.

Cuando decidí que escribir sería lo primero que haría cada día,pensé que, saliera algo de todo eso o no, al menos podría decir que melevantaba cada mañana y el sol me sorprendería haciendo lo quesiempre quise. Algunas veces es tan bueno como suena y muchas otrasla maldita pelea colina arriba, para acabar pensando que por qué seme ocurren esas ideas, que por qué no me obsesionaré con algonormal y pragmático que no esté barrenando mi cuenta corriente.

Pero bueno, al menos entendí que el problema de no escribir, de nohacer o no crear, es un problema de gestión de energía y no de gestiónde tiempo.

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De todos modos, eso no impedirá que el tiempo y yo sigamos apedradas, que yo le mire mal y él me siga robando momentos y cosasbuenas. El tiempo y yo somos esos enemigos atávicos que ya no sabenpor qué empezaron a pelear hace tanto, pero están seguros de que yanunca dejarán de hacerlo.

Sin embargo, no nos engañemos aunque intercambiemos estocadascon el tiempo, lo que hay que cuidar es la energía y no malgastarla entonterías. Eso es lo que nos permitirá escribir mientras tengamos esedefecto de seguir siendo humanos.

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El mejor consejo posible paraun escritor

Ya viene, ya toca escribir de una vez. Así que lee con atención, estecapítulo es lo mejor que vas a aprender sobre escritura, si sigues lo quese dice aquí. Te aseguro que si lo haces, nunca andarás errado. Porsupuesto, no es algo que aprender de mí y ni siquiera es algo queaprender de Hemingway, sino de Scott Fitzgerald, autor de El GranGatsby, Suave es la noche y creador de algunos de los mejores cuentosque he leído nunca, como Babylon revisited o Winter dreams…

Sucede que Fitzgerald fue otro rufián de la generación perdida en elParís de los 20 y, oh sorpresa, uno de los amigos íntimos de Ernest,fiel compañero de borracheras. Perdió la cabeza, persiguió un amorimposible, vivió y murió en medio de la tormenta. Un escritor deverdad, en definitiva.

En el otoño de 1938, Frances Turnbull, estudiante de segundo añoen el Radcliffe College, envió un relato corto a Fitzgerald, amigo de lafamilia. Scott contestó lo siguiente en su misiva y quizá sea el mejorconsejo posible para un escritor, ya sea que uno empiece comoTurnbull o que ya lleve cien años de soledad en esto, porque es fácilperder la perspectiva y marcharse por las ramas que no importan.

9 de noviembre de 1938

Querido Frances:

He leído la historia cuidadosamente y, Frances, me temo que elprecio de hacer un trabajo profesional es bastante más alto del queestás preparado para pagar en el presente. Tienes que vender tucorazón, tus reacciones más poderosas, no las pequeñas cosasinsignificantes que sólo te tocan ligeramente, las pequeñasexperiencias que cuentas en una cena. Esto es especialmente cierto

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cuando comienzas a escribir, cuando no has desarrollado los trucosde la gente interesante sobre el papel, cuando no posees nada de latécnica que lleva tiempo aprender. Cuando, en definitiva, sólo tienestus emociones para vender.

Esta es la experiencia de todos los escritores. Era necesario paraDickens poner en Oliver Twist el resentimiento apasionado de habersido abusado y morir de hambre que a él le persiguió durante toda suniñez. Las primeras historias de Ernest Hemingway en En nuestrotiempo iban a lo más profundo de todo lo que había sentido yconocido. En A esta parte del paraíso yo mismo escribí sobre unaffaire amoroso que todavía sangraba fresco como la herida de unhemofílico.

El amateur, viendo cómo el profesional que ha aprendido todo loque aprenderá sobre escribir puede coger una trivialidad como lasmás superficiales reacciones de tres niñas y hacerlas inteligentes yencantadoras, el amateur digo, piensa que él o ella pueden hacer lomismo. Pero el amateur sólo puede desencadenar esta habilidad detransferir sus emociones a otra persona con algo tan radical ydesesperado como arrancar de su corazón su primera historiatrágica de amor y ponerla en las páginas para que todo el mundo lavea.

Ese, de alguna manera, es el precio de admisión. Si estáspreparado para pagarlo, si coincide o entra en conflicto con tunoción de lo que es «bueno», es algo que tienes que decidir. Pero laliteratura, incluso la ligera, no aceptará menos del neófito. Es una deesas profesiones que quiere los «trabajos». Tú mismo no estaríasinteresado en un soldado que fuera solamente un poco valiente.

A la luz de esto, no merece la pena analizar por qué esta historia noes vendible pues te tengo demasiado cariño como para engañartesobre eso, algo que uno tiende a hacer a mi edad. Si alguna vezdecides contar tus historias, nadie estará más interesado que,

Tu viejo amigo.

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F. Scott Fitzgerald

P.D. Podría decir que la escritura es suave y algunas páginas muyaptas y encantadoras. Tienes talento, lo que es el equivalente alsoldado que tiene las aptitudes físicas adecuadas para entrar en WestPoint.

¿Qué voy a añadir? Nada se puede. Que no me hagáis caso a mí, queno tengo ni idea, hacedle caso a Scott, que sufrió mucho, escribió bieny murió alcoholizado.

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EscribiendoTantas palabras y aún no hemos empezado, quién lo diría cuando setrata de un libro cuya filosofía principal se basa en sentarse y escribir.Porque al final todo depende de eso y, en última instancia, escribir esun acto de voluntad. Se puede hablar y filosofar todo lo que se quiera,que hasta que no se ponen palabras una detrás de otra (y así cada día)no se es escritor.

En esta parte vienen las mejores herramientas para escribir, cómo larutina te hace libre aunque parezca paradójico, y unas cuantas cosasmás para este viaje sin moverse que seguramente te enfurecerán.

Esa sería una buena señal.

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Las herramientas del escritorAlguna vez me han preguntado qué uso para escribir. Bueno aquí estála respuesta y voy a ser conciso. El software Scrivener es lo mejor quese ha programado nunca. Punto. No sólo me refiero a herramientaspara escritores, es una verdadera obra de arte en todos los sentidos.En 2008 Scrivener sólo estaba disponible para OSX, así que mecompré un Macbook sólo para poder usarlo. Así que supongo que elprograma me costó unos 1249,95 euros en realidad y merecieron lapena, todos y cada uno.

En serio, el mejor programa para escritores es ese y tantos añosdespués no hay nada que se le acerque siquiera. Cómpralo, dedica unatarde a aprender (no necesitarás tanto para lo básico) y alégrateporque es la respuesta a todas tus oraciones. Nunca he entendido nientenderé cómo alguien puede escribir un libro usando el Word.

Aparte de eso, lo único que recomendaría es que, en lo que aherramientas se refiere, mejor parafrasear libremente al escritorSteven Pressfield y permanecer lo más primitivo posible. Nonecesitas nada especial y nada particular para escribir. Lo puedeshacer en la pared, aunque no seas cerdo y no lo hagas.

¿Crees que Agatha Christie o Conan Doyle tenían un Mac y el últimosoftware que saliera? Si no puedes o no quieres comprar Scrivener, nohace falta. De hecho, de un tiempo a esta parte lo uso menos y sigo mipropio consejo de permanecer primitivo. Escribo en editores de textoque no permiten distracción alguna. Está la hoja en blanco y sólopuedes teclear y no hay nada en esos programas: ni botones deformato, ni mil opciones que distraen. Sólo una pantalla en blanco yun cursor que parpadea preguntando qué salvajada sin salida vas aescribir hoy. Desconecto Internet y adelante.

Guardo archivos en formato de texto más básico. Si algo se vuelvelargo, escribo cada parte en un archivo, todos los meto en una misma

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carpeta y para ordenarlos los renombro con un número antes delnombre. No se puede ser más simple. Eso me permite escribir encualquier lado con cualquier herramienta, no importa dónde estén elScrivener o mi merecidamente jubilado Macbook.

Obtienes puntos adicionales, de escritura y primitivismo, si te vasdonde no haya cobertura. De vez en cuando me marcho sin el móvil aun parque tranquilo que parece una puerta de salida a esta ciudad.También a la playa, pero sólo cuando estoy seguro de que no habránadie. Muchas mañanas, mi wifi no se enciende hasta casi elmediodía. Es genial estar aislado y sobre todo sin opciones, porque notienes más remedio que escribir.

Como los escritores encontramos cualquier excusa para no ponernosa trabajar, que nos falte la herramienta adecuada es una favorita yrecurrente. Probarlas todas en cuanto salen e ir saltando de una a otraes también una manera de evitar escribir, mientras crees que estáshaciendo algo. Pero sólo estás huyendo y yo en eso he huido bastante,tengo que probar todo lo nuevo y al final nada me llena, o sólo lo usoun par de días hasta que lo olvido y vuelvo a lo primitivo.

George R. R. Martin sigue estos mismos pasos. Tiene un viejoordenador incapaz de conectarse a la red y que ejecuta un procesadorde textos en MS-Dos (los más jóvenes no tendréis ni idea de qué eseso) que es el bisabuelo del Word. Puedes buscar Wordstar 5.0 y veralguna imagen, pero tampoco apreciarás mucho. Es una pantalla negrasin apenas opciones y desde luego sin nada bonito ni botones.

Así no tienes más remedio que escribir y los escritores sólo hacemoscuando no tenemos más remedio, de modo que procuro,voluntariamente, ponerme entre esa espada y esa pared.

Esta misma mañana he escrito con un bolígrafo y un papel, bajo elsol de la primavera en Valencia, que no es como en ningún otro sitio yque desde que amanece inunda mi balcón. No suelo escribir a mano nitengo ninguna noción romántica al respecto, pero hoy lo he hecho y nonecesitaba más. No lo hago muy a menudo porque lo cierto es que esuna tortura transcribirlo después a ordenador.

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Tampoco creo que haga falta volver a esa otra tortura llamada lamáquina de escribir que estuve aporreando de niño, obligado por mispadres. Si Hemingway y Homero hubieran tenido un ordenador, lohabrían usado, así que no seas hipster.

Tampoco lo seas con los cuadernos bonitos o caros. Me producen lamisma atracción que a todo el mundo, pero no son necesarios yfácilmente se convierten también en un impedimento cuando deberíanser lo contrario. He escrito en el cuaderno más barato, con unbolígrafo que me regalaron y vino de Islandia. He escrito en el móvilporque se cruzó la idea mientras yo cruzaba un paso de peatones, y heescrito en reversos de servilleta. Perdón por el tópico, pero es que en lode escritores y bares soy un tópico que camina.

Así que, si me preguntas qué herramientas usar, ya te lo he dicho,sólo recomiendo una: Scrivener, pero como directriz principal, elige lamás básica que te permita hacer el trabajo. Un papel y bolígrafo o eleditor de texto más simple, que apenas requiera potencia y memoria,ya lo permiten.

Somos expertos en distracción, como somos expertos en coger laherramienta que debería estar a nuestro servicio y convertirla ennuestra ama y que nos domine. Ninguna de esas herramientascomplejas ha hecho falta para escribir los mejores libros de la historiay nada de eso te hace falta a ti.

Dicho esto no negaré que, aparte de alguien que puede vivir con suhipocresía, también soy un fanático de las tipografías y los teclados.Cuando puedo he modificado las tripas de esos editores de textobásicos sin distracciones para que muestren la fuente que quiero altamaño que deseo y con los espacios que no me vuelvan loco. Y locambio cada dos por tres porque me canso fácilmente de ver lo mismocada día.

También tengo dos teclados mecánicos. Si no sabes lo que son, nosabes lo que te pierdes. Una vez escribes en un teclado mecánico(cógelo de switch azul y córrete con el tac tac) volver a otra cosa teparecerá una aberración.

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Pero en serio, que permanezcas primitivo.

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En defensa de la rutinaSoy persona de rutinas y rituales con lo que me importa. No quedabien decirlo porque hay un millón de películas, libros, artículos yanuncios que tratan de vendernos y, precisamente por eso, exaltan locontrario. Viva el poder de la improvisación, del genio y de hacerlocuras, cuantas más mejor. Cuando uno se imagina una vida ideal, seve lanzándose en tirolina, surfeando olas y visitando sitios exóticos,uno tras otro. La vuelta al mundo persiguiendo algo, aunque nadiesepa qué.

No me voy a molestar en hablar de lo bueno de eso. Como ya haymiles de palabras defendiéndolo, al menos que haya también unaspocas, estas, en favor de lo contrario. Por una vez, que el crío feo con elque todos se meten en el patio no esté solo. Y es que ese crío es larutina y no es popular, pero tiene la llave de escribir bien (y de todo,en realidad) apretada en el puño.

Supongo que toda esa animadversión por la rutina empieza porquees fea y sigue porque se nos ha olvidado que en la rutina prosperamos.La rutina supone el avance de nuestra especie. Hasta que no nosparamos en un sitio y la adquirimos, no dejamos de ser un grupo denómadas que perseguían todo y no llegaban a nada. Dejamos derecolectar plantas salvajes y cosechamos con un método. Seguimosreligiosamente el curso de las estaciones, impusimos un ritual y decultivo eso nos permitió quedarnos en un sitio, con comida al lado.Luego hicimos lo mismo con los animales, a los que empezamos a criarademás de cazarlos. Y no lo pudimos hacer de cualquier manera, sinocreando estrictas rutinas para ello. Así pudimos crecer, fundarciudades en vez de campamentos improvisados y liberar tiempo yenergía, dedicados a vagar recolectando y cazando cosas que seescapan.

En la rutina prosperamos, sin ella, es imposible construir algo másgrande que nosotros. Eso incluye a la escritura.

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El virtuoso lo es porque abraza su rutina, en ella toca hasta queduelen los dedos, cada día. Él quiere invocar al genio y sabe que losmagos tenían razón, que para invocar hacen falta rituales. Luegomuchos dicen: «Oh es que está dotado de un talento especial, quésuerte y qué envidia».

Lees la vida de los mejores, escritores y no escritores, y compruebasque hasta los que parecían más pendencieros tenían estrictas rutinascon aquello que les importaba, su amor y su arte.

Pero mucha gente cree que el talento se tiene o no se tiene y enrealidad crece en la rutina, como lo hizo el primer campo de trigo. Eigual que el campo de trigo, es difícil ver al principio que parezca quecrece algo, pero lo hace.

Muchos se dejan llevar por la noción romántica de que los geniosnacen y la inspiración te lleva en volandas durante la escritura de algobueno. En un arrebato consiguen la inspiración para su música o lafórmula que resuelve todo. Deben ser elegidos y esa historia suenamejor que la de aceptar la verdad de que tienen estrictas rutinas. Y así,de paso, también sirve de excusa para no intentarlo y perder el tiempofantaseando con ser escritores en vez de serlo. Soñar siempre fue másfácil que hacer.

El precio en rutinas de las cosas que importan es caro. Mejor corrertras lo nuevo, que eso nos dará imágenes para Facebook y los demásnos envidiarán. Eso es lo importante, pues muchos compran la nociónde que la felicidad es saltar de una cosa a otra. La improvisación espopular y las rutinas seguirán siendo el gafotas del patio. Metámonoscon él, hagámoslo el enemigo y hablemos mal; muerte a la rutinaporque nos obliga a parar, estar con nosotros mismos y pensar, y esonos resulta insoportable porque en realidad no nos aguantamos. Sinembargo, todo el mundo nos jaleará mientras fingimos un montón desonrisas en la última foto que compartimos.

Nada importante se construye si no es con rutina, y todos losgrandes escritores la tenían. En serio, lee sobre ellos, escúchales, daigual que quemaran las noches de París durante los felices 20, porque

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las mañanas estaban entregadas al trabajo. Sin excepción en losgrandes. Es una constante en la historia humana, es lo que nos siguehaciendo avanzar y me sorprende lo poco que lo queremos ver.

El gafotas tiene a lo popular en contra, pero a veces, sólo a veces,tiene a su favor al más cabrón de todos, al tiempo.

De un bofetón el tiempo nos pondrá en el sitio, se reirá ante nuestraimpotencia y dirá: «¿Ahora qué?». Ahora han pasado un puñado demeses de pronto, ¿qué has hecho con ellos aparte de perderlos encosas que ni siquiera te dieron una gratificación real en aquel instante?¿Qué has construido? Porque seis meses o un año pasan rápidos y, alfinal, miras lo que has hecho y nada reseñable se consigue sindedicarse cada día. La rutina engendra al hábito y, al final, una y otrose funden. ¿Buscas algo que te salve?

El hábito no sé si lo hará, pero es el camino de baldosasamarillas hacia la ciudad de escribir bien. No puedes llegar aella sin pasar por él.

Te levantas, escribes, sigues tu sistema, le entregas horas sinpreocuparte del resultado, sólo de poner tu parte del trabajo cada díalo mejor que sepas como un artesano. Lo demás, ya veremos. Tú riegasla planta y la cuidas como mejor sabes, si florece o no, es cosa de laplanta, tu parte ya está hecha. Así es como pasan meses y años y mirasatrás y resulta qué algo sí has construido. A veces es así, sólo puedesver los resultados echando esa vista atrás.

El tiempo pasa y ya se sabe, el colegio y el instituto no duran parasiempre. Parecer popular y meterte con el enclenque de la rutina esalgo pasajero. Y pocas cosas más tristes he visto que quien vive en esoscolegios e institutos para siempre, anclado ahí, sin haber hecho niconstruido nada. Conozco a unos cuantos y resultan patéticos, no seasde esos.

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Las metáforas«He aprendido que la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo quehiciste, pero la gente nunca olvidará cómo les hiciste sentir». MayaAngelou lo dijo y tiene toda la razón. La gente te va a recordar porcómo les haces sentir.

