emanuela de dampierre-begoña aranguren

364
MEMORIAS EMANUELA DE DAMPIERRE Esposa y madre de los Borbones que pudieron reinar en España

Upload: bettyge

Post on 13-Dec-2014

147 views

Category:

Documents


12 download

TRANSCRIPT

Page 1: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

M E M O R I A S

EMANUELA DE DAMPIERRE

Esposa y madre de los Borbones que pudieron reinar en España

Page 2: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

E M A N U E L A DE D A M P I E R R E M E M O R I A S

E S P O S A Y M A D R E D E L O S B O R B O N E S

Q U E P U D I E R O N R E I N A R EN E S P A Ñ A

Page 3: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ÍNDICE

Preámbulo ......................................................................... 11Introducción...................................................................... 19

I. Infancia y familia. D e París a R o m a .............. 25II. Adolescencia y juventud. Cuando Roma era

una fiesta ............................................................ 45III. Comprom iso con Jaime. M i peculiar compro­

miso matrimonial................................................ 67IV Familia política. E l descubrimiento de un nue­

vo mundo ............................................................. 77V. Boda. Anillo de compromiso, cadena de nuestro

am or ..................................................................... 99VI. Problemas matrimoniales. Los malos augu­

rios se confirman ................................................. 109Y ” Italia fascista. Una aventura con un trágico final. 123• - Febrero 1941. El R ey ha muerto. ¡ Viva el Rey

por-venir!............................................................. 139EX. Exilio. Cartas marcadas ..................................... 153X Hijos. Alfonso el responsable y Gonzalo el cari­

ñoso ...................................................................... 165X I Las controvertidas renuncias de Jaime. A s í se

ruenta la H istoria ................................................ 177

Page 4: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

XII. Separación de hecho. ¡A lfin sola! ............... 199XIII. La juventud de mis hijos. E l Caudillo los re­

clama ................................................................ 211XIV. Boda de Alfonso y Carmen. N o es oro todo lo

que reluce........................................................... 233XV. Retrato de familia. De primos y amigos a moles­

tos parientes ...................................................... 247XVI. Muerte de Fran. E l principio del f i n .............. 263

XVII. Alfonso. Persona injustamente non grata ...... 273XVIII. Gonzalo. Un amoroso y tierno desastre ........... 291

XIX. Luis Alfonso. Del recuerdo a la esperanza ...... 307XX. El final de la aventura. Memorias inútiles ..... 325

Hiblio^ralí.1 ..................................................................... 343

Page 5: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I mi hermana Edurne, con mi sincera admira

i iiin porque, a la hora de la verdad, lia dejado de

ser didáctica para convertirse en un ser... huma

no y tierno a quien cada día quiero más.

B e c ;o ñ a A r a n c u r i :n

Page 6: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

PREÁMBULO

V« ' "ii imn li.is las ocasiones en las que me hubiera mista (!n . n i ' i i ii la dura pero consoladora frase de Sartre:«l I in f ie l

..........i I" utios.» Resulta cómodo pensar que son los dein.r,I" 1111 - ii amargan la vida. Mi cabeza insistía en creerlo, j i f i n mi 11 i ia/ón no me lo ha permitido. Muy por el con 0 ii-1 he tenido más remedio que aceptar que sólo unmii ni......... uentro con ellos, con los otros, me reconcilia1 mi 1 1 mundo.

1 .1 1 >• labilidad di- llevara cabo la introspección de una per«..... 'i iiiocer así su yo más profundo; el interpretar sus silenlili kn i linio como su necesidad de hablar, a veces y sin saberlo in hIm unióse; el compartir su guasa a la vez que su llanto

'fiMinln ni' nata de unas lágrimas que ruedan por la mejilla • l< 111 * 111 e 11 que nunca pensó en llorar... son, todos ellos, sen • fkiim ni" muy impactantes. Fin el caso concreto de este libro jhin Indi . o que el hecho de ser recibida por una persona i on li un ni i h i.ildad que la de una estatua y que,pasado un tieni |in II. i'iii i sentii que te ha permitido traspasar todas y cada l ln« il' las tapas que separaban su personaje de su persona,

¡§tln i i iu\< una satisface'ion personal que es, sencillamente, lHi|i< 'ilhli de explicai con palabras. Y es esto, exactamente, lo i , l i . ' u n lia oí ni rulo con dona hmanucla de I )aiiipierre.

Page 7: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Hace ya muchos años que su persona me inspiraba una

gran curiosidad. Consideraba no sólo extraño sino injusto el

que la inmensa mayoría de nosotros contáramos con un des­

conocimiento tan absoluto de alguien que, con respecto a la

reciente historia de España, yo encontraba del máximo inte­

rés. Más tarde he comprendido que, en el caso de doña Ema-

nuela,un manto de olvido difuminaba su figura hasta el pun­

to de llegar a dudar si, en realidad, permanecía con vida.

Pero he tenido la inmensa satisfacción de confirmar que

está viva y muy viva. Son casi cincuenta las horas grabadas

que de nuestros encuentros conservo. A éstas habría que aña­

dir todas aquellas que transcurrieron mientras almorzábamos,

lomábamos un ( ampari o íbamos al cine juntas. Por tanto

puedo .iln ni.ii que son v.nios y diversos los aspectos de su

lu isón.ilid.nl que me han impresionado:la manera tan y tan

fina de lulai iodo a pesar de su edad;su conversación amena

\ divertida,su fortaleza,su dignidad y un desarrolladísimo sen­

tido del humor que, pese a todo, conserva y fomenta como

si de un gran aliado — ese que te impide tirar la toalla— se

tratara.

Quiero dejar claro que una, primero por alguna razón

genética y, más tarde, por edad y experiencia, es cada vez

más escéptica.Y lo soy, de manera especial, con todo aque­

llo relacionado con la política. Eso sí, tengo una obsesión:

mantenerme siempre como alguien independiente, cosa que

he demostrado en toda mi trayectoria profesional en gene­

ral y en el programa televisivo Epílogo en particular.

Tengo la inmensa suerte de haber contado con la oca­

sión de entrevistar a muchísimas personas de todo tipo y con­

dición, ('.liando alguien tiene la humildad de es» tu liar - -pri-

Page 8: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iiilllvn r indispensable signo de inteligencia , es capaz de

i|>i< ntln algo de casi todo el inundo. Así, para mí ha sido

i ni impon ante llevar .1 cabo el epílogo de'íórcuato I iu a tic*

I ni 1 niño «I de 1 tan cisco Rabal.Juro que de ambos, poi

I*....... un i |rmplo, he aprendido mucho. I )oy por hecho que

«I 1 Mu luí .1 si se debió, fundamentalmente, a que la idcolo-

l'i 1 1I1 * ida i nal era tan opuesta como enriquecedora.

1 • 1 unmonas quieren dar cuenta, como todas.de «una

vi iilnl" I 11 este caso en concreto, la verdad de doña lima

ii"' 11 di I >.itnpiei re.Y es que la verdad a secas 110 es otra 1 osa

i|M< mi piolundo acto de fe o, si acaso, una entelequia que

1 n 1.111 pn ienece. Aquí, y sobre todas las cosas, se ha trata

1I11 1I1 «'luoiiirar ni más ni menos— un sincero testimo­

til" liumaiio. Para conseguirlo no se han escatimado viajes

a I*.....1 que, a lo largo de más de un año, han sido constan

I* , ■ mi 1 I luí de charlar con ella sin reloj y sin tapujos, casi

|iii*i 1 rl infinito.

1 olio/co muy bien a quienes están por encima de cier­

ta 1 usas y también a aquellos que, por el contrario, son la

|V|H« M iiiai ion de la falta de elegancia y de la mediocridad.

I * ilri II , u-ngo claro quiénes van a cuestionar mi persona por

liillm • si uto este libro para, sin siquiera saberlo, resaltar otra

un . mi postura pretendidamente patriota. ¡Com o si el

|Mli \ mi historia sólo les pertenecieran a ellos!

I n 1111 opinión, cualquier testimonio humano está por

ytii lina de toila ideología. Por tanto, a todos aquellos a los

t|tiv un refería anteriormente, quisiera recordarles algo de

hm| 1 lalii la i apital:«No ofende aquel que quiere sino el que

Page 9: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Atl)o| nr.iló|-u o simplificado de* la familia del rey don Alfonso XIII

d o f t a \ .......... a I Ugenia Sólo figuran los d e s c e n d ie n te s de los d os hij' .iioms, don |anne y don juán . Por otro lado, únicamente consC

aquellos matrimonios con validez civil y eclesiáslii

Page 10: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 11: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

En 1883, a la muerte sin hijos del conde de Chambor

(Hcnri V, roi légitimiste de Fratice), jefe de la Maison de France o

de Bourbon, la primogenitura pasa al pretendiente Juan III (Jeaii III

su familiar más cercano en la línea masculina. A la muerte de Alfons

Carlos (Charles X II, duc d ’Anjoü), la herencia legitimista de Francia

mbién la carlista pasa al rey don Alfonso XIII. Al morir su hijo Alfonj

sin descendencia, el primogénito pasa a ser Jaime (Henri V I Jacqm

duc d ’Anjou), segundo hijo varón, a quien, a su vez, le sucede su hi

Alfonso (Alphotise II, duc d ’Anjou). A la muerte de éste en 198 el derecho de primogenitura recae en su hijo Luis Alfon

(Louis X X , duc d ’A ujoi

Page 12: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

*SUM£RARAMA

CHIRLES Xi-r» á r F o s o ]

CHARLES

SEGUNDA RAM A

CARLOS IVR.cy de España

FERNAND O VIIR e y Je España

C ARLO SVR ey carlista

_LFRA N CISCO DE PAUL¿

Infante Je España

a'}------

ISABEL IIReina de F.'pji'u

(esposa de su primo

Francisco de Asís

de Borbón,

duque de Cidi?)

CARLOS (VI)t sin hijos

JUAN (III) JE A N (III)

CARLO S (VII) CHARLES (XI)

FRAN CISCO DE ASÍS

Duque de Cádiz

R ey consorte de b a b d II

IJAIME^^

JACQUES (I)

ALFONSO ALFONSO XII C A RLO S (I) R ey de España

CHARLES ( X I I ) ^t sin hijos ALFONSO XIII

í/litfd extinguida) R cy Je España

ALPHQNSE (I)

JAIMED uque de Segovia

HENRI (VI) JACQUES

| - ^ J - ----

ALFONSODuque de Cádiz

A LPHONSE (II)Diu d ’Anjou

OiYSH (

JUANC ond e de Barcelona

G ON ZALOt sin hijos

FRAN CISCOt niño

LUIS ALFONSO LOUIS {XX)

Dtu d'Anjou

JUAN CA RLO S IR ey de España

FELIPEPríncipe de Asturias

constitucional

ALFONSnt niño

Page 13: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I N T R O D U C C I Ó N

: no odio. C reo no mentir si digo que, por fortuna,

he conocido ese sentimiento. Lo que conozco bien

si ¿r>rrecio. M e he visto obligada a recurrir a él con fre-

i por pura supervivencia. Es asi, com o una supervi-

:om o me he sentido a lo largo de toda mi vida. El

ii. sobrevivir ha estado justificado por mi obstinada

tción de defender a mis hijos de todas las afrentas

:dades de las que fueron víctimas. Esta defensa sin

se convirtió, cada vez más, en la triste excusa de mi

como puede leerse en estas memorias. En sus pági-

e src r .c o mi verdad; una verdad que, com o la de cual-

persona, contará con toda la dosis de subjetividad que

pero que he expuesto, eso sí, con toda la sinceri-

óc li que soy capaz.

O a o á o mis hijos, tan jóvenes, desaparecieron, creí tener

Z£zr~:~o a morir. Pero este derecho no era más que un

üru quimera. Luis Alfonso, el hijo de mi hijo Alfon­

Page 14: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

so, quedaría solo o, peor aún, rodeado de personas muy frí

volas e ignorantes de la realidad en general y de las circuns­

tancias de mi nieto en particular.

Todos nosotros hemos sido tratados muy mal en Espa­

ña. Mientras que en Francia, en la actualidad, Luis Alfonso

está considerado por los legitimistas com o Su Alteza Real

Luis X X , en el país que le vio nacer se le niega hasta el «don».

M e refiero a la manera en que la gente se dirige a él. Ya sé

que en el Q uién es quién en España — al menos en la edición

del año 2002— figura com o S.A .R .don Luis Alfonso de Bor-

bón, duque de Anjou. Pero para utilizar el título de duque

de ( Mili/, lo más probable es que deba solicitarlo, aunque

111«*i isi > qur, com o lia sufrido tanto y se ha sentido tan poco

' 111• iidn \ motivado, no da i-l paso. N o quiere problemas ni

posibles malas interpretaciones.

I •• I un .mío modo, desde que el general Sabino Fernán­

dez ( ampo abandonó I i Zarzuela, yo he pasado de ser la

duquesa de Segovia a ser limañuela Dam pierre.Ni tan siquie­

ra ine añaden la preposición «de» que corresponde a mi ape­

llido francés, igual que ocurre en el caso del apellido Bor-

bón, también francés, al que sí se le respeta este antecedente.

N o sé con exactitud si a mi hijo G on zalo fue el país

galo o su propio padre — cuando ejercía com o jefe de la Casa

de Borbón por ser el primogénito— quien le otorgó el duca­

do de Aquitania. ¡Y cóm o estaba mi hijo, el duque de Aqui-

tania, enterrado en las Descalzas Reales de Madrid! Sus res-

Page 15: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Im* ttiHii.ili s n i.in .illi con el desamor y el desinterés pro

|Mm« di ■ ii.iltjiiit'i persona insensible .1 su fallecimiento, Mi

||lili| " " " i I"* Im li.u .1 brazo partido para que las tumbas

||| mi bi|i''i v di mi nieto Francisco, enterrado ju n to a ellos,

Mi-1 * • la dignidad que, tal ve/ por desidia, les bahía sido

II» I • Al imii 11 en listados U nidos y de manera trágica

11 .......... . l’ iiiii ipe de Asturias, don Alfonso de Borbón y

M ni" 1, im esposo Jaime pasó a ser el prim ogénito del

don Mi'iiin» \ l l l y doña Victoria Eugenia de Battenberg

|)t» ubi <n 1 • Allomo, mi hijo, fuera el prim ogénito del pn

niin

• ' lilla nía que dudoso que Jaime tuviera la potestad de

■lllliii 1 n 1 11 < orona,sobre todo de la forma en que lo hizo:

■ n *1 intimo v también para sus hijos. Para unos hijos que,

■d^vla, 110 habían nacido.

I (Utiii uní laz.ón aún más poderosa que debería haber

B o tillo 1 iialqiuei rencor o desencuentro familiar. Una vez

| | t l t I • 'iii •> lleva a cabo su propia instauración, que no res-

HÉM* \ don |uan ('arlos es el elegido para convertirse

l l f V di lo españoles, ¿dónde está la magnanimidad que

*• I» supone al ti iiinlailor? ¿Por qué el temor, con

P i l i lo • 11 mezquindad, siguió acechando las villas de Al Ion

• " 1 * illl/.1I0?

Vii «i* tupie traté de evitar «.pie* mis lujos fueran juguetes

)| «*>11 ii 10 1I1 la polítu a Unas veces lo conseguí y otras no.

1 11 ■ de im pedit también que I uis Alfonso, la única

Page 16: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

responsabilidad que me mantiene en pie, lo pueda llegar a

ser. En mi intento de lograrlo, com o primera medida debo

hacerle partícipe de todo aquello de lo que soy conocedo­

ra. N unca me perdonaría a m í misma fallecer sin haberle

puesto al tanto de un largo periodo de la historia de Espa­

ña del que, si no protagonista directa, sí puedo decir que fui

testigo privilegiado.

Luis Alfonso debe saber que su abuelo Jaime está ente­

rrado com o Jaime de Borbón y Battenberg. En su lápida nadie

ha ordenado inscribir delante de su nombre la palabra «infan-

(<•->, título .il que tienen derecho únicamente aquellos que son

111|< >. <l< n \ Sin cmb.uyo, su hermano d on ju án está ente-

II ii l< . i .i ni........ ... I I I M ni i.il, pero en el Panteón de Reyes

y t iiiini 111 ni III Al|’,ii .i pii iuIimiu-, ya que ni la Historia,ni

I i ............. mi | > i * < | > i«> 111 |i> tuvieron a bien hacerle subir al

III ii ii1 (i.ii.i i m ui n u lo <ii icy ile I-Apaña, com o en princi­

pia \ s« |>un todo-, ellos, le correspondía.

A lo largo de mi vida me he sentido novia engañada,

mujer humillada, madre y abuela dolida... N o obstante, estas

memorias no son ni quieren ser un ajuste de cuentas. Si lo

fueran, sería un ajuste de cuentas con la Historia, pero no

algo personal ni contra nadie en concreto. Sé que mi verdad

es dura y descarnada, por tanto tan incómoda com o ya sabe­

mos que lo fueron algunos miembros de la familia Borbón.

A pesar de ello, espero que mi sinceridad no sea considera­

da un m otivo suficiente com o para generar disputas o vio-

Page 17: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

li'iu i.i Yo no lo quiero. En ningún m om ento he pensado que

mi desahogo pudiera dar pie a sentimientos de mala con-

ifiu i.i ( 'reo, además, que a mi edad, desde mi precaria salud

mi absoluta soledad, no sería m uy ambicioso por mi par

i* anhelar vivir mis últimos días con cierto sosiego.

Ahora bien, si tras leer mi relato alguien se sintiera cul

pabli de las injusticias, arbitrariedades o disgustos sufridos

l "i mis hijos, no seré yo, bajo ningún concepto, quien le

l> >i i i nnbiar tal percepción. Cada cual debe ser responsa

I I -li ais actos y, si no lo es, peor para él. Juan, el único, el

..... ..... o heredero — ¿quién lo iba a decir?— , no llegó a

n in.ii nunca. La vida, al final, a veces muy al final, acaba por Ii.ii i i justicia.

Page 18: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 19: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i Dios quiere, el próxim o 8 de noviem bre cum pliré

■ :venta años. Llegué al m undo en R om a en el otoño de

! - '.3. pocos meses antes de que estallara la Primera G ue-

—i Mundial, cuyo detonante, com o todo el m undo sabe,

É_r el asesinato del archiduque Francisco Fernando, he-

-r irro del Imperio austrohúngaro, y de su esposa, la du-

qocsa Sofía, en el verano de 1914. M i nacim iento tuvo

en casa de mi abuela materna, Joséphine, princesa

R ñspoli de Poggio Suasa, arropada por el cariño de los

especialmente de la familia de mi madre, con quie-

aes conviví desde m uy pequeña por razones que contaré

adelante.

Yo fui la mayor de tres hermanos. En 1915, cuando la

& rrra se había extendido ya a otros continentes además del

€r^r?peo, nació Ricardo. Dos años después, en 1917, vino al

an_-.io Beatriz, precisamente el año en que aconteció la

ILr elución bolchevique que acabó con la familia del zar

e t Rusia, los Romanov. Algo más tarde, mi madre dio a luz

c o i niña que murió al poco de nacer.

E' curioso pero, volviendo la vista atrás, una se da cuen-

a i r que los tres nacimos en un momento en el que Euro-

v también el resto del mundo, estaba entrando en una

Page 20: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

nueva época. Una época en la que la aristocracia de sangre

empezaba a perder su privilegiada posición.

D e todos modos, nosotros pudimos todavía disfrutar de

un mundo feliz, ajeno a los conflictos que afectaban a bue­

na parte de la Humanidad. Nuestro mundo era un mundo

cerrado, una burbuja contra la que rebotaban — porque así

lo habían dispuesto nuestros mayores— los problemas, los

desastres de la guerra y la consiguiente posguerra.

Mi l.uiuli.i paterna,los 1 )ampierre,es una de las más anti-

C.ii.r. .I« rt.iiii i.i Procede de la región de Picardía y sus orí-

l',. n< ■ <• ivmoni.ii) ,il siglo Xlll. Al vizconde de Dampierre,

.It.n I mus I lenri, se le concedió en el siglo X I X el ducado

de S.in I ore n/o por un servicio prestado al Vaticano en tiem­

pos del papa León XIII.

Las primeras noticias de los Rúspoli,m i familia mater­

na, datan del siglo XIII en Florencia. Los actuales Rúspoli

son una rama de los Marescotti, derivada del matrimonio

de SforzaV icino conV ittoria Rúspoli en el siglo xvii. A

esta familia han pertenecido miembros m uy ilustres de la

historia de Italia, entre los que se encuentran el poeta satí­

rico Francesco Rúspoli, Santa Giacinta y Francesco María

Rúspoli, un gran humanista que heredó en el siglo xvni

el título de marqués de Cerveteri, localidad que luego con­

vertiría en principado. Mi abuelo, Emanuelle Rúspoli, fue

un gran patriota que, después de luchar por la unificación

italiana, fue nombrado alcalde de Rom a, ciudad a la que

Page 21: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

...... profundam ente, y más tarde, en 1896, senador del

I1 «'i no.Mi madre.Vittoria Rúspoli de Dampierre, nació en 1892

\ v i\ i<> i ii París, en el Palacio de su tía Bessie, quien abría

«ii v i l . m e s a la aristocracia parisina y extranjera, además de

i . mu.,, idos políticos y artistas. R ecibió una educación muy

lt*v< i i i unió todas las jóvenes de su entorno, y a los dieci-

ti u aims ( omenzó su vida social.Ya entonces, mi abuela y

mu ii i Hcs'iit* la prepararon para el matrimonio.

Mi mlancia también transcurrió en París, hasta que mi

•lii nos abandonó. Desapareció de nuestras vidas cuando

ii n ía . uatro o cinco años. D ebió de ocurrir, por tanto,

M < I liii.il de la Gran Guerra, esto es,hacia 1918. Para núes-

mayores fue algo impensable ver cómo se hundían los

i|}|ttl" |'iandes imperios: Austria-Hungría, Alemania, Rusia

*1 IMi| « i lo otomano. Y, por tanto, ver al mismo tiempo

tillo desaparecían de un plumazo las grandes casas reinan-

Int I I ibsburgo, los Hohenzollern y los Romanov.

t lllil ve/ abandonados por mi padre, mi madre decidió

|IV*ai i Rom a y nos instalamos en casa de mi abuela.

«ii nueva y difícil situación, se encontraba aquí m ucho

• |i y,nía y protegida. Mi madre era una gran mujer. Gua-

v * ti r mte. mi conducta mostraba el rigor propio de su

• i I >rbo decir, en honor a la verdad, que en ningún

MMMit iiio liie un «sargento», com o se ha escrito en algu-

|im tu i.ioii tratando, así, de justificar la injustificable irres­

Page 22: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ponsabilidad de mi padre. N o puede hablarse de ella como

de alguien autoritario, porque no lo era. Ahora bien, debi­

do a las malas pasadas que la vida le había jugado, tenía cla­

ra cuál era su obligación primordial, por cierto nada fácil:

educar sola a tres niños pequeños. Para ello no le que­

daba más remedio que aplicar rigor a su esfuerzo, sin titu­

beos.

Era una persona muy religiosa y muy firme en sus prin­

cipios. Nunca mentía y concedía mucho valor al hecho de

ser consecuente con aquello que pensaba y creía. A pesar de

ser tan joven cuando mi padre la dejó, no mantuvo después

relaciones amorosas con ningún otro hombre y, por supues­

to. no volvió .1 i onti.u-i matrimonio. Sus hijos,su madre, sus

111< 111 h111111* .1 1 1 im ii .is y sus actividades sociales llenaban por

i omplcto su existencia.

Mi abuela era una persona m uy diferente a su hija.Tal

vez, el rasgo más característico de su personalidad era su ili­

mitado sentido del humor. En realidad podría decirse que,

social y familiarmente, mi abuela era más simpática que

mi madre. Por otro lado, su métier de cara a nosotros resul­

taba menos agobiante y más relajado. Ella ejercía de abue­

la. Yo diría que de abuela amantísima.Y, quizá, para contra­

rrestar la severidad con la que nuestra madre nos educaba

se ocupó de que creciéramos en un ambiente alegre y dis­

tendido, algo que, por su carácter, no le debía suponer nin­

gún esfuerzo. La verdad es que fue un apoyo fundamental

Page 23: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

« ii nuestra ed u cació n . Su relación co n nosotros fue m ara-

' illos.i y siem pre guard am os de ella un recu erd o cá lid o y

lleno tie cariño.

l uc la nuestra una in fan cia sin padre. Su ausencia n o era

11 m ejor de las situaciones im aginables, pero tam p o co sign i-

Iti " iiii.i tragedia para n osotros ni, p o r supuesto, el o rig e n

di ningún trauma posterior. La realidad es que en u n m o m e n -

iii .l.ido dejam os de verlo , sin más. C o m o antes he d ich o ,

Siuiiiln esto o cu rrió y o era m u y p eq u eñ a,y más aún mis h er-

Hmidis, y.i que era la m ayor de los tres. P uede decirse qu e

M> • l< ci liam os en falta. N uestra vida era có m od a y agrada-

Itl*', iiiis sentíam os p ro te g id o s p o r m i abuela y m i m adre,

p in n , l in d o haber ten ido en casa un am biente triste en n in -

141111 m om ento.

I Jiiik .1 supe nada de m i padre ni he querido saberlo. B u e -

iiii in| m iente en una ocasió n . C o m o en m i fam ilia n o se

ImI iliili.i de él, un día traté de indagar. D ebía de ten er unos

tllt»; ii «un e años cu an d o le pregun té a mi m adre d ó n d e se

0ii. mm.ib.i mi padre. A l escu ch arm e rom pió a llorar y m e

¡P l" i|iie se había ido. D e sd e entonces nunca v o lv í a m e n -

p f n iil< i Sin duda, el recu erd o de lo que había sufrido aún

■lUbii vivo en ella.

'■ Ii |m .lie,coronel del I |eruto francés,se llam aba R o g e r

Page 24: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

y era hijo único. Tenía derecho a dos títulos nobiliarios: el

de vizconde de Dampierre y el de duque de San Lorenzo.

Años después de irse de casa, lo vi una o dos veces. Era un

hombre alto y de trato agradable, pero no establecí con él

ningún tipo de relación. Para mí era, ante todo, la persona

que había abandonado a mi madre, quien la había hecho

sufrir. Por ello, y a pesar de mi corta edad, tenía m uy claro

que mi actitud hacia él debía ser fría y distante. La verdad es

que las circunstancias tampoco favorecieron la más mínima

proximidad entre nosotros.

Por lo que pude saber mucho más tarde, un buen día mi

padre se había marchado de casa sin dar explicaciones. Habían

i < >im .mío m atrim onio cuando ambos rondaban los vein-

iniii in<>. I )«••.( mi.. .I. l.i separación, por orden judicial, se vio

. .Míe 1.1.1 .1 | >. 11.. 11 una i amulad mensual a nuestra madre para

. o.h .ii mu n i iiliii .u ión. lis innegable que la Justicia siem-

I*ie Im luiii lonado muy bien en Francia y,ya por aquel enton­

tes, obligaba a cumplir leyes que, com o ésta que menciono,

no son sino, precisamente, actos de justicia.Todavía hoy sigo

escuchando quejas de muchas mujeres separadas a quienes

sus maridos no sólo las abandonan, sino que, además, no cola­

boran con ellas en la manutención y educación de sus hijos.

Volviendo a los Dampierre, tuve ocasión de ver un par

de veces o tres a mi abuela paterna. M e pareció una señora

muy elegante y atractiva. Curiosam ente conservo un recuer­

do aún más nítido de su madre, mi bisabuela. N o tengo idea

Page 25: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tli1 cóm o ni por qué,pero la sigo viendo vestida con un tra

|c morado y un camafeo con muchos brillantes alrededor del

i iidlo. Un cuello de cisne y una figura espléndida que, ver­

daderamente, imponía.

IVro más que por su belleza externa, mi bisabuela desta

• ihu por su belleza interior. Era tan tierna y cariñosa con

ntipo que, a pesar de nuestro escaso trato, dejó una profun

■ I i luidla en mí. Fue ella quien, por primera vez, hizo que

........uniera m u y qu erid a p o r a lgu ien q u e n o p erten ecía .i l.i

i mulla más próxima. Este hecho, con toda seguridad,justi

i" i mi intenso recuerdo de su persona. La m em oria, aun

• i veces nos cueste creerlo, raras veces se equivoca.

< onozco también a algunos otros miembros de la fami

h i 'I' mi padre, que viven en Francia, pero la verdad es que

lili ni >s liemos tratado. U no de ellos, propietario de una impor-

i mil impresa vinícola,es el único que,cuando viene a Rom a,

ñu \ i ii i y me regala dos o tres cajas del champagne que fabri-

i ii I ii le.ilidad se trata de un primo m uy lejano, pero m e une

4 11111 i.i relación cordial. Primos hermanos de mi padre eran

Im, i Ii.iI-». lime de la Palice, que ya han fallecido y que esta-

• .... m oderados «primos del rey». Aunque su marquesado

•lili .iln ,1 el siglo x ix , su linaje se rem on taba al siglo XVI.

«$•

I i pi miera parte de mi infancia transcurrió en París, en

i • I' itito XVII, que entonces era y sigue siendo uno de los

in-h i/in y monumentales de la ciudad. I n él vivieron tam

lili ii pnct.is muy famosos com o M.ill.iimé yVerlaine. En el

Page 26: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

elegante edificio que habitábamos, ocupábamos el primer

piso y mi abuela materna, que se había trasladado de Roma

a París para vivir con nosotros, la planta baja, por la que se

accedía a un pequeño y bonito jardín que daba al Campo

de Marte.

Desde pequeña fui educada por las monjas, primero en

París y, más tarde, en Roma, en el Colegio de la Asunción.

De aquellos tiempos parisinos recuerdo perfectamente que

mi madre me llevaba todas las mañanas al colegio y, a con­

tinuación, se iba a la academia de dibujo. Cuando las clases

terminaban, siempre estaba allí, en el patio del colegio, para

recogerme e irnos juntas a casa.

Din.míe nuestra infam ia siempre vivió con nosotros

Xiiimy Wmili* il I im áster. Su papel consistía en vigilarnos

I H i ............mplieramos con nuestras obligaciones y en los

i.ii.r. di i |’ ii, milenio peio. sobre todas las cosas, hablarnos

' ii mi l' I n esie uliom i nos leía también los cuentos antes i

de tloi mu. se ocupaba ele que aprendiéramos el catecismo de

memoria a pesar de ser ella protestante— y paseaba con

nosotros los días de fiesta... Natrny fue como una segunda

madre, ya que pasábamos mucho tiempo junto a ella. Ade­

más era una persona de una enorme bondad. Pertenecía a

una buena familia pero carente de muchos medios econó­

micos y, com o le encantaban los niños, se había buscado

este trabajo para ganarse la vida. Su hermana cuidaba de unos

primos nuestros.

Nanny era severa, eso sí, pero yo creo que los principios

fundamentales para afrontar la existencia deben inculcarse

desde la infancia. Son esos hábitos «draconianos» los que lue­

go dan fuerza a una persona cuando tiene que enfrentarse a

Page 27: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

todas esas situaciones duras con las que la vida nos pone a

l>i ueba. Más tarde tuvimos una institutriz inglesa para mi her-

m.mo y para mí, Miss Stourton.También una excelente per-

< >11.1, con un concepto igualmente rígido de la educación.

Miss Stourton permaneció muchos años entre nosotros,pero

im t.intos como Natwy. Más tarde, Miss Stourton se instaló

por su cuenta en París, donde impartía clases de inglés. Nanny,

l»>i el contrario, estuvo en nuestra casa hasta que yo me casé.

I'or aquel entonces cuidaba de mi hermana Beatriz, que era

i ii,uro años menor que yo.

No cabe duda de que, en la actualidad, todo lo relacio­

nado con la educación es muy diferente e, incluso, contra-

110 i lo que yo viví. La última vez que visité a la reina V ic­

ho 1.1 l ugenia enVieille Fontaine,su residencia de Lausanne,

poi o tiempo antes de su muerte, comentó que siempre había

limado en mí las ventajas de haber crecido junto a una nanny.

I‘ n i > lia,solamente una profesional inglesa era capaz de hacer

ilr iin.i niña una auténtica dama.

Aunque no guardo muchos recuerdos del colegio, sí me

>n u, nlo ile que las monjas no nos permitían hablar a solas

pill un í amiga. Si éramos tres las que charlábamos, no había

jiioMc ma.Yo no comprendía la razón de tan peculiar prohi­

b í ! ion,Visto desde la distancia, creo que no se trataba de nin-

| ) i i i i disparate, porque hay cosas que no se deben comentar a

flitii i. edades. Puritanismos aparte, era también una manera

111 m iar los rumores y maledicenc ias sobre las compañeras,

Page 28: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tan normales a esas edades. En mi caso, seguramente debido a

mi timidez, esta prohibición no me causó el menor proble­

ma. Cuando una es pequeña no suele cuestionarse casi nada

y, si algo no está permitido o bien visto, no te preguntas los

motivos. Sencillamente obedeces, sin más. Por otro lado, yo

nunca he sido propensa a pensar mal de las personas, pero aho­

ra, después de todo lo que m e ha tocado vivir, coincido con

ese viejo y lapidario dicho español: «Piensa mal y acertarás.»

C om o es lógico, en París com encé mis estudios en fran­

cés, aunque aprendíamos inglés al mismo tiempo. Cuando

volví a R om a, pasé a hacerlo también en italiano. En gene­

ral, el recuerdo que guardo de las monjas de mi infancia es

vi.n<> I stas mujeres, tan guapas con sus bonitos hábitos, me

.ivuil.mm .1 conw rtii mi mundo en un mundo ordenado y

.iMuoniio ‘'.ni embargo después, a lo largo d é lo s años, las

mniij.ri iii< dejaron d> |-ustar. I n ciertos momentos he lie—

gado .i pii'p.imtarme qué es lo que aporta su existencia pre­

tendidamente angelic al al resto de los mortales que, con nues­

tros errores, contribuimos, com o si de un granito de arena

se tratara, a reconstruir el mundo cada mañana.

He pensado con frecuencia, y también con alivio, que

en realidad las noches no sólo existen para separar un día de

otro, sino que son com o una tregua, una bandera blanca de

paz ondeando en el horizonte. Sólo de este m odo, a los

momentos más desgraciados puede sucederles otros de sosie­

go e, incluso, de gloria. N o soy en absoluto soñadora, sino

realista,y sé que mis días de gloria han sido escasos. Pero...

¿quién no ha vivido un día perfecto o, al menos, no ha creí­

do que lo era?

¡Cuando pienso lo tonta y lo mala que era en los estu-

Page 29: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

• líos! Mi hermana Beatriz, a pesar de ser cuatro años menor.

Im siempre mucho más avispada que yo en todo y sus cali

11< .11 iones en el colegio eran, comparativamente, mucho mejo-

i • .que las mías. ( -reo que esta clara diferencia a su favor podía

d. brise, por supuesto, a su natural inteligencia, pero tam-

I • 11 • 11 había algo que,por temperamento, nos diferenciaba sus

i un i,límente: a ella todo le daba igual y, al menos en apa

n> ii< i i, podía ser una osada sin paliativos; a mí, la verdad, mi

......di / me hacía mostrarme agarrotada en público, lilla e ra

......Ii" más brillante que yo. Su osadía era apabullante y, mi

ni ' nndad, trágica. Una inseguridad que me hizo sufrir

nnit lio .1 lo largo de mi vida.

I ii Koma, el palacio de mi abuela en el que vivíamos se

pin - miiaba en la Piazza Barberini.Es un hermoso edificio que

m u i \i ie y que, tras su muerte, se encargaron de vender los

|||)i ni i d o s de mi madre, mis tíos Francisco y Eugenio, puesto

Ijiir f Halaba de un proindiviso. La casa era muy grande, de

Ih t | >i ,t is y enormes salones espléndidamente decorados clon

ili mi abuela, una magnífica salonniere, recibía regularmente a

t|i inv nados. lista costumbre,que nació en Francia, se exten

d .......pillamente por toda Europa. La anfitriona recibía a s u s

im H nlns un día concreto de la semana, de manera que éstos

M n unían, cada vez, en una casa diferente.

A un abuela, una persona extraordinariamente sociable

y iini\ bien relacionada, le gustaba muc ho encontrarse con

ii amistades. Por nuestra c asa pasaba entonc es toda la gen

Page 30: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

te conocida de Rom a, así como los extranjeros que estaban

destinados en la ciudad para llevar a cabo misiones diplo­

máticas del más alto nivel. Y es que la Rom a de entonces,

para las personas pertenecientes al Cuerpo Diplomático, era

un destino muy deseado. También en la actualidad es habi­

tual que aquellos embajadores que han destacado a lo largo

de su carrera se despidan de ella en Rom a, París o Londres.

Ser embajador en cualquiera de estos tres lugares supone un

reconocimiento muy importante y prestigioso.

Los salones de mi abuela se abrían todos los jueves por

la tarde y, en ellos, recibía a mucha gente, en general per­

sonas tle su edad. I legaban hacia las cinco y se retiraban

.iliidedor de las ocho. I I servicio les ofrecía té con sánd-

w h ln . \ dulces C hundo los invitados se iban, nosotros

i nmi.mii>'. .1 cm ondulas lo que habían dejado en las ban-

.1. |.i . I. ni.iiiins entonces un mayordomo,un criado,un coci­

nero y un pim lie de cocina, y también dos doncellas, una

para mi abuela y otra para mi madre. Además de Nanny y

Miss Stourton, claro. I labia mucha gente a nuestro servi­

cio, sobre todo si lo comparamos con el que tengo yo en

la actualidad: una doncella de toda la vida que, además, coci­

na. Annita es una persona leal y estupenda que lleva más

de treinta años conmigo. La verdad es que no podría vivir

sin ella. ¡Qué diferente es ahora el mundo al de mi niñez

y mi primera juventud...!

El mayordomo de mi abuela siempre vestía de frac y

el criado un uniforme azul con las armas de los Rúspoli

bordadas en sus solapas. Recuerdo que este hombre era tan

simple que, una vez que se abrió una grieta en la pared

del salón, trató de arreglarla colocando encima papel con

Page 31: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

pegamento. Se llamaba Am erigo.Am bos nos servían a dia-

110 la comida y la cena a todos nosotros.También a Nanny

\ Miss Stourton, en la época en que coincidieron en casa,

uniones naturalmente almorzaban en la mesa con toda la

l.múlia.

( 'orno antes comenté, la educación en casa era muy estric-

i i Mamá y la abuela estaban pendientes de todos y cada

uno de nuestros movimientos con el fin de controlarnos. Por

supuesto, el respeto que nosotros sentíamos por ellas era total.

Iii' luso les hacíamos una ligera reverencia protocolaria a

muilo de saludo tantas veces como nos las encontráramos,

• ii oc asiones hasta seis en un mismo día.

I ii aquel entonces era normal que las mujeres no traba-

|,ii.in y así podían ocuparse de la educación de sus hijos. A ho-

m indo ha cambiado mucho. Las mujeres trabajan una bar-

|vn u Lid y por las tardes, cuando regresan a sus hogares, están

limadas y no pueden ocuparse de los suyos com o debie-

i ni Pienso que si antes los padres solían ser demasiado estríe­

l a con nosotros, ahora pecan de lo contrario y son excesi-

Vmiik me permisivos; lo que a la larga acaba siendo muy

|u i|iidicial para los chicos. Diría que se trata de un fraude,

yn * 111cr les induce a creer que la vida es siempre de color de

Hf*-i. i liando nada hay tan incierto. D e este modo, se con-

V»i ii en personas frágiles e incapacitadas para luchar con-

l.i . adversidades.

I Unante la adolescencia úni» .miente se nos permitía salir

Page 32: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

en grupo, nunca con algún amigo o amiga a solas. Esto esta­

ba totalmente prohibido. Cuando nos reuníamos, contando

por supuesto con el permiso pertinente, organizábamos ino­

centes bailes y cócteles. Nuestras madres siempre exigían tener

información exacta de con quién estábamos, qué hacíamos y

de qué hablábamos. Por supuesto, eran ellas quienes marca­

ban la hora en la que debíamos retirarnos y regresar a casa. Esto

era algo absolutamente incuestionable. A pesar de todo, más

que los horarios recuerdo como infinitamente más latosa la

obsesión de mi madre porque yo estudiara piano. No hizo sino

perder tiempo y dinero con aquellas clases que una señorita

se encargaba de impartirme en casa. Com o mi madre dibúja­

la y piulaba muy bien, debía de creer que el hecho de apren­

dí i un ai u ría posible; i.m posible como si de un acto de volun-

i.ulsi 11 alai i V no I lubina sido mucho mejor que me facilitara

l.i i tpi ion dr dibujar. Aunque no tengo ninguna certeza acer-

i .1 dr mi tálenlo en este campo, sí sé que, para mí, tocar el

piano era una pretensión absolutamente inalcanzable.

Mi madre no era nada aficionada a los deportes. El arte

en general, y de manera especial el dibujo y la pintura, ocu­

paba sus días. Después de la estancia en París, donde apren­

dió las técnicas básicas, montó en Rom a un estudio en casa

y en él pasaba muchas horas experimentando y, en definiti­

va, creando. Nunca he olvidado aquel espacio, amplio y lumi­

noso, con un caballete en el centro y todos los bastidores y

las telas apiladas contra las paredes.Todavía puedo sentir el

Page 33: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iih'iti' olot ,i pintura y el de la trementina para las mezclas...

i i • |ii< el misterio de la paleta, llena de todos los colores,

m ■ n.ih.i ni mí una seductora sensación. M e apena no con

• n ninguna de las obras que mi madre llevó a cabo a lo

1111 •< > ili su vida. 1.11 un determinado momento, y por algu-

n i i i "ii que ahora no me explico, se las regalé todas a mi

«nin iim Alexis, el hijo de mi hermana.

I i |m ' .ihilidad de crear es algo a lo que siempre he dado

ii"' ........ iportanda. Reconozco que me dan envidi.i .ique

II i i " im mas que son capaces de pintar, tocar un instriimen

lo , • • i «I>n . C¡radas a esa faceta de la personalidad de mi

im li> Iii podido saber, desde niña, hasta qué punto puede

i nlm ii . I espíritu del ser humano el hecho de realizar un

•i i .......... .. I lay pocas cosas que me hubieran gustado

Mlíl i|«ii * .i.ir dotada para algo así. Pero se trata de un don y,

Mini" i il no se improvisa. Se tiene o no se tiene.Además, me

■l|im i i|ii< no sólo se trata de entregarte a una actividad que

lw dlnmli. totalmente y te llena de satisfacciones,sino que a

il» ell.i se canalizan tantas penas y frustraciones que,

iftt luí i/.i, tiene que resultar terapéutico.

A i. pin, sólo en un cierto sentido que nada tiene que

Wl 11 1 Mgenci.i y el rigor, que pueda decirse que era el

HUMiin un mundo cerrado y pequeño,muy alejado de la dura

h' illil nl l'nr esu razón, eran escasísimas las ocasiones en las

-I'"' •"» • • ■ i que acontecían en la calle llegaban .i nuestros

iililn I n (.IM, hasta el momento en que me casé,yo nunca

Page 34: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

pude leer un periódico. ¡Q uién me iba a decir que luego

me convertiría en una ferviente lectora de diarios! También

ahora me resulta imposible pasar un día sin ellos, sin ente­

rarme de lo que ocurre en el mundo. D e política, lógica­

mente, no teníamos por entonces ni la menor idea. Por ejem­

plo, no guardo ningún recuerdo especial del m om ento en

que Mussolini se hizo con el poder en Italia, en el otoño de

1922. Claro que yo no había cum plido aún nueve años y a

esa edad es muy difícil percibir ciertas cosas, pero si el mun­

do en el que se desarrollaban nuestras existencias no hubie­

ra sido tan pequeño com o una bola de golf, o si yo hubiera

sido más intuitiva, habría podido captar por mí misma que

.ilgo importante sucedía en aquel momento en el país...

Poi mipui'sto, ni ,i mi madre ni a mi abuela ni a sus amis-

i.nlf. •.< K . o m ití.i hablar de semejante asunto en nuestra

l ’i. in i.i N<> d< |.i de ser curioso el contraste: por un lado

n o s. din alun i oh gi,ui severidad y, por otro,protegían nues­

tra infancia hasta limites insospechados.

A poco que una profundice e intente pisar tierra, debe

reconocer que, en realidad, la educación que por entonces

recibíamos las mujeres en m uchos aspectos fue desastrosa.

Para ser sincera he de decir que lo único que a mi madre le

interesaba era que sus dos hijas dominaran varias lenguas,

cuantas más mejor, que nos casáramos y que tuviéramos hijos.

Nuestra educación se basaba en estas premisas tan extrema­

damente sexistas. Ahora que soy consciente de esta reali­

dad, no puedo dejar de sentir cierta vergüenza, ya que las

chicas que hoy tienen la edad que yo tenía entonces saben

infinitamente más de cualquier materia de lo que, en aquel

m omento, sabía yo. ¡Q ué limitadas y qué poco estimulantes

Page 35: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

■ i ni Lis metas que se nos imponían! D e todos m odos, me

ii isl.ice pensar que, tanto mi hermana com o yo, cumplimos

tnilos los deseos y aspiraciones de mi madre: nos casamos y

li dimos nietos.

( 'liando estábamos en Francia, pasábamos los veranos

* n una casa alquilada en la playa, con nuestra madre, N auny

v l.i cocinera. Cada mañana venía hasta allí, en bicicleta, una

n im ii it.i a darnos clase de matemáticas. Más adelante, vivien-

■ I" \ .1 en Roma, mi madre nos llevaba a la montaña, que ella

nlocaba, aunque nosotros seguíamos prefiriendo los lugares

* * isletos para veranear. Durante toda mi vida he sentido una

i■ i ni fascinación por el mar. Además, el mar aquí, en Italia,

■ . |'icnoso. Recuerdo que fueron magníficos los veranos que

pasamos en un pequeño hotel de Capri.

Jlt -i* ti*

M i hermano Ricardo hizo su servicio militar en Fran-

■ i i \ allí estuvo también durante toda la Segunda Guerra

Mundial, entre 1939 y 1945. En la actualidad es él quien

llrva el título de duque de San Lorenzo, pero apenas lo uti-

li/.i. N o sé bien por qué. Una noche, en un baile ofrecido

I" 'i los embajadores alemanes en R om a, conoció a una chi-

i i rspañola, hija de un embajador apellidado Pedroso, quien

i milnén tenía un título nobiliario, l ia oriundo de algún lugar

Page 36: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

del norte de España y su mujer era una princesa rumana.

Ricardo se enamoró de esta chica y la siguió a Ñapóles, cuan­

do ella abandonó R om a para acompañar a su padre. A mi

madre no le entusiasmó este noviazgo, porque él era muy

joven, apenas tenía veintiún años. A pesar de todo, la histo­

ria de amor entre ellos fue creciendo y, de hecho, acabaron

casándose en Biarritz. Por desgracia, yo no pude asistir a su

boda ya que, por aquel entonces, estaba criando a Gonzalo

y lo amamantaba.

A día de hoy, mi hermano y su mujer siguen siendo una

pareja feliz que se lleva muy bien. N o tuvieron hijos. Suelen

pasar los veranos en el campo, en una casa que poseen a las

afueras de Ibulouse, y el resto del año gozan del suave clima

.Ir l.i pmviiK ia de < ádix. Ricardo hizo la carrera diplomáti-

. .1 V i v í . . en \ .n 1 < >\ países y su último destino com o embaja-

.I.>1 de I 1 ni. 1.1 llie Costa Rica, un país cálido com o a él le

gustaba.

Mi hermana Beatriz, poi su parte, se casó con un hom ­

bre mucho mayor que ella, un importante industrial, y su vida

en común fue tranquila y feliz. Vivían en Roma, en lo alto

del Monte Mario, en una casa con piscina,Villa M iani,adon­

de yo iba continuamente y en la que recibían mucho, ya

que mantenían una intensa vida social. Los dos han falleci­

do. Tuvieron un solo hijo, Alexis, que es mi único sobrino

carnal.

Page 37: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 38: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

orna de aquel entonces, la que yo apenas intuía

t ii,nulo dejaba mi adolescencia para asomarme al mundo,

• i i.i Dino es lógico, m uy diferente de la actual; pienso que

im |oi I labio de los primeros años treinta y de costumbres

qix . il parecer, estaban entonces cambiando con mucha rapi-

'I. Al menos eso comentaban las personas mayores, sin ocul-

i H un cierto tono de queja y de nostalgia por otros tiem -

|tits, i liando ellas habían sido jóvenes: la belle époque, unos

un i . prósperos y divertidos en los que cualquier persona que

I 'i 'i Im iba a París a disfrutar de sus espectáculos, sus famosos

it M .mr.intes y sus cafés. Una época de la que siempre se ha

....... id.ido su gran fastuosidad, así com o la desmesura en

I" gastos. Por desgraciaba Gran Guerra acabó con toda esa

Vil.tildad y alegría.

