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Entre lobos y relojes Darío Semino

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Libro de poesía en prosa, editado en Febrero de 2009, por Nuevohacer - Grupo Editor Latinoamericano.

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Page 1: Entre lobos y relojes - Darío Semino

Entre lobos y relojes

Darío Semino

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A Fernanda,por la complicidad y los días

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Prólogo

Los textos aquí presentados fueron escritos en un lapso poco mayor al año. A pesar de las continuas relecturas, correcciones y selecciones a las que fueron sometidos, la intención fue respetar siempre, en la medida de lo posible, la esencia de cada uno de ellos. Se trata de un libro escrito a contrapelo de la rutina, en el cual cada fragmento guarda una relación indeleble con el momento en que comenzó a abrirse camino. El deseo de parecerse a esos momentos atraviesa toda la obra. Hay aquí ciertos lugares comunes que fue necesario transitar con la mayor dignidad posible y que permitieron llegar un poco más lejos en el descubrimiento de temas, texturas y realidades. En general, el orden en el que aparecen los fragmentos es el orden en el que fueron escritos, lo cual tal vez facilite al lector la compresión del recorrido (o diminuta travesía) que este libro representa para su autor.

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I

La vigilia es una máquina operada por un ciegoY el ciego se muere por tocar

Y a veces tocaY a veces muere

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II

Tocar se parece a matar, matar se parece a incubar. Incubar se parece a merecer. Merecer se parece al castigo. El castigo se parece al placer. El placer se parece a una cama de dos plazas. La cama de dos plazas se parece a la precaución. La precaución se parece al olvido y el olvido se parece a una ciudad ruidosa. Y la ciudad ruidosa se parece a la vida. Y la vida no se parece a nada.

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III

Todos los días llego un poquito más muerto cada vez. Ideas incompletas. Las cosas, la cama, las sábanas, el mundo, las horas por venir, el suelo de madera. El espejo, yo, el sueño y el cepillo de dientes. Reflexiones repetidas, lucidez de agua helada. Gotas caen en piletas blanquecinas. Más agua. Mis andrajos de vapor. El aseo y la sistematización de deseos y proyectos, la sensación de lo inevitable. La piel tratada, barnizada, pulida. Gotas besan la piel tibia. El frío. Lo incuestionable. El desayuno. Unto panes de manteca y mermelada. Hablo. El horario del amor y las preguntas. Tomo mi jaula, la doblo prolijamente entre sorbidos de taza de café. Rumores, murmullos. La ventana sugiere la ciudad. Inconexas citas literarias. Más ideas incompletas. Unto mermelada en mis manos. Sorbidos de taza medio llena de café. Comentarios y bostezos. La ventana amenaza la ciudad. Homicidio de panes. Como uñas con manteca y mermelada. Dolores de momentos próximos. Mancho mi jaula con mermelada. La doblo, no importa, la guardo. Silencio de taza vacía de café. Nostalgia de presente. Los dedos manchados con mermelada. Pausa de amor, la carrera. El abismo de este día.

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IV

¿Para qué? El motor del día tose, se ahoga, se detiene. Un hombre de traje oscuro llega en el silencio de todas las cosas. Avanza lento, indiferente, a pasos largos, tranquilo, abriendo una puerta de goznes mudos, ocultando acontecimientos. Llega, pregunta: ¿Para qué?Es sabido que la llegada del hombre es uno de los hechos más trágicos a la vez que inevitables que el Hombre pueda enfrentar. Y todas esas cosas que insisten en merodear a nuestro alrededor se detienen. Y el hombre vuelve a preguntar. ¿Para qué? Insistencia de cuervo trajeado. Sé lo que quiere el malnacido.

Llamado a la solidaridad: si alguien ve al hombre del traje oscuro (señas particulares: es un hombre y tiene traje oscuro) por favor, mátelo.

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V

Y tras los alaridos del merovingio fascista tuve que cerrar la puerta de goznes mudos.1

Clausurándola con barricadas de realidad, de cosas, de bolsas de arena, mesas, muebles, conceptos, basuras, papeles, el ser en-sí y el ser para-sí, maniquíes, llantas de camiones y partes de computadoras. Removiendo un cajón alcé unos gramos de poesía. Apresurado busqué: ¡La tumba es todavía un sexo de mujer que atrae al hombre! Piqué y alineé el verso sobre el escritorio. Incliné la nariz. Una fosa, luego la otra. Suculenta inhalación. Gran amortiguador de realidades.

