escandinavia en autocaravana
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Viaje a escandinavia en autocaravanaTRANSCRIPT
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En autocaravana por Escandinavia
PRIMERA PARTE
Prehistoria
Un viaje empieza mucho antes del momento en que recorremos el primer kilómetro. Su
origen también es anterior a cuando decidimos el destino. Viajar nace de la indagación de
horizontes más allá de lo cotidiano. Nos movemos para visitarnos en el espejo de otros sitios
y otras caras. Para hacer balance de lo propio y de lo extraño.
Falta una semana para la partida. Está casi todo preparado, empezando por lo esencial: la
mente. Siete días que son como una cuerda tensa. Al otro extremo, la liberación, y unos miles
de kilómetros hasta el confín del mundo.
Hace sólo dos meses que tenemos autocaravana, y ésta es nuestra cuarta salida (aunque
más que salida habría que llamarla salidón). Puede parecer una temeridad el aventurarse así
hasta Cabo Norte, pero ¿realmente lo es? Supongo que habrá opiniones para todos los gustos.
En la vida hay que arriesgar algo -se dice-, aunque en el fondo yo creo que ahora mismo
arriesgamos bien poco.
Fugitivos del termómetro
Es éste también un viaje para huir del calor. Cuántas veces me habrá espetado alguien:
Extremeño, ¿eh? Tú sí que estarás acostumbrado. No es cierto. Cada año soporto peor las
altas temperaturas, y lo que me pide el cuerpo es subir de latitud, para escapar a estos
veranos que parecen durar ya cinco meses.
1
La nave: AC perfilada Sun Living Falcon 1.8 JTD, movida por combustible fósil. 127
caballos mal contados.
La tripulación
Piloto: yo
Copiloto y piloto en funciones: Bego
Roberto: un GPS sabihondo que se estrena en este viaje y que te indica por dónde tienes
que ir, y que no te insulta en caso de que te equivoques.
DÍA 1. 7 de julio. San Fermín. Ayer fuimos al camping a atiborrar la autocaravana de
todo lo imaginable. Agua limpia: 115 litros. Agua para beber: 50 litros. Ropa, cacharro varias
y sobre todo comida, muchísima comida. Es impresionante lo que hemos estibado a bordo:
abres cualquier armario y te cae encima un bote de pimientos. Mi esperanza es que conforme
transcurran los días vayan desapareciendo cosas.
Son las 11:25 de la mañana y el termómetro marca ya 27 grados. Doy al contacto. El
Gran Norte nos espera.
Atravesamos Plasencia y enfilamos la siempre inconclusa Autovía de la Plata. Nada más
pasar el límite provincial de Salamanca, puedo empezar a bajar el aire acondicionado. En
Cuatro Calzadas paramos a echar gasoil, que sigue su carreta astronómica e imparable. Corre
en este sitio una brisa fresca que para nosotros la quisiéramos en el brasero extremeño.
Entre Plasencia y Salamanca no hay en la actualidad más que 18 km. de autovía. El resto
es carretera nacional pura y dura que hace pesado el viaje. Y en cuanto a Salamanca, sigue
sin circunvalación (la están construyendo) y es preciso dar un enorme rodeo que te lleva casi
hasta Portugal.
Ancha es Castilla. Llanura, alpacas recién cosechadas, y sol. Paramos a comer en un área
cerca de Tordesillas. En mi afán por buscar sombra, casi me empotro entre dos pinos, con las
subsiguientes dificultades para desaparcar.
Antes de llegar a Valladolid, primer susto del viaje: vamos por la autovía y me encuentro
con dos segadoras que circulan por el carril derecho. Adelanto a la primera. Cuando voy a
por la segunda, inopinadamente empieza a cambiar de carril. Freno como puedo, pero lo
cierto es que estoy a punto de tragármela. Unos cientos de metros más adelante había carteles
indicando cierre del carril derecho por obras, pero ¡faltaba mucho! El pitido que le endilgué
al de la cosechadora le tiene que estar retumbando todavía en los oídos.
2
Pasado Valladolid, aparece el viento. Luchamos contra él durante más de cien kilómetros.
Primero de la derecha, y más tarde de la izquierda. En esas circunstancias, adelantar a los
trailers se convierte en un baile-ejercicio de malabarismo que genera cansancio y tensión.
Burgos queda atrás. Autopista de peaje. En el horizonte se atisban las negras nubes que el
viento hacía presagiar. Al entrar en Álava nos mojan las gotas del primer sirimiri; no ha sido
necesario salir de España para recibir la primera lluvia. La oscilación térmica es brutal: en
pocas horas no sólo hemos cambiado de paisaje, sino también de estación.
Al llegar a Vitoria, primer extravío: en lugar de seguir hacia Pamplona, nos vamos hacia
el centro urbano. Por suerte Roberto nos reconduce a la buena senda a través de un polígono
industrial. Ya empiezo a desquitarme de la pasta que me costó.
Llueve mansamente cuando llegamos a Olatzi. Está oscureciendo. Salimos de la autovía,
cruzamos el pueblo y enfilamos la carreterita que sube hasta Urbasa. Curvas y recurvas en
medio de un paisaje siempreverde. La niebla nos envuelve. A los 7 km. Nos internamos por
otra carretera más estrecha aun, y encontramos un claro entre las hayas donde pernoctar. Ya
es de noche. Nos acompañan las esquilas de las vacas. Aunque fuera esté negro como boca
de lobo, ellas increíblemente se mueven de allá para acá. Aparte de eso, no se oye
absolutamente nada; el lugar es sencillamente sobrecogedor.
Me he traído El Quijote para leer. Aunque los primeros capítulos me los sé casi de
memoria, empiezo desde la primera línea. No sabía si sería lectura apropiada para el viaje,
pero bien pensado la obra de Cervantes no deja de ser una road movie del siglo XVII: los
protagonistas viajan, conocen gente y les pasan cosas.
Esa noche sueño con una autocaravana del tamaño de un autobús que se mueve guiada
por satélite mientras la familia cena tranquilamente en la parte de atrás. El sistema va tan
bien que incluso esquiva a los peatones que encuentra en la calzada. Alguien me convence de
que puedo utilizar a Roberto con los mismos fines. Lo programo, la auto se pone en marcha y
nosotros nos sentamos a la mesa del comedor, charlando. Vamos por una estrecha carretera
de la costa colgada de terribles acantilados. No lo resisto: me entra el miedo e intento tomar
el control manual del vehículo. Éste derrapa y vuelca de costado. Mi único lamento es para la
comida de a bordo, que habrá quedado hecha fosfatina.
En Urbasa el sol se pone a las 21:56.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Camping
Monfragüe 11:25 Sierra de Urbasa 21:45
542 63 59
8,55 €
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DÍA 2. 8 de julio. Ya es por la mañana. La noche ha estado salpicada de pequeños
chaparrones que nos caían de las copas de las hayas cuando soplaba el viento. En el interior
de la auto hay 16 grados. Eso son casi veinte menos que los que hemos tenido estos días
pasados en casa. Ya he perdido la cuenta del tiempo que hace que no estábamos a esa
temperatura. La sensación es de frío pero el cuerpo, agotado por el calor, agradece el cambio.
Hay nubes, pero la niebla ha levantado. Ahora descubrimos mejor el sitio donde estamos.
El lugar parece mágico, encantado. Como las vacas que oímos anoche comen el monte bajo,
se puede pasear libremente entre los árboles, y empleamos en ello parte de la mañana.
Cuando estás el lo profundo del bosque, sin señales evidentes con las que poder orientarte, te
das cuenta de con qué facilidad se podría uno perder.
Desandamos camino hacia Olatzi, con hermosas vistas a lo profundo del valle (y a las tres
canteras que poco a poco están devorando la sierra de enfrente). Salimos a la autovía y
enfilamos hacia Pamplona. Los barrios de la periferia parecen desiertos. No así la parte vieja,
que ahora mismo debe arder en fiestas.
Por algún motivo que no se me alcanza, Roberto insiste en llevarnos por todo el centro,
de manera que le echo una reprimenda. Él baja las orejas y accede a llevarnos directamente
hasta Zugarramurdi. Paramos a comer y sestear en un área de descanso –más bien
apartadero- con profusión de camiones que pasan atronando. Por la tarde paramos en
Elizondo a comprar las últimas provisiones. Como se nos siguen colando moscas en la auto,
compramos un matamoscas manual. Poco sospechamos lo útil que nos será allá por el
Círculo Polar.
Seguimos por la carretera de Francia. Tras subir el puerto de Otxondo Roberto, con toda
su buena voluntad, quiere atajar y nos mete por una estrecha pista encementada por la que
apenas si caben dos coches, y una cuesta arriba que tengo que subir en primera. Al final
entramos en Zugarramurdi. Las cuevas ya están cerradas, de modo que dejamos la visita para
mañana. A cambio seguimos la señalización que al parecer lleva a otras cuevas. Pensamos
que deben de estar cerca, pero andamos y andamos, y nada. Desanimados, regresamos al
pueblo ya de noche, y entonces descubrimos que las cuevas que buscábamos ¡están en
Francia! Como vimos matrículas del país vecino en las granjas, nos queda la duda de si
cruzamos la frontera o no.
En Zugarramurdi el sol se pone a las 21: 48.
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S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Sierra de Urbasa 14:00 Zugarramurdi 20:30
132 58 53
DÍA 3. 9 de Julio. Junto al aparcamiento donde hemos dormido está el camino rural que
va a la localidad francesa de Sara. Hace trece años no existía o era una estrecha senda de
tierra. Con la supresión de la frontera lo han acondicionado. Resultado: trasiego continuo de
vehículos durante toda la noche. Es triste constatar que todos los sitios que visité a principios
de los 90 han evolucionado a peor, principalmente por el ruido y la masificación que ha
traído el aumento de la movilidad. Entonces fue muy distinto:
Gira la rueda del tiempo hasta un verano ya olvidado. Temporal. La lluvia y el viento
restallan contra las copas de los árboles. Me asusta tanto el bamboleo de la furgoneta que la
pongo hacia sopla, como si de un barco se tratase. Ráfagas de agua barren el aparcamiento,
y se acuerda uno de las brujas de Zugarramurdi quienes, al decir de los marineros, eran
quienes provocaban las tempestades en el Golfo de Vizcaya.
La sensación de soledad es tan fuerte que ni siquiera recuerdo lo cerca que estamos del
pueblo.
Hoy en cambio luce el sol. Bajamos a visitar la archifamosa cueva. En 1610 hubo un
proceso inquisitorial por brujería que acabó con once chamuscados en la hoguera. En
realidad más que brujas lo que había era restos de la antigua religión precristiana y sobre todo
miedo, mucho miedo. Hoy día, resulta curioso saber que una de las manifestaciones de la
diosa madre (Mari) fuera precisamente el macho cabrío, que después la Iglesia,
interesadamente, identificó con el demonio. La política entonces era asimilar lo que se
pudiera de los antiguos ritos (Noche de San Juan, Pascua, Navidad...) y condenar y exorcizar
lo que no.
Pese a su temible leyenda, la cueva es un lugar impresionante y magnífico, sobre todo
porque más que cueva se trata del túnel que ha excavado un arroyo, con vegetación
impresionante en cada una de las salidas. Sitio telúrico donde los haya.
Antes de partir, cargamos agua en una fuente del pueblo. Vamos hacia Ainhoa, a unos
kilómetros al otro lado de la frontera. Es justo aquí, al pasar el cartel que anuncia Francia,
donde tengo la sensación de que comienza realmente el viaje.
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Reza un cartel a la entrada que Ainhoa de uno de los pueblos más bellos de Francia. Yo,
la verdad, no lo encuentro tan distinto de Zugarramurdi o Elizondo, pero por eso mismo toma
uno conciencia de que es la misma identidad dividida en dos estados. Los apellidos a uno y
otro lado también son idénticos. Razón tenía quien dijo que las fronteras son las cicatrices de
la historia.
Lo que sí nos resulta interesante del pueblo es el cementerio sobre todo su parte vieja. Se
halla en el centro del pueblo, rodeando la iglesia. Las tumbas más antiguas están señaladas
por estelas de piedra rematadas por un círculo en el que se inscriben los más variados
motivos, aunque hay bastantes aigurus o representaciones solares. La tierra no la cubren
lápidas, sino césped, y es justamente esa sencillez la que hace entrañables estas viejas
tumbas, sobre todo si las comparamos con las nuevas, todas granito y artificiosidad
sobresaliendo del suelo. También están en la tierra, pero es como si expulsaran de ella al
muerto.
Tras la comida arrancamos, si bien la salida resulta un poco agitada. Habíamos acordado
Bego y yo que podría conducir mientras ella dormía. La idea era buena, pero la carretera a la
salida de Ainhoa era tan mala y accidentada que no sólo se despertó, sino que por poco
vuelve a enseñar los ingredientes de la comida. El que sí vomitó gases con el traqueteo fue el
inodoro, que llenó todo el habitáculo de un olor putrefacto. En adelante constataremos que
ésta es su forma de quejarse cuando está casi lleno, y que él te avisa solito sin necesidad de
boya, testigo luminoso o artilugios similares.
Mientras vamos por la carretera comarcal encontramos la primera estación de servicio del
país. La impresión es brutal: el gasoil cuesta veintidós céntimos más que en España, y
aunque durante la tarde vamos buscando el precio más barato (aquí sí hay diferencias de una
gasolinera a otra), por primera vez mi bolsillo supera la paridad euro/litro, quiero decir que
por un euro nos dan menos de un litro de combustible. Es como asomarse al futuro
gasolinero del propio país.
Llegamos a Bayona y tomamos la autopista. Peaje primero y tramo libre hasta Burdeos
después. Muchísimo tráfico de subida pero también de bajada: turistas en busca de sol,
emigrantes marroquíes camino de las vacaciones en su patria, camiones y más camiones que
casi colapsan el itinerario.
Pasado Burdeos, el tráfico se aclara. Atravesamos una tormenta. A medida que cae la
tarde, nos quedamos casi solos en el camino de París. De cuando en cuando adelantamos a
algún camión español.
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Empieza a oscurecer. Entre Niort y Poitiers pensamos que ya está bien por hoy. Tras una
breve deliberación, elegimos el lugar de pernocta: tomamos la salida 31, y en 10 km. nos
vamos hasta Bougon. Cerca del pueblo se encuentran una serie de túmulos del Neolítico, el
centro de interpretación de los mismos y, lo más interesante, un área gratuita de
autocaravanas con grifo y vertido de grises y negras. Aparcamos y cenamos. Hay calma
absoluta. Estamos solos, en mitad de Francia, y vamos a dormir junto a monumentos
funerarios de seis mil años de antigüedad.
En Bougon el sol se pone a las 21:54
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS
LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Zugarramurdi 13:30 Bougon (F) 22:05 428
49 53 28 €
DÍA 4. 10 de Julio. Visitamos el recinto arqueológico, que por cierto es enorme. Los
túmulos más antiguos son del quinto milenio antes de Cristo, y los más modernos del tercero.
Quiérese con esto decir que aquí se estuvo enterrando gente durante unos dos mil años. A
diferencia de otros muchos sitios arqueológicos que he visitado, éste es muy interesante por
su carácter divulgativo, apto para profanos: han levantado reproducciones de las viviendas, y
escenificado cómo se debían de construir los túmulos.
Vamos un poco tarde, pero no nos resistimos a visitar el museo, que aparte de las
consabidas piezas halladas en las excavaciones, alberga una exposición temporal sobre tallas
de imágenes femeninas desde la prehistoria hasta la época romana. Se supone que eran
símbolo de fertilidad, de procreación y de relación con la Madre Tierra (figuras de hombres
no se han encontrado). Desde Zugarramurdi, la Diosa Madre nos persigue.
Volvemos a la auto. El paisaje es tan bonito que decidimos hacer unos cuantos kilómetros
por carreteras secundarias, pues opinamos que de esta manera se conoce mejor el país. Y lo
conocemos tan íntimamente que, al circunvalar Poitiers, en un semáforo nos dan el alto tres
policías, dos mujeres y un hombre. Se identifican como agentes de aduanas, y nos preguntan
si llevamos alcohol, tabaco o más de siete mil euros en metálico. Le voy a decir que tantos
euros ya quisiéramos, pero ante mi respuesta de que alcohol sí, nos preguntan si les invitamos
a hacer una inspección. Sube una de las polis y le enseño las dos botellas de whisky que
llevamos. Como no se ve otra, que es de crema, le especifico: Trois bouteilles. Sigue seria,
pero sospecho que por dentro se descojona: debía creer que llevábamos cajas y cajas de
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contrabando. La situación se distiende. Hace un registro no muy exhaustivo y nos pregunta
que adónde vamos. Al decirle que a Nortuega se sorprende y comenta que très loin -mejor
très que trop, pienso yo, aunque no se lo digo-. La tipa se baja, nos desean los tres un buen
viaje y nos marchamos.
Traumatizados por la experiencia aduanera, después de la comida decidimos volver a la
autopista. Trescientos kilómetros hasta París. A medida que nos acercamos a la capi, el
tráfico se adensa más y más. Viendo el río de vehículos en el que vamos inmersos, y
pensando en los millones de motores que ahora mismo queman combustible en el mundo, lo
que sorprende no es que quede petróleo sólo para cuarenta años, sino que las reservas puedan
aún durar tanto.
Me acuerdo también del cuento de Julio Cortázar La autopista del Sur, en el que un
domingo por la tarde, en esta misma carretera, se produce un atasco tan monumental que
dura semanas y meses. Los coches no se mueven, la gente intima y se organiza en grupos
tribales que salen a aprovisionarse, entran en conflicto con los clanes vecinos, nacen hijos,
etc. Sin llegar a tanto, en el mundo real el tráfico se ralentiza aunque sin llegar a pararse.
Ocurre además que París no dispone de anillo de circunvalación, por lo que hay que cruzarlo
prácticamente por el centro. Hace cinco años, yendo para Bélgica, anduvimos una hora
perdidos y nos costó un rodeo de 80 km, pero hoy es diferente: Roberto tiene una de sus
actuaciones estelares y nos guía sin titubear por el increíble revoltijo de carreteras parisino. A
la izquierda dejamos la Torre Eiffel, que dibuja su silueta contra el smog de la tarde. Luego
de mucho andar entre barriadas dormitorio y polígonos industriales salimos de nuevo a
campo abierto. Ahora la corriente de tráfico fluye en sentido contrario. Hoy no ha sido
necesario repostar gasoil. Los peajes, en cambio, se han cebado con nuestra tarjeta de crédito.
Estamos decididos a no dormir en ningún área de servicio de la autopista, debido a la
inseguridad, pero también por el continuo trasiego de camiones que hay durante toda la
noche. Elegimos por tanto un pueblo cercano llamado Roye, adonde llegamos ya oscurecido.
Tras unas vueltas aparcamos en una calle aparentemente tranquila. Salimos a ver el pueblo, y
como remate odorífico del día, Bego pisa una caca de perro, pero no lo descubre hasta que
estamos dentro de la auto.
En Roye se pone el sol a las 21:56
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Bougon (F) 13:30 Roye (F) 22:45 482
50 €
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DÍA 5. 11 de Julio. Si pensábamos que la calle elegida para dormir era un sitio tranquilo,
nos equivocamos de medio a medio. Primero fueron los juerguistas atronando la estrecha y
adoquinada calle hasta bien pasada la medianoche. Luego, a las seis de la mañana, los que se
iban a trabajar. A las siete empezó a sonar el reloj de la iglesia, lo que muestra a las claras
que son gente madrugadora. Por último y cuando ya parecía que podríamos echarnos la
última cabezadita, nos llega un sonido infame: me asomo por la ventana y veo un par de
trailers que vienen a descargar al supermercado que hay un poco más abajo. En fin, la peor
de las noches.
Nuestras penas no acaban aquí. Después de aguantar durante un rato a los camiones,
arranco desesperado y me voy a la calle de al lado, donde aparco sobre el bulevar vacío. No
llevamos ni media hora allí cuando veo por los cristales que aquello se está poniendo de
coches hasta la bandera. Han aparcado en paralelo, y como yo estoy en batería, no tengo muy
claro si podré salir. Pero toda situación es susceptible de empeoramiento: al volver del
dichoso super de comprar pan cuando veo a un tipo cojo que ha aparcado su Mercedes
paralelo a nuestra auto, dejándonos definitivamente pillados entre los automóviles y una
farola. Por suerte para nosotros, Bego lo ha visto entrar en una clínica radiológica que hay
enfrente. Ni corto ni perezoso voy para allá y le espeto nuestro problema a la recepcionista.
Ella replica que no sabe de quién es el coche. Contraarguyo diciéndole que el propietario ha
entrado allí, y que por más señas hace esto (mimo la cojera, no sé cómo se dice en francés.
Cuando uno está apurado pierde toda la vergüenza.) La recepcionista se sonroja un poco y va
por las distintas salas preguntando quién es el dueño de un Mercedes (yo me temí que
preguntase que si había algún cojo). Al final sale el tipo, y me dice muy digno que tal como
yo he aparcado está interdit. Le digo que no hay señales que indiquen eso por ningún lado.
Como respuesta, al pasar junto a la auto cierra la puerta del conductor con bastante mala
leche. Eso me enerva, y le digo que él está tan interdit como yo, y que se meta sus modales
donde le quepan. El tipo replica, pero yo ya no le escucho. Por fin podemos salir.
En la gasolinera del pueblo, y como desagravio a tanta pesadumbre, encontramos el
gasoil más barato de toda Francia que para colmo, por un error informático, se rebaja más
aun hasta alcanzar un precio casi español.
Mientras espero a pagar veo el periódico que tiene el dependiente sobre la mesa. La
portada habla de atentados suicidas en Londres. Me quedo paralizado. ¿Cuándo sucedió?
Hace cuatro días, justo cuando empezamos el viaje. Cuando uno sale al extranjero vive como
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en una campana mediática. Podría haber estallado la Tercera Guerra Mundial, y nosotros sin
enterarnos.
La batalla de Amberes
Enfilamos la autopista. Rebasamos Lille y entramos en Bélgica. El tráfico se va
adensando por momentos. Como no he dormido bien, llevo mal la conducción. Rodeamos
Gante. Pensábamos cruzar Amberes y después comer, pero es algo que jamás haremos: a la
entrada de la ciudad los carteles nos indican claramente que hay dos Ring, el 1 y el 2. El 2 es
el túnel que cruza el puerto. Debe de hallarse en obras, porque no admite vehículos de más de
dos metros de ancho –entre los que, por supuesto, estamos nosotros-. Como alternativa para
ir hasta Breda se nos propone el Ring 1. Bien. Lo seguimos, y un trecho después empezamos
a rebasar (hay dos carriles en cada sentido) una fila de camiones absolutamente parada de
varios kilómetros. Descubrimos horrorizados ¡que hacen cola para el Ring 1! Pasamos de
largo buscando la forma de dar un rodeo, pero no la hay: el mapa dice a las claras que desde
allí hasta Brujas sólo está el mar. Roberto no nos ayuda: está empeñado en que pasemos por
el dichoso túnel. Tratamos de dar la vuelta y acabamos en un polígono industrial cercano al
puerto en otro descomunal atasco de camiones. En mi vida he visto tantos juntos. Bueno, sí,
una vez. En la India .
El calor, el cansancio y el hambre llevan rato haciendo mella. Aparcamos a pie de trailer
y comemos mientras monstruos de cinco ejes pasan a nuestro ladito mismo. Una hora
después nos incorporamos a la caravana. A las claras se ve que Amberes se ha convertido en
una ratonera, de modo que tratamos de volver atrás. Retrocedemos hacia la carretera de
Gante, pero de modo inexplicable acabamos de nuevo ante la bifurcación de los Ring 1 y 2.
Para remate de males, Roberto se ha apagado por iniciativa propia y rehúsa encenderse otra
vez. Al borde de la histeria, conseguimos desviarnos por una carretera secundaria y parar. Un
hombre que pasaba por allí se apiada de nosotros y, en francés chapurreado, nos dice que no
podemos cruzar Amberes -de lo cual, dicho sea de paso, ya estábamos convencidos-, y que
las opciones son dos, a saber: a) hacia el Oeste, los holandeses han construido un túnel, pero
no nos queda claro si hay que pagar, o es necesaria una tarjeta o qué. b) La segunda opción es
volver hacia atrás e intentarlo por Mechelen (Malines). Se despide diciéndonos, a modo de
disculpa, que esto es Bélgica.
Iniciamos así un larguísimo rodeo por vías periurbanas repletas de tráfico lentísimo y de
semáforos, guiándonos por el tradicional -y no exento de polémicas- método de mapa,
señales de tráfico erráticas y copiloto, todo ello sazonado de improperios contra las
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autoridades amberinas y su imprevisión. En vistas del monstruoso atasco, ¿tanto les costaba
señalizar un desvío donde esto fuera posible? Son horas de pesadilla. Paro de nuevo en una
gasolinera, a ver si me sereno un poco. Pese a nuestros intentos por reanimarlo, Roberto
sigue sin dar señales de vida. Horror: ¡nos hemos quedado sin asistente nada más comenzar
el viaje! Entonces, cuando más negra es mi desesperación, me viene una idea luminosa:
recuerdo que haber leído en las instrucciones que el aparatito tiene un botón de reinicio,
aunque recuerdo también que decía que no era necesario usarlo prácticamente nunca. Dicho
y hecho: encontramos el agujero, le metemos un clip y, alehop, Roberto vuelve a la vida.
Unas semanas más tardes de este episodio, descubro por casualidad que el mapa de
Europa que llevamos tiene un plano de Amberes (¿no quedamos en que venían sólo
capitales?) donde parece –parece- que desde Malines es posible llegar al centro de la ciudad
evitando el famoso túnel. Pero en este momento no sabemos eso, y además sólo el hecho de
ver el nombre de Amberes en la señalización ya nos produce convulsiones. De manera que
continuamos el rodeo por Lier, Oostmalle y Brecht hasta dar, por fin, con el camino hacia
Breda, ya muy al Norte de la ciudad maldita.
Autopista otra vez. Entramos en Holanda. Como en sueños, conduzco a través de Breda y
Utrecht. Llegamos a Flevoland, formado por zonas llanas ganadas al mar, cuajadas de
molinos de viento. Enfilamos hacia la costa. A nuestra izquierda queda Amsterdam, que
hemos hecho lo posible por no cruzar. Finalmente, bajo un cielo cubierto de nubes, llegamos
a Lelystad, que significa la ciudad de Lely (el ministro que en los años 20 ideó el plan de
desecación de los polder.) Lelystad debe de ser la ciudad más joven de Europa, pues se fundó
en 1980, y se encuentra bajo el nivel del mar. De apariencia es un tanto fría; sin embargo está
diseñada a escala humana pues el coche, que hace invivibles la mayoría de nuestras ciudades,
queda aquí relegado a un papel secundario, y el centro está reservado exclusivamente a
peatones y bicicletas. Imagino y admiro el esfuerzo descomunal que ha tenido que ser
necesario para hacer surgir una ciudad de este tamaño de la nada.
En Lelystad el sol se pone a las 21:58
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Roye (F) 10:00 Lelystad (NL) 21:10
529 107 104
8,6 €
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DÍA 6. 12 Julio. Dormimos en un parking enfrente del hospital, con bastantes menos
molestias que la noche anterior. El aparcamiento se empieza a pagar a las 9, de manera que a
esa hora levantamos el campamento y salimos hacia las afueras. La luz del día nos permite
entender un poco más cómo está concebida la ciudad. Lelystad tiene forma de retícula, como
muchas ciudades en el mundo. La diferencia estriba en que aquí están claramente separadas
las vías principales de circulación del tráfico de las zonas residenciales. Éstas no son
permeables a los vehículos a motor aunque sí a las bicicletas, y además poseen zonas
comunes de aparcamiento, de manera que el entorno de las viviendas es agradable, libre de
coches y ruidos y seguro para los niños. Si a eso añadimos los canales con sus puentes de
madera y una vegetación lujuriante; se entiende que estemos muy cerca de la ciudad feliz, y
que yo sea un admirador acérrimo del urbanismo holandés.
Hoy vamos a cruzar los dos diques más grandes del país. El primero es el que uno
Lelystad con Enkhuizen, de 30 km. de longitud. Infinidad de aves viven en las aguas de
alrededor. También barcos de pesca, que salvan el dique ¡mediante un barcoducto!. Para
cuando llegamos a su extremo Norte, ha despejado y tenemos sol. Entramos en la región de
Noord Holland. El desvío a causa de un accidente nos hace atravesar un pueblo no previsto
en la ruta, pero que agradecemos de corazón: las casas, con su parcela alrededor, están
separadas por canales en lugar de por setos. Árboles, patos. En fin, una gloria. Continuamos
hacia el Norte hasta Den Oever, que es el pueblo donde comienza el Afsluitdijk o dique de
cierre. Mide, como el anterior, 30 km. de longitud, y ha transformado el Ijsselmeer en un
lago de agua dulce. Las obras de este faraónico proyecto concluyeron en 1932, y fue
construido para contener las crecidas de la marea. Cuando ésta está baja abren las compuertas
para desalojar el agua que se va almacenando dentro. No creo que haya en el mundo muchos
diques de estas dimensiones que además dispongan de autopista y carril bici.
A la salida enfilamos hacia Groningen. No hay mucho tráfico, salvo el que circunvala la
ciudad. Singladura sin novedad hasta Alemania, donde paramos para comer en una
gasolinera bastante cutre. Por un descuido se nos pasó la última holandesa, y nos vemos
obligados que repostar pasada la frontera, con precios similarmente caros a los de Francia.
Tienen biodiésel, pero no sabemos si nuestro vehículo lo acepta.
Después de comer y sestear con bastante calor, seguimos hacia el Este: Oldenburg,
Bremen. Incluso sin haber salido de la autopista, sabemos que estamos en otro país, ya que el
comportamiento de los conductores cambia radicalmente: como no hay limitación máxima de
velocidad, los turismos adelantan como auténticos cohetes, y hay que estar muy atento para
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que no te lleve uno por delante. Por contraste o quizá porque todo en esta vida es relativo, los
camiones parecen ir más lentos, y se los adelanta con facilidad.
En Hamburgo cruzamos los dos brazos del río Elba, que dibujan en el centro una isla,
seguramente el primitivo asentamiento de la ciudad.
Llegamos a Lübeck oscureciendo. Elegimos para dormir un área residencial por
parecernos un lugar seguro y además tranquilo. No se oye ni una mosca: ni gritos, ni coches,
ni perros. Las vallas que separan los jardines de la calle son poco más que testimoniales, y las
ventanas –a lo que tendremos que acostumbrarnos en adelante- no tienen rejas. No sabemos a
qué se dedicarán los ladrones en estos países.
Oficialmente el sol se pone a las 21:45, pero a las once de la noche continúa viéndose la
luminosidad del crepúsculo. Sólo nos quedan 300 km. para Copenhague. El tiempo es bueno
y la temperatura no baja de veinte grados.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Lelystad
(NL) 9:00 Lübeck (D) 22:30 552
50 57
DÍA 7. 13 Julio. Hoy es el día de las aguas negras. Toca vaciarlas, de modo que vamos a
la gasolinera de un centro comercial que vimos ayer, muy cerca de donde hemos dormido.
Echamos gasoil, limpiamos parabrisas, presión de las ruedas, agua limpia, pero... ¿y las
negras? A la entrada de la instalación hay un cartel con el logo de una AC y debajo escrito
WC. Le pregunto al chico que cobra, y me envía a un extraño aparato que al parecer funciona
con monedas, y al que según todos los indicios se le conecta una manguera. Debe de ser uno
de esos famosos náuticos, y no veo cómo nos puede servir a nosotros. Desistimos, salimos de
Lübeck por la autopista y paramos en el primer área donde hay señalado un WC. Me asomo a
explorar. En la puerta pone algo así como Chemische toiletten verboten. Es una suerte no
saber alemán. Sintiéndolo en el alma, en el Thetford no cabe ni una gota, de manera que lo
saco y lo vacío. Todo muy guarro, sin poder enjuagarlo ni nada.
Apenas repuesto de la experiencia, carretera y manta hacia el Norte. En Oldenburg in
Holstein se acaba la autopista y toca ir tras un camión hasta Puttgarden. Allí la carretera nos
mete directamente en el ferry. Tenemos suerte: apenas llegar embarcamos. En 45 minutos
cruzamos el estrecho y nuestros neumáticos pisan suelo danés en Rødbyhavn. Aquí la
autopista tiene limitación a 110 km/h, y el comportamiento de los conductores se parece más
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al de los holandeses que al de los alemanes. El paisaje no cambia mucho, aunque hay más
terreno cultivado que bosques.
Antes del viaje, yo pensaba que Dinamarca era una península. Ahora descubro que,
además, está compuesta por una sucesión de islas. La primera, donde hemos desembarcado,
se llama Lolland. Pasamos a la segunda, Falster, internándonos en un túnel que pasa bajo el
estrecho de Gulbor Sund. El tránsito a la isla donde está Copenhague se hace mediante dos
largos puentes, pero nosotros sólo cruzamos el primero, que lleva a la diminuta isla de Nyby,
y nos detenemos en una zona de descanso donde hay estacionadas numerosas autocaravanas.
Aquí comemos, sesteamos y disfrutamos del paisaje. Corre una brisa marina ligeramente fría,
pero el tiempo sigue siendo espléndido.
Más tarde, paseando por la zona, descubro una zona de sanitarios con instalación para el
vertido de aguas negras. Eso sí, con manguera de limpiado y todo. Claro está que sale más
barato poner un cartel prohibiendo el vaciado, pero eso no va a impedir que, en caso de
necesidad, uno haga lo que tiene que hacer.
Tras el descanso decidimos que nos apetece salir de la autopista e irnos por carreteras
secundarias pegadas a la costa. Sigue pareciéndonos la mejor opción para ver un poco del
país, salvo que aquí tengan también aduaneros desplegados por el campo. Vamos hacia el
Este. Al cruzar el pueblo de Nyby vemos unas vacas marrones y peludas que parecen primas
hermanas de los bisontes. No llevamos la cámara preparada y se nos escapa la foto.
Esperamos ver más, sin éxito. Cruzamos a la isla de Møn. Todo el campo, hasta el último
resquicio, está cultivado. Sin embargo, aparecen apartaderos y zonas de descanso –WC
incluido- en casi cualquier carretera secundaria. Esto sí que es vida. Incomprensiblemente
para estas carreteras desiertas y conductores tan pacíficos, nos encontramos un accidente. Un
pequeño golpe, nada grave.
Tras atravesar prados y bucólicos pueblecitos, entramos en Zelanda, la isla mayor de
todas y donde se asienta Copenhague. Bordeando la costa llegamos a Køge, ciudad medieval.
Aparcamos en la Store Ttorvet (Plaza Mayor), pero tras el paseo de reconocimiento nos
parece tan indecoroso pernoctar entre edificios históricos que nos mudamos al aparcamiento
que hay junto a la estación de tren.
Cenamos en un Döner Kebab propiedad de unos turcos. Descubrimos que abundan los
mosquitos, incluso dentro del establecimiento, que por cierto son de un tamaño descomunal,
aunque un poco bobos.
Al igual que anoche en Lübeck, nos agrada el carácter pacífico de la ciudad y su gente.
En contraste con la mentalidad árabe (y también española), que oculta la intimidad, está la
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protestante: no tengo nada que ocultar ante los hombres ni ante Dios. Por eso no hay rejas, y
las persianas y las cortinas permanecen abiertas, incluso de noche. El ambiente en los barrios,
en cambio, es casi privado.
Køge tiene estructuradas sus zonas de aparcamiento restringido en una hora, tres horas y
doce horas máximo. La peculiaridad es que aquí ¡no se paga! Me imagino el éxito que tendría
una iniciativa similar en España.