A los dieciséis o diecisiete años ya em pezam os a salir

• o si, siempre en grupo, com o ya he contado— e íbamos

i ■ i nrsiones y a bailes realmente divertídos.Yo tenía un amplio

l'.mpo de amigos y amigas, y con algunos de ellos mantenía

mi i i elación más estrecha. Recuerdo con auténtico cariño a

< n lina Malagola, quien más tarde se casó con un inglés y se

ti i.l.uló a vivir a Londres, lambién a Giulianella yV ittoria

Page 39: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Cheriano, dos maravillosas hermanas a las que me unió una

amistad muy leal y muy afectuosa.

Nuestra familia materna, los príncipes Rúspoli de Poggio

Suasa, estaba socialmente muy introducida, de modo que conri-

nuamente éramos requeridos para asisdr a todo tipo de feste­

jos. En aquellos días, en Rom a se organizaban reuniones y bai­

les casi a diario, desde la Navidad hasta la Cuaresma.Y, una

vez ésta tocaba a su fin, otra vez comenzaba la diversión

hasta el verano. Terminadas las vacaciones estivales, con la

rentréc se inauguraba de nuevo la temporada. Por supuesto, se

trataba de una vicia cómoda y desenfadada, frívola incluso,

que acabó pronto y que jamás se repetirá ya que, hoy, la sola

idea resulta trasnochada y absurda.

Los grandes bailes tenían lugar en los salones de palacios

y embajadas. La vestimenta y los adornos, tanto de señoras

com o de caballeros, se elegían cuidadosamente y se prepa­

raban con mucha antelación, porque eran ocasiones únicas

para demostrar la elegancia y el gusto de los asistentes, su for­

ma de estar y de actuar, su cultura, su simpatía o su don de

gentes. Allí se podían ver los mejores y últimos diseños de

Chanel, Worth, Schiaparelli o Patou, por mencionar sólo a

algunos de los más importantes modistos de una época en

la que ya París marcaba la moda a seguir: tejidos con hilos

de oro y plata, moaré, raso, terciopelo, ¡amé... Los grandes salo­

nes se convertían en un desfile de trajes de noche a cual más

elegante y más bello. Recuerdo que por entonces se pusieron

Page 40: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

«le moda los grandes escotes en la espalda, que llegaban has-

1.1 la cintura y terminaban en largas colas. Los mismos que

se veían en el cine. Nuestros mayores no dejaban de califi-

i .irlos de escandalosos.

Al relatarlo de este modo podría parecer que un gran bai­

le llegaba a resultar algo verdaderamente abrumador, casi pare-

i nlii ,i un examen de reválida, pero nosotros no lo vivíamos

im en absoluto, sino con muchísima ilusión. ¡Y es que éra­

me. i.m jóvenes que todavía manteníamos intacta nuestra

■ ip.u ulad de ensoñación!

Recuerdo con especial agrado los bailes de la Embajada

.1 leíii.ma,siempre fastuosos, realmente magníficos.Yo cono-

«i i muy bien al embajador Hassel y a sus cuatro hijos. Su

i'hjmisa, hija del almirante Von T irp itz, fue la madrina de

luii.ulura del buque de guerra que llevaba su nombre. D es-

|mh .. hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, él par­

id ipu en una conspiración para matar a Hitler que fracasó

V 111 e por ello, ejecutado. En el plan urdido para acabar

...... I lnler y su G obierno, estaba previsto que Hassel fue-

H 11 ministro de Asuntos Exteriores, en sustitución de Von

I' il>. niropp. Me impresionó mucho la noticia de su muerte.

11 iisi I fue un hombre valiente, un caballero. En aquellos

ti. mpns los diplomáticos eran auténticos señores y sabían

l*imupuii.irse com o tales. Bajo ninguna circunstancia per-

•I» ni l.i i un ipostura y las buenas maneras, algo que, desgra-

#|(il,miente, ocurre hoy en día en muchos ámbitos de la

* lil.i pública.

Page 41: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

El círculo en el que nos m ovíam os estaba form ado

por personas consideradas serias, por gente «bien». Además

de nuestros parientes los R úspoli, nos tratábamos conti­

nuamente con otras conocidas familias romanas. La de los

Torlonia era m uy respetada. U no de sus miembros, Ales-

sandro, llegaría a ser mi cuñado. También frecuentábamos

a los C olonna, cuyo linaje se rem onta a la Edad M edia.

U n o de sus miembros, Isabella, esposa de M arco Antonio

Colonna, tenía uno de los salones más concurridos de aque­

lla época, m uy popular entre la clase política.Tanto es así

que se bromeaba diciendo que el verdadero M inisterio

de Asuntos Exteriores, durante la etapa de M ussolini, no

estaba ubicado en su sede del Palacio C higi,sino en el Pala­

cio ( 'olonna.

i xiMia también otro salón muy reputado pero con un

ambiente más artístico, el de la condesa Pecci-Blunt, en el

Palacio Malatesta, situado en Piazza D ’Ara Coeli. M imí, como

llamaban a la condesa en su círculo íntimo, contrajo matri­

m onio a los treinta y tantos años con un banquero nortea­

mericano de origen judío, Cecil Blumenthal, que había here­

dado de su padre una estupenda colección de pintura francesa

del Ottocento. C om o Blumenthal era judío y M im í sobri­

na del papa León XIII, se creyó conveniente cambiar el ape­

llido por el de Blunt, precedido de Pecci. Entonces los apelli­

dos respondían a unas mínimas expectativas en cuanto a

maneras se refiere, porque noblesse oblige. Hoy, sin embargo,

no garantizan nada y, con frecuencia, al mejor apellido se une

la peor educación.

Volviendo a nuestro círculo de amigos, éste reunía a una

parte importante de la aristocracia italiana y extranjera. Guar-

Page 42: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i li i im gratísimo recuerdo de una mujer muy especial y cono-

i id.i de- aquella época, la princesa Bichette R adziw ill, una

■ ■ini.nuble amiga de mi abuela y de mi madre, descendien­te dr una de las más importantes familias polacas desde el iiglo XVI.

( Comenzábamos a salir por la noche sólo después de cum - pln los dieciocho años, lo que suponía una especie de mayo-ii i dr edad para la vida social. Se celebraba con una fiesta

mi l.i que, por primera vez, las chicas nos vestíamos con un

n i|i dr noche largo. El mío era de terciopelo blanco. Los chi-

i -1 vestían un smoking con cuello duro y, a poco lucidos

< 1111 lucran, estaban espléndidos. Yo iba, poco a poco, descu-

11111 i ido el mundo, pero a pesar de todo debía de ser muy

hulla o simplemente despistada. D e la misma manera que

\ i lubía ocurrido en el colegio con los estudios, mi herma-

ii i menor demostraba ser infinitamente más lista e intuitiva

que yo para las cosas de la vida. En realidad,Beatriz fue siem-

pic mu mujer muy divertida y segura de sí misma.Todo lo

• i mu.ii 10 a mi manera de ser. En cierto modo, yo siempre

••iiv idié su carácter alegre y despreocupado.

I ' < cuerdo que en aquellos años no solía mirarme al espe-

I" '>i me ocupaba de mi aspecto, claro; de que mi traje, mi

|n nudo y tocio lo demás estuvieran en orden. Pero la ver­

il id rs que nunca pensé que fuese guapa. Ahora, de vez en

■ ti nido, miro viejas fotografías y puedo comprobar que en

i- iltd.ul no era fea, aunque nunca fui consciente de tener

i li.nmr que, más tarde, me atribuirían. Aquella manía de

im i míos sin vernos, únicamente para confirmar que nues-

11• • ispr» lo físico era correcto y evitar una regañina, debía

■ I»' iriH i su origen en nuestra educación puritana. Es cierto

Page 43: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

• Im■ i iiiil'ic ii se nos educó en la creencia de que una joven

.1. 1>1.1 '.« ■.ni con sencillez y sin afectación, ya que su mejor

i.Ií .i no t u l.i juventud. Por eso no empleábamos m ucho

tii mpo en acicalarnos.

A medida que pasaban los años y nos hacíamos mayo-

ir',. sepelíamos la moda pero sólo hasta cierto punto.Y es que,

infinitamente más importante que la tendencia, era hacerla

compatible con el decoro y la modestia. Así, tampoco me

pintaba ni utilizaba maquillaje, com o el resto de las chicas

con las que me relacionaba. En una ocasión se me ocurrió

ponerme un poco de rouge en los labios y, cuando mi madre

me vio, reaccionó enseguida de la forma que yo, con ante­

lación, debía haber previsto. M e miró con la más seria de

sus expresiones y me ordenó que me levantara y fuese a

quitármelo de inmediato.

4 * 4 * 4 *

Nunca tuve ninguna experiencia desagradable con los

chicos, puesto que eran muy educados y correctos con noso­

tras. El chauffeur de mi abuela nos traía y nos llevaba a todas

partes; su cometido consistía, ni más ni menos, que en con­

vertirse en una especie de «ángel de la guarda» tangible, alguien

que inspiraba tranquilidad a la familia cuando salíamos. De

todos modos creo que, por mi temperamento, siempre he

sido una persona bastante moderada; he procurado, por prin­

cipio, alejarme de todo extremismo o exageración. Será por

ello por lo que no recuerdo haber trasnochado con frecuencia

durante aquellos años.

Page 44: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

l i a muy consciente de que, si lo hacía, en casa se preocu-

Imi i.m mucho y no quería crear ningún problema de manera

ri.imita. La verdad es que no me ajustaba al horario minucio-

..miente estipulado por ser más o menos obediente, sino por-

i|iir simplemente pensaba que debía hacerlo así y punto. Una

noche de verano fui con varios amigos a Ostia, pueblo costero

i i i ( ,mo a Roma, acompañada por supuesto de una chaperot 1 o

dama de compañía, figura que en España se denominaba «cara­

bina». A la vuelta el coche se estropeó y, por fin, regresamos a

111 >n ia a la una de la madrugada. Cuando llegué a casa,mi madre

1 t iba esperándome y me regañó con dureza, sin apenas escu-

. I1.11 mi explicación. Recuerdo perfectamente su imagen cuan-

I I. > apareció, envuelta en su bata cié raso, en lo alto de la escale-

II lo cierto es que imponía. ¡Ya lo creo que imponía!

( Comprendo todos y cada uno de los valores cíe aquella

Imina tan estricta de educación, pero nunca he dejado de

m i. también,sus efectos negativos en varios ámbitos.Yo sabía

moverme con soltura en la vida social; sin embargo, cuando

me casé, ya con veintiún años, puede decirse que no sabía

ii.kI.i de la vida.

C 011 el paso del tiempo una mira hacia atrás y, por muy

p(K o sentido autocrítico que tenga, ve ante todo sus pro-

I mi >\ defectos. Por esta razón debo confesar que la estética lle-

i’" .1 adquirir para 1111 una importancia tal, que ahora me

ilu\ ( uenta de hasta qué punto fue desacertada mi actitud al

II .poeto. Me gustaba ver y trat.u a personas guapas, aunque

Page 45: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

más que fijarme en su belleza lo que me atraía de ellas era

111 i.i armonía, un conjunto.

I v i d e n teniente,nunca me lia cegado nadie sólo por su fisi-

1 1 > A h o r a bien, si además de una serie de cualidades indispen­

s a b l e s alguien poseía ese don de la armonía, mi enferm izo

• . c u n d o d e la estética me hacía gozar cié su presencia. D e ahí

• 111• simipre haya concedido, por ejemplo, mucha importan-

< i. i .1 I.i estatura. Pienso que las personas altas tienen, por prin­

c i p i o , bastante ganado con respecto a aquellas que no lo son.

N o os que pretenda justificar esta debilidad, pero creo que mi

obsesión puede tener sus orígenes en el hecho de que en aque­

l l o s años I.i población, en su conjunto, era más baja de lo que

e s h o y en dí . i . Un amigo de mi juventud decía que a é l le gus-

i . i l t . in las mujeres por metros.A mí su comentario me hacía ver-

d . i d e u i' .i.u i . i . porque entendía bien lo que quería decir.

4 **1*

A pesar de la agitada vida social existente entonces en

nuestra ciudad, la Familia R eal italiana vivía con m ucha

sencillez. Eran ya m uchos los años que V íctor M anuel III

llevaba en el trono, desde 1900, cuando un anarquista asesi­

nó a su padre H um berto I. He hablado antes de estética y

altura porque, precisamente, quiero contar lo que mucha gen­

te ya sabe. Al R ey le llamaban «el pequeño» por su escasa esta­

tura, que no sobrepasaba el metro y medio. Se comentaba

que, cuando había alcanzado la edad de incorporarse a las

milicias, siendo aún príncipe, el G obierno no había tenido

más remedio que rebajar la talla mínima exigida a los reclu-

Page 46: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i i ilrl I jé m to italiano con el fin de igualarla a la del here-

• I. io. I .I Monarca, lógicamente, era comandante en jefe de

l< * I irruios y su limitada estatura no debía ser un im pedi­

mento para lucir los uniformes con los que debía vestirse.

I I rey V íctor Manuel era un hombre reservado y poco

i ' iimmicativo pero, a la vez, natural y amable en el trato. Su

mujer, la reina Elena, tenía un carácter opuesto: era muy extro-

\i inda y,com o princesa de la reinante Casa de M ontenegro,

había sido educada durante los últimos tiempos del zar N ico-

11. II en San Petersburgo. La familia Saboya no tenía ningún

dan por mantener una presencia continua en la vida social

i leí país. Por ello, sólo se les veía en aquellos actos que, por

ai importancia y protocolo, exigían su asistencia. Esta dis-

i tria conducta permitía a todos sus miembros llevar una vida

11 anquila. La C orte romana se consideraba moderada e, inclu­

so, austera si se la comparaba con las de otras capitales euro­

peas, tan apegadas al lujo y al boato. Esta realidad podía con-

t Listarse tanto en Villa Saboya, su residencia, com o en el Palacio

<li I l >uirinale, donde se celebraban los eventos oficiales.

Nosotros manteníamos con la Familia R eal un trato gra­

to \ próxim o, motivado por una sincera y larga relación. Yo

i niiot í a los R eyes siendo niña y, por ello, había tenido con

I" príncipes la misma confianza que con los hijos de cual-

qmri otra familia amiga. C o n cierta frecuencia íbamos a cenar

■ "ti ellos aVilla Saboya,donde nos sentíamos cómodos y,por

i mío. todo resultaba natural y agradable. D e vez en cuando,

nas la cena asistíamos a la actuación de alguna cantante extran-

|ei a o veíamos una película.

Al rey Víctor Manuel, el militar bajito, yo siempre lo miré

i n iñ o Roy de Italia y nunca como hombre. Quizá porque su

Page 47: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

aspecto era tremendo. Su esposa, la reina Elena, me parecía muy

buena y simpática, y Humberto, príncipe de Piam ontey here­

den > ,i la Corona, era un hombre cariñoso, apuesto y, también,

muy seductor. Existía entre nosotros un gran cariño mutuo.

I Iii.i noche en la que coincidimos los dos en un baile, nos

..iliiil.unos con l.i simpatía poco protocolaria de siempre y, de

inmediato, lina princesa que fue testigo de aquella escena me

dijo: I ‘ero cóm o... ¿no lo abrazas?» Así eran,y según creo siguen

siendo, muchas mujeres: capaces de acosar, o de lo que hiciera

falta, a alguien como Humberto para retenerlo a su lado.

Pienso que esto debe ser algo parecido a la famosa «eró-

tira del poder de los hombres» de la que, en los últimos tiem­

po',, unto se ha hablado. Son muchas las mujeres que merodean

alrededor de los hombres poderosos. Es evidente que la obse-

i« >n poi el poder no ha sido nunca una flaqueza atribuible en

■ .t Iumv.i .ti genero masculino. ¡Qué va! Son muchas las corte-

vina-.. las mujeres ambiciosas, que han sido protagonistas de la

I listona a lo largo de los siglos.Todos los hombres que cuen­

tan con una parcela de poder tienen a su disposición mujeres

que los alaban y persiguen. Imagino que al actual R e y de

España le ocurrirá lo mismo, ya que si bien es cierto que no

tiene Corte — algo que considero muy acertado— , parece una

persona a la que se puede acceder con facilidad. Así han sido

y son muchos miembros de la familia Borbón.

Fueron abundantes los comentarios humillantes que sobre

Humberto y sus acompañantes se hicieron en todo el país uti­

lizando, de telón de fondo, su homosexualidad en la que nun­

ca creí. Yo jamás supe de nadie que hubiera tenido una aven­

tura con él. Su padre, el Rey, le había hecho crecer junto a un

intransigente tutor a quien él aborrecía. Pienso que estos rumo-

Page 48: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

íes tuvieron su origen en la envidia, algo por desgracia muy fre-

11 iciite desde que el mundo es mundo. Siempre se le veía acom-

p.ifudo por mujeres bellísimas y esto, en muchas ocasiones,

resulta sencillamente imperdonable. Era un hombre inteligen-

ie v guapísimo,de modo que no habría que extrañarse por ello.

I ii l.i actualidad hay miembros de la realeza europea, que al

mei ios en apariencia no valen nada ni externa ni interiormente,

i|iir sí utilizan el truco de hacerse ver con mujeres espectácu­

lo n-s y, además, sin éxito alguno. En sus rostros hay una expre­

sión, o tal vez una forma de mirar, que da cuenta de su condi-

■ ion sexual.También su manera de andar es esclarecedora. Creo

i p ie debe de tratarse de un preciso movimiento de cadera, como

es el caso de mi peluquero.

I Jurante una temporada se dijo que Humberto mante-

ni.i una relación conjeannette M acDonald, una conocidísi­

mo .ictriz, pero debió tratarse de una historia inventada. El

i oinportamiento de Hum berto me pareció siempre de una

• Inunda extrema, ya que mantuvo una discreción total en

iodo lo que concernía a su vida privada. Su conducta fue la

iii.is i l ira demostración de su innato señorío.

Finalmente le casaron con la princesa María José, hija

de Alberto I de Bélgica y hermana del futuro rey Leopoldo;

I" u unto María José era tía de Balduino, quien contrajo matri­

monio con Fabiola de M ora y Aragón, y del actual R e y de

Mdgica, A lberto II. María José era una m ujer inteligente

• |ii< tocaba el piano com o los ángeles. Dada su sensibilidad

míe cualquier asunto de carácter social, se llegó a decir que

• i i socialista.Alta, guapa y con melena rizada, tenía un carác-

iiM no sólo fuerte sino incluso duro, áspero. Cuando se deci­

d o su matrimonio, permaneció durante un tiempo en un

Page 49: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

colegio «li I Itm iii i.i, riiipli iinli im i lóiulo para aprender ita­

liano. I’oi sus venas coi i la s.ingic de los Wittelsbach de Bavie-

ra, quienes, como se sabe, eran muy peculiares en el terreno

emocional, muy inestables.

C Considero que fue un craso error el que cometieron

casando a H um berto con M aría José. D eberían haber

encontrado a alguien más equilibrado y, sobre todo, con

más sentido del humor;una persona que, al m enos,le apor­

tara más alegría en su vida cotidiana, una italiana, pongo

por caso, l ian miles las chicas que hubieran aceptado ese

m.ni imonio de muy buena gana. María José siempre estu­

vo 11 h i\ eii.nuoi ad.i de él, porque era atractivo, su carácter

• • i • 11 •• ndo \ mi I i i md.id ilimitada; pero H um berto jamás

I" t o n . i d . ■ II i I i.i boda fue, por supuesto, una más de

I n 01(1,1111,' id o al ni.ii gen do cualquier opinión de los con-

m (y. mi. i , 111•.. nm\ li.ibiiual entre las familias reales.

I >t <piit tf i tai d o s ,in o s casados, com o los hijos no

lligil ' in lt ........i i .i 11 ni .i 11111 nberto que pidiera la anula-

' n *ii tlf mi m il i iinonH >. pero él se negó. Un tiempo después

...... o una iiiim. María l’ía.y luego un chico,Víctor Manuel,

que gaianti/.aba la descendencia dinástica por vía masculi­

na. M.is tarde vinieron al mundo otras dos niñas, las prince­

sas María Gabriela y María Beatriz.

La hermana mayor de Humberto, la princesa Yolanda, se

casó con el conde Calvi di Bergol. A su segunda hermana, la

princesa Mafalda,la conocí en un baile. Era fea,pequeña y del­

gada; además, aunque no podría jurarlo, creo que cojeaba. Su

marido, un príncipe de Hesse,se encontraba en Alemania y la

llamó para que acudierajunto a él. Estaba ya a punto de fina­

lizar su viaje cuando fue detenida y enviada al campo de con-

Page 50: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

riunción do 13uchenwald,cerca deWeimar,en 1944. Cuan­

do c! campo fue bombardeado, Mafalda encontró la muerte.

I i tercera hermana de Humberto, María, contrajo matrimo­

nio con un Borbón-Parma en la capilla romana del Quirina-

l e . Y o asistí a su boda. Recuerdo q u e tenía una voz muy f e a .

'>111 embargo, todas ellas eran unas personas buenísimas y encan-

t.11 loras y siempre coincidíamos en los bailes de la Corte.

I lace un tiempo vi en una revista a María Pía con Miguel

I li >rbón-Parma, con quien creo que se ha casado. Él tenía tres

lujos de un m atrim onio anterior y también una hija a la

que reconoció — un disparate com o el que cometió mi hijo

( ¡onzalo— , quien ha publicado un libro titulado Borbón-Par-

m,i en el que no cesa de manifestar su alegría por pertene-

• er a dicha familia. A lo largo de la obra saca repetidamente

.i colación su parecido con Luis XVII.

¡Son tantos los bastardos que existen en el mundo! Yo

no puedo entender ese interés tan desmedido por ser reco­

nocido, no ya por el supuesto padre sino también por toda

m i familia. Si tu padre te ha tenido bajo cuerda y ha sido tu

madre quien te ha solucionado la vida, ¿por qué ese interés

por él y los suyos? Estoy casi convencida de que tras ese

.entimentalismo fuera de lugar se esconde probablemente

.ili’iina razón interesada. Yo, la verdad, detesto a los bastar­

dos. Ya sabemos de las necesidades fisiológicas de casi todos

lo s hombres, pero para solucionar este problema creo que es

mucho mejor y menos peijudicial utilizar otros métodos más

racionales y prácticos.

Page 51: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

R ecién cumplidos los dieciocho años, en mi vida coti­

diana, tranquila y armónica, carente de hechos llamativos o

imprevistos, se produjo un acontecim iento relevante. M e

refiero a una ocasión en la que mi abuela me llevó con ella

de viaje a Inglaterra.Yo ya conocía aquel país, en el que había

pasado con mi madre y mis hermanos una larga temporada

con el fin de mejorar mi inglés, pero el hecho de viajar úni­

camente en compañía de mi abuela confirió un algo espe­

cial a aquella nueva visita. Era com o la aceptación tácita de

que había dejado atrás la infancia. Pasaba, en cierto modo, a

ser considerada mayor, que es el gran anhelo de la gente joven.

Es curioso comprobar hasta qué punto este deseo tiende a

recorrer el camino a la inversa en el mismo instante en el que

una deja de serlo.

En aquellos momentos se veía a Inglaterra com o la pri­

mera potencia del mundo. Su modo de vida era, para muchos

europeos, el mejor.Vista desde la Italia de entonces e inclu­

so desde la misma Francia, Inglaterra aparecía com o el país

más avanzado del planeta en todos los sentidos. En mi opi­

nión, esta apreciación no se correspondía con la realidad.

Lo que sí es cierto es que contaba con algunas cosas que

podían contribuir a esa desmesurada fama; por ejemplo, casi

todo el mundo tenía un cuarto de baño en su casa, algo que

no sucedía en Italia.

En Londres nos alojamos en casa de una familia a la que

nos unía algún parentesco lejano. En efecto, la ciudad era

espléndida. Por todas partes había amplios jardines y sober­

bias casas en barrios tan elegantes com o Belgravia, K en-

sington, Mayfair, Knightsbridge o Chelsea. En ellas se orga­

nizaban unas fiestas estupendas. Durante aquella estancia viví

Page 52: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

mi episodio que quedó muy grabado en mi memoria. Fui

invitada a un baile en casa de unos amigos y mi abuela bus-

i ó una señora para que me acompañase, ya que la posibili­

dad de ir sola era, de todo punto, impensable. Aquella dama,

i reo recordar, se llamaba Lady Smith. Cuando nos dirigía­

mos hacia la residencia de mis anfitriones, me com entó que

lubía dejado en casa a una de sus hijas enferma y me sor­

prendió que, en aquellas circunstancias, hubiera accedido a

.u empañarme. Ella no era una chaperon, no lo hacía por díñe­

lo c omo otras personas en casos similares, sino por amistad

li.it ia mi familia y supongo que, también, porque debía ape­

le. erle hacer un poco de vida social.

Lo cierto es que en un determ inado m om ento, y sin

siquiera avisarme de sus planes, debió de aburrirse o, tal vez,

pensó que su hija podía necesitarla. Y se marchó sin más,

de|.i adorne sola en mitad de la fiesta. Cuando llegó la hora

de retirarme, un joven diplomático italiano con el que había

est.ido bailando se ofreció m uy gentilmente a acompañar­

me Nos fuimos juntos en un taxi y en aquel silencio de las

< illes oscuras que recorríamos esperé que aprovechara la opor-

i unid.id que el azar nos brindaba para besarme. En numero­

sa. ocasiones he interpretado este deseo com o un síntoma

inequívoco de que, al menos aquella noche, yo por fin me

lid >1.1 enamorado. Sólo esta posibilidad explica que me hubie-

i i gustado que él diese aquel paso.

A nadie le había comentado que me gustaba aquel chico.

I i.i diez años mayor que yo y, por tanto, pensaba que no

tena difícil ocultarlo. Pero mi abuela, que tenía esa intuición

piopi.i de las personas mayores,de quienes lian vivido mucho,

II ir p regun tó a bocajarro sobre este asunto una tarde qu e m e

Page 53: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

encontraba con ella en su gabinete leyendo un libro: « W hen

is he going to ask yon to marry him?» Callé com o una muerta.

N o supe qué responder. Creo que ella, cambiando de con­

versación, decidió guardar silencio sobre esta anécdota.

Quiero suponer que el chico en cuestión no se atrevió

a besarme. Cuando llegamos a nuestro destino, salió del taxi

y, con toda cortesía, me acompañó hasta la puerta de la casa

de mis anfitriones. N os despedimos cordialmente y siguió su

camino en el coche que le esperaba. Así acabó todo. Aquel

beso que no llegó nunca dio por terminada una historia

que nadie había iniciado. Sin embargo, debo reconocer que

fue ésta la única vez en mi vida que esperé y deseé que alguien

me besara. Si este encuentro tuviera lugar hoy, cabe la posi­

bilidad ilc- que yo misma tomara la iniciativa. ¡Quién sabe!

Mi .unor frustrado era alto, delgado y exquisito en sus

m . i i i c i . r . , pero demostró ser un poco tonto. N o podría decir

m e i .1 guapo, pero a mí m e gustaba. Si hubiera sido más audaz,

e s más que probable que al primer beso hubiera seguido un

segundo y, acaso, un tercero. Incluso podríamos haber llega­

do a casarnos.Y es que a m í,por entonces,jamás se me habría

ocurrido la idea de besar a un hombre sin pensar en él com o

el candidato adecuado para, más tarde, contraer m atrim o­

nio. Año y pico después de aquel suceso, me casé de verdad.

Aquel amor era un conde, hijo de una aristocrática fami­

lia del Véneto, que con el tiempo fue embajador en varios

países. U n hom bre m uy conocido socialm ente que ya ha

fallecido. Luego supe que se casó dos veces y que en ningu­

no de sus matrimonios tuvo suerte. Igual que yo. ¡Ironías de

la vida! Más tarde llegaría el beso de Jaime. Un beso que, al

contrario, yo nunca deseé.

Page 54: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

A esas alturas yo nunca le había confesado a m i madre:

I .ioy enamorada de éste o de aquél.» La verdad es que toda-

v i.i no tenía una idea clara del tipo de hombre que me gus-

i.ilu com o marido. A diferencia de muchas de mis amigas,

lio estaba deseando casarme y, sencillamente, dejaba que el

tiempo transcurriera a la espera de lo que la vida, por sí mis­

il i.i, pudiera ofrecerme. Entonces me interesaban más otras

i os.is. Hasta que me casé, vivía tranquila y feliz con mi fam i-

h.i I )ebo admitir que siempre fui una persona m uy activa y,

e n numerosas ocasiones, me reprochaba a mí misma el hecho

< le estar ociosa en casa.Tenía ganas de desarrollar una activi­

dad, de sentirme útil. Por otro lado, estaba convencida de

mi capacidad para asumir una responsabilidad concreta, un

ti.ibajo. Pero cuando le hablé a mi madre de este proyecto,

s u respuesta fue tajante: «¿Trabajar? N o, no lo harás, ya que

s e r í a inadmisible que quitaras el pan a aquellos que lo nece-

s i u n . » Conociéndola com o la conocía, jamás debería haber

esperado otra respuesta. Era en estos casos cuando me enfa­

daba conm igo misma, porque me sentía presa de una inge­

nuidad que parecía vitalicia. Si tan bien conocía a mi pro-

renitora, ¿por qué le planteaba ciertas cosas?

Por aquel entonces, yo dominaba el italiano, el francés y el

inglés,y tenía un auténtico interés por aprender alemán, ya que

lo consideraba un idioma muy útil para trabajar en el futuro, a

pesar de la oposición de mi madre. Pero lo único que pude con­

seguir después de m ucho insistir fue que me pusieran una

Page 55: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

profesora de taquigrafía, una señorita que venía a darme clases

a casa. Quizá no conseguí más porque, en opinión de mi abue­

la, una dama no necesitaba estudios, sino mostrarse atractiva

en los salones. Fuera como fuese, mi obsesión era hacer algo,

ya que pensaba que no podía pasarme la vida acudiendo a

bailes y fiestas y tratando únicamente con aquel círculo de gen­

te con pocas inquietudes del que empezaba a cansarme.

Detestaba las enfermedades y me horrorizaba enfrentar­

me a cualquier herida, pero a raíz de una conversación con

una amiga, me interesé por una alternativa vocacional qui­

zá más factible de cara a mi madre: ingresar en la C ru z Roja.

Se trataba de formar parte de una organización humanitaria

que había cumplido un papel muy destacado en la Primera

( ¡uerra Mundial y no fue menor el que cumplió en la Segun­

da. Aquoll.i vez hubo suerte y conseguí que mi madre lo acep­

tar.i. Tuve algún problema, pues al ser francesa de origen no

podían admitirme en la C ru z R oja italiana, pero la nacio­

nalidad de mi madre solventó esta pega.

Confieso que cuando finalmente me incorporé al servi­

cio, el hecho de verme con el uniforme me ayudó m uchí­

simo; vistiéndolo, me sentía com o un soldado y no había más

remedio que mostrarse ante los demás firme y segura, sin

derecho a desfallecer. C on anterioridad, en una ocasión, con­

templando la terrible escena de un accidente de tráfico había

sido totalmente incapaz de subir a un automóvil completa­

mente manchado de sangre. Pero ahora sentía que mi obli­

gación consistía en sacar fuerzas de flaqueza para hacer eso

y mucho más. Y entonces supe que estaba preparada para

hacer frente a cualquier situación similar por desagradable

que ésta pudiera resultar.

Page 56: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

D oña E m anucla ju n to a su m ad re y sus h e rm a n o s m enores R icardo y B eatriz . K om a, hacia 1922.

Page 57: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

1.0* Hoyes tic España, don Alfonso X III y doña V icto ria Eugenia.

Page 58: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 59: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

C o m p ro m iso oli< inl de doña E m anuela y don Ja im e . Jun to a ellos, el rey d o n A lfonso XIII y la v izcondesa d e D am p ierre (nacida p rincesa R úspoli), m ad re de la novia .

Page 60: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I *1111 > I 1111)11111*111I I i re el JluI ni I'• I,i Uoiiiii.

Page 61: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

M a trim o n io de doña E m anuela y d o n Ja im e en la iglesia de San Ignaciode Loyola, R o m a .

Page 62: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 63: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 64: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I > o l 1 ii 1 m m m c l i i , l u r o í

\ II I M I I I *1 l i l i l í l i l l l l l t ' . I ' *

Page 65: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Bautizo de S.A.R. don Alfonso de Borbón y D am pierre. R om a, 19.1

Page 66: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

) in i J t i i m o y t l o f l i t

I i u í i i i i i p I í i t o n nu

primogénito, AII'-iim). R oniü, 1936.

Page 67: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Den A n i I U »

I

Page 68: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I **‘11 Allomo \ | | | l i i t i i x ' i l o i ii <ins b r a / O N

* ■ irlo, iloti Allomo li I' \ I >nmp¡criT.

Itom n, 1936.

Page 69: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 70: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i runo I i'i imit'lii

I |l |l MI I t l j o K ,

Allonso ii/nlu.

M '«lllti. I'»'K,

y i? *

Page 71: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

El rey don Alfonso XIII rodeado po r varios de sus nietos. R um a, hacia 1940.

Page 72: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Mi horario en la Cruz Roja era continuo:entraba a las ocho■ Ir la mañana y, oficialmente, salía a la una del mediodía. La ni.iyor parte de los días éste se ampliaba ya que el trabajo en el hospital era inacabable. Cada día, para llegar al centro tomaba■ ii primer lugar un autobús y, luego, un tranvía.Y para regre- .11 .i casa llevaba a cabo la misma operación. En una ocasión

\ mío a visitarnos la reina Elena. Cuando me vio, junto a mis* ompañeras en fila para saludarla, me abrazó con su cariño de •>i< inpre.A los pocos días visitó el centro la princesa María |> «se, pero esta vez todo fue diferente. Permaneció seria mien- ii.is la cumplimentábamos yantes de abandonar la sala, se diri- |fió a una de las voluntarias: «Haga usted el favor de abrochar- •< i.unbién el último botón del uniforme. Ser dama de la Cruz Unja requiere una disciplina férrea, lo mismo por dentro que |".i fuera,algo que usted incumple en este instante.»

Más tarde me enteré de que la reina Victoria Eugenia, '|ii<- acabaría siendo mi suegra, había sido la principal impul-■ >i .i fii España de todas las labores humanitarias emprendidas

l»< .i |.i Cruz Roja. Doña Victoria Eugenia modernizó y puso i 11 altura de otros países europeos la sanidad española, crean-ilo el primer hospital de la Cruz R oja en Madrid, en la ave- mi l.i que lleva su nombre. También fundó la primera escuela «l< mlrriñeras de España y fue precursora en la organización ilt actos sociales con fines benéficos. Cuando llegué a cono- i rila lo comprendí todo: me di cuenta de lo gran señora que •■i.i, <le su categoría humana. Siguió al frente de estas activida- .1' . hasta 1931, cuando la Familia Real española se vio obli- |jr,u l,i .i abandonar el país rumbo al exilio tras celebrarse las elec-..... . . municipales y ganar los republicanos en las ciudadesmi importantes. Al parecer, muchos monárquicos abando­

Page 73: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

naron al rey Alfonso XIII por haber apoyado la dictadura del general Primo de Rivera, algo similar a lo que le ocurriría des­pués al rey Víctor Manuel III, quien había aceptado el man­dato fascista de Mussolini justo un año antes de que lo hicie­ra el Monarca español, y que llevó a Italia a la guerra. Según me explicaron luego, los monárquicos, especialmente en el caso español, no rechazaban la institución de la monarquía como tal, sino a la persona que en ese preciso momento de la Historia la representaba: Alfonso XIII. Al instalarse la Familia Real española en Rom a y frecuentar los mismos ambientes, fue cuando establecí contacto con algunos de sus miembros.

Durante todo el tiempo que trabajé en el hospital, mi madre debió de vivir presa del terror que le producía la sola idea de que conociera a algún médico y me enamorase de él. Nada de esto sucedió durante mi experiencia como enfer­mera y, aunque evidentemente compartí tareas con muchos médicos, nunca me enamoré de ninguno de ellos. Mi cora­zón y mis sentidos estaban tranquilos hasta el día en el que me di cuenta de todo lo que, a mis espaldas, organizaban algu­nas personas con total impunidad y mucha premura.

Un mediodía, esperaba yo al tranvía en la parada, junto al hospital, cuando apareció mi madre en su coche con el mecánico. Me sorprendió e, incluso, me alarmó su inespe­rada presencia. Ella, tratando de evitar cualquier tipo de pre­vención por mi parte, mintió: «Pasaba por aquí cerca cuan­do me he dado cuenta de que estarías a punto de tomar el tranvía de vuelta, y pensé que podíamos regresar juntas a casa.» Sí, me mintió. En realidad había venido a informar­me de un compromiso que acababa de adquirir por mí y que marcaría el resto de mi existencia.

Page 74: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tr o m ¿ Já c o / i jfíz t m e

sffl¿y¿e£¿¿/¿ar c¿?m/i/v/7¿¿j¿? matrim¿?/i¿a/

Page 75: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

v S C \ finalizar 1934, yo había cumplido veintiún años• ni haber tenido nunca un novio ni ninguna clase de rela-■ ion amorosa medianamente seria. Sabía que la hora de i ontraer matrimonio llegaría, puesto que había sido edu-• .ida para que así fuera. Lo que nunca se me había pasado l'oi la cabeza es que se forzaría la situación y se adelanta- n.i el momento. Yo estaba abierta, predispuesta a encon- ii.u al hombre de mi vida, pero mientras esto no ocurrie- .<■ seguía muy a gusto soltera, viviendo en la casa de mi l.mnlia.

Ahora, viendo desde la distancia todo lo que aconteció, pienso muchas veces que cualquier relación anterior me hubiera sido útil como experiencia para afrontar las difíciles mi naciones ante las que la vida me colocó. Y es que reco-iii i/i o que, en un determinado momento, éstas me sobre- pisaron debido a mi ingenuidad, a mi ignorancia.Yo estaba di .puesta a admitir la forma de matrimonio de la época, es dn ir, con la directa participación de los progenitores, por-• |i 11 ■ se trataba de una realidad que iba implícita en la educa-....... recibida y además, por mi carácter, jamás habría osadoi nestionar semejante influencia autoritaria.

Page 76: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Sin embargo, el modo en que se organizó mi matrimo­nio fue muy diferente a lo que cualquier joven de mi edad hubiera podido imaginar. A mí me hubiera gustado que en casa me propusieran algún pretendiente como candidato; habría, por supuesto, aceptado consejos y recomendaciones en cualquier sentido. Pero siempre pensé que, en un asunto de tanta trascendencia para el resto de mi vida, la última pala­bra debía tenerla yo. La cruda realidad se encargaría de demos­trarme que estaba muy equivocada. Evidentemente, aquel compromiso nada tenía que ver con cualquier idea que me hubiese podido hacer sobre posibles enamoramientos, noviaz­

gos o bodas.

*$*•$»»$*

El día que mi madre vino a recogerme a la Cruz Roja para llevarme a casa y, una vez en mi habitación, me comu­nicó lo que acababa de decidir, me eché a llorar repitiendo que no quería casarme. Quedé paralizada por el miedo y no podía analizar las cosas desde la madurez de mis años, sino de un modo muy infantil.Yo estaba convencida de que mi madre nos quería muchísimo, que éramos sus hijos lo más impor­tante de su vida y que, consecuentemente, para mi futuro había elegido aquello que consideraba más conveniente.

Consciente de que su decisión me concernía solamente a mí y a mi existencia, en ningún momento se me ocurrió desobedecerla. Comprendo que ahora no sea fácil entender tanta docilidad por mi parte, pero para mi mentalidad de aquel momento era inimaginable pensar que pudiera retar

Page 77: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

.i mi madre negándome a aceptar una decisión que ella, por mi bien, había tomado.

Allí en mi habitación, durante aquella penosa e inolvi­dable escena, había estado presente Ricardo, mi hermano, 111ic* no intervino en ningún momento de la conversación. Sentado en un rincón de la estancia, fue el mudo testigo del t ompromiso que mi progenitora había adquirido por mí y, también, de mis sollozos y quejas.

A pesar de ello, la vida continuaba y el tiempo previsto por mi madre para que yo aceptara la decepción se dio por terminado cuando el mayordomo hizo su aparición en la puerta de mi dormitorio, anunciando que el almuerzo esta­ba servido.Todos nos dirigimos hacia el comedor. M i abue-1.1 presidía, como siempre, la mesa y yo no pronuncié ni una m 'la palabra a lo largo de toda la comida. Preferí manifestar mi dolor escudada en un elocuente silencio.

Siempre he dado mucho valor al silencio. Cuando me he sentido agredida por las circunstancias o por los demás, he pe í manccido en silencio. Pienso que es lo mejor, ya que delo contrario una puede decir cosas graves que tal vez ni Mente y de las que, más tarde, puede arrepentirse. Por eso en muchas ocasiones he elegido el silencio para manifestar mi más rotunda indignación. Y a lo largo de mi vida, por des-1 .1 acia, han sido numerosos los momentos en los que me he \ isto obligada a callar.

I os sobresaltos de aquel día señalado no habían acaba-i lo, ( Cuando terminamos de almorzar se presentó Jaime. Era evidente que todo lo relacionado con nuestro matrimonio \,i estaba decidido y acordado. Por la expresión de su ros­no tuve l.i certeza de que tampoco habían tenido en cuen-

Page 78: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i.i mi opinión .t l.t hora de presionarle para que se casara con­migo.

I '.mi.o uno como otro nos limitamos, pues, a obedecer a «In i< 11< siempre habían dirigido nuestras vidas. Cuando nos mi < >iiu.unos frente a frente, tras saludarnos, él con su tim- hie de voz mecánico, como si sólo de un ruido gutural seii it.it .i. me dijo: «Somos novios.» A esto se redujo nuestro novi.i/go. Si yo hubiera tenido en aquellos momentos un pretendiente, hubiera podido decirle a mi madre: «No me quiero casar con Jaime porque salgo con este otro.» Pero no tuve tiempo ni para inventarme un love ajfairc. Lo que no puedo decir es que fuera engañada respecto a su tara física, porque ésta era evidente y ya había tenido ocasión de com - pioh.irlo el primer día en que le conocí.

Quiero aclarar que, por extraño que parezca, hasta aquel momento habían sido únicamente dos las ocasiones en las que yo había coincidido con Jaime. La primera vez fue en un cocktail. Sentí lástima por él al verlo allí, solo en un rin­cón, sin hablar con nadie. Estoy convencida de que, influen- ( iad.i por mi colaboración en la Cruz R o ja , por procurar hacer el bien en definitiva, me senté a su lado en el sofá y mantuvimos, durante un rato, una charla en la medida de sus escasas posibilidades. Supongo que sería el gentilhombre de cámara de Jaime, que siempre le acompañaba y que era11 n.i persona que no me resultaría nada grata en el futuro, quien le comentaría tan fugaz encuentro a su señor, el rey

Page 79: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

don Alfonso XIII. Se enterarían entonces de quién era yo. Mis antecedentes familiares debieron parecerles aceptables para su rango, lo que les llevaría a pensar en mí para solu­cionar el problema de Jaime que, por pura lógica, les afecta­ba a ellos en tanto que familia y, como más tarde pude com­probar, también traía locos a muchos monárquicos de pro que se hallaban próximos al Rey.

No sólo la Familia Real sino otras muchas personas de­bían tener prisa por arreglar aquello cuanto antes y, por tanto, no perdieron el tiempo en intentarlo. Después yo me ente­raría de la verdad a secas y sin adornos de ninguna clase: don Alfonso X III había concertado una entrevista con mi madre para abordar directamente la cuestión.Tras escuchar­le, creo que ella, en un primer momento, quedó muy sor­prendida tanto por la trascendencia de su proyecto como por la rapidez con la que pretendía llevarlo a cabo. La semana siguiente asistí a un almuerzo en casa de la princesa R ad - ziwill y allí se encontraba el Rey. Hasta aquel día, yo no le había visto nunca en persona. Cuando me presentaron tuve la sensación de que me miraba de una manera especial que, sólo tiempo después, fui capaz de interpretar. Era evidente que aquel encuentro no había sido una coincidencia, sino que estaba preparado con el objeto de que él pudiera ver­me al natural. Para ese momento, el acuerdo entre el Monar- . a y mi madre ya estaba pactado.Y por si fuera poco, mi abue­la estaba encantada con mi boda ya que me emparentaba directamente con la realeza, lo que ella consideraba la máxi­ma aspiración.

Fue el nuestro un matrimonio de interés pactado entre nuestros progenitores. Ni al Key ni a mi madre se les había

Page 80: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ocurrido pensar que podían encontrarse con una negativa poi nuestra parte. Jaime era muy alto, grande y guapo. Aho-i .i bien,confieso que en las contadas ocasiones en las que nos liabiamos visto, no le había encontrado deseable o atractivo p< tupie, sencillamente, tenía una minusvalía que no facilita— I >.i en absoluto la comunicación; precisamente a causa de esta delk leiu ia física resultaba una persona de carácter débil y inanipulable.como pronto se comprobaría. Esta realidad que- tlai ia al descubierto sin dejar ni el más mínimo resquicio de duda al respecto.

I a vida que Jaime llevaba por aquellos tiempos no era un modelo de sensatez y responsabilidad. Creo sinceramente que esio se convirtió en una razón de peso a la hora de dar por lie lio que, casándole, evitarían su natural e incontrolado■ i 111 • 111 ■< > a irse con cualquier mujer, con el riesgo añadido d< dejar en el camino hijos naturales. El transcurso del tiem­po iba a demostrar lo irreal de aquellas vanas esperanzas, ya que su nuevo estado civil no cambió en absoluto el rumbo que su existencia ya había tomado. Cuando fui conociendo las interioridades de la Familia Real, me di cuenta de que no habría sido necesaria más que una indicación de su padre para que Jaime le obedeciera de inmediato y se casara con­migo. ¡I ra tanta la autoridad que don Alfonso X III ejercía

sobre todos sus hijos...!1,1 tiempo transcurrido entre nuestro peculiar compro­

miso y el día de nuestra boda fue suficiente para convencer­me de dos importantes cuestiones: que Jaime era una perso­na problemática y que su matrimonio no le haría cambiar de conducta. Nuestro enlace, simplemente, convenía a la tran­quilidad de la familia en su conjunto. Insisto en decir esto

Page 81: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

porque me parece de justicia reconocer que su ilusión por casarse no era mayor que la que yo sentía. Me consta que, al igual que hicieron conmigo, a él le dijeron un buen día y de repente: «Tú te casas con esa chica.» Sin más.

N o quiero juzgar a nadie. Ya es muy tarde para hacerlo. Pero la actitud que nuestros mayores mantenían entonces no dejaba de contar con una alta dosis de frívola insensatez. Si se hubiera tratado de una hija mía, yo no habría actuado comolo hicieron conmigo. A un rey, incluso a un emperador que me hubiera hecho la propuesta que don Alfonso le hizo a mi madre, yo le hubiera contestado: «No entregaré mi hija a un sordomudo.» O bien le hubiera dicho: «Lo siento, Majes­tad, pero tengo que decírselo a mi hija para saber qué opina ella sobre ese proyecto.» Pienso que mi madre debió con­sultármelo para, efectivamente, conocer mis intenciones.

Al parecer, ella le comentó al Monarca que de ningún modo estaba dispuesta a que su hija se viese obligada a «pasar por la puerta de atrás» y fue entonces cuando él le dijo que, en cuanto recuperase sus funciones, seguiría la costumbre his­tórica española y me concedería el título de infanta de gra­cia, que el R e y otorga a un pariente que no lo ostenta por nacimiento. Fue una promesa hecha en la más absoluta pri­vacidad, sin nadie que pudiera atestiguarlo y en un momen­to en el que el Gobierno español de la República vivía una situación de inestabilidad total, tras los sucesos de Asturias, la agudización de los conflictos autonómicos, las crisis de ( íobierno y otros desórdenes que hacían pensar al R ey que su regreso podía producirse en un plazo breve de tiempo.

Pero los meses y los años fueron transcurriendo y el R ey nunca volvió a España en vida. Sin embargo, creo que si

Page 82: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

hubiera querido que su deseo se i umpliese, no habría esta­llo de más haber dejado, por escrito, ese nombramiento que había prometido a mi madre, previendo así cualquier even­tualidad que pudiera producirse. De este modo, tras su muer­te, Juan debería haberse encargado de llevarlo a cabo, pero tal y c omo se produjeron los acontecimientos no puede extra­ñarme que aquel pequeño «detalle» quedara, para siempre, en el olvido.

Unos días antes de la boda, el R ey me hizo llegar una fotografía suya con una castiza dedicatoria que decía: «Que- rida Manolita. Un recuerdo de tu futuro suegro.» Años más tarde, en un ataque de rabia, la rompí.