1 Es la misma puerta del poema anterior

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VI

Demasiados lobos sueltos ¿Cómo matarlos? Demasiados lobos con los testículos colgando como trofeos. Demasiada poca carne para darles. Demasiado hielo entre las patas. Mucho rancio reloj. Mucha palabra trabajada. Mucho sí. Demasiado no. Mucha pólvora. Demasiado poco látex. Mucha basura para comer. Mucha libación de vida. Mucha noticia. Poca guillotina para tanta multitud. Demasiadas soluciones. Demasiados problemas. Mucho Dios dando vueltas por ahí. Hay demasiado de todo, exceso de nada. Sobredosis de buenos principios. Más vida de la que se puede vivir.

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VII

Ese hombre está solo, no encuentra sus ojos, ni su mente, ni su memoria. Le tiemblan las manos palpando oscuridades, papeles, paredes. Sigue el camino de una grieta tenue, algo hirsuta y tibia. Avanza y se pierde. Cuando no está en ninguna parte, cuando no lo muerden las voces ni los filos de la vida, dice: por fin llegué.

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VIII

Ya no le cree al tiempo ni a sus detractores. Ya no le engañan sus bocas ni sus manos, no cree en el escritorio ni en el humo del cigarrillo. No sigue el engaño de sus dedos, la trampa de sus cuellos, de sus ritmos. No les cree el codo inclinado, la hipocresía de la rodilla doblada. Nunca más va a caer en el truco del saludo, la rascada de cabeza, la pérfida cruzada de brazos. Ya no les cree nada, ni siquiera cuando me mienten.

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IX

Me gano la vida a golpe de versos, pero lo mío es otra cosa. Lo mío es la banca. Andar detrás de ese vidrio hermoso, contando billetes perfumados, atendiendo a las chicas que vienen y me sonríen y son tan amables y lindas y que se llevan un pedacito de mi libido enganchado en la bombacha. Lo mío es la banca, sin dudas, con la gente que hace cola de la mano, con el guardia y su agilidad de cemento. Con el gerente que es un mecías en chiquito y la secretaria que lo adora por debajo del escritorio. A mí me gusta la banca, cuando vienen los señores encapuchados para refutar la propiedad privada. O cuando vienen los hombres inmensos, manejando un hipopótamo con bolsas de billetes ajenos. Lo mío es la banca, sin duda y sin embargo... tengo que estar acá, empalmando versos para llegar a fin de mes.

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X

Tengo que salir y llevar mi desierto. Es importante no olvidarlo. No siempre se lo necesita. Pero uno nunca sabe. Muchos lugares lo requieren para permitir la entrada, otros lo solicitan para autorizar alguna entrega. La mayoría, es cierto, no lo pide. Porque dan por sentado que uno lo lleva puesto.

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XI

Me compré un dios. Uno chiquito, todo peludo, para tener en el departamento. En la iglesia me dijeron que no hace falta alimentarlo, tampoco necesita que lo bañen, de hecho no requiere muchas atenciones. Porque es inmortal, me dijeron. Lo cual también evita el problema de entristecerte cuando se te muere, porque no se te muere. Tampoco ensucia ni hace ruidos molestos. Con un altar para adorarlo alcanza, uno sencillo de los que venden en la veterinaria. Eso sí, me advirtieron con seriedad, no lo deje suelto por la calle, estos bichos pueden ser jodidos.

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XII

Se me ocurre un poema tan inteligente como la respiración de un lobo. Va a estar hecho de bellezas efímeras, arabescos y humaredas. Va a tener dos o tres metáforas empalagosas y alguna verdad irrefutable. Voy a intentar no cargarlo mucho con intertextualidades y, eso sí, lo voy a pintar con colores vivos y formas redondeadas. Estoy pensando en amueblarlo mínimamente. A lo mejor un sillón mullido puede venir bien, más que nada para que la gente pueda sentarse mientras lo lee. Una mesa ratona para apoyar los pies tampoco estaría nada mal. Voy a tener que cuidarme con las ventanas, lo mejor sería ponerles un mosquitero o algo por el estilo. No vaya a ser que me tiren el poema a la calle.

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XIII

Todo lo que se dice sólo puede ser un cuchillo.Quien diga lo contrario que se haga vaina.

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XIV

No existe lo que puedo desear, no hay profundidad ni superficie en las letras que forman mi nombre. Lo que deseo está suelto, independiente, entregado a la corrupción o la distancia. Sé que es un cuerpo, sé que tiene olores y texturas, sé que las ideas y la belleza pueden rodearla mas no penetrarla. Sé que no puedo tenerla, comprarla ni consumirla de ninguna manera. Porque mi deseo es lo único que puedo consumir, el resto son ideales y drogas. Me paseo, entonces, hundido en ese deseo lisiado, soñando formas y haciéndolas a un lado. Corriendo todo lo que se interpone entre yo y mi vientre. En algún momento se me ocurre mirar alrededor, no veo nada, sólo mujeres y hombres metiendose adentro de sí mismos y varias tormentas que nos rodean. Después sigo escarbando. Y comprendo que la carne va a entrar en la carne como la piedra en el tiempo. La diosa va a devastar el todo y vamos a seguir estando solos.

