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En general los estudios tienden a asociar a los pehuenches y puelches. Sin embargo, trabajos recientes no consideran adecuado identificar culturalmente a ambos pueblos. Los El pasado de un pueblo con mucha historia Los Puelches habitaron la zona cordillerana de Valdivia y Osorno. Su nombre significa "gente del este". Eran cazadores-recolectores que en un principio se dedicaron a la recolección de alimentos, pero más tarde, con el uso de herramientas como las boleadoras -instrumento compuesto de 2 o 3 bolas de piedra forradas de cuero unidas por ramales a una anilla-, se transformaron en cazadores nómadas, llegando hasta el sector oriental de la cordillera de los Andes en busca de la caza del guanaco, base de su alimentación, vestuario y vivienda, al igual que todos los pueblos precordilleranos. Después de la llegada de los españoles usaron hábilmente el caballo en su vida diaria. Esta imagen puede ampliarse Llevaban una vida similar a la de los Tehuelches, aunque su alimentación era más rica por la mayor cantidad de animales y por la posibilidad de recolectar vegetales silvestres comestibles. Además, vivían cerca de otros pueblos agrícolas, como los Araucanos y Huilliches, a los cuales solían asaltar después de la cosecha para quitarles los alimentos. Se les describe de menor estatura que los Araucanos. Se agrupaban en pequeñas bandas nómadas que en su desplazamiento llegaban, incluso, al lado argentino (zonas del sureste de La pampa, Río Negro y Neuquén). Vivían en pequeños toldos de maderas cubiertos con cuero de animal y se sabe que los entierros se realizaban depositando, junto al difunto, sus posesiones personales al interior de pequeñas cuevas construidas para ese fin. Desconocían la cestería y la cerámica. También desconocían el tejido aunque adquirían mantas tejidas de los araucanos y españoles. Como adorno usaban aros metálicos grandes y collares de cuentas de piedra. Sus viviendas eran el toldo de cuero, transportable, hecho con una serie de palos terminados en horqueta y dispuestos rectangularmente en el suelo, cubiertos con otros palos encima y el todo recubierto con cuero de caballo, con el pelo hacia fuera; por lo común tenían dos entradas, en direcciones contrapuestas. El trabajo del cuero se hacia con un raspador de piedra primero, y luego con un sobador de piedra áspera y porosa untándolo con grasa. El vestido estaba constituido por pieles y se completaba con plumajes, tanto para hombres como para mujeres; además los hombres usaban una cubierta púbica de piel, de unos 20 cm de tamaño, atada con tres cuerdas; las mujeres usaban delantales que les cubrían desde las rodillas a la cintura. Se depilaban el cuerpo y las cejas. Se pintaban de rojo y negro tanto en las expediciones de guerra como en las ceremonias funerarias. Las mantas de pieles iban también pintadas en varios colores y sus motivos eran también geométricos. En su religión se señala la existencia de un dios supremo llamado gamakia. Rara vez se le rogaba directamente sino que se dirigían a los espíritus de los antepasados, para que intercediesen, este dios supremo tenia esposa, de nombre gamkiatsm y también había otros dioses. Un genio del mal recibía el nombre de gualichu el cual enviaba la enfermedad y la muerte. Los muertos se inhumaban en cuevas en las montañas en posición encogida retobados en un cuero y con la cara hacia el poniente.

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! En general los estudios tienden a asociar a los pehuenches y puelches. Sin embargo, trabajos recientes no consideran adecuado identificar culturalmente a ambos pueblos. Los

El pasado de un pueblo con mucha historia Los Puelches habitaron la zona cordillerana de Valdivia y Osorno. Su nombre significa "gente del este". Eran cazadores-recolectores que en un principio se dedicaron a la recolección de alimentos, pero más tarde, con el uso de herramientas como las boleadoras -instrumento compuesto de 2 o 3 bolas de piedra forradas de cuero unidas por ramales a una anilla-, se transformaron en cazadores nómadas, llegando hasta el sector oriental de la cordillera de los Andes en busca de la caza del guanaco, base de su alimentación, vestuario y vivienda, al igual que todos los pueblos precordilleranos. Después de la llegada de los españoles usaron hábilmente el caballo en su vida diaria.