Page 83: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

/ i¿ ? / ¿ 'á 'c a

%>/'¿/ejc¿¿/frim¿e/ifo ¿/e un /¿¿¿evo m//,/ido

Page 84: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

y 7.. / . • as semanas anteriores a nuestro matrimonio fueron ago­tadoras, de frenética actividad, ya que se trataba de dejar lis­tos todos los preparativos y cumplimentar, a su vez, todas las obligaciones sociales que exigía nuestro enlace. Fue enton­ces cuando tuve la ocasión de conocer a mi futura familia política al completo. De inmediato simpaticé con Cristina, la cuarta hija del rey Alfonso X III y de doña Victoria Euge­nia, a la que familiarmente llamábamos Crista. Era una per­sona cariñosa, espontánea y adorable. Desde el primer momento la consideré, más que una cuñada, una amiga ínti­ma. Resultaba tan simpática y divertida que, aún hoy, cuan­do pienso en ella me pongo a reír. Era opuesta a su herma­na mayor, Beatriz, la tercera de los seis hermanos, quien no parecía nunca relajarse y mantenía una especie de descon­fiada y distante cortesía. Por supuesto, percibí enseguida el peso y la importancia que Juan, el penúltimo de los hijos, tenía en el seno de la familia.

Juan era entonces un joven oficial de Marina que cursa­ba sus estudios en Inglaterra. Cuando vino a Rom a para asis­tir a nuestra boda, tuvimos la ocasión de conocernos. Com o es natural, ya se me había informado de que, habiéndose pro-

Page 85: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

»liii lili • l.i ir ni nii 11 ili mi I n m ti.un i mayor, Alfonso, y tambiénl.i ele (.mili , i I t i i rl lic‘ irilrn> I.i ( 01011.1 española. En el imso ik- mi futuro ni.it ido, l.i explicac ión que se me dio me pareció totalmente lógica: su minusvalía le incapacitaba para reinar y, por este motivo, su padre le había pedido que renun- c iara en favor de Juan, su siguiente hijo varón.

C Alando yo conocí a Jaime apenas sabía nada de su pro­cedencia. Siendo tan joven no conocía la existencia de la familia Borbón y, menos aún, tenía noticias de que fuesen la Familia Real española. Tiempo después me enteré de que ya por aquel entonces su padre le había concedido el Toisón de Oro y la Orden de Carlos III, y asimismo le había nom­inado comendador de la Orden de Calatrava. Llegué a saber que el collar de la Orden del Toisón de Oro era la más alta distinción que puede otorgar un soberano español por servi- i n'. prestados a la Corona y que fue con Carlos I con quien lle¡-o ,i I spaña,ya que la Orden como tal fue creada por Feli­pe el Bueno, duque de Borgoña, en el siglo XV.

Alguien me explicó este hecho diciendo que en el fon­do don Alfonso X III no aceptaba que tampoco su segundo lujo varón contara con los requisitos necesarios para con­venirlo en su sucesor. En realidad, durante un largo período de t iempo envió a Jaime en representación suya a muchos .u tos importantes como si, de manera tácita, le considerara su heredero. Según parece, fueron los consejeros del Monar- i .1 quienes le hicieron comprender que sus intenciones res­pecto a la figura de Jaime eran imposibles de llevar a efecto. I'nionces, entre todos ellos le hicieron renunciar. Pienso que aunque el R ey hubiera albergado alguna esperanza en el pasado, para cuando nuestro matrimonio tuvo lugar ya había asumido que Jaime no estaba capacitado para reinar:

Page 86: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

no podía apenas hablar, oír ni, por supuesto, mani< nri mu gún tipo de conversación telefónica; creo que, itóim am en­té, fue esta última imposibilidad en la que se basaron los con­sejeros del R ey para forzar la renuncia de Jaime. Él no me hizo jamás el menor comentario al respecto. Eso sí, me reci­bió en el altar vistiendo el uniforme de la Orden de Cala- trava y luciendo todas las condecoraciones antes menciona­das que en su momento le habían sido concedidas.

4 * 4 * 4 *

En contra de casi todas las versiones que sobre Jaime y su minusvalía se han publicado, quiero decir que él era sor­

domudo de nacimiento y nada tuvo que ver la operación de mastoiditis que los médicos le practicaron cuando era muy pequeño. Además, sólo fue necesario intervenirle en un oído.

En su familia existía otro asunto muy grave: la hemofi­

lia, que se había cernido amenazadora sobre todos ellos lle­gando a ser el motivo de la desunión total entre los reyes.

Doña Victoria Eugenia fue la transmisora de la enfermedad que los descendientes de la reina Victoria de Inglaterra ha­bían propagado por casi todos los tronos de Europa. Así, mien­tras la hemofilia afectó al heredero del zar de Rusia a través de su madre — nieta, también, de la reina Victoria— , al otro extremo del continente mataba, poco a poco, al Príncipe de

Asturias.

Page 87: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

A i ii . li . 111 li H I.. | ......... | n . All* ii iso, el |)t i i nogénito, nun­ca llrgnr ic iiin n . il. I I i• .i11 <I. I,i I,itinli.i .ipenas lo men- c ion.iba. Yo icni.i l.i 11111 >i > i • >ii 11( 111111 sr ir.it,iba tío un ser que

sufría, de una peí sona muy 11 isu I os síntomas de la terrible enfermedad se habían manifestado en él siendo muy niño. Su padre, el Rey, a pesar de ser un buen padre, parece que siempre mostró un rechazo hacia su persona, ya que se nega- ha a afrontar esta realidad. Escudado en el ejercicio de sus res­ponsabilidades y también en sus continuas aventuras amo­rosas extramatrimoniales, nunca le prestó mucha atención. Al mismo tiempo, me parecía que la Reina no se había ocu­pado de sus hijos en la medida en la que para mí, compa-i.indola con mi madre, me parecía normal hacerlo. Es pro- I ia ble que si aquel pobre chico enfermo hubiera gozado de un . alulo ambiente familiar, no se hubiera lanzado a esa vida enloquecida que acabó con él.

I'or medio de retratos y fotografías que tuve ocasión de vn, comprobé que el Príncipe de Asturias — quien al renun-i i.ir a sus derechos como heredero al trono de España había perdido este título y se había convertido en conde de Cova- donga— era muy guapo y muy parecido a su madre. Había renunciado pocos días antes de su boda con la cubana Edel- mira Sampedro, quien por lo poco que lie oído era una joven tic rica familia terrateniente, ya que entre mis cuñados no se hablaba de ella. En 1931, el Príncipe abandonó España con todos los suyos rumbo al exilio. Una vez en Francia, su salud se agravó y los médicos tomaron la decisión de ingresarlo en una clínica en Suiza. Fue allí donde conoció a Edelmira y el 21 de junio de 1933 se casaron en Lausanne. Su matrimonio lúe breve. Parece que él, como no podía ser de otra forma,

Page 88: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

era alguien emocionalmente muy inestable. Ai abaton ilivoi ciándose en La Habana, pero enseguida Alfonso volvió a casar se con otra cubana, una modelo, Marta Rocafort. Mi hij o Alfon­so siempre conservó un retrato de él pintado por el húngaro Laszlo, pintor de moda de la aristocracia europea en los años veinte. Este retrato pertenece ahora a mi nieto Luis Alfonso.

Tampoco conocí al menor de los hermanos, el también malogrado infante Gonzalo. Era,junto con su hermano mayor, el otro hemofílico de la familia. M urió en Austria en 1934, tras un accidente de tráfico en el que conducía su hermana, la infanta Beatriz. El infante Gonzalo, debido a su enferme­dad, murió a causa de una hemorragia interna.

Ellos fueron las dos únicas víctimas de la hemofilia, enfer­medad que, por fortuna, no había alcanzado a ningún otro miembro de la familia perteneciente a aquella generación. Com o se sabe, la hemofilia es una enfermedad hereditaria que impide que la sangre se coagule, por lo que la persona que la padece muere desangrada. La transmiten las mujeres, pero afecta a los hombres. Sin embargo, ni Jaime ni su her­mano Juan plantearon, en este sentido, ningún problema. El conflicto para contraer matrimonio lo sufrirían las infantas. Tanto Beatriz como Cristina eran portadoras potenciales, motivo por el cual muchos de sus posibles pretendientes, ate­rrados, se alejaban de sus vidas de pronto y sin dejar rastro. Tuvieron que pasar años hasta que, una vez casadas y con des­cendencia, pudiera confirmarse que, gracias a Dios, tampo­co ellas habían sido transmisoras del mal.

Page 89: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

II' un . ' i ......... Al* m> li" li n Imii.i, pi¡ mipc* de ( !ivi-tell.i ( i m . .1 I I de ( iino di l'MS Un hombre simpatiquí­simo. Los lóilom.i smi mía dr Lis lamillas mas importantes de Italia desde el si^lo XVIII, aunque el principado de C ivi- tella C ,'csi 110 lo obtuvieron hasta el XIX. Su colección priva­da de escultura romana es una de las más valiosas del mun­do I )e hecho, hace unos meses apareció en la prensa el rumor dr que Berlusconi quería comprar con su propio capital la colección para donarla al Estado, aunque nada de esto ha sido luego confirmado. N o he vuelto a oír nada relacionado con este asunto.

Alessandro siempre fue extremadamente amable conmi­ro I ,i nuestra, como casi todas las que se producen de mane-i .i espontánea, fue una simpatía mutua. En cambio, Dios no t u v o .1 bien otorgar el don de la amabilidad a su esposa, Bea-ii i/. Nunca llegamos a ser amigas y ni siquiera nuestra rela- i ion, estrictamente familiar,fue fluida. Aun así,no quisiera ser injusta ni dura con ella, porque insisto en que las dos muje­res de la familia, Beatriz y Crista, lo pasaron fatal a causa del leí n>r, no sólo propio sino ajeno, a la hemofilia. No es de extra - ñ.ir que esto agriara su carácter. No así el de Crista.

I i madre de Alessandro Torlonia, Elsie Moore, era una americana muy guapa, muy alta y muy rica. Un día, yendo con ella en automóvil, me dijo que no quería que su hijo se casara con Beatriz por miedo a la posible enfermedad. Cris- la también tuvo muchas dificultades para encontrar marido, y como además tenía un gran parecido físico con la Reina, yo creo que a los hombres esto les asustaba todavía más. ( inicias al Cielo, ella y Enrico Marone tuvieron cuatro hijas estupendas y sin ningún problema de salud. El rey Víctor

Page 90: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Manuel tuvo la gentileza de ennoblecerlo con un título poco antes de su boda. A partir de entonces fue el conde Maro- ne-Cinzano.

Su matrimonio funcionó siempre m uy bien. El día de su boda, la infanta Cristina debió de hacerle a algún perio­dista un comentario tan breve como explícito: «¡Por fin...!» Beatriz se indignó con su hermana por estas palabras. N o niego que pudiera tener razón al encontrar la naturalidad de Crista fuera de lugar, pero en realidad no era éste el pro­blema. El verdadero problema era que Beatriz carecía de sen­tido del humor. En el fondo, se parecía a su abuela, doña María Cristina de Habsburgo.

Creo que nunca he conocido hermanas más diferentes entre sí que mis cuñadas. No se parecían en nada. Crista me contó que era totalmente consciente de que su hermana mayor siempre había concentrado todo el interés en Espa­ña. Muchos años después, me hizo saber la satisfacción que le producía haber conseguido, tras su matrimonio, no ser una gran desconocida en su país. Nunca entendí la razón de esta diferencia tan abismal que el pueblo español hacía entre ellas.

Jaime, Beatriz y Juan nacieron en un lugar precioso de la provincia de Segovia, llamado La Granja de San Ildefon­so. Cuando estuve allí y vi esos jardines bellísimos y esas fuen­tes espléndidas, entendí perfectamente que a la R eina le encantara pasar temporadas en ese pequeño pueblo. Creo que solía ir sobre todo a principios del verano, antes de trasladarse

Page 91: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

.i ' >.i 111.11111 <i <■ i 'i.in ‘ >i'l t.r.i i.ih, \ lamhuii i liando, después del vi-i ano, ii ida vía apirial >a • i aloi «i i Madrid. Según me expli­có n ii hijo Alfonso, el palacio lo mandó construir Felipe V, el pnmei Borbón que reinó en España. Su segunda esposa, Isabel de l arnesio,y él estaban tan enamorados del lugar que, de hecho, están enterrados allí y no en El Escorial, como hubiera sido lo normal.

Mi cuñado Juan era un hombre rudo, brusco. N o podría jurarlo pero mi impresión era que él tampoco se había casá- do con María por amor. Uno de los hijos que tuvieron murió a las pocas horas de nacer. Él estaba desesperado porque era un varón. Parecía que, si hubiera sido una niña,le habría dado igual. Siempre he pensado que carecía de sensibilidad y por eso era tan primario. Sin embargo María, mi cuñada, tenía muy buen carácter. Durante varios años yo me consideré amiga suya. Hay que tener en cuenta que pasamos la guerra todos juntos en Suiza, donde mantuvimos un estrecho con­tacto. Más tarde, ellos se irían a vivir a Estoril y ya nuestra relación nunca volvería a ser la misma.

Para la Reina,Juan fue su m i m í, su preferido. Jaime anda- I >a por ahí sin rumbo y Alfonso, el mayor, y Gonzalo, el peque­ño, ya habían muerto. Según me dijo Crista,Juan era el pre- Irrido por su condición de futuro Rey. Debía ser cierto su....... porque no creo que él fuera cariñoso con sumi ul re. Es más, pienso que ni siquiera debería ser juzgado por• lio ya que no era responsable de su actitud. Simplemente• «taba incapacitado para exteriorizar el afecto. En eso se pare- i i,i .i su hermana Beatriz.

lauto Jaime como sus hermanos respetaban a su padre Vi ni' luso, podría decirse que suscitaba en ellos un cierto

Page 92: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

temor. Don Alfonso XIII era cariñoso y, ,il misino tiempo, estricto con ellos. Estaba claro quién era el que daba las órde­nes en aquella familia. Sabía combinar esta autoridad con una innata simpatía que hacía que todo el mundo le quisiera. Con su amabilidad y buen humor, creaba un ambiente familiar en el que nos sentíamos a gusto todos los que le rodeábamos. Además, ejercía de padre y se ocupaba de los problemas de unos y de otros, tratando de encauzarlos de la mejor mane­ra posible.

Siempre he pensado que, de no haber muerto él, Jaime y yo no nos hubiéramos separado. El R ey me quería mucho, lo mismo que yo a él, y me hubiera ayudado a conservar, al menos, la estructura familiar. Esta posibilidad hubiera sido, naturalmente, la mejor para mis hijos.

»$*•$**$*

En 1905, don Alfonso X III fue a Inglaterra porque que­ría contraer matrimonio con Patricia Connaught, nieta de la reina Victoria y prima de doña Victoria Eugenia. Patricia no quiso casarse con don Alfonso porque, al parecer, estaba locamente enamorada del marqués de Anglesey; un enamo­ramiento que parecía ser mutuo. Además, sabía que para acep­tar el matrimonio con el R e y de España era condición sine

quci non abdicar de su religión protestante, renunciar obliga­toriamente a ella para convertirse al catolicismo, paso que de ningún m odo hubiera dado.

Fue entonces cuando el R ey conoció a mi suegra, doña Victoria Eugenia de Battenberg, llamada familiarmente Ena,

Page 93: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

«|ii« « • .1 *iii.» .I. Ii inrir. dr la u ina Victoria. Me dijeron que l.i m.uln' del Ui'v, la i>111.1 M.u 1.1 ( 1 istina,no quería este matrimonio poi temor a la hemofilia.Y no solamente ella se opuso, sino que fueron muchos los nobles que avisaron a don Alfonso del riesgo de este enlace, que consideraban temerario. Pero él hizo caso omiso, no aceptó consejo algu­no en este sentido y, sin más, se dispuso a organizar los espon­sales.

( Atando el Gobierno español abordó la cuestión del matri­monio del Rey, se barajaron muchas candidatas; varias prin­cesas inglesas, entre las que se encontraba Patricia, la bellísi­ma hija del duque de Connaught, así como otras que en un principio tenían muchas menos probabilidades: Luisa de ( )rleáns, hija del conde de París,Victoria de Prusia, hija del Kaiser, que era primo de mi suegra, y alguna otra que 110 k-í undo. Pero la decisión final la tomó el Rey, quien con­tra viento y marea eligió a doña Victoria Eugenia.

1 a reina doña Victoria Eugenia tenía una complexión física demasiado grande, pero sus rasgos eran bellísimos y la calidad de su piel inmejorable. Era muy inglesa no sólo de aspecto, sino también de forma de ser. Lo que 110 resisto es que se diga de ella que fue una persona amargada o dura, porque no es cierto. Hablo de una persona dueña de sí mis­ma, ya que su educación era de alta escuela, lo que resulta bien distinto. De no haber sido educada de esta manera, no 1 reo que hubiera sido capaz de resistir todo lo que resistió.

Page 94: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

La renuncia que llevó a cabo para convertirse al catoli­cismo fue espantosa para ella. Me consta que no sólo el hecho en sí fue muy duro, como es lógico, sino que además lo hicie­ron muy mal y todo ello resultó humillante para doña V ic­toria Eugenia. Su conversión tuvo lugar en la capilla del Pala­cio de Miramar, en San Sebastián, en febrero o marzo de 1906. Mi suegra sólo había pedido que la ceremonia fuese privada y, para su sorpresa, vio cómo aquello se convirtió de pronto en una especie de recepción, ya que junto al R ey y otras personas pertenecientes a la Familia Real, estaban tam­bién presentes algunos destacados miembros del Gobierno y un considerable número de nobles.

Com o es lógico, doña Victoria Eugenia se disgustó muchísimo y se sintió verdaderamente engañada. Cada vez que hablaba de esto se le llenaban los ojos de lágrimas. Yo, que ella, me hubiera marchado de allí. Eso es lo que digo a día de hoy. Nadie debería permitir ser humillado por sus semejantes. Pero, al ser tan joven, le ocurrió lo que suele suceder en estos casos: que los otros se aprovechan de tu ingenuidad.

En el fondo, la Reina era mucho más frágil de lo que su educación le permitía exteriorizar y, en ciertos momentos, se sintió muy sola. Hay una frase, no sin cierta dosis de amar­gura, que ella solía repetir: «Ríe y reirán contigo. Llora y llorarás sola.»

Mi pobre suegra debió de sufrir mucho a lo largo de toda su vida. Se casó en 1906, con tan sólo diecinueve años, y le dio al R ey seis hijos: Alfonso, que nació en 1907; Jaime, en 1908; Beatriz, en 1909;María Cristina,en 1911;Juan,en 1913, y Gonzalo, en 1914. Mientras tanto, ella vivía con la espan­

Page 95: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tos.i cvin /.i i Ir 1111 • el I» i \ li * i.i ii il u*l. Yt> creo que él sen­tía pasión poi (■!•.( . i I < 1111 ■ 1111 ti. o í jv nrral, de ahí que se

divirtiera con todo upo di iiiiiji n desde criadas y donce­llas hasta duquesas y marquesas, sin olvidarnos de cupletistaso damas dedicadas al mundo del teatro.

Eso sí, ella jam ás mencionaba en su conversación un solo asunto que, por lo más remoto, pudiera ser conflictivo. Éste era otro rasgo de su carácter por el que una podía dar fe de su exquisita educación y, a la vez, de hasta qué punto era inglesa en sus formas. ¡Era una mujer tan diferente al resto de su familia...!Todo el mundo sabe del apasionamiento de los españoles. En casa de mi suegra, mis cuñados grita­ban al hablar, discutían, no se privaban de hacer coménta­nos indiscretos y, además, con una enorme naturalidad. En último término, todos ellos eran muy Borbolles y de carác­ter se parecían mucho más a su padre que a la Reina. Muchas vec es, cuando pienso en la figura de mi suegra me inspira i’.ian ternura.Yo creo que esa manera tan latina de ser del R ey y de casi todos sus hijos nunca dejó de sorprenderle. Hasta en sus últimos años de vida, su mirada seguía siendo tan azul como atónita.

No es menos cierto que el cariño y simpatía que yo profesaba a don Alfonso X III fueron enormes. Es posible, también, que le quisiera todavía más que lo que quise a la Reina. No obstante, este hecho no me impide ser objetiva y saber que hablo de alguien muy superficial. M e acuerdo de haber ido con él y algunos otros miembros de la familia a un concurso hípico en Rom a y que cuando pasó una chi- c a vendiendo cigarrillos con el traje muy ceñido al cuerpo, el Rey, haciéndose el despistado, la tocó al pasar. Yo, aver-

Page 96: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Ronzada, volví la cara hacia otro lado simulando no haba visto nada, pero él, que era muy intuitivo, me preguntó: «¿Por qué te sonríes?» En público, delante de mí y de gran parte de su familia debiera haberse comportado de otro modo, ¿no? Por lo visto, el trasero de las mujeres es de gran importancia para los hombres. También recuerdo que en una ocasión, bajando con mi cuñado Juan en un ascensor, me tocó ahí y me dijo: «¡Qué dura estás!» ¿Qué otra cosa podía pensar sino que tenía a quien salir?

Lo cierto es que estas anécdotas, que contadas pueden parecer una falta de respeto o, incluso, una grosería, al venir de ellos no eran ni una cosa ni la otra. Reconozco que lo hacían de manera tan espontánea y que era tan evidente su obsesión por gozar de la parte lúdica de la vida que, en lugar de ponerles mala cara, tenía que contener la risa.

De todos modos, resulta extraño que don Alfonso X III, por más natural que fuera, tuviera estas maneras que cual­quiera que no le conociera a fondo bien podría calificar de ordinarias.Y es raro, porque él fue educado de un modo muy severo por su madre, al fin y al cabo una archiduquesa de Aus­tria. Claro que a los hombres siempre se les ha consentido e incluso aprobado este tipo de comportamiento, algo que por supuesto no se consiente en la mujer. Por eso no me extra­ña que el R e y se enfureciera con su tía, la infanta Eulalia, cuando ésta escribió sus memorias y otros libros en los que defendía el derecho de la mujer a ser ella misma, sin las limi­taciones impuestas por la ley y la costumbre.

Page 97: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I i mi mi .i I i il iln i ii 11. i li >11 Alfonso X I11, fue la rebol - il< <l< 11 l 11111111 |>> >i ,11 |in,u i i >i iv • tu tonal estilo de vida en aquella época. Ilivo también un matrimonio difícil, pues la casaron por intereses políticos con su primo el infante don Antonio de Orleáns, del que terminó por separarse.Tuvie­ron tres hijos. La infanta decidió irse a vivir con su madre al Palacio de Castilla, la residencia de doña María Cristina en*París, e incluso quiso divorciarse de su marido, algo impen­sable en esos tiempos. Las relaciones con su sobrino, Alfon­so X III, fueron muy difíciles porque, entre otras cosas, en sus escritos no dejó nunca de reivindicar el divorcio y la igual­dad de la mujer, ni tampoco de cuestionar los valores vigen­tes en la sociedad española de su tiempo. El R ey llegó inclu­so a prohibirle la entrada en España, así como la publicación ile algunos de sus escritos. Para colmo, su hijo mayor, Alfon­so de Orleáns, se casó con la princesa Beatriz de Coburgo- Sajonia, hija de la gran duquesa de Rusia María Alejandra, mu pedirle al R ey la autorización para celebrar el matrimo­nio, costumbre secular de la ( 'o ron a española. Por este moti­vo, mi suegro le negó a aquél el tratamiento de infante de I .paña durante los primeros años de su matrimonio.

I n una ocasión en la que Jaime y yo pasamos por París luimos a ver a la infanta Eulalia. Era una persona simpática

muy interesante, pues había recorrido mucho mundo visi- i a i ii lo las mejores cortes europeas. La recuerdo como una (■.i .iii conversadora, una inujei muy culta y muy adelantada p.n.i su tiempo, que se relacionaba con muchos intelectuales• l« la época como D ’Annun/io o Blasco Ibáñez. ¡Todo un per­sonaje! Y, como en sus libros ilei ia muchas verdades, pues i> tillaba incómoda. Seguro que u sinceridad despertaba el

Page 98: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

exacerbado machi sino del Rey, más o menos símil.u al >li la mayoría de los hombres que lie conocido en mi vida.

También nos ocurrió algo parecido con los duques de I écera, grandes de España, cuando, recién casados, fuimos a ver a la Reina a Londres. Se decía entonces,y también se afir­ma ahora incluso en libros serios de historia, que los duques de Lécera, Jaim e y Rosario, estaban ambos enamorados de la Reina. N o tengo la menor idea de si esto es cierto o no, y tampoco tengo el más mínimo interés en saberlo. Lo que sí es verdad es que el R e y no quería que fuésemos a ver a doñaVictoria Eugenia porque los Lécera merodeaban siem­pre por su entorno. El duque fue uno de los grandes de Espa­ña que la acompañó a ella cuando, en 1906, tuvo lugar su matrimonio en la iglesia de los Jerónimos en Madrid. El R ey no quería que sus hijos fuesen a ver a su madre a causa, seguramente, de aquel malicioso rum or.Y yo me pregunto: ¿por qué le molestaba tanto? Su postura era demasiado cómo­da: «Yo puedo hacer lo que me dé la gana, pero mi mujer no.» En esto coincidía con muchos hombres de aquella épo­ca. Recuerdo que la hija de Mussolini — que también tenía fama de mujeriego— decía que, según su padre, entre las obli­gaciones de la mujer estaba la de «tener hijos, cuidarlos y llevarlos cuernos». Don Alfonso X III, R e y en el exilio, debía ser de la misma opinión a juzgar por lo que fue su compor­tamiento antes y después de su estancia en Rom a, donde seguía teniendo un gran éxito entre las mujeres, aunque yo no le calificaría de seductor. Claro que lo miraba con ojos de nuera, de modo que así no es fácil ser objetiva.

Crista fue la única que viajó a Londres para pasar con su madre una larga temporada, desoyendo todo tipo de prohi-

Page 99: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I > i. i> ni |t<ii |i h i. .1. 111 | * iili* A .u vuelta estaba muy disgus-i i . l i ) .... . 11 ii' > <. 11.1. . 11, i ii .1 < l< hasta qué punto su madre> i i 1 1«.ui.i \ l.i |*i. ........ d i |'ii i «111. |).ij',.ira cosas absurdas,como los s e l lo s q u e unli/.ib.i p.n.i mi correspondencia. Se desahogó conmigo y yo no sabía cómo consolarla, ya que era evidente la racaneria de la Reina. Yo a un hijo que es hués­ped en mi casa nunca le hubiera hecho pagar nída. Su acti­t u d de no asistir a Rom a a casi ninguna de las bodas de sus hijos tenía también su origen en razones crematísticas. Supe más tarde que no estuvo en la celebración de nuestros matri­monios porque pretendía que el R ey se encargara de los gas­tos ile sus viajes y le pagara, también, el alojamiento en lujo- si >■. h o te l e s en los que se suponía que debía hospedarse. Él no estaba ile acuerdo con su petición y le contestaba que ella disponía de dinero suficiente para hacer frente a esos gastos e \ 11 as I )on Alfonso le pasaba bastante dinero; además, tenía tina i asa en propiedad y vivía muy bien. Puedo imaginar que también habría encubiertos sentimientos personales de más h o n d o calado en este asunto. Una cosa que nunca he sabi­d o es st la Reina, además de no asistir a nuestras bodas, hacía0 no regalos. A mí, al menos, me regaló una cosita tan insig­nificante...

Sin embargo, sí vino a Roma con motivo del enlace de ( a ista con Enrico Marone. Como ya he comentado, Maro- lie era un hombre encantador, bastante mayor que Crista, \ nulo y padre de tres hijos de su primer matrimonio. Fueron esta boda, así como la del pobre Príncipe de Asturias con1 .delmira Sampedro, las dos únicas a las que asistió la Reina. Tengo la clara impresión de que a esta última acudió con la obsesión de resarcirle, aunque fuera tan sólo un poco, del

Page 100: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

desamor que su desgraciadísimo lujo había podido ruin .1 lo largo de su vida.También al presentarse en la ceremonia, que tuvo lugar el 21 de junio de 1933 en la iglesia de Duchy, acompañada por las infantas Beatriz y Cristina, la R eina trataba de equilibrar la ausencia del R ey en la misma. En rea­lidad, él nunca aceptó la enfermedad de su hijo y puede decir­se que, incluso por el hecho de contraer aquel matrimonio, el Príncipe de Asturias se había convertido en la más poten­te arma arrojadiza de esa batalla campal que, con el tiempo, mantendrían los cónyuges. Por todo ello, pienso que el prín­cipe Alfonso pasó de ser alguien molesto, representante de la derrota, a alguien más molesto, si cabe, debido a la mala conciencia que su sola presencia debía despertar, al menos en el corazón de su madre. El Rey, para que no le doliera, optó por olvidar. O, mejor dicho, por olvidarle. Por fuerte que ello parezca.

•$»«!» 4 *

A pesar de todo lo acontecido, en un determinado momento doña Victoria Eugenia quiso volver con el R ey y viajó a Rom a. Una vez me comentó que, a veces, acu­día a cenas o recepciones en las que cabía una mínima posi­bilidad de que se encontrara con su marido. Por enton­ces, estos actos sociales la aburrían sobremanera e, incluso, podían llegar a humillarla, ya que se presentaba en muchos eventos sin haber sido requerida, pero corría el riesgo con la esperanza de encontrar al Monarca. La verdad es que ya nada podía hacerse. En el supuesto de que este buscado

Page 101: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

nii tu niiit i ) < i < < • 11111 i,i iii iin.i i . i . .i particular, en el goll o (luiiili 111 • i i i'l M • s ni i > nnriii.il nada .i nadie, sencilla- inrnlr dcs.ip.uri í.i

( oii motivo dr l.i hod.i de C l ista, fuimos todos invita­dos .i almorzar en el Palacio lórlonia, que era muy grande, como si fuésemos miembros de una familia normal y corrien­te. No sé qué comentario hizo la Reina que él la regañó. Poi lo visto, ella le ponía nerviosísimo. Y nosotros, en silen­cio, presenciamos aquella escena tan desagradable. Fue, de verdad, muy violento.

Aquel día sentí mucha pena por ella. Comprendí que el lra< .iso matrimonial, la enfermedad de sus hijos y la llegada a M.ulrid donde siempre fue una extranjera eran, entre otros,los m o t i v o s que tenía para sentirse desgraciada. Además, parece i |n> .i l.i Reina Madre, doña María Cristina, no le gustó nadal.i boda y no sólo por el terror a la hemofilia de la que ella era ti.iiismisora.sino por la diferencia abismal e irreconciliable de temperamento, educación y aficiones que había entre las dos.

I )e hecho, doña Victoria Eugenia renovó la Corte y su deprimente ambiente. Con veinte años,la Corte que se encon­tró a su llegada a Madrid no le agradaba. La mayoría de los

cortesanos de la reina María Cristina, su suegra, eran damas ancianas, viudas y muy poco vitales.Encontrar allí a un hom­bre parecía casi un milagro. No había gente joven y esto, a la reina Victoria Eugenia le entristecía, pues ella venía de una C ’orte mucho más abierta y entretenida. N o lo tuvo nada fácil porque, al parecer, la reina María Cristina tenía mucho carác­ter y estaba acostumbrada a que nadie le llevara la contraria. Sin embargo,su nuera, creo que en principio con mano izquier- i la y más tarde con terquedad, cambió la vida del Palacio de

Page 102: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Oriente. Comenzó a organizar algún baile o cena divertida pero, sobre todo, consiguió que el día a día en aquel inmen­so lugar resultara confortable. Ella quería que, en torno a su persona, su gente se encontrara cómoda, utilizando sólo el protocolo preciso. Esto le facilitaba mucho la posibilidad de improvisar encuentros y reuniones informales con sus más allegados, un grupo de amigos a los que la Reina necesitaba desesperadamente.Y es que, cuando su matrimonio se rom­pió, se formaron dos bandos rivales entre los aristócratas espa­ñoles: aquellos que de manera explícita tomaron partido por ella, por la más débil, entre los que se encontraban los duques de Lécera, y aquellos otros que permanecieron fieles, en muchos casos de manera irracional e interesada, al Rey.

Yo creo que doña Victoria Eugenia no se ocupó mucho de sus hijos porque su vida era tan dura que la incapacitaba para ciertas cosas por importantes que éstas fueran. Siempre me han comentado que acabó siendo mucho mejor abuela que madre. Con mis hijos, lo mismo que el Rey, se portó siempre de forma inmejorable. Pienso que la Reina hubie­ra preferido a mi hijo mayor, Alfonso, como R ey de España que ajuanito, mi sobrino. Pero don Alfonso X III había deci­dido que accedieran al trono Juan y sus descendientes. Estoy convencida de que ella jamás pensó en la posibilidad de que se hubiera llevado a cabo ningún tipo de irregularidad en este asunto tan serio y que, por tanto, los derechos quizá hubieran podido corresponder a mi hijo Alfonso.

A Gonzalo, mi hijo menor, también le quería mucho. En cierta ocasión en que ella estaba en cama, enferma, fue­ron mis dos hijos a visitarla y cuando abandonaron su estan­cia exclamó con una emoción mal contenida: «M y big boys!»

Page 103: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 104: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

de marzo de 1935 Jaim e y yo nos casamos en Rom a, en la iglesia barroca de San Ignacio de Loyola, famosa por sus impresionantes pinturas y la decoración tan lujosa de sus altares. La verdad es que también mis cuñados se casaron en iglesias romanas muy bonitas y conocidas. Pocas semanas antes, en II Gesú — una iglesia inmensa que sorprende también por la riqueza de su decoración— se había celebrado el matri­monio de mi cuñada Beatriz, tercera hija de los Reyes de España, con Alessandro Torlonia. Luego, en el otoño de ese mismo año, tuvo lugar el enlace de Juan y María en Santa María de los Ángeles, otra iglesia espléndida que fue adapta­da por Miguel Ángel sobre las termas de Diocleciano. El día de su boda acudieron muchos monárquicos y también figu­raron cincuenta parejas en los laterales de la iglesia represen­tando a todas y cada una de las provincias españolas.

M i traje de novia era de lame blanco y plata, con una larga cola; llevaba un amplio y vaporoso velo de tul sujeta­do por una diadema de brillantes. Había sido confecciona­do por las diseñadoras italianas Sorelle Botti, mis favoritas por su estilo sobrio y a la vez elegante. Com o puede verse en las fotografías que aún conservo, era un traje precioso.

Page 105: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

M i ii lililí i ..............■ 11* Mipi i visar codas las pruebas que,• luí iiii• ....... ni.......... i, li modistas necesitaron hacerme. Ami un mupn ndio tpi. |.mui* di|i ia que, según una costurn- I>i• i siMciiu . n I p.uu .u n los padres del novio quienes

pagaban i*l traje de la novia, En casa nos extrañó aquella cos- tumbre, que en Italia no existía, y fue mi madre quien final­mente se encargó de satisfacer la cuenta de las modistas.

Jaime estaba muy elegante con el traje de caballero de la Orden de Calatrava. Asistieron numerosos representantes de la realeza y la nobleza europeas. Desde Francia, y a pesar de la ausencia de mi padre, había venido casi toda la familia Dam- pier re. I le agradecido este cariñoso detalle durante el resto de mi vida. Nuestros testigos fueron el duque de Spoleto, l o s infantes Luis y Fernando de Baviera, el príncipe Euge­n i o Rúspoli, el duque de Morignano y los condes Roberto y Aym.ir de Dampierre.

Me resultó muy raro que la Reina, doña Victoria Euge- ni.i, que por entonces vivía en Inglaterra, no viniera a nuestra boda. C 'orno aún no tenía confianza con ellos, no quise pre- guntar nada sobre esa actitud que no entendía. Supongo que, .1 modo de explicación, me hicieron saber que tampoco había asistido a la de Beatriz y AlessandroTorlonia. Su reiterada ausen- i i.i en semejantes acontecimientos, lejos de aplacar mi asom­bro, lo fue haciendo más y más grande. Para colmo, cuando llegó el mes de octubre, no hizo ni amago de venir a Rom a .il enlace de su hijo Juan, el tan idolatrado heredero.

l a aparente indiferencia de mi futura suegra respecto a nuestra boda aumentó aún más, si cabe, mi desinterés por todas las celebraciones previstas en torno a nuestro matrimonio. Eran obvias las razones por las que yo no vivía esos días con

Page 106: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

la ilusión propia délas novias. La situación mi* sobirpaviki y por ello no disfrutaba, en modo alguno, de los regalos que no cesaban de llegar a casa ni de los preparativos que, sin contar conmigo, se ocupaban otras personas de controlar.

Mi madre, siempre tan perfeccionista, remataba la tarea y lo dirigía todo. A mí nada me importaba.Tampoco conse­guía evadirme, aunque la casa estuviera continuamente lle­na de gente que, ajetreada, entraba y salía. Acostumbrada como estaba a la vida social, para mí aquello no tenía nada de ex­

traordinario.Y es que, en el fondo, yo era consciente de que en esa

especie de indolencia en la que deseaba caer para intentar, así, dejar de luchar contra las presiones, se hallaba la trampa. Aquello no era más que un talón en blanco en el que cual­quiera podía, desde ya, rubricar nuestra rotunda desdicha, nuestro drama. Además, cualquiera tenía acceso a poner el precio a un baldío calvario vitalicio.Y el precio era nada. Igual que nada fue el cobijo, la protección o la compañía que Ja i­me me procuraría.

Pero no podía escapar. Era tarde para hacerlo. De hecho, tan sólo unos días después acudiríamos ambos perplejos a una gélida ceremonia en la que consumaríamos nuestro eterno desamor. Sí, yo sentí entonces la desesperación de todo aquel que sabe que no comparte el amor y caí en un abismal vacío del que ya nunca volvería a salir. Creo que la atracción amo­rosa va en paralelo con la comunicación de cuerpos y almas. Lo nuestro nunca llegó a ser ni una cosa ni la otra.

Page 107: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I I di.i señalado, y cu el último momento, recibimos una i i i i c v .i sorpresa. Al 110 estar prevista la presencia de mi padre en l.i i eicmonia, habíamos decidido que fuese mi hermano Un .mil), el hombre de la casa, quien me condujera al altar d e mi l>i .i/i). ( uaudo nos encontrábamos en la sacristía a pun­ió de entrai en el templo, se presento el R ey y dijo que sería el quien lo haría. Mi hermano se enfadó mucho, pero no le quedó más remedio que ceder, puesto que no podía hacer nada para impedirlo. Ricardo nunca volvió a mencio­nar esta anécdota, pero yo sé que le dolió en el alma. Fui con­ducida, pues, por el R ey de España hasta el altar donde se* elebró la ceremonia religiosa. La madrina fue mi madre, que lut í.i un vestido de crepe de color beige claro, también dise- flo de las Botti. Ahora podría hacerse una lectura de aqueliv si o real de manera muy diferente a la que mi familia y yo Iti* irnos en su día. Pienso que, con su aparente imposición,• I K ey tal vez quiso demostrar un especial aprecio hacia mi l'< roña.

I i iglesia estaba muy bonita con una decoración floral i|iii .inundaba una explosiva y cercana primavera. Al finali- #n 11 ceremonia, mientras los invitados salían hacia el bañ­il"' i' Jaime y yo nos dirigimos al Vaticano. Allí, en audien- »'i pnvada, nos recibió Su Santidad Pío X I y, después de (jlt piiiii con él por un breve espacio de tiempo, nos impar­

tid »n bendición.I ¡I 11 elebración de nuestros esponsales tuvo lugar en casa,

ff) 1 1 Palacio Rúspoli di Poggio Suasa, donde el almuerzo ^ ■ i i lento setenta comensales se celebró en dos días con-

H iiimi', Mi madre y mi abuela organizaron dos recepcio- IIM ililriimes ya que, a pesar de la amplitud de los salones,

Page 108: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

la tarima del suelo no hubiera soportado el p e s o d e i o d o s

los invitados a la vez. Esto nos permitió invitar a la ceremo­nia religiosa a todos nuestros amigos y conocidos, y por el contrario, al almuerzo que se sirvió a continuación, sólo a las veinticinco o treinta personas más allegadas, entre las que se encontraban, por supuesto, los príncipes de Piamonte, Humberto y María José. En Italia, este título es equivalente al de Príncipe de Asturias en España. Sólo puede ser utiliza­do por el heredero de la Corona.

En la mesa de honor, frente a nosotros, estaba don Alfon­so X III y, a su derecha, la princesa de Piamonte, el duque de Spoleto, la princesa Cristóforo de Grecia, el infante don Juan de Borbón y Battenberg, la infanta María Luisa de Baviera, el príncipe de Orleáns Braganza, la duquesa de San Carlos, la duquesa de Sant’Angelo y el conde R obert deDampierre.A la izquierda del R e y se encontraban la infan-

t

ta Beatriz, el príncipe Cristóforo de Grecia, la archiduquesa Inmaculada, el infante Luis de Baviera, la princesa Illinsky, la duquesa de Alba, la princesa de Sulmona, el conde Aymar de Dampierre, la duquesa de la Victoria y el conde de los Andes.

Por su parte, a la izquierda de Jaime estaban: la infanta María Cristina, el gran duque Demetrio de Rusia, la prin­cesa Saboya Genova, el infante don Fernando de Baviera, el príncipe Pío, doña Vittoria Rúspoli, el príncipe de Sulmo­na, la marquesa de la Torre y el capitán N eri.Y , a mi dere­cha, el príncipe de Piamonte, la princesa María de Grecia, el príncipe Chigi,monseñor Giorgio de Baviera,la infanta M er­cedes de Baviera, la princesa Radziwill, el príncipe Rúspo­li, el marqués de la Puerta, el príncipe de Civitella Cessi y el

Page 109: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

comandante coiuli M u . miili I nf.ic,miento, no recuerdo el lugar exacto que ocuparon los comensales. No tengo tan­ta memoria, pero mi biógrafa, fotografía en mano, me los ha hecho reconocer uno por uno. ¡Es insistente esta chica...!

m

Fue también mi madre quien había sugerido, con la mis­ma firmeza con la que se da una orden, que la noche de bodas la pasáramos Jaime y yo en un hotel de Rom a para descan­sar de aquella agotadora jornada. A la mañana siguiente toma­mos el tren y emprendimos nuestro viaje de novios. Cuan­tío los miembros de ambas familias y también algunos amigos nos despedían desde el andén de la estación y vi a mi madre con lágrimas en los ojos, incapaz de reprimir el llanto, sen­tía realmente que todavía no estaba casada.

El viaje de novios, un regalo que el R e y nos hizo, fue estupendo y muy largo. Fuimos primero a Londres para salu­dar a la reina Victoria Eugenia, donde nos quedamos unos días y, después, regresamos a Rom a para iniciar un crucero. R ecorrim os varios países del Mediterráneo y el que más me gustó fue Egipto. Desde entonces, siempre ha desperta­do en mí mucho interés su historia, sus impresionantes pirá­mides y templos, sus faraones, la vida cotidiana de sus habi­tantes... He leído mucho sobre ello.

A nuestro regreso del viaje de novios nos fuimos a vivir al Grand Hotel de Rom a, donde se alojaba mi suegro. Allí pasamos dos años y, después, alquilamos una casa en la zona del Parioli, donde crecerían mis hijos. Se trataba de un pisi-

Page 110: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

to lío sólo sin ninguna pretensión, sino más bien humilde, para ser exacta. Eso sí, tengo que reconocerme un mérito a mí misma: con un poco de idea y otro poco de imagina­ción, conseguí que quedara mono y acogedor, que fuera alegre y agradable vivir en él. Estas cosas siempre han teni­do importancia para mí.

Yo no tenía idea de lo que era el matrimonio. Mi madre no me había explicado nada de todo ello. Nunca he com ­prendido su conducta. Sin duda alguna, de haber tenido yo una hija algo le habría explicado. Sin entrar en detalles inne­cesarios, al menos sí le hubiera hecho algunas indicaciones al respecto. El silencio de mi madre era una de las más gra­ves carencias de esa educación victoriana que recibieron y recibimos y que, de ninguna manera, permitía la más míni­ma alusión a asuntos relacionados con el sexo. Por supuesto, éste era también un tema tabú entre mis amigas y yo.Y a pesar de mis dos años como enfermera, no sabía nada de estas cues­tiones.

Pienso que a mi madre le parecería algo muy embara­zoso para sacarlo a colación.Armándose de valor, sólo se atre­vió a decirme, como pasando de puntillas sobre ello, que mi obligación en adelante consistía en dar gusto a mi marido y que, por tanto, debía aceptar todo lo que él quisiera. Nues­tro matrimonio no se consumó hasta dos días después de la boda. Tres años más tarde, después del nacimiento de Gon­zalo, mi segundo y último hijo, todo encuentro pretendida-

Page 111: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ni. ............................ .... ............... 11• i• entre nosotros. Es decir,mi i< -.un 111111 mili ni di ni ni iiim '.i lu/o patente de maneraolii l.il.

I .n liet lio, en pnm ipio patético, resultó para mí muy liberador: dejaba, de este modo.de atestiguar a cada momen­to nuestro estrepitoso fracaso y, a la vezóme ahorraba la inter­pretación de un papel que ya a aquellas alturas no era capaz de interpretar.

Page 112: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

^ r o / f/ e m a j m a f r Y M V / i t a Á j

ma/úd a¿¿a¿¿r¿úJ de co/rfzrm a/i

Page 113: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

y ? . . . .—¿..0% mejores momentos de mi vida tuvieron lugar cuan­do nacieron mis hijos. D i a luz dos varones, Alfonso y G on­zalo. Siempre me alegré de ello y, ni tan siquiera en la actua­lidad, cuando mi soledad es inmensa, echo en falta el haber tenido una hija. Aunque estoy convencida de que, de haber­la tenido, lo más probable es que en estos momentos die­ra sentido a mi vida. Siempre oigo decir que las hijas sue­len mantenerse más próximas a sus madres aun después de casadas.

Mi hijo mayor, Alfonso, nació el 20 de abril de 1936. Era casi dos años mayor que Juanito. Éste, el actual R e y de Espa­ña — al que considero muy afable, pero a quien siempre he visto como a un niño grande— , y Gonzalo sólo se llevaban meses, pues ambos nacieron en 1938. Ellos,junto con la infan­ta Pilar, hija mayor de Juan y María, y también Sandra Torlo- nia fueron los nietos mayores de los Reyes de España.

Cuando nació Alfonso estuve francamente mal. El parto duró catorce horas y mi hijo llegó al mundo con fórceps. El parto de Gonzalo, por el contrario, sólo duró seis horas. Ambos nacieron en R om a, en la clínica de Santa Anna. La verdad es que, al tenerlos en mis brazos, se me olvidaba todo lo malo.

Page 114: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I " i ili.i <11 11 u < n i . ......... i m is I ti 11 n -1«>i i los «.lías más lumi­

nosos ili tod.i mi i s r.iciii ii A11 r 11 i.i.. ¡cómo adoro a los

niños...!

I hirante el nacimiento de Alfonso me acompañó mi madre, lira un niño feo y, además, fon una buena mata de c abello negro. En cambio, Gonzalo, al nacer, era rubio y gua­po. Pero pronto a los dos les cambió el color del pelo y Alfon­so acabó teniéndolo claro y Gonzalo, día a día, se fue con- virtiendo en un bebé moreno. Por supuesto, era Alfonso mucho más guapo que Gonzalo.

Alfonso fue bautizado por el cardenal Pacelli, futuro papa Pió X 11, y la celebración tuvo lugar en casa de mi madre, que era muy grande. La razón de que se encargara el entonces■ .mli nal Pac elli de bautizarlo tuvo su origen en la tensa icl.u ion que existía entre el papa Pío X I y mi suegro. En cier­ta <>i asión, el Key y las infantas Beatriz y Cristina pidieron audie ncia al Pontífice. Éste, al parecer presionado por el Gobierno de la República españolados hizo esperar una hora.I )on Alfonso XIII,enfadado, decidió marcharse,lo que tam­poco agradó al Papa. Las relaciones entre ellos se enfriaron para siempre.

( aiando bautizamos a Gonzalo, por el contrario, mi madre estaba muy enferma y no hubo celebración. Decidim os que recibiera las aguas bautismales en la capilla de la misma clínica en donde yo me encontraba. En el caso de mis dos hijos, al primer nombre de pila se le añadieron varios más por razones familiares o históricas. Durante mucho tiempo no me acordaba de los otros nombres con los que habían sido bautizados los chicos y tenía que mirarlo en los papeles que guardo en mi secreter. Curiosamente, hace poco, buscando

Page 115: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

algo que nada tenía que ver con este .minio, me encomie con una lista de los nombres de Jaime, Alfonso y Gonzalo. A Jaime le bautizaron también con los nombres de Luitpold, lsabelino, Enrique, Alejandro, Alberto, Alfonso, Víc tor, Aca­cio, Pedro y Pablo María de Todos los Santos. Estos nom­bres correspondían a familiares de la reina Victoria Eugenia y del rey Alfonso X III, y se le pusieron en recuerdo de ellos. Por la misma razón, mi hijo Alfonso recibió los nombres de Jaim e, Marcelino, Manuel y V íctor María, y Gonzalo los siguientes:Víctor, Alfonso, José, Bonifacio y Antonio María de Todos los Santos.

