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El pasado curso 2006-2007 se convocó la primera edición del concurso literario Rafael Alberti y Mª Teresa León. Aunque fueron muchos los que participaron, publicaremos sólo los textos ganadores. Animamos a todos los alumnos de este año a participar. Dejad volar vuestra imaginación y haced que todos disfrutemos con vuestras historias. Por el momento disfrutaremos de los relatos premiados del año pasado a la espera de los próximos. Con todos ellos iremos creando el universo literario del instituto EL PINAR. Entrad en él:¡¡¡¡ estáis todos invitados!!!! Su color preferido Desidia Vasos comunicantes La mujer del cuadro Hallelujah Un extraño sueño Egoísta

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Page 1: Entrad en él:¡¡¡¡ estáis todos invitados!!!!cuenta que le debía el alquiler de seis meses. Vi desde el portal como se iba el autobús, no pasaría otro hasta dentro de 30 minutos

El pasado curso 2006-2007 se convocó la primera edición

del concurso literario Rafael Alberti y Mª Teresa León. Aunque fueron muchos los que participaron, publicaremos sólo los textos ganadores. Animamos a todos los alumnos de este año a participar. Dejad volar vuestra imaginación y haced que todos disfrutemos con vuestras historias. Por el momento disfrutaremos de los relatos premiados del año pasado a la espera de los próximos. Con todos ellos iremos creando el universo literario del instituto EL PINAR. Entrad en él:¡¡¡¡ estáis todos invitados!!!!

Su color preferido

Desidia Vasos comunicantes La mujer del cuadro

Hallelujah Un extraño sueño

Egoísta

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Concurso de Literatura

El Faro 1

Me quité el pijama, me fui hacia el baño y lo eché en el cubo de la ropa sucia. Ese día no me encontraba con muchos ánimos; era un cuarentón sin mujer, sin novia, viviendo en un piso de alquiler, sin familia... y encima al que habían denegado un aumento de suel-do... era frustrante ver como todos los compañeros del trabajo tenían una fami-lia y eran felices mientras yo posible-mente acabaría el resto de mi vida amar-gado.

Abrí el frigorífico, cogí el brick de leche que había en la balda inferior; me vino un olor desagradable. Miré la fecha de caducidad... llevaba días caducada. Miré el reloj y como no, llegaba de nuevo tarde al trabajo. Por cierto, no os lo he dicho soy médico, trato a niños autistas o con pro-blemas similares; muchas veces pienso que deberían tratarme ellos a mí. Pero es lo único que adoro de mi vida, me encanta involu-crarme en sus mundos, extraños, lejanos y sobre todo ajenos a nosotros los que llamamos personas normales, aunque a veces me pregunto si en esta vida lo normal no sería hacer lo que ellos hacen “alejarse de este mundo” que no siempre es del todo agradable.

Cogí el paraguas, me puse el abrigo, y salí a toda prisa cerrando la puerta lentamente para evitar que el casero que vivía enfrente de mí, saliera a recla-marme el alquiler, sinceramente era un hombre muy paciente teniendo en cuenta que le debía el alquiler de seis meses.

Vi desde el portal como se iba el autobús, no pasaría otro hasta dentro de 30 minutos por lo que decidí co-ger un taxi. No podía volver a llegar otra vez tarde.

En cuanto llegué a mi despacho mar-qué el teléfono de Christie, la recepcio-nista para decirle que podía pasar al primer paciente de la mañana. Era Tara, una niña de 11 años, autista, que me tenía preocupado. No respondía a nin-guno de los tratamientos que le ponía. Lo único que había conseguido descu-brir, tras años de venir a la consulta, era que le encantaban los caramelos de color rojo. Siempre que se los daba qui-taba el papel, con tanto ímpetu, que mu-chas veces me asustaba. Si descubría que era de cualquier otro color que no fuese el rojo, teníamos que llamar a tres enfermeras para que pudiesen sujetarla.

Por el contrario, si el cara-melo era rojo, sonreía con una expresión fantasmagóri-ca y se sentaba en un rincón mientras lo admiraba.

La consulta fue normal, e intenté como otras muchas veces que Tara respondiera a nuevos estímulos sin conse-guir nada positivo. Después de este nuevo fracaso, me

pasé todo el día investigando, tratando de encontrar un diagnóstico posible... hasta que, por fin, en una página de In-ternet, encontré el caso de un paciente con características médicas similares a las de Tara.

Cogí el teléfono, abrí mi agenda y marqué el número de la casa de Tara. Nadie me cogía la llamada, insistí duran-te una hora hasta que mi paciencia no

pudo más, eran las siete y media, una hora razonable para realizar una visita.

Cogí el autobús que más cerca me dejaba de la urbanización, era un

barrio mucho mejor que el mío. Al lle-gar al portal, no fue necesario llamar al

Rubén López González

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Concurso de Literatura

El Faro 2

telefonillo, pues una mujer que salía, me ofreció que pasara. Una vez dentro, me acerqué a mirar los buzones para con-firmar la dirección que venía en el histo-rial de Tara, era correcto. Llamé al botón del ascensor y espere a que las puertas de este se abrieran.

Una vez en el piso, me acerqué a la puerta a la puerta. Llame varias veces al timbre pero nadie abrió. Cuando me disponía a marcharme a mi casa, oí un extraño ruido en el interior de la casa... parecía un jadeo.

Puse los ojos sobre la mirilla para in-tentar ver algo, cuando de repente, la puerta, debido al peso, se abrió deján-dome libre el camino.

En el interior de la casa había una soga colgada de una lámpara... y en ella una mujer. A primera vista no pude identificar quien podía ser debido a la enorme cantidad de cortes y de sangre que había sobre su cuerpo. Aquello era una carnicería...: ¿Quién habría sido capaz de hacer aquello?. Incluso un lobo salvaje habría destrozado menos el cuer-po de aquella pobre mujer.

Me acerqué a ella, las piernas me temblaban demasiado y mi respiración aumentaba de velocidad por instantes. Me temí lo peor, que el asesino todavía siguiese allí, así que mire a mi alrededor y sigilosamente inspeccioné el resto de la casa. Todas las paredes estaban llenas de sangre y de marcas. Aquello era es-tremecedor.

Me volví de nuevo hacia la mujer, no podía ver su cara pues estaba de espaldas a mí; la agarré de la camise-ta y la giré... no podía creer-lo era la madre de Tara. En ese momento mi reacción fue buscar de nuevo por la casa pero, en ese momento, ya no bus-caba al asesino sino a la niña. Ni rastro de ella, posiblemente la habrían secues-trado. Me fijé en el suelo. Había una tarjeta de un taller de pintura llamado “Red´s day”.

Rápidamente me fui a mi casa y bus-qué en Internet la localización del taller, pues en la tarjeta sólo venía el nombre y un número de teléfono al que intenté llamar varias veces en vano.

Este taller estuvo abierto durante va-rios años, pero según la pagina de donde estaba sacando la documentación, lo cerraron hacía ya varios meses. Pensé que Tara y el asesino estarían allí. Pensé en llamar a la policía claro está, pero… siendo un experto en mentes perturbadas posiblemente el asesino, si viera que la policía se involucraba en esto, podría matar a la niña sin ningún miramiento. De todas formas, llamé para contarles lo que había encontrado en casa de Tara pero no les hablé nada sobre lo que pen-saba del secuestro de la niña. Me negué a dar mis datos para evitar problemas, al menos de momento ya que posiblemente mi número telefónico se hubiese queda-do grabado.

Salí a toda prisa de mi casa. Cogí el primer taxi que encontré. El corazón me latía a mil por hora, y mis manos no paraban de temblar del miedo que tenía. Al llegar al bloque de pisos en el que se encontraba el taller, subí rápidamente las escaleras sin pensar el riesgo que corría.

Una vez arriba me paralicé, las ma-nos me temblaban y no sabía que hacer.

Quizás lo más sensato en ese mo-mento hubiese sido salir de allí inmediatamente, pero pensé que la única esperanza para Tara, si es que aún vivía, era que yo pudiera hablar con el asesino. Mi experiencia en mentes perturbadas podía servir de algo. No podía irme de allí sabiendo que la pobre chiquilla podía encon-

trarse al otro lado de la puerta sufriendo cualquier cosa. Tenía miedo pero debía intentarlo, debía salvar a Tara.

Alcé la mano y la apoyé sobre el pi-caporte, ya estaba casi dentro, no podía

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Concurso de Literatura

El Faro 3

echarme atrás. Cerré los ojos fuertemen-te y... gire el picapor-te, pero fue en vano, la puerta estaba cerra-da. Era evidente que el asesino no me lo iba a poner tan fácil.

