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1 DERRIBA TUS MUROS ¡Por fin ha caído el muro! Y por toda la espina dorsal de Europa ha corrido un estallido de alegría: las personas que lo cruzaban traían en los ojos el gozo, se abrazaban con quienes estaban esperándoles; brindaban con champaña; agitaban banderas y entonaban canciones de libertad; las lágrimas de entusiasmo llenaban los ojos de muchos; era como una borrachera de libertad. Sí, al fin había caído el muro de la vergüenza, la cicatriz que cruzaba el rostro de Europa, el signo visible de una guerra fría que no quería terminar nunca, el telón de acero plantado ahí, como una zanja que nadie saltaría nunca. Y ha caído. Lo hemos visto desmoronarse como un azucarillo en el agua, venirse abajo a martillazos, a golpes de amor y de esperanza. Parecía que eso no llegaría nunca. Pero ahora que ha caído, lo que resulta incomprensible es que haya podido durar tanto. ¡Y cuánto dolor –ahora lo descubrimos del todo- ha vivido a la sombra de este muro! ¡Cuántas separaciones inútiles e innecesarias! ¡Cuánta desesperación! ¡Cuánto odio artificial! Ahora, cuando tantas manos separadas pueden unirse, entendemos que todo muro es infecundidad, esterilidad, pura destrucción. Un muro es una pérdida de ladrillo, de alma, de todo. El muro sería “lo que no sirve para nada” si desgraciadamente no sirviera para multiplicar el odio. Pero ahora que el muro de Berlín ha caído y ahora que todos nos alegramos de ello, ¿no habrá llegado la hora de que cada uno de nosotros se pregunte por sus propios muros, por los que todos hemos ido levantando en nuestro corazón con el paso de los años y, no permiten la formación de nuestro carácter? Porque la verdad es que, entre los hombres, y dentro de cada hombre, hay todo un laberinto de alambradas, de muros, de corralillos en los que nos encerramos o enclaustramos a quienes no amamos. Y sería terrible que nos alegrásemos de la caída del muro del Berlín y no supiéramos ver los muchos que tenemos en el alma. Hay muros en la vida política. Muros que van desde el disparo que siega vidas humanas de supuestos “enemigos”, hasta los insultos que germinan como hongos en todas las campañas electorales. Que haya discrepantes, es normal. Que existan adversarios ideológicos, parece inevitable. Que los discrepantes y adversarios se conviertan en enemigos ya es otro cantar. Y que las armas sean el muro, la zancadilla, la mentira, cuando no la sangre, eso ya es un telón de acero intolerable para seres humanos.

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DERRIBA TUS MUROS

¡Por fin ha caído el muro! Y por toda la espina dorsal de Europa ha corrido un estallido de alegría: las personas que lo cruzaban traían en los ojos el gozo, se abrazaban con quienes estaban esperándoles; brindaban con champaña; agitaban banderas y entonaban canciones de libertad; las lágrimas de entusiasmo llenaban los ojos de muchos; era como una borrachera de libertad. Sí, al fin había caído el muro de la vergüenza, la cicatriz que cruzaba el rostro de Europa, el signo visible de una guerra fría que no quería terminar nunca, el telón de acero plantado ahí, como una zanja que nadie saltaría nunca. Y ha caído. Lo hemos visto desmoronarse como un azucarillo en el agua, venirse abajo a martillazos, a golpes de amor y de esperanza. Parecía que eso no llegaría nunca. Pero ahora que ha caído, lo que resulta incomprensible es que haya podido durar tanto.

¡Y cuánto dolor –ahora lo descubrimos del todo- ha vivido a la sombra de este muro! ¡Cuántas separaciones inútiles e innecesarias! ¡Cuánta desesperación! ¡Cuánto odio artificial! Ahora, cuando tantas manos separadas pueden unirse, entendemos que todo muro es infecundidad, esterilidad, pura destrucción.

Un muro es una pérdida de ladrillo, de alma, de todo. El muro sería “lo que no

sirve para nada” si desgraciadamente no sirviera para multiplicar el odio. Pero ahora que el muro de Berlín ha caído y ahora que todos nos alegramos

de ello, ¿no habrá llegado la hora de que cada uno de nosotros se pregunte por sus propios muros, por los que todos hemos ido levantando en nuestro corazón con el paso de los años y, no permiten la formación de nuestro carácter?

Porque la verdad es que, entre los hombres, y dentro de cada hombre, hay

todo un laberinto de alambradas, de muros, de corralillos en los que nos encerramos o enclaustramos a quienes no amamos. Y sería terrible que nos alegrásemos de la caída del muro del Berlín y no supiéramos ver los muchos que tenemos en el alma.

Hay muros en la vida política. Muros que van desde el disparo que siega vidas

humanas de supuestos “enemigos”, hasta los insultos que germinan como hongos en todas las campañas electorales. Que haya discrepantes, es normal. Que existan adversarios ideológicos, parece inevitable. Que los discrepantes y adversarios se conviertan en enemigos ya es otro cantar. Y que las armas sean el muro, la zancadilla, la mentira, cuando no la sangre, eso ya es un telón de acero intolerable para seres humanos.

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Y hay muros en la vida familiar; el hermano con el que no nos hablamos, el matrimonio que convive pero sólo se tolera, los hijos que escuchan a sus padres como quien oye llover; la falta de diálogo en los hogares; los viejos rencorcillos cuidadosamente alimentados en el corazón... ¿quién no posee uno o varios de estos muros interiores?.

Y los otros muros aún más interiores y que a tantos torturan: el miedo de los

tímidos y de los débiles de carácter, que se encapsulan dentro de su corazón porque no se atreven a abrirse a nadie de puro miedo a ser traicionados; el amargo enroscarse sobre sí mismos de los resentidos que, después de una herida, decidieron no volver a amar, abrirse a los demás, el muro tras el que se encierran y son encerrados los solitarios, los mal amados o los sin-amor.

Y los muros de la edad: esos viejos que han llegado a convencerse a sí

mismos –en parte por culpa de cuantos les rodean- de que ellos ya nada tienen que hacer en este mundo y se autofabrican su propio muro de lejanía, reduciéndose a alimentar sus recuerdos ya que no creen tener fuerzas para crear sueños. Y esos enfermos que olvidan que incluso una rama seca puede aún producir fuego y calor. Y el muro que los jóvenes se están construyendo también, creyéndose que su civilización es exclusiva, y que sólo ellos han entendido este mundo desde el principio de los siglos.

Y los muros sociales. Y los muros religiosos. Y los muros hasta en los

cementerios para separar allí a ricos y a pobres o a católicos y protestantes. Muros. Muros. Alambradas. Fosos. Vallas. Separaciones. El mundo es un verdadero laberinto de corazón.

¿Y usted no podría empezar por derribar los suyos? Reacciona, asómate hoy a

tú corazón. Escudríñalo. Pregúntate cuantos odios o cuantas sequedades levantan en él su telón de acero. Y, luego, derríbalo. Deja que tú alma prisionera en su egoísmo, resentimiento, etc.; salga para abrazar a todos los que te rodean. Y brinda con ellos con champaña. Porque han recuperado su libertad. Porque han caído todos los muros de Berlín, empezando por los que cada uno de nosotros lleva dentro.