Lo cierto es que me hubiera gustado traer al mundo un tercer hijo. Consideraba que una familia con sólo dos era una prole demasiado corta, que lo ideal era tener tres criaturas, qui­zá porque nosotros habíamos sido también tres hermanos. Esto no Ríe posible porque, a los pocos años de casados Jaim e pade­ció algún tipo de enfermedad venérea.Tiempo después, cuan­do acudí a mi ginecólogo para plantearle la posibilidad de engendrar un nuevo hijo, se enfadó mucho conmigo y me riñó sólo por contemplar tal posibilidad. Yo creía que, para entonces, mi marido ya estaría curado.

Un día, hablando con un médico, me enteré de que las personas que padecen la misma discapacidad que Jaime tie­nen desarrolladísimo su instinto sexual y, desde luego, pue­do dar fe de ello. Si esta conversación sobre las causas de su incontinencia sexual se hubiera producido antes de lo que se

Page 116: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I • • • " l i i | » ......................... ............................... .. 1 1 i l ' i i i <-| m i . u l o . P i e n s o c i n e , d e a l g u -

n.i ni.mei i ImiI'K n Iim -.i ido (tuilo .1 el con el fin de conti- im.ir luciendo vid.i en común. siempre y c liando ésta se lim i- I.ir.i .i convivir bajo el mismo techo. No hubiéramos sido los primeros ni los últimos en llegar £ un arreglo cordial acep- i.iiulo, por adelantado, que ambos habíamos contraído matri­monio por razones ajenas a nuestra voluntad. Si el R ey no hubiera muerto, es más que probable que la situación se hubie-i.i podido reconducir,pues como he dicho ejercía gran auto- ridad sobre sus hijos. Pero de nada sirve mirar atrás y lamen­tarse. Yo hubiera aceptado un pacto a pesar de sentirme tan desilusionada y posiblemente hubiera sido un acierto. Debo « niilcs.ir, con toda humildad, que lo que hice luego fue algo ni sentido, que no me sirvió de nada y que no me lo per­

dón.ue ,i mí misma mientras viva.Nuestro trato diario no es que fuera maravilloso ni nada

p.u e( ido, pero tampoco puedo calificarlo como un tormén-✓

to. J.iime pasaba poco tiempo en casa. El, mal que bien, iba aprendiendo a leer en los labios y nuestra comunicación, de li.ibcr resultado todo mejor, podría haber sido más fluida.I .ii cualquier caso,la realidad es que las conversaciones entre nosotros no eran largas ni profundas.Jaime era amable, pero no tierno. Ya para entonces, por pura lógica, yo sabía de su obsesión por el sexo, aunque lo achacaba a una cuestión gené­tica. I os Borbones siempre han sido así. Lo sé porque he teni­do dos hijos... Borbón.

Yo luchaba en mi interior por conservar la presencia de ánimo. Quería ser fuerte y conseguir, de este modo, ayudar­le haciendo que se sintiera útil. Le animé a que sacara el permiso de conducir y, desde entonces, gracias a las placas

Page 117: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

del Cuerpo Diplomático que ( 'u n o , inini.in» 11> A imin. Exteriores italiano,nos proporcionó para nuestro coi lie, pmli mos circular tranquilamente por todo el país.

Un día, estando en Lausanne, recibí una carta de una de las putas con las que estaba Jaime en la que me pedía el divor­cio para casarse con él .Yo era de una ingenuidad tal que, pre­sa de un gran berrinche y profundamente humillada, se la enseñé a la Reina. Ella se encargó de hablar con un aboga­do y nunca más supe nada de la carta en cuestión. Pero sea­mos sinceros, ¿qué podía hacer la Reina? Nada, porque no tenía ninguna autoridad sobre sus hijos.

Por otro lado, y como era de esperar, ninguno de mis cuña­dos me ayudó. Pero la pregunta al respecto es la misma: ¿Esta­ba en sus manos arreglar algo? No.Yo entonces veía con más frecuencia a Crista que a Beatriz, pero en modo alguno iba a sacar a colación tan espinoso asunto. En la actualidad podría ser una preocupación normal a tratar entre cuñadas, máxime siendo también amigas, pero en aquellos tiempos nuestra edu­cación no nos permitía ni mencionar este tipo de cosas. Cuan­do me casé, la única y cínica consideración de mi madre fue: «En caso de que en algún momento vaya mal tu matrimo­nio, jamás lo comentes con nadie.» Según me contó, éste era el único consejo que su propia madre le había dado a ella cuando, a su vez, contrajo matrimonio con mi padre.

C on mi cuñado Juan no tenía ninguna confianza y a Alessandro Torlonia o a Enrico Marone, dos bellísimas per­sonas, no hubiera sido capaz de hablarles de un problema que sólo y, de manera exclusiva, me correspondía sobrellevar a mi. Además, cada cual tenía su vida. Unos vivían en Turín, otros en Rom a,Juan y María en Estoril...

Page 118: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I i 1 1 imiiiih ii iim riii i> |,mui y yo iba, de forma paula­tina, • . i m d . . m i s |miIh. s ln i ni .11 l,i N i »>, mi e r eambiábamos fra­ses i o d i o " V.u i H >•» .i i o n i i - i " o "Almiui/.o fuera de casa»,pero poco mas . No l eí i i . i i ik is ii.i.l.i que decirnos, aunque era cier­to que en ningún momento de mjcstra convivencia había­mos mantenido conversaciones más serias, ya que con él no resultaba fácil ni cómodo. Es por este motivo por el que dudo absolutamente de la autenticidad de todos esos escritos que muchos historiadores, especialistas en la reciente historia deI Apaña, atribuyen a Jaime. Le resultaba muy difícil oír y expre­sarse, por lo que no cuesta comprender que, para él, escribir fuera algo casi impracticable.

l.iinie no debería haberse casado jamás y menos con una mujer tan tonta como yo.Tal vez, otra más inteligente podría h.ihei cortado por lo sano con mu’chas de sus manías y, así, habría conseguido manejarlo. A mí, en cambio, todas estas cosas no hacían más que producirme una angustia terrible, a la ve/ que mermaban la poca autoestima que aún consérva­la i I >c aquellos años mi memoria guarda, sobre todo, el agrio sabor de la impotencia. Una impotencia que, al igual que el dolor sordo, era tan machacona como enloquecedora.

Al casarnos, se le concedió a mi marido el ducado de Segovia. En el protocolo de la familia Borbón se nos llamó desde entonces Su Alteza Real el infante don Jaim e y Su Excelencia la duquesa de Segovia. Detesto la palabra «Exce­lencia»; me suena sólo adecuada para dirigirse a un obispo o

Page 119: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

a alguien relacionado con la curi.i Atlem.i\ im « i.i < tu* mu lo el que el R ey había prometido a mi m.ulu- Si nu- queda

ba alguna duda al respecto, ésta se iba despejando a pasos agi

gantados: mi nombramiento como infanta de España no había sido sino una especie de trampa que el Monarca había uti­lizado para convencer a mi madre de un disparate tan gran­de como nuestro matrimonio.

Entre nosotros no había amor, como ya dejé antes claro; ni por su parte ni por la mía. Pero tuvimos dos hijos, algo que a mí, personalmente, me compensó de todo. N o hubo amor entre nosotros, pero esto es algo que no puedo repro­chármelo a mí ni reprochárselo a él. También Jaime fue for­zado por su padre a casarse conmigo.Jamás me hizo una decla­ración de amor. Creo que nunca llegó a quererme. Escudado en una inconsciente insensibilidad, no se sentía obligado ni siquiera a fingir ciertas cosas. Él tenía el derecho a estar con­migo y yo, la obligación de aguantarme.Todo esto suena muy crudo, pero sólo se trata de permitir a la realidad hablar por sí misma. Aunque chirríe. Aunque duela.

Jaime era un mujeriego contumaz y yo lo sabía. Para col­mo, empezó a traer a ese tipo de mujeres a nuestra propia casa y esto era algo que ya no podía admitir. M e parecía radi­calmente intolerable.

En cierta ocasión, estando un par de días en París para asistir al bautizo de una sobrina mía, recibí un telegrama de Namiy que, por entonces, se ocupaba de mis hijos. En él me

Page 120: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

im|mIm.|iii i i i i i i im >li i • 11 m ii I iit i >: Su Alteza Real el infan- i' * !"ii |.i 1111< I i.il >1.1 .i) > ii.. i« I......... i i (»n> una señorita. Cuan­

do llegue, mi ".nni|’,.i" y.i habn desaparecido. Sé que Nanny

se lo comentó .1 Beatriz, pero ella guardó silencio. Hubiera sido mucho mejor que se lo dijefa a Crista porque, quizá, habría enseñado su lado solidario y, de este modo, hubiera podido afear la conducta a su hermano. O no. ¿Qué podía hacer ella? Es probable que ni siquiera lo hubiera creído. Se trataba de algo tan descabellado y ordinario... A partir de aquel día en el que me quejé a Jaime con amargura, llevaba .1 sus amigas a otros lugares. Aun así, yo vivía cada instante con el alma en vilo.

Poco después, Jaim e cayó nuevamente enfermo con la npii .1 enfermedad contagiosa que algunos hombres con-11.11.111 en los prostíbulos. Le trataron con la famosa inyección Wassei mam) y mejoró mucho, pero el médico nos obligó a mi v .1 mis hijos a hacernos una analítica por si acaso nos hubiera transmitido la enfermedad. Por suerte,la prueba resul­tó negativa en los tres. N o obstante, yo no podía consentir que los acontecimientos me hicieran perder el norte: la vida que llevábamos 110 era, en modo alguno, una manera digna de plantar cara a la existencia.

Sé que una vez que Jaime fue a ver a su madre, ella comen­zó .1 regañarle por su vida disipada y él la empujó sobre un sofá. A la Reina sus hijos no la respetaban como se merecía; no así al Rey, que sabía imponerse con rotundidad. Sin embar­co, nunca comprendí ni llegaré a comprender por qué don Alfonso XIII me eligió a mí para casarme con Jaim e.A la vis­ta está que no se trató de una estrategia inteligente por su parte. Podría haberlo casado con cualquier otra mujer si lo

Page 121: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

que quería era tenerlo apaciguado. I o iiom ul « qm uiiu yera que yo, según pasara el tiempo, llevaría peor las intuir lidades constantes de mi marido.

Alguien me dijo en cierta ocasión que mi suegro me había elegido a mí para contraer matrimonio con su hijo porque yo era una señora. Sí, una señora sí que lo era. Pero creo que, a lo largo de mi vida, el serlo no me ha servido sino para que mucha gente se aprovechara de mí .Y es que las seño­ras somos tontas, porque ¡son tantas las cosas que se supone que no debemos decir, que tenemos que callar! La gente abu­sa, sin el menor escrúpulo, de la buena educación ajena. Esta falta de sensibilidad, de delicadeza, siempre me ha puesto enferma.

Llegó un momento en el que hacíamos vidas separadas: él en su habitación y yo en la mía. Me resultaba atroz verlo llegar de madrugada con unas cuantas copas y oliendo a perfume barato, sabiendo a ciencia cierta que venía de estar con una señorita. Cada vez más, él hacía de las suyas. Poco a poco me fui dando cuenta de que faltaban algunos objetos de plata en casa. Al principio me inquieté mucho pensando que debía estar muy atenta ya que todo apuntaba a que algún miembro del servicio nos traicionaba. Sin embargo, no tar­dé en comprender que era mi propio marido quien sacaba estos objetos de plata de nuestra casa para...

Un día en Rom a, antes del inicio de la guerra, me encon­tré sin dinero. N o podía pagar al cocinero, ni a la doncella ni a nadie. Don Alfonso se enteró de la desagradable situa­ción por la que atravesábamos y también supo que Jaime solía utilizar la asignación que él nos enviaba para sus gastos per­sonales. Muchas veces me he preguntado por medio de quién

Page 122: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

supo de nuestra tot.il m .• *1 \ • ik u Yo, por dignidad, no había comentado esto .1 nadir y, mucho menos, al Rey. A pardr de aquel momento, y por indicación suya, pasé a administrar el dinero que, por supuesto, ya no recibíamos en casa. Cada mes yo enviaba a un criado a la Embajada de España para reco­gerlo en mano.

Una noche, regresaba yo de alguna recepción con mi sue­gro y, antes de dirigirse hacia su hotel, encargó a su chauffeur

que me dejara en casa. Al despedirme de él, mientras le agra­decía su amabilidad y le deseaba buenas noches, retuvo mi mano entre las suyas y, mirándome a los ojos, me dijo: «Yon

are a brick.» Al menos se hacía cargo de mi sufrimiento. Me consideraba «fuerte como una roca» y yo le agradecí muchí­simo este gesto. En realidad, toda mi familia política estaba al corriente de que nuestro matrimonio hacía aguas pero, lógicamente, callaban.

Cuando se produjo la renuncia de Jaime, el R ey le ase­guró que tanto él mismo como Juan se ocuparían en el futu­ro de solucionar sus asuntos económicos. Lo cierto es que Juan comenzó a ayudar a mis hijos cuando se fueron a Espa­ña, no antes.Y sólo a ellos. A mí no fue capaz de preguntar­me, en ningún momento, si estaba agobiada, si necesitaba algo... N o es que yo hubiera aceptado nada a lo que no hubie­ra tenido derecho, pero sí doy importancia a un gesto de soli­daridad, que no es, ni más ni menos, que procurar ponerte en el lugar del otro. Es latoso, claro, por decirlo de una mane­ra frívola, porque en estos casos el otro tiene una necesidad que puede ser afectiva, económica o, simplemente, la urgen­cia de ser escuchado.Y tú, teniendo su consuelo — nunca se me ocurrió hablar de solución— en tu mano, se lo niegas.

Page 123: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Pienso que, con el tiempo, este tipo de actitud siempre acaba por pasarte factura. Antes creíamos que las cuentas pen­dientes las saldaríamos en la otra vida. N o es cierto. En ésta también suele llegar la justicia a la existencia de cada cual para colocarle en su sitio. Al final, seamos sinceros, ¡qué duro es ser duro!

Page 124: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

VII

J 7 fa / ¿ a j/ a jc ü fa

^ tia ai/esiüim ¿v/i ¿¿/i ¿rapice^r/ia/

Page 125: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ui una ferviente partidaria de M ussolini hasta el m is­

m o m o m e n to en que, en 1940, in v o lu cró a Italia en la

Segunda G uerra M undial. A partir de entonces, co m o todo

el m undo sabe, el m ero h ech o de sobrevivir se co n virtió

en algo m uy difícil para todos. ¡Fue un auténtico desastre!

A pesar de todo, no por eso hay que negar que, con ante­

rioridad, M ussolini y su G o b iern o instauraron algunas leyes

que, desde un punto de vista social, podrían considerarse

«progresistas».

M ussolini no era un hom bre guapo y tam poco destaca­

ba por su estatura. Pero, eso sí, tenía una mirada inteligente.

C laro que de ahí a en con trarlo atractivo co m o decían

muchas... Más bien sería esa atracción que, com o antes com en­

taba, tod o hom bre poderoso despierta en cualquier m ujer

que es conocedora de su influencia. Por poner tan sólo un

ejem plo, puedo contar que la princesa Luisa O rsini, algo más

joven que m i madre y perteneciente a una de las familias más

insignes y antiguas de R o m a , una noche que estábamos en

un baile charlando las dos, v io entrar a M ussolini y le faltó

tiem po para ir tras él sin excusa ni pudor alguno. Su actitud

m e im presionó tanto que todavía recuerdo esta anécdota

Page 126: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

com o si Im bina sin edidu iyi i Y«» im pamba tic pensar: «Pobre

hom bre, ¡tener que sopoitai la insulsa < liarla ile esta prin ce­

sa tan poco interesante!...» Lo pasé mal porque él, m uy señor,

aguantaba con estoicismo aquella larga conversación— o sabe

I ) i o s si sim plem ente m o n ó lo go — de la pesada Luisa O rsini

que, en una palabra, lo tenía secuestrado.

U na tarde fuim os juntas en autobús hasta la Vía Appia,

donde mi madre — a quien conocía m ucho— vivía. La prin­

cesa O rsini, que tenía un hijo guapísimo, m e confesó: «No

quiero que vaya a ios burdeles.»Yo lé contesté: «Siendo un

i luco jo v en , m e parece m uch o más norm al que vaya a los

Ininlrlcs que el que perm anezca en casa.» Ella se quedó pas­

m a d a ante mi afirm ación. Siem pre he pensado que los chi-

» un llenen que frecuentar los burdeles para evitar que recu-

i tan a la prostitución callejera. Finalm ente, su hijo, que hoy

sipue siendo un hom bre guapo pero nada atractivo, porque

i esulta m uy soso, se casó con una Bragation, que era la fami­

lia u níante en G eorgia, aunque en la actualidad m uchos de

sus m iem bros residen en M adrid.

A Mussolini le encantaban las mujeres y esto era del dom i­

nio público. En Italia hay un presentador de televisión, B ru ­

no Vespa, que según dicen es hijo suyo. Q u izá sea cierto, ya

que en mi opinión se parece bastante a é l.T ie n e sus m ism os

ojos e idéntico perfil. Se com enta que nació en 1943,m ie n -

t ias M ussolini estuvo arrestado en la m ontaña, antes de ser

liberado por los alemanes. D e la m ujer del dictador, R a c h e -

le, se tenía en general una buena opinión. Fue una persona

discreta.Tuvieron cuatro hijos, pero una de las chicas m urió

de polio y entonces quedaron dos hijos varones y Edda, casa­

da con el conde Ciano.

Page 127: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

N unca conocí a la amante oficial del Once, ( l.ir.i Pci.m i

Pertenecía a un m u n d o b ien distinto al q u e yo frecuen

taba. D eb ía tratarse de una m u jer extraord in aria, p o rq u e

siempre estuvo al lado de M ussolini. P o r lo visto, estaba ena­

m orada de él desde que tenía quince años. Clara se co m ­

portó de form a adm irable con el D uce. Y m urieron ju n to s,

com o m ueren o deberían m orir los grandes amantes de todos

los tiem pos.

A Edda M ussolini, esposa co m o he com en tado del co n ­

de G aleazzo C ian o, la veía m u ch o en cocktails y bailes.Tenía

una gran personalidad y era m uy innovadora. Fue, por ejem ­

plo, la prim era m ujer que con d u jo un co ch e en Italia y tam ­

bién una de las. prim eras en vestir pantalones y en lucir un

dos piezas en la playa. Edda n o era agraciada físicam ente, ya

que se parecía m u ch o a su padre, pero sí una m u jer m u y

inteligente. T am bién, co m o a su progenitor, le apasionaba

el deporte.

Por su parte, el conde C ian o provenía de una buena fam i­

lia y era dip lom ático en ejercicio cuando su suegro le lla­

m ó para que ocupara la cartera de Exteriores. C o m o m inis­

tro y co m o hom bre de Estado, actuó de m ano derecha de

M ussolini durante bastante tiem po. En aquellos años, toda

decisión que el D uce aprobaba había sido, previam ente, som e­

tida al criterio de C ian o, ya que su suegro le quería y adm i­

raba m ucho. Pero esta relación entre am bos se fue d eterio ­

rando a m edida que M ussolini se aproxim aba más y más a

H itler y a su G o b iern o .

Page 128: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

í i• | .1 • im■)•••)111M< ii ii. i t u cuenta las condiciones de

Alemania n i l.i l'i mi' 1,1 ( .m i 1.1 M undi.il.í ’om o país,fue ven-

cido y ht ii 11 ill.u li > Ailnn.r,. u <■<. momia quedó bajo mínimos,

prácticamente hundida. Evidentem ente, esto explica que, al

no tener nada que perder,4 litler consiguiera poner al pueblo

en pie. Pocas cosas hay más peligrosas que el ser hum ano cuan­

do ha llegado a una situación en la que nada tiene que perder.

I )ebo reconocer que no tengo una opinión m uy buena del

sci humano en general, ya que pienso que todos somos capa­

ces de cualquier cosa en determinadas circunstancias. Si esto

no fuera cierto, la barbaridad que llevaron a cabo los nazis en

aquel m om ento histórico, así com o tantas otras de las que casi

.i diario somos testigos, nunca se hubieran producido ni se pro-

ducirían en el futuro. Hay comportamientos nuestros y de nues-

iion semejantes que ni siquiera la locura es capaz de justificar.

A todos los locos les da por destruir y, si es posible, llevarse por

delante lo que encuentran a su paso. D ado que es una realidad

que hay locos y siempre los habrá, me gustaría que existieran

dem entes bondadosos. Yo, con tantos años com o tengo, aún

no conozco a ninguno. ¿Por qué será?

*$»«$»•$*

C ia n o era, co m o su suegro, m uy m ujeriego. En cierta

ocasión, un am igo m e dijo que G aleazzo quería ju gar al g o lf

conm igo, y yo le contesté: «Pues aquí estoy.» N unca llegó a

celebrarse esa partida. Él estaba m uy ocupado con la políti­

ca y con las señoritas con las que salía. U na amiga mía, que

se había casado con un aristócrata hom osexual, fue su am an-

Page 129: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 130: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Koti.ito «!«' doña Em anuela y don Alfonso (3 años) po r el pintor Pallasirelli.

Page 131: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Emanuela con el uniform e de dama de ia Cruz R oja.

Page 132: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Doña Entajiuela con sus dos hijos en Lausaiine, Suiza, 1945.

Page 133: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Alfonso y Gonzalo i-n Lausannc, Suiza, 1945.

Page 134: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 135: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 136: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 137: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Don Alfonso de B orbón y D am pierre el día

• I' su Prim era C om unión.

Page 138: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I ii l.iiiisiinnc, don Alfonso y don Gonzalo con algunos de sus prim os M arone,Torlonia y Barcelona.

Page 139: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 140: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Don G onzalo esquiando en C ortina D ’A tnpczzo, hacia 1960.

Page 141: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

• A.R. don Alfonso

■ li Borbón i I >iiiiipierrc,

li.n ia 1960.

Page 142: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I )nii,i I iiiiiniirlii M m lriil, 1961.

(I t i l o : ( íytMH'i) .

Page 143: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

líl p intor Salvador l)al¡, diiii Alfonso ilc Borbón y D anipierrc

y Manuel Fraga Iribarnc. 4 (Foto: EFE.)

Page 144: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 145: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

le y tuvo un hijo suyo, que verdaderam ente parecía un cal­

co de su padre. Más tarde este ch ico se suicidaría. C u an d o

yo regresaba del cam po de g o lf hacia el chalet del club, veía

con frecu en cia a la pareja en la p iscina. Ella m u rió hace

poco tiem po y yo asistí a su funeral.

R ecu erd o tam bién un baile en el que se encontraba el

co n d e C ia n o sin su m ujer, co m o siem pre. E stuvo toda la

noche bailando con una señora que yo conocía m u y bien.

La actitud de ambos m e pareció una desvergüenza, una pro­

vocación. Edda M ussolini tam bién tenía un hijo que no era

de Galeazzo, sino del príncipe G aetan i.Y es que en la R o m a

de entonces se sabía todo.

En aquella época hacíam os mucha vida social en el C lu b

de G o lf de Aquasanta, aquí en R o m a. Es un lugar precioso

que aún existe y que está situado en una colina a las afueras

de la ciudad, sobre la V ía Appia. Mis tíos, Frank y Eugenio,

los dos herm anos de m i madre, fueron presidentes de esta

sociedad. A m bos participaron en la Prim era G uerra M u n ­

dial. E ugenio se había educado en E ton y en O xfo rd , y se

vio obligado a interrum pir sus estudios p o r este m otivo. C uan­

do regresó a Italia para enrolarse en el Ejército, no hablaba

casi italiano. Lo que aprendió refrescando el idiom a lo puso

en práctica con la tropa durante el conflicto bélico, razón por

la cual su vocabulario no era, precisam ente, elegante o dis­

tinguido. N o obstante, h ace m uchos años, en un artículo

del Tim es sobre la decadencia de la lengua inglesa entre los

Page 146: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

jóvenes, el autor invitaba .1 l o s i n g l e s e s .111 .1 K om a a ver a

l os hermanos Rúspoli, que «hablan 1111 inglés clásico perfec­

to y con 1111 acento impecable».

I íespués de casada, em pecé a jugar al g o lf porque a Jai­

me le encantaba. C on seguí llegar a ser 10 de handicap, lo

que .il parecer está bien para no ser una jugadora aplicada

en exceso, El g o lf es un deporte que te absorbe por com pleto

y .1 mí, al menos, me relajaba mucho. Pero jugar bien exige

muchísima dedicación y todo el tiempo del mundo. C o n ­

fieso que disfrutaba jugando y es más que probable que en

ello influyera mi gran facilidad para practicarlo. Podría decir­

se que era douée para el golf. Por lo general no jugaba a dia-

1111, .muque hubo un tiempo, recién casados, que Jaime y yo

li iln .íbamos un mínimo de tres horas cada tarde.

Mis últimas salidas al campo de g o lf tuvieron lugar en el

1 ltil> l ’iieit.i de I herró de M adrid,cuando mi nuera, Carm en

M.n 1 me/ liordiú,abandonó de la noche a la mañana a mi hijo

Alloi iso y a sus propios hijos, más o menos hacia 1977. En cuan­

to tuve noticia de lo acontecido, tomé un avión a M adrid y

me instalé allí, en casa de mi hijo, durante una larga tempora-

d.i para, en la medida de lo posible, dedicarme a ellos. El club

er.i muy bonito y guardo de él un magnífico recuerdo, entre

tilias cosas por las personas que lo frecuentaban. Muchas de

ellas se portaron muy amablemente conmigo, como los duques

de Sueca, lejanos parientes míos por parte de los R úspoli.

( ’.n los, su mujer y los chicos fueron entrañables. Por entonces,

eran propietarios del bellísimo cuadro de Goya, La condesa de

( Chinchón, que más tarde venderían por muchísimo dinero.

Un día de invierno, estábamos jugando al g o lf la reina

dona Victoria Eugenia, mi cuñada M.ni.i esposa de Juan—

Page 147: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

y yo en el club romano de Aquasanta y de pronto se puso a

llover a mares. C o m o no teníamos paraguas, nos refugiamos

Lis tres bajo un árbol. Era todo lo que podíamos hacer. Espe­

ramos un buen rato hasta que la lluvia amainó y, tem iendo

un chaparrón aún más fuerte, nos dirigim os hacia el club

social, hacia el chalet.

N o me resulta fácil explicar en qué condiciones llegamos

illí. Sin exagerar, la lluvia nos había calado hasta el alma y

nuestro aspecto era tremendo, deplorable. En el instante en

que María o yo, no recuerdo bien, abrimos la puerta de acce­

so al salón para dejar pasar primero a la R eina — siguiendo

el protocolo— , nos encontramos con el conde Ciano, que

estaba en uno de los salones tomando unas copas con un gru­

po de amigos. Al vernos de aquella guisa fue incapaz de repri­

mir una carcajada larga y sonora. Yo com prendí m uy bien

su ataque porque, la verdad, era una situación cómica de puro

absurda. María reaccionó de forma parecida a la mía, pero no

así la R eina, que se enfadó y comentaba que C iano era un

ser ordinario y mal educado.

A ella, que siempre le gustaba causar una sensación inm e­

jorable, le humillaron las carcajadas del conde o, al menos, le

hirieron su amor propio. A nosotras dos, por el contrario, nos

pareció m uy natural y divertido.Tal vez no tuvimos en cuen-

ta que éramos m uy jóvenes y, por tanto, muy inconscientes.

N o era éste el caso de la R eina, acostumbrada com o estaba

a mostrar su elegancia, que era inmensa, en todas y cada una

de sus apariciones en público.

Lo cierto es que Galeazzo Ciano fue muy amable con Jai­

me y conmigo. Una tarde, charlando con él en el Club de Golf,

nos preguntó cóm o subíamos hasta allí y le contestamos que,

Page 148: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

desde que la guerra había com enzado, tomábamos dos tran­

vías puesto que no teníamos el permiso pertinente para circu­

lar con nuestro autom óvil. A l día siguiente nos envió unas

placas en las que podía leerse C .D . (C uerpo Diplom ático) para

que pudiéramos colocarlas en nuestro vehículo. Es posible que

sea el mío un orgullo mal entendido, pero nunca m e ha gus­

tado deber favores a nadie. Ahora bien, en aquellas circunstan­

cias lo acepté encantada y agradecida. Desde ese m om ento pudi­

mos circular por R om a con toda tranquilidad.

I I final de C ian o acabaría siendo trágico. Fue apresado

y ejecutado en 1944 por el G o b iern o que presidía su sue-

i'io, ya que no había sido partidario de entrar en la guerra al

lado de I litler y había apoyado el go lp e de Estado contra

M u vi ilini un .1110 antes. C uand o éste fue liberado por los ale-

iii.iiit-,, pasó nuevam ente a dirigir el G o b iern o de la llama­

da K ( pública Saló en el norte de Italia. En Verona, un tri­

bunal especial juzgó a G aleazzo y le co n d en ó ,ju n to a otras

personas, a m orir fusilado de espaldas.

Sin em bargo, C ia n o se negó a m o rir de esa m anera y,

cuando fueron a dispararle, se giró para ver de frente a sus

ejecutores, gesto que, en m i o pin ión , d ign ificó su m uerte.

I a postura de su mujer, Edda, fue tam bién admirable, ya que

después de haber com partid o con él un desastroso m atri­

m onio hizo todo lo que estuvo en su m ano para ayudarle

en su terrible final. D e hecho, no vo lv ió a hablar a su padre,

a pesar de ser su hija preferida. Le acusaba, no sin razón, de

haberse inhibido ante la m uerte de su marido.

Page 149: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

En mi opinión, tam poco M u •.*>lim q u n 1.1 l.i p.un ra,y rii

esto coincidía con el pueblo italiano, que cu su mayoría pre­

fería 110 entrar en un conflicto bélico ju n to a los alemanes.

Siem pre he creído que M ussolini fue em pujado a la guerra

por Francia y, sobre todo, por Inglaterra. Adem ás, algunas de

las personas de su entorno contribuirían, también, a ello.Todo

el m undo pensaba que H itler la ganaría y M ussolini desa­

tendió los deseos de su pueblo. Entrar en la contienda fue

ru b ricar su espantoso final. S u p o n g o que sería m ucha la

presión que tuvo que soportar para intentar evitarlo, pero

no tendría que haber cedido jam ás. D ebería haber seguido

el ejem plo de audacia que, a través de Serrano Suñer, demos

tró Franco en Hendaya. H e pensado en varias ocasiones que

al general Franco no se le ha reco n o cid o lo suficiente esta

actitud que denota una clarividencia m eridiana. Para co l­

mo, hizo esperar a H itler m edia hora en aquella estación fran­

cesa, algo que m e parece insólito porqu e perten ece a una

puesta en escena de alta escuela que, co n seguridad, resultó

eficaz. D e hecho, y co m o resultado de todo ello, Franco con ­

siguió m antener a España com o país neutral. ¡Ahí es nada!

D urante la etapa fascista, los m onárquicos italianos apo­

yaron todos a Mussolini, pero después, com o por arte de magia,

nadie lo había hecho. C re o que soy una de las pocas perso­

nas que afirma que el D uce hizo m u ch o bien a este país has­

ta que entró en la guerra. Es verdad. Pero desde que co m en ­

zó su participación en la contienda, todo se com plicó . Hacia

el final de la m ism a, cuando intentaba escapar a Suiza, fue

capturado ju n to con su amante por los partisanos, esos gru ­

pos de guerrilleros que lucharon contra los alemanes y sus

colaboradores. Fusilaron a M ussolin i y a C lara P etacci, y

Page 150: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

luego los colgaron l>o« .1 ,ili.i|o en l,i I'I.i.m >!»• I o ieto .en Milán.

I ,is imágenes constituyeron un espet i.u tilo d an tesco .C u an ­

tío esto o currió , en 1945, yo me encontr.tb.i todavía en Lau-

sanne.

Al finalizar la Segunda G u erra M u n d ial, el rey V íc to r

Manuel III abandonó Italia rum bo a Portugal y, en un inten­

to de salvar la monarquía, subió al trono su hijo, H um berto II

ile Saboya, que fue apodado «El R e y de Mayo» porque el

período durante el que reinó no llegó a superar ese mes del

año 1946. En el referéndum institucional que entonces se

celebró, salió vencedora la R epública. «Si el referéndum se

Inzo con el fin de proclamar, com o fuera, la R epública, pues

«pié se va ,i h acer...» ,p arecía decir H um berto con su m ira­

da mu s de dirigirse hacia el exilio. H abía tirado, de ante­

m a n o , la toalla. Al ser proclam ado R ey, la reina M aría José,

1111•' s<- encontraba en Suiza, vo lv ió a R o m a para acom pa­

ñado durante aquellos treinta días y dar, así, la im presión de

un m atrim onio bien avenido. Antes de instalarse en Suiza,

M ana José y sus hijos habían pasado ya una tem porada lejos

de R om a.

Antes de que H um berto abandonara el país, m e acerqué

a despedirlo y m e dijo, hundido, que había h ech o tod o lo

que estaba en su m ano por salvar la m onarquía. Yo, hum ana­

mente, le com prendí, pero contem plando el hecho desde una

perspectiva histórica, pienso que tendría que haber luchado

más por mantenerse en el trono.Tras aquel «mini-reinado»,

se estableció en Estoril. N o m e parece que allí viera a Juan,

mi cuñad o,con frecuencia. Él se encontraba en Portugal con

sus tres hijas: B eatriz, M aría Pía y M aría G abriela. Juanito

estuvo m uy enam orado de María G abriela y siem pre m an­

Page 151: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

t u v o c o n ella u na estrecha y auteuti i .i .iiiiim.k I I n mi npi

nión, era la más inteligente de la familia.En aquellos m om entos, Portugal se convirtió en el refu­

gio de la realeza europea. En Estoril se dieron cita muchas

de las cabezas reinantes que habían tenido que salir hacia el

exilio. Llegaban aterrados. La im presión que una tenía es que

se asentaban allí y dejaban correr el tiem po para, más tarde,

según se desarrollaran los acontecim ientos en sus respecti­

vos países, tom ar decisiones sobre su futuro. Adem ás de los

Saboya,Juan y mi cuñada María, tam bién estaban los condes

de París con sus numerosísimos hijos e hijas, así co m o varios

reyes y príncipes de los que ahora no recuerdo el nom bre.

Por su parte, la reina María José se instaló en Suiza. ¡C óm o

iba a resultar bien aquel m atrim o n io ! N o sé qué tipo de

vida h izo allí. Eran m uchos los italianos que pasaban a cu m ­

plimentarla .Yo al principio no iba a verla porque no m e pare­

cía amable ni afectuosa. Pero un día Alessandro Torlonia, mi

cuñado, insistió en que le acom pañara y nos acercam os a su

casa los dos.Tom am os el tren y, cuando llegam os, en la esta­

ción nos esperaba un coch e enviado p or los Saboya. ¡El chauf­

feu r ara el hom bre más guapo que he visto en m i vida! N os

llevó a verla y, al term inar nuestro encuentro, vo lv ió a dejar­

nos en la estación. D e la entrevista con la R ein a no recuer­

do nada. L o único que se m e quedó grabado en la m em o ­

ria para siempre fue la im agen del chauffeur.

Toda esta gente que m ención^ son personas a las que ya

no veo. La guerra lo destrozó rodo, dispersó a todo el m un­

do, y además m uchos han m uerto. Igualm ente acabó para

siem pre con toda aquella intensa y simpática vida social que

disfrutábam os en com pañía de los hijos de los embajadores

Page 152: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

de Portugal, Alem ania, Austria, ( Checoslovaquia, I lungría...

I Jna guerra puede con todo; con la form a de vivir de cada

m al y, lo que es peor, con la vida misma.

U na contundente im posición de la R ep ú b lica italiana

consistió en im pedir qu e se utilizaran los títulos nobiliarios.

Desde entonces, a aquellos que los poseen se les llama «señor»

o «señora'».Yo, la verdad, sigo diciendo «conde» o «duque», y

lo extraño es que nadie m e mira raro por ello. N o entiendo

la razón por la que uno tiene que prescindir de sus títulos,

aunque, claro, co m o tengo m uchos años vivo de espaldas a

las costumbres de hoy en día. Lo que sí sé es que los nuevos

ticos son terrible., abominables. ¡H ay que ver los aires que

se dan! H oy existe, por desgracia, un único valor en im pa­

rable ascenso: el dinero.

A mi jamás se m e pasó por la cabeza que el h ech o de

habei me < nado en un am biente refinado y exquisito sería,

en el luí uro,«el factor que m e im pediría tener contacto con

la i calidad de la calle. Yo, por mi educación, siem pre m e he

com portado igual co n un duque que con cualquier otro ser

hum ano, porque lo que m e enseñaron es que teníam os que

tratar a todas las personas por igual. Sin em bargo, los nuevos

ricos desconocen este tipo de form ación sincera y, com o pri­

mera medida, lo que les sale es hacer tod o lo contrario. Para

ellos, insisto, el dinero es lo único que tiene valor.

La época de las grandes casas y de los palacios fue desa­

pareciendo con el tiem po y sem brando a su paso la duda de

Page 153: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

si había existido en realidad •• si i ai i .olí» .> habla lial.ulo «l<

im puro espejism o.Todo el inundo p .r.ó .1 \i\h en p iso s de

pequeñas dim ensiones y fueron m uchos los que no tuvie

ron más rem edio que asimilar grandes cam bios existenciales.

N i que decir tiene que la clase acom odada perdió m ucho;

com o es norm al, m ucho más que todos aquellos que tenían

m enos que perder, económ icam ente hablando. En el país se

produjo un enorm e giro hacia la izquierda y se co m en /ó .1

hacer todo para el pueblo.

D e todos modos, sólo hay que perm anecer un po co alen

to para com probar hasta qué punto está mal la situación del

pueblo en la actualidad. E xiste un h e c h o incuestionable

hay gente rica, los industriales y los com erciantes, pero las

personas pertenecientes a la nobleza ya no tienen nada. Ni

siquiera los títulos nobiliarios tienen h o y valor en casi nin­

gún país del mundo.

Sea com o fuere, hay que reco n o cer que la aristocracia

en Francia y en Italia se ha com portado m uy mal; tan mal

com o se com portaría esta clase social en el resto de los paí­

ses. Perdieron sus raíces y, al optar p or el pragmatismo, se acer­

caron sin dudarlo al más fuerte.

Page 154: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

J^é w e /v 7 9 4 7 . (% /5% ep A a m u erte

/ cP¿va e/Jy?ep/w r-venir/

Page 155: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

\ ^ S L unque ya he com entado que mi suegro, don A lfo n ­

so X III, era un hom bre de naturaleza sim pática y cam pe­

chana, dejaba traslucir en ocasiones una profunda tristeza que

.1 mí me sobrecogía porque casi se podía palpar. Seguramente,

mi percepción no hubiese sido compartida por ningún m iem ­

bro de su familia, pero este hecho no era extraño si tenem os

en cuenta la falta de sensibilidad que les caracterizaba; algo

más sobrecogedor, si cabe.Yo fui, de manera instintiva y len­

tam ente, tratando de adentrarm e en el alma de aquel ser

sufriente para, con disimulo, intentar averiguar las causas de

aquella profunda m elancolía de la que era víctim a. Efectiva­

mente, había sido un hom bre activo y m uy deportista hasta

que los galenos que trataban su afección cardiaca se lo im pi­

dieron.

Pero no era ésta la razón última de sus pesares. La verda­

dera causa era m ucho más honda: el Rey, en realidad, no esta­

ba capacitado para vivir fuera de España. Así de crudo. Así

de duro y de realista. C ierto es que carecía de problemas eco­

nóm icos. D e hecho, en algún m om ento se com entó que el

G o b iern o de M ussolini le había concedido exenciones fis­

cales.

Page 156: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Igual de i h ii i i i . i|in l.i I .1111111.1 Real italiana, los Sabo-

y a .le trataron a él y a toda su familia de manera exquisita,

poi lo que todos los Borbones les quedaron para siempre agra- '

■ lin d os. Ahora bien, en el fondo de sí mismo le resultaba inso-

pm table sentirse lejos de su país. Echaba en falta sus grandes

11 mi i astes, su luz, sus gen tes... El m otivo que hizo que final­

mente se estableciera en R om a no fue otro que tratar de amor­

tiguar su añoranza potenciando las similitudes entre los dos

par.es Sin em bargo, este afán no fue sino algo sem ejante a

un sucedáneo, a una quim era.Y es que la manera de ser de

don Alfonso XIII era la de un español por los cuatro costa­

do'. Sí. un español, no a mucha sino a muchísima honra, de

aquellos que ejercen com o tal de manera natural.

Según m e contaron, cuando en abril de 1931 abandonó

I paña precipitadamente rum bo al exilio, fue R om anones,

recién nombrado ministro de Hacienda, y no el propio R e y

quien le com unicó su partida a doñaVictoria Eugenia. M ien ­

tras don Alfonso XIII embarcaba en Cartagena rum bo a M ar­

sella, la R eina salió de España en tren ju n to a sus hijos des­

de El Escorial.Juan, que entonces ya era cadete en la Escuela

Naval de San Fernando, partió en barco hasta M arsella. La

familia se reunió en París, en el hotel M eurice, y más tarde

se trasladaron a viv ir a Fontainebleau.

Para el R e y tuvo que ser terrible abandonar su propio

país de esa form a, siendo incluso testigo m udo cuando el

pueblo, enardecido, gritaba «vivas» a la R epública. Esto tuvo

lugar durante el trayecto M adrid-C artagena y, una vez aco­

modado en el barco, sintió la indiferencia de la tripulación

en su conjunto, mientras miraba hierático cóm o era susti­

tuida la habitual bandera española, roja y gualda, por otra

Page 157: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

(«•publican». Esta especie de re;u« ióii i.m «m ■ i j * i < 11 orno pin o

i.uu>nal debió llevada a cabo l.i tnpul.K lón i on una natura

liiI.k I pasm osa.Ya lo había dicho alguien con anterioridad:

I spaña se acuesta m onárquica y se levanta republicana.»

I li pensado con frecuencia que esta frase se le pasaría al R ey,

n i duda, por la cabeza, com o si de un pensam iento circular

tratara. Sin duda, estos m om en tos debieron ser para el

M onarca unos de los más amargos de su existencia.

N o creo que don Alfonso X III consiguiera nunca resta­

blecerse de aquel d o lo r tan cargado, a la vez, de auténtica

humillación, tan sordo. Por el contrario, y com o antes com en­

taba, creo que se trató de un m otivo im portante añadido a

su inconm ensurable m elancolía. D e otro lado, ya en el ex i­

lio, fueron varias las casas reinantes que le volvieron la espal­

da .1 pesar de haber tenido él m uchas atenciones con ellos

mientras había sido R e y de España. Él, al m enos, así lo sen­

tía, ya que de vez en cuando se quejaba amargamente de las

lamentables reacciones de aquella gente con la que había

teido cuando los vientos soplaban a favor.

Según parece, fueron los monárquicos quienes m uy pron-

to se impacientaron y, una vez producidas las renuncias al tro­

no de sus dos hijos mayores en 1933, plantearon la posibili­

dad de que abdicara en favor de su heredero, Juan. Esta

reacción, que él consideraba una ingratitud sin paliativos,

iba minando su ya delicado estado de ánim o.Tanto es así que,

• uando m urió el pretendiente carlista don Jaime en París, el

R ey se lam entó de su propia soledad ante la gran cantidad

de partidarios carlistas llegados desde España. U na soledad

que solam ente atrae hacia sí, com o si de un im án se tratara,

aquel que cae en desgracia, el auténtico perdedor.

Page 158: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I irni|Hi • l< v|• i> mi 11||iv \ \‘ » > sperim entaríam os tam ­

bién «I ilmi il» l.i 111111. i i ilt m il i I il vez esta realidad sea el

m otivo que |tistilu|iir mi ,in< , m n speto y simpatía hacia m i

siii i;ri), .1 pesar de que su com portam iento con nosotros, y

de manera especial con mis lujos, fuera infinitamente más arbi­

trario que lo que cabía esperar. Pero no deseo ser dura.

Fui queriendo más al R e y a m edida que tuve más in for­

m a l ion sobre sus descensos aním icos y los duros años de ex i­

lio Su m atrim onio con doña V icto ria E ugenia, que había

empezado a naufragar hacia 1914, tras el nacim iento del infan­

te G o n zalo , su ú ltim o hijo, se h izo literalm ente añicos al

..ilii de España. Así, a pesar de que su prim o don Alfonso de

( >rlcuns y Borbón le aconsejó ser amable y cariñoso con la

R eina por lo m ucho que había sufrido y todavía le tocaría

sufrir en el exilio, no debió sentirse capaz ni de intentarlo:

cada uno hizo su vida y finalm ente establecieron sus respec­

tivas residencias en países diferentes.Tras una estancia en Ingla­

terra, doña V ictoria Eugenia se m udó a Lausanne por m o ti­

vos fiscales y don A lfonso X III se instaló definitivam ente en

R o m a ju n to a sus hijos en 1933.

O tro consejo que, al parecer, le dio don Alfonso de O r ­

le,íns fue que, desde el prim er m om ento, em pezara a organi­

zar el regreso a España. A esto sí parece que prestó oídos y,

al term inar la G uerra C iv il, el R e y esperó que Franco le

llamara para restaurar la m onarquía. Sin em bargo, más pron­

to que tarde el G eneral le dio a entender que no pensaba

Page 159: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

dejar el poder de m om en to y I K i m » i i i im i ii i.i i I • qtu- n .1 | n c

ferible que continuara ocupándose de la form ación de don

Juan, el heredero.

I )urante los diez años que vivió en el exilio hasta su m uer­

te, en 1941, Alfonso XIII vivió con la esperanza de que se rei­

vindicara su nombre y, sobre todo, su patriotismo al tom ar la

decisión de abandonar España.Y es que, en mi opinión, él había

actuado así por una causa noble, aunque dudaba de si había o

no acertado en tal decisión y necesitaba, perentoriamente, que

esto le fuera reconocido. Soñó en todo m om ento con regre­

sar a España para convertirse de nuevo en R e y de todos los

españoles. Sólo entonces abdicaría en su heredero.

Pero llegó un m om ento en el que se vio cercado por dife­

rentes m otivos. Su corazón se resistía a latir con norm alidad

y, además, no sólo se dio cuenta de que sus anhelos eran vanos,

sino que tam bién percibió que él m ism o podía ser el m o ti­

vo que retrasara la restauración de la m onarquía en su país.

Fue entonces, en enero de 1941, cuando tom ó la decisión de

abdicar. M o rir ía p o c o después, en febrero de ese m ism o

año.

Pienso que, una vez que mi suegro perdió la ju stifica­

ción de su existencia, com en zó a beber cada vez más, lo que

sin lugar a dudas em peoró el estado de su corazón, de cuya

fragilidad ya le habían advertido tiem po atrás, al superar una

angina de pecho. Adem ás, aum entó su dosis diaria de un licor

am arillo que le gustaba m ucho y que en mi opinión fue, ju n ­

to con el tabaco que fum aba, la causa determ inante de su

muerte.

El día que el R e y agonizaba o, quizá, acababa de m orir

en el G rand H otel de R o m a , nos encontrábam os en su salón

Page 160: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

privado un pequeño gru p o de personas: s u s familiares más

íntim os y los R eyes de Italia. C u an d o los m édicos dijeron

que nada más podían hacer por su vida y que su final esta­

ba llegando, la R eina tom ó una habitación en el mismo hotel,

l úe Juan quien, por orden de su madre, le dijo al R e y que

ella se encontraba allí y qu e quería verlo. El R ey, casi sin

voz, con un gesto de cabeza, se negó a recibirla. Ella insistía

y fue esta vez a Beatriz a quien envió de mensajera. La ter­

quedad del Rey, que quería im pedir la entrada de su m ujer

en la habitación, m e pareció tan obstinada co m o digna. Eran

m uchos los años en los que no habían m antenido relación

alguna y cada vez que por alguna razón había surgido la nece­

sidad de verse o hablarse, la agresividad existente entre el

m atrim onio había saltado indefectiblem ente. R esulta co h e­

rente suponer que don A lfonso XIII pensara que ya no había

tiem po para m ejorar aquella desagradable situación y que era

me|« 'i que, entre ellos, todo quedara igual a corno había sido

en vida.

