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1 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS ELÉCTRICAS: GÉNERO, CONSUMO Y TRABAJO DOMÉSTICO (MAR DEL PLATA, ARGENTINA, 1940-1970) 1 La casa moderna fue un elemento central en la retórica de la “democratización del bienestar” que caracterizó a los discursos políticos y sociales de la Argentina de mediados del siglo XX. El “confort para el pueblo” y “la liberación del ama de casa” se convirtieron en íconos clave dentro de la imagen de una Nueva Argentina. En ese contexto, los electrodomésticos ganaron una nueva relevancia en la promoción de nuevos modos de vida y en el aumento de los niveles de consumo, que cambió la visibilidad del trabajo doméstico de un modo paradójico: al tiempo que su profesionalización se convirtió en un tópico recurrente en distintos espacios discursivos, la promoción del consumo de los nuevos artefactos también sugirió que el trabajo doméstico había sido (o sería) sustituido por los nuevos artefactos. Dichos artefactos también adquirieron un papel destacado en la búsqueda de distinción por parte de la creciente clase media. En este artículo, exploro las formas en que estos aparatos se convirtieron en parte de la vida cotidiana, cómo fueron deseados y resistidos, tanto por hombres y mujeres que han experimentado el proceso de tecnificación del hogar. Palabras clave: género, trabajo doméstico, modos de habitar, consumo Introducción En Argentina, la promoción del consumo de los artefactos eléctricos comenzó a cobrar fuerza en los medios gráficos a mediados de los treinta (Bontempo, 2006). Su difusión, sin embargo, caracterizada por profundas diferencias regionales, fue muy escasa hasta los años cincuenta y sesenta, cuando también su producción nacional tomó un nuevo impulso. Si en 1936 las heladeras eléctricas de uso hogareño comenzaron a ser producidas en el país, en el marco del proceso de industrialización que creció al calor de la demanda local, la producción nacional alcanzaría cifras importantes sólo en las décadas centrales del siglo, pasando de 40.000 unidades anuales en 1950, a 130.000 en 1955, y a 206.000 en 1960 (Dorfman, 1983; Belini, 2009). En 1947, sólo el 3% de los hogares contaba con uno de estos artefactos, porcentaje que sin embargo estaba en sintonía con el alcanzado en otras latitudes: en 1948, por ejemplo, sólo el 2% de los hogares británicos tenía una heladera eléctrica (Belini, 2009). Para 1960, sin embargo, en la Argentina este porcentaje alcanzaba 1 Para una versión más extensa de este texto, ver Inés Pérez “Comfort for the People and Liberation for the Housewife: Gender, Consumption and Refrigerators in Argentina (1930-1960)”, Journal of Consumer Culture, Vol. 12, No. 2, 2012

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1 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS ELÉCTRICAS: GÉNERO, CONSUMO Y TRABAJO

DOMÉSTICO (MAR DEL PLATA, ARGENTINA, 1940-1970)1

La casa moderna fue un elemento central en la retórica de la “democratización del bienestar” que

caracterizó a los discursos políticos y sociales de la Argentina de mediados del siglo XX. El

“confort para el pueblo” y “la liberación del ama de casa” se convirtieron en íconos clave dentro de

la imagen de una Nueva Argentina. En ese contexto, los electrodomésticos ganaron una nueva

relevancia en la promoción de nuevos modos de vida y en el aumento de los niveles de consumo,

que cambió la visibilidad del trabajo doméstico de un modo paradójico: al tiempo que su

profesionalización se convirtió en un tópico recurrente en distintos espacios discursivos, la

promoción del consumo de los nuevos artefactos también sugirió que el trabajo doméstico había

sido (o sería) sustituido por los nuevos artefactos. Dichos artefactos también adquirieron un papel

destacado en la búsqueda de distinción por parte de la creciente clase media. En este artículo,

exploro las formas en que estos aparatos se convirtieron en parte de la vida cotidiana, cómo fueron

deseados y resistidos, tanto por hombres y mujeres que han experimentado el proceso de

tecnificación del hogar.

