entrevista sobre el muro de berlín

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Newsuic és una publicació gratuïta editada per la Direcció de Comunicació de la Universitat Internacional de Catalunya. Les tasques de com- paginació, fotografia, redacció i coordinació editorial són dutes a terme per estudiants, assessorats per un consell editorial compost per profes- sors, membres del personal d’administració i serveis de la Universitat i alumnes becaris. S’hi afegeixen col·laboracions de professors o d’altres professionals, fixes o bé esporàdiques. El Consell Editorial, que no comparteix necessàriament les opinions expressades pels seus redactors o col·laboradors, convida els professors, alumnes i antics alumnes de la Universitat a col·laborar al Newsuic i a expressar les seves opinions sobre els continguts i la manera de tractar-los. El Consell Editorial es reserva el dret de publicar aquelles col·laboracions o anuncis que no es corres- ponguin amb la línia editorial o els principis estètics que regeixen aquesta publicació. PUBLICITAT, OPINIONS I COL·LABORACIONS: [email protected] Direcció de Comunicació. Immaculada, 22 E-08017 BARCELONA Crónicas japonesas H ace tres meses que volví de Japón. Desde entonces, solo he leído literatura ja- ponesa y he visto el cine de Ozu y Mizoguchi. Si el objeto hubiera sido leer solo textos contemporáneos no es extraño, pues el país ha dado escritores extraordinarios, como Kawabata, Soseki o Tanikazi, cercanos a algunos de los referentes occidentales introducidos en la épo- ca Meiji o colonial. Pero sí lo es, si se piensa en que he leído, casi como una necesidad, las obras tradiciona- les de Shikibu, Kenko o Bascho de los siglos XI al XVI. Será quizás porque así se puede continuar reco- nociendo el país. Porque en Japón lo antiguo no desaparece sino que es absorbido por lo nuevo. Su cultura es integrativa. Solo así puede existir una ciudad trepidante como Tokio o multitud de ciudades futuristas, las más interesantes, como Hakata, Nagoya o Kagoschima, resultado de su manera de contemplar el mundo, minuciosa y perpleja, desde la Edad Arcaica. Un rasgo de la cultura japonesa es la forma en que se detiene en la fragilidad del mundo cambiante y se abandona a él. De allí, posiblemente la razón por la que antes que nadie ha sabido crear (pues es capaz so- bre todo de asimilar) algunas de las propuestas que le hacen ser conside- rada la segunda potencia mundial. Su característica principal es el mo- vimiento; todo está continuamente desplazándose. Trenes, personas, coches, autopistas y horizontes. Por esa razón los negocios y las estructu- ras sociales se vinculan a dicho des- plazamiento. No es que sean veloces o eficaces, como se cuenta, sino que su relación con el espacio es diferen- te. Escaso y frágil, se percibe con el refinamiento y la sofisticación típica japonesa con la que nada se deja al azar. Todo se halla enmarcado, como un encuadre fílmico con el que con- templar fragmentos de la naturaleza, pero también de los edificios del ar- quitecto Toyo Ito. Y, de esta forma, la mirada del viajero se acostumbra poco a poco a reparar en lo frágil. Como el poeta que, dice la tradición, necesita de un corazón muy delgado para penetrar en el universo, pues las cosas son bellas porque son débi- les y un barco en medio de las aguas basta para despertar el sentimiento o la inmensidad del mar. Patricia Almarcegui es profesora del Depar- tamento de Humanidades Jaume Figa jfi[email protected] /rescrito.blogspot.com La Columna Cap de taula Dieter Wendland Estuvo casi 40 años detrás del Muro de Berlín Sabíamos que nos espiaban, pero no hasta qué punto llegaba ese espionaje Patricia Almarcegui [email protected] “Imagina que, de la noche al día, aparecen las Ramblas partidas en dos. De un lado, la gente mira sorprendida, pero hace vida normal; del otro, el mundo está encerrado. Separados por un gran muro con alambres, perros de caza, hombres armados y… quien intente cruzarlo, es automáticamente fusilado”. Así describe Dieter Wendland lo que vivió la noche del 13 de agosto de 1961. Tendría entonces 12 ó 13 años y su familia quedaba dividida por una barrera infranqueable. Él, con sus padres y dos hermanos, en el este; y al otro lado, un hermano. Fueron casi 40 años vividos sin ningún tipo de libertad. Wendland estuvo en la UIC con su mujer en un acto conmemorativo de los 20 años de la caída del muro, organizado por el Institut Carlemany d’Estudis Europeus. Ahí contó su experiencia. Vivir en Berlín Oriental era una situación asfixiante. Si no fue- ra por el apoyo de los amigos y familia, hubiera sido imposi- ble aguantarlo. Mi hermano fue condenado a prisión dos años y medio por –según decían– “ca- lumnias al estado”. Era un asun- to completamente ficticio. Siem- pre nos quedábamos en casa porque sabías que fuera había enemigos; alguien que te espia- ba. Incluso entre los más allega- dos podía haber gente que infor- mara. ¿Qué tipo de información pasaban? De todo. Desde conversacio- nes que teníamos por teléfono o por la calle, a cosas tan absurdas como lo que leímos en los docu- mentos que tenían los servicios secretos sobre mi mujer: “ha col- gado ropa a secar en el balcón”. ¡Absurdo!