es el diagnóstico un desastre_gergen_anderson_hoffman_2006

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1 ORGANO NO OFICIAL DE LA ASOCIACION DE INSTITUTOS Y CENTROS MILTON H. ERICKSON DE AMERICA LATINA Año 4, Nº 2, Nueva Era, ABRIL de 2006 Preparado para el Efecto 2000 Editor Responsable: Antonius Mesméricus "Salvando fronteras, uniendo espíritus y corazones" Creado en los Talleres de Godoy Cruz, Mendoza, Rep. Argentina; y editado en Santiago de Chile Santiago, 21 al 23 de Abril 2006, 7º Encuentro Ericksoniano Latinoamericano EDITORIAL APORTANDO REFLEXIONES Hemos querido incluir en este Número un artículo no tan reciente, pero cuya temática continúa siendo de candente actualidad, especialmente para las prestaciones de salud mental en el mundo de la terapia basada en la evidencia. No cabe duda que todos aquellos que día a día deben decidir en qué categoría diagnóstica incluir a los clientes que los consultan, y entregarles un tratamiento “recomendado”, se ven enfrentados a la dificultad de tomar decisiones basadas en un sistema de categorías nosológicas que es muy útil para las diversas enfermedades somáticas, pero no para los diversos problemas humanos. Hemos querido compartir con ustedes las reflexiones de tres destacados autores, como una contribución a una discusión que aun no está zanjada en nuestro campo. Así también, suponemos que los lectores están preparando sus valijas para viajar a Santiago al 7º Encuentro Latinoamericano de Terapeutas Ericksonianos… El éxito de esa iniciativa dependerá de vuestra asistencia y participación activa. Por lo pronto, nosotros ya nos estamos aprontando para participar en las diversas actividades de ese magno evento… CONTENIDOS EN ESTE NUMERO Artículo de Tangencial «¿Es el diagnóstico un desastre? Un triálogo construccionista», K. Gergen, L. Hoffman y H. Anderson (p. 2) Clasificados (p. 23) Cartas al Editor (p. 24) Cursos y Conferencias (p. 25) Protéjase P P P r r r e e e s s s e e e r r r v v v a a a t t t i i i v v v o o o s s s E E E l l l C C C a a a m m m a a a l l l e e e ó ó ó n n n Exportation Type CIDAL, Ind. Argentina Aut. M. de Salud y A. Social, Cert. N° 019, Empresa N° 0002

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Es el diagnóstico un desastre_Gergen_Anderson_Hoffman_2006

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Page 1: Es el diagnóstico un desastre_Gergen_Anderson_Hoffman_2006

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ORGANO NO OFICIAL DE LA ASOCIACION DE INSTITUTOS Y CENTROS MILTON H. ERICKSON DE AMERICA LATINA

Año 4, Nº 2, Nueva Era, ABRIL de 2006

Preparado para el Efecto 2000

Editor Responsable: Antonius Mesméricus

"Salvando fronteras, uniendo espíritus y corazones"

Creado en los Talleres de Godoy Cruz, Mendoza, Rep. Argentina; y editado en Santiago de Chile

SSaannttiiaaggoo,, 2211 aall 2233 ddee AAbbrriill 22000066,, 77ºº EEnnccuueennttrroo EErriicckkssoonniiaannoo LLaattiinnooaammeerriiccaannoo

EDITORIAL APORTANDO REFLEXIONES

Hemos querido incluir en este Número un artículo no tan reciente, pero cuya temática continúa siendo de candente actualidad, especialmente para las prestaciones de salud mental en el mundo de la terapia basada en la evidencia. No cabe duda que todos aquellos que día a día deben decidir en qué categoría diagnóstica incluir a los clientes que los consultan, y entregarles un tratamiento “recomendado”, se ven enfrentados a la dificultad de tomar decisiones basadas en un sistema de categorías nosológicas que es muy útil para las diversas enfermedades somáticas, pero no para los diversos problemas humanos. Hemos querido compartir con ustedes las reflexiones de tres destacados autores, como una contribución a una discusión que aun no está zanjada en nuestro campo. Así también, suponemos que los lectores están preparando sus valijas para viajar a Santiago al 7º Encuentro Latinoamericano de Terapeutas Ericksonianos… El éxito de esa iniciativa dependerá de vuestra asistencia y participación activa. Por lo pronto, nosotros ya nos estamos aprontando para participar en las diversas actividades de ese magno evento…

CONTENIDOS EN ESTE NUMERO

Artículo de Tangencial «¿Es el diagnóstico un desastre? Un triálogo construccionista», K. Gergen, L. Hoffman y H. Anderson (p. 2) Clasificados (p. 23) Cartas al Editor (p. 24) Cursos y Conferencias (p. 25)

Protéjase

PPPrrreeessseeerrrvvvaaatttiiivvvooosss EEElll CCCaaammmaaallleeeóóónnn Exportation Type

CIDAL, Ind. Argentina Aut. M. de Salud y A. Social,

Cert. N° 019, Empresa N° 0002

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ARTICULO TANGENCIAL

¿Es el diagnóstico un desastre?

Un triálogo construccionista1

Kenneth J. Gergen, Ph.D.

Lynn Hoffman, MSW

Harlene Anderson, Ph.D.

Durante algún tiempo los tres estuvimos muy interesados en la exploración de las

implicaciones de un punto de vista construccionista social de la práctica de la psicoterapia.

Desde una posición construccionista, nuestros lenguajes para describir y explicar el mundo (y a

nosotros mismos) no se derivan de aquel. Por el contrario, nuestros lenguajes de la descripción

y la evaluación son producidos, sostenidos y/o abandonados dentro del proceso de la interacción

humana. Además, nuestros lenguajes son rasgos constituyentes de las pautas culturales. Están

entrelazados en las relaciones en tal forma que cambiar el lenguaje alteraría la relación.

Abandonar los conceptos de romance, amor, matrimonio y promesa de matrimonio, por ejemplo,

alteraría las formas de la vida cultural; reducir el lenguaje de la consciencia, elección o

deliberación, sería dejar sin significado nuestras pautas actuales de veneración y culpa, y

nuestras cortes de la ley. Del mismo modo, cuando generamos nuevos lenguajes en nuestras

profesiones, y los diseminamos dentro de la cultura, nos estamos insinuando a nosotros mismos

en las relaciones diarias –para bien o para mal. Es sobre este fondo que a nosotros tres nos

gustaría considerar el problema del diagnóstico en general, y el diagnóstico relacional en

particular. Optamos por la conversación trialógica como un modo de vivir en la práctica (así

como en el contenido) el énfasis construccionista del significado a través de la relación.

KJG: Me encuentro crecientemente alarmado por la expansión y la intensificación del diagnóstico

en este siglo. A principio del siglo, nuestro sistema de clasificación de los trastornos mentales

era muy rudimentario en terminología y no era ampliamente aceptado. Sin embargo, a

medida que el siglo fue avanzando, la terminología se ha expandido exponencialmente, y la

conciencia pública de la terminología mental se ha desarrollado agudamente. En 1929, la

publicación La Neurosis de Israel Wechsler, identificó un grupo de aproximadamente una

1 Is Diagnosis a Disaster?: A Constructionist Trialogue. (Traductor: Lic. Rasputín Pachueco)

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docena de trastornos psicológicos. Con la publicación en 1938 del Manual de Psiquiatría e

Higiene Mental (Rosanoff, 1938) se reconocieron unos 40 trastornos psicógenos. (Es

interesante advertir que muchos de los términos incluidos allí, como histeria parestésica e

histeria autónoma habían sido extraídos del uso común, y algunos de ellos –como deficiencia

moral, vagabundeo, misantropía y masturbación– ahora parecen extrañas y obviamente

perjudiciales. En 1952, con la publicación del primer Diagnostic and Statistical Manual of

Mental Disorders de la Asociación Psiquiátrica [Norte]Americana (APA, 1952), se identificaron

de 50 a 60 trastornos psicógenos diferentes. Pero en 1987 –solamente veinte años después–

el manual había tenido tres revisiones. Con la publicación del DSM-IIIR (APA, 1987) el

número de enfermedades reconocidas se había triplicado (entre 180 a 200, dependiendo de la

elección de los criterios de las definiciones). El DSM-IV aumentó la lista aun más (APA, 1994).

En el tiempo presente, uno puede ser clasificado como enfermo mental en virtud de la

intoxicación con cocaína, intoxicación con cafeína, el uso de alucinógenos, voyerismo,

travestismo, aversión sexual, la inhibición del orgasmo, el juego, problemas académicos,

comportamiento antisocial, duelo y no adherencia al tratamiento médico. Continuamente

aparecen numerosas adiciones a la nomenclatura estandarizada en los escritos profesionales

hacia el público. Considérese, por ejemplo, el trastorno afectivo estacional, el estrés, el

burnout, la erotomanía, el complejo del arlequín, etc. Lo que nos podríamos preguntar

¿cuáles son los límites superiores de la clasificación de las personas en términos de déficit?