I a R ein a , por su parte, tam bién m e dio m ucha pena,

l ia duro aceptar ese visceral rechazo, lleno de rencor, por

parte de su m arido, sobre todo en presencia de sus hijos y

otras personas. Ella siem pre m antuvo la esperanza de que

s u s relaciones se suavizaran. A mí su postura m e pareció tan

loable co m o p o co realista, ya que los desamores tan intensos

no s e arreglan sólo con buena voluntad. A veces, un desen-

i neutro em ocional equivale a un socavón del que uno 110

es capa/, de salir nunca. Seguram ente se trataba de dos per­

sonas obstinadas y con sensibilidades distintas. C ie rto es que,

en los últimos tiempos, la R ein a había perseguido al R e y por

varios países de Europa dejando de lado su dignidad e, inclu-

Page 161: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

so.su discreción. C reo qm- lodo eslo podría n ¡timnse dieicn

do que ella pretendía quererle, pero no era posible. C u an d o

don Alfonso m urió, la R ein a era aún m uy jo ven , sólo tenía

cincuenta y tres años. Le quedaba una larga vida por delan­

te. Su fallecim iento tuvo lugar en 1969, a los ochenta y dos

años de edad.

Justo en el preciso m o m en to en el que la vida de m i

suegro llegaba definitivam ente a su fin, sentado en una buta­

ca, atendido por sus m édicos y con todos nosotros alrededor,

me m iró fijamente. Su intensa y breve mirada, que se m e hizo

eterna, fue una mirada con «pensamiento». C ab e la posibili­

dad de que m e equivoque al creer que lo hizo de una m ane­

ra especial, pero siempre lo he recordado así: com o si, en cier­

to m odo, m e pidiera perdón p o r haber co n trib u id o a mi

anunciada infelicidad. A cto seguido, uno de los m édicos dijo:

«El R e y ha muerto.» C a b e también pensar que, cuando sus

ojos se detuvieron en los m íos de la manera en que lo h icie­

ron, don A lfo n so ya había m u erto sin que los galenos se

percataran de ello. N o lo sé, pero no lo creo.

A su m uerte, el R e y dejó bastante dinero. En su testa­

m ento m ejoró a Juan en su condición de heredero, com o era

lógico . Pero según se com en tó luego, esta m ejora consistió

en una en orm e diferencia con respecto al resto de sus hijos.

P or este m o tivo , yo nunca he co m p ren d id o p o r qué los

m onárquicos partidarios de su figura le ayudaron en el pla­

n o econ óm ico, incluso cuando se instaló en Estoril.

Page 162: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

'•i< mpn un Jim 11 11111 > i. i, •M., |in/,i poique fue una m uer-

i' 11 ii ii ii i.ul.i, < l<- i |i i< .1 |< i.ii i mi Ir .i 11 i id demasiado la desa-

p.n inon de su padre. ¡I i.i un hom bie tan infantil y tan vani­

d o s o ,i la ve / 1 ( lista no si- encontraba con nosotros cuando

don Alfonso falleció, porque estaba en cama a causa de un

embarazo complicado. A los funerales del Rey, en R om a, asis­

tió también doña V ictoria Eugenia. Juan, Jaime y yo estába­

mos situados en un lado y las infantas Beatriz y Cristina en

el otro, o acaso justo detrás de nosotros, no lo recuerdo bien.

Lo que sí tengo claro es que fue éste el único m om ento en

i*l que me colocaron en el lugar que, realmente, m e corres­

pondía, ten iendo en cuenta que, desde su renuncia, Jaim e

siempre se situaba detrás de Juan en todos los actos oficiales.

I Víante se encontraba el G obierno italiano en pleno. El rey

Víctor Manuel, acom pañado de Juan y Jaime, presidió el cor­

tijo fúnebre hasta la iglesia española de Santa María de M o n t-

sei ral, en donde se instaló provisionalm ente su sepultura,

cerca de las tumbas de dos papas españoles, C alixto III y A le ­

jandro VI. D on Alfonso XIII había testado en el verano de

I 940 y había expresado su deseo de ser enterrado en el monas­

terio de El Escorial; deseo que, com o se sabe, se cum plió en

1980 gracias al rey d o n ju á n Carlos, su nieto.

C uan d o Alfonso X III por fin descansó, recayó en Juan

la responsabilidad de recuperar la tierra y el reino prom eti­

dos.Yo creo que Juan era una persona poco inteligente y que

tam poco se correspondía con la realidad ese buen corazón

Page 163: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

del que los juanistas de* toda l.i vida l< li m 11< < lio .n u e d o i .

me refiero a aquellos que aposiaion por él pensando, com o

era natural, que apostaban a caballo ganador. Es éste un vie-

jo tic inherente al ser hum ano que la aristocracia ha practi­

cado desde tiempos inm em oriales. Q u iero dejar m uy claro

que los pocos que le apoyaron con honestidad, sin ningún

interés de por m edio, cuentan con m i más sincero respeto.

N o puede decirse que en su vida privada Juan fuera discre­

to ni cuidadoso con las muchas relaciones extram atrim o-

niales que mantuvo, pero pienso que M aría supo defender­

se. Se dedicaba a viajar tod o cuanto podía y, cuando tenía

ocasión, se divertía de una manera sana, cosa que aplaudo.

Juan Luis y A ngelita R o cam o ra estaban en Suiza al ser­

vicio de Juan. C uan d o yo llegué a Lausanne, a C ro ix Sor-

riere, donde estaban mis hijos con su miss durante la guerra,

Angelita m e confesó: «Yo m e m archo de aquí. N o puedo

vivir con los Barcelona, porque él está siempre con Greta, la

griega.» N o sé si llegó a marcharse, pero se quejó y m ucho.

Fue éste un «trofeo» de Juan del que todo el m undo tuvo

noticia. N o era, en absoluto, un conquistador com o Casa-

nova, fino y distinguido, un señor, sino alguien m uy bruto.

N i siquiera llegó a ser un Juan Tenorio, personaje literario

m ucho más zafio que el veneciano. Juan no contaba, acu­

m ulaba... ¡y cóm o!

Sí, m i cuñado acum uló m uchos trofeos, muchas aventu­

ras. D e María, no s é ... El episodio que Crista contaba es que,

estando en una cena ju n to a un italiano, «jugaba con los ojos».

Pudo tratarse de un simple coqueteo al que, por qué no, tenía

derecho.Yo la quise m ucho. Una vez estábamos toda la fam i­

lia reunida en Lausanne, excepto ella. Chism orreaban sobre

Page 164: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

M.m.i y alguien tuvo la m il i til* .1 >t< «li*i 11 que se veía con

1111 español en el parque público, r inmediatamente la puse

en guardia. «Ten cuidado le dije— , sea verdad o no, pero

se lia com entado que te han visto.» Ella m e consideraba su

amiga y m e pareció norm al alertarla. A hora bien, cuando

m urió Blanca R om anones, la vi en su funeral y m e acerqué

.1 saludarla. Estuvo m uy fría, no sé por qué. Al parecer, ya se

había distanciado de m í y m e escatim ó su cariño.

M uchas veces m e han com en tado que, entre M aría y .

yo, la reina V ictoria Eugenia m e prefería a mí. En efecto, m e

consta que m e quería m ucho. Tam bién sé que, en un deter­

m inado m om ento, M aría tuvo un encontronazo con ella.

Su hermano, Carlos de Borbón y Orleáns, había m uerto en

l ‘ > W. c-n el frente de Elgóibar, G uipúzcoa, y ello le dio pie

pata hablar mal de los ingleses a doña V ictoria Eugenia. A h í

surgió el conflicto.

I a verdad es que ningún m iem bro de la familia m ante­

nía, en general, un com portam iento que pudiéram os califi­

car ile modélico. La R ein a tuvo a su servicio, durante muchos

años, a una doncella alemana que m urió mientras aún esta­

ba en su casa. Era una m ujer extraordinaria,la representación

di- la lealtad, y sin em bargo doñaVictoria Eugenia no se o cu ­

pó de su entierro, de su familia ni de nada. A m í esta reac­

ción me sorprendió m ucho y me desilusionó. E11 cualquier

caso, yo disculpaba m uchos de los defectos de la R eina por­

que la habían tratado m uy mal, y pienso que em ocionalm ente

una queda marcada para siempre por algo así. Se trata de un

hecho sencillam ente inolvidable ya que taladra el alma de

quien lo sufre. Y es que una, por desgracia, sabe m ucho de

todo aquello relacionado con los desamores, las malas inter-

Page 165: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

prefaciones o los desenfilen ti o>. I .Ir, n mi l.i mi. Ih i.l.ul

causada no por azar, sino por tu prójim o. ( i c o que puedo

asegurar, sin el m enor tem or .1 mentir, que 110 deseo .1 nadie

tal sentim iento. N i siquiera a mi peor enem igo.

Juan, com o decía Crista, pasó a ser el preferido de la R e i­

na cuando todos tuvim os claro que era el heredero. Siem ­

pre con sus líos de amantes, recuerdo situaciones confusas y

poco consideradas incluso con su madre cuando estábamos

en Suiza. Por ejemplo, la invitaba al cam po y luego no le hacía

caso. Pero no todo era m alo entre ellos, ni m ucho m enos.

D ebo decir, en honor a la verdad, que m uchos de los m iem ­

bros de aquella familia tenían buenos sentim ientos. Eso sí, en

muchas ocasiones eran también m uy ligeros y frívolos.

Page 166: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

<§z¿/¿0

ma/ra¿/¿zj

Page 167: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

espués de que Italia entrara en guerra en 1940, la vida

cotidiana se hizo cada vez más difícil y en R o m a se puso en

marcha el racionam iento. En principio se trató de la m an­

tequilla y otras cosas innecesarias, pero enseguida em peza­

mos a tener tam bién dificultades para adquirir alim entos más

básicos. H abíam os tratado de esperar un p o co en el país con

el fin de saber qué rum bo tomarían los graves acontecim ientos

que, co m o una inmensa e imparable ola, se nos venían en ci­

ma. Pero el día que fue bom bardeado el barrio de San L oren­

zo, pensamos que había llegado el m om ento de abandonar

la ciudad sin más dem ora.

En cuanto la reina V ictoria Eugenia nos reclam ó, no dudé

en aceptar su cariñosa invitación. En Suiza, país neutral, esta­

ríamos sin duda m ejor.Jaime se trasladó a Lausanne con nues­

tros dos hijos, mientras yo perm anecí durante un tiem po más

en R o m a prestando mis servicios com o enfermera de la C ru z

R o ja . Más tarde, m e instalé con A lfo n so y G o n za lo en el

H otel R oyal. Casi toda la fam ilia nos reunim os en el país

vecino. Si mal no recuerdo, esto debió de ocurrir en 1942.

D urante aquella larga estancia,Jaime estuvo perdido por

Suiza con sus putas. Esto sucedía así, tan claro y tan crudo.

Page 168: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

< ir.! a \ I ......... M iion* \ i\ i.iii ru ( iinebra y los condes de

II.ih 1 ............ mu .............m il........ . n i .nc,.mué, en una casita

que .ilf.titio'. 11 u >n.i 111111 < n . sji mol. habían puesto a su dis-

posu ión en un Iuj4.11 próxim o .1 iloñaVictoria E ugenia,quien

para entonces ya había com prado su residencia d e V ie ille

l ontaine. Ella tenía siem pre a su lado a su dama, C arm en

( luiré, y a Fernando M ora, padre de M arisol de Baviera y

abuelo deTessa, que era un hom bre sim pático y leal.

Mi cuñado Juan, en la misma línea que Jaime, tam bién

andaba con sus líos de amantes. Pienso que el co m p o rta­

m iento de ambos en este sentido llegó a convertirse en algo

que practicaban con tanta frecuencia y naturalidad que aca­

bó por ser un m odo de vida. Sin duda de ninguna clase, la

genética hace estragos y de raza le vien e al galgo... Ahora

h im . i-iiire ellos nunca se hablaba de los hijos ilegítim os del

P . y, algo que, por otra parte, me parece norm al.Yo sabía de

la existencia de una chica que vivía en Suiza, que se llama­

ba Juana y que había sido educada por Q uiñ on es de León.

Pero desconozco quién era la madre.

I os Ibrlonia vinieron con nosotros y se alojaron también

t u el hotel.Yo fui madrina de O lim pia, la hija de B eatriz y

Alessandro que nació en Lausanne. M is sobrinos Torlonia

siempre han sido, y son, m uy cariñosos conm igo.

Los días en Suiza se m e hacían eternos. U n o solo podía

parecer tan largo co m o un mes en otras circunstancias y,

por tanto, un mes se m e antojaba tan largo com o un año.

Page 169: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

N o sabía que hacer con mi lien p<> porque, sobre codo, creo

que lo que ignoraba era lo que debía hacer con mi propia

vida. Supongo que para m uchos no será fácil entender esta

frase mía, que incluso puede sonar lapidaria, excepto que se

haya atravesado por una situación semejante. Es inim agina­

ble, lo sé, hacerse cargo de hasta qué punto es capaz u n ser

humano de estar en vida sin vivir por todo el dolor y el desam­

paro p or el que se ve acechado, hasta convertirse en nada,

en nadie. Así, perdida en un infierno de dudas, tentaciones

y, en definitiva, m iedo paralizante es co m o yo m e sentía por

aquel entonces.

Q uería huir, desaparecer, pero ¿adónde?Y, sobre todo, ¿con

quién? M i auténtico deseo era dejar de existir. Pero eso, tenien­

do dos hijos a los que proteger, no se trataba más que de un

lujo fuera del alcance de m i mano. ¿Y cóm o, de qué manera

podía yo protegerlos cuando mi autoestima estaba por los sue­

los y mi fe en la vida era inexistente? Por eso, tan pronto com o

podía llegaba a duras penas a mi cama, que era m i refugio,

puesto que pensaba que allí nada m alo podía ocurrirm e.Y ,

cuando m e era posible conciliar el sueño, dorm ía horas y horas

con la única pretensión de anestesiar m i sufrimiento.

Pero los días se sucedían unos a otros de manera tan len­

ta com o implacable. C uand o la luz de una nueva mañana me

despertaba, yo m e encontraba totalm ente incapacitada para

afrontar la realidad. Q uería salir del infierno, del pánico, y

sólo más tarde supe que el infierno no existía y que, acaso,

únicam ente se hacía realidad dentro de m í. En aquella tesi­

tura, iba buscando un hom bro donde apoyarm e; un h o m ­

bro que, en realidad, nunca encontré. Eso sí, m e vi obligada

a inventárm elo.

Page 170: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I •' lu.lir, ni-■ • I■ • ' ii 11 Mi' ilul.i en que m e era posi-

111» \" li.h ii |" >i ......... i ii mi ni, pni no d eprim irm e, porque

i .nl.i i n.iñ.u i.i m ( iccik din i .iIm to n mis hijos que espera­

ban, ajenos .i todo torm ento, mi sonrisa y mi caric ia .T ra-

i.mdo do sobreponerm e, co m o prim era m edida intenté v o l-

vci ,i ju g a r al go lf, algo que m e resultó im posible ya que el

cam po quedaba lejos y no contaba con un veh ícu lo para

subir hasta el club. Tam bién utilicé mi títu lo de D am a de

la C r u z R oja con el deseo de involucrarm e en tod o tipo

de tareas humanitarias, pero para ejercer co m o tal debía cada

día ir hasta G inebra y el m ovim ien to co n tin u o en trenes,

autobuses y otros m edios de transporte acabó p or agotar­

me y lo dejé.

Yo era muy jo ven en aquel m om ento y por ello creo que

mi agotam iento se debía a razones de salud. H o y se diría

que somatizaba y puede que fuera cierto. El hecho es que caí

e n la m a . Un dom ingo m e desmayé cuando iba a misa con

los chicos y alguien me llevó a nuestro hotel, que no se encon-

ti aba lejos de la iglesia. A l día siguiente m e diagnosticaron

una enferm edad rarísima que se con ocía com o «m ononu-

• leosis». En realidad se trata de una in fección terrible. Estoy

i onvencida de que m e contagié en el dentista. C o m o yo no

estaba fuerte...D urante un mes m e obligaron a guardar repo­

so absoluto. T ie m p o después, m e enteré de que la Fam ilia

Real estaba m uy preocupada pensando qué harían con mis

lujos si yo llegaba a m orir.

La convalecencia duró otro mes, pero en lugar de hacer

reposo absoluto m e p erm itiero n que éste fuera relativo.

Una tarde, m ientras descansaba en una de las terrazas del

hotel, m i hijo G o n zalo , con cuatro o c in co años de edad,

Page 171: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

se tiró desde allí a la ralle. M e puse a llorar y no m e podía

levantar. Él no se in m u tó ; pareeía de g o m a .Y a en aquel

m om en to se puso de m anifiesto un rasgo m arcadísim o de

su caráeter que le acom pañaría el resto de su vida: era rapaz

de ru a lq u ier rosa p or h arer una brom a. D esd e lu eg o , m e

dio un buen susto. R e ru e rd o este h e rh o co n una en o rm e

nitidez.

Para pasar el tiem po, leía m u rh o y, de vez en ruand o,

salía a pasear ron la R ein a y sus dos teckel p o r el B eau R iv a -

ge. C u a n d o ella m u rió , C ayetan a A lb a se h izo ra rg o de

sus perros. La R e in a ro n sig u ió que a su padre, el d u q u e

de Alba, le nom braran em bajador de la España franquista

y él la arom pañaba a todos los sitios, a los que se sum aba

Cayetana, que era una queridísim a ahijada de doña V ir to -

ria E ugenia.

Durante nuestra estantía en Suiza, teníamos el hotel total­

m ente pagado y reribíam os allí nuestras rorrespondientes

asignariones. Luego, a m i vuelta a R o m a , en 1945, fue de

nuevo la Embajada española la que se o ru p ó rada m es de

harem os llegar nuestro dinero.

Si hago balance de los años vividos en Suiza, ahora que

ya tengo la perspertiva neresaria para valorarlos en su ro n -

ju n to , debo reron orer que 110 fueron tan malos; sobre todo

la segunda mitad del tiem po allí transrurrido resultó ser menos

dolorosa que la prim era. C ad a día, mis hijos alm orzaban

ron los niños Torlonia antes que nosotros, en la mesa ro n la

Page 172: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I ' i i i i .i \ i l.i Im i.i di i rn.n U> I ku í .i i i m ás Ccinpra—

no. ( K 'o i| iu . di iiiu* ili !■ > ipii ..iln su infancia fue feliz y

,is¡ l.i recordarían I■•.»> un com pensaba de m uchas cosas.

Para mí fue una tem porada inste y solitaria,aunque en cier­

to m odo tranquila, ya que, com o norm a, nadie hablaba mal

de nadie; nadie era especialm ente chismoso.

R ecu erd o que, estando los Torlonia en Lausanne, regre­

saba yo un día al hotel y m e encontré a mi ahijada, O lim pia,

con un abrigo que se le había quedado tan raquítico*que

las mangas apenas le cubrían los codos. Pregunté a la perso­

na que la cuidaba cóm o era posible que no le hubieran com ­

prado otro abrigo más grande para protegerla del frío que,

por cierto, en aquel invierno era helador. M i cuñado A les-

•,andró se encontraba en Lugano ocupándose de sus asuntos

y, a su vuelta, esta persona debió de hacerle llegar m i airado

com entario. Entonces él salió corriendo a com prar a su hija

un abrigo más grande.Torlonia tendría sus defectos — com o

los tenem os todos— ,pero era una persona de una gran cate­

goría humana. Adoraba a sus niños y se ocupaba m ucho de

ellos.

U na mañana de verano, estando él en Castelgandolfo, lle­

vé a sus hijos en mi coch e a almorzar a Frasead. Antes de salir,

me pidió que m e acercara a una zapatería que había al lado

de m i casa y les comprara unos zapatos de tal y cual núm e­

ro: «Dices que m e hagan llegar los zapatos y la cuenta a mi

palacio.» Incluso el recuerdo que guardo de Beatriz en aque­

llos m om entos es el m ejor que de ella conservo. Siem pre son­

riente, cada vez que te encontraba te decía: «Hola, m on a­

da.» En Lausanne conviví m ucho más con Beatriz que con

Crista, ya que ésta vivía con su m arido en Ginebra. M i cuña-

Page 173: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tl.i mayor era dura, poco tai i í i o n .i , pon» una I m i • mi p> i m u

Ivstoy absolutamente segura de que,pasado*. In ii)... in. p u

Hilaria de que Juanito llegara a se» R ey si iii> Im . i a .n p i.li.

I .ii ningún caso habría apoyado a mi ln|u Allm i .. I <........

lo es que nunca jam ás hablamos de e\ir a.uní., p. • • • . \n\

convencida de que era así com o opinaba Alioi . |.i. n \........

la quise más o m enos por sus creeiu i.is o sus pi< I. n u. i tn

dinásticas.

Beatriz m ontaba m ucho a caballo y lo lia.........*mpi n.li

mente, com o una gran amazona. N o cía p.uap i - p u ..........

su padre, el Rey, y a su abuela doña María ( m a m i I u . mi

bio, Crista sí que lo era. R u b ia y hasta tal punto pan . i. la a

su madre que, desde lejos, en el cam po de g o lf uno podía

confundirlas.

A su m arido, E n rico M arone, yo lo definiría co m o un

hom bre sim pático, bueno y trabajador. Era propietario de

C'inzano, una bebida que nunca m e ha gustado pero que

entonces todo el m undo, en Italia y fuera de ella, bebía. I a

madre de Enrico, doña Paola M arone, era una m ujer fea y

encantadora que m e quería m ucho.Tam poco Enrico era gua­

po y además su estatura nunca le ayudó. En una cena cele­

brada en el Q uirinale a la que asistió Crista con m i suegra

antes de contraer m atrim onio, se dirigió al R e y de Italia y

le preguntó: «¿Qué le parece a Su M ajestad que yo, tan gran­

de, m e case con un hom bre tan pequeño?» La reina V ic to ­

ria Eugenia no sabía dónde meterse. Crista era espontánea

y m uy sincera; para algunos quizá en exceso. Adem ás de la

belleza materna, había heredado ese charme, esa naturalidad

del R e y que lo hacía tan atractivo. Insisto en que a mí, com o

nuera, m e era difícil ju zgarlo en ese sentido; pero tam bién

Page 174: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i l r . i i l i i i . m n l i l i ’ i h i i " < 1111 u n . i un H i .1 ninguna m ujer

i|iir no ( oiiM(l<'i.11 .i um r|’.il)|r m riu .mto personal.

I )esde que llegué a Suiza con mis hijos supe que estaba

sola. M e gustaría haber apuntado en cuántas ocasiones se

produjo un encuentro entre nosotros, su fam ilia, y Jaim e

durante la prolongada estancia en aquel país. C re o que si

digo cinco, exageraría; no debieron ser más de dos las veces

que se acercó hasta el hotel para visitar a su madre o a sus

lujos. Por supuesto, del interés que mi persona le inspiraba

m ejor no hablar.Y que conste que no m e estoy quejando,

sino sólo poniendo de m anifiesto que él sentiría por m í el

m ism o o parecido interés que yo sentía por él. Es verdad

que, cuando caí enferm a, se presentó en el hotel a verm e

por im espacio de tiem po de unos cin co m inutos, co m o si

de una visita de m éd ico se tratara. N u n ca supe quién se lo

había contado.

I .n apariencia, al menos, su vida parecía m ucho más entre­

tenida que la mía. Se sabía que entraba y salía, que viajaba y

se m ovía rodeado de señoritas. Esto era del dom inio públi­

co. Señoritas de una reputación más que dudosa con las que

no veía ningún problem a en exhibirse.Tan fuera de la reali­

dad estaba que cualquiera podía percatarse de lo fácil que era

conducirle por el cam ino que se quisiera sin tener en cuen­

ta sus propios intereses. C u an d o lees que si hizo alguna cosa

inadecuada, fue porque le engañaron o presionaron, piensas:

«¡Claro! ¿C óm o no iba a ser engañado este hom bre insus-

Page 175: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

un cial e inm aduro que únicam ente vivía interesado en el

alcohol y las mujeres?» Sí, un pobre ingenuo a quien no se

le ocurría im aginar ni por un instante que la gente que le

rodeaba tenía algún interés que justificaba el estar ju n to a

él. M enos aún sería capaz de pensar mal de aquellos conse­

jeros que rodeaban a su padre. M uchos de ellos hombres desa­

prensivos y llenos de am bición para los que Jaime no repre­

sentaba nada.

Page 176: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 177: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

v y v í-is hijos, Alfonso y Gonzalo, fueron dos personas rom

píceamente diferentes. En numerosas ocasiones, tanto física

m ente com o por carácter, no parecían en absoluto herm a

nos. A lfonso era m uy guapo y m uy serio, y G o n za lo m uy

simpático y sociable. E l prim ero tenía un excesivo sentido de

la responsabilidad, mientras que mi hijo m enor mostraba una

cierta dosis de pragmatismo que yo consideraba m uy inteli­

gente, porque pienso que se trataba de una autodefensa. G on

/alo era un chico divertido que se fijaba m ucho en todo aque­

llo que, por alguna razón, resultaba ridiculo. Su capacidad para

captar m om entos o situaciones absurdas era inmensa.

Siendo niños, y hasta que finalizaron el bachillerato, los

dos estudiaron en Suiza. Después, en 1954, se trasladaron a

Bilbao, a la Universidad de Deusto, con los jesuítas, y más tar­

de, en 1955, pasaron al C E U de M adrid. En aquella época

hablo de los años cuarenta y cincuenta— , educarse en un

internado era más habitual de lo que pueda ser ahora, aun­

que a m í se m e acusó de enviarlos a ese tipo de colegios. Yo

nunca lo entendí y, por supuesto, continué haciendo lo que

me parecía m ejor para ellos. En m i opin ión, no era com pa­

rable enviarlos al co legio en una ciudad, donde siempre hay

Page 178: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

m il» ove. culi cumulas para li.u er, que tenerlos en un discre­

to y pequeño pueblo aislado, controlados y estudiando, su

principal o bligación . En un internado un c h ic o tien e dos

posibilidades: estudiar y hacer deporte. A m í, además, siem ­

pre m e pareció m uy im portante que mis hijos fueran depor­

tistas, porque creo que es la form a más sana de evitar la pere­

za y la holgazanería, madre de todos los vicios. En el colegio,

por ejem plo, practicaban el esquí en invierno — de hecho,

llegaron a ser dos m agníficos esquiadores— ?así co m o la nata­

ción , la vela o la eq u ita ció n ... U na diversidad de aficiones

que practicaban según la época del año.

Existe otra razón que tuve m uy en cuenta a la hora de „

tom ar la decisión de internarlos. M i m atrim onio con Jaime

no duró más de diez años. A lfonso y G on zalo veían p o qu í­

sim o a su padre y creo que no hay que ser una lum brera

para com prender que cualquier ch ico necesita un referente

m asculino para form arse de manera adecuada. N uestra sepa­

ración se produjo un día en el que decidí que ya n o podía

aguantar más. Así que cogí a mis hijos y los tres salimos del

dom icilio conyugal. M al hecho. H o y pienso que tod o habría

ido m ejo r si yo, con tro lan d o m i im p etu oso hartazgo, m e

hubiera quedado allí.

D e su abuela, la reina V icto ria E u gen ia , y de m í reci­

bían el calor fam iliar y la com pañía. A sim ism o, sus prim os

herm anos lo sT o rlo n ia se co n virtiero n en unos pilares sóli-

•dos para ellos. M arco era de la m ism a edad que G o n zalo ,

y Sandra, creo que tiene sólo un año más de los que ah o ­

ra tendría Alfonso. Fueron, a su vez, m u y am igos de las hijas

de C rista y E n ric o M arone. El largo p e rio d o de tiem p o

que v ivim o s en Suiza lo pasaron todos ju n to s. Form aban

Page 179: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

un gru p o nutrido y sim pático tic pt unos que. i uul>i> u, • i m

amigos.

Bajo mi responsabilidad entraron internos en el «ole|>ni

M ontana, cerca de Z u r ic h , en la m ontaña. Y es que |.um«

debía pensar que el h ech o de e legir el centro «.mi el que esiu

«liarían sus hijos era un asunto m en o r.d e pin .t 1111<11<I< in ta

l uando esto su ced ió , A lfonso tenía on ce an os \ ( ,011/ 11>< diez. C om p artían la misma habitación y cada «lia. <l< |<u<

ile sus clases, practicaban deporte, lodos los mes<s yo il• * un

par de días a verlos, en tren, y m e hospedaba jim i o al < < <l< f.i* •

en un hostal que no era, precisam ente, có m o d o I I ... ...... .... .

era 1111 centro m uy bueno,pero a una hija, curiosam ente, muí

ca la habría inscrito en un internado. Será por m i lado machis

la que apenas reco n o zco pero que sé que tengo.

Había en Lausanne otro colegio m uy conocido, pea) se tra­

taba de un centro escolar m uy snob, concebido exclusivam en­

te para hijos de gente bien. A llí, A lfonso y G o n za lo habrían

podido conocer a m uchos chicos con grandes apellidos, pero

sinceramente a m í esto no me impresionaba nada. En el M on

tana no sólo había alumnos de familias nobles, sino también

muchos pertenecientes a la burguesía; es decir, una m ezcla de

clases sociales que es com o yo creo que debe ser educada la

gente. N o en un gueto exclusivista donde, inevitablemente, uno

tiende a considerarse el om bligo del mundo.

El co leg io de m is hijos era religioso, algo que tam bién

m e pareció siem pre de im portancia capital. M i obligación

era proveerles de una base sólida en este sentido, de un patri­

m o n io fundam ental que, con el tiem p o , cada cual pued e

utilizar com o considere oportuno. L o que no se debe es negar

les esta posib ilidad , p o rq u e aun no siendo co n scien te de

Page 180: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

d io les hurtas algo a lo que tienen derecho. Así, en el cen­

tro iban a misa, les impartían charlas, recibían los sacramen­

to s ... Y, cuando estaban conm igo, íbam os juntos a misa cada

d om in go o fiesta de guardar.

A lfonso era más practicante, pero esto no tiene que ver

con la bondad y otras virtudes, que G o n zalo tam bién p o ­

seía. N o se es m ejor o peor en razón de que se sea practi­

cante o no. Cada vez estoy más convencida de que lo único

verdaderamente im portante es ser una buena persona. En este

sentido, ninguno de ellos conocía la m ezquindad ni pasaba

factura a nadie. D e hecho, ambos fueron m uy m agnánim os

con su padre, a pesar de que éste nunca se ocupó de ellos.YT

mayores, cuando afloraba su orgullo, su dosis de am or pro­

pio, se lo tragaban si era necesario. N un ca m endigaron nada,

y m ucho m enos, cariño.

G o n za lo m e d io siem pre m uchos más problem as con

los estudios que su herm ano. Los dos eran m uy disciplina­

dos, pero la realidad es que A lfonso estudiaba m uch o más.

Sabían que su obligación en aquellos tiem pos consistía en ir

al co legio y pasar de curso cada año. Y eso es lo que hacían.

Al llegar a R o m a de vacaciones, se trataban con sus am i-

gos con absoluta normalidad, sin ningún problema a pesar de

no verlos con frecuencia. C o n esto quiero decir que, en el fon­

do, mis hijos eran m uy sociables. Mientras fueron pequeños

disfruté m ucho de ellos. Los niños pequeños m e encantan.

Ahora, eso de las predilecciones... N unca la he sentido por

Page 181: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

rl mayor por el hecho de sei lo l ampoi o m v< mhmiiiic.mi im ■ Ii

los ilos una gran afinidad ile iai.it i < -1 I i.m m uy ililru ni«

i om o antes he dicho, y al mismo tiem po distintos .1 mi I nio

it hace pensar que el hecho de traerlos al inundo de ningún

m odo significa que sean tuyos. Las mujeres, o m ejor dicho las

madres, nunca dejaremos de ser un simple vehículo eventual

que transporta a los niños de la nada al universo. M uy por el

i onerario, una buena madre se ocupa de ellos y, si es generosa,

t liando crecen les empuja a volar, a vivir su propia vida.

En una ocasión Jaime intentó que mis hijos se fueran a

ivir a España. M i negativa fue rotunda porque, si había una

i osa que tenía clara es que, mientras fueran pequeños, trata

na de evitar a toda costa que A lfonso y G on zalo se convir

tieran en juguetes al servicio de la política. A hora bien, ello

no significa que no m e hubiera gustado que se instalaran en

I Apaña antes de lo que lo hicieron, con d iecioch o y d ieci­

siete años respectivam ente. A esas edades ya m e parecían

i asi unos hom bres, por lo que la adaptación a un país nue

vo les podría resultar m ucho más dura.

R ecu erd o que un día Jaime m andó a alguien al co legio

a recogerlos sin avisarm e. C o m o en el M ontana sabían de

nuestro problem ático m atrim onio, reaccionaron de manera

impecable: uno de los responsables los llevó escondidos en

su co ch e hasta M ilán , d ond e yo los recib í. Si les hubiera

perm itido ir a España, a lo m ejor las cosas habrían salido de

otro m odo, pero con los hijos 110 se juega. Jaime no volv ió

.1 insistir y yo no supe nada más de esta historia.

Page 182: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I >m .mu l>»-> .un i'i i!( uliiIi’m i iii i.i ilc Alfonso y G onzalo

Im y o quien se l n / o cargo i l e i o d o s s u s gastos. Después, ya

en España, creo que fue Juan y también la R ein a quienes se

ocuparon de su m antenim iento, al menos de la Universidad

y del piso en que vivían.Yo no recuerdo haber pagado nada

cuando estaban allí. Alfonso, estoy segura, lo sabía, pero nun­

ca me habló de ello porque, por principio, no hablaba con ­

m igo de dinero. Sabía que mi econom ía era precaria y tra­

taba con todas sus fuerzas de no hacerm e pasar peores ratos

de los que ya pasaba por no poder dar a mis hijos lo que nece­

sitaban para sufragar sus gastos y, sobre todo, su form ación.

Esto era para m í algo prim ordial, ya que de ella dependería

su futuro. Q uizá fue G onzalo quien m e com entó en cierta

ocasión que Juan y doña V ictoria Eugenia eran quienes se

ocupaban de ellos dos en M adrid.

Mis hijos pasaban .muchas de sus vacaciones en casa de su

abuela, la Reina, y a veces también navegaban en el Saltillo, el

barco de Juan. U n verano les mandé con m i madre a B élgi­

ca, a casa de unas primas, y en otra ocasión a Gran Bretaña con

el fin de que mejoraran su inglés, a casa de unos primos de la

R eina de Inglaterra gracias a la mediación de la reina V icto ­

ria Eugenia. M i obsesión fue siempre que aprendieran varias

lenguas a la perfección. A los dos, que hablaban bien italiano,

les hice estudiar y aprender su gramática pensando que, si algún

día iban a España, les sería más fácil entenderse con este idio­

ma que con el francés, que com o era lógico do minaban.Tam­

bién hice que recibieran lecciones de español.

Page 183: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I I deseo de los legitinnst.is eia ipu v<> lux n im ia i mis

hijos en un colegio francés, ccn .1 ili M i>1111><-IIi<-1 I laMaron

de este asunto con la R eina, quien se lavó las manos al res

pecio. Al llegar a este punto creo que debo contar algo sobre

los legitimistas, ya que son ellos quienes apoyan los dere-

( líos de m i nieto Luis Alfonso al trono de Francia.

Los legitimistas defienden los principios sobre los que se

sustentó la monarquía desde el prim er rey de Francia, 1 lugo

( apeto, en el siglo x . D e acuerdo con estos principios, que se

Inerón estableciendo con el tiempo, el heredero de la ( '-oro

na francesa debía ser el familiar prim ogénito, varón y católi

1 o más cercano al Rey. En la R evolución Francesa de 17H9,

l uis X V I fue condenado a muerte. En 1814, el pariente más

cercano al malogrado Luis X V I era su herm ano Luis X V III,

que m urió sin descendencia. A éste le sucedió su herm ano

( 'arlos X , que tuvo que exiliarse juntam ente con su herede­

ro, el conde de Cham bord. A l m orir éste también sin descen­

dencia, la herencia francesa pasó a la segunda rama B orbón, la

española. Cuando el pretendiente carlista Alfonso Carlos, duque

de A njou y de San Jaime, m urió en 1936, la jefatura de la

( 'asa de Borbón y el derecho al trono francés — según la d oc­

trina legitimista— recayó en Alfonso XIII de España. A mi

suegro le sucedería, en sus derechos, mi marido Jaime; a él mi

hijo Alfonso y, a éste, m i nieto Luis Alfonso de Borbón.

N o quisiera olvidar una m ención sobre los orleanistas,

defensores de los descendientes de Luis Felipe de Orleáns,

hoy representados por el conde de París.

Page 184: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I )r ImIh' i U nido uti.i Inj.i, pienso t|iir le hubiera dado la

misma educación que yo recibí. Supongo que habría sido

más com plicado que educar a los chicos, pero entonces todo

era más fácil. Tal vez yo hubiera sido un poco m enos severa

de lo que mi madre lo fue conm igo. Quizá con una hija habría

procurado tener una mayor com unicación que la que m an­

tuvim os entre nosotras, lo cual no quiere decir que entre

mis hijos y yo no existiera un diálogo fluido. Y o hablaba

más con Alfonso que con Gonzalo.

Y hubo un m om ento, incluso, en el que les hice apren­

der a bailar porque los dos lo hacían fatal. Pensé que al m enos

debían tener una ligera idea con el fin de no hacer el ridícu­

lo en público. A lfonso, que era tímido, lo pasaba m uy mal.

Sin em bargo, con el tiem po agradecieron esta iniciativa mía.

G o n zalo era m u ch o más tranquilo que Alfonso, quizá

en exceso.Yo siempre le pedía al mayor: «¡Cuida de tu her­

mano!», com o si hubiera entre ellos m uchos años de dife­

rencia, cuando en realidad no se llevaban más que uno. Está

claro que Alfonso m e inspiraba mucha más confianza en todos

los sentidos que su herm ano.

Pero G onzalo, co m o ya he dicho, tenía un gran senti­

do del hu m or y siem pre encontraba la form a de reírse y

sacar punta a todo. R ecu erd o , por ejem plo, una anécdota

que tuvo lugar durante un verano que pasaron con su tío,

.el con d e de Barcelona. Estaban navegando en el Saltillo y

unos m onárquicos en una chalupa se les acercaron para salu­

dar a ju a n . M ientras hacían la reverencia, la chalupa se fue

a p ique y el mar les cubrió . Según la versión de m i hijo,

iba el m ar cu b rien d o a este gru p o de acérrim os m o n ár­

quicos mientras ellos continuaban, m uy serios, inclinando

Page 185: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

un i abezas y musitando, cada ve/ i dii in.n «Iiti« uli.nl *.« ii< »i,Majestad...»

Mi madre adoraba a Alfonso. Menos mal que murió .mtes■ 111c* él lo hiciera en el terrible accidente de 1989. Yo como madre los quería, claro está, a los dos por igual. Pero he de reconocer que Gonzalo, tan cariñoso y sencillo, siempre rodea­do de chicas, en muchas ocasiones me producía pavor. Empe­zó a trabajar en una empresa de Nueva York y más tarde se dedicó a los negocios en Madrid. Lo cierto es que nunc ai onseguí que hiciera algo con seriedad. Alfonso, por el con11 ario, se tomó la vida en serio desde muy joven. Sin duda, para lo que resultó ser su existencia y la de los de su entor no, se tomó la vida con excesivo rigor.

No podría decir cuál de mis dos hijos fue más feliz o, mejor, más infeliz. Creo que cada uno fue dichoso y des­graciado a su manera. Es probable que Gonzalo se sintiera más satisfecho porque le daba mucha menos importancia a todo, al menos aparentemente. Llegar a alcanzar este escep t ¡cismo le supuso un gran esfuerzo. Alfonso, sin embargo, no se permitía a sí mismo desahogo alguno y, sinceramente, pienso que sufría en cada momento todas y cada una de las injusticias de las que era víctima. Más que nada porque su responsabilidad le hacía creer que la Historia, con mayúscu­la, le reclamaba algo que, por otra parte, la realidad le impe­día llevar a cabo.

Page 186: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

XI

c#/i¿rc>¿/eftf¿¿/¿¿J re/i¿¿/za¿zj c/eJfa/meJ ? 7j¿ J e m e / ifa / a Jffid fo r ia

Page 187: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

o ^ j j e Jaime renunció a sus derechos al trono es un hecho. Que no tendría por qué haberlo hecho, ya no lo sé. Lo que sí cuesta creer es que tuviera que renunciar, también, para sus descendientes. Del mismo modo, resulta difícil de entender sus contradicciones, ya que tan pronto se reafirmaba en su renuncia como se desdecía de la misma.

La primera, fechada en Fontainebleau el 21 de junio de 1933, coincidió con la boda de su hermano mayor, Alfonso, con la cubana Edelmira Sampedro. Por este motivo, el Prín­cipe de Asturias había renunciado a sus derechos sucesorios. El día anterior, don Alfonso X III había llamado a su hijo

Jaime para hacerle saber que se encontraban en Fontaine­bleau algunos importantes jefes monárquicos como Calvo- Sotelo, el marqués de Torres de Mendoza, Luis Miranda y el conde de Ruidoms.Todos ellos hábilm ente, sin hacer mucho hincapié en su discapacidad, trataron de convencerle para que renunciara. Repetían que, en cualquier otro momento histó­rico, su minusvalía no habría sido un factor que le hubiera impedido reinar, pero que entonces, tal y como estaban las cosas en España dadas las dificultades por las que atravesaba el país — gran inestabilidad política, radicalización de las posi-

Page 188: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i mui il< K i , | >.ii i n li i i I 111< ii 1111 i lio do no poder man-

tenei. poi ejemplo, mu i i ihiwi . h ióii telefónica era un gran inconveniente.

Igualmente, aprovecharon la oc asión para dejarle claro en aquel preciso momento, ¡qué casualidad!, que en el futuro carecería de cualquier tipo de problema económico. Jaime aceptó enseguida. Nunca se hubiera llegado a hacerlo por el amor y la admiración que por su padre sentía, verdadera­mente reverencial. La firma del documento se llevó a cabo ante el R ey y sus consejeros, que actuaron como testigos. Más tarde justificarían su renuncia argumentando qi^e el matrimonio que conmigo había contraído era morganáti- co, calificativo con el que se designa el enlace entre una persona de sangre real y otra de rango menor. Debo decir, en honor a la verdad, que siendo yo joven sí se hablaba de que un matrimonio de estas características anulaba las posi­bilidades con las que alguien pudiera contar para subir al tro­no. Sin embargo, años después, en opinión del marqués de Villamagna y de otros muchos, nuestro matrimonio nunca debió ser un impedimento para que Jaime hubiera podido reinar. Según su tesis, el R e y debería haber sido Jaime y, el heredero, mi hijo Alfonso.

Confieso que nunca se me ocurrió pensar que estos epi­sodios de las renuncias de Jaim e y su repercusión sobre nues­tros hijos llegarían a producir tanto jaleo, tantas opiniones diametralmente opuestas o, por el contrario, coincidentes en algunos aspectos, pero nunca iguales. Supongo que cada historiador va leyendo a otro, tomando algo de cada cual y, poco a poco, elaborando su propia tesis. Es cierto que aún hoy me sorprende leer sobre acontecimientos del pasado

Page 189: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

reciente; y también me impresión.i |><'iis.it qu< en el pl.in<> histórico, este pasado del que hablo, del que lie sido testigo privilegiado, quedará para siempre escrito como a cada autor le venga en gana.Y le vendrá en gana dependiendo de ele­mentos que, en ningún caso, controlamos ni podremos rec­tificar. Sí, dependerá de la ideología que le hayan inculcado, de su cultura, de sus fobias y filias y, por supuesto, de su hones­

tidad.Muchas veces pienso: «¡Así se cuenta la Historia...!» Y

es que escribir la Historia resulta casi imposible.Yo, como ya advertí, sólo trato de escribir m i historia, ya que al fin y al cabo es de pequeñas historias personales y testimonios de lo que ésta se nutre. De esta manera sería posible, al fin, recons­truir el pasado con más corazón y menos fechas. Sí, el pasa­do, aquello que pudo haber sido y fue, o 110 fue, debería expli­carse atendiendo a experiencias vitales, a alegrías y tristezas, a amores y desencuentros... Debería explicarse, tratando de ser honesto siempre pero también desde un prisma personal, algo que al ser humano le hace humano de verdad.

Si cuando tuvieron lugar las renuncias de Jaime y sus con­siguientes arrepentimientos yo hubiera contado con la madu­rez con la que cuento hoy, habría tratado de salvar la situa­ción como fuera; habría hecho algo pensando en mis hijos y mis nietos. Sé que ellos me hubieran hecho reaccionar, pero yo era muy joven y sólo me ocupaba de la crianza y educa­ción de Alfonso y Gonzalo. Además, en mi familia política se prefería obviar estas cosas. Eran temas incómodos.

Page 190: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I i pnmeia v» / llamen intentó llamar mi atención solne lo que estal>a ai ontei lemlo rn el seno de la Familia Real y de lo que ni mi marido ni yo teníamos idea ya que sucedía a nuestras espaldas, fue un día de verano en el que liabía tomado el tren en Lausanne para subir a la montaña con mis hijos. Había allí un hombre llamado Cataoui, que resultó ser un legitimista francés, que me comentó que una vez que el Príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Batten- berg, había muerto sin descendencia, resultaba evidente que mis hijos eran los hijos del mayor, del heredero al trono francés y jefe de la Casa de Borbón, mi espejo Jaim e de Borbón y Battenberg. Siguió diciéndome que no compren­día cómo habían conseguido dejarlos de lado siendo los pri­meros en la línea sucesoria, pues las leyes monárquicas fran­cesas no contemplan la renuncia por minusvalía o enfermedad para uno mismo y, mucho menos, para los descendientes, por la "Sencilla razón de que la institución de la monarquía está por encima de la persona llamada en su momento a desem- peñarla.Tampoco aceptan estas leyes que el matrimonio mor- ganático sea un impedimento. Todo esto significaba, ni más ni menos, que el heredero a la Corona de Francia y jefe de la Casa de Borbón después de Alfonso X III y la muerte de su hijo mayor, Alfonso, era Jaime, con el título de Jaime Enri­que VI, duque ile Anjou y de Segovia.

Cataoui me aconsejó también estar muy atenta a cual­quier suceso poi insignificante que éste pudiera parecer, ya que en su opinión los Borbones fraguaban una trampa de 1 na a mis hijos. No me fue fácil creer sus palabras. Hasta• monees no había pensado nunca en esta posibilidad y tam- |"" o nadie de i ni entot no la había mencionado.

Page 191: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Por aquel entonces no s.iln.i n.ul.i miIik I«»•. I> i 1111111. i ■ franceses. Ni don Alfonso XIII ni nadie de l.i I .tmilia nos Ii.iUí.ihecho el más mínimo comentario .il respecto. De ahí que Lis revelaciones de Cataoui no hicieran más que provocar en mí un sobresalto, una inquietud. ¿Acaso podía ser cierto que estuviera la propia familia obrando mal en contra de mis hijos? En todo caso, confieso que aquella inquietud debió ser, a decir verdad, no muy intensa, puesto que igual que vino se fue.Yo no podía ni quería creer algo así. Con los años, a medida que fui perdiendo mi ingenuidad, comprendería muchas cosas.

En absoluto fui consciente de todas las tensiones que exis­tían a mi alrededor. Por fortuna, me enteraría mucho des­pués. Nunca supe que el R ey estaba muy preocupado por su sucesión ni nada parecido; es más, mi impresión en todo momento, durante aquellos años, fue que la renuncia de Jai­me no era sino una cuestión zanjada, sin vuelta atrás. ¿Cómo iba a imaginar que existía un pequeño o, acaso, un gran mar de fondo? A mí el R ey me trataba como un buen suegro tra­ta a su nuera. Seguramente mejor de lo habitual porque, tal vez, veía que yo sufría con el comportamiento de Jaime hacia mí y, sobre todo, hacia sus hijos. Don Alfonso X III era espe­cialmente cariñoso conmigo, así que ¿cómo podía yo supo­ner que llegaría a ser arbitrario, e incluso injusto, con su hijo y con sus nietos?

Toda la familia Borbón aceptó el deseo del R ey cuando éste decidió nombrar a Juan su heredero. Además de él, era Jaime el único hombre con vida de la familia, ya que las otras dos eran mujeres.Yo no sé si sus hermanas estaban al corrien­te de que Jaime, o acaso sus primogénitos, hubieran podido

Page 192: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iiiMmi ti 11<i■ • I 11........I ........11, h rii los destinos de Espa-M . «|i ihIm .11 I1 . \ l't in . ir. i 11111 no, y.i que de haberlo sabi- tln i i ii ii ,i I. Imlnri.i escapado. N o así a Beatriz, quien timo i. \ I’.ijo uní}',un concepto, lo hubiera contemplado ni• i uno mera posibilidad.

