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Independencia como resistencia

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Más es más

Un estereotipo en estéreo

Regístrate: es gratis

¿De dónde vienen las balas?

Partidos en pedazos

La conquista del espacio

Juliana Abaúnza

Juan David Montes

Sergio Gómez

Andrea Montoya

Julián Calvo

Juliana Abaúnza

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Sumario

Consulte ediciones en línea enissuu.com/campoeditorial

EditorJuan David Montes

Dirección de arteJuliana Abaúnza

Comité editorialAndrea MotoyaElisabeth AguilarSergio GómezLorena Molina

ProducciónLuis Alejandro BeltránIvonne Fernández Ricardo HincapiéLuz LandazabalCamila LondoñoTatiana MaidensDiego Mancilla

Corrección de estiloCatalina Meléndez

PortadaJuan David Montes

Dirección de proyectoAna María AragónJuan David González

ImpresiónJavegraf

Transversal 4 No. 42-00Edificio 67 Piso 6, Bogotá, ColombiaTeléfono 320-8320 [email protected]

Facultad de Comunicación y Lenguaje

Esta publicación es realizada por los estudiantes del Campo de Producción Editorial de la Carrera de Comunicación Social de la Javeriana. Colaboran también estudiantes de la Facultad de Artes de la Javeriana.

Sumario

Estándares, reglas y formalidades. El mundo sintetizado en esquemas, donde hay limitadas opciones para decidir libremente y lo único que se nos ofrece es seguir las rutas trazadas. En un intento de decir basta y rom-per con el modelo, surge la necesidad de inventarse posibilidades alternas, mundos distintos donde ser de otra manera es viable.

Independencia como resistencia nace de las otras miradas que contem-plan el mundo sin creer en una forma única y rígida de recorrer los cami-nos. La independencia implica expresarse libremente, sin comprometer la voz propia con terceros.

Al elegir elementos distintos a los comunes y configurar una alternati-va de vida, acontece la resistencia. Resistirse es hacer respetar el derecho de todos a ser diferentes y mediar el deseo desmedido de control de algunos. Se es independiente para resistirse en medio de la avalancha de dogmatis-mos que pretenden encasillar a la humanidad y convertirla en paquetes individuales con contenidos idénticos.

Independencia y resistencia son “otros aires” que alivian la contamina-ción temática en la que estamos inmersos. Pues bien, Enelmedio propone en este número explorar ideas convencionales con otras perspectivas que amplían el espectro de voces que inundan nuestra cabeza. Esta edición es un encuentro con las otras maneras de sentir el mundo, una posibilidad de chocarse con la realidad y cuestionar lo incuestionable.

Editorial

INDEPENDENCIAcomo resistencia

Más es másAhuyentando a los hombresJuliana Abaúnza [email protected] www.flickr.com/camilayya/

Ilustraciones de Camila Villegas

Si usted, que lee este texto, es una mujer, me va a entender. ¿Le ha pasado alguna vez que se viste de una forma con la que

se siente cómoda pero, cuando se en-cuentra con un hombre, este le pregunta ¿por qué se vistió así? Si usted, en cam-bio, es un hombre, seguramente tam-bién me va a entender. ¿Le ha pasado que ve en la calle a una mujer atrac-tiva pero que por su forma de ves-tir exuda menos sex appeal que su abuela? Si la respuesta a estas pre-guntas es sí y quiere saber por qué las mujeres escogemos prendas que, en lugar de atraer, repelen a los hombres, continúe leyendo.

Tengamos en cuenta que la ropa que una persona deci-de ponerse le da identidad. Todos buscamos llamar la atención y diferenciarnos y la ropa es una de las for-mas como lo logramos. In-cluso si usted es de esas personas que dice “no me importa la moda, me pongo lo primero que encuen-tro”, cae dentro de mi afirmación: el hecho de ponerse cualquier harapo dice mucho de usted, más de lo que usted cree.

Resulta, además, que a las mujeres por alguna razón biológica, cul-tural, social o no sé por qué, la ropa nos importa mucho. Así usted sea la más despreocupada y relajada de todas, por lo menos una vez en su vida se ha estresado pensando qué ponerse. Pero, ¿por qué nos estresamos? ¿Por qué nos preocupamos? En fin, ¿por qué gastamos minutos, e incluso horas de nuestro tiempo, paradas frente a un montón de prendas, analizándolas con más rigor del que tendríamos intentando despejar x en una ecuación de tercer grado?

No soy la primera persona que intenta responder estas preguntas; de hecho, hay numerosos estudios sobre el papel de la ropa femenina y el efec-to que esta tiene tanto en las mujeres como en las personas que las rodean, principalmente en las de sexo masculino. El efecto aturdidor que tiene una prenda de vestir femenina sobre los hombres es algo recurrente; el revelador movimiento del vestido blanco de Marilyn Monroe, la aparición del bikini, la minifalda, las medias veladas, los tacones y un sinnúmero de

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prendas han tenido y siguen teniendo consecuencias psicológicas y fisioló-gicas en los hombres.