En la medida que esas terminologías son diseminadas entre el público –a través de las

clases, revistas populares, la televisión y los dramas fílmicos, y otros similares– se hacen

disponibles para la comprensión de nosotros mismos y los demás. Ellas son, después de todo,

los “términos de los expertos”, y si uno desea hacer lo correcto, esas terminologías se

convierten en el lenguaje de elección para la comprensión o el etiquetamiento de las personas

(incluidos nosotros mismos) en la vida cotidiana. Términos como depresión, paranoia,

trastorno de déficit atencional, sociopatía y esquizofrenia se han convertido en palabras

esenciales en el vocabulario de las personas educadas. Y cuando los términos son aplicados

en la vida diaria tienen efectos sustanciales –en un estrechamiento de la explicación en el

nivel del individuo, estigmatización, y el oscurecimiento de la contribución de otros factores

(incluidas las demandas de la vida económica, las imágenes de los medios de comunicación y

las tradiciones de la evaluación individual) a las acciones en cuestión. Además, cuando esos

términos son usados para construir el si mismo, sugieren que uno debiera buscar tratamiento

profesional. En este sentido, el desarrollo y la diseminación de la terminología por de la

profesión actúa creando una población de personas que busca ayuda profesional. Y mientras

más profesionales se requieren –los cuales han estado en creciente aumento a través del

siglo– hay una presión para aumentar el vocabulario. En otro lugar (Gergen, 1994) he

denominado a esto un “ciclo de progresiva enfermedad.”

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LH: El pensamiento de Ken ha sido muy útil en mis problemas particulares para encontrar el

nombre que vincula, puesto que se cree que para ser útil respecto a una queja, usted tiene

que describirla y nombrarla. Describir y nombrar una queja la hace real. Los profesionales de

la medicina han tenido tanto éxito en la creación de una taxonomía de las enfermedades

físicas, que los profesionales psicológicos los han imitado.

Hay una contradicción implícita entre la postura no esencial de la teoría del

construccionismo social y el volumen presente acerca del diagnóstico relacional. Si la teoría

de la construcción desafía el sistema de la nomenclatura psicobiológica, también desafía la

verdad descriptiva de un silabario relacional. Ninguno de esos sistemas auto-confirmantes de

nominalización suministra un lugar cómodo para el construccionismo social. Al mismo tiempo,

¿en qué se convierte la profesión de la terapia familiar si no se une a la práctica de la

nominalización? La amenaza de la extinción de nuestra forma de vida es una apuesta.

Al intentar pensar por qué me acerqué al construccionismo social, reflexioné que había

estado pasando por varias “visiones de mundo diagnósticas” a lo largo de mi vida, cada vez

más convencida que era la última, y estaba comenzando a ver esto como una evidencia de un

Dios cósmico relativo y juguetón. En lo que concierne a la psicología, yo había estado en la

edad de la total inocencia. La comunidad de artistas de izquierda en la cual crecí tenía su

propia variedad de frases calificativas: reaccionario, fascista, empresario, republicano, filisteo.

Solamente cuando fui a la universidad averigüe respecto a las neurosis, las psicosis y la

“enfermedad mental,” Mi antigua visión de mundo recibió un golpe, además que descubrí que

muchos de los nuevos términos podían describirme. Mi descubrimiento del movimiento de la

terapia familiar, la cual quitó la responsabilidad al individuo y la colocó en el “sistema”, fue

por consiguiente un gran alivio.

Me sentí agradada con la velocidad que alcanzó el movimiento de la terapia familiar.

Después fui desafiada nuevamente. Descubrí un artículo de un académico de Ontario, Gerald

Erickson (1988) que atacaba al pensamiento sistémico desde un punto de vista

posmodernista. En la medida que me peleé al leer esas ideas nuevas, me di cuenta que todos

los modelos en el campo de la terapia familiar tenían grandes fallas. Todas eran modernistas

y estaban equivocados. No había un sistema allí afuera, ni pautas que conectan, ni niveles, ni

estructuras esperando ser observadas. Para mí, esta clase de pensamiento colocó fin al

diagnóstico de cualquier clase.

Esto es un poco irónico, pero le aseguro que cada terremoto epistemológico deja un

enorme daño a su paso. Cada vez que usted construye un mundo de ideas o se une a uno, es

como una pantalla que nos impide ver otros mundos. Deja fuera de su visión lo que dejó

atrás o no sospecha lo que está más adelante. También se obtiene una coherencia que parece

concordar con el territorio. A medida que el tiempo transcurre, esta coherencia puede ser

cada vez más definida y sólida. Debido a esto es que es necesario romper un trozo del mundo

para echar abajo muchas estructuras relacionadas.

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Sin embargo, esos mundos tienen una enorme resiliencia. A lo largo de mi vida, en el campo

en el cual estoy, he sido sacudida varias veces por terremotos. He tendido a trasladarme a

una nueva comunidad, pero muchos de los habitantes de la comunidad anterior la han

reconstruido y continúan como antes. Se necesita un terremoto que derribe las estructuras en

un nivel profundo, como las finanzas, para hacer un cambio histórico. El cataclismo en la

cobertura financiera de la salud, para mejor o peor, ha dado a una de las ciudades en mi

campo el mandato de ser la capital. En base a las raíces medicalizadas del DSM-IV, estamos

intentando enumerar y describir todos los problemas de comportamiento existentes:

problemas vitales, problemas de muerte, problemas de la mente, problemas de

enfermedades, problemas laborales, problemas de clase, problemas de violencia, problemas

sexuales, problemas laborales, problemas amorosos. Vemos la proliferación de títulos

patológicos de los cuales ha hablado Ken, y no hay un límite superior de lo que puede ser

absorbido en el sistema de nominalización.

Al mismo tiempo, creo que esto puede ser la buena fortuna de los terapeutas familiares.

Las condiciones que son “simplemente” relacionales han sido exentas de la inclusión en el

DSM-IV, excepto un breve eje relacional que no puede ser reembolsado [por las compañías

co-pagadoras]. Quizá hemos sido rescatados de la “llamada al orden.” Recientemente se pidió

a Harlene Anderson (1994) y a Ken Hardy (1994) que respondieran al cargo que la terapia

familiar sería colocada al margen a menos que se identificara más con las “disciplinas

principales” en la salud mental (Shields, Wynne y Gawinski, 1994). Ellos dijeron que era

mucho mejor. Solamente permanecer en una industria de la salud que no coloca etiquetas o

diagnósticos a las personas, puede representar una corriente importante de evolución en el

campo. Esta es mi posición también.

HA: La apasionada súplica para la inclusión del diagnóstico relacional en el DSM-IV coloca a la

terapia familiar dentro del discurso psiquiátrico, el cual es la herencia médica, su aspiración

por remedar a las ciencias naturales, y su disposición modernista, positivista. Esto es

incomprensible. Como sugiere Ken, los sistemas diagnósticos dan un sentido de legitimidad,

confianza y certidumbre al profesional y al cliente. En la psicoterapia y en la cultura más

amplia, un diagnóstico implica que el objeto de la indagación y el método de investigación

están basados en supuestos estables como los de la esfera médica. Opera como un código

profesional que tiene la función de obtener, analizar y ordenar datos que esperan ser

descubiertos. En la medida que se encuentran similitudes y pautas, los problemas se ajustan

a los sistemas de categorías basados en los déficit. En un sentido amplio, este marco está

basado en la suposición que el lenguaje es representacional y puede dar cuenta

adecuadamente de la “realidad.” Cuando pienso en el diagnóstico, pienso en la frase del

cibernético Heinz von Foerster, “Creer es ver.”

En el DSM-IV está implícita la suposición que la psicoterapia es una relación entre un

experto que tiene el conocimiento y un no experto que necesita ayuda. El público, la

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profesión y el estado han dado autoridad al terapeuta para recolectar información respecto al

cliente y colocarla en un mapa predeterminado del terapeuta, del cual es derivado el

diagnóstico y se decide el plan de tratamiento. Este proceso reduce la incertidumbre al decirle

al terapeuta lo que debe hacer y le sugiere al cliente lo que debe cambiar para estar bien.

Desde una perspectiva posmoderna, un diagnóstico relacional o “entre personas” no es

diferente de un diagnóstico individual o “dentro de la persona.” La inclusión del criterio de la

terapia familiar para la “salud conductual” simplemente colocaría una nueva norma de

etiquetas en una clasificación ya antigua. Por razones políticas, económicas y de legitimación,

esto sería un gran paso hacia delante para la terapia familiar, pero en términos de su

herencia como una visión explicativa alternativa, constituye un gran retroceso. Asumir

simplemente que el problema es una cuestión de una clasificación individual versus una

relacional es sobre-simplificar un conjunto de dinámicas humanas siempre cambiantes.

Si uno enfoca esas cuestiones desde una perspectiva posmoderna, construccionista

social, ya no hay más cuestiones relevantes. El construccionismo social lo libera a uno del

pensamiento en términos de una dicotomía individuos-en-relación, individuo-relación.

Además coloca al conocimiento psicológico en un contexto socio-histórico y lo trata como una

forma de actividad discursiva (Danziger, 1990, Luria, 1971; Gergen, 1973, 1985). La

actividad discursiva se refiere al desafío de Wittgenstein (1962) de ver el lenguaje como

representacional –una expresión de la naturaleza de las cosas– y su idea alternativa que

nosotros generamos descripciones y explicaciones en los modos de coordinarnos a nosotros

mismos con los otros. Los diagnósticos, por ejemplo, son significados socialmente construidos

dispuestos por la cultura profesional dominante. Un diagnóstico es un acuerdo en el lenguaje

que da sentido en alguna forma a algún comportamiento o evento. Pero una perspectiva

construccionista nos advierte que esta clase de acuerdo nos puede llevar al error de sostener

que el diagnóstico es la verdad. ¿Es la realidad diagnóstica la que deberíamos tratar en la

terapia?