Una idea me vino a la cabeza, me parec-ía absurdo pero tenía

que probarlo, en las películas funciona. Levanté el felpudo y pude observar co-mo una pequeña llave de metal brillaba debajo de él.

Abrí la puerta sin problemas, era una habitación bastante amplia pero en total oscuridad. De repente, se encendió una luz en la mitad de la sala y pude obser-var a una niña de unos diez años sentada en una silla. Se parecía mucho a Tara, sus mismo pelos de color dorados, su constitución... sin duda era ella, me acerque rápidamente, me paré en seco, era una muñeca, parecía que el asesino quería jugar conmigo. La cabeza de la muñeca empezó a girar hasta que pude ver como tenía algo escrito en la nuca: “¿PORQUE NO MIRAS DETRÁS?”. En ese momento giré la cabeza pero fue demasiado tarde, pude observar como alguien me clavó algo por la espalda, caí tendido al suelo no podía moverme, en ese momento se encen-dieron las luces de todo el estudio. Un último suspiro de fuerza hizo que pudiera girar la cabeza para identi-ficar al asesino que acababa de arreba-tarme prácticamente la vida. Era... ¡Ta-ra!. Su mirada estaba perdida, su pelo estaba lleno de sangre. En ese momento me dí cuenta de que estaba rodeado de cadáveres, todos estaban llenos de cor-tes, de sangre... era horroroso. Pero hubo

algo en ellos que me llamó la atención, todos tenían en la boca un caramelo, un caramelo rojo, el mismo caramelo que yo le entregaba a Tara en todas mis con-sultas.

En ese momento lo entendí todo. El caso que encontré en Internet y por el que fui a casa de Tara, era de hombre autista que solo estaba tranquilo rodeado de color rojo. Vivía en una residencia especializada, hasta que un día todo el edificio se quemó, los expedientes des-aparecieron y el director de la residencia falleció, pero consiguieron salvar a los pacientes.

Construyeron una nueva residencia en el mismo sitio y volvieron a internar a todas las personas que habitaban en ella. Pero como los expedientes se hab-ían perdido, nadie se fijó en aquel hom-bre obsesionado con el color rojo. Esa misma noche empuñando un machete asesinó a todas las personas de la resi-dencia. Buscaba su tranquilidad y la buscaba en la sangre.

Cuando encontré esta información nunca pensé que Tara llegara a esto. Sólo creía que tenía alguna relación con

su obsesión con los caramelos rojos.

Sabía que ya no había esperanzas para mí, todo había acaba-do. Pensé que acabar-ía muriendo de viejo en un hospital solo sin nadie... pero al final iba a ser diferente.

Tara se agachó y sonrió mientras metía un caramelo de color rojo en mi boca. Pude escuchar como me decía: Te gus-tará, es tan dulce…

Esta era la primera vez que Tara me hablaba.

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Concurso de Literatura

El Faro 4

MMiigguueell GGaallllaarrddoo LLiinnaacceerroo

EE--mmaaiill aall PPrreessiiddeennttee ddee llooss EEssttaaddooss CCoonnffeeddeerraaddooss ddee EEuurroo--AAssiiaa,, aaññoo22330033

TTooddoo ooccuurrrree ccoommoo llooss mmááss ppeessiimmiissttaass hhaabbííaann pprreeddiicchhoo;; ddee hheecchhoo eessttaammooss tteenniieennddoo mmuucchhaa ssuueerrttee ddeennttrroo ddee llaa ddeessggrraacciiaa..

MMiieennttrraass uusstteedd ssee eennccuueennttrraa eenn ssuu rreessiiddeenncciiaa ddee vveerraannoo eenn eell ppllaannee--ttaa PPlluuvviioo,, aaqquuíí yyaa hhaa ooccuurrrriiddoo lloo qquuee llaa ggeennttee aauugguurróó.. SSóólloo eenn eell úúllttii--mmoo mmoommeennttoo hheemmooss ttoommaaddoo ccaarrttaass eenn eell aassuunnttoo..

LLaass mmeeddiiddaass ttoommaaddaass ccoonnttrraa eell DDeeffiinniittiivvoo CCaattaacclliissmmoo,, llooss ddiiqquueess ddee ppllaassmmaa ddee ccoonntteenncciióónn ddee aagguuaa aallrreeddeeddoorr ddee llooss ppoollooss,, hhaann ssiiddoo ddeessttrruuiiddaass ppoorr llooss tteerrrroorriissttaass,, ppuussiieerroonn bboommbbaass ddee pprroottoonneess eenn ttooddooss llooss ggeenneerraaddoorreess……

CCoommoo eerraa ddee eessppeerraarr,, ttooddaa eell aagguuaa ccoonntteenniiddaa eenn eessaa ggiiggaanntteessccaa pprree--ssaa mmuunnddiiaall hhaa aarrrraassttrraaddoo llooss ppuunnttooss mmááss bbaajjooss ddee ttooddoo eell ppllaanneettaa,, mmaattaannddoo aa mmiilleess ddee mmiilllloonneess ddee ppeerrssoonnaass.. EEll ccaaooss ssee ggeenneerraalliizzaa aa lloo llaarrggoo ddee llooss EEssttaaddooss CCoonnffeeddeerraaddooss,, AAmméérriiccaa,, ÁÁffrriiccaa…… ccoommoo vveerráá,, nnoo mmeenncciioonnoo OOcceeaannííaa,, ppuueess nnoo qquueeddaa nnaaddaa ddee eellllaa..

AAhhoorraa ppaarreeccee qquuee ttooddooss llooss ppaaíísseess yy nnaacciioonneess ssee llaannzzaann eenn uunnaa aalloo--ccaaddaa gguueerrrraa ccoonnttrraa ttooddoo eell mmuunnddoo,, EEuurroo--AAssiiaa hhaa lleevvaannttaaddoo bbaarrrreerraass,, yy aallzzaaddoo llooss ccaaññoonneess…… aa llaa eessppeerraa ddee óórrddeenneess ddiirreeccttaass ddeell CCoonnsseejjoo qquuee uusstteedd rriiggee,, aalllláá eenn PPlluuvviioo..

PPaarreeccee qquuee eell ppaalliiaattiivvoo ccoonnttrraa eell ccaalleennttaammiieennttoo hhaa ssiiddoo nnuueessttrraa ppeerrddiicciióónn;; yy qquuiizzááss llaa cceegguueerraa,, mmee aattrreevvoo aa aasseegguurraarr,, qquuee hhaassttaa aahhoorraa hhaann tteenniiddoo ttooddaass llaass aallttaass eessffeerraass,, yy ppeerrddoonnee ppoorr llaa ooppiinniióónn..

AApprroovveecchhoo aahhoorraa ppaarraa pprreesseennttaarrllee mmii ddiimmiissiióónn ccoommoo VViicceepprreessii--ddeennttee ddee llooss EEssttaaddooss CCoonnffeeddeerraaddooss ddee EEuurroo--AAssiiaa.. YYaa nnoo hhaayy ffuuttuurroo aaqquuíí……

SSee ddeessppiiddee,,

EEll EExx VViiccee--pprreessiiddeennttee ddee llooss EECCEEAA

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Concurso de Literatura

El Faro 5

EE--mmaaiill aall EExx VViicceepprreessiiddeennttee ddee llooss EEssttaaddooss CCoonnffeeddeerraaddooss ddee EEuu--rroo--AAssiiaa,, aaññoo 22330033

SSiieennttoo mmuucchhííssiimmoo llaa ssiittuuaacciióónn qquuee ssee pprreesseennttaa aahhoorraa eenn llaa ggrraann nnaacciióónn bbaassee,, EECCEEAA,, ppeerroo eell ccoonnsseejjoo yy yyoo hheemmooss ddeecciiddiiddoo qquuee nnoo eess ppoossiibbllee eell eennvvííoo ddee mmóódduullooss ddee rreessccaattee aallllíí…… rreessuullttaa qquuee hhaann ssuurrggii--ddoo aallgguunnooss iimmpprreevviissttooss..

NNoo hheemmooss ccoonnssiiddeerraaddoo ooppoorrttuunnoo eell ssaallvvaammeennttoo ddee llaa ccllaassee mmeeddiiaa yy bbaajjaa ddee aallllíí.. CCoommoo ssaabbrráá,, eell rreessttoo ddee nnaacciioonneess nnoo ccuueennttaa ccoonn ppllaanneettaass oo bbaasseess eessppaacciiaalleess,, nnuueessttrraa nnaacciióónn eess llaa úúnniiccaa qquuee ppuueeddee ssaall--vvaarr aa llooss hhaabbiittaanntteess,, ppeerroo ssoonn ddeemmaassiiaaddooss..