Por esta razón es muy fácil concluir que las mujeres nos vestimos para que los hombres nos miren. Pero volvamos a las situaciones que planteé al principio: si las mujeres, supuestamente, nos vestimos para atraer a los hombres, ¿cómo se explica que tantas usen prendas que a los hombres les parecen detestables? Mi explicación es que no nos vestimos para los hom-bres sino para las demás mujeres y, principalmente, para nosotras mismas. Ese “no me importa no levantar” es una decisión de independencia ante los cánones de belleza que determinan que para ser atractiva una mujer debe usar ropa ajustada, corta o reveladora.

Quiero aclarar primero que cuando me refiero a “los hombres” no estoy hablando de todos los del mundo sino de una generalidad, resultado de encuestas y estudios que se han hecho sobre la respuesta de ellos frente a algunas prendas de vestir que usamos las mujeres. Entonces, cuando digo “a los hombres no les gustan las hombreras” o “a los hombres no les gustan las plataformas” no me refiero particularmente a usted, señor lector, sino a su género y a los gustos o disgustos colectivos.

Dejando ya claro que no nos vestimos para los hombres, haré énfasis en una clase de mujeres que, a la hora de vestir, se concentran más en el estilo y la moda que en atraerlos. Me refiero a mujeres que no toman decisiones seguras como un pantalón, una camiseta y unos tenis; sino que prefieren arriesgarse y jugar con la ropa porque realmente poco o nada les importa, si lo que se ponen será un imán para conseguir pareja.

Estoy segura de que ha visto alguna mujer así: que usa vestidos pare-cidos a un mantel, que no teme combinar cuadros con rayas, que se pone pantalones que parecen sacados de un harem, que usa botas más masculi-nas que las de un obrero, que usa camisas talla xl así sea muy delgada, que tiene un abrigo de plumas o un chaleco de piel gigante, que se pone un pantalón hasta el ombligo y lo combina con una cartera en la que cabrían todas sus pertenencias y las de sus conocidos.

Este es el estilo que repele a los hombres y su base es el exceso. Es la ló-gica del “más es más”. Más que una forma de vestir, es un estilo de vida que cada vez más mujeres escogen. Uno de mis blogs favoritos se llama Man Repeller. Es el resultado de una idea que le surgió a una joven estadouni-dense como una especie de desahogo por el hecho de que su amor por la moda y las prendas extravagantes resultaron en una reducción alarmante de la cantidad de hombres que atraía.

Hace poco hablaba con una amiga que es una exponente de este pe-culiar estilo y me dijo: “prefiero cambiar todo mi potencial reproductivo por un par de plataformas de Miu Miu”. Justo en ese momento pasaba al lado de nosotras una joven que llevaba puesto un jean descaderado y una camiseta pegada a su cuerpo que dejaba ver una porción de su planísimo

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abdomen. A medida que la joven pasaba, noté que todos los hombres que estaban a menos de veinte metros a la redonda la estaban mirando atóni-tos. Le pregunté a mi amiga si al caminar la miraban así y me respondió: “¿con esas caras de lujuria y estupefacción? ¡No! A mí los que me miran lo hacen para criticar mi ropa –supongo que preguntándose por qué de-monios me puse lo que me puse– o para analizar como si fuera algo que nunca hubieran visto”.

Pensé, entonces, en la soledad que puede acarrear un modo independiente de ver la vida y la moda, pero luego caí en cuenta de que, así como algunos hombres voltean a mirar instantáneamen-te a una voluptuosa y poco vestida mujer pero se desencantan al notar su falta de coeficiente intelectual, otros pueden su-perar el hecho de que un enorme abrigo de plumas les recuerde a algún personaje de Plaza Sésamo y se fijen en la mujer que hay debajo de tantas capas de tela.

Ni acordes, ni compás, ni ritmo. Ningún elemento establecido que permita delimitarlo como un género musical específico. Lo in-die es una forma de producción y mercadeo que no tiene por

qué referirse a cuestiones musicales de fondo. La supuesta independencia enfatizada por la abreviatura de independent se ha convertido en una para-doja. Agrupaciones que con orgullo se clasifican como indie acapararan sin problemas los principales puestos del Billboard Hot 100 y reciben nomi-naciones para ser acreedores de uno o varios astronautas en miniatura que anualmente regala mtv.

Por su mal uso, y un exagerado abuso, el término indie se ha conver-tido en una etiqueta vacía que poco informa sobre lo que representa. Aún así, lo indie es tendencia, es el estadio tardío de un hippismo con marca registrada cuyo peso mercantil supera cualquier intento de vanguardia o idealismo. No se trata de condenar las propuestas de este tipo de bandas, más bien debe cuestionarse el significado de lo que se dice para detener el manoseo sin sentido de este anglicismo.

Dele play a Me And The Moon, de The Drums, y luego a If I Was, de Young Rebel Set. Ahora juegue a encontrar las diferencias. Pues bien, más allá de lo que el sentido común permite apreciar musicalmente, The Drums tiene un contrato con Island Records, propiedad de Universal Mu-sic Group; mientras que Young Rebel Set no aparece ni en Wikipedia y comercializa su música a través de su propio sitio con la colaboración de Digital Stores Limited. Para el portal Blalock’s Indie Rock Playlist, Birp, que cada mes regala Torrents con lo más reciente de la escena indie, no hay diferencia alguna entre la serenata a base de guitarra acústica de Young Rebel Set y la oda lunar sintetizada que interpretra The Drums. Ambas canciones van comprimidas entre el paquete de cientos de nacientes hits que regala Birp y etiquetadas bajo la marca de esa palabra en inglés que tanto se repite en este artículo.