El construccionismo social nos invita a interrogantes alternativas: ¿Cuál es el objetivo de

un diagnóstico? ¿Qué interrogantes se cree que serán respondidas por un diagnóstico? ¿Qué

información se piensa que se obtiene? ¿Qué es lo que uno quiere comunicar con un

diagnóstico y a quién? Si hay muchas formas de pensar al respecto, para describir lo que

puede pensarse respecto a la misma cosa (por ejemplo, comportamientos, sentimientos),

¿cómo podemos respetar y trabajar dentro de todas esas realidades? ¿Consideraríamos la

posibilidad de diagnósticos múltiples? ¿Cómo podemos incorporar al cliente en el proceso?

¿Cómo podemos, y si es posible, hacer que un diagnóstico sea significativo para todos los

involucrados? ¿Cómo puede ser colaborador, hecho a la medida del individuo, útil? ¿Qué otras

palabras podemos usar? Si rechazamos los términos diagnósticos, ¿debiéramos persuadir a

los sistemas de ayuda a cambiar su nosología? ¿Cómo desarrollar una forma en la cual los

multiversos puedan coexistir?

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Si uno ve a la vida como dinámica, inestable e impredecible, entonces la indagación

respecto a ella debe ser siempre activa. Si uno ve al conocimiento como socialmente creado,

y conocimiento y conocedores como interdependientes, tiene sentido entonces incluir al

cliente en el proceso diagnóstico. Esto traslada al diagnóstico desde la esfera del discurso

privado a una indagación compartida en la cual el diagnóstico se convierte en un proceso de

descubrimiento mutuo.

En una forma inesperada, los clientes se involucran en la creación de sus propios

diagnósticos e ideas respecto al tratamiento. Nuestra naturaleza humana vinculada a la

cultura nos obliga a querer saber lo que está mal, a tener un nombre para un problema. Con

la ayuda de los medios de comunicación, el lenguaje diagnóstico y los tratamientos preferidos

han trascendido al dominio público. Todos tenemos clientes que vienen con auto-diagnósticos

como “co-dependiente” y el “niño-adulto de un alcohólico” y clientes que solicitan Prozac para

la depresión o un grupo de doce pasos2 para la adicción. Sin embargo, me pregunto, si esos

auto-diagnósticos a menudo son problemas no tratables para el cliente y el profesional. Los

diagnósticos, los oficiales y los no oficiales, a menudo concretizan identidades que limitan a

las personas, que crean cajas negras con escasos y oscuros éxitos, y forman obstáculos para

definiciones del si mismo más viables y liberadoras (Anderson, 1992).

Recientemente hablé con una pareja que había aparecido en un show televisivo de

conversación acerca de los problemas de género en la pareja. El entrevistador experto en el

show había diagnosticado al esposo como “irresponsable” (una descripción individual), la

esposa como una “adulta sobreviviente a una infancia incestuosa” (una descripción individual)

y a la pareja como “co-dependiente” (una descripción relacional). Cuando los vi estaban

enfrascados en una batalla para hacerlo a él responsable, para promover la “sobrevivencia”

de ella y para hacerlos independientes el uno del otro. Eran prisioneros de problemas no

tratables creados por el diagnóstico. O, como Ken Gergen sugiere, todos los movimientos que

hicieron eran disfuncionales. Esta es la tiranía del diagnóstico.

Pensar la terapia y el diagnóstico desde una perspectiva construccionista social

posmoderna, redefine la relación cliente-terapeuta y desafía el conocimiento profesional.

Traslada a la terapia de una relación entre alguien que sabe y uno que es ignorante, a una

relación colaboradora en la cual las decisiones, la exploración y la “solución” de los problemas

es un proceso de indagación compartida en la cual el diagnóstico no es fijo y el problema

puede cambiar y disolverse a través del tiempo. Invita a la voz del cliente y a su

conocimiento de las experiencias de su vida. Invitar a la voz del cliente –las palabras y

términos que tienen significado para el cliente– da vida productiva al lenguaje cotidiano. La

producción es creada en forma conjunta y el lenguaje es más cooperativo, lo cual genera más

posibilidades que los lenguajes profesionales –basados en un conocimiento preestablecido

que produce menos vida– y suprime la singularidad de la narrativa del cliente individual

(Anderson, 1992). Una posición construccionista favorece un conocimiento personalizado más

2 [N.T.] En referencia al Programa de los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos.

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mutuo. Esta visión de la terapia y el diagnóstico implica incertidumbre, y me doy cuenta que

alguien podría cuestionar esta ética de la incertidumbre, pero yo cuestiono la ética de la

certidumbre.

Por esto es que no estoy de acuerdo con añadir un “diagnóstico relacional” al que ya está

en uso. Kaslow (1993) se imagina la “formulación de un lenguaje y una tipología que pueda

ser utilizada, con un elevado grado de consenso respecto a las definiciones y criterios, basado

en sólidos hallazgos de la investigaciones, por terapeutas familiares que provengan de

diversas disciplinas y corrientes teóricas”, lo cual derivaría en “una nosología validada de los

trastornos relacionales.” Hay muchas razones, teóricas y prácticas, para dudar de esta

posibilidad, y hay muchas razones para estar en contra. Como Ken y Lynn, sugiero que más

que hablar de un sistema diagnóstico relacional, necesitamos considerar direcciones nuevas y

promisorias para la terapia familiar y la psicología.

Desde luego esto nos deja temblando. Surgen muchas interrogantes. ¿Qué hacen los

terapeutas con su conocimiento profesional y sus experiencias pasadas? ¿Cómo comunicarnos

con los colegas, los clientes y las compañías de seguros? Las interrogantes éticas que

enfrentamos en esta nueva era de la salud gerenciada son muy amplias y amenazantes, por

ejemplo, que si la simple sumisión a los reembolsos de las compañías de seguros está en lo

correcto.

KJG: En la medida que he estado deliberando en base a sus comentarios, Lynn y Harlene, he

estado intentando tomar el rol de un esencialista, un diagnosticador, y me he preguntado a

mi mismo qué preguntaría. Una de esas preguntas que a menudo me hago, tiene relación con

lo que generalmente tomamos como el “mundo real.” En una forma más familiar, uno se

pregunta, “¿no hay algo a lo que se refieren esos términos, y no hay esos tipos de

comportamiento profundamente problemáticos en los individuos (o familias), así como

también en la sociedad? Debemos tener alguna forma para hablar acerca de esas pautas

dentro de nuestra profesión, alguna forma de compartir nuestro conocimiento del tratamiento

efectivo. Entonces, ¿no necesitamos esas formas de terminología?” Y, como un interrogador

podría agregar, necesitamos esos términos incluso si estamos de acuerdo con el argumento

construccionista que ellos pueden no ser las únicas formas o las más adecuadas para

describir esas acciones.

Yo vería a esta interrogante como razonable, reconociendo que gastamos la mayor parte

de nuestro tiempo en tradiciones culturales donde el “mundo real” cuenta. Sin embargo,

reconocer en este sentido que hay “algo a lo que se refieren esos términos”, surge la

interrogante, como lo sugieres Harlene, ¿si hay algo que requiere las etiquetas profesionales?

Desde el principio, el argumento simplemente no sostiene que los términos diagnósticos

describan comportamientos observables. Ninguno de nuestros términos, ya sea del DSM-IV o

de un vocabulario recientemente desarrollado de un diagnóstico relacional, realmente se

refiere a los movimientos específicos de los cuerpos de las personas a través del tiempo y del

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espacio, los sonidos que emiten, los líquidos u olores que exudan –o alguna otra cosa que

pudiéramos evaluar con un conjunto de instrumentos mecánicos. Por el contrario, se refieren

a procesos hipotéticos, mecanismos o propósitos que están detrás o son alcanzados por un

conjunto de comportamientos. Si digo que un individuo está “deprimido”, basado en un

conjunto de ítem de un inventario de depresión, no son los vistos buenos en el papel a lo que

me estoy refiriendo, sino a lo que esos vistos bueno sugieren acerca de un estado de la

mente. Sin embargo, no tengo acceso a un estado de la mente; es decir presumo a priori (o

usted podría decir, debido a los mitos particulares respecto a la mente que heredo de la

historia de la cultura). En la misma forma, como terapeuta no observo comportamientos

disfuncionales. Observo comportamientos que etiqueto como disfuncionales, dado un

conjunto de valores que sostengo respecto a lo que es funcional. Es seguro que hay

argumentos académicos diseñados para desinflar la presunción que las etiquetas

profesionales tienen referentes ambiguos (véase también Harbin y Mancuso, 1980; Wiener,

1991). Sin embargo, propondré resumidamente que debido a este problema, la comunidad

terapéutica está en peligro.

