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BOLETÍN DE MONUMENTOS HISTÓRICOS | TERCERA ÉPOCA, NÚM. 9, ENERO-ABRIL 2007 16 | C omo parte de un estudio de factibilidad para la adecuación del Archivo Histórico de Notarías de la ciudad de México, el templo de monjas caci- cas de Corpus Christi fue intervenido arqueológicamente entre diciem- bre de 2003 y marzo de 2004, por el arqueólogo Octavio Rogelio Corona Paredes, investigador de la Dirección de Salvamento Arqueológico, y a quien agradecemos profundamente la autorización para emplear la información con que se elaboró el presente artículo. 1 La intervención arqueológica realizada en el antiguo templo de monjas cacicas per- mitió el registro y análisis de una muestra de 20 esqueletos primarios de ambos sexos con rangos de edad variable, desde los 12 meses hasta los 55 años, y un osario con- formado por 246 individuos, de los cuales el 98% era adulto y del sexo masculino. 2 Entre los restos mortuorios, destaca la recuperación del corazón del virrey Baltasar de Zúñiga, depositado en una urna de piedra en 1746. Esta investigación enfocó su análisis en el comportamiento de los entierros, en cuanto a su ubicación dentro del templo, con el fin de explicar algunos procesos cul- turales de las prácticas funerarias de los fieles del antiguo templo de Corpus Christi. Como se trata sólo de una muestra del total de entierros, se analizó la presencia de los registrados a la entrada del templo y en el presbiterio, esperando que los resultados del análisis arqueológico aporten mayor información acerca del comportamiento de enterramiento dentro del templo. Entierros en el templo de monjas cacicas de Corpus Christi de la ciudad de México ENRIQUE TOVAR ESQUIVEL* E ITZEL LANDA JUÁREZ** * Centro INAH Monterrey. ** Dirección de Salvamento Arqueológico, INAH. 1 Octavio Rogelio Corona Paredes et al., Informe final del rescate arqueológico en el ex templo de Corpus Christi, México, INAH-DSA, 2004. 2 Cifra que refiere cuerpos completos, pues además se estudiaron 528 cráneos; véase Itzel Landa Juárez, Informe técnico antropofísico del material proveniente de Corpus Christi, México, INAH-DSA, 2005, p. 5.

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BOLETÍN DE MONUMENTOS HISTÓRICOS | TERCERA ÉPOCA, NÚM. 9, ENERO-ABRIL 2007

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Como parte de un estudio de factibilidad para la adecuación del ArchivoHistórico de Notarías de la ciudad de México, el templo de monjas caci-cas de Corpus Christi fue intervenido arqueológicamente entre diciem-bre de 2003 y marzo de 2004, por el arqueólogo Octavio Rogelio CoronaParedes, investigador de la Dirección de Salvamento Arqueológico, y a

quien agradecemos profundamente la autorización para emplear la información conque se elaboró el presente artículo.1

La intervención arqueológica realizada en el antiguo templo de monjas cacicas per-mitió el registro y análisis de una muestra de 20 esqueletos primarios de ambos sexoscon rangos de edad variable, desde los 12 meses hasta los 55 años, y un osario con-formado por 246 individuos, de los cuales el 98% era adulto y del sexo masculino.2

Entre los restos mortuorios, destaca la recuperación del corazón del virrey Baltasar deZúñiga, depositado en una urna de piedra en 1746.

Esta investigación enfocó su análisis en el comportamiento de los entierros, encuanto a su ubicación dentro del templo, con el fin de explicar algunos procesos cul-turales de las prácticas funerarias de los fieles del antiguo templo de Corpus Christi.Como se trata sólo de una muestra del total de entierros, se analizó la presencia de losregistrados a la entrada del templo y en el presbiterio, esperando que los resultadosdel análisis arqueológico aporten mayor información acerca del comportamiento deenterramiento dentro del templo.

Entierros en el templo de monjas cacicas de Corpus Christide la ciudad de México

ENRIQUE TOVAR ESQUIVEL* E ITZEL LANDA JUÁREZ**

* Centro INAH Monterrey.** Dirección de Salvamento Arqueológico, INAH.1 Octavio Rogelio Corona Paredes et al., Informe final del rescate arqueológico en el ex templo de CorpusChristi, México, INAH-DSA, 2004.2 Cifra que refiere cuerpos completos, pues además se estudiaron 528 cráneos; véase Itzel Landa Juárez,Informe técnico antropofísico del material proveniente de Corpus Christi, México, INAH-DSA, 2005, p. 5.