AAssíí qquuee hheemmooss ttoommaaddoo uunnaa mmeeddiiddaa ddrráássttiiccaa…… eennvviiaarreemmooss llooss mmóódduullooss jjuussttooss ppaarraa ssaallvvaarr aa uunnaa eelleecccciióónn ddee cciiuuddaaddaannooss ddee EECCEEAA…… llooss mmááss sseelleeccttooss qquuee ddaarráánn vviiddaa aa uunn nnuueevvoo pprrooyyeeccttoo……llaa ccoonnssttrruucccciióónn ddee uunn nnuueevvoo ppllaanneettaa eenn PPlluuvviioo,, aall qquuee qquueerreemmooss rreebbaauuttiizzaarr ccoonn ssuu nnoommbbrree oorriiggiinnaall,, MMaarrttee..

LLóóggiiccaammeennttee,, ddeebbiiddoo aa llaa rreebbeellddííaa mmoossttrraaddaa eenn ssuu aanntteerriioorr ccaarrttaa yy aa ssuu ddiimmiissiióónn,, nnoo eessttaarráá eennttrree llooss eelleeggiiddooss..

AAhhoorraa aapprroovveecchhoo ppaarraa rreevveellaarrllee qquuee…… uunnaa ccoossaa eess llaa ppoollííttiiccaa ppuueerrttaass aaffuueerraa…… ppeerroo eenn rreeaalliiddaadd ssooyy rraacciissttaa,, llee ooddiioo ppoorr ttaannttoo,, sseeññoorr EExx VViicceepprreessiiddeennttee ddee ccoolloorr……ssóólloo oobbttuuvvoo eessee ccaarrggoo ppaarraa oobbtteenneerr eell aappooyyoo iinnmmiiggrraannttee,,

PPoorr cciieerrttoo,, ccoommoo gguuiinnddaa ffiinnaall aa eessttaa ssoorrpprreennddeennttee ccaarrttaa,, eell ccoonnsseejjoo yy yyoo ddeessccuubbrriimmooss aannttee uusstteedd qquuee llaa bbaannddaa tteerrrroorriissttaa qquuee hhiizzoo eexxpplloottaarr llaa pprreessaa yy qquuee ccoommeettee aasseessiinnaattooss aaccttúúaa bbaajjoo mmiiss óórrddeenneess yy llaass ddeell ccoonnsseejjoo.. AAssíí ppooddííaammooss lliibbrraarrnnooss ddee ppoollííttiiccooss rreevvoolluucciioonnaarriiooss yy,, ccoommoo hhaa ppooddiiddoo ccoommpprroobbaarr,, eelliimmiinnaarr aa llaa cchhuussmmaa tteerrrrííccoollaa..

SSee ddeessppiiddee

EEll EExx pprreessiiddeennttee ddee EECCEEAA yy pprreessii--ddeennttee ddee MMaarrttee

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Concurso de Literatura

El Faro 6

Desesperación, por una tormentosa visión de maremotos, inundaciones, desprendimientos de tierra y miles de cadáveres que pasaban fugazmente por delante de sus ojos; personas llorando, rebuscando en la tierra por comida, luchando por sobrevivir.

Sangre, corría a raudales por las entrañas de la tierra, en los rostros desesperados de niños desam-parados en terribles días.

Negro, eran esos días terribles en los ojos de esos niños ensangrentados, desamparados y luchan-do por sobrevivir.

Kamui despertó gritando en una roji-

za madrugada de Junio. El calor hacía brotar torrentes de sudor por todo su cuerpo y por el de sus hermanos hacina-dos en la misma cama. Su madre se le-vantó corriendo a ver lo que le pasaba, ellos se despertaron y refunfuñaron.

La madre le consoló unos minutos, volvió a la cama, y se hizo el silencio. Permaneció con los ojos abiertos como platos durante largo tiempo, reflexio-nando sobre lo que había soñado.

Más tarde se incorporó y se posó en el um-bral de su cha-bola . Observó su pueblo. No había más que tugurios, y todo era un secarral. Los viejos decían que eso en sus tiempos mozos; cuando abundaba el agua y las temperaturas no alcanzaban los treinta grados en invierno, cuando existían grandes maravillas de la naturaleza, eso había sido una fértil tierra.

Le hubiera gustado vivir en esa épo-ca. Entonces su mente empezó a hilar pensamientos, esos pensamientos se convirtieron en una idea tangible, y esa idea en una luz esclarecedora. ¿Habría alguna interconexión entre los aconte-cimientos sucedidos hacía tanto tiempo, lo que ocurría ahora y su pesadilla? Su sueño era una especie de realidad supo-

niendo que el calentamiento se hubiese evitado. La mente de Kamui volaba creando miles de hipótesis sorprenden-tes. Pero como la mayoría de las pregun-tas que se formulaba a sí mismo sobre ese tema, no había respuesta clara o posible…

Pero en todas las respuestas que pa-saban por su cabeza, una de las grandes causas del desastre era la INDIFEREN-CIA de los antiguos pobladores del mundo; seguro que no hubiesen imagi-

nado los horrores que por su culpa harían sufrir a las futuras generacio-nes.

Kamui se rió. Por un momento pensó que los hijos de esos DESPRE-OCUPADOS sufrieron de lleno ese desastre… y luego dejó de reír, se dio cuenta de que esos hijos, eran sus ac-tuales abuelos. Pero pensó que de nada servía ya

arrepentirse, que había que mirar al futu-ro; pues no podía volver al pasado.

Aunque siempre pensará que con gestos tan simples y diarios como haber reciclado basuras, o con gestos más grandiosos, como reducir drásticamente contaminaciones… él no estaría sufrien-do; y que no debían echarse las culpas sólo a los grandes, pues absolutamente nadie hizo nada por salvar a la Tierra, ni por proteger a sus hijos.

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Concurso de Literatura

El Faro 7

(En la mesa, junto al teclado hay un vaso de café medio vacío) Ya no merece la pena. (Encima de otra mesa, junto a otro te-clado, hay una taza con leche medio llena) ¿Cómo que no? Lo he dado por imposible. Ese es el problema. No, el problema es peor. Lo sé, ya hemos hablado de ello muchas veces. Entonces no hace falta que te diga nada más. Sé que es difícil, pero ya lo has hecho antes, ya sabes cómo hacer-lo. Si supiera no estaríamos discutiendo. No discutimos. ¿Ah, no? No; es una charla animada, nada más. Pues no quiero seguir char-lando. (La taza de leche está me-nos llena ahora, al igual que la del café) ¿Por qué no quieres? Explícamelo, no lo entiendo. Déjalo, por favor. No, no lo dejo. Pues no voy a volver a hablar de ello. Vale, hablo yo. Creo que vas a hablar con las paredes.

(La taza de leche se ha vaciado un poco más) No te entiendo, de verdad que no te en-tiendo. No hay mucho que entender. Lo dejé porque me recordaba mucho a... No, si lo que no entiendo es que no lo hayas intentado aún. ¿Que no lo he intentado? No sabes la de veces que lo he hecho. Pero siempre acabo echándome atrás, no puedo escri-bir ni dos líneas antes de arrepentirme. (La taza de leche está a punto de acabar-se) Pues no deberías: lo haces bien y te gus-ta. Tienes que dejar aquello atrás. Intén-

talo. Te repito que ya lo he hecho. Pues otra vez. No va a volver a pasar, no puede volver a pasar. Claro que no va a pasar otra vez, porque no voy a hacerlo. Y, por favor, deja ya el tema. No me gusta hablar de ello. Lo sé, pero deberías intentar hacerle frente otra vez y seguir. No

puedes estancarte donde estás. Escribir te gusta, ¿no? No. Ya no (La taza de leche ha termina-do de vaciarse). En serio, no quiero hablar más de ello. Bien. Yo tampoco voy a seguir, de todas maneras. Iba a contártelo. ¿Qué?