Si nuestras etiquetas estuvieran ligeramente ligadas a lo observable, la interrogante

“¿por qué etiquetas?” toma dimensiones nuevas. No podemos decir que necesitamos las

etiquetas para comunicarnos profesionalmente en relación a los casos que enfrentamos,

porque no hay fundamentos para creer que lo que usted quiere decir (en términos de

comportamiento específico) por “trastorno oposicionista” o “problema relacional de la pareja”

sea la misma cosa que podría significar para otros, y debiéramos estar de acuerdo que no hay

formas para sustentar esta conclusión aparte de nuestro acuerdo local. De este modo, los

términos diagnósticos nos ayudan a pensar que estamos trabajando con el mismo fenómeno,

pero esto es crear una sensación de seguridad falsa. ¿El diagnóstico profesional ayuda al

cliente? Por cierto que esta es la pregunta más importante que debiéramos hacernos. Hay

una razón para discutir aquí, algunos clientes pueden preferir la seguridad de un término

profesional para reemplazar lo que sienten que son sus propios intentos de comprensión. La

disponibilidad del lenguaje sugiere que esos casos son comunes, bien conocidos, bien

comprendidos y efectivamente tratables. Y dar un diagnóstico bajo esas condiciones sería un

acto de mala fe de parte del terapeuta, que podría disminuir el efecto placebo.

En este punto estoy apoyándome en la sabiduría del comentario de Harlene respecto al

carácter siempre cambiante de las actividades cotidianas, la construcción comunitaria del

significado, y las formas en las cuales el lenguaje funciona en la vida diaria. Podría

preguntarse ¿si a la larga no se haría una contribución a la vida de nuestros clientes (y a la

nuestra), si tuviéramos formas múltiples de comprender nuestras actividades, si pudiéramos

ver cómo los diferentes grupos pudieran describir lo que hacen, si comprendiéramos cómo

esas variadas descripciones agregan o quitan calidad a la vida? La mayoría de nosotros

estamos conscientes que somos muy complejos para ser introducidos en categorías, que las

relaciones están sujetas a interpretaciones infinitas, que las mismas acciones y las mismas

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descripciones pueden significar cosas diferentes en oportunidades diferentes y con

consecuencias diferentes. ¿No desearían nuestros clientes sacar provecho de esas formas de

sabiduría cultural? ¿Al servicio de quién “congelamos el encuadre”?

Al principio mencioné la posibilidad de dañar. Lynn y Harlene representan un campo de

la terapia familiar que es único en su evitación de una nosología profesional, un campo que

en mi opinión estaría en la vanguardia cultural. A la larga hay razones para creer que otras

profesiones de ayuda se plegarán. Está desarrollándose mucha antipatía debido a la clase de

diagnósticos a los cuales han sido expuestos durante años los pacientes, organizaciones de ex

pacientes mentales que sienten que han estado enfermos debido a las prácticas de las

profesiones de la salud mental (Chamberlein, 1990), y grupos feministas que sienten que la

mujer es víctima de las nosologías existentes (véase, por ejemplo, Caplan, 1987, 1991). Y

hay profesionales en todo el mundo que (como nosotros) sienten que los diagnósticos son

mas dañinos que útiles. Pronto llegará el día (y por cierto aportaré mis esfuerzos a ese

resultado) en que aquellas personas que requieran asistencia para sus problemas llevarán a

la corte a aquellos que diagnostican. Cuando las categorías diagnósticas son parte de los

registros permanente de uno, y esos registros están disponibles para diversos propósitos

evaluativos, las profesiones de la salud mental no tendrán bases legítimas para defender la

práctica del diagnóstico.

LH: Estoy de acuerdo con vuestras advertencias, Ken y Harlene, respecto a lo dañino de las

etiquetas diagnósticas, o lo que yo denomino “lenguaje psiquiátrico odioso”. Para descubrir lo

que realmente se experimenta como odioso, he estado experimentando con consultas en

talleres. Hablo con un terapeuta respecto a una situación familiar (he abandonado el término

“caso”) mientras la familia está sentada escuchándonos. Después le pido a la familia que

comente respecto a nuestra conversación. Luego le pido a la audiencia que en grupos

pequeños lleguen a algunas ideas para devolver a la familia. Los grupos, por turno, me

hablan de sus ideas, las cuales escribo en una pizarra, pero solamente después que han sido

filtradas por las reacciones de los miembros de la familia. Este ha sido un procedimiento muy

interesante, en el cual creamos un conjunto de descripciones de la familia, más que la

descripción profesional que uno impone desde fuera. Recuerdo un incidente que involucró a

una pareja tormentosa que no podía estar junta ni separada. Uno grupo de la audiencia había

comentado que la pareja parecía tener una adicción a la crisis. Otro grupo, refiriéndose a un

aviso publicitario local que denominaba a la ciudad como la Capital del Salto en Elástico de

Norteamérica, vincularon la relación de ellos a un par de saltadores en elástico. La pareja

objetó la primera idea, pero aceptó cordialmente la segunda. Operaciones como ésa

reemplazan el modelo usual diagnóstico experto por uno menos peyorativo.

Al trabajar en mi casa en la preparación de este capítulo, me encontré examinando

algunos de los esquemas más relacionales de diagnóstico. Uno que se encuentra realmente

en el DSM-IV (1994), al menos en el Apéndice, es la “Escala de Evaluación Global del

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Funcionamiento Familiar” (GARF) del psiquiatra Lyman Wynne, que es paralelo a la “Escala de

Evaluación Global de Funcionamiento” (GAF) para individuos, reportado bajo el Eje V. El GARF

refleja los primeros pensamientos acerca de la terapia familiar que estaban basados en la

idea que la familia es un “sistema”, es decir, una unidad compuesta de sub-partes que actúan

en forma interdependiente. Esta analogía aparentemente fue una contribución de Talcot

Parsons (1951), cuyo modelo normativo para el funcionamiento familiar fue una poderosa

imagen en el campo hasta hace poco, cuando el difunto psicólogo Harold Goolishian (1988) la

desafió.

Otro esfuerzo para crear un marco relacional para el diagnóstico ha sido ofrecido por Karl

Tomm (1991), un psiquiatra canadiense. Tomm cree que una familia en la cual hay un

paciente, es una familia en la cual la comunicación está dominada por una pauta perjudicial.

Esas pautas no son producidas por el sistema familiar en si mismo, sino que el resultado de

ciclos viciosos en los cuales los esfuerzos por detener la pauta sólo la refuerzan. Tomm

denomina a esas secuencias Pautas Interpersonales Patológicas (PIPs), y ve a la terapia como

el trabajo para reemplazarlas con Pautas Interpersonales Saludables (HIPs). Como

construccionista, encuentro que las formulaciones de Wynne y Tomm son un mejoramiento

de las categorías del DSM-IV, en el sentido que no son dañinas para el individuo, pero aun

me siento incómoda con su supuesto de una patología ontológicamente transparente.

Afortunadamente, el salto reciente a una analogía narrativa ha colocado al diagnóstico

en una nueva vía. Esta vía abandona la noción de una evaluación objetiva de la patología,

prefiriendo pensar en esas formulaciones como historias o formas de discurso. Si uno cambia

rápidamente de metáfora, es catapultado al universo posmoderno, donde la “realidad” es

colocada entre comillas. White y Epston (1990), entre otros, han bogado para oponerse a la

historia “saturada de problemas” y unen fuerzas con la familia para encontrar una historia

nueva, más esperanzadora. En el mismo espíritu de White está Chris Kinman de la Columbia

Británica. En su trabajo con jóvenes de las Naciones Originarias [de América del Norte],

Kinman ha estado interesado en ayudar a crear alternativas a los estereotipos usuales de los

adolescentes problemáticos. Mientras intenta llegar a un conjunto de herramientas

diagnósticas basadas en la narrativa, ha estado experimentando con el término “discurso”,

usando el marco de la situación de los clientes jóvenes, localizándolos bajo encabezados

como “Discursos del Joven y sus Pares” o “Discursos del Joven y la Escuela” (Kinman y

Sanders, 1994). Se ha llegado a esas descripciones en conversaciones con el individuo en

cuestión y con otras personas en la familia o en la comunidad.

Menciono esos esfuerzos porque aunque muchos de nosotros deploramos los intentos

extraordinarios de la psiquiatría por cubrir todas las bases en el territorio, la aparición del

DSM-IV ha actuado como una de las pestes más importantes. El campo de la terapia familiar

parece haber estado preparándose a si mismo para esta lucha por la creciente aceptación de

un punto de vista construccionista social y narrativo.

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Me gustaría afirmar un último punto diciendo que esta visión construccionista es

congruente con el movimiento hacia usuarios más amigables en la terapia familiar (Reimer y

Treacher, 1995). Una noticia reciente que reporta hábitos de mala práctica en los médicos,

encontró que el siguiente número de hábitos se correlacionaba poco con un mal “trato a los

enfermos”: aquellos que se demoran con sus pacientes, los que escuchan con atención, se

muestran cálidos y pelean menos que sus rudas contrapartes. En una era de la salud

gerenciada, la historia del cliente será escuchada en forma más cuidadosa, y habrá un

movimiento hacia la inclusión del usuario en la conversación, especialmente en la

conversación acerca del diagnóstico.