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La persona se hace formando su carácter

Entre todas las maravillas de nuestro mundo, no hay ninguna que iguale a la persona. No existe una realidad más grande y más valiosa que el ser humano. Sin embargo, a veces el hombre desconoce o se olvida de su grandeza y de su sentido de trascendencia, y busca ser alguien distinto a él mismo.

Cuando una persona se conoce y se acepta como es, llega a un conocimiento

profundo de su ser que le ayuda a desarrollar sus potencialidades y a formar su carácter.

Pero, actualmente por las condiciones de vida que existen, el hombre se ha

convertido en un ser problemático. Para recuperar su verdadero valor y todas las características que encierra su condición humana, es necesario que recupere el conocimiento y el dominio de sí mismo, formando su carácter, es decir, su éthos, del gr. = carácter.

El término ética procede del gr. éthos, que significa morada, lugar donde se

habita como primera naturaleza y, posteriormente modo de ser o formación del carácter, como segunda naturaleza obtenida gracias a unos hábitos si buenos llamados virtudes; si malos, llamados vicios, los cuales surgen de la repetición de los actos.

Por tanto, el carácter es la manera de ser habitual de la persona que va

adquiriendo durante su vida, que le distingue de todos los demás y le da una personalidad moral propia. Es decir, es el quehacer que consiste en la forja o formación de buenos hábitos; pues, nacemos con una determinada naturaleza primera, pero vamos modificándola con nuestro actuar perfeccionador, y de este modo decimos que nos encontramos altos de moral o con un carácter firme y constituido, o que andamos con la moral por los suelos y bajos de moral y, como consecuencia faltos de carácter.

Por ello, para analizar a la persona, se debe partir de que está formada por un

cuerpo y un espíritu. En la parte corporal se incluyen las tendencias instintivas y el desarrollo orgánico que termina con la muerte.

La persona, para lograr su madurez humana y la configuración de su carácter,

tiene que desarrollarse no sólo en el aspecto físico, sino también en el plano afectivo, intelectual, espiritual, social y axiológico.

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Elementos que forman el carácter de la persona.

La persona humana, comparte el mundo con los seres materiales, por ejemplo, las rocas, pero el hombre es algo más que materia...

De igual manera comparte el mundo con las plantas, pero, estas sólo... nacen,

se nutren, crecen, se reproducen y mueren También lo comparte con el mundo animal, el cual... nace, se nutre, se

reproduce, crece, posee instintos para elegir lo que es útil y evitar lo que es nocivo, experimenta sensaciones (frío, hambre, dolor, placer), posee movimientos espontáneos e instintivos al trasladarse de un lugar a otro y muere.

Pero la persona es algo más... Posee una inteligencia que se manifiesta por tres operaciones mentales, que

son. a) El de captar ideas o conceptos. b) Relacionar estos, mediante juicios y, c) Obtener conclusiones, demostraciones o raciocinios.

Además, posee voluntad, libertad y capacidad de amar. También:

• Concibe verdades intelectuales. • Conoce cosas que no perciben los sentidos (deducir), lo verdadero, lo

bueno, lo justo y lo bello. • Sabe distinguir las causas y sus efectos. • Conoce el deber como fuerza de la voluntad. • Sabe distinguir lo bueno y lo malo de un acto. • Analiza, compara, juzga, deduce consecuencias, se da cuenta de las

cosas, sabe lo que hace y porque lo hace. • Descubre las leyes y fuerzas ocultas de la naturaleza y sabe utilizarlas para

invenciones maravillosas. • Por su capacidad de racionar inventa las ciencias, las artes, las industrias

progresan haciendo buen uso de ellas. • Sólo el hombre comunica lo que piensa, tiene la capacidad de poder elegir y

tiene conciencia de sí mismo. • Es capaz de aprender, comunicar y vivir valores con el propósito de dar un

sentido a su vida mediante la adquisición de buenos hábitos los cuales, habrán de formar su carácter y realizar satisfactoriamente su proyecto de vida.

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Rasgos del carácter ideal.

Debido a su naturaleza, el hombre se sirve de todos los seres de la creación y los puede ordenar de acuerdo a un fin, una misión; pero no debe nunca manipular ni explotar la naturaleza irracionalmente.

En esencia, lo que hace a la persona diferente a las plantas y los animales

es que cuenta con tres facultades superiores: la inteligencia, la voluntad, y la capacidad de amar = IVA las cuales, bien formadas desarrollan su carácter.

La inteligencia bien formada es clara, penetrante, ágil y capaz de tanta

amplitud como profundidad, así pues tiene como fin buscar la verdad a través de las capacidades de conocer y distinguir entre las percepciones que pasan por sus sentidos y las ideas que elabora la inteligencia.

La voluntad bien formada se convierte en una fuerza formidable en la

formación del carácter. Una voluntad enérgica firme, estricta y perseverante, puede llegar a contrarrestar sus malas tendencias e inclinarse definitivamente hacia la consecución del bien. Es decir, no basta un indolente o inútil quisiera; es preciso llegar a un enérgico quiero. Busca hacer el bien a través de comunicar y expresar valores como: la generosidad, la justicia, el autocontrol, la paciencia, la comprensión, el amor hacia los demás, etc., los cuales, hablan de nuestro carácter o modo de ser. Se le ha definido como “la fuerza del alma que quiere”. La persona se desarrolla y encuentra un sentido a su vida en la medida en que se esfuerza por educar su inteligencia, su voluntad y su capacidad de amar, ya que le permiten, además, tener la capacidad de autodeterminarse y elegir lo más conveniente para alcanzar el bien, es decir, tener libertad. Lo que va haciendo cada persona con su vida constituye su carácter o éthos. Al cabo lo que la persona llega a hacer se convierte en su logro o malogro y, esto es responsabilidad suya.

Con la voluntad bien formada se llega a la plena posesión de sí mismo y al

pleno cumplimiento del deber De este modo, la persona no elige un mal, por sí mismo, pues la voluntad no

está hecha para el mal. Todo lo que hace el hombre es con el deseo de conseguir un bien, la dificultad está en que siempre elegimos un bien, pero no siempre éste es correcto. De esta forma, la voluntad no actúa sola, quiere lo que la inteligencia le presenta. Ya que, nadie quiere lo que no conoce.

La capacidad de amar debe ser fina, delicada, serena, perfectamente

controlada por la razón y la propia voluntad para que se convierta en una fuerza que ayude a formar el carácter y se incline hacia la bondad y belleza de las cosas y sobre todo en las personas, ya que el hombre es un ser para los demás. Los sentimientos se pueden y deben orientar para decidir mejor y con madurez reflexiva.