Un estereotipoEN ESTÉREO

Juan David [email protected] [email protected]

Ilustraciones de Nathalia Trujillo

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Para enmarcar esta discu-sión, no está de más escudriñar entre lo obvio, desde la i hasta la e muda. Sin mayores rodeos, una nota de traducción inclui-da en la edición en español de No Logo, best-seller de Naomi Klein, ofrece la siguiente defi-nición de la palabra indie: “in-dependiente, no adscrito a nin-guna marca”1. Aunque escueta, la anterior definición permite dimensionar las distintas signi-ficaciones que puede adquirir como adjetivo, ya que no se trata de una cualidad estricta-mente adscrita a la música. Re-tomando el libro de Klein, la autora ofrece el siguiente ejemplo de cómo la tendencia indie es explotada con fines comerciales sin que necesariamente una disquera sea la beneficiaria:

En un intento de aprovechar la moda del marketing indie, hasta Coca-Cola, la marca más conocida de la tierra, intentó ocultarse. Temiendo ser demasiado clásica para los adolescentes con men-talidad de marca, la empresa lanzó una campaña en Winsconsin que declaraba la Coca-Cola “Bebida no oficial del estado”. La campaña consistía en anuncios por radio que se suponía estaban emitidos por una emisora pirata llamada EKOC, que es Coke al revés.2

Una de las principales formas de publicidad utilizadas por grandes marcas, como Coca-Cola, no se enfoca tanto en las vías tradicionales como en el patrocinio de eventos. He aquí el eje comercial de lo indie y el porqué de su éxito actual: cuando la difusión por Internet es el canal de distribu-ción, la rentabilidad de la industria discográfica se apoya en la obtención de recursos generados en las taquillas de los conciertos. Abundan eventos que prometen ser un nuevo Woodstock, pero mejor. En este sentido, lo indie se convierte en una respuesta para las industrias discográficas, una alternativa para estos tiempos de Internet Killed the Videostar.

Si lo indie se reduce a una forma independiente de producción mu-sical, el significado sería más vago. A pesar de su vagabundería, hay que

1 Klein, N. No logo: el poder de las marcas. Barcelona: Paidós, 20012 Klein, 2001

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reconocer que lo indie tiene consistencia como tendencia. Más allá de la música, hay todo un ethos indie que roza con ese desgaste noventero tan típico del grunge, trastocado por el pasado, por lo retro: la versión más actualizada del hippismo.

El diseñador Christian Lacroix dice lo siguiente en la edición de abril de 1994 de Vogue: “Es terrible decirlo, pero muchas veces los atuendos más interesantes son los de los pobres”3, y la noción de independencia se refuerza a partir de la evocación de aquellos elementos propios de quienes –por no llamarlos pobres– se encuentran excluidos de las representaciones tradicionales de la moda. Por esto es que el obrero y el campesino se con-vierten en íconos contraculturales y máximos representantes de la resisten-cia ante el sistema. El bigote, el sombrero y las botas desfilan en la pasarela indie, con la intención de resaltar el límite que separa esta tendencia de lo comercial.

Sin entrar en la discusión de si se trata o no de una tribu urbana, sí está claro que el sonido del audífono se refleja en el atuendo y otras costumbres.

Es esa fascinación por el desgaste artificial, por el roto del jean produ-cido en serie y la presunción de lo alternativo como máxima musa inspira-dora de beats y estribillos que se reproducen en miles de iPods, lo que hace reconocible a lo indie donde quiera que esté, supliendo esa subversión que se le atribuye por descarte a la juventud. Así, lo indie deviene estereotipo: una tendencia más, una palabra distanciada de su significado, una etiqueta más útil para el mercadeo que para la clasificación de un género musical.

3 Citado en: Klein, 2001

Regístrate: es gratisSergio Alejandro Gó[email protected] [email protected]

Ilustraciones de Nicolás Cárdenas

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V ivimos en un constante devenir, a una velocidad desenfrenada con avances que han permitido cambiar

imaginarios colectivos que se tuvieron y ja-más se pensó fueran a cambiar. Actualmen-te, la red nos ofrece espacios para decidir y expresarnos libremente, señalar qué nos agrada y qué no, qué podemos resistirnos a pensar y actuar según nos convenga.

Deseamos parecernos los unos a los otros, consciente o inconscientemente, cuando anteriormente soñábamos con marcar una diferencia entre la multitud. El mercado se ha encargado de mostrarnos esta tendencia, desde la publicidad y el con-sumo de medios tradicionales. En Internet, se da a partir de la aparición de las redes socia-les. En este universo paralelo, podemos vivir una doble existencia frente el resto de la humanidad, que bien puede ser similar a la real o totalmente diferente, partiendo de qué tan a gusto estemos con nuestra vida.