Palabras clave: género, trabajo doméstico, modos de habitar, consumo

Introducción

En Argentina, la promoción del consumo de los artefactos eléctricos comenzó a cobrar fuerza en los

medios gráficos a mediados de los treinta (Bontempo, 2006). Su difusión, sin embargo,

caracterizada por profundas diferencias regionales, fue muy escasa hasta los años cincuenta y

sesenta, cuando también su producción nacional tomó un nuevo impulso. Si en 1936 las heladeras

eléctricas de uso hogareño comenzaron a ser producidas en el país, en el marco del proceso de

industrialización que creció al calor de la demanda local, la producción nacional alcanzaría cifras

importantes sólo en las décadas centrales del siglo, pasando de 40.000 unidades anuales en 1950, a

130.000 en 1955, y a 206.000 en 1960 (Dorfman, 1983; Belini, 2009). En 1947, sólo el 3% de los

hogares contaba con uno de estos artefactos, porcentaje que sin embargo estaba en sintonía con el

alcanzado en otras latitudes: en 1948, por ejemplo, sólo el 2% de los hogares británicos tenía una

heladera eléctrica (Belini, 2009). Para 1960, sin embargo, en la Argentina este porcentaje alcanzaba

1 Para una versión más extensa de este texto, ver Inés Pérez “Comfort for the People and Liberation for the Housewife: Gender, Consumption and Refrigerators in Argentina (1930-1960)”, Journal of Consumer Culture, Vol. 12, No. 2, 2012

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2 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

el 39,25%. De acuerdo al Consejo Técnico de Inversiones, en 1969, el 80% de las viviendas

electrificadas en el país poseían una heladera eléctrica.2

La masificación del consumo de la heladera eléctrica y otros artefactos domésticos en Argentina

tuvo fuertes similitudes con las formas que adquiriera este proceso en otras latitudes. Al igual que

en la Europa de la posguerra y en otros sitios de América Latina, también aquí el american way of

life sería un elemento de peso en la construcción de un imaginario de la domesticidad, en el que el

consumo centrado en el hogar y la familia tendrían un sitio preponderante (De Grazia, 2005;

Moreno, 2003). Sin embargo, a pesar de que el modelo americano impregnara las imágenes a partir

de las que se difundirían estos artefactos, la extensión de su uso dio lugar a apropiaciones locales

diversas. La expansión del consumo de éste y otros artefactos para el hogar se asentó sobre distintas

representaciones, entre las que primaron una promesa de confort en el ámbito doméstico y de

liberación del ama de casa, por una parte, y por otra, una estética del hogar “popular” –en tanto que

interpelaba al pueblo, aunque no necesariamente tuviera allí su origen- que trascendería los límites

temporales y políticos que le dieran origen, y que se caracterizaría por la distancia respecto de los

cánones de buen gusto de los sectores más encumbrados.

Si desde los años treinta se promovían distintas “maravillas” para hacer del hogar un sitio

tecnificado y lujoso, en las décadas siguientes su consumo sería presentado como parte de una

popularización del confort. Los años de la “democratización del bienestar” (Torre y Pastoriza,

2002) fueron también caracterizados por un crecimiento de la clase media y por la búsqueda de

nuevas formas de distinción, tanto entre quienes se identificaban con ella previamente, como entre

los “recién llegados” (Adamovsky, 2009). Por otra parte, el proceso de domesticación (Silverstone,

1996; Hand y Shove, 2007) de los nuevos objetos se apoyó en la interpelación a un público

femenino y en una nueva visibilidad pública del ama de casa como consumidora (Milanesio, 2006;

Elena, 2006). ¿De qué modos esta imagen del bienestar cambió las expectativas vinculadas al

consumo y al trabajo doméstico? ¿Qué lugar ocuparon los artefactos domésticos en la imagen del

“confort para el pueblo” y en las estrategias de distinción de una creciente clase media? ¿Cómo se

articularon género y clase en ellas?

En este artículo abordo estos interrogantes a través de las representaciones que pueden

rastrearse en 45 relatos de vida.3 Sitúo esas representaciones respecto de textos de la época,

2 La Economía Argentina, 1969, Buenos Aires, Consejo Técnico de Inversiones S.A., 1970. 3 Realicé 70 entrevistas a 45 sujetos, 29 mujeres y 16 varones. La selección de los entrevistados estuvo orientada a dar cuenta de la heterogeneidad de experiencias de la tecnificación del hogar dentro de un universo delimitado. Busqué incorporar sujetos de edades distintas (el mayor de mis entrevistados nació en 1918 y la menor en 1965), con la intención de rastrear diferencias generacionales en las experiencias de la tecnificación del hogar. También incorporé