! Esta imagen puede ampliarse

Llevaban una vida similar a la de los Tehuelches, aunque su alimentación era más rica por la mayor cantidad de animales y por la posibilidad de recolectar vegetales silvestres comestibles. Además, vivían cerca de otros pueblos agrícolas, como los Araucanos y Huilliches, a los cuales solían asaltar después de la cosecha para quitarles los alimentos.Se les describe de menor estatura que los Araucanos. Se agrupaban en pequeñas bandas nómadas que en su desplazamiento llegaban, incluso, al lado argentino (zonas del sureste de La pampa, Río Negro y Neuquén). Vivían en pequeños toldos de maderas cubiertos con cuero de animal y se sabe que los entierros se realizaban depositando, junto al difunto, sus posesiones personales al interior de pequeñas cuevas construidas para ese fin.

Desconocían la cestería y la cerámica. También desconocían el tejido aunque adquirían mantas tejidas de los araucanos y españoles. Como adorno usaban aros metálicos grandes y collares de cuentas de piedra.Sus viviendas eran el toldo de cuero, transportable, hecho con una serie de palos terminados en horqueta y dispuestos rectangularmente en el suelo, cubiertos con otros palos encima y el todo recubierto con cuero de caballo, con el pelo hacia fuera; por lo común tenían dos entradas, en direcciones contrapuestas. El trabajo del cuero se hacia con un raspador de piedra primero, y luego con un sobador de piedra áspera y porosa untándolo con grasa.

El vestido estaba constituido por pieles y se completaba con plumajes, tanto para hombres como para mujeres; además los hombres usaban una cubierta púbica de piel, de unos 20 cm de tamaño, atada con tres cuerdas; las mujeres usaban delantales que les cubrían desde las rodillas a la cintura. Se depilaban el cuerpo y las cejas. Se pintaban de rojo y negro tanto en las expediciones de guerra como en las ceremonias funerarias. Las mantas de pieles iban también pintadas en varios colores y sus motivos eran también geométricos.En su religión se señala la existencia de un dios supremo llamado gamakia.Rara vez se le rogaba directamente sino que se dirigían a los espíritus de los antepasados, para que intercediesen, este dios supremo tenia esposa, de nombre gamkiatsm y también había otros dioses. Un genio del mal recibía el nombre de gualichu el cual enviaba la enfermedad y la muerte. Los muertos se inhumaban en cuevas en las montañas en posición encogida retobados en un cuero y con la cara hacia el poniente.

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puelches formaban parte de los indios huárpidos. Signo de ello es su aspecto físico: altos, delgados, de cabeza alargada y alta. Su piel era más oscura que la de los demás indios circunvecinos. Más allá de lo anterior, la diferencia fundamental se basa en la organización económica, pues el modo de vida recolector de los pehuenches se contrapone con el carácter fundamentalmente cazador de los puelches. Además los puelches no recolectaban piñones de araucaria sino semillas de algarrobos y molles. Su habitación era el toldo de cuero, transportable, hecho con una serie de palos terminados en horqueta y dispuestos rectangularmente en el suelo, cubiertos con otros palos encima y todo recubierto con pieles con el pelo hacia fuera. Sus armas eran las boleadores, la onda, el arco y la flecha. Como arma defensiva usaban el coleto que a modo de túnica les cubría el cuerpo hasta las rodillas. La vestimenta estaba constituida de pieles que se complementaban con plumajes. Se depilaban el cuerpo y las cejas y se pintaban de rojo y negro tanto para las expediciones de guerra como para las ceremonias funerarias. Entre los puelches existía el matrimonio por compra, además de la bigamia y la poligamia para los matrimonios pudientes. Los puelches se dividían socialmente en numerosas bandas dirigidas por un cacique menor.

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Los verdaderos dueños de estas tierras eran los aborígenes” Posteado 20:30, 26 abril, 2013

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Los Goico y los Roco, desde 1780 actuaron siempre al lado de las fuerzas de Mendoza, apoyando a los blancos en la lucha contra las tribus

enemigas, sin asociarse nunca con aborígenes invasores.