Escribiendo (bien) tienes el enorme poder de conseguir eso conmucha gente a la que nunca verás, que está en el otro lado del mundoo incluso muchos años después de que hayas muerto de hambreporque se te ocurrió dedicarte a esto. Escribir bien consiste en hacersentir, en generar emociones, y no estoy hablando de provocaremociones positivas. Eso no es necesariamente escribir bien. Estoyhablando de provocar todo el abanico posible, a voluntad, siempre quesea necesario, para construir la mejor historia que puedas y que serecuerde.

Una de las herramientas más importantes para eso en la escriturason las metáforas. Por eso es necesario dominarlas si quieres escribirbien. Luego puedes usarlas o no, según tu estilo personal y lo quedemande lo que escribes, pero creo que es imperativo conocerlas afondo, saber cómo funcionan y por qué.

Mucha gente cree que puede romper las reglas de la escritura e ir alritmo de su propio tambor sin conocer y haber obtenido una maestríade lo básico. Son pseudoescritores que no se preocupan ni respetan elarte que practican.

Una metáfora, junto con las comparaciones e imágenes(herramientas que conviene conocer, así que si no las distinguesmucho, busca un poco) es muy poderosa. ¿Quieres explicarle a alguienun concepto complejo o el funcionamiento de algo? Puedes emplearuna metáfora y, no sólo lo entenderán mejor, es que lo recordaránmejor. Y como quieres que te recuerden a ti (pues en realidad escribesen un intento de alcanzar esa inútil inmortalidad de segunda mano de

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la que ya hemos hablado) has de ser bueno con ellas, ya sea que lasuses al final o que decidas que no te acercarás, porque resulta queleíste a Carver hace tiempo y de mayor quieres ser como él.

Lo primero con respecto a las metáforas es, por favor, no caer en losclichés y las que están gastadas. Hablé de ellas largo y tendido en miweb y no me voy a repetir mucho, pero lo básico está claro:

Deja de emplear lo que has oído siempre, lo que ya segastó de tanto usarlo porque, literalmente, pasa eso, lasmetáforas se gastan y pierden su poder.

Se han conectado cables a cerebros, se ha visto con ellos que lashistorias activan los mismos centros en ese cerebro que si seestuvieran viviendo los hechos que se cuentan. Sí, ya ves, todo eseedulcorante de que leer es vivir dos veces (un tópico sobado) resultaliteralmente cierto. Pero es que hacer vivir más a otros no es todo.

Ha tenido que ser en España donde se ha visto que, cuando se usanesos clichés, esas metáforas gastadas, se escuchan como palabrasy ya está. Han perdido realmente su poder de evocación y ya nohacen encender dentro de nuestra cabeza las luces que debían. Por esolas buenas historias, las que provocan emoción y hacen vivir, nocontienen clichés. Por eso deberías evitarlos.

¿Y cómo conseguir esa capacidad de los grandes de crear metáforas,imágenes y comparaciones que no son las de siempre?

Adivina, y mientras lo haces, espera que pongo el disco rayado. Sólohay una respuesta real y, mal que pese a los que siguen creyendo en lashadas, viene de la práctica, porque escribir bien no es sólo poner cosassobre el papel. Escribir bien es una gesta para cambiarnoscompletamente, para agrandar el mundo, que ya lo dijo Wiggestein:«Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje».

Con las metáforas y las historias son nuestros mundos los queampliamos y también los de los demás. No se me ocurre mayor poder.

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Si lo que escribes ya lo has oído, bórralo. Si lo has oído muy poco olo has robado directamente, a ver si te puedes salir con la tuya, quiénsabe, ya dijo Picasso que los grandes artistas roban y hay algunos tantontos que se lo toman al pie de la letra porque Picasso lo dijo. Picassoera un genio y un capullo insoportable, ambas cosas se suelen darjuntas.

No esperes que yo, o alguien, te pueda enseñar a crear metáforaspropias y no gastadas, pues por definición es algo imposible. Pero sipracticas suficiente, tu cerebro empezará a hacer conexiones de las queantes era incapaz. La receta para todas las buenas comidas de laescritura, como se puede apreciar, es la misma siempre. Trabajo. Queno te engañen.

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La capacidad de sermiserables

Hace muchos años leí el libro The war of art de Steven Pressfield. Pordesgracia, luego hicieron una edición en español que hojeé. Sutraducción es infumable y se ha intentado una reconversión en unaespecie de libro horrible de autoayuda. Pero esa no es la cuestión, lacuestión es que en The war of art, Pressfield habla de lo que él llamaconvertirse en un «Profesional», aquel que aunque llueva o truene, eincluso cuando le alcance el relámpago en este último caso, se sentaráante el folio y hará el trabajo que tiene que hacer. En este caso,escribirá lo que tiene que escribir, pero es aplicable a cualquierarte o a cualquier cosa que implique emprender un proyecto desdecero.

Mientras, los muchos demás, los amateurs que juegan al arte, dicentodo el rato que se pondrán con lo que siempre quisieron hacer y a lavez buscan la manera de evitarlo. De hecho, una de las manerasfavoritas de esquivarlo es hablando de ello en vez de trabajando en ello(y sí, otra frase que desborda ironía a babor y estribor).

El Profesional, por el contrario, hace sin excusas, sin importar si selevantó alegre o si esa mañana odia el mundo y a sí mismo. ElProfesional pone una palabra detrás de otra hasta terminar, a vecesbien y a veces como puede. Y cuando termina, empieza de nuevo. Quéfockin remedio como diría Junot Díaz (si no lo has leído, hazlo, es unmaestro).

Los dos primeros tercios de The war of Art son buenos y el últimose puede obviar. En esos tercios buenos se hablaba de un concepto quese ha quedado a vivir conmigo: El hecho de que hemos deaprender a ser miserables.

El hecho de que, calados hasta los huesos, con las botas rotas y el

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ánimo en fuga, hemos de ser capaces de apretar los dientes y seguirsubiendo la colina como Sísifo. Empujamos la piedra hacia arriba,incluso sabiendo que el viaje será inútil y que habremos de hacerlo denuevo, una y otra vez.

Pero hemos perdido la capacidad de ser miserables. Si nos aburrealgo, cambiamos de canal, si tenemos frío le damos a un botón, sitenemos calor, al otro. Perdemos un instante la atención sobre esapelícula y ya estamos mirando el móvil. Nuestras camas son blandas,nuestros cuerpos cada vez más, pues evitamos el trabajo duro.También moriríamos si cierra el supermercado y envidiamos (más omenos en secreto) a los que parecen tenerlo todo y no hicieron ningúnmérito para conseguirlo. Hoy, esa es la definición de triunfo.

Pressfield no hace más que repetir al estoicismo, quizá la mejor delas filosofías y que nunca recibirá el aprecio que merece, porquemuchas veces no suena bonita. Y no lo hace porque, por ejemplo,recomienda de vez en cuando ser miserable voluntariamente, en elsentido que aquí se habla. En vez de esquivar lo incómodo, vashacia ello y te sumerges.

Las razones del estoicismo para recomendar eso eran diversas, perola más pragmática es que, como casi todo en esta vida, ser miserable ya la vez capaz de seguir avanzando, es una habilidad, un músculo quese ejercita con la práctica. Esa es una buena noticia, porque significaque esa habilidad tan necesaria está de nuevo al alcance de todos y nosólo unos pocos elegidos. También es una muy mala noticia, porque nodeja sitio a las excusas.

Además, ser miserable ayuda a terminar las cosas y quien me hayaleído un poco sabrá que, para mí, terminar es lo más importante.

Empezar es muy fácil, lo hace todo el mundo todo el rato, lo nuevonos atrae y saltamos de un proyecto a otro, un libro a otro, un relato aotro, impulsados por la energía de lo novedoso… Y luego dejamos milcosas a medias. Pero sólo los que tienen la capacidad de sermiserables terminan algo.

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Entre lo poco que he aprendido en esta vida está que, si algo esrealmente importante, habrá miles de ratos en los que lo miserablenos rodeará por todas partes cuando estemos con ello. No habráganas, no se ve un final, nos susurrarán arrebatos de tirarlo todo de unmanotazo y descansar. O lo que es más seductor y peligroso, deponernos con otra cosa más nueva y brillante.

Algo tan viejo, humano y feo, como ser capaces de ser miserables, yaún así avanzar, es la respuesta que buscamos, pero no la quequeremos oír. A pesar de ello, los que siguen esa premisa confían enque, aunque al final lo que terminen no vaya a ser bueno, al menosserá un final y eso es lo que importa.

Los que consiguen terminar cosas son los que eligen hacer lo que losdemás evitan por todos los medios, ahí están el mérito y los buenosescritores.

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La cantidad es lo que te harábueno

Si quieres escribir bien has de ser muy prolífico, escribir todo lo quepuedas, generar cuantas más palabras mejor. ¿No es eso ir en contrade la labor de artesano que se predica aquí? No. Si quieres tenercalidad has de tener, necesariamente, cantidad.

Rudyard Kipling, en 1890, escribió: «Cuatro quintas partes deltrabajo de todo el mundo debe ser malo. Pero el resto merece la pena apesar de todos los problemas que haya causado». O lo que es lomismo, traducido en términos más modernos por el escritor de cienciaficción Theodore Sturgeon: «El 90% de lo que existe es basura».

Esa llamada Ley de Sturgeon tiene toda la razón. En todos loscampos, el 90% de lo que existe es basura. Mira las noticias, mira losestantes de una librería, a todos esos clones del libro de moda con laportada idéntica y, por supuesto, su estúpida faja roja.

Por eso, si queremos un buen 10% que no sea basura, uno quemerezca la pena en una cantidad apreciable, necesariamente tenemosque escribir mucho. Porque si sólo escribimos 10 cosas, tendremosuna que merecerá la pena, pero si escribimos 100, con ese poco desuerte que hace falta para todo tendremos 10 escritos a los que noquerremos purificar (demasiado) con fuego.

No es necesario ponerse como un energúmeno a escribir tres milpalabras al día, porque al poco tiempo lo habrás dejado. El tiempo,aunque ya he dicho en este mismo libro que no tiene la culpa, laverdad es que es un rato capullo y, antes de que te des cuenta, habrápasado mucho más rápido de lo que pensabas. Seis meses parecen unmundo cuando están delante de ti, pero de pronto ya es Nocheviejaotra vez. Si escribes cada día, y escribes por el límite, necesariamentevas a tener todos esos numerosos escritos necesarios y algunos más.

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No hace falta ser un ansioso o abandonar la mentalidad de artesanopara conseguir lo que se propone aquí.

Apunta a la cantidad para que surja la calidad, escribe cada día y noimporta si es malo, tiene que ser malo. El 99% de lo que escribo, porfortuna y porque soy un experto en sabotearme, nunca verá ningunaluz. Afortunadamente, porque es tan malo que merezco que me aticencon un calcetín lleno de canicas. Sin embargo, ha tenido su función yesa función ha sido hacer posible lo bueno que alguna vez haya escrito.

Sin todo eso malo, sin todos esos golpes fallidos, nunca habríatenido los aciertos. Ha sido eso malo lo que ha cargado con mi pesogran parte del camino hasta que alguna vez llegué a un sitio que noestuvo mal y lo escribí.

Hoy día intento no preocuparme de si lo que escribo, cuando loescribo, es bueno, malo o lo que quepa entre esos juicios de valor. Paraempezar porque ya lo dijo Hemingway (la mitad de todo lo que digo yoya lo dijo Papa): «Todo primer borrador es una mierda». Es parte delproceso natural de creación, es inevitable y por eso hay queabrazarlo en vez de lamentarse. Sé que a lo mejor a la octava odécima pasada podré hacer algo que no me provoque esta hemorragiaocular, pero ya nunca espero hacerlo a la primera. Puede que trasveinte pasadas quiera seguir matando el texto antes de que sereproduzca o alguien lo lea. En esos casos no hubo manera de hacerlobueno y no pasa nada, ha tenido su función, aunque sea la demostrarme lo malo para intentar (en vano) no repetirlo en el futuro.

Cantidad y calidad no es una dicotomía entre la que elegir, nocuando se trata de arte o escritura. Cantidad es algo necesario siquieres hacer alguna vez algo con un mínimo de calidad. Y sobre todo,si quieres hacerlo de manera consistente. No nos engañemos, todos losgenios fueron muy prolíficos, además de sus obras dejaron toneladasde apuntes y bocetos.

Todo el mundo puede tener la suerte de acertar en la diana a laprimera o la segunda. A veces pasa y, hay tantos escritores y libros,que la todopoderosa estadística se acaba cumpliendo en eso como en

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todo. Un autor saca una primera novela y resulta que es buena. Perono es la norma, no hay que engañarse y, sobre todo, me da igual siatinas una vez. Alguien mediocre puede tener un buen disparo, perosólo alguien bueno tiene dianas de manera consistente. Y para esohacen falta muchos días de disparo horrible.

Si me encontrara con mi yo más joven, no sabría muy bien quédecirle, porque obviamente no he aprendido nada en todos estos años.Pero al menos sí le diría una cosa: que escribiera más. Más rápidoincluso, porque la vida es un pestañeo entre dos nadas y con menudacara de pasmado vivo yo gran parte. Y luego volvería a insistir en queescribiera, pasmado o no, y que no se preocupara de qué o cómo. Laspiezas encajan con el tiempo si uno practica de forma inteligente, si nodeja de leer a los buenos y siempre busca ir un poco más allá.

La cantidad es condición necesaria para una calidad consistente. Asíque, Isaac, si estás leyendo esto porque lo has encontrado en el buzóny tienes veinte años, joder, en serio, por favor escribe más. Y bajoningún concepto abras la carta del dieciocho de abril.

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Escribe lo que seaEscribir es una actividad que se hace solo, así que no vas a tener amuchos a quien echar la culpa si no lo haces. Y escribir, como casi todolo que merece la pena, no resulta apetecible muchas veces.

Hay días en los que tus amigos te dicen que por qué no una cerveza(hasta que dejan de decírtelo porque tú te vas, otra vez, con laescritura en vez de con ellos, así que se acaban hartando de llamarte ycon razón). Hay días en los que apetece más esa serie o ese videojuego.De hecho, diez de cada diez veces apetece más eso.

Se podría escribir la novela más aburrida y larga de la historiajuntando las veces en las que «escritores» (amateurs mejor dicho,porque las comillas no bastan para la ironía) han dicho que se tienenque poner a escribir, que mañana lo harán, que esta vez sí que se van aemplear en serio con la gran novela de su generación, para la cualtienen las mejores ideas que a nadie se le han ocurrido. Y luego hanhecho absolutamente de todo menos sentarse y escribir, cero historiasen el marcador. Antes, esos comentarios eran algo que por fortunanadie tenía que escuchar, quizá la sufrida pareja que empezaba aplantearse la búsqueda de alguien mejor que un escritor de boquilla.Pero la maravilla de las redes sociales ha hecho que podamos escucharsin parar las imbecilidades de todo el mundo. Buenos tiempos.

El temor a la hoja en blanco, la falta de musas, todas las otras cosasque hacer... Las excusas nunca han faltado en la escritura, pero esta esla realidad: Ningún libro bueno se habría escrito si el escritorse hubiera sentado a hacerlo sólo cuando le apetecía.

El escritor de verdad, como cualquier otro profesional o artista real,hace las cosas que tiene que hacer, en este caso escribir,independientemente de que tenga ganas o no. Un buenprofesional es lo que hace. Si yo conduzco autobuses no llego por lamañana a mi trabajo y me pongo de brazos cruzados a negarme

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porque no me apetece o tengo sueño. Si tratamos así a un trabajo demierda, ¿por qué tratamos peor a la escritura cuando decimos amarla?¿Es así como te comportas cuando quieres a algo?

¿Y qué si sale uno de esos días en que es imposible, y quiero decirimposible, ligar dos palabras con sentido? ¿O que lo hagas y cuandoreleas sólo quieras aplicar la corrección del fuego?

Da igual, no me importa el fuego. Cada vez que no te sientas atrabajar, me da igual si es por gripe, porque tu amante no te deja enpaz (ja) o porque no te da la gana, dejas de ser escritor. Porque unono puede decir que es algo y serlo sólo cuando le apetece.Acabas de usar mal el verbo ser, algo obvio de comprobar si de verdadtu herramienta es el lenguaje.

Y cuando no sepas sobre qué escribir, o de verdad las palabras seantan malas que parece que hayas vuelto a las clases de doña Luisa enprimero, da igual. Escríbelas de todas formas. Escribe lo quequieras, escribe una mierda como un piano, escribe lo que sea y rompela barrera inicial de la pereza ante la hoja en blanco.

Hazlo como sea y la mayoría de las veces vencer esa inerciainicial hará que el resto sea cuesta abajo.

A tu cerebro, perezoso cerebro, incluso cuando has conseguidosentarte ya, le gusta obsequiarte con mil distracciones con tal de queabandones y no le hagas trabajar. De pronto te entra la urgencia deque hay que limpiar esa alacena llena de monstruos y tarroscaducados, de pronto es imperativo cortarte el pelo. Ahora, ya mismo,¿no ves que está intentando matarte? Debes adelantarte a él.

Pero si no cedes y perseveras, tu cerebro es una pequeña bestia decarga que, una vez sabe quién manda y que no tendrá otro remedioque trabajar, se pone a tu servicio: se calma, se calla, se calienta y seconcentra para que la escritura fluya. Cinco o diez minutos en ello y nite acuerdas de la alacena, dejas que lo que hay allí crezca más, hastaque una noche se arrastre y acabe contigo.