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Fundación del templo y convento

El templo y convento para monjas cacicas de Cor-pus Christi fue fundado por religiosas franciscanasa petición del virrey don Baltasar de Zúñiga Guz-mán Sotomayor y Mendoza, Marqués de Valero(figura 1). Las religiosas fundadoras salieron detres conventos: dos de San Juan de la Penitencia,una de Santa Isabel y una de Santa Clara; todas es-pañolas. La obra material fue asignada al arqui-tecto Pedro de Arrieta, quien construyó templo yconvento

[…] justo enfrente a los portales de la Alameda enel barrio del mismo nombre, extramuros de la ciu-dad de México [...], debiendo las edificaciones con-cluirse en el lapso de ocho meses, según contratode fecha 8 de febrero de 1720.3

Las autorizaciones para la fundación espiri-tual tardaron, por lo que las monjas fundadorasse trasladaron al nuevo convento hasta el 13 dejulio de 1724. La iglesia fue dedicada por el arzo-bispo Lanciego y Eguilaz, celebrando su primeramisa el 16 de julio de ese año. La sacralizacióndel espacio se había establecido, y los rituales re-ligiosos que daban cabida al ciclo de la vida cris-tiana de los fieles y las monjas daban comienzo.4

Uno de los rituales religiosos que formaba par-te de esa vida colectiva era el relacionado con lamuerte. Éste comenzaba con el sacramento dela extremaunción, que “dispone y prepara el enfer-mo para entrar inmediatamente a la Gloria”.5 El

ritual posterior a la muerte del creyente estabaacompañado de ceremonias, preces y oraciones,

[…] las que sirven de utilidad al difunto, y de con-suelo a los vivos, por ser hechas y determinadas,dichas y cantadas por los ministros de Dios, queson sus sacerdotes, y de aquellas piadosas almasque acompañan al difunto.6

Con ello, se preparaba al alma para acceder ala Iglesia Triunfante en tanto que su cuerpo,esperando la resurrección al final de los tiem-pos, era depositado en una sepultura dentro deltemplo o en el Campo Santo cuando éste existía,

[…] porque así como los fieles vivieron unidos a laluz del Evangelio, estén unidos sus cadáveres enla muerte, unidas sus cenizas en el mismo lugar, odormitorio, pues todos han de despertar en el díade la resurrección.7

3 Arturo Rocha Cortés, “El convento de Corpus Christi deMéxico, para indias cacicas (1724)”, en Boletín de Monumen-tos Históricos, 3a. época, México, CNMH-INAH, 2004, p. 21.4 Rocha Cortés nos ofrece una excelente reseña de la histo-ria fundacional del convento en su artículo ya citado. Ibi-dem, pp. 17-39.5 La extremaunción permite “borrar los pecados veniales,quitar las heces de los mortales y vencer las ocurrencias va-rias, con las que insta el demonio. Para quitar el fomes pec-

cati, que es una desordenada prontitud e inclinación a lomalo que queda del pecado original y actual, y aquelladebilitación y flaqueza para obrar bien”, en Antonio Loberay Abio, El por qué de todas las ceremonias de la iglesia y susmisterios, Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1770, p. 512.6 Ibidem, p. 34.7 Ibidem, p. 39.

Figura 1. Portada del templo de Corpus Christi, ca. 1941. Fototeca de laCNMH-INAH.

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Para comprender en cierta medida los patro-nes de enterramiento llevados a cabo en el anti-guo templo, es necesario acercarnos al uso desus espacios en virtud de que la identificaciónfuncional específica nos permita definir, dentrode un espacio tan simbólico, quiénes podían serenterrados en la sala de entierro, la nave deltemplo, el presbiterio y el coro bajo.8 No constaen documentos de primera mano si hubo uncementerio en el templo y convento de CorpusChristi; sólo Marroquí manifiesta su existenciadiciendo que estaba frente al templo.9

Los espacios del templo

Cuando el arquitecto Pedro de Arrieta construyóel templo y convento de las monjas cacicas deCorpus Christi en 1720, lo erigió de pequeñas di-mensiones por ser pequeña la comunidad reli-giosa que lo ocuparía. En primera instancia, elconvento tendría de frente,

[…] por la parte que mira al Norte y corre deOriente a Poniente treinta varas [...]. Y por lo quemira al fondo de dicha fábrica que corre de nortea sur, ha de tener sesenta varas, y en ellas se hande incluir la iglesia y dicho convento repartido porsus partes.10

A inicios del siglo XX, sus límites eran “al Nor-te por la calle de Corpus Christi, llamada despuésAvenida Juárez; al Sur, por la calle de Tarasqui-llo; al Oriente, por casas particulares, y al Occi-dente por un callejón” (figura 2).11

La iglesia miraría al norte, se ingresaría a unpórtico “con su bóveda arista, que es el piso del co-ro alto”,12 y en sus extremos se levantarían dos ofi-cinas, una para locutorio y otra para portería. Le se-guía, de manera inmediata, la nave del templo y ensu fondo el presbiterio; a los extremos de éste seconstruiría la sacristía —al poniente— y el coro ba-jo —al oriente—, de la medida “y tamaño que tie-nen las de las Madres Capuchinas”.13 Al ser regidopor las normas de Santa Clara, es posible entenderla repetición del patrón arquitectónico de los corosbajo y alto, tan separados uno del otro, siendo unasolución arquitectónica propia de esta orden.

[...] las Capuchinas, tanto en España como en Amé-rica, siguieron un uso diferente en la colocación delos Coros. El Coro alto se conservó a los pies de lanave, frente al altar mayor, pero el Coro bajo secolocó siempre en el presbiterio, dando la reja yla cratícula al altar, de manera que ocupaba, con latribuna, todo el paño. Hay algunos casos parecidosen otras órdenes, pero son excepcionales.14

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8 Un trabajo que trata ampliamente este tema es el de Maríade los Ángeles Rodríguez Álvarez, Uso y costumbres funera-rias en la Nueva España, México, El Colegio de Michoa-cán/El Colegio Mexiquense, 2001.9 José María Marroquí, La ciudad de México, t. II, México,Jesús Medina editor, 1969, p. 199.10 Arturo Rocha Cortés, op. cit., p. 24.11 Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, México,Imprenta de Arturo García Cubas, 1904, p. 32.