HISTORIA DE MI TERRUÑO

ARTÍCULO N° 32

LOS ABORÍGENES: PRIMEROS DUEÑOS DE LA TIERRA

Los verdaderos dueños de estas tierras eran los aborígenes, destacándose en San Rafael las

familias de los Goico y de los Roco, que desde 1780 actuaron siempre al lado de las fuerzas de

Mendoza, apoyando a los blancos en la lucha contra las tribus enemigas, sin asociarse nunca con

aborígenes invasores.

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Les contaré primero sobre los Goico: en opinión del Dr. Humberto Lagiglia pertenecían al grupo de

los puelches algarroberos o puelches de Cuyo y no pehuenches o pampas como sostienen otros

antropólogos. También en los documentos las mayoría los nombra como puelches.

Fernando Morales Guiñazú cuenta que los Goico vivían, originalmente, en la zona de la Cueva del

Indio, hoy conocido como El Escorial, luego se trasladaron; y en ese sitio se asentó, a partir de

1787, la familia del cacique Roco, pero de acuerdo a mis investigaciones los Goico habitaban en

toda la zona sur del departamento, casi todo el territorio sanrafaelino era propiedad de ellos. Con

respecto a los Roco, eran originarios de Malargüe y siempre vivieorn en las montañas, sólo unos

pocos se trasladraon después hasta el río Diamante.

Marcos Goico, fue el primero en apoyar a los españoles, era cacique de una importante tribu; alto,

corpulento, muy valiente, llegó a superar los 100 años. El nombre Goico fue siempre un vínculo

de paz y amistad.

La familia Roco, de origen pehuenche, era originaria de la zona del Campanario, donde habitaban

en las tolderías del Cacique Güentenao, padre de la esposa del Cacique José Roco. En esa zona

fueron aprisionadas su esposa y sus hijos, los que fueron rehenes del Cmte. Amigorena por el

término de 7 años, en especial la Cacica María Josefa Roco

Cuando Roco hizo las paces con los españoles fue trasladado a vivir cerca de Mendoza, en

Papagayos, pero luego, como no le devolvían las hijas, se retiró a las márgenes del Diamante.

Posteriormente regresaron al valle de Los Molles y a la zona del Agua Caliente, hoy El Sosneado.

Los pehuenches eran ganaderos trashumantes, o sea que se trasladaban según fuera invierno o

verano en las montañas. Es por eso que esta familia tenía varios lugares donde habitaba.

Cuando los pehuenches, provenientes de Chile, cruzaron la cordillera para ocupar los valles

intermontanos de Malargüe se fueron mestizando con los puelches y estos que eran más débiles,

de a poco fueron desapareciendo.

El parlamento del Diamante, que realizó, el 1 de abril de 1805, el Cmte. Teles Menezes, fue en

terreno de los Goico, y también de los Roco, ambas familias participaron del parlamento; entre los

nombres de los caciques y capitanejos presentes figuran Marcos Goico, su hijo Vicente y también

José Goico, de la misma familia, quienes manifestaron en voz alta que deseaban se acabasen las

enemistades entre las tribus; también estaba presente la cacica María Josefa Roco, de destacada

actuación en la fundación del fuerte, junto a su hermano Panichine y los Caciques Carrilef y

Caripán, también pehuenches.

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Estas familias visitaban frecuentemente el fuerte, convivieron con los soldados y en cierta ocasión

Marcos Goico se entrevistó con el General San Martín, según consta en una carta escrita por Fray

Inalicán, en la que le informa que estos pasarían a verlo para interceder por unos soldados que

serían castigados; siempre estuvieron mediando ante las autoridades, por los soldados, ya que se

formaron matrimonios con sus hijas.

Mis investigaciones me permiten asegurar que la Cacica Roco no tuvo hijos, pero sí muchos

sobrinos; con su sobrina María del Carmen fue a vivir junto al Fuerte y esta se casó con un soldado

español. Sus descendientes están repartidos en varias zonas del sur mendocino.