…; pero era así. ¿Eran plenamente cons- cientes de esta situación? Sabíamos que nos espiaban, pero no teníamos ni idea de las dimen- siones a las que llegaba ese es- pionaje. Cuando lo supimos, nos asustamos mucho y, en parte, nos entristeció. En mi documenta- ción, en lo que existe de mí, se ve que había diecisiete personas in- formando sobre mi vida. Y mien- tras yo lo leía, a mi lado había una persona leyendo su información y llorando. En los textos se pro- ponían medidas que había que tomar contra las personas. Cosas como “entrar en la vida íntima de las personas y disolverlas”. ¡Qué significaba eso de “disolver”? In- cluso el lenguaje que se utilizaba nos asustó mucho. No es para menos… Entre los años 53 y 61 hubo tres millones de personas que consi- guieron pasar de la parte orien- tal de Berlín a la occidental, para luego huir o emigrar –como se lo quiera llamar– a la RFA. Muchos más lo intentaron sin éxito: en coche, con escaleras, vehículos voladores de todo tipo… Unos, fusilados; a otros se les implan- taba unos castigos draconianos; “violadores de las fronteras”, se les llamaba. La pésima situación económica llevó a las negocia- ciones con la Alemania Occiden- tal: petróleo, carbón… Además, desde esa Alemania se intentaba sacar a los encarcelados injusta- mente, pagando por ellos entre 20 y 120 mil marcos alemanes [un marco alemán de entonces costaba unas 80 pesetas]. Ni si- quiera el gran crédito de mil mi- llones, otorgado por occidente en 1981, sirvió para recuperar la situación económica. ¿Y por qué no hacían nada? Piensa que eso no era como Bar- celona, donde puedes levantar- te cada mañana e ir a tomar un café con tus amigos y pasear por donde quieras… Viviendas va- cías, faltaban médicos: la vida social se iba deteriorando poco a poco. No se podía organizar nada con sentido y los que real- mente eran capaces de asumir riesgos intentaban irse o tenían dinero para pagar la salida al go- bierno… Esto era cada vez más in- sostenible, ¿no? A finales de los 70, principios de los 80 muchos buscaron es- pacios de diálogo dentro de co- munidades protestantes, en las iglesias. Se animaban y buscába- mos motivos por los que luchar y vivir. ¿Qué hacía el gobierno? Honecker, el jefe de estado de la RDA, estaba convencidísimo de que íbamos por el buen camino hacia el socialismo y que, por lo tanto, todo pasaba por ahí. Pero el país estaba cada vez peor y el pueblo quería vivir en paz. To- dos los años, el 8 de enero había manifestaciones oficiales en re- cuerdo de Rosa Luxemburg. En 1988, aparecieron unos ma- nifestantes que, al margen de la oficialidad, llevaban una pan- carta citando a Luxemburg: “la libertad sólo existe si realmente es libertad para el que piensa de otra manera”. ¿Eso fue la gota que colmó el vaso? Sí. Ese año fue la revuelta de Tiananmen, y aquí el gobier- no hablaba de la “solución chi- na” como lo correcto. Teníamos mucho miedo. Después Hungría abría las puertas hacia Austria, con lo que un éxodo de alemanes salía hacia la RFA por ahí. Cuan- do Honecker cerró las fronte- ras, cerca de cinco mil personas se refugiaron en la embajada de la Alemania Occidental, en Pra- ga. Por si fuera poco, en esos momentos se celebraban los 40 años de la constitución del país y todo el mundo retransmitía en directo lo que pasaba: miles de personas comenzaron a mani- festarse en torno al lugar donde se estaba conmemorando el ani- versario. Hubo más de mil de- tenciones, muchas de ellas per- sonas que no tenían nada que ver, pero que estaban ahí. Fue- ron maltratadas: se vio cómo pe- gaban –con toda la intención–, al estómago de una mujer em- barazada; trataron a las perso- nas como animales… Y entonces… Entonces sucede lo que todo el mundo conoce del 9 de noviem- bre de 1989. Por un malenten- dido sobre quién era el respon- sable de autorizar que alguien viajara, en un momento deter- minado, a occidente, se comen- zó a reunir mucha gente frente a los pasos fronterizos. Miles de personas que exigían pasar por- que –decían– “el gobierno de este país ha declarado que pode- mos viajar donde queramos”. ¿Así? ¿Sin más? Hay que imaginarse la situa- ción: puestos fronterizos ce- rrados; el muro; el alambre de espino; la vigilancia… Y varios centenares de personas que se acercan. Los guardias no sabían nada de lo que les decían, y al te- léfono, nadie respondía. Ningún responsable. Miles de personas: cada vez más. ¿Qué hacer? O disparar y provocar una sangría, o abrir. No hubo sangría Cruzamos la frontera, en me- dio de una masa de gente ab- solutamente eufórica que veía que nadie impedía la salida. Una auténtica locura. La úni- ca pregunta que nos hacíamos era: “¿por qué ha durado 40 años? ¿Por qué no habíamos venido antes a decir que nos dejaran pasar?”