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La capacidad de amar bien formada se refleja en la bondad del corazón, la cual se manifiesta principalmente en la afabilidad, virtud exquisita que hace a la persona sencilla, complaciente, servicial, comedido, conversa con agrado con todos, alaba sin adular o exaltar las buenas cualidades ajenas, tiene particular cuidado de no molestar a nadie, procede en todo con sumo tacto y delicadeza; por eso, todo el mundo le quiere y no se crea enemigos en ninguna parte; su bondad le hace generoso y desinteresado, es profundamente compasivo, tiene sentimiento de pena y lástima por la desgracia o por el sufrimiento ajeno, su tono de voz no es imperioso, autoritario, soberbio u orgulloso; no escatima su tiempo cuando se trata de ponerlo al servicio de los demás; es profundamente agradecido, no olvida jamás un servicio que se le prestó; es decir, no se cansa de hacer el bien. La bondad del corazón es una de las características más atrayentes de un carácter bien formado. Pues, el amor es el nombre de la persona.

Para desarrollar el proyecto de vida se educa y se crece en conocimientos y

en el ejercicio de su libertad con responsabilidad. En el proceso de convertirse en una persona madura, él encuentra un elemento de valoración que se conoce como conciencia.

Esta práctica lleva a la persona a la perfecta compostura en los modales y en

su conducta, ya que, las conductas asertivas son como el vestido moral de la persona que, manifiestan su exterior pero deja transparentar sin esfuerzo su carácter interior.

La persona se encuentra en libertad de manifestarse o mostrarse a través de

su vestido, de sus conversaciones, de su manera de pensar, decir y actuar, a través de sus buenos o malos hábitos, de la vulgaridad en las maneras, del abandono en la configuración de su personalidad, etc., los cuales ponen de manifiesto su dignidad o, su falta de carácter. Esto es, que, toda carencia en la formación de los buenos modales repercute o trasciende inmediatamente en el carácter de la persona o en su modus vivendi.

Si falla en la persona la rectitud de conciencia como cualidad inherente a él,

será imposible formar un buen carácter. Un hombre sin conciencia es un hombre sin honor. Actitud moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo, también, buena reputación adquirida por un mérito y por una virtud que se ve reflejada en las buenas acciones.

Y, sin el honor o respeto a sí mismo, todas las demás cualidades se vienen abajo. Por ello, la conciencia es un vigía experimentado y fiel que aprueba lo bueno y prohíbe lo malo. Es ante todo un testigo de nuestra vida moral. Del lat. Mos, moris = costumbre, es decir, se refiere a las normas que rigen el comportamiento de una persona o una sociedad.

Ejemplo: esto implica explicar por qué algunas cosas son correctas y otras no,

por qué está mal mentir, a decir por favor y gracias, a no interrumpir sin levantar la mano, a cubrirte la boca cuando toses, etc. Este tipo de razonamiento y actitud ayuda a los niños y jóvenes a formar su conciencia y desarrollar su carácter.

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El hombre de conciencia bien formada es sincero consigo mismo y con los demás, es leal; cumple su deber aun cuando nadie lo vigile, sabe guardar un secreto y jamás traiciona a nadie, dice y hace en cada caso lo que tiene que decir o hacer, sin importarle el qué dirán. Su honradez es intachable.

Así, la conciencia es un foco de valoración que descubre el bien y que aparta

del mal, gracias a ella, la persona adquiere confianza, forma su carácter y, da sentido a su vida haciendo juicios de valoración a fin de vivir y comunicar los valores

La persona: un ser que comunica lo que es por su carácter o modo de ser

y actuar. Además de la definición muy conocida de: “el hombre es un animal racional”,

existen otras que ayudan a entender mejor lo que es una persona de buen carácter.

Guilbert reduce a tres puntos fundamentales la ruda labor de la formación del

propio carácter:

• El conocimiento de sí mismo para saber lo que hay que corregir, encauzar, guiar y encaminar.

• Un proyecto de vida que de sentido a nuestra existencia y • El empleo de ciertos apoyos exteriores para sostener y dar buena

dirección a nuestros esfuerzos. Algunos pueden ser: las buenas lecturas, las buenas amistades, los buenos maestros, los buenos programas de televisión, el buen uso de la tecnología, la puesta en práctica de los valores adquiridos, etc.

La comunicación verbal La persona, por su naturaleza es un ser que se comunica. Su comunicación

puede ser verbal y escrita. A través de ella dice lo que siente, lo que piensa y, lo que es, aunque a veces, por estar enojada, alegre o fuera de control, puede decir algo que era preferible que callara o comunicara de otro modo.

La persona se muestra como es a través del diálogo con los demás. Platón, un

filósofo griego, decía que la verdad sólo se encuentra en el diálogo. Sin embargo, para poder mantener un diálogo fecundo hay que saber escuchar empáticamente, primero a nosotros mismos y después a los demás. Ya que, el contacto con los demás es una de las fuentes de información más importante para llegar a conocernos y mejorar. “Hablando se entiende la gente, pero escuchando se desarrolla y se crece en virtud”.

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Comunicación no verbal La riqueza del ser humano no se puede limitar a la comunicación verbal,

porque también posee elementos de expresión no verbal. La interioridad, los sentimientos, las ideas, los miedos, etc. se pueden expresar a través de nuestra actitud corporal. En ocasiones, es suficiente un gesto para poder entender el estado de ánimo de una persona, y de esa manera, contribuir a la formación de su carácter.

Es posible mentir con el lenguaje corporal, aunque no es tan fácil como con el

verbal. Sin embargo, lo que vuelve confusa la comunicación entre dos personas es cuando no hay congruencia entre lo que se piensa, lo que se dice al hablar y, lo que se expresa en los hechos, la incongruencia.

La persona, por naturaleza, es un ser que necesita participar a los demás sus

ideas, deseos y sentimientos; así mismo le interesa conocer la interioridad, las impresiones y las intenciones de los que le rodean. Sólo a través de la comunicación congruente el hombre puede manifestar su carácter para alcanzar la madurez, la felicidad y darle sentido a sus actos y a su vida. Porque la persona al comunicarse, trasciende los límites de su individualidad a través de su proyecto de vida.

La persona un ser para los demás La persona es un ser que necesita trascender a través de su proyecto de vida y

del sentido que tenga este, a fin de, superar la situación en la que se encuentra. Nadie puede estar sano o feliz sin abrirse a los demás. Esta condición que nace de la naturaleza humana es la que llevó al filósofo griego, Aristóteles, a decir que “el hombre es un ser social”.

La riqueza de la persona humana, sólo se adquiere y expresa a través de la

relación cordial y afectuosa con otros, es decir, somos seres para los demás. Esta realidad es la fuente de la auténtica solidaridad, del respeto, del amor, de la capacidad de sacrificio y comunicación que nace de un carácter bien formado. Nadie puede vivir exclusivamente para sí mismo. Este egoísmo es considerado una enfermedad y un vicio y, no lleva a la felicidad ni da sentido a la vida de la persona, es decir, deja de hacer el bien. Pero, para descubrir el valor y la dignidad de los demás, necesitamos descubrir el valor y la dignidad personal. La reflexión y el diálogo son los mejores métodos para crecer en este descubrimiento. Sin embargo, nadie puede hacerlo solo, porque necesita de los demás para conocerse y crecer como persona.