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Para hacerlo hablar lo hicieron polvo, para callarlo le dieron un reloj.

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XVI

IEs evidente que la realidad fue diseñada para enloquecerme. Las cosas se combinan, los malos minutos, los errores que viajan por debajo de los días hasta sacar la cabeza para morderme, las discusiones sin salida, la ternura metida en una jaula, la belleza que se niega, el instante fascista de la puntualidad. Todo se encadena, se sucede o se superpone para anular cualquier cordura. Ser mesurado es cosa de héroes. No existe nada parecido a la coherencia ni a la tranquilidad. Un grito puro y fresco es todo lo que subyace, un grito que reverbera en calles y mentes como el motor inmóvil del delirio. ¿Y el delirio? Es lo único que importa al fin; el viejo, sabroso, el empecinado delirio, la mezcla de flores y huesos. El delirio que no es fuego ni refugio sino deber ser. El tranquilo delirio que inventa certezas, que se conoce a sí mismo, que ama las ausencias y las crueldades. En algún momento el crepúsculo va a restregarse el hocico contra mi pecho. Antes voy a mirar al mundo entero por un segundo y voy a vivir una vida gloriosa. Está claro, demasiado claro. Esta línea tiene que seguir, desnudándose de significados, hacia delante como si el adelante existiera. Como si estuviera en una ciudad hermosa, hecha de precipicios y cicatrices, con edificios apoyados contra la niebla. Como si nada de esto importara ya, como si ya estuviera muerto, como si no necesitara nada, ni vivir, ni pagar, ni cumplir, ni explicar, ni anhelar. Como si ya todo hubiese sido hecho. Me gustaría vivir mi vida como viéndola.

IIAnoche tuve un sueño de grandeza, hoy soy el gusano del mundo. Tal vez mañana me inmortalice y pasado tenga que pagar el alquiler. Un día, mientras la lluvia le arrancaba secretos a la tierra, descubrí la diferencia entre hablar y morir. Entonces la lluvia se hizo plateada y las gotas se estiraron hasta convertirse en barrotes. Pero qué más, cómo escapé, cómo llegué al lugar que me sufre, qué mecanismos ordenan las palabras de este poema, qué carajo es un poema después tanta proeza trabajada. Y, por sobre todas las cosas, a dónde. Al delirio, al diálogo sostenido con el yo que ya no tiene nada que decir. No me quedan sofismas ni artilugios que mantengan el mito. Sólo imágenes a pedazos y lecciones que la memoria recuerda cada vez menos. Sólo bestias cautelosas y anhelos de primitivismo. Sólo labios acalambrados por intentar decirlo todo. Me detengo frente al pasado, lo saludo y prometo no repetirlo a pesar de comprometerme a honrarlo. Y cuando intento hacerlo fracaso, repito y deshonro. Esa es mi torpeza, la impaciencia de querer tomar lo sagrado por asalto, como quien intenta aferrar una alucinación. Esto es así hasta que deje de serlo, hasta que no valga la pena seguir haciendo las cosas mal. Hasta absorber todo el significado que queda en algunas cavidades, pegado como restos de tierra y agua. Un filósofo lunático, un alquimista de seres, un imbécil que camina desde que mi nombre no existía, ellos se acercan entre el bosque de libros y edificios, todavía no comprendo sus palabras pero cuando lo haga podré hacer cosas hermosas. Pienso que no debo esperarlos. Pienso que tengo que acercarme a ellos. Pienso que el mensaje que traen sólo puede existir en mis oídos. Pero tengo que seguir, tengo que anudar imágenes que me sorprendan hasta que mis ojos griten.

