entrevista a mario badera en escuela (2)

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RELIGIÓN EN LA ESCUELA Quien mejor lo ha resuelto ha sido Francia, ya en 1882. Todo un ejemplo a seguir: el entonces ministro de Edu- cación, Jules Ferry creó la escuela gra- tuita, laica y obligatoria. Se prohibió la enseñanza de cualquier religión y la exhibición de símbolos religiosos en el aula. Por cierto, se sustituyó la ense- ñanza de la religión por “instrucción moral y cívica” y, a la vez, se habilitó un día, diferente del domingo, para que los padres pudieran llevar a sus hijos a recibir instrucción en los es- tablecimientos religiosos correspon- dientes. Claro que hubo reacciones: el Papa Pío X contestó en 1906 al Estado francés con la encíclica Vehementer nos . Para él, esa necesidad de separar Iglesia y Estado era una tesis absoluta- mente falsa y sumamente nociva. En este asunto, nuestro país es deudor de una historia que le ha con- dicionado y le condiciona. En España, apenas hubo Ilustración y los ecos de la Revolución francesa nos pasaron de largo: ser afrancesado en el siglo XIX equivalía a traidor a la patria. La dicta- dura franquista hizo una dejación casi absoluta de la educación en manos de la Iglesia, de modo que en el reparto de influencias, la cartera de educa- ción siempre estuvo en manos de la “familia católica”, así conocida por su cercanía a la jerarquía. Solo con este bagaje histórico se puede entender la aspiración a parecernos a Francia con 130 años de retraso y, también, la di- cultad de debatir sobre un aspecto educativo que, para la actual derecha española, sigue siendo un casus belli . RATIO ALUMNOS/PROFESOR Desde la España de los años 50 –con cotas de analfabetismo que cuadruplicaban las de la mayoría de países europeos, sobre todo entre las mujeres–, hasta la actualidad, en que tras Finlandia somos el país más equitativo de la OCDE, hemos anda- do mucho camino. Durante muchas décadas aspiramos a tener unos da- tos educativos homologables al resto de países europeos y cuando al final nos vamos acercando –tanto en gasto educativo con relación al PIB como en salario del profesorado o ratio por profesor–, se da la paradoja de que el ministro Wert los utiliza como argu- mento para recortar. La medida de incrementar la ra- tio y el aumento del horario lectivo tendrá dos efectos inmediatos. El pri- mero, el despido de 40.000 profesores interinos: la cuenta de este ERE, fácil de hacer, es el resultado de dividir los 1.304 millones de euros que señala la memoria económica del Ministerio que se ahorrarán en salarios, entre los treinta y pocos mil euros que gana un profesor interino. El segundo consiste en que menos profesorado conlleva menos desdobles, menos tutorías, menos refuerzos, lo que, en definitiva, significa que romperemos el objetivo de las tres últimas décadas de no dejar a nadie atrás y, por tanto, menos equi- dad para el sistema y, en definitiva, la reducción de oportunidades para quienes proceden de entornos so- cioeconómicos desfavorecidos. Para miles y miles de estudiantes se que- brará su única ocasión de conseguir a través de la educación lo que por na- cimiento no pueden. A medio plazo, el efecto será una pérdida de la calidad del sistema que, aunque tardará algu- nos años en manifestarse, costará mu- chos más el poder recuperarla. La mayoría absoluta ha permiti- do al PP aprobar todos los recortes sin oposición ni corrección alguna. Pero ganar no es convencer y menos cuan- do afirman que, con dichos recortes, mejorarán la calidad de nuestra edu- cación. REVÁLIDAS La reforma anunciada por el mi- nistro Wert resucita un viejo fantasma de la educación española, las reváli- das. Si fueron abolidas hace más de 40 años (LGE 1970) ¿qué razones hay, supuestamente poderosas, para reim- plantarlas otra vez? El ministro alega en su defensa la cultura de la evalua- ción, la homogeneidad del sistema, la garantía del éxito por el esfuerzo y el conocimiento de la situación real de cada escuela. Las dos primeras cuestiones re- ejan un adanismo fácil de desmon- tar. Ya la LOGSE (1990) introdujo la cultura de la evaluación como factor de calidad y mejora de la educación y, con la LOE (2006), se regularon tan- to las evaluaciones de carácter censal como muestral. En ambos casos, hay una planificación homogénea para el conjunto del Estado y se comparten principios y fines por todas las CCAA. Por ello, las insinuaciones sobre la fal- ta de evaluación de nuestro sistema educativo son tan falsas como afirmar que no exista una fórmula homogé- nea de realizarlas. Además, la exigen- cia de que las pruebas sean externas arroja un halo de sospecha y descon- anza hacia nuestro profesorado tre- mendamente injusto. Las otras dos razones aducidas por el ministro –la búsqueda del éxito y lo que podemos resumir como el establecimiento de un ranking entre centros– esconden la verdadera esen- cia de las renacidas reválidas y hacen realidad algunas de las viejas obsesio- nes del PP. Todos nos apuntaríamos al ranking de centros si el punto de partida fuera el mismo, si todos sa- lieran de la casilla cero, pero mientras en algunos colegios una repetición del 2% supone un fracaso, en otros es un éxito rebajar el absentismo en el mismo porcentaje. Los índices so- cioeconómicos y culturales pesan de- masiado como para condenar a unos y ensalzar a otros aplicando el mismo