No es posible que un ser humano pueda vivir y desarrollarse en absoluto

aislamiento. Sin embargo, no es exclusivamente por las limitaciones físicas que la persona necesita a los demás, sino porque todo ser humano tiene necesidades de reconocimiento, de afecto, de seguridad, y de los valores que dan sentido a su existencia con el propósito de que formen su carácter. En fin, no hay quien pueda

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vivir una vida sana y desarrollarse sin el contacto y la comunicación frecuente con los demás.

Al encontrar el valor personal se descubre el valor de los demás Muchas veces estas necesidades de comunicación y de conocimiento se

manifiestan de forma equivocada. Por ejemplo, cuando alguien se “preocupa” demasiado por saber lo que le pasó a una persona, para luego ir a contarlo a los demás, si esta información la transmite en forma de “chisme” o “rumor” está propiciando una comunicación dañina.

Es necesario aprender a ser discretos, controlar estos impulsos naturales y

darles el cauce adecuado para el beneficio personal y de los demás. Ralph Waldo Emerson, un político inglés, dijo: “para descubrir a un gran hombre se necesita ser un gran hombre”. Es decir, enseña pensando que la verdad y la formación del carácter importan.

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La persona sujeto de valor.

¿Quién soy como persona?

Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación.

El sustancioso tratado de (1*) Juan Luis Ruiz de la Peña: Las nuevas

antropologías. Ed. Sal Terrae, Santander, 1983. Transcribe dos textos contradictorios sobre el hombre, uno optimista y otro pesimista, el primero de Mark Twain y el segundo de Michel Foucault:

Texto optimista. Espere 30 años y entonces mire usted a la tierra. Verá

maravillas sobre maravillas añadidas a aquellas cuyo nacimiento puede usted testificar y presenciará el formidable resultado: ¡El hombre alcanzando al fin casi su completa estatura! Y todavía creciendo, creciendo visiblemente mientras usted observa… Mark Twain.

Texto pesimista. A todos aquellos que quieren hablar aún del hombre, de su

reino o de su liberación…no se puede oponer otra cosa que una sonrisa filosófica…el hombre es una invención cuyá fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin. Michel Foucault.

¿Qué es el ser humano? Por tanto podemos definir a la persona de muchos

modos, precisamente porque la persona es un animal clasificador, un animal racional, un animal que ríe, un animal que se relaciona, un animal que tiene conciencia de sí mismo, bípedo implume, mamífero inteligente, simio locuaz, etc. Lo importante es que la persona tiene dignidad sin límite, y por ello la persona es la única norma normans, la única norma que puede dictar normas, el único que puede hacer que los alumnos y los hijos participen en generar esas reglas o normas, y, por ello, el ser más valioso que existe sobre la faz de la tierra; por eso nunca será tratado como medio, sino como fin, nunca reductible a objeto, nunca devaluable, nunca indigno.

La persona es precisamente aquello que no es una cosa; es la antítesis o lo

opuesto de una cosa. Su modo de existencia es justo el contrario del hallado en el modo de existencia de una cosa. Esto implica que, a diferencia de la cosa, la persona es aquella realidad que no puede ser tratada como objeto. Por tanto, la persona nunca puede ser utilizada ni tomada como eliminable o desechable si no sirve. Es decir, la cosa vale porque la persona le pone precio en cuanto que es

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medio para algo. La persona vale por sí, es digna, en cuanto que, es capaz de estructurar su propio carácter y de darle un sentido a su proyecto de vida.

Por otra parte, mientras que las cosas son de otro, la persona es aquel ser que

se pertenece a sí mismo; la persona es suya. A las cosas las dominamos, abarcamos y objetivamos. Con las persona convivimos, crecemos, nos identificamos, nos relacionamos y nos hacemos mutuamente.

Mientras que la cosa es pura exterioridad acabada, la persona es exterioridad e

interioridad inacabada por estar en constante desarrollo y crecimiento y, a diferencia de las cosas, que tienen componentes o partes, la persona tiene un conjunto de capacidades, habilidades, destrezas de acción o potencias que forman una unidad y un carácter. Esta unicidad constituye la base de la identidad de cada persona que lo hace ser él mismo.

Tales potencias o principios posibilitan un cambio y forman varios subsistemas:

corporal, intelectivo, afectivo y volitivo. Además, están aquellas características personales que son adquiridas: conocimientos, el carácter, etc.

La persona está llamada a ser autora de su vida, está inacabada porque

siempre puede dar de sí, ir a más y tender hacia su plenitud forjando su carácter. Pero para hacer su vida a de ir orientada por un sentido y por un proyecto de vida que le trascienda y le plenifique.

Aunque puede hacer su vida desde el sentido que descubre, no es

autosuficiente. La persona tiene que hacer su vida apoyada en los demás. En resumen, el hecho de que la persona tenga que realizar su propia

existencia, y pueda realizarla desde las capacidades que posee, desde sí misma, y que la persona se pertenezca a sí misma, permite que se le pueda aplicar de modo eminente lo que expresa el prefijo griego “autos”. La persona es por sí misma. Ella se articula en una serie de aspectos todos interrelacionados con la formación del carácter, estos son:

• Autoconciencia. La persona es capaz de tomar distancia respecto de la

realidad y distancia respecto de sí. Por tanto, se da cuenta de sí como siendo y actuando asertiva y responsablemente; se ve a sí como algo distinto a lo que se le hace presente. Es esto a lo que se le denomina inteligencia. La intelección es un darse cuenta de algo que está presente. En la intelección, “está” presente algo de lo que “estoy” dándome cuenta. Es decir, lo que se ha producido ha sido la reflexión, un acceder a la conciencia para descubrirse a sí, afirmarse a sí y poder tomar, de este modo, posesión y gobierno de sí mismo a fin de darle un sentido y una orientación a mi vida.

• Autoafirmación. Por tener conciencia de sí la persona se descubre como algo distinto de cualquier otra realidad, y se afirma a sí frente a toda otra

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realidad. Se descubre a sí misma como un yo único. A diferencia de las cosas, de las que podemos aventurarnos a decir qué son, la persona no es un qué, sino un quién.

• Autotrascendimiento. Por tener conciencia de sí, la persona puede rememorar el hecho de que fue de otra manera de lo que es, pero puede proyectar ser de otra forma distinta de lo que es optando por realizar su vida desde un horizonte de posibilidades que le dé sentido a su proyecto de vida.

• Autoposesión. Por tener conciencia de sí, la persona puede tomar las riendas de su propia vida. Que la persona se posea a sí misma hace también que su realidad personal sea única, irrepetible, singularísima. Por eso, ante la persona, no preguntamos “qué es” sino “quién es”. La persona es el ser con nombre propio. Así que no se le puede definir, sino llamar. El modo adecuado de referirnos a ella es por su nombre. Y nombrar a una persona es confirmarla en un ser personal. Además, por poseerse a sí, la persona es responsable de sí, de su propia existencia, pues puede ser quien quiera ser. Por último, que la persona se posea a sí misma significa que se pertenece a sí misma y nunca puede pertenecer a otro.

• Autodominio. La persona es suya. Pero no lo es de modo acabado: la persona es una tarea para sí misma a través de la formación de su carácter. De manera que este ser suyo debe ir actualizándolo, haciéndolo cada vez más pleno y más humano.