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Voy a hacer una fogata de mí mismo, echando todo mi conocimiento para avivar el fuego. Todas las palabras que pensé en la vida van a tener que arder, después van a venir las imágenes, los olores, el tacto junto con la piel, las ideas (que no son muchas pero prenden rápido) los sonidos y las pesadillas. Para las anécdotas voy a hacer una fogata aparte. Mi tiempo es lo único que no voy a poder quemar. Puedo incendiar mi ciudad, mi país, mis libros, mi oficina y mis relojes. Pero el tiempo va a seguir invicto, dándome ventajas y mirando silencioso mis revueltas. El delirio es la única forma de joderlo. Por eso. Por eso el mandato del filósofo durmiente, por eso la pesadilla antes que la aceptación. Por eso la locura y el arte de describir círculos con los años. Porque lo único que puedo hacer es mezclarlo, anudarlo, detenerlo y contradecirlo a través de la meditada ilusión o la mentira alevosa. Por eso el viejo, el riguroso, el siempre vigente. Por eso este poema y todos los demás. Porque lo único que vale la pena en el arte, es aprender a delirar.

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XVII

Lo interesante de la búsqueda es que nunca nos lleva a donde esperábamos llegar. Buscar es necesariamente no saber lo que se busca, o saberlo de forma equívoca. En tanto que trayecto, la búsqueda nos lleva donde quiere, anclándonos en objetos secundarios que transforman nuestra atención. Cada uno de esos descubrimientos es pausa y nuevo comienzo, después de haberlos realizado nuestra nueva búsqueda tendrá un objeto distinto de la anterior, un objeto que tampoco será encontrado, al menos mientras se lo busque. Porque lo que muchas veces ocurre es que el elemento secundario que nos desvía era el elemento principal de una antigua búsqueda. De este modo es que quise iniciar un poema cuya frase inicial me metió en una reflexión, pero al continuar con la reflexión me encuentro con algunos elementos latentes que me llevan al pasado, a las sensaciones de una mañana que se transforma, a los meandros de la belleza y la devastación y, finalmente, a las fauces de un poema que termina.

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Aterra pensar el fluir de la sangre, el aspecto hidráulico del corazón, la necesaria atracción de los sexos. Asusta lo perfecto de mis articulaciones, la inimitable habilidad de mis dedos. Nada es tan pavoroso como la ordenada cadena alimenticia, el funcionamiento de sus eslabones y la lógica de lo natural. Me da miedo pensar que una piedra gira en la nada, reuniendo las condiciones para que nazcan imperios y bacterias. Escucho mi respiración, el aire llenándome el pecho, los pulmones trabajando y el oxígeno pasando a la sangre con una eficiencia imposible. Mi cuerpo quiere convencerme de su racionalidad, me susurra dudas que no quiero oír. Alguien, dice, tuvo que haber armado todo esto. Ya sé, le contesto, eso es lo que me da miedo.

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Tengo la memoria envuelta y atada con hilos de agua, de una lluvia que cayó con paciencia, metiendo su frío en las páginas del instante, borrando los tatuajes y las semillas, la tarde en que aprendí a compartir mi mente.

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Un escritorio enterrado en discos y diarios amarillentos, con la curva del sol goteando contra las ventanas. Charlemos de algo, cerremos los ojos. Que quede de fondo la música de algún cantante espeso. Entre los castillos del humo hablemos del dolor, del viejo poema y de los temas de la radio. Tomemos café y cebemos ideas calentitas. Cerremos las persianas. Que no entre el humo de las fogatas que se hacen con los manifiestos. Algún día tendremos que salir, porque tampoco es cuestión de pasarse la vida haciendo planes de suicida indeciso. Algún día tendremos que salir. Algún día. Pero hoy no.

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Me dijeron que la posteridad es el consuelo de los mediocres. Lo cual me preocupó bastante porque yo hace rato que estoy tratando de ser póstumo. Antes de los treinta pensaba suicidarme y dejar una carta pidiéndoles disculpas a mis futuros admiradores. Ya tenía todo arreglado con mis familiares y amigos para evitar que me salvaran. Estaba en tratativas con una editorial para hacer coincidir mi último día con la entrada en imprenta de mis libros. Hasta les había pedido a algunos críticos que se pusieran a escribir sobre el vínculo entre mi muerte, mi obra y la crisis cultural del mundo de hoy. Pero ahora me pusieron en la duda. Me hablaron de la existencia de malos escritores que aún después de muertos siguieron siendo malos. Es más, hasta me aseguraron que hay muchísimos escritores que fueron olvidados poco después de morir. Ante semejantes argumentos, quizá sea conveniente aplazar un poco la decisión, jugarla de callado por un tiempo hasta saber bien cómo son las cosas. No tengo que dejar que la ansiedad me gane. Sé que para ser bueno solamente me falta morirme pero tengo que aprender a tener paciencia. Al fin y al cabo, por izquierda o por derecha, en algún momento me voy a tener que morir.