EElleennaa MMaarrttiinneezz RRooddrríígguueezz

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Concurso de Literatura

El Faro 8

Que no sé cómo continuar. No me cen-tro bien y es mejor no seguir escribiendo tonterías. Tú no escribes tonterías (Esta vez es la taza de café la que se va vaciando). Lo haces para molestarme, ¿verdad? Estás diciendo lo que yo diría. No; ya te he dicho que pensaba contárte-lo antes. ¿Sí? (La taza de café está a punto de caerse con el frenético golpe que recibe de una de las manos que teclean) Genial, muy bien, pues no sigas. No te pongas así. No es para tanto. Sí lo es. Estás intentando hacerme escribir y sin embargo, tú... No intento hacerte escribir, intento que vuelvas a querer escribir. ¿Notas la dife-rencia? (Han pasado varios días. De nuevo las tazas están a medio vaciar, cada una junto a su correspondiente teclado) Yo ya no sé qué más decirte. Si quieres que escriba, deberías intentar-lo tú antes, ¿no? Por aquello del ejem-plo... No. No voy a escribir. Yo también tengo recuerdos que no me gustan.

(La taza de café está prácticamente vac-ía. Queda apenas algo más que el fondo) Haz lo que te dé la gana. Pero luego no me digas que me enfrente a mis miedos. (La mano que de vez en cuando agarra la taza de leche, esta vez la llena con una jarra. Pasa algo de tiempo hasta que teclea de nuevo) Tienes razón. He intentado que hicieras algo que ni yo sé cómo hacer. Perdona. ¡Por fin!

¿Qué? Que me ha costa-do que lo vieras. ¿Llevamos días discutiendo por eso? ¿No era más fácil que me lo dijeras y punto? Tenías que verlo

tú. Si te lo decía... No servía de nada. Entonces... ¿qué vas a hacer? Voy a terminar unas cosas y luego me pondré a escribir. (La taza de café se llena de nuevo, al igual que hace un momento la de leche)

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Concurso de Literatura

El Faro 9

Amaneció en Italia. Transcurría el

año 1940. Parecía que iba a ser un día claro y bonito. Los dos pequeños her-manos se levantaron de su cama y se dirigieron corriendo a la cocina, para desayunar, pero algo les hizo entrar pri-mero en la habitación de su madre. Mi-raron hacia la cama, donde su madre parecía dormir plácidamente. La llama-ron, pero ella no contestó, no movía ni un solo músculo de su hermoso, pero descuidado cuerpo.

Fabricio, que era el hijo mayor, tenía 11 años, se temió lo peor y, efectiva-mente, su madre yacía en la cama sin vida.

Una enorme tristeza invadió los cora-zones de los dos pequeños y nubló ese día tan hermo-so que acababa de empezar.

Pasaron solamente dos días, cuando casi sin darse cuenta, los niños viajaban hacia un pequeño pueblo al este de Italia. Les acompa-ñaba Nicoletta, la hermana de su madre. Nicoletta era el único familiar que les quedaba en este mundo. Apenas la conocían, pero era la única que podía hacerse cargo de los dos pequeños.

Fabricio y Giuseppe no podían en-tender cómo sus vidas habían cambiado tanto en estos últimos días.

El coche en el que viajaban se dirigió a las afueras del pueblo; a lo lejos, vie-ron un gran caserón, donde su tía vivía acompañada de una señora mayor, fea y gorda. Cuando bajaron del coche, aque-lla mujer abrió la enorme puerta de esa casa tan grande y misteriosa.

Entraron temblorosos y cogidos de la mano. Nicoletta intentó tranquilizarlos y los pidió que acompañaran a la señora

Gobbini, que era sirvienta de la casa. Subieron por la vieja escalera de ma-

dera que crujía en cada peldaño; Fabri-cio observó que a la izquierda de la es-calera, había un gran salón, con dos sofás y una vieja chimenea, que estaba encendida, aunque no hacía frío. Sobre la chimenea colgaba un cuadro; era el retrato de una mujer muy hermosa y estaba vestida con un traje muy antiguo; Fabricio no pudo evitar mirar fijamente aquellos ojos azules que parecían que le daban la bienvenida. En esos momentos sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

Al final de la escalera, se veían tres puertas; la señora que les acompañaba,

abrió la puerta de la dere-cha, y les hizo pasar. Co-locó la minúscula maleta sobre la enorme cama y se dispuso a meter la ropa dentro del armario. El pe-queño Giuseppe, se asomó a la ventana y, sus ojitos tristes, alcanzaron a ver todo el campo que rodeaba el viejo caserón.

Fabricio se acercó después y tocando el hombro de su hermano le dijo:

- estaremos bien, no te preocupes – Los dos hermanos cruzaron sus mira-

das y pensaron a la vez, “es el lugar más solitario de la tierra”.

Había llegado la hora de cenar. Los niños bajaron la escalera y tímidamente entraron en el comedor.

- ¡Sentaos! – ordenó su tía. Los niños obedecieron y Nicoletta empezó a hablarles con voz suave. Les dijo que a partir de este momento ésta sería su nueva casa. Ella cuidaría de ellos hasta que fuesen lo suficientemente mayores para vivir solos.

IIssmmaaeell SSáánncchheezz CCuueennccaa

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Concurso de Literatura

El Faro 10

Mientras su tía hablaba, Fabricio no paraba de mirar la mujer del cuadro. Parecía que los ojos de aquella mujer le

hiciese olvidar la tristeza tan grande que invadía su corazón.

Terminaron de cenar y subieron a su abitación. Se metieron en la cama los dos juntos y abrazados. El pequeño Giu-seppe no paraba de llorar y de llamar a su mamá; era imposible dormir para ellos; entonces, Fabricio tuvo una idea; agarró a su hermano de la mano y baja-ron hasta el salón, se sentaron en el sillón, frente a la chimenea y se queda-ron mirando el cuadro. Como por arte de magia, una paz interior recorrió sus cuerpos. No paraban de mirar a la mujer tan rara pero que, con aquella mirada tan dulce, hacía que se olvidaran de todo. Al cabo de un rato, los niños se quedaron dormidos plácidamente en el sofá.

Al día siguiente, cuando despertaron, hablaron sobre ese cuadro tan misterio-so.

- Este será nuestro secreto, Giuseppe, no se lo digas a nadie –

- Vale, Fabricio – contestó el peque-ño. – Cuando estemos tristes o preocu-pados, miraremos el cuadro y ella nos tranquilizará –

Pasaron los días, las semanas, los meses……

La vida transcurría tranquilamente. Aunque los niños iban a la escuela, no se relacionaban mucho con sus compañeros y, también, de vez en cuando, les caía una reprimenda por parte de su tía; pero todo aquello no les importaba, porque al llegar la noche, cuando todo el mundo dormía, bajaban silenciosamente la esca-lera, para sentarse frente a la mujer del cuadro.

Aquello se convirtió en un ritual y un gran apoyo para los niños.

¡Era su gran secreto! Los años pasaron lentamente. Los ni-

ños crecieron. Fabricio contaba ya con 16 años y éste era su último curso en la escuela. Giuseppe era también un joven-cito muy tímido. Con sus 12 años, ape-

nas hablaba con nadie y era casi tan alto como su hermano.

Aquel día salieron de la escuela y como hacían siempre, caminaron hasta el viejo caserón. Al llegar, se dieron cuenta que algo no iba bien. En la puerta principal de la casa, estaba el coche del médico del pueblo. Su tía llevaba varios días enferma y seguramente había ido a visitarla.

Entraron en la casa y el doctor les dió la noticia. Su tía acababa de fallecer. Ellos subieron rápidamente a la habita-ción.

Cuando abrieron la puerta, Nicoletta yacía sobre la cama. Fabricio y Giusep-pe recordaron enseguida la imagen de su madre, cuando murió cinco años antes.

Al acercarse, obser-varon un sobre blanco en la mesilla, con una frase escrita que decía: “para mis queridos sobrinos”.

Fabrizio cogió el sobre, lo abrió y dentro encontró una llave y una nota:

“Detrás de los ojos que miráis está mi más preciado tesoro. Sed felices”.

Los jóvenes se miraron y, sobresalta-dos gritaron a la vez: -¡La mujer del cuadro!- Bajaron corriendo la escalera y entraron en el salón, descolgaron el cua-dro y detrás encontraron una caja fuerte. Introdujeron la llave suavemente y ésta se abrió. En el interior había mucho dinero.

Al poco tiempo, los jóvenes decidie-ron abandonar aquel lugar tan siniestro y se fueron a vivir a Roma, donde compra-ron una pequeña casita y en el centro de su diminuto salón colgaron aquel cuadro con la imagen de la mujer de los ojos azules, que tanta paz transmitía. Nunca supieron realmente quien era……

SU ABUELA...