rasero. Por otra parte y en contra de lo mantenido por Wert, solo en cua- tro países europeos se mantiene una prueba externa pura para acceder a la enseñanza postobligatoria. Y respec- to a la garantía de éxito tan cacarea- da, sabido es que en Estados Unidos llevan una década con este tipo de pruebas y que en este tiempo no ha habido ninguna mejora aparente en su sistema educativo. Lo evidente es que hoy, como hace 40 años, las reválidas no mejo- ran a los estudiantes sino que los se- leccionan. No acompañan al alumno sino que lo segregan a edad tempra- na. No fomentan la adquisición de competencias porque solo entrenan para superar la prueba. No propician la equidad, sino que la erosionan irre- versiblemente. Y por añadidura, no disminuyen el fracaso y abandono escolar, sino que los incrementan, porque el sistema punitivo de la repe- tición de curso es ineficaz. LA MALA EDUCACIÓN “Los jóvenes de hoy están mal educados, desdeñan la autoridad, no tienen respeto por sus mayores, contradicen a sus padres y tiranizan a sus maestros”. ¿Les suena la frase? tiene casi 2.500 años y la dijo Sócrates, pero la podemos escuchar cada día. El mito de que los jóvenes de hoy saben cada vez menos está muy extendido; sin embargo, hay datos objetivos que indican lo contrario: El porcentaje de niños escolariza- dos es el más alto de nuestra historia y la permanencia en el sistema educati- vo también: hoy es de 10 años obliga- torios más tres de la segunda etapa de Infantil (3-6) gratuita y universaliza- da. Si, como sabemos, la lectura influ- ye poderosamente en el rendimiento escolar, nuestros jóvenes son los más lectores de la historia y tres de cada cuatro lo hacen por placer. Nunca nuestra juventud ha viajado tanto ni ha hablado idiomas como hoy día. En producción científica, somos la nove- na potencia mundial y nuestros jóve- nes investigadores hacen palidecer a la mayoría de sus maestros. Hemos du- plicado nuestro gasto en educación y dividido por tres los alumnos por aula; hemos multiplicado por diez el número de universitarios y de becas, y dividido por la misma cantidad el número de analfabetos. Si la hija de un campesino apenas tenía el 15% de probabilidades de estudiar Bachi- llerato, hoy está en el 60% y todo ello en una sola generación. Alguien, pues, ha debido hacer algo bien… antes del Sr. Wert. El salto económico que hemos dado en las últimas décadas encaja mal con un país donde supuestamen- te la educación retrocede cada vez más. La única diferencia sustancial entre la escuela de hoy y la del pasado es que cuanto más atrás echemos la mirada menos capas de la población tenían derecho a la educación, porque no contaban socialmente. Hay, pues, una fórmula rápida de “mejorar” nuestra educación: dejar fuera, apar- car, desviar a un importante número de estudiantes. Incluso hay procedi- mientos disimulados para hacerlo: vías muertas, itinerarios segregado- res..., ¿se le habrá ocurrido a alguien? FINLANDIA Hasta hace apenas una década Finlandia se asociaba a frío, a saunas y como mucho a Nokia, pero, con la aparición del Informe PISA, se ha convertido, como la película de Bu- ñuel, en ese oscuro objeto del deseo: hemos descubierto que nos quere- mos parecer a ellos. Sus magníficos resultados en las pruebas que cada tres años realiza la OCDE, obligan a recordar –y comparar con lo que hacemos en España– que su exitoso sistema educativo garantiza la igual- dad de oportunidades (escuela in- clusiva, atención a la diversidad…); es gratuito –incluso en la Universi- dad–; con una gratuidad que inclu- ye libros de texto, material escolar, transporte y una comida caliente al día. Evalúan el rendimiento aca- démico “sin emplear números”. Las relaciones entre maestros y alumnos son informales y cálidas; y, no me- nos importante, la preparación de los maestros es muy amplia, inclui- da formación pedagógica. En Finlandia, no existen reválidas en la enseñanza obligatoria; no hay itinerarios que segreguen al estudian- te antes de tiempo; no se exige título académico para pasar a la enseñanza postobligatoria; el nivel de repetido- res se sitúa en un exiguo 3% (26% en España). Además, la escuela pública representa el 97% del total (en España el 67,9%); el gasto público en edu- cación es del 6,2% (en España solo rozaba el 5% antes de los recortes); y, mientras en 1900 Finlandia tenía un 5% de población analfabeta, en la España de 1978 (cuando se promulga la actual Constitución) un 25% de la población era analfabeta o no tenía ni estudios primarios, y del 75% restan- te, solo el 57% los tenía. Los finlandeses dicen –y creen– que “todas” las personas tienen que recibir formación y educación: que no basta con que “solo” haya algunas per- sonas muy capacitadas. La que fuera presidenta de Finlandia entre 2000 y 2012, Tarja Halonen, afirmaba que en tiempos de crisis es muy importante tener el coraje de reservar recursos para la educación. La apuesta finlan- desa por la educación es una apuesta cívica, una apuesta por sus ciudada- nos, quizá porque su himno nacional dice: “… somos un país pobre que no tiene oro. El recurso que tenemos es nuestro pueblo”. entrevista Núm. 3.957 (1.393) ESCUELA 33 11 de octubre de 2012 “En Finlandia, la escuela pública representa el 97% del total (en España el 67,9%); el gasto público en educación es del 6,2% (en España solo rozaba el 5% antes de los recortes)” FOTO: TERESA RODRÍGUEZ