Observando estos usos y costumbres y comparándolos con los de mi entorno habitual, se
me ocurre pensar lo paradójica que es la historia: hace dos mil años, la cumbre de la
civilización eran los pueblos del Mediterráneo, y los del Norte unos pobres bárbaros que sólo
aspiraban a copiar el modo de vida grecorromano. En la Edad Media, fue el califato de
Córdoba la capital científica y cultural de Europa, y musulmanes eran los mejores
matemáticos, médicos y astrónomos. Ahora, en cambio, son los noreuropeos los que llevan la
voz cantante, y nosotros quienes aspiramos a copiarlos. Supongo que es como una larguísima
carrera de relevos en la que, por fases, va participando toda la Humanidad.
Al Norte de Dinamarca, se encuentra Aarhus. En esta ciudad se firmaron los acuerdos
sobre transparencia en la toma pública de decisiones y de participación de la sociedad en las
labores medioambientales (de los que España, por supuesto, es parte signataria). En este país
y en este contexto es fácil comprender esos acuerdos y esa filosofía. No así en otros; seguro
que aquí es impensable que los concejales de un ayuntamiento se valgan de su cargo para
perseguir a los abogados de grupos ecologistas (y a sus familiares) por presentar denuncias
contra irregularidades urbanísticas –léase corruptelas-, como está probado en sentencia que
sucedió en 2004 en Níjar (Almería).
De todas formas, intento ser objetivo y no dejarme llevar por prejuicios: el desgaste
producido por la confrontación diaria con la realidad hace que muchas veces a uno le parezca
que le ha tocado en suerte vivir en el país de los imbéciles. Comprendo que cada sitio tiene
su pecado capital y su pequeño infierno, y que se es infinitamente más benévolo cuando uno
está de paso que cuando se vive de forma estable en un lugar.
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Lübeck (D) 10:45 Køge (DK) 21:15 437
40 44 68,50 €
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DÍA 8. 14 Julio. Noche más o menos tranquila, aunque pasaron muchos trenes que iban o
venían de la capital. Por la mañana visitamos de nuevo Køge. No es día de mercado, pero el
ambiente está muy animado. Se ve cantidad de ciclistas. Sorprende ver cómo los
comerciantes sacan la mercancía a la puerta de sus establecimientos, incluidas lavadoras y
demás electrodomésticos pesados.
Visitamos la iglesia, donde, nada más entrar, encontramos servicios (sanitarios, no
religiosos). Nos choca también el expositor con libros de salmos a disposición de los
feligreses, la zona de guardería (con juguetes) y la sección preadolescente, con juegos y la
Biblia en cómic. Exceptuando los libros de salmos, el resto sería considerado una gran
irreverencia en nuestra tierra, y sin embargo son indicios de una religiosidad más cotidiana,
más sencilla y evidentemente más viva.
Volvemos a la auto y salimos en dirección Copenhague (København en lengua autóctona,
que significa el puerto de Kobe). De aquí traíamos como referencia de pernocta-
estacionamiento una céntrica área de autocaravanas en Kalvebod Brygge. Dicha área ya no
existe: la han transformado en un aparcamiento normal y corriente a doce coronas la hora.
Nuestro vehículo no encaja en las marcas de aparcamiento, de modo que decidimos buscar
otro sitio, y creemos encontrarlo a unos 3 km. del centro, en zona residencial y junto a un
parque. Después, como es mediodía, comida y siesta reglamentarias. Luego salimos a
explorar la ciudad. Hay aquí tantos ciclistas que no hay excusa para no sacar las bicicletas,
tanto tiempo inactivas en una cultura que aborrece de ellas. Aquí en Copenhague no es que
haya muchas, sino muchísimas, y van a toda leche. Si tengo que quedarme con una imagen
de esta ciudad entonces es la de una vikinga joven, rubia hasta la médula, pedaleando con
brío. También vemos rickshaws destinados a pasear turistas, lo que demuestra que también
el tercer mundo puede exportar tecnología al primero.
Siguiendo siempre los carriles bici (y agradablemente respetados por los coches),
desandamos camino hasta Kalvebod Brygge y desde allí, por el borde del canal, hasta
Nyhavn (puerto nuevo), la zona más típica y animada de la ciudad. Se trata de un canal con
barcos amarrados y restaurantes –flotantes y en tierra- que recuerda mucho a Amsterdam.
Atamos las bicicletas y disfrutamos del ambiente. Estaba nubladete, pero sale el sol y nos
animamos a dar un paseo hasta la Sirenita. Tendríamos que haber venido con las bicis, pero
ya es un poco tarde para volver atrás. Hay poca gente junto a la estatua. Fotos de rigor. En un
aparcamiento cercano vemos algunas autos, y también las hay frente al Parque Churchill. Le
damos las coordenadas del sitio a Roberto, sin sospechar qué pronto nos van a ser de utilidad.
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Volvemos hacia Nyhavn por avenidas desiertas, algunas en obras. Hay algo que nos
sorprende de Copenhague porque no lo habíamos visto antes: módulos prefabricados
similares a contenedores de trailers, apilados hasta en tres alturas, en mitad de la calle.
Parecen servir como almacén de herramientas, vivienda para los trabajadores e incluso
oficina temporal de las empresas que ejecutan las obras. Resulta curioso que a los daneses,
con lo mirados que son para todo lo relacionado con el urbanismo, no les parezca que
semejantes mamotretos desentonen con la ciudad antigua.
Recogemos las bicicletas y para casa. Nuestro barrio sigue pareciendo muy tranquilo,
salvo por unas voces destempladas que se oyen de cuando en cuando: hay una fiesta de gente
joven en un piso. No tienen música alta, pero como las ventanas están abiertas, el jolgorio se
oye por toda la calle. Como nadie les llama la atención, la fiesta acaba a eso de las dos de la
mañana. Nos dormimos. A las tres nos despierta un bramido sobrecogedor. ¿Un trueno? No,
es música bacalao en plan potente, y quienes la producen son dos subnormales dentro de un
coche-discoteca. Han decidido que éstos son el lugar y sitio adecuados para pregonar su
indigencia mental. Ya sí que no podremos dormir. Resignados, desmontamos los
oscurecedores, recogemos todo lo caíble y le pedimos por favor a Roberto que nos guíe hasta
el Parque Churchill, a poco más de 4 km.
Al cruzar la ciudad constatamos asombrados la cantidad de trasnochadores que hay en
Copenhague. Los hay incluso que van en bicicleta a estas horas. ¿Es que esta gente no
duerme nunca? Serán como los osos, que se desquitan de la falta de luz del invierno.
Hablando de luz, son las tres y media de la mañana y ya se ven indicios de amanecer. A las
cinco y media será por completo de día.
Ya estamos en el Parque Churchill. Aparcamos y, sin otro sobresalto que una máquina
barrecalles, ponemos fin a nuestra infeliz jornada nocturna.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Køge (DK) 13:30 Copenhague 14:00 49
DÍA 9. 15 Julio. A las 8:30 me levanto. Como estamos en zona de parquímetro, salgo de
la auto y echo veinte coronas a la maquinita, lo que da para tres horas. Bego ha dormido mal,
de modo que la dejo descansar mientras yo me aseo, desayuno y tomo estas notas. Luego me
voy a dar una vuelta por los alrededores. En el parque Churchill está el museo de la
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Resistencia; lo sé porque en la puerta tienen una camioneta blindada artesanalmente en cuyo
morro se lee: DENMARK FREI. Luego visito el Castellet, una antigua fortificación en forma
de pentágono y rodeada de agua que sirvió de cuartel general a los nazis durante la
ocupación. Realmente puedo imaginarme al soldadito alemán montando guardia, mientras
piensa que está claro que son los mejores, y que su destino es sojuzgar a los demás pueblos
de Europa. También veo desde aquí el edificio donde se alojaban los altos mandos. Un
auténtico palacete.
Salgo del Castellet y voy de nuevo junto a la Sirenita. El sitio está mucho más concurrido
que ayer tarde: autobuses y más autobuses descargan oleadas de turistas. De esta forma el
sitio pierde gran parte de su encanto. Ya de vuelta paso junto a la fuente que ya descubrimos
ayer. Se trata de una mujer, presumiblemente Ceres, que en vez de leones lleva toros tirando
del carro. Todo el conjunto es de un gran dinamismo.
De nuevo en la auto, lo primero es moverla para no estar todo el día echándole coronas al
aparatito. Tras unas cuantas vueltas, lo mejor que encontramos es una zona donde no hay que
pagar, pero lo máximo que puedes permanecer son dos horas. Todo el centro de Copenhague
está lleno de ellas.
En la Sirenita cogemos una lancha turística que nos lleva por los canales que rodean los
edificios históricos y que también para en Nyhavn. Este barco tiene dos modalidades, a saber:
tour (30 coronas) y hop on-hop off (45 coronas), en virtud del cual puede uno subir y bajar en
la parada que le apetezca durante todo el día. La última de ellas, donde esperamos al
siguiente barco durante media hora, es el castillo de Trekroner, una isla artificial en mitad de
la bahía destinada a defenderla de incursiones marítimas. Hay indicios de que fue utilizada
militarmente al menos hasta la Primera Guerra Mundial. Ahora está todo desmantelado, y
sólo subsisten el embarcadero y un bar.
Ya en la AC, descubro que he puesto la alarma pero, oh despiste, me dejé las puertas
abiertas. Inconscientemente, he confundido el mando a distancia de la alarma con el cierre
del vehículo. Error comprensible, si no fuera porque esta furgoneta ¡sólo se cierra con llave!
Por suerte nadie ha tocado nada.
Comemos. No se ve inspector de aparcamientos por ningún lado ni nos han colocado
papelito alguno en el parabrisas, así que nos envalentonamos. Con las bicicletas nos vamos
para el centro. Cruzamos el canal hacia Cristianshavn guiándonos por una torre que nos ha
llamado mucho la atención, y que es como la de Babel en chiquitito. Tenemos que
conformarnos con verla desde fuera, pues el recinto cerró a las 16:30, como es habitual por
estos lares. Compramos una cajita de fresas y volvemos para el centro. Amarramos las
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bicicletas en Kongens Nytorv (la plaza nueva del rey) y nos vamos dando un paseo por las
calles peatonales-comerciales. Ésta es la parte que nos faltaba para tomar del todo el pulso a
la ciudad: terrazas de bares, músicos callejeros, mimos... Y muchísima gente. Al final
desembocamos en la plaza del Ayuntamiento. Tanto éste como aquélla nos parecen enormes.
El termómetro marca 21 grados. Me siento afortunado.
En la plaza actúa un grupo de músicos ambulantes. Bailan e interpretan danzas de pieles
rojas y venden cedés. Me aproximo a observarlos. Yo juraría que son peruanos. Claro que
como el parecido es tanto, y la gente está ya un poco saturada de música andina... Esto es
merchandising, y lo demás es cuento.
Se está muy bien en esta plaza y no nos apetece irnos, pero el viaje es el viaje. Nos vamos
pa Suecia. Volvemos hacia la plaza donde dejamos las bicicletas. La llave del candado la
llevaba junto con las de la autocaravana, de manera que empiezo a buscar: bolsillo derecho,
bolsillo izquierdo, bolsillo interior, primer bolsillo de la riñonera, segundo bolsillo... Las
llaves que no aparecen. Al principio no me alarmo, porque tengo la costumbre de variar los
sitios donde las guardo, pero al tercer registro, agotadas ya las posibilidades bolsillescas, me
acojono. ¿Y si las he perdido? De la auto tenemos otro juego, pero del candado de las bicis
no. Cuando estoy a un paso de la histeria, Bego se da cuenta de que están enganchadas entre
los radios de las bicis, y que llevan ahí desde que nos fuimos de paseo. Decididamente hoy es
mi día de suerte.
Metemos las bicis en el garaje de la auto y cruzamos Copenhague rumbo al puente de
Øresund. El depósito del agua lo tenemos vacío. Ya a las afueras, paro en una estación de
servicio automático –el gasoil es aquí algo más barato que en Alemania, unas 8 coronas, 1,06
euros-, pero no tiene grifo. Cuando ya nos vamos descubrimos enfrente unas banderolas con
grandes letras: CAMPING que al entrar en la ciudad nos pasaron desapercibidas. Decidimos
acercarnos. Parece un solar acotado con vallas y autocaravanas dentro. No tenemos interés en
dormir allí, sobre todo ya visto Copenhague, pero queremos saber si al menos se puede coger
agua.
A la entrada hacen cola dos autos francesas. Voy a parar tras ellas cuando veo, fuera del
recinto, un grifo y una manguera que, tentadores, ofrecen agua potable en tres o cuatro
idiomas. No hay nadie por allí a quien preguntar ni cartel alguno en contra, de modo que
llenamos el depósito. Cuando ya estamos a punto de arrancar, me pierde el civismo: veo que
la manguera no ha quedado correctamente enrollada y me bajo de nuevo a colocarla. En ésas
estoy cuando se acerca un tipo que me grita desde lejos Míster español. Me vuelvo a mirarlo.
Lleva la cara de satisfacción que pone un cazador cuando encuentra una pieza caída en la
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trampa. En inglés. Me ordena, con cierto tonillo policial, que aparque la auto y que pase por
la oficina. Le pregunto que por qué, y me responde: Porque tienes que pagar. Estoy tentado
de marcharme, pero por alguna razón no lo hago. Supongo que porque en la expresión del
colega leí: Ya os conozco a los de tu país: no sois más que un hatajo de aprovechados. Voy
para el buró, uno de esos container de marras, esperando encontrarme a algún empleado, pero
para mi sorpresa el único que está allí es otra vez el mismo tipo. Pregunto que qué le debo y
me dice que cinco euros. ¡CINCO! Compungido, abro el monedero: sólo hay coronas. Podría
haberle dicho que no estaba dispuesto a pagarle eso, que era un robo y él un ladrón. Sin
embargo, vuelvo a la auto, cojo los cinco euros y se los pongo en la mano diciéndole -en
español y con muy mala leche-: Toma. Me siento engañado, y mi rabia crece tanto que en la
misma puerta del camping le abro el depósito de las grises. Luego nos marchamos. Agua a
precio de oro. Servicios especializados. Menudo cabrón.
El enfado me dura un buen rato, y no se disipa hasta la entrada del puente de Øresund.
Había leído que era grande, que era caro y que comunicaba Dinamarca con Suecia. Lo que
nadie me había dicho es que, antes del puente, hay que pasar un túnel submarino de 4 km.
que emerge en una isla en el centro del estrecho desde donde arranca propiamente el puente.
Lo cruzamos oscureciendo. Todo en él es impresionante: las inmensas y futuristas arpas de
hormigón, las vistas del Báltico, con el parque acuático de molinos a la entrada del puerto de
Copenhague... A la salida fichamos. Como nos pasamos medio metro de los seis que
adjudican a la primera categoría, nos meten en la de pequeño camión. Dudo de que esos 50
cm. desgasten el puente más de la cuenta, especialmente porque van en el aire. La tarifa
aplicada, por contra, sí que desgasta significativamente nuestros bolsillos.
Ya estamos en Suecia. Nos dirigimos a Malmö con idea de buscar sitio donde dormir. El
recorrido por el centro es un poco accidentado, porque al parecer aquí se estilan unas
prácticas de conducción que ya conocemos Copenhague. Si estás, por ejemplo, parado en un
semáforo esperando girar a la izquierda que nadie se piense, como en España, que tiene
preferencia automática, porque los del carril contrario seguirán de frente y tendrás que
esperar a que pasen todos. En Malmö, además, introducen una innovación: yendo nosotros de
frente, un autobús que viene en sentido contrario se dispone a girar. Como yo seguí adelante
porque tenía el semáforo verde, me abroncaron tanto él como otro autobús que circulaba
paralelo a nosotros. Recién llegados a un país que no se conoce. Usos y costumbres extraños.
Me siento confundido y deprimido. Al final, después de varias vueltas, damos con unas calles
tranquilas. Pero encontrar aparcamiento es un calvario. No porque no haya sitio, que lo hay
de sobra, sino porque al parecer la pasión de los suecos –al igual que los daneses, pero
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corregida y aumentada- es regular los aparcamientos. A modo de ejemplo, una señal con la P
azul de parking tiene escrito debajo algo que más bien suena a maléfico conjuro:
FÖRHYRDA PLATSER
GILTIGT P-TILLSTÅND
ERFORDRAS CARPAK
AB 0771-969000
Junto a otra P, nos encogemos sobrecogidos al leer esto:
ENDAST FORDON
MED TILLSTÅND
OCH AVGIFTSBILJET
Y como el sueco que sabemos no da para tanto y no queremos líos con la autoridad, nos
toca dar unas cuantas vueltas. Al final damos con un solar donde hay otro de los citados
cartelitos. Éste no nos parece una prohibición taxativa, de modo que aparcamos (a la mañana
siguiente descubriremos un parquímetro, al parecer en desuso). Salimos a hacer la ronda. Por
la calle pasan algunos coches petardeantes y grupitos de chavales de inequívoco origen
emigrante. Nos asustamos un poco porque como recién llegado, a lo mejor no sabemos
reconocer los signos no verbales que indican si un sitio es peligroso o no. Tenemos miedo de
habernos metido en algún ghetto, pero poco a poco la cosa se tranquiliza. Cenamos y sueño.
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Copenhague (DK) 19:30 Malmö (S) 22:30
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DÍA 10. 16 Julio. Hemos dormido bien, descansados y sin incidentes nocturnos en el
presunto ghetto. Dejamos la auto donde está, desenfundamos las bicis y nos vamos para el
centro. Ciclistas y carriles bicis haylos, aunque menos que en Copenhague. Otras diferencias
palpables con la capital de Dinamarca es que la gente es menos rubia, y que se ven menos
mangas cortas y chancletas (la verdad es que hace un poco de rasquilla.)
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Pasamos el día holgazaneando por la ciudad. Visitamos el Kungsparken, parque completo
donde los haya: tiene lagos, jardines, arboledas, muchas aves e integra asimismo casino y
cementerio.
Llegamos hasta la estación de tren. Nos llama la atención un enorme aparcamiento
flotante sobre el canal, en el que se encuentran estacionadas cientos y cientos de bicicletas.
Como estamos en el centro urbano, la única explicación que se me ocurre es que pertenecen a
personas que van a trabajar a Copenhague –que, por cierto, comparte con Malmö la
tarificación por zonas del transporte público; único caso que conozco de colaboración entre
dos países a este nivel.
Comemos en un pita kebab y luego entramos en una cafetería que nos había olido muy
bien. En medio del litigio (en inglés) para conseguir una mezcla lo más parecida posible al
café de casa la camarera, una chica joven, nos pregunta que de dónde somos. Al decirle que
españoles responde en perfecto castellano: Ah, entonces café con leche. Nos cuenta que es
una apasionada del flamenco, y que el año pasado estuvo en Jerez tres meses aprendiéndolo.
También el idioma, claro, que habla con un divertidísimo acento gaditano. Por este episodio,
por la cantidad de libros y mapas sobre nuestra tierra que hay en las librerías –llegué a
encontrar el Michelín 1:400.000 Extremadura-Zona Centro- y otros detalles, como la
publicidad, nos damos cuenta de que los suecos aman España, aunque sólo sea porque en ella
se pone poco el sol.
A las siete de la tarde levamos anclas. Habíamos pensado visitar Lund, pero nos apetece
ir haciendo kilómetros, de manera que pasamos de largo. Cerca ya de Helsinborg, desde un
área de servicio, contemplamos la costa danesa, a tan sólo 4 km. Tardaremos treinta y cuatro
días en volver a verla. Comienza el tour escandinavo, y por eso nos desviamos hacia la
derecha dirección Jönkoping Aquí empieza la carretera E 04, que no abandonaremos hasta su
final en Tornio, frontera finlandesa, a 1.570 km. de aquí. En el mapa que traemos, editado
hace cinco años, aparece en su mayor parte como carretera ordinaria. Sin embargo, y para
nuestra suerte, muchos tramos han sido ya convertidos en autovía.
Insensiblemente desaparecen las praderas y nos vemos inmersos a lo largo de cientos de
kilómetros en plantaciones de coníferas. No cruzamos pueblos, tan sólo de cuando en cuando
un área de descanso con gasolinera y hamburguesería. Tenemos la sensación de haber sido
teleportados a Canadá.
El horizonte muestra a lo lejos un color ceniciento inconfundible: lluvia. Por suerte se
aguanta hasta última hora cuando, desviándonos de la autopista, buscamos un sitio tranquilo
donde dormir. Lo encontramos en Hok, más que un pueblo un área residencial, justo cuando
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la lluvia arrecia. Es la primera noche pasada por agua que dormiremos en la auto; espero que
el test de estanqueidad se lo realizaran correctamente.
La sensación de infinitud de los bosques que hemos atravesado, y la ausencia de
cualquier otra referencia es tal, que me hallo convencido de ir ya por la mitad de Suecia. Sólo
cuando localizo nuestra situación en el mapa general compruebo que apenas si le hemos dado
un mordisquito. Qué inmensidad de país.
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Malmö (S) 19:30 Hok (S) 22:30 273
37 43
DÍA 11. 17 Julio. Durante la madrugada ha dejado de llover. Al levantarnos incluso hace
sol. Pero a través de la claraboya del techo veo las nubes pasar muy deprisa, por entre las
copas de los pinos, lo que no da muchas garantías.
Salimos. Hay muy poco tráfico de camiones hacia y desde Estocolmo; deben de llevar las
mercancías por tren o por barco. Por eso nos sorprendemos al rebasar a uno matrícula de
Tarragona. Le saludo con algunos pitidos, pero él ni caso. Transcurren algunos kilómetros y,
en la circunvalación de Jönkoping, donde la velocidad se halla limitada a 90 por hora, siento
que me adelantan como una exhalación: es él, el camionerito español, que como un auténtico
vándalo va rebasando a todos los coches. Le seguimos un rato comentando lo que
avergüenzan e indignan determinados paisanos, ya que la fechoría la cometen ellos, pero nos
salpica a todos. Aprovecho una cuesta arriba para superarlo, y ya no lo volvemos a ver. Ni
falta que fa.
Primera avería
Durante bastantes kilómetros llevamos el lago Vättern a nuestra izquierda. Luego nos
desviamos hacia Linköping. Al rato no aguanta más y se pone a llover. Son chaparrones
breves pero muy intensos. Entonces, sucede.
El día anterior ya había notado que el limpiaparabrisas izquierdo se abría mucho en su
trayectoria, tanto que a veces acababa fuera del cristal. No le di excesiva importancia, pero en
uno de los viajes se engancha con la antena de la radio y allí se queda. 2 km. más adelante
hay una gasolinera; asomándome por la parte derecha del parabrisas consigo llegar.
Compruebo el desperfecto y coloco el limpia en su sitio, pero al dar el contacto veo que se ha
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quedado muerto. Horror: domingo, lloviendo, en Suecia… ¿Dónde encuentro yo un taller que
me lo arregle? Miro y remiro. Abro el capó. Me empapa la lluvia, pero la verdad es que me
importa bien poco. Después de un rato dándole vueltas observo con más atención y de
repente se hace la luz: el eje del limpia averiado se mueve normalmente, aunque no lo haga el
brazo. Ergo no se ha roto el motor que lo acciona al engancharse ni la transmisión, como yo
me temía. Saco el tapón de plástico que lo protege y me encuentro con que la tuerca que lo
sujeta está tan suelta que la puedo desenroscar con la mano. Dios mío, ¿será sólo esto el
problema? Con unos alicates pruebo a apretar la susodicha y ponemos el limpia en marcha.
Funciona hasta que otra vez se para. Es preciso apretar más la tuerca pero con una llave
inglesa, ya que con los alicates corro el riesgo de dejarla redonda. Llave no tengo. A nuestro
lado hay estacionada una auto sueca. Llamamos a la puerta, sale el dueño, le preguntamos y,
efectivamente, tiene una llave que gustosamente nos presta (y hasta un paraguas ofrece el
buen señor, en vista de que me estoy poniendo perdido de agua). La maniobra de apriete se
desarrolla satisfactoriamente. Damos las gracias (y la llave) a nuestro salvador, y hago el
propósito de agenciarme una a la primera de cambio.
Ya puestos, aprovechamos la parada para comer. Luego reanudamos el camino de las
ciudades köping (Norrköping y Nyköping), aproximándonos al Báltico. La lluvia
generalizada ha cesado, aunque de cuando en cuando van y vienen chaparrones. Es domingo
por la tarde. Hace ya una semana que a estas horas nos disponíamos a cruzar París. Desde
entonces el tiempo no ha fluido lineal, sino que más bien se ha estructurado en una sucesión
de momentos. Si algo me gusta de los viajes largos es la posibilidad que le dan a uno de vivir
el presente. Sin proyecciones hacia atrás o hacia delante, la vida del viajero se limita a lo
inmediato, y por eso se transforma en algo muy simple. Además, sólo viajando le es posible a
uno contestar a las tres famosas preguntas: quiénes somos, de dónde venimos y adónde
vamos. Cuando se vive en casa se puede responder como mucho a la primera.
20 km. antes de Estocolmo nos encontramos con un atasco. Parece el típico regreso de fin
de semana, pero no: detrás de nosotros empiezan a sonar sirenas. Entonces sucede algo
impresionante: los conductores, todos a una, se apartan a los lados y dejan paso libre por el
centro de la calzada a los bomberos, a la grúa, a las ambulancias. Acostumbrado a nuestro
país, donde los vehículos de socorro se mueven por el arcén, tardo un poco en reaccionar,
pero me quito de en medio a tiempo. Donde fueres haz lo que vieres.
Tardamos un buen rato en llegar al lugar del siniestro. Para entonces sólo quedan unos
frenazos en la calzada, un coche con el morro abollado y una señora con cara de shock,
asistida por alguien. En sentido contrario también ha habido un ligero golpe. Por mirar.
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Estocolmo es una ciudad lo bastante grande como para andar perdido si no tiene uno
claro dónde va. Nosotros traemos la referencia del puerto de Strandvägen, donde nos
encontramos con varias autocaravanas aparcadas. Es zona de parquímetros, pero las
autoridades de la ciudad son buenas y sólo cobran de 9 de la mañana a 5 de la tarde. Damos
un paseo por la orilla para ubicarnos. Hay pocos turistas. Primero vamos hacia la derecha, en
dirección a Nybroviken. Con el atardecer una luz especial habita el puerto de Estocolmo, que
trae recuerdos del Cuerno de Oro en Estambul. Aquí el ayuntamiento presume de tener un
agua tan limpia que incluso se pueden pescar salmones. Me sorprende en cambio el nivel de
ruido: hay muchos más coches que en Copenhague, ciudad de tamaño similar, pero sobre
todo quienes la lían son docenas de potentísimas motos que pasan continuamente atronando
las avenidas cual circuito del Jarama. Ignoro si son peregrinos a Cabo Norte, si es que es
domingo o simplemente la forma de macarreo local. Lo cierto es que me decepciona un poco,
ya que creía que, al igual que habían limpiado el agua y el aire, las civilizadísimas capitales
del Norte de Europa tenían más controlado el problema de la contaminación acústica.
Tras una breve parada en la auto, paseo en dirección contraria, con intención de localizar
el museo del Vasa. A la vuelta, ya anochecido, nos damos de narices con un cementerio que,
como en Malmö, no está vallado y no nos queda otra que cruzar. Entre las tumbas, que son
de auténtica película de terror, y la no menos terrorífica silueta del Nordiska Museet, lo cierto
es que las pasamos canutas. Por si fuera poco también está aquí el memorial en recuerdo de
las ochocientas y pico de víctimas de un ferry que naufragó en el Báltico.
Nos recogemos casi a medianoche, con una leve claridad de crepúsculo en el cielo.
Dentro de cuatro horas, en Estocolmo se hará de nuevo de día.
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Hok (S) 11:30 Estocolmo (S) 19:30
348 43 50
DÍA 12. 18 Julio. Lo primero que hago al levantarme es salir de la auto e irme hasta el
parquímetro. Anoche vi que aceptaba tarjetas, pero con la VISA no tengo éxito. No
disponemos de monedas para todo el día, de modo que le doy de comer 12 coronas para que
nos dé de margen una hora. Luego habrá que buscar algún otro sitio donde no cobren, lo cual
no es tarea fácil: todo Estocolmo es pura zona azul. Al final, hartos de dar vueltas, aparcamos
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en una calle tranquila pero con los inevitables parquímetros. ¿Qué hacer? Tengo 24 coronas
en el bolsillo. Se las entrego todas a la insaciable maquinita, y que sea lo que tenga que ser.
Espero que si viene el revisor sea clemente con los pobres guiris.
Bicicletas fuera y otra vez para el centro cruzando zonas sin edificar. Pasado un puente
estamos en la isla de Djugården, dedicada casi por completo a parque. Vamos por la orilla, en
el sentido de las agujas del reloj, hasta llegar al museo Vasa, donde exhiben el buque del
mismo nombre que se hundió en la bahía de Estocolmo hace trescientos años, y que
recuperaron y restauraron en los 60. Al principio decepciona un poco, porque aquello parece
un gigantesco hangar donde conservan el pecio en medio de una luz tenue. Entonces te dices:
esto lo ventilamos en diez minutos. Pero dicha impresión resulta engañosa, pues repartidas en
torno al barco, a distintos niveles, hay un montón de salas donde se nos muestran la época y
la cultura, la vida cotidiana en los barcos, una reproducción del castillo de popa, una
recreación de la construcción de barcos, proyecciones, multitud de objetos procedentes del
naufragio... El barco se hundió recién estrenado. ¿Por qué? Al parecer, prisas en la
planificación, presiones de rey, así como el empeño de éste en que lo cargaran con más
cañones de la cuenta. Se abrió una investigación, pero como las responsabilidades apuntaban
al almirante de la flota y al mismo soberano, la comisión se cerró sin emitir veredicto alguno.
Hay cosas que jamás cambian.
Al cabo de dos horas, agotados y hambrientos, aún sacamos fuerzas de flaqueza para ver
la extensión exterior del museo: un buque-faro de 1901 y un rompehielos, el Sant Nicolás, de
1915. Nuevecitos y anclados allí al lado. Nunca habíamos visitado un barco por dentro.
Quiero decir las zonas vedadas de ordinario a los pasajeros: puesto de mando, dependencias
de la tripulación, cocina. También conservan los objetos cotidianos. La sensación de que
estos barcos fueron usados hasta ayer mismo es palpable; en los camarotes incluso huele a
sobaquina.
Tras la extenuante visita, comemos lo poco que llevamos encima en un parque cercano.
Luego nos vamos a buscar la autocaravana, que afortunadamente no ha sido multada. Son
casi las cinco, hora en que los vampiro-parquímetros dejan de succionar, y a partir de ese
momento podemos reaparcar en el puerto. Dicho y hecho. Hoy hay más coches que ayer,
aunque por fortuna menos motos. Eso sí, a los estocolmenses paseantes parece que les causa
sensación ver las autos y a sus tripulantes estacionados en el puerto. No sé si esto de
pernoctar en la vía pública les parece demasiado gitano o qué.
Recorremos todo el Strandvägen camino de Gamla Stan. Nos marchamos por la mañana,
y no queremos dejar de visitar la parte vieja. Aquí sí que encontramos la típica calle
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abarrotada de turistas, estandarizadas tiendas de recuerdos y restaurantes que aspiran a
uniformar todos los lugares del planeta con estética idéntica . Acabamos en la Stortorget o
Plaza Mayor. Allí, sentados en un banco, reponemos fuerzas frente a la Academia Sueca y la
biblioteca de los Nobel. Luego nos vamos en busca del Ayuntamiento, que estamos buscando
en vano desde ayer: con este lío de puentes, canales, islas y penínsulas sobre el que está
asentado Estocolmo la verdad es que resulta difícil orientarse. Al final lo encontramos. A mí
me gusta tanto que no me hubiera perdonado el habérmelo perdido. Básicamente le encuentro
tres virtudes: a) La enorme masa del edificio queda aligerada desde el momento en que uno
franquea la entrada y descubre que la mitad del recinto es hueca y está ocupada por un patio.
b) La altísima torre de ladrillo que en los países escandinavos rivaliza con las de las iglesias,
contrapesando de este modo el poder religioso con el secular. En España, desde los árabes
–Giralda de Sevilla-, nadie ha construido rascacielos de ladrillo. c) El amplio jardín que se
abre a las vistas de la bahía y la ciudad, y que recuerda a los palacios venecianos.
Arquitectura sencilla, nada ostentosa, y al mismo tiempo elegante. Es aquí donde dan la cena
a los Premios Nobel.
Mientras estamos viendo el Ayuntamiento cae un chaparrón tremendo. Esperamos a que
amaine. Luego, contentos, con las últimas luces, regresamos a la auto, convencidos de que
ésta es una ciudad bonita. Sin más calificativos.
La estampa de Estocolmo para el recuerdo es una piel de color trigueño –se ve a los
locales increíblemente morenos- y unas chanclas resonando contra el pavimento. Diríase que
es el calzado nacional, al menos mientras dura el buen tiempo.
Pequeña lección de lingüística comparada
Decía Mark Twain que Inglaterra y Estados Unidos eran dos países separados por la
misma lengua. Algo así se puede decir del danés, el sueco y el noruego. Las tres
pertenecen, junto con el alemán, el inglés y el flamenco, a la familia de lenguas
germánicas. Creo que el sueco y el noruego son bastante similares. Las otras, en
cambio, parecen haberse distanciado bastante al evolucionar. Sin embargo, algunos
rasgos son reconocibles. Por ejemplo, la palabra calle se dice de la siguiente manera:
En Alemania, weg
En Holanda, veg
En Suecia, gatan
En Dinamarca, gade
En Noruega, gate
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Y todas ellas forman el compuesto calle de... añadiéndolo al final del nombre en cuestión:
Wallinweg, Wallingatan, Wallingade... Al igual que el inglés dice London Street
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Estocolmo Estocolmo 10
DÍA 13. 19 Julio.
Segunda avería
Desastre al canto: desde hace unos días de debajo del arcón donde va el depósito del agua
manaba un hilillo, pero no le habíamos concedido excesiva importancia. Con todo, el asunto
empezaba a preocuparme porque el volumen derramado aumentaba de mañana en mañana.
Hoy el problema ha alcanzado dimensiones de auténtica inundación. Por eso estuve
investigando en el arcón y palpando las juntas de la bomba, por si provenía de ahí el escape,
pero al menos las que estaban a mi alcance se hallaban por completo secas. Sin saber qué
más hacer voy al baño, abro la portezuela que hay bajo el lavabo y me encuentro el
estropicio: todo lo que hay debajo, incluida una caja de detergente, está requeteempapado.
Pensando que se trata de un problema de la rosca de la junta, la aprieto. Cuál no será mi
sorpresa cuando, al abrir el grifo para hacer la prueba, el agua se derrama ahora a borbotones.
Descubro acongojado que el agua no sale de la junta, sino del reborde metálico del desagüe,
que se ha despegado del plástico del lavabo; al apretar yo la rosca no he hecho sino
ensanchar el boquete y empeorar la situación. Cabreo por la ínfima calidad de los materiales
y al mismo tiempo alivio: si todo el agua vertida proviene de aquí, basta con no usar el
lavabo mientras ideo algo.
Mientras tanto han sonado las nueve, de manera que bajo a confesarme con el
parquímetro y entregarle las 12 coronas de rigor, aunque empiezo a sospechar que estos
suecos son tan cumplidores que ni revisan siquiera. Una hora después nos mudamos con la
auto hasta HaganParka, donde está el Fjärils och Fägelhuset, que es la Casa de los Pájaros y
las Mariposas. (hay en Estocolmo cerca de cien museos. Nosotros nos conformaremos con
dos). Aquí vienen los papás con sus niños pequeños para que flipen. Es interesante y está
bien, aunque esperaba algo más. De todas formas, para ver pájaros no hace falta pagar las 70
coronas que cuesta la entrada: en mi vida he visto un lugar donde se acerquen tanto a la
gente: gorriones y urracas, que en España huyen de los humanos como alma que lleva el
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diablo, aquí casi comen de la mano. El grado de civilización de un país se mide por cómo
trata a sus animales. La frase no es mía, sino de Gandhi.