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Me eduqué con los labradores de anécdotas. Me fundí entre ellos hasta parecerme a la risa. Le saqué brillo a la estupidez. Me hice uno con las contradicciones y discutí sobre doctrinas que desconocía. Durante un amanecer que parecía un monasterio comprendí que todo buen destino merece algo de trampa. Entonces empecé a amagarle a los rituales, evadí un par de miradas vidriosas y me deslicé sobre territorios menos inciertos. Quise escribir sobre los labradores de anécdotas pero cuando llegué al final de mi relato entendí que ya no recordaba sus nombres.

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XXIII

Pasan días como píldoras. La urbe se inflama de deberes y balanzas. Las horas quedan trabadas en el hueco del instante y los segundos se diluyen en el ruido. Empecinadas, las calles doblan sobre sí mismas y las autopistas se vuelcan panza arriba como lagartos cariñosos. La población inhala polvos para curarse la vigilia mientras los trabajadores empiezan a extrañar los látigos y los dioses.

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XXIV

Hay un erudito criador de ratas plateadas. Hay hombres que roban carteras para fabricar cocodrilos. Hay autos que eyaculan por sus dueños. Hay mujeres que discuten la existencia del amanecer mientras que otras danzan en honor a sus propios vientres. Hay una multitud despótica y un tirano sumiso. Hay una paloma que defeca misiles sobre un ejército de sacerdotes enanos. Todo eso hay en mis sueños. Mi vigilia, en cambio, es mucho menos coherente.

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XXV

Ante una puerta cuyo marco está rodeado de filamentos metálicos hay un hombre que carece de incertidumbres y testículos. Del otro lado de la puerta lo espera una mujer que se trasviste en reptil o en precipicio. Es mi duda la que lo detiene ante el picaporte. Resulta evidente que no puedo decidir el destino del castrado. Cavilo lentamente hasta que, al final, decido no decidirme. Antes de dejarlo eternamente ahí, por bondad, hago que le crezcan dos preciosos testículos.

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XXVI

Mi voz alberga voces y gargantas, asesinatos amaestrados, pensamiento y aceptaciones. No tengo el grito de los ángeles que se apagan ni la belleza del que se quiebra. No le canto a los pozos de la noche ni le huyo a las decisiones. No hago borracheras para hacer poemas ni me fumo mis palabras. Desconozco el método de los eruditos. No pretendo disgustar ni por gustar me doblego. Ni siquiera me considero tan poeta como para llamarme poeta. Soy a lo sumo un prestidigitador moderado, un dudoso equilibrista en la cornisa de mis trabajos. Me justifica la honestidad y me apaga el talento ausente. Puedo no ser filoso pero al menos mis opiniones no están hechas de cera. Bajo todo concepto me defino, porque a las definiciones hay que cerrarlas, como un coleccionista de abismos.

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Todo brota de la insistencia. Es cuestión de horas-trabajo, problemas asumidos y decisiones ineludibles. Es cuestión de fe y delirio, de necedad y desesperación. Es cuestión de repetir lo absurdo hasta que sea lógico, de pulir las ideas hasta encontrarles lo lindo. Es cuestión de permitir que los espejos se confiesen y de atrapar en la red de los renglones algunas mariposas y murciélagos.

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XXVIII

Cuando nos miremos en silencio porque no haya nada para decir. Cuando no queden cigarrillos, excusas ni charlas. Cuando todo ya esté discutido, bebido y encerrado. Cuando todo esto no tenga nada que ver con el dolor o los celos y los relojes empiecen a trazar un tiempo que mengua. A partir del momento en que los libros enmudezcan o un rato después de que el universo continúe con su impunidad. Más o menos en el instante en que las palabras grandes me queden chicas y los aplausos o el olvido hayan comido nuestros nombres. Cuando nos cansemos de archivar traiciones y gemidos y entendamos que un cuerpo es la replicación de un cuerpo y que los nexos que inventamos son filamentos de seda bajo los truenos. El día que mis ideas dejen de sangrar. Cualquiera de esos momentos en que los pétalos de la noche se tragan el miedo de las navajas, de las afiladas cuchillas del cuerpo que quiere estallar lentamente, con la paciencia de un amante o la intensidad de un espejo. En el instante exacto en que la brisa se mezcla con la brisa. Y las voces se apagan como luciérnagas drogadas en una cueva. Cuando esa cueva sea un pozo y todo lo dicho nos sepulte. A partir de ahí vamos a tener que ahogar en sexo nuestra falta de trascendencia. Y en el momento siguiente nuestras mentes harán ejércitos, botellas y ciudades.