A pesar de todo hay que tener en cuenta que, cuando tuvo lugar aquella primera renuncia de Jaime, toda la Fami­lia Real se hallaba en el exilio y la Constitución de 1876, por la que se regía la monarquía española, no estaba vigen­te puesto que la forma de gobierno era entonces la R ep ú ­blica. De acuerdo con aquella Constitución, cualquier modi­ficación en la sucesión de la Corona debía ser discutida en las Cortes y ratificada mediante una ley. Por tanto, no esta­ba del todo claro que, sin notario ni taquígrafo, y por supues­to sin someter la decisión a unas Cortes, tuviera que renun­ciar Jaime al ser presionado por los consejeros de su padre. Todavía más incomprensible resultaba que, sin estar casa­do, sin tener aún hijos, lo hubiera hecho no sólo a título personal, sino también en detrimento de sus posibles des­cendientes. Esa especie de irregularidad justificaría la obse­sión del R ey quien, si uno lee con atención, comprueba que da demasiadas explicaciones para dejar a Juan como heredero.

Conociendo a Jaime, soy capaz de imaginar cómo pudie­ron desarrollarse los hechos. Seguramente le pondrían delan­te de un papel y le dirían: «Firma.» Y todo ello sin testigos

Page 193: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iM'tut.ilcs, sin uno o varios not.nios (|ii< |ni<li■ mu «l.n I» >1'• lio en el futuro y que,a su ve/, In in.ii.ni el dm tímenlo p.u.i levestirlo de la importancia que tenia, evitando así que paie. n u algo doméstico y mal organizado. ¿( ómo un acto tan lundamental puede hacerse tan mal?

A mí no me interesaron las circunstancias de la renuncia .le 1933. Por entonces yo no conocía a Jaime ni a ningún i <tro miembro de su familia y, como ya he dicho antes, cuan• lo supe los motivos que la justificaban los consideré lógicos , normales. Pero según fue pasando el tiempo, me molesta lu cada vez más la prepotencia de algunos miembros de mi familia política. Y es que era muy fácil comprobar que nos habían tratado como a niños, que siempre habían actuado< orno les venía en gana y sin ningún respeto hacia Jaime ni hacia mi persona.

Ahora pienso que mi sincero cariño por el R ey se debía,i que todavía no sabía nada de todo esto. Aparentemente, su

/actitud hacia Jaime fue cariñosa y magnánima. El había sido el padrino de mi hijo mayor, Alfonso, a quien recibió con gran alegría. Pero a la vez, en el preciso momento que nació — y lo mismo ocurriría con Gonzalo— , ordenó que fuera inscrito en el Registro como Borbón-Segovia. Era eviden­te que, ya entonces, don Alfonso tenía las cosas más claras que el agua. Este tipo de gesto o acaso de maquinación era algo que, con frecuencia, me sorprendía de su personalidad y me desconcertaba mucho. Sobre todo me asaltaba una duda que me intrigaba sobremanera: ¿Era el R ey una persona inteli­gente o, por el contrario, no lo era en absoluto? En nume­rosas ocasiones he leído que estaba considerado por mucha gente como un ser muy inteligente y también que, en líneas

Page 194: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

l',« ni iiilt'H, 1 1 1 iiiiii luí m.r, lúcido que sus propios ministros.

( I un i |i i< i i ii 11' i * ii 111 il" i personas brillantes y bien prepara-

il i-., ' i 'iin i ( .m ili |at Mama o I )ato.

I hi día. mi mío lnda\ia muy joven, mi hijo Alfonso me

comentó que venia del consulado de cambiarse el apellido: había eliminado el Segovia tanto para él como para su her­mano. Al verme sorprendida, fue conciso conmigo: «Es como si los hijos de tío Juan se apellidasen Borbón-Barcelona.» Fue así como caí en la cuenta de lo que pretendía hacerme saber. En el fondo, se trataba de una argucia para^que ellos dos que­daran a la cola de todo.

A la muerte del rey Alfonso X III en 1941, Jaime, que ya debía de haberse enterado de algunas de las reivindicacio­nes legitimistas francesas, se proclamó jefe de la Casa de Bor­bón y duque de Anjou, título que llevan los herederos de la C '.isa de Francia y que ya tenía el primer Borbón que reinó en España, Felipe V.

De todos modos, Jaime seguía reconociendo a su her­mano Juan como el heredero al trono español, pues en el verano de 1945 le escribió desde Lausanne una carta dirigi­da a «Su Majestad el R e y Don Juan III». En ella aclaraba que cualquier rumor de prensa acerca de la posibilidad de reclamar sus derechos a la Corona española era totalmente falso e insistía afirmando que su renuncia incluía también a sus hijos. Por último, añadía que éste había sido el motivo por el que se había casado conmigo, que no pertenecía a fami­

Page 195: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

lia real alguna, lis decir, hacia liini apir < n qm ..... 11 < • mal 11iiionio era morganático.

A mí me alteró mucho el hecho de que recurrieran a i alificar mi matrimonio con Jaime como morganático, algo t|iie,según parece, tiene mil y una interpretaciones que cada cual utiliza a su conveniencia. Además, que en cierto modo pudiera ser yo la persona que impedía a mi marido subir al trono me hacía sentir culpable y también humillada. R ec o ­nozco que era muy ingenua y que, además, quizá estuviera especialmente sensibilizada con cualquier cosa que viniera de mi familia política. Hay que tener en cuenta que yo me casé en 1935, con veintiún años, y que era más inmadura de lo que en la actualidad puede serlo una chica de esa edad. Por ello, todo lo que me decían me hería mucho. Si con respecto a Jaime llegué a tener una enorme mala concien­cia, no puedo ni explicar cómo era de grande la sensación de culpa cuando pensaba que yo podía haber complicado las vidas de mis hijos. El azar y su propia realidad les habían colocado en una situación nada fácil de asumir.Y no quería ser yo quien añadiera un gramo de dolor a su ya complica­da existencia.

Cuando don Alfonso X III no pudo llevar a cabo su matri­monio, como en principio era su deseo, con Patricia de Con- naught, y decidió casarse con la prima de ésta, doña Victo­ria Eugenia de Battenberg, su tío el rey Eduardo VII le otorgó a ella el título de princesa de Gran Bretaña e Irlanda para que,

Page 196: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

de este modo, pasara a ser tratada como Alte/a Real y pudie­ra casarse con el Rey. No es que yo esperara que me conce­dieran el título adecuado para convertirme en persona de la realeza, si es que mis apellidos no les parecían suficientemente importantes. No, no es eso. Pero sólo por poner un ejem­plo, la reina Victoria Eugenia, en el Gotlia alemán — el pres­tigioso índice anual de las casas reales y principescas— , figu­raba, como Battenberg, en la tercera parte del tomo, preci­samente donde aparecía también mi familia. Asimismo, mi matrimonio no está calificado comct morganático en dicho índice, aunque sí el de mi hermano. N o sé bien por qué.Tam- bién se da cuenta del nacimiento de Alfonso y Gonzalo, lo que se publicó en el Gotlui de 1938, cuando todavía vivía el Rey. Cuando Alfonso X III murió en 1941, Juan debió de aprovechar la edición de ese mismo año, posterior al falleci­miento, para poner antes de mi nombre el tratamiento de «Excelentísima». Quizá no se atrevió a añadir también «matri­monio morganático».Y en cuanto a mis hijos Alfonso y Gon­zalo... en aquella edición ni tan siquiera figuraban.

Los padres de mi cuñada María, que eran Borbón Dos Sicilias y Orleáns, no tuvieron necesidad de otorgarle nada puesto que ella era alteza real por sus orígenes. Recuerdo que un día, yendo al Vaticano, no sé por qué razón la madre de María, la princesa Luisa de Orleáns, me obligó literalmente a pasar por una puerta antes que ella. Quizá ella pensaba que yo sí era alteza real.

Creo que hubo un intento de equiparar mi matrimonio con Jaime al contraído por el Príncipe de Asturias con la cuba­na Edelmira Sampedro porque les convenía. Eso sí, digo todolo alto que puedo que, en ningún caso, podían ser compara-

Page 197: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

liles Yo tengo dudas sobre si llevo s.mj'.n i< il en im . vi ii.is, |n mi li.iy algo incuestionable: provengo de dos de lus m.is mtiguos linajes de Francia e Italia y, por tanto, mis orígenes n.ida tienen que ver con los de Edelmira, a quien respeto aun­que nunca la conociera. No es que yo sea especialmente meticu- lt ts.i en todo lo que se refiere a las clases sociales, aunque hay <«is.is que considero inaceptables y una de ellas es que pre­tendieran compararme con Edelmira Sampedro.

Con el tiempo he comprendido la preocupación del R ey por este complicado asunto.Yo siempre había pensado que mi matrimonio con Jaime era morganático, algo que refor­zaba su obligación de renunciara la Corona. Ahora bien, silo que Franco llevó a cabo fue una «instauración» y nunca una «restauración», como los hechos atestiguan, que nues­tro matrimonio fuera morganático no añadía ni quitaba nada .1 la decisión que, en su momento, podía tomar y tomó el ( íeneral. Una decisión que modeló a su gusto, eliminando .il heredero oficial,saltándose una generación y, como se pudo comprobar, obviando las leyes por las que se regían los per­tenecientes a la Casa de Borbón. Si hay algo de lo que no tengo duda es de que Franco dejó las cosas lo m ejor que supo. En mi opinión, era un patriota y quería lo mejor para Hspaña.

Aquella carta de 1945, tan dolorosa y humillante para mí y para mis hijos, se publicó en la Gazette de Genéue y enton­ces tuve ocasión de leerla. Estoy segura de que sus inten­

Page 198: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ciones, al hacerlo, no fueron precisamente puras. ¡M e pare­ció una falta de elegancia tan grande! Yo me puse furiosa, pero como siempre mi rabia acabó por convertirse en una silenciosa indignación. Com o Jaime no vivía en el hotel con nosotros ni yo le seguía la pista, nunca pude saber con exac­titud quién le había recomendado llevar a efecto tamaña des­fachatez. De lo que sí estoy convencida es de que no se tra­tó de una idea propia, sino (fue actuó por influencia de terceros.

Tiempo atrás, estando en París, supe casualmente que había visto a su consejero, Ramón Alderete, quien siempre me había dado la peor de las impresiones. La verdad es que nunca me pareció que tuviera la talla para ser un consejero.

La actitud de Jaime no fue sólo fea hacia mí, sino una absoluta falta de sensibilidad hacia nuestros hijos. Estoy con­vencida, insisto, en que alguien presionó a Jaime para que lo hiciera, y lo cierto es que no me sorprendería que, directa o indirectamente, hubiera sido Juan, aunque naturalmente no puedo asegurarlo. Es posible que en este asunto en concre­to existiera alguna historia relacionada con el vil metal del

• que Jaime andaba siempre tan escaso, pero no lo sé...¡Qué pena no haber conocido entonces todo lo que ocu­

rría en mi entorno! M i enfado era enorme porque me sen­tía tratada como una criada. Si hubiera tenido la más míni­ma intuición de lo que iba a suceder, hubiera hablado con Jaime para tratar de disuadirlo. Pero yo no le veía. Él vivía por su cuenta allí mismo, en Lausanne, con su «pareja» como se dice ahora, que en aquel momento se llamaba Mengotte. Leí en su día alguna declaración que mi hijo Alfonso hizo con relación a este desagradable asunto. Él pensaba, y estaba

Page 199: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i ti lo cierto, que esto podía haber sido l.i p,ota que i olmo el ' .lio y el detonante que precipitó nuestra separación, l.i defi

uitiva.( )bvi.miente, 110 era cuestión de comentarlo con nadie.

Mi l.imilia política leyó la carta en la prensa, igual que yo, pero guardó silencio. A mí su actitud me pareció respetuosa v 1 la vez cobarde. Ellos no querían problemas y, además, la inmensa mayoría de sus miembros no servían para nada. Como va he dicho, la Reina por principio huía de todo aquello que no fuese agradable o trivial. Era una buena mujer, que tam­bién sufrió mucho, y en aquel preciso momento, sobrepasa- 1 la por los acontecimientos, decidió ocuparse únicamente de m i s perros y de ir bien vestida.Y mis cuñadas, ¿qué me po­dían decir?

Sabiendo lo que hoy sé, es probable que me hubiera diri­gido a algunos españoles de mi confianza, como Mariano C 'alviño, Pepe Solís y otros para pedirles consejo, pero ¿qué podía hacer yo, una extranjera, sola? Ni tan siquiera había vivido en España y, además, hablaba y hablo fatal el castella­no. Cada vez más era inútil pretender entender un asunto que resultaba ininteligible.

Mi hijo Alfonso me contó que su padre, al final de su vida, le había confesado que firmó dicha carta sin leerla. Estoy completamente segura de que firmaba todo lo que le ponían delante. Jaime era como un niño grande y, por otro lado, ya entonces don Alfonso X III ocultaba las notas que sobre el derecho de Jaime al trono francés le hacían llegar los legiti— mistas de ese país.

Es triste tener que reconocerlo, pero es obvio que se apro­vecharon de las limitaciones de Jaime para hacer con él lo

Page 200: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

que quisieron. Ni> le-, impoi i.ib.i n.id.i. Sólo pensaban en Juan para apostar, con tino, .1 caballo ganador. I lasta mucho más tarde no he sabido que los partidarios de Juan siempre se preo­cuparon de difundir en España unos rumores acerca de mi persona que, para nada, se correspondían con la realidad.Yo todavía no tenía conciencia de que me presentaban como «la mala de la película». Nunca"estuve al tanto de tan mezquina historia y estoy segura de qus Jaime tampoco lo estuvo.

4 * 4 *

En 1947 se promulgaba en España la Ley de Sucesión, en la que se establecía que el posible Jefe de Estado debía tener unas cualidades bastante genéricas: ser varón, de estirpe regia, mayor de treinta años y de religión católica. Así, con estos requisitos tan amplios, parecía como si el General quisiera despistar a los propios pretendientes. Listo y hábil era Franco. Tales condiciones vienen a reforzar completamente mi tesis: Que podía haber muchos candidatos válidos y, por supues­to, en mi familia los había. En primer lugar Jaime y, en segun­do, mi hijo Alfonso, que no se trataba de un pretendiente cualquiera, sino de un magnífico pretendiente.

Coincidiendo con este hecho, en abril de 1947 apareció en el diario Arriba un artículo del marqués deVillamagna que originó una polémica con el periódico /IBC.Villamagna rei­vindicaba el derecho de Jaime y sus herederos a la Corona española. Este artículo es lo mejor que he leído en relación al asunto de la primogenitura, porque en él se daba cuenta de una arbitrariedad que se estaba llevando a cabo para favo-

Page 201: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

«Mu VI I t o i i i n , l u id » 196íi, ( l u l o : I l r i ivo Pro#».)

Page 202: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

E ntierro de la reina V ictoria Eugenia, Lausanne, 1969. Lo presiden sus hijos don Jaim e y don Juan. Tras ellos, de izquierda a derecha, don G onzalo, don Jua

Carlos, don Alfonso y don M arco Torlonia, todos ellos nietos de la Reina.(Foto: Bravo Press.)

Page 203: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I miii i ' " ilc doña V ictoria E ugenia, Lausanne, 1969. D on G onzalo, doña Sofía, don Juan Carlos y don Alfonso. (Foto: A B C .)

Page 204: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

E n el palacio de El Pardo, doña E m aiiuela pide para su hijo Alfonso, a los marqueses de Villaverde, la m an o de su hija C arm en,

23 de diciem bre de l ‘>71. (Foto: EFE.)

Page 205: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Em anuela el día de la boda de don Alfonso y C arm en

ínez-B ordiú. (Foto: Gyenes).

Page 206: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Boda de don Alfonso de B orbón y C arm en M artínez-B ordiú. Los padrinos sor doña Em anuela, m adre del novio, y el generalísim o Franco, abuelo de la novia

8 de m arzo de 1972. (Foto: A B C .)

Page 207: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I Emanuela con su nieto Francisco el 21 de diciem bre de 1972, día ilrl bautizo de éste en la capilla del palacio de El Pardo. Al fondo,

don Alfonso de B orbón y D am pierre, padre de la criatura.

Page 208: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

. 1. ( . m i mi s h i j o *

I r . u u isi .i y 1 »iis A l f o n i o , 197

*

Page 209: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I ..... \lionso de B orbón con sus hijos Francisco y Luis Alfonso, hacia 1980.(Foto: Gyenes).

Page 210: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 211: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

lii|u I.iiU A llom o vil kti *li'

l’u/tii'li* ilo Alurrón (Madrid) hacin 1984.

Page 212: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I t u l l í ¡ s i o y I I i ’ i A llom o i' l < 114 ilc In l’rim ci.i C om unión iU' am bos, ju n io tío 1983. (Tolo: Gycncs).

Page 213: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

r

( l int ( m u / . i l o• - ■ | kIii 11 ti <> e n . I.

Page 214: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

D oña Em anuela, 1986. (Foto: Gyenes).

Page 215: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 216: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

D on Alfonso con la archiduquesa Constanza de H absburgo,

enero de 1988.

Page 217: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i . « i a Juan y su descendencia en den miento. .1 un 11< |.u

mu si ,il menos de mis hijos y de los lujos de ellos.I ne entonces cuando el diario A B C , de reconocida ten-

ili iu 1.1 «jnanista», recordó al marqués deVillamagna el matri- 11101 no morganático que Jaime había contraído conmigo y por■ I i nal mis hijos quedaban descalificados para pretender la• i nona de España.Juan Balansó,en su libro Los Borbones incó-

dice algo muy significativo sobre este asunto en con- 1 lelo: «El marqués deVillamagna volvió a la carga negando la 1 ilulez de la costumbre tradicional sobre matrimonios reales,1 Ir la misma manera que La Zarzuela, paupérrima de argu­mentos, me lo negó muchos años después a mí, cuando ya se i\ 1 /oraba al señor Marichalar y al señor Urdangarín.»

Reproduzco a continuación los dos artículos del mar- 1111 és deVillamagna recogidos por Juan Balansó en su ya men-

1 ionado libro:

Primer artículo del marqués deV illam agna, publi- 1 a do en Arriba el 23 de abril de 1947:

Todas las antiguas leyes de la Monarquía, y también la

Constitución de 1876, última de nuestros Reyes, disponen

que el hijo mayor reine antes que el hijo menor, POR D ERE­

CHO DE PRIMOGENITVRA. Pero que si el mayor, por cual­

quier circunstancia, no llegase al trono, g u a r d e n LOS d e r e ­

c h o s SUS HIJOS, si los túrnese. Y traigo esto a colación porque

está bien claro que ni la legitimidad ni las leyes del Reino

dan al Infante Don Ju an de Borbón un derecho irrebatible a

la Corona de España. Pudo nuestro amado Monarca Alfon-

Page 218: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

m> \ l l l . i'i/i.ii/ii /'.•< I,i i /'i condiciones del momen­

to, las posibilidades de una rr\t,iura<ión que creyó inmediata,

y ¡os innegables inconvenientes de tina minoridad, entregar

los derechos de Don Jaim e de Borbón a su hermano Don Juan.

P e r o n i c o m o p a d r e n i c o m o R e y p u d o m u d a r l o

QUE FIJAN LAS LEYES. Y esto es así: que para los monárqui­

cos legitimistas, para los fieles servidores de la Institución

antepuesta a la persona, g u a r d a m e jo r d e r e c h o a l t r o -

n o e l h ijo m a y o r , e n p r i m o g e n i t u r a , d e l I n f a n t e

D o n J a i m e . .. Y la Constitución de 1876, vigente para la

Dinastía, determina irrebatiblemente, innegablemente, QUE

DEBE SER R e y d e l o s e s p a ñ o l e s e l h ijo l e g í t i m o y

PRIMOGÉNITO DE D O N JA IM E DE BORBÓN.

A l erigirse España en Reino queda planteado ahora un

dilema: o se acepta la ley de Sucesión, contraria a las tradicio­

nes y dinásticamente revolucionaria, o se sigue la vieja. O se

está con Franco y se acepta su normativa, o se está con la

milenaria costumbre de la Dinastía y se vuelve la vista hacia

lo que los siglos y las viejas leyes determinan. Y en este segun­

do caso — que para mí es primero— la legislación política, la

civil, el derecho posesorio, el consuetudinario, los testamentos

de los reyes y hasta los testimonios y la voz de los tiempos, todo viene a deponer a favor de los hermanos mayores sobre los

menores, y de los descendientes del hermano mayor sobre los

del menor. Y así, o el Infante Don Juan acepta la revolución

que implica la ley sucesoria propuesta por Franco, o la recusa.

Pero, en este caso, el legitimismo, la razón y la ley pueden alzar

SU VOZ para decir: EL LEGÍTIMO SOBERANO DE LOS ESPA­

ÑOLES ES EL HIJO MAYOR DE D O N JA IM E DE BORBÓN,

SEGUNDOGÉNITO POR NACIMIENTOY PRIMOGÉNITO POR

Page 219: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I I MUliR'l'F. DHL Q l'l I I I • //■/ l>i I II /■’/ I 1 , I •/ l

i i i im o M o n a r c a españ<>i , S M t i i-i / ><>\ 1/1< >.\

s o XIII. L a l e g i t i m i d a d n o s i: a c e s i a : s e a c a t a .

Secundo artículo del marqués deVillam agna, publi- i mío en A B C el 30 de abril de 1947:

Otro argumento podría haber esgrimido A B C , cual es la

renuncia de Don Jaim e en 1933.

Las renuncias, voluntarias yforzosas — Y l a q u e c o m e n ­

t a m o s LA TENEMOS POR NOTORIAMENTE FORZOSA----- ,

fueron válidas cuando los Reinos eran patrimonio de los prín­

cipes. Ahora, estos actos, realizados a espaldas del pueblo, no

tienen ningún valor jurídico ni dinástico. Un príncipe puede

renunciar para sí, pero nunca para sus hijos. Tengo por R ey

en buen derecho al hijo de Don Jaim e de Borbón, y la cálida

acogida de mi primer artículo me prueba que no estoy solo.

Pudo haber renunciado a sus derechos. Puede, incluso, volver

a renunciar mañana. P e r o s u h ijo t a m b ié n p u e d e , a l l l e ­

g a r a m a y o r , p r o c l a m a r s e A l f o n s o XIV, y e n c o n ­

t r a r p a r t id a r io s . Nadie puede conocer la futura actitud

de un Príncipe que cuenta ahora once años de edad.

Lo demás es, todo, hablar por hablar. F r a n c o NOS o f r e ­

c e UNA «INSTAURACIÓN» Y NO UNA «RESTAURACIÓN».

Lo cual, lejos de dar valor, lo quita a todas esas tesis del mor-

ganatismo sostenidas por A B C .

Si yo hubiera sabido de todas las posturas encontradas

ijue en España mantenían los monárquicos con respecto a

Page 220: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Il.it,(W m ili | time, o cuando menos de mis IihIh. 11 iilu i di) Amonio Sozzani, a quien

hitliit ll iin ti....... I. 'ni.... I lulm-r.i dado lo mismo que,en|Mlili ......... i. vi>i i .......... . en él un apoyo o un amor. Mis........ .......... t.nlo P. ii.i mí y, por ellos, hubiera renuncia-ilu i . u.ili|iik‘i ( osa. I (abría permanecido allí, aguardando un .ii onici imienco que pudiera beneficiar a Alfonso y Gonza­lo l’ersj ¡cómo iba a conocer todo ese maremoto que con lentitud, pero de manera inexorable, se tornaba en naufra­gio a nuestras espaldas! Dos importantes figuras del fran­quismo, Mariano Calviño en Barcelona y Solís en Madrid, debían estar bien informados de todo. De ahí que ambos se mantuvieran muy cerca de Alfonso.

Seguramente, con el fin de evitar problemas con su her­mano, Jaime le escribió otra carta, en junio de 1947, en la que ratificaba la «indiscutible designación» de Juan como herede­ro al trono de España. Es más que probable que también esta vez hubiera sido «convencido» de alguna manera para escri­birla, pues Jaime dependía económicamente de terceros.

Para entonces utilizaba, además del título de duque de Segovia, el de duque de Anjou.y como tal le otorgó a su hijo primogénito, Alfonso, en 1950, los ducados de Borbón y de Borgoña,que éste no utilizaría nunca. Mis pobres hijos vivie­ron siempre desconcertados por el carácter tan voluble de su padre, quien constantemente renunciaba a sus derechos para, a continuación, exigirlos de nuevo. Y también por sus acuciantes problemas económicos, que sobre todo Alfonso cargaba a sus espaldas. Su padre jamás los había protegido, pero sin embargo ellos tenían muy claro su responsabilidad con respecto a él.

Page 221: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I .i volubilidad de Jaime sr puso nuevamente «I»- mam lti .1»* en 1953 cuando, para complicai más las cosas, abdicó ili mis derechos al trono español pero no al francés, por el 1111| >k- hecho de que tal renuncia no está contemplada en

I r leyes sucesorias de la Casa de Borbón francesa. No creo que decidiera esto con el fin de facilitar las cosas a Alfonso, \.i que él nunca pensó en sus hijos. Puede que fuera uno de .iis consejeros quien le indicara que le convenía hacerlo así.Y «orno Jaime hacía caso a todo aquel que se le acercaba, ilu siempre contradiciéndose y, a la vez, perdiendo credibi- lul.ul. Una actitud personal que para él era un desprestigio y que a mis hijos, indirectamente, les perjudicaba mucho.

No he sabido jamás si Jaime dirigió una carta a Franco en 1953, pero sí he leído que un año después, en 1954, escribió una a varios jefes de Estado en la que reivindicaba su derecho al trono de España para sí y sus descendientes, .llegando que aquella renuncia a favor de su hermano Juan no había sido «ratificada por las Cortes, como lo exigía la ( !onstitución».Tampoco supe con seguridad si, de este modo, volvía a autoproclamarse Príncipe de Asturias. Por aquel entonces no manteníamos relaciones de ningún tipo. En Fran­cia era ya considerado el heredero por los legitimistas fran­ceses.

En definitiva, creo que queda claro lo que quería decir: que Jaime fue un hombre de carácter débil y, por tanto, muy fácil de manipular.

Page 222: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

¿/e AecA#

Page 223: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

^^uando llegó la paz en 1945, regresamos a Rom a y Jai- me volvió a hacer su vida, dejando deudas por todas par­les, por lo que los acreedores acudían a mí para que fuese yo quien las saldara. Venían a cobrar de los bares que fre- «imitaba, y también de otros muchos lugares, y a mí no me quedaba más remedio que pagar. Esto me hacía pasar unos momentos horribles. Yo pienso que, si algo he pretendido en esta vida, ha sido pasar lo más inadvertida posible. Vivía­mos un momento de nuestro matrimonio en el que la dis-■ recién debía ser valorada como oro puro por ambas partes. I’ero esa manía suya de ir por el mundo dejando deudas de todo tipo no ayudaba nada. Por el contrario, era precisamente el motivo que hacía que se hablara de él y, como es normal, de nosotros.

Llegó un momento en el que no aguanté más. Me encon­traba sola, sin ayuda, sin nadie que pudiera aconsejarme, y tras la humillante carta publicada en La Gazette, decidimos separarnos.

En sus memorias, claro,Jaime explicó todo como le vino en gana y únicamente desde su perspectiva. ¿Quién las redac­taría? Entre otras muchas cosas, me acusó de mantener reía-

Page 224: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

.................. i iiiin 11 • *i i ti • i ' I I w r .1110 an te r io ra abandonarel iIiiimii il............... . il .11 un ii a|iir ilc lástima y arrepenti-1111 <t 111 • I. ihji ■ 1111 m el i.i me quedaría en casa. Pero iin i mili sin que no. Durante años hubo un testigo de esta breve conversación entre nosotros, ya que yo le formulé la pregunta ajjte mi doncella, que en aquellos momentos pre­paraba mis maletas.

Es más que probable que para entonces Jaim e ya hu­biera conocido a Charlotte Ti^deman, a quien yo tuve la suerte de no ver en mi vida. La gente que piensa que su profesión tenía algo que ver con el bel cauto está muy equi­vocada. Era, más bien, la artista de un café-chantant al que acu­día Jaime con frecuencia inusitada y donde, por supuesto, la conoció.También trabajó como modelo para la casa de auto­móviles Ford. Charlotte era alemana, de origen no humil­de, sino bajo, y a ello había que añadir los ambientes en los que se había movido. Teniendo en cuenta todo esto, puedo imaginarme cómo debía de ser la mujer en cuestión. Me río cuando leo en alguna publicación que ella le enseñó a Jaime a leer en los labios y que, también, se preocupaba de su dicción y trataba de mejorarla. Una vez que contrajo matri­monio civil con él, se hizo llamar duquesa de Segovia. No es que no la entienda. ¿Cómo iba a pensar ella que su nue­vo matrimonio no era legal a esos efectos? Ella también fue engañada.

Y es que por entonces, a causa del enlace civil entre ellos, celebrado en Innsbruck en 1949, a la familia de Jaime le cayó un incómodo problema encima. No era en absoluto ade­cuado que Charlotte fuera por el mundo haciéndose llamar duquesa de Segovia. Ellos no podían consentirlo, ya que supo-

Page 225: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

m i mi descrédito tou l p.ir.i l.i C . i s . i A mi, estando separa■ Im no se me ocurría utilizar el título porque, sencillamen-ii me parecía fuera de lugar. Esto es algo que ellos no debían . mioc er. Sea como fuere, sé que existió una reunión entre |ii in, mis cuñadas Beatriz y Cristina y también otros tíos y primos de ellos que eran infantes de España en la que se \ leion obligados a resolver quién era, finalmente, la duque­sa de Segovia: la alemana o yo. Decidieron, supongo que muyi mi pesar, que era a mí y no a la cantante a quien corres­pondía dicho título, y así optaron por acatar aquello que, al respecto, la Iglesia Católica y, por tanto, el Gobierno espa- nol reconocían: que nuestro matrimonio era indisoluble, es decir, que yo era la única esposa oficial de Jaime.

Igualmente, el barón Hervé Pinoteau, renombrado legi- umista francés,me siguió considerando a mí como la verda­dera esposa de Jaime. De hecho, cuando el nuevo matrimo­nio se instaló en París, el barón tuvo que ver a Jaime con Irecuencia puesto que ya era duc d ’Anjou , pero nunca trató a ( Charlotte.

Por cierto, Charlotte tenía una hija de una relación ante­rior que, un buen día, pasó a llamarse Borbón. Esto se lo he oído decir a Jaime. Por fortuna, nunca supe nada más de ese ser. Creo que al morir su madre ella desapareció del mapa.

Alguna vez llegué a oír que, viviendo Jaime en París, esta­ba tan necesitado de dinero, tan apremiado, que vendió o empeñó el collar del Toisón de Oro. Podría ser. Yo no lo

Page 226: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

il ii i n< > ni l«» ni* iv i, | >* i" i I ln * lio no i no parece increíble, ni mui lio monos, ion el tipo *lo vhI.i lujosa i|iie,según mis hijos, llevaban él y su nueva esposa. Com o yo no estaba junto a Ja i­me, prefiero 110 opinar acerca de esta actitud. No soy quien para juzgar. Sí es cierto que debió ser algo más que un rumor ya que, segúiTafirmaban, fue Areilza, entonces embajador de España en París, quien una vez avisado de lo ocurrido se encargó de recuperar el Toisón.

En cualquier caso debo afirmar que, a pesar de nuestro abismal desencuentro como matrimonio,yo al igual que Cris­ta siempre consideré que Jaime, con todos sus defectos — que no eran pocos— , en su fuero interno era el mejor de todos los hermanos: un poco infantil pero, sin lugar a dudas, también el más bondadoso. En su familia era conocido como «El Sere­nísimo». Le llamaban así por su carácter pacífico. Era un hom­bre que, con la edad, pasó a llevar una vida más tranquila.Tam- bién sé que, ya en su madurez, bebía mucho menos que cuando vivíamos juntos. Naturalmente, al no salir de noche sus hora­rios eran más normales. Madrugaba y paseaba con sus perros, a los que siempre profesó un profundo cariño.

«$• 4 * 4 *

Aquel segundo matrimonio de Jaime con Charlotte fue, verdaderamente, un desatino. Aunque no puedo ocultar que el mío, si cabe, resultó aún peor. M i segundo marido, el ita­liano Antonio Sozzani, era un hombre inteligente, agente de Bolsa, que trabajaba en un prestigioso banco con total dedicación. Me casé con él en 1949 y mantuve la ilusión y

Page 227: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

111 '.peranza con respecto .1 su pcisoiu di 11.inte un corlo esp.i■ i<* «U tiempo. Lo cierto es que jamás debí dar aquel paso, I" lo ¡me sentía tan desesperada y tan sola!

( onocí a Antonio en Lausanne, cuando viví allí duran-ii l.i guerra. Él es de M ilán. Eso sí, quiero aclarar que es u ti lindamente falso lo que se ha escrito sobre cuándo nos t uiioc irnos. Fue en Suiza, insisto, y no en R om a mientras \ iví.i con Jaime. Estuvimos juntos muchos años; más de los que deberíamos haber estado. En mi familia política sentó muy mal que me volviera a casar, pero mentiría si no afir-111.11.1 con rotundidad que, después de semejante experien- . 1.1. mis cuñados mantuvieron conmigo una relación cari­no-.,1 y afectiva.

Mi error, desde luego, fue inmenso. La equivocación de 1111 vida. De haber sido algo más experimentada, me habría . I.ulo cuenta enseguida cié que ese matrimonio resultaba inne- 1 esario y que, para mí, era mucho mejor tenerlo como aman­te Nunca tendría que haber ligado mi vida a la suya de mane-1.1 oficial. Cuando alguien es tan joven como yo lo era, la ingenuidad o la necesidad de creer que todavía una tiene . Inveho a ser feliz me traicionó. Además, él se comportó muy mal conmigo. ¡Qué mala suerte he tenido en el amor! Tam- bién a él le perdían las mujeres. Siempre la misma historia. I )e alguna manera me sentí burlada, porque no tenía más ie medio que reconocer que Tonino era muy parecido a Jai­me. Mis hijos, que sentían un gran respeto hacia mí, lo acep­taron; pero no así Jaime, que de pronto se presentaba en casa y provocaba escenas muy desagradables. Son escasísimos los buenos recuerdos que conservo de aquella época. Por eso creo que no merece la pena rememorarla.

Page 228: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

En general,Tonino se llevó bien i on mis hijos y entre ellos mantuvieron una buena relación. Un día fui a ver a Sozzani padre y le dije todo lo que tenía que decirle. Él me respondió que, b^jo ningún concepto, aprobaba la forma en que su hijo me trataba.Yo callaba. Al parecer sabía muchas cosas por su hija, la hermana de Tonino, que me quería mucho. También tenía un hermano muy simpático y muy deportista. El no lo era. En realidad era un cobarde. Y «vivir con un cobarde es horrible.

Los cobardes, irremediablemente, ponen por delante a

todo el mundo y ellos, just in case, se mantienen lejos de la zona de todo conflicto, sin correr el menor riesgo. Yo creo que si no me hubiera sentido tan sola y desesperada con Jai­me, no me habría fijado en una persona como Tonino. No estoy tratando de justificarme y, menos aún, de pasar por virtuosa. Sencillamente reconozco que me enamoré de un hombre de muy poca valía. De ahí que, al principio, la rela­ción funcionara bien, pero el amor, si es que lo hubo, duró poco. Menos incluso de lo que suele durar, a pesar de que éste sea, en sí mismo, tan efímero. ¡Lástima que no hubiera conocido a otro hombre, al menos mejor que Jaime! Ahora Tonino y yo no nos vemos, pero mantenemos cierta relación aunque lejana. En Navidad me envió unas rosas. Le llamé para agradecerle su gesto y se quejó porque tenía gripe. Siem­pre fue muy hipocondríaco. En la actualidad mantiene una relación para estar acompañado. Todos sus familiares próxi­mos, que lo soportaban, han muerto.Y él, al parecer, está inca­pacitado para vivir solo.

Page 229: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Yo, por el contrario, prclien m ,i ai . >11 .............11.«• i.«.11 ■. ■ -

. ni- paro a pensar creo,con toda sim n id.ul, nunc .1 tuve h ilusión de encontrar al hombre- de mi villa. Y es que eso n o es sino una vana pretensión. Son muy pocos los hom - Imi-n valiosos que existen. Otra cosa es que una sienta nece- sid.itI ile tener a su lado a alguien que le ayude; alguien que* ■ insiga o se invente para ti ese calor que todo el mundo bus-

✓1 1 para afrontar la existencia. El no me ayudó en absoluto. Al final era yo quien tenía que inventarme esa fortaleza micrior que no siempre me sobraba para ayudarle a él.Toni­n o tenía la cabeza llena de posibles finanzas y cifras con las .liir hacía cábalas para conseguir que el banco ejecutara todo upo de negocios rentables. Pero eso no sirve para la vida.Y, menos aún, para el amor.

Fue él quien quiso separarse. Lo hicimos legalmente y no sólo de hecho, como se ha afirmado. U n prestigioso aboga­do gestionó nuestra separación y me sentí francamente ali­viada cuando aquella historia terminó. «¡Al fin sola!», pensa­ba yo, a pesar de todo.

Mis hijos no sufrieron ningún tipo de trauma por la nue­va situación, ya que siempre estuvieron junto a mí. Yo por aquel entonces, y por pura lógica, no comulgaba, pero lle­vaba a los chicos siempre a misa en Navidad, en Pascua y cualquier domingo que se encontraran conmigo.

Sé que la reina Victoria Eugenia se enfadó mucho con­migo y, con su mentalidad, puedo llegar a entenderla: Jaime y yo, como pareja, volvíamos a ser el punto de mira de mucha gente. También sé que Fernando Mora, tan cercano a ella, me defendió todo lo que pudo y más. Con el resto de la fami­lia, mi separación no supuso ningún problema. Hubo perso-

Page 230: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

n.is que mi i i pui.nuil l.i iln imoii il<' lucer pública mi segun- da separación como un gesto di- valentía. Para mí se trató, sim­plemente, de enmendar un grave error que no debería haber­se producido jamás; de una actitud nada gratificante y sí muy gratuita. De haber sabido que la historia se repetiría...

A veces me pregunto la razón por la que las cosas impor­tantes de la vida se aprenden tan tarde.Tal vez ya no valdría la pena ni siquiera conocerlas pero... Para lograr una con­vivencia cuando menos agradable, considero imprescindibles dos cosas: la inteligencia y la buena educación, que en rea­lidad van juntas. N o me refiero para nada a la pasión, sino a la convivencia. La pasión la imagino como un imán, aunque es un sentimiento del que no me es fácil opinar porque jamáslo he sentido. Sí he creído estar enamorada, pero el amor dura muy poco.Y, según dicen quienes la han vivido, la pasión dura incluso menos. A ló mejor se trata de ese minuto de gloria al que, sin saberlo siquiera, todos aspiramos.

Al ser yo católica practicante, tampoco para mi concien­cia fue válido mi segundo matrimonio. Por tanto no me que­da más remedio que reconocer que conviví de hecho con Tonino. Me parece una idea horrible, porque mis principios morales siempre me han impedido algo así y yo, aun siendo consciente de ello, los pasé por alto. Las dos convivencias que con distintos hombres he mantenido no resultaron ser nada fáciles. Ahora bien, creo que en una pareja lo fundamental es mantener la amistad y el respeto, que es lo último que debe

Page 231: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

perderse. Mientras estuve con lóm no lirnub.i iuui .miente m ino Emanuela, no com o So/zan i. lam poco utilizaba, . orno es lógico, el ducado de Segovia.

Es cuando menos curioso ir descubriendo que son bas- i.mtes los historiadores españoles que dan por hecho cosas que acontecieron entre Jaime y yo que, en realidad, nunca tuvieron lugar y que ponen en su boca palabras que jamás llegó a decir. Para ellos yo soy una desconocida, pero lo encuentro normal. N o tanto así que se inventen aspectos de mi persona o que saquen apresuradas conclusiones que, como es obvio, no me favorecen. En fin, que me presentan de una manera que no es la mejor si mi intención fuera granjear­me la simpatía de la gente,y menos todavía si tratara de hacer .imigos. De todos modos, y no siendo agradable que a unal.i pinten tan mal, puedo decir que tengo una suerte: a mi edad, los amigos que conservo lo son para siempre y nada me importa el qué dirán.

Page 232: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 233: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

/ ?( J\\ el año 1954, Alfonso y Gonzalo se fueron a estudiar

i I sp.ma. Su primo Juan Carlos ya estaba formándose allí des- di 1948. C om o antes he dicho, a mí también me habría i'it.i.ulo que se hubieran ido un poco antes, pero sin saber I 'ii 11 por qué, cuando me interesaba por este asunto tan impor- i.mic.me iban dando largas. De este modo, su traslado a Espa- n.t se fue retrasando sine die.

Por extraño que parezca, aún no sé si el responsable di esa tardanza fue mi cuñado Juan o el generalísimo Fran- i o Un día le pregunté a Juan cuál era el motivo que im pe- ilia que mis dos hijos fuesen a Madrid a estudiar y él, m uy• ' iio, me contestó: «No tenemos por qué deberle favor ili'.uno a Franco.» Guardé silencio, desconcertada, pero i nseguida pensé que su reacción era, como mínimo, poco• lat a. Según se había comentado en la familia, Franco había pedido al conde de Barcelona que perm itiera a Juanito »siudiar y formarse en España, y ésta era la razón por la• 111 c mi sobrino ya estaba en Madrid. ¿Por qué no podían, entonces, ir también mis hijos? N o lo sé. Lo cierto es que, pasado un tiempo desde esta breve conversación mante­nida con mi cuñado, fue él mismo quien me dijo que Fran-

Page 234: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

,. i i jui'i Ki i|in A11.. 11 >. • . < .<>u/,ilo si* trasladaran a vivir .1 l.sp.m.i

Al luí 1111 deseo y i*l di* mis hijos se cumplía. Esta noti­cia fue muy positiva para nosotros. La organización, la mera intendencia necesaria para vivir fuera de casa no me pare­ció nunca un problema. Alfonso y Gonzalo eran dos chicos que, desde pequeños, estaban acostumbrados a hacer las cosas solos. Esta capacidad de autonomía, en lugar de mantener conmigo una relación de dependencia, fue otra de las cosas buenas que el internado les había proporcionado.

El otro aspecto, el de sus relaciones sociales, me inquie­taba menos todavía. Sus amigos nunca me preocuparon nada, ya que pensaba que estaban muy preparados para saber ele­gir y, en general, así fue. Por el contrario, en los amores pare­ce que ninguno de los dos fue capaz de encontrar a alguien que mereciese la pena, sino más bien todo lo contrario. Yo sabía que mi capacidad de intervenir en esta cuestión, como le ocurre a casi todas las madres, era limitadísima. Com o bue­nos Borbones, vivieron fascinados por las mujeres. Nunca fui informada de sus andanzas en el preciso momento en el que éstas se producían y, más tarde, me enteré de muchos de sus amoríos que, por suerte, no llegaron a cuajar.

N o es mi intención tratar de demostrar que mis hijos eran hombres mejores que los demás. No. Ellos, como muchos otros, utilizarían a las mujeres cuando les interesara o, quién sabe, si acaso queriendo creer que estaban enamorados de ellas. Pienso que son muchas las veces en las que una perso­na cree estar enamorada. Se trata de una necesidad emocio­nal y afectiva. Recuerdo ahora una bellísima canción de Jean Gabin que, con el fondo de Las hojas muertas, él va reci-

Page 235: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I,nulo: «/c sais. MaintenatU je \<n\ I r join i/mí'/i/u’hn i*.»*<■■ aiiin 11Ion in 's beau.» ¡Q ué romántico!

Así, en su día me enteré de que mis hijos salían con artis- i r. ilr cine, con modelos, con presentadoras de televisión... Imagino que con todas aquellas que pudieran siempre y cuan-■ Ii • las encontrasen guapas o atractivas. Pero esto a mí no me importaba nada; es más, lo encontraba normal y sano. Más que sus aventuras, lo que me interesaba era que triunfara la n nsaiez a la hora de decidir su matrimonio. Pero tampoco i hU- asunto les salió bien. Si he de ser sincera, reconozco que ello significó un gran dolor en mi vida. Les he visto sufrir por amor y yo sufría con ellos, porque me parece algo terri- Ur. Ninguno de los dos acertó cuando dio el paso y contrajo m.urimonio.A mí me costó mucho asumirlo.Yo, como cual­quier madre, quería para ellos lo mejor. Sólo Gonzalo pasó Ii*s últimos años de su vida tranquilo y sosegado, una vez casa-■ lii con Emanuela Patrolongo. ¡Por fin una señora!

Volviendo al traslado de mis hijos a España, no sé a cien-i ia cierta quién medió ante Franco o si fue una decisión suya personal. Supongo que Juan, si me hubiera podido ayudar, no lo hubiera hecho.

Ya he contado antes que cuando llegaron a España se fue- ion, por el plazo de un año, a la Universidad de Deusto, en Bilbao, tal y como se había decidido. Luego, al año siguien­te, continuarían sus estudios en el C o legio Universitario San Pablo-CEU de Madrid. Durante el año académico que

Page 236: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ambos vivieron en Deusto, Alfonso cursó Derecho — carre­ra que luego acabaría en Madrid— y Gonzalo decidió hacer Ciencias Físicas, aunque enseguida comprobó que era una carrera demasiado dura para él. Hubiera podido elegir algu­na otra más fácil y, a la vez, más útil. Pero éste era otro dato que confirmaría mis temores respecto a mi hijo menor y los estudios: me daría problemas, porque era un chico vago.

En cuanto a la Universidad, se sentían contentos en Bil­bao, pero 110 así en lo que concernía a sus relaciones socia­les. Al parecer, y según decían ellos, los vascos eran gente muy cerrada y, por tanto, les resultaba casi imposible entablar amis­tad con sus compañeros de curso. Por ello, los fines de sema­na se encontraban los dos mano a mano y sin nada que hacer.

I Hirante aquel primer curso académico me llegó algún comentario al que yo me negué a darle más categoría quel.i de puro y duro chisme. N o hay que olvidar que nunca falta un alma caritativa o una «íntima amiga» que te hace saber cosas horribles: me decían que, al tener mi cuñado Juan noti­cia de que mis hijos habían sido reclamados por Franco, y que estudiarían en Bilbao, había pasado un recado a través de algunos de sus fieles, indicando a sus seguidores en esta ciu­dad y alrededores que no trataran a Alfonso y a Gonzalo, que no los recibieran en sus casas y que, en una palabra, los ignoraran.

Sinceramente, no lo creí. N o me parecía posible imagi­nar a alguien capaz de una mezquindad de estas dimensio­nes y, la verdad, me quedé pasmada, otra vez más, por la male­dicencia de la gente, que parece divertirse creando mal am­biente en el seno de las familias. Pasaron muchos años hasta que tuve la ocasión de leer esta historia en el ya citado libro

Page 237: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

J( un renombrado historiador español,Juan Balansó,recien- it-meiite fallecido. Com o es evidente,no podía jurar que esto liu ra cierto, pero indudablemente el hombre estaba bien• lo* u mentado. Decía así: «Enterada de ello la Reina VictoriaI tigenia, tiene que llamar al Conde de Ruiseñada, Jefe deii ( .isa y hombre de su íntima confianza, para que encar­

gue que alguna familia importante, com o los marqueses de Ai riluce deYbarra,les haga caso.»

A pesar del tiempo transcurrido, recuerdo esto como si hubiera sucedido ayer. Fue uno de esos momentos en los que. ton el único y exclusivo fin de transmitir mi m á s L i j a n t e

indignación, me quedé muda y guardé silencio durante m e s e s .

|u;in había muerto ya, pero una piensa que en teoría podría desahogarle elevar su queja a los más allegados, como po­dían ser mis cuñadas María o Crista, al menos en calidad de mugas. N o fue así. Ese desahogo sería muy corto compara­do con el profundo dolor que me habían causado. N o había palabras para expresarlo.

Más tarde me enteraría de que fueron muchas las dudas que albergó el Caudillo entre Juanito y Alfonso para nom- hr.ir a uno de ellos sucesor a título de Rey. Esto explicaría el desafecto de Juan hacia mis hijos y tantas otras cosas. Com o lodo el mundo sabe, Franco, debido a sus malas relaciones > on mi cuñado, dio un salto en la dinastía. Pero luego yo supe que, cuando las tiranteces entre ellos se agudizaban, Franco i omentaba a Carrero Blanco:«No te preocupes. Si lo dejuan ( .irlos 110 se arregla, tenemos ahí a su primo que es un chi-■ o inteligente, discreto y preparado.»

No eran diez iluminados los que en España pensaban que< 1.1 Alfonso, y 110 su primo, quien debía ser coronado. Entre

Page 238: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

sus partidarios se encontraban Kodi iguez deValcárcel, Solís, Nieto Antúnez, Calviño...Todas ellas personas de reconoci­do prestigio en la España de la época. N o se trataba de gen­te partidista que perteneciese a un grupo monárquico. Sus orígenes eran diferentes y, en cambio, sus motivos para defen­der a Alfonso contundentes y sin fisuras: Solís fue uno de los hombres clave de Franco; Rodríguez deValcárcel, presi­dente de las Cortes y del Consejo del Reino; y Nieto Antú­nez, ministro de Marina y hombre muy próximo a El Par­do. En Madrid, Solís dirigía un nutrido grupo de personas afines a mi hijo mayor; en Barcelona lo haría Mariano Cal­viño, prestigioso abogado y gran entusiasta de Alfonso.