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3 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

buscando relaciones intertextuales entre ellos. Trabajé con un corpus constituido por distintas

revistas de amplia circulación en este período.4 Todos los entrevistados residieron en la ciudad de

Mar del Plata en el período analizado. Hacia mediados del XX, esta ciudad se convirtió en la meca

estival de la clase media (Torre y Pastoriza, 1999). La construcción de chalets de veraneo equipados

con los más modernos adelantos tecnológicos, que reproducían el confort cotidiano en el marco de

las vacaciones, acercó los modelos de domesticidad y los modos de habitar “modernos” a los

marplatenses. Para la clase media provinciana, la cercanía al estilo de vida de los porteños era en sí

misma un signo de estatus.

En los dos apartados que siguen me detengo, primero, en las condiciones que hicieron posible la

expansión del consumo de artefactos domésticos y, en particular, de las heladeras eléctricas,

observando los discursos que hicieron de ellas una “necesidad”. En el segundo apartado, analizo los

sentidos atribuidos a este y otros artefactos para el hogar y los modos en que se imbricaron con las

estrategias de distinción de quienes podían adquirirlos.

“Democratización” del confort

Las familias argentinas van teniendo heladeras y lavarropas casi sin excepción. Las amas de casa se van liberando

de las pesadas tareas del hogar, ya que esos y otros adminículos mecánicos las hacen más llevaderas y gratas. Los

alimentos se conservan mejor y la familia obrera argentina ahorra dinero y salud como consecuencia. Quizá

alguno todavía piense que esos adelantos están desvinculados de la conducción político social del país por parte

del gobierno y que son regalos que la técnica hace al hombre a esta altura de los tiempos. A ese podemos

preguntarle cuántos pueblos del mundo, con excepción de los Estados Unidos y algunas naciones europeas –no

muchas- cuentan realmente con estos regalos de la técnica. Las comodidades y ventajas que la técnica ofrece son

allí gozadas por los privilegiados de siempre, pues esos pueblos no tienen la suerte del nuestro, en lo que a justicia

en la distribución de la riqueza se refiere. Argentina ya es un pueblo moderno que cuenta con todas las ventajas que

la técnica ofrece, y esas ventajas han llegado a las más humildes capas sociales del país gracias al genio de un

Presidente que es el ejemplo del mundo y el orgullo de los argentinos. 5

Este texto fue publicado en 1955 en una popular revista del período y forma parte del discurso que

presentaba al gobierno peronista como agente de un proceso de democratización del bienestar.

Heladeras y lavarropas encarnan aquí una promesa de confort para el pueblo y liberación para las

amas de casa. En este período, los artefactos para el hogar y la figura del ama de casa ganaron una

nueva centralidad pública, no sólo en Argentina, sino en buena parte del mundo. El modelo de

sujetos de distinto origen: desde italianos y belgas a santiagueños y bonaerenses de otras zonas de la provincia que se instalaron en la ciudad de Mar del Plata, en todos los casos, antes del final de la década de 1950, así como oriundos de la ciudad (hijos, en buena medida, también de migrantes). 4 Incluí tanto revistas dirigidas al público en general (Mundo Peronista, Rico Tipo) femeninas (Para ti, El Hogar), como revistas destinadas a un público masculino (Hobby, Mecánica Popular). En mi corpus he incluido además Casas y

jardines, que era una de las revistas de decoración más importantes en el país. 5 “Confort para el pueblo”, Mundo peronista, 1 de abril de 1955.

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4 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

hogar moderno que emergiera en la segunda postguerra respondía a los estándares de consumo y

equipamiento del de la clase media norteamericana (De Grazia, 2005; Lawrence-Zúñiga, 2004).

