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Revista de la parroquia de Nra. Sra. del Santo Rosario de Chitré

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Page 1: En Camino

En camino... Revista digital de meditación y orientación cristiana.1

Inicia la Cuaresma

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La Cuaresma es el tiempo litúrgico de con-versión, que marca la Iglesia para preparar-nos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejo-res y poder vivir más cerca de Cristo.La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves San-to. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuer-zo por recuperar el ritmo y estilo de verda-deros creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.El color litúrgico de este tiempo es el mo-

rado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de con-versión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cua-resma como un camino hacia Jesucristo, es-cuchando la Palabra de Dios, orando, com-partiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de acti-tudes cristianas que nos ayudan a parecer-nos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.Por ello, la Cuaresma es el tiempo del per-dón y de la reconciliación fraterna. Cada

día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuares-ma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos tam-bién a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

¿Por qué 40 días?La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su

Qué es la Cuaresma

vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, segui-do de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a cons-tituirla en tiempo de penitencia y de renova-ción para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más ali-gerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

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El vocablo teutón Lent, que se utili-za en inglés para indicar los cuarenta días de ayuno anteriores a la Pascua, no pasaba de significar la estación de primavera. A pesar de ello se ha ve-nido usando desde el período anglo-sajón para traducir la palabra latina quadragesima (francés: carême; ita-liano: quaresima; español: cuares-ma), de mayor precisión por significar “cuarenta días”, o, más literalmente, “el cuadragésimo día”. Esta palabra, a su vez, imitaba el nombre griego de la Cuaresma, tessarakoste, (cuadra-gésimo), formado por su analogía con Pentecostés (pentekoste), que ya era usado desde antes de los tiempos del nuevo testamento para nombrar la fiesta judía. Esta etimología adquie-re cierta importancia al momento de explicar el desarrollo más antiguo del ayuno oriental.

Origen de la costumbre

Ya desde el siglo V algunos Padres apoyaban la tesis de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (+ 461) exhorta a sus oyentes a abste-nerse para que “puedan cumplir con su ayuno la institución apostólica de los cuarenta días”- ut apostolica ins-

titutio quadraginta dierum jejuniis im-pleatur (P.L., LIV, 633)- ,y el historia-dor Sócrates (+ 433) y San Jerónimo (+ 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).

Mas los mejores eruditos modernos rechazan casi unánimemente esta posición. En los documentos existen-tes de los primeros tres siglos encon-tramos una diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, e incluso una gradual evo-lución de su período de duración. El pasaje más importante es uno cita-do por Eusebio de Cesárea (Historia Ecclesiastica V, 24) de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con rela-

Origen de la palabra

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ción a la Controversia de Pascua. En él, Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. “Pues- continúa- algunos piensan que hay que ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros que durante varios, e incluso otros acep-tan que afirman que deben hacerlo durante cuarenta horas continuas, de día y de noche”. Él mismo afirma que esta variedad de formas tiene un ori-gen muy antiguo, lo que significa que no hay tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, que tradujo a Euse-bio al latín a fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntua-ción en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayuna-ban cuarenta días. Originalmente la lectura apropiada del texto fue tema de debate, pero la crítica actual (Cfr. la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pro-nuncia fuertemente a favor del texto cuya traducción fue presentada más arriba. Podemos, así, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.

La misma conclusión se puede obte-ner respecto al lenguaje de Tertuliano, de unos pocos años después. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayuno católico (i.e. “los días cuando el novio

les será arrebatado”, que probable-mente se referían al Viernes y Sába-do Santos) con el más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que era observado por los montanis-tas. Obviamente se refería a un ayu-no muy estricto (xerophagiæ: ayuno seco), pero no hay indicación alguna en sus escritos- aunque escribió todo un tratado “De jejunio” y con frecuen-cia toca el asunto en otras obras- que estuviese familiarizado con algún pe-ríodo de cuarenta días consagrados a ayunar más o menos continuamen-te (Véase Tertuliano, “De jejunio”, II y XIV; “De Oratione”, XVIII, etc.).

Sin excepción alguna, los Padres pre-nicenos guardan el mismo silencio en torno a ese tipo de ayuno, a pesar de que muchos de ellos pudieron haber-

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lo mencionado si hubiese sido una institución apostólica. No existe, por resaltar unos ejemplos, mención al-guna de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (Ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la “Didascalia”, fechada por Funk en las cercanías del año 250. Empe-ro, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.