Al mismo tiempo, aunque estoy en desacuerdo con tener una posición, me gusta unirme

a lo que ya se está usando. En este aspecto, encuentro que estructurar el diagnóstico

alrededor de ejes variados ofrece un punto de inicio útil. Es fácil imaginar este formato,

transformado en un arreglo de perspectivas diferentes. Los clientes podrían tener un eje

especial para ellos mismos o un lugar separado para comentar sobre cada eje. Ya que el

proceso de definición es el acto de encuadre primario en cualquier tipo de terapia o consulta,

merecería tanto tiempo como fuera necesario. Me parece que es crucial la atención a este

aspecto, no solamente en la exposición de la naturaleza de la terapia como un evento político

más que uno médico, sino que permitiría a todas las partes tener su día en la corte.

HA: Estoy particularmente atraída por el interés de Ken y Lynn en la voz del cliente –las formas

en que algunos clientes se unen a través de asociaciones organizadas o individualmente a

través de las cortes, está asegurando una arena para los sentimientos y quejas de los

clientes. Ken habla que ya vienen los días de los litigios. Yo creo que ya han comenzado. Los

reportes periodísticos de pacientes que han tomado acciones legales contra los terapeutas (y

han ganado) ya no son una anomalía. Leemos reportes de pacientes que han entablado

juicios a los terapeutas por la creación de síndromes de falsa memoria y personalidades

múltiples. Recientemente, los padres de una chica de dieciséis años enjuiciaron al terapeuta

por no haber investigado cuidadosamente las acusaciones de ella de haber sido abusada

sexualmente. Esas acciones amenazan la falsa sensación de seguridad que el diagnóstico

otorga a los profesionales y refleja la complejidad del comportamiento y las interacciones

humanas. Por otra parte, esas acciones claman por la importancia de garantizar la voz del

consumidor, ya sea éste un cliente, una compañía de seguros, el agente de salud gerenciada

o el terapeuta.

Como Lynn, tengo la esperanza que una perspectiva narrativa pueda suministrar un

posible alivio al lenguaje de la deficiencia y la enfermedad en el campo de la salud mental. La

comprensión narrativa toma en consideración las creencias y las intenciones, y las historias

narrativas y los contextos subyacentes, comparte y da significado a esas acciones. Como tal,

la comprensión narrativa ofrece la posibilidad de comprender, e igualmente importante, y no

comprender las acciones de los otros. Me gustaría hacer eco de los comentarios de Goolishian

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en su artículo plenario en la conferencia del Instituto Galveston de Houston, “La Enfermedad

de la Salud Mental”, efectuada en Octubre de 1991. Dijo, “Debemos apoyarnos en la

capacidad que tienen las personas para la construcción narrativa de sus vidas, y debemos

redefinir la terapia como la habilidad para participar en ese proceso… Ocupará más que el

lenguaje relacional… Debemos desarrollar un lenguaje de la descripción que nos saque del

agujero negro lingüístico en el cual estamos atrapados.” Inspirado por las palabras de

Wittgenstein en Cultura y Valor.

De verdad nadie puede decir que es torpe.

Porque si lo digo aunque puede ser cierto en algún

sentido, esta no es una verdad por la cual yo mismo pueda ser traspasado;

por otro lado, yo debiera ser muy tonto o cambiar por mi mismo.

Goolishian continuó, “Nuestros lenguajes de la descripción no sólo son normativos, sino

que a través de los años, terminan por forzar narrativas de si mismos socialmente

construidas en nuestros clientes de inutilidad o torpeza.” ¿Es posible que como resultado,

seleccionen a menudo la opción “ser tonto”?

KJG: Uno esperaría que nosotros tres compartiéramos este esfuerzo, el triálogo como una forma

de escritura que demostrara en si misma alguna de las ventajas de la orientación

construccionista para el diagnóstico relacional. ¿Qué sucede si nos apartamos del monólogo

(el cual es paralelo a la voz singular de la práctica del etiquetamiento diagnóstico) y nos

acercamos a una conversación multi-vocal (favorecida por el construccionismo)? En algún

grado pienso que tenemos una buena esperanza, cada uno de nosotros ha traído una voz

singular a la discusión, extraída de experiencias, relaciones y literaturas diferentes. Nuestro

caso es enriquecido por la virtud de la participación conjunta. Al mismo tiempo, porque hay

un acuerdo muy general entre nosotros, la forma trialógica no ha florecido al máximo. Aun no

hemos advertido su potencial catalítico.

Para explorar esta posibilidad, quiero colocar el foco en un punto de desacuerdo. ¿Cómo

podemos tratar el conflicto dentro de este espacio conversacional en una forma que sea

diferente de una orientación monológica (donde típicamente el interlocutor salvaguarda los

conflictos internos a favor del alcance de una coherencia total)? El hecho es que no estoy de

acuerdo en el diagnóstico con la preferencia de Lynn de unirse “a lo que ya hay”. Como ella

señala, “el proceso de definición es el acto de encuadre primario en cualquier clase de terapia

o consulta” y, en virtud de nuestras diversas críticas, propone un rango múltiple de

definiciones, que incluso incluya aquellas de los mismos clientes. Quizá me siento más crítico

hacia el diagnóstico, pero me pregunto, si es injurioso para nuestros “clientes”, ¿por qué

unirnos con eso? ¿Por qué debiéramos aceptar el proceso de definición como la característica

primaria de la terapia o la consulta?

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Ahora, me doy cuenta que quizá sea más fácil para mi tomar esta fuerte posición,

porque no soy un terapeuta y no dependo de la manutención de las tradiciones terapéuticas

para poder vivir. No necesito estar interesado en lo que ya hay, porque tengo algunos

problemas respecto a lo que esto hace a mis relaciones dentro de la tradición (y mi familia)

que me apartarían marcadamente de ella. Y además, ya he visto la preocupación de Lynn

respecto a que la profesión mantiene un mundo real de competencia con los profesionales de

la salud mental más proclives al diagnóstico. De este modo, como construccionista debo

comprender la inteligibilidad de las preferencias de Lynn en términos de la matriz relacional

en la cual ella vive. Y viceversa. Pero, ¿dónde reconocemos eso? Y para usar un paralelo con

la relación profesional-cliente, ¿qué ocurriría si el profesional y el cliente se dan cuenta de la

naturaleza estrecha de las diversas etiquetas diagnósticas, respetándose mutuamente, pero

dándose cuenta que esas comprensiones solamente representan una tradición entre muchas?

No hay una única respuesta a estas interrogantes. La cuestión general de cómo moverse

en un mundo de realidades múltiples y conflictivas es muy profunda y compleja. Sin

embargo, permítaseme sugerir que al menos una posibilidad en el momento presente es

localizar una inteligibilidad alternativa en la cual podamos vivir cómodamente. Aquí estoy

pensando en términos de las prácticas clínicas. Me parece que podríamos estar de acuerdo en

la creencia que el proceso de etiquetamiento a veces puede ser valioso, que es algo dañino,

pero que no es esencialmente el proceso de la terapia. Es decir, la eficacia terapéutica no

depende de la clasificación de los clientes en un conjunto de categorías predeterminadas y

publicitadas. Si estuviéramos de acuerdo con este supuesto, podríamos preguntarnos si sería

posible establecer alguna forma de póliza de seguro de “no equivocarse” para la terapia. Esas

pólizas han tenido su principal ventaja en las cortes de divorcio, donde ha sido imposible

probar la fuente original de los problemas matrimoniales. Entramos en la misma área al

intentar diagnosticar el “problema” en la mayoría de los casos de sufrimiento humano. Si las

compañías de seguro ya no pidieran el diagnóstico, entonces éste sería opcional –disponible

cuando es útil, pero no esencial para el tratamiento. Si la parte asegurada en un plan de

seguro tuviera derecho a un número limitado de consultas, entonces el hecho que el individuo

(o familia) sintiera que su sufrimiento es lo suficientemente severo, podría sería suficiente

para demandar atención profesional. ¿Podríamos explorar las posibilidades de instituir esas

pólizas en las profesiones de la salud mental?

Hablando reflexivamente, que parece que nuestro triálogo presente nos ha presionado a

unir nuestro pensamiento en esos tópicos –de modo que los tres hemos cambiado en el curso

de la conversación. No estoy en el mismo lugar que cuando entre a la conversación. Si esto

es así, ¿no hay una lección para la tendencia tradicional hacia el monólogo en la profesión? El

etiquetamiento diagnóstico es un modo de “detener la conversación.” Los profesionales

anuncian “usted es X” o “Y” y no hay formas obvias para que el diagnóstico sea transformado

en una conversación posterior con el cliente. El monólogo nos aleja del cambio, el diagnóstico

trunca radicalmente las posibilidades para la transformación terapéutica.

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HA: Ken sugiere que nuestro triálogo no ha creado el potencial catalítico que esperaba lograr.

Para mí, ha creado más pensamientos que lo que mis palabras escritas revelan. He tenido

más de un diálogo en mi mente respecto al diagnóstico, y frecuentemente introduzco el

problema del diagnóstico en mis conversaciones con colegas y estudiantes. Como en la

terapia, ¿siempre es visible el potencial catalítico? ¿Pueden nuestras palabras en el artículo

estimular el diálogo respecto al diagnóstico en otros? Espero que sí.