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XXIX

Como querer quiero la ininterrupción del placer, los favores de la eternidad y los halagos del prestigio. Quiero drogas ancestrales y momentos tan hermosos como una mujer desconocida. Quiero que se lea en el sonido el eco de mi tragedia. Quiero dejar atrás cualquier forma de arrepentimiento. Quiero un cuerpo perfecto y un destino a medida. Quiero hileras de mujeres con el sexo calibrado y hombres dispuestos a memorizar mis miedos. Quiero que mis miedos no existan o que se confundan con los miedos de la humanidad. Y quiero poder esconderme, si nada de esto consigo, en las cicatrices que las noches dejaron en tus ojos.

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XXX

Es preciso cuidarse, cuando dormimos, del filo de las almohadas. Muchos sueños han muerto desangrados sobre la tela de la noche, mientras el cuerpo durmiente palpita frente al nuevo día. Es sabido que la importancia del soñar se relaciona directamente con los dioses y el deseo. Y está prácticamente demostrado que también el tiempo tiene su parte en el asunto. Es preciso reunir, cuando dormimos, todos los rumores del aire, los pedacitos de destino que quedaron tirados durante la jornada, las pocas armas que nos deja la costumbre y la mayor cantidad posible de alimañas. Éstas últimas servirán para calmar los colmillos de nuestro vientre mientras empezamos a flotar en la oscuridad aceitosa. Después, cuando la mente empieza a brotarse de imperios y prostíbulos, conviene dejarse caer, lentamente, en lo riguroso del delirio.

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XXXI

En los vértices de la cama termina la ciudad, arrinconada como la caricia ciega del durmiente. Los cuerpos están prolijamente distribuidos entre las sábanas, las mentes hundidas entre las piernas, las manos aferradas al pavor. Las ideas se funden con el sudor y los oráculos se ocultan en el borde de lo indecible. Nada hay que diferencie el ahora del tal vez ni la luz de las súplicas. Nada queda que se parezca al yo ni que sugiera el vos entre la maleza de la noche.

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XXXII

No queda nada que yo pueda nombrar. Todo está saturado de sí mismo. Las drogas pierden el gusto con los años, los poetas vienen con fecha de vencimiento y los héroes se confunden con las cenizas. ¿Ya pasó la época de fabricar mitologías? Sólo queda buscar en la piel del lenguaje un espacio desnudo. Y que a partir de ahí broten las guerras.

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XXXIII

El depósito de una mano sobre la almohada, el tejido de la brisa, el peso animal de todo cuerpo dormido, los relojes de la sangre, la pesada línea del sexo, algunos miles de palabras, muchos menos recuerdos, un deseo deforme y una pasión abierta en labios, todo choca, en la cama, con la carne que envuelve mis miedos.

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XXXIV

No busco ser, rogar ni detenerme. No pido ni ordeno nada que no pueda suceder. Me dejo caer en lo posible, mientras oscilo entre la sabiduría y la marihuana. Comprendo que mi deseo debe ser predicho como lo son las grandes tormentas. Para poder evitarme. Entonces realizo amagues que me evaden y me deshago en arena y reliquias. Disfruto de la violencia que hay en el desafío inútil. Sueño con los miedos de mis enemigos, con masticarles la personalidad y saquearles la memoria. Después vendrán las derrotas y los amaneceres. Y sólo quedarán mis dientes y las marcas que consiga dejarle al silencio.

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XXXV

Por la ventana entran ruidos incrustados en la brisa. En este lugar se fumaron demasiados cigarrillos, hay mucho desorden de adolescente, mucho amor de caricias enfurecidas, mucho humo viejo, ya transparente. Por acá pasaron noches de vino y susurros y risas encorvadas. Cada tanto hubo comidas sobre la cama y pesadillas blancas. Pero esto no es una habitación. Y tampoco es un poema. El polvo le inventa colores a lo cuadros de la pared, son dibujos de sueños, con una mujer negra y un león comiéndole el dormir. Todo es blanco y manchas y ropas como restos de un combate. Hay felicidad y sexo a montones. Una computadora que zumba de trabajos incompletos. En este momento que es mil momentos, como espejos en pugna, termino de dibujar mi mente. Ahora espero a que llegues, porque quiero desnudarte para verme en tu cuerpo.

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Yo preferiría quedarme en la noche. Pero en lugar de eso van a venir, van a volver, los trajes que se inflan como murciélagos, los chicles pegados entre las palabras. Van a volver las casualidades que se rebelan. Vamos a repetir la disciplina de los estallidos aplazados, del desprecio como hiena perdida en la ciudad. Varias veces más van a caer los ojos azulados y los cuervos del deber, las valijas sin futuro y los zapatos relucientes, las cicatrices y catástrofes de la cosa diurna.