Existen datos que sugieren que la Iglesia de la Era Apostólica celebraba la Resurrección de Cristo no con una festividad anual, sino semanal (Véa-se, “The Month”, abril 1910, 377 ss) De aceptarse esos datos, la liturgia dominical constituía el recuerdo se-manal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de su Pasión. Esa teo-

ría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos en la mitad final del siglo II en lo tocante al tiempo adecuado para observar la Pascua y a la manera del ayuno pas-cual. Había consenso total en cuanto a la observancia semanal del domin-go y del viernes, por ser algo primiti-vo, pero la fiesta anual de la Pascua constituía algo impuesto por el proce-so natural de desarrollo, influencia-do en gran parte por las condiciones de cada iglesia, tanto en Occidente como en Oriente. No sólo eso, sino que a una con la fiesta de la Pascua parece haberse introducido un ayu-no preparatorio, para conmemorar la Pasión o, dicho de otro modo: “los días en los que les sería arrebatado el novio”. Ese ayuno de modo alguno se prolongaba más de una semana, aunque sí era muy estricto.

Como haya sido, encontramos ya en los albores del siglo IV la prime-ra mención del término tessarakoste. Aparece en el quinto canon del Conci-lio de Nicea (325 d.C.), donde se con-sidera el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; se puede pensar que se refiere a una festividad, como la Ascensión o la Purificación, llama-da quadragesima de Epiphania por Ætheria, y no a un período determina-do de tiempo. Mas no debemos olvi-dar que el vocablo antiguo, pentekos-te (Pentecostés), que originalmente

significó el quincuagésimo día, había llegado a convertirse en el nombre de todo el período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) que va del Do-mingo de Pascua hasta el de Pente-costés (Cfr. Tertuliano, “De idolatria”, XIV: “pentecosten implere non po-terunt”). Como quiera que sea, sí hay seguridad de que, de acuerdo a las “Cartas Festales” de San Atanasio, que en el año 331 este santo impuso a su grey un ayuno preliminar de cua-renta días. Este ayuno era aparte del de la Semana Santa, mucho más es-tricto. Ese mismo Padre, el año 339, habiendo viajado a Roma y por gran parte de Europa, escribió a la gente de Alejandría en palabras muy fuer-tes para ordenarle que lo observase, siendo como era ya de observancia universal, “para que cuando todo el mundo está ayunando, no seamos nosotros el hazmerreír por ser quie-nes vivimos en Egipto los únicos que en vez de ayunar nos dedicamos al placer”. Si bien Funk primeramente sostuvo que la Cuaresma de cuaren-ta días no se conoció en Occidente antes de la época de San Ambrosio, no podemos desechar esa evidencia.

Duración del ayuno

El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran in-fluencia al fijar el tiempo de cuaren-ta días. Aunque también es posible

que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tra-dición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno de Jesu-cristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecis-mo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.). Por otra parte, así como Pen-

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tecostés (cincuenta días) era el pe-ríodo durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadra-gésima (cuarenta días) era original-mente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayu-no y las festividades post-pascuales: “Después de Pascua, pues, celebra-mos Pentecostés durante siete se-manas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejerci-cio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis in-dica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justa-mente la segunda fiesta de siete se-manas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo”, N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese prin-cipio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica. En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis sema-nas, pero según el historiador Sócra-tes, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confia-

mos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posible-mente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los “escrutinios” preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en “Recent Discoveries”), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días. Em-pero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato

explicado en las “Cartas Festales” de San Atanasio y que cundió en Alejan-dría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas “cartas festales” enseña lo si-guiente: “Cuando Israel era encami-nado hacia Jerusalén, primero se pu-rificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egip-to. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos puri-ficarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua”. N.T.). Esto queda confirmado por la “Cons-tituciones Apostólicas” (V, 13) y pre-supuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habien-do sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificacio-nes. A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su “Peregrinatio”, habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de

ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, “De Elia et Jejunio”, 10). En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gre-gorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que

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36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365. Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato pri-mitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, du-rante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de “sacrificium qua-dragesimalis initii”, el sacrificio del ini-cio de la Cuaresma (La versión ac-tual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: “...el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.”, N.T.)