*Prof. María Elena Izuel

M A R T E S , 6 D E M A R Z O D E 2 0 1 2 El aguaite

En 1.970 nació mi hermano menor. A los pocos días mi padre fue al registro civil a ponerle por nombre Goico Catriel, nosotros pensábamos que por cuestiones de extravagancia. Por las mismas razones que a mi hermano mayor llamó Ñacuñan Lautaro Fernando o a mí Carlos Atahualpa, al no permitírsele Caupolican. Pero no era así. Volvió a casa contrariado. Tuvo que inscribir a mi hermano con otros nombres. Bajo los gobiernos militares, especialmente, los nombres indígenas, como los mismos indígenas, debían desaparecer de los registros oficiales. Goico se llamó el cacique puelche bisabuelo de mi padre. A mediados del siglo XIX fue el amo bárbaro de estas tierras y de

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estos cielos. Nunca fue bautizado, ni inscripto en registro civil. Carlos Décimo Sáez, mi padre, compró la finca de Cuadro Benegas a fines de la década del ’70. Tal vez sabía lo que yo sé ahora y nunca lo pudo decir. Tal vez sólo lo intuía. Tal vez son imaginaciones mías.Había estado evaluando otras opciones inmobiliarias por esos días. Fuimos a ver una propiedad de una hectárea con dos casas entre pinos en la calle Los Sauces, a tres kilómetros del centro del pueblo. Las casas y el lugar eran hermosos, pero mi madre lo terminó convenciendo que allí iba a terminar siendo presa fácil de la soldadesca que asolaba las calles del país. Nosotros, argumentó, lo que necesitabamos, era vivir tranquilos. Tenía razón, la vieja, pero por otras razones: ahora a la zona se la disputan los inversores que quieren timar a los turistas y los terrenos se subdividen en porciones cada vez más pequeñas donde se instalan cabañas, piletas y canchas de futbol para cuatro jugadores.  Un día mi viejo llegó, pues, con la noticia de que había comprado una finca en Cuadro Benegas. Traía una media sonrisa que, en su caso, siempre era una expresión plena de felicidad.  La primera razón que dio para haber elegido el lugar, la única, por otro lado expresada como una unidad de sentido, aunque después con las horas y los días la fue completando con sus frases inconclusas y sus miradas aprobatorias, fue: “Me convenció cuando me dijo que él dormía arrullado por ocho músicos”. Los ocho músicos no son otros que unos álamos italianos que se alinean en una acequia a unos pasos de la ventana del dormitorio principal y se esmeran con los vientos del desierto al caer la tarde.La finca de Cuadro Benegas, tal como nos la entregó el señor Pagano, un amable embustero al que le parían las cerdas dentro de los zapallos y pasaba días sin hallarlas y que criaba culebras en el interior de la casa, eran alrededor de nueve hectáreas de trazado y superficie irregulares, con cultivos de nogales, viñedos y alfalfares mechados por puro monte espinoso de la zona.  Ese fue el encanto segundo para mi padre. Ver que entre los olivos crecían los chañares; que donde medraban los alpatacos, pedían agua los membrillos y que a unos metros de los damascos, podíamos cortar jarilla para el asado. El terreno, todavía, tiene altos y bajos; ripios en los altos y gredas en los bajos. No es una finca, es un lugar donde uno se viene a vivir o a morir. Pero eso no lo sabíamos entonces. Entonces sólo sabíamos que por acá había pasado el río Diamante hace unos pocos siglos, que a una hora de a caballo se llega a la Cuesta de Los Terneros y que en dos, río arriba, está la Villa 25 de Mayo. Que en los días claros, que son casi todos los días en este lugar de aire transparente, desde aquí se puede ignorar o dominar una visión del mundo.Muertas a tablazos las serpientes, construida la chimenea, la familia empezó a pasar cada vez más tiempo en la vieja casa de adobe, haciendo huertas, cocinando pan en el horno, carneando chanchos, tumbándonos a leer bajo los árboles centenarios, llenando las habitaciones de nueces y de jamones, bebiendo vino en la galería con los amigos y los parientes.  Recordando esos días, hago un alto. A veces venía en el colectivo de los sábados a la mañana, el tío Tago. Para nosotros era como si nos visitara Diógenes, Dionisios y Groucho Marx, todo en uno. Una fiesta particular para el alma. Traía por todo equipaje unas alpargatas envueltas en diario y un cartón de Fontanares. Mi padre, esos fines de semana, ponía en el baúl del auto una damajuana extra de vino. Mi tío, después de haberse mudado el calzado, se sentaba circunspecto, olímpico y cálido, a la punta de la larga mesa, se cruzaba de piernas, se llenaba el vaso y comenzaba a fumar y a beber con la zurda. No era cuestión de andarle encima. La relación consistía en breves acercamientos. De su cuerpo de pequeña esfinge, por entre el humo y la espesa niebla del vino, he escuchado el humor más serio, la sabiduría más triste, el amor más desesperado.  Mi tío, probablemente también supiera lo que yo sé ahora, por eso siempre daba la espalda al poniente, guardaba silencio y sus ojos fingían mirar la nada. Tal vez, con mi padre, tuvieran pactado el silencio.El caso es que los años se vinieron como un aluvión de los tantos que cambian las geografías familiares. Nos casamos, nos nacimos, nos fuimos, nos morimos, nos separamos, nos volvimos a juntar, nos volvimos a morir, nos volvimos a nacer. Me fui, hasta de mí, y finalmente, volví. Mientras, la finca, fue mutando. Primero arrancamos los viñedos; más tarde se secaron los potreros; después murieron los nogales. Se abrieron socavones hacia el sustrato calizo que se bebieron las pocas sierpes de agua que llegaban. De las nueve hectáreas originales conservamos hoy “civilizadas”, algunas líneas de olivos y damascos, las dos centenas de árboles centenarios que circundan las casas