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RELIGIÓN EN LA ESCUELA Quien mejor lo ha resuelto ha sido

Francia, ya en 1882. Todo un ejemplo a seguir: el entonces ministro de Edu-cación, Jules Ferry creó la escuela gra-tuita, laica y obligatoria. Se prohibió la enseñanza de cualquier religión y la exhibición de símbolos religiosos en el aula. Por cierto, se sustituyó la ense-ñanza de la religión por “instrucción moral y cívica” y, a la vez, se habilitó un día, diferente del domingo, para que los padres pudieran llevar a sus hijos a recibir instrucción en los es-tablecimientos religiosos correspon-dientes. Claro que hubo reacciones: el Papa Pío X contestó en 1906 al Estado francés con la encíclica Vehementer nos. Para él, esa necesidad de separar Iglesia y Estado era una tesis absoluta-mente falsa y sumamente nociva.

En este asunto, nuestro país es deudor de una historia que le ha con-dicionado y le condiciona. En España, apenas hubo Ilustración y los ecos de la Revolución francesa nos pasaron de largo: ser afrancesado en el siglo XIX equivalía a traidor a la patria. La dicta-dura franquista hizo una dejación casi absoluta de la educación en manos de la Iglesia, de modo que en el reparto de infl uencias, la cartera de educa-ción siempre estuvo en manos de la “familia católica”, así conocida por su cercanía a la jerarquía. Solo con este bagaje histórico se puede entender la aspiración a parecernos a Francia con 130 años de retraso y, también, la di-fi cultad de debatir sobre un aspecto educativo que, para la actual derecha española, sigue siendo un casus belli.

RATIO ALUMNOS/PROFESOR Desde la España de los años 50

–con cotas de analfabetismo que cuadruplicaban las de la mayoría de países europeos, sobre todo entre las mujeres–, hasta la actualidad, en que tras Finlandia somos el país más equitativo de la OCDE, hemos anda-do mucho camino. Durante muchas décadas aspiramos a tener unos da-tos educativos homologables al resto de países europeos y cuando al fi nal nos vamos acercando –tanto en gasto educativo con relación al PIB como en salario del profesorado o ratio por profesor–, se da la paradoja de que el ministro Wert los utiliza como argu-mento para recortar.