12 Señalamiento del arquitecto Álvarez. Cfr. Arturo RochaCortés, op. cit., p. 34.13 Ibidem, p. 25.14 Francisco de la Maza, Arquitectura de los coros de monjasen México, México, UNAM, 1973, p. 45.

A.- Templo de Corpus Christi3.- Calle de Corpus Christi4.- Calle Nueva a Santa Ana10.- Calle de Tarasquillo11.- Callejón de Cuajomulco

Figura 2. Ubicación del templo y convento de Corpus Christi. Principios delsiglo XX.

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La obra rebasó las especificaciones del con-trato, situación que motivó dos reconocimientosen 1727 por los “excesos” del arquitecto Pedro deArrieta. Dichos reconocimientos los efectuaronlos arquitectos Joseph Manuel de la Mata y Hor-tigosa y Antonio Álvarez. Este último aportó undato muy relevante: las dimensiones del templo,“doce varas de ancho y veinticuatro de largo”,15

además de señalar la existencia de una sala deentierro, espacio aparentemente excepcional,pero común en los conventos de monjas capu-chinas. En este sentido, Álvarez también obser-vó que “la que hoy es reja o locutorio, era antesel entierro para las religiosas”16 (figura 3).

El templo sufriría, a lo largo de su existenciacomo tal, al menos una ampliación y una re-construcción, ambas ejecutadas en la primeramitad del siglo XVIII. La ampliación se efectuó el16 de junio de 1729.17

[Fecha en que se acordó] darle seis varas mas delargo a su pulido templo, y aunque se ha puestogran cuidado por los maestros, en el medio puntoque ha de recibir el coro, todavía se recela, el quequitada la pared, que le sirve de cimbra, haga no-table sentimiento la bóveda, pero es cierto, queconseguidas con felicidad estas obras, quedará consuficiente capacidad, hermosura y lucimiento.18

Marroquí refiere que las seis varas de largoque se aumentaron en 1729, fueron tomadas deun cementerio que tuvo la iglesia al frente.

Dicho se está que la iglesia de Corpus Christi en suprincipio no fue grande, y tenia delante un ce-menterio de seis varas de largo. El crecido númerode personas que la frecuentaban exigía su creci-miento, le facilitaron varios devotos que acudierona ello con limosnas; y así se le aumentó una bóve-da más en lo que era cementerio, obra que se eje-cutó el año 1729.19

Es muy probable que esto no fuese así, yaque la fachada que hoy conserva el templo deCorpus Christi es la misma que se levantó en1720 por Arrieta, y que los reconocimientos delos arquitectos de la Mata y Álvarez señalan en172720 que la extensión de las seis varas debiórealizarse en su extremo contrario, es decir, dellado del presbiterio. Los temores que tenían losmaestros de un posible resentimiento de la bóve-

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15 Arturo Rocha Cortés, op. cit., p. 34.16 Ibidem, p. 35.

17 La iglesia conservó las 12 varas de ancho (9.96 m), mien-tras que su largo aumentó a 30 varas (25.20 m).18 Juan Francisco Sahagún de Arévalo, Gacetas de México,vol. I, México, SEP, 1949, pp. 179-180.19 José María Marroquí, op. cit., p. 199.20 Arturo Rocha Cortés, op. cit., pp. 29 y 34.

Nota: Medidas en varas.

Figura 3. Reconstrucción del plano del templo y convento de Corpus Christien 1720.

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da al quitarle un muro que le servía de soporteeran fundados, pues a pesar de que procuraronno dañar la estructura de la misma, ésta se resin-tió, y en agosto de 1739

[...] se comenzó a derribar (por la ruina que aúnsiendo tan nueva amenazaba) la Iglesia del Mo-nasterio de Corpus Christi, y hallándose con lapobreza que demanda el Instituto de Francisca-nas Descalzas, y con grandes incomodidades, yestrecheses, en la pequeña que suple desde 26del pasado, se suplica y pide a la piedad acudacon sus socorros, para que a costa de ellos, se lefabrique al Divinismo capaz morada, y habita-ción decente.21

La solicitud de limosnas para la reconstruc-ción del convento e iglesia tuvo respuesta en losfieles del barrio, quienes lograron reunir lo sufi-ciente no sólo para su reconstrucción, sino tam-bién para la compra de solares atrás del conven-to, procurándole un gran jardín y “sacándole decimientos todo, menos la iglesia”.22 Así lo refiereel documento “Toma de hábito y profesiones des-de la fundación de este convento”:

Este año de cuarenta se echaron bóvedas a la igle-sia, cuyo techo era de madera. Se estrenó el díados de febrero (que es el de la Purificación deMaría Purísima) con Altar mayor nuevo. Se hizotambién en la enfermería y se le dio más capaci-dad a el convento.23

Una iglesia provisional suplió a la construidapor Arrieta, mientras ésta era reconstruida, “[…]el nuevo Templo, que siendo, como era desde elaño de 1724, de su primera dedicación, de techo

de madera, y hallándose muy maltratado, se fa-bricó de bóvedas a la dirección de su actual vica-rio”,24 que era fray Juan de Dios Ribera, “quiende resultas de una caída [...] murió el 27 de ju-nio de 1740, siendo este golpe de grave sentimien-to para las Religiosas, así por la notable falta queles hizo para dirigir el resto de la fábrica”.25 Laiglesia finalmente se dedicó en 1741.