• Autonomía. Del gr. autónomos, y este de autos = propio, mismo y nómos = ley. Cada persona está llamada a hacer su propia vida, a construir libre y voluntariamente quién quiere llegar a ser. Lo que le es propio a la persona “es su independencia, libertad o autonomía existencial”. Pero puede hacerlo de acuerdo con su propia realidad, con lo valioso que descubre de sí, de modo libre y racional, o dejando que sean otros u otras instancias quienes impongan a la persona sus criterios y principios. En el primer caso, decimos que la persona es autónoma. En el segundo, heterónoma.

• Autoría. Del lat. Auctor = promotor de su carácter. El ser humano es autor de su vida porque tiene que elegir qué forma y qué sentido quiere dar a su vida. Para ello tiene que optar por determinadas acciones o por otras. Las decisiones que tome van a configurar su personalidad. La personalidad es la forma concreta o particular que en cada circunstancia de la vida va adoptando la persona y, va configurando un modo de ser denominado carácter. Así, ser persona “significa hallarse permanentemente confrontado con situaciones de las que cada una es, al mismo tiempo, don y tarea. La tarea de una situación consiste en realizar su sentido. Y lo que al mismo tiempo nos da es la posibilidad, mediante el desempeño de dicha

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tarea, de realizarnos a nosotros mismos y de ayudar a realizarse a los demás”. La persona está así llamada a hacerse cargo de sí, a ser responsable de sí misma, y a hacerse cargo de las circunstancia y de los circunstantes, desde el sentido que descubre.

• Referencia al otro (autoría alterotélica). Si bien la persona es un ser relativamente por sí y relativamente en sí, no es un “para sí”. La persona es un ser abierto y, desde su ser en sí, ese in, está orientada intencionalmente hacia otras personas, ese ad, es, esencialmente, relación, tiene una consistencia ontológica pero no está acabada ni clausurada, sino lanzada a realizarse desde unos valores que le plenifiquen y con las otras personas. Emmanuel Mounier ha dedicado especial atención a la determinación de los momentos de toda comunicación personal: salir de sí mismo, comprender la situación singular del otro, tomar sobre sí su destino individual, entregarse a él en gratitud y fidelidad. Por tanto, la autonomía de la persona no es absoluta, ya que constituye una autonomía heterónoma; es decir, ser persona es estar remitido o enviado a otros y para otros. Por otra parte, ser persona es depender de una voz anterior que dice su nombre, que le llama, que le ama y, así, le hace existir: “soy amado, luego existo”. Por esto, la persona es respuesta a una llamada.

La persona humana como valoradora de valores.

La persona humana aprende a valorarse cuando descubre que es un ser

individual. Es decir, que es un ser uno por sí, total y completo. Aprende a valorarse cuando descubre que tiene una naturaleza. Es decir, lo

que le identifica o muestra su esencia. Además, la naturaleza también debe entenderse como un principio de operaciones. Esto es, lo que se compone de substancia y accidentes y la que da lugar al concepto de persona. Es por lo que se dice que todas las cosas obran conforme a su naturaleza; es decir, obro humanamente debido a mi naturaleza, y no debido a mi persona, es decir, soy yo el que obra. Entonces:

• ¿Cómo debe obrar todo padre de familia si su naturaleza es humana? • ¿Cómo debe obrar todo maestro si su naturaleza es humana?

La persona humana aprende a valorarse en la medida en que se descubre

como un ser racional y que posee inteligencia, por lo que es valoradora de valores, es decir, que los lleva consigo, que es capaz de reconocerlos y apreciarlos como tales, y que, además los anhela porque desea comunicarlos, vivirlos y realizarlos en la estructuración de su carácter.

Por tender a los valores, se le comunica a la persona tanto el carácter de

valiosa como la dignidad que le corresponde y que la hace sujeto de derechos y obligaciones.

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La persona humana aprende a valorarse al descubrir que tiene dignidad y por lo mismo un carácter absoluto, es decir, que cada persona, no es una mera parte del universo, sino una totalidad, un todo de sentido; de manera que todo el universo tiene sentido gracias al hombre. El hombre tendría sentido aunque el universo no existiese; pero el universo no tendría sentido si el hombre no existiese. Por lo tanto, el universo es así antropocéntrico, no porque yo sea persona, sino porque el hombre posee una dignidad de la que carece todo el universo, lo cual engendra no sólo derechos, sino sobre todo deberes para conmigo mismo y hacia el universo.

Ejemplo: El deber de estar a la altura de la dignidad de ese hombre que soy

considerando al universo como medio por el que puedo alcanzar mi plenitud, pero no de una forma arbitraria, sino desde un íntegro y justo señorío sobre el universo mismo, siendo responsable de su cuidado respetuoso y del razonable aprovechamiento de sus recursos.

Kant, filósofo del s. XIX afirma que el hombre tiene la dignidad del fin; todo lo

demás es medio para él, pero él no puede ser medio de nada ni de nadie, porque tiene una individualidad inabordable, es decir, mi ser no ha de entrar en servicio pasivo de nadie, a menos que yo lo quiera. Por ello, pueden servirse de mi actividad como yo me sirvo de los otros, pero hasta ahí.

La existencia humana como proyecto de la formación del carácter. El fin de la persona humana. El hombre quiere, no porque sea interés suyo amar una cosa con

preferencia de otra, sino porque el amor es la esencia de su alma y no puede dejar de amar. Tolstoi

La persona se distingue de los animales sobre todo por ser dueño de sus

actos. El hombre realiza dos tipos de actividades: unas, comunes a los animales, como nacer, crecer, alimentarse, sentir, intuir, etc., que se denominan actos del hombre; y otras que le son propias y exclusivas como las intelectivas y volitivas, que se llaman actos humanos.

Como el objeto o punto de mira de la voluntad tiene como finalidad el bien,

todos los actos humanos se realizan por algún fin, bien real o aparente. El fin es lo primero que nos impulsa a obrar y el último en la obtención de ese bien, de donde el fin es causa tanto primera como final de nuestro obrar.

En la persona hay un fin último que produce la perfección humana completa. Si

no tuviera un fin último toda su vida sería una búsqueda inútil y frustrada, pues todos sus esfuerzos de perfección serían estériles o vanos. Así, no tendría sentido la consecución de bienes si no ayudan para obtener este último fin, que es la formación de su carácter y, por ende, la felicidad.

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La felicidad es la mejor tarea a la que puede aspirar la perona, porque pertenece a las óptimas potencias o facultades que son inteligencia y voluntad, y al supremo objeto, que es el sumo bien, es decir, el amor.

La rectitud de la voluntad es requisito para la forja del carácter y la felicidad,

puesto que no es otra cosa que el debido orden de la voluntad al fin último. Y ninguna criatura puede lograr la forja del carácter y la felicidad sin movimientos operativos. Así, los hombres han de conseguirla con múltiples operaciones meritorias que den sentido a su proyecto de vida.

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DIGNIDAD HUMANA

La dignidad humana se refiere al derecho que tienen todos los seres humanos de ser respetados y tratados como personas. De esta forma, todos los hombres y mujeres son sujetos y nunca objetos, porque tienen un valor en sí y por sí mismos.