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Pero esa no es la moraleja de todo esto, en caso de que haya algunaentre los párrafos. La moraleja es que escribas lo que sea si nopuedes escribir otra cosa. Te apetezca o no, te guste o no,fluya o no.

Porque lo cierto es que puedes modelar algo a partir de unmontón de mierda, pero no puedes modelar algo de la nada.Quizá eso tan malo que creaste, dentro de dos días y diez repasos, seconvierta en algo que ya no duela tanto leer.

Pero sobre todo, vencer a los obstáculos (y hacerlo cada día)te convierte a ti en mejor escritor, aunque hayas escrito lopeor. O al menos te convierte en un escritor de verdad y no en unoque sólo juega a serlo y a decirlo por todas partes.

P.D. Nadie quiere oírlo, no estás matando dragones, así deja dequejarte si no puedes escribir. A nadie le gusta alguien que sólo sequeja de estupideces (no, a ti tampoco).

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La mayor parte de lo queescribas nunca verá la luz

Y eso es genial, probablemente es el mayor bien que harás al mundo.De hecho, no puede ser de otra manera a menos que quieras que todoese mundo crea que eres un paquete y nunca aprendiste a escribirbien. Porque hemos de mantener el mito y el secreto delcuentacuentos. Los que escribimos protegemos esa ilusión de queparece que todo lo que creamos es tan maravilloso, o al menos tanpulido, como ese libro que terminó en la estantería.

Parece que lo hacemos tan bien si miras la obra publicada que enrealidad ha sido trabajo de muchos... con todas esas comas firmes ytan puestas, las metáforas en el hueco justo y el argumento limado, sinque le sobresalgan (demasiados) bordes.

Pero igual que pasa conmigo, el 99% de lo que escribasprobablemente no verá la luz y es que no todo tiene que hacerlo. Casinada debe hacerlo, de hecho. Hay cosas, hay páginas sobre todo, quese van a quedar en el anonimato y cuya función es la más importante:hacer mejor a las páginas que vienen, morir en la oscuridad por lasotras, como han hecho la gran mayoría de héroes verdaderos desde elamanecer de los tiempos.

Todas esas pocas cosas buenas de las que estás orgulloso surgierongracias a todas esas cosas que nunca conseguiste sacar del barro.

La labor de todas esas páginas, y la tuya mientras las estás creando,es ingrata porque sabes que nadie las va a leer y en realidad noqueremos escribir bien, queremos que nos adoren. No voy a negar lode la sensación ingrata. Por mucho que te repitas que están ahí parahacerte bueno y esa es su función, la realidad es que, por importanteque sea, dicha función es invisible. Tienes fe en que será así y teesfuerzas por ser miserable de la manera bien entendida, pero en

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realidad no lo ves. Es nuestra especie de religión, creer que cada día,gracias a toda esta basura enterrada como los cimientos ocultos de unacasa, edificaremos algo decente.

Así que te frustras cuando algo no encaja y se queda a medio porqueno hay manera. Sabes que vas a tener que llamar a un amigo en ellecho de muerte y decirle que borre todo eso, porque si alguien lodescubre, la vergüenza de que vean eso tan malo que escribiste serátan poderosa que atravesará las puertas de la muerte y te perseguirádonde quiera que vayas.

Pero has de hacerlo y confiar en que toda esa basura sea el abono enel que crezca algo que se parezca a lo bueno. No lo vas a ver ni lo vas anotar, como no ves y notas que la semilla crece hasta que un día teasomas y algo verde y pequeño aflora como en un acto de magia.

En serio, están ahí, todos los escritores buenos esconden muchoscadáveres en el armario. Y más cuando no vas a tener más remedio,hoy día, que apuntar a esa cantidad de la que hablamos a fin de que lacalidad surja por algún lado.

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La necesidad de apasionarPara apasionar profundamente a unos has de decepcionarprofundamente a otros. Personalmente, siempre he querido llegar aunos pocos y meterme tan adentro que acabe tocándolos ahí dondeotros no pueden. Y eso no lo conseguiré, por definición, haciendo lomismo que los demás, siendo tibio, siguiendo métodos paso a paso queinventaron otros, escondiendo o dulcificando lo que tengo dentro a finde que, quizá algunos que no me importan, no se molesten.

Debería ir adrede a molestarlos, sería mucho mejor brújula hacia unbuen lugar que intentar evitar todo eso. Sé que es mi ilusión sertotalmente libre cuando escribo, de hecho es el sitio en el que máslibre me he sentido nunca. Pero sé también que no va a ser así siempreni todas las veces, como no va a ser que escribamos totalmente libressobre lo que queramos, como comentaba en otro capítulo de estedislate.

Es inevitable estar mediatizado por los demás, por la moda, lo queoyes, lo que lees en la red, lo que dicen esos lectores beta, cero o comosea que se llamen ahora, lo mismo me da porque me parece que hacenmás mal que bien. Pero uno puede aspirar a luchar activamente contraeso, porque como no te resistas un poco, te tragará y te va a conquistarla escritura, ese lugar en el que eres libre y que construyesaprendiendo de los buenos, leyendo cada día en el límite, escribiendocada día en ese límite.

Así lo hicieron todos los que apasionaron profundamente en lo quefuera. Eran figuras polarizantes. Todos los viejos escritores teníanconstantes rifirrafes con colegas de profesión, son casi legendarias laspeleas y los enfrentamientos. Hoy eso se ha apagado por la extremanecesidad de ser políticamente correctos, ya que nos están viendo todoel rato, porque nos autocensuramos también nosotros mismos en posde la corrección política en la red y su policía religiosa, o por lo quesea.

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No vas a ser reseñable si no apasionas y en el centro no apasionasnadie: «Oh, tienes que leer este libro, su estilo y su historia son tancorrectos… está tan equidistante de todo. Me pareció relativamenteaceptable, así que léelo». Nadie dice eso.

En palabras de alguien que me enseñó otras cosas que no vienen acuento: «Si alguien no te está llamando imbécil es, simplemente,porque aún no eres muy relevante».

Al final, es mi opinión que la única manera de apasionarprofundamente es escribir para conectar con unos pocos que separecen, con unos pocos que han estado ahí, se ven en tus palabras,algo resuena dentro de ellos y piensan que han conectado con algotuyo, que ese algo les ha sacado y salvado de la misma mierdamanufacturada de siempre.

Y claro, vendrán todos esos otros que te dirán que escribes como elculo, esos a los que molestaste porque lo que constaste les agitó lajaula. Los periquitos encerrados de mi madre odiaban que les hicieraeso más que ninguna otra cosa. Pasa con la gente pequeña comoperiquitos. O a lo mejor es que eres muy malo, no lo sé, realmente yolo soy, miro lo que escribo y tengo la parte del auto-odio bienremachada dentro del proceso creativo (las otras partes que locomponen, ya no sé si tanto).

Pero lo que si sé es que permaneciendo en el medio de las cosas nollegas a ninguna parte, no se produce nada reseñable. Mediocre noviene de que algo sea terrible, viene de estar en el medio. Si uno quierelevantar pasiones y esa idolatría que ansía en el fondo, no lo va a hacerprocurando pisar sin que se despierte nadie, sin molestar a los que detodas formas no conocen otra manera de vivir que ofendiéndose cadadía por algo. Una insufrible especie cada vez más ruidosa.

Así que supongo que mejor prepararse para el odio, para que tedigan lo mucho que les has decepcionado con eso nuevo que hasperpetrado. Porque no hay pasión sin odio, porque no puedes teneruna moneda con dos caras iguales, resulta falsa siempre.

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Alcanzar el estado de flujo enla escritura

Yo era uno de esos críos insufribles que siempre preguntaba por qué,una y otra y otra vez. La mancha no se va con los años. Yo soy ese alque le encanta citar a Hemingway con lo de que escribir no tiene nada,simplemente te sientas y sangras. Y es así a veces y otras de esas veceses rutina y unas pocas es todo lo contrario, puro gozo que nopuedes explicar a nadie.

Te sientas, empiezas a regañadientes y, de pronto, los dedos vuelan.Te olvidas de comer, te olvidas de la hora, te olvidas del mundo ahífuera, porque de todas formas no es mejor que el que tienes delante.

Soy lo peor, así que cuando me encuentro esas situaciones no digo«gracias», digo «quiero más». No tardé en preguntarme por quésuceden esos momentos y sobre todo, ¿cómo puedo obtenerlos avoluntad?

Hora de hacer pasar a Mihály Csíkszentmihályi.

Cuando quise conocer el porqué de este fenómeno, puse mucho losojos en blanco, navegando por explicaciones de autoayuda inútil, hastaque di con los trabajos de este psicólogo. No son perfectos ni de lejos,pero es de lo poco interesante que hay en la psicología positiva y, almenos, Csíkszentmihályi se preocupó de comprobar las cosas con unmínimo de rigor.

Csíkszentmihályi estudió ese estado de gozo espontáneo que a vecessurge mientras realizas una actividad (escribir, pintar, resolver undesafío…). Lo denominó flujo e intentó ver de qué se componía y cómoreplicarlo.

En un estado de flujo nuestra motivación está completamente

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concentrada, se produce una inmersión enfocados en una sola cosa ytodas las emociones empujan en la misma dirección. Eso es tan genialque, necesariamente, viene la mala noticia. Todo es maravillosoexcepto por el «pequeño detalle» de que uno no se puede forzarse aentrar en flujo, ni predecir con total seguridad cuándo va a obtenerlo.Vamos, que no puedes generarlo a voluntad.

Pero para variar, esta vez también hay una buena noticia. Al menospodemos crear las condiciones que harán más probable quese produzca. Es decir, podemos disponer las condiciones y luego elflujo vendrá o no, pero al menos resultará más probable que sea así.

Hay tres requisitos principales para que se produzca el flujo segúnCsíkszentmihályi:

1. Debes estar inmerso en una actividad que tenga unasmetas u objetivos claros.

Si no sabes lo que quieres conseguir o sobre qué escribirás, difícilque surja.

2. Debe haber un equilibrio entre los desafíos percibidosde la tarea y nuestras propias habilidades percibidas pararealizarla con éxito.

Traducido: uno tiene que estar haciendo una tarea que le supongadesafío, pero también tiene que sentirse capaz de conseguirlo si seesfuerza. Como supongo que somos escritores que caminan por ellímite y no están fotocopiando siempre lo mismo, nuestra brújulamarca el camino adecuado en este paso.

3. La tarea nos debe proporcionar un feedback (odio usaresta palabra, pero haremos como que no) inmediato sobre sivamos bien o mal.

Las dos primeras condiciones están claras, si yo quiero escribir,tengo que saber exactamente qué quiero contar y luego tiene quesuponer un cierto desafío. Personalmente lo segundo es automático al

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escribir, porque si no me supone cierto reto, ni me molesto ya.

La tercera es la prueba del verdadero escritor: ¿Amas de verdad loque haces? Porque en el caso de escribir, por ejemplo, no hay unfeedback externo claro de si voy bien o mal. Nadie aplaude, nadie mepublica en ese momento, nadie se interesa o me dice que esto es genialo, por el contrario, es lo peor que se ha inventado. Al escribir estoysolo, porque como nacer y morir, escribir no puede hacerse de otromodo.

Si escribo sólo por dinero (o reconocimiento, adoración o lo que sea)mi feedback sobre si la cosa va bien, o no, es únicamente lo que ganocon lo que he hecho, algo que está fuera de mí y no puedo controlar.Además, no es inmediato. Esa recompensa externa por escribir nollegará (si llega) hasta mucho más tarde del momento en el que mesiento a hacerlo. Si escribo por los motivos equivocados, nunca voy atener la tercera condición para que se dé el estado de flujo.

Esa condición se dará si escribir (o lo que sea) lo seguiríamoshaciendo incluso en el peor de los casos, en que nadie quiera y nadievea eso que estamos haciendo.

Claridad, desafío y hacer las cosas aunque nadie las aprecie e inclusolas desprecie. Hacerlas refunfuñando a veces, peleando otras, sabiendoque no es fácil, deseándolo más que a nada en el mundo, teniendoclaro que ya no puede ser de otra forma (ahora que lo pienso, suenabastante a querer de verdad y no al amor que inventamos hacenovecientos años y llenó un montón de libros malos).

A esas tres condiciones para que el flujo se produzca, yo suelo añadirun par más.

4. Eliminar todas las distracciones posibles.

Lo hago a fin de concentrarme en la tarea y sólo en ella. Yo, comoWilde, puedo resistirlo todo menos la tentación, así que me aíslo dedicha tentación y ya está.

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El móvil se encuentra lejos, Internet y las personas que meaguantan, desconectadas. En el ordenador escribo a pantalla completasin distracciones (ya sea con el Scrivener o los otros programas que hecomentado para eso) y lo hago completamente solo.

5. Recordar lo que me enseñó alguien.

Vamos a decir que era un viejo «mentor», por llamarle de algunamanera, pues su historia no viene al caso ahora. Él me instruyó sobreel ansia de resultado y sus peligros.

A la hora de invocar el estado de flujo, no quiero que venga. Enserio, escribo lo que puedo creando las mejores condiciones parahacerlo y ya está. Si me preocupo de haber puesto dichas condicionesanteriores (o cuantas más pueda según el momento) ya sé que estoytrabajando de la mejor manera posible, estoy usando un sistemaóptimo y no buscando un resultado externo. Le estoy poniendocuidado de artesano a la tarea y, a veces, hasta cariño. Eso me basta (odebería hacerlo, que en ocasiones no, porque soy humano).

Que venga o no el caprichoso estado de flujo no importa realmente,intento evitar el ansia de resultado. Si termino de escribir, aunque seabasura extraída con sudor, no pasa nada, he hecho lo más importanteporque he hecho mi trabajo. Hacer lo que uno tiene que hacer es hoyun acto de héroes.

El flujo es lo ideal y por eso precisamente no importa y no hay queperseguirlo. Al fin y al cabo, esa es la única manera de que venga.

A veces.

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Las historias que noscontamos sobre escribir nos

impiden escribir bienContar historias, es lo que hacemos, ¿cómo voy a venir yo ahora adecir algo malo de eso? Está bien, cuenta todas las historias quequieras, de eso se trata, pero hay una que nos está perjudicando, la quenos contamos a nosotros mismos en esto de la escritura.

Es la historia de fama y de validación, la alimentada con otras comola de J.K. Rowling, por ejemplo, madre soltera viviendo de pagassociales y al borde de la ruina, rechazada por multitud de editorialesque después se abrieron las venas en la bañera. Porque una sí confió,porque de hecho la historia se embellece al ser la hija pequeña deleditor la que empuja a su papá para que publique a esa desconocida...Y ya tenemos el mito, más o menos edulcorado con los detallesnecesarios. Harry Potter descendió para tocar con su varita y el restoes historia con tintes míticos.

Esas narrativas de unos pocos escritores de éxito (más o menosadornadas de una mítica que no es tanto) eclipsan las de los cientos demiles que escribieron en soledad, en soledad nadie los leyó y asíterminaron sus días. El sueño de fama, de devoción por los grandesescritores y sus historias, nos cautiva. Nadie puede negar eso y yotampoco.

Pero la realidad es que, para escribir bien, debemos abandonar lashistorias que nos contamos, las de ego y fama las primeras, y volcartodas las otras que podamos en el papel.

Pienso que para escribir bien hay que adoptar una mentalidad deprofesional y una mentalidad de artesano, de escribir por el merohecho de hacerlo bien y que esa sea suficiente recompensa

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interna (al fin y al cabo, es un requisito del flujo que vimos en elcapítulo anterior). Porque otro tipo de recompensa es difícil quevayamos a obtener, así que, cuanto antes asumamos eso, antes creoque escribiremos bien.

En realidad es liberador para la escritura dejar de contarnos esashistorias de ego, dejar de pensar que todos van a caer enamorados denuestra prosa, que nos pedirán que les firmemos un libro mientrasestamos en un bar con alguien, y ese alguien se pondrá celoso y nosdeseará todavía más, nuestro ego regocijándose en la fantasía mientrasen esa película mantenemos una falsa modestia que no engaña anadie. Es mejor no visualizarnos más con el bañador del siglo XIXpuesto, saltando para darnos un chapuzón en la piscina de monedasque nos llovió gracias a nuestra escritura.

Esas historias mediatizan nuestro trabajo y pueden influenciarnuestro arte, y no para bien. Si estamos con un ojo en la historias deéxito, no tenemos los dos en la que debemos, la que hay delantenuestro. Hay una parte que mira que ahora la novela negra nórdica sevende, ahora los vampiros que brillan, ahora hay que ponerle unafusta en la mano al personaje. La mentalidad del vendedor seinterpone en la del artesano, las dos se pelean y no paras de leer que laliteratura ha muerto, términos horribles como transmedia, que ahorahay un nuevo portal de escritura de moda, que tienes que estar enAmazon, no se te olvide, y además tienes que escribir en tu blog, hacermarketing, alienar a cada conocido en tus redes con el coñazo de queescribes y tienes un libro... Supongo que sabrás que no le importa uncarajo.

Para escribir bien tienes que escribir y punto, los dos ojosy toda la atención sobre el texto, cuanto menos mediatizadopor las historias de ego que nos contamos, mejor.

Lo malo es que son historias insidiosas. Lo malo que es un día seenteran de que escribes (yo no lo digo, si alguien me lo dice a mí esporque se entera por él mismo, a saber cómo porque bien que intentoevitarlo en mis círculos cercanos, cada vez más diminutos) y la únicapregunta que te hacen sobre eso, un poco de reojo, es: «¿Y vendes

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mucho?». O alguna variante que presenta un retraso similar.