En 1880, Rivera Cambas hizo una descrip-ción de Corpus Christi, señalando que el templotenía “de longitud setenta varas (de largo) ydoce de anchura”;26 se equivocó al aseverar queel templo tenía 70 varas de largo, pues ésa era laextensión total del conjunto conventual de nor-te a sur.

Espacios de vida y muerte

Se ha mencionado que al menos existieron cua-tro espacios donde eran enterrados fieles, sacer-dotes y monjas. Los espacios del templo estabandiseñados para cumplir con una doble función:servir como espacios de la práctica religiosa co-munal y como espacios mortuorios de los fieles.En estos espacios encontramos una coexistenciade la Iglesia triunfante y purgante con la Iglesiamilitante, donde los integrantes de esta últimano olvidan que un día “han de morir, y pidan alSeñor por los muertos”,27 pues así habrían depedir otros por ellos cuando fallecieren; quedabasembrada la esperanza de acceder a la Gloria yera alimentado el miedo ante la posibilidad deserles negada.

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21 Juan Francisco Sahagún de Arévalo, op. cit., vol. III, 1950,p. 195.22 José María Marroquí, op. cit., p. 204.23 Archivo del convento de Corpus Christi, Arturo RochaCortés, op. cit., n. 3, p. 18.

24 Juan Francisco Sahagún de Arévalo, op. cit., vol. III, 1950,p. 224.25 Idem.26 Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y mo-numental, t. I, México, Editorial del Valle de México, 1972,p. 240.27 Antonio Lobera y Abio, op. cit., p. 39.

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Hay normas instituidas para el empleo de loslugares de entierro dentro de los templos; sin em-bargo, cada comunidad establecía, de acuerdo consus reglas y necesidades, la distribución de sus es-pacios; de esta manera la exclusividad de áreas co-mo la sala de entierro, el coro bajo, el presbiterioy la nave del templo tenían sus grandes excepcio-nes. El destino último del cuerpo entraba en unacompleja red social donde la pertenencia a un gru-po (familia, gremio, hermandad, cofradía, terceraorden), las posibilidades económicas, las virtudesen vida, las disposiciones de las constituciones ylas solicitudes testamentarias, determinaban el lu-gar de enterramiento. A pesar de las amplias posi-bilidades de ser enterrados en cualquier área deltemplo, generalmente el sitio donde se llevaba acabo la inhumación estaba relacionado con elárea donde generalmente el fiel llevaba a cabo susactividades religiosas. En el caso de las monjas,los sitios donde eran sepultadas estaban más con-trolados por sus reglas, por lo que difícilmente po-drían encontrarse en otros espacios. En el caso delos sacerdotes o presbíteros, era privilegio su ente-rramiento en el presbiterio.

Las religiosas disponían de al menos dos es-pacios mortuorios definidos: la sala de entierro yel coro bajo. En Corpus Christi, la sala de entie-rro contó con dos lugares: el primer sitio desti-nado como sala de entierro, en 1720, estuvo enel muro oriente del templo, pero fue cambiadopor el locutorio en 1727, lo que indica que de re-gistrarse entierros en esa área, su datación osci-laría entre 1724 y 1727.28 La nueva sala de entie-rro se ubicó al sur de la iglesia.29 En ocasiones,las religiosas eran enterradas en una capilla ubi-cada en el jardín o huerto por enfermedad con-tagiosa o por petición personal.

Era el coro bajo el sitio por excelencia para elentierro de monjas, espacio simbólico de granimportancia para ellas, ahí morían al mundo re-cibiendo el velo blanco de su ingreso para rena-cer a una nueva vida dedica a Dios, ahí yacíansus cuerpos cuando el último suspiro las entre-gaba a su esposo. Las disposiciones del espacio yla calidad de los materiales del piso del coro bajode Corpus Christi se determinó en el contrato de1720, considerando la necesidad de removerlocon facilidad cuando se realizara el entierro deuna monja; se decidió constituirlo de “estarillaspara que queden formados sus sepulcros, echán-doles sus tapas de madera”.30 De forma análogase resolvió el piso de la nave del templo y delpresbiterio.