En Argentina, sin embargo, la oposición a partir de la que se introdujo la domesticidad en la

disputa de modelos de desarrollo no fue entre el modelo americano y el modelo soviético, sino

aquella que contrastaba el país de los “privilegiados de siempre” con el de la nueva argentina en la

que todos eran (o podían ser, en la medida del propio esfuerzo) “pudientes”. La “democratización”

de los artefactos para el hogar implicó mayores facilidades para acceder a bienes asociados

previamente al confort de la elite, impulsadas en buena medida por el crecimiento de los salarios

reales y la disminución de rubros como la vivienda, la alimentación y el vestido en el gasto de los

hogares de sectores medios y trabajadores (Rapaport, 2003; Aroskind, 2003; Belini, 2009).6

En este período, el confort doméstico y a la tecnificación del hogar ganaron una nueva

relevancia. Por una parte, y a pesar de que no fue fuerte beneficiaria de los créditos del Banco

Industrial ni declarada de “interés nacional” sino hasta 1954, durante el gobierno peronista la

industria local de artefactos para el hogar fue favorecida gracias a distintas protecciones cambiarias,

así como liberación de derechos para la importación de insumos y cambio preferencial para la

compra de maquinarias. Si esta industria adquirió la cualificación de esencial, fue porque se

consideró imprescindible reducir los costos de las heladeras “a fin de posibilitar su adquisición por

una mayor parte de la población” (Belini, 2009).

Por otra, la importante obra pública del período destinada al abastecimiento de agua, electricidad

y gas a una proporción sustancialmente mayor de las viviendas del país amplió las posibilidades de

acceso a estos bienes. Así, entre 1946 y 1953, el consumo eléctrico creció un 45%. El consumo

residencial de energía eléctrica continuó creciendo de manera sostenida entre 1950 y 1980,

duplicándose cada 10 años.7 La intensificación del uso de energía eléctrica es explicada, al menos

en parte, por la disminución relativa de su precio en relación al índice general de costo de vida. En

este sentido, tomando como base 1943, se observa que, para 1957, mientras el costo de la energía

eléctrica había aumentado un 247%, el nivel general del costo de vida había alcanzado un 956,1%

respecto de la fecha de base.8

6 Como ha mostrado Adriana Marshall (1981), recién entre 1963 y 1969, los obreros se habrían incorporado al mercado de algunos bienes durables difundidos en años anteriores (heladeras, televisores). Hacia 1974/75 se habría registrado una mayor participación de los obreros en el mercado de bienes tradicionales. 7 Anuario Estadístico de la República Argentina 1980. Buenos Aires, Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, 1981-1982. 8 Anuario Estadístico de la República Argentina 1957. Buenos Aires, Dirección Nacional de Estadística y Censos, 1957.

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5 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

En este contexto, la figura del ama de casa ganó una nueva visibilidad pública, en especial en el

marco de las crisis inflacionarias de 1949 y 1952 (Milanesio, 2006; Elena, 2006). En momentos de

crisis económica, las amas de casa fueron interpeladas para comprar sólo a los comerciantes

honestos que vendían a los precios establecidos. La incitación al ahorro tenía reminiscencias

morales que daban nueva vida al ideal del ama de casa construido en las primeras décadas del siglo

XX (Liernur, 1997; Nari, 2004). Este ideal sería actualizado en el discurso peronista y utilizado en

la promoción del consumo de heladeras producidas en el país. El consumo de heladeras eléctricas,

por ejemplo, era promovido a partir de ese mismo ideal: no sólo permitirían ahorrar tiempo, sino

también dinero, con la compra de comida para varios días que evitaba la compra más costosa de

productos en pequeñas cantidades (Bellini, 2009).

Estas imágenes perdurarían luego de la violenta caída del gobierno peronista, en las narrativas de

quienes adquirieron uno de estos artefactos en el marco de la democratización del bienestar. ¿Cómo

fueron leídas estas imágenes por los consumidores? ¿De qué manera condicionaron sus usos?

¿Cómo fueron utilizados para construir nuevas distancias sociales?

Heladeras para el pueblo

Los artefactos eléctricos para el hogar habían comenzado a ser presentados en el medio local como

parte de las novedades técnicas que simplificaban el trabajo del hogar a mediados de los años

treinta. Entre 1934 y 1936, las publicidades de dichos artefactos aún eran escasas. A partir de

entonces, sin embargo, adquirirían un lugar creciente en distintas revistas de amplia circulación

hasta alcanzar un punto cúlmine en los años cincuenta y sesenta. Las primeras imágenes a de dichos

bienes los situaban como parte de unos modos de habitar lujosos y distendidos. Para los años

sesenta, la heladera era todavía un signo de estatus, pero no para las mismas personas y no del

mismo modo. En la medida en que se volvía un producto de consumo masivo, era utilizado como

símbolo de distinción entre aquellos que lo habían adquirido recientemente.