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y el espacio donde persiste el sueño. Por el resto, sostenemos un pulso desigual con el desierto.  Me pregunto que me ata a este lugar. La pregunta no es de ahora. Las respuestas van variando. Es tan larga la enunciación, tan arbitrario el recorte que, por fuerza, tengo que adoptar un estilo casi poético: Aquí fui y soy feliz; concebí a mis dos hijos (me doy cuenta que en el mismo lugar, frente a la misma ventana, la que da al oeste); descubrí a Borges, a Faulkner, a Chandler, a Bolaño; comí asado con Saccomanno (hablando de Arlt y del poder reivindicatorio de las mujeres locas), y con mis mejores amigos fui epicúreo y estoico; escuché a Charlie Parker junto al Héctor Cuestas mientras hablábamos de la vida de las abejas; pasé las últimas horas con mi madre; estuve desolado y muriéndome de risa; me vi loco y me vi cuerdo; vi trabajar a mi padre junto a los abejorros con una damajuana de vino a la sombra de su huerta; vi a mi hermano arrostrar una tormenta de a caballo; he encendido los mejores fuegos y visto las más lucidas estrellas; los eché a todos y a todos les di la bienvenida; me enamoré por última y por primera vez de mi mujer. Aquí nace la mañana y la luna como si alguien nos las regalara; aquí las estaciones son el mismo camino. Aquí me sigo criando. Pero, ¿por qué continuo aquí? La pregunta persiste, la pregunta me constituye. Lo que sigue no es un sueño, ni es una visión, es puro intento literario, por lo tanto tampoco es historia, es una estocada en lo oscuro. Es una respuesta provisional que acomoda y desajusta por un momento mis cosas.  Por esos andurriales, la indiada viene de gala. El cacique y su cortejo van a acordar la paz definitiva y el traspaso legal de algunas tierras. Hace rato que por estos desiertos el huinca anda ofreciendo dádivas y comprando voluntades. Muchos jefes ya han depuesto los ímpetus guerreros de sus antepasados, ya han adoptado la religión y algunas costumbres de los de afuera. No queda otra, parece. El sol arrecia en las estribaciones del cerro de la Guardia. En un rato la caballada apagará la sed y los hombres llenarán los chifles de cuerno en las aguas del río que ruge en las cercanías. La yegua de Goico se manca en una tunduquera. El jefe maldice. Ordena el alto. Descansa bajo un espinillo. No está cómodo con las ropas de cristiano. Busca un lugar donde aliviar las exigencias de la próstata. Se demora en el trámite. Achina los ojos cubiertos por una nube azulina. Mira hacia la cuesta y después hacia el poniente, donde lo aguarda la guarnición del Fuerte de la Villa 25 de Mayo. Mea de a gotas, cada una un sufrimiento. Con el ardor piensa en que el destino de su sangre es mezclarse, confundirse con otras y perder la memoria. Sueña despierto con la muerte. Este mismo lugar piensa, donde ahora meo, será la tierra de otros que nada sepan de nosotros. Escupe por entre los dientes, todavía sanos. No puede entender del todo a los huincas. Para que quieren tanta tierra, si a fin de cuentas, no la teníamos antes de nacer, ni la tendremos después de morir. La tierra es para andarla, no tiene límites para el indio. Hubo unos Báez o Godoy que le han dado cosas preciosas a cambio de tierra: yeguas gordas, uniformes rojos con botones dorados, espuelas de plata. Cosas útiles que se pueden usar mientras la gente, su gente lo ve. Alguien, un ayudante le acerca las riendas de un bayo de recambio. Monta de un salto, sin ayuda y, con un gesto, ordena proseguir. Esa noche, en el Fuerte, habrá carne asada y vino de Mendoza hasta el hartazgo. El cacique Goico, a sabiendas, lleva a su pueblo hacia la perdición, para salvarlo.