La persona es un individuo de naturaleza racional, que se distingue sobre

todos los demás seres vivos por su interioridad y su carácter, formada por el conocimiento racional y el deseo de trascender.

Hay cuatro características propias de las personas de carácter que son: 1. La Persona es Inobjetable. La persona no puede ser tratada como objeto, no se puede usar, tirar o regalar.

No se le puede dominar absolutamente, ya que en ella existen derechos y obligaciones propios de su dignidad.

Cuando alguien trata de degradar a una persona, además de cometer un

grave error, porque nadie es lo que decidan los demás que sea, nunca logrará devaluar su naturaleza, aunque la haga sufrir con este acto.

Las relaciones del amor, de amistad, la comunicación auténtica, se da

únicamente entre sujetos, entre personas. Por lo mismo, sólo se puede establecer una relación personal cuando se respeta al otro. Entre las personas, el yo y el tú tienen la misma dignidad y la capacidad de formar un nosotros.

Desde el punto de vista de su naturaleza no existe una persona más valiosa

que otra, no importa si se habla de un niño en el vientre materno, de un anciano, de un reconocido deportista o artista, de una madre dedicada al hogar o de un empleado, trabajador, maestro, etc.

La estatura, los conocimientos, la posesión de bienes materiales, etc., no

varían en nada la realidad de la naturaleza humana que todos compartimos y que nos otorga la misma dignidad.

En cambio, las acciones, los pensamientos o el trato a los demás, sí distinguen

a las personas de carácter respecto de su conducta, pero no de su naturaleza. Por eso, no es posible cambiar la naturaleza humana y la dignidad de persona que todos tenemos, pero sí es factible modificar y mejorar las actitudes y conductas de los individuos formando su carácter.

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Nadie puede juzgar o clasificar a las personas por lo que son, pues todos somos iguales; pero sí es posible distinguir y juzgar las conductas que alguien lleva a cabo. Por ejemplo, un ladrón y un maestro ejemplar tienen la misma naturaleza y dignidad porque los dos son personas. Sin embargo, la conducta del ladrón y del maestro no son iguales, el primero debería ir a la cárcel, el segundo es un modelo de carácter digno de imitar; porque actúa de acuerdo a la naturaleza humana, a la dignidad de la persona y a la finalidad de la vida del hombre: el bien, que es la felicidad y perfección.

2. La Persona es Autónoma. La persona tiene la capacidad, el deber y el derecho de tomar sus decisiones

en plena libertad. La conciencia es la que guía en este proceso de decidir, apoyada en la inteligencia y la voluntad.

A pesar de esta autonomía, existe una ley natural a la que debe atender la

conciencia para actuar correctamente. Por la autonomía que la libertad le otorga a cada persona, sus decisiones son responsabilidad directa de ella. De igual manera, su conducta, cuando es escogida libremente, implica una responsabilidad y por eso se habla de personas que merecen un reconocimiento por su conducta valiosa en determinados momentos gracias a que, decidieron formar su carácter y darle un sentido a su vida.

Todos los seres humanos tienen una conciencia que orienta hacia el bien y

nadie puede imponerle a otra persona una manera de actuar contra su voluntad, sin atentar contra la dignidad de la persona.

Hay ocasiones, sin embargo, en que los hombres están sujetos a la autoridad

de un jefe al que deben obedecer. Quizá la orden recibida no sea del agrado de quien tiene que obedecerla, pero si ha aceptado subordinarse al jefe libremente y la orden no va en contra de los principios de la orden personal, existe el deber de cumplir con lo que se le pide.

La autoridad implica una gran responsabilidad y se debe ejercer siempre

como un servicio a los demás. Quien manda es el responsable de las conductas de quien obedece y nunca

podrá exigir algo que vaya en contra de la dignidad de la persona. Si lo hace, no se está obligado a obedecer. Pues, hacerlo no ayudará a reafirmar su carácter.

Por otra parte, cuando una persona está obligada por la fuerza, no actúa con

libertad y su conducta presenta atenuantes importantes que incluso la pueden hacer inocente de las faltas cometidas por la fuerte coacción externa.

Pero, salvo los casos excepcionales, todos tenemos responsabilidad sobre

aquello que hacemos en libertad. Por eso, es muy importante formar bien el

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carácter y la conciencia de toda persona de acuerdo a la Ley que nos da la objetividad para descubrir ese bien.

Quienes dejan en el olvido la conciencia pueden perder de vista el bien y

dicha ley, justificando con toda clase de razones subjetivas, acciones que van en contra de la dignidad humana.

3. La Persona Individual. Toda persona es única, irrepetible, insustituible y distinta. Aunque existan

dos gemelos idénticos, no son iguales porque cada uno es un individuo con sus características y valor personal propio.

El ser humano tiene la capacidad de ordenar y servirse del mundo para realizar

sus fines y metas. Sin embargo, no puede tomar cualquier decisión, ya que siempre debe actuar de acuerdo a la Ley antes mencionada.

El desarrollo y crecimiento de cada persona depende de la formación de su

carácter, de las decisiones que haga y de las circunstancias del mundo en el que vive. Si cada quien evolucionara conforme a su conciencia individual de acuerdo a la Ley Natural, todos actuaríamos conforme al bien.

Cuando descubrimos el valor de una persona en lo individual, ésta nos atrae y

pueden nacer las relaciones de compañerismo, de amistad, de noviazgo y hasta de matrimonio. El descubrimiento de la interioridad y del valor individual de una persona la hace exclusiva, insustituible e incomparable.

Nadie podrá tomar su lugar, a pesar de su falta de carácter, porque no hay

nadie como esa persona. Esta es una de las razones que dan fuerza al amor y a las relaciones, porque han descubierto el valor del otro en lo individual, por lo que no se le cambia por nada, ni si prefiere a nadie en su lugar.

Una relación amorosa madura se vive sin que nadie posea al otro, sino

que se respeta la dignidad de cada uno y se le ayuda a crecer y mejorar en todo momento, porque me interesa la consolidación de su carácter. Qué diferente son las relaciones en las que uno es sujeto y trata al otro como objeto, sin considerar el valor de la dignidad personal y el respeto que todos merecemos por ser personas.

4. La Persona es Trascendente. Por su trascendencia, la persona tiene la capacidad de transformar el

mundo. A diferencia de los animales, el ser humano modifica su entorno y lo llega a dominar. Sus acciones, como su vida, van más allá de las consideraciones materiales, del tiempo y del espacio. El mundo material no le satisface ni le basta para su desarrollo.

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El ser humano se sirve del mundo al explotar sus riquezas para llegar a los fines que él mismo se asigna. Por ejemplo, podemos usar ladrillos para construir una escuela.

En cambio, la persona nunca puede ser un medio, siempre debe ser el fin

de nuestras acciones. Nadie debe usar a los demás como si fueran objetos, porque actuaría en contra de la naturaleza y dignidad de la persona.