Actuamos dentro de un mundo que nos invita a ser parte de costum-bres menos recatadas y conservadoras, de pasar de codiciar la esfera privada a preferir la pública. Dejamos de legitimarnos a nosotros mismos para per-mitir a los demás juzgarnos y hacer parte de nuestra intimidad. Empeza-mos a compartir gustos de consumo propuestos por la industria que antes eran de unos cuantos. Lo que era de pocos, se masificó y se popularizó. El deseo de ser diferente a los demás pasó al de ser desde los demás.

Es así como las redes sociales se nos presentan como estructuras com-puestas de personas conectadas por distintos tipos de relaciones: persona-les, académicas e incluso laborales. De tal manera, queremos ser reconoci-dos ante la esfera pública, independientemente del mérito o la razón por la cual nos reconozcan, ya sea por un video en YouTube, un simple pero diciente twitt o un pulgar aprobatorio en Facebook. Se trata, paradójica-mente, del mismo pulgar que el César romano utilizaba para decidir sobre la vida de un gladiador, expresión que en el presente nos permite estar de acuerdo con una foto, comentario o estado de ánimo de otra persona con un simple like. Curiosamente, no nos da la opción de ir en desacuerdo; o te gusta o al resto no le importa.

No obstante, como en todo tipo de situaciones, siempre existe la per-sona que actúa diferente, la opción de ir en contra de la mayoría y creer en lo que pocos creen: preservar las relaciones interpersonales que las redes se han encargado de aislar y el encuentro cara a cara con la otra persona.

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Estas personas hacen parte de la minoría que se atreve a desafiar los grandes ataques de las redes y las tentaciones que nos ofrecen para ser parte de ellas.

Sin embargo, existen varias clases de resistencia. Primero, encontra-mos las personas que algún día renegaron de las redes sociales y hoy hacen parte de la mayoría que se dejó tentar, de los que por curiosidad abrieron una cuenta y ya nunca salieron. Por otro lado, encontramos la situación adversa de aquellos individuos que alguna vez tuvieron un perfil en una red y después de un tiempo se dieron cuenta de que podrían vivir sin ser parte del ciberespacio para limitarse a usar un correo electrónico porque, quera-mos o no, la tecnología siempre nos forzará a actualizarnos. Finalmente, encontramos la firme visión de todo aquel que no solo se afianza sólida-mente en su opción de no hacer parte de “chismorreos” y “pendejadas”, como muchos de ellos lo denominan, pues aseveran que la participación en estos medios no representa más que una simple pérdida de tiempo.

De esta forma, se presenta un quiebre que supone autonomía para proponer nuevas formas de configuración social, como lo es vivir igua-les pero diferentes y no crearnos nuevas dependencias para después sufrir porque no las tenemos. Independencia frente a la cultura establecida, pero siguiendo parámetros que nos regulen.

Las prácticas de resistirnos a vivir igual a todo el mundo reconocen una alternativa de acción dentro del poder que nos configura y nos amol-da. Esta resistencia supone el rechazo a las prácticas que hasta el momento nos han permitido pensar y decidir sobre nosotros mismos, creando in-terés por las estrategias de oposición a una realidad que asumimos como natural –el pertenecer a alguna red social– para establecer una lucha fuera de los criterios tradicionales. Estos parámetros, por lo general, demandan una permanencia en la esfera privada para guardar la identidad que antes todos codi-ciaban, del no querer saber qué está ocurriendo con los demás y su entorno.

Las redes sociales se han convertido en una bola de nieve, se han encargado de congregar cada vez más gente y de suplir necesidades que ellas mismas nos han crea-do. De saber sobre la vida del otro y sus nuevas adqui-siciones, viajes, logros o fra-

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casos para juzgarlo según nuestro interés, de que nos critiquen o reprueben abiertamente porque a eso nos sometemos al pertenecer a estructuras so-ciales que afectan a los individuos que son parte de ese mundo y porque, al final, no termina siendo más que eso: una elección.

Nunca pensamos en el paso que damos al momento de tener la excusa perfecta o la simple curiosidad para registrarnos. No nos percatamos de lo insignificante que parece frente al mundo de posibilidades que abrimos a los demás para saber sobre nuestra vida porque, de igual forma, siempre estamos registrados a cualquier institución, ya sea un país, una familia, un colegio, una iglesia o un sinfín de grupos que hacen parte de nuestra vida.

Preferimos pensar que es gratis –porque a quién no le gustan las cosas sin pagar–, para no pensar en lo que las redes ganan con nuestra partici-pación en ellas. De cualquier manera, existe un mundo de posibilidades y facilidades al cual podemos acceder con un solo clic. Está la comodidad a la hora de comunicarnos con alguien más, de encontrar a algún conocido con el que perdimos contacto e incluso, generar conocimiento mutuo.

Se hace preciso contar con la autonomía que nos demanda el saber por qué queremos o no ser parte de una red social para tener los argumentos suficientes a la hora de sustentar ante nosotros mismos y conocer el límite entre lo que queremos volver público y lo que queremos conservar privado.

Julián [email protected]

[email protected] de David Navia

e n p e d a z o s

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El tradicionalismo político y social presente en la sociedad colombia-na es consecuencia de pensamientos y oligarcas que no han permiti-do el libre desarrollo de ideologías y posiciones distintas a las de un

orden establecido a través del tiempo. Tanto los partidos políticos como los dirigentes no plantean resistencia y no conciben una idea de cambio que sea alterna al Estado. Dos versiones del tema nos harán reflexionar sobre esta política de la cual hay que arrepentirse.