Las diferencias sociales y regionales jugaron un papel clave en estos usos. El dinero no era el

único requisito para comprar una heladera u otro artefacto doméstico. Como el siguiente fragmento

enfatiza, para mediados de siglo aún no había electricidad en muchas áreas urbanas. Para muchos,

como Segunda que se mudó de Tucumán a Mar del Plata a mediados de los cincuenta, la migración

podía estar incentivada por la búsqueda de confort.

Entrevistadora: ¿Y en términos de la casa, cómo cambió con la migración?

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6 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

Segunda: Y, totalmente, porque allá no tenía nada, no tenía comodidades. No había agua corriente, no había gas,

no teníamos luz… Estábamos en un lugar lindo, cerca del la estación, en Tucumán, pero no teníamos comodidades

así, no teníamos nada. Una vez que conocimos esto y vimos lo que era, nos vinimos directamente.9

Las diferencias regionales en el acceso de distintos hogares a la electricidad y a los artefactos

domésticos fueron notables. Si en 1960, poco más del 42% de las viviendas de la provincia de

Buenos Aires tenía uno de estos artefactos, sólo el 13% de las viviendas de la provincia de

Catamarca contaba con una.10 Dichas diferencias implicaron fuertes desigualdades en el trabajo

doméstico de mujeres de diferentes regiones y sectores sociales. En efecto, una de las fuentes de

desigualdad más intensa en términos de trabajo doméstico devino de la distinta provisión de

servicios urbanos a los hogares (Roberts, 1991). Si el hogar confortable y el ama de casa fueron

figuras clave de la imagen de la democratización bienestar, también fueron elementos centrales en

la construcción de nuevas desigualdades.

Victoria: Y justamente con la disposición de la casa (que había cambiado en la nueva vivienda que adquirieron)

vienen también los artefactos. Porque en esta otra casa que alquilábamos teníamos heladera a hielo. Heladera a

hielo donde todos los días tenías que traer el hielo envuelto en una bolsa de arpillera. En la nueva casa ya nos

traen una heladera eléctrica. (…). Mi papá compró esa casa en un remate. Y a mí algo que me llamó la atención,

porque nosotros vivíamos muy humildemente, no teníamos nada más que la radio en esa casa que alquilábamos, y a

mí me llamó la atención, porque yo fui con mi papá a ver la casa y la gente nos hizo pasar, y me llamó la atención

los artefactos que tenían. Yo tenía 8 o 9 años y nunca había visto tantas cosas. (…) una de las cosas que me llamó

la atención fue la licuadora. Porque tenían licuadora, tocadiscos, muchos artefactos. Ellos que perdían la casa,

nosotros que no teníamos nada comprábamos la casa. (…).11

Victoria, que nació en Mar del Plata en 1951 y era hija de un empleado de ferrocarril, recuerda el

impacto que le produjo el ver por primera vez los artefactos que otros tenían y su familia no. Ese no

tener es enmarcado, sin embargo, en el relato del acceso de su familia a la casa propia, la casa que

perdía la familia humilde que tenía licuadora, tocadiscos y otros “tantos artefactos” que le habían

llamado la atención. Entre fines de los cincuenta y principios de los sesenta, los artefactos podían

ser un signo de bienestar, pero también podían ser vistos como un signo de ligereza en el manejo de

los recursos económicos, de una suntuosidad innecesaria, falta de criterio y capacidad de ahorro. En

contraste con la casa, que seguía siendo el bien central en el patrimonio familiar, los artefactos

podían ser vistos como signos de frivolidad. Sin embargo, la heladera no estaba incluida entre esos

bienes de “lujo”. En efecto, la heladera a hielo es presentada como parte del pasado que dejaron

atrás cuando pudieron mudarse a la nueva casa. Ambos bienes forman parte de la imagen que

Victoria construye de la respetabilidad y el ascenso social que su familia logró alcanzar.

9 Entrevista a Segunda, Mar del Plata, enero de 2007. 10 Censo Nacional de Vivienda de 1960, Tomo III, Instituto Nacional de Estadística y Censos. 11 Entrevista a Victoria, Mar del Plata, septiembre de 2009.

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7 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

En el relato de varones y mujeres de más edad, migrantes desde zonas rurales, la heladera es un

símbolo de bienestar, que trasciende los usos que de ella pudieran hacerse. Éste es el caso de

Antonio, que habla de la heladera como una de las conquistas conseguidas gracias al trabajo duro.

