ensayo final
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Para efectos de este ensayo, se considerará la Modernidad como el período que comprende
y se desarrolla a lo largo del siglo XIX, durante el cual surge, de la mano de la
consolidación de la ciencia, la industria y la razón, una crisis en la verdad de la visión. En
este contexto, el archivo escópico aparece como una forma de denominar un modo de ver la
sociedad, un campo de visión construido socioculturalmente, que consiste esencialmente,
según Jonathan Crary, "en el modelo de la cámara oscura y la figura de un espectador
descorporalizado, fijo e inmóvil frente a la experiencia visual" (en Hernández-Navarro,
2009: 12).
Frente a esto, Martin Jay propone tres regímenes escópicos a saber: el perspectivismo
renacentista, el descriptivismo, y el barroquismo, en tanto locura de la visión. A
continuación, pasaremos a revisar cada uno de éstos regímenes, bajo la concepción del
escritor y crítico de arte, Miguel Ángel Hernández-Navarro.
El perspectivismo renacentista se configura como "un sistema de ordenación visual del
espacio radicalmente diferente al de otras épocas" (Panofsky, 1927 en Hernández-Navarro,
2009: 22), donde la perspectiva se sitúa a partir de un observador inmóvil y monocular, y
cuyo ojo estático es reducido a un punto de vista externo y eterno, el del ojo divino. El
espectador se distancia insuperablemente del objeto, y así sienta las bases para que, desde
esta perspectiva, organice y equilibre los elementos visuales, unificándolos y
disponiéndolos de tal forma de hacerlos fácilmente accesibles a la razón. Es por esto que se
asocia a la filosofía matemática de Descartes.
Por otro lado, el régimen del descriptivismo se basa en una mirada voyeurística, la que se
plantea como una mirada neutra donde se atiende a los detalles y a lo minucioso. Esta
mirada en ningún caso pretende ser explicativa, lo cual Alpers asocia a la tradición
científica de los Países Bajos (Hernández-Navarro, 2009: 25) sino netamente descriptiva, y
a su trabajo en los mapas. Es posible hacer una analogía con ciertas características de la
fotografía, tales como la fragmentariedad en cuanto al espacio que encierra la obra, así
como el enmarcado arbitrario.
Finalmente, el tercer régimen escópico de la Modernidad es el barroco, que según Wölfflin
(en Hernández-Navarro, 2009: 25) sería lo opuesto a lo clásico, la dicotomía entre lo
cerrado y lo abierto, la superficie y la profundidad, lo múltiple y lo unitario. Se constituye
desde el rechazo al espacio geometrizado y racional del perspectivismo cartesiano, desde la
contraposición entre el ojo inmóvil y el observador monocular, frente al movimiento y un
amplio conjunto de puntos de vista. Desde esta perspectiva se yergue un espacio
anamórfico que pasa a sustituir a la geometrización predominante. En este régimen, la
visión existe en, y con el propio espacio, el límite entre espacio del cuerpo del espectador y
el espacio de representación se diluye. Existe una tendencia a lo sublime, pues se intenta
presentar lo irrepresentable, provocando el malestar ante lo imposible, lo incompleto, lo
impreciso, indefinible e inexplicable.
En la instalación Fresh widow de Regina Silveira, es posible apreciar diferentes
características de los tres regímenes, desde diferentes aristas de éstos mismos. Del régimen
del perspectivismo renacentista, podemos considerar un acercamiento en tanto que el ojo
del espectador intenta centrarse, ordenar los elementos de la instalación a los que se
enfrenta, con el fin de percibirlos en su totalidad, cuyo logro se ve desestimado en cuanto la
instalación no pretende ni apunta a ser comprendida ni aprehendida de esta forma. Sin
embargo, en este intento de superar la geometría para pasar al caos y a las dicotomías en
constante diálogo, "se llega a la ironía también del propio recurso técnico: el uso de la
lógica geométrica para desgeometrizar la representación" (Montejo Navas, 2002).
Del régimen del descriptivismo, es difícil establecer analogías en cuanto que las principales
características de esta instalación apuntan, de hecho, a lo opuesto, a desmarcarse de lo
netamente expositivo y descriptivo pues la experiencia estética del sujeto está subordinada
a la exigencia de la misma instalación de un proceso mental más elevado, para su
comprensión. La instalación, de esta forma, no responde a un punto de vista
representacional exclusivo y objetivo, no existe como absoluto (Montenjo Navas, 2002:
52). Por cada desplazamiento de la mirada, hay un campo perceptivo nuevo, pues como
dice Regina Silveira: "el ojo suma perspectivas".