Los grupos estudiantiles, los movimientos políticos no gubernamen-tales y los inicios de la guerrilla abarcan características autónomas fuertes según William Ortiz, politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, quien plantea en su tesis la resistencia como el verdadero centro donde la independencia gira y se mantiene.

Para Ortiz, la independencia política quiere decir apoyo al pueblo, educación y conciencia social acerca de la realidad nacional, buscando la formación política y social de cada uno de los colombianos.

Ortiz también establece que, en la historia misma, tendencias y pro-puestas políticas diferentes a las que se imponían en una época específica hacen parte de una política independiente, ya que son posiciones no acep-tadas que se resisten al poder del Estado y a su misma organización.

Gaitán es ejemplo de esta resistencia que lo condenó a la muerte mis-ma. No es exagerado considerar que las clases populares, tradicionalmente ignoradas en el escenario político, encontraron en Gaitán su mejor intér-prete; circunstancia que le permitió generar un movimiento de masas sin precedentes en la historia de Colombia y que muchos en su momento identificaron, inequívocamente, como revolucionario: “Yo no soy un hom-bre, soy un pueblo”. Pero, por naturaleza, existe una piedra en el zapato de aquellos movimientos que son independientes: el poder.

Elkin Vera, Licenciado en Química de la Universidad Distrital y miembro activo del Partido Comunista Colombiano, afirma que es casi utópico definir algo como independiente y resistente mientras esté el po-der en el medio. Establece que realmente al Estado lo cambian, no los partidos políticos ni la libertad de ideales, sino el pueblo como el verdadero agente de cambio. Piensa que los partidos defienden intereses muy incli-nados a la clase social a la que pertenecen. Asimismo, afirma que tanto la derecha como la izquierda buscan imponer sus ideas sin realmente buscar una reforma social que beneficie al pueblo y sí a sus ideales.

No importa quién mande, finalmente los que salen beneficiados son aquellos que son partidarios de aquel que manda. Si no es partidario, no hace parte de la comunión y resulta afectado. Los ideales distintos no se conciben en este multipartidismo que nos engaña constantemente, ya que su formación la produjo una apertura política aprobada por un gobierno que no va a cambiar su organización de Estado y solo aceptará propuestas distintas que finalmente se acoplen en el momento de estar en el poder.

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Vera reconoce también que es muy difícil encontrar grupos y movi-mientos políticamente independientes, no solo por su búsqueda del poder, sino también por la adaptación que reciben por las organizaciones que son las que realmente tienen el control de la nación.

Sin embargo, en Colombia realmente quien se resiste al orden es con-siderado política y socialmente independiente. Vera hace alusión a una organización que se podría considerar independiente de lo que plantea el Estado: el Movimiento Indígena Caucano.

En la Constitución de 1991, Colombia se definió como una nación pluriétnica y multicultural; no obstante, se produjo un distanciamiento de los indígenas. Estos no se consideraban pertenecientes a esa concep-ción conservadora del Estado, proclamadora de la llamada "diversidad". La concepción de los indígenas se acerca más a su pertenencia al Estado desde su propia particularidad, de modo que sea posible desde su autonomía aplicar los modelos ancestrales de la comunidad.

El afianzamiento del sentido colectivo para fortalecer la identidad en sus comunidades y su larga lucha por la recuperación de sus tierras son características primordiales de los indígenas caucanos. Esto condujo a contradicciones constantes con el Estado, los poderes políticos tradiciona-les y grupos de terratenientes de la región.

Como es natural, la reivindicación del territorio por parte de los indí-genas implica necesariamente la pérdida de dinero y control de los terrate-

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nientes y los políticos. Los indígenas asumen una actitud defensiva debido a sus posiciones divergentes con el Estado y es así como las comunidades empiezan a verse ligadas a movimientos subversivos.

La lectura que hacen en este sentido los indígenas es que la presencia de cualquier grupo, tanto de izquierda como de derecha, los afecta nega-tivamente y que sus luchas no se identifican en ningún momento con las de ellos. Este es el momento en el que algunas personas que no represen-taban la organización, conformaron el Movimiento Quintín Lame, que se proponía principalmente la defensa de los territorios y que, a diferencia de los demás grupos armados, no trabajaba con la perspectiva de la toma del poder. En consecuencia, Vera nombra teóricamente a este grupo como claro ejemplo de independencia y resistencia en esta política imponente, ya que social y culturalmente defendían una identidad colectiva, con las mismas tradiciones que no buscan imponer, sino simplemente reclamar lo que les pertenece: sus tierras.

En sí, la ansiedad de poder y cómo hacer política son dos fundamen-tos que tiene el ser humano; muchos se inclinan por el primero, pero pocos por el segundo. En Colombia, el tradicionalismo no permite un cambio drástico: lo nuevo y diferente causa miedo, por lo que no hay la suficiente fuerza colectiva para lograr un verdadero Estado en donde el poder sea del pueblo, no de la oligarquía y los empresarios.