Antonio había nacido en 1925 en un pequeño pueblo italiano y había migrado a la Argentina, y en

particular a Mar del Plata, en 1950, para trabajar en varios empleos inestables. Siguiendo una

asociación recurrente en este período, en su relato, la heladera aparece como sinónimo de la comida

y de las necesidades básicas. Este artefacto marcó un salto cualitativo en la vida cotidiana de los

hombres y las mujeres de la edad y la trayectoria social de Antonio: la comida abundante, en buen

estado, de mayor complejidad en su preparación, era impensable sin una heladera donde mantenerla

eficazmente. En contraste con ella, que es una “necesidad”, otros artefactos, como la licuadora o la

batidora, son presentados como “comodidades” para la mujer de la casa, no como herramientas de

trabajo sino como artículos de confort.

Antonio: Y sacrificio, sacrificio. Uno dice, ustedes que son jóvenes, algunos dicen que era más fácil, pero había

que romperse. Había que romperse. Y yo el único el único que no me privé es la heladera. Como la ves ahora

siempre la tuve. Eso era sagrado. Pero otros gustos, otros, nada. La verdad es que uno se privaba casi de todo.

Vestirse y comer sí, pero todo lo demás se privaba, divertimento, excursiones, nada, nada. (…)

Entrevistadora: ¿y después otras cosas como batidora, licuadora…?

Antonio: Sí, eso sí, siempre. Cuando empezaron a salir, mi señora siempre, era cosa de ella, sí, todo tiene, todo

tuvimos. Esta cosa cuando ella la quiso siempre la tuvimos. Yo no tuve problema. Esas comodidades así, esas cosas,

nunca nos faltó, no lujo, pero esas cosas nunca nos faltó nada.12

En el mismo sentido, a lo largo de todo el período aquí analizado, en el discurso publicitario este

tipo de artefactos eran presentados como bienes de confort más que como bienes de trabajo. Se ha

sugerido, en este sentido, que el estilo de los artefactos domésticos induce la imagen de que el

trabajo doméstico no es realmente “trabajo” a partir de la idea las referencias a la total

automatización de las tareas de la casa, que ya no requerirían que se les dedicara tiempo (Forty,

1986). La imagen de los “domésticos servidores” se repite incansablemente en los avisos que

promocionan su consumo. Los artefactos se presentan como sustitutos del trabajo humano, como

“empleados domésticos” más eficientes y constantes para el ama de casa que, “liberada” de los

quehaceres, podía entonces destinar más tiempo a los suyos (Pérez, 2013). La legitimidad del

consumo de otros artefactos podía, de hecho, ser puesta en cuestión.

Elena: al principio comprarse un lavarropas era como decir ‘ésta está en la casa todo el día y se compra un

lavarropas…’ (risas) porque aparte era una cuestión de sacar el cuero, viste, que no sé si era envidia o decir,

bueno, ‘si está todo el día en la casa, qué necesita lavarropas si no tiene nada que hacer… (risas)13

12 Entrevista a Antonio, Mar del Plata, julio de 2009. 13 Entrevista a Elena, Mar del Plata, agosto de 2008.

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8 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

Elena nació en 1953. En este fragmento, en el que recuerda su infancia en un barrio de clase

media de Mar el Plata, los lavarropas son presentados como artilugios de amas de casa vagas. Como

las licuadoras y batidoras, distintos artefactos domésticos tenían un estatus ambiguo, identificados

como lujos innecesarios, formas frívolas de gastar el dinero o como “cosas de mujeres”. La idea de

que ahorraban tiempo (más allá de que efectivamente lo hicieran) era probablemente disruptiva para

muchas amas de casa. En contraste con la mayor parte de los artefactos domésticos, la heladera

ofrecía otras representaciones posibles. Por un lado, permitía a los maridos trabajadores y de clase

media ocupar el lugar de proveedores, figura clave en su promoción social y en la construcción de

su identidad de clase. Por otro lado, permitía a sus esposas mostrar un uso cuidadoso del dinero,

contribuyendo así ella también a la promoción social de su familia.