Si hay un atisbo de este régimen que pueda tomarse en consideración para analizar la
instalación de Regina Silveira, este tiene que ver únicamente con el uso de la cartografía de
las sombras en gran parte de su obra. Aunque finalmente, es esta misma cartografía de las
sombras la que deja en suspensión la objetualidad; Silveira, en su afán de deformar la
perspectiva para alterar las imágenes, nos hace dudar y sospechar de su objetualidad.
En el régimen del barroquismo es donde encontramos la mayor concordancia con la
instalación. En ésta encontramos la dicotomía sombra-luz, así como el carácter dialógico
entre estos dos elementos que permiten comprender la obra. Es capaz de decirnos lo
incompleto y lo impreciso desde su propia y compleja propuesta.
Pero las características que en efecto se corresponden con gran parte de la obra de Regina
Silveira, se encuentran esencialmente en el neobarroco. Sus principios se erigen desde
dicotomías dialógicas que permiten y facilitan la comprensión de esta obra en particular:
Fresh Widow. Desde el ritmo y la repetición, el límite y el exceso, el detalle y el fragmento,
desde el desorden y el caos, hasta la complejidad y la disipación, constituyen ideas
fundamentales para explicar esta obra que toda en sí es una anamorfosis tanto del espacio
como del objeto de la obra. Entenderé en este ensayo la anamorfosis como un dibujo o
imagen deformada que al ser mirada desde determinada perspectiva o ángulo recupera su
imagen real.
Existe ritmo y repetición en cuanto Silveira repite ciertas formas, incluso ciertas ideas de
formas, configurando lo que Calebrese denomina como irregularidad regularizada, en
tanto que ordena y organiza formas que aparentan caos. Estas formas, no obstante, se
encierran también entre cuatro paredes, enmarcando la instalación en un sistema cultural
acentrado (Calebrese, 1992: 93), donde la observación se organiza desde su forma
(contorno lineal) en cuanto periferia. La instalación, sin embargo, puede empujar al límite
del sistema, y terminar por desbordar la frontera, la que se expresaría en excesos.
Por otro lado, el objeto de conocimiento se configura a partir del corte con el que el sujeto
desenmarca y resalta ese objeto como una parte respecto del todo, con el que se pretende
"ver más" (Calebrese, 1992: 95) y que se encierra en la idea del detalle, mientras que el
fragmento implica un hallazgo espontáneo no intervenido por un sujeto u objeto y
respetando su forma inacabada e incompleta, idea que viene ya desde el barroco. Si
observamos la instalación vemos que estos aspectos difícilmente pueden ser aplicados en su
análisis: no es posible destacar una parte respecto del todo para llegar al detalle de la obra,
pues el detalle y lo minucioso sólo puede ser asimilado desde la completa totalidad que
ofrecen los distintos puntos de visión. De otro modo, la fragmentación implica aprehender
un objeto y su forma inacabada, lo que en la obra de Silveira se traduciría en observar y
comprender de forma parcial ciertos segmentos del total de manchas en la instalación, para
comprender la instalación en su totalidad.
En cuanto al desorden y el caos, éste no se concibe como algo negativo en las obras de
Silveira sino como parte de la esencia de éstas mismas: existe una desorganización de las
perspectivas con el fin de organizarlas en torno a otras.
Frente a la complejidad y la disipación, la instalación de Regina Silveira se puede
considerar como un todo disgregado, donde la complejidad se ve disminuida en cuanto el
todo se ha segmentado. De esta forma, dice Calabrese (1992), hay estructuras que a pesar
de que derrochan energía siguen siendo estructuras que producen orden y no entropía (o
desorden), asimismo, existió un todo que disgregado constituye la instalación de Silveira, y
cada segmento en sí constituye una estructura aparte capaz de ser una representación por sí
misma.
Finalmente, y un aspecto que sin duda engloba y abarca la esencia del neobarroco postulada
por Calabrese (1992: 99), es la idea del "no sé qué" que molesta e incomoda, que remite a
lo infinito, lo indefinido, es lo que (particularmente en Silveira) se presenta como
inacabado e inconcluso, y que invita al espectador a abandonar la actitud pasiva del
descriptivismo, para hacerse parte en y con la obra, e intentar hacer de la misma una obra
suficiente para sí.
Christine Buci-Glucksmann (en Hernández-Navarro, 2009: 27) considera el régimen
barroco como el de la opacidad, en cuanto, desde lo incompleto, lo irrepresentable, lo
ininteligible, se resiste al observador y a su comprensión, ocultando o dificultando el acceso
al significado o lectura de la obra, para así dar la posibilidad al espectador de crear su
propia lectura, su propia perspectiva.