Para que el espacio arquitectónico cumplieracon la función de recibir los restos mortales delos fieles, el piso del templo fue construido contenayucas al centro y a “los dos lados envigados;y el presbiterio, con sus gradas de madera de ce-dro, aboceladas, envigado el piso”, así lo verificóel arquitecto de la Mata.31 En el caso del pres-biterio, existe la tradición de que únicamente lossacerdotes debían ser enterrados en ese lugarcon los pies en dirección a la entrada del templo,para que al momento de la resurrección queda-ran frente a los fieles. Sin embargo, también eranenterrados bienhechores del templo, párvulos yrara vez, mujeres. Cabe señalar que cuando al tem-plo de Corpus Christi le fueron añadidas las seisvaras para ampliarlo en 1729, el presbiterio sedesplazó al sur y es muy probable que el registrode entierros cercanos al altar haya sido del anti-guo presbiterio. Esta hipótesis podrá ser revisadacon el análisis de las evidencias arqueológicas,tentativamente lo consideramos una posibilidad.

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28 Se da la fecha de 1724 porque fue en ese año que las mon-jas ocuparon el convento.29 Arturo Rocha Cortés, op. cit., p. 36.

30 Ibidem, p. 25.31 Ibidem, p. 30.

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En cuanto a la nave del templo, su espaciomortuorio estaba destinado para los fieles. El lu-gar de enterramiento en este espacio tambiénestaba privilegiado, definido no sólo por loscostos de enterramiento a lo largo del templo(mientras más cercano al altar más caro), sinopor la pertenencia a los distintos grupos organi-zados dentro del templo como ya se mencionó.Se solicitaban espacios donde las hermandades,los gremios, las cofradías o terceras órdenes ren-dían culto a un santo en particular. Por otra par-te, la existencia de altares familiares otorgaba asus miembros un espacio frente a éste. Asimis-mo, otros solicitaban mediante acta testamenta-ria, ser enterrados en lugares modestos, comoen la entrada del templo, en el corredor centralde la nave y junto a la pila del agua bendita, paraque sus restos fueran pisados por la comunidadcomo un último acto de humildad. Bajo los argu-mentos anteriores, fueron interpretados losentierros registrados en Corpus Christi donde ladiversidad de género y la ubicación, aparente-mente irregular de los entierros, queda explica-da sin ser ésta la última palabra.

Ubicación de los entierros

Los entierros fueron registrados de la siguientemanera: a la entrada del templo se recuperaronlos restos óseos de un individuo del sexo femeni-no dentro de un ataúd, en el extremo izquierdodel mismo se recuperó un entierro múltiple in-fantil (seis párvulos) y uno aislado.32 En distin-tos puntos del presbiterio se registraron entierrosinfantiles (siete) y adultos primarios; de entreellos sobresale un individuo del sexo masculinoque tenía un grillete, otro que tenía sobre sí una

lápida con una inscripción y el registro de unadulto del sexo femenino, además de entierrossecundarios. Finalmente, “en la parte central dela construcción y próximo al altar se localizó elosario”.33 Cabe señalar que varios de los entie-rros conservaban restos de los ataúdes que loscubrieron (figura 4).

Entierros del pórtico. La humildad de unos...

El registro de entierros a la entrada de los tem-plos no es cosa extraña, consta en los docu-mentos testamentarios peticiones de este tipo,manifestando algunos el deseo de que sus res-tos fuesen hollados por la comunidad. Hay unahumildad disfrazada en esta petición, último

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32 Octavio Rogelio Corona Paredes, op. cit., pp. 30-34. 33 Itzel Landa Juárez, op. cit., p. 5.

Figura 4. Ubicación aproximada de los entierros analizados de CorpusChristi.

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acto de soberbia de algunos donde buscan des-tacar lo espiritual cuando lo material ya no sir-ve de nada. Se busca trascender aún en lamuerte, sin duda la humildad sincera de unosexistía y ambos sentidos se manifestaron en es-te templo.

El hallazgo de un féretro precisamente a laentrada del templo formó en su torno, una seriede especulaciones que lo llevaron a ser definidocomo una monja, difícilmente lo fue. Este esque-leto es un adulto del sexo femenino de 45 a 49años y una estatura de 1.46 m,34 se encontrabadentro de un ataúd con una recubierta de plomo,el ataúd es de madera y tiene remaches de plo-mo (figura 5). El cuerpo estaba boca arriba, ex-tendido y con los brazos cruzados sobre el pecho

(figura 6), seguramente debió sostener una pal-ma o un ramo floral, en cualquiera de los doscasos señalaba su pureza. La cabecera apuntabaal norte y los pies al sur.35 Las características delataúd de la difunta señalan un nivel social y eco-nómico por encima de los habitantes del barriode la Alameda.36 Los estudios realizados a esteesqueleto determinan que sufría de desnutri-ción, osteoporosis e insuficiencia venosa, que esuna deficiente circulación de la sangre y que

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34 Ibidem, p. 21.

35 En la cala B del cuadro 8 se encontró el ataúd de maderacubierto con una lámina de plomo; pertenece a un entierroadulto, su posición era en decúbito dorsal extendido ymedía 1.76 m de largo × 56 cm en la cabecera × 30 cm enlos pies, a una profundidad de –0.80 a 1.25 m en la cabeceray de –1.04 a –1.29 m en los pies; tenía forma trapezoidal.Octavio Rogelio Corona Paredes, op. cit., pp. 34-35.36 Se tiene el registro de otro ataúd recubierto de plomo parael ex convento de Santa Teresa la Antigua. Ángeles Rodrí-guez Álvarez, op. cit., p. 89.