En distintas entrevistas se da cuenta de que la compra de un nuevo artefacto daba lugar a

numerosas visitas, aunque éstas no eran las únicas ocasiones en que los visitantes podían ver los

bienes recién comprados. En los hogares de quienes se habían incorporado a la clase media de

manera reciente y en los de los sectores trabajadores, las heladeras eran muchas veces situadas en el

comedor y decoradas con distintos objetos (carpetas, estatuillas, etc.), de acuerdo a estrictas reglas

estéticas. Esta práctica no era enteramente nueva y estaba influida por imágenes que formaban parte

de la cultura popular. Por ejemplo en abril de 1955, el uso decorativo de la heladera ilustraba las

palabras que la presentaban como un símbolo de justicia social: la heladera en el comedor, decorada

en este caso por un pequeño busto de Eva Perón, era la representación visual del confort para el

pueblo y la liberación para el ama de casa alcanzados gracias al gobierno justicialista. Esta imagen

se transformó, de hecho, en un ícono del peronismo.

Imagen 1: Mundo Peronista, April 1, 1955

Imagen 2: Daniel Santoro, Heladera Siam Di Tella,

argentina, noble y buena, 2010

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9 Seminário Internacional Fazendo Gênero 10 (Anais Eletrônicos), Florianópolis, 2013. ISSN 2179-510X

Aquellos que tuvieron un acceso más temprano a las heladeras no necesitaban enfatizar las

nuevas adquisiciones ubicándolas en el comedor y asignándoles un valor decorativo. La

respetabilidad familar también se expresaba (y alcanzaba) en los modernos modos de habitar

modernos, pero los hogares de los “privilegiados” estaban caracterizados por una estética más

cercana a la ejemplificada en revistas como Casas y Jardines o Claudia, revistas dirigidas a –

aunque no exclusivamente leídas por- lectores con mayor poder adquisitivo, en cuyas páginas se

plasmaba un ideal decorativo de líneas más simples en el que las carpetas o las pequeñas estatuillas

hubieran resultado incongruentes. Muchos artículos, de hecho, recomendaban que los artefactos

domésticos fueran escondidos o, al menos, disumulados. El modelo de domesticidad era el mismo,

pero los criterios estéticos que lo inspiraban en uno y otro caso no eran necesariamente idénticos.

Y vos fijáte hasta qué punto esta gente no supo apreciar lo que tenía que en el dormitorio el piso era de parquet,

tenía parquet, que hoy es una reliquia que está, todavía está, pero había una parte del parquet que estaba quemado,

con las botellas de vino marcadas… O sea, vos fijáte… fijáte a qué nivel daban poco valor a lo que para nosotros

fue un mundo, esa casa (…) El piso de parquet se pasaba primero una viruta gruesa, todo a mano, yo recuerdo que

te ponías una viruta en un pie y con un pie ibas rasqueteando en el sentido de las maderas. Las maderas estaban

puestas como espigas, primero en un sentido y después en el otro. Después de eso, salía cualquier cantidad de… de

polvillo. Eso se barría, se limpiaba y después se le pasaba cera. Al otro día se le pasaba cera, se le volvía a pasar, y

después cuando ya estaba seco se le pasaba un trapo seco, porque después vino la lustradora. Que ya fue también

otro adelanto.14

Por otro lado, a pesar del lugar que algunos artefactos ganaran fuerza en relación a la obtención

de respetabildad familiar, los usos y cuidados de la vivienda eran también centrales en la

confirmación de un estatus y una identidad social. El trabajo doméstico y algunas de los artefactos

domésticos concebidos para aliviarlos cobraron, en este sentido, una nueva relevancia. Saber

mantener un parquet era, también, mostrarse distinto de aquellos que no sabían cuidar lo que tenían,

de quienes no sólo no podrían ascender socialmente, sino que estaban condenados a la pobreza por

su propia (falta de) moralidad. Más allá de que los nuevos bienes eran una marca de estatus (el piso,

primero, y luego la lustradora), lo que otorgaba prestigio era tener un hogar bien cuidado. La

distinción no provenía sólo (ni quizás principalmente) de los artefactos o bienes que se poseían, sino

del modo en que se hacían las tareas de la casa.