Naturaleza del ayuno

La divergencia respecto a la naturale-za del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (His-toria Ecclesiatica, V, 22) nos descri-be la práctica del siglo V: “Algunos se abstienen de cualquier tipo de crea-tura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar has-

ta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados”. En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de “La vida de San-ta Melania la Joven” parecen ser tes-tigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, so-bre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comi-das semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, “Vita di S. Melania Giunio-

re”, apéndice XXV, p. 478). La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos ha-bla del obispo Cedda, quien en Cua-resma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua” (Historia Eccle-siastica III, 23). Por el contrario, Teo-dulfo de Orleans, en el siglo VIII, con-sideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglate-rra, fija la norma: “Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos”. Esta decisión quedó des-pués incorporada al “Corpus Juris”, y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas cier-tas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir “lacticinia”, a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad. Tales dispensas eran conocidas en

Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; But-ter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas re-cogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era co-nocida, por esa razón, como la “Torre de la Mantequilla”. Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuares-ma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre ingle-sa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.

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Relajamiento del ayuno cuaresmal.

Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domin-gos. Desde el inicio de esa tempora-da, hasta su final, quedaban prohibi-dos la carne y los “lacticinia”, incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer. Pero ya en una época

muy temprana (encontramos la pri-mera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alre-dedor del año 800, tomaba su refac-ción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, víspe-ras, etc., más que representar pun-tos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las

tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspon-día a la hora sexta, mediodía. De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de rom-per el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmen-te el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del “Micro-logus” del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teó-logos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal. Toda-vía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la “co-lación”. Esta perece haber comenza-do en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la conce-sión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atarde-cer para aquellos que estuviesen fa-

tigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea to-mada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los si-glos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía. Puesto que esa bebida vespertina, cuando se co-menzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las “collatio-nes” (conferencias) del Abad Casia-no a los hermanos, esta pequeña in-dulgencia llegó a ser conocida como “colación”, y así se ha llamado desde entonces. Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se

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ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domin-gos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período. Más recien-temente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la mis-ma indulgencia. En los Estados Uni-dos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miér-coles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única com-pensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comi-da. (Véase Abstinencia, Ayuno, Im-pedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagési-ma, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos). (La legislación actual de la Iglesia, se-gún el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la

obli-gación de ayunar y abstenerse de ciertos alimen-tos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias epis-copales, todos los viernes y el tiempo de Cuaresma. Cfr. También el Cate-cismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Ad-viento, el otro “tiempo fuerte”, peni-tencial, de la Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)

HERBERT THURSTON Transcrito por Anthony A. Killeen A.M.D.G. Traducido por Javier Algara Cossío

Mañana miércoles, con el ayuno y el rito de las cenizas, entramos en la Cuaresma. Pero, ¿qué significa «entrar en la Cua-resma»? Significa comenzar un tiempo de par-ticular compromiso en el combate es-piritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y a nuestro alrededor.

Quiere decir mirar al mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás. Significa no descargar el problema del mal sobre los demás, sobre la socie-dad, o sobre Dios, sino que hay que re-conocer las propias responsabilidades y asumirlas conscientemente. En este sentido, resuena entre los cristianos con particular urgencia la invitación de Jesús a cargar cada uno con su propia «cruz» y a seguirle con humildad y con-fianza (Cf. Mateo 16, 24). La «cruz», por más pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de una des-gracia que hay que evitar lo más posi-ble, sino una oportunidad para seguir a Jesús y de este modo alcanzar la fuerza en la lucha contra el pecado y el mal.Entrar en la Cuaresma significa, por tanto, renovar la decisión personal y co-munitaria de afrontar el mal junto a Cris-to. La Cruz es el único camino que lleva a la victoria del amor sobre el odio, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia. Desde esta perspectiva, la Cuaresma es verdaderamente una ocasión de in-tenso compromiso ascético y espiritual fundamentado sobre la gracia de Cristo.Palabras que pronunció SS Benedicto XVI después de rezar la oración mariana del Ángelus, el domingo, 10 febrero 2008.

Queridos hermanos y hermanas

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Primera lectura: Gen 2,7-9;3,1-7

Entonces Yahveh Dios formó al hom-bre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado.Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

Salmo 51: 3 - 6, 12 - 13, 17Tenme piedad, oh Dios, según tu

amor, por tu inmensa ternura borra mi delito,lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame.Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí;contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Por que apa-rezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas.Crea en mí, oh Dios, un puro cora-zón, un espíritu firme dentro de mí re-nueva;no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu.abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.