Andrea Montoya [email protected]

[email protected]ón de Enrique Trheebilcock

De dónde vienen

las balas

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Antes de estudiar Comunicación Social fui vecina de Claudia López. Compartíamos parqueadero de servidumbre en un pequeño edificio en Chapinero. Se caracterizaba por ser muy amable. Un día leí un artículo que hablaba de ella y tenía su foto. Ese día supe que mi amable vecina gozaba de cierto reconocimiento nacional. Cuando la volví a ver le dije: “oye, ¿eres famosa?” a lo que sólo respondió con risas. Las dos nos trasteamos a dife-rentes lugares y no la volví a ver. A finales del año pasado fui a caminar con mi familia por un sendero ecológico en una montaña. Nos encontramos con un golden retriever que se acercó juguetón y nos enamoró. La dueña era aquella vecina que no había vuelto a ver. La alegría de verla fue grande ya que desde que estudio esta carrera sigo su labor periodística. Le dije: “ahora sí que eres famosa”. Y ella se volvió a reír. Conversamos un rato y en ese camino, un sábado por la mañana, su instinto investigador la llevó a preguntar largamente a alguien que iba conmigo sobre unos asuntos de alguna de sus próximas columnas de opinión.

Su mirada es amable y sus ojos grises te enfocan con escrutinio. La contacté por Twitter para escribir este perfil. A pesar de que estaba cargan-do con el elefante de su defensa en la corte contra el ex presidente Ernesto Samper y de que en ese momento se encontraba en Lima trabajando, fue muy amable y respondió casi inmediatamente. Ella me recibió en su casa y no sé si fue un desayuno, una entrevista o una clase de historia de Colom-bia, pero en todo caso fue fascinante.

Claudia López no titubea. Se caracteriza por buscar la verdad y por no tragar entero así estas cualidades pongan en riesgo su pellejo. Cuando trabajaba en Semana.com, desenmascaró el escándalo de la parapolítica gracias a sus investigaciones sobre las votaciones atípicas en las elecciones del Congreso de 2002. Pero su nombre sonó aún más fuerte en el año 2009 cuando la despidieron de El Tiempo de manera tajante y determinada. Ella se enteró de su despido por un comunicado que fue publicado en la parte inferior de la que sería su última columna en el diario.“Yo tenía claro de dónde iban a venir las balas, pero no de El Tiempo, no del periodismo. Las balas iban a venir de afuera del periodismo, no de adentro. Entonces quedé muy choqueada y decidí parar un poquito”.

Otro golpe bajo para Claudia fue en septiembre de 2010, cuando la Fiscalía la acusó. Hablando de ese tema me dijo: “la demanda de Samper es una de las batallas del oficio. A mí no me extraña que un personaje como él me demande, pero cuando la fiscalía me acusa... Ese fue un segundo paro”. Claudia habla de ello como si fuese el mismo día en el que recibió

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la noticia y con voz fuerte y moviendo las manos me cuenta lo que pensó en ese momento, “toca parar un momentico porque hay algo que yo no estoy entendiendo. Que las balas vengan de Samper, vaya y venga; que las balas vengan de los parapolíticos, vaya y venga; que las balas vengan de los señores de las Farc, a quienes yo todo el tiempo critico, vaya y venga. ¡Pero que las balas vengan del periodismo y de la Fiscalía! Espere un momentico porque ese no es el mundo para el que yo estaba preparada…”.

Al ejercer un oficio al que llegó por casualidad, golpes así la dejan completamente desconcertada. En septiembre del año pasado, Claudia tomó dos decisiones: primero, no seguir escribiendo hasta que no supiera cuál era el marco legal de protección a su oficio y, segundo, prepararía su defensa para el juicio contra Samper. Más que defenderse y salvar su pellejo, quería reivindicar la labor periodística. Sus palabras fueron claras y tajantes: “el día en que un pizco como Ernesto Samper pueda callar a un periodista en Colombia, ese día se acaba el periodismo. ¡Porque hoy se llama Ernesto Samper, mañana se llama Carlos Castaño y pasado mañana se llama Álvaro Uribe y nos callan!”. Para ese momento Claudia decidió dar la batalla hasta las últimas consecuencias.

Hoy, después de ser absuelta por los presuntos delitos de injuria y ca-lumnia de los que la acusaban la Fiscalía y el ex presidente Ernesto Samper Pizano, Claudia celebra. Nos deja claro que no es únicamente un triunfo personal, sino un triunfo para la libertad de expresión y para la indepen-dencia en Colombia. Con su columna “¡Ganamos todos!”del pasado 25 de febrero en La Silla Vacía, terminó su autocensura y arengó: “ganó la liber-tad de expresión, el periodismo y el control político ciudadano. A todos los que me acompañaron en esta batalla toda mi gratitud y afecto”.

Sus amigos más cercanos le dicen: “Clau, cambia el tono”. A lo que ella responde con un sincero “no”. Es su estilo, su sello. Sabe que escribe de una manera picante e incluso a veces agresiva. Está dispuesta a corregirse cuando sea necesario, pero la firmeza de su denuncia y la agudeza de su crítica no las abandonará jamás. Si le tocara cambiar preferiría dedicarse a otra cosa. En su último artículo en La Silla Vacía, vemos que vuelve a es-cribir la misma Claudia López con su tono y sello. Para ella es importante que la gente sepa que va a seguir haciendo periodismo de la misma manera. A pesar de las balas que ha recibido, no está coaccionada. Su autocensura duró casi seis meses y se acabó para que siguiera escribiendo como siempre lo hizo.