Figura 5. Ataúd de madera. Foto de Haydeé López Hernández. Figura 6. Individuo del sexo femenino. Foto de Haydee López Hernández.

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bien pudo haberle provocado várices o úlcera va-ricosa.37

Las razones para descartar la posibilidad deque sea una monja y considerarla como unapersona perteneciente a la comunidad delbarrio es que, en primer lugar, se encontraba enun espacio que si bien era sagrado, no corres-pondía con el asignado a las religiosas, éstaseran enterradas dentro del convento, en la salade entierro, en alguna capilla interna o comoera acostumbrado, en el coro bajo y en el casode Corpus Christi, éste estaba a un lado del pres-biterio.

Por otra parte, cuando las mujeres ingresabanal convento renunciaban a los cosas mundanas,una de ellas era a la vanidad, por lo que se des-pojaban de sus joyas y vestidos que en el mundousaban, además de que se les cortaba el cabello,significando la renuncia de la belleza, aunquetambién tenía un fin práctico: el uso de la tocarequería de cabello corto por ser esta pieza unelemento que se ajustaba a la cabeza. El entierroque estamos refiriendo presentó restos de cabello

trenzado a la usanza de la época (figuras 7 y 8).Se comenzó a anudarlo a partir de la cien y ter-minaba en la parte posterior de la cabeza; aúnhoy día se usa.

De este entierro se recuperaron “fragmentosde la vestimenta del individuo, que al parecer co-rresponden a un vestido de coloración café oscu-ra, a la mortaja blanca sobre las extremidades infe-riores y a la toca en la cabeza, de la cual tambiénse recuperaron dos broches metálicos y un listónblanco con cruces azules pintadas alrededor delcuello”.38 Bien podría tratarse del hábito de lascapuchinas, ya que el de las religiosas de CorpusChristi era “café de tela burda, cordón franciscanoblanco, toca blanca, velo negro, cuyo largo es sólode tres cuartos, y sandalias”.39 También podría seruno de la Tercera Orden Franciscana, que era delmismo color, recuérdese que cualquier personapodía solicitar ser amortajado con el hábito de la

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37 Itzel Landa Juárez, op. cit., p. 21.

38 Octavio Rogelio Corona Paredes, op. cit., p. 33.39 María Concepción Amerlinck de Corsi, “Indumentaria yleyes de Reforma. Testimonios de un pintor costumbristadesconocido: Ramón Cueva”, en Manuel Ramos Medina(comp.), Historia de la Iglesia en el siglo XIX, México, Condu-mex, 1998, p. 312.

Figura 7. Lado izquierdo del cráneo con restos de cabello. Foto de HaydeéLópez Hernández.

Figura 8. Detalle del lado izquierdo del cráneo. Sobresale la presencia deuna trenza. Foto de Haydeé López Hernández.

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orden de su preferencia, solicitud que se asenta-ba en los testamentos.

En la entrada del templo se recuperaron sie-te entierros infantiles con una orientación gene-ral norte-sur, seis de ellos en el extremo derecho,interesante es destacar el registro de estos infan-tes en un área donde probablemente estuvo cer-cana la pila bautismal, sepultados en esa áreaacaso para significarse como seres pertenecien-tes a la religión no obstante su temprana muer-te, pues “se entra a la Iglesia por el Bautismo”,40

y eran estos infantiles cuerpos, recuerdo cons-tante del “peligro de muerte de las criaturas entodo tiempo”.41 No es común el registro de entie-rros infantiles en esta área, para otros templos sehan registrado regularmente en el presbiterio,que también los hubo en Corpus Christi.

Entierros en el presbiterio. Entre “angelitos” y justos

Ha sido costumbre mencionar que el espacio delpresbiterio estaba destinado únicamente paraentierro de los sacerdotes o religiosos, el ritualromano así lo señala al apuntar que no “se entie-rren personas seculares de cualquier clase, sexoo edad, en los presbiterios o cerca de los altares,asimismo previene que los sepulcros de lossacerdotes estén separados de los legos”.42 Sinembargo, son múltiples los ejemplos donde estadisposición no se cumplía y el templo de CorpusChristi no fue la excepción.

Fue precisamente el presbiterio receptáculode al menos un tercio de los entierros registra-dos del templo, tanto primarios como secunda-rios. En este sentido, los primarios tuvieron des-

de el principio un destino definido, no así lossecundarios, que debieron ocupar otro espacioen el templo y que al cabo de un tiempo, fueronexhumados para ser reacomodados en ese últi-mo sitio. Consideramos que por las característi-cas de estos últimos, el espacio al que fuerondestinados era uno de los osarios del templo. Enel caso de los entierros primarios, se registraronsiete infantes, cuatro de ellos designados comoentierro múltiple (figura 9, señalados por la fle-cha) y seis adultos.

El entierro de infantes era un evento signifi-cativo dentro del ritual mortuorio, era debatirseentre el inevitable dolor y la forzada alegría,pues el dolor provocado por la pérdida de unpárvulo debía ser reprimido por significar sutierna muerte una conversión inmediata en “an-

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40 Antonio Lobera y Abio, op. cit., p. 18.41 Ibidem, p. 19.42 Ángeles Rodríguez Álvarez, op. cit., pp. 66-67.