El artesano tiene la mentalidad de escribir lo mejor que puedaescribir por el mero hecho de haberlo traído a la luz, aunque sea susola luz, no hace falta la de ningún otro. Hay una satisfacción interna yesa debe ser suficiente. Si no es así, es imposible crear algo bueno.Porque crear algo bueno no es crear algo que se venda. Las ventasvienen y van, no estoy seguro de que esos personajes de cartón con sufusta de cartón y sus diálogos imposibles de cartón, se estudien en elcolegio del futuro.

Qué estupidez he dicho, no creo que la literatura se estudie en elcolegio del futuro, de hecho ya se ha quitado del actual porque nosgobiernan imbéciles, como siempre ha sido desde el principio de lostiempos.

La cuestión es que sin prisa, sin presión de fama, sin historias deego, el artesano crea por el mero hecho de que eso le proporciona algointerno difícilmente comprensible por alguien que no ha escrito ocreado, una especie de ¿felicidad, me atrevería a decir? La cuestión esque sin convertirnos en ese artesano sordo a las historias de ego quecirculan alrededor de la escritura, no creo que sea posible escribirbien.

Una vez más, abandonar los sueños es la respuesta.

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Después de escribirPuede que sea más o menos secreto, pero la realidad es que más queescribir, lo que quieres es publicar, que lluevan las rosas, los halagos yel tin tin del dinero... Ya has escrito, ¿y ahora qué? En realidad todoescritor quiere ser escritor publicado y es normal. Yo lo quiero, tú loquieres, hasta la gente que no escribe lo quiere...

Pues no será bastante. Cuando seas escritor publicado querrás serescritor respetado, luego escritor que vende, luego escritor inmortal...una escalada que no termina.

Pero bueno, vamos a decir que ya has escrito algo por las razonesadecuadas y unas cuantas que no. Empezaremos por cómo pulir esasoberana mierda y seguiremos por cómo publicar todas esas palabrashacia ninguna parte. Y también otras cosas que hay que hacer trasponer las tres letras de FIN, porque ya habrás comprobado que laescritura no se acaba ahí.

Quizá quieras torturar a tus cercanos con lectura de borradores, si esasí, hazle un favor al mundo y abstente, porque quizá quieras haceralgo mucho más útil que eso para escribir bien.

También hablaremos de egos, críticas y elogios, porque a pesar determinar la sección de antes con un llamamiento a ignorarlo, el ego delescritor es enorme. Es por eso realmente por lo que escribir la palabraFIN es sólo el principio.

Así que vamos a lo que esperas, qué hacer con ese terrible borradorpara convertirlo en algo que no quieras quemar, cómo publicarlo yalgunas cosas más.

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Corregir la historia (conartista invitada)

Corregir la historia, volver a empezar sin los errores, otro sueño deescritor como el de vivir para siempre. Pero no me refiero a eso aquí,sino a que quizá, a medio camino de este libro, me he vuelto blando,pues a veces los viajes tienen efectos inesperados.

Se me ocurrió pensar que vendría bien incluir en todo esto algopráctico, algo que usar, y que, da igual lo escritor que uno se crea,también hemos de tener una parte de correctores implacables. Peroclaro, cada escritor tiene un método propio para su locura en eso y,desde luego, los míos son difícilmente extrapolables como para quesirvan a alguien.

Por motivos que sólo voy a detallar por encima, corregir nuestrotexto es una empresa muy complicada y no sólo algo tediosa,básicamente es así, porque es casi imposible apreciar nuestraspropias erratas.

Nuestro cerebro, en general y sobre todo con textos que ya hemosescrito o visto más de una vez, «lee» lo que tiene en su cabeza, lo queespera ver y tiene sentido, en vez de lo que pone exactamente en elpapel. Por su manera de funcionar, su manía de encontrar patrones loshaya o no, y su tendencia a ahorrar energía, toma atajos cognitivos y senos pasan por alto esas erratas que, cuando hemos dejado tiempo depor medio y el texto nos vuelve a resultar más ajeno, vemos y noentendemos cómo se nos colaron en su día. O he aquí otra variación deesta condena: Hemos repasado diecisiete veces algo hasta que pareceimpecable, se lo entregamos a otra persona que no lo ha leído y, en vezde maravillarse de nuestro genio, nos señala en segundo y medio quehemos repetido un artículo, o nos comimos una preposición en elprimer párrafo.

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Son las cosas de ser humano y son inevitables. No obstante, corregires una labor que se puede mejorar siendo metódicos. Y como yo soymuchas cosas, pero metódico desde luego no, he traído una invitadaque, a saber por qué, accedió a que la vieran conmigo cuando eso es loúltimo que debería.

Ya ha salido por aquí el nombre de Gabriella Campbell: escritora,correctora profesional, traductora, a veces contestadora de miscorreos. De modo que se me ocurrió que nadie mejor que ella para estecapítulo. Gabriella tiene un libro titulado 70 trucos para sacarle brilloa su novela: Corrección básica para escritores. Porque para escribir nohay trucos, pero para cazar erratas y repasar errores, sí.

Lo he leído y, si estás empezando, es lo que estás buscando. Si yaeres veterano crees que no, pero es sólo el ego otra vez, y también es loque estás buscando. Antes de nada, no, no tengo ningún interés ocultoen vender ese libro. Lo recomiendo porque es bueno y, desde luego, elmás práctico. Tampoco he hecho ningún pacto ni me llevo parte de lasmúltiples riquezas en las que nada Gabriella porque los escritores, yase sabe, encendemos la chimenea con billetes de cien.

Contacté con ella, le pregunté si podía usar aquí uno de sus capítulosy dijo que sí. De modo que me voy a sentar un momento al borde de lavereda y veré la vida pasar. Os dejo con Gabriella. A partir de ahora esella y, no se preocupe nadie, estará bien claro cuando me levante denuevo y sea yo el que lleve otra vez el caballo.

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7 trucos generales para sentarte a corregir

Corregir es una tarea dura, porque nos obliga a juzgar nuestra obra.Y los primeros borradores están hechos para ser borradores, no paraser perfectos. Vamos a encontrarnos con un texto que estará lleno deimperfecciones. ¿Cómo enfrentarnos a él entonces sin dejar quenuestra psique se meta demasiado por medio?

Estos trucos pueden ayudarte a hacerlo de la manera más eficiente yobjetiva.

Ahí van algunas ideas:

1. Este punto es el más importante: TU LIBRO YA NO ES TUYO. Asíes. Vas a enfrentarte a su edición y eso puede ser muy peligroso.Sí, es tu niño, tu criatura. ¡No! ¡Ya no! Tienes que sentarte frente atu obra con la noción clara de que ahora pertenece a otra persona,de que nada tiene que ver contigo. Tú solo eres un corrector yeditor con mucha mala leche que viene a convertir esa cosainforme en una joya digna de publicación.

2. Todo el mundo tiene sus rutinas y manías a la hora de corregir supropio texto. Hay quien usa marcas clásicas de corrección sobreun documento impreso; hay quien utiliza el control de cambios deWord para ver exactamente qué modificaciones ha realizado. Esono es lo importante. Lo importante es que leas más de una vez tupropio texto, buscando diferentes tipos de errores en cada lectura.Deberías tener como mínimo dos lecturas: una para revisarproblemas formales (ortografía, gramática, estilo) y otra pararevisar estructura y contenido. Revisar a nivel formal y a nivel decontenido exige mirar y pensar de forma diferente, por lo que siintentas hacer las dos cosas a la vez es inevitable que te dejes algofuera. Centrarse en un solo tipo de tarea siempre es másproductivo. Lo que nos lleva al siguiente punto:

3. ¿Cuántas revisiones son necesarias para corregir un libro?Cuando corrijo textos ajenos suelo trabajar con cuatro: en las dosprimeras realizo la corrección de estilo propiamente dicha y

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apunto problemas estructurales o de coherencia. En la tercerareviso sobre todo a nivel ortotipográfico y la cuarta es un repasofinal. Otra manera de corregir es por niveles, de mayor a menor:primero la narración general (asegurándonos de que no hayaincoherencias generales de contenido); luego la escena (mirandoque funcione, que cada cosa esté en su sitio); luego la oración(asegurándonos de que cada frase esté bien construida) y luego lapalabra (vamos palabra por palabra, asegurándonos de que cadauna sea la correcta). También puede hacerse de menor a mayor (sibien no es recomendable, porque cualquier cambio a nivelestructural nos obligará a volver a realizar todas las correccionesde niveles menores). Como autor, eres libre de aplicar el métodoque te sea más cómodo, pero recomiendo dejar siempre unasveinticuatro horas entre revisión y revisión, para que tu cerebropueda coger el texto con una perspectiva más o menos nueva ylimpia.

4. La mejor manera de captar errores y de identificar frases quesuenan mal es que tu cerebro las perciba como ajenas, porque sino, se dedicará a corregir imperfecciones y rellenar huecos sin queseas consciente de ello, ya que conoce bien el texto y lo percibecomo propio. Léelo en voz alta o, mejor, que te lo lea otra persona.Otra opción es utilizar un lector automático, como los queproporcionan Adobe Acrobat Reader, Balabolka o Sodelscot. Alescuchar el texto en la voz de otra persona (o robot) percibirásmucho mejor aquello que no funciona.

5. Otra manera de hacer que tu cerebro crea que está leyendo algodistinto a lo de siempre es cambiar de ubicación. Tu cerebroasocia lugares determinados con tu trabajo creativo, y necesitasque cambie a modo editor: lógico, frío y racional. No quieres quese ponga creativo. Llévatelo a otro sitio, a una cafetería, porejemplo. El ruido de fondo te ayudará a concentrarte (puedes leermucho más sobre ese tema en este artículo del Libro del escritor).O también puedes usar una aplicación como Coffitivity, peroprocura no trabajar en la misma habitación donde escribiste ellibro.

6. Hazte un esquema con la estructura básica de tu novela y el temacentral, y ponlo en algún lugar donde lo tengas claramente a la

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vista. Así podrás consultarlo para ver que todo encaja, que haycoherencia y que la obra no se desvía demasiado de su tema.También podrás ver si todas las partes forman un todoequilibrado o si necesitas modificar algo a gran nivel.

7. ¿Te has dado cuenta de que en muchos libros se empieza muybien, pero la calidad decae y se llena de erratas conforme avanzala obra? Sucede porque empezamos con ganas y energía acorregir, pero nuestra atención va decayendo conforme nosmetemos en la narración. Prueba a hacer una revisión al revés,empezando por el último capítulo, para acabar con este problema.

Esta era Gabriella, ahora vuelvo yo un momento, porque después deque dijera que sí a este capítulo, aproveché para exprimir un poco mássu buena voluntad y pedirle otro pedazo. Aceptó de nuevo, supongoque con los ojos en blanco. Es la parte de su libro dedicada a algo queresulta en parte una piedra de toque en mí y, a la vez, una piedra quearrojar (una que a lo mejor alguno conecta dentro de tres capítulos).

En fin, a lo práctico, esta es la manera de usar la maldita raya deldiálogo cuando escribes una historia. Gabriella de nuevo:

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Menuda rayada de diálogo

Los diálogos son difíciles de hacer bien. No solo hay que conseguirque nuestro personaje no parezca un cretino balbuceante, sino quetiene que hablar de una manera medianamente creíble. No ayuda,entonces, si no sabemos manejarnos con las rayas de diálogo.

Échale un ojo a tus diálogos y asegúrate de que cumplen estascondiciones:

¿Estás usando rayas? Lo correcto en nuestro idioma es usar estoscaracteres, no las comillas (“”), como hacen los anglosajones, ni losguiones (-). Es aceptable usar el conocido como guion medio (─), perolo ideal es la raya (—), que se puede obtener insertando desde laopción de símbolos de Word, cortando y pegando, o con lacombinación de teclas Alt + 0151 o de Ctrl + Alt + guión del tecladonumérico. Yo uso un truco que me enseñó otro escritor, que es ir a lasopciones de autocorrección del editor de texto e indicarle que cada vezque escribamos un guion - nos lo sustituya por —.

A no ser que uses Scrivener, lo cual indicaría que eres un escritorhiperevolucionado y que no necesitas este libro (¿qué hacesleyéndome?).

Las rayas van al comienzo de la participación de cada interlocutor ysirven también para separar lo que dice el personaje de lo quecontamos nosotros como narradores. Recuerda que las rayas en estosincisos van siempre pegadas a lo que dice el narrador. Así:

—¡Hola! —dijo Fernando, al verlo entrar—. ¿Quieres que nostomemos una cerveza?

Como puedes ver en el ejemplo anterior, el punto (o coma o lo quesea) va después de la raya final del inciso.

Estos incisos narrativos se abren con minúscula, siempre que usen

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un verbo de habla. Pero si estamos describiendo una acción, en vez deusar un verbo de habla, se usa mayúscula. Aquí dejo otro ejemplo:

—Hola —dijo Fernando, al verlo entrar—. ¿Quieres que nostomemos una cerveza?

—Hola. —Se quitó la chaqueta y lo saludó, animado—. ¿Quieresque nos tomemos una cerveza?

¿Ves la diferencia? Los verbos de habla (decir, comentar, expresar,exclamar, contar, etc.) forman parte de la oración, por lo que siguenen minúscula. Pero si contamos la acción de un personaje, ese corteabrupto implica una separación por punto, que representamos con uncomienzo de oración; de ahí la mayúscula.

Si todavía no te entiendes con la ortotipografía del diálogo, terecomiendo este enlace, donde Néstor Belda lo explica todo, paso porpaso, de forma muy clara.

Y hasta aquí el capítulo y Gabriella. Por si alguien no lo ha notado,esta es la manera de escribir un libro sin escribir un libro. Todo muyzen.

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Cómo publicar cuando pareceimposible publicar

Hace un tiempo conocí a una chica con la que tenía un bar en común.Ella me conoció a mí, más bien, así que un día, entre conocidos debarra, empezamos a hablar. Había otra cosa que teníamos en comúnaparte del local, la chica escribía y sí, ante la pregunta en mente, lohace bien. No soy su público ni falta que le hace, pero maneja laescritura y cuando eso ocurre, lo reconozco.

La cuestión es que el tema de publicar salió porque pareceindisoluble del de escribir. La chica estaba a punto de terminar suprimer libro y había pensado en la opción de autopublicación. Alparecer ya contaba con un blog de gran audiencia en el que colgabaalgunos relatos. Yo le dije que publicar ella misma o con editorialdependía de lo que realmente quisiera, pero la cuestión de que tuvieraya una audiencia iba a ser una gran ventaja para lo segundo, pues másde dos y tres editoriales estarían encantadas de aprovechar ese trabajode haber generado una audiencia previa y las posibles ventas sinmucho esfuerzo que vinieran de ahí.

Y sí, aquella tarde rompí la tradición de no juntarme con otrosescritores, pero me pilló a contrapié y, que no se preocupe nadie, yame encargué de ser amable como siempre. Cuando la volví a encontrary me dijo que le gustaría hablar sobre el tema de las presentaciones delibros, la conversación empezó y terminó con un: «No creo en laspresentaciones de libros». Ya no supe más de ella.

Pero volvamos por el fuero de publicar, pues hace poco me volvierona preguntar. La angustia es la de siempre: ¿cómo publicar en unentorno donde parece casi imposible hacerlo?

Lo primero que me gustaría dejar claro es que si supiera la fórmulapara que Random House me buscara para poner un adelanto y mi

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bandera en su apisonadora publicitaria, que no dude nadie que diríaque sé cómo hacerlo, y luego procedería a callármelo. ¿Qué voy ahacer? Ya estoy harto de atún y pan seco. También podría escribir unlibro con mi método infalible en caso de saberlo, pero sería un timo yde esos ya está Amazon lleno.

Y por supuesto, como siempre aquí, lo que voy a comentar es miexperiencia y nada más, derivada de lo que he conocido en diversaseditoriales y unos cuantos años ya. Obviamente, habrá escritores cuyavivencia sea muy distinta y hayan llegado por un camino contrario.Todos llevan a Roma y supongo que unos cuantos, escondidos entre lamaleza, llevan a publicar.

La cuestión es que, efectivamente, publicar es algo posible,pero francamente difícil. Hoy más que nunca por el fenómeno dela saturación y de la necesidad imperiosa de conseguir beneficios.

Es innegable que con la democratización de Internet hay más oferta.Los escritores y la escritura son tan comunes que no tardarán envenderse al peso. No sólo hablo de libros publicados (demasiados paralo que el mercado puede absorber, y a las cifras de destrucción deejemplares me remito) sino que la situación está mucho más saturadaen cuanto a oferta entre la que pueden elegir las editoriales.

Es así y como pequeña muestra estos tuits que pongo más abajo. Setrata de la editorial Cerbero, recién nacida a la hora de escribir esto,centrada además en unos géneros muy determinados (es decir, con unenfoque que en teoría limita bastante al número de escritores queacogería bajo sus alas). En fin, que nueva, desconocida, etcétera. Y estoes lo que pasó...

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Como se puede apreciar, en 6 días 300 manuscritos. Muchosmás que seguidores tenían en Twitter cuando lo dijeron.

Curiosamente, es difícil promocionar bien cualquier cosa con todo elruido que hay, pero al parecer, si una editorial dice que aceptamanuscritos, eso es algo que escritores en todas partes captan a travésde una antena que confieso que yo no tengo. Debe ser una cuestión deolfato, no sé.

La clave está en que si eso le ocurre a una editorial con esascaracterísticas, ¿puede uno imaginarse cuántos manuscritos recibe elresto? La respuesta es miles.

Ante esa situación, la solución que han adoptado la mayoría deeditoriales es la de colgar el cartel de que no se aceptan manuscritosno solicitados, eso aparte de que muchas ya tienen cerrados suscalendarios de edición para un año vista como mínimo.