La medida de incrementar la ra-tio y el aumento del horario lectivo tendrá dos efectos inmediatos. El pri-mero, el despido de 40.000 profesores interinos: la cuenta de este ERE, fácil de hacer, es el resultado de dividir los 1.304 millones de euros que señala la memoria económica del Ministerio que se ahorrarán en salarios, entre los treinta y pocos mil euros que gana un profesor interino. El segundo consiste en que menos profesorado conlleva menos desdobles, menos tutorías, menos refuerzos, lo que, en defi nitiva, signifi ca que romperemos el objetivo de las tres últimas décadas de no dejar a nadie atrás y, por tanto, menos equi-dad para el sistema y, en defi nitiva, la reducción de oportunidades para quienes proceden de entornos so-cioeconómicos desfavorecidos. Para miles y miles de estudiantes se que-brará su única ocasión de conseguir a través de la educación lo que por na-cimiento no pueden. A medio plazo, el efecto será una pérdida de la calidad del sistema que, aunque tardará algu-nos años en manifestarse, costará mu-chos más el poder recuperarla.

La mayoría absoluta ha permiti-do al PP aprobar todos los recortes sin

oposición ni corrección alguna. Pero ganar no es convencer y menos cuan-do afi rman que, con dichos recortes, mejorarán la calidad de nuestra edu-cación.

REVÁLIDASLa reforma anunciada por el mi-

nistro Wert resucita un viejo fantasma de la educación española, las reváli-das. Si fueron abolidas hace más de 40 años (LGE 1970) ¿qué razones hay, supuestamente poderosas, para reim-plantarlas otra vez? El ministro alega en su defensa la cultura de la evalua-ción, la homogeneidad del sistema, la garantía del éxito por el esfuerzo y el conocimiento de la situación real de cada escuela.

Las dos primeras cuestiones re-fl ejan un adanismo fácil de desmon-tar. Ya la LOGSE (1990) introdujo la cultura de la evaluación como factor de calidad y mejora de la educación y, con la LOE (2006), se regularon tan-to las evaluaciones de carácter censal como muestral. En ambos casos, hay una planifi cación homogénea para el conjunto del Estado y se comparten principios y fi nes por todas las CCAA. Por ello, las insinuaciones sobre la fal-ta de evaluación de nuestro sistema educativo son tan falsas como afi rmar que no exista una fórmula homogé-nea de realizarlas. Además, la exigen-cia de que las pruebas sean externas arroja un halo de sospecha y descon-fi anza hacia nuestro profesorado tre-mendamente injusto.

Las otras dos razones aducidas por el ministro –la búsqueda del éxito y lo que podemos resumir como el establecimiento de un ranking entre centros– esconden la verdadera esen-cia de las renacidas reválidas y hacen realidad algunas de las viejas obsesio-nes del PP. Todos nos apuntaríamos al ranking de centros si el punto de partida fuera el mismo, si todos sa-lieran de la casilla cero, pero mientras en algunos colegios una repetición

del 2% supone un fracaso, en otros es un éxito rebajar el absentismo en el mismo porcentaje. Los índices so-cioeconómicos y culturales pesan de-masiado como para condenar a unos y ensalzar a otros aplicando el mismo rasero. Por otra parte y en contra de lo mantenido por Wert, solo en cua-tro países europeos se mantiene una prueba externa pura para acceder a la enseñanza postobligatoria. Y respec-to a la garantía de éxito tan cacarea-da, sabido es que en Estados Unidos llevan una década con este tipo de pruebas y que en este tiempo no ha habido ninguna mejora aparente en su sistema educativo.

Lo evidente es que hoy, como hace 40 años, las reválidas no mejo-ran a los estudiantes sino que los se-leccionan. No acompañan al alumno sino que lo segregan a edad tempra-na. No fomentan la adquisición de competencias porque solo entrenan para superar la prueba. No propician la equidad, sino que la erosionan irre-versiblemente. Y por añadidura, no disminuyen el fracaso y abandono escolar, sino que los incrementan, porque el sistema punitivo de la repe-tición de curso es inefi caz.