Figura 9. Nave del templo de Corpus Christi. Dibujo de Reynaldo AguilarNoria.

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gelito” en virtud de su inocencia. El espacio dondeeran sepultados solía ser el mismo que el destina-do a los sacerdotes, el presbiterio; principalmen-te por significarse su muerte tan temprana comosímbolo de pureza, aunque la presencia de entie-rros infantiles en el pórtico de la iglesia apunta aotras costumbres funerarias que devienen deuna concepción distinta sobre la muerte infantil.María de los Ángeles Rodríguez manifiesta quelos párvulos no tenían un sitio determinado paraser sepultados,43 aunque estaba regulado quedebían ser colocados en “sepultura distinta, y se-parados de las dispuestas para los adultos”.44

De los siete entierros infantiles, uno de ellospresentaba “restos de masa encefálica”;45 a 45 cmal norte de él, estaba el entierro múltiple infantilcompuesto por cuatro individuos en postura ana-tómica decúbito dorsal extendido (figura 10);46

entre el primer entierro mencionado y el murosur estaba otro infante incompleto, en tanto queel sexto se halló al oriente del presbiterio. Estosentierros eran primarios, es decir, su inhumaciónse realizó precisamente en ese lugar y no en otro.

Al poniente del presbiterio se registraron po-co más de 40 entierros secundarios, lo que bienpodría denominarse como un osario.47 Al orien-te del mismo destaca el registro de una lápida

grabada con la siguiente inscripción: “Joseph Pe-drassa, año de 1742”; bajo la lápida se hallaba unindividuo adulto.48 Inmediatamente al norte deél se encontraba el de otro adulto, sólo que ésteera secundario. Sobre Joseph Pedrassa nada seha encontrado hasta el momento en archivo quepueda aportar mayor información acerca de lasactividades de este personaje. Otros entierrosprimarios fueron registrados al oriente del pres-biterio; uno de ellos era un individuo de sexomasculino, de entre 30 y 35 años de edad; la par-ticularidad de este esqueleto es la presencia deun grillete en una de sus piernas: “Este indivi-duo se encontraba con un grillete alrededor deltercio inferior de la diáfisis de la tibia izquierda,éste tiene una medida de 5 cm de diámetro por2 cm de espesor”.49 Es difícil explicar su presen-cia en ese contexto.

Un corazón para Corpus Christi

Mención especial merece el hallazgo, por partedel arqueólogo Corona Paredes, del corazón delvirrey Valero. Enterrar un cuerpo no era sóloelegir un sitio para el descanso eterno; en oca-

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43 Ibidem, p. 94.44 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Edicto sobrepago de aranceles para el entierro de párvulos”, México, 15de marzo de 1774.45 “Al costado norte del muro y en el cuadro 11, se localizóuna cista funeraria que medía 1.38 por .82 m, hecha de la-drillo rojo de 0.7 por 0.14 por 0.28, que en su interior conte-nía una caja de madera cubierta con lámina de plomo, lacual estaba colapsada, que media 0.97 por 0.42 m, conte-niendo un entierro infantil primario en posición decúbitodorsal extendido, presentando restos de masa encefálica, es-tando a una profundidad de 1.08 m.” Octavio Rogelio Coro-na Paredes, op. cit., p. 40.46 Idem.47 El arqueólogo Octavio Rogelio Corona Paredes los dividióen Grupo 1 (15-20 individuos), Grupo 2 (15-20 individuos) yGrupo 3 (7 individuos). Ibidem, p. 39.

48 Ibidem, p. 41.49 Itzel Landa Juárez, op. cit., p. 13.

Figura 10. Entierro infantil múltiple en el presbiterio. Dibujo de ReynaldoAguilar Noria.

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siones, la entrega del cuerpo a un templo en es-pecífico era símbolo de afecto a la comunidadque lo integraba; ¿qué hacer cuando ese afectose compartía con varias comunidades?, dividirsus restos, principalmente el corazón, la lenguay los ojos. Los casos documentados incluyen areligiosos y virreyes; se tiene el del obispo dePuebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, queentregó su corazón al convento de Santa Mónica;del obispo de Puebla, Domingo Pantaleón Álva-rez de Abreu, quien pidió dividir su corazón encinco partes para igual número de iglesias; el delarzobispo Ildefonso Núñez de Haro y Peralta,que ordenó entregar su corazón a las capuchinasde Guadalupe, su lengua y entresijos al conven-to de Santa Teresa, y sus ojos al Colegio de Be-lén.50 Lo mismo hizo el doctor Carlos Bermúdezde Castro, en 1731, quien dejó a las monjas deSan Lorenzo su corazón.