¿Entonces cómo publican? Pues con autores que ya conocen yrecomendaciones de agentes y otros miembros del sector que tienenen su órbita. Que no se preocupe nadie, que con eso ya están másque surtidas de posibles manuscritos para los próximosquinientos años.

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Uno ve esto y se enciende una bombilla. Así que agentes, ¿eh? Sí,pero he aquí que el fenómeno producido con ellos es similar al de laseditoriales. Estas rebosan de manuscritos y parte de ese rebose hacaído en los agentes, hasta que ellos también han experimentado esefenómeno de saturación. Así que ahora muchos también tienencolgado el mismo cartel: Nada de manuscritos no solicitados.

¿Entonces qué? ¿Nada de enviar manuscritos? Si hay algunaeditorial que los acepta, hazlo. Las más grandes (y más difíciles paraconseguir acceso desde la nada) casi siempre tienen abierta la puerta.Aunque eso sí, grandes o pequeñas, la mayoría no contesta y las que lohacen tardan entre seis (pocas) y doce meses en hacerlo.

La cuestión es ser consciente de que es complicado y el carriltradicional en el mapa está más atascado que nunca. Así queuno debe tener en cuenta las probabilidades y tiempos que se manejanpor esa parte, en caso de que opte por eso.

Además de la saturación, está la necesidad de vender. Quién lo iba adecir, pero una editorial es una empresa y por tanto necesita venderpara mantener la luz encendida.

De hecho, suelen funcionar de la siguiente manera: el 80%-90% delos títulos publicados no venden casi nada, sobre todo esos tanliterarios, sesudos y destinados a la inmortalidad, de modo que pocosconsiguen agotar la tirada aunque sea pequeña. Sin embargo, un10%-20% de títulos venden, esos dan beneficios a la editorial y sirvenpara financiar a ese otro gran 80% de hermanos, quizá más literariospero aparentemente más tontos, que no pueden vivir por sí mismos.

Con lo que las editoriales hoy, un tiempo en el que gente que antesno podía ser famosa ahora tiene una audiencia gracias a la red, suelenemplear un proceso inverso al tradicional: buscan a alguien con esaaudiencia ya establecida (o sea, ventas potenciales) y proceden a crearel libro o pulir cualquier cosa, mientras que antes era más común(aunque no siempre) que primero fuera el libro y luego, la editorial,con sus recursos de marketing y sus relaciones, buscara a la audiencia.

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Conclusión: si tienes una audiencia y quieres publicar, vende a laeditorial este hecho antes que el libro.

No estoy diciendo que esto sea bueno o malo, o que el libro seabueno o malo, no entro en juicios de valor, este capítulo es unparéntesis y no va del arte per se, sino de publicar, así que digo que, siquieres hacerlo y tienes, yo qué sé, 20.000 seguidores en Twitter, te vaa resultar más fácil que te abran la puerta con ese 20.000 delante quecon tus 200 páginas.

Vale, no eres una tuitstar, influencer u otro término igual deimbécil, y no puedes presumir de varios ceros en el apartado deseguidores (harás bien en no presumir, los seguidores no se puedenllevar al banco y a nadie le importan, prueba a decir en el mundo realque eres esas cosas del principio del párrafo y comprueba cómo se teríen en la cara, merecidamente). Sin embargo, digamos que algunos tesiguen, algunos te leen y tienes un poco de audiencia.

En ese caso puedes aprovechar dicha pequeña audiencia paraintentar publicar el libro mediante crowdfunding, algunas editorialescomo Libros.com lo hacen así. O puedes incluso llevar a cabo elproyecto por ti mismo, en plataformas como Verkami y similares,aunque esta segunda opción ya entraría en el terreno deautopublicación y no es el asunto de hoy.

Da igual que tengas 500 o 1000 seguidores y pienses que con sóloun 10% ya sacas adelante el libro, no funciona así, vas a tener que serun pesado de la leche (con familia y amigos de toda la vidaprincipalmente, pues ahí ya tienes una palanca de chantaje emocional)si quieres conseguirlo. Yo por mi forma de ser no puedo decir muchomás sobre este tema, que probé una vez y la campaña no salió, aunquea la editorial le gustó lo que leyó y quiso publicarme la novelaigualmente de forma tradicional.

Otros han tenido mejores experiencias que yo, pues esta ruta es muyvariable según el contexto de cada uno. Si tienes familia numerosa, unmontón de amigos o un cierto predicamento entre tus seguidores,adelante.

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Cambiando de derroteros, a la hora de escribir estas líneas porprimera vez, se acababa de fallar el premio Planeta, y me asombré deque 500 manuscritos se hubieran presentado. Al parecer 498 personasno saben que ese premio, como prácticamente todo premio de eseestilo (Nadal, Primavera, etcétera) están concedidos de antemano,prácticamente siempre a autores de la casa o bien a otros fichajes enmente con potencial para vender. Y sin que importe la supuestacalidad literaria.

Sin embargo, cuando dije eso del Planeta, alguien llamó mi atenciónen Twitter sobre cierto hecho: esos concursos de editorial grandepueden ser una forma, no de ganar, porque no vas a hacerlo, pero sí deque te lean. Al parecer, ciertos manuscritos que no ganaron, pero eraninteresantes, cayeron en el radar de alguna de esas editoriales enalguna ocasión.

Si eso es así, retiro lo que dije en ese momento sobre no ver elsentido a enviar ahí. 500 manuscritos para un premio como el Planetano deberían ser nada si el premio no estuviera concedido deantemano. De hecho, cualquier concurso de Villarriba del Mondongocon 300 euros de premio y una estatua del patrón ya recibe más queese número de participantes, pero al parecer algunos envían a losconcursos grandes porque quizá así les lean y alguien les llame. O bienque pasen una criba, lleguen a los diez o doce finalistas que a vecesseleccionan en esos eventos y puedan «vender» ese hecho a la hora demover su manuscrito posteriormente, aunque la editorial promotoradel premio no les fiche.

Por otro lado, algunos concursos que no son esos de «primer nivel»(monetario) tienen como premio la publicación además de un montomás modesto. Algunas editoriales medianas o pequeñas, de hecho,apoyan esos concursos y son una salida a ganadores que no estánsiempre (quiero pensar) ya predeterminados, como sí ocurre en lospremios más grandes.

Ganar ciertos concursos, aunque no te lleve a publicación directa, tepuede dar un nombre y un cierto status, lo que conecta con losiguiente.

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Primero, véndete tú. Esta frase es una de las más repetidas por losgurús de las ventas. Primero véndete tú y luego vende el producto.Sucede que tienen razón. Las personas, quién lo diría, somos personas,y las relaciones entre nosotros son lo que más cuenta a lahora de hacer y deshacer cosas.

La cuestión clave es que si consigues que un editor te lea por lo quesea, que llames su atención o establezcas alguna clase de relaciónprevia, por ejemplo por la red, tienes muchas más probabilidades deque te publiquen que llamando a puerta fría.

Duh, que diría Homer Simpson, menudo descubrimiento.

En Twitter, la única herramienta que he usado, y cada vez menosporque se ha vuelto insufrible, no hay pocos que se arriman amencionar y sacar brillo al nombre de editoriales y otros escritoresmás famosos que ellos, a fin de que les hablen, meterse como sea enesa camarilla y, con suerte, que sean un nombre que le suene a algunade esas editoriales.

Aunque a mí eso me hace poner los ojos en blanco, porque se ve a lalegua la verdadera intención de limpiar los bajos de editores yescritores famosos (más allá de forjar una bonita y sincera amistad,claro) lo cierto es que la vida funciona así y, al menos, aunque muchade esa gente que se dedica a dorar la píldora sin vergüenza nocomprende las relaciones humanas, sí comprende que siempre voy atener más debilidad por quienes conozco y me gustan.

Pero no hablo de hacer la pelota, hablo de que, en esa línea de queentres en el radar de algún editor, y sin necesidad de meter la lenguaen sitios raros de desconocidos, si generas un buen trabajo y unapequeña pero devota audiencia (y a lo mejor algún concurso como hecomentado en el apartado anterior), quizá consigas que algúnpequeño editor te vea por ahí, le llegues retuiteado, te siga, lesigas, hables, te lea alguna cosa y, si le gusta, quién sabe en la siguientecita.

Las relaciones funcionan y, en este juego de probabilidades, son una

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opción con más papeletas que tirar 6 euros al buzón cada vez que vas aCorreos a enviar un manuscrito.

Ahora voy yo, ahora es cuando viene la historia del héroe que todo elmundo cuenta. Otra vez la mitología de Rowling y el triunfo en elúltimo minuto, todas esas paparruchas sobre el escritor que vive al filoy se salva justo cuando ese filo iba a partirle en dos. Bueno, pues nohay historia así ni parecida en mi caso. Nos encantan esos cuentos deescritores que pasan de desconocidos a estrellas pero:

a. La mayoría tienen más romance que verdad.

b. La historia la cuentan los supervivientes de turno, pero se obviaa todos aquellos miles que intentaron lo mismo y no pudieron.

Nadie quiere que le recuerden que se ha metido en unjuego de probabilidades ínfimas, en una lotería. Nadie quierever que triunfan apenas uno o dos de varios miles de escritores que lointentan.

Así que yo soy el caso más prosaico posible, envié unos relatos haceya más de diez años, cuando el contexto no era el mismo y el tiempoera un poco mejor en lo que se refiere a menos saturación por parte delas editoriales. Lo hice a la antigua usanza, habiendo enviado yo qué sécuántos manuscritos, labrándome demasiados noes de yo qué sécuántas editoriales como para que mi salud mental quedara intacta. Ysupongo que lo que ocurrió es que tuve ese poco de suerte que hacefalta para que alguien leyera un poco, le gustara, leyera un poco más yme dijera que quizá podrían publicar un par o tres de relatos en unproyecto con el que estaban. Obviamente que lo que escribas no seauna mierda, ayuda.

Me enviaron mucho después hasta la parte de lo que mecorrespondía y todo, una pena que entre más de 10 autores que había,no me diera ni para ese pan duro con atún, pero algo es algo. Y a partirde meter la cabeza, es un poco (muy poco) más fácil. Al menos otrosescritores y editores saben tu nombre.

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O sea, ¿que suerte? ¿Es a eso a lo que uno se tiene que encomendar?

Obviamente, cuanto más hagas, más probabilidades de que te mireesa suerte, pero sí, hay un factor fuera de nuestro control, un factor detiming (otro anglicismo, maravilloso) y de azar que están jugando yson más poderosos que tú y tu pasión. Muchas veces mucha gente hacetodo lo correcto y le falta eso, de modo que no lo consigue, mientrasque en otras ocasiones un tonto tiene suerte y le sale a la primera.

Ese tonto empezará a decir que tiene la fórmula secreta y te laintentará vender en Amazon, así que cuidado.

Recapitulemos que esto ha sido largo. En mi experiencia, si mepreguntas y si lo que quieres es publicar (en serio que ahora no esmomento de ir más allá y sacar a colación cosas como literatura), locierto es que el contexto está saturado y, en mi opinión, de mayor amenor probabilidad de conseguir tu libro ahí fuera está:

1. Tener una audiencia ya, cosa que le va a gustar a casicualquier editorial, sin importar el manuscrito, o si existesiquiera.

2. Si la audiencia no es tan grande, quizá puedas probar suerte confórmulas como las del crowdfunding, tanto propio como a travésde una editorial, de manera que esta reduzca su riesgo. Prepáratea ser un pesado y que te odien primos, amigos y demás.

3. Genera contenido y genera relaciones. Si Hemingway lasusó a conciencia para conseguir su nombre en una portada,supongo que deberías hacer lo mismo. Quién soy para llevarle lacontraria a Ernest y que me suelte un soplamocos (homenaje a lalengua ancestral de mi pueblo). En resumen, que no seas yo ysalgas de la cueva. Ve, conoce gente y métete en el sector. Pero porDios, no seas un lameculos insoportable, que se ve a la legua.

4. Manda manuscritos a puerta fría. Como siempre se hahecho y a las que aún aceptan. Serán editoriales muy grandes quenunca cierran y tardan mucho en contestar, o pequeñas y

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saturadas, pero quién sabe, quizá tengas de lado al tiempo justo yese poco de suerte.

5. Prueba en concursos que realice la editorial quequieres. Lo pongo como último modo, pero no porque sea elmenos probable, sino porque para mí es una incógnita sobre sipuede funcionar de veras o no, aunque otros dicen que sí.

Y ya está, por fin podré contestar a esto de publicar cuando mepregunten por enésima vez y lo haré apuntando a este capítulo con eldedo. De hecho, si me escribo esto en tarjetas puedo repartirlas y notener ni que hablar la próxima vez que surja el tema.

Eso da buena cuenta de que ni me entero de cómo funcionan lascosas, ni sigo mis propias prédicas. Y que no tanta gente me pregunta,pues apenas me relaciono de todas formas.

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Por qué no tengo «lectorescero» y no creo que sirvan

demasiadoEsta ha sido una de las cosas más polémicas que he escrito en la web, ajuzgar por los comentarios que surgieron, sobre todo en contra. Asíque no he tenido más remedio que subir el volumen y ampliar lo quedije, para que quepan más tomates que me arrojen.

Vengo a ejercer de abogado del diablo, qué cosa más rara, de«anarquista literario», como me llamaron una vez. Un cumplidoexagerado sin duda (pues como cumplido me lo tomo) pero, al fin y alcabo, un escritor es un exagerado profesional.

Ya he hecho esto anteriormente con otros temas casi sagrados, comolas presentaciones de libros, y hoy le toca a algo que (he de asumir miignorancia ante las modernidades de la literatura) no conocía hastahace poco: Los «lectores cero», que al parecer son lectores noprofesionales que echan un vistazo a tu manuscrito antes de enviarlo aalgún editor, autopublicarlo, etcétera.

Por lo que he podido ver es una camarilla, casi siempre compuestapor fieles, que supuestamente aportan una perspectiva externa. Eso, almenos, es lo que he observado en la práctica, a pesar de que sesupone que la teoría del invento es muy distinta, pero yasabemos lo que suele pasar con la teoría, que no aguanta el primercontacto con la realidad.

Un escritor (que no sea yo, claro) siempre ha tenido a algún sufridoamigo o pareja al que ha enseñado sus borradores y ha pedido opiniónde los mismos. Habitualmente es una tortura para el otro y en muchoscasos un error en general, pero es algo que siempre ha sucedido ysucederá. Así que, niños y niñas, mejor no acercarse mucho a los

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escritores si no queréis que os pase eso y tengáis que leer unos bodriosde cuidado cada cierto tiempo.

Por lo que he podido ver pues, parece que los lectores cero son laexpansión de ese concepto a fin de «ayudar a mejorar» la obra. En vezde contratar a un corrector o lector profesional, esos ceros desarollanel papel en cierto modo, pero lo cierto es que nunca va a ser lo mismo.

Para mí la escritura es íntima y no pido opinión, soy así de lerdo.Por otra parte, he de reconocer que no les veo demasiada utilidad en lopersonal y, si alguna vez alguien me ha dicho que estaría dispuesto aleer algo mío no publicado, mi respuesta ha sido siempre un amable:«No, gracias».

Supongo que los lectores cero tienen ventajas (yo no lo sé, claro),estas se predican a menudo y parecen relativamente sensatas. Asípues, no voy a repetirlas ni entrar en ellas, yo no las conozco al fin y alcabo, excepto una que sí me parece interesante: Que te ayuden aencontrar esas malditas erratas que tú nunca verás, pormucho que leas mil veces con cuidado.

Más allá de eso, en general se supone que te hacen mejor escritor y atu manuscrito lo hacen mejor historia. Los escritores recurrimos acualquier cosa con tal de escribir mejor: a hacerlo desnudos, a hacerlode pie (Hemingway, te estoy mirando, cómo no), a hacerlo en una granhoja de papel continuo... Lo que sea que nos funcione y, cuanto másextraño, mejor. La cuestión es que, personalmente, yo no pienso quesea así y no estoy muy seguro de que los lectores cero marquen unadiferencia o mejoren nada, excepto en ciertos casos muy puntuales quecasi nunca se dan.

De hecho, es posible que hasta sea algo negativo tenerlos, algunoscapítulos de este libro ya han sacado temas que chocan de frente con lateoría de los lectores cero si es que quieres hacer la mejor escritura quepuedas hacer. Y es que, como muchas cosas negativas, estaencierra buenas intenciones en el fondo.

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El problema de las relaciones humanas

Por lo que he podido ver cuando me he puesto a mirar más de cerca,algunos escritores usan como lectores cero a colegas, fans de susanteriores obras y, en general, amiguetes y familia. Bien, hace muchotiempo yo trabajaba para el lado oscuro y existía un mandamiento:

«Nunca, absolutamente nunca, pidas opinión sobrenegocios a amigos y conocidos. Y si te la dan, procede aignorarla».

¿Por qué? Porque no va a ser la opinión que necesitas.Porque la mayoría de veces no tienen ni idea del tema y porque, de unamanera más o menos inconsciente, muchos no querrán destruir lailusión de haberte pasado meses con algo, así que no dirán: «Esto esuna mierda», aunque lo piensen o lo sea en realidad.

Es así, no estoy seguro de que vayas a tener la opinión que necesitas,no la mayoría de las veces. Ahora, que si uno lo que quiere es refuerzopsicológico para lanzarse a publicar, pues entonces muy bien. Pero eseso, la cheerleader con el pompón, no la clase de opinión quenecesitas.