Este argumento haya su sustento en la loca monocromía capaz de invertir la noción de
orden del cubo renacentista. Ésta desplaza la perfecta geometría del perspectivismo, su ojo
inmóvil y su perspectiva racional. En tanto, confirma de alguna forma la idea propuesta por
Batchelor (2001) sobre la caída del color.
Para Batchelor el color "está "sometido a leyes fijas" y que, básicamente "es más fácil de
aprender que el dibujo"" (Batchelor, 2001: 29), pues es Dios el que nos da acceso a él,
poniendo ante nosotros el arcoiris. De esta forma, dice el autor, la ciencia nos permite el
acceso a Dios y a su creación, o al menos a una pequeña parte. Menciona, incluso, que si la
diferencia entre pintores occidentales y orientales carece de importancia, es porque los
chinos han estudiado y estipulado las leyes del color, y las han transmitido de generación en
generación de modo que el ejercer estas leyes lleva a una infalibilidad que no sería posible,
de no fundamentarse en principios "verdaderos e invariables" (Batchelor, 2001: 30).
Por otro lado, Batchelor define el dibujo como la forma perfecta que proviene de la mano
de Dios pero cuyas leyes hemos de descubrir e ir estudiando y aprendiendo a medida que
crecemos y acumulamos experiencias.
Dicho lo anterior, observemos que Batchelor plantea una jerarquía en cuanto al color.
Mientras menos color haya, menos subordinado estará el dibujo al color, y en la misma y
completa composición, menor dominación ejercerá el color sobre ésta. Por lo tanto, el
dibujo, la forma, predominará por sobre el color. Recordemos que si el dibujo es lo que no
está al alcance de todos, sino que requiere de un ejercicio mental de aprehensión de éste. Es
así como el autor relaciona el dibujo con el pensamiento, el que por otro lado sólo puede ser
ejercido por seres superiores capaces de razonar: los hombres, pues constituye "el medio de
expresión cada vez más dominante según ascendemos en la escala de los seres" (Batchelor,
2001: 29).
En contraposición al color, es éste el que representa las formas inferiores de la naturaleza,
las que sólo pueden adquirir identidad y un cierto lenguaje a través del color. Éstas, que
están representadas en la naturaleza inorgánica, son capaces, sin embargo, de perturbar la
correcta ejecución de la obra. Si esta obra logra saturarse dado el abuso con los colores, los
objetos de representación del hombre en su expresión más sublime pasan a segundo plano,
haciendo espacio para la naturaleza que alcanza el primer lugar, el que centra toda la
atención del espectador.
Y es en este sentido en que la caída del color sirve de base para entender la relación entre el
dibujo y la falta de color, o la forma y el diálogo entre la sombra y la luz (lo blanco y lo
negro) como una nueva forma de configuración del espacio físico en que se enmarca la
obra, o para el caso, la instalación. Las manchas, en tanto dicotomía luz/sombra y
verdad/apariencias, invitan a la "reflexión sobre la verdad de la imagen" (Montejo Navas,
2002: 54), invita a cuestionarse la morfología de lo real, la autonomía de esta misma. No
obstante, estas reflexiones sólo son posibles en cuanto exista un rechazo a los colores, pues
este rechazo implica una renuncia al placer puramente sensorial que no deja espacio al
ejercicio del pensamiento.
En este sentido, es la monocromía la encargada de dar forma a una anamorfosis que sólo
adquiere consistencia cuando invierte la noción de orden dentro del cubo escénico
renacentista. Consideraré el cubo escénico como un espacio convencional cuyo sistema de
referencias conduce la percepción visual hacia una profundidad sugerida. En particular, el
cubo escénico renacentista refiere a la idea de ventana propuesta por Leon Battista Alberti
donde el dibujo es lo esencial en la pintura, pues es la herramienta que demarca espacios y
proporciones, situaba a los personajes y ponía en movimiento la transmisión de la historia.
La función que cumplía el color aquí era la del intensificador de las pasiones a través de la
representación (y no presentación propiamente tal) de figuras y narraciones. Por tanto es
relevante observar que el dibujo ya no es lo esencial en esta instalación sino la luz y su
contraste con las sombras y son estos mismos elementos los que ponen en movimiento, no
una historia, sino una propia lectura del sujeto estético.