Al tiempo que lo diluían en una imagen de confort, y a pesar de que difícilmente pueda decirse

que reducían el tiempo implicado en las tareas de la casa, los discursos a partir de los que se

promovían los artefactos domésticos otorgaron una nueva visibilidad al ama de casa y al trabajo

doméstico. El ama de casa ayudada por sus “eléctricos servidores” podía permanecer siempre

descansada, bella y elegante, encarnando ella misma la imagen del éxito social de su marido, y

14 Entrevista a Victoria, Mar del Plata, septiembre de 2009.

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garantizando con el tiempo “liberado” mayor bienestar a su familia. Tener los artefactos para el

hogar, pero sobre todo, saber realizar el trabajo doméstico implicaba también alcanzar la

respetabilidad familiar del modelo de domesticidad de clase media.

Consideraciones finales

En las décadas centrales del siglo XX, de producto de lujo, que sólo podían adquirir los sectores de

mayor poder adquisitivo, las heladeras y otros artefactos domésticos se transformaron en bienes

masivamente demandados por una clase media en expansión. El camino que los llevaron a ese

lugar, sin embargo, no careció de dificultades. Por una parte, la expansión de la industria de

artefactos para el hogar se condijo con un apoyo estatal sólo indirecto hasta los últimos años del

gobierno peronista. Por otra, a pesar de la importante obra pública relativa a la extensión de las

redes de energía eléctrica, hacia el final del período aquí analizado, aún una amplia proporción de

las viviendas del país carecían de este servicio. Las diferentes temporalidades en el acceso a estos

bienes fueron marcadas por desigualdades sociales y regionales muy intensas.

Más allá de estas desigualdades, entre quienes pudieron acceder a ellos, las apropiaciones fueron

diversas. La heladera ubicada en el comedor y decorada con distintos elementos se explica por el

lugar que adquiriera como signo de estatus, como marcador de la distancia social que buscaba

construirse respecto de quienes, estando socialmente cerca, aún no habían podido adquirir una. A

diferencia de otros artefactos domésticos que podían ser vistos como muestra de un modo poco

cuidadoso de gastar el dinero, la heladera era un bien necesario, sinónimo del bienestar familiar. Su

lugar en el comedor se explica también por la apelación a una estética “popular”, lejana a los

criterios de decoración exhibidos en revistas que apuntaban a un público de mayor poder

adquisitivo y gustos más refinados. En todo caso, tanto los saberes como los bienes utilizados en el

trabajo doméstico se constituirían en elementos centrales de la búsqueda de respetabilidad familiar

y en la construcción de una identidad de clase media.

Las heladeras y otros artefactos domésticos ocuparon un sitio relevante tanto en la imagen de la

popularización del confort como en la construcción de distancias sociales por y entre una creciente

clase media. El confort doméstico y el ama de casa fueron figuras centrales tanto en la imagen de la

democratización del bienestar (propuesta “desde arriba”), como en la adopción y apropiación de un

modelo de domesticidad de clase media (“desde abajo”). En ambas, los estereotipos de género y una

nueva visibilidad del trabajo doméstico jugaron un papel protagónico: si la mujer doméstica era la

destinataria de aquel confort, su “liberación” de las tareas del hogar era la materialización del éxito

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tanto del Estado como del marido. La extensión del consumo de artefactos para el hogar cambió la

visibilidad del trabajo doméstico de un modo paradójico: al tiempo que lo volvía un tópico

frecuente en distintos espacios discursivos, insinuaba que el trabajo del ama de casa había sido (o

sería) reemplazado por el de las nuevas máquinas. Sin embargo, para muchas de las entrevistadas el

saber implicado en ese trabajo no era reemplazable: en él residía la respetabilidad del ama de casa y

su familia. En cualquier caso, el trabajo doméstico y los artefactos para el hogar serían elementos

clave en la construcción de una identidad de clase media.

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In an “Electric Wonderland”: Gender, Consumption, and Domestic Work (Mar del Plata,

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The modern home was a core element in the rhetoric of “welfare democratization” that

characterized political and social discourses of the Mid Century Argentina. “Comfort for the

people” and “liberation for the housewife” became key icons within the image of a New Argentina.

In that context, domestic appliances gained a new relevance within the promotion of new modes of

living and standards of consumption, which changed the visibility of domestic work in a

paradoxical way: as it made housework professionalization a frequent topic in several discursive

spaces, it also suggested that the housewife’s work had been (or would be) replaced by new

appliances. Domestic appliances also acquired a prominent role in the search for distinction by the

growing middle class. In this article, I explore the ways in which these appliances became part of

everyday life, how they were both resisted and longed for, by both men and women who

experienced the home mechanization process.

Key words: gender, domestic work, ways of living, consumption