Salimos del museo y enfilamos directamente hacia Sigtuna. En Estocolmo ya picaba el
sol, y al poco rato llega la respuesta correspondiente en forma de copioso chaparrón.
Mientras aclara, paramos en el aparcamiento del un gran centro comercial cercano al
aeropuerto. Aprovechamos para comprar algo de comida fresca, congelados y silicona
blanca, la cual me cuesta identificar porque las leyendas de los productos están en sueco,
noruego, danés y finlandés, pero de inglés nanay. Es un bote pequeño que parece de
pegamento, pero por lo que pago por él creo que en España me habrían dado un kilo. Tras la
comida seco el seno del lavabo y trato de sellar el boquete lo mejor posible.
Habíamos leído que Sigtuna era un pueblo muy bonito. A nosotros no nos lo pareció
tanto. Sí, en cambio nos gustó el lago, aunque se trata más bien de un fiordo, pues las aguas
que conforman el archipiélago de Estocolmo llegan hasta aquí. Eso sí, tan debilitadas de
salinidad que en ellas crecen los nenúfares.
Ha salido el sol. Buen paisaje y buenas vistas, pero hay que partir. Por primera vez en el
viaje, cedo a Bego el timón de la nave: 3.600 km. han hecho mella en mí. Pasamos Uppsala,
Gaüle (de donde era Amadís, el de los libros de caballerías), Söderhamn… Siempre hacia el
Norte y pegados al Báltico, que sólo avistamos en los entrantes. Pasado Hudiksvall
compruebo por el GPS que el amanecer ha ganado casi veinte minutos desde Estocolmo: el
sol sale aquí a las 3:38 de la madrugada, y se pone a las 22:15.
Abandonamos la carretera general unos 25 km. antes de Sundsvall. Dormimos a la
entrada de un camino, muy próximos a un paso a nivel –durante la madrugada oiremos la
campanilla de la barrera y el ruido de los trenes corriendo hacia el Norte o hacia el Sur-.
Antes de acostarnos salimos a dar un paseo. Son las doce y media de la noche, y pese a las
nubes aún hay algo de claridad.
Ahora sí que estamos en el Gran Norte.
Y nos atacan los primeros mosquitos.
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Estocolmo 13:00 Lago Sundsvall (S) 23:00
387 38 43
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DÍA 14. 20 Julio. Anoche nos acostamos a las dos de la mañana (nunca mejor dicho), de
modo que hemos amanecido pasadas las diez. La noticia buena del día es que el remiendo de
silicona en el lavabo ha funcionado: adiós a los escapes de agua. La mala es que nos llueve
desde por la mañana, y que el tráfico es denso y pesado, con muchas zonas urbanas sin
circunvalación. Ya no hay autopista, sino sólo dos carriles muy anchos, en los que los más
lentos se orillan para facilitar el paso. Personalmente no aprecio mucho dicha práctica –los
vehículos grandes, autobuses y camiones, no se apartan-, ya que la indefinición de las
circunstancias del adelantamiento lo vuelven peligroso. Ha tenido que haber muchas leches,
ya que están sustituyendo este diseño por otro que en mi opinión es el mejor del mundo, y
más barato que una autopista: en tramos alternos, la carretera dispone de un carril adicional.
Para evitar que quienes vienen de frente utilicen dicho carril cuando no les corresponde,
existe una valla de separación. De este modo jamás se adelantará viniendo vehículos de
frente.
A las cuatro de la tarde hemos recorrido unos 200 km. sin parar de llover. Buscamos un
sitio donde parar a comer y acabamos en uno de los muchos campos de golf de jalonan la
carretera. A diferencia de los de España, no se encuentra vallado, ni da la sensación de que
sea un deporte de privilegiados. Hay pelotas regadas por todas partes, y me llevo algunas de
recuerdo.
Comemos y esperamos a que amaine. A las siete de la tarde, sin que haya cesado la
lluvia, reemprendemos camino. Llegamos a Umeå (pronúnciese Omióo) cuando por fin
escampa. Nos detenemos en una gasolinera, y estamos atareados con el agua y el gasoil
cuando para a nuestro lado una auto italiana. Son cuatro: una pareja de más o menos nuestra
edad y otra mayor, los suegros. Van también a Cabo Norte, claro. Les pregunto que dónde
piensan pasar la noche. Me responden que en Lövånger, en un porticello que hay. Yo ya
había estado consultando en el navegador la posibilidad de llegar hasta allí, de manera que
les respondo que anche noi. Ellos salen delante. Cuando llegamos al pueblo no encontramos
el puerto por ningún lado, y sí en cambio un aparcamiento donde hay una auto enorme. No
hemos terminado de aparcar cuando aparecen los italianos. El hombre joven me dice que
ellos sí que han dado con il porticello, pero que les pareció demasiado solitario y se han
vuelto para acá. Pienso que a lo mejor bromea, pero la cara del tipo es absolutamente seria.
Me río por dentro pero disimulo: ¿inseguridad en Suecia? Si vieran donde dormimos
nosotros anoche… Tal como yo veo el país, ni pagando conseguirían que les viniesen los
ladrones a robar.
En Lövånger el sol sale a las tres de la mañana, y se pone a las 22:22.
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Palabra sueca aprendida hoy: färdsopor (bolsa de basura.)
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Lago Sundsvall (S) 12:00 Lövånger (S) 22:30
373 53 61
DÍA 15. 21 Julio Salimos de Lövånger. Lo primero que hacemos es visitar el porticello,
que está a 5 km. del pueblo. Cuando llegamos y vemos lo maravilloso del sitio, lamentamos
no haberlo encontrado nosotros, y nos burlamos del miedo de los italianos. Después
reanudamos el camino del Norte. Aquí el tráfico empieza a ser más relajado y menos denso
que el que tuvimos ayer. Se suceden los tramos que disponen de carril de adelantamiento
alterno con los de uno solo por cada lado, y allá te las compongas. Prueba de lo peligroso de
este sistema es que, por una vez que me pongo a adelantar, aparece otro vehículo detenido en
el arcén. De frente viene una gran furgoneta que no hace ademán alguno de dejar sitio.
Menudo susto que pasamos el adelantado y yo. En otra ocasión, uno que viene rebasando de
frente invade mi carril y me obliga a echarme al arcén. Parece mentira que, incluso en un país
que es la cuna del civismo en carretera, te encuentres algunos que conducen a la mexicana:
en vez de con las manos, con los cojones.
Pasamos Skellefteå, Piteå, Luleå y Raneå. La verdad es que subir la costa del Báltico ha
sido un poco duro y aburrido, debido sobre todo a la lluvia y a la monotonía de los paisajes,
que parecían pasar una y otra vez ante nuestro parabrisas, como un tiovivo de feria. Por otro,
qué verdad es la aseveración de que el tiempo depende de la velocidad del observador: hace
quince días que salimos de casa, y parece que hubieran pasado seis meses. La vida cotidiana
cae bien lejos ahora, aunque a menudo hablamos de casa de y nuestra gente. A veces es
necesario viajar mucho y lejos para darse cuenta de que nuestras raíces en los sitios y en las
personas son mucho más profundas de lo que sospechamos.
Paramos a comer en Kalix, a la orilla del fiordo –aunque no son escarpados como los
noruegos, también se los llama así-. Luego, mientras paseo por la orilla, me llaman la
atención varias cosas: la primera, que pese a la lluvia intermitente y a los 15 grados de
temperatura los oriundos van en manga corta, y casi todos sin paraguas. La segunda son unos
postes con enchufes que hay a la puerta de las casas y los establecimientos y que ya vimos
ayer en Lövånger. Supongo que sirven para conectar -y evitar que se descarguen- las baterías
de los coches en las crudas noches de invierno que debe de haber por estos lares. La tercera
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es descubrir que los buzones de las casas, a la entrada del jardín, no tienen cerradura, sino
que son más bien cestos con tapa y que el cartero echa la correspondencia por el mismo lugar
donde la recoge el destinatario. Reflexiono sobre la confianza y el respeto mutuos que hacen
falta para que esto sea posible.
De vuelta a la auto compruebo que todo el lateral está cuajado de mosquitos. Está claro
que sus dominios comenzaban en Sundsvall, pero habrá que esperar a esta noche para darnos
cuenta de que aún no hemos visto nada.
A la salida de Kalix nos encontramos el quinto accidente del viaje. Como el de Holanda y
el de Dinamarca, ha sucedido en un cruce. No parece haber víctimas.
A medida que nos acercamos a la frontera los nombres cambian, y empiezan a tener sabor
finés. El mismo nombre de Haparanda lo es. No hay transición entre esta localidad y Tornio,
que está ya al otro lado. Luego se empiezan a percibir los sutiles cambios delatadores de que
éste es otro país, otra mentalidad y otra manera de ver y de hacer las cosas. Por ejemplo, los
precios: en Finlandia el gasoil está unos 16 céntimos de euro más barato que en Suecia. O
sea, 27 pesetas de las de antes. Y hablando de euros, resulta curioso, tras recorrer casi 5.000
km, encontrarse la misma moneda que en España. Después del follón de coronas es un poco
como volver a casa.
Las otras monedas
Dinamarca está en la Unión Europea pero no adoptó el euro. Suecia está en la Unión
Europea pero no adoptó el euro. Noruega ni está en la Unión Europea ni adoptó el euro...
¿Cuál es la moneda de estos países? La corona. Ah, pero ¿tienen la misma moneda? No,
pero se llama igual en los tres. Y para más inri su valor es parecido: la más cara es la corona
danesa, a 0,13 euros. Le sigue la noruega, a 0,12. La más barata es la sueca, a 0,11.
Y yo digo: llamándose la divisa igual y con un valor tan parecido, ¿cómo es que no se le
ha ocurrido a esta gente hacer una unión monetaria entre los tres países? Imagino que por la
misma razón que dos de ellos no han aceptado el euro y el tercero ni siquiera ha querido
entrar en la Unión Europea: defensa de la soberanía nacional. Sólo que esta situación de tres
monedas idénticas me recuerda a Nepal, que tiene la hora oficial adelantada diez minutos
para diferenciarse de la India
Por lo pronto, para el viajero es un perjuicio, sobre todo si ha guardado dinero porque va
a volver a pasar por el mismo país: cuando llegue a Noruega tendré que habilitar tres
bolsillos: uno para las coronas, otro para las coronas y un tercero más para las coronas.
Procurando, eso sí, que no se mezclen.
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Pasado Tornio remontamos el río Torneälven, que hace de frontera entre Suecia y
Finlandia, para ir a dormir a los rápidos de Kukkolankoski. Estamos a 100 km. en línea recta
del Círculo Polar. Aquí el sol ya se pone a las 22:37, y sale a las 2:22 de la mañana.
Por la noche, como ya se ha adelantado, recibimos una lección magistral por parte de los
mosquitos lapones. Estos animalitos, capaces de liquidar a un reno, disfrutan de una fama
mundial por completo merecida, como comprobamos en nuestras carnes: pese a que
habíamos tenido bastante cuidado y tuvimos abiertas lo mínimo puertas y ventanas, durante
la cena fueron apareciendo uno tras otro hasta veinte ejemplares, que nosotros rematábamos
cumplidamente con el matamoscas adquirido en Elizondo. No hará falta decir que con tanto
jaleo nos entró indigestión. La psicosis subió hasta tal cota que llegamos a creer que se
colaban por algún recóndito agujero ignorado por nosotros: taponamos con cinta americana
el respiradero del baño y la chimenea de la cocina.
A medianoche parecía que habíamos acabado con todos, pero para más seguridad y a
riesgo de perecer asfixiados, rocié el interior de la autocaravana con insecticida.
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Lövånger (S) 11:00 Kukkolankoski (FIN) 21:00
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DÍA 16. 22 Julio. La matanza de mosquitos, que creíamos concluida anoche, se reanuda
esta mañana. Amanecemos cosidos a picotazos (especialmente Bego) y muy cabreados. El
balance es el de diez mosquitos más liquidados, que inexplicablemente escaparon al
insecticida. Dos o tres van tan cargados que donde los matas lo ponen todo perdido. Es una
sensación curiosa y al tiempo repugnante ver tu propia sangre estampada por ahí. Descartada
la posibilidad de que hayan perforado la pared del habitáculo, nos inclinamos a creer que
todos ellos entraron anoche pegados a nuestra ropa.
Nos sentimos bastante desmoralizados. Bego sugiere que suspendamos el recorrido por
Laponia y subamos hacia donde haga más frío. Para animarnos, imaginamos un documental
inédito de Félix Rodríguez de la Fuente titulado El mosquito Lapón donde el popular
naturalista, con su característico tono doctrinal, describiría el ataque del insecto y su posterior
conversión en presa. He aquí un fragmento:
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El mosquito lapón (pausa) ahíto (pausa) busca descanso
(pausa muy larga). Poco sospecha nuestro protagonista
(pausa corta) que su víctima (pausa) prepara la venganza
(caída de tono final).
Finalizado el documental, salimos al exterior a ver los rápidos. No hay mosquitos en la
costa. Hace sol por primera vez en tres días, algo que se agradece. Pasamos horas
contemplando el agua que fluye y luego, ya en la auto, cambiamos el rumbo: hasta aquí
hemos seguido el itinerario clásico hacia Cabo Norte, pero ahora vamos a innovar por nuestra
cuenta: hoy iremos hacia el Sur, siguiendo la costa, hasta Oulu. Tenemos por delante 150 km.
de carretera saturada. En el trayecto vamos averiguando algunas palabras finesas. Así,
confirmamos que Karhu significa oso, que Simo es salmón, y que por tanto Simonjoki es el
río de los salmones. El finlandés es una lengua única, sin filiación con los idiomas vecinos,
como el sueco o el ruso. Hubo quien le buscó parentesco con el vasco. La aseveración parece
una fantasmada, pero existe fundamento: en primer lugar, porque ambas son lenguas con
declinación, como el latín, sólo que con muchos más casos. Así, por ejemplo. Oulu es
nombre de ciudad. Si yo quiero decir de Oulu pues entonces escribo Oulun. La analogía llega
incluso a algunas términos del vocabulario (tunturi, en finés, montaña. En vasco, tontorrea
cima), al vocalismo y a la fuerte pronunciación de la erre.
Mi opinión es la siguiente: cuanto más antiguo es un idioma, más cerca se halla de la
lengua primordial. Al ser el lenguaje dinámico y volátil por naturaleza, no es posible hallar
fósiles, como tampoco realizar pruebas de ADN o Carbono 14. Las familias lingüísticas a
que pertenecen el euskera y el finés hace mucho que desaparecieron. Por eso podemos decir
de ellos que sí, que pertenecen al mismo puzzle, pero que al mismo tiempo son piezas que no
encajan.
Tercera avería (que ya son...)
Llegamos a Oulu. El frigorífico, que nos había dado lata desde principio del viaje y que
nos costó dios y ayuda encender en Umeå, decide que por ahora ya está bien. Todos los
intentos por volver a reanimarlo resultan infructuosos. Yo lo siento por la comida del
congelador, aunque por fortuna ya no queda mucha. Por probar, cambio el regulador de una
bombona a otra, y descubro que la que se encuentra al uso está casi vacía. ¿Significa eso que
hemos consumido una botella de gas en quince días? De ser así vamos listos; me veo sin
ducha y a base de bocatas en Noruega.
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Mientras reflexionamos sobre nuestras cuitas domésticas, nos vamos a dar una vuelta por
el pueblo. La primera impresión de Oulu no es buena: lo primero que descubrimos es que sus
habitantes son mirones, al menos los de las terrazas de los bares, que nos escudriñan tan sin
recato que resulta incómodo. Después vienen las bicicletas, para evitar los adoquines de la
calzada, circulan por las aceras sin contemplación ninguna con los peatones. Procuramos huir
de las calles más transitadas, y así descubrimos que Oulu se halla surcada de canales. Se pasa
de una isla a otra por puentes. De casualidad encontramos un aparcamiento ideal para dormir
junto al estadio, donde ya hay varias autocaravanas. Otra sorpresa agradable es que no vemos
mosquitos, pese al cartel en un parque cercano que avisa de su presencia.
Descubrimos también que están de fiestas, y que este año se cumple el 400 aniversario de
la fundación de la ciudad. Paseamos entre los chiringuitos, donde los oulenses comen a
cuatro carrillos, cuando de repente nos fijamos en las bombonas que usan las cocinas de los
puestos. Están pintadas de otro color, pero yo diría... ¡Son como las nuestras! Por si fuera
poco el regulador también es idéntico. Antes hemos pasado por la oficina de turismo, pero
estaba cerrada. Ahora encontramos otra en el puerto. La chica que atiende nos explica que las
bombonas las venden en las gasolineras. Nos indica una. Vamos hasta allá, pero se niegan a
vendérnosla alegando que no se pueden sacar de Finlandia (¿serán alguna droga dura?) Sin
desanimarnos, nos vamos a otra que se encuentra en el extrarradio, donde según nos dijeron
les venden el gas a los dueños de los yates. El empleado examina la válvula de nuestra
bombona poco convencido, pero le pedimos que please nos deje hacer la prueba con una de
sus bombonas grises. El regulador le va como anillo al dedo, y así pasamos a ser poseedores
de una bombona de propano finlandesa que, oh casualidad, es idéntica a las españolas.
Nuestra querida bombona naranja queda allí; me imagino la cara del butanero -¿o debo decir
propanero?- cuando venga a recoger los envases vacíos.
Gas tenemos. Queda el problema de la rebeldía de la nevera, que trataremos de solucionar
mañana. Aunque nos queda algo limpio, no nos vendría mal lavar ropa.
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Kukkolankoski (FIN) 12:00 Oulu (FIN) 15 :00
162 40 40
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DÍA 17. 23 Julio. Mañana perdida en Oulu: no sabemos si por sábado o por fiesta, el
caso es que están cerrados tanto el servicio técnico del frigorífico como la lavandería. Paseo
por la ciudad. Compramos huevos y una docena de cervezas marca Karhu, a algo más de un
euro la unidad. Me pregunto cuánto costarán en los bares.
El precio de las bebidas no es sin embargo obstáculo para el alto índice de alcoholismo
que existe en el país. De vuelta a la auto un borracho se mete con nosotros. No en plan
bronca, sino más bien pedorreando.
Visita a la biblioteca pública, que está muy bien: tiene taquillas, guardarropa y cafetería.
Además, disponen del periódico El País y acceso gratuito a Internet durante un cuarto de
hora. Nos enteramos así del pavoroso incendio de Guadalajara y las muertes subsiguientes.
Está claro que las peores noticias son las que viajan más lejos.
Salimos de Oulu hacia el Este, primero por la carretera 833 y luego por la 836. La
sensación de cambio es inmediata: alejados de la costa, desaparecen los coches y desaparecen
los pueblos. Era de esperar, en un país tan enorme con sólo 5,5 millones de habitantes. La
carretera se vuelve una interminable cinta de asfalto rodeada de bosque. Atravesamos lo que
en el mapa son pueblos, y en la realidad cuatro casas. Seguimos viendo los buzones sin
cerradura, en ocasiones varios juntos. Aquí todo el mundo confía en su vecino, o al menos lo
del otro es sagrado.
Llegamos a Kalliuskoski, que viene marcado en el mapa como paraje de interés natural
–koski significa en finés rápido de río-, pero es interesante sólo para los pescadores de
salmón. Entiendo que en este país de aguas quietas la más leve corriente de agua es objeto de
veneración, pero riachuelos como éste los hay en España a patadas. Lo que no anuncian por
ninguna parte son los mosquitos, que nos acosan en nuestro paseo por la orilla.
En cambio, nos gusta mucho más el lago que haya las afueras de Puolanka, dorado por
las luces del atardecer. Se oye un trueno; es una tormenta estival que pasa por allá enfrente.
Algo que nos llama la atención desde que entramos en Suecia es lo dilatado del horizonte: al
ser la tierra achatada por los polos, aquí se ve más: la sensación es de total infinitud, con la
tierra y las nubes perdiéndose en la lejanía.
En el pueblo, apenas unos edificios dispersos, hay también una torre de iglesia –del
cuerpo sólo quedan los cimientos- con las tejas de madera. Junto a ella, un cementerio de la
Segunda Guerra Mundial. Muchachos de veinte años, abatidos seguramente por los
soviéticos (Finlandia fue aliado de Alemania; hay amistades que son realmente peligrosas.)
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Seguimos camino con intención de llegar a Suomussalmi. Sin embargo, a los 2 km. veo
un desvío y un cartel que indica a Hepokongas. Escamados por la desilusión de los rápidos,
nos acercamos. Tras un paseo a pie de quinientos metros, encontramos una bonita cascada.
En el aparcamiento hay otra auto finlandesa con intención de pernoctar. Nos sumamos a
ellos. Cerca de aquí hay una cafetería cerrada. Aprovechamos el grifo que tiene a la puerta
para llenar el depósito. Es la hora del crepúsculo, y los mosquitos aparecen por millones,
pero la experiencia y el repelente contra insectos nos hacen llevarlo mejor que anteanoche.
Ha hecho un día espléndido, pero a la hora de la cena nos cae encima una tormenta de las de
aquí te espero.
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Oulu (FIN) 14:00 Hepokongas (FIN) 20:00
143
DÍA 18. 24 Junio. Hoy pensábamos hacer una ruta senderista corta por los alrededores,
pero preferimos salir para llegar antes a la zona de Kuusamo. Por eso continuamos hacia el
Este en dirección a Suomussalmi, donde repostamos gasolina. Ahora volvemos a girar hacia
el Norte, pero en lugar de coger la carretera general, preferimos otra secundaria que va
pegada a la frontera rusa. Rusia es el exotismo y el morbo de lo desconocido, y la medida
exacta de lo lejísimos que estamos de casa. Hay un tramo de casi 100 km. donde apenas hay
pueblos y casi no pasan coches. Es aquí donde vemos los primeros renos. Se trata de un
grupo de hembras con las crías. Dejo la auto en mitad de la carretera, con la señalización de
peligro puesta, y nos bajamos. Inocentes de nosotros, al principio creemos que son salvajes,
hasta que nos damos cuenta de que los hay que llevan collar. Nos acercamos para hacer fotos.
Al caminar fuera de la carretera comprobamos la extraña textura del suelo: es como una
gruesa alfombra de liquen debajo de la cual hay agua. Volvemos a la auto, y encuentro un
sitio para aparcarla un poco más adelante. No nos vamos, porque llega un grupo de machos
que pasan junto a nosotros. Llama la atención lo grandes que son sus pezuñas, muy similares
a las de los dromedarios, diseñadas para caminar por este terreno empantanado y por la
nieve.
Nos despedimos de estos renos y continuamos viaje. Y digo bien, porque a partir de aquí
y hasta Cabo Norte habrá que ir con mil ojos puestos en los arcenes, pues los animalitos
campan a sus anchas y son los conductores quienes tienen que hacer todo lo posible por
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evitarlos. No todos los consiguen: al pasar una curva nos encontramos con un conductor que
prefirió la cuneta antes que el topetazo del reno. Está con él la policía.
Comemos a la orilla de uno de los muchísimos lagos , y a eso de las seis de la tarde (hora
española, las 7 finlandesas) llegamos a Kuusamo, considerado la entrada de Laponia por esta
parte. Allí, en una descomunal y bien atendida oficina de información, nos proporcionan
mapas y nos indican cómo acceder al Parque Nacional de Oulanka. Le preguntamos si hay
problema para pernoctar dentro. Nos dice que no.
Nuestro vocabulario finés sigue incrementándose: Järvi es lago, y Kiitos, gracias. Entramos
en un hiper que hay enfrente. Al estar los precios en euros, es posible hacer mejor la
comparativa con el propio país. La conclusión es que los productos no nos parecen caros. En
todo caso, bastante más baratos que en Suecia.
Una negrísima tormenta que avanza desde el Sur sigue nuestros pasos. Perseguidos por
ella subimos por Ruka hasta Käylä y nos desviamos a la derecha por una pista de tierra de 12
km. que nos pone en el centro de visitantes del parque. Tenemos el tiempo justo de aparcar
antes de que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas. Dura la tormenta unos tres cuartos
de hora, y es la más fuerte que nos ha caído encima hasta la fecha.
Afuera hay una temperatura de 18 grados, lo cual parece mentira, habida cuenta de la
latitud a la que nos encontramos. El sol sale a las 2:06 de la madrugada, y no oscurece ni por
recomendación.
A nuestro lado aparca una furgoneta francesa. Luego, nada. El silencio es total.
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Hepokongas (FIN) 11:00 Oulanka
(FIN) 20 :00 280
43 41
DÍA 19. 25 Junio. Hoy toca andar, cosa que deseamos mucho después de tantos días de
conducción. Al parque nacional de Oulanka lo cruza de Norte a Sur una ruta senderista muy
popular en el país denominada Karhunkierros, que significa Senda del Oso, de 80 km. de
longitud. El centro de visitantes del parque cae más o menos a la mitad. Ante la
imposibilidad de realizar el recorrido lineal, decidimos hacer uno de ida y vuelta. Así,
salimos en dirección Norte siguiendo el curso del río Oulankajoki. Nuestra intención es
llegar hasta un cañón que hay a 14 km. de distancia. Como de vuelta son otros tantos,
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pensamos que la distancia quizá sea excesiva, pero nos anima el que no existan grandes
desniveles.
Las penas de Oulanka
Hace calor, y vamos en manga corta. Enseguida nos damos cuenta de que va a ser día de
mosquitos, por lo que vamos pertrechados con repelente de insectos y aparatos de
ultrasonidos que, en teoría, los ahuyentan. Luego, a los pocos kilómetros de comenzar, nos
damos cuenta de que la cosa va a ser más complicada de lo que a simple vista parece: se
camina despacio debido a las piedras y a las numerosas raíces que cruzan el sendero. Y en
cuanto al repelente, en cuyo prospecto se asegura que es para condiciones extremas
–mosquito de la malaria y la fiebre amarilla- y una duración de seis a ocho horas, no
consigue mantener a raya a los mosquitos lapones más de dos. A mí me pican en los
hombros, a través de la camiseta, y también en cada milímetro cuadrado donde haya olvidado
darme el maldito repelente. Ni en Cuba ni en Perú me atacaron tantos bichos como aquí. Nos
cruzamos con excursionistas que llevan la cabeza cubierta con redecilla, y algunos infelices
que han osado venir en pantalón corto. Ignoro si esto será así todos los años o si depende en
cierta medida de la temperatura. Entre mordisco y mordisco, la voz de Félix resuena fatídica
en nuestros oídos: Nuestros turistas / avanzan confiados./ No imaginan / que agazapado en
lo más profundo de la taiga / les aguarda / el mosquito lapón.
El paisaje es monótono: pinos, abetos y abedules. Pocos animales (sólo vemos una ardilla
y un reno). Sorprende que no haya árboles de gran tamaño: como aquí no se practican talas,
no sé si es que las condiciones climáticas extremas les impide ser longevos o si es la labor de
zapa de los insectos (se ven muchos troncos en el suelo, incluso jóvenes, totalmente roídos).
Llevamos andados 9 km. Después de cruzar tres puentes colgantes, llegamos al refugio
de Taivaköngäs. Una pequeña isla tapona el curso del río, formando así un embalse natural.
Comemos aquí, pero dentro del refugio; para ello tenemos que liquidar primero los
mosquitos que se han colado dentro. Llega gente más hecha polvo que nosotros y salimos al
exterior. Pero no vale la pena estar parado peleándose con los zancudos, así que
proseguimos. Toca subir ahora un largo tramo de escaleras de madera. Entre las cotas
máxima y mínima creo que no hay cien metros de diferencia, pero las continuas subidas y
bajadas convierten el recorrido en un rompepiernas. La humedad ambiente es tal que parece
que nos hallemos en la selva tropical.
Estamos en medio del bosque. La identidad del espacio es tal que, si de repente
desapareciera el sendero, no sabríamos orientarnos en este laberinto verde. Al final, tras unas
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cuantas subidas más, llegamos a un mirador desde el que se contempla el cañón. Decepción:
esperaba algo parecido a las calizas de Ordesa, pero entre estas duras rocas las verticales
paredes se hallan muy separadas. Descansamos el breve rato que nos dejan en paz los
mosquitos e iniciamos el regreso. Las cuatro horas de vuelta se convierten en algo obsesivo
por las nulas variaciones del paisaje. Lo dificultoso del terreno, por otro lado, nos va pasando
factura, sobre todo en las rodillas. Llegamos a perder la noción del tiempo. Por fin, sobre las
diez de la noche -¿o debo decir del día?-, llegamos a la autocaravana. Hogar, dulce hogar.
En vista de lo visto, sospecho que la traducción que dan al foráneo de Karhunkierros no
es fidedigna, sino que sospecho debe de ser algo así como Senda del Oso cabreado que huye
de las picaduras de los mosquitos.
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Hepokongas (FIN) Hepokongas
(FIN) 0
DÍA 20. 26 Julio. Nos levantamos doloridos y, especialmente yo, acribillados. Tras
aplicarme abundante pomada antiinflamatoria, nos vamos a ver la cascada de Kiutkaköngäs,
que por suerte está más cerca que el cañón. El paseo nos resarce de todas las penas de ayer:
carece de dificultad, las vistas son hermosas, no se divisan mosquitos y para postre nos
encontramos con una rena y su cría que llevan el mismo camino que nosotros. Comen ajenas
al trasiego de turistas, y sólo se espantan cuando se junta mucha gente a fotografiarlas.
Aprovechando un momento en que están tranquilas, consigo tocar a la madre. Aún conserva
parte de la lana invernal, que está empapada de agua.
Vista la cascada, volvemos a la auto. Con ella continuamos por la pista de tierra que
trajimos hasta aquí y que lleva a Lükasenvara. Habíamos pensado en recorrer este tramo en
bicicleta; menos mal que no lo hicimos, porque al principio hay unas buenas rampas, y hoy
nos duele hasta el alma. Como el suelo está mojado, en el esfuerzo de subir la auto patina, y
el conductor se acojona.
A los 14 km. la pista se interrumpe bruscamente ante una barrera pintada de amarillo y
negro. Éste y no otro es el motivo de esta excursión: ver y palpar la frontera entre Rusia y
Finlandia. En medio existe una tierra de nadie de hasta 3 km. de anchura, a la que está
prohibido acceder sin un permiso especial.
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Esta frontera es relativamente reciente, pues se remonta a la Segunda Guerra Mundial: al
rendirse los finlandeses en 1944, la entonces Unión Soviética desplazó la demarcación 30
km. hacia el Oeste. Teniendo en cuenta que de Norte a Sur mide 1.400 km., se puede decir
que Finlandia perdió una superficie similar a la de Extremadura. Dicha frontera, además,
estuvo cerrada a cal y canto hasta 1980. Hay pasos que están abiertos todo el año. Éste, en
cambio, sólo abre a temporadas.
Hay que dar la vuelta. Por suerte, disponemos del camino de entrada a una casa junto a la
misma barrera.
Regresamos al aparcamiento de Oulanka. Tras la comida y una siesta compensadora por
el palizón de ayer, emprendemos viaje hacia Rovaniemi. En realidad es un destino que
podríamos perfectamente evitar y enfilar directamente hacia el Norte, pero ¿quién se resiste a
conocer el Círculo Polar en la presunta aldea de Papá Noel? Salimos a las 19:00 horas y
desandamos la pista por la que llegamos hace dos días. Por el camino empieza a llover,
aunque son cuatro gotas. Al cruzar una carretera secundaria, susto morrocotudo: las señales
de stop no parecen existir en Finlandia, y las sustituyen por Ceda el Paso. Esto también lo
veremos en Noruega, y exige un cambio de mentalidad: hay que detenerse donde uno está
acostumbrado a entrar mirando y a poca velocidad.
Salimos a la carretera general camino de Kemijärvi. Vamos hacia el Oeste, y el sol nos da
de cara. Como el asfalto se ha mojado con la lluvia, apenas veo. Voy despacio por miedo a
un encontronazo con renos, cosa que no parece importarles a los trailers de dos remolques,
que, armados de imponentes defensas, se lanzan a cien por hora como trenes de la taiga.
Encontramos a nuestros astados amigos al menos en seis ocasiones, y soy yo quien tiene que
reducir la velocidad, ya que ellos no se apartan hasta que no estamos encima. Ahora
comprendo por qué he visto autocaravanas que también llevaban barras delanteras de
protección.
Me imagino lo que sería si en nuestra tierra anduviesen sueltas por la carretera las vacas y
las ovejas; a lo mejor nos volvíamos tan prudentes conduciendo como los finlandeses.
La luz parece suspendida, y con las nubes acostadas en el horizonte resulta
extraordinaria. Entreveo un lago entre los árboles y no resisto más: me orillo en un
apartadero. Es el Karhujärvi (Lago del Oso). Inmenso, pero que no consta en nuestro mapa
de carreteras. Ni un soplo de brisa altera su superficie. En el medio hay una isla que parece
sacada de los sueños. De un recodo surge una vieja barca de remos con tres personas a bordo.
El silencio es tal que se las oye hablar pese a hallarse a más de quinientos metros. Da un
rodeo y luego empieza a acercarse a nosotros. Quien rema es una joven, una niña va en el
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centro, y el que está al timón un hombre. Llegan a nuestra altura, él nos saluda en finés, y
nosotros contestamos en castellano. Yo todavía no sé muy bien cómo entrarles a los
finlandeses, porque los que hemos tratado hasta ahora parecen adscribirse a dos grupos muy
polarizados: o son extremadamente simpáticos o fríos y casi hoscos. Se produce un instante
de desconcierto, hasta que Bego se arranca en inglés. La chica dice que ella lo habla a little,
pero ya quisiéramos muchos dominar ese little como ella. Al parecer estudia secundaria en
Helsinki. El padre y la pequeña viven en la zona. Se sorprenden de que vengamos de España
–un país calentito, dice-, y más aun de que viajemos en autocaravana. El padre quiere saber
adónde vamos. Nordkapp. Hace un gesto de asentimiento; la traducción resulta innecesaria .
Nos despedimos. Desde la orilla les ayudo a salir empujando la barca, y veo en la mirada del
hombre un gesto mitad sorpresa, mitad agradecimiento.
Reanudamos camino, aunque yo me quedaría en este sitio por toda la eternidad (sobre
todo hoy, que no hay mosquitos). El sol parece prendido sobre la línea del horizonte; cuando
crees que ya se ha puesto, vuelve a aparecer entre los árboles.
En Kemijärvi, nueva parada. Fluye por aquí el río Kemi, que pasa por Rovaniemi y
desemboca en el Báltico junto a Kemi, la ciudad que le da nombre (pasamos por allí de
camino a Oulu). Aquí se remansa dando lugar a un enorme lago sobre cuyas aguas se irisa el
sol poniente.
En algún punto antes de Kemijärvi hemos rebasado el Círculo Polar, sin alharacas.
Vamos ahora hacia el Sur, forma un tanto extraña de llegar a Rovaniemi. Por fin se puso el
sol de la tarde tal vez más espléndida del viaje. Empieza a rodearnos la penumbra y a los
lados de la carretera surgen densas masas de neblina que, suspendidas a un metro del suelo,
confieren al paisaje un aura increíble y fantasmal.
8 km. antes de Rovaniemi llegamos al monumento que sobre la carretera marca la línea
imaginaria del Círculo Polar. Nos desviamos buscando el aparcamiento de la aldea de Santa
Claus, pero inexplicablemente lo pasamos de largo. Dando rodeo por una carretera
secundaria aparecemos en Rovaniemi. Como es una ciudad pequeñita, del primer vistazo ya
divisamos el túnel acristalado del Arkticum y el puente denominado La Vela del Leñador.
Buscamos un lugar tranquilo donde dormir, y lo hallamos en la calle Jorma Eton, paralela a
Hallituskatu y cerca de una gasolinera. Hace aquí cuatro grados menos que en Oulanka.