Para Claudia, la independencia cuesta en el periodismo como en cual-quier otro campo. En este oficio, esto es un poco más notorio y sobre todo en Colombia que hemos tenido tantas voces silenciadas. Para ella, la inde-pendencia en el periodismo consiste en ser consciente de los riesgos que se asumen. No todos sus colegas están en posición de asumir los mismos riesgos. Ella no vive del periodismo; es un oficio que desempeña porque

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le gusta. No vivir de eso le da un margen de independencia porque si la botan, como ya ha pasado, no deja de comer. Eso la pone en una posición muy distinta de los que sí viven de ese oficio. Los entiende y no los critica. “Uno tiene unos grados de libertad que otros no tienen. Hay incluso unos que los tienen y no se los gastan. Yo creo que hay personas como Juanita León, de La Silla Vacía, y como yo, que sabemos que lo tenemos y lo usa-mos, no los desaprovechamos”.

Sin embargo, para Claudia, la independencia no radica en comer o no del oficio. La independencia en el periodismo consiste en tener presentes dos cosas: “Primero, todas las fuentes son interesadas, todas sin excepción. La labor del periodista no es cuestionar los intereses de las fuentes, sino identificar cuáles son y no dejarse manipular por ellos. Segundo, recono-cer que uno como periodista también tiene conflictos de interés. A nivel individual, como cualquier persona, uno tiene preferencias ideológicas y políticas, cercanías, etcétera. Y como conglomerado más aún, ya que son empresas privadas que tienen como objetivo ser rentables y que están en negocios diversos, muchos de los que tienen directa relación o dependen directamente de fuentes que uno cubre”.

Según Claudia, en Colombia se falla más en la segunda. “Cualquier periodista entiende que las fuentes son interesadas, pero a los periodistas y más a los conglomerados periodísticos les cuesta reconocer que ellos tam-bién tienen conflictos de interés. Mantener la independencia consiste en identificar los conflictos de interés de los otros y también los propios”. A final de cuentas, las noticias se publican porque le importan al periodista, al conglomerado, al comité editorial o al consejo editorial. Así que, para ejercer como periodista independiente, hay que identificar los conflictos de interés personales y tenerlos claros y presentes.

A veces hay confusión sobre qué es ser independiente. “Hay gente que cree que ser independiente es no tener posición”. ¡Error! Siempre se tienen posiciones e intereses acerca de todo. Precisamente ese es el criterio individual y lo que distingue a cada quien. En periodismo hay que saber reconocer cuáles son para así diferenciar y reflejar con criterio la informa-ción al lector.

Durante la entrevista, su celular no paraba de sonar. No contestó mientras hablábamos. Debido a la insistencia, casi a las diez de la mañana se excusó y contestó una llamada de la oficina. Se tenía que ir corriendo para allá. Le conté que iba a escribir un “perfil inocente” sobre ella. Se rió del “inocente”. Claramente no tengo su tono picante y sobretodo no voy a entrar en polémicas. Finalmente, no fue un desayuno porque no comí más por nervios que por falta de hambre, podrá haber sido una entrevista o una clase de historia, pero en todo caso quedaron claros cuáles son los dos factores determinantes que hacen de Claudia López una periodista independiente.

Desde las pinturas rupestres, el hombre ha intentado dejar una marca visual en el espacio. Ya sea poniendo una bandera en la cima de una montaña o tallando dos nombres dentro de un cora-

zón en la corteza de un árbol, siempre hemos intentado dejar una prueba que diga “estuve aquí”. Yo, por ejemplo, en mi infancia tuve una pequeña fijación con escribir mi nombre en todas partes: las tablas de mi cama, la pared detrás del escritorio o cualquier papel que pasara por mis manos.

Además, desde que Martín Lutero decidió colgar sus proclamaciones en la puerta de una iglesia, existen precedentes para la apropiación del espacio público para expresar ideologías individuales. Sin embargo, exis-ten límites. Pero, como suele suceder, las restricciones a la libre expresión serán siempre vistas como una invitación a un segmento de la población: los artistas.

La sociedad, como condición colectiva que busca el orden en un es-fuerzo de desafiar la entropía de la existencia, es una construcción de lí-mites. Sin embargo, así esperemos que los artistas sigan las reglas como cualquier otra persona, la licencia que le concedemos a la creatividad con-siste en darles a los artistas un permiso tácito para constantemente estirar, desafiar y, si es el caso, romper la interminable acumulación de límites impuestos1.

Para algunas personas, traspasar una propiedad privada y pintarla puede parecer desconsiderado y por eso tildan este acto como vandalis-mo, pero en realidad los 30 centímetros cuadrados de nuestros cerebros son traspasados a diario por los equipos de marketing que llenan nuestras ciudades de publicidad, vallas y comerciales2. Por esta razón, las obras he-chas sin permiso en lugares públicos son una especie de rebelión contra la aceptación de que las leyes de propiedad tienen mayor relevancia que el derecho a la libre expresión.