LA MALA EDUCACIÓN“Los jóvenes de hoy están mal

educados, desdeñan la autoridad, no tienen respeto por sus mayores, contradicen a sus padres y tiranizan a sus maestros”. ¿Les suena la frase? tiene casi 2.500 años y la dijo Sócrates, pero la podemos escuchar cada día. El mito de que los jóvenes de hoy saben cada vez menos está muy extendido; sin embargo, hay datos objetivos que indican lo contrario:

El porcentaje de niños escolariza-dos es el más alto de nuestra historia y la permanencia en el sistema educati-vo también: hoy es de 10 años obliga-torios más tres de la segunda etapa de Infantil (3-6) gratuita y universaliza-da. Si, como sabemos, la lectura infl u-

ye poderosamente en el rendimiento escolar, nuestros jóvenes son los más lectores de la historia y tres de cada cuatro lo hacen por placer. Nunca nuestra juventud ha viajado tanto ni ha hablado idiomas como hoy día. En producción científi ca, somos la nove-na potencia mundial y nuestros jóve-nes investigadores hacen palidecer a la mayoría de sus maestros. Hemos du-plicado nuestro gasto en educación y dividido por tres los alumnos por aula; hemos multiplicado por diez el número de universitarios y de becas, y dividido por la misma cantidad el número de analfabetos. Si la hija de un campesino apenas tenía el 15% de probabilidades de estudiar Bachi-llerato, hoy está en el 60% y todo ello en una sola generación. Alguien, pues, ha debido hacer algo bien… antes del Sr. Wert.

El salto económico que hemos dado en las últimas décadas encaja mal con un país donde supuestamen-te la educación retrocede cada vez más. La única diferencia sustancial entre la escuela de hoy y la del pasado es que cuanto más atrás echemos la mirada menos capas de la población tenían derecho a la educación, porque no contaban socialmente. Hay, pues, una fórmula rápida de “mejorar” nuestra educación: dejar fuera, apar-car, desviar a un importante número de estudiantes. Incluso hay procedi-mientos disimulados para hacerlo: vías muertas, itinerarios segregado-res..., ¿se le habrá ocurrido a alguien?

FINLANDIA Hasta hace apenas una década

Finlandia se asociaba a frío, a saunas y como mucho a Nokia, pero, con la aparición del Informe PISA, se ha convertido, como la película de Bu-ñuel, en ese oscuro objeto del deseo: hemos descubierto que nos quere-mos parecer a ellos. Sus magnífi cos resultados en las pruebas que cada tres años realiza la OCDE, obligan

a recordar –y comparar con lo que hacemos en España– que su exitoso sistema educativo garantiza la igual-dad de oportunidades (escuela in-clusiva, atención a la diversidad…); es gratuito –incluso en la Universi-dad–; con una gratuidad que inclu-ye libros de texto, material escolar, transporte y una comida caliente al día. Evalúan el rendimiento aca-démico “sin emplear números”. Las relaciones entre maestros y alumnos son informales y cálidas; y, no me-nos importante, la preparación de los maestros es muy amplia, inclui-da formación pedagógica.

En Finlandia, no existen reválidas en la enseñanza obligatoria; no hay itinerarios que segreguen al estudian-te antes de tiempo; no se exige título académico para pasar a la enseñanza postobligatoria; el nivel de repetido-res se sitúa en un exiguo 3% (26% en España). Además, la escuela pública representa el 97% del total (en España el 67,9%); el gasto público en edu-cación es del 6,2% (en España solo rozaba el 5% antes de los recortes); y, mientras en 1900 Finlandia tenía un 5% de población analfabeta, en la España de 1978 (cuando se promulga la actual Constitución) un 25% de la población era analfabeta o no tenía ni estudios primarios, y del 75% restan-te, solo el 57% los tenía.

Los fi nlandeses dicen –y creen– que “todas” las personas tienen que recibir formación y educación: que no basta con que “solo” haya algunas per-sonas muy capacitadas. La que fuera presidenta de Finlandia entre 2000 y 2012, Tarja Halonen, afi rmaba que en tiempos de crisis es muy importante tener el coraje de reservar recursos para la educación. La apuesta fi nlan-desa por la educación es una apuesta cívica, una apuesta por sus ciudada-nos, quizá porque su himno nacional dice: “… somos un país pobre que no tiene oro. El recurso que tenemos es nuestro pueblo”.

entrevista Núm. 3.957 (1.393) ESCUELA 3311 de octubre de 2012

“En Finlandia, la escuela pública representa el 97% del total (en España el 67,9%); el gasto público en educación es del 6,2% (en España solo rozaba el 5% antes de los recortes)”

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