También es la primera noche sin nubes en una semana y por eso, aunque es medianoche,
cenamos sin encender las luces.
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S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Oulanka
(FIN) 19:00 Rovaniemi (FIN) 23:00
231
DÍA 21. 27 Julio. Generalmente por las mañanas, mientras despierto, voy tomando
gradualmente conciencia; primero del sitio donde llegamos ayer. Después, de cómo está
orientada la autocaravana. Hoy ha sido distinto, porque a las siete de la mañana me saca del
sueño en volandas el familiarísimo sonido de una grúa eléctrica, que trae consigo recuerdos
de un lejano país del Sur del que salimos hace tiempo. En el terreno inmobiliario, dicho país
contrasta fuertemente con lo visto de los Pirineos para arriba principalmente en tres aspectos:
a) Por aquí, como ya dijimos de Alemania y Dinamarca, nadie pone rejas en las ventanas b)
En sitios como Suecia y Finlandia la vivienda es comparativamente más barata que en
España. c) Curiosamente, y por contraste, no se observa el ímpetu constructor que impera en
nuestra tierra, donde todo parece estar siempre patas arriba y donde absolutamente todo el
capital parece destinado a enterrarse en ladrillo. Como ni siquiera la capacidad de
especulación es infinita, me pregunto qué ocurrirá cuando el mercado diga basta y los pisos
no valgan ni el cemento que se ha empleado en ellos.
Algo que todavía no he dicho de Finlandia es la cantidad de autocaravanas que se ven por
todos lados. En Rovaniemi, que tiene 30.000 habitantes, existen al menos dos concesionarios.
A uno de ellos nos dirigimos en busca del servicio técnico del frigorífico. Trastean más de
una hora en busca de la avería. Después de mucho probar comprobamos que enciende,
aunque no siempre a la primera. Lo más curioso de todo es que el taller está a una manzana
de distancia del concesionario, y que tenemos que ir hasta allí, albarán en mano, para que nos
cobren. Se fían, vaya.
Encuentro en la primera fase
Cuando terminamos con el frigorífico es casi mediodía. Nos vamos al Arkticum, que va a
ser lo único que veamos de Rovaniemi. Al entrar en el aparcamiento nos cruzamos con una
Benimar de matrícula inconfundiblemente española. Bajo el cristal y nos saludamos. El
conductor, un tipo joven, me pregunta que si vamos a Cabo Norte (hombre, a estas alturas...)
Declara, como apenado, que somos los primeros españoles que ve en el viaje. Respondo que
nosotros también, y le pregunto si tiene idea de dónde van a dormir, pero no saben, van
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tirando para arriba. “¿De dónde sois?” “De Murcia. ¿Y vosotros?” “De Cáceres”. Nos
despedimos.
Del Arkticum no sabría decir qué es más impresionante, si la forma de nave espacial que
tiene el edificio, parcialmente bajo tierra, o las exposiciones sobre la vida en el Ártico
–exceptuando las fotos de trampas con bicho dentro y de la caza del oso, francamente
desagradables-. Comprobamos que por esta tierra tienen la virtud de convertir en ameno y
didáctico lo que de otro modo sería soporífero. Lo más insólito para mí del museo quizá sean
unas gafas para evitar la ceguera de la nieve fabricadas enteramente de madera, las veinte
palabras para designar tipos distintos de nieve o las veinticinco con las que se puede
distinguir a un reno del resto de su manada.
Hay otra parte del museo dedicada al paisaje humano de Rovaniemi, un documento
histórico sobre la total destrucción de la ciudad por los nazis y una exposición fotográfica
sobre la urraca, que al parecer aquí no odian sino que consideran algo entrañable, una especie
de emblema local. Lo cierto es que este pájaro me ha sorprendido: durante todo el viaje nos
acompañaron los gorriones y las lavanderas, las chovas y los cuervos. A la urraca la hemos
encontrado en los campos de Dinamarca y en los parques de Estocolmo. Luego seguimos
viéndola mientras subíamos por el Báltico. Pero lo que menos esperaba era encontrarme este
ave, tan íntimamente ligada a los recovecos de mi infancia, en los aledaños del Círculo Polar.
Tercera y última parte del museo: vestuario y tradiciones samis. Estamos cansados y nos
lo saltamos. Sin embargo, entramos en una sala donde, pulsando botones, se pueden escuchar
documentos sonoros de los yoi, -rapsodas sami-. Algunas grabaciones se remontan a
principios del siglo XX. Sin embargo hay una foto muy moderna con dos chicas. Son de un
pueblo del confín meridional de Finlandia denominado Utsjoki. Forman parte de un grupo
llamado Jiella (http://www.jiella.com) La música parece al principio un tanto marchosa, pero
nos gusta. A la salida compraremos su disco en la tienda del museo. Si se deshoja la farfolla
electrónica, se encuentran unas voces puras y apasionadas que cantan refundiendo las
técnicas tradicionales con sonido pop. Nos enamoramos de ellas, y se convertirán en una
especie de himno del viaje.
Tras comer en el mismo aparcamiento del museo, salimos hacia el Norte, rumbo a la
aldea de Santa Claus. Esta vez sí que la encontramos sin problemas. A la hora en que
llegamos está vacía y con todas las tiendas cerradas, y lo preferimos así. No necesitamos
recuerdos, ni tampoco certificados de. Comprendo que el turismo, particularmente el de
agencias, observe –y tenga necesidad de- este tipo de rituales que recuerdan mucho a las
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antiguas peregrinaciones. Queremos que nuestro viaje vaya por otros derroteros, aunque
coincida el itinerario.
Tras cargar agua y gasoil en una de las tres estaciones de servicio que hay enfrente,
reanudamos camino por la E 75, primero hasta el cruce de Kemijärvi, por donde llegamos
ayer, y luego hacia Sodankylä. Vamos despacio y con cuatro ojos a cuenta de los renos. En la
cuneta vemos algunos machos, solos o en pequeños grupos, con unos cuernos de antología.
Decidimos parar a dormir junto a un ensanchamiento del Kemijoki, poco después de
pasar un pueblo llamado Sattanen (!), en un lugar donde ya hay tres autocaravanas del país.
Pese a los mosquitos, nos vamos hasta el puente para ver las últimas luces del crepúsculo,
que parecen confundirse con las del amanecer. En ese momento no sabemos que éste que
será el último sol que veamos en varios días: del Sur suben columnas de agua que no tardan
en convertirse en lluvia generalizada. Creemos que va a ser la habitual tormenta de las tardes,
pero no: llueve toda la noche, y por la mañana aún continúa.
Y ya que hablamos de agua, explicaré ahora la curiosa relación de los finlandeses con la
lluvia: ante un chaparrón que a la gente del Sur –nosotros- le hace correr en busca de refugio,
ellos (y ellas, a veces con críos) aguantan impávidos como si no estuviera cayendo nada.
Adaptación al medio, que se dice.
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Rovaniemi (FIN) 17:30 Sattanen
(FIN) 21 :30 158
30 30
DÍA 22. 28 Julio. Amanece gris. Cuando me levanto ya se han ido las otras
autocaravanas. Continuamos hacia el Norte llevando a nuestra derecha el Kemijoki. Llueve a
ratos. Nos cruzamos con un montón de autocaravanas. Aquí saludan todos, incluso alguna
caravana que otra. Llevamos 80 km. cuando paramos en el antiguo poblado minero de
Tankavaara; hemos entrado en una zona que vivió la fiebre del oro en época tan reciente
como principios del siglo pasado: Lappin Kulta (oro lapón) es la otra marca de cerveza
nacional.
Por 7 euros te enseñan las instalaciones, y por 3,5 más te permiten lavar oro, a ver si cae
algo. No tenemos muchas ganas de entrar, pero en la tienda de la puerta Bego se compra una
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camiseta y yo un sombrero con el que, según dicen, si cavas en el sitio adecuado a la
profundidad correcta, encontrarás oro. Así cualquiera.
A 300 metros del poblado está el centro de visitantes del Parque Nacional Urho
Kekkosen. Como nos gustó el de Oulanka nos acercamos, y la verdad es que vale la pena
sólo por el edificio, una impresionante estructura de cristal y madera.
Una parte del centro está dedicada a las aves rapaces, y otra a los renos. Aquí nos
enteramos de que todos los que hemos visto son domésticos, ya que los salvajes se
extinguieron en Finlandia a principios del siglo XX.
Llega corriendo un grupo de escolares, huyendo de un abundante chaparrón. La mayoría
se descalza en la puerta. Una de las trabajadoras del centro les hace de guía. Cuando llegan al
panel de los chamanes, ilustra la explicación con cantos en vivo y en directo (de los que hace
participar a los jóvenes). Al salir descubrimos que el sitio dispone también de servicio de
guardería, transformado... en la cueva del oso.
Me llevo un folleto explicativo del Derecho de todos y de cada uno, que rige tanto en
Suecia como en Finlandia, y que permite a cualquiera caminar e incluso acampar libremente
en cualquier parte, inclusive terrenos privados, siempre que no sea en las proximidades de
una vivienda y que no se cause daño al entorno. Los propietarios de terrenos, por su parte,
tienen prohibido vallarlos o colocar cualquier tipo de obstáculo que impida el desplazarse a
pie.
Cuando salimos del centro de interpretación es ya hora de comer. No comprendo cómo se
nos pasa el tiempo tan rápido. Mientras cocinamos, empieza a diluviar. Una señora, metida
en su coche, nos mira con envidia. ¡La de veces que yo contemplé en el pasado, con idénticos
sentimientos, a los dueños de una AC!
De nuevo en ruta hacia Ivalo, pero la lluvia desluce el recorrido y, lo que es peor,
dificulta la identificación de renos a la orilla de la carretera. La vez que más cerca estamos de
un accidente es por culpa de una cría, que al asustarse cruza ante nosotros de modo
inesperado. La madre se viene detrás, y yo tengo el espacio justo para frenar. Menos mal que
la distancia de seguridad es en este país algo más que una consigna vacía: en cuando un
conductor ve encenderse los testigos de frenado, ya sabe que el que va delante se ha topado
con Objetos Caminantes No Identificados.
En Ivalo paramos en un super, al lado mismo del cartel que manda para Murmansk, la
base de submarinos nucleares rusos, a poco más de trescientos kilómetros. Las caras
endurecidas de algunos tipos recuerdan, efectivamente, a pioneros de la última frontera.
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Está tan cerrada la tarde que parece que de un momento a otro va a oscurecer. Vamos
bordeando el lago Inari, pero el agua aprieta tanto que paramos en una diminuta área de
descanso a ver si escampa. Hay allí ya estacionada una caravana del país. Luego llegan una
camper eslovena y otra auto finesa. Cada uno ocupamos uno de los lados del cuadrado en
esta tardenoche desolada y pluviosa.
Por la ventana del salón se ven dos islas del lago difuminadas en el temporal. Imagino
que todo esto debe ser precioso con sol, y terriblemente helador en invierno. También me
doy cuenta de que venir con expectativas basadas en los relatos de otros viajeros es un error:
donde uno encuentra gozo, el otro encuentra fastidio. No hay dos viajes iguales, como no hay
dos vidas iguales.
Estamos tan cerca de la orilla que hace un rato vimos pasar a mamá pato con sus patitos.
Un rato después, cuando más arrecia el temporal, vemos a una de las crías que vuelve sola.
Evidentemente se ha perdido, y busca a su madre pero en la dirección equivocada. Miramos
impotentes cómo se dirige hacia una zona de rocas donde más baten el viento y las olas,
hasta que la perdemos de vista. Ignoramos cómo terminó este diminuto drama, viejo como la
naturaleza misma, que por esta vez transcurre ante ojos humanos pero la mayoría de las veces
no. Y es que la piedad es una virtud o una debilidad patrimonio exclusivo de los humanos.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Sattanen
(FIN) 11:30 Lago Inari (FIN) 18:30
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DÍA 23. 29 Julio. A 300 km. al Norte del Círculo Polar, es la primera noche que ha
hecho realmente frío. Al levantarnos, el termómetro marca en el interior 11 grados. No ha
cesado de llover en toda la noche, aunque ahora a ratos se concede una pausa. Como ya es
costumbre, nuestros vecinos se han marchado y desayunamos solos.
Avanzamos hacia Inari en medio de una lluvia pertinaz. El centro del pueblo se puede
decir que no existe, pues lo constituyen la gasolinera, el supermercado y varias tiendas.
Entramos en una enorme, y compramos un par de gorros de lana. En vista de lo que parece
que se nos avecina, nos harán falta.
Las condiciones atmosféricas no invitan a paradas largas, salvo el tiempo justo de
comprar una trucha ahumada que en la comida nos supo a gloria, y que sin embargo a mí me
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provocó molestias estomacales. Luego, carretera y manta hasta Kaamanen (por primera vez
en Finlandia, una carretera llena de baches), y después 70 km. sin un bicho viviente hasta la
frontera noruega. El asfalto es un puro sube-y-baja, bastante estrecho y sorprendentemente
con bastante tráfico para el que esperábamos por estas latitudes. Conozco carreteras
extremeñas por las que pasan menos coches que por aquí.
Karigasniemi es el último pueblo finlandés. Aunque a partir de Ivalo el precio del gasoil
es más alto que la media finlandesa, llenamos el depósito en previsión de la carestía noruega.
La gasolinera es vetusta y deprimente. No tiene marquesina, y la indefinición de los
surtidores es tal que tengo que entrar en la tienda a preguntar. The middle one, me responde
la dependienta.
El cruce del río Teno significa la frontera de la Unión Europea en este rincón del mundo.
Dejamos atrás Finlandia, un país que quizá no sea tan bonito como Noruega ni tan bien
organizado como Suecia, pero que nos ha calado hondo en el corazón.
La aduana noruega es una poli que sale de la garita y nos observa atentamente desde el
otro lado de la carretera. Por lo demás, se constata un cambio muy marcado, porque al
desangelado paisaje de los últimos km. de Finlandia le sucede la vega del río Karasjokka,
llena de granjas, prados y vacas. Es extraño cruzar una frontera: cuando ya te has hecho a un
país, a su talante y su forma de hacer las cosas, toca irse a otro. Las primeras horas son de
incertidumbre: no sabes cómo será el sitio, ni la gente, ni cómo te entenderás con ellos.
Cambiar de país, sobre todo si no has estado allí antes, es para mí un desafío.
Paramos a comer unos km. antes de Karaskov. En este pueblo está la sede del Parlamento
Sami. Tenía interés en verlo, pero me confundo con el parque temático que hay a las afueras
y pasamos de largo. De todos modos, no es que hoy haga un buen día para visitas.
Seguimos hacia el Norte y sigue la lluvia. La carretera se estrecha y deforma hasta
extremos increíbles, sobre todo teniendo en cuenta que estamos en la E 06, esto es, un
itinerario europeo. Tan angosta es que los pocos camiones que pasan vienen a toda pastilla,
pisando la raya del centro en medio de una nube de agua. Se llevan mis pitidos y mis
maldiciones.
Lakselv. Sacamos coronas de un cajero, y aprovechamos para cargar agua, pues en la
gasolinera finesa no tenían. En este pueblo comienza el Porsangen, un fiordo de más de un
centenar de km. que bordearemos hasta Cabo Norte. La vista primera es abrumadora y
excepcional, aunque fuera hace un frío que pela. Desde el mismo casco urbano se divisa
nieve en las montañas, las primeras que vemos desde los Pirineos, y enormes cascadas. La
carretera, que va ahora encajonada entre el fiordo y la montaña, nos recuerda mucho a las de
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la costa vasca. Pasamos Olderfjord y Smørfjord. El paisaje se vuelve agreste, y los árboles
van poco a poco desapareciendo. La sensación es de que algo se acaba. Estamos ya en la
punta de arriba de Escandinavia, y sólo una estrecha lengua de tierra nos protege de los
vientos helados procedentes del Océano Glacial Ártico. Vamos buscando un lugar de
pernocta, y creemos encontrarlo después de este último pueblo en una explanada junto al
mar, pero el aire es tan fuerte que hace oscilar la auto como si fuera un tentetieso. No hay
nadie más. ¿Y si fuera un sitio peligroso? Echo un vistazo a Roberto y descubro que 15 km.
más adelante hay un área de descanso. Posiblemente se halle en un lugar más abrigado, así
que vamos a intentarlo. Atravesamos el Skarvber Tunnelen, de unos 5 km, excavado en la
roca viva. Luego llegamos a una ensenada y, efectivamente, allí está el área de descanso, con
menos viento que el sitio anterior. Hay allí dos autos, una italiana y otra holandesa. Así,
juntitos los tres, nos disponemos a pasar la noche. Estamos cenando cuando un zorro rojo
recorre el merendero en busca de restos de comida. Dos pájaros grandes, blancos y negros,
posiblemente ostreros, le acosan: deben de tener el nido cerca. Más tarde se les une un
tercero, y entre los tres montan un perímetro defensivo en la playa pedregosa. En cuanto se
acerca el zorro todos son chillidos y vuelos rasantes. Buen escándalo que montan.
A eso de las doce el viento recrudece. El agua sigue cayendo, y nuestra auto se bambolea
como si fuera una barquichuela. No sé si en estas condiciones será posible dormir.
En este lugar inhóspito y duro el sol se pone a las 00:05 y sale a las 00:43. Si lo viéramos,
claro.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Lago Inari (FIN) 11:30 Porsangenfjord
(N) 22:00 304
46 47
DÍA 24. 30 Julio. Pues sí que dormimos, mal que les pese a los elementos. Después del
desayuno hemos caminado hasta la cascada que se divisaba desde la ventana del salón. En
apariencia se la ve cerca, pero por la forma de caer el agua calculamos que debe de estar por
lo menos a kilómetro y medio.
Nos abrigamos hasta los ojos. Apenas llueve, pero está el fuerte viento contra el que
hemos de luchar. Un poco más adelante llegamos a un bosquecillo que ha conseguido crecer
aquí gracias a la protección de las peñas. Poco a poco el viento cesa. Seguimos el sendero de
los que antes que nosotros estuvieron aquí. Cuando uno viaja las gentes y las ciudades
49
cambian, pero los signos del campo son iguales. Estamos más cerca del Polo Norte que de
España, y sin embargo en estas veredas me siento como en casa.
La cascada también nos recuerda el Chorro de la Miacera, en nuestras queridas Hurdes.
Ésta creo que es más alta, pues debe tener al menos 100 metros, aunque desde la base no es
posible verla entera. Trepamos hasta un peñón desde donde se la contempla a media altura, y
luego descendemos hasta su base. No nos importa que nos mojen las cortinas de agua. El
momento es exultante: no hay ni un alma por todo este paraje. La gente pasa por la carretera
y no parece tener tiempo o ganas de parar, o como mucho lo hace en el área de descanso. A
nosotros nos complace salirnos del camino turísticamente trazado. Este paseo nos redime del
sol de medianoche, que dudo veamos con este tiempo, y de la guirada general de Cabo Norte
donde nos vamos a meter.
Volvemos a la auto. Nos queda rematar los 100 km. que faltan hasta Nordkapp. Parece
mentira, estar ya tan cerca. Seguimos pegados a la orilla del fiordo. El terreno se va
volviendo más áspero y lunar. Desaparecen definitivamente los árboles –los del bosquecillo,
junto a la cascada, debieron de ser los últimos-. Ya no hay pueblos, sino casas aisladas. La
carretera se adentra hacia el interior, buscando el túnel submarino que nos llevará a
Magerøya. Lo encontraremos pasado Kåfjord, y tiene casi 7 km, con una subida y una bajada
del 9 % respectivamente. Cuando vamos por el tramo central, que es llano, nos embarga una
extraña sensación: estamos bajo el mar y bajo millones de toneladas de roca. La vivencia es
por completo onírica, y lo es más aun al encontrarnos el peaje a la salida del túnel: en medio
de la nada helada, una cabina con una ventanilla diminuta que el empleado abre al llegar
nosotros. ”¿Cuánto mide el vehículo?” Seis y medio, evidentemente. Nos pasamos
demasiado de los seis metros para intentar que cuele, y aquí al parecer también penalizan el
desgaste de túnel. Total: 491 coronas; 62,72 euros del ala.
Es difícil describir lo que se siente al salir a la luz y empezar a moverse por la isla de
Magerøya. Quizá lo más acertado sería decir que uno queda deslumbrado. Por el paisaje
polar. Por la nieve que cuelga aquí y allá. Cruzamos Honningsvåg, la ciudad más
septentrional del mundo. Los 30 km. que quedan hasta Nordkapp transcurren por terreno
accidentadísimo. Y lo peor de todo es el viento: sopla con tal furia que en algunos collados
paso miedo.
En el cruce de Skarsvåg está la barrera que cierra el paso desde Octubre hasta Mayo.
Aquí la carretera se empina, y de qué modo. Verdaderamente esto sí que es ya el Cabo do
Mundo. El vendaval arrecia más si cabe: me cruzo con un autobús que literalmente nos
levanta en vilo. Y, para colmo de males, en el último tramo se mete la niebla. Voy
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prácticamente a ciegas cuando aparecen unas señales de reducción de velocidad y tras ellas,
como surgidas de la nada, las garitas de entrada. Welcome to Nordkapp, me espeta la joven
vikinga desde su cubil. Y lo dice sin asomo de ironía. Por dos adultos –aquí no pagan los
vehículos- nos cobra 380 coronas, 48,54 euros. Añade que con la entrada tenemos derecho a
permanecer en la plataforma dos días, aunque supongo que esto sí lo dice de coña, porque es
difícil imaginarse sitio más inhóspito.
Lo peor sigue siendo el viento, que según el parte meteorológico sopla a 40 km/h, aunque
seguro que hay rachas mucho más fuertes. La temperatura exterior es de 8 grados que la
sensación térmica rebaja a 4.
En otros relatos, sus autores cuentan lo solicitadísimas que estaban las primeras filas
refiriéndose, claro está, a las del borde del acantilado. Pero eso será con buen tiempo, porque
ahora el lugar más concurrido es el extremo contrario, donde menos casca el aire. Siguiendo
el ejemplo de dos osados, decidimos aparcar en el borde aunque sólo sea para comer, pero es
tal el meneo del vehículo que nada más acabar nos vamos nosotros también a buscar un lugar
más resguardado. Vemos tres autos, parece que catalanas, colocadas en el que posiblemente
sea el mejor sitio.
No estoy triste ni decepcionado. Sé que éste es el tiempo habitual en estas latitudes, que
coincidir aquí arriba con un día despejado debe de ser una rareza, y que cifrar todo el viaje en
el destino no es bueno. Mañana nos iremos. Nordkapp no nos entregará su secreto. Es
necesario resignarse (¡pero me hubiera gustado ver el sol de medianoche, leñe!)
Para llegar aquí hemos recorrido 6.278 km. en 24 días y consumido 697 litros de gasoil,
que al precio de Julio de 2005 costaron 725 euros. La pregunta obvia es: ¿Ha valido la pena?
A pesar de los pesares, la respuesta es sí. A la vez, soy consciente de que este lugar no
supone la culminación de nada sino sólo un señuelo y el punto de inflexión de un largo viaje;
uno de tantos mitos generados por el ser humano, que tan a menudo siente necesidad de
ellos. Por eso, cuando lo escriba, en el título del relato no aparecerán las palabras mágicas
Cabo Norte.
Tras la comida nos vamos para el Nordkapphallen. Había oído decir tales barbaridades
del sitio que me temía algo mucho peor, porque lo cierto es que no es para tanto. Quizá
influya el que, con tanto frío, se agradezca el tener un lugar a cubierto y además con
calefacción. Nos aventuramos hasta la esfera armilar hasta tres veces, a atisbar lo poco que se
ve del paisaje y a hacernos unas fotos, y volvemos al interior corriendo. Luego curioseamos
las instalaciones, vemos la película panorámica que muestra Cabo Norte hasta desde debajo
del agua, visitamos la futurista capilla de San Juan y la galería de personajes ilustres que,
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desde Francesco Negri hasta nuestros días, visitaron el Cabo Norte. Después entramos en la
tienda de recuerdos sin intención de adquirir nada, sólo constatar los astronómicos precios
noruegos: una sencilla taza de madera sami, que en Finlandia costaba 30 euros, lo que ya me
parecía prohibitivo, aquí vale algo más del doble. Tienen a la venta tantas imágenes de Cabo
Norte soleado que se diría que lo raro aquí es un temporal. Compramos un par de postales
con el ciclo del sol de medianoche para enviar a los amigos y una tarjeta telefónica para
llamar a casa. Los míos me certifican que en el Lejano Sur sigue imperando Lorenzo. Menos
mal: creíamos que se lo habían tragado definitivamente las brumas polares.
Salimos una vez más a la explanada. Las nubes pasan rozando el acantilado, muy rápidas.
De vez en cuando cae una llovizna horizontal. Cuando ya nos vamos vemos a tres
cicloturistas que llegan hasta la Bola del Mundo. Dos de ellos se abrazan. Sólo de
imaginármelos en las tremendas subidas y bajadas, cargados con las alforjas y el viento
cortante como un cuchillo, se me encoge el alma. Y recordando los trabajos que pasé a lomos
de una bici -sin duda mucho menores-, desde el fondo de mi corazón me solidarizo con ellos.
A las diez vemos que no hay nada que hacer y cruzamos el aparcamiento. Coincidimos
con la hornada de turistas de la medianoche, que procedentes de los cruceros vienen hasta
aquí en autobuses amarillos. Han pagado por venir y lo hacen, con o sin sol . Me pregunto
qué haría la gente en días como éste antes de inaugurarse el complejo. Supongo que fichar y
darse la vuelta.
Ya en la auto, conecto el GPS. Dice que el sol sale a las 12:07 de la noche, y que se pone
a las 12:38. Según esto, la puesta de sol de un día sería anterior a su propia salida; es su
forma loca de decirme que en el lugar donde ahora estamos es de día todo el día. Si
pudiéramos quitarnos estas nubes de encima, claro.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Porsangenfjord (N) 12:30 Nordkapp
(N) 14 :30 102
111 €
S U B I D A
DÍAS KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LITROS €
24 6.278 697 725
269 € 68 €
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SEGUNDA PARTE
DÍA 25. 31 Julio. Resulta difícil imaginarse un lugar más inhóspito sobre la tierra. Esta
mañana el tiempo seguía igual, si no peor. Bego, que ha pasado la noche en vela, dice que a
ratos se asustó muchísimo por cómo el viento bamboleaba la auto. Antes de acostarnos
entraba tanto aire por los laterales de la nevera que tuvimos que taparlos con cinta adhesiva.
Por la ventana distingo un pelado paisaje de tundra y las cabinas de peaje a este lugar en
ninguna parte. Al otro lado se halla la explanada, con unas treinta autos y alguna que otra
caravana. No se ve bicho viviente.
Hemos estado en Nordkapp.
Después del desayuno y antes de marcharnos voy a darme una última vuelta. La mitad de
las autos han volado. Hace tanto viento que en algunos sitios cuesta andar, e incluso
mantenerse de pie. Me voy para la zona de la bola, donde siempre hay alguien
fotografiándose. Parece que aclara un poco. A la altura de mis ojos, una nube descarga lluvia
sobre las frías aguas del mar de Barents. Es la despedida.
Pero en Nordkapp no hay lugar para el romanticismo: otra nube se echa encima y
empieza a llover cerradísimo, sólo que en vez de vertical el agua viene horizontal. Rodeo el
Nordkapphallen en dirección a la auto. Hay un momento en que me siento observado:
levanto la vista; desde el mirador de la cafetería veinte o treinta caras me miran acongojadas,
como si fueran ellos los que estuvieran en mitad de la tormenta.
Llego totalmente empapado. Cambio de ropa y nos vamos.
A 6 km. de Nordkapp hay un aparcamiento a la derecha con un panel informativo. Es el
acceso a Knivskjelodden, una lengua de tierra que llega un poco más al Norte que el
pregonado Nordkapp. Es una ruta a pie de 18 km. ida y vuelta, y yo traía ganas de hacerla.
Pero con este viento... A los pies del panel hay varios pares (usados) de zapatillas, parecen de
gente que llegó hasta aquí caminando.
Los que sí suben pedaleando las duras cuestas son un grupo de cicloturistas. Se trata de
un hombre mayor con tres chicos y chicas muy jóvenes. Qué moral.
53
Encuentro murciano en la segunda fase
Rayos de sol se escapan entre las nubes y nos recompensan de la decepción arrancando
increíbles colores al paisaje. Bajamos hasta el pueblecito de Skarsvåg. Allí, en el puerto, hay
una solitaria Benimar, de matrícula española. Aparcamos justo detrás. Se descorre una
cortina, una chica nos saluda, y vuelve a hacerlo más efusivamente cuando se da cuenta de
que somos españoles. Nos bajamos a saludar; sí, es el tipo de hace cuatro días, pero no me
reconoce. Le recuerdo Rovaniemi, el Arktikum. Ah, ahora ya sí sabe quiénes somos. Viene
con su mujer y sus dos hijas. Están esperando a ver si mejora el tiempo para subir al Cabo, y
de paso aguardan a unos amigos que andan atascados por Bremen; entretanto se han
recorrido Magerøya de pe a pa. Siguen la misma ruta que nosotros, de manera que tras
charlas un rato nos decimos hasta la vista.
Vamos hasta el puerto de Honningsvåg a comer. Después, entre chaparrón y chaparrón,
me doy una vuelta por el pueblo. Llaman la atención las casas de colores, y que no haya
árboles. Tampoco se ve un alma por la calle, y además están todas las tiendas cerradas. Un
rato después descubro que hoy es domingo. Trato de imaginarme cómo será aquí la vida en
invierno, con veinte o más horas de oscuridad.
Al otro lado del canal y a la luz de la tarde se divisan las altas montañas del continente.
Para allí vamos. Salimos de Honningsvåg y desandamos camino hacia el túnel de peaje.
Cuando asomamos al otro lado se abren claros y hasta sale el sol, que no sé por qué en estas
latitudes deslumbra cosa mala. Bordeamos hacia el Sur el fiordo de Porsangen. Vamos
despacio, porque el paisaje nos parece todavía más bonito que a la ida, y las gamas de verde
son indescriptibles. A la izquierda dejamos un grupo de cisnes que nadan en un lago y que ya
vimos a la ida, y un pueblo de nombre infame: Sarnepollen.
Para llegar a Oldenfjord hay que volver a cruzar los tres grandes túneles. El primero (de
Norte a Sur) mide 4 km, el segundo 7 y el tercero 3. Una vez en esta localidad nos desviamos
hacia la derecha en dirección a Alta. Este tramo se podría dividir en tres partes: en la primera
se asciende por un valle, paralelos a un río donde los salmones deben de ser muy abundantes,
a juzgar por la cantidad de pescadores presentes. Resulta extraño ver cómo reaparecen los
árboles. La segunda etapa es de llaneo por una inmensa meseta esteparia donde hay varias
granjas de renos; de nuevo la desnudez ártica y los neveros al pie de la carretera. Por último
nos internamos en otro valle, ahora de bajada. Resulta evidente que hemos un cruzado una
divisoria de aguas, pues éstas se precipitan hacia el fiordo que se abre delante.
Luego de una larga bajada, avistamos la bahía. Alta se extiende pegado a ella durante
varios kilómetros. Cruzamos la ciudad buscando el puerto comercial, y donde acabamos es
54
en uno pequeño, deportivo, con impactantes vistas sobre el fiordo. Al principio vemos los
resplandores del sol entre las nubes, pero al final éstas se cierran, y comienza a llover a lo
lejos, sobre las islas de la bahía. Tampoco habrá hoy sol de medianoche. Por fortuna sólo
sopla una ligera brisa, nada que ver con los excesos de Cabo Norte.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Nordkapp (N) 12:30 Alta
(N) 22:30 247
63 €
DÍA 26. 1 Agosto. Noche tranquilísima al lado del agua. Hoy el que remolonea en la
cama soy yo. Tras desayunar desandamos camino hasta una gasolinera por la que pasamos
ayer. Resulta increíble: con 10.000 habitantes Alta dispone de ni más ni menos que de seis
estaciones de servicio. Repostamos gasoil por vez primera en Noruega, 36 céntimos más caro
que en España. Para el agua, novedad: el grifo se acciona con una llave que hay que pedir
prestada al dependiente.
Continuamos hacia la salida del pueblo hasta llegar al Alta Museum donde es posible ver,
a la orilla del agua, un montón de grabados rupestres, los más antiguos de 6.500 años. Tienen
muchísimo parecido con las figuras que aparecen en los tambores de los chamanes sami.
Resultan muy interesantes, aunque no lo son menos las espléndidas vistas del fiordo que
tiene este museo al aire libre.
Jose y María Dolores
El recorrido es largo, y el tiempo corre que es una barbaridad. Yo me entretengo en la
tienda del museo hojeando un libro sobre la destrucción del Finmark durante la Segunda
Guerra Mundial. Cuando vuelvo a la auto veo casi a nuestro lado otra que me resulta
familiar: llamo a la puerta, y asoman nuestros queridos murcianos. Bego, que tampoco los
había visto, se une al grupo. Nos cuentan que ayer renunciaron por fin a la utopía del sol de
medianoche y que se fueron a dormir a Hammerfest, donde les llovió a modo. Mientras
conversamos nos obsequian con frutos secos y buen lomo de la tierra.
Como tres encuentros dan ya para mostrar confianza, nos presentamos e intercambiamos
los números de móvil. Luego ellos entran en el museo y nosotros, tras comer, arrancamos en
dirección a Tromsø. Vamos despacísimo, porque tanto la contemplación del fiordo como la
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frenética toma de fotos hacen que nos detengamos constantemente. Durante muchos
kilómetros bordeamos el Langfjord, que es un brazo del fiordo de Alta, de 2-3 km. de
anchura y suponemos que mucha profundidad, pues aquí escondían los alemanes al
acorazado Scharnost, hasta que fue hundido la noche del 26 de Diciembre del 43 a ochenta
millas de Cabo Norte.
A medida que avanzamos nos vamos quedando sin aliento: nadie nos había preparado
para la increíble belleza que ahora mismo tenemos delante: enormes montañas, con mucha
nieve aún, caen a plomo sobre los fiordos. Todo es prístino, intocado, monumental. Pasado
Burfjord subimos un puerto de 300-400 metros de altitud y pasamos al lado de uno de estos
gigantes. Ídem después de Karvik. Es curioso ver que en estas latitudes dicha altura equivale
al menos a 2.000 metros en nuestra tierra, pues desaparecen por completo los árboles.
Adelantamos a varios ciclistas, casi todos con alforjas. Uno lleva una camiseta en la que se
lee: MÉRIDA. Bego le saluda haciendo alusión al nombre, pero el chico no la comprende.
Más adelante descubriremos que Mérida es... una marca de bicicletas local.
Nueva bajada hacia Storslett. Empezamos a acongojarnos, ya que por si por nosotros
fuera nos quedaríamos aquí una semana. 6 km. después de Rotsund hay un amplio apartadero
a la izquierda de la carretera. Nosotros paramos a la derecha. Pensamos en dormir aquí, pero
la calzada y su ruido se hallan demasiado próximos. Cerca hay un camino en buen estado,
pienso en que puede ser una buena opción y decido explorarlo a pie. Tras caminar un
kilómetro recibo la recompensa: junto a un sistema de bunkers y de baterías defensivas –
alemanas, por supuesto, hay que ver lo que les dio tiempo de hacer a estos tipos en cuatro
años- hay un claro bastante llano con alucinantes vistas al Lyngenfjorden y a las montañas
que hay detrás. Es el mejor sitio de dormida de todo el viaje. Mientras cenamos, la niebla
cubre el abrupto paisaje. Aún se distinguen enfrente los chorreros que caen hasta el mar. De
nieve unos, de agua otros.
Somos felices.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Alta (N) 16:30 Djupvik
(N) 21:30 212
30 39
DÍA 27. 2 Agosto. Amanece lloviendo, lo que nos quita la anhelada vista del fiordo.