La verdad es que con cada pieza de arte público, los artistas están re-clamando una parte de la ciudad que ha sido vendida a los publicistas. Seré honesta, ¿qué es más probable que me quede mirando? ¿Una valla de Sen-sodine o un grafiti hecho en un lugar inesperado? El grafiti es la respuesta. Es más, el grafiti es una respuesta, una expresión pública ante un mercado sin regulaciones que está obteniendo el tipo de arte que se merece.

1 Mccormick, C. et al. Trespass. A History of Uncommissioned Urban Art.. Taschen, 20102 Ibíd.

La conquista del espacio

Juliana Abaú[email protected]

Dedo corazón Stencil y fotografía de DjLu, flickr.com/juegasiempre, ubicado en el Barrio San Bernardo

Grafiti de Giovanny Sanchez ‘‘Tot’’, myspace.com/totdog Fotografía de Ricardo Cárdenas Gómez, [email protected]

Ubicado en el interior del Monumento a los Héroes de Bogotá

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Uno de los artistas urbanos bogotanos, Rodez, habló en la Universi-dad Javeriana en el espacio de las “Charlas sobre el oficio del editor”, acerca del salto que dio de ilustrador a artista urbano. Entre todas las cosas que contó, la que más interesante me pareció fue la del cambio de técnica. Al parecer, llevar las técnicas de la mesa de dibujo a la pared no es suficiente; llega un punto en el que los artistas notan que las dimensiones del espacio obligatoriamente cambian la técnica.

La pregunta entonces es ¿cómo incorporarse en el espacio urbano? Además de las proporciones en el espacio, hay que empezar a entender la calle, el andén, la gente que va a pasar frente a la obra. Porque, inevitable-mente, las obras de los artistas urbanos van a invadir o afectar de alguna manera el espacio público.

El tabú que el arte urbano viola es la dimensión psicológica del espa-cio. Cuando un artista expone en una galería puede estar seguro de que la mayoría de las personas que van a ver sus obras lo hacen por decisión propia. Sin embargo, con los artistas urbanos no pasa esto; crean sus obras para que sean vistas por una audiencia que no sospecha que las va a presen-ciar ni las ve por determinación. Es allí donde radica el más complicado aspecto del arte urbano: que es de cierta forma una imposición que los artistas están haciendo públicamente. Lo que podemos presenciar los es-pectadores de este tipo de arte es la interacción entre el artista y la ciudad, vista como un lienzo gigante. En la mente de estos artistas está el concepto de que las imágenes y las ideas están para ser cooptadas, manipuladas y transferidas libremente.

Estos artistas entregan su trabajo gratis saltándose las presiones del comercio que gobierna tanto los museos como las galerías. Trabajando al aire libre tienen sólo algunos minutos para crear cada pieza. Lo que más me cautiva de esta forma de arte es la idea de que hay algo que necesita ser expresado con tanta urgencia y espontaneidad que el autor se siente obligado a alterar el aspecto de una propiedad. Estas efímeras obras que

La 30 Grafiti y fotografía de Rodez, flickr.com/rodez

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nos dejan pueden durar horas, y a veces días cambiando constantemente con el clima, alteradas por otro artista o tapadas por el enojado dueño de un edificio.

Me pregunto entonces de qué viven los grafiteros. Rodez, el artista mencionado anteriormente, respondió a esta pregunta en su charla. Vive de aplicar los derechos de autor a sus piezas. La ley en Colombia dice que cada producción hecha por un ser humano tiene derechos de autor. Es decir, si alguien quiere tener una pieza de arte urbano en un afiche o en una camiseta, el artista debería recibir pago por el uso de su obra. Sin embargo, creo que he notado algo en estos artistas y es que, más que en el dinero, están interesados en el reconocimiento de su obra y en que sepan que ellos fueron sus creadores. Por esta razón es que desde los principios de esta corriente artística, los artistas siempre han dejado firmas grandes o han buscado crear una identidad visual con sus obras para que, así no sean firmadas, puedan ser debidamente asignadas a su autor.

Con la rápida extensión de los medios digitales y la facilidad de ad-quisición de una cámara digital, lo que está sucediendo es que los artistas urbanos se están dando a conocer más allá de los límites de su ciudad. El hecho de que una pieza ahora pueda ser documentada y compartida con personas en todo el mundo anima a otros artistas a mejorar sus interven-ciones en el espacio, a hacerlas cada vez más grandes y en espacios más significativos.

El arte evoluciona y cada tanto surge una nueva vanguardia, una nue-va forma de expresión artística. Esta evolución cultural tiene una relación estrechísima con la evolución económica, social, científica, política y tec-nológica. Estamos ante una forma de arte y de expresión que habla sobre quiénes somos como sociedad. La palabra grafiti significa ‘‘rasguños’’ en italiano. Somos, pues, una sociedad que se expresa ya no con suaves pin-celadas sobre un lienzo que buscan ser vendidas en galerías, sino con ras-guños sobre las paredes que conforman el espacio público que habitamos.

Ubicado en la Avenida N.Q.S.

Ahora lo veo más claroStencil y fotografía de Toxicómano, flickr.com/toxicomano666