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XXXVII

Todo está tan quieto. Se silenciaron las decisiones y los crepúsculos. Los lobos y las mujeres hicieron una tregua de fauces. El lomo de la niebla es lo único que se mueve y lo hace sin despertar sonidos. Se produce un instante, infinito como la unidad y pasajero como los segundos del día, en que estoy tranquilo.

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XXXVIII

Tibio, como mujeres que se aman, latiendo con paciencia, haraganeando entre los rincones y el pubis, amagando tranquilo, apoyándose en las terrazas, impregnándose como el vino en la tela, nada más, atardece.

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XXXIX

Ella, con su cuerpo de reloj, con sus agujas de leche y sus piernas de ternura. Él, con su mirada de pétalos y su deseo de hembra. Ella, la de manos piadosas, que le traza suspiros a él, el que se deja ser ella, en un lento homicidio de saliva.

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XL

Inventemos la secta del hueco, adoremos las hendiduras de la tierra. Adornemos con rojo y dorado los labios de cada piedra. Hagamos de la grieta un mito custodiado por panteras y hombres hermosos. Anulemos las distancias entre la cópula y el sueño mientras emborrachamos a la tierra con vino y semen. Y que nazca una diosa llena de sexo, con algo de sed y algo de hombre.

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XLI

Hicimos una ronda para que la risa no se escape, dibujamos constelaciones con pastillas para dormir, armamos una charla de desdicha y necedades. Clavamos mucha música en el pecho de cada instante. Y al final nos acostamos entre fuegos y destinos.

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XLII

Cuando sea la fiesta en la esquina, cuando lleguen los ancianos cargados de licores verdes y amarillos, cuando sus manos de madera y tiempo armen cigarros de niebla. Cuando empiecen a inhalar el polvo de la vereda y recuerden las proezas y los hielos. Para ese entonces, más o menos, yo ya los voy a haber olvidado.

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XLIII

En una noche de cerveza caliente salimos a recorrer calles llenas de teatros para ciegos, iglesias y burdeles. Regateamos el precio de una prostituta de ojos antiguos y comimos ante las estatuas de asesinos olvidados. Vimos ruletas y naipes como lluvia y nos abrimos paso entre una secta de sabios desnudos. Al final encendimos algo de marihuana y charlamos de cosas triviales. Y el amanecer se levantaba como un guerrero senil.

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XLIV

No hacemos mucho, sólo licores y filosofía. Abrimos en gajos la realidad y repartimos ideas y formas. Buscamos lo infinito en lo pequeño y lo trascendente entre los muertos. Al terminar la jornada dormimos entre libros viejos y nos fundimos con la diosa y sus guardianes drogadictos.

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XLV

Nos buscamos cada uno en la piel del otro, recorriendo con los dedos las circunferencias y los huesos. Y nuestras respiraciones copulan y el pubis reclama la unidad y la disolución y el aire queda espeso, lleno de animales ensangrentados.

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XLVI

Voy a traicionarte y huir. Voy a viajar por el mundo buscando siempre la noche, para acostarme con todos los hombres y mujeres, para envejecer en ciudades impronunciables y alucinar entre mendigos y leones. Voy a cambiar de idioma para rejuvenecer y voy a enseñarles el fuego a las hienas. Cuando haya leído todos los libros y conocido a todas las personas voy a volver para sentirme insignificante. Y te voy a conocer por primera vez. Y te vas a reír de mí.

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XLVII

Dejemos de ser por media hora, una hora o varias, (lo que el cuerpo dé) lo que somos.

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XLVIII

Éramos muchos. Quisimos dejar de ser y nos sacamos nuestros nombres. Corrimos más allá del cemento, hasta la tierra tibia. Nos empecinamos en olvidar el lenguaje y nos arrojamos unos sobre otros en orgía. Después nos lavamos en un arroyo de agua fría y nos dormimos apilados. Pero en la oscuridad de los párpados empezamos a escuchar el golpeteo de la sangre contra las sienes. Rítmico, constante, preciso. En nuestro pulso habita el tiempo.

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XLIX

Abrir los ojos y descubrir que nada es real, que todo es sueño, ficción o engaño, que al universo le es indiferente la humanidad, que la identidad es una construcción ajena, que el no-ser es incapaz de ser o que el ser es finito y el fin respira siempre en sus posibles, nada de eso es tan terrible como descubrir que uno trabaja en una oficina.

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L

No hay nada artístico en las estrategias del sexo, nada de la piel o los genitales puede ser evocado, los olores no entran en el papel y las obscenidades se disimulan entre la poesía. Todo no deja de ser más que urgente simulacro, tendencia hipócrita de amantes inconclusos.