Relataré una historia respecto a un caso que ilustra vívidamente la complejidad de los

problemas humanos y cómo los diagnósticos y los diagnósticos que dirigen los tratamientos

pueden sobre-simplificarlos y exacerbarlos: “Le pregunté a mi hija, ¿por qué tienes esta

enfermedad exótica de las mujeres blancas?” Esas palabras fueron dichas por el exasperado

padre de Joan, una chica afro-americana de dieciséis años que, en sus esfuerzos para

controlar su peso, estaba dejando de comer hasta morir. Ella concordaba con los criterios

esenciales para la Anorexia Nervosa. Joan fue hospitalizada hace un año en un hospital

psiquiátrico privado, donde recibió tratamiento individual, familiar y terapia de grupo. Fue

dada de alta 30 días después cuando expiraron los beneficios de su seguro de hospitalización,

y fue admitida en la unidad médica de un hospital privado, donde su problema fue

diagnosticado como un trastorno médico. Fue dada de alta después de una semana cuando la

compañía de seguro cuestionó el diagnóstico médico, al haber determinado que existía un

diagnóstico psiquiátrico pre-existente, y por consiguiente se negó a cubrir los gastos.

El médico del hospital urgió a la familia a llevar a la hija a un hospital psiquiátrico de

caridad del condado, donde recibiría cuidados psiquiátricos sin costo durante 30 días. La

familia se negó. El médico dijo que Joan era la anoréxica “más difícil” y la “más desviada” que

había tratado. Temía que ella “empeorara” si no recibía tratamiento psiquiátrico ambulatorio

continuo. Sus temores fueron corroborados por los comportamientos de ella y su familia. Al

hablar acerca de la familia, dijo con frustración, “No estamos en la misma página del libro.

No, ni si siquiera estábamos en el mismo libro.” El creía que las respuestas del padre no

concordaban con la enfermedad que amenazaba la vida de la hija, y su creencia era validada

cada vez por el padre, que era un ministro, hablando acerca de la espiritualidad y expresando

su fe en que su hija “encontrara su camino” y “confiaba en el proceso.” El médico además

estaba frustrado y confundido por la sinceridad de la familia y por una familia en la cual el

padre estaba más absorbido con el trastorno alimentario de la hija que la madre. Dijo que la

calma del padre, mientras describía al padre llevando a su hija a la sala de urgencia del

hospital, era “bizarra.”

Dos semanas después el hospital médico dio de alta a Joan, cuando bebió una botella de

jarabe para inducir el vómito, y comenzó a vomitar en forma incontrolable. Los padres la

llevaron al hospital de caridad del condado, donde fue admitida porque el equipo médico

pensó que Joan era una suicida. Joan insistió en que no intentaba suicidarse. En el hospital

del condado había recibido terapia individual y fue dada de alta después de dos semanas con

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la condición que la familia accediera a entrar a una terapia familiar intensiva. Fue derivada a

una clínica psiquiátrica privada que no la atendió porque su seguro médico estaba agotado.

La clínica privada, a su vez, la derivó a un centro de consejería gratuito. La derivación fue

hecha a una terapeuta específica en entrenamiento, que se sabía que tenía experiencia en

trastornos alimentarios. Los padres de Joan la llevaron donde la terapeuta del centro de

consejería, donde acordaron que la terapeuta vería a Joan y que los padres varían a la

terapeuta cuando ésta, Joan o los padres sintieran que era necesario.

La familia continuó viendo al médico familiar, quien sentía que el problema de Joan

estaba fuera de su área de experiencia. Derivó a Joan –simultáneamente con la derivación al

centro de consejería gratuito– a un terapeuta privado que estaba especializado en trastornos

alimentarios. La familia llevó a Joan con el especialista, el cual añadió el diagnóstico de

Depresión Mayor, de Episodio Único, e inició una terapia individual para Joan y una terapia

familiar para ella y sus padres. Dijo que la familia era “la familia más bizarra que he visto

nunca.” Sentía que Joan tenía “mucho poder sobre los padres” y era “víctima” a su vez de

“actuar la ruptura y conflicto de los padres.” Cuando supo que los padres habían autorizado

un programa escolar en la casa, aconsejó a la terapeuta del centro de consejería que “Joan

debe ir al colegio… usted no sabe cuánto manipulan y se aíslan las anoréxicas.” Vio la

decisión escolar como evidencia que Joan tenía mucho poder sobre los padres y la terapeuta

y su supervisor en el centro de consejería.

El terapeuta privado continuó viendo a Joan y a la familia, y la terapeuta del centro de

consejería continuó viendo a Joan, a veces dos veces por semana, y ocasionalmente a los

miembros de la familia en combinaciones diferentes. Quienes iban a las sesiones despendía

de lo que se estaba hablando y de quien quería asistir. La terapeuta del centro de consejería

pensaba que los padres eran muy cooperadores. Siempre asistían a las citas y a menudo

pedían citas adicionales. Usualmente el padre llevaba a Joan a las sesiones, porque la madre

trabajaba y asistía a la universidad.

Joan hablaba frecuentemente con la terapeuta del centro de consejería acerca de las

personas que la “fastidiaban” al intentar ayudarla. Refiriéndose al terapeuta previo, Joan dijo,

“El piensa que sabe todo acerca de mi porque soy anoréxica.” Habló acerca de cómo la

confrontaba y la acusaba de ser enigmática, aislada y deshonesta. Ella quería que las

personas la dejaran ser ella misma.

La terapeuta preguntó con curiosidad, “¿Cómo te trato?” Joan dijo, “Me gusta trabajar con

usted porque no me trata como si yo fuera una anoréxica. Usted me deja ser yo misma.”

Joane habló acerca de querer ser una adolescente, con problemas de una adolescente, cómo

estaba preocupada por la forma en que expresaba la rabia, enfermarse como sus pares.

Expresó ansiedad respecto a no ser aceptada socialmente, los chicos, la oscuridad, estar sola,

las expectativas en la casa acerca que ella cuidara a los hermanos menores, haciendo las

tareas que su hermana no hacía, y buscar un trabajo para ganar algún dinero. Dijo que se

sentía una “patita fea” y que las personas siempre comentaban acerca de lo linda que era su

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hermana. Dijo, “Quiero ser una individuo que otros no puedan copiar.” Joan expresó su

preocupación por la relación de los padres, que ellos estaban muy “distantes” y que “mi

mamá se encierra en el trabajo” y describió como la madre “llevaba montones de papeles a la

casa.” Expresó su preocupación acerca que sus padres siempre “se emocionaban mucho”

cuando hablaban del trastorno alimentario con el terapeuta. La curiosidad de la terapeuta con

la interrogante del padre, “¿Por qué tiene esta enfermedad exótica de las mujeres blancas?”,

la llevó a averiguar que la familia vivía en un vecindario de blancos y que Joan tenía amigas

blancas (Joan no veía el problema racial como un problema como si lo veían el padre y los

hermanos). Averiguo que el padre era un prominente ministro negro y que la madre era una

católica devota. La hija iba a la iglesia con la madre y el hijo iba a la iglesia con el padre. El

padre, persuadido por sus creencias religiosas sentía que la enfermedad de la hija era “el

trabajo del demonio”. “Todas las cosas ocurren con un propósito… Dios está probando la

fuerza de ella”, y se apoyaba en citas bíblicas. Creía firmemente que “Esto es algo que ella

está resolviendo… Confío que superará esto… confío que tome las decisiones que sean mejor

para ella… que encuentre su propio camino.”

La madre parecía estar genuinamente preocupada, “Quiero que Joan sienta que estoy

aquí por ella.” (Desde luego, Joan pensaba que la madre era una “intrusa”). La madre

esperaba que la terapeuta pudiera “ayudar a Joan con sus emociones” y la “ayudara a hablar

con la familia respecto a qué está atormentándola.” La hermana de Joan, al igual que la

madre, pensaba que sería de utilidad “si ella nos hablara de eso.”

El hermano mayor de Joan señaló como causa a la relación estresante entre Joan y su

hermana menor. Creía que si asistieran a una escuela donde la mayoría de los estudiantes

fueran negros, Joan y su hermana no tendrían problemas ni estarían separadas, porque “En

una escuela donde todos son negros, tienes que mantenerte unido para protegerte.” Tenía

otras ideas acerca del problema de Joan, todas relacionadas con temas culturales. Estaba de

acuerdo con el padre respecto a que “Las niñas negras no tienen anorexia.”

Al reflexionar acerca de su trabajo con Joan y su familia, la terapeuta del centro de

consejería dijo, “Al principio tomé muy seriamente el diagnóstico que la familia y yo

heredamos. Creí en él. Influenciado por mis preconcepciones de las anoréxicas como rígidas,

controladoras, aisladas, perfeccionistas, no cuestioné las opiniones y recomendaciones del

psiquiatra ni de los especialistas en trastornos alimentarios. Intenté ayudar a Joan y a su

familia. Intenté hablar con Joan y su familia acerca del diagnóstico y convencerlos de las

opiniones de los expertos sobre las dinámicas individuales y familiares asociadas con la

anorexia nervosa. Mientras más me esforzaba, Joan empeoraba, y yo me sentía más

aproblemada.”

Como los demás antes que ella, mientras más intentaba la terapeuta tratar el

diagnóstico, más actuaban los miembros de la familia en formas que verificaban sus

preconcepciones respecto a las anoréxicas y sus familias, confirmando en consecuencia el

diagnóstico. La frustración aumentó hasta que, como dijo la terapeuta, “A medida que yo

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conocía a Joan y a su familia, me di cuenta gradualmente que estaba conociendo a otra Joan,

a otra madre y a otro padre. Mi interés en lo que les preocupaba llevó a conversaciones en

las cuales Joan y su familia encontraron causas y respuestas que tuvieron significado para

ellos. Para mi sorpresa, estaba comenzando a confiar en que Joan encontraría sus propias

respuestas. Me di cuenta que estaba viendo y escuchando a la persona y no a una anoréxica

y a una familia disfuncional.”