Sin embargo, en muchas ocasiones, se dan relaciones humanas en las que se

considera que las personas no tienen dignidad. Ejemplo entre padres e hijos: deja tus libros que al fin que ni aprendes y, te

me vas a buscar dinero a la calle. Ejemplo marido y mujer: mujer, vente a sentar aquí junto a mí –es que no

quiero. Ejemplo maestro alumno: te he explicado varias veces el ejercicio y, no

entiendes nada, eres un tonto… En todos los ejemplos anteriores, se describen problemas de tipo moral o de

falta de formación del carácter, ya que el hombre puede cometer actos considerados dignos que degradan o hacen sentir mal a la otra persona. Pero aún así, estos actos no afectan a la dignidad de la persona que actúa o recibe el maltrato, porque la dignidad de la persona es una y no puede modificarse.

Por esta razón, se trata de actos indignos y nunca de personas sin dignidad. Puede exigirse al ser humano, en cuanto individuo racional, que sus fines sean

buenos, porque la tendencia hacia el bien es contraria a la naturaleza racional de la persona. Así pues, nadie tiene derecho a servirse de una persona, a usar de ella como un medio, porque el hombre es siempre un fin en sí mismo.

Este es el principio personalista que da una visión integral del origen y el fin

de la persona: el amor. La única solución posible para no utilizar a la persona como instrumento es el

amor. Cuando una persona se da a los demás, no se pierde, sino que alcanza la plena realización de su carácter y de sí misma buscando el bien del ser amado.

En la relación personal es indispensable que los dos conozcan el fin mutuo,

que lo reconozcan como un bien y lo adopten, para crear así un vínculo de unión fraterno y respetuoso, en el bien que buscan como fin común. La fuerza de este vínculo está en la unidad desde el interior de las personas que las convierte en sujetos que buscan el mismo fin, liberándolas del problema sujeto-objeto.

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De esta forma, si en la relación maestro-alumno o cualesquier otra se establece el bien común al que ambos sirven, entonces el riesgo de maltratar a la otra persona disminuirá o desaparecerá. Porque el amor eliminará, poco a poco, la actitud utilitarista.

Asimismo, sólo el amor puede excluir la utilización de una persona por

otra, teniendo bien claro el fin de las relaciones y la ayuda mutua, donde la persona debe perseguir, consciente y responsablemente, el valor de la persona humana.

En toda su historia, el ser humano se ha encontrado con esta disyuntiva:

utilizar o amar. Actualmente, se está utilizando cada vez más a la persona y se le esta considerando como un medio. Esta tendencia ha llevado al hombre a buscar el “máximo placer”, haciendo del placer el fin y la persona el medio para encontrarlo.

Es obvio que el utilitarismo y la norma personalista son contradictorios; Porque

el valor de la persona siempre es considerado como superior al valor del placer. Si no se trata con amor a la persona se le está degradando hasta su destrucción.

Por tales motivos, enseña la regla de oro, usa un lenguaje basado en valores

que mejore e impulse comportamientos asertivos en las personas.

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LIBERTAD

El hombre de carácter hace buen uso de su libertad. Un tema muy importante, del que siempre se habla y se discute, es el de la

libertad. A todo ser humano le gusta ser y sentirse libre; pero en muchas ocasiones, se confunde el verdadero sentido del por qué y el para qué de la libertad y se cambia su vivencia, según las conveniencias y caprichos de cada persona.

¿Por qué el hombre es libre? Si se le pregunta a una persona por qué se compró esa ropa; por qué sembró

ese árbol o estudió cierta profesión; por qué se levanta tan tarde o se corta el pelo, siempre tendrá una razón para justificar cada uno de sus actos.

A esta capacidad del ser humano, por medio de la cual elige un bien con

preferencia de otros, se le conoce como Libertad. El hombre, gracias a su naturaleza, cuenta con las herramientas necesarias

para llevar a cabo el acto de elegir. Así, cada vez que elige y decide hace uso de su libertad.

La persona ejercita y cultiva su libertad cuando escoge entre varios caminos o

alternativas, se decide por uno y rechaza los demás. ¿Cómo es la capacidad de libertad que tiene el Ser Humano? De todos los seres vivos que existen en el mundo, el único que tiene la

libertad para desarrollar y formar su carácter y, ser mejor, es el hombre. Para lograrlo, cuenta con tres facultades superiores propias únicas del ser

humano: la inteligencia, la voluntad y la capacidad de amar. Para que una persona tome una decisión voluntariamente, es necesario que

conozca lo que él mismo quiere y le conviene; que reflexione sobre las ventajas y desventajas. Muchas veces, esa deliberación es automática; pero en otras ocasiones es necesario tomarse tiempo para pensar, decidir o incluso para buscar apoyo. Por ejemplo, escoger la ropa para ir a trabajar, no es tan importante como decidir con quién formar una familia, que profesión estudiar, qué sentido le va a dar a su vida, cuál será su proyecto de vida a seguir, etc.

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La inteligencia, cuyo fin es buscar la verdad, ayudará al hombre para que sus elecciones sean fundamentadas y ejerza con mayor éxito su libertad, dándole un sentido verdadero a su vida.

La Capacidad de Amar es también muy importante en el proceso de elección

y de la formación del carácter, ya que al optar el ser humano busca algo que le dé satisfacción, y le realice como persona.

Sin embargo, la presencia de la inteligencia, debe orientar y gobernar los

sentimientos, es de suma importancia para valorar racionalmente la opción adecuada y no actuar simplemente de manera sentimental.

De esta forma, una persona ejerce más plenamente su libertad cuando lo

que quiere está de acuerdo con lo que le conviene, le plenifica, le da sentido a su vida y perfecciona su carácter

La Voluntad es la facultad que cierra el proceso de la libertad, ya que le da a

la persona de carácter la fuerza para realizar el acto de elegir concretamente. Es la voluntad la que ejecuta la orden de adquirir o no ese bien que se pensó y se deseó. = La voluntad ejecuta la orden.

¿Cómo Funciona la Libertad? El objeto o acción que se elige voluntariamente es siempre un bien. La

voluntad se inclina preferentemente por lo que aprecia como el bien mayor, pero a veces la persona no elige correctamente.

Todo ser humano por el hecho de existir tiene un grado de bondad que atrae a

la voluntad. Por ejemplo, cuando una persona enferma tiene hambre y decide comer un platillo grasoso y picante; su decisión de comer por hambre es buena, pero su elección de comida no es adecuada, ya que esos alimentos pueden hacerle mal a su salud.

De igual forma, si decide estudiar una carrera para la que no tiene aptitud, elige

un bien que son los estudios, pero la opción tomada no es adecuada; porque a esa persona le costará mucho más trabajo estudiar que a sus demás compañeros e incluso puede llegar a frustrarse, a deformar su carácter y a alterar su proyecto de vida. Cuando se dice que se es libre para el bien o el mal, se está hablando de la libertad para decidir correctamente. El bien o el mal no se refieren al objeto o situación, sino a la manera de elegir, que es donde la persona se confunde muchas veces.

Libertinaje Cuando se dan elecciones en las que no hay un equilibrio entre las tres

facultades superiores, que son: inteligencia, voluntad y capacidad de amar, se da el libertinaje y por ende, se manifiesta un carácter débil e indeciso.