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Concurso de Literatura

El Faro 11

La caligrafía era algo descuidada, pe-

ro estaba seguro de que no había ningu-na falta de ortografía. No quería ser re-cordado como el idiota de la nota de suicidio llena de errores. Había resultado más fácil de lo que esperaba plasmar todo lo que quería decir como despedi-da. Había cabido todo en un folio, por una sola cara. Una vida entera, con todas sus pequeñas tragedias y alegrías coti-dianas, acabada modestamente, con un folio. Las últimas palabras, en mayúscu-las, le daban un tono desesperado pero entrañable a la carta: “os quiero”, repeti-do tres veces. La botella de ginebra es-taba en las últimas, porque había necesi-tado más combustible del que esperaba para llevar a cabo el balance final de lo que habían sido sus veintisiete años en el mundo.

El estudio estaba desordenado, y en semipenumbra. En el ambiente flotaba el pesado aroma de la pintura al óleo y de los cigarrillos. Pero el artista notaba otro olor, uno que se el cerebro como una bala de cristal: el olor de ella.

Ella había pasado de ser su queridí-sima amiga, a su apasionada amante y finalmente, a lo más alto, a ser su per-fecta, inmaculada y sagrada musa. Se lo había dado todo, y a la vez se lo había quitado. Le había dado la inspiración, el empuje vital que no encontraba dentro de sí mismo, dado su melancólico y depresivo carácter. Él le había respondi-do con su arte, y con un amor puro y sin límites que tal vez no había sabido ex-presar. Todo había sido como un sueño, un perfecto vals encajado en la cadencia de los engranajes de un reloj. Pero ella ya no estaba, había encontrado a alguien me-jor, pensaba el artista, habiendo dejado sólo su precioso olor y algunos cabellos

en la almohada. Él ahora, en el estóma-go, donde un día había sentido una agra-dable sensación de desasosiego amoro-so y de deseo, notaba una especie de pelota de hielo, que le abrasaba y le congelaba las entrañas al mismo tiempo. La echaba tanto de menos...

Ahogó unas involuntarias lágrimas, se pasó la mano por la nuca empapada de sudor y miró de nuevo la carta. Vol-vió a sentir remordimientos por irse así, al ver la parte que le había dedicado a su madre. Su madre no se merecía perder a

un hijo así. Sabía que le haría daño. Mucho. Pero no encontraba otro cami-no. Recordó por un mo-mento los días de su in-fancia, las galletas, y los

sueños de ser alguien de mayor, alguien grande, alguien importante, alguien que-rido y admirado por los demás.

Antes de que le asaltara la duda de nuevo, apuró la botella y se levantó. Atravesó el estudio, sorteando los trapos sucios y pinceles desperdigados. Encen-dió, un poco a tientas, la luz del cuarto de baño. El fogonazo hizo que por unos segundos estuviese sumergido en un mundo de blancura, en un fugaz anuncio de detergente.

Y llegó el momento. Abrió el peque-ño cajón bajo el lavabo, apartó peines y espumas de afeitar y finalmente en-contró lo que buscaba. El mango, de madera negra, formaba una curva curio-sa al entrar en contacto con el cuerpo

metálico, y encajaba a la perfección con su puño, cerrado. Los remaches, fijando el metal a la madera, consti-tuían pequeños bultitos agradables al tacto, y reconfortantes, por su frialdad. La fina cuchilla no brillaba en absoluto, se mostraba como un

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El Faro 12

despiadado verdugo mate. Tenía en la mano la navaja de barbero que le había regalado su abuelo al cumplir los doce años, y que le ordenó guardar hasta el día en que empezara a afeitarse. La mi-raba, en su mano, como quien mira a un ser querido, como si mirara a su propio abuelo, que le hablaba para decirle, con su siempre autoritario pero cariñoso tono, “chico, ¿estás seguro de lo que vas a hacer?”.

Asintió con la cabeza a la imaginaria pregunta, y se dispuso a abrirla. Había fantaseado tantas veces con aquello... con la carta, con la cuchilla, con el charco de sangre, con su frío y amari-llento cadáver entumecido por el rigor mortis... Mil veces mejor que un tiro en la cabeza, aunque seguramente más do-loroso. Parecía que comenzaba la culmi-nación de algo planificado a lo largo de toda su vida.

Pero se detuvo. Había cometido un error: había visto su propio reflejo en el espejo. Miraba a la demacrada máscara humana, la ajada carcasa que quedaba ahora de lo que un día hab-ían sido unas facciones ale-gres y saludables. El dolor había hundido sus ojos en profundas ojeras, que habían sido anegadas una y otra vez por las lágrimas en los últi-mos días. Sus labios se man-tenían inexpresivos, absolu-tamente horizontales. Miró su mejilla, esa en la que ella le gustaba hacer redondelitos con el dedo, lo que le bastó para convencerse de que todo error había sido cometido por él mismo, y por nadie más.

Apartó la mirada del espejo, abrió la navaja y la posó sobre la cara interna de su antebrazo.

-Eh, tío- escuchó in-esperadamente detrás de sí - ¿de verdad vas a hacerlo?

Se dio la vuelta, y vio sentado en la taza del váter –cerrada- a

un hombre pálido pero atractivo, com-pletamente vestido de negro, con un pelo negro intenso también, que fumaba, apaciblemente, un cigarrillo dorado cuyo humo desprendía un intenso olor dulzón, como si se tratara de una fábrica de ca-ramelos. Sobre lo oscuro de su ropa –un conjunto de camisa y pantalón- destaca-ban como serpientes unas cadenas, anu-dadas a modo de corbata. Estaba descal-zo. Los ojos, de un rojo intenso, le mira-ban desde la cera de su rostro, como esperando una respuesta, y se extrañara ante la tardanza. Dio una calada al ciga-rro, y continuó, mientras expulsaba el humo.

-No me mires de esa manera. Esto va así siempre –empezó, con una voz estri-dente y seductora a la vez-. Uno de vo-sotros decide que está harto de la vida, y que quiere suicidarse, así que me llaman a mí y vengo para tratar de convencerle de que no lo haga.

El artista estaba quieto, asustado, in-seguro, empapado en sudor frío. El hombre de negro seguía mirándole y

fumando. De pronto, extendió una mano que el artista no sabía si interpretar como un gesto de amistad o de hostilidad.

-Vamos –dijo, instándole a estrechar su mano- soy un envia-do de, digamos, abajo. Me manda mi jefe. Ya

sabes, por lo del suicidio. El artista, boquiabierto, se pasó la

mano por la frente, y dijo: -Tú... ¿eres el Demonio? -Nah. Sólo soy uno de los

chicos de los recados del amigo Lucifer–dijo, no exento de cier-ta comicidad-, ya te he dicho que me manda el jefe. Él es el jefe.

El artista se disponía a bal-bucear algo como “ah”, o algu-

na incongruencia, que era lo único que

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El Faro 13

le dejaría expresar su cerebro en ebulli-ción, en ese momento, cuando oyó una segunda voz.

-No escuches a siervos de Satanás, mortal –dijo esta voz, que, a pesar de no ser excesivamente alta, poseía una espe-cie de eco, pero que transmitía serenidad y calma-. Son a menudo seductores, y siempre traicioneros.

Un segundo hombre había aparecido. Era completamente calvo, y vestido con una larga túnica blanca. Sus ojos, azules, miraban al artista con una mezcla de compasión y de superioridad infinitas. Desprendía una tenue luz que, sin em-bargo, no se reflejaba en ninguno de los otros hombres, ni en los objetos de la estancia.

La situación sobrepasaba al artista. Su pensamiento iba de un extremo a otro, igual que sus ojos. Atribuía las visiones a la ginebra, a la angustia acu-mulada, a la pizza de la cena. Buscaba el modo de encajarlo todo en su aturdida cabeza, pero no era capaz de compren-der nada en absoluto. Desde luego, a pesar de su aspecto, ninguno de los dos era humano. Trataba de acordarse de algo, del sermón de alguna misa a la que hubiera asistido, alguna oración, aunque la hubiese visto en una película. Pero se le adelantaron.

-Vamos, ya estás otra vez estorbando –dijo el hombre de negro al de blanco-. Estoy harto de que siempre me toque discutir, además de con el mortal, con uno de vosotros, estúpido estirado. Yo soy un profesional ¿sabes?-se estaba

poniendo nervioso, y sus ojos se alternaban entre el rojo intenso y el negro- se cómo he de hacer perfectamen-te mi trabajo, sé hacer

que estas estúpidas ovejas no sean tan... asquerosamente libres. Así que no nece-sito ninguna ayudita de ese capullo “eternamente misericorde”-dijo, con tono burlón.