A través de la indagación respecto a las ideas de cada persona, ella averiguó mucho más

acerca de la familia y sus miembros, en lugar de simplemente obtener lo que el diagnóstico

permite. El sin sentido disfuncional de sus acciones y creencias ahora tenían sentido. Como lo

ilustra la terapia con Joan y su familia, hay muchas definiciones de “un problema”, incluido lo

que lo ocasionó y las soluciones imaginadas, en la medida que hay personas conversando

acerca del problema. Y esas ideas pueden cambiar a través del tiempo.

Cuando pienso respecto a Joan y su familia, continúo retornando a las nociones de

monólogo y diálogo que Ken mencionó. Intercalados en mis comentarios iniciales, hay un

sesgo hacia el proceso, o la esencia, de la terapia como un diálogo. El diagnóstico es parte de

este diálogo. Las preconcepciones pueden llevar a un terapeuta a un monólogo interno y

puede llevar a monólogos enfrentados entre el cliente y el terapeuta –y entre los

profesionales. La habilidad de la terapeuta para indagar y no mantenerse en sus

preconceptos le permitió a ella estar abierta y curiosa respecto a los demás. Joan, su familia

y la terapeuta se unieron en un diálogo –un proceso conversacional que implica una

indagación compartida que llevó a cambios en el “problema” y nuevas posibilidades para

todos ellos. Esto me lleva al comentario de Lynn acerca de unirse.

No estoy segura si por unirse Lynn quiere decir que está de acuerdo con nosotros o lo

está usado como un punto de inicio para la conversación. Sin embargo, no creo que el

diagnóstico o el problema definido necesariamente necesita ser parte de la terapia, aunque

generalmente los clientes quieren hablar de sus problemas. Por eso es que vienen a terapia.

Sin embargo, cómo los problemas y las soluciones emergen y se disuelven a través del

diálogo, está más allá del objetivo de este triálogo (véase Anderson y Goolishian, 1988; y

Anderson, 1995). Estoy de acuerdo en pensar en el diagnóstico en términos de si lo sobre-

simplifica o lo oscurece. Han surgido algunas interrogantes en esta discusión acerca del

diagnostico y creo que son muy importantes. Si hay un proceso diagnóstico, ¿hacia qué

apunta y quién determina ese objetivo? ¿Qué significado tiene el diagnóstico para cada

persona involucrada? Más importantemente, ¿qué significado posee para el cliente? ¿Posee un

significado útil? ¿Es respetuoso? ¿Permite la apertura de puertas –la creación de potenciales–

o cierra las puertas y restringe las posibilidades? ¿Perpetúa el problema? ¿Crea nuevos

problemas? Esas interrogantes incluso nos debieran confrontar con el desarrollo de un nuevo

rango de diagnósticos.

Lynn mencionó a la salud gerenciada. Pienso que la salud gerenciada está marginando

más aun la voz de los clientes. La salud gerenciada ya está dictando los diagnósticos. No es

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inusual que una compañía de salud gerenciada se rehúse a autorizar los servicios, excepto

aquellos para el diagnóstico asignado por su administrador de casos. La terapia no es

solamente un evento político y medico, sino que también un evento económico. Pero esto nos

lleva a otro tópico.

LH: No parece que la conversación nos esté llevando a nuevos espacios. La interrogante que

tengo es ¿si el cambio ya habría sucedido si no tuviéramos que “unirnos a la oposición”, o si

Ken no tuviera que escoger estar en “desacuerdo”? Si hubiéramos usado un formato de

debate desde el comienzo, donde cada persona toma un lado diferente, ¿podríamos haber

alcanzado antes este punto?

Catherine Bateson dijo en una conferencia reciente que tiene el tipo de conversación

improvisada que ella encuentra útil, las personas tienen que establecer primero que tienen

un código común. De modo que quizá es un asunto de fases. ¿Qué piensan ustedes dos?

En respuesta al último comentario de Harlene, me parece que los terapeutas en

problemas por encontrar un nicho en la salud gerenciada, aparentemente no ven otra salida

excepto permanecer dentro del marco del diagnóstico. Aunque yo he optado por salirme ese

marco, siento que debiera volver atrás y representar ese “lado”. Pero creo que Harlene está

en lo correcto al decir que este cambio hacia la metáfora médica no solamente nos distancia

de nuestros clientes, sino que nos hace menos efectivos. Entonces, ya que uno no admite la

metáfora, también dejamos de lado la mistificación. Te agradezco Harlene que hayas

incluido una historia vívida para ilustrar el dilema.

También me gusta mucho la idea de Ken de “no criticar” a la psicoterapia. Con esta

sugerencia él se ha colocado en la categoría de un “agnóstico causal”. Tomo este término de

un reciente ganador del Premio Nobel, el economista Ronald Coase (Passell, 1991), quien es

pionero en la idea que no teníamos que establecer las causas en los casos en conflicto, por

ejemplo, la contaminación. Si usted deja que los contendores lo descubran por si mismos,

probablemente llegarían por si mismos a una solución más operativa. La idea de cambiar los

derechos del aire es un ejemplo. El tipo de pensamiento de Coases, como el de Ken,

comienza por dar a todos una habitación en la cual se pueda respirar.

Lo que es especialmente interesante aquí es que lo que Ken está abogando ya está

siendo pasado. Lo revolucionario en la terapia familiar es distanciarse de los problemas y sus

causas. Los enfoques breves centrados en la solución han ganado popularidad y el enfoque

narrativo de Michael White está centrado en el futuro, excepto por la forma en la cual el

pasado predice lo que White (1989) denomina “resultados únicos”. E incluso una versión

más extrema de esa posición, desde luego, es la posición de “no saber” del difunto Harry

Goolishian y Harlene. A la terapeuta que asume esa posición no le interesan las causas,

excepto en el grado en que ellas forman parte de las historias diferentes de las personas.

Ella asume que el problema no tendría que tener su atención si éste estuviera intercalado en

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formas de hablar que fueran útiles. Por consiguiente, el foco está en cambiar el estilo de

conversación respecto a lo que está conversándose.

Otra idea que creo podría remecer las cosas es apartarnos del cuerpo de pensamiento

conocido como psicología moderna o el estudio de la “psique”. La idea de la psique es útil

porque “ella” es presentada como una representación de una entidad ubicada dentro de las

persona como un feto diminuto. Esto permite pensar con facilidad que “ella” es susceptible

de fallar, romperse o distorsionarse en el desarrollo. Sin embargo, durante el período de

supremacía de la psicología en este siglo moderno, ésta ha fracasado en presentar una

clasificación de los trastornos igual al que como lo han hecho la investigación y la práctica

médica. La mirada más superficial al DSM-IV muestra que éste está constituido por

telarañas. Esto porque las “enfermedades invisibles”, como las denomino, no son análogas a

los trastornos expresados en el cuerpo y, por consiguiente, no son susceptibles de

categorizar y medir. Es un ejercicio absurdo reclamar que pueden ser catalogadas y

medidas.

Es interesante pensar en considerarlas como una familia extendida: “psicología”,

“psiquiatría”, “psicoterapia” y otras. Ken ya ha hecho un trabajo brillante al impugnar

muchos de esos conceptos, conjuntamente con sus presuposiciones acerca de la realidad del

“self”. Por ejemplo, él ha sugerido que la psicología, en su explicación del distrés emocional,

está casada con la creencia dudosa en las fases de que debiera atravesar la “psique” para

alcanzar la madurez apropiada. La psiquiatría, cuando no está siendo medica, continúa

suscribiendo la idea de una unidad intrapsíquica, la que no es más convincente que el

pequeño homúnculo de Descartes. En lo que respecta a la psicoterapia, la palabra y lo que

ha representado está teniendo un rápido cambio. Desde a mediados de este siglo, he estado

observando el curso de lo que denomino las terapias sociales (basadas en la idea de las

dificultades relacionales) como opuestas a las terapias psicológicas (basadas en la

presunción de disfunciones intrapsíquicas). Podría ocurrir que la consejería, asumiendo que

no ha sido sofocada por la salud gerenciada, eventualmente terminara con el campo social,

dejando a la psiquiatría y a la psicología el mundo material de la memoria, los desequilibrios

químicos y los genes.

Denominar a la consejería como una “terapia social” amplía, al menos, su esfera. Este

proceso de apertura comenzó con el movimiento de la anti-psiquiatría en la mitad del siglo

veinte, el cual podemos agradecer a filósofos rebeldes como Thomas Szasz (1974) y R. D.

Laing (1971). La terapia familiar, ese mutante ilegítimo que surgió en la misma época, ha

sido otra fuente de cambio. Ha habido bodas exitosas desde ese impulso original,

representando un esfuerzo por incluir progresivamente más del contexto social. Uno podría

decir que la terapia familiar está solamente en la fase uno; la fase dos resaltando el contexto

profesional; y ahora el interés en los problemas multiculturales está empujándonos para

incluir los problemas inter-sociedades en todo el mundo.