Si tienes intención de publicarlo, el mundo ahí fuera no le va aponer a tu obra los ojillos de madre que muchos lectorescero le pondrán por el mero hecho de ser amiguetes o fans.

En definitiva, que con toda la mejor intención del mundo, te estánasfaltando el infierno, y esa no es la única manera.

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El reverso tenebroso del fan

En ocasiones me he tropezado también alguna vez con el subtipocontrario de fauna: «Déjame leer, que yo soy muy sincero y si esto esuna mierda, te lo diré».

Bien, imaginemos que es así (nunca lo es, por cierto). ¿De qué sirveuna opinión concreta? Es sólo una opinión, la opinión es lamercancía más barata del mundo porque es la másabundante. Da igual la obra maestra que señale con el dedo, todastienen a alguien que va a venir a decirte que no vale ni para envolver elpescado.

También me he enterado de que hay grupos de escritores dispuestosa hacer ese despiece en cónclave, que vayas a verles y ellos evisceran tuobra y te dicen todo lo mucho de malo que tiene, una prueba de fuegopor si te quieres someter a ella con tu manuscrito. En mi opinión, unacosa que me parece inútil, cuando es multiplicada por cinco no arreglala inutilidad, la agranda cinco veces más.

Esa clase de gente dura y «sincera» no tiene valor en sí misma, dehecho, no tiene más valor que el del fan o incluso puede que tengamenos. Quizá es posible que señale que, efectivamente, hay un errorde estructura, de ritmo, que los personajes sean esa copia de la serie detelevisión o película que tanto te gusta (algo que empieza a ser unaplaga en algunos libros). Quizá te ponga en el buen camino, o quizáno...

Quizá sólo sea que a esa persona no le encajó, así que borras algopor culpa de una opinión y resulta que al mundo le hubiera encantado.Es sólo que te tropezaste, al principio del camino, con ese que siempreva a decir que lo que haces no vale para nada.

Además, esa gente que se cree sincera porque son duros, o juegan aserlo adrede «por tu bien», no es imparcial aunque les guste pensarseasí, simplemente están ciegos por el ojo contrario al del fan.

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Básicamente es imposible ser imparcial si eres humano y esaspersonas dispuestas a destripar suelen ser tendentes a ponersesiempre en el lado contrario de las cosas. Vamos, un tipo como yo, unaminoría a la que casi nada le parece bien. ¿De veras quieres quealguien como yo te lea y señale?

No, no quieres y no te sirve de nada.

Si sigues las indicaciones de esa gente, estás poniendo tu escrituraen un lado minoritario y oscuro que siempre busca la contra. Eso nogarantiza que el libro vaya a ser bueno, pero sí que alienes a casi todoel mundo. En serio, yo aposté en el primer episodio de Aquí no hayquien viva (o como se llame ahora), a que semejante engendro exentode gracia no duraría ni cinco capítulos, y todo lo que me gusta en elsupermercado lo acaban quitando porque supongo que a nadie más legusta. ¿De verdad quieres esa clase de opinión para tu hijo literario?Me sigue sorprendiendo cuando alguien me dice que le encantaron laspartes que menos me gustan de lo que escribo y las que me encantan,pasan desapercibidas.

Además, afrontémoslo, todos hemos conocido a unos cuantos deesos «sinceros» y, la mayoría de las veces, su honestidad malentendida y falsa es sólo una excusa para sacar la bilis que llevandentro por el motivo que sea (y que muchas veces nada tiene que vercontigo ni tu obra).

En general, esta gente es como los fans, pero al revés. La utilidad decara a la obra es tan nula (por el otro extremo) como la del lectorapasionado y fiel, que ansía ver qué es lo siguiente que hemos ideado yquiere la primicia.

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Escribir inconscientemente pensando enlos lectores cero

Dicho todo esto, he aquí lo que más peligroso me parece y que yasabrás que ocurre si de veras has leído las páginas anteriores de estelibro y recuerdas pedazos como el de David Bowie.

Cuando sabes que alguien va a leer lo que escribes, y ademásconoces quién va a hacerlo y por dónde cojea, eso puede provocarte unefecto perverso mientras escribes. Sabes lo que les gustó o no de lo quehan leído ya de ti, sabes por dónde es probable que disparen... Yseguramente eso mediatice la historia porque somos humanos, lo harámientras niegas que lo haga y escribirás un poco para ellos enconcreto, aunque sea de manera inconsciente.

Si tus lectores cero están entre tus fans, los fans quieren lo desiempre, lo que les gustó antes. Así que mejor que no te salgas de ahí,ni vengas con experimentos raros en muchas ocasiones. Quizá tengaseso en mente cuando escribes y será terrible, porque te estásencerrando y limitando, volviendo al centro de las cosas donde vive lamala escritura. Si, por el contrario, ya has pasado por el tamiz de unoscuantos de esos «falsos sinceros», que ponen una fachada de cinismopara intentar que eso cuele como inteligencia y supuesto conocimientoliterario (no cuela), pueden influirte para mal por otro lado. Te ceñirása hacer cosas sólo con tal de evitar esa dictadura del terror, pero esono garantiza que sean buenas.

Personalmente pienso que es imposible escribir al cien por cien parauno mismo, igual que es imposible la imparcialidad de quien te lea,simplemente no son cosas compatibles con la naturaleza humana. Enmi opinión, escribir para uno mismo sería lo ideal y a lo que debemosaspirar todo lo que podamos, por lo que veremos un poco más abajo.

A veces escribes algo y piensas: Si mi madre/padre/esposa lo leyera,si lo leyera ese en el que me he inspirado para contarlo, si lo leyeranesos que me pusieron cinco estrellas en Amazon a otra historia muy

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distinta... Cuando vean esto, no sé qué van a pensar.

Yo he de reconocer que, de un tiempo a esta parte, escribo paraque no se lea, escribo porque sí las historias que más o menosquiero contar, ventajas de haber hecho las paces con esa noción de queel 99,99% no va a ver la luz de todas maneras, así que noimporta lo que ponga ahí o lo que quiera hacer en ellas.

Saber que la mayoría de lo que has escrito acabará perdido oborrado es liberador para poder experimentar, cambiar, evolucionar ymejorar. Para poder llegar a ese estadio ideal de escribir lo que te dé lagana de la mejor manera que creas en ese momento. Y si luego algosale a la luz, pues viene por añadidura.

Pero es que resulta que, como siempre, si tienes un grupo delectores cero esperando tu obra, entonces, ay, alma de cántaro, acabasde ponerle un cepo a tu escritura y va a ser imposible que hagas lamejor que puedes hacer.

¿No lo crees? Deberías, principalmente porque no lo digo yo.

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El asombroso caso de cómo escribir mejormandando a todos a la...

Opino que en vez de irte buscando géneros en los que encasillarte yetiquetas que te encierren, o en vez de hacer inservibles estudios demercado para ver «de qué puedo escribir y que me lean», lo mejor espasar de todo eso.

Teresa Amabile piensa exactamente lo mismo. Teresa Amabile, de laHarvard Business School, organizó un curioso estudio entre artistas alos que propuso crear algo a cambio de un pago por dicha creación (sedebieron quedar de piedra al oír lo del pago). A otro grupo, másdesafortunado en apariencia pero seguramente mucho másacostumbrado, lo incitó también a crear para su estudio, pero ellos loharían por puro placer, pues no les iba a pagar nada. Vamos, lo que lesuelen decir siempre a un artista por su obra.

Después cogió todos los trabajos y, sin que los participantes losupieran, los mostró ante un panel de «jueces» que no tenía idea dequién había creado qué, o si lo había hecho por dinero o por el meroplacer de crear.

La cuestión es que las obras del segundo tipo recibieronsistemáticamente mejores calificaciones en cuanto a calidad.

Amabile decidió seguir sus indagaciones por ese interesante caminoque había abierto y reunió posteriormente a un grupo de estudiantesde la universidad, para que hicieran collages de papel. A la mitad lesdijo que lo que crearan sería juzgado por otros, a las otras que suestudio no estaba relacionado para nada con la supuesta calidad de loque hicieran, y que nadie iba a emitir juicio alguno.

De nuevo mintió, y de nuevo el resultado fue que se crearon mejorespiezas por parte de aquellas que pensaron que no iban a ser juzgadaspor nadie.

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Estos son ejemplos de cómo somos más creativos (y «mejores»)cuando estamos movidos por la motivación intrínseca del arte en vezde por la recompensa externa, por pensar en los demás (insisto, casisiempre de manera inconsciente e inevitable, porque tú dirás que no lohaces, pero te aseguro que lo haces). Tener ahí al final del camino aunos lectores cero esperando, o tener una perspectiva de que te lean yjuzguen te está poniendo un palo en la rueda del arte, el tema principalde estas páginas.

O lo que es lo mismo, ¿quieres escribir bien, que es de lo que tratatodo esto al fin y al cabo? Una vez más olvídate de los demás,olvídate de las modas, de lo que crees que el mundo quiere leer o de loque gustará. Olvídate de géneros y sus clichés o normas, de corsés y,he aquí cómo conecta todo esto, olvídate de juicios de lectorescero, beta u omega. O cómo sea que se llamen sus múltiplesencarnaciones y tipos cuando leas esto.

Te estás saboteando inconscientemente por este extraño ysutil efecto, comentado en la sección anterior y corroboradoen estos estudios...

Ignora a todo el mundo y no estés esperando darle cosas a lectorescero y otras camarillas. Básicamente, esa es la manera en la que harásel mejor arte que puedas hacer.

Deja de pensar en qué dirán, en si gustará o no, en si esto tienesuficiente tensión o drama... Practica cada puñetero día de maneraconsciente, intentando hacerlo mejor y liberándote de todas esas cosasexternas que no tienen que ver con el arte. Y conseguirás precisamentehacerlo mejor.

En serio, aunque sólo sea por lo liberador que es, traigo de nuevo aDavid Simon para retorcer su frase: Fuck everybody si quieres escribirbien.

Y sí, que somos humanos y es imposible librarse completamente deeso, pero uno puede intentarlo un poco al menos y en vez de que leaten tres cuerdas, que le ate sólo una y que esta no abarque la mano

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con la que escribe.

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El peligro de sustituir una cosa por otraque no es igual

Por otro lado, y por lo que he visto, en muchas ocasiones los lectorescero son una especie de sustituto a coste cero (qué malo soy haciendobromas, vengan más tomates) del corrector profesional.

Si es así, me temo que nunca podrán cumplir esa labor, pero es unsigno de estos tiempos, los días del cuñado: todo el mundo escribe,todo el mundo es crítico literario.

Un buen corrector, que no tenga relación contigo y cobre por lo quehace, es un mercenario profesional, no se va a ver cegado porque legustaste en el pasado o eres su amiguete.

Pero Isaac, ¿ya te estás contradiciendo? ¿No has dicho que loshumanos no podemos ser imparciales? Sí, me estoy contradiciendo, esmi casa y algo humano también. Un corrector no tiene unaimparcialidad completa, pero sí una muchísimo mayor que el lectorcero habitual. No podemos aspirar a la perfección en lo imparcial ni ennada, pero sí a toda la que podamos. No vamos a poder escribir al cienpor cien para nosotros mismos, pero sí como si nadie lo fuera a leer yluego, cuando hayamos acabado y haya pasado un tiempo, ya podemosplantearnos si seguir adelante o no en el camino a la publicación.Pero no durante.

Además, en mi opinión, la imparcialidad no es la habilidad másimportante que un corrector pone sobre la mesa (pues también tienensus filias y fobias) lo importante es que un corrector profesional tienebagaje, se habrá hartado de leer en general y de leerborradores en particular.

Ve los fallos de estructura, personaje y, en general, esos que plaganmuchos manuscritos por lo mismo que el mecánico de tu coche sabe loque le pasa en cuanto alza el capó: Tiene el culo pelado de hacerlo. Ytambién, como sabe que su gusto no importa y que lo que le importa es

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cobrar, al menos es capaz de dar un pequeño paso atrás (de esodepende su negocio) y no se casa con la historia.

Las ha leído por cientos de todos los colores y entiende que, aunqueuna historia no le haga clic a él, puede hacerle clic a muchos otros,puede ser que al menos esté bien escrita, o que quizá tendrá su públicoque no necesariamente ha de ser él.

¿Tienes un lector cero que es corrector o almacena semejante bagajecomo lector o profesional del ramo? Entonces quizá ya estamoshablando de otra cosa, si es que está dispuesto a poner en peligro surelación contigo...

¿Es mejor un lector cero que un corrector? Para los propósitos quecreo que muchos escritores los utilizan, en mi opinión no. Un correctorprofesional hará mejor labor que veinte lectores amiguetes. Pero claro,todo buen profesional se paga en esta vida, y los escritores somos engeneral unos muertos de hambre. Yo desde luego, sí.

¿Y es mejor un lector que cero que ninguno? En mi opinión y por loque he comprobado, es mucho mejor ninguno. A mí no creo que mebeneficiaran por todo lo que he expuesto, y por ello no tengo intenciónde usarlos. Si a otros sí, que los usen, cada uno es libre.

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Qué hacer si no tienes o noquieres lectores cero

Aunque no lo parezca, no suelo destruir sin construir. He destruido enel anterior capítulo, hora de hacer algo con los trozos.

Muchos escritores buscan en lo externo y en los demás que los leany les señalen defectos y virtudes. En parte buscan la ayuda necesaria,pues es cierto que mejor seis ojos que dos, en parte buscan lavalidación y sentirse bien de una manera que nada tiene que ver concrear la mejor obra posible.

Yo no lo hago, no busco a nadie que me lea por los motivos otraumas que sean. Más de dos veces me han dicho lo equivocado queestoy. Lo sé. Pero no me voy a mover, me da igual estar contra la paredagitando una antorcha que se me apaga. Dar a leer a cualquiera algopara «mejorarlo» es casi siempre un acto de inutilidad cuando se tratade escribir bien y, de hecho, lo sabotea.

Pero comprendo lo que dicen y de nuevo es importante mantenerideas contrarias en la cabeza como signo de no tenerla del todocerrada. Hemingway enseñaba sus manuscritos a Scott Fitzgerald yviceversa. Estos volvían marcados con anotaciones sobre lo que estabamal o bien que poco tenían que ver con la literatura y mucho con laenvidia soterrada que se tenían, los complejos de inferioridad y todoaquello por lo que las personas hacemos realmente las cosas, mientraslo negamos.

Ellos dos pudieron acceder a la camarilla de escritores con mástalento que posiblemente se haya reunido bajo un mismo techo, el deGertrude Stein casi siempre. Y después todo aquello servía en lapráctica, cómo no, para romper relaciones y hacer caso omiso de loque te dicen los mejores escritores vivos a los que has tenido acceso.

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Eso y que el escritor que te lea, por supuesto y de manera inevitable,intenta hacer tu novela como él la haría, como él cree que es mejor,con lo cual es muy posible que quizá mejore o quizá sólo te estésaboteando por debajo de la línea de flotación, y no lo haga ni demanera consciente.

La cuestión es que, sea como sea, deja de ser tu maldita novela y tumaldito error, para ser algo más mediatizado de lo que debería.

En mi opinión, y como bien me dijo cierta escritora que sin dudallegará mucho más lejos que yo: «El trabajo de decirte que no es deleditor». En mi opinión, una de las habilidades del buen escritores ser capaz de crear, modificar y terminar por sí mismo unmanuscrito lo bastante decente para la siguiente fase que hade encarar. Si es que la quiere encarar.

Y que lo haga por sí mismo o se estrelle en el intento con negativasde editores, si es que lo presenta por ahí, o de sus lectores, si es quedecide el camino de publicar por sí mismo y lo ha pasado por eloportuno proceso de corrección, que nada tiene que ver con lo queestoy tratando aquí. Esos noes y esos lloros le obligarán a mirar denuevo y cavar un poco más hondo en los motivos por los cuales sumanuscrito no vuela solo.

Creo que uno ha de ser capaz de hacer todo eso por símismo, de tener ese criterio y conocimiento literariosuficiente, como para pulir su obra hasta ese punto y llevarlapor sí mismo hasta él.

Siempre me ha sorprendido que el arte de la escritura, al contrarioque el resto, parece tener un complejo de inferioridad en el que la obrase presenta a lectores, que no son editores ni correctores, para«mejorarla». No sé si Miguel Ángel reunía a una camarilla de amigos ocolegas para decidir cómo terminaba un cuadro o una escultura,tampoco estoy muy seguro de si un cirujano pregunta a otros(especialmente a otros que no se dedican a ello) cómo debe seguir laoperación hasta su cierre. Un buen cirujano debería (espero) poderterminar el proceso por sí mismo, igual que un escritor debería poder

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crear por sí mismo una obra suficientemente decente que presentar aun editor, saber llevarla a solas hasta esa fase.

Ahora, que si yo tuviera a Hemingway no dudaría en que leyera mismanuscritos y me hiciera llorar sangre por las venas de la muñeca.Pero claro, ¿tienes a un Hemingway o un Fitzgerald alrededor?¿Tienes a los mejores de la época en la que quizá mejor se escribió?

Porque uno de los primeros tipos que me leyó volvió con lamagnífica crítica de que los diálogos estaban «mal», porque a veces loque decía alguien estaba inserto en un párrafo, a veces con comillas y aveces sin ellas por cuestión de estilo y forma. Él nunca lo había vistoasí y estaba «mal», ¿dónde se me había perdido «el guión»? Porque lollamaba guión, ya que supongo que desconocía que aquello a lo que serefería se llama raya. Y por supuesto me dijo que podía ser mi lectorcero o algo así, para evitarme esos errores y otros en el futuro.