Tampoco tenía a nadie con quien comentar el ostracis­mo al que mis hijos eran condenados. M i madre, mi abuela y mis tíos habían muerto. Los chicos se enteraron, como es normal, de la maniobra de Juan. Sabían que no les quería. Mucho tiempo después, siendo Alfonso embajador de Espa­ña en Estocolmo, Crista le visitó y le dijo que el R ey había cometido una injusticia dejando a Juan una cantidad de dine­ro enorme en comparación con el resto de sus hijos; según su parecer, a Jaime debería haberle dejado en mejor posi­ción económica que a Beatriz y a ella misma, después de todas las promesas que le había hecho con el fin de que renun­ciara debido a su incapacidad. Lo cierto es que la herencia que el R ey dejó a los tres fue de la misma cuantía. Crista, como ya he contado, decía siempre todo aquello que se le pasaba por la cabeza y, además, quería mucho a Alfonso.

Una vez, estando yo en una clínica de Madrid recién ope­rada de un tumor benigno, Crista vino a visitarme y, cuando iba a abandonar mi habitación, le pregunté: «¿Por qué Juan

Page 239: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tit.iltr.n.i a mis hijos?» Lilla no me contestó y abandonó l.i csun• i i < 1 1 silencio. ¿Qué podía decirme? ¿Q ué más podía decirh v> >•' C 'orno vivía de sorpresa en sorpresa y me costaba mucho..... i las cosas claras, me callaba para no enredar o crear pro-I'kmas familiares que, en cualquier caso, consideraba gratui- i" Por un lado, confiaba mucho en Alfonso, en su sentido de l.t responsabilidad y de servicio, lo que finalmente no le pro-• Iii)o más que disgustos y malos ratos. Por otro, era el general11 meo y sólo él quien tenía en su mano la posibilidad de optar. Itii'ir pensado, ¿qué alternativa tenía yo, qué podía hacer? No lie sido más que una espectadora en la sombra.

Era evidente que Juan no trataba a mis hijos de manera adecuada, que no era nada cariñoso con ellos. Una muestra más de las difíciles relaciones entre ellos y su tío son las invi- iaciones que recibieron en agosto de 1972, estando Alfonso casado y siendo aún embajador en Estocolmo, con motivo ilel enlace entre M argot — la encantadora hija de Juan y María— y Carlos Zurita en Estoril. Por su fuerza testimo­nial, reproduzco literalmente las cartas que ellos, en respues­ta, hicieron llegar a su tío Juan.

Estocolmo, 26 de septiembre de 1912

Querido Tío Juan:

Antes de escribirte esta carta he pensado mucho, y muchas veces, si debía hacerlo y en qué extensión y cotí cuál tono. Razo-

Page 240: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ncs hay de mi ht,i, )> l,i \ cono tes, juiui i juc cotí justicia pueda que

jarme del trato que a lo largo de los anos de ti liemos recibido.

Había llegado a abrigar la esperanza de que el tiempo y

mi actitud habrían de llevar a tu ánimo la necesaria serenidad

de especificar una conducta y proceder que tanto daño y doloi

nos ha causado. Pero un hecho reciente ha venido a demos­

trarme que estaba — en mi vana esperanza— equivocado.

Con motivo de la boda de tu hija y prima hermana mío

Margarita has acordado invitar a la ceremonia de su enlace al

«Exmo. Embajador de España en Estocolmo y Señora». Evi­

dentemente no ha sido, en esta ocasión tampoco, un error de tu

Secretaría. Tiempo ha pasado y suficiente para rectificar, si hubie­

ra habido voluntad de ello por tu parte. Pero no ha sido así.

Bien es verdad que el tratamiento de embajador me corres­

ponde y lo tengo a gran honra y alta estima, pues si otros

títulos ostento por derecho de sangre, este de Embajador me

viene por haber merecido la confianza de representar a Espa­

ña. Sin embargo, lo natural— pero tú no lo has querido así— es que a tan grato acontecimiento familiar fuera invitado tu

sobrino S .A .R . el Príncipe Don Alfonso de Borbón, primo­

génito de tu hermano mayor, que es el Je fe de la Casa de

Borbón, y primo hermano del futuro Rey de España y de la

contrayente. Por el contrario, lo que no se me alcanza es qué

tenga que hacer el Embajador de España en Estocolmo en

tan fe liz acontecimiento.

En tu memoria debe estar una no lejana serie de artícu­

los de un diario de la mañana madrileño, que te es particu­

larmente afecto, y donde se ha dicho que yo había rechazado

una invitación por no venir encimada con el tratamiento que me es debido.

Page 241: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Un aquella ocasión no era cierto, pero sí lo será realmente

i i i esta. A pesar de tu injusta actitud hubiera asistido con

alegría a la boda de Margot no sólo por el verdadero y entra­

ñable afecto que a ella tengo, sino también para mantener, al

menos cara al exterior, esa tan necesaria sensación de unidad

fam iliar— tan importante siempre en todas las familias y

más para la nuestra en la España de hoy— pero que tú pare­

ce no has querido o sabido valorar como es debido.

Hubiéramos asistido, repito, no sólo por la alegría de estar

con Margot ese día, sino porque en mi conciencia rendiría así

un tributo más a esa unidad familiar que no he quebrantado

nunca.

S i me hubieras invitado como a un familiar habría acudi­

do porque mi asistencia estaría justificada en esos lazos fami­

liares y por todos comprendida, pero el Embajador de España

en Estocolmo debe permanecer en su puesto en una fecha tan

señalada y gloriosa para nuestro país como es el día de la

Hispanidad.

Y perdóname que sea extenso y reiterativo. Pero quizás

sea ésta la última vez que considere ante ti este tema.

De nada valen subterfugios, ni maniobras privadas o argu­

cias periodísticas. E l título y tratamiento que me son debidos

los ostento por derecho de sangre y nacimiento y no me pue­

den ser quitados por persona alguna. Están por encima de tu

voluntad y ¡a mía pues son herencia directa de la sangre de nues­

tros Antepasados y de nuestra Historia. Han llegado a mí por

mandato imprescriptible de la sangre y debo guardarlos y defen­

derlos como diligente depositario para transmitirlos a mis hijos.

Y sobre esto no puedo transigir ni guardar silencio ante

ti. Los títulos y tratamientos que me corresponden a través de

Page 242: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iniii misma uingie, qm i l,i tuya, iii eres el menos llamado ti

negarlos, listo es aún niih inexplicable trinándose de los hijos

de tu hermano mayor al que, de paso sea dicho, por la opor­

tunidad del momento histórico y de su enferme lad, debes no

sólo tu posición sino una herencia por demás importante.

En fin , prefiero poner punto final aquí y no dejar que el

doloroso anecdotario que al principio quise olvidar se impon­

ga a mi voluntad.

Por todo ello espero comprendas que, en esta ocasión y

dadas las circunstancias que tú has querido, nos veamos obli­

gados a estar ausentes de tan grato acontecimiento familiar y

con un abrazo muy fuerte para Tía María te ruego transmitas

a los futuros esposos el ferviente deseo de Felicidad que para ellos formulamos Carmen y tu sobrino.

Alfonso

La carta de Gonzalo, fechada dos días después, el 28 de ptiembre de 1972, decía así:

Querido Tío Juan:

He recibido hace algún tiempo tu invitación para la boda

de Margot; para la que deseo la mayor felicidad.

No puedo ocultarte mi tristeza en ver cómo no dejas en

querer desconocer el tratamiento que por nacimiento y sangre

nos corresponde; y en este sentido ratifico el contenido de la car­

ta que sé que mi hermano Alfonso te ha dirigido.

Creo sin embargo, mi deber, demostrar ante el pueblo Espa­

ñol que nuestra familia sigue manteniendo su unidad aun des­

pués del fallecimiento de Gangan (q.e.pd.) cuya vida nada

Page 243: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

fácil por cierto, luí sido para todos un ejemplo que no podemos

ni debemos nunca olvidar. Por eso, quiero a pesar de todo,

estar presente en este día de felicidad para todos, especialmen­te para Margot, esperando, por lo menos, que en la ceremonia

podré ocupar el puesto que me corresponde como primo her­

mano de la novia.

Un abrazo muy afectuoso para todos,

Gonzalo

I lubo personas que comentaban que el carácter de Juan t .imbió mucho a la muerte de su hijo Alfonso, conocido faini- li.it mente como Alfonsito, en marzo de 1956. Com o es sabi- (!< >, ésta le sobrevino a causa de un accidente.Juanito se encon- Ir.iba de vacaciones de Pascua en Estoril y disparó con una pistola a su hermano pequeño, de quince años de edad, cre- s endo que ésta estaba descargada. Por desgracia, había una bala ni la recámara. ¡Una cosa espantosa! No menos espantoso me parece lo que, según se dice, Juan obligó a hacer, acto segui­do, ,1 su hijo mayor. Aseguran que le pidió que jurase que no l< > había hecho a propósito. Esto lo he leído, pero me parece demasiado horrible para creerlo. ¿Quién podría pensar en una• i >s.t semejante? A mí, la verdad, me resulta totalmente increí­ble. Ahora, también hay que tener presente algo que yo, con f.i.m facilidad, tiendo a olvidar: los españoles son, a veces, demasiado directos. Este es un hecho innegable que no meli.i dejado de sorprender a lo largo de mi vida.

De lo que tengo certeza,ya que fui testigo presenciales de la reacción, en mi opinión extraña, de Juanito. Podría ser, sin duda, un claro ejemplo de las actitudes, cuando menos

Page 244: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

primarias, que siempre me lun sorprendido en algunos miem bros de la familia de Jaime: pretendía evadirse y olvidar.

De pronto todos hablaban, todos comentaban... Parecía que el pacto de discreción mantenido en Suiza había que­dado sólo pendiente de un hilo. Me dijeron que Alfonsito era más inteligente que su hermano mayor y feo como su madre. Bueno, mi cuñada tenía una piel maravillosa y unas manos muy bonitas; tampoco sus ojos eran feos, pero el res­to ... Fue después de la desgracia cuando Jaime exigió que se investigara el caso a fondo ya que él, como jefe de la Casa de Borbón, no podía aceptar que aspirara al trono de Espa­ña quien 110 había sabido asumir sus responsabilidades.

4 » 4 **1*•

Los distanciamientos y reencuentros entre Jaime y Juan se sucedían con una facilidad pasmosa. De hecho, hubo un momento en el que yo no veía a Jaime, pero únicamente por la forma en que Juan nos trataba a mí y a mis hijos — su antipatía hacia nosotros solía ser de moderada a máxima— podía yo saber si, en aquel momento, eran amigos o si el mal genio de ambos había superado los buenos propósitos tras la última discusión.

Cuando Jaime quiso que se investigara a fondo la irres­ponsabilidad de Juanito, era obvio que la relación entre los hermanos atravesaba una profunda crisis; de otro m odo,Jai­me hubiera sido incapaz de meter el dedo en la llaga. Pero, a pesar de estar enfadado y mencionar la posible negligen­cia de su sobrino, lo que Jaime nunca puso en duda fue la

Page 245: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

In>urstidad del muchaclio. imriili.r. >|im*, sej-un t wont.m mi

|‘ i< Iic si lo hizo. No es que con esl.i hipótesis yo trate de .1' li-uder la actitud de Jaime. No. En mi opinión, no habría .1. bulo pedir nada. N o era momento de investigar y, mucho turnos,algo tan doloroso como peregrino.Ya he repetido que iicmpre he tratado, con todas mis fuerzas, de que la política in» enredara la vida de mis hijos. Por esta razón,dada la edad I. Juanito — dieciocho años— cuando todo esto sucedió,

un debería haberse permitido convertir tan triste suceso en mi arma arrojadiza entre los dos hermanos. N o me cansaré ile ilecir que, para m í,Juan Carlos es un niño grande. C ari­nóse), simpático y poco sensible.

Pero no es la hora del rencor. M i intención no es la de s.u ar trapos sucios ni enemistarme con nadie. Por desgracia, V.i lo perdí todo o, al menos, aquello que, de verdad, me impor- t.iba: mi abuela, mi madre, mi hermana, Alfonso, Gonzalo y, también, mi nieto mayor. Soy una persona de mucha edad; ya no tengo nada que perder. Es mi nieto Luis Alfonso todo lo que me queda en este mundo.

Aunque algunos puedan decir que las cosas sucedieron de otra manera, yo las viví tal y como las cuento. Quiero dejar claro antes de proseguir que, si alguien ve en estas memo­rias el espantoso odio que siempre conlleva un ajuste de cuen­tas, estaría muy equivocado. Sólo pretendo dar mi testimo­nio, tan subjetivo como el de cualquier otra persona. N i más ni menos. Mi humilde pretensión es, insisto en ello, dejar

Page 246: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ini verdad ,il hijo ilc un hijo, .1 quien por razones de lejanía apenas trato, pero sin embargo quiero: 1111 nieto Luis Alfon ­so de Borbón.

Me impresiona pensar en todas las vueltas que da la vida. ¿Quién iba a decir que, después de todo lo que Juan manio­bró, nunca reinaría en España? El secretario personal de Juan, Ramón Padilla, y Juan Luis Rocamora, que no me gustaba nada porque continuamente se iba de juerga con Jaime y Juan, estaban todo el día con este último. Como Juan habla­ba mal de Franco en público, pienso que sus comentarios acababan por llegar a oídos del General. Alguien me dijo una vez que Ramón Padilla* no lo habría hecho nunca, pero tal vez Rocamora... No.es que hubiera dado cuenta de estos comentarios de Juan de manera directa, sino posiblemente ante otras personas.Y no nos engañemos: los chismes corren y han corrido siempre como un reguero de pólvora.

Yo sé que mi cuñado quería mucho a Ramón Padilla. Me consta que fue un diplomático prestigioso. Ahora, tam­bién sé — y era ésa la razón por la que le cogí manía— que estaba siempre de juerga con ellos. Y es que no era sólo un reconocido profesional, sino al mismo tiempo un codiciado soltero. Los tres compartían los mismos gustos: el alcohol y las mujeres. Nada tiene que ver con Padilla porque nadie pudo nunca dudar de su honestidad, pero si hay una figura de la que yo siempre he desconfiado totalmente, es la de los consejeros.Yo creo que tras una cara amable, en muchas oca-

Page 247: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

*|.liles,suelen esconderse lioinlm • ilr tm.i ilinnt.ul.i .iml>u ióii

1111. . en nombre de la lealtad -virtud que por regla general tliM onocen— , esconden unos intereses personales espu- i ios ¡ Y cuántos fueron los consejeros que tuvieron el Rey, pi micro, y más tarde Juan...! Yo sólo recuerdo alguno.

A Sotomayor, representante de Juan en España, le cono-■ i bien porque venía a ver al R ey y, con sinceridad, me ins- I'ii.iba una gran simpatía. Pei'o yo siempre lo encontré muy111 voló para ser su consejero. También lo fueron Gil-RoblesV C alvo-Sotelo. Los consejeros cambiaban mucho; de pron­to uno se iba y venía otro. Eran incontables todos los que, en un solo mes, podían pasar por Roma.

Considero que una de las cosas más difíciles del mundo es saber rodearse de las personas adecuadas. Muchas veces lie pensado que Juan estuvo muy mal aconsejado. Si hubie­se permanecido quieto, tranquilo y callado, puede que Fran- ( o lo hubiera llamado para que se hiciera cargo de la monar­quía en España. Habría sido lo lógico y, de este modo, en vez de una instauración quién sabe si hubiera podido ser una restauración lo que se llevara a cabo. Sin embargo,su acti­tud ante el Caudillo era la de oponerse a esto y a lo otro pen­sando, seguramente, que tenía la sartén por el mango. No i reo que ni él ni sus consejeros fueran capaces de darse cuen­ta de que Franco era mucho Franco, además de militar, con lodo lo que esto implica.

Nunca hablé con el Caudillo de mis hijos. Con Juan lo hice en contadas ocasiones y, prácticamente en todas ellas, no saca­mos a colación más que asuntos triviales. Cuando estuvieron ya en el San Pablo, pensé que el Generalísimo les mantenía como reserva. Él, de cara a Juan y a Juanito, jugó sus cartas y

Page 248: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

consiguió ponerlos muy nerviosos.Yo mine a me ocupé de los asuntos relacionados con la política y, además, sabía que mis hijos no tenían nada que hacer. Pero si la gente no hubiera esta­do al quite con el fin de situarse junto al ganador en el último momento, mi hijo hubiera podido tener los partidarios sufi­cientes como para ser considerado una alternativa seria frente a su primo, como de hecho lo fue durante mucho tiempo.

Como se puede comprobar por unas cosas y otras, nada estaba claro: ni el derecho al trono, ni la primogenitura, ni las relaciones de Juan y Jaime ni, por supuesto, la de Juan con mis hijos. Este ambiente de continua duda que se cer- nió sobre varios miembros de la familia Borbón a la muer­te del rey don Alfonso XIII no ayudaba, evidentemente, a procurar ninguna tranquilidad. Muy por el contrario,los ner­vios de unos y otros estaban a flor de piel. Y es que no se trató solamente de una lucha por el poder, sino de una silen­ciosa contienda en la que el amor propio o la dignidad heri­da eran algo mucho más importante todavía.

Las relaciones entre los miembros de la familia se redu­cían a desamores y desencuentros. ¡Cuántas veces he pen­sado que hubiera dado todo a cambio de no vivir aquel horror! Insisto en que a mí personalmente nada de todo ello me importaba, pero ¿qué madre no sufre cuando lo hacen sus hijos? Era Alfonso quien lo pasaba peor y, a la vez, quien guardaba las formas, como su educación se lo exigía, hasta límites extremos.Y eso para luego morir así, de aquella trá-

Page 249: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i ’ 11 i manera, con apenas i m< ueiu.i \ <i< >•. .un >•,. ,i< -.| >t i« <i>

lubei sido abandonado poi su mujer y de haber perdido

un hijo.I .n los pasaportes que les fueron expedidos en España,

I i .meo había exigido que constara S.A .R . antes de los nom- I<ies de pila de cada uno de ellos. De este modo, parece que reconocía su condición de príncipes reales.Yo sé que el ( ¡eneralísimo valoraba en Alfonso su cultura y su patrio- iismo. Me consta que, para él, mi hijo fue «la otra alterna- i iva». Tanto es así que dejó a algún miembro importante tic su Gobierno, como Solís y algún otro, junto a Alfonso. I .i actitud de Juan me daba pie a pensar que temía que Fran- i o cambiara su decisión.También a mí, en aquellos momen- los, hubo gente que trató, por si acaso, de cortejarme. Pero yo no estaba por la labor de permitírselo. Como antes decía, encuentro que el género humano es execrable en general y los hombres, por su orgullo y desmedida ambición, en particular.

Franco, como dictador que era, quería que el país se rigie­ra según su criterio tanto en el presente como en el futuro. Pienso que, más pronto o más tarde, se percató de que esto no sería posible de conseguir teniendo a Juan como here­dero. Creo que pensó, sin embargo, que Juanito, por quien según cuentan sentía un gran cariño, sí seguiría sus pasos tal y como iba marcándolos para dejar todo, antes de morir, como él consideraba más conveniente. De hecho, Juanito juró las Leyes Fundamentales como condición imprescindible para poder suceder al Caudillo. Pero cuando Franco murió y se convirtió en Rey, hizo lo contrario. Esto lo sabemos todos. Esto es Historia. El se había comprometido, bajo juramen­

Page 250: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

to, a cumplir y hace! i timplu el i onteimlo íntegro de aquel legado, en forma de Leyes fundamentales, que Franco en su momento le había exigido.

Estoy segura de que debió encontrarse presionado al máxi­mo tras la muerte del General y de que viviría un gran con­flicto interior. Muchos encajes de bolillos tuvieron que hacer­se para que se asentase la Transición en España. A mi juicio, se trató de una cuestión tan alambicada que, lo mismo que salió bien, podría haber estallado por los aires y quién sabe si hubiera podido reproducirse el espantoso cuadro de una nueva guerra civil.

Yo, en su caso, creo que hubiera intentado cambiar las cosas con lentitud y no de un plumazo, como al menos pare­ció hacerlo. Ahora bien, también imagino que tal vez eso no fuera posible. Las p.ersonas, muchas veces, no hacemos las cosas como queremos, sino como podemos. De igual manera vivimos como podemos, no como queremos. En un momento determinado, Juan pretendió enviar a su hijo a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, para que prosiguiera allí su formación, y Franco le dijo: «Si lo mandas a Bélgica, nunca será Rey.» Así que no dudó en cancelar aquel proyecto. Yo creo que, en aquellos momentos, Juan estaba convencido de que sería él quien recuperaría la Corona espa­ñola, pero ante tamaña amenaza cambió los planes que tenía para su hijo.

En cuanto a María, mi cuñada, sólo decir que era enton­ces una mujer simpatiquísima, alegre y buena. Más tarde, nos separamos física y emocionalmente. Creo, la verdad, que su matrimonio con Juan fue difícil, aunque lo llevaron con mejor criterio y más tacto que Jaime y yo. En este sen-

Page 251: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

lulo, he de confesar que admiré icnipir l.i lm m.i rn • |it«- lur mu capaces de enfocar su vida en común

Pienso que no debería acabar este complicado capítulo un recordar que, aunque duró poco tiempo, hubo en su día "ira preocupación añadida: también Hugo de Borbón-Par- ma, que se casó con Irene de Holanda en abril de 1964, pensó que podía ser R ey de España. Menos mal que ense­ra lida comprendió que debía retirarse como aspirante. Y asílo hizo.

Page 252: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

JTfá e j <?rv /o y//e re/uce

Page 253: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ex nuera, Carmen Martínez-Bordiíi, nieta pri­mogénita del general Franco, era muy guapa, extrovertida y .ilegre. Alfonso se enamoró de ella como sólo un colegial puede llegar a enamorarse de alguien. Pero esa boda fue planeada por toda esa familia en general. Se trató de una ope­ración que capitaneó el padre de Carmen, el marqués deVilla- verde.

Amigo de mi hijo Alfonso, Cristóbal se había casado en 1950 en el Palacio de £1 Pardo con Carmen Franco Polo, hija única del Caudillo y de su esposa, doña Carmen Polo. Cristóbal, que murió en 1998, era hijo de los condes de Argillo.

Al parecer, era un mal médico pero también un hombre muy simpático, mundano y entretenido. A mí, la verdad, me parecía mucho mejor que su mujer. En cierta ocasión llegó a mis oídos que él le había dado a ella tantos hijos — tuvie­ron siete— para tratar de que le dejara en paz y, así, hacer su propia vida. Comentarios como éstos esconden siempre, por principio, una pequeña o gran dosis de maledicencia, pero a la vez suele existir una parte de verdad. A mí, since­ramente, Carmen Villaverde me parecía una mujer pesadísi­

Page 254: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ma y otras mil cosas no prensa mente halagadoras. Por eso, supongo que para este hombre la convivencia con ella debía de ser un auténtico tormento. Además, lo que pareció siem­pre un hecho que todo el mundo conocía era que a él le gus­taban muchísimo las mujeres.

Villaverde fue un personaje muy controvertido durante muchos años en España.También he oído decir a mucha gen­te que le apodaban «El Yernísimo» debido a sus manejos e intrigas dentro y fuera del Palacio de El Pardo. Se dice que, a pesar de la seriedad y el rigor del Caudillo, él — que era un vividor declarado— se servía de su condición y, como si tuviera bula para hacer lo que le viniera en gana, manejaba España y a los españoles a su antojo.

Era hermano de Andrés, conde de Morata de Jalón, un hombre encantador a quien tuve la suerte de conocer, y de José María, barón de Ootor, quien, según me han comenta­do últimamente, se ha convertido en el «padre de Pocholo». Yo no tengo el gusto de conocer a este chico, pero las noti­cias que me llegan están siempre muy divididas: según unos, se ha convertido en «un auténtico fenómeno mediático» y, según la versión de los otros, se trata de «un insoportable niño de papá».

Ya en serio, y antes de proseguir, quiero dejar claro que todo lo que digo no son más que habladurías, chismes que, quiera una o no, siempre acaban por llegar.Yo sólo me limi­to a comentar lo que he oído. Según parece, el marqués de Villaverde, mi ex consuegro, fue muy criticado durante la lar­ga y penosa agonía de Franco. Se dijo que, al ser médico, le había mantenido en vida con todos los medios artificiales a los que tuvo acceso ya que a él, personalmente, 110 le inte-

Page 255: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

rosaba nada que muriera rl <ln i.uloi A la nu\ • n (-,« nri.il u comportamiento le pareció indigno. Vo, en cambio, debo

reconocer que conmigo fue, entrañable y cariñoso. Tam­bién me consta que para Alfonso fue un suegro estupendo y que lo quiso de verdad. Cuando su hija Carmen abandonó a mi hijo y a los chicos, estuvo un larguísimo periodo de tiempo sin querer tratarla.

4 * *$* 4 *

Como ya he señalado, la boda fue una clara estrategia del padre de Carmen, quien empezaba a estar cansado de los devaneos de esta chica con hombres sin futuro y sin fun­damento. Entonces, con la excusa de asistir en Finlandia a un congreso médico, Cristóbal se hizo acompañar de su mu­jer, de un matrimonio amigo y de su hija mayor. De cami­no decidió visitar Estocolmo, donde Alfonso era entonces embajador de España. Le llamó por teléfono y acabaron alo­jándose todos ellos en la embajada. Fue así como se produ­jo el primer encuentro entre Carmen y Alfonso. Para ser sin­cera, he de decir que comprendo que él quedara prendado de su belleza, divertido con sus ocurrencias y alegre en su compañía.

Carmen había sido antes novia de Jaime Rivera y tam­bién había salido con Fernando de Baviera, a pesar de estar éste casado. Muchas veces lie pensado que, por el contrario, ella no debía de estar enamorada de Alfonso. Creo que, sim­plemente, le pareció una buena boda y se lanzó a contraer matrimonio. Cuando digo «buena boda» me refiero a que

Page 256: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Alfonso cu muy gu.ipo, tmi\ u to y. además, un Borbón. También era bastante mayor que ella: tenía treinta y cinco años, y Carmen, veintiuno.

En un principio a mí me gustó como nuera, pero fue­ron muchos los legitimistas franceses a quienes les disgustó el enlace. Desde un primer momento, llegaron a la conclu­sión de que se trataba de una mujer muy frívola.Yo, la ver­dad, no lo quería ver y pensaba que era probable que los legi­timistas estuvieran equivocados, que seguramente confundían su juventud y su innata alegría con la frivolidad. Pero no trans­currió mucho tiempo hasta que no me quedó más remedio que reconocer que estaban en lo cierto. Su frivolidad se hacía patente cuando estaba tranquilamente en casa, sin verse en la obligación de representar ningún papel de cara a la gale­ría, y sobre todo tras el nacimiento de sus dos hijos. Cada vez más tenía claro que lo que había pretendido su familia al empeñarse en este’matrimonio era centrarla tratando de que olvidara a sus antiguos amores. Su padre, Cristóbal Villa- verdece negó siempre rotundamente a que contrajera matri­monio con «cualquiera».

Mi ex nuera y su madre, Carmen Villaverde, se compor­taban constantemente de una manera muy poco delicada. La forma de actuar de ambas era la de unas personas muy mal educadas. Por el contrario, Carmen Polo, señora de Meirás, era una auténtica dama. La recuerdo correcta y amable.Tam­bién su marido lo era. Franco, en el trato, siempre fue afec­tuoso y cordial conmigo. Hablaba poco, eso es cierto, pero a mí no me molestan las personas silenciosas.

Mi buen amigo el barón Pinoteau le aconsejó a Alfonso que no se casara con Carmen. Pinoteau lo decía porque ella

Page 257: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

rcr.i nieta de Franco y rsto .1 mi lujo, |>oi m.r. que piulii i.i interpretarse al revés, objetivamente no le venía nada bien. Por mi parte, puedo asegurar que, así como yo tuve alguna i luda sobre el asunto, ni él ni Alfonso pensaron por un segun­do que Franco cambiaría su designación.

Cuando pasó lo que pasó, él comentó: «¡Ya se lo había dicho!» Como es natural, no le desaconsejaba el matrimo­nio con Carmen por la personalidad de ella. ¿Quién podía imaginar que tiempo después abandonaría a su marido y a sus hijos? Lo hacía porque, en el fondo, el hecho de casarse c on la nieta del General era algo que, en lugar de beneficiarle, le peijudicaría muchísimo.

La boda de Carmen y Alfonso tuvo lugar el 8 de marzo de 1972 en el Palacio de El Pardo. Fueron más de dos mil las personas invitadas y muy pocas las que faltaron. Se comen­tó que este enlace se había convertido en el acontecimien­to del año en España al que todo el mundo quería asistir. La gente fue muy bien arreglada. Se rogaba en las invitaciones frac y condecoraciones para los hombres y, como es natural, traje largo para las mujeres. La ceremonia fue oficiada por el cardenal Tarancón. No fue el padre de Carmen, marqués de Villaverde,su padrino, sino que por deferencia y cariño cedió su puesto al general Franco.Yo sí fui la madrina. En la capi­lla sólo pudimos acomodarnos los más allegados a los novios y aquellas personas que, por su rango, debían tener su lugar en ella. El resto de los invitados siguió la boda por circuito

Tcerrado de televisión fuera del pequeño templo.

Entre los asistentes se encontraban, entre otros muchos que ya no recuerdo, la Begum Aga Khan, los príncipes de Monaco, Grace y Rainiero, el príncipe Bertil de Suecia...

Page 258: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I .unhu'M I molda M. n i n . . | ..... i i Ii 1 piesidonto de Filipinas,.isí como vanos presidentes hispanoamericanos acompaña­dos de sus esposas.

I 'or supuesto,los entonces príncipes de España —-Juan Car­los y Sofía— estuvieron presentes, aunque no podía decirse que la expresión de sus rostros contagiara alegría.En cualquier caso, pienso que entre Juanito y Alfonso jamás existió una pug- i i , i a nivel personal. Por el contrario, sí que la hubo, ¡ya lo creo!, entre las personas que rodeaban a ambos. Ellos se querían mucho a pesar de todo. El Rey, en su día, le había pedido que apadrinase a su segunda hija,la infanta Cristina. En ese momen­to ya habían sido nombrados herederos al trono.

( ’omprendo que el enlace produjera, en ciertos círcu­los, más nerviosismo del que ya había. Como también dije antes, aunque fuera por un corto espacio de tiempo, pensé que tal vez Franco reconsideraría la decisión que había toma- ilo en cuanto a su sucesor. No creo haber sido original al res­pecto, ya que fuimos'muchos a los que esta posibilidad se nos pasó por la cabeza. Y todos nos equivocamos. Este tipo de cosas podemos hacerlas el común de los mortales y, también, claro está, la Familia Real, pero no los militares.

Mi hijo Alfonso quiso evitar cualquier problema o dar lugar a especulaciones y decidió no ponerse elToisón de Oro que su padre le había otorgado como jefe de la Casa de Morbón. Decidió lucir solamente la Gran Cruz de Isabel la ( atólica, que le había sido concedida por el Gobierno espa­ñol. Esto enfadó mucho a Jaime, tanto que decidió no estar presente en el bautizo de su ahijado y nieto Luis Alfonso.

Sin embargo, y a pesar de lo anterior, Philippe Nourry un prestigioso periodista e hispanista— publicó un artículo

Page 259: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

•i) I r Fígaro, fechado el 20 ilr .ibnl <l< 1972, que ile inane .1 resumida paso a transcribir:

E l Príncipe de España..., tiene otras razones para estar

inquieto. E l matrimonio de su primo hermano Don Alfonso

de Borbón Dampierre con la nieta mayor del Caudillo no es

una simple página de «agenda rosa». Bullen, al menos en el

espíritu de los españoles, las cartas de un juego que se creía defi­

nitivamente cerrado.

Ju a n Carlos, ciertamente, no tiene razón alguna para pensar que el Jefe del Estado español haya soñado jamás al

consentir esta unión matrimonial en apartarlo en provecho de

su «nieto político». Franco es un hombre serio y de esto nadie

duda. Él, además, ha recordado oportunamente— palabra de

doble sentido— «que el Príncipe está sólidamente estableci­

do...». Pero, ¿quién puede en la España de hoy alimentar su

porvenir de certezas absolutas?

En un país donde la Monarquía ya no tiene verdade­

ras raíces y donde el régimen no ha querido «restaurar» la

continuidad dinástica, sino «instaurar» un reino nuevo, here­

dero de la «cruzada nacionalista», el ocupante del Trono pue­

de parecer como fácilmente intercambiable... Todo lo que se

puede decir hoy es que este matrimonio añade un factor de

inquietud inútil a un futuro ya precario... Muchos no deja­

rán de ver ahí, por lo demás, una fatalidad histórica: Espa­

ña ha tenido.siempre dificultades con sus sucesiones...

Page 260: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I .i vii l.i di mi 1111< • A lii iii'ii i en Ii recién estrenada Esspa-ii.i ik'iniM i.itu i mi i 11 < l.i 111 i ii ni* '.i i .11 le sus aristas: estarcido ya casado ion Carmen, liie nombrado presidente del Imsti- tuto de ( ultura I lispániia, trabajo con el que estaba enc;:an- tado. Debía viajar mucho, sobre todo por Hispanoamériica, y en todos estos viajes procuraba tender puentes y compoar- tir los intereses de estos países con los de España, intensan­do c rear unas bases de cooperación más sólidas entre ell los. A mí me explicó en qué consistía su gestión y comprei^ndí enseguida lo gratificante que ésta era y hasta qué punteo le enriquecía a él, humanamente hablando.

Una vez desaparecido el Generalísimo, de pronto, sin aavi- so previo, Alfonso fue destituido de su cargo y Manuel l i r a ­do y Colón de Carvajal, que por entonces presidía la coom- pañía Iberia, se convirtió en su sucesor. Es decir, mi hijo i fue retirado del cargo para que lo ocupara Manuel Prado, arm i- ¡■o de infancia de Juanito, de quien ya por entonces se comeen- taba que, en temas de negocios y dinero, las cosas que haacía no eran del todo transparentes. En la actualidad de todos s es sabido que estuvo involucrado en un asunto relacionado ctron Kío y con un empresario catalán que está en la cárcel,Jav^ier de la Rosa. De todo esto yo tengo una ligera idea porqque leo la prensa española, no porque esté informada a fonde o o conozca a los personajes ni nada parecido.

Alfonso sintió muchísimo su inesperado cese y, para ceol- mo, estuvo dos años sin trabajo. Esto no resultaba fácil de asisu- mir y lo pasó muy mal. No tenía una fortuna personal y < era de su trabajo de lo que mantenía a sus dos hijos.Todo el muun- do conocía este hecho porque él jamás lo ocultó. Ademnás, no sólo era un hombre capaz y responsable, sino que lo hakbía

Page 261: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

demostrado. Por tanto, no eu l.u il micmli i <111< ii.ulie Irluciera una oferta.

Con anterioridad, siendo soltero todavía, había dejado< Lira su valía corno embajador de España en Estocolmo. Allí estuvo muy contento, pero no tanto como en el antiguo Ins­tituto de Cultura Hispánica. Después de aquellos dos años sin oficio ni beneficio, pasó a ocupar un puesto en el Ban­co Exterior de España. No es que se encontrara a disgusto en este trabajo, pero no podía compararse con el anterior. También fue presidente del Comité Olímpico Español entre 1984 y 1987. Como buen deportista, sé que disfrutó en esa etapa.

Pero los vaivenes profesionales no fueron los peores baches para Alfonso durante la Transición. De eso se ocupó la madre de mis nietos. Era tal el grado de su inconsciencia que un día fue capaz de hacer las maletas y abandonar a su marido y a sus dos hijos. Fue justo cuando acababan de mudarse a una nueva casa en Puerta de Hierro. Recuerdo que Alfonso estaba ilusionadísimo con su nuevo hogar y también los niños. Cuando Carmen lo abandonó, lo primero que hizo mi hijo fue hablar con Blanca Romanones, un encanto de persona con quien tenía muchísima confianza. Ella le aconsejó que me lo hiciera saber cuanto antes y así lo hizo. Enseguida tomé un avión a Madrid y me quedé unos cuantos meses con ellos. Me ocupaba de la casa pero, sobre todo, de mis nietos, ya que éstos eran aún muy pequeños; tenían tan sólo siete y cin­co años.

En mi opinión, Alfonso se equivocó al no quitarle a Car­men la patria potestad de sus hijos. El me confesó que le pare­cía mal hacerlo ya que, al fin y al cabo, ella siempre sería su

Page 262: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iiM'ln l " i niiiL m 'iil.nl. |n ii(|iic tic* li.ibcr sido así yo hubici.i l»mluln (|iiri l.u me i oh un» nictDs I Vnsaba que era lo mcjoi que poili.i oc ui i irles aunque,coino es natural,no dije aAlfon so nada más sobre la decisión firme que ya había tomado .il respecto. Con el tiempo tuve muy claro que, de haberse apli cado esta fórmula, mi nieto Luis Alfonso no se habría ido .1 vivir con los Villaverde.Yo estaba dispuesta a trasladarme .1 Madrid, alquilar un pisito y educar a mis nietos del mismo modo en que había educado a mis hijos.También, quizá, el destino de Fran, mi nieto mayor, no habría sido tan terrorí fico como resultó ser. Aunque esto, lo sé, es dar mucha, dema­siada rienda suelta a la imaginación.

4 * 4 * 4 *

Carmen Martínez-Bordiú llegó a comentar que convi­vir con Alfonso era poco menos que imposible, ya que él se creía alguien llamado a entregarse a su patria como si tuvie­ra la total convicción de tener un mensaje mesiánico que lle­var a cabo.

Ella puede decir todo lo que quiera. Es una mentirosa y siempre lo ha sido. Alfonso tenía motivos para pensar en la posibilidad de ser Rey, pero nunca luchó por ello. Si las cosas hubieran sido diferentes a como se desarrollaron, si no hubiera estado Franco de por medio, posiblemente todo habría sido distinto. Pero como estaba el General y era quienlo decidía todo...

Tiempo después el matrimonio se anuló y volví a ver a Carmen al morir Alfonso. Cuando ella llegó a Madrid, yo

Page 263: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

\ i • .ub.i .illí con mi nieto menor, que lloraba desconsola-• I Minute*. C .'reo que fue entonces la última vez que la v i.Y . que nosotros enseguida volamos a París, pues fue allí don-■ I. tuvieron lugar los funerales que los legitimistas habían i ti ini/ado para mi hijo. Mis energías estaban puestas en no• Ii |.ti me romper por el terrible dolor que me embargaba. Las11 lemonias fúnebres las presidimos Gonzalo, Luis Alfonso, i mistanza de Habsburgo — prometida entonces de mi hijo Mli mso— y yo misma.

A mi ex nuera ya 110 la trato. Intentó meterse conmigo en una entrevista aparecida en un conocido semanario espa- IV >1 y, a través de un periodista que yo conozco bien — Fer-II,indo Delgado— ,le contesté. Mentía, como casi siempre, afir-III.indo que yo le había hecho algo que, por supuesto, no era 1 u rto. Además, aclaraba que, a pesar de todo, puesto que se 1 misideraba una señora, continuaría saludándome. Era evi­dente que su última pretensión era ponerme en la tesitura de t.n .irme declaraciones que, de inmediato, le dieran a ella pieI mi.1 contestar. Pero yo di el asunto por zanjado y, de este modo,

,11 abó la comunicación entre nosotras. Comunicación que, por otra parte, se había roto mucho tiempo atrás. El último ' I1.1 que la vi fue para mí un día feliz. Durante el invierno pasa­do. cuando se celebraron aquí en Roma los funerales por el ricino descanso de la infanta Beatriz, no la vi en la iglesia.

Una semana más tarde me enteré por una revista que li.ibía estado allí y en el cementerio. Acudiría después al .ilmuerzo que se celebró a continuación para hacer relacio­nes sociales y, sobre todo, para ver a los Reyes, que sería en realidad lo que le interesaba. Y es que Carmen, además deII ¡vola, es una snob.

Page 264: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

¿ ffe t r a fo ó / e ^ z m ¿ / ¿ a

Q )e y irtm v d u a m ia ó J a m a / k ifo j/ ? .a r ¿ e / ifa i

Page 265: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

CO n la boda de los actuales Reyes en Atenas, en 1962,Jua- mto figuraba como Príncipe de Asturias, título que solamen- U milizan los herederos a la Corona desde que, a finales del ■.ifjo xiv, se creara el principado de Asturias. En esta celebra- t ion Alfonso se apercibió de que, en los diferentes actos de los que se componía la ceremonia, él había sido colocado por< I protocolo como don Alfonso de Borbón Dampierre, sin m u s , cosa que no ocurría con ningún otro invitado real. Qui­no entonces abandonar la ceremonia y, cuanto antes, también1 1 país. Su abuela, doña Victoria Eugenia, se dio cuenta de i |t ie, como tantas otras veces, pretendían ofenderle de mane- i i gratuita e intervino en el asunto. Rogó a Alfonso que no v fuera, que no les aguara la fiesta, ya que estaba convencida i le que Juanito nada tenía que ver con esas cosas y que se tra- i ib.i únicamente de maniobras cortesanas. Sólo entonces mi I lijo decidió quedarse en los ceremoniales. Tanto él como su .límela y yo misma pensamos, efectivamente, que Juanito no i i i responsable de lo sucedido, pero sí Juan. Mi amigo, el exper- 10 heraldista Pinoteau, siempre comenta la facilidad e incons- t u ncía con la que en España se hacen las cosas por impor- lantes que éstas sean. «¡En España vale todo!», suele afirmar.

Page 266: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I ii i......... iMiui, \ll• -ii • > ni' contó que el Rey les iba anombiai mi.uiii . ju-io i.il n u nunca ocurrió. Alguien se encargó de decirme que fue l.i Reina quien le disuadió de hacerlo. No tengo ni idea si ella está al tanto de esta extraña y dolorosa relación de familia; lo que he oído es que tiene una gran influencia sobre el Rey. Yo creo que Sofía es una mujer muy inteligente.

4 *

La boda entre Juanito y Sofía fue organizada por doña Victoria Eugenia y la reina Federica, de modo que, como casi todas las de ese rango, fue de interés mutuo. Cuando nació la infanta Elena, su primera hija, el Rey riéndose me decía, como justificándose, que había hecho todo lo posible para que fuera un chico y otros comentarios de aúpa. ¡Es muy bruto! Y a veces, lo reconozco, muy gracioso también. Alfon­so me contó que un día, siendo unos recién casados, él hizo el tonto y ella le mandó callar.

A la reina Federica la conocí en La Zarzuela. En cierta ocasión el Rey nos dijo a Alfonso y a mí, también riéndose: «La reina Federica está plantada en mi casa y se le ocurre com­prar cosas a los niños, pero ordena que sea yo quien reciba las facturas. ¡Así también compro yo...!» Por cierto, cuando ella murió en Madrid, el Gobierno griego se comportó de manera muy elegante y permitió que fuese enterrada en su país. La reina Federica, como buena Hannover, se mostraba muy mal educada en sociedad.Todo lo contrario que su hija, .1 quien considero que lleva a cabo un papel más que digno.

Page 267: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I:cderica no me caía simpatu ,i, peí o debo icioikk ei que■ i.i inteligente. Ella sí supo encontrar un hombre estupendo para casarse, el rey Pablo. Mi madre le conoció en París cuan­do no era más que príncipe. Salían todos juntos en grupo. I Jn día desapareció porque se había casado con Federica. Pablo de Grecia, además de una persona extraordinaria, era un hombre muy simpático.

Por el contrario, el hermano de Sofía, Constantino, me parece pesadísimo. En un principio él y el Rey no simpatiza­ban. Con el tiempo supongo que habrán cambiado las cosas, ya que no se les despega. Pasan el verano en Mallorca, en el barco, y la Navidad también juntos. Su mujer, Ana María, es buena y simpatiquísima. Cuando en un determinado momen­to se separaron, ella volvió a Dinamarca pero, algo más tarde, regresó a su lado. Él salía con otras mujeres cuando vivía aquí en Roma y lo peor es que no lo hacía con discreción. Man­tenía la típica acritud de un hombre sin ninguna clase. No le conozco mucho, pero un día estuve sentada junto a él en La Zarzuela por no sé qué motivo y solamente me habló de bar­cos y de velas, algo que para mí no tenía el menor interés.

Irene, por el contrario, es muy amable y una gran perso­na. Tiene inquietudes sociales y no sé bien en qué consiste su ayuda, pero sé que compra vacas para la India. Iba a casar­se con un hombre griego, pero su madre se opuso y se ha quedado soltera. Por lo visto, la reina Federica quería para ella otro rey.

Con respecto a las hijas de Juan, la infanta Pilar tiene una expresión dura y es que yo creo que lo es. Siempre me pareció que Juanito tenía miedo de Pilar. Parece que la rela­ción entre los dos hermanos no es maravillosa ni nunca lo

Page 268: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

lili ( .Mu» ii i . iii ii i si r Ir mi |» i miiu es M argot, a quien el Kr\ qmei< 1 un i/mi \ laminen /,urita, un ser maravillo­so, un hombre muy ilisi icio que se ocupa de su mujer y le lia dado ilos hijos de los que, por cierto,me han hablado muy bien. No les conozco personalmente, pero al parecer son muy buenas personas.

Yo hay algo que no entiendo de Pilar y de Margot.¿Cómo pueden ser infantas si no son hijas de rey? Los infantes son los hijos de los Reyes, pero su padre nunca lo fue. Claro que, como Juanito ha enterrado a su padre con los reyes en El Escorial... No lo comprendo, a menos que hayan sido reconocidas como «Infantas de Gracia». Más bien creo que, ile nuevo, han hecho las cosas como les ha parecido.

Conmigo Margarita siempre ha sido encantadora, pero no así Pilar. La última vez que la vi fue en el funeral de Gonzalo, donde me preguntó: «¿Cuántos años tienes, tía?» Cuando le dije mi'edad me contestó: «Pues yo creía que te­nías más.» Los Borbones son así, rudos y populistas.Yo, a veces, dudo si ellos piensan que esa manera de hablar, tan descara­da, puede ser interpretada por el pueblo como sencilla y sim­pática.

Luis Gómez Acebo, el marido de Pilar, era un hombre guapo.Tuvieron cuatro o cinco hijos. Lo cierto es que me sorprenden los modales rudos de Pilar, ya que su madre no era así, sino agradable y fina en el trato. Le encantaban los toros, cosa incomprensible para mí, y acudía a tantas corri­das como podía. Pero lo hacía por pura afición, no para caer mejor al pueblo.

Juan, mi cuñado, era muy brusco. No recuerdo que su trato fuera especialmente afectuoso ni con sus propios hijos.

Page 269: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

( A la n d o Margarita quiso «,r. h •.< m n l n los /u iit.i. < I mi sr lo permitió, pero transcurridos uno o dos años le dio final mente su bendición. Zurita es el miembro que más me gus­ta de esa familia. ¿Por qué se casó con ella? ¡No lo sé! Hubie­ra podido casarse con cualquier chica buena y mona, y no creo que lo hiciera con Margot por ser infanta. Siempre ha estado a su lado y la conduce a todas partes, después de tan­tos años de matrimonio... La verdad es que es un hombre que se hace querer.

Desconozco el grado de ceguera de ella. Una vez en La Zarzuela yo estaba con un vestido rojo y ella también, y de pronto me dijo: «Tía, no llevamos el mismo tono de rojo.» Yo me quedé muy sorprendida. Puede que vea algunos colo­res, no sé. En la boda de la hija de Olimpia Torlonia, en Ver- salles, yo compartí mesa con Zurita y, como siempre, fue muy cariñoso conmigo. Me parece alguien sencillo y adorable.

Teóricamente me pareció fenomenal que los Reyes deci­dieran no tener Corte, pero luego me di cuenta de que, con el fin de evitar esio, acabaron relacionándose con personas inadecuadas, como Mario Conde y Manolo Prado, por poner sólo un par de ejemplos. Para eso encuentro mucho mejor tratar a personas pertenecientes a la sociedad pero que, a la vez, se sepa que son gente de orden, ya que al menos en prin­cipio se supone que cuentan con una cierta educación. Lo que de ningún modo deben hacer es tratar con cualquiera. Al menos es mi humilde opinión.

Page 270: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I ii i u.miti i Ir, luid i . ii* l.is mlantas Elena y Cristina, ovo que li.iti i*l«» \■ i*l.»tI* i .miente i*;u.istix>ficas. Urdangarín es guapo, l.i verdad, y es < icrto que se parece a Felipe, lis probable que lo que le salve es tener una madre belga. Aho­ra, ¡que una infanta de España se case con un hombre que­so dedicaba a jugar al balonmano...! Esto es algo muy triste para un padre.