-No es para discutir contigo para lo que estoy aquí, siervo del Embaucador –

respondió, sin mirar a su interlocutor, el hombre de blanco-. He venido porque así lo ha querido Él, para que este mortal recapacite y no desprecie la vida y el don que Él le ha dado.

El artista empezaba a comprender, de algún modo, la situación. Supuso que, fuese o no producto del alcohol, esos dos estaban ahí para convencerle de que no se suicidara. Pero eso era absurdo: un ángel y un demonio que estaban de acuerdo en que él no se suicidara. No tenía sentido, es decir, en teoría deberían

–“deberían”, suponiendo que de vedad existieran- pelear por su alma, no por su vida.

-¡Eh!–interrumpió el artista al hombre de negro, que iba a responder al otro, iracundamente- ¿Por qué tratáis de evitar que me suicide?-preguntó- es

mi decisión, es lo que quiero hacer, no he pedido la opinión de nadie.

El emisario del Infierno se calló y se recostó sobre la cisterna, frunciendo el ceño como un niño al que no le han de-jado salir a jugar.

-Porque Él quiere que vivas, y que no desperdicies el gran Don que te ha con-cedido –respondió el Ángel.

-Porque tienes que vivir –interrumpió el de negro-. Debes vivir para satisfacer tu ira.

El artista soltó una carcajada histéri-ca, que retumbó en los azulejos, ante lo que los otros dos seres no respondieron con ningún gesto. El de negro siguió fumando, y se puso a mirarse las uñas, afiladas pero impecables. El de blanco seguía impasible, parecía no respirar ¿Acaso respiran los ángeles?

-A ver si lo he entendido-comenzó a razonar el artista-, ninguno de los dos quiere que tome mi vida, cada uno por un motivo –hizo una pausa-. Pero no queréis llevaros mi alma ninguno de los dos, ¿no es así?

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El Faro 14

A esto, el ángel se dispuso a hablar. -A quien concierna tu alma, mortal,

no es algo que te corresponda a ti saber. Simplemente has de conocer lo valioso que es que tu vivas, y que te consagres a la propia vida y a Él.

-Bah, el chaval quiere una explica-ción de verdad –empezó el hombre de negro-. Mira, tu alma sólo tiene valor en vida. Después llega la tía muerte, que la desintegra por completo ¿Sabes?. Es decir, que no existe ser en el Universo tan poderoso como para no pasar por su consulta alguna vez.

Ahora si que se había quedado sin palabras. El Ángel miró al otro ser, con un gesto de desaprobación tremendo. Sus ojos azules parecían brillar como el acero.

-Oh, insensato demonio, que hablas sin medir tus palabras. ¿Eres acaso consciente de lo que significa revelar esta clase de verdades a un mortal?-su tono era sin duda furioso, pero a la vez calmado-¿Sabes lo valioso que es guar-dar estos secretos de los humanos?

El artista se sentó en el suelo, apo-yando la cabeza en el lavabo.

-Mirad, si a vosotros sólo os sirve mi alma mientras proporcione fe y eso a Dios, e ira y cosas malas al Dia-blo...¿qué más os dará que me suicide?-preguntó, intentando sonar coherente-¿qué importancia posee una sola vida?

Los dos seres se miraron. La respues-ta les parecía obvia. Una obviedad, claro está, por encima de lo humano.

-Importa porque cada uno de voso-tros, estúpidos, contáis –dijo el emisario del Infier-no-. Y más cuando se os ha concedido un Don.

-Exacto –dijo el Ángel-. Todos contáis, porque to-dos sois únicos. Cada uno ama y odia de una manera. Pero todos los odios van al Infierno y todo el amor va al Cielo. Pero aquellos que

poseéis un Don especial estáis tocados por la gracia divina.

-¿Os referís a la pintura?- interrogó el artista- Lleváosla. No me sirve ya ¡Ya no la quiero, está maldita! -gritó.

-No alcanzas a comprenderlo, mortal –dijo el Ángel-. Tu Don has de consa-grarlo a Él y al amor puro. No a la de-sesperación. Por eso lo ves ahora como algo maldito, porque lo has consagrado a un amor de mortal. Ser humano es ser efímero, y la misma regla se aplica a vuestras pasiones.

-Eso, encima de que le ha dejado su chica, restriégaselo –dijo, burlón, el de negro-. Alimenta su ira, a mi me viene genial –sonrió, maliciosamente-. Ser humano es un asco, muchacho. No estás ni condenado y pasándolo en grande como yo, ni viviendo en Su jodido palacio de

plata– el pronombre lo pronunció sarcás-ticamente señalando hacia arriba-. Sois efímeros, pero sois libres. Haced lo que os de la gana, el libre albedrío está en el contrato, y en grandes letras de molde. Claro, que el libre albedrío con normas...

Se hizo un silencio. De los incómo-dos. El hombre de negro volvió a apoyar la espalda en la cisterna, echando el humo por la nariz.

-Pero ahora que sé algo que es en principio tan secreto como la realidad del más allá –empezó- no podréis de-

jarme vivir de ninguna de las ma-neras, ¿no es así? Es decir, podría fastidiarle el final de la película al resto de los hombres.

-¿Crees que el Gran Hombre sería tan gilipollas? Ni lo sueñes, te tomarían por loco –bromeó el de negro.

-En caso de que recapacites –explicó el Ángel- y decidas no tomar tu vida, Él me concederá el

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El Faro 15

poder para borrar esa parte de tu memo-ria.

-¡Y una mierda, tú en mi cabeza no te metes! –gritó, furioso, el artista, aunque nada más callarse se dio cuenta de que su gesto de rebeldía resultaba de lo más estúpido ante un emisario del mismísimo Dios. Además, seguro que así sólo con-seguía dar un delicioso plato de ira al jefe del de negro. Se le agotaba la pa-ciencia-. Llevaros mi Don, lo podéis consagrar a quien queráis–les pidió-. Está maldito, aparta de mi a aquellos a quienes lo dedico-no se quitaba de la cabeza los adorables ojos de ella...- De-jadme en paz. Sólo quiero morir ¿tan difícil tiene que ser?

-Mortal, -intervino el hombre de ne-gro-piensa en las consecuencias. Dejar-ías de existir por completo, ¿no te gusta más la idea de coger esa cuchilla y rajar-le la cara a esa estúpida putita que te ha dejado tirado? ¡Zas!–hizo un gesto con la mano, como de blandir el aire-, y le rajas los ojos y las tetas. Joder, seguro que nadie vuelve a quererla ¿no?-parecía excitado por la simple idea, y su lengua se paseaba, lasciva, entre sus afilados dientes-¡Vamos, no me digas que no te pone la idea!

El artista, avergonzado de haberse sentido por un momento seducido por la idea, rompió a llorar. Notó los cálidos senderos que bajaban por sus mejillas y golpeaban en sus antebrazos, sobre las rodillas flexionadas. La quería tanto... sólo deseaba que todo fuera un mal sue-ño, y despertar, y que ella estuviera allí, y oler su pelo, y acariciar su espalda, y volver dedicarle cuadros y dibujar sus sonrisas y... En este desespera-do torbellino estaba cuando el hombre de blanco habló.

-No te dejes llevar por la ira. No pienses que tu Don está maldito, sólo conságralo a un fin mayor, incorruptible. Olvida el amor mar-chitado y busca otro mejor y más refinado.

-¿Insinúas que no la quería lo sufi-ciente? –se ofendió el Artista- ¿Qué mi

amor no era de calidad?-volvía a sentir la rabia pujando en sus tripas, así que paró, y respiró profundamente-. Yo, y solamente yo, tengo potestad sobre mi propia vida. Tú lo has dicho –dijo, seña-lando al hombre de negro-, los hombres somos libres, poseemos el libre albedrío ¡Obraré en consecuencia!-gritó, agitando la navaja que había olvidado por com-pleto -. Ya que he amado intensamente, y he fracasado, no quiero caer en el odio irracional contra aquella persona a la que tanto quiero todavía. Ya que no he de ser amado, elijo ser olvidado.

El espontáneo alegato pro-humano sorprendió a los dos emisarios. El de negro, con el cigarrillo fijo entre los labios; el otro, con su inmutable rictus de impasividad.

El de negro empezó a aplaudir, mien-tras se ponía de pié.