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Entrevista a Dieter Wendland, diseñador y fotógrafo, que estuvo más de 30 años en Berlín del Este.

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Newsuic és una publicació gratuïta editada per la Direcció de Comunicació de la Universitat Internacional de Catalunya. Les tasques de com-paginació, fotografia, redacció i coordinació editorial són dutes a terme per estudiants, assessorats per un consell editorial compost per profes-sors, membres del personal d’administració i serveis de la Universitat i alumnes becaris. S’hi afegeixen col·laboracions de professors o d’altres professionals, fixes o bé esporàdiques. El Consell Editorial, que no comparteix necessàriament les opinions expressades pels seus redactors o col·laboradors, convida els professors, alumnes i antics alumnes de la Universitat a col·laborar al Newsuic i a expressar les seves opinions sobre els continguts i la manera de tractar-los. El Consell Editorial es reserva el dret de publicar aquelles col·laboracions o anuncis que no es corres-ponguin amb la línia editorial o els principis estètics que regeixen aquesta publicació.

pubLicitat, opinions i coL·Laboracions: [email protected] │direcció de Comunicació. Immaculada, 22 e-08017 barCelona

Crónicas japonesas

H ace tres meses que volví de Japón. Desde entonces, solo he leído literatura ja-

ponesa y he visto el cine de Ozu y Mizoguchi. Si el objeto hubiera sido leer solo textos contemporáneos no es extraño, pues el país ha dado escritores extraordinarios, como Kawabata, Soseki o Tanikazi, cercanos a algunos de los referentes occidentales introducidos en la épo-ca Meiji o colonial. Pero sí lo es, si se piensa en que he leído, casi como una necesidad, las obras tradiciona-les de Shikibu, Kenko o Bascho de los siglos XI al XVI. Será quizás porque así se puede continuar reco-nociendo el país. Porque en Japón lo antiguo no desaparece sino que es absorbido por lo nuevo. Su cultura es integrativa. Solo así puede existir una ciudad trepidante como Tokio o multitud de ciudades futuristas, las más interesantes, como Hakata, Nagoya o Kagoschima, resultado de su manera de contemplar el mundo, minuciosa y perpleja, desde la Edad Arcaica.