Los obispos que querían prolongar su recuerdomás allá de la vida elegían como relicario per-petuo una parte de su ser, a los conventos de mon-jas: de esta forma manifestaban la preferencia dedevoción que en vida habían sentido por unadeterminada orden monástica.51

Otro caso, y es el que nos ocupa, fue el delvirrey Baltasar de Zúñiga, promotor de la funda-ción del convento de monjas indígenas. Antes demorir, en Madrid, solicitó que “su corazón fueseembalsamado y enterrado en la propia iglesiadel convento de Corpus Christi”.52 El corazón deBaltasar de Zúñiga fue trasladado a la NuevaEspaña en 1728, en una caja de piedra en cuyointerior se encontraba una caja de plata con elpreciado contenido, entregándose a la abadesa

madre María Gregoria de Jesús Nazareno, el 26de octubre, y en el

[…] año de 1747 [...] se colocó el Corazón de elseñor Valero, Patrón de este Convento, en la paredinmediata a la Cratícula: y se le puso la lápida conel año de 1728, que fue, en el que lo trajeron deMadrid a esta iglesia.53

Esto ocurrió el 20 de diciembre, día en que secelebraron sus honras, erigiéndosele “un Túmu-lo todo adornado de ingeniosos, y lucidos Hiero-glíficos, y poemas, alusivos a el Corazón”.54

La pequeña lápida con la leyenda “Año de1728” y el corazón del virrey Baltasar de Zúñigafueron recuperados durante el proceso de exca-vación, sólo que la caja de plata no fue encon-trada. Todo indica que hubo algún momento enque la pequeña lápida fue removida, ya que en elcostado nororiente de la lápida grabada (que yaha sido mencionada) se encontró una caja decantera gris, “construida de una sola pieza, conuna leyenda en latín, en la que se leía ‘Valero’,con medidas de 34.5 × 0.40 × 0.60 m a una pro-fundidad de –0.55”.55 Continuando con los traba-jos de investigación, el arqueólogo Corona recu-peró el resto de la urna:

Sobre la pared diagonal al sur-oriente, se observóprimeramente una pequeña lápida de 0.24 × 0.41m, que servía como tapa a una profundidad de–0.24 a –0.49 m aproximadamente, en la cual seleía “Año de 1728”, se procedió a retirarla y lasmedidas de este elemento coinciden perfecta-mente para ser la tapa de la caja de cantera que selocalizó en el costado oriente-norte de la lápida.Una vez retirada la tapa se encontró un pequeñonicho que medía 20.5 cm × 0.29 m en la entrada y0.30 m hacia el fondo; donde se hacía más estre-

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50 Ángeles Rodríguez Álvarez, op. cit., pp. 116-117.51 Alicia Bazarte Martínez et al., El convento jerónimo de SanLorenzo (1598-1867), México, IPN, 2001, p. 219.52 Arturo Rocha Cortés, op. cit., p. 23.

53 Ibidem, n. 17.54 Juan Francisco Sahagún de Arévalo, op. cit., p. 144.55 Octavio Rogelio Corona Paredes, op. cit., p. 43.

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56 Ibidem, p. 44.

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cho tenia forma de arco, al interior se localizó unaurna de plomo con forma semi-triangular quemedía en la tapa 0.12 × 0.22 m y en el cuerpo 0.7× 0.19 m.56

La urna de plata fue sustituida por una deplomo; ¿acaso las religiosas, temiendo una profa-nación por la caja de plata, decidieron sustituir-la por una de plomo tiempo después? La caja depiedra es más grande que el espacio de la urna;tal vez se decidió “enterrar” la caja de piedra enel presbiterio y dejar la tapa sobre el muro, aun-que eso no explica la sustitución de la urna deplata por una de plomo. Lo cierto, es la presen-cia del corazón de un hombre que buscó dejarlodonde había depositado toda su estimación.

El osario. Un destino común

Después de considerar lo simbólico de los espa-cios de enterramiento y los deseos de quienesmorían para ser enterrados, el osario parecieraterminar con tales significaciones, ya que des-pués de un tiempo determinado, los restos mor-tales eran exhumados para reutilizar las fosas envirtud de la demanda de espacios a lo largo de laexistencia del templo; las osamentas eran trasla-dadas a un osario común. No obstante, conside-ramos que más que perder su calidad simbólica,ésta se resignificaba, ya que el osario estaba ubi-

cado en el presbiterio, aunque también se regis-tró otro al centro del templo, muy cercano alpresbiterio.

El estudio por parte de la antropología físicaaportó información acerca del tratamiento de loshuesos al ser exhumados de su lugar de origen;éstos no eran sólo trasladados y vueltos a enterrar,sino que pasaban por un proceso de limpieza queimplicó la exposición al fuego, huellas de corte yexfoliación, además de la presencia de desholla-miento y desarticulación en algunos individuos,lo que indica que muchos de los cuerpos todavíatenían piel adherida al cuerpo. La integración delosario no indicó una división de género ni edad;se registraron adultos de ambos sexos e infantes.Algunos resultados que arrojó el estudio de losmismos, apunta a una población que tenía unaligera anemia tipo ferropénica; debido a la caren-cia de hierro su altura promedio era de 1.60 m.Considerando los índices poscraneales, se obtuvoque, en general, no fueron sometidos a una acti-vidad física constante o que requiriera de un granesfuerzo y gasto de energía (como cargar cosaspesadas o caminar largos trayectos). La pequeñamuestra de entierros analizados en el presente ar-tículo ha pretendido acercarnos a una dinámicasocial donde las necesidades del espacio mortuo-rio se impusieron a las reglas y costumbres, sien-do primordial el ser sepultado dentro del templosin considerar que al fin y al cabo todos termina-rían por tener un destino común.