-Maravilloso-dijo-. Una actuación genial, ¿eh? Muy bien, cha-val, pues odia, odia intensa-mente aunque sea tu propia vida. Pero siente la ira, siéntela quemarte por dentro –dijo, con la cara cada vez más cerca de la del artista, al que el olor tan dulce estaba mareando-. ¡Ódiate a ti mismo por no haber sido capaz de conservarla!

El Ángel alzó la voz, y su resplandor se hizo más intenso.

-Para,-exclamó con una voz autoritaria- siervo del Engaña-dor. No obligues al hombre a tomar las decisiones equivoca-das. Debe decidir por él mismo. Debe decidir a quién consagrar su vida y su Don.

El hombre de negro se echó para atrás, caminando de espal-

das. -Muy bien,-dijo, alzando las manos

en gesto de inocencia. Sus ojos volvían a

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ser rojos, pero no tan intensos-. Haz lo que te venga en gana, chico.

El artista tomó aire, lenta y profun-damente, tres veces. La navaja parecía estar obteniendo un peso real en su ma-no. Empezaba a sentir calor, y a sudar. Las lágrimas de su cara estaban aún frescas, lo que le reconfortaba. Levantó la vista. Apoyó la mano vacía en el sue-lo, e, inclinándose hacia delante, dijo:

-Ni a uno ni a otro-empezó, de una manera calmada, carente de emoción, pero no de convicción-Elijo ser humano. Soy responsable de mi propia vida, utili-zo mi libertad, y no quiero vivir.

Y, abriendo la navaja, la apoyó con firmeza sobre su antebrazo izquierdo, y la deslizó. Después, repitió la misma operación sobre el derecho. Fueron unos segundos, apenas tres, los que duró la acción en sí. El rojo intenso comenzó a manar de sus muñecas en sendos ríos de vida. El característico olor metálico de la sangre no tardó en llegar a la nariz del artis-ta. Era un olor de orgullo, de la victoria del hombre sobre el bien y el mal. Era el olor de la autorrea-lización, de la experiencia y del final.

Los dos emisarios per-manecieron de pié viendo derramarse la sangre. El si-lencio resultaba casi obsceno, tremen-damente inapropiado. Lo único audible era la serena cadencia de la respiración del hombre, sentado en el suelo, recos-tado sobre el lavabo, con sendos surtido-res tendidos a los lados del tronco. El suelo comenzaba a encharcarse. La ropa

a empaparse. Su cuerpo a enfriarse. Sentía cómo cada latido era una oleada en las venas abiertas de sus brazos. La mente empezó a nublársele pasados unos minutos, así que pensó que debía decir algo, unas últimas palabras.

-El amor por alguien-susurró, cen-trando su mente con fervor en el recuer-do de la risa de ella... esa que hacía con todo su cuerpo- es lo único que justifica el arte-y, acto seguido, desapareció. Se había ido, aunque su cuerpo siguiera ahí. Su alma se partió con la muerte, se des-integró por completo, dejando atrás una fría y entumecida reliquia, que, no obs-tante, exhibía descaradamente una sonri-sa.

Los dos emisarios quedaron mirando el cuerpo, según iba adquiriendo un tono azulado. Observaban la extraña belleza formada por el hombre, lívido, sobre el perfecto fondo blanquecino de los azule-jos, que contrastaba intensamente con el lecho rojo. La fascinación por la belleza

, al fin y al cabo, es algo de lo que no escapan ni humanos, ni ángeles, ni demonios.

-Él –se li-mitó a decir el Ángel-les da la libertad. Ellos tienen derecho a utilizarla así. Pero Él tam-bién les da un

amor infinito, así que llora por la pérdi-da de cada uno de ellos. Sea, pues.

-Él-intervino el emisario del Infierno, con las manos en los bolsillos- les da libertad y venas finas, fáciles de cortar.

Y, acto seguido, se desvanecieron.

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Concurso de Literatura

El Faro 17

CAPÍTULO 1 Había ido a dar un paseo con sus

amigos en bici y se estaban despidiendo en su portal. Estaban cansados y man-chados de barro porque los últimos días había llovido bastante. Llevaban toda la tarde juntos, pero siempre queda algo que decir a última hora.

Un mes más y seremos libres- dijo Álvaro.

Sí tío, pero ¡qué mes! Examen hoy, mañana, pasado… En cuanto cumpla los 16 me pongo a trabajar y a vivir.

Jaime siempre esta-ba hablando de ganar dinero y dejar de estu-diar.

Pues como no te de-diques a repartir propa-ganda, no sé de qué vas a trabajar y me da que con eso no te va allegar para la moto. –Contestó Roberto que era más sensato o tal vez más comodón.

A Álvaro nunca le había gustado Emilio. Era el conserje de su portal y era uno de esos adultos que te hablan como si fueses un delincuente peligroso sim-plemente porque tiene 14 años, aunque no supiera nada de ti. Seguramente no le hacía ninguna gracia ver las bicicletas manchadas de barro en el portal. Era un hombre grande y moreno con la voz ronca que, Álvaro no sabía por qué, pero hacía juego con sus espe-sas cejas que casi se juntaban en el centro de la frente.

- ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué no os vais a casa y cogéis un libro?- Gruñó Emilio.

Un libro, eso era una de sus frases

favoritas aparte de “se lo diré a tus pa-dres”. Álvaro siempre que oía eso pen-saba “De acuerdo ¿por qué no me reco-miendas el último libro que leíste tú? No se podía imaginar a ese señor emo-cionándose al leer algo que no fuera el Marca.

- Yo os iba a enseñar a ser hombres de verdad y no niños malcriados.- Con-tinuaba con su charla el conserje.

Si Emilio era un hombre de verdad, ¿quién quería ser hombre?

Bueno tío, nos larga-mos- dijo Jaime.

Hasta mañana. Álvaro llamó al ascen-

sor deseando que Emilio se marchara, tenía que meter la bici en el ascen-sor porque no tenía traste-ro y siempre que le veía hacerlo protestaba.

El ascensor llegó y el conserje seguía mirándolo esperando que levantara la rueda delantera para decir-

le que estaba manchando el espejo y que más valía que sus padres lo metieran interno en un colegio antes de permitir que fuera con la bici manchando todo. Abrió la puerta sujetándola con un pie, levantó con las dos manos el manillar de la bici y justo en ese momento Emilio

gritó, la puerta se le escapó golpeándola con fuerzas en la cabeza y haciendo que la bici se le cayera encima.

CAPÍTULO 2 ¡Menudo golpe! Sentía

que la cabeza le daba vuel-tas. En realidad parecía que todo se movía a su alrede-

dor. El suelo se balanceaba de manera

DDiieeggoo LLeeaall

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Concurso de Literatura

El Faro 18

extraño. Pero lo peor era el olor. Se de-cidió a abrir los ojos. El olor procedía de un tipo de aspecto mugriento, con barba grasienta y dientes ennegrecidos. Vestía una ropa sucia de color indefinido y olía fatal. Era una mezcla de olor a pescado, a alcohol y sobre todo a sudor viejo, de días son pasar por la ducha. Se le revol-vió el estómago pero pudo preguntar.

¿Dónde está la bici?- Chaval, estás fatal. ¿De qué estás

hablando? Seguro que es la primera vez que pisas un barco. ¿No estarás loco, verdad? Los niños locos traen mala suerte en alta mar y este viaje ya tiene bastantes problemas. Acabarás nadando entre tiburones si no haces un esfuerzo y procura no decir tonterías delante de los otros hombres si quieres llegar al final del viaje.

Al ponerse de pie pudo ver una cu-bierta de madera abombada y las enor-mes velas hinchadas de un barco anti-guo, muy antiguo diría él. Apenas había espacio allí para todos esos hombres que parecía tener claro que era lo que tenían que hacer.

Él, en cambio, no tenía ni idea de cómo se podían limpiar esas tablas vie-jas e hinchadas que seguramente nunca habían estado limpias. Pero eso no era lo peor. Estaba soñando, eso estaba claro, pero ¿cómo podía despertar? Otro golpe en la cabeza no le parecía una buena idea, no estaba muy seguro de que los golpes en sueños no dolieran. Decidió que lo mejor sería dejar pasar el tiempo si hacerse notar mucho. Él era experto en pasar des-apercibido cuando hacía falta. Pondría su cara de “no estoy aquí” y tarde o temprano volvería a oír los gritos de su portero.

Pero los gritos que oyó fueron del marinero mugriento que le había habla-do antes.

El cocinero quiere que le ayudes. ¡El cocinero! …¿no se llamará John

Silver, verdad?- Una horrible idea se le estaba ocurriendo.

Claro que no, se llama Paco, y si no quieres que el capitán te mane azotar ¡obedece!