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LI

Y si la conocí y era parecida al rocío y esa misma noche nos empañamos en licores y poesías añejas. Y salimos del bar por calles pequeñas y húmedas y caímos en un hueco o en un nido. Y si lo deseé y me rompí las uñas mientras lo desvestía y sentía su sexo duro y ridículo cuando la penetré buscándola con las manos como un ciego desesperado mientras le crecía la violencia y le rogaba y le daba órdenes y encerraba mis senos en sus manos, sintiéndolo atrás, arriba y gozándome como un manjar o una gema con los dedos entre mis testículos o la lengua haciéndome orgasmos para después él hacerse madera quebrada o piedras y después dormir, los dos, rodeados de nuestros fragmentos.

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LII

No puedo blasfemar porque no conozco lo sagrado. Hijo de lo incierto, te dejaron la sed y el miedo. Vas a deambular en los salones helados, entre sabios cenicientos y libros con las páginas en blanco. Vas a caer en la duda y la razón siempre viva va a tragarte en su fuego. Después de que todas las lluvias hayan pasado vas a comprender que peor que matar a un dios es revivirlo. Y solamente vas a querer encontrar un fundamento, que sea indigente, racional o viaje, pero que no tenga pupilas de santo, ni nada que sea puro.

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LIII

Decidí confesarme en este instante pero el instante se deshizo mientras lo decidía, no queda, pues, nada que confesar.

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LIV

No podemos aguantar más, con nuestro deseo educado por la pornografía y nuestros miembros atrapados en ejercicios. No podemos hacer más que mentir y ser hermosos y dibujar nuestros rostros. No podemos más que con esta fe transformada en silencio y el paseo sinuoso por las calles y las vueltas del miedo y la necesidad de ser lo que somos. Negamos el destino a medida que lo vamos confirmando. Solamente avanzamos hasta el ara, todos nuestros pasos nos conducen allí, sólo vamos a ofrecer, mientras miramos a otro lado, una libación de nosotros mismos.

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LV

Es un problema estar solo, no tener nadie a quien invocar, es un problema no tener poemas en la memoria, es grave confundir laberintos con revoluciones, es feo darle eternidad a las piedras y quitársela a los huesos. Es triste que la caída de los grandes sistemas sólo deje espacio para la búsqueda de la felicidad individual y es más triste que la felicidad individual se hunda como una ruina en el fango. Pero lo verdaderamente deprimente es imaginar el día en que no quede nada de mi delirio.

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LVI

En el beso de los que todavía no son amantes se anuda el destino del otro que va a venir para convertirlos en olvido y para ser, posteriormente, olvidado él. Pero eso tampoco es verdad, porque en el otro habita el mismo. Y casi nadie sabe amar, lo que es amar, la piel de otro.

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LVII

Tengo las uñas mugrientas de tanto arañar la noche. Y aún así no te encuentro. Hay mujeres mirando desde el silencio que sólo saben ser deseadas. Hay objetos preciosos y miedos y vidas desperdiciadas en sobriedad. Encuentro desiertos en el sexo de los hombres y las mujeres. Entonces te escucho. Te toco como se tocan los espejos. En la red de tus huesos descubro orgasmos y pétalos. Y de a poco voy limpiando los símbolos de tu aliento.

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LVIII

¿Qué hacer si las palabras hacen círculos? Si las oraciones giran hasta tragarse a sí mismas. Si lo que digo no toca el árbol, aún cuando estoy a su sombra. Pero más allá de eso: ¿vale preguntarme también, si la palabra mata al árbol? Porque decir árbol es algo muerto, es evocación sin tacto, ni textura ni raíces. El que le canta al bosque, entonces, lo destruye, como el que pega insectos en las páginas de un libro. Si el lenguaje lastima, sólo deberíamos hacer poesía sobre las cosas que odiamos. Y para ser benignos tendríamos que pensar en un poema hecho sin palabras. No habría, pues, mejor literatura que el silencio.

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LIX

No te queda nada que no sea empuñar la muerte como si fuera un pez congelado, el arma de una alucinación que toma conciencia de sí misma y empieza a temer por la llegada de la lucidez. Con suerte podrás ser la sensación de una venda desprendiéndose de la piel lastimada, o el cartílago que se quiebra por la presión de dientes cansados. Te queda demasiado por saber antes del momento en que se anudan final y devenir. La muerte va a estar ahí para ayudarte, como una madre ciega y cariñosa. Y la vida va a venir después. Y vas a tener que esmerarte por contradecir al desierto. Pero no te apures, todavía te queda un largo viaje para llegar a vos mismo.

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