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Aun hay un elemento conservador en el campo de la familia que ha conservado una

versión de la teoría del desarrollo sobre la cual se basan las ideas acerca de la disfunción y la

curación. Por esto quiero decir que las fases vitales guían las diversas versiones de lo que

denomino “teoría de la represión familiar”. Esta teoría incluye todas las explicaciones para el

distrés emocional supuestamente ocasionado por recuerdos reprimidos o no resueltos. Las

orientaciones de la terapia familiar que localizan las razones para los problemas en pérdidas

para las cuales no se ha vivido el duelo, en rabia que ha sido suprimida, o en secretos

familiares ocultos, se ubican en esa categoría. Esta guía psicodinámica también es

sacralizada con creencias populares ampliamente difundidas respecto a la relación entre las

emociones expresadas y la salud mental. Pero los radicales libres en la terapia familiar han

sido siempre aquellos que rechazan las teorías de la represión emocional por un foco más

interpersonal en la comunicación y el intercambio.

En todo caso, nosotros tres representamos la posición de un número creciente de

terapeutas e investigadores relacionales que estamos deseosos de desafiar el uso de

etiquetas para los trastornos mentales y el empuje expansionista de medicalizar todo el

campo. Nuestra lista incluye a todos y cada uno de los sistemas diagnósticos que se han

propuesto –biológicos, psicológicos o relacionales. Si pudiéramos finalizar nuestra

psicologización, quizá la disciplina de la conversación terapéutica pueda ser liberada del

puño de la ciencia newtoniana y ser colocada bajo la guía de las artes del lenguaje, a la cual

creemos que pertenece.

Referencias

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Washington, D.C.: American Psychiatric Association.

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Borrador de capítulo, en F. Kaslow, Relational Diagnosis. Wiley, 1996

[Traducido y publicado aquí sin autorización de los autores ni de la Editorial]

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CLASIFICADOS

“Hacer un diagnóstico de la enfermedad y conocer el método de tratamiento correcto no es suficiente. Es igualmente importante que el paciente sea receptivo respecto a la terapia y coopere con ella. Sin la plena colaboración del paciente, los resultados terapéuticos se retrasan, distorsionan o limitan, o hasta llegan a no producirse.”

Milton H. Erickson (1965) (Cortesía de Insoo K. Berg y

Scott Miller, 1996)

“Terapia del pulgar. La terapia del pulgar emana del sedante ónix mexicano: frótese suavemente con el pulgar para aliviar tensiones leves. La terapia del pulgar es universal… y no es costosa. Sólo cuesta 2,75 dólares cada pedazo de ónix y viene en una pequeña bolsa de tela para guardarla… Rich Lane Associates, New York”.

New York Time, abril de 1976 (Cortesía de Thomas Szasz, 1985)

“Terapia de divorcio. En la terapia de divorcio, las parejas mutuamente alérgicas son ayudadas a liberarse de su relación con un mínimo de destructividad para consigo mismas y para con sus hijos.”

Taller 304, Asociación Ortopsiquiátrica

Americana, 50ª aniversario, 1973 (Cortesía de Thomas Szasz, 1985)

“Es más fácil descubrir las deficiencias de un individuo, un estado o la misma Providencia que ver su importancia y valor real.

Hegel (Cortesía de B. Duncan, M. Hubble

y S. Miller, 2003)

Desde la Segunda Guerra Mundial, la Psicología se ha convertido en una ciencia y en la práctica de la curación. Se concentra en la reparación de los daños dentro de un modelo del funcionamiento de los seres humanos basado en la enfermedad. Esta casi exclusiva atención a la patología ha sido negligente con el florecimiento de los individuos y las comunidades exitosas. [en 1998] propuse cambiar el foco de la ciencia y la profesión desde la reparación de las peores cosas en la vida a la comprensión y la construcción de las cualidades que hacen que la vida valga la pena.

Martin Seligman

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Cartas al Editor

Estimados Editores: Agradezco sobremanera el envío de la versión chilena del OQ-45.2. En verdad tienen razón en el uso experimental del instrumento. Entre paréntesis, el instrumento no deja de ser un punto de referencia valioso para medir los resultados de nuestro trabajo, dado el estado actual del desarrollo de instrumentos parecidos en nuestro medio [Perú]. Saludos fraternales, Ps. Enrique Chávez Matos [email protected]

Sres. Editores A través de su prestigioso órgano no oficial, aprovecho de informar a Uds. que nuevamente el Instituto Milton H. Erickson de Santiago posee un sitio en la web, desde el cual los visitantes pueden bajar artículos (gratis) de interés para el terapeuta ericksoniano. La dirección en la web es la siguiente: www.institutoerickson.cl Atentamente, Ps. Arnoldo Schaffner Webmaster

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CURSOS Y CONFERENCIAS

777ººº EEENNNCCCUUUEEENNNTTTRRROOO LLLAAATTTIIINNNOOOAAAMMMEEERRRIIICCCAAANNNOOO DDDEEE TTTEEERRRAAAPPPEEEUUUTTTAAASSS EEERRRIIICCCKKKSSSOOONNNIIIAAANNNOOOSSS

YYY 111ººº EEENNNCCCUUUEEENNNTTTRRROOO TTTRRRAAASSSAAANNNDDDIIINNNOOO DDDEEE TTTEEERRRAAAPPPEEEUUUTTTAAASSS

EEERRRIIICCCKKKSSSOOONNNIIIAAANNNOOOSSS

HHHAAACCCIIIAAA UUUNNNAAA MMMIIIRRRAAADDDAAA EEERRRIIICCCKKKSSSOOONNNIIIAAANNNAAA IIINNNTTTEEEGGGRRRAAATTTIIIVVVAAA

ORGANIZAN:

INSTITUTO MILTON H. ERICKSON DE SANTIAGO

INSTITUTO MILTON H. ERICKSON DE MENDOZA

INSTITUTO MILTON H. ERICKSON DE SAN LUIS

AA RREEAALLIIZZAARRSSEE EENN SSAANNTTIIAAGGOO DDEE CCHHIILLEE

LLOOSS DDIIAASS VVIIEERRNNEESS 2211,, SSAABBAADDOO 2222 YY DDOOMMIINNGGOO 2233 DDEE AABBRRIILL DDEE 22000066

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26

Los Institutos Milton H. Erickson de Santiago, Mendoza y San Luis invitan a los Institutos y Centros

Milton H. Erickson de América Latina, a los Terapeutas Sistémicos Breves y a los Estudiantes de los últimos

años de la Carrera de Psicología, a reunirse en el 7º Encuentro Latinoamericano de Terapeutas

Ericksonianos y 1º Encuentro Trasandino de Terapeutas Eicksonianos, bajo el lema “Hacia una

Mirada Ericksoniana Integrativa”.

Han transcurrido ya casi 40 años desde que Jay Haley comenzó a difundir los escritos y el

pensamiento de Erickson… Esos años han sido testigos de una revolución del pensamiento en psicoterapia y

del desarrollo de enfoques terapéuticos que se han nutrido –y sistematizado a la vez– del pensamiento y las

técnicas de Erickson: el Centro de Terapia Breve del Mental Research Institute de Palo Alto (MRI), el Centro

de Terapia Familiar Breve de Milwaukee, y los diversos discípulos, colaboradores y seguidores de Erickson

conocidos como Neo-Ericksonianos…

Desde mediados de los años ’80 las investigaciones acerca de la eficacia en psicoterapia han venido

colocando en evidencia que a pesar de las enormes diferencias que pueden observarse entre los diversos

enfoques terapéuticos (marco epistemológico, marco teórico-metodológico y técnicas), al momento de

evaluar los resultados en psicoterapia todos los enfoques parecen ser igualmente eficaces.

Esas mismas investigaciones han mostrado que a diferencia de lo que hemos creído durante años,

no son las técnicas o los enfoques de los terapeutas las variables que poseen el mayor peso en los

resultados de la psicoterapia… sino que son los aportes del propio cliente a la terapia y la alianza terapéutica

los factores que poseen más peso sobre los resultados.

Lo anterior no quiere decir entonces que los terapeutas deban abandonar todo enfoque y marco

teórico para trabajar sólo de acuerdo a su intuición… Por lo contrario, el significado de los estudios de

eficacia en terapia indican que un/a terapeuta es más efectivo/a en la medida que su enfoque y/o técnicas

de trabajo posibilitan obtener el máximo de provecho de los factores del consultante y de la alianza

terapéutica.

Nuestro campo en terapia breve no ha estado ajeno a la lucha de “la carrera en el hipódromo de los

enfoques terapéuticos” para determinar cuál es el enfoque ganador (y por tanto el “mejor” enfoque): “La

magia” de la hipnosis ericksoniana, “Las narrativas ericksonianas”: Metáforas terapéuticas, “Hipnoterapia

estratégica sin trance”, “Soluciones”, etc., etc., etc…

La intención de este Encuentro es conversar, discutir y compartir acerca de cómo los diversos

aportes de los enfoques históricamente influenciados por el pensamiento de Erickson, pueden ser integrados

en acercamientos terapéuticos individualizados para la promoción de los factores de eficacia terapéutica.

UUNNEETTEE AA NNOOSSOOTTRROOSS PPAARRAA CCOOMMPPAARRTTIIRR DDUURRAANNTTEE DDOOSS DDIIAASS YY MMEEDDIIOO

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