Elena ha mejorado mucho su imagen y se viste mejor. Cristina ha sido siempre mucho más guapa, pero se arregla fatal. En realidad, no sé cuál de las dos resulta más atractiva. No parece que el matrimonio de la mayor, especialmente después de la enfermedad de Marichalar, vaya bien. A pesar tle todo, quedó nuevamente embarazada y, en el momento en que la buena nueva se dio a conocer de manera oficial, ella perdió el niño. ¡Pobre chica! Si fuera cierto el constan­te rumor de que este matrimonio no funciona, lo sentiría de corazón por todos ellos.Yo ya lo he vivido y me siento, por tanto, solidaria.También es verdad que en estos tiempos que corren, más que nunca, hay cosas que se aseguran en dia­rios o publicaciones que son absolutamente falsas. A mí me ha pasado varias veces a lo largo de mi vida, como he con­tado^ siempre guardé silencio. ¿Qué vas a hacer? Los perio­distas están deseando que contestes y trates de poner en cla­ro todas las mentiras que se han vertido contra tu persona. Pero es esto, precisamente, lo que hay que tratar de evitar como sea. Ellos buscan enredar a unas personas con otras con el fin de crear un morbo totalmente necesario para que sus programas cuenten con audiencia. M e dicen que en España hay muchos del más ínfimo nivel que son un éxito. ¡Qué ver­güenza!

Page 271: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Un cuanto al prím ipe lelipe, opino qu< .1 los itemi.i y muchos años no puede seguii peíis.uulo en el .iinor. I )e lodos es sabido que le han presentado varias princesas más que acep­tables. Los derechos que uno tiene se corresponden con unos deberes. Lo que Felipe debería hacer es casarse y así evitaría los temores a los posibles cambios de dinastía. Sin embargo, debería tener muy en cuenta con quién, porque la Pragmá­tica de Carlos III, aun siendo trasnochada, debe cumplirse aunque no sea más que por respeto a sus antepasados.

Lo cierto es que el Príncipe me parece guapísimo. La última vez que le vi fue en los funerales de la infanta Bea­triz. Estaba muy serio junto a sus padres, la infanta Marga­rita, Zurita y también Carlos y Ana de Calabria. Demasia­do serio por la muerte de una tía abuela a quien apenas había tratado. Me dio la impresión de que no era un chico feliz. Sé que mantiene una relación especial con su madre, la R e i­na, que aunque es muy fría adora a su hijo. Por él asistió en el verano de 2001 a la inaceptable boda del príncipe here­dero de Noruega, Haakon, a la que no tendrían que haber ido jamás. Eso es lo que tan acertadamente hizo Juanito: no acudir.

Cuando era niño, Juanito no destacaba por sus buenas calificaciones escolares ni por ser un chico especialmente des­pierto. Tal vez siempre fue un poco infantil para su edad. Sin embargo, hay que reconocer que es mucha la gente que, tanto dentro como fuera de España, lo considera un buen Rey y esto es muy respetable.

En mi opinión, tras la muerte de Franco él podría haber renunciado en favor de su padre. Quizá hable desde la igno­rancia, pero pienso que nadie hubiera podido decir nada. No

Page 272: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

creo que sea una mala persona, en absoluto, sino que senci­llamente no se le ocurrió. En mi opinión, la misa del Espí­ritu Santo que se celebró entonces en la iglesia de San Jeró­nimo el Real, en Madrid, no correspondió a una coronación sino a una proclamación. En aquella misa, la Reina tenía una expresión de gran satisfacción. Les había costado mucho esfuerzo llegar a vivir ese momento. No creo que, de habér­selo ofrecido,Juan hubiera renunciado a ser, por fin, R ey de España.

Yo, sinceramente, no entendí aquella ceremonia que orga­nizaron en 1977, en la que Juan renunció en favor de su hijo. Si estaba ya descartado como pretendiente a la Corona, ¿por qué decir «Yo sigo siendo Rey y voy a renunciar ante mi hijo que es Rey»? Todo ello me pareció ridículo. Encontré muy acertado el comentario que entonces me hizo Alfonso. Decía que comprendía bien cómo debía encontrarse Juan vién­dose suplantado por su propio hijo, después de haber vivido tantos años temiendo verse sustituido por su sobrino.

Como ya he dicho, cuando Juan murió fue enterrado en El Escorial como Juan III, honor que nunca ostentó. Pue­de que fuera porque Juanito estuviera invadido por un ine­vitable sentimiento de culpa. Creo que ya no queda ningún lugar vacío en el Panteón de los Reyes. En los funerales de su padre, Juanito lloraba mucho y la Reina le consolaba. Resulta muy fácil hacer lo que uno quiere y luego llorar.

La Reina, por su parte, siempre fue correcta en su rela­ción conmigo. Supongo que con Alfonso, mi hijo, su trato sería parecido. Cuando nos vemos a solas o con Juanito nos abrazamos con cariño; cariño que yo no calificaría de falso, sino más bien todo lo contrario. Tal vez se trate de un cari-

Page 273: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

lio contenido porque yo,.il n i e i i o \ < t i r i i i p i e q u e les veo sien lo una lucha muy fuerte en mi interior. I s como vivir una i lolorosa contradicción: yo quisiera quererlos; es más, me sale quererlos sin el menor esfuerzo. Pero de pronto, como si de un flashback se tratara, en un segundo pasan por mi cabeza todas las cosas malas que les hicieron a mis hijos y me rebe­lo contra tanta injusticia. Mucho más contra la injusticia que contra el Rey, aunque en algunos momentos sea él quien la representa.

No sé si mis sobrinos Borbón me consideran duquesa de Segovia o no, porque siempre me llaman «tía». Cuando le di las gracias a Juanito por el avión que puso a nuestra disposición para trasladarnos a todos desde Suiza a Madrid con el féretro de Gonzalo, lo hice mediante una carta y fir­mé como «tía Emanuela». Él, cuando me ve, también me llama «tía». Sin embargo, si viene a Roma no me avisa. Yo creo que no lo hace con frecuencia, pero como yo tampo­co voy a Madrid, la verdad es que nos encontramos en coñ­udísimas ocasiones.

Cuando Crista, mi cuñada, murió en 1996, en la misa que por su eterno descanso se celebró enTurín, Beatriz no para­ba de llorar. La trajeron desde Madrid, donde había falleci­do. Yo estuve con Gonzalo y mi nuera para acompañar a sus hijas en el funeral y el almuerzo que, a continuación, nos ofrecieron. Creo que yo siempre me comporté de manera muy independiente con la familia de Jaime y nunca entré en sus conflictos.

Hace menos de un año, en los funerales de Beatriz, el embajador Carlos Abella me colocó junto a sus hijos. Pre­sidí, con ellos, el acto como duquesa de Segovia. Junto a

Page 274: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

nosotros t.inibirn t.il>.i 11 mn> ycinos y sobrinos de Be.i tnz, y del otro lado si- encontraba la l amilia Real españo­la: los Reyes, Felipe, Margot y el infante Carlos de Cala­bria. Me sorprendió agradablemente que Sandra, la hija mayor de mi cuñada, me dijera que ellos me querían mucho.Tam- bién Dado, cariñoso, vino a saludarme con efusión. A Madrid ya no fui.Vi las imágenes del funeral de Beatriz en El Esco­rial y, más que otra cosa, parecía una recepción. Daba la impresión de ser un acto excesivo y, por tanto, fuera de lugar. Como si los funerales aquí en Rom a no les hubieran pare­cido suficientes.

Es triste ver cómo van desapareciendo todos los miem­bros de una familia. Beatriz fue la última hija de doña Vic­toria Eugenia y de don Alfonso XIII que seguía viva. Con su desaparición se ha cerrado un trozo de la historia de Espa­ña del que ella era su última representante.

Cuando Juanito me envió la invitación para asistir al funeral de la infanta Beatriz en Madrid, me telefoneó una persona desde la Secretaría de la Casa del R ey para confir­mar mi asistencia. Yo le dije que lo sentía mucho, pero que tenía un compromiso que me impedía viajar. También le indiqué que, por si podía arreglarlo, me enviara la invitación dirigida a la duquesa de Segovia. La recibí unos cuantos días después y pude comprobar que habían hecho caso omi­so a mi indicación. En ella se leía «Su Excelentísima Sra. Doña Emanuela Dampierre», por supuesto sin el «de» del apellido.

Page 275: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I Jurante años he sillo i liu |iit i.l, , , hm M i ■ pin segunda vez, sí,pero lúe éste un ni.iii mu 'im • i|in num.i invn validez en España. Nadie me ha il.ulo es pin .11 iones sohie este- -a mi parecer injustificado- cambio de nombre oficial o eli minación de título.Yo tengo dos taijetas diferentes: en las que utilizo en Roma y en España se lee «duquesa de Segovia», y en las otras, que únicamente uso en Francia, figuro como «duquesa de Anjou y de Segovia». Sé por alguien que el Rey 110 quiere que utilice juntos los títulos de Anjou y de Segovia.

Hay mil momentos a los que podría retrotraerme para demostrar que, para la familia de Jaime, siempre fui la duque­sa de Segovia. Recuerdo una cena con el R ey y la Reina, en la que yo estaba sentada al lado de Juan. Entonces llevaba el título que, desde que me casé con Jaime, y exceptuando los años que viví con Tonino, siempre he llevado. ¿Cuál es la razón de que ahora no lo acepten? No me parece una justificación que el R ey no quiera que utilice mis dos títulos juntos, ya que en España estoy registrada sólo como duquesa de Segovia.

Sabino Fernández Campo, hombre recto y honesto don­de los haya, fue cesado de su cargo en La Zarzuela como jefe de la Casa Real de una forma incorrecta y poco agra­decida. Fue sustituido por otros que llevaron las cosas de manera bien diferente a como él las había llevado. Al pare­cer, actualmente hay personas nuevas pero todo sigue igual a como lo hicieron sus predecesores en el cargo. Con Sabi­no, una persona educada y exquisita, yo era tratada como duquesa de Segovia.

Poco tiempo antes de separarme, pasé de ser Su Exce­lencia la duquesa de Segovia a ser Su Alteza Real la duque­sa de Anjou y de Segovia. Fueron los legitimistas franceses

Page 276: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

itivn nm ,i l>i< n .. n i.. ili i nos i-l título y modificar mi n.ii.milenio I I título di duque de Aiijou,como ya he seña lailo.es el que ostenta el hriedno .i l.i ( ’.orona francesa,actual­mente mi nieto Luis Alfonso. I'ero en I spaña le niegan has­ta el «don». Aunque, repito, en el Quién es quién en España

- al menos en la edición del año pasado— Luis Alfonso figu­ra como S.A.R.don Luis Alfonso de Borbón,duque deAnjou, a nivel popular es tratado sin el más mínimo respeto, como si eternamente hubiera quedado anclado en la adolescen­cia. A mí, esta actitud hacia su persona me parece intolera­ble. Pero nunca he hecho nada con respecto a este asunto porque mi nieto ya es mayor y creo que debería ser él quien se quejara, si así lo encontrara oportuno.

4 * «$* 4 *

Sé que todo lo que he contado hasta aquí puede pare­cer absurdo y hasta pretencioso por mi parte. Pero tras esta aparente tontería, cabe pensar que puedan existir otras razo­nes más sutiles y enrevesadas. Parece como si todo estuviera organizado para fastidiarnos. Y si así fuera, no me quedaría más remedio que reconocer que han dado en la diana. Admi­to que estos pequeños despistes tan «intencionados», a mi edad, me ponen de muy mal humor y me irritan.

Creo que es impensable que los Reyes tengan mala con­ciencia por la forma en que hemos sido tratados. Además, en el más que improbable caso de que así fuera, nunca la deja­rían traslucir. De modo que nada tiene ya arreglo. Ahora bien, si la Familia Real tuviera esta mala conciencia, que la tenga.

Page 277: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Me tiene sin cuidado. Yo ir,«» ll.im.mdomr < oino un ll.uno, saben que mi segundo matrimonio no liu- válido y saben, también, que desde hace mucho tiempo estoy sola. ¿Qué otros datos sobre mí misma podría yo aportar? Más pronto que tarde, a la muerte de mis hijos, nuestros forzados víncu­los familiares desaparecieron de una vez y para siempre. Lo único que hoy me preocupa es mi nieto, el único ser del que me siento responsable en este mundo. Es lógico, ¿no? Se trata de la única seña de identidad que conservo: Luis Alfonso, el hijo de mi hijo.

Soy consciente de que han sido varias las ocasiones en las que me he referido a la Familia Real como la familia de Jai­me. Y es que ahora, una vez que han muerto Jaime y mis dos hijos, no tengo nada que ver con ellos. No recibo nada de la Casa, como es natural, y aquello que tengan se lo gas­tarán ellos o sus yernos.Yo soy yo y no me considero, para nada, parte de dicha familia.

Dos cosas son las que siempre me han ofendido sobre­manera: la prepotencia y la mezquindad. No creo ser perso­na que presuma de tener las cosas claras, pero sí hay unas pocas que considero incuestionables. Y una en concreto, por ele­gancia, justicia o, si se quiere, por pura piedad, me parece importantísima: nunca hacer leña del árbol caído.

Esta sensación, la de árbol caído con el que se hace leña, es la que yo he tenido desde hace mucho tiempo. Creo que aquel que gana, sin pensarlo, instintivamente, debe ejercer la magnanimidad. ¿Existe algo peor que la crueldad del gana­dor? Es este tipo de crueldad implícita la que yo capté en muchas ocasiones.También hacia mis hijos.Y eso es lo que más duele. Lo único que puede llegar a ser imperdonable.

Page 278: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

XVI

J/ fflu e /te ¿/e J^ ra /i

Page 279: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

_ Z -a imagen que conservo de mi nieto Francisco muerto, después del accidente, aún me taladra por dentro. Yo a Fran le quería mucho. Era mi primer nieto, un niño buenísimo, inteligente y sensible. El accidente se produjo en Navarra cuando mi hijo, mis nietos y Manuela — su señorita de com­pañía— regresaban de Astún, donde habían participado duran­te el fin de semana en un campeonato de esquí y habían que­dado en muy buen lugar. Regresaban a Madrid y en la carretera de Corella se produjo el accidente. Eran los pri­meros días del mes de enero de 1984. Alfonso quedó incons­ciente y muy grave. Luis Alfonso, el pequeño, ¡daba una pena! Me parece durísimo perder a tu único hermano, del que te separa una corta diferencia de edad, y más de esa manera.

Fueron trasladados urgentemente al Hospital General de Navarra. Mi hijo Alfonso estuvo en la Unidad de Cuida­dos Intensivos durante casi dos semanas, la mayor parte del tiempo sin recobrar la conciencia. A Luis Alfonso y a Manue­la, después de ingresarlos también en la U C I, los pasaron a sendas habitaciones en una de las plantas del hospital. Mi nie­to Fran estuvo casi dos días en estado de coma profundo y, aunque la esperanza es lo último que una pierde, sabíamos

Page 280: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I u ii r| equipo medico 11111 Ii iiriidi.i que era necesario un

milagro pai .1 «. 1111 il\ im I ii mu sc produjo. El día 8 de lebrero, I tan fue entei i ado en el cementerio de El Fardo de

Madrid.I os médicos iban cada día preocupándose más, ya que

el coma de Alfonso se alargaba y, según decían, era más pro­fundo de lo que ellos habían calculado en un principio. For si podía servirle de ayuda, me indicaron que procurara hablar­le mucho. Entre nosotros, generalmente, nos comunicába­mos en francés y en este idioma inicié mi penoso solilo­quio. Le contaba anécdotas de su infancia que, en su día, habían sido importantes para él; me pasaba las horas sentada en una sillita a su lado, aferrada a un monólogo del que depen­día su vida y mi desesperación. Es probable que influyera la extrema situación por la que atravesábamos, pero fue éste el momento en el que fui más consciente del amor que le pro­fesaba.

Durante jornadas enteras proseguí mi métier con tanto interés y tenacidad que ni siquiera notaba el cansancio. De momento, mi labor seguía sin tener éxito, al menos en apa­riencia, pero yo continuaba platicando sola, casi sin pensar para no contemplar ni de lejos la tentación de rendirme. Quizá no quería pensar porque, incluso suponiendo que mi hijo llegara a recuperarla conciencia,lo que había que hacer­le saber después resultaba terrorífico.

Durante esas largas semanas, para mí fue fundamental la presencia de Gonzalo a mi lado. A veces parecía mi sombra, porque no permitía que me quedara sola ni un minuto. Cuan­do yo entraba en la U CI a entablar mi solitaria conversa­ción sin respuestas, me venía abajo. Entre aquellas cuatro pare-

Page 281: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

iIcs me veía obligada .1 r ilu i un pulso .1 l.i inm iir i|ui\ rii aquellos días, cortejaba .1 Allomo. ( ¡011/alo, adetniis de otras muchas cosas, fue siempre un ser muy cariñoso y muy tier­no. Adoraba a su hermano y estaba hundido por el falleci­miento de Fran, pero aun así yo creo que sacaba fuerzas de flaqueza con la intención de ayudarme a mí a amortiguar el golpe. En todos los momentos duros que nos tocaron vivir, Gonzalo se aferraba a esa serenidad innata que poseía y que fomentaba para intentar proteger a los demás.

El caso es que los dos, en apariencia tranquilos pero rotos por dentro, vivíamos nuestra tragedia personal hospedados en un hotel. Cuál fue nuestra sorpresa cuando, una noche, al regresar del hospital agotados de tanta tensión, una pareja de policías vestidos de paisano que nos estaban esperando nos apremiaron para que, de inmediato, nos cambiáramos de hotel.

El mismo día que Alfonso abandonó la U C I, la policía apresó a un comando terrorista que estaba planeando un aten­tado antes de las elecciones vascas. En aquellos momentos, ETA mantenía una intensa actividad y por eso, al haberse hecho público el accidente así como nuestra presencia en Pamplona, se temió que pudiéramos ser, también, víctimas de un atentado.

Estábamos aturdidos y sobrepasados por los aconteci­mientos, de modo que nuestra reacción no fue siquiera de temor. Pero, eso sí, tuvimos en cuenta el consejo de la poli­cía y nos cambiamos de hotel. Sólo recuerdo que en tales cir­cunstancias me pareció una complicación enorme hacer las maletas para deshacerlas de nuevo. ¡Era, además, un frío tan terrible el que hacía en Pamplona...! Mi estado anímico y las bajas temperaturas lograron que me sintiera helada tanto físi­

Page 282: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ca como anímicamente. Quiza lima esta la razón por la que en absoluto me identifiqué cuando, pasados los primeros momentos, se me presentaba como «la pobre señora que tuvo el coraje de recibir a la prensa».

Jamás llegué a saber si en la U CI donde, en los primeros momentos de confusión, les ingresaron a todos, fueron encon­trados aquellos explosivos de goma 2 de los que la policía nos había alertado. Eran los medios de comunicación los que hablaban de una supuesta bomba en la Unidad de Cuidados Intensivos de aquel hospital. Sin ningún tipo de duda, la ame­naza de ETA se cernía sobre nosotros como familia. Pero creo que, finalmente, nunca encontraron el supuesto material explosivo. Por aquellos días se comentaba en Navarra que se habían producido algunas amenazas contra la familia Fran­co. El día antes de nuestro regreso a Madrid, quisimos agra­decer al equipo médico del hospital las atenciones tan cari­ñosas que todos habíamos recibido en el centro durante nuestra prolongada estancia.

Para colmo, la aparición en Pamplona de Mercedes Licer me contrarió sobremanera. Su sola presencia me irritaba. Cuando una se encuentra sometida a tanta tensión resulta incomodísimo estar cerca de alguien que no es de tu total confianza. Me iba poniendo furiosa el hecho de verla por los pasillos continuamente y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para que Gonzalo lo notara lo menos posible. Fue una mujer que no me gustó nunca y mi frialdad con ella lo atestiguaba.

Page 283: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

A finales de febrero, 1 1 .i .IíuI hih > .1 AIIoi im ■ i I tu . All< m so y a Manuela, l.i señoi it.i, e n un . ivioi i de l I |eu i l o hasta l.i

clínica de La Luz en Madrid, donde trabajaba el doctor Pala i ios de Carvajal, buen amigo del marqués de Villaverde.Tam­bién allí me instalé en una pequeña habitación del centro médico,junto a Alfonso, para no separarme de él. Mi hijo me preguntaba sin cesar: «¿Dónde están los chicos?» y yo le contestaba que estaban esquiando con su madre. ¿Qué otra cosa podía decirle? Pasado el tiempo, llegó un día en el que pensé que algo debía hacerle saber, que no podía seguir man­teniéndole en la ignorancia, pero cada vez que trataba de empezar a hablar, no me sentía con fuerzas y lo aplazaba para el día siguiente.

Tras varias noches de insomnio y nerviosismo, me di cuenta de que nunca iba a ser capaz de decirle a Alfonso lo que había sucedido con Fran. Entonces llamé a Cristóbal Villaverde y le pedí el favor de que fuera él quien le comu­nicara la muerte de su hijo. Cristóbal apareció en la clínica un domingo a media tarde y se lo dijo delante de mí y de una enfermera. En ese momento sí que me vi sobrepasada por el dolor. Fui cobarde. Mientras mi consuegro hablaba con Alfonso, yo me metí en el cuartito que, como dije, tenía al lado del suyo. No podía ver llorar a mi hijo la muerte de su propio hijo.

Sigo sin poder olvidar la mirada y la expresión del ros­tro de Alfonso mientras escuchaba las palabras que le diri­gía, con todo cariño, su suegro. Hasta entonces había vivi­do situaciones que me parecían brutales, pero en com­paración con lo que viví aquella tarde todas me parecieron nimiedades. Fue lo más atroz que me ha ocurrido en mi

Page 284: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

vula Si. el |n ni monu nin Mr ■ i lo que no me había enfren­tado nuiH a

Todavía hoy no lir podido borrai de mi mente aquel sanatorio: Alfonso ocupaba la habitación 919, donde se ha­bían alojado en otras ocasiones familiares suyos. Allí había esta­do María, mi cuñada, cuando tuvieron que operarla después de una caída en La Zarzuela, y también Luis Gómez Acebo, el marido de Pilar. Mi nieto Luis Alfonso y Manuela esta­ban en la misma planta. Cuando salió del coma, Alfonso era incapaz de recordar nada y, durante un tiempo, permaneció en este estado casi amnésico.

4 » 4 *

Tampoco podré olvidar jamás tantas tardes de domin­go en las que, sin proponérmelo, me acuerdo de ambos. Cristóbal Martínez-Bordiú fue muy cariñoso con mi hijo y conmigo. A él iba a verlo a diario, tratando de distraerle, y conmigo también se volcó. Durante la larga convalecen­cia de mi hijo, un día me pidió el favor de que lo acompa­ñara a una cena. Siempre comprendí que no se trataba de que yo le hiciera un favor, sino de entretenerme como fuera. Me lo había propuesto varias veces y yo no había aceptado. Me había quedado sin fuerza para nada. Pero aque­lla noche pensé que era imposible negarme de nuevo a menos que no me importara quedar como la mujer peor educada del mundo. Además, era un esfuerzo y un desgas­te tan grande el que Cristóbal hacía intentando suavizar mi dolor...

Page 285: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Así que acompañó .t mi consuegro .1 cenar a casa de unos amigos suyos y en la mesa, sentado junto a mí, se encontra­ba Luis Miguel Dominguín,el torero. ¿Qué se creía este hom­bre de sí mismo? Conmigo habló muy poco, pero ensegui­da me di cuenta de lo mal educado que era. Cuando un hombre está con una señora, trata de mantener algún tipo de conversación por trivial que ésta sea. Él no hizo ni ama­go. Nada. Se comportaba como un divo. No había más que verlo para llegar a la conclusión de que estaba encantado de haberse conocido. ¡Se daba unos aires...! Puede ser, no lo dudo, que torease bien, pero a mí eso no me importaba en absoluto. No era un hombre feo; sin embargo, no me pare­ció nada atractivo. Creo que se casó en segundas nupcias con una Primo de Rivera. A su primera mujer, Lucía Bosé, nunca la conocí.

Cuando Alfonso, ya en casa, se encontraba convalecien­te, vivimos una situación muy difícil, ya que él se sentía res­ponsable de la muerte de Fran y, además, su recuperación le resultaba desesperante de puro lenta. Estaba tan atrapado en la tristeza que mi papel en aquellos momentos se redujo a hacerle compañía y a aceptar cualquier proposición que pudie­ra sacarle de su ensimismamiento. Es así como acudí con él, al menos en dos ocasiones, a los toros. ¡Pobres animales...! Sin­ceramente, me parece un espectáculo lamentable.

Uno de los días, en la plaza de Madrid, se levantó de pron­to un viento tan fuerte que la corrida fue suspendida. Esta­ba encantada pensando que le había dado el gusto a mi hijo y, a la vez, que un imponderable hacía imposible que fuera espectadora de tamaña burrada. Pero otro día llegó a casa diciendo que tenía unas entradas para una corrida que se

Page 286: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i i'lrlu.iki i ii lulnln • 111 • i|ini i,i que también lo acompa nata. Allí l t mn<un i;m|"i j'.i.iiulr de gente y todo ol mun do comontaba: <'¡Cv)uc csdipoiulos los toros!» A mí,sin embar go, lo único quo me impresionaba ora la muerte lenta del animal. ¡Es horrible! El pobre toro no quiere luchar para nada.Y esa justificación que los aficionados buscan diciendo quo so trata de la noble lucha del hombre frente a un animal bravo... Sí, claro, es un poco peligroso para el torero, pero el que indefectiblemente muere por las buenas o por las malas es el toro. Creo que toda esa leyenda acerca del toreo no tiene fundamento sólido de ninguna clase.

4 * *$**$*

Aurtque pueda parecer incongruente referirme en este capítulo sobre la muerte de Fran a mi personal sensibilidad hacia el mundo de los toros, lo cierto es que refleja cuál era mi situación en aquellos momentos: rota por el dolor, ya que tenía que asumir algo verdaderamente difícil como es la muerte de un nieto, debía a la vez insuflar vida a un ser para el que parecía que el mundo había dejado de tener sentido, mi hijo Alfonso, y todo eso había que recubrirlo de una falsa o, al menos, forzada voluntad: la de hacer cosas aje­nas a las que mi espíritu demandaba. Era fundamental dar un aire de naturalidad a lo que había sucedido. La muerte de un niño siempre va, que yo sepa, contra natura.

A día de hoy, los restos mortales de mi nieto Francisco yacen en el convento de las Descalzas Reales de Madrid,jun­to a los de mis dos hijos, Alfonso y Gonzalo.

Page 287: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

!2 ?erj¿>/ia ¿n/ujtomen fe /i<m^mto

Page 288: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

C 1 nacer mi hijo Alfonso, las publicaciones legitimistas francesas, como Science Historique, le presentaron en grandes titulares como «el pequeño príncipe Alfonso, la esperanza de la legitimidad». Cuando surgió la cuestión de los derechos de mis hijos en Francia, se nos planteó un dilema que, en principio, parecía insalvable: era absolutamente necesario que ellos, para ejercer sus derechos, contaran con la nacionali­dad francesa. Estábamos en una ocasión con un grupo de amigos comentando esto cuando uno de los presentes dijo tener una amiga juez, perteneciente al Partido Comunista, a quien iba a telefonear, pero esto último nos amilanó. «Déja­lo — le rogábamos a nuestro amigo— , ya haremos la consulta a otra persona.» Él insistió en llamarla y fue ella quien ase­guró que, al ser yo francesa, Alfonso y Gonzalo podían, sin problema alguno, conseguir la nacionalidad de mi país, como así hicieron. Desde entonces tuvieron doble nacionalidad: la francesa y la española.

Cuando Alfonso llevaba ya unos años viviendo en Espa­ña, entre sus muchos sufrimientos uno de los que más dolor le causaba era que, siendo jefe de la Casa de Borbón, no siem­pre se le reconociera como tal ni se le otorgara el tratamiento

Page 289: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

coi respondí* nii I n i .11 id o • ti el hetedero de la Corona fran cesa con el título de Alion .i > II de Borbón y duque de Anjou Al recibir este último título, los orleanistas, que apoyan al conde de París como heredero del trono francés, protesta ron. Alfonso puso el asunto en manos de los tribunales y éstos le dieron la razón. Fue entonces cuando los legitimistas, en una de sus revistas, publicaron un artículo en el que, con la mayor claridad, explicaban quién era, realmente, el duque de Anjou. Dado su interés, paso a transcribirlo:

¿Q uién es el duque de A njou ?

E l primogénito de los Barbones, y en consecuencia de los

Capetos, nació en Roma el 20 de abril de 1936. Nieto mayor,

por su padre, del rey de España Alfonso X III, sucesor de

novena generación de Luis XIV, fue bautizado por el cardenal Pacelli, el futuro papa Pío XII.

Después de sus estudios secundarios en Roma y Suiza,

el príncipe continuó sus estudios superiores en Madrid, obte­

niendo notablemente una licenciatura en Derecho. Habla no

solamente el francés, sino también el italiano, español, inglés y alemán.

Un gran deportista, ocho veces campeón universitario de

esquí, es presidente del Comité Olímpico Español desde 1984.

Aspecto destacado de su notable carrera profesional fu e su paso por Suecia como embajador de España de 1969 a 1973.

Investido por su padre, el duque de Anjou y de Segovia,

con los títulos de duque de Borbón y de Borgoña en 1950, y reconocido en España como duque de Cádiz en 1972, suce­

Page 290: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

dió a su padre, tras su nmntr, i n l ' J ,nn vi iiinl>> di ./»!./»<.de Anjou.

Además de Gran Macstie de los anticuas < )rdnirs reales francesas convertidas en Ordenes de (.Jasas (San Miguel, Espí­

ritu Santo...), el príncipe posee también la Gran Cruz de la

Orden Sueca de la Estrella Polar, Caballero de Honor y Devo­

ción de la Orden de Malta, etc.E l príncipe es miembro de honor y titular de la sociedad

de Cincinnati de Francia como representante de Luis X V I,

protector y presidente de honor del Instituto de la Casa de Bor­

bón, presidente de honor del Memorial de Francia a San Denis,

alcalde de honor de la villa de Jonage (Ródano).

De su matrimonio celebrado en el Palacio de E l Pardo el

8 de marzo de 1972 con María del Carmen Martínez-Bor-

diú y Franco, el príncipe ha tenido dos hijos: S S .A A .R R . los

príncipes Francisco, duque de Borbón (1972- 1984), y Luis

Alfonso, nuevo duque de Borbón (nacido el 25 de abril de

1974, 760 años, día a día, después de San Luis).

M G R el duque de Anjou, muy implicado a la hora de

mantener la memoria capeta, viene con frecuencia a Francia,

donde cuenta con numerosos amigos y fieles entre las capas más

diversas de la sociedad.

Ni como duque de Anjou, ni como jefe de la Casa de Borbón ni tan siquiera como primo hermano consiguió mi hijo primogénito mantener una sincera conversación con Juanito, su primo, a quien quiso mucho, con el fin de acia-

Page 291: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i .ir ciertas cosa* pui .1 < 111 < no quedaran enquistadas.Y es que011 aquellos momentos estaba su tío Juan por medio y no se trataba do una barrera fácil do pasar por alto. Él sabía que Juan lo mantenía lo más lejos posible con el fin de eliminar todo aquello que pudiera representar el más mínimo riesgo para su familia, os decir, que todavía veía a mi hijo como un pre­sunto rival de Juanito. Sinceramente, creo que estos temores oran más producto de su imaginación que de hechos reales.

( Alando, en 1969, Franco llamó a Juanito para comuni- ( .irlo que al fin iba a nombrarle su sucesor, éste telefoneó do inmediato a Alfonso para pedirle que se acercara a su resi­dencia de La Zarzuela, ya que quería darle la noticia perso­nalmente: «¿Crees que he hecho bien al aceptar?», le pre­guntó emocionado a su primo. Y éste, desde una postura elegante a más no poder, le respondió: «Sí, has hecho muy bien.» ¿Qué otra cosa podía hacer? Era Franco y sólo él quien tomaba las decisiones.

1 lay gente que opina que Juanito no debería haber subi­do al trono. Yo no lo veo tan claro. Como antes he comen­tado, lo que Franco hizo fue una «instauración» monárqui­ca en la persona de Juan Carlos y no una «restauración» de la monarquía en el heredero en quien don Alfonso XIII había decidido abdicar: mi cuñado Juan. Eso le daba opción a ele­gir a quien le viniera en gana.

Además, hay un detalle con respecto a Franco que con­sidero importante para entender su elección del sucesor. Él tenía mucho que agradecer al R ey Sus orígenes eran monár­quicos y don Alfonso XIILpadrino de su boda,le había nom­brado gentilhombre de cámara. Como es de todos conoci­do, el General sentía verdadera admiración por su persona.

Page 292: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

( oino el Roy había convutido .1 Ju.m m su lu-ndoro, p.11.1 el Caudillo ya debió de ser duro saltarse una generación Mucho más duro aún podía resultarle no sólo saltarse una 1 generación, sino elegir también otra rama, la cié Jaime, con­tradiciendo así los deseos de don Alfonso XIII por partida doble.

Con el tiempo, hemos podido ver, quizá, las cosas desde otra perspectiva, pero lo que casi todo el mundo pensó de juanito cuando asumió la Jefatura del Estado en 1975 era que, sencillamente, había traicionado a su padre. Fueron estos momentos de máxima incertidumbre, los más delicados de los últimos tiempos. Por tanto, exigieron la serenidad de to­dos los españoles para que la Transición pudiera llevarse a cabo. Creo que lo que producía verdadero vértigo era pen­sar si todas las personas implicadas en tan compleja trama serían capaces, a pesar de todo, de guardar la calma.

Algo más tarde se habló de Suárez como el auténtico pro­motor de aquel dificilísimo cambio de Gobierno. Se alabó, incluso,su audacia. Hubo también palabras de agradecimiento para Juan por haber ofrecido su renuncia en mayo de 1977, por contradictorio que esto parezca.Todo ello se hacía con el fin de explicar el ejemplar cambio político acontecido en España.

En mi opinión, quien hizo posible la Transición fue el pueblo español. La madurez y la sabiduría que demostró en aquel momento es lo que, de verdad, resultó eficaz y grati­ficante. Fueron muchos los que, por una causa u otra bien diferentes entre sí, podían sentirse estafados y, por tanto, arro­garse el derecho a protestar. Una postura comprensible que, sin embargo, hubiera dado al traste con todo proyecto de

Page 293: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

futuro para el país. Los españoles supieron esperar.Y el don de la paciencia, el saber esperar, es propio únicamente de per­sonas sabias.

El Rey tuvo problemas con su padre. Se dijo que duran­te mucho tiempo estuvieron distanciados y no me sorpren­de nada que así fuera. Es normal. Si, después de estar juntos en Estoril Juanito regresó a Madrid sin comentar nada a Juan y, a los tres días, aceptó que Franco le ofreciera nombrarle Príncipe de España,puenteando a su progenitor...Sé que mil veces él ha comentado que, mientras estuvo en Portugal, aún no sabía nada de todo ello. Yo le creo, ¿por qué no? Ahora bien, no me parecía misión fácil convencer a mi cuñado de que así era como se habían desarrollado los acontecimien­tos. Y, claro, versiones había para todos los gustos. Una que corrió como la pólvora fue que la reina doña Sofía había pre­sionado a Juanito para que aceptara, ya que ella es muy dura. No tengo idea si será cierto o no. Lo que pienso es que Sofía es muy germana, nada griega. Muy Hannover.

Un día que, no sé por qué razón, fui a La Zarzuela con mis dos hijos, Alfonso me dijo: «Aquí debería estar yo.» Per­manecí en silencio. ¿Qué le iba a decir? Las cosas eran como eran. Así es la vida. Lo que me duele en el alma es que mi hijo fue una persona a la que jamás entendieron. Hasta los últimos días de su breve existencia permaneció, para muchos, bajo sospecha. Triste es reconocerlo, pero bastantes de sus detractores Rieron gente a la que él quería de verdad. Pudo,

Page 294: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

en principio, habei moiiniilo-i «l< dud.t i|in pm npticM<>I 1.1 neo utilizó a su convm iuu 1.1 I >e lici lio, t u.mdo Allon0 y Gonzalo se trasladaron a Madrid .1 estudiar e hicieron una visita al Caudillo, éste le preguntó a Alfonso si conocía la Ley de Sucesión. Mi hijo le contestó que sí y entonces1 ranco le dio a entender que todavía 110 tenía decidido quién sería la persona que ocuparía la Jefatura del Estado.

Después de esta visita al General, muchas personas impor­tantes que antes habían ignorado a mis hijos, y que incluso les habían despreciado públicamente, cambiaron de actitud. Su buena relación con Franco y el interés de su abuela, la Reina, para que no se les hiciera el vacío fueron fundamen­tales para que mis hijos superaran esa especie de ostracismo al que se les condenaba sin ser culpables de nada. También por intervención de la reina Victoria Eugenia se les puso un preceptor, el comandante don José Antonio Alba, quien les acompañaba en sus visitas públicas. Este hombre proporcio­naba a mis hijos, y especialmente a Alfonso, seguridad fren­te a la agresiva actitud de algunos monárquicos juanistas.

Superados aquellos momentos de incertidumbre, y una vez nombrado Juanito como sucesor del Generalísimo, las cartas estaban echadas. Fue así como lo entendimos todos y Alfonso el primero. Eso sí, como es la pura verdad hay que decirlo: en el mismo instante en el que Franco decidió quién le sucedería, las adhesiones al todavía Príncipe aumentaron sin cesar.Y llegaban incluso de aquellos que en principio no lo habían aceptado. ¡Así somos los humanos! Lo que más me sorprende es la falta de pudor.

¿Por qué, entonces, ese miedo a la persona de mi hijo? ¿Por qué mantenerle en la distancia como si se tratara de

Page 295: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

alguien intrigante o deshonesto? A mí me horroriza que­jarme y suelo .ibomiiut de l.i gente que lo hace.Valoro el estoicismo, el saber plantar cara a la vida. Pero si hay algo de lo que creo que puedo quejarme, y con razón, es de todo el daño que se le infligió a Alfonso de forma capri­chosa y gratuita.Tuvo que soportar una existencia dura, no sólo como víctima de la Historia, sino también de la arbi­trariedad y la incomprensión de muchas personas. Esta sen­sación de desamparo es terrible y lo sé bien porque la conozco. En los últimos años de vida de mi hijo querían quitarle todo: sus títulos, el ducado... ¿Es que no había per­dido ya cosas mucho más importantes? ¿Por qué se ensa­ñaron con él? Siempre me parecieron muy mezquinas estas actitudes, viniesen de donde viniesen, por muy alta pro­cedencia que tuvieran.

Además de dolido, Alfonso estaba enfadadísimo. Pero sé que en los momentos más duros siempre se acordaba de los consejos que su adorada abuela, la reina Victoria Euge­nia, le había dado; consejos que él asimiló y de los cuales nos hizo partícipes a sus seres queridos. La Reina siempre le recordaba que «no hay felicidad en el mundo, pero sí muchos momentos felices. Lo importante es saber apre­ciarlos y disfrutar de ellos». Para Alfonso, su abuela fue un gran apoyo, no sólo en lo económico, sino también en lo afectivo. Cuando ella agonizaba, los nietos acudieron a su lado y se turnaron para cuidar a su querida Gangan. Doña Victoria Eugenia le pedía a Alfonso que le diera masajes en los pies y en las piernas con el fin de calmar sus dolo­res. Antes de morir, le dijo: «Alfonso, darling, I love you so

much!» Nunca agradeceré bastante el cariño que la Reina

Page 296: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

profesó a mis hijos y que i.min u 11111 • o p.n.i > lio.. > .pi ( i.ihnente para el mayor, quien la tuvo como modelo .1 según ante la adversidad.

Debo admitir que mis hijos, lo mismo Alfonso que Gon­zalo, no pudieron tener peor vista para las mujeres. Por más que lo pienso, 110 lo puedo entender. Sinceramente, creo que ni buscadas a lazo las hubieran encontrado peores. Alfonso, al menos, las tenía como amantes, pero Gonzalo, de manera inevitable y como si de un tic nervioso se tratara, se casaba con ellas. En general, 110 eran sino alegres señoritas, aunque 110 siempre.Tal vez por eso, y quizá también porque era más discreto, a mi hijo mayor se le conocieron menos amantes. Pero las tuvo, ya lo creo que las tuvo. Insisto en que mis dos hijos eran Borbolles, y en este asunto en concreto las cosas no hubieran podido suceder de otra manera.

Por lo visto, Alfonso sabía muy bien cómo tratar a las muje­res. Salió con muchas, pero hubo una de la que se enamoró locamente. Supe por un criado que la había llevado a su casa y un día, mientras lo acompañaba a Fiumicino a tomar un avión,le dije: «Con esta chica, MarilúTolo,no te puedes casar. Es una actriz y resulta impensable que tú, con tu nombre, pue­das llegar a contraer matrimonio con ella.» Alfonso lo com­prendió y, a pesar de sentirse enamorado, dio por finalizada, de la mejor manera posible, aquella historia. Los matrimonios desiguales, sea en educación, en ideas políticas, en proyectos de vida o en religión, nunca llegan muy lejos.

Page 297: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Nu li.it * mili h.............. m ui,non quo Mirta Miller hablaaparecido en un progiama 11< televisión afirmando que -la muerte de Alfonso había tenido lugar en extrañas circuns tandas». Al parecer, coi no el programa contaba con muchas personas que debían intervenir, enseguida se acabó su tiein po. ¡Menos mal! A ella la conocí. No es que tenga ni media razón de peso para meterme con Mirta, no. Además, pienso que se trata de una buena chica. Pero sí quiero decir que no me gustaba para mujer de Alfonso.

Un día, estando yo en casa de mi hijo en Madrid, me pre­guntó si la podía invitar a cenar. Creo que le contesté: «Sí, claro, siempre que no te cases con ella.» Y si no se lo llegué a decir y tan sólo lo pensé sería porque, en ese sentido, era muy cuidadosa con mis comentarios. La vida me ha ense­nado que no hay nada como oponerse o tan siquiera mani­festar con suavidad el poco entusiasmo que te produce el noviazgo de un hijo para que haya boda. Creo que Mirta lo quiso de verdad. En el entierro de Alfonso se acercó a aca­lmarlo.Yo no me acerqué. No resisto ver muertos a mis seres queridos. Luis Alfonso y Gonzalo, en cambio, lo besaron.

( Cuando se produjo la muerte de mi hijo mayor, en ene­ro de 1989, Alfonso era novio de Constanza de Habsburgo y Mirta 110 lo sabía todavía. Entre otras razones porque lle­vaba 1111a larga temporada viviendo en Argentina, su país natal. Sé que al igual que cuando el accidente de coche en el que han perdió la vida, pero con más insistencia y también con más «morbo», al producirse el mortal accidente de Alfonso so comentaron muchas cosas. Algunas muy extrañas, por cierto. De hecho, me enviaron un recorte de un artículo publicado en un diario italiano en el que se apuntaba que el

Page 298: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

suceso había s i d o p r o v o c a d o ¡ Q u e deh< .ide/.t! A m i lo m u

1 0 que me sorprendió es i j iu e n E s t a d o s Unidos, d o n d e l.i

rente, por lo general, es experta y muy cuidadosa en sus come­tidos laborales, el encargado de abrir y cerrar las pistas de esquí se fuera a comer un sándwich y, mientras tanto, déja­la la barrera a mitad de camino.Yo hubiera comprendido que ésta quedara arriba o abajo, pero a medias del recorrido...

Como se ve, también en aquel país ocurren este tipo de descuidos que, en principio, podríamos considerar más nues­tros, más mediterráneos para ser exacta. Quiero decir que, si el accidente hubiera tenido lugar en Italia, no me hubiera extra­ñado tanto. Se especuló mucho sobre el asunto y, en mi opi­nión, fueron muy peregrinas algunas de las ideas que se lan­zaron. Allí se encontraba el esquiador Fernández Ochoa, quien dijo que aquel día había un sol intenso y se veía muy mal. Pol­lo visto, estaban haciendo mediciones en la pista con el fin de poder utilizarla para otras actividades relacionadas con el esquí V, como había ruido, Alfonso no oyó la advertencia de que tuviera cuidado que alguien le hizo al iniciar su descenso. Con sinceridad, creo que se trató de un trágico accidente.

Luego, vinieron otras cosas muy desagradables, como el asunto de la compañía de seguros, de la indemnización... Luis Alfonso cobró algo de dinero, pero los abogados se queda­ron con una cantidad muy importante. Mi nieto — ¡me daba tanta pena!— era muy joven para que la vida le siguiera gol­peando tan fuerte... Fueron unos días inolvidables por su crudeza los que pasamos, rotos de dolor y, a la vez, teniendo que mantener el tipo. El tiempo ha mitigado el dolor, pero la pena la guarda uno hasta el fin de sus días.Yo siempre imagino las penas como huecos que se instalan en el alma y

Page 299: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

que y.i nadie podrá nunca llenarlo'.. Poi eso, muchas veces

me siento vacía de vida y, sin embargo, muy llena de penas.

Me pregunto si Juanito sería informado, en su momen to, de todo lo que pasamos. Cierto es que, inmediatamente después de conocer la noticia del accidente de Alfonso en Estados Unidos, puso un avión a disposición de Gonzalo para

que éste pudiera viajar hasta el lugar de los hechos. Hay que reconocer que el comportamiento del Rey fue estupendo. Además yo creo que, incluso aunque pretendiera evitarlo, tuvo que sentir mucho la desaparición de su primo, a quien yo creo que, a pesar de todo, quería mucho. Conociéndole, me queda la duda de si, de manera inconsciente, se pondría una coraza para protegerse del dolor. Los hombres, casi todos, son muy frágiles y huyen de las tragedias como de la peste.

Los Reyes asistieron a los funerales de mi hijo. Cristóbal Villaverde, quien a veces parecía el Espíritu Santo porque estaba en todas partes, fue quien cerró el ataúd. Él quiso de verdad a su yerno y estaba destrozado. Por cierto, Carmen y su madre se situaron al final del templo y no pararon de hablar. Supongo que comentarían lo que iban a hacer con Luis Alfon­so, ya que de pronto su vida se había convertido en algo muy preocupante para todos. Pero considero que no era el momen­to ni el lugar para mantener allí una charla, con Alfonso de cuerpo presente. Su actitud me pareció una falta de respeto y de maneras imperdonables que, por otra parte, no hacía más que confirmar de forma inequívoca la mala educación de ambas. Algo que nunca me cansaré de repetir.

Page 300: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Alfonso siempre me soipn inlin pm .n i in>tui•' .'titulo de la responsabilidad. Antis de contian in.itrunoino yo no Ilabia percibido lo que realmente se podía esperar de él, y era mucho. Pero, eso sí, mi hijo sufrió un profundo cambio de carácter cuando, en 1979, su mujer se marchó con aquel señor Kossi y le abandonó tanto a él como a sus hijos. Más tarde dejaría también a Rossi y a la hija que juntos tuvieron. Por lo que se ve, Carmen es la que siempre abandona.

En cuanto a Constanza de Habsburgo, no llegó a tiem­po para estar presente en los funerales que por el alma de Alfonso se celebraron en Madrid. Sin embargo, sí pudo asis­tir a la misa que, por su eterno descanso, se celebró en los Jerónimos, en la que lloraba con verdadero desconsuelo.Tam- bién en París se celebró una misa solemne por él y Cons­tanza me pidió estar conmigo, así que presidimos el acto reli­gioso las dos, junto a Gonzalo y Luis Alfonso. Constanza y Alfonso se iban a casar en otoño, pero él no quería que se supiera.Yo no sé lo que hace Dios... Los curas siempre hablan de la voluntad de Dios... Una boda con Constanza hubiera sido estupenda y le hubiera venido fenomenal a Luis Alfon­so, porque habría sido para él una influencia magnífica. Cons­tanza, que es archiduquesa, siempre me pareció una persona buenísima, una mujer muy educada, una gran señora.

Cinco años más tarde se casó con un austríaco y nos invi­tó a su boda en Bruselas. Era tal el cariño que sentía por Luis Alfonso que le hizo testigo de la misma. Luego adoptó una niña y, después, tuvo dos más. Su marido es un hombre muy simpático. Parece que son felices. Seguro que hubiera sido una esposa perfecta para Alfonso y, de este modo, yo hubiera vivido tranquila, sin ninguna angustia ni inquietud.

Page 301: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

¡Y no como estoy ahora, con esta mujer, C Carinen, que no se ocupa ni se ha ocupado jamás de lo que debe!

Cuando mi hijo murió, yo me quedé en su casa espe­rando que el chico se viniera a vivir conmigo, pero su madre y su abuela no lo consintieron. De haberse quedado conmi­go, yo me habría instalado en Madrid para que él no tuvie­ra que sahr de su ambiente. Y, de verdad, lo hubiera hecho encantada.

Los legitimistas pretendieron que en la lápida de Alfon­so pusiera yo todas sus armas francesas, pero ello no me fue