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Cada mañana me levanto y miro por la ventana de mi habitación. De un lado la Cuesta de los Terneros, al Cerro Bola y al de la Guardia; del otro, un ciprés quebrado por la tormenta, que tapa la visión del horizonte, hacia la villa 25 de Mayo. En medio de esos puntos, cerca de mí, a unos pasos, ocho músicos. Me gusta, a mí también, mear al aire libre. El horizonte ahora, está tapado por las arboledas del oasis. No hay mucho para ver.A veces, le hablo a mi hijita sobre el sabor increíble de las mandarinas que pronto le haré probar. Me mira con unos ojos que asustan, azules como el mejor de los cielos. Ojala le pueda enseñar a irse de estas tierras cargadas. Tal vez algún día yo también me vaya. Publicado por Poli en 19:33

3 comentarios:

Liliana dijo...

Por tu letra respira el aliento Sáez. En tus cuentos reales e imaginarios me reconozco

aunque haya ido a esa finca una sola vez. Será que bajo la piel llevamos el chip indio que nos

recuerda el olor de la tierra que nos vio nacer.  Me siento lejos de esa tierra. Pero tus dichos me acercan, me hacen sentirle el olor y la brisa

de los músicos, esos ocho que has retratado tan bien, me llega a la distancia.  Gracias por poner en palabras esos sentimientos, esas vivencias que no pueden ser más

tuyas pero que de refilón también son nuestras.

7 de marzo de 2012, 5:55

Carlos Santos Sáez dijo...

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Tan de cerca y nunca fui.Tan de mí sin necesidad de conocer.Será de Sáez el aliento nomás, y esta conmoción que se me hace al leer tu historia.

7 de marzo de 2012, 11:09

indiatuel dijo...

Poli, pluma mágica que me hace sentir hasta el aroma de la jarilla, tanto que escuche de esa

finca y nunca estuve, sino creo que a esa fuimos mis primos, mi ex y Ñacuñán, de noche, a

hacer un ejercicio de control mental. Bueno, que me quedé con ganas de seguir leyendote,

hermoso recuento de tantas vivencias. gracias por escribir tan lindo.

7 de marzo de 2012, 21:04

Los Goico Posteado 15:32, 3 mayo, 2013

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Son los últimos propietarios de las conocidas Salinas del Dimante.En una interesante historia la profesora María Elena Izuel, nos lo cuenta esta

semana.

HISTORIA DE MI TERRUÑO

ARTÍCULO N° 33

LOS GOICO

*Desde muy antiguo, la familia de los Goico se hizo amiga de los españoles, aprendieron a hablar

el español y en varias ocasiones trabajaron como intérpretes. Fueron de los primeros aborígenes

en venir a vivir cerca de los españoles en la zona del Valle de Uco.

El primero que se destacó fue Marcos, a él le siguió Vicente, su hijo, quien a su muerte heredó el

cacicazgo. Tenía amistad con los personajes importantes que en esa época gobernaban Mendoza,

a los que visitaba con su hermano Juan, siendo figuras conocidas en la ciudad; fue ahijado del

Cmte. José Félix Aldao y apoyándolo, en el combate de Las Aucas, encontró la muerte junto a los

hombres de su tribu, en lucha contra las tropas pincheirinas; su hermano Juan le sucedió y siguió

junto al Cmte. Aldao en la Campaña del Desierto en 1833.