Desandamos el camino de tierra hasta la carretera, y luego los 20 km. que quedan hasta el
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ferry de Olderdalen. En la cola sólo hay una camper alemana. Para entretener la espera, el
hombre saca la caña. En poco rato captura dos peces, de manera que cambia de idea y aparta
la furgoneta de la cola. He aquí que nos quedamos los primeros.
La travesía del Lyngenfjorden dura 40 minutos. Desde cubierta se divisan imponentes
montañas nevadas, como el Jiekkevare, de 1.833 metros de altura. Nos acercamos a la otra
orilla y la proa del ferry se abre. El agua marina barre nuestro parabrisas. Es una sensación
realmente curiosa notar cómo se desplaza el paisaje con la auto parada.
El primero entré en el ferry y el primero salgo. Los 22 km. hasta el embarcadero de
Svensby son, como leí en otro relato, una especie de carrera de autos locos que, de haber un
locutor, la retransmitiría más o menos así: El español mantiene la primera posición seguido
de cerca por las dos autocaravanas holandesas. Llegan a un tramo en obras y los holandeses
se pierden de vista. Pero en medio de una larga recta aparece una camper alemana (la del
pescador afortunado no, otra) que sobrepasa velozmente al español, en teoría para llegar
primero al segundo ferry, pero se detiene un par de kilómetros más allá absorta en la
contemplación del paisaje. De nuevo tenemos a la AC española en primer lugar, pero por
poco rato ya que dos moteros suecos la adelantan a toda velocidad, aunque esto no cuenta
porque es jugar con ventaja, de manera que nuestro favorito llega en primera posición para
encontrarse, oh desilusión, que ya ha cinco turismos en la pool position. Esta vez la proa
será para otros.
De Svensby a Breivikeidet el barco sólo tarda 20 minutos. Luego viene un tramo de
carretera realmente malo y totalmente deformado. Teniendo en cuenta que se trata del acceso
a Tromsø desde el Norte, ya podían haberse esmerado un poco, los muy cabritos. Finalmente
desembocamos en la E 08 que nos lleva por fin a Tromsø, enclavado en una isla adonde se
llega cruzando un altísimo puente. La primera impresión es la de una ciudad un tanto
desangelada, con la mitad de las calles en obras y llenas de baches. Me choca cruzarme con
gente de raza negra; me pregunto cómo llevarán esto del frío.
Lo primero que hacemos es ir a la oficina de información a preguntar por una lavandería.
Nos indican un lugar en el mismo puerto. Al acercamos descubrimos que el sitio en cuestión
es un hotel de postín. Dudamos si entrar o no, pensando que nos han enviado a un servicio de
lavandería chic en el que lavar unos simples calzoncillos costará un riñón (y nosotros
llevamos a cuestas la ropa de un mes). Entramos. El aspecto del recepcionista nos tranquiliza,
pues tiene el aspecto desaliñado de un cantante de rock –y algo resacoso, yo diría, pues no
procesaba del todo bien-. Nos dice que sí, que efectivamente el hotel dispone de lavadora y
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secadora a disposición de quienes la soliciten (fundamentalmente tripulantes de yates), y que
nos deja la llave a cambio de una fianza de 50 coronas –el lavado vale 30-. Nos parece de
perlas.
Volvemos a la auto a por la ropa sucia. En el parabrisas encontramos un impreso metido en
bolsa de plástica: aquí, como en Suecia, hay que hacer un master en aparcamientos antes de
decidirte a estacionar el vehículo, y hemos tenido la mala suerte de ir a aparcar justamente en
el espacio reservado... para los inspectores de la zona azul. Han bastado 15 minutos para que
nos casquen la receta: 500 coronas del ala, que naturalmente esperamos no tener que pagar.
El caso es que no valoramos entonces la suerte que tuvimos. Meses después, ya en casa,
nos enteramos de que las autoridades noruegas habían apresado a dos pesqueros gallegos que
al parecer faenaban en aguas internacionales, y que los habían remolcado al puerto de
Tromsø.
(A través de la pantalla se entreveía el puente que une a la ciudad con tierra firme, en
medio de la penumbra ártica de noviembre. Continuaba el locutor diciendo que era deseo de
los armadores que se trasladara la denuncia a España. Conociendo como hemos conocido a
los noruegos imagino que dirán que sí, que la cargos se tramiten en España, pero que desde
luego la multa la paguen allí.)
La operación de lavado se alarga un tanto debido al deficiente funcionamiento de la
secadora. Otras personas que también quieren lavar aporrean la puerta. Qué estrés, Dios mío.
Al final salimos con toda la ropa lavada, aunque húmeda.
En previsión de una nueva multa, movemos la auto hasta el aparcamiento del Polaria –hoy
no habrá museos, lo siento-. Tendemos una cuerda en el interior de la auto, colgamos la
colada y encendemos la calefacción. Nos vamos a dar un paseo que acaba pronto: son las 7
de la tarde, la gente se ha recogido, las tiendas han cerrado y la ciudad nos parece más
sórdida aun si cabe.
Antes de salir paramos a repostar en una gasolinera. Pagamos 10.60 coronas por litro -1,36
euros-, el precio más caro de todo el viaje. Luego, con el tenderete rodante aún montado,
salimos hacia el Sur. En las afueras de Tromsø tenemos un incidente con un chuleta a bordo
de su Mercedes blanco, prueba irrefutable de que por encima del Círculo Polar también es
posible la pervivencia de los imbéciles.
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El rodeo del Balsfjorden es un regodeo para los sentidos, y figura entre los tramos del viaje
más memorables. No nos cansamos de admirar los farallones de roca viva iluminados por el
atardecer cayendo en picado sobre el agua.
A partir de Olteren dejamos la E 08 y retomamos la E 06. Ya no vamos por la costa, y el
paisaje no resulta tan espectacular. Recuerda a Suecia por la monotonía.
A eso de las diez de la noche paramos en Setermoen con intención de pernocta.
Estacionamos en el aparcamiento de un hiper, pero en la hora y media que permanecemos allí
unos cenutrios pasan por lo menos treinta veces frente a nosotros con su ruidoso coche. Al
final resulta evidente que se han fijado en nosotros, de manera de levamos anclas. En
Noruega no es fácil dar con un lugar libre fuera de las ciudades, pero 10 km. más adelante
encontramos a pie de carretera un museo mineral, y en el aparcamiento una auto italiana;
aquí esperamos descansar por fin de tan ajetreadísimo día. Junto al museo y el aparcamiento
están las típicas casas –ya no deben de ser tan típicas- con tierra y hierba en el tejado. Son las
doce de la noche, y les saco unas cuantas fotografías; sin flash y sin tener que apoyar la
cámara.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Djupvik (N) 11:00
Bardu Bygdetun
(N) 23:45
258 30 41
57 €
DÍA 28. 3 Agosto. Amanece un día brillante como no habíamos visto desde Finlandia. La
auto italiana se marcha pronto. Nosotros, que seguimos con el tendedero instalado de punta a
punta del habitáculo, reanudamos camino por la E 06 hasta Bjervik. Allí cargamos agua,
gasoil (una corona más barato que ayer) y llamamos a la agencia que organiza los
avistamientos de ballenas en Andenes para reservar plaza. Dejando Narvik a nuestra
izquierda, entramos en Hinnøya, la primera de las Vesteralen, a través de un puente. Hemos
vuelto al binomio montaña-fiordo que tanto nos gusta. A la hora de comer paramos junto a
un agua increíblemente clara. De tan tranquila que está la superficie parece un lago, pero en
realidad se trata de un estrecho entre islas. Sobre las rocas se ven los vestigios inconfundibles
de una marea negra, pero debió de ser hace mucho tiempo porque la biología marina
aparentemente se ha recuperado.
59
Hace tanto calorcito que antes de reemprender camino podemos por fin desmontar el
tendedero y movernos con libertad dentro de nuestra casa con ruedas. La carretera enfila
ahora hacia el Norte entrando y saliendo continuamente de las ensenadas. En Rysøyhamn,
nuevo puente que nos lleva a la más septentrional de las Vesteralen, Andøya. A nuestra
derecha llevamos el Andfjorden, con la increíble y dentada costa de la isla de Senja a unos 50
km. de distancia. Pocas veces en la vida tiene uno ocasión de contemplar paisajes así. Por
contraste, en uno de los pueblecitos que cruzamos estoy a punto de llevarme por delante a
una vieja que va en bicicleta -¡con auriculares!- y que gira a la izquierda sin señalizar ni
leches. Le pito ¡y la tía encima saluda!
Andøya es una delgada lengua de tierra que se extiende hacia el Norte. A medida que
subimos y cae la tarde la temperatura baja ostensiblemente. Llegamos por fin a Andenes, en
el extremo más septentrional. En línea recta a Tromsø no debe de haber ni 150 km; en
cambio por tierra nos ha costado más de 500 km. llegar.
Aparcamos junto al faro y vamos a dar una vuelta por el espigón, donde hay plantados
curiosos objetos de arte, como por ejemplo un arpa que vibra con el viento y que lleva
adosados unos bidones que hacen de caja de resonancia.
Hace bastante frío en el faro. Este lugar, además, debe de ser el punto de reunión de todas
las gaviotas del contorno, porque el estrépito es ensordecedor. Nos mudamos a la zona del
puerto comercial, donde hay congregadas más autos. Estacionamos junto a una de las autos
catalanas que vimos en Cabo Norte. Charlamos con sus ocupantes. Un rato después aparecen
las otras dos, de modo que al menos por esta noche los hispanos somos mayoría.
Envío un mensaje a nuestros murcianos para averiguar dónde andan. Me responden al
rato diciendo que están en Tromsø esperando a sus amigos. Eso cae ya lejos. Tengo el
presentimiento de que no los vamos a volver a ver.
A las 23:30 aún hay sol en el horizonte, aunque sólo entrevemos su resplandor pues lo
ocultan unas nubes que acechan en el horizonte y que no me gustan nada.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Bardu Bygdetun
(N) 10:30 Andenes
(N) 20:00 301
35 43
60
Día 29. 4 agosto. Ha llovido durante la noche; está visto que aquí el buen tiempo no es
más que el intervalo que media entre borrasca y borrasca. Los catalanes se han ido. Por un
momento pienso que no habrá safari de ballenas, pero a eso de las nueve parece que escampa.
Nos vamos para el centro ballenero. Allí pagamos 725 coronas por barba; un poco caro, pero
un día es un día. Nos ponen unas diapo y después tenemos visita guiada y explicación sobre
las ballenas, vida y obra. Hay tres guías: inglés, alemán e italiano a elegir. Al chico que da la
charla en inglés no le entiendo muy bien, de manera que nos apuntamos al tour en italiano.
A las 13 horas sale el barco. Pese a que me he tomado dos pastillas antimareo, el
estómago se me encabrita: fuertes sudores, angustia. Paso un rato tremendo. A los demás en
cambio sí parecen haberles hecho efecto las píldoras: los únicos mareados somos un niño de
dos años y yo. Escupo con frecuencia dentro de una bolsa y no quito la vista del horizonte,
que es lo único que me permite conservar algo de equilibrio.
Al cabo de un tiempo el barco pierde velocidad, y me siento lo suficientemente bien para
subir al castillo de proa.
Los cachalotes –pues de eso se trata, y no de ballenas- se sumergen en busca de comida a
una profundidad de 500-600 metros y tardan una media hora en volver a la superficie. Los
ultrasonidos que emiten para localizar a los peces son captados por los micrófonos de que
dispone el barco. Cuando dejan de emitir es que vienen para arriba, y allí estamos nosotros
esperando.
Los ejemplares que hay por esta zona son machos adultos. Las hembras y su progenie se
quedan más al Sur, ya que aunque estas aguas son muy ricas en pescado resultan en exceso
gélidas para las crías de cachalote.
La ligera brisa que soplaba se ha calmado. El mar parece una balsa de aceite. Comentan
los guías que condiciones tan buenas se dan raramente, quizá una sola vez en todo el verano.
Me alegro de haber tenido más suerte aquí que en Cabo Norte.
De repente asoma el primero. Los del centro ballenero lo han bautizado Glen, y se le
reconoce por una mancha amarilla que lleva junto a la aleta dorsal. La parte visible es sólo
desde la punta del morro hasta dicha aleta, pero en realidad mide unos 16 metros. Pasa en la
superficie unos cinco minutos. A diferencia de los humanos, y por la profundidad a que se
sumerge, no almacena el oxígeno en los pulmones, sino en la sangre y en los músculos. Justo
antes de volver a sumergirse expulsa el aire y realiza la conocida y graciosa cabriola en
virtud de la cual saca la cola del agua.
Ya está. Ahora el barco se mueve en dirección a otro eco. Para el primer avistamiento
hubo tortas en la proa. Ahora la gente se halla más tranquila y está sentada sobre cubierta.
61
Yo, que me he recuperado definitivamente, me coloco en posición inmejorable, y por eso soy
de los primeros en ver el segundo cachalote. Idéntico ritual. El barco lo sigue a unos cien
metros de distancia. El cetáceo parecería cualquier cosa a la deriva si no fuera por el chorro
de agua pulverizada que lanza.
Otras curiosidades sobre el cachalote que hemos aprendido hoy es que poseen una capa
de grasa de cincuenta centímetros de espesor (así cualquiera), que la cabeza representa un
tercio del tamaño total de su cuerpo, y que dentro lleva unos 700 litros de aceite que le sirven
tanto como tanque de flotación como de caja de resonancia para los ultrasonidos que emite.
El aceite y la grasa fueron la causa de que este animal fuera cazado casi hasta el exterminio.
Los guías avisan. No sé cómo, pero conocen el momento exacto de la inmersión. Todo el
mundo con sus cámaras preparadas. Apunten, fuego. Nos movemos hacia otro lugar, con tan
buen tino que el cachalote emerge ante nuestras narices. Esta vez nos acercamos muchísimo,
a unos sesenta metros. La piel centellea al sol. Es una sensación extraña, ésta de hallarse
junto a uno de los animales más grandes del planeta.
En el camino de vuelta, el chico que guiaba en inglés se acerca a nosotros y nos habla en
perfecto castellano. Procede de Finlandia, y se llama Arto (sin hache, me precisa) y aprendió
nuestro idioma en los nueve meses que pasó en Ecuador. Así que mochilero... Buena gente.
El paseo en barco ha durado cuatro horas. Será por las bascas del primer momento, pero
estoy como si me hubieran dado una paliza. Comida, descanso reparador y a las siete y pico
de la tarde nos despedimos de Andenes, yo con la sensación de haberme dejado algo.
Desandamos 100 largos kilómetros hacia el Sur, hasta que por un enorme y largo puente
cruzamos a la isla de Langøya. Atravesamos la localidad de Sortland y, bordeando el
Hadselfjorden llegamos a Melbu, donde no hay que buscar mucho el muelle porque te das de
narices con él. La cola es enorme y estoy dudando si entraremos cuando veo llegar el ferry,
que es más enorme aun. Llega el revisor y nos cobra 224 coronas del ala. No nos dejan
permanecer en el vehículo, de manera que tenemos que subir a cubierta para veinte minutos
escasos.
Desembarcamos en Fiskebøl, Austvågøy, la primera de las Lofoten. La salida, como
siempre, parece el grand prix. Procuro que me adelanten todos: vamos despacio, buscando
un lugar donde dormir, aunque no parece fácil pues todo el paisaje se reduce a lagos y
escarpadas montañas. Nos detenemos por fin en el aparcamiento de un pequeño puerto, unos
15 km. antes de Svolvaer.
62
Son las doce de la noche y por la carretera, que tenemos al lado, no dejan de pasar
automóviles. Jamás pensé que unas islas más arriba del Círculo Polar pudieran estar tan
animadas.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Andenes
(N) 19:00 Vestpollen (N) 23:15
160
28 €
DÍA 30. 5 agosto. Lo primero que hacemos después de levantarnos es ir hasta Svolvaer a
comprar pan y a pedir los horarios del ferry de Bodø. La experiencia en la oficina de turismo
no es muy edificante: a estas alturas ya hemos constatado el marcado contraste que existe
entre la belleza del paisaje y la actitud hacia el turista, que es sacasangre pura y dura. Al
principio te lo tomas con humor, pero poco a poco el a nuestro juicio excesivo afán
recaudatorio de los noruegos te va haciendo mella. Las oficinas de turismo no escapan a esta
tendencia generalizada, y más bien parecen tómbolas que lugares donde proporcionar
información. En la de Svolvaer disponían incluso de un stand –con comercial incluido- de
una compañía de móviles, y parecían más dispuestos a venderte cualquier cosa que a
traducirnos los horarios de los ferry, editados todos en noruego.
Al igual que en Tromsø, nos llama la atención el mal estado de algunas calles: baches,
aceras deterioradas o inexistentes...No comprendemos esta dejadez en un país tan rico. Puedo
aceptar el argumento de que no arreglan las carreteras porque el país es extenso y montañoso,
pero que me expliquen por qué tienen los pueblos en semejante estado.
Sacamos coronas de un cajero y nos vamos para Kabelvåg, que tampoco nos parece un
sitio especialmente bonito. Algo más interesante encontramos Henningsvaer, aunque el día
gris y frío lo desluzca. Tanto para entrar como para salir del pueblo hay que cruzar dos
puentes de infarto. Tienen forma de U invertida, sólo cabe un vehículo y en lo alto disponen
de un ligero ensanchamiento que permite cruzarse a dos automóviles,, aunque tengo mis
serias dudas si los implicados son un coche y una autocaravana. Nos salva que los que son de
la zona conocen el percal, van pendientes de la carretera desde el otro lado y prefieren
esperarse abajo.
(Nos cebamos con la racanería noruega. Imaginamos que se lo plantearon la manera
siguiente: ¿Para qué construir un puente de dos carriles? Lo hacemos de uno y que se cedan
el paso, que el hormigón va muy caro.)
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Después de comer salimos del pueblo y cambiamos de isla, saltamos de Austvågøy a
Vestvågøy. Empieza a llover. Para cuando llegamos a Eggum, en la costa Norte, es un
diluvio lo que cae. Los peñones de detrás del pueblo deben de ser bonitos, pero los tapan las
nubes. Dicen que éste es un lugar privilegiado para contemplar el sol de medianoche. En fin.
Volvemos por la estrechísima carretera que trajimos hasta aquí.
Estamos desanimados. Por lo que nos habían contado, creíamos que las Lofoten iban a
ser otra cosa. En cuanto a la ruta, pensábamos bajar hasta Stamsund, pero tal y como está la
tarde mejor seguimos adelante. Paramos en Borg junto a la casa del jefe vikingo. Dado que
se trata de una simple reproducción-recreación, ninguno de los dos quiere entrar. Yo me bajo
a dar una vuelta, protegiéndome con el paraguas de la pertinaz lluvia. A la entrada de los
servicios veo a una chica con mochila envolviéndose en una enorme capa de agua. La
compadezco, pues han sido bastantes las ocasiones a lo largo de mi vida (cuando era más
joven) en que me he visto así. Vuelvo a la auto, y cuando salimos del aparcamiento hete aquí
que veo a mi mochilera junto a otra chica haciendo dedo en medio del aguacero. A riesgo de
provocar un alcance, paro en mitad de la carretera. Les preguntamos que adónde van. Nos
dicen que a Moskenes, in the main road. Nosotros, que vamos hasta Nusfjord, nos ofrecemos
dejarlas en el cruce. Aceptan.
Nuestras pasajeras son checas, de la ciudad de Brno. Llevan un mes de viaje, más o
menos como nosotros, aunque imagino que en peores condiciones. Por el camino decido que
tampoco es tan mala idea alargarnos hasta Moskenes, les resolvemos a ellas la papeleta y de
paso nos aclaramos lo del ferry, ya que con el horario en noruego no hay tu tía.
Los últimos kilómetros de la isla de Vestvågøy reviven el paisaje agreste y dramático que
descubrimos al desembarcar ayer en Fiskebøl. Un túnel submarino nos lleva a la siguiente
isla, Flakstadøy. Es parecido al que lleva a Cabo Norte pero más corto, sólo un par de
kilómetros. Ahora el terreno es muy escarpado, por lo que el recorrido se alarga en vueltas y
vueltas, siguiendo el contorno de la costa. La E-10, itinerario europeo, la publicitada
Carretera del Rey Olav, se transforma por estos pagos en algo parecido a un camino de
cabras local.
Pasamos Ramberg, con playas de arena blanca impensables en estas latitudes. Un puente
nos deja en Moskenesøy, la última de las Lofoten. Para entonces ha dejado de llover. Los
últimos kilómetros hasta Sorvågen son un alucinante salto de islote en islote. Los pasos son
también aquí puentes de un solo carril, pero dotados de semáforos y sensor que te indica
cuándo puedes pasar. Rumbosos.
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Llegamos a la terminal del ferry. Allí nos informamos de horarios y condiciones del
barco y nos despedimos de nuestras checas. Hace un poco de frío, y la verdad a mí me da
pena dejarlas allí, sin saber dónde van a dormir. Nosotros nos vamos hasta Å, que es el
último pueblo de la isla y también la última letra del alfabeto noruego. Dejamos la auto en el
aparcamiento que hay al final de la carretera, pasado un túnel, y subimos al cerro rocoso
cruzando los tinglados de madera donde cuelgan a secar el bacalao. Ahora están vacíos.
Desde lo alto divisamos el peñasco de Vaerøy levantándose altivo sobre el mar.
También éste es un Cabo do Mundo.
A eso de las 23 horas, cuando ya hemos cenado, empieza a oírse griterío. Suponemos que
es alguien de juerga, y no hacemos caso. Al cabo de un buen rato, al comprobar que no cesa,
salgo a ver qué pasa. Son dos chicas y un chico del pueblo. Adolescentes. Por la forma de
desbarrar parece evidente que están drogados. Tienen una bicicleta, y se la turnan para ir y
venir por el aparcamiento aullando como posesos, por completo indiferentes a las cuatro
autos que pernoctan allí.
Esperamos a las doce, y como ni se callan ni se van, nos marchamos nosotros,
desgranando acidísimos comentarios sobre el desquiciamiento de la juventud actual, similar
al parecer en todos los países del llamado mundo desarrollado.
Encontramos sitio a un kilómetro y medio de allí, en un solar junto a otras dos autos. El
resto de la noche transcurre sin incidentes.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Vestpollen (N) 10:00 Å
(N) 19:00
182 30 39
Día 31. 6 Agosto. El lugar donde hemos dormido es en realidad el aparcamiento del
Museo de la Industria del Pescado. Ya nos hemos dado cuenta de que a suecos y a noruegos
les une un afán común: tener museos. Los hay de lo más inverosímil: de las carreteras, de
utensilios tradicionales, de la Segunda Guerra Mundial (muchos), de las telecomunicaciones,
del petróleo, de juguetes, de la aviación... Es tal la densidad que uno tiene la sensación de que
cualquiera que junte un puñado de cacharros antiguos pone en su puerta el cartel de museo
para que lo visite el turista (pagando, faltaría más.)
Esta mañana nuestra intención era desandar camino y ver la zona de las islas que nos
saltamos ayer, así que retrocedemos unos 30 km. Pero a medida que salimos de la vertiente
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Sur de la isla, protegida por las montañas, el tiempo cambia: en Ramberg arrea el viento del
Norte que es un gusto, y además llueve.
Compramos fruta y verdura en un lugar de lo más curioso: aparentemente se trata de una
calle en la que, como en cualquier otro sitio, existen una serie de establecimientos adosados:
la oficina de información, una tienda de electrodomésticos y el super. Luego entras por
cualquier puerta y descubres que no hay separaciones interiores, y que se puede pasar y
pasear de un lugar a otro sin salir a la cruda intemperie.
En la tienda de alimentación nos sorprende el que los productos frescos vienen con su
origen indicado, y así podemos elegir entre uvas de Egipto, naranjas de Túnez, manzanas de
Italia, tomates de España o setas de la India. Evidentemente, todo esto viene en avión. ¿Qué
va a comer esta gente cuando escasee el petróleo?
Nos volvemos al Sur de la isla, que se está más calentito. Paramos en Hamnøy, un
pueblecito pesquero prendido de la roca. El tiempo se afea también aquí. Miro el reloj. Son
las 13:20. Le digo a Bego: ¿Y si intentáramos coger el ferry de las dos? Dicho y hecho: sólo
estamos a 5 km. del muelle, aunque tenemos que pasar otra vez los puentes de un solo carril.
En quince minutos llegamos a la zona de embarque. Hay muchos vehículos, pero aun así
nos permiten pasar al aparcamiento y nos venden el ticket: 1.321 coronas. Qué bien y qué
suerte: hemos oído lo frustrantes que pueden llegar a ser las colas en Moskenes. Llega el
barco y se traga la primera fila de coches. Luego la segunda y la tercera. Avanza la nuestra.
Delante de nosotros va una Mac Louis. Entra en el ferry pero, horror, se queda casi en la
puerta. A nosotros, que estamos ya en la pasarela, nos echan para atrás, y en el escaso
espacio libre encajan dos turismos de mala manera.
Hete aquí que nos quedamos solísimos en el puerto, viendo cómo se marcha nuestro
ferry. Son las 14 horas, y hasta las 18 no sale el siguiente barco.
En fin, paciencia. Por suerte para nosotros llevamos la casa encima, y cuatro horas dan
para mucho: comer, fregar la loza, limpiar el aseo, barrer el suelo, planificar etapas, escribir
el diario, echarse la siesta... A las 15:30 empiezan a llegar los primeros coches, que se
colocan detrás nuestro –salvo el que viene con el ticket reservado-. Llega un autobús sueco.
Para nuestra sorpresa, quienes van dentro son españoles. Trato de entablar conversación, pero
no se muestran muy receptivos.
A las 17:45 aún no ha aparecido el barco. Francamente, la cosa huele a chamusquina, de
modo que nos vamos para la taquilla a preguntar. No hace falta: en el cristal hay pegado un
cartelito que dice: Delayed. 2 hours approximately.
66
Un estremecimiento de gusto nos recorre. No hay que ser un hacha para darse cuenta de
que cuatro que llevamos más dos que nos quedan suman seis horas. Ya sí que conocemos en
carne propia lo que es una espera en Moskenes, incluso me asaltan sospechas sobre si no
vendrá de aquí el vocablo español mosquearse. Nuestro máximo temor es que hayan
suprimido el servicio de las seis (hoy era el último día) y pretendan dejarnos aquí hasta el
siguiente, que es a las nueve y cuarto.
Dos horas de propina dar para mucho. Nos vamos de paseo, y hasta tenemos tiempo de
escalar la sierra de enfrente. Cuando volvemos, la gente ya ha sacado los hornillos de las
furgonetas y prepara la cena. En la fila paralela a la nuestra está el coche de unos piratas, que
matan el tiempo bebiendo cerveza.
Por fin, a las 20:03 horas, con todo el personal desesperanzado, asoma el ferry por la
bocana del puerto.
Entran las bicis y las motos, entran los turismos y, ahora sí, entramos nosotros. A bordo
nos encontramos con las checas. Las saludamos, pero no nos hacen mucho asunto. Más tarde
se descubrirá que han intimado con los piratas, y que, frente a su imagen de chicos duros y
malos, una pacífica pareja de autocaravanistas no tiene nada que hacer.
Desde cubierta veo alejarse las Lofoten y el manto de nubes que las envuelve como un
sudario. Han sido otras de las frustraciones del viaje. En cambio de las Vesteralen,
insignificantes en apariencia, guardaré recuerdo para siempre. Tal vez la luz, las vivencias...
Hace demasiado frío, de modo que entramos en el salón. El barco es más pequeño que el
de esta mañana y encima lleva doble ración de gente, así que está todo atestado. El grupo de
españoles, que por cultura y por definición más que oír necesitan ser escuchados, contribuyen
a elevar el barullo ambiente. A estas horas todos deben de saber ya que somos los
compatriotas de la autocaravana, pero aunque estamos muy junto a ellos ninguno siente la
necesidad de hablar con nosotros: viven en la seguridad del cardumen, y mentalmente no han
abandonado España; por eso nada tiene de raro encontrarse un paisano por estos pagos.
De esta manera, las cuatro horas de viaje –tres y cuarto según el horario oficial- se hacen
eternísimas. Descubro que, después de un mes de viaje los dos solos, siento la necesidad
imperiosa de comunicarme con más gente, y que es triste no poder hacerlo.
A las doce y cinco de la noche –diez horas después de intentarlo en el primer ferry- se
abren las compuertas del transbordador, y nos vemos de nuevo rodando por tierra firme, sin
checas, ni piratas, ni grupos organizados de españoles. Cruzamos Bodø sin parar, y es una
pena porque tiene un aire de ciudad cuidada que hasta ahora no hemos visto en Noruega.
Salimos por la carretera 80. Conforme rodeamos el fiordo nos rodea una luz como de
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amanecer. Y efectivamente, se atisba la aurora que despunta por detrás de las montañas. Me
detengo a sacar unas fotos. Hay un cielo y un aire limpísimos, y hace un frío que pela.
Llevamos recorridos 20 km. cuando nos desviamos hacia el Sur por la carretera 17.
Roberto nos guía sin titubeos en busca del Saltstraumen, que es el mayor remolino del
mundo mundial, y damos con él sin problemas. Pero el aparcamiento que hay allí, bajo el
puente, nos parece muy inclinado y con continuo tránsito de gente, de manera que decidimos
acercarnos al pueblo en busca de un sitio más llano y tranquilo. Para nuestra desilusión,
descubrimos que han llenado todos los rincones con señales de prohibido aparcar, algunos
con señal específica de autocaravanas. Hartos de dar vueltas, nos metemos en el parking del
cementerio (también prohibido) junto a una furgoneta alemana y cenamos algo. Cuando nos
acostamos son casi las dos de la mañana. Caemos rendidos.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Å (N)
20:00 Saltstraumen (N) 1:00
97
167 €
Día 31. 6 Agosto. Según el calendario, tal día como hoy hace un mes que salimos de
casa. Todo el tiempo pensando en que nos sobrarían días y ahora vamos con el agobio de si
nos dará tiempo de ver todo lo que queremos.
A las 7:30 me despierto. Descubro que la furgo alemana se ha pirado. Hacemos igual: no
nos vamos a quedar solos ante el peligro. Con Bego dormida, me pongo al volante y regreso
al aparcamiento bajo el puente, junto a las otras autos. Yo también busco la seguridad del
cardumen.
A eso de las diez me voy a ver el horario de las mareas. La ascendente es a las 13:39.
Falta bastante, pero creo que esperar merece la pena. Subimos al estilizado puente que vuela
sobre el fiordo. Hace un día espléndido, el mejor que hemos tenido hasta la fecha en
Noruega. Las montañas con nieve se recortan nítidas en el horizonte. Bajo nosotros discurre
el agua con calma hacia el mar, como todo río que se precie. Vemos medusas, algún pez, y
¡un delfín! De repente ocurre lo extraordinario: el flujo del agua se invierte, y las medusas
que iban río abajo comienzan a subir. Faltan aún dos horas para el punto culminante de la
marea, y decidimos bajar hasta la orilla. Allí se congregan abundantes pescadores de caña, y
también zodiacs y pequeños barcos de pesca.
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En las dos horas siguientes, mientras nos tostamos al sol, y recobramos para nuestros
cuerpos un calorcito ya olvidado, vemos cómo el nivel de agua entrante se incrementa
paulatinamente. No me impresiona tanto el remolino –o los remolinos, pues se dan varios de
forma simultánea- sino el gigantesco volumen de líquido que penetra en tromba a través del
estrecho –400 millones de litros, dicen-. Se produce un fenómeno que nunca habíamos visto
antes, a saber: la corriente entrante produce una forma como de cuña que sobrepasa en varios
metros el nivel de agua preexistente. Es el inaudito espectáculo de ver un río corriendo sobre
un río.
Cuando apenas han transcurrido unos minutos desde la hora de máxima avenida, hacen su
aparición unas lanchas que conducen a grupos de turistas hasta la cresta misma del agua. Van
todos pertrechados con unos peculiares trajes salvavidas que ya vimos en el barco de las
Lofoten: consisten en monos térmicos integrales, con capucha incorporada, y sobre ellos van
los elementos que les confieren flotabilidad. Por lo visto el mayor peligro de caer al agua
aquí no es morir ahogado, sino congelado.
A las dos y media volvemos a la auto. Comemos fruta y decidimos andar un cacho.
Tenemos dos opciones: desandar 12 km. hasta la carretera 80 o seguir adelante por una
comarcal. Nos decantamos por la segunda, que son 70 km. de trazado estrecho, con mucho
más tráfico del que esperábamos, rampas de subida y bajada del 9 por ciento y muy pocos
pueblos.
A las cuatro paramos a comer y a descansar. Un par de horas después reanudamos y
salimos enseguida a la E 06, vieja conocida, que en un principio nos engaña con amplios
arcenes y un firme envidiable pero que a poco que se empine se transforma en miserable
carretera secundaria o terciaria. Por suerte los conductores noruegos son cautos y pacientes:
puedes llevar detrás de ti una caravana de coches durante veinte o treinta kilómetros sin que
nadie se impaciente y guardando todo cristo la distancia de seguridad. A diferencia de otros
países de todos conocidos, por fortuna aquí los locos son minoría.
Subimos hasta una amplia meseta y de inmediato desaparecen los árboles. Y en medio de
la meseta, el Círculo Polar. Realmente, el gélido y desangelado paisaje que se extiende ante
nuestros ojos se parece más a la idea que yo traía que a lo que vimos en Rovaniemi. Echando
cuentas, veo que hemos pasado once días por encima de esta línea imaginaria. Lo que una
vez soñé y me pareció imposible se ha hecho del todo realidad. Han transcurrido los días y
las semanas. Si algo tiene esto de viajar tanto tiempo es que sirve para darse cuenta de lo
profundo que se hincan nuestras raíces personales, familiares y sociales, nos gusten o no. Y
porque se hace un balance minucioso de la propia vida, el pasado, el presente y lo que viene
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delante. Las personas buenas y las malas. Las que se portaron bien y las que nos hicieron la
puñeta. Todo, absolutamente todo acaba pasando por el tamiz implacable y cristalino de la
memoria. Será lo que no trajimos, y lo único que nos llevaremos de este mundo.
Un breve paseo por las instalaciones. Fuera hay diversas inscripciones y monumentos.
Me llaman la atención dos placas presididas por la estrella roja, pero las inscripciones están
en noruego. Me parece entender que una es en homenaje a los soldados soviéticos que
liberaron la zona, y la otra un recuerdo a la resistencia.
Poco más que ver. Nos marchamos. Antes y después del Círculo Polar se atraviesa una
zona prácticamente despoblada. Tanto es así que hay cerca de 100 km. sin una sola
gasolinera, acostumbrados como estamos a tenerlas cada 15-20 km. Bajando hacia Mo-i-
Rana entro en reserva y me acojono. No tanto por quedarnos sin gasoil, pues llevo una
garrafa de 5 litros de reserva, sino por si me quedo parado en esta carretera estrechísima,
llena de curvas y con un tráfico que por momentos se vuelve más agresivo. Consultamos a
Roberto y nos dice que hay gasolinera a 30 km. de distancia, lo cual se revela cierto.
Aprovechamos también para coger agua. Íbamos a comprar unas bolsas de frutos secos, que
se quedaron sobre el mostrador ante el desorbitado precio.
Habíamos pensado hacer la excursión del glaciar Svartissen, pero la cantidad de
kilómetros que aún queda por delante y los días de vacaciones que se acaban nos hace
descartarlo. Cruzamos Mo-i-Rana -que en castellano quiere decir Mo (pueblo) que está en
Rana (zona, región). Como Å i Lofoten. Durante bastantes kilómetros vamos a pie de fiordo,
con una luz rarísima y espectral. Pasamos tres túneles consecutivos, y al final el espectáculo
nos hace detenernos en la cuneta, para la foto: dos arcoiris completos; uno de ellos
nitidísimo, perfecto.