Así que te puedes imaginar su bagaje literario que, cuando examinéporque no paraba de jactarse por todos lados de lo increíble y vorazlector que era, se basaba en ser un hijo de Dan Brown. Voraz lector deprácticamente el mismo libro. Cómo le llegó a gustar aquel texto mío(aparte de que los diálogos estaban «mal», claro) es algo que aún nome explico.

Por supuesto, aquella persona gustó tanto de la experiencia y estabatan pagado de su habilidad de señalar a otros sus errores, que despuésde ofrecerse a leer en primicia lo que escribiera para mejorarlo, sededicó a reseñar. De hecho creó una web dedicada a ello.Afortunadamente para la vida y la literatura, el 99% de gente queempieza una cosa abandona a los dos días.

Creo en correctores profesionales y editores profesionales y crucesde navajas con ellos a la luz de la luna porque este texto es mío. Peropienso que un escritor debe ser bastante bueno por sí mismo comopara presentar algo decente, una piedra a medio tallar al menos, enesa fase en la que profesionales de la edición y la corrección entran enel juego y echan un vistazo.

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Pero no me voy a extender más en lo que pienso porque, de todasformas, se va a seguir malinterpretando, use quinientas o tres milpalabras para explicarlos.

¿Y qué hacer entonces si no tienes, o no quieres como yo, esoslectores que te den una opinión y una perspectiva?

Yo hago ciertas cosas una vez he terminado un borrador, pero nocreo que sean mejores ni peores que otras. Sin embargo, ya queestamos aquí, voy a comentar lo que creo que sí es fundamental.

Lo primero que uno tiene que hacer es coger esos cinco pasos paraescribir bien de los que hablaba al principio de este libro y con ellosadquirir el mayor antídoto contra un manuscrito mediocre: unaenorme cultura lectora y literaria. Una comprensión de lo que esbueno a base de haberlo catado una y otra y otra vez. Igual que ha desaber perfectamente qué es lo malo y por qué. O de reconocer sobretodo la tercera vía, lo que puede ser buena escritura, pero por una cosau otra no te ha gustado personalmente. Porque eso existe aunqueparezca paradójico, y no voy a volver sobre lo de las ideas contrarias enuna misma cabeza.

Cuando adquieres esa vasta cultura lectora, cuando has probadotanto, has educado la capacidad de reconocer lo bueno y distinguir loque no tanto. Has educado un conocimiento y un paladarliterario, que es imprescindible, creo yo, para considerarque escribes bien.

El que ha probado muchas comidas de muchos sitios y de losmejores, reconoce lo bueno sin necesidad de hacerte una disertaciónteórica, pues lo que se está llevando a la boca de su guiso lo puedecontraponer a un amplio abanico de educación en ese campo,comparándolo con aquello que ha catado durante tanto tiempo. O almenos, lo puede comparar con lo que uno ha probado literariamentesegún su comprensión de lo que significa escribir bien, lo que te muevey emociona.

Y sí, claro, lo haces desde tu experiencia subjetiva y nunca puede ser

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de otro modo, porque no puedes mirar, sentir, leer o escribir desdeotro punto que no es el tuyo, así que mejor no esforzarse de nuevo einútilmente por meterse en la mente de otros.

Francamente, si no has adquirido esa vasta cultura, ese paladar conel que empiezas a reconocer la buena escritura casi como algoautomático, no vas a poder componer nada bueno.

Y ese paladar va a ser cien veces mejor guía, para tu arte propio, quelas opiniones de una camarilla de fans o de otros escritores conexperiencias y paladares distintos.

Me da igual si luego ofreces tus textos a otros para que los critiqueno los adulen. Si no desarrollas primero ese paladar literario y pruebaslo que has cocinado, pudiendo saber si parece decente o no, no hashecho nada.

Es mucho más importante esa habilidad que tener alrededor elmejor cónclave de escritores y que te critiquen. Porque sin ese«paladar» nunca vas a escribir bien, mientras que sin todos esosescritores alrededor... Pues no sé, pero me da que escribirás más eincluso mejor.

Tienes que ser capaz de crear por ti mismo y reconocer cuando tuobra se sostiene, aunque sea precariamente, sobre dos patas. Y debesreconocer cuándo sería capaz de andar por sí sola, renqueando o no,hacia la próxima etapa de su viaje: el cajón del olvido o una posibleedición, si es eso lo que te planteas.

Una vez adquirido este «paladar» (que no se para de adquirir nuncaen realidad porque no vas a dejar de aprender o leer), otra de las cosases comprender que, si crees que todo está bien en tumanuscrito, tienes un problema. ¿Es así? ¿Es perfecto lo que hashecho? ¿Estás tan orgulloso que lo salvarías del fuego antes que a tuhijo?

Pues probablemente has creado un bodrio, así que he aquí elmejor lector cero del mundo: el tiempo.

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Deja en paz esa novela, métela en un cajón y olvídate.Completamente. Para que algo bueno crezca, es necesaria una épocade barbecho. Déjalo correr, obsesiónate con otros proyectos para queel que has terminado se vaya del todo de tu mente. Sigue leyendo,sigue educándote y sigue creando. Devora mucho, devora a los buenosy a los que dicen que son buenos, a Nabokov, a Faulkner, dos que nome encajan personalmente, pero qué buenos son, joder. Lee a los quete incomodan. En general, si has leído muchísimo y no sabes porti mismo qué falla en tu libro, hay un problema ahí. Pero lomejor para obtener perspectiva no son las opiniones de otros, esacrecentar la cultura literaria y sumar tiempo.

De veras que él es el mejor lector cero. Una vez con bastante tiempotranscurrido, vuelve, desentierra ese manuscrito y horrorízate de loque hiciste. Te preguntarás quién era ese que vomitó los renglones yencima estaba orgulloso.

No tendrás problema en detectar mucho de lo que había de malo yno tendrás problema desde tu propia perspectiva que además hacrecido. A partir de ahí, reescribirás y lo harás desde ti mismo, nodesde el estilo de los demás. No tendrás que estar con esa dicotomía desi los lectores o escritores que te critican lo hacen de veras o sólointentan proyectar su propio estilo, sus neuras, modelar a su imagen lotuyo y, por tanto, crear un Frankenstein imposible.

Los escritores tenemos egos enormes, en serio, enormes. Me hejuntado con toda clase de artistas y, aunque el ego y el arte van de lamano inevitablemente, no sé qué pasa con la escritura que somosespecialmente insoportables y «superiores» al resto. Eso es signo deuna sola cosa, una autoestima tan baja que hay que ponerse a ras desuelo para percibirla. Porque los escritores alzamos egos enormes,pero son de cristal. Quizá por eso nuestro arte es tan dado a que nosexaminen borradores, a dudar sobre si dar a otras personas el timónde lo que creamos cuando estamos a medio camino de hacerlo.

Es mi opinión que un buen escritor debe ser capaz de empezar,atravesar el desierto y terminar una obra por sí mismo. Y que luego seestrelle en llamas porque ha fracasado y eso le obligue a echar una

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mirada sincera sobre lo que ha hecho, su mirada propia. Ese es elmejor aprendizaje posible.

Cuando me preguntan por la primera novela, o la segunda o latercera que escribí, siempre digo lo mismo: Mi primera novela estádonde debe estar, en un cajón bajo siete llaves para que nadie puedaacercarse a esa aberración.

Pero es que eso de educar el paladar, ampliar mi vasta cultura, leer alos que me incomodan y el barbecho... parece algo lento y difícil, ¿no?Y yo tengo prisa por vivir, ¿no hay algún truco para...?

NO.

Me despido del capítulo con las palabras del borracho de Faulkner,némesis del borracho de Hemingway (las negritas en las que quieroincidir son mías):

«Lee, lee, lee. Lee todo: basura, clásicos, bueno y malo, y mira cómolo hacen. Igual que un carpintero que trabaja como aprendiz y estudiaal maestro. ¡Lee! Lo absorberás. Después escribe. Si es bueno, losabrás. Si no, arrójalo por la ventana.»

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La parte más importante deescribir es borrar

11.978 palabras, casi cincuenta páginas aproximadamente, divididasen unos 11 capítulos más o menos. Eso es lo que se quedó apartado enlos márgenes de mi novela Tres reinas crueles y no se incluyó en elmanuscrito final, aunque estaba en el primero. Capítulos enteros,alguna trama secundaria, más lugares en el viaje...

Y eso que estuviera más o menos desarrollado y pulido. No secuentan, claro está: ese montón de ideas que al final «no», pedazosimportantes que se quedaron en el primer o segundo borrador,personajes que no llegaron a asomarse, descripciones y retazos variossin principio ni fin, que juntaban otras tantas páginas o más que lasque tuvo el libro finalmente...

Por si alguien tenía curiosidad, sí, a veces se queda fuera de unahistoria casi tanto como lo que entra en ella.

Borrar es la parte más difícil de escribir, porque cualquierapuede enrollarse, y de hecho, los escritores somos unos pedantes a losque nos encanta el sonido de nuestra voz (hablada o escrita), perosólo los maestros dicen lo que quieren con la palabra justa yni una más.

Por eso creo también que borrar es la parte más importante deescribir, al menos en la última fase, donde has de pulir como unartesano para que todo encaje como un reloj.

A mí, que no soy maestro de nada, me cuesta un mundo recortarpalabras y otro mundo dejar fuera todas esas tramas e imágenes querondan por ahí, queriendo también su lugar en la historia. De hecho, sihay un lastre que me persigue es ese, muchas cosas y no saber dejar irninguna, porque me apego cuando y a lo que no debo.

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He sido culpable, y bien que lo volveré a ser, de demasiadas tramas,personajes, caminos secundarios cuando escribo. Al final se desbordany, lo que es peor, al final, si son demasiadas, abren senderos a ningunaparte y, sobre todo, diluyen la historia principal, porquecuando pasan demasiadas cosas importantes, nada esimportante.

Lo veo constantemente cuando voy al cine, por ejemplo, y es algoque aprendes a base de muchas líneas y mucho fracaso. La mayoría depelículas, buscando el dinero de los que nos distraemos ya concualquier mosca, están destruyendo todo el rato cosas cada vez másgrandes en la pantalla. Son sucesiones sin sentido de imágenesespectaculares, pero he aquí que pasa lo mismo que en cualquier clasede historia, cuando todo es espectacular, nada es espectacular.

Tener un argumento principal, cocinarlo bien y saber justo cuandoinsertar el momento clave es esencial para que transmita emoción,para que implique al que lee, lo haga pasar por las fases adecuadashasta llevarlo al clímax y, sobre todo, para que lo que cuentasimporte. Y ese arte de que lo importante destaque se consigue, en miopinión, con la habilidad de borrar, de poda, o como se le quierallamar.

A mí me queda mucha distancia que recorrer hasta podar algo y que,o no se note que lo he hecho y siga pareciendo farragoso, o lo hagatanto que acabe matándolo. Varias plantas han sufrido en la vida reallo que me cuesta todo eso.

Es paradójico que borrar sea ---para mí al menos---, la parte másimportante de escribir, pero es así. Tarde o temprano has dedesenamorarte de lo que escribes por el bien de la historia, saber dejarir esos párrafos que la mejoran cuando no están. Y sí, muchas vecesestá esa frase de la que estás orgulloso, o ese personaje al que tegustaría ver de una vez en una página, pero mejor que sea en otromomento u otra historia.

Esos pedazos se quedan ahí y, quién sabe, quizá por necesidad comopasó en Tres reinas crueles (debido a la apretada agenda de escritura)

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vuelvan en futuras obras cuando hagan falta. En otras ocasiones, lasmás de las veces, lo cierto es que se quedan en el limbo para siempre.Y no pasa nada.

Mientras tanto, seguiré practicando cada día el arte de borrar, quees el de escribir.

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El síndrome del impostorDigo mucho eso de que no tengo ni idea y es verdad. Antes meaterraba, ahora me acostumbro, en alguna ocasión intento abrazarlo ya veces llevarlo como una bandera. A veces.

Sigo pensando que no tengo ni idea: en lo que hago, en qué es todoesto, especialmente en lo que escribo y cómo. Un día creo que alguienva a entrar por la puerta y decirme que por fin me han pillado, que yono escribía de verdad y es hora de dejárselo a los mejores, a esos queleo y me da rabia que sus páginas sean tan buenas y queden tan lejosde por dónde camino yo.

Pero he aquí que no estoy solo y eso hasta tiene un nombre, el queda título al capítulo: El síndrome del impostor. A principios de los 80se analizó la prevalencia de este fenómeno y se descubrió algofrancamente curioso: se suele dar más entre los que están máspreparados.

Hasta un 70% de licenciados de prestigiosas escuelas de negocios lopresentaban cuando se les preguntaba por formación y trabajo y,objetivamente, pocos había mejores que ellos en ese sentido.Igualmente, se ha estudiado que prevalece más entre aquellos que hanllegado más alto y más lejos en sus carreras.

Supongo que todo viene cuando uno empieza por fin a saber unpoco acerca de lo que está haciendo, porque sólo entonces empiezas areconocer también algo inquietante: todo la inmensidad que tequeda todavía por aprender, y también el hecho de que siemprehabrá alguien mejor que tú. Uno empieza a mirar todo lo que sabemossobre las cosas, que ya parece mucho, y la conclusión es que notenemos ni idea de nada aún, que nos queda una inmensidad aúnmayor por recorrer.

Todo esto se puede resumir con una frase si miramos el asunto

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desde el lado contrario: Sólo los tontos ignoran lo tontos queson.

Un mes antes de su muerte, Albert Einstein confió esto a un amigo:«La exagerada estima que se le tiene al trabajo que he hecho en mivida me hace sentir muy inquieto. Me siento inclinado a pensar en mímismo como en un estafador involuntario».

Más cercana a las letras está la autora Maya Angelou, que en ciertaocasión dijo: «He escrito once libros, pero cada una de esas veces hepensado, uh oh, me van a pillar en esta ocasión, he engañado a todos yesta vez se van a dar cuenta».

Otros que son claramente maestros en lo suyo, como Neil Gaiman,Chuck Lorre o la actriz Emma Watson, han hablado claramente de esasensación. Y muchos más, estoy seguro, la tienen aunque no laexpresen.

Estar confuso y dudar es un signo de que, posiblemente, el caminoque sigues no es el más equivocado, que incluso estás aprendiendo unpoco (sólo un poco) sobre lo que haces. Que a lo mejor hasta te estásvolviendo bueno, signifique eso lo que signifique.

Sin embargo, y como siempre, saber una cosa no suele servir demucho como escudo. Con saber sobre él no te libras de la inquietud delsíndrome del impostor y envidias la bendita inconsciencia que teníascuando eras tonto e ignorabas muchas cosas, incluyendo lo tonto queeras en realidad. Pero ese tiempo ya no vuelve si te has esforzado entrascenderlo.

En palabras de Bukowski: «El problema de este mundo es que losinteligentes están llenos de dudas y los idiotas están llenos decertezas».

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El caso de la horriblecamiseta

Un chaval, vamos a decir que se llamaba John, vestía, vamos a decirque por una apuesta, una ridícula camiseta del cantante BarryManilow cuando entró a esa clase llena de extraños. Al abrir la puertadel aula, todos los asientos encaraban hacia él y tuvo que caminar bajoun montón de miradas a su camiseta hasta ocupar el suyo. «Menudoridículo», pensó, «todo el mundo, incluyendo la chica que me gusta enla primera fila, me ha visto con la jeta de Manilow».

Todo ese fastidio mental, todo ese rumiar en su cabeza fue tanhumano... La cuestión es que no era una apuesta, era un estudio, en elque participaban John y muchos más. A John le preguntaron despuésque cuántas personas creía que se habían fijado en él al entrar.Teniendo en cuenta que su camiseta podía verse desde el espacio, dijoque al menos la mitad. Fue una cifra similar a la que comentaron losotros que participaron también en el estudio.

Cuando se recogieron los datos reales, la cifra estaba más biencercana al 20% de personas. Cuando se volvió a preguntar pocodespués, esos que se habían fijado en la camiseta ya ni seacordaban. No le habían dedicado apenas tiempo y energía al tema.

Los que perpetraron ese y otros estudios (Thomas Gilovich, KennethSavitsky, Victoria Medvec y Thomas Kruger) lo llamaron Efecto foco,esa tendencia, tan humana, a sobrevalorar la atención y eltiempo que los demás ponen en nosotros. Somosextremadamente malos calibrando eso, igual que muchas otras cosasque tienen que ver con los demás y lo que pasa dentro de sus cabezas.Pero bueno, eso es algo que ya he machacado bastante.

La realidad es esta: Nadie piensa en nosotros, pues todo elmundo está muy ocupado en sí mismo.

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La realidad es esta: Nos angustiamos demasiado por lo que piensanlos demás, cuando los demás están rumiando que qué pensarás tú deellos. Los humanos somos así, egocéntricos por naturaleza, creemosque somos el centro de atención, y más si somos escritores. Pero enrealidad no somos nada.

¿Y qué tiene que ver esto con la escritura? La buena escritura tieneque ver con la vida, la muerte y todo lo que hay en medio, así quemucho. Pero, por ejemplo, esto tiene que ver con la atención que comoescritores podemos generar en los demás. Siempre va a ser muchomenor de la que nos figuramos.

Creemos que todo el mundo está atento a ese mensaje que anuncianuestra novela, pero no. Creemos que todo el mundo está esperando lasalida de nuestra próxima fechoría literaria pero, si acaso, serán unospocos, siempre menos de los que imaginamos. Vivimos absorbidos pornosotros mismos, pero resulta que los demás también. Y muchas vecesnos sorprendemos de que nadie nos haga caso, cuando nosotros somoslos primeros que sólo sabemos decir: «Yo, mí, me, conmigo», y noestamos pendientes más que de lo nuestro.