Sus hijos, nietos y sobrinos continuaron viviendo en la zona y fueron los últimos propietarios

aborígenes de las Salinas del Diamante, que la vendieron al Cura Marcos.

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Los últimos descendientes vivieron en la Villa 25 de Mayo, en especial se recuerda a Leticia Goico de quien nos queda este relato de Narciso

Sosa Morales en La Villa Vieja: “Leticia Goico vivió muchos años en 25 de Mayo, en la intersección

de las calles Las Heras y Los Andes, donde aún se conserva el centenario nogal plantado por sus

manos, que pese al correr del tiempo, se levanta robusto e imponente, como si fuera el alma que

sobrevive de esa fuerte raza que constituyeron los Goico”.

Hoy, el nogal ya no está, se ha caído, como decía el Dr. Lagiglia, “para unirse en la eternidad con

los hombres de la tierra”.

En el lugar conocido como La Pintada, en la zona de la Cuesta de los Terneros, se encuentra una

antigua casona, que fue ocupada, posiblemente desde el siglo XVIII, por la familia de los Goico.

Está hecha de piedras lajas superpuestas, sin ninguna amalgama entre ellas, que habrían sido

trasladadas desde sitios lejanos; consta de cuatro habitaciones, y se conservan las aberturas que

habrían sido ocupadas por ventanas con rejas y puertas de acceso orientadas hacia el patio, el que

llega hasta el borde del arroyo La Pintada, lugar donde arrojaban los desechos, o sea, que era el

basurero, así se han podido estudiar sus hábitos alimenticios.

Cercano a la casa se ha encontrado un antiguo corral de piedra, que alcanzaba una altura

superior a 1,50 m, confeccionado con rocas de arenisca, tiene un largo de 200 m por 100m de

ancho. Lo utilizaban para juntar el ganado vacuno que luego comercializaban en Chile. Los

trabajos arqueológicos fueron realizados por el Dr. Lagiglia y sus colaboradores.

Una estación del F.F.C.C. San Martín en el departamento de General Alvear lleva este apellido y

más recientemente se le ha puesto ese nombre a una estancia de la región.

*Prof. María Elena Izuel

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SANTA ISABEL! ¿El centenario de Santa Isabel?Por Juan Guillermo Rodríguez - Un documento revelador El 17 de noviembre de 2004 se celebrará oficialmente el centenario de la localidad oesteña de Santa Isabel. Sin embargo, un documento revelador de los archivos mendocinos precisa que la población sería mucho anterior. La historia de unas tierras que tuvo dueños virtuales durante décadas hasta que los indígenas fueron corridos por el Ejército nacional.

! Hace unos días visité Santa Isabel, localidad pampeana, estrechamente ligada geográfica, histórica y afectivamente a General Alvear, en el sur de la provincia de Mendoza. En una charla con vecinos se tocaron varios temas -como el chivito asado de por medio-, cuando surgió una invitación para participar de los actos del centenario de la fundación.En ese momento, recordé algunos documentos que se remontan a los antiguos dueños de estas tierras, la familia Goico, integrantes del pueblo Puelche. A esta familia nativa, en lo que quizás constituya uno de los pocos antecedentes de esta naturaleza, el marqués Rafaél de Sobremonte les reconoció alrededor de 1805 la propiedad de las tierras ubicadas al sur del río Diamante. Los pueblos nómades tenían un sentido muy particular sobre la propiedad, ellos se consideraban dueños de las tierras sobre las que podían caminar. No estaban sujetos a documentos o escritu-ras. Quizás esto hizo que no valoraran su importancia y los llevaran a perder los títulos.De mamo en manoAsí, el 11 de mayo de 1825 el cacique Vicente Goico le transfirió a Angel Baez más de un millón de hectáreas comprendidas entre los ríos Atuel, Diamante y Salado. Luego la propiedad pasó por varios propietarios: José Puch y Oía; Francisco Videla; Leopoldo Taboada y Melchor Balastegui. Finalmente fueron

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