Pero claro, donde hay arcoiris hay agua. Empieza a caer primero modosita, y luego más
fuerte. Bego interpreta el nombre de la localidad que hemos elegido por destino (Mosjøen =
nos j...) como un malísimo augurio. Y en efecto: nada más llegan a Korgen comienza el
puerto –por lo visto están construyendo un túnel de 8 km. que comunique este valle con el
siguiente, pero la inauguración de la obra ya no nos toca-. A medida que ascendemos, la
meteorología empeora. En lo alto del collado vemos un descampado con dos autocaravanas.
El sitio no nos ofrece demasiada confianza –hay enormes barreras cortavientos-, pero son las
diez de la noche, y ninguna gana de bajar casi de noche y con la que está cayendo.
Estacionamos cerca de una de las autos, y sentimos cómo el viento nos menea.
70
En mi vida he visto un día que comience con tan buenos augurios y termine como el
rosario de la aurora. Pero no será peor que en Cabo Norte, seguro. La lluvia arrecia, pero yo
me siento tan resguardado en el interior del vehículo que escribo aquello de
En mi caravana no entra agua
no entra agua.
Afuera diluvia y relampaguea,
chuzos caen de punta,
el cielo se raja
pero en mi caravana
no entra el agua.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Saltstraumen (N) 14:30 Korgen
(N) 22:15 262
30 37
Día 33. 8 Agosto. Hace bueno y sol: el tiempo luce con cara de no haber roto un plato, y
de los turbones que nos azotaron ayer, ni el recuerdo. Descendemos el puerto que dejamos
pendiente ayer, y en los primeros 70 km. de serpenteante carretera realizamos tres paradas, a
saber: la primera, para vaciar las negras en un WC de área de descanso; la segunda, en
Mosjøen para hacer la compra. La tercera, en las cataratas de Laksfossen, una brutal caída de
agua que levanta nubes de espuma pulverizada. La vista es espectacular, y se completa
cuando vemos a los salmones –algunos enormes- saltando en la parte baja. Cómo estos peces
pueden superar un salto de agua de 17 metros, con tan inmenso caudal desplazándose en
sentido contrario, es algo que escapa a mi comprensión. La vida y hechos del salmón, que
nace en agua dulce para ir al mar, y que vuelve ocho años después al lugar donde nació
–superando obstáculos como éste- para reproducirse y morir es para mí uno de los grandes
milagros de la naturaleza.
Son las dos de la tarde cuando conseguimos arrancarnos del éxtasis húmedo de la
cascada. Reanudamos camino. La carretera sigue teniendo curvas, es estrecha y mala, a
menudo sin raya en el centro y sin apenas señalización vertical. Teniendo en cuenta que se
71
trata de la E 06, la vía que vertebra el país, se lo podían haber currado un poquillo más.
Continúa, por otro lado, la penuria de gasolineras en la ruta.
A las cuatro estamos en Namsskogan. Hemos hecho un promedio de 50 km./hora. No sé
si es por el desánimo derivado, o si se trata de un problema físico, psíquico, espiritual o si es
simplemente que estoy quemado con los 8.000 km. que llevo a cuestas; el caso es que toco
uno de los fondos del viaje. El simple hecho de pensar en la conducción me produce un nudo
de angustia en el estómago.
Comemos y duermo una hora. Luego me siento mejor, pero no recuperado del todo.
Salgo a dar un paseo y me siento a la orilla del lago de turno buscando ordenar mis
sensaciones y sentimientos.
Bego se anima a coger el volante, pese al miedo que le produce manejar un vehículo tan
grande por una carretera tan estrecha. Por suerte para ella ahora el trazado es llano, aunque
remonta suavemente el curso del río Namsen.
Al cabo de 60 km. me siento mejor y retomo el volante. Bordeamos el lago de
Snåsavatnet, uno de los más bonitos que hemos visto en todo el viaje. A partir de aquí el
paisaje humano sufre un cambio: no sólo porque la carretera mejore en firme y trazado, sino
porque da la sensación de que hemos dejado el salvaje y abrupto Norte para entrar en una
tierra más civilizada: se ven muchas casas –también gasolineras-, los campos se cultivan,
aparecen de nuevo los carriles bicipeatonales paralelos a la carretera… En fin, una estampa
que nos recuerda mucho a Suecia y que ya teníamos olvidada.
A partir de Verdalsøra bordeamos el Tromdheimfjorden. Por primera vez en muchos días
percibo que la tarde pierde luz, y que molestan los faros de los coches. En contraste, los
últimos rayos de del sol por el Oeste aparecen pintados con unos colores apabullantes. A las
22:30 estamos parados al borde del fiordo, comiéndonos una manzana y asistiendo a un
crepúsculo flipante e inacabable. A pesar de los pesares, hemos recorrido 430 km, nuestro
record en Escandinavia, y ha llegado el momento de explicar las
INSTRUCCIONES PARA ENTRAR EN TRONDHEIM
Es conveniente llegar tarde para evitar los peajes de entrada (como en la Edad Media,
aquí sigue existiendo el derecho de portazgo.) No sé a qué hora dejan de cobrar, pero cuando
a las 23 horas pasamos por la primera garita estaba el hombre contando las coronitas. Este
primer peaje cuesta 10 Kr. coche y 20 camiones, -conociéndonos como ya nos conocemos, es
fácilmente adivinable a qué categoría adscriben las autocaravanas. Después de pasar tres
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largos túneles se llega al segundo peaje: 20 Kr. coche, 50 camiones. También se halla
cerrada. Entramos en la ciudad, y cuando creíamos que estábamos salvados, nos damos de
narices con un cartel en el cual se indica que, hasta las 5 de la tarde y para circular por el
centro, es preciso pagar una tarifa de 10 Kr. coche y 20 camiones. Ignoramos cómo se hace
efectivo dicho pago.
La aparición del cartel me conmociona de tal manera que equivoco la ruta y acabo en un
callejón sin salida, empotrado entre unas jardineras, una marquesina a la que golpeo
ligeramente y unos abetos sembrados en las susodichas jardineras, cuyas ramas dejan
muescas perennes en la trasera de la auto. Deshecho el entuerto, enfilamos hacia el centro.
Llegamos a un aparcamiento y procedemos a enterarnos de las tarifas:
Hasta las 8 de la mañana es gratis. A partir de esa hora se paga, pero sólo se permite
estacionar un máximo de cinco horas. La primera vale 16 coronas, y se va incrementando
proporcionalmente de manera que las cinco horas no cuestan 80 coronas sino 129, unos
dieciséis euros. Comprendo que es una medida encaminada a que los residentes habituales
dejen el coche en casita y utilicen el transporte público o la bicicleta, pero para quienes
venimos de fuera es una faena.
Aunque son las doce de la noche, decidimos salir en misión exploratoria. No hay casi
gente por la calle, salvo los cenutrios de turno atronando las calles con los super-escapes de
sus vehículos. Vamos por Prinsensgate y giramos por Kongensgate, desde donde divisamos
la catedral. Nos acercamos hasta la puerta, pero el cementerio que la rodea nos disuade de
una visita más dilatada. Vamos de vuelta hacia la auto por Bispegata cuando sucede el
milagro: a la puerta de una explanada lóbrega y oscura nos encontramos con una
desvencijada caravana, empapelada de arriba abajo con carteles artesanos. En ellos se lee en
casi cualquier idioma que de 16:00 a 7:30 es gratis, y que el resto del tiempo aparcar vale 50
coronas. Tal como están las cosas, nos parece una ganga: vamos corriendo a por la auto y nos
instalamos aquí, felices y contentos. Los automóviles siguen machacando la noche de
Trondheim, pero ahora mismo eso nos importa un pimiento.
Mañana será otro día.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Korgen
(N) 11:00 Trondheim (N) 12:00
430 33 42
73
Día 34. 9 Agosto. Hoy amaneció nublado, y se mantendrá así todo el día, aunque sin
llover. Cuando nos levantamos el aparcamiento, anoche vacío, está ahora lleno hasta la
bandera. Descubrimos dónde estamos: es el patio de un colegio o instituto, que aprovecha el
verano para sacar un dinerillo extra (alguien desgrana un ácido comentario sobre si será que
el ministerio de Educación noruego no les proporciona fondos suficientes para la
calefacción.)
Pagamos al chaval de la puerta las coronas de rigor y salimos a Trondheim. La ciudad
luce muy animada. Nos vamos hasta el río, a ver las casas de madera. Luego entramos a la
biblioteca municipal en busca de las ruinas de la iglesia que se encontraron en el subsuelo.
Ya de paso echamos un vistazo a la prensa internacional y descubrimos que tienen Internet
gratis –media hora, pero nadie lo controla-. Miro el correo, el saldo de la cuenta corriente y
los últimos sucesos nacionales y regionales. Desde los atentados de Londres, nada gordo.
Sigue haciendo muchísimo calor por el Sur, aunque aquí, con diecisiete grados y persistente
llovizna, cueste imaginarlo.
La tercera fase
Nuevo paseo por el centro. Compramos unas fresas en el Torget. Estamos sentados en un
banco decidiendo si nos las comemos o si no. Como no hay fuentes, decidimos ir a lavarlas a
la auto, y apenas hemos caminado unos pasos cuando me doy cuenta de que alguien desde
otro banco habla con Bego en castellano. Me sorprendo: ¿cómo sabe ése que somos
españoles? Entonces miro mejor y... ¡Es Jose! Está con la pequeña de sus hijas. María
Dolores y la mayor han ido a comprar fresas. Al principio tardo en reaccionar: fue en Alta
-ocho días y casi dos mil kilómetros- donde nos vimos por última vez. ¿Cómo es posible? Ya
van cuatro. Los creíamos por detrás de nosotros, pero por lo visto el mal tiempo les decidió a
ahorrarse las Lofoten, y por eso bajaron por el continente. Están con ellos sus amigos, los
esperados de Cabo Norte. Vienen de ver la catedral. Nos contamos nuestras respectivas
peripecias. Están tan hartos como nosotros del coroneo de los noruegos, y por eso nos
regalan las pegatinas de entrada. Nos despedimos una vez más. ¿Será la última?
A Bego y a mí se nos da muy mal lo de echarle cara a estas cosas: pensamos que se nos
notará en la cara, que nos dirán algo, que no seremos capaces. Pero es que sólo queremos
echar un vistazo a la catedral por dentro, leñe. Tras una vuelta por el palacio del arzobispo,
donde la vigilancia parece más relajada, nos atrevemos con la catedral. Diez minutos de
visita; de pasar por taquilla nos hubieran salido por 80 coronas.
74
De vuelta a la auto, devoramos las fresas y preparamos la comida de mediodía. A las
17:00 salimos hacia el Sur. La carretera es, como siempre, sencilla y hay un impresionante
guirigay de coches y camiones. Vemos las cabinas que cobran peaje a la entrada de la ciudad.
Por el Norte puedo entenderlo debido a lo que tuvieron que costar los túneles, pero ¿y aquí?
¿Qué demonios es lo que cobran aquí?
En Lundamo cogemos agua y gasoil y continuamos hacia el Sur por la E 06. Poco a poco
el tráfico se va diluyendo. La carretera es aceptable.
Pasamos Oppdal. Un cartel advierte de que no hay gasolineras en los próximos 78 km.
Remontamos el valle del río Driva, que baja imponente a nuestra derecha. Por doquier
aparecen cascadas que se unen al río, convertido a estas alturas en torrente de montaña.
Viene ahora un valle muy cerrado, prácticamente virgen. Coronamos el puerto y llegamos a
Hjerkinn, cuatro casas y lo que parece una industria de extracción minera. 25 km. de meseta
que son auténtica tundra, desarbolados y cautivadores. Luego, la fuerte bajada hasta Dombás.
En este pueblo se bifurca la carretera. Por un lado, la E 06, que va hacia Oslo, y por otro
la E 136, que es la que tomamos. Seguimos perdiendo altura por un valle lleno de granjas y
campos de cultivo aunque el río, curiosamente, corre en dirección contraria. Llegamos así a
la población de Lesjaverk, junto al lago del mismo nombre. Esta noche nos apetece dormir
lejos del mundanal ruido, de manera que cruzamos la vía férrea y bajamos hasta el lago por
una pista de tierra. No hay aparcamiento alguno, de mdo que estacionamos en un pequeño
ensanche del camino.
A diferencia de ayer, hoy no se oye una mosca, y ya son visibles las estrellas en el cielo.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Trondheim (N) 17:15
Lago Lesjaverk
(N) 21:45
232 54 64
Día 34. 9 Agosto. Amanece nublado. Nos despedimos de las ovejitas que han compartido
noche con nosotros y reemprendemos camino. Cambiamos de valle e iniciamos el descenso
del río Rauma. Enseguida llegamos a Slettafoss, un abrupto encajonamiento del río, y un
poco más adelante divisamos la cascada de Vermafoss, que se despeña desde las nubes en la
ladera opuesta. Paramos un rato en el arcén, extasiados.
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Atasco en las alturas
Antes de llegar a Andalsnes nos desviamos a la derecha en busca del Trollstigen (el
Camino de los Trolls) y sus once curvas. Todavía en el llano nos encontramos con un rebaño
de vacas en mitad de la carretera. No se apartan, las jodidas, y tengo que darle a una en el
culo con el retrovisor para que se quite de enmedio. Empezamos a subir. Vamos por la cuarta
curva cuando nos sumerge una niebla densísima. Tras la sexta sucede lo que tenía que
suceder: hemos llegado la altura del puente de la Stigfossen –la cascada de 180 metros que
apenas intuimos a través del puré de patatas- y nos encontramos con varios coches detenidos.
Parece que sus dueños estuvieran haciéndose fotos, de manera que pito al primero, que está
casi en medio del puente, y trato de sobrepasarlo. En esto que llega una chica a mi ventanilla
para decirme que en la curva siguiente hay una caravana que bloquea el paso. Toca, pues,
esperar. En ese preciso instante todos los coches arrancan y suben pendiente arriba. Yo los
sigo. Estoy ya cerca de la curva maldita cuando de la niebla sale un automóvil que viene en
dirección contraria. Su conductor, de buenas a primeras, empieza a dirigirme gestos
despectivos. Yo le respondo por mímica que no me puedo encoger –estamos en lo que parece
el tramo más estrecho de la carretera-, y él me replica que retroceda. Lo hago muy
lentamente durante veinte metros con intención de orillarme en un ligero ensanchamiento.
Antes de que lo alcance el tipo grosero me rebasa. Previamente ha descendido del vehículo la
acompañante, muy educada pero con una pinta que me abstengo de comentar, y me dice que
en la curva de marras está el atasco, y que si sigo adelante voy a bloquear por completo el
paso. Intento orillarme lo más posible para ir en persona a analizar la situación cuando de la
niebla emerge otra figura femenina, que nos hace imperiosos ademanes para que sigamos: es
la acompañante del caravanista, quien al parecer ha conseguido orillar lo suficiente el 4x4 y
el remolque. Cuando doblo la curva y veo los quince o veinte vehículos que tiene detrás,
maldigo a la primera dama al tiempo que agradezco la decisión de la segunda: si les llega a
dar paso a ellos primero, seguro que las furgonetas y autos no hubieran pasado por donde yo
me hallaba detenido (nota al margen: cómo se le ocurre al dueño de una caravana meterse por
estos andurriales; fue la única que vimos en todo el camino.)
Completado el ascenso, llegamos a un llano. Entre la espesísima niebla intuimos un
montón de vehículos aparcados y tiendas de recuerdos a mogollón. ¿Qué hace tanta gente
aquí, aguardando a que aclare? Nosotros preferimos continuar. Apenas bajamos cien metros
por el otro lado cuando el paisaje se desvela, y tenemos así el consuelo, un poco triste, por no
haber visto un carajo en la Senda de los Trolls. Fresas de camino para consolarnos.
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Llegamos a Linge a tiempo de abordar el ferry. El cobrador, un chaval joven, no pregunta
la longitud del vehículo. Me pide 69 coronas, cifra que le pido repita porque creo haber
entendido mal. Cuando me entrega el ticket comprendo que me ha cobrado como un vehículo
de seis metros. Primera y única vez en Escandinavia: por este detalle, cobrador mío, te tendré
siempre en mis oraciones.
Diez minutos de travesía y arribamos a Eidsdal. Nos apartamos del muelle de embarque y
aprovechamos para comer. Luego comenzamos la segunda ascensión, que nos tememos tan
nebulosa como la de la mañana. Tras las primeras curvas llegamos a un inesperado valle en
medio de las montañas. Continúa la ascensión hasta coronar, y un poco más adelante estallan
ante nosotros las primeras vistas del Geirangerfjord, tan abajo que parece que si saltáramos
caeríamos al agua. En el centro hay anclado un crucero, lo que nos permite calcular las
sobrecogedoras dimensiones del lugar.
Primer roce
Iniciamos el descenso, con rampas anunciadas del 10 %. Llegamos a una cerrada curva
donde se encuentran estacionados coches e incluso autobuses: es el mirador de Las Siete
Hermanas. Descubro un pequeño hueco a la derecha y me orillo. A sacar las ruedas de la
parte derecha del asfalto, percibo que la inclinación del vehículo es mayor de la que yo había
calculado. Entonces se oye el inconfundible y doloroso sonido de la chapa al rascar contra un
saliente de piedra. Trato de salir hacia adelante, pero como al inclinarme me he apoyado
sobre la roca, sólo empeoro las cosas. Me asomo para valorar la situación, pero aun así no sé
qué hacer: si doy para adelante malo, y si doy para atrás peor. Bego trata de asesorarme en el
apuro. El chófer de uno de los autobuses también se une a la fiesta y efectúa ademanes de
controlador de pista. Al final salgo en medio de unos chirridos que parten el alma. Se nos han
quitado las ganas de contemplar la cascada: sigo un par de kilómetros y me bajo a cuantificar
los desperfectos: no ha sido la carrocería la que ha sufrido el raspón, sino la carcasa del toldo.
Debía de estar realmente apoyado contra la roca, porque la tulipa del gálibo, más hacia
adentro, también ha volado.
Muy deprimido, conduzco hasta el pueblo. Cerca del puerto, encontramos un lugar para
aparcar. Como después del percance me siento bastante inseguro, mi copilota baja a dirigir la
maniobra. Entonces, en el tiempo que tardo en girar para colocarme de frente, aparece un
coche e intenta meterse en el hueco pese a los gesto de advertencia de Bego. Desde dentro de
la auto no puedo oír los términos de la discusión, pero por la cara de ella veo que el asunto
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está pasando a mayores. Aproximo el vehículo y comienzo a pitar. Entonces el otro, al
sopesar el tamaño del contrincante, opta por largarse. Por lo visto el tipo –ningún jovenzuelo,
sesenta años cumplidos-, en el amago de arrollarla, había golpeado a Bego en la pierna. Me
pongo hecho una furia. Mientras tanto el buen hombre ya ha aparcado, y en compañía de su
mujer e hija se dirige al bar. Desde lejos le decimos cuatro cosas en inglés y también en
castizo castellano, la más suave de todas criminal, que es bilingüe. Luego, pensándolo
fríamente, me digo que mejor así: si me percato del intento de atropello en caliente, seguro
que acabamos todos en comisaría.
Tras incidentes tan acalorados, nos damos un paseo para serenar los ánimos, estudiar los
horarios de los ferrys y valorar las posibilidades de pernocta.
En cuanto a barcos, hay muchas salidas diarias, sobre todo por la mañana. Traemos con
nosotros las tarifas de 2001, y nos escandaliza –aunque no nos sorprende- que en cuatro años
los precios se han triplicado.
En que se refiere a la pernocta, dado que hay tres establecimientos de acampada en la
zona era previsible, como al final ocurre, que el aparcamiento estuviese cuajado de carteles
de Camping forbudt. Claro que lo del camping es muy relativo, ya que lo nuestro se parece
más al parking, pero por no discutir nos vamos a explorar a pie el camino de tierra que
bordea el fiordo por el lado opuesto a por donde hemos venido. Desde lejos parecía estrecho
y con pocas posibilidades (aunque se divisaban algunas autocaravanas), pero un examen más
pormenorizado nos permite descubrir, aparte de las vacas y ponis que pastan a sus anchas, al
menos tres apartaderos a pie de agua. Dicho y hecho: volvemos a por la auto y nos mudamos.
Soy consciente de hallarme en un lugar singularmente bello, y que pese a los sinsabores
del día las cosas retornan a su sitio. Contemplo las luces reflejadas en el agua, y parece que
estamos no en Noruega, sino en algún remoto lugar de Indochina.
A medida que cae la luz baja también la niebla, que piadosamente tapa la curva-mirador
de tan doloroso recuerdo.
Entonces, muy suavemente, se pone a llover.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Lesjaverk
(N) 10:00 Geiranger (N) 18:00
146
9 €
78
Día 36. 11 Agosto. Llueve. Enfrente de nosotros se halla fondeado el Delfín. Las nubes
casi tocan los mástiles del crucero. Me imagino los improperios de los turistas que se hallan a
bordo, viendo en qué ha quedado la idílica visita al Geirangerfjord que les vendieron a través
del soleado catálogo de la agencia de viajes. Aquí es lo mismo: toda la publicidad que cae en
nuestras manos muestra Noruega como si fuese el país del verano perpetuo, lo cual
constatamos que se trata de una descarada mentira. Por ello, si tuviera que elegir una
profesión relajada aquí, ésa sería la de fotógrafo para agencia turística: no creo que trabajara
más de veinte días al año.
Llueve. Cancelamos el viaje a través del fiordo: no estamos dispuestos a una clavada sólo
para ver nubes desde la cubierta. Remoloneamos en la auto durante toda la mañana, hasta que
decidimos que mejor nos vamos a ver un glaciar. De Geiranger sólo se puede salir en barco o
subiendo: las tortuosas curvas en dirección a Stryn no tienen nada que envidiar a las de la
Senda de los Trolls. 5 km. y paramos en el mirador de Flydalsjuvet, con una caída a pico
sobre el torrente y abismales vistas del fiordo. Cuando deja la niebla, claro. Mientras estamos
allí llega un autobús y en un abrir y cerrar de ojos. Gritos, risas, fotos de yo-estuve-aquí,
euforia de parque temático. Hay algo de desagradable y ácido en el turismo exprés, que
consume lugares en lugar de disfrutarlos.
Seguimos. La carretera tuerce y se retuerce. Alcanzamos los 1.000 metros de altura. Allí,
en mitad de una meseta pelada, encontramos un increíble lago con neveros hasta el borde del
agua. A la primera ocasión aparco la auto y me bajo: pocas son las veces que se puede tocar
nieve en el mes de agosto.
La carretera antigua iba hasta Grotli, pero ya no es necesario porque los noruegos han
excavado –literalmente- una nueva que ahorra 28 km. Nos encontramos tres grandes túneles,
el mayor de 4,5 km, y los tres en descenso. Al salir del primero, llueve. Al salir del segundo,
estamos en medio de una niebla tan profunda que no se ve ni toser. El tercero asoma ya por
debajo de las nubes y casi está dejando de llover. Menos mal.
Paramos en una plataforma asfaltada al lado de la carretera. El paisaje es tan alucinante
que empiezan a faltar los apelativos. Sólo diré que desde la ventana del salón contamos diez
cataratas diez –más una seca, que imagino que correrá con el deshielo-. Las dimensiones del
lugar la dan los árboles, que de tan pequeños parecen juguetes.
Concluida la refección, proseguimos el descenso. Llegamos al lago de Strynvaten
(amplio, precioso, etc.) Como nos queda poca agua en el depósito, paro y saco el cubo. Está
el agua bastante limpia, y no se aprecian las larvas de mosquito que abundaban en los lagos
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de Laponia. La verdad es que me cuesta unos cuantos viajes, pero al final nos vamos con casi
cien litros de agua de la sierra noruega.
En Stryn el lago desagua en el Nordfjord. Contorneamos éste hasta llegar a Olden, donde
se toma la carretera de Birksdal. Teniendo en cuenta los patrones noruegos, es
suficientemente ancha en la mayor parte de sus 21 km, con arrimaderos en los sitios más
estratégicos, pero con tramos de 200-300 metros sin visibilidad alguna y en los que parece
que no cabemos ni nosotros. Es tarde y hay poco tráfico, pero no quiero ni imaginarme cómo
va a ser bajar por aquí mañana.
Bordeamos un doble lago que es el desaguadero del glaciar. Poco a poco, entre las nubes,
se divisa la helada lengua, y a su derecha una cascada que quita el hipo. Cruzamos el pueblo,
llegamos al final de la carretera y allí, en medio de la naturaleza más salvaje y agreste que
imaginarse pueda, encontramos un área de estacionamiento ¡con parquímetros! Realmente
estos chicos están en todo. Pasar allí la noche -un aparcamiento sin la menor comodidad,
salvo un triste grifo- cuesta 100 coronas, casi 13 euros. Echamos cuentas y por el mismo
precio nos vamos al camping que hay más abajo. Por lo menos no nos veremos rodeados de
coches y autobuses nada más amanezca.
A la una de la mañana el silencio es total. Sólo lo rompe el lejano fragor de la cascada.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Geiranger (N) 15:00 Briksdalbreen
(N) 21:00 114
Día 37. 12 Agosto. Amanece nublado y sin lluvia. Nuestra experiencia nos dice que eso
aquí equivale a un día bueno. Subimos desde el camping hacia la zona del restaurante y la
inevitable tienda de recuerdos. Aquí es donde comienza el camino hacia la lengua glaciar.
Primera sorpresa: ya no hay ponis que tiren de los carros cargados de turistas: han sido
sustituidos por una especie de todoterrenos diesel que sólo llevan japoneses y que apestan a
la concurrencia con sus humos. Teniendo en cuenta la función que cumplen, y que comparten
camino con tanta gente que ha venido a disfrutar de la naturaleza, y que apenas tienen uno o
dos años, ya podían haberlos comprado eléctricos, ¿no?
Enseguida nos damos cuenta de que el camino no lleva a la lengua glaciar que vimos
ayer, sino a otra que estaba fuera de la vista del valle. En medio de curvas y contracurvas
80
pasas junto a una potente cascada que ofrece ducha (gratuita) a todos los visitantes. Desde
aquí no se aprecia la lengua glaciar pero luego, al final del repecho, comenzamos a ver el río
de hielo.
Como nada aquí es a escala humana sino de gigantes, las distancias engañan. El glaciar
parece mucho más pequeño hasta que cerca de su base divisamos a los turistas. Más que
lejanos, parecen pequeños. En el lago flotan trozos de témpano. Cual peregrinos, vamos hasta
la pared de hielo y la tocamos. Luego fotos, muchas fotos de este prodigio de la naturaleza.
Siendo la primera vez que contemplo un glaciar, la verdad es que estoy conmocionado.
Tiene algo de hipnótico y fascinante. Es bello y a la vez letal (si te sitúas donde no debes o si
subes al hielo sin equipo adecuado, vas listo). Suena como un trueno. Miramos hacia las
alturas: es un desprendimiento, pero no parece haber correlación entre el colosal estruendo y
el polvillo de nieve que se desprende de las alturas.
Bordeamos la masa helada por la parte izquierda saltando de roca en roca. Descubrimos
oquedades (la lengua se derrite por debajo), azules intensísimos, rocas confinadas en su
cárcel traslúcida. Nos proponemos llegar hasta la base de un altísimo farallón, pero ahora es
todo piedra suelta. Incluso pisando con cuidado se vienen abajo, algunas de tamaño
considerable. La vista lateral del hielo es espeluznantemente bella, pero mi intuición no deja
de advertirme que estamos haciendo algo peligroso acercándonos tanto. Entonces, con
muchísimo cuidado, retrocedemos.
Aclaran un poco las nubes, y los matices de blanco y azul se manifiestan más espléndidos
todavía. Nos quedaríamos allí muchísimo más, pero hace un frío que pela. De regreso, nos
volvemos de rato en rato, y ninguna de las veces dejamos de maravillarnos.
Ya en la auto, toca desandar la fatídica carretera hasta Olden. En general, la gente
colabora y se aparta nada más vernos, sobre todo porque nos hemos juntado varios y
formamos una caravana de dos autos y tres turismos. Por supuesto, nadie trata de adelantar.
En Olden vamos al super. Se nos está terminando la leche condensada, y descubrimos: a)
Que en Noruega ni existen ni la conocen. b) Que al parecer tampoco existen los tetra-brick de
larga duración, sino sólo los de leche fresca (y nosotros seguimos sin frigorífico.) En cuanto
a la leche en polvo, la venden en unos diminutos sobres tan caros que parece que fueran otro
tipo de polvos. Renunciamos.
Giramos a la izquierda en dirección a Utvik. Esta carretera, a la orilla del Nordfjord, es
tan mala como la anterior, sólo que con muchísimo más tráfico. En el mapa viene ribeteada
de verde indicando itinerario pintoresco. Lo será para ellos, porque verdes deben de estar
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ahora las caras de conductor y copiloto, enfrascadísimos no topar con los coches y camiones
que vienen de frente ni, ay, rozar de nuevo con el costado derecho.
De Utvik a Byrkelo la carretera abandona el fiordo y se encarama a 600 metros de altura.
Curvas de 180 grados, firme deforme, enormes grietas en la carretera... Me acuerdo de la
madre del ministro noruego de obras públicas y toda su parentela. A partir de Byrkelo la
situación mejora. Estamos en la E 39, al parecer los itinerarios europeos son las únicas
carreteras ligeramente decentes en el país (y yo que me quejaba de la E 06). Como novedad,
y sueltas por el asfalto, encontramos cabras.
En Skei nos detenemos un rato para recuperarnos del soponcio. Luego giramos en
dirección a Fjaerland. Esta carretera, aunque de amarillo en el mapa, es nueva y está más o
menos bien, aunque sabemos que a la otra punta nos espera un peaje.
Sorpresa
Atravesamos un par de largos túneles y nos damos de narices con la lengua glaciar de
Bøyabreen. En realidad estamos dando la vuelta a Jostedalsbreen -482 km. cuadrados, el
mayor glaciar de la Europa continental-. Hemos recorrido 102 km y según, el mapa, en línea
recta no estamos ni a 20 km. de Briksdalbreen. Nos maravillamos de que aquí no haya
parquímetros ni mercachifles del medio natural: sólo campo puro y duro, un restaurante
cerrado y un área de descanso. Ideal.
Estacionamos y nos aproximamos a pie a la lengua glaciar. Ésta, a diferencia de la de
Birksdalbreen, no llega al nivel del suelo, sino que se halla a varios cientos de metros por
encima de nuestras cabezas. Abajo, junto al torrente y pegada a la pared de roca, hay una
gran masa de hielo. La parte inferior está horadada por una cueva que forma un semicírculo
perfecto, por donde fluye el agua. Desde aquí no podemos hacernos idea de las dimensiones,
pero a buen seguro que es mucho más grande de lo que imaginamos.
Hemos leído que Bøyabreen es la lengua que más rápido se desplaza de las veinticuatro
que tiene el Jostedalsbreen (unos dos metros/día), y lo confirmamos: por debajo del sonido
del agua cayendo es posible percibir un crujido sordo y subterráneo, como de martillos que
golpeasen debajo de tierra. Asistimos a un ligero desprendimiento.
Cuando ya nos vamos suena un estruendo similar a una explosión. Miramos asustados
hacia arriba, tratando de localizar el origen, pero no cae hielo por ningún sitio. Entonces
miramos hacia la cueva: un bloque del tamaño al menos de una casa de dos pisos se ha
desprendido y bloquea parte de la entrada.
82
Impresionados por tanta grandiosidad, regresamos. En el aparcamiento hay varias autos,
y una de ellas nos resulta conocida... Pues sí, son los murcianos aquí de nuevo. Doctor
Livingstone, supongo.
¿Qué probabilidad existe de encontrarse en más de una ocasión con las mismas personas
en un viaje de casi 14.000 kilómetros?
Dos veces es casualidad.
Tres, coincidencia.
Cuatro veces es la suerte.
Cinco...la repera.
¿Y si hubiera una sexta? Estos hechos dan qué pensar y obligan a que nos replanteemos
nuestro concepto sobre las probabilidades y el destino. Ellos también están mosqueados;
dicen que la cría mayor, cuando nos divisó por la ventana, exclamó con un deje de aprensión:
Mama, los de Cáceres. La pequeña, que aún no ha salido del mundo mágico, parece que lo
acepta mejor. No sólo son las coincidencias; por lo visto nos vamos siguiendo los pasos:
anteanoche durmieron también en Geiranger, a la otra orilla del fiordo. Nos dicen que van
camino de Kaupanger para tratar de coger el ferry mañana (si hace bueno). Iban a parar sólo
un rato e irse a dormir a Sogndal, pero les convencemos para que se queden aquí esta noche.
Con la confianza que da el dilatado trato, charlamos durante tiempo interminable. Nos
ponemos al día de nuestras peripecias. En Roald, cerca de Ålesund, el propietario de un
camping se negó a venderles los tickets para una excursión marítima argumentando que era
contrario al wild camping. Es el cumpleaños de la pequeña, de modo que nos obsequian con
un trozo de tarta (y de propina una lata de leche condensada. Nos negamos pero no hay
manera: Jose insiste.)
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Briksdalbreen (N) 15:30 Bøyabreen
(N) 20:00 102
Día 38. 13 Agosto. Amanecemos tarde. Antes de marcharnos damos otro paseo por las
inmediaciones del glaciar. Ha habido sutiles cambios durante la noche. El mayor de todos, en
la cueva. Al ritmo que lleva, es posible que dentro de una semana haya desaparecido por
completo. Un trueno y otro desprendimiento.
83
Nuestros murcianos se han marchado hace rato. Imaginamos que están ya navegando por
el fiordo. Hoy hace un día espléndido, de modo que cuando pasamos frente al Museo
Noruego de lo Glaciares decidimos no entrar; sería imperdonable desperdiciar las primeras
horas de sol en cuatro días. Paramos en una gasolinera en apariencia abandonada. Es de pago
por tarjeta (y las instrucciones, como ya nos ha pasado en otros sitios, están sólo en noruego,
de modo que sólo reponemos agua.)
Pasamos las cabinas de peaje. Luego, al cruzar Sogndal, veo aparcada en una calle lateral
nuestra auto favorita. Jose está junto a ella. María Dolores ha ido al super. Al poco tiempo
aparece, así que vamos prácticamente juntos hasta el ferry de Kaupanger. Sale a las cuatro y
ya son las dos; tenemos el tiempo justo de ir a ver la iglesia de madera del pueblo (por fuera,
claro: el precio de la entrada, como siempre, hace que no merezca la pena) y de comer.
Luego echamos cuentas: transportar las autos en barco hasta Gudvangen sale por un precio
prohibitivo –unos 120 euros para nosotros, que somos dos-, así que optamos por billetes
personales de ida y vuelta. De esta manera navegaremos en total cuatro horas por el
Sognefjord y también por el Naerøfjord, el más grande y el más estrecho de toda Noruega,
respectivamente. El Sognefjord es descomunal: literalmente, parte el país por la mitad. Mide
algo más de 200 km. de largo, y el fondo está en algunos sitios a 1.300 metros de
profundidad. Las paredes de roca se elevan todavía mil metros más por encima del agua.
La tarde luce tan magnífica que permite estar en cubierta (aunque luego se levantará un
vientecillo que te recuerda que estás en Noruega.) Vemos algo que parecen delfines y
resultan ser marsopas. También algunas focas. Hay hermosas cascadas, pero hemos visto ya
tantas que se genera una especie de insensibilización. Unas italianas pedorras, integrantes de
un grupo organizado, pretenden adueñarse de los mejores sitios y nos dan la tabarra. Pasamos
junto a pueblos cuya única vía de salida al exterior es el agua. El Naerøfjord, haciendo honor
a su nombre, se estrecha hasta dimensiones inverosímiles.
El barco para en Gudvangen el tiempo justo de cargar y descargar. Por suerte las italianas
se apean. El regreso a Kaupanger lo hacemos ahora con más frío.