Un rasgo de la cultura japonesa es la forma en que se detiene en la fragilidad del mundo cambiante y se abandona a él. De allí, posiblemente la razón por la que antes que nadie ha sabido crear (pues es capaz so-bre todo de asimilar) algunas de las propuestas que le hacen ser conside-rada la segunda potencia mundial. Su característica principal es el mo-vimiento; todo está continuamente desplazándose. Trenes, personas, coches, autopistas y horizontes. Por esa razón los negocios y las estructu-ras sociales se vinculan a dicho des-plazamiento. No es que sean veloces o eficaces, como se cuenta, sino que su relación con el espacio es diferen-te. Escaso y frágil, se percibe con el refinamiento y la sofisticación típica japonesa con la que nada se deja al azar. Todo se halla enmarcado, como un encuadre fílmico con el que con-templar fragmentos de la naturaleza, pero también de los edificios del ar-quitecto Toyo Ito. Y, de esta forma, la mirada del viajero se acostumbra poco a poco a reparar en lo frágil. Como el poeta que, dice la tradición, necesita de un corazón muy delgado para penetrar en el universo, pues las cosas son bellas porque son débi-les y un barco en medio de las aguas basta para despertar el sentimiento o la inmensidad del mar.

Patricia Almarcegui es profesora del Depar-tamento de Humanidades

Jaume [email protected] /rescrito.blogspot.com

La ColumnaCap de taula

Dieter WendlandEstuvo casi 40 años detrás del Muro de Berlín

Sabíamos que nos espiaban, pero no hasta qué punto llegaba ese espionaje

Patricia [email protected]

“Imagina que, de la noche al día, aparecen las Ramblas partidas en dos. De un lado, la gente mira sorprendida, pero hace vida normal; del otro, el mundo está encerrado. Separados por un gran muro con alambres, perros de caza, hombres armados y… quien intente cruzarlo, es automáticamente fusilado”. Así describe Dieter Wendland lo que vivió la noche del 13 de agosto de 1961. Tendría entonces 12 ó 13 años y su familia quedaba dividida por una barrera infranqueable. Él, con sus padres y dos hermanos, en el este; y al otro lado, un hermano. Fueron casi 40 años vividos sin ningún tipo de libertad. Wendland estuvo en la UIC con su mujer en un acto conmemorativo de los 20 años de la caída del muro, organizado por el Institut Carlemany d’Estudis Europeus. Ahí contó su experiencia.

Vivir en Berlín Oriental era una situación asfixiante. Si no fue-ra por el apoyo de los amigos y familia, hubiera sido imposi-ble aguantarlo. Mi hermano fue condenado a prisión dos años y medio por –según decían– “ca-lumnias al estado”. Era un asun-to completamente ficticio. Siem-pre nos quedábamos en casa porque sabías que fuera había enemigos; alguien que te espia-ba. Incluso entre los más allega-dos podía haber gente que infor-mara.

¿Qué tipo de información pasaban?De todo. Desde conversacio-nes que teníamos por teléfono o por la calle, a cosas tan absurdas como lo que leímos en los docu-mentos que tenían los servicios secretos sobre mi mujer: “ha col-gado ropa a secar en el balcón”. ¡Absurdo!…; pero era así.

¿Eran plenamente cons-cientes de esta situación?Sabíamos que nos espiaban, pero no teníamos ni idea de las dimen-siones a las que llegaba ese es-pionaje. Cuando lo supimos, nos asustamos mucho y, en parte, nos entristeció. En mi documenta-ción, en lo que existe de mí, se ve que había diecisiete personas in-formando sobre mi vida. Y mien-tras yo lo leía, a mi lado había una persona leyendo su información y llorando. En los textos se pro-ponían medidas que había que tomar contra las personas. Cosas como “entrar en la vida íntima de las personas y disolverlas”. ¡Qué significaba eso de “disolver”? In-cluso el lenguaje que se utilizaba nos asustó mucho.