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Así, el libertinaje es el exceso desordenado de la libertad que no se ejerce

positivamente, ya que hay un predominio del aspecto pasional y un efecto desordenado del ánimo o de la razón, es decir, no se elige el camino correcto.

Por ejemplo, Juan está muy cansado y sus amigos lo invitan a irse de paseo

dos días a la playa, pero es lunes y tiene que estudiar. Sin embargo, no le importa y se va con ellos cuando debería de estar en la escuela. En este caso, su decisión es equivocada, el objeto de elección es bueno, pero el momento para divertirse es inadecuado. Juan está haciendo un uso desordenado de su libertad. Y por tanto no está optando por formar su carácter y darle una buena dirección a su vida.

Hay ocasiones en que las personas le dan a algunos valores un lugar superior

al que en realidad les corresponde. Para ellas, por ejemplo, el dinero, los negocios y la fama son lo más importante. Quien se decide por alguno de estos valores, esta escogiendo un bien, pero es posible que le otorgue más valor del que le corresponde.

Cuando hay una indecisión al elegir una opción y no se tiene claridad acerca

de los valores superiores y preferentes para el desarrollo del carácter y de la persona, hay que conocer cuidadosamente cada uno de ellos para darles el lugar que en realidad les corresponde. A esto se le llama: jerarquía de valores.

Toda persona debería tener muy clara su jerarquía de valores para saber si las

decisiones que toma están o no de acuerdo a sus intereses. Además, esto le permitirá saber cuáles son los valores que quiere alcanzar en su vida y le dan sentido a su proyecto de vida. Dependiendo de la edad de la persona, la jerarquía de valores cambia y va madurando conforme a su desarrollo personal.

Ejemplo: ¿qué es para ustedes lo más importante? Para que el ser humano llegue a tener un buen carácter y haga un buen

uso de su libertad debe: • Analizar si el valor de su elección es real o aparente. • Usar su inteligencia, su capacidad de amar y su voluntad

equilibradamente. • Elegir el camino correcto.

En la vida del hombre en sociedad, la libertad se manifiesta de cuatro

formas:

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• Libertad Física.

Es la libertad que tiene el ser humano para accionar su cuerpo, para moverse físicamente. Esta libertad sólo se pierde cuando alguien está impedido, es secuestrado, encarcelado o amarrado.

Una persona privada de su libertad física puede sentirse limitada, sin embargo, nadie puede quitarle su libertad interna, es decir, su manera de pensar, de querer de imaginar y darle sentido a su vida a través de un proyecto.

• Libertad Psíquica.

Es producto del alma humana y se refiere a la capacidad de autodeterminarse,

de decidir, de ser el arquitecto de su propia vida. Esta libertad tiene su raíz en el interior de la persona y, con ella, es dueña de sus actos. En la parte más íntima del hombre no hay manipulación, él usa todas sus facultades para decidir lo que quién quiere llegar a ser.

• Libertad Moral.

Sólo se logra cuando la persona se conduce y elige vivir conforme a la moral.

La moral Del lat. Mos, moris = costumbre, es decir, se refiere a las normas o conductas que rigen el comportamiento de una persona o una sociedad. Se refiere al comportamiento y a todos aquellos buenos hábitos que no cambian, que son siempre válidos para todos los tiempos y personas. Algunos de ellos son: el Bien, la Verdad, La Justicia, El Amor, el Orden, etc. Una persona con libertad moral es aquella que decide vivir sin resentimientos y ataduras, sin pasiones que la dominen, sin pesarle las obligaciones, ni las contrariedades…

La persona verdaderamente libre no se daña ni se destruye, va formando cada

día más su carácter como ser humano, basado en esfuerzo y constancia desarrolla sus capacidades con el fin de obtener el Bien.

• Libertad Legal o reglamentaria

No se tiene libertad legal para quitarle la vida a otro, para llegar tarde al trabajo

o para engañar a los demás. “Se puede, pero no se debe”. Por ejemplo, si Antonio decide prestarle $100 a Luis quien, se compromete a pagárselos en una semana, se puede decir que Luis no tiene libertad legal para quedarse con el dinero prestado. Con su libertad psíquica puede decidir que no se los va a pagar, pero su libertad legal está comprometida.

La libertad legal o reglamentaria es mucho más limitada que la psíquica. Por

ejemplo, Pedro tiene un auto muy potente, pero debe disminuir la velocidad al pasar frente a las escuelas. Es decir, debe limitar su libertad legal para no afectar los derechos de los demás, si no lo hace, puede ser multado por dañar la seguridad y derechos ajenos.

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Cuando se decide por qué y para qué se hacen las cosas, el resultado es una acción concreta que se ve reflejada en el sentido que habrá de tener nuestra vida. Por el hecho de elegir, el hombre es responsable de las consecuencias de sus actos. Todo acto irresponsable puede afectar a otras personas.

El Estado vigila y promueve el bien de la comunidad y sólo en este sentido

puede encausar la libertad de cada una de las personas, ya que, se pueden dañar y limitar los derechos de los demás al actuar mal. Por eso, actuar con responsabilidad evita dañar el orden establecido y el bien de los demás. El ser humano debe respetar siempre a sus semejantes, porque además de tener el mismo valor que ellos, los necesita para la convivencia y supervivencia humana.

Cuando una persona vive su libertad con responsabilidad, se dice que es una

persona de carácter y, además madura, porque está consciente de lo que decide, opta por el bien y asume las consecuencias de su decisión. La conciencia de los actos se va logrando al ejercitar la libertad con reflexión. Un niño puede tomar decisiones pequeñas, a su alcance de conciencia, e irá creciendo en responsabilidad junto con su libertad. Cada ser humano tiene que vivir responsablemente por sí mismo y por los que afecta, ya que no vive aislado ni puede ser totalmente independiente.

Grados de Madurez De La Libertad. La madurez se va adquiriendo con el tiempo, la reflexión, la experiencia, la

convivencia con los demás, la buena toma de las decisiones, etc. Es gradual y a mayor madurez mayor libertad un mejor carácter.

El primer grado de madurez es la conciencia que permite a la persona

decidirse por una alternativa. Ejemplo: antes de decidirme que carrera voy a estudiar, tengo que pensarlo

muy bien. El segundo, es cuando se vive de acuerdo a los principios y convicciones

personales porque son lo mejor para la vida y no porque están de moda. Este grado se logra al ser fiel a los principios personales y al decidir libre y voluntariamente a actuar con responsabilidad.

Ejemplo: vamos a tratar de robarle el examen al profesor… mejor estudiemos

para pasarlo por nuestro propio esfuerzo y dedicación. Por último, se debe buscar un comportamiento que refleje la congruencia

entre lo que se piensa y cómo se actúa, para evitar caer en una falsa libertad:

• “quiero y no lo hago” • “quiero, pero lo hago a mi modo”

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• “lo hago aunque no quiera, o no deba”.

Ejemplo: discúlpame Pedro, yo creí que fuiste tú quien me escondió la mochila.

Es importante considerar que existe el riesgo de cometer muchos errores a lo

largo de la vida, pero siempre se tiene la libertad para volver a intentar y corregir el mal temperamento a fin de formar un buen carácter que de sentido a nuestras acciones.