De nuevo en tierra, nos separamos de nuestros amigos. Ellos van a buscar un camping
porque necesitan lavar ropa. Nosotros daremos un rodeo por tierra para llegar de nuevo a
Gudvangen. La carretera que tomamos tiene un cartel de peaje, que en realidad no es tal sino
que al final nos espera un ferry. Esto no lo decía el mapa, ni tampoco Roberto. Como el
precio es sensiblemente más caro que el de un ferry normal, al final nuestro ahorro del día se
queda en agua de borrajas.
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Cuando llegamos están embarcando los coches. Sobre cubierta hay un tipo haciendo
señas para que avancemos. Yo no me fijo mucho, pero Bego me dice: es Jose. Efectivamente,
allí están de nuevo. ¿Pero no os habían quedado en Kaupanger? Sí, pero es que resulta que el
camping del pueblo no tiene lavadora; hemos decidido seguir y buscar otro. Con ayuda de
nuestra guía de campings localizamos uno en Flåm. Como no tienen navegador, me ofrezco a
guiarles. Ellos están primero en la cola de salida y ya fuera no hacen ademán de detenerse –
extraña forma de seguirme-, así que llega un momento en que los perdemos. Imagino que el
trayecto les ha parecido fácil y han continuado solos. Me detengo a echar gasoil y, cuando
vuelvo de pagar, la Benimar que aparece por la carretera. Lo han intentado en un segundo
camping, pero estaba hasta la bandera. Seguimos, ahora nosotros delante. Llegamos al túnel
de los 24 km. Nunca habíamos recorrido, ni sé si recorreremos de nuevo, semejante distancia
bajo tierra. Lo curioso es que, por tres veces consecutivas, divisamos un resplandor como de
discoteca. Llegamos a una especie de gruta, y… ¡hielo! ¡El techo y las paredes son de hielo!
Al final resulta que no: se trata de una ilusión creada por luces tipo discoteca, pero el efecto
es total. Imagino que lo han construido para aliviar la monotonía del viaje subterráneo.
Al salir del túnel estamos en Aurland. Luego, enseguida, Flåm. Dejamos a nuestros
estimados en la recepción del camping, con la idea de coincidir mañana en Bergen, y nos
vamos a buscar sitio para dormir. Primera sorpresa desagradable: en el inmenso
aparcamiento de la estación de tren hay carteles en los que explícitamente se prohíbe la
estancia de caravanas y autocaravanas de 10 de la noche a 6 de la mañana (supongo que a
partir de esa hora no tienen inconveniente en que estaciones allí para que te gastes las
coronas en el dichoso trenecito turístico.) Al pasar por la puerta del camping, acelero: tres
coincidencias han sido suficientes por hoy.
Vuelta a la carretera. Un nuevo túnel, éste de 12 km., y llegamos por segunda vez en el
día a Gudvangen. Allí, en un área de descanso situada junto a una gasolinera, idéntico
letrerito. Esto empieza a ser cargante. Entramos en el pueblo y, junto al muelle de embarque
del ferry, encontramos un hueco sin prohibiciones de ningún tipo. Contadas en frío parecen
otra cosa, pero cuando las estás viviendo este tipo de situaciones cabrean, y por poco
susceptible que uno sea le hacen sentirse perseguido. ¿Acaso estamos en el país gratis? ¿Nos
regalaron algo? Hoy hemos gastado 150 euros entre peaje, ferries y gasoil. ¿Aún no es
suficiente, que tenemos que regalarle dinero al dueño del camping?
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S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Bøyabreen (N) 11:30 Gudvangen
(N) 23:00 135
30 40 20 € 89 €
Día 39. 14 Agosto. Está nublado. El fiordo-desfiladero donde se ancla Gudvangen es tan
angosto que por la claraboya del techo se ven las rocas y las cataratas. Empiezan a llegar
autobuses de turistas. Para nuestra sorpresa, la salida del túnel y la gasolinera de la
prohibición están aquí al ladito. El pueblo es todavía más pequeño de lo que suponíamos.
Tampoco parece el mismo el fiordo desde el barco y desde tierra: se diría que es la primera
vez que estamos aquí.
Emprendemos la carretera de Bergen. Hasta Vinje remontamos el curso de un río de
montaña que en otros momentos y circunstancias nos parecería hermoso, pero estamos ya
como embotados de tanta belleza.
A partir de Voss la mitad del trayecto lo hacemos literalmente bajo tierra, tal es el
número de túneles por los que pasamos. Las nubes se fueron. Después de tanta agua, va a
suceder lo imposible: tendremos sol en Bergen, la ciudad lluviosa por antonomasia.
Bergen se halla encajonada entre el fiordo y la sierra. Por eso es preciso dar un rodeo por
el Norte o por el Sur. Escogemos la primera opción. Pasamos las cabinas de peaje; hoy es
domingo y no se paga, qué suerte. Al poco encontramos el área de autocaravanas, que es un
recinto junto a la carretera, abierto día y noche, sin vigilancia. El precio es 170 coronas (luz
aparte). Espacio no es que sobre, y resulta más cara de lo que nos habían dicho. Aun así, me
acerco a recepción, y me la encuentro cerrada. No bien hemos aparcado cuando aparecen dos
autos alemanas que realizan auténticos prodigios de aparcamiento para ponerse a nuestro
lado. De inmediato aquello se llena de chiquillos inquietos y ruidosos. Empiezan a jugar al
balón entre las autos, y la nuestra se lleva algún que otro pelotazo. Les tenemos que decir que
se larguen con viento fresco, pero ya nos han amargado la comida.
Pozo de los deseos con tarifa mínima
El Bryggen de Bergen fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979. La ciudad
medieval de Cáceres -en mi opinión, y sin que me ciegue el amor patrio, con bastantes más
méritos- lo fue en 1986, lo cual prueba la importancia, incluso a escala internacional, de tener
buenos padrinos.
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Pero lo mejor del barrio alemán no está en sus tiendas ni lujosos restaurantes, ni tampoco
en las calles con suelo de madera, sino en su interior, donde hay un pozo de los deseos. A
primera vista es un arrojadero de monedas como hay en tantos sitios y que se ponen o crean
espontáneamente para satisfacer a los turistas deseosos de ritos. Éste es distinto, porque tiene
una placa que aproximadamente dice en inglés:
“En un principio se había pensado cobrar entrada para visitar el Bryggen, pero creímos
que era preferible solicitar de los turistas una colaboración económica para su
mantenimiento y conservación. Por favor, deposítela aquí. Donación mínima: xx coronas.
Sólo se acepta moneda noruega.”
Tras el Bryggen, el Torget. No sé si es el cansancio, la saturación del viaje o las
expectativas creadas, el caso es que Bergen no nos parece nada del otro mundo. Llegamos a
la zona donde hace cuatro años estacionaban las autos, pero no vemos ninguna: entre eso y la
lectura de un folleto sobre aparcamiento recogido a la entrada de la ciudad, nos asalta la
sensación de que el ayuntamiento ha hecho limpia.
Desanimados, vagamos al azar y entonces, como a veces sucede en estos casos, se
produce el milagro: cerca de Nøstegata nos damos de narices con un barrio que parece el
Albaicín a la noruega: casas pequeñas, calles recoletas, niños jugando en la calle... Tenemos
la sensación de invadir un espacio privado. Sin turistas, ni rutas prefabricadas orientadas al
consumo.
Por Haugevein vamos hasta la zona del acuario. En esta península, llamada Nordnes, hay
un precioso y tranquilo parque con vistas al fiordo. Encontramos columpios y recreamos la
infancia.
Definitivamente nos hemos reconciliado con Bergen.
De regreso, pasamos de nuevo por el Torget; el mercado del pescado ha recogido ya sus
puestos. En esto que veo una silueta conocida... Sí, son Jose y su familia. Nos saludamos sin
sorprendernos, como si acudiésemos los seis a una cita (por lo visto ellos había hecho
apuestas sobre quién nos veía antes). Como esto del roce continuo da mucha intimidad, para
celebrar el re-reencuentro que creemos el último nos vamos a cenar a un Pepe´s Pizza, y
disfrutamos de uno de esos milagros que tiene la vida, el de compartir una velada con estos
paisanos a los que ni conocíamos ni esperábamos conocer.
Me pregunta Jose que dónde pensamos ir mañana. Le digo que seguramente a ver la
catarata de Voringfossen. Le digo que si quieren venir, pero no lo tiene claro.
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Ellos también están en el área de las autos, de manera que regresamos juntos. La
recepción está de nuevo cerrada, y en el parabrisas nos han puesto un papelito que dice en
todos los idiomas que pasemos a pagar. Los alemanes se hallan recluidos en sus vehículos,
pero hete aquí que, a las doce de la noche, aparecen tres italianos montando alharaca que se
ponen a limpiar (¡y a fotografiar!) pescado en el grifo de repostaje, que está a un palmo de
nosotros. Esto ya nos parece demasiado. Replanteamos la situación: no hemos dormido ni
hecho ningún gasto en las instalaciones. ¿Y si nos largáramos?
Dicho y hecho: arrancamos la auto, salimos del área y bordeamos el puerto hasta Sundts
Gate, una avenida comercial y de oficinas que vimos por la tarde y que nos pareció amplia y
tranquila. Al enfilarla pensamos que nos hemos equivocado, pues lo que se comercia a estas
horas es ¡prostitución! Seguimos hasta el final de la calle, y allí no hay nadie, sólo dos
campers. A partir de las 8 de la mañana hay que pagar, de modo que saco un ticket de tres
horas. Felices sueños.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Gudvangen (N) 11:00 Bergen
(N) 15:00 145
Día 40. 15 Agosto. Despertamos. Esto es Bergen y está nublado; para hacer honor al
sitio, caen algunas gotas. No ha habido incidencia puteriles por la noche ni conflictos con la
municipalidad esta mañana. Salida para repostar comida en el super y nueva visita al
Fisketorget: “SALMÓN DE JABUGO”; “EL HOMBRE Y EL SALMÓN, CUANTO MÁS
SALVAJE MÁS SABROSÓN”, rezan algunos carteles. No son de extrañar, ya que los
vendedores de pescado contratan a jóvenes extranjeros –por lo menos españoles y japoneses-
para incrementar el gancho comercial. Y es que son muchísimos los compatriotas con los que
nos cruzamos ayer y hoy. Pero nosotros, que rehuimos la artificiosidad, nos vamos a un
puesto de noruegos noruegos. La chica que nos atiende es encantadora, aunque no sepa
decirnos en inglés ni por supuesto en español el nombre del pescado que compramos. El
precio, por una vez, resulta barato. No lo es tanto una especie de bocadillo de marisco que se
nos antoja, confeccionado con salmón, gambas, lechuga y caviar y que más tarde ocasionará
a ambos disturbios intestinales solventados de forma perentoria en el Thetford.
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Concluidas las compras, regresamos a la auto. Salimos por la circunvalación de la ciudad,
construida en terreno robado a la montaña a base de túneles y desandamos camino por la E
16. Ahora contamos los túneles entre Bergen y Voss: hay 35, a cual más largo. Aun así,
preferimos esta carretera a la que va por el Sur: hemos leído y oído historias tan
espeluznantes sobre su estrechez –y sobre los camiones de gran tonelaje que circulan por
ella- que preferimos no tentar la suerte. Me llama la atención que dentro de los túneles no se
pierdan las emisoras de radio.
Una vez en Voss, y después de un repostaje de gasoil-agua y vertido de grises más
complicados de lo habitual, nos desviamos en dirección a Granvin y Bruravik, donde
cogemos el que será nuestro último ferry en Noruega. Una vez al otro lado del fiordo nos
vamos en dirección a Eidfjord, aunque nada más salir del barco nos tienen parados un buen
rato por causa de obras. Tras comer en Eidfjord seguimos en busca de la catarata de
Voringfossen. Para dar con ella hay que recorrer 17 km. bordeando primero el lago, luego la
torrentera por donde desagua la cascada y por último una interminable espiral de curvas y
túneles que, cual sacacorchos, se cruzan unas sobre otros para salvar el desnivel.
Llegamos a una explanada en mitad del campo donde pretenden cobrar 40 coronas por
aparcar y no sé cuántas por dormir. Por suerte no hay encargado a la vista. Tal vez por la
mañana, con esto atestado de turistas. Por cierto, es una gozada visitar estos lugares por la
tarde, cuando los de los autobuses y los visitantes en general están ya recogidos. Puede uno
recrearse en lo auténtico del lugar sin la trivialización que causa el turismo masivo
contemporáneo.
Hemos visto infinidad de cascadas en Noruega, pero antes de asomarnos ya nos queda
claro que ésta es el padre y la madre de todas ellas. Muy cerca del aparcamiento hay un
mirador sobre el acantilado; cae tan a plomo que cuesta divisar el fondo. Desde aquí no es
visible todavía el chorro principal. Vamos bordeando a pie el desfiladero de una forma un
tanto dificultosa. Conseguimos salir al puente de la carretera vieja, que cruza más arriba de la
catarata. Al pasar al otro lado nos desviamos de nuevo a la izquierda. Asomándonos con
muchísima precaución al húmedo e inestable borde obtenemos las primeras vistas de la caída
de agua. Un poco más adelante está el mirador oficial, a pocos metros del hotel Fossli. Desde
aquí el espectáculo es impresionante: la caída de agua tiene 182 metros, y nosotros estamos
todavía unos cien metros más arriba. Altas y verticales paredes de roca, veladas por nubes de
vapor, cierran el lugar. El sonido es atronador, y el agua en su caída desplaza el aire con tal
fuerza que otra pequeña cascada, situada enfrente, no es capaz de llegar al fondo y se eleva,
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convirtiéndose a su vez en neblina... En fin, hay lugares y momentos de la vida en que el
lenguaje comienza a quedarse corto. Cortemos aquí.
Regresamos a la auto aunque esta vez, y desde el puente, por la antigua carretera. Se ha
metido la niebla, y la visibilidad no es buena. Conforme llegamos diviso el bulto sospechoso
de una autocaravana que en esos momentos llega al aparcamiento. Nos acercamos un poco
más y de repente se hace visible el modelo. Cielos, son ellos. Antes nunca se fijaban en
nuestra auto, pero ahora ya la han visto y se resisten a bajar. Ellos sabían que veníamos aquí,
pero la milimétrica coincidencia en el tiempo da otra vez qué pensar. “Qué pasa, ¿nos
seguís?” “No, es que vamos para Oslo”. “¿Por dónde?” “Por ahí”. “Vale. Nosotros iremos
por el otro lado” Les explicamos cómo pueden llegar al mirador de la catarata en vehículo, y
nos volvemos a despedir.
Desandamos camino. Bajamos de nuevo por el sacacorchos hasta Eidfjord y Brimnes,
donde desembarcamos del ferry. Aquí la carretera se estrecha a tramos. Salimos del
Eidfjorden y comenzamos a bordear el Sørfjorden. Aquí el clima debe de ser ya bastante
benigno, pues hay plantaciones de frutales a los lados de la carretera. Las lonas con las que
las cubren serán para proteger la cosecha, casi madura, de la lluvia. La pared del valle se ve
muy escarpada, y empezamos a dudar si encontraremos un sitio llano para domir. Nada más
entrar en Kinsarvik veo, arriba y sobre mi cabeza, el morro de una auto. Dicho y hecho: giro
por la primera entrada y ¡alehop!: un enorme aparcamiento vacío. Sólo la auto alemana y
nosotros.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Bergen
(N) 11:30 Kinsarvik (N) 21:45
214 30 41
18 €
Día 41. 16 Agosto. Noche tranquila, sin un solo ruido como no sea el de nuestros propios
ronquidos. Visitamos la iglesia de piedra del siglo XII, incomprensiblemente poco
anunciada. A su alrededor, como ya estamos acostumbrados, el cementerio. Descansan los
muertos bajo el suave césped, con bellas flores sembradas a la vera de las lápidas. Nada que
ver con los pudrideros de huesos que son los cementerios del Sur. Si allí fuera así, no me
importaría que mis días acabaran bajo tierra. En el cementerio vemos las primeras
golondrinas, supongo que más al Norte el clima es demasiado frío para ellas.
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Segundo roce
Retomamos nuestro camino. Nos vamos despidiendo del último fiordo que veremos en el
viaje, pero no hay tiempo para sentimentalismos: la carretera es a tramos tan estrecha como
ayer por la tarde, sólo que con bastante más tráfico. En uno de ésos me viene de frente un
autobús. Primero se orilla y después se detiene para dejarme pasar. Voy avanzando
lentamente, procurando no acercarme al otro vehículo ni al pretil de piedra, que tengo a
escasos centímetros. Entonces roza mi espejo contra su carrocería. Lo recojo y sigo
avanzando. Cuando estoy a punto de rebasarlo, en mi deseo de salir cuanto antes del
atolladero giro el volante hacia el centro de la calzada, y entonces nuestro voladizo trasero
roza el pretil. El chirrido me llega al alma; es el fantasma del Geirangerfjord que arrastra de
nuevo sus cadenas: si voy hacia adelante, me engancho más; si voy hacia atrás... Empiezan a
acumularse coches, pero yo les hago pasar para resolver el entuerto lo más tranquilo posible.
Se baja Bego, y jugándose el tipo sobre el pretil da con la solución: leve giro de volante a la
derecha y ligerísimo avance, lo justo para separarme por atrás de la piedra cinco centímetros.
Una vez hecho esto, volante enderezado y gradual separación. Hemos salido, pero con otra
cicatriz para la historia personal.
Este tipo de sucesos deprimen y le hacen perder a uno su confianza de conductor. Por
eso, al llegar a Odda estamos pensando en suspender la visita a Buerbre, una lengua del
glaciar Folgefonna. Tomo la decisión de no andar investigando, pero si se cruza el cartel
indicativo en mi camino, no le diré que no. Cuando ya salíamos del pueblo y nos creíamos
exonerados, hete aquí que aparece bien clarito a la derecha: BUERBRE. En contra del
parecer de Bego, que teme otro percance, obedezco la señal. Los dos primeros kilómetros
prometen. Luego la carretera se estrecha, como era de esperar, y por último desaparece el
asfalto. Vienen así cuatro o cinco aterradores kilómetros por un caminillo de tierra que hacen
que la carretera que lleva a Briksdalbreen nos parezca ahora una autopista. Y aquí nos
vemos, sin posibilidad de dar marcha atrás, con nuestro trasto de 6,5 metros suplicando al
cielo que no baje nadie en ese momento. Nuestras plegarias son escuchadas, y eso que en el
aparcamiento de arriba hay no menos de treinta vehículos, autocaravanas incluidas.
Comemos. A la hora de subir al glaciar, Bego no se siente bien, así que me voy solo.
Hasta la base de la lengua hay unos 400 metros de desnivel. El principio del recorrido es un
prado llano. Aquí, al fondo del valle, los rayos de sol sólo llegan entre mayo y octubre.
Me adelanta (a pie) una pareja de moteros. Con mi paso calmo, veo cómo se alejan y me
siento como un viejo. Pero tras las primeras rampas localizo de nuevo sus chupas de cuero.
Les dejo estar. Sólo un ratito más y ya van echando el bofe. Los adelanto y me sonríen: no
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son precisamente unos críos. Se quedan atrás y no los vuelvo a ver. Pienso en la verdad del
dicho de que la montaña pone a cada uno en su sitio, y en que hay algunos que no aprenden
en toda la vida.
Me cruzo con la gente que baja, muchos de ellos jóvenes. A partir de esta altura ya hay
complicidad, cruces de miradas, sonrisas. En la montaña de verdad la gente se siente más
amiga, y cede el paso al que sube.
El camino se complica, y empiezo a asustarme cuando llego a un repecho de roca que hay
que escalar ayudado por una cuerda con nudos. Hay otro más arriba, que se salva mediante
una escala de madera. Llevo casi hora y media subiendo. ¿Es que esto no se acaba?
Entonces aparece la lengua del glaciar ante mí. Recuerda a las que he visto estos días,
pero me percato de que cada una tiene personalidad propia. Llama la atención la cascada que
sale de debajo, el revoltijo de hielo cuarteado, aparentemente inmóvil, y la cantidad de piedra
y tierra que lleva la corriente del centro, incluida una roca de varias toneladas.
Evidentemente, el glaciar sigue minando la montaña.
Los últimos excursionistas se han marchado. Estoy solo, solo de verdad por primera vez
en el viaje. Cuando piense en Noruega quiero recordar esto: las alturas, el hielo, las
torrenteras impetuosas. Noto que empiezo a despedirme del país.
Hace frío, de modo que inicio el descenso, y en ese momento me encuentro con
Bego.”Pero bueno, ¿tú no estabas mala?” “Pero ya no.” “¿Y has subido hasta aquí?” “¿Qué
pasa, tanto te disgusta verme?” En fin, rifirrafe parejil. Bajamos juntos. Como en
Briksdalbreen, volviéndonos de cuando en cuando para admirar el hielo.
Al llegar a la auto son las nueve. El aparcamiento está casi vacío. A estas horas ya no
subirá nadie; justo lo que esperaba, para tener de nuevo los 5 km. de camino para mí solo.
Alcanzamos Odda sin novedad, y continuamos hacia el Sur. La carretera va pegada a un
río de montaña, y amaga por momentos con estrecharse. Paramos junto a las cataratas
Latefossen, un derroche de blancura y agua pulverizada. Qué pena que sea casi de noche y no
haya forma de sacar buenas fotos.
Llegamos a la E 134. En esta carretera tenemos al menos un carril para nosotros solos,
pero la velocidad media no da para muchas alegrías. Cruzamos larguísimos túneles y
bajamos un empinado puerto de montaña con sacacorchos incluido. Ya por completo
oscurecido en Røldal, iniciamos la potente subida del Haukelifjell: curva va, túnel viene. Así
llegamos a una especie de meseta cuajada de lagos. Estamos en el límite Sur del
Hardangervidda, un parque nacional que ocupa una superficie como la mitad de la provincia
de Cáceres. La verdad es que en el Sur no esperaba encontrarme paisajes tan agrestes.
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Además, sabemos que estamos muy altos porque se adivina la nieve a tiro de piedra.
Entonces encontramos un área de descanso. En hora y media he hecho 70 km. Da la
sensación de que nunca vamos a acabar de desenredarnos de las carreteras noruegas.
Fuera hace un frío que pela. Descubrimos que hay un bloque de servicios públicos con
calefacción. Amenizan la noche los trailers, que al parecer tienen prohibido atravesar los
túneles de 8 de la mañana a 10 de la noche.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Kinsarvik
(N) 12:00 Haukelifjell (N) 22:45
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Día 42. 17 Agosto. Abro los ojos y miro el reloj. ¡Las 10:45! ¿Cómo es posible, si me
suelo despertar a las siete y media? Parece que la caminata de ayer ejerció de potente
somnífero. Hay prisa, pues: ducha cancelada, desayuno y a la carretera. La luz del día nos
muestra los paisajes que intuíamos anoche. Estamos en una meseta entre 900 y 1.000 metros
de altura, tan pelada y fría que nos transporta de nuevo a Cabo Norte.
Sólo 6 km. llevamos recorridos cuando nos encontramos –de nuevo- con un corte de
carretera: obras en el túnel. Los turismos pueden rodearlo por la antigua carretera; nosotros,
no. Por suerte la espera es corta, hasta que lleva la camioneta naranja con un cartel que dice
SÍGAME y nos lleva de la manita a nosotros y a otras tres autocaravanas hasta el otro lado
del túnel.
Salvado este obstáculo, la carretera mejora a tramos pero eso, sólo a tramos: en cuanto se
confía uno un poco desaparece la raya central y vuelven los estrechamientos. Conducir en
estas circunstancias, y con lo que ya llevo a cuestas, va minando, de modo que los 170 km.
que hay hasta Heddal nos llevan tres horas, y llego exhausto.
Tras la comida, visitamos la iglesia de madera que hay en este pueblo, una de las 30 que
quedan en Noruega y al parecer la mayor de todas ellas. La están cubriendo con una capa de
brea que acentúa su aire siniestro. Pese a todo, resulta interesante. Visitar el interior, como
casi todo en Noruega, es demasiado caro para lo que puede ofrecer. Nos marchamos.
Faltan 120 km. para Oslo, que por fortuna están bastante mejor que lo andado. El último
tramo es de autovía y todo. Siguiendo las indicaciones del navegador, vamos en dirección al
Vigelandsparken hasta que encontramos la señalización que indica el aparcamiento de
autobuses.
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Entramos en el parque por la parte de atrás, y ello nos priva en parte del efecto buscado
por el escultor, Gustav Vigeland. Pese a eso y a la escasa luz de la tarde, nos maravilla el
monolito vertical y los grupos escultóricos que lo rodean. Tiene algo de maravilloso el sitio
que hace que uno no quiera irse.
Ah, se me olvidaba. El parque Vigeland es gratis.
Envío un mensaje por el móvil a Jose y María Dolores, por si estuviesen todavía en Oslo.
Me contestan al rato: han salido esta tarde hacia el Sur, imagino que huyendo de la quema.
Ya que estamos solos, lo primero es lo primero: hay que buscar sitio para dormir. El
estacionamiento del parque no nos parece muy seguro que digamos, y además a partir de las
8 de la mañana sólo se puede permanecer aquí –pagando- tres horas. Pensábamos en
movernos hacia el centro, a la Galería Nacional, pero es posible que allí las restricciones sean
aun mayores. Justo al lado del parque vemos una calle con vehículos aparcados. Pese a que
no vemos señales, al menos comprensibles para nosotros, donde se diga que es sólo para
residentes, no nos fiamos: las casas son de demasiado postín. Recorremos la calle hasta su
inicio. Pasamos junto a un cartel en noruego que dice no sé qué de reservado para los
noséqué de la Federación Rusa. Coño, estamos en la zona de las embajadas, a ver si se
piensan éstos que somos chechenos con una autocaravana-bomba y llaman a los GEO.
Probamos en el barrio de al lado, y nos damos de narices con la embajada turca. Aquí
tampoco: a ver si van a creer que somos kurdos y vamos a sacar un lanzamisiles por la
claraboya panorámica. Esto de los países con contenciosos bélicos es una patata.
Cuando creemos haber encontrado un sitio interesante, volvemos a la auto cruzando el
Vigelandparken. A pesar de la oscuridad, a la que no acabamos de acostumbrarnos,
distinguimos más estatuas y entendemos mejor el ritmo y el sentido con que el autor de las
obras diseñó el parque.
La auto sigue en su sitio. Pese a la mala fama del lugar, no nos han robado. Ponemos el
vehículo en movimiento, y entonces nos ocurre algo maravilloso: a unos cientos de metros
del parque y a 4 km. del centro de Oslo aparece una calle residencial en la que hay vehículos
aparcados, sin ningún tipo de prohibición, ni restricción, ni parquímetros ni nada que se le
parezca. Examinamos incrédulos el lugar, y le aplicamos el test “¿Es apto este sitio para
dormir?” El resultado positivo de dicha prueba muestra a las claras que, incluso en Noruega,
los milagros son posibles.
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S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Haukelifjell (N) 12:00 Oslo
(N) 20:00 287
40 53
Día 43. 18 Agosto. Noche tranquila, aunque ninguno de los dos ha dormido bien. Cuando
miro por la claraboya creo descubrir la causa: tenemos los cables de la luz y dos pequeños
transformadores a pocos metros de la cabeza, y es sabido que los campos electromagnéticos
alteran con mucha facilidad el patrón de sueño.
El lugar donde hemos pasado la noche nos parece lo bastante seguro (y gratis) para dejar
la auto mientras visitamos el centro. Cruzamos de nuevo el parque Vigeland, que ahora se
halla abarrotado de turistas. Hay muchas excursiones organizadas, sobre todo de japoneses.
Llegamos a la parada de tranvías que hay en la puerta principal, pero tras calcular en el
mapa las distancias decidimos que vale la pena ir andando. Sabemos que hemos llegado al
centro cuando a nuestra derecha se destaca la mole del Ayuntamiento. Nos acercamos hasta
el puerto, a oler a mar, y paseamos por el muelle de Aker Brygge, que tiene un museo de
esculturas al aire libre.
En el puerto hay un pescador vendiendo gambas a pie de barco. Deseamos saber si están
ya cocidas, y nos dice que sí. Preguntamos el precio; valen casi el doble que en Bergen, pero
se las compramos. Nos sentamos con ellas en un banco. En un instante estamos rodeados de
gaviotas. ¿Se comerán las cabezas de las gambas? Vaya, no sólo se las comen, sino que las
atrapan al vuelo. Resulta increíble lo observadoras y oportunistas que son estas aves: durante
el rato en que dejamos de echarles los restos, la explanada queda vacía. Basta exhibir un
nuevo trozo para que reaparezcan, no se sabe de dónde. Ahora comprendo el porqué de su
indiscutible éxito reproductivo. Las hay de tres tipos: la más pequeña parece la reidora.
Luego está la gaviota común, y por último una enorme que no sé cómo se llama, pero que
apabulla a las otras a la hora de disputarse la comida.
Terminado el marisquil almuerzo, nos vamos a ver la Galería Nacional, que es una
maravilla por dos razones: primero, por los cuadros que guarda; segundo, porque también es
gratis. Nos interesan las pinturas que retratan paisajes ya vistos, como los fiordos o los
glaciares. Y también las obras de Munch. Tienen algo de fascinante y atormentado los
retratos de este hombre, que dicho sea de paso es un pintor extraordinario, capaz de captar el
carácter con la espontaneidad de una fotografía.
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Salimos a la calle. Sin ser acérrimos museófilos, nos gusta impregnarnos de obras
maestras, es como si las texturas y los colores quedasen tras la retina de uno.
Toca ahora pasear la Karl Johans Gate, llena de una multitud variopinta y cosmopolita.
Llegamos a la Estación Central y media vuelta: una breve visita al Basarhallene y parada en
el Stortorvet, antiguo centro de la ciudad, con puestos ambulantes y un concierto de jazz en
directo.
No tenemos ganas de andar más, de manera que tomamos el tranvía nº 11, el cual nos
lleva hasta Kirkeveien, la entrada del Vigeland. De camino a la auto tenemos el privilegio de
contemplar por cuarta vez este maravilloso parque.
A las 19:00 horas estamos en la auto. Nadie la ha tocado. Pido a Roberto instrucciones
para salir de Oslo. Me advierte que hay peaje. Le digo que bueno. Efectivamente, haylo, pero
más que de entrada a la ciudad, como Bergen o Trondheim, lo que cobran es la ronda de
circunvalación. Veinte coronas. Con esto contábamos, arrojo las monedas a la máquina, que
las engulle y me abre paso. Oslo es enorme: recorremos unos 15 km. para cruzarlo. Luego se
alternan los tramos dobles con los de un solo carril. De improviso, nuevo cartel: carretera de
peaje. Me lo temía. Otras veinte coronas que pasan a engrosar las arcas de la Hacienda
noruega. Le pido a Roberto que defina la ruta hasta Göteborg. Parece que no hay moros, digo
peajes en la costa. Es importante para nosotros saberlo ya que queremos gastarnos todo el
dinero noruego que llevemos encima. 20 km. antes de la frontera paramos en una gasolinera
y nos fundimos las últimas coronas. Ya de paso vaciamos grises y cargamos limpias.
Seguimos adelante, y yo voy mosqueado. Conociendo como hemos conocido a los
habitantes de este país, al menos en su faceta dineraria, intuyo que esto no puede terminar
así. En efecto: sólo faltan cuatro miserables kilómetros para la frontera cuando aparece el
doble carril nuevo nuevísimo y... el cartel de carretera de pago. Son 18 coronas y ya nos las
hemos gastado todas. ¿Qué hacer? No problem, ya han pensado en todo: en este ultimísimo
peaje aceptan euros, coronas suecas... Lo que sea. Tenemos de estas dos monedas, pero ya
nos parece demasiado; al llegar a la línea de caja se me cruzan los cables y arremeto por la
salida de pago remoto. Una señal me advierte de que estoy siendo filmado en video, así que
miro a la cámara, sonrío y saludo.
De esta forma, mi auto y yo somos retratados para la posteridad en los anales de morosos
de Noruega, un país estremecedoramente bello, sí, pero también odiosamente sacacuartos.
Del lado sueco también hay varios kilómetros de autovía, pero por fortuna no se les ha
pegado la histeria del cobrar. Evidentemente, este tramo fronterizo es fruto de un acuerdo de
96
cooperación. Que les haya costado la misma guita que a los suecos, y que ellos cobren peaje
y éstos no es algo que al parecer les trae al fresco.
Ahora el itinerario vuelve a ser una carretera normal, pero con muchos, muchísimos
camiones. Me parece increíble que la ruta Oslo-Göteborg no llegue siquiera al nivel de una
nacional regularcilla de España. Un camionero aburrido se dedica a perseguirnos. Lo llevo
tan pegado que incluso orillarme en algún apartadero para dejarlo pasar me parece una
maniobra peligrosa. Para complicar la cosa, pasamos un largo tramo sin pintar, y por si fuera
poco algunos turismos nos adelantan a uno y a otro como si llevaran el diablo. Cuando, harto
de la situación, veo una gasolinera con un carril de desaceleración lo suficientemente seguro,
entro para dejar pasar al energúmeno y compruebo que ¡él también está parando! Ni corto ni
perezoso me incorporo de nuevo a la vía, y dejo atrás al profesional del volante que cree que
presionando a un conductor extranjero va a conseguir que vaya más deprisa, cuando suele
suceder lo contrario, si es que no provoca un accidente.
Unos kilómetros más allá llegamos a Tanum. Hay gasolinera y área de descanso, pero
prefiero acercarme al pueblecito, donde encontramos un sitio ideal para la pernocta, aunque
de lejos oigamos el fragor de la carretera.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Oslo (N) 19:30 Tanum
(S) 22:30 173
Día 44. 19 Agosto. Volver a Suecia supone cerrar la primera parte del vasto círculo que
hemos abierto. Recuerdo la llegada a Malmö, hace ya varias vidas. Entonces era la incógnita
de un país desconocido. Ahora sacamos del bolsillo las coronas que nos sobraron cuando
entramos en Finlandia; es un poco regresar a casa.
Nos despierta el canto de las tórtolas. Desayunamos y nos ponemos en marcha. La
carretera se ha despejado de camioneros rabiosos. Hace un sol por todo lo alto. Enseguida
llegamos a un tramo de autovía, y a partir de Uddevalla ya será prácticamente así hasta
Salamanca. Es como si, una vez fuera del laberinto noruego, el viaje cambiase de ritmo: en
ocho días vamos a recorrer los casi 3.500 km. que nos separan de casa.
En hora y media nos ponemos en Göteborg. Al llegar a la ciudad aparcamos cerca de la E
06, y nos vamos caminando hacia el centro, a unos 2 km. Göteborg es la segunda urbe de
Suecia, mayor incluso que Oslo. Sin embargo, la parte vieja es fácilmente abarcable.
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Cruzamos el canal con forma de estrella, donde en su día estuvieron las murallas.
Vuelven los carriles bici, los tranvías y las celestiales vikingas sobre dos ruedas. Por Ostra
Hamngatan llegamos a Lilla Bommens Hamn, el puerto viejo. Aquí vemos a un grupo de
chicos y chicas descargando bolsas y mochilas desde un velero al muelle. Un par de
educadores van con ellos. Se despiden de la tripulación con calurosos abrazos y apretones de
manos: resulta indudable que han pasado varios días navegando. Bego opina que es posible
que hayan aprendido algo muy importante: que uno se lo puede pasar bien sin estar
comprando.
Absortos en la escena, tardamos un rato en percatarnos de que percibimos una sensación
extraña y ya olvidada: ¡Hace calor! Definitivamente, hemos salido de las brumas del Norte;
con veinticuatro o veinticinco grados, hete aquí a dos aguerridos extremeños sudando la gota
gorda. Cielos, y sin nevera.