No es para menos…Entre los años 53 y 61 hubo tres millones de personas que consi-guieron pasar de la parte orien-tal de Berlín a la occidental, para luego huir o emigrar –como se lo quiera llamar– a la RFA. Muchos más lo intentaron sin éxito: en coche, con escaleras, vehículos voladores de todo tipo… Unos, fusilados; a otros se les implan-taba unos castigos draconianos; “violadores de las fronteras”, se les llamaba. La pésima situación económica llevó a las negocia-ciones con la Alemania Occiden-tal: petróleo, carbón… Además, desde esa Alemania se intentaba sacar a los encarcelados injusta-mente, pagando por ellos entre 20 y 120 mil marcos alemanes [un marco alemán de entonces costaba unas 80 pesetas]. Ni si-quiera el gran crédito de mil mi-llones, otorgado por occidente en 1981, sirvió para recuperar la situación económica.

¿Y por qué no hacían nada?Piensa que eso no era como Bar-celona, donde puedes levantar-te cada mañana e ir a tomar un café con tus amigos y pasear por donde quieras… Viviendas va-cías, faltaban médicos: la vida social se iba deteriorando poco a poco. No se podía organizar nada con sentido y los que real-mente eran capaces de asumir riesgos intentaban irse o tenían dinero para pagar la salida al go-bierno…

Esto era cada vez más in-sostenible, ¿no?A finales de los 70, principios de los 80 muchos buscaron es-pacios de diálogo dentro de co-

munidades protestantes, en las iglesias. Se animaban y buscába-mos motivos por los que luchar y vivir.

¿Qué hacía el gobierno?Honecker, el jefe de estado de la RDA, estaba convencidísimo de que íbamos por el buen camino hacia el socialismo y que, por lo tanto, todo pasaba por ahí. Pero el país estaba cada vez peor y el pueblo quería vivir en paz. To-dos los años, el 8 de enero había manifestaciones oficiales en re-cuerdo de Rosa Luxemburg. En 1988, aparecieron unos ma-nifestantes que, al margen de la oficialidad, llevaban una pan-carta citando a Luxemburg: “la libertad sólo existe si realmente es libertad para el que piensa de otra manera”.

¿Eso fue la gota que colmó el vaso?Sí. Ese año fue la revuelta de Tiananmen, y aquí el gobier-no hablaba de la “solución chi-na” como lo correcto. Teníamos mucho miedo. Después Hungría abría las puertas hacia Austria, con lo que un éxodo de alemanes salía hacia la RFA por ahí. Cuan-do Honecker cerró las fronte-ras, cerca de cinco mil personas se refugiaron en la embajada de la Alemania Occidental, en Pra-ga. Por si fuera poco, en esos momentos se celebraban los 40 años de la constitución del país y todo el mundo retransmitía en directo lo que pasaba: miles de personas comenzaron a mani-festarse en torno al lugar donde se estaba conmemorando el ani-versario. Hubo más de mil de-tenciones, muchas de ellas per-

sonas que no tenían nada que ver, pero que estaban ahí. Fue-ron maltratadas: se vio cómo pe-gaban –con toda la intención–, al estómago de una mujer em-barazada; trataron a las perso-nas como animales…

Y entonces…Entonces sucede lo que todo el mundo conoce del 9 de noviem-bre de 1989. Por un malenten-dido sobre quién era el respon-sable de autorizar que alguien viajara, en un momento deter-minado, a occidente, se comen-zó a reunir mucha gente frente a los pasos fronterizos. Miles de personas que exigían pasar por-que –decían– “el gobierno de este país ha declarado que pode-mos viajar donde queramos”.

¿Así? ¿Sin más?Hay que imaginarse la situa-ción: puestos fronterizos ce-rrados; el muro; el alambre de espino; la vigilancia… Y varios centenares de personas que se acercan. Los guardias no sabían nada de lo que les decían, y al te-léfono, nadie respondía. Ningún responsable. Miles de personas: cada vez más. ¿Qué hacer? O disparar y provocar una sangría, o abrir.

No hubo sangríaCruzamos la frontera, en me-dio de una masa de gente ab-solutamente eufórica que veía que nadie impedía la salida. Una auténtica locura. La úni-ca pregunta que nos hacíamos era: “¿por qué ha durado 40 años? ¿Por qué no habíamos venido antes a decir que nos dejaran pasar?”