Si hay un drama, no es el de que todo el mundo nos mire y señalecon el dedo, es el de que somos insignificantes, en lo bueno y enlo malo. Y esos instantes en que no lo somos tampoco importanmucho, pues enseguida nos olvidan. Aquella vez que hiciste el ridículoante quien te gustaba, aquel fracaso y aquel éxito... En realidad casinadie miraba y nadie piensa ya en ello.

Las redes sociales siempre me han resultado un experimentofascinante de cómo se mueve una masa y cómo somos realmente. Sonun montón de monólogos en una cámara de eco, que a veces se tocan yluego siguen hablando solos, como diatribas de loco. Y que nosabríamos el pecho por el ébola, ¿os acordáis? ¿Y Siria? ¿Y la idiotez demojarse por el ELA que nadie entendió? No había que mojarsellamando la atención sobre ti en Instagram, había que donar dinero ymojarse era la manera tacaña de evitar hacer algo que sí marcara unadiferencia.

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¿Dónde quedó todo eso tan importante? Sigue ahí, es sólo que elfoco dura poco incluso cuando lo conseguimos poner sobre algo.Pronto necesitamos alguna cosa nueva sobre la que indignarnos hoypara olvidarnos mañana, y seguir a otro coche en movimiento comoperros con la lengua fuera.

La atención es el bien más escaso y se la disputan mil estímulos anuestro alrededor, de modo cada vez más agresivo.

Solemos temer las consecuencias de las cosas que hacemos, pero larealidad es que el problema es el contrario. Casi nada de lo quehacemos llamará la atención. Los demás no nos la estánprestando, ni nosotros a ellos porque la necesitamos para nosotrosmismos, en un juego agotador de imaginar qué piensan los demás.

En realidad no es triste, es liberador. Puedes hacer más de esascosas que no te atreves, porque total, no van a importar.

Puedes escribir lo que quieras, que seguramente no importará y esoayudará a que sea realmente bueno.

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Críticas y elogios«Hacía tiempo que no veía una escritura tan brillante». «Esto pareceescrito por un crío de cinco años». «Me enamoro cuando te leo».«Menudo bodrio». «Escribes genial». Y por último un clásico en micaso: «No entiendo nada».

Todo eso y otras lindezas me han dicho cuando me han leído. Porsupuesto nunca pedí opinión y, por supuesto, eso no supone ningúnimpedimento para que te la den o te la arrojen.

Alguien más sabio que yo me dijo que no me creyera ni elogios nicríticas, y yo procedí a hacer con los consejos lo que hago siempre,escuchar sólo la parte que me interesa y la otra, pues la tergiverso.

Ya lo he dicho aquí hace un rato, que es imposible apasionar sin quealgunos te odien. Y es verdad. También he afirmado que es imposiblegustar a todo el mundo. Y también es verdad. Las críticas, añadenotros, es lo único que nos hace mejorar. Cierto, cierto, los humanossomos así y aprendemos sobre todo a golpes. Es verdad todo eso ymucho más, pero que sea verdad no significa ni soluciona nada cuandollegan esas opiniones negativas sobre lo que hemos escrito. Esasolitaria que tiene más poder que diez positivas.

Las críticas son inevitables, esa es una realidad como que hoy haamanecido, es algo que forma parte ineludible del camino de escribiry, además de eso, pretender que alguien aparte de ti lo lea. De hecho,como tenemos un sesgo a difundir lo negativo, uno no se va a librar deque tarde o temprano venga alguien a decirte que eres un paquete,pues es lo que más inclinados estamos a compartir con el resto, esonegativo.

La única manera de que no te critiquen es acurrucarte en una cuevay quedarte muy quieto hasta que te mueras, pero en realidad ese mitode la caverna también es falso y, aunque hagas eso, incluso así va a

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venir alguien a decirte que estás haciendo mal lo de la posición fetal.

Para saber qué hacer en algo suele ser sabio acudir a los más sabiosy ver qué hacen ellos. Una vez publiqué un artículo en un excelenteportal sobre cómo los escritores famosos afrontaban las críticas, ypuedo resumir aquello en muy pocas palabras: Incluso losmaestros las llevaban fatal, y hubieran colgado por los pies a losque las hicieron, para luego desangrarlos en día de matanza.

Es así, somos humanos y los genios también. Supongo que uno nopuede abstraerse de las críticas negativas, que nunca te van a gustar, yque la diferencia está en la dignidad con la que disimulas.

La paradoja de todo esto es que, como somos mucho más básicos delo que pensamos, la exposición a las críticas es la única manerade soportarlas mejor y que importen menos. Uno se endurece alas críticas como a la aracnofobia, por pura exposición y formación decallo.

La conclusión final es que no te puedes librar de ellas ni de queescuezan, pero sí de que lo hagan menos con el tiempo y tras haberrecibido unas cuantas. También ayuda mirar lo menos posible y seguirescribiendo, no sondeando lo que dicen de ti, si es que alguien puederesistir esa tentación.

Y dicho todo eso, ya sabemos dónde va a acabar esto, en una historiasobre Hemingway. Yo soy como esos abuelos pesados, pero portransitividad, yo cuento historias de cuando Ernest estuvo en la guerray no de cuando estuve yo.

Una tarde de agosto de 1937, Ernest Hemingway entró a grandespasos en las oficinas de Charles Scribner, su editor en Nueva York. Encuanto llegó, cogió un libro y con él le cruzó la cara al escritor MaxEastman, que también estaba presente en el despacho. Después seabrió la camisa, mostró su pecho peludo y le dijo a un estupefactoEastman que mirara bien aquel vello y le dijera si era falso. Estopodría ser pura leyenda, pero así lo narró el New York Times de laépoca. De acuerdo a la crónica, Hemingway «persuadió» a Eastman

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para que se abriera también la camisa y el Nobel procedió a comentary comparar lo poco peludo que era el otro.

Eran otros tiempos más gloriosos sin duda. El motivo de semejanteescena no fue otro que la crítica que Eastman había escrito para elNew Republic sobre Muerte en la tarde, crónica en ensayo deHemingway sobre las tradiciones del toreo en España. Eastman noparó de picar a Ernest en su reseña diciendo que la única cosa simpleen el libro era el propio Hemingway y que su estilo literario era elequivalente a «llevar falso pelo en el pecho». Y esa reseña apenas lahabía escrito cuatro años antes de que Hemingway se lo topara ydemostrara que la palabra es más fuerte que la espada, a base deestamparla en el rostro de su crítico.

Aquel encuentro no fue suficiente para Ernest, que era como unperro con un hueso. En una entrevista posterior dijo que, si Eastmantenía confianza en sus habilidades, Hemingway pagaría todos loscostes médicos y legales, más 1000 dólares a cualquier organizaciónbenéfica que Max Eastman quisiera, y los dos entrarían en unahabitación. Allí, Eastman podría leerle el libro y especificar las partesque no le gustaban y luego... cito: «Bueno, luego el mejor hombreabrirá la puerta».

Así que supongo que la moraleja de todo esto es que esa es la formamadura que tienen los Nobeles de afrontar las críticas, y que debemosseguir esas estelas en el mar.

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Vender tu libro, a cualquierprecio

Nótese la coma en el título, porque ella marca el matiz. No me estoyrefiriendo al precio al que vender tu libro, cada uno que lo haga al quequiera, caro, barato o gratis. Me refiero al ansia que existe hoy día porendosar a los demás lo que has escrito y, si has de intentar meterlo porla garganta de otro como sea, pues como sea.

Hace un tiempo surgió un trending topic en Twitter, una de esastendencias de lo se que está hablando, que se llamaba #ytúquélees. Lagente mostraba en una foto el libro que leía en ese momento y añadíala etiqueta en cuestión. Por una de esas carambolas que ocurren con lafrecuencia de los eclipses, había suficientes personas leyendo algocomo para que eso se alzara en Twitter por encima del ruido general,de Sálvame o la tontería del momento.

Así que no tardamos en coger esa ola buena y fastidiarla.

De repente, la gente se empezó a fotografiar por todas partes con ellibro que había escrito, no con el que estaba leyendo. A lo mejor erala manera correcta de usar el hashtag, no lo sé, a lo mejor es que deverdad esos elementos leen una y otra vez lo que han escrito ellos y sesienten ufanos, porque no necesitan los libros de otros y con el suyo yales vale. Quizá era onanismo literario pero, más bien, resultó unintento fallido (otro más) de promocionar su libro, su libro y su libro.

Y pronto empeoró.

Durante la mañana de aquel día, yo mantenía una conversacióncasual con Cristina, la administradora del excelente blog Abrir unlibro, ella me descubrió la tendencia y me mencionó para quemostrara, junto con otros autores, lo que leía (Un día en la vida deBoris Denisovich y Solaris, para aquellos que tengan curiosidad). En

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medio de esa conversación, de pronto, irrumpió de la nada un tuit dealguien que ni nos seguía ni seguíamos, mencionándonos y berreando:«Compra mi libro». Era un intento infame con el botón de lasmayúsculas atascado y sin contexto. No recuerdo ni de lo que dijo queiba, obviamente, pero juro que era algo sobre putas o similar.

Fue como si alguien, de repente, se acercara a una conversaciónentre dos en una mesa y gritara de pronto: «Compra mi libro».Supongo que la intención última del autor era que le compráramos y,quizá, hasta le difundiéramos su palabra escrita en mayúsculas.

Hagamos una parada técnica en la historia para reflexionar unsegundo, algo raro, al parecer. ¿De verdad alguien que se hayamolestado en mirar las cosas desde más allá de su nariz puede pensarque a Cristina o a mí nos entrarían ganas de difundir o comprar eselibro? ¿Cogeríamos nuestro dinero duramente ganado, o dejaríamos laconversación que teníamos, para correr a comprar y extender elevangelio de semejante idiota?

Realicemos un pequeño ejercicio de ponerse en el lugar de otro, otrade esas cosas en extinción. A ver cuántos de los que leéis esto os veríaismotivados si estáis hablando tranquilamente con alguien y undesconocido que jamás se preocupó por vosotros (ni lo volverá ahacer) os berrea eso al oído y se va a berrearlo al de al lado.

Nadie que esté en su sano juicio lo va a hacer.

Y es una conclusión sencilla de obtener, pero vivimos tan embebidosen lo nuestro y lo nuestro, que, al parecer, esa promoción basura entreescritores es una práctica común y si cuela, cuela.

Pues bien, yo estoy en el derecho de que, obviamente, tu libro y túme importéis tanto como yo te importo realmente a ti, una mierda. Yno sólo eso, es que obviamente, si piensas así de hondo y te pones asíen el lugar de los demás, puedo decir con seguridad que además eresun escritor patético, porque si no entiendes todo eso tan básico,no sé cómo vas a escribir lo importante.

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Lo peor de todo es que no es la primera vez que me ocurre,que si fuera algo de una sola vez, pues son cosas que pasan. Pero no.Gente totalmente desconocida me menciona, publicita su libro y se va,como apareciendo de repente por mi ventana y gritando: «Compra milibro», para luego ir a la ventana de al lado y gritar lo mismo a otro queestá tranquilamente con su vida.

Ya se sabe, el interés genuino por los otros, la empatía y otrastradiciones que ya murieron. La única red social que uso es Twitter,supongo que desaparecerá y no la echaré de menos. Tampoco tengomuchas ganas de utilizar ninguna más, pero me consta que casossimilares ocurren en el resto.

Hay muchas variantes de ese intentar meterla como sea. Una de misfavoritas es la de los que, a todas horas y sin decir otra cosa en sustimelines o como se llamen, hacen publicidad de su libro. Cincominutos después, su libro. Cinco después, su libro de nuevo, a lascuatro de la mañana o a las siete de la tarde, añadiendo etiquetas quenada tienen que ver, para ver si pica alguien que está buscando esostérminos no relacionados. No hay apenas nada más en sus perfiles sientras a verlos, y publicitan con las frases más gastadas queencontraron: «El libro del que todo el mundo habla» (sin duda, nooigo otra cosa cuando salgo). «La historia que conmocionó a un país»(¿cuál?). «El libro que el Vaticano, o la CÍA o lo que sea, no quierenque leas» (está claro que no tienen otra cosa que hacer). Y así todo,supongo que pensando que funciona.

Es obvio que no lo hace, porque la enorme mayoría de todos esos noson superventas. Y si alguna vez coincide que alguien vende algo enAmazon o donde sea, y resulta que hace eso, debería saber que no loha conseguido por ese spam, sino a pesar de él.

No sé, igual soy yo, que no entiendo cómo funcionan las cosas, quesoy el tonto que debería gritar de esa manera: «Compra mi libro»,pero prefiero morirme sin serlo. La verdad, cuando miro los objetivosque me he planteado con escribir o miro a aquellos a los que admiro,no veo que hagan eso.

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Y sí, es totalmente legítimo y recomendable que uno publicite sulibro y lo haga más de una vez, porque es cierto que ya no son lostiempos en los que una editorial se encargaba de eso (si la tienes).Pero, en serio, que esas formas no funcionan, que consigues el efectocontrario.

En el fondo todo se resume en que, si tienes que ser tú, y no tuslectores o tu editorial, el que digas que te lean, algo está fallando y esealgo es primordial.

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Despedida y cierreTodo el mundo tiene una opinión que intenta endosar y todo el mundosabe de todo. Al menos esa es mi impresión cuando levanto la vista dela escritura y miro alrededor. Y aquí estoy yo, que a lo mejor hanpasado demasiadas páginas como para decir ahora esto, pero supongoque no sorprenderá a nadie. Creo que hay que decir más laverdad sobre la escritura y, sobre todo, esa verdad se sueleresumir casi siempre en tres palabras: «No lo sé».

Veo esas entrevistas a escritores, esos artículos donde siempre estánlas claves para crear una buena obra, y todo el mundo tiene un montónde sabiduría, mientras que lo que yo tengo es ni idea.

Sí, todo este libro para remachar que no tengo ni idea, una historiasobre nada.

Y cuando me preguntan, porque a veces me escriben y mepreguntan, o cuando he tenido que hacer alguna entrevista (aregañadientes, como siempre en mí) no sé qué decir. No sé si esperanque descienda con algo iluminador porque se supone que escribo y eslo que hacen los demás al contestar, pero lo cierto es que no sé quéhago aquí y tengo la sospecha secreta de que los demás tampoco, perotodo el mundo intenta fingir lo mejor que puede.

Por eso a veces golpeo con el ariete más fuerte de lo que debería, osubo el volumen de mi gruñido, porque todo el mundo está diciendomuchas cosas cuando muchas veces la verdad es: «No lo sé».

Hoy, que alguien reconozca que no sabe de algo, o no tiene unaopinión porque ignora un tema, es un acto de rebeldía. La honestidadsiempre lo fue. Pero decimos lo que sea con tal de no quedar comoignorantes y, la verdad, espero que aprendas a escribir bien, porqueeso te dará el poder de ver entre las líneas, de lo escrito y de lohablado, y darte esa cuenta de que nadie sabe nada.

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Y el que menos yo.

¿Por qué crees que esto ha estado tan salpicado de frases y cartas detodos esos a los que admiro? Porque yo no sé nada y sospecho que,cuando todos esos maestros estaban solos y nadie les oía, sereconocían lo mismo muy bajito. Nadie sigue sabiendo a ciencia ciertaqué es escribir bien y nadie tiene la receta con ingredientes claros,porque no es una cuestión de receta que puedas enumerar por partesdelimitadas. Quizá uno pueda ir encontrando piezas que le encajen a élsi persevera lo suficiente, si se sienta cada día y se esfuerza por hacertodo lo contrario que esos mil maestrillos de los mil consejos que haypor todas partes. Es difícil aprender sin la mentalidad contraria, la deeterno estudiante.

El que dice que sabe, realmente no tiene ni idea, eso pasa en laescritura y en todo lo que merece la pena. Cuando uno aprende sobrealgo de eso que merece la pena, y creo que la escritura lo es, tambiénaprende que todo es mucho más vasto, complejo, sutil y llenode matices y dobleces de lo que creía al principio. Uno aprendeuna cosa y a la vez aprende que le quedan mil más por conocer.Aprende que escribir sólo se puede escribir sobre la vida, el amor, lamuerte y todo lo que hay en medio, que sólo se puede escribir depersonas y no de clichés y eso es muy complicado, porque escribir esfácil, pero escribir bien es lo más difícil.

Cuando empiezas a aprender realmente, te sientes un ignorante, unimpostor como en el capítulo en el que hablaba de eso. Sientes quesolamente una vida no te da para escribir bien.

Y tendrás razón, necesitarías más de una, pero no la hay, así que detodos modos sigue caminando. Hazlo cada día y quizá no llegues aescribir bien, yo ya admito que es imposible que una mañana mire loque hago y piense que por fin lo conseguí. Menos mal. Menos malporque eso estará bien, porque me obligará a seguir caminando y a lomejor llego a algún sitio que no sea escribir bien, pero que al menos sele parezca.

Porque yo todo lo que he querido en la vida es eso, escribir bien.

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Sobre el autorHora de escribir, pero cuando llegue el inevitable momento de seguirleyendo, quizá estas novelas quieran vivir en tu estantería. Pudesencontrarlos en tu librería o bien aquí en formato digital:

Tres reinas crueles. Colección Cumulus Nimbus

Perdimos la luz de los viejos días. Accésit Oscar Wilde de novelabreve

Además de en esas páginas, siempre puedes encontrarme en miweb, donde escribo habitualmente.

http://www.hojaenblanco.com

Y este es el final, mi único amigo, el final.

% Escribir bien % Isaac Belmar