¡El capitán! … ¿Se llama Jack Spa-rrow?

¿Qué tonterías dices? Álvaro sonrío, por un mo-

mento, pensó en el libro que estaba leyendo para clase de inglés, La isla del tesoro, y era un alivio no tener que pelear con piratas, aunque fuera en sueños. Tampoco se trataba de

la peli que iba a sir a ver con sus amigos. ¿Dónde estaba?

Por cierto- continuó el marinero- el capitán se llama Cristóbal, Cristóbal Colón.

¡Vamos a América!- dije entusias-mado.

¿Qué es América? Nada de eso. Va-mos a la India a por sedas y especias. Al menos eso esperamos, porque este viaje se está alargando más de la cuenta.

Álvaro no se atrevió a preguntar más y fue en busca del cocinero. La verdad es que cocinar, lo que se dice cocinar, cocinaba poco. Más que nada mezclaba y repetía comi-das con bastante mal aspecto, pero que a los marineros parecía gustar mucho. Fiel a su primera idea, Álvaro dejó pasar el tiempo inten-tando no ponerse en el camino de nadie para no tener problemas. Lo más fácil era esconderse siempre detrás de Paco, el enorme cocine-ro, que solía estar de buen humor y no meterse mucho con él. Lo peor

de todo es que en los dominios de Paco, el olor era todavía más nauseabundo que en cubierta.

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Concurso de Literatura

El Faro 19

Fueron pasando los días y una idea empezó a obsesionarle, ¿cuántos días faltaban para que llegasen a América? Paco no tenía ni idea de la fecha en la que vivía, pero como el niño no paraba de preguntar, le dijo:

-El escribano debe saberlo. Pregúnta-le a él.

Le daba un poco de vergüenza, diri-girse a aquel señor tan estirado que pre-tendía ir mejor vestido que los marine-ros, pero desde luego no iba mucho más limpio. Un día se decidió.

-¿Qué día es hoy, dices? ¿Y para qué quieres saber tú eso?- le con-testó.

- Verá señor, en mi pueblo tienen la costumbre de rezar a una virgen que se apareció encima de un pilar el día 12 de octubre y me gustaría saber cuántos días faltan.

-¿Dónde esta tu pueblo, chaval? -En tierra de Aragón, señor. Se llama

Zaragoza. Esto era en realidad verdad, porque

Álvaro había nacido en Zaragoza. Lo echas de me-

nos, ¿verdad? No tenía ni idea de

cuanto echaba de menos su pueblo, su casa, su familia, sus amigos, los bollos de chocolate, los video-juegos, hasta los exá-menes.

Bien, si mis cálcu-los son correctos, faltan tres días para el 12 de octubre. Procura rezar a esa virgen tuya para que nos lleve a buen puerto y pronto.

Estoy seguro de que llegaremos, se-ñor- y tal vez no necesite rezar mucho, pensó.

Tres días, sólo tres días. Eso era fantástico. Fueron los tres días más lar-gos de su vida, o de su sueño, según se mire.

La última noche no pudo dormir. Es-taba todo el tiempo escuchando pelearse a los hombres que cada vez estaban más violentos y enfurecidos.

Cuando el sueño empezaba a vencer-le, ya estaba ama-neciendo. De pron-to una voz desga-rradora rompió el aire, el mar y sus pensamientos.

-¡TIERRAAAA!

CAPÍTULO 3 ¡Tierra!, hijo

tienes tierra en las zapatillas. ¿Cómo

vienes así al hospital a ver a tu herma-no?

¡No! Era la voz de su madre hablándole a su hermano. ¡Ahora no! ¿No podía haber esperado un poco más para despertarse? No iba a ver el nuevo mundo, ni a los indios sorprendidos al ver llegar a esos extraños hombres blan-

cos. No iba a ver cómo eran las costas vírge-nes de Amé-rica antes de que llegaran los europeos

arrasando todo. Aun-que… lo primero que iba a hacer

sería… - Mamá, tengo hambre. Quiero un

bollo de chocolate.

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Concurso de Literatura

El Faro 20

Hoy empieza todo para mí; no se por que razón la vida cambia de rumbo en el momento que se le antoja

Es difícil comenzar a explicar las causas de que hoy, a las 8:00 de la ma-ñana tuviera que empezar a vivir otra vida sin que nada ni nadie me diera una explicación de por que mi propio cuerpo se esta vengando por algún motivo de mi anterior vida.

Estoy pensando desde hace diez días en todo lo malo que pude hacer. Sexo, drogas, alcohol, se supone que es un lema, pero en rea-lidad es algo que casi todo el mundo de mi edad y sobre todo futuras gene-raciones lo consi-dera algo obsoleto. Parece que a ti esto nunca te pudiera pasar, que vas so-brado de todo y lo que te dicen tus padres es cosa de viejos, no es así y la realidad, es que la información la tienes hay, delante de tus narices están todas las respuestas, en la televisión, libros, revistas, documentales y ante todo en tus seres queridos... pero no lo ves.

Se me caen unas lagrimas al intentar pensar como voy a explicar a mis seres queridos todo lo que me ha pasado; “mis padres” se que ellos me van a perdonar todo lo que hice, aunque no se de que manera lo voy a contar.

Mi novia algo se temía, aunque ella ha estado muy dispuesta a contribuir en mi propia destrucción, me da pena que dentro de un tiempo cuando yo no éste, siga los mismos pasos que yo seguí y que todo le parezca un mal viaje y no

pueda volver al punto de partida porque sea demasiado tarde.

Que fue de ir al cine, de dar un paseo nervioso de la mano porque algún veci-no pueda verte. Que fue de pedir a tus padres permiso para poder ir o no de acampada, para salir el fin de semana con tus amigos. Ahora todo eso se hecha de menos, que rápido pasa todo, soy joven muy joven y parezco un abuelo, que me falta por

hacer, o mejor dicho me apetece hacer, tengo ilu-sión por algo o en realidad ya no tengo ganas de nada.

Que triste es pensar que has perdido tanto el tiempo en tu vida que ya no sabes en la edad en la que te mueves, que triste es pen-

sar que era otro número de la lista, que triste es pensar que ya estas aburrido de todo y que no importa si tienes razón o no, tampoco lo discutirías, solo te im-portas tu. Que triste...

Sigo bajo la absoluta penumbra de mi habitación, las agujas del reloj pasan lentas muy lentas, tan lentas, que la eter-nidad se vuelve un infinito del que no puedes salir.

Esperas que alguien se despierte en casa y pueda salir de esta tremenda locu-ra.

Que voy a decir, que puedo decir... que lo hice, si pero por que... porque querían probar cosas nuevas, muy oído, que lo hice porque mis amigos lo hacían, muy patético, que la culpa la tienen las

DDaavviidd MMoolliinnaa ddeell RReeyy

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Concurso de Literatura

El Faro 21

malas amistades, que pensaran las otras familias.

La verdad es que no se por que lo hice y todo el mundo te pide una justifi-cación perfecta, que tu sabes que no vas a poder dar, quizás si la encontraras te sentirías mas aliviado y ellos no se echarían la culpa de sus propios errores.

Como decía una canción “tranqui co-lega la sociedad es la culpable, que so-ciedad no hay mas que una y a ti te en-contré en la calle”

Comienzo a escuchar ruidos en la ca-sa, es como si hubieran abierto las per-sianas, como si a un pájaro le sacaran de su jaula. Por fin no estoy solo, ahora abro la puerta y comienzo a caminar como un zombi por el pasillo de mi casa, un pasillo muy oscuro y sombrío que se me hace largo muy largo. Por el murmullo de la cocina están todos, es domin-go desayunan, lo ten-go que contar, tengo

que armarme de valor, pero que duro resulta, todos descansados, felices en un soleado día de fiesta y el niñato oportu-no va a destrozar en décimas de segundo la vida de unos hombres que solo te han dado todo lo que han podido o sabido dar, en fin demasiado tarde para echarse atrás.

Horas mas tarde para mi familia ya no existe, ninguno sabe que es lo que ha hecho mal todos se culpan a si mismos, sin saber que el único culpable que hay en este caos soy yo. Descubren el tipo de hijo que tenían en realidad, un hijo que no se daba cuenta del mal que se hacia a

si mismo y a los suyos. No me siento feliz, pero aunque suene muy egoísta me siento muy aliviado, ya no me importa la vida de ellos, solo me importa, que la pelota se encuentra en otro tejado.

Yo estoy tranquilo, me queda poco, pero ese tiempo será para mi.