Segunda lectura: Romanos 5: 12 - 19Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte al-canzó a todos los hombres, por cuan-to todos pecaron;- porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley;con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión se-mejante a la de Adán, el cual es figu-ra del que había de venir...Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gra-cia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación.En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reci-ben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo!Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida.

En efecto, así como por la desobe-diencia de un solo hombre, todos fue-ron constituidos pecadores, así tam-bién por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.

Evangelio: Mt 4,1-11Entonces Jesús fue llevado por el Es-píritu al desierto para ser tentado por el diablo.Y después de hacer un ayuno de cua-renta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre.Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.»Mas él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda pa-labra que sale de la boca de Dios.»Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el ale-ro del Templo,y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus án-geles te encomendará, y en sus ma-nos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.»Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria,y le dice: «Todo esto te daré si pos-trándote me adoras.»Dícele entonces Jesús: «Apártate, Sa-tanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.»

Primer domingo de Cuaresma

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Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.

Nexo entre las lecturasLa “tentación” parece ser la palabra clave que unifica las lecturas de este primer domingo de Cuaresma. Sin embargo no es la única palabra. Jun-to a ella deberíamos colocar otra muy importante: “combate espiritual” y de-rrota de la tentación. En este sentido es el evangelio el que nos ofrece el tema central: Jesucristo es tentado en el desierto y vence la tentación (EV). Muy distinto de Adán que su-cumbe ante el tentador en los albo-res de la humanidad (1L). Así como por un sólo hombre entra el pecado y la muerte en el mundo, por un solo hombre, Jesucristo, Verbo encarna-do, entra la gracia y la benevolencia de Dios. La tentación vencida en Cris-to con la ayuda de la gracia es fuente de crecimiento espiritual y felicidad verdadera.

Mensaje doctrinal1. La condición humana. El texto ya-vhista del Génesis sobre la creación y la primera caída subraya de modo especial la “centralidad del hombre”,

del ser humano en la obra creado-ra. El Señor “modela al hombre de arcilla e infunde en él el espíritu de vida”. El resto del relato coloca toda la creación en función del hombre y le sirve de escenario. Esta centrali-dad se expresa de modo elocuente cuando Dios conduce al hombre para que dé “nombre a todos los animales del campo y a las aves del cielo”. Sin embargo, a pesar de esta situación de privilegio en el jardín del Edén, tie-ne lugar un drama de insospechadas consecuencias. El hombre, tentado

por la serpiente, quiere decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, prerrogativa que corresponde sólo a Dios, pues el hombre, no obs-tante su dignidad, sigue siendo una creatura dependiente de Dios. En este sentido, lo primero que define al hombre no es su libertad, sino su dependencia de Dios. El texto bíblico expone acertadamente la naturaleza de la tentación. La presenta atractiva: “el árbol era apetitoso y agradable”, pero dicha tentación esconde un en-gaño, una mentira: “seréis como dio-ses”. La tentación parece que dice al hombre: “consiente y experimentarás felicidad”; “no resistas y serás dicho-so”; “no te queda otro camino mas que abandonarte a la tentación”; “no tienes suficiente fuerza para resis-tir”. En todo caso la tentación pone a prueba al hombre, lo pone en estado de combate.

2. Las consecuencias de la caída de nuestros primeros padres son dramáticas: entra el pecado y la muerte en el mundo. El hombre se descubre desnudo, incapaz de do-minar sus tendencias desordenadas ni el mal que se anida en el interior y no puede tener su origen en Dios, su creador. El hombre ha caído en un abismo que no parece conocer fin. Jesucristo, hombre y Dios verdadero, experimenta en el desierto la tenta-ción del demonio a no seguir la volun-

tad del Padre y a ceder a las propues-tas de un mesianismo distinto del que el Padre le indicaba. Sin duda esta página del evangelio es una de las más altas, porque demuestra la ple-na humanidad de Cristo que sufre la tentación. “El ser tentado es parte de su ser hombre, de su descender en la comunión con nosotros, en el abismo de nuestra miseria”. Al mismo tiempo demuestra la derrota del enemigo. “El pasaje de la tentaciones resume en síntesis toda la lucha de Jesús: aquí se pone a prueba la esencia de su mi-sión, pero al mismo tiempo se pone a prueba el justo orden de la vida hu-mana, el camino del ser humano, el camino de la historia. Se trata en últi-ma instancia de destacar aquello que tiene importancia en la vida, que es el “primado de Dios”. El corazón de toda tentación es dejar de lado a Dios que, junto a todas las cosas que ur-gen en nuestra vida, aparece como algo secundario (Card. Joseph Ra-tzinger L´Osservatore Romano 7 de marzo de 1997 p.6).