Otro aspecto de subversión de la noción de orden dentro del cubo escénico renacentista se
basa en el hecho de que al ser esta una instalación que homenajea una obra, la cual además
no es conocida de primera fuente por la artista (Montejo Navas, 2002), no tiene por qué
limitar su realización a un espacio geométrico minuciosamente calculad. Esta idea coincide
con lo que menciona Montejo Navas en su texto al referirse a que "son obras de un
imaginario más idealizado que real" (Montejo Navas, 2002: 54).
Habiendo expuesto los principales ejes de la obra "Viuda alegre" de Regina Silveira
podemos observar que existen tantas formas de participación del espectador o sujeto
sensible como perspectivas se hallen en ella. Entiendo por sujeto sensible aquel capaz de
llevar a la perfección el conocimiento sensible como tal, es decir, la belleza (Baumgarten,
2012).
Sin embargo, y a pesar de su voluble función, el sujeto estético es el actor principal en
cuanto a una obra de arte. De modo que sin el espectador la obra difícilmente adquiere
importancia. En este sentido es importante contraponer e identificar dos tipos de sujetos
estéticos si se quiere, a saber, la concepción de Genaro Arias y la mencionada por
Hernández-Navarro como flâneur. Flâneur " es, sin duda, la figura por antonomasia de la
resistencia ante la nueva temporalidad de la ciudad" (Hernández-Navarro, 2009), es decir,
por un lado resiste a la temporalidad impuesta y por otro, despliega su extrañamiento a esta
nueva temporalidad. Este despliegue sin embargo, no está exento de sacrificios, implica
una virtual " cancelación del cuerpo, una supresión del sentido del tacto" (Hernández-
Navarro, 2009: 41), sentido por excelencia de la Modernidad, para asocial la vista como el
nuevo sentido urbano privilegiado. El Homo Aestheticus definido por Genaro Arias es un
ser en el cual se “compenetra lo espiritual y lo corpóreo para construir una sola esencia o
naturaleza” (Genaro Arias, 2001: 35). Así, el hombre en cuanto sujeto estético solo existe
en cuanto es capaz de sentir un espacio cargado de " latencias y pertenencias" (Genaro
Arias, 2001), se encuentra lúcido y consciente ante lo que le acontece.
De estas características, sin embargo, observamos ciertos aspectos en común que llevan a
que la importancia tanto de una u otra forma de sujeto estétitco, sea imprescindible. Y es
que en ambos casos el sujeto se resiste a lo dado, para construir y alimentar desde sí mismo
su propia esencia. En este sentido, el sujeto estético ideal podemos concebirlo bajo las
características que Baumgarten (2012) enuncia que corresponden al Estético Feliz, el que
básicamente responde a la idea de no ocuparse de las perfecciones del conocimiento
sensible que tan ocultas están (Baumgarten, 2012). Sino que lo que le concierne es el
conocimiento sensible en cuanto tal, manifestado en el conjunto de representaciones que se
sitúan al lado de toda distinción sustancial (Baumgarten, 2012: 113).
Finalmente y a modo de conclusión, es importante destacar que la disciplina estética no se
constituye como tal sin una crítica detrás, la que ayuda, en la duda, a buscar la respuesta de
qué es lo que sucede en el sentir humano, en su experiencia sensible. Es la iconoclasia
propuesta por Freedberg (1992) la que sienta las bases para configura a la Estética como
una disciplina. Y es bajo la idea de la destrucción de las imágenes lo que permite la
discusión en torno a ésta. Por último, la experiencia estética se conformaría desde aquello
que somos capaces de percibir a través de los sentidos y que finalmente desencadena en el
“arte de vivir”, el arte de vivir en lo estético.
Bibliografía
Arias, Genaro. 2001. Homo Aestheticus. Revista Aiesthesis, N°34. Páginas 33 a 47.
Batchelor, David. 2001. Cromofobia. Páginas 23 a 58. Editorial Síntesis: Madrid.
Baumgarten, Alexander. 2012. De la belleza del pensar a la belleza del arte.
Calabrese, Omar. 1992. Neobarroco. En Cuadernos del Círculo de las Bellas Artes 2,
Barroco y Neobarroco. Madrid.
Freedberg, David. 1992. Idolatría e iconoclasia: representación y realidad. Editorial
Cátedra: Madrid. Páginas 423 a 487.
Hernández-Navarro, Miguel Ángel. 2009. Archivo escotómico de la modernidad [pequeños
pasos para una cartografía de la visión]. Centro de estudios visuales de Chile.
Diciembre. Capítulos 1, 2, 4, 5 y 6.
Montejo Navas. 2002. Cuando las sombras hablan. Revista Lápiz N°182, abril. Páginas 52
a 61.