A la vuelta del paseo recalamos en un super para reponer provisiones, y luego a una
estación de servicio para fundir en gasoil hasta la última corona sueca. Salimos de Göteborg
en medio de un tráfico densísimo. Volvemos a la clásica disyuntiva: me quedo detrás de los
camiones o me pongo a adelantar. Suerte que los suecos no son casi nunca pejigueras, y si te
encuentran en el carril izquierdo esperan pacientemente a que acabes de adelantar.
De repente nos encontramos con una retención. ¿Accidente, atasco? Son unas obras que
cierran los carriles de bajada: hoy, viernes por la tarde, no hay nadie trabajando ni tampoco
organizando el tráfico. Sorprende lo bien que se autorregulan los conductores: en España,
con nuestro ejemplar civismo, más de uno se dejaría aquí la vida.
Vamos paralelos a la costa, pero unos kilómetros al interior. Por fin llegamos a
Helsinborg, y encontramos el camino al ferry sin problemas. Dos compañías realizan el
trayecto hasta la casi homónima Helsingor; escogemos HH Ferries por azar, y resulta ser la
más barata. Ni siquiera tenemos que esperar: conforme nos aproximamos a taquilla vemos al
barco llegar a puerto. Qué bien. Nos cobran 275 coronas suecas por el trayecto, la mitad que
en el puente de Øresund. Embarcamos antes de que tengamos tiempo de ponernos a esperar.
El ferry dispone de dos plantas para vehículos, y eso hace que sea muy alto. Desde
cubierta la vista es inmejorable: Dinamarca está allí enfrente, a apenas 4 kilómetros. Son las
20:30, y el sol ya se está poniendo. Este estrecho, no sé por qué, me recuerda al Bósforo en la
zona en que parte a Estambul por la mitad. Puestos a completar las referencias literarias,
quiero consignar aquí que Helsingor es la célebre Elsinore de Hamlet, y que el castillo que
vemos allí enfrente es donde Shakespeare situó su celebérrima obra.
98
La competencia entre las dos navieras es encarnizada: ambos barcos zarpan al mismo
tiempo, y se dirían que se desafían hasta en velocidad, como si fueran regatas.
Durante el trayecto soy consciente de que se cierra aquí un largo periplo, el que
comenzamos hace 35 días cuando pusimos pie en Escandinavia, pero no siento pena. De
hecho, no habría tenido tiempo: veinte minutos después estamos desembarcando. Ya es casi
de noche. Bajamos hacia el Sur, buscando los anillos de circunvalación de Copenhague. Se
nos presentan dos opciones: seguir para abajo y tomar de nuevo el ferry a Puttgarden o bien
dar un rodeo por Odense y llegar a la Dinamarca de tierra firme. Esta segunda alternativa
supone 130 km. de más, pero es un camino distinto hasta Hamburgo, y mantiene la ilusión de
que aún no ha terminado el viaje.
Dejamos atrás la capital danesa. Hasta el cruce de nuestra querida Køge el tráfico es muy
intenso. Luego giramos hacia el Oeste. 12 km. antes de Ringsted cambiamos la autopista por
la antigua carretera y paramos en el diminuto pueblo de Slimminge. Tras unas vueltas,
encontramos una calle discreta y tranquila y nos disponemos a dormir.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Tanum
(S) 10:00 Slimminge (DK) 22:30
448 62 75
29 €
Día 45. 20 Agosto. Noche sin incidencias y mucho sol por la mañana. Proseguimos ruta
hacia el Oeste. En el tránsito de la isla de Zelanda a la de Fyn hay que atravesar un puente de
24 km, por supuesto de peaje. Nuestro dichoso medio metro de más nos cuesta 307 coronas
danesas, en lugar de las 200 que pagan los turismos. Sólo tenemos 242 coronas que nos
sobraron de la ida, de modo que liquidamos con tarjeta. El dinero en metálico se irá todo en
gasoil nada más llegar al continente, en las cercanías de Kolding.
Hoy toca relevarse al volante, a razón de unos 150 km. por vez. El primer turno lo ha
hecho Bego, de manera que ahora voy yo. Hacia el Sur, dirección frontera alemana. El tráfico
es otra vez atosigante. Cruzamos la demarcación internacional, y unos 40 km. después
paramos a comer. Como las áreas de descanso están petadas y nos apetece un poco de
silencio, nos salimos por una carretera transversal. Cruzamos un pequeño pueblo en fiestas,
donde todo el mundo nos mira alucinado, pensando tal vez que somos del circo. Por un
despiste acabamos en una estrechísima carretera de inequívoco sabor noruego. Por fortuna no
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nos encontramos con nadie, y así conseguimos comida y siesta junto a un campo poblado de
aerogeneradores y vacas, en medio de una paz impresionante.
El tercer turno del día y primero de la tarde decido hacerlo yo, ya que hay que salir de la
carreterita. Llego a la autopista sin incidentes. El sol ha dejado paso a las nubes y a una
espesa calima. No llevo recorridos 30 km. cuando me encuentro con el atasco del día.
Revisamos mapa, y si esta vez no es un accidente u obras es que estamos en la intersección
de la A 215, que viene de Kiel. Es lo que en argot técnico denominan tráfico lento con
paradas, de modo que ni siquiera puede uno apagar el motor, y hay que estar todo el rato
alerta y al ralentí.
Poco a poco el tráfico se aligera. Cuando llegamos a la junta de las dos autopistas, ni
rastro de lo que dio origen al embotellamiento. ¿Qué ha pasado? Misterios innombrables de
la motorización.
Seguimos bajando hacia Hamburgo con ligeras retenciones. En contra de lo que nos
temíamos, cruzamos la gran urbe sin problemas, pero a cambio hemos empleado dos horas
en recorrer 100 km.
Nueva parada en gasolinera y nuevo cambio de turno. Compramos patatas fritas y
cocacola –casco retornable, como en Suecia-. Por cierto, es un placer volver de nuevo a la
zona euro. Bego al volante surcando la autopista hacia Bremen. Como empieza a oscurecer,
ni siquiera vemos la ciudad. Pasamos el cruce de Oldenburg, que fue por donde subimos. A
partir de ahora otra vez y hasta Orleans el camino es virgen para nosotros.
El tráfico, que había decaído un tanto, vuelve a aumentar, sólo que ahora corren como
locos. Por suerte hay pocos camiones: se los ve agazapados en grandes áreas a los lados de la
carretera. Imagino que después de todo hemos acertado cruzando Alemania en fin de semana.
Ya es noche cerrada, y la calima hace mucho que se transformó en niebla. Pero ya casi
hemos llegado: unos 30 km. al Norte de Osnabrück nos desviamos a la derecha en busca del
lago Alfsee. La carretera es otra vez muy estrecha, y la niebla se espesa hasta el punto de
comprometer la visión. Bego, que declinó su bautizo en tierras noruegas, lo tiene aquí, en
Alemania.
Encontramos el lago casi a tientas. Una vez allí damos con el aparcamiento, donde hay
tres AC. Echamos los pestillos, cenamos y a dormir. Termina el día en que más distancia
hemos recorrido.
Aun así, las muchas horas de conducción y las autopistas siempreiguales producen la
curiosa sensación de estar como dentro de una campana o de un sueño; temo despertarme de
pronto y descubrir que me hallo atascado en cualquier fiordo noruego.
100
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Slimminge (DK) 11:00 Lago Alfsee
(D) 22:00 622
93 104 41 €
Día 46. 21 Agosto. Amanece nubladete. Esta mañana las tórtolas cantan con un ritmo
curioso: dos notas seguidas luego por grupos de cinco y cuatro. Algo así como: CÚ-cu, cu-
cu-cu-CÚ-cu, cu-cu-cu-CÚ. Este compás, inhabitual y asimétrico, lo sospecho inducido por
los aires tecnos de un bareto que sonó anoche hasta altas horas. Y es que la naturaleza ya no
es lo que era.
Ando en estas reflexiones cuando el canto tortolil se ve sofocado por el rugido de un
potente motor. Primero pensamos que debe tratarse de un ejemplar de moterus pedorrensis.
Luego, que si un tractor o una segadora. Al final concluimos que detrás del seto y los árboles
debe de haber un circuito de karts. Al lado del lago, qué idílico.
El Vaticano y las obras
Retomamos la autopista en las inmediaciones de Osnabrück. Como ayer, tráfico espeso
aunque pocos camiones. Lo peor son las tareas de reparación de la vía, que reaparecerán cada
pocos kilómetros. No sabemos si es la proximidad de las elecciones o el deseo de hacer bajar
las cifras del paro o ambas cosas simultáneamente, el caso es que el tipo con la pala que
dobla el espinazo sobre el montón de arena empieza a ser íntimo nuestro.
Rodeamos Münster por el Oeste y Dortmund y Wuppertal por el Este, aunque no vemos
nada de dichas ciudades. El tránsito de la zona más conflictiva del viaje lo estamos
efectuando sin problemas, obras aparte. Cuando circunvalamos Colonia nos hallamos fuera
de peligro, o eso al menos eso es lo que creemos.
Porque en este punto nos debíamos haber desviado hacia el Este, dirección Lieja. Pero a
los niños se les ha antojado pasar por Luxemburgo, de manera que seguimos hacia el Sur por
la A 1. Nunca lo hubiéramos hecho porque entonces, misteriosamente, desaparece la mayoría
de los automóviles y vamos por la autopista de seis carriles prácticamente solos. En las
inmediaciones del estadio de fútbol comenzamos a ver montones de autobuses. Se me ocurre
que hoy, como es domingo, habrá un partido de ésos que mueven masas, hasta que en la
trasera de uno de los vehículos veo un póster enorme del Papa. Escalofríos surcan mi
espalda: como le haya dado por venir hoy a Colonia... Eso significa muchos, muchísimos
101
autobuses, y unas medidas de seguridad... Mis más oscuros temores se materializan, porque
un poco más adelante la autopista está cerrada a cal y canto, y la poli nos manda por un
desvío sin información alguna de cómo proseguir o reincorporarnos. Pasamos bajo la
autopista y acabamos en el aparcamiento de un hiper haciendo balance de la situación. Como
no parece haber señalización, será cosa de intentar seguir paralelos a la autopista hasta que
nos permitan entrar en ella de nuevo.
Se pone Bego al volante. Cruzamos al otro lado de la A 1, pero la carretera que sigue de
frente también está cortada, y obligan a girar a la izquierda. Mientras esperamos el semáforo
verde le preguntamos a una jovencísima policía. Efectivamente, la ruta para Luxemburgo es
por allí. Mientras hablamos, pasa un coche VIP con escolta: velocidad, automóviles con
luces y sirena, motos... El semáforo sigue en rojo. Entonces aparece un camper que se nos
cruza delante. Lo conduce una rubia que fuma sin sacarse el cigarro de la boca, y que, por
gestos, alega que se ha metido allí por equivocación, que pasará ella primero. Pos bueno.
Cambia por fin el semáforo, pasa la rubia primero y, nada más cruzar, se para a preguntarle a
un guardia. Consecuencia: nosotros nos quedamos en mitad del cruce, y en ese momento
¡llega otro coche VIP!
Si en algún momento del viaje me he querido morir, sin duda es ahora. Le grito a Bego:
“¡TIRA, TIRA!” Ella pita. Milagrosamente el camper se quita de enmedio y en el último
segundo conseguimos apartarnos de la comitiva presidencial, arzobispal o lo que sea.
Pasado el primer soponcio agoto mi repertorio de insultos contra la rubia fumeta y lo
enriquezco con alguno de cosecha propia. Luego, sólo de pensar en lo que pudo ocurrir, me
dan espasmos. Ante una situación de bloqueo de la vía, no sé qué instrucciones tendrá el
servicio de seguridad, si arremeterán primero y preguntarán después, o si rodearán el
vehículo metralleta en mano o qué. Lo cierto es que si existe un ángel de la guarda de los
autocaravanistas a buen seguro que estaba allí en aquel momento.
Más polis. Más carreteras cortadas. Ambulancias, protección civil. Más autobuses. Parece
la guerra. Luego, pasito a pasito, por la carretera local conseguimos salir a la A 61, y de ahí a
la A 1.
Semi-repuestos del susto papal, paramos a comer en la última área de la autopista. La
niebla se ha cerrado de tal modo que cae un poco de sirimiri. Otra vez en marcha, nos
topamos con un extraño compendio de intersecciones y desvíos y duplicaciones parciales de
la carretera. Presididos, eso sí, por incontables obras.
Hasta que llegamos a Luxemburgo. Lo primero que vemos del país es una imponente
gasolinera. Y es que el Gran Ducado vende el combustible más barato de su entorno: 0,925
102
euros/litro de gasoil al 22 de agosto de 2005. En España estaba a 0,93 cuando salimos, en
Alemania a 1,11, y en Francia a 1,15. El motivo de esta política de precios parece simple:
con una baja fiscalidad en los hidrocarburos el gobierno luxemburgués se asegura que todos
los vehículos, especialmente camiones, que viajen de Norte a Sur de Europa o a la inversa
pasen por el país a llenar depósitos; algo así como un paraíso fiscal gasolinero. Me imagino
lo poco que supondrá para los habitantes del país con la renta per cápita más alta de la UE
unos precios de carburantes como los de España.
Llenamos el depósito. Francamente, me cuesta trabajo y a la vez me alegra expresarme de
nuevo en francés, que es la lengua extranjera que mejor domino.
Nos movemos hacia el centro, un poco asustados por los continuos carteles que ordenan a
los camiones de más de 3,5 toneladas que se desvíen por la circunvalación (nosotros tenemos
un PMA de 3.400 kg.). El casco viejo es, como sospechábamos, un tanto angosto, pero al ser
domingo por la tarde está todo muy tranquilo.
Aparcamos junto a la iglesia de Santa Cunegunda y subimos a pie hasta el centro. Porque
Luxemburgo es un recuerdo partido por la mitad entre Segovia y Toledo: se halla en lo alto
de un risco que en su día estuvo poderosamente fortificado. Por el Tratado de Londres, en
1867, se demolieron las fortificaciones pero el terreno, lógicamente, no lo pudieron allanar.
El recorrido exploratorio lo efectuamos antes del tiempo previsto. No hay nada que nos
retenga especialmente, de modo que decidimos volver a la auto y continuar hacia Reims,
último capricho del viaje.
De Luxemburgo a Reims hay tres caminos posibles: 1) Por el Sur, todo autopista pero de
peaje. 2) Por el centro, carretera secundaria que con toda probabilidad cruza un montón de
pueblos. 3) Por el Norte, entrando en Bélgica, con un tramo de autovía gratuita. Ésta es la
opción que escogemos. Enseguida nos arrepentimos: tras el corto y maravilloso tramo
luxemburgués, entramos en la cruda realidad de las autopistas belgas, con un reiterativo y
explícito letrero: chaussée degradée, completado como en Alemania por faraónicas obras que
reducen los dos carriles a uno.
Desvío hacia Bruselas y luego hacia Sedán, por una calzada de duplicada que hace buena
la autopista anterior. Ya es noche cerrada, y sin las farolas que nos acompañaban antes la
conducción es aun más dificultosa.
De repente nos damos de narices con la frontera francesa. Es la tercera que vamos a
cruzar hoy. Duermen aquí muchos camiones, pero con tanto ir y venir de vehículos dudamos
que sea un sitio tranquilo. Exploramos los alrededores vía Roberto, y a 6 km. encontramos un
pequeño pueblo llamado Givonne. Hacia allá vamos. Son las 22:30 y casi no hay nadie por la
103
calle, sólo un par de adolescentes que alucinan de la autocaravana extranjera que se ha colado
en su calle. Echamos las persianas y los cierres. Cenamos de nuestras ya escasas provisiones
y a dormir.
Cada vez elegimos mejor. A las doce de la noche no se oye ni una mosca.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Lago Alfsee (D) 10:30 Givonne
(F) 22:30 535
57 53
Día 47. 22 Agosto. Hoy también nos han despertado las tórtolas mañaneras. Reanudamos
camino hacia Sedán, y luego por carretera duplicada en dirección Reims. 70 km. al Sur de
aquí está Verdún, que se hizo famoso a raíz de la Primera Guerra Mundial: casi un millón de
soldados muertos en una batalla que duró seis meses; seguro que sus espíritus vagan aún por
los alrededores.
Las brumas son hoy más ligeras que ayer, y a media mañana casi luce el sol. Unos 10 km.
antes de nuestro objetivo ya son visibles las torres gemelas de la catedral.
Entramos en Reims. Deambulamos un rato por el centro hasta encontrar aparcamiento.
Luego nos aproximamos a pie. Sólo por la fachada la catedral de Reims ya merece una visita.
Y luego, dentro, la luz. Nada que ver con las lobregueces de la de Trondheim, y encima ésta
es gratis. No quiero ni imaginarme lo que cobrarían los noruegos si tuvieran la suerte de
poseer una joya semejante.
En el interior vamos combinando la contemplación del edificio con la lectura de paneles
informativos que, muy en nuestra línea, leemos inadvertidamente desde el final hasta el
principio. Así nos enteramos de que Reims y/o su catedral fueron escenario, por este orden,
de la visita del Papa (no el que casi nos atropella en Colonia, sino el anterior) en 1996; de la
reconciliación franco-alemana de 1962; de la rendición germana en 1945. Avanzando más,
de la destrucción parcial del templo durante la Primera Guerra Mundial; de que fue lugar de
coronación de los reyes francos durante ochocientos años y testigo de la gesta de Juan de
Arco, que echó de aquí a los ingleses para proclamar soberano a Carlos VII. Del bautizo de
Clovis en el siglo V, el jefe galo que se pasó al cristianismo al estilo de Olav en Noruega
quinientos años después. Y por último de la historia de San Nicasio, a quien los vándalos
104
cortaron la cabeza a la puerta del templo primitivo por intentar proteger a quienes se habían
refugiado en ella.
La visita es inspiradora, instructiva e interesante, pese a que no nos consideramos
creyentes. Volvemos a la auto sintiendo que el desvío ha valido la pena, y que nos llevamos
para casa un trocito de Francia en el corazón.
Antes de irnos a comer, pasamos por un hiper. Escarmentados de las carerías
escandinavas, quedamos asombrados de lo que pueden dar de sí 20 euros en estas tierras.
Francia. La dulce Francia. Cruzamos las amplias llanuras de Champagne hacia el Sur,
dirección Troyes. Apenas hay tráfico. La autopista va como una seda: si la disyuntiva es
entre la gratuidad destartalada y el peaje bien cuidado, qué le vamos a hacer, me quedo con
este último.
En dos horas recorremos 200 km. Rodeamos Troyes y giramos hacia el Oeste, hacia
Sens. Paramos en la última área de descanso de la autopista y la encontramos invadida de
¡ratas! Docenas y docenas, que no parecen asustarse mucho ante la presencia humana.
Cargamos agua y reanudamos. Me releva Bego al volante, y si a mí me tocó la parte larga
a ella le toca la dura: carretera de un solo carril en cada sentido, sin arcén, con bastante
tráfico, sobre todo camiones, de frente. Enseguida se hace de noche, y por si fuera poco se
pone a llover. En 190 km. asistimos a todos los cambios imaginables de ancho, curvas,
intersecciones, incorporaciones, desdoblamiento de carril, señalización por múltiples obras...
Para remate un camionero se pone a vacilarnos: primero se pega detrás, y cuando por fin
adelanta no acelera sino que se queda a poca distancia, como abriéndonos paso. Por fin
llegamos a nuestro destino, que no es otro que el pueblecito de Jargeau, 18 km. antes de
Orleans. Para ello cruzamos el Loira. Todo es llegar, aparcar y empezar el diluvio. Como no
es cuestión de dar mucha vueltas, acabamos bajo unos árboles, cuyos goterones amenizarán
la noche.
Estamos al Sur de París, en el corazón de Francia. Mañana, con suerte, veremos las luces
del Cantábrico.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Givonne
(F) 10:00 Jargueau (F) 22:45
438 57 53
21 €
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Día 48. 23 Agosto. Esta noche el dormitorio no ha sido tan confortable como en las
anteriores. Debe de ser la cercanía de Orleans y también de París, el caso es que a las cuatro
de la mañana ya estaban pasando coches y camiones por la calle-carretera que hay al otro
lado del parque. A las 8 el estruendo es monumental. Aprovechamos para madrugar y visitar
el pueblo. La plaza se halla presidida por una estatua de Juana de Arco con una fecha debajo:
12 de junio de 1429. Un paseo por la calle comercial, muy bien surtida pese a tratarse de una
localidad no muy grande, y ya de vuelta nos encontramos con la iglesia. También es más
grande de lo que suponíamos, pero es que Jargeau es villa, seguramente con más importancia
en el pasado que actualmente.
La iglesia tiene planta de cruz griega. Está abierta, suena música religiosa de fondo y,
perdone el lector mi insistencia, no cobran. Allí nos enteramos del significado de la fecha: el
12 de junio de 1429 fue cuando Juana de Arco, con 17 añitos, liberó la ciudad. Un tapiz la
muestra a caballo, con armadura, y debajo las palabras: Va, va, fille de Dieu.
Hay algo de La Doncella de Orleans que nos conmueve. Sin duda está su juventud y que
se trate de una mujer, aunque sobre todo el que más que una santa de plegaria y cilicio fuera
más bien de las de armas tomar, y que diera caña a los ingleses, que son los malos de esta
película.
La historia de Juana se mezcla con los nombres y apellidos de los muertos del pueblo en
la Primera Guerra Mundial y en la Segunda (bastantes más numerosos aquéllos que éstos),
más otra placa con los soldados caídos el 18 de junio, defendiendo Jargueau de los alemanes.
El conjunto reviste un sentido bélico-heroico que contrasta con la atmósfera de tranquilidad
que se respira aquí dentro, como si esas historias no fueran más que un mal sueño.
De vuelta a la auto, nos vamos hacia Orleans por una carretera secundaria, con breve
recalada en un super para poner gasoil; hemos descubierto que de las gasolineras de éstos a
las de las autopistas puede haber una diferencia de hasta 18 céntimos. Una pasta.
Enlazamos por fin con la A-10, la autopista del Sur. Primero Blois, luego Tours, Poitiers
y Niort. Hay bastante menos tráfico que cuando subimos en Julio. El paisaje varía poco, y
notamos el avance únicamente por el cuentakilómetros y las referencias del mapa.
Está ya atardecido cuando paramos en un área cerca de Burdeos. Luego circunvalamos la
ciudad. Teníamos pensado llegar a Ondres, cerca ya de la frontera española, pero como
vemos que nos van a dar las tantas, y que es mal rollo conducir de noche, optamos por
desviarnos hacia la playa de Biscarrosse. Por el camino vemos continuas indicaciones a la
duna de Pyla, y cuando por fin nos la encontramos lo que hay a la entrada es un pinar-
aparcamiento. Cobran a los coches 3,50 euros, 4,60 las autocaravanas, y la pernocta 9,20.
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Realmente es un poco caro, habida cuenta de que pagas bastante más que un coche y que el
sitio no tiene grifo, ni vaciado de grises ni nada. Pero se aprovechan de algo que ellos no han
creado, que es la duna, y si queremos verla no queda más remedio que entrar.
Decidimos hacer una rápida visita nocturna. Es más alta de lo que pensábamos: 169
escalones de madera facilitan la ascensión por la empinada ladera. La parte alta es un
privilegiado mirador sobre el golfo de Vizcaya, el faro de Cap Ferret y un mar de árboles
hacia el interior que la oscuridad nos hace preferir que sea un palmeral como los que vimos
en Túnez.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Jargeau
(F) 12:00 Duna Pyla (F) 21:30
544 64 69
59 €
Día 49. 24 Agosto. Hoy nos preparamos para nuestro día de asueto junto al mar:
esterillas, gorros, crema solar y gafas. El aparcamiento, que anoche estaba relativamente
tranquilo, es ahora un hervidero de gente y de vehículos. Volvemos a subir la duna, pero esta
vez rodeándola por donde no hay escaleras. Realmente es un esfuerzo ímprobo. Una vez del
otro lado buscamos un lugar a media ladera para tostarnos como lagartos. Queremos soledad,
pero está visto y comprobado que el turista de playa es por naturaleza un espécimen gregario,
y con todo el espacio que hay siempre viene a ponerse alguien a nuestro lado. Aun así, el
sitio resulta agradable después del periplo por las brumas del Norte. La cima de la duna se
halla concurridísima, y hay un continuo trasiego hacia la orilla, de donde sube el personal
resollando. En verdad que es ésta una playa de turismo activo. Los niños se lo pasan bomba
echando a correr pendiente abajo: un territorio como siempre soñaron antes de descubrir que
el mundo era duro, y que había cosas como rebordes y escalones que hacían daño.
Aquí debe de alimentarse uno del sol y de la brisa del mar, porque pasan las horas y no
nos entra hambre. Al final decidimos volver. La ascensión por la arena la hacemos con algo
más de técnica esta vez. A la misma velocidad que nosotros va subiendo una joven con un
niño detrás. Me dan la impresión de que son madre e hijo. Al final resulta que la chica es más
joven de lo que supuse, y el presunto hijo su hermano. Debo de haber sido muy insistente en
mi observación, porque al llegar arriba habla con una mujer mayor, al parecer la madre. Se
habrá quejado de que no le quito ojo de encima porque un rato después, ya al pie de la duna,
me lanzan ambas miradas desafiantes. Bueno, hombre, tampoco es para ponerse así.
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Vuelta a la auto. Comida y ducha para quitarse la arena. Después de volver a la zona de
tiendas a comprar uno de esos cuadros mágicos que se voltean y cae la arena de colores, nos
vamos hacia la salida. Son las siete de la tarde. ¿Cuánto pensarán cobrarme? En previsión de
conflicto, llevo la tarjeta de entrada al parking y un billete de diez euros. Efectivamente, hay
problemas: el tipo de la cabina, impertérrito, señala el marcador donde se lee 13,80 euros.
Ignoramos cuál es la hora tope de salida tras la pernocta –en ningún sitio lo pone-, pero está
claro que lo que pretenden es cobrarnos la noche y de propina la tarifa de aparcamiento. Mis
alegaciones no ablandan al taquillero, que ya se ha quedado con mis diez euros. Por mi parte,
me niego a pagar lo que considero un abuso. Por fortuna la barrera está subida. Zanjo la
discusión con un Dommage y tiro para adelante. Está visto que esto de viajar tanto le va
curtiendo a uno.
Odisea en Las Landas
Anoche, antes de llegar a la duna, entramos en reserva, por lo que ahora vamos buscando
una gasolinera. Encontramos varias en Biscarrosse Plage; están en hipermercados, con la caja
manual cerrada a estas horas. Funciona el surtidor automático, pero no acepta VISA, sólo la
Carte Bleue. Seguimos hasta Biscarrosse, y más de lo mismo. Empezamos a preocuparnos.
Le pedimos a Roberto que nos encuentre alguna en nuestro camino hacia el Sur, y lo hace.
Pero damos con sus cadáveres, es decir, con lo que fueron gasolineras y que en la actualidad
se hallan bien cerradas, bien reconvertidas en talleres de automóviles. Y es que en Francia, a
lo que se ve, la concesión de venta de gasolina a los hiper ha barrido el pequeño comercio de
las estaciones de servicio. De esta forma se ve cómo lo que por un lado beneficia por otro
perjudica, y a la inversa.
A medida que transcurre el tiempo y los kilómetros cunde el pánico: lo que no nos pasó
en el Círculo Polar, esto es, quedarnos, secos, está a punto de sucedernos en Francia, y para
colmo en zona turística. Vaciamos en el depósito el bidón de cinco litros que llevo guardado
para imprevistos, y seguimos hacia Mimizan. Dice Roberto que allí hay cuatro estaciones de
servicio (dos en hiper), de manera que en alguna podremos repostar.
Las dos gasolineras de por libre de Mimizan no han quebrado, pero están cerradas a cal y
canto a las ocho y media de la tarde. Me parece estar viviendo un anticipo del próximo y
previsible futuro de desabastecimiento de carburantes, peregrinando de surtidor en surtidor.
El panorama es desolador: al parecer, en Francia, y fuera de las carreteras principales,
existe toque de queda gasolinero. En cualquier caso, y viendo el panorama, no nos atrevemos
ya a movernos del pueblo, así que nos vamos al aparcamiento de un Leclerc, que por suerte
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no tiene gálibo, a esperar a las 9 de la mañana, hora mágica en la que el gasoil volverá a estar
disponible para nosotros.
Contábamos con hacer 150 km. esta tarde y no hemos recorrido ni la mitad. Para rizar el
rizo, necesitamos enviar un mensaje de móvil a Jon e Iratxe, con quienes hemos quedado
mañana, y nos hemos quedado sin saldo (los dos). Para que luego digan que no existen los
días (o las tardes) negros. Menos mal que, como cuando el ferry de las Lofoten, llevamos la
casa puesta.
Durante la noche nos despiertan en varias ocasiones coches y motos de escape ruidoso
que vienen a repostar. Es curioso cómo es más frecuente oírles atronar de noche y no de día.
Extraños seres estos humanos, que al contrario de la generalidad de los mamíferos se activan
al caer la oscuridad.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Duna Pyla (F) 19:00 Mimizan
(F) 21:00 70
Día 50. 25 Agosto. Madrugo, desayuno y de cabeza al surtidor. Tras repostar, no veo
nada claro que la auto pase por la zona de la cabina, de modo que se lo pregunto por gestos a
la cajera. Ésta sale y me dice en perfecto castellano: “Hay quienes pasan por aquí y hay
quienes dan marcha atrás.” Tardo unos segundos en comprender que se ha dirigido a mí en
mi idioma: hace diez días que no hablo español más que con Bego. La buena señora me
explica que sus padres fueron emigrantes a Francia. Su simpatía me parece un buen augurio.
Salimos de Mimizan por la vía más directa a la N10/E05/E70, que nos llevará a casa.
Cuando encontramos la primera estación de servicio 24 horas veo claramente que jamás
hubiéramos llegado con el gasoil que teníamos.
Carretera y manta hasta la frontera. Empieza a hacer calor cuando llegamos a los odiosos
peajes de los alrededores de Bayona. No porque haya que pagar mucho, sino porque hay que
pagar poco varias veces; esto crea colas y ralentiza una barbaridad. Para colmo, obras a los
dos lados de la frontera. También peaje del lado español, pero éste resulta prácticamente
simbólico. El chico de la cabina se parece a Miguel Indurain. Estamos en casa.
Nuestra prioridad más prioritaria es contactar con Jon y con Iratxe, por lo que paramos en
la primera área de descanso. Hace un calor espantoso. Todo está en obras, patas arriba, sucio
y cutre. Compro el periódico para que me den cambio sólo para descubrir que las cabinas
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están destrozadas. Claro, me había olvidado de que esto es el País Vasco, y que Telefónica es
uno de los objetivos predilectos de la kale borroka.
Seguimos camino y nos sumergimos en los scalextric de San Sebastián. Salimos por la N
I, y empezamos a recorrer idéntico camino que en nuestro viaje inaugural, cuando vinimos a
Bilbao a por la auto no hace ni cuatro meses; sólo que ahora no nos vamos por la autovía de
Irurtzun, de infausta memoria, sino que salimos directamente a Alsasua. Desde una
gasolinera he conseguido hablar con Jon. Oye, que llegamos a mediodía. Venga pues, nos
vemos.
Necesitamos comprar algunas cosas, y paramos en Salvatierra/Agurain. La calle principal
del pueblo se halla en obras, así que aparcamos a la entrada. Ya no me acordaba de que podía
hacer tantísimo calor. En el cielo, ni una nube, y la luz es nítida, densa, parece que se pudiera
tocar.
Circunvalamos Vitoria, luego giramos a la izquierda por la N 232. Nuestro objetivo es
Casalarreina. Allí viven nuestros amigos. Ellos nos ayudarán a aterrizar.
Jon e Iratxe, como su nombre indica, son vascos, y viven en Casalarreina por motivos
laborales. Bueno, la mitad de la familia de Iratxe es extremeña, aunque viéndola nadie lo
diría. Son montañeros, pero de los buenos: tras la comida nos deleitan con diapositivas de la
Cordillera Blanca, en Perú, adonde estuvieron haciendo trekking en junio. De paso se
hicieron un seis mil. Ahí es na.
Por la tarde salimos a dar una vuelta mientras vamos desgranando episodios de nuestro
viaje. El pueblo es pequeño, pero hay fiestas y se lo ve muy animado: mucha gente del País
Vasco veranea aquí. Vienen a secarse, dicen ellos.
Cuando cae la tarde la temperatura baja rápidamente. Como se nota que esto no es
Extremadura.
S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS € Mimizan
(F) 9:30 Casalarreina (E) 15:00
324 87 87
10 €
Día 51. 26 Agosto. Último día. Madrugamos, pero no tanto como para despedirnos de
Iratxe, que se ha ido ya a trabajar. Desayunamos con Jon, y luego nos vamos para la auto. Yo
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voy un poco triste porque hoy me toca afrontar la parte para mí más difícil del viaje: el llegar
a casa.
Salimos por una carretera distinta a la que trajimos. De camino a la nacional impresionan
las peladas llanuras riojanas, me parece estar viendo el desierto.
Una vez en Pancorbo decidimos irnos por la N I en lugar de coger la autopista de peaje.
Como hasta Burgos es una carretera ordinaria, nos vuelve una copla ya olvidada, y es que
empiezan a menudear magistrales ejemplos de incivismo rodante. Los conductores
españoles, o al menos una parte muy visible, son caprichosos, temerarios y negligentes.
Corren demasiado, no respetan la distancia de seguridad y para ellos adelantar es una fijación
compulsiva. Ah, y son todos primos de Fernando Alonso.
Al pasar Burgos entramos en la autovía. En varias ocasiones he comparado a la auto con
un barco, pero en ningún sitio lo es más que navegando Castilla. Llegamos a Valladolid, y
nos parece que va siendo hora de comer. Nuestra obsesión es encontrar una sombra para no
freírnos. Se nos ocurre que en Tordesillas, a orillas del Duero, debe de haber alguna alameda.
Entramos en el pueblo, y tras unas cuantas vueltas la descubrimos en la orilla opuesta. Para
allá nos vamos. Comida y siesta, que aquí con el frescor del río se hace algo más soportable.
Por la tarde seguimos ruta. Cruzamos Salamanca por unas calles desconocidas, pero al
final salimos a la carretera de Cáceres. Ahora, como remate de viaje, toca N 630 pura y dura.
Paramos en el Puerto de la Vallejera y lo subimos por la carretera antigua. Mana aquí una
afamada fuente. No hay mucha cola, pero es tal el número de garrafas que traen para llenar
que desistimos.
Béjar, Puerto de Baños y, ante nosotros, Extremadura. Se me antoja inconcebible que en
los dos meses que hemos pasado fuera no haya caído aquí ni una gota. Si se pudiera trasvasar
la lluvia que a los escandinavos les sobra...
Ya en la llanura saludo a las sedientas y humildes encinas que flanquean la carretera. Y
voy nombrando: Casas del Monte por aquí, la Trasierra por allá. Siento todo tan familiar y al
mismo tiempo tan lejano...
Éste es el final de un viaje que en 51 días nos ha llevado por 9 países y 13.500
kilómetros. Hoy se acaba, y estamos ante nuestro lugar en el mundo. Puede que a la pieza le
cueste un poco encajar en el puzzle, pero está claro que tiene que ser de esta manera.
Hemos ido hasta las brumas del Norte más Norte, y volvemos para contarlo.
Si alguien quiere saber si el viaje nos ha merecido la pena, la respuesta será sí.
Sin duda.
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S A L I D A L L E G A D A KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS LUGAR HORA LUGAR HORA LITROS €
Casalarreina (E) 11:00 Plasencia
(E) 21:00 459
21 20 8 €
B A J A D A DÍAS KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS
LITROS € 27 7.254
726 847 214 € 397 €
T O T A L DÍAS KMS. G A S O I L PEAJES FERRYS OTROS TOTAL GASTOS
LITROS € 51 13.532
1.423 1.572 483 € 465 € 968 € 3.488 €
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