Sugerencias pastorales1. La utilidad de la tentación. Por experiencia sabemos lo que es la tentación: una prueba, un momento de riesgo en el que podemos salir vic-toriosos, pero también podemos ser derrotados. Se pone a prueba nues-

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tra adhesión a Dios. Por ello, la tenta-ción se nos presenta como un cierto sufrimiento, como un tiempo de lucha y combate espiritual. Así, quisiéramos estar exentos de la tentación y en el sentir popular, se la considera como un mal. Sin embargo, si miramos más a fondo, la tentación nos ofrece una ocasión para manifestar el amor, es un momento de lucha por el amado. El hombre tiene la oportunidad de demostrar su adhesión incondicional a Dios por encima de los sufrimien-tos, expresa su condición de creatura ante Dios creador y se somete humil-demente a su voluntad. Quizá ningún momento es más alto en la vida como cuando el hombre, haciendo oídos sordos a las tentaciones del demonio, se adhiere incondicionalmente a su creador. Aquello que se ofrecía en un principio como ocasión de ruina espi-ritual, se ha convertido, con la ayuda de la gracia y de la firme resolución del hombre, en motivo de crecimien-to espiritual. El hombre realmente se abandona en las manos de Dios con un acto de fe, amor y esperanza sin límites. Quien vence la tentación dice a Dios: “Señor, Tú ere mi único bien” “Para mí lo bueno es estar jun-to a Dios”. San Agustín en una altísi-ma página escribía: “Si en Él fuimos tentados, en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en Él,

y reconócete a ti mismo victorioso en Él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla”.

2. La tentación de ver a Dios como enemigo. Esta tentación es más co-mún de lo que podría parecer a pri-mera vista. Es la tentación de ver la norma moral como un obstáculo a la felicidad humana. Como si Dios fuese celoso de la felicidad humana. Este mismo pensamiento lo sugirió ya en el paraíso el demonio. Muchos fieles piensan que las normas de la Igle-sia sobre la vida conyugal, sobre la disciplina eclesiástica, sobre las rela-ciones prematrimoniales y la anticon-cepción, sobre el respeto de la vida desde el momento de su concepción hasta el de su término natural son una especie de imposición que impi-de al hombre vivir y realizarse en feli-cidad. Esta es una gran tentación. Es un gran desafío de nuestra pastoral mostrar a todos la belleza del Plan de Dios y hacer ver que en una vida centrada en la ley de Cristo el hom-bre encuentra su plenitud.

En camino...Desde varios años, gracias a la actitud visionaria del padre Francisco Iturbe, existe en nuestra parroquia el boletín El Caminante. Ahora la experiencia se amplia, y con esta edición digital de la revista En camino entramos en el mundo nuevo y complejo de la información digital que se comparte con más velocidad y amplitud.El espíritu que anima la nueva publicación es lo mismo de siempre: cumplir con la misión que Jesús nos encargó de difundir la Palabra de Dios hasta los últimos confines del mundo.La revista se propone como herramienta de formación y catequesis para todos los operadores pastorales, los docentes, los padres de familias, los jóvenes, los niños, lo ancianos: Todos podrán encontrar nutrimento para su hambre de Dios y tener encendida la llama de la fe.En cuanto experiencia de fe compartida, la revista no es unidireccional, es decir: desde los que escriben hacia los lectores que la leen sino bi - direc-cional, en el sentido que todos podemos compartir nuestras experiencias, aportar reflexiones, regalar sugerencias, indicar temas.Por este motivo les damos a la bienvenida a todos con la esperanza de ver crecer la revista y sobre todo la unidad entre nosotros.

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Tu Palabra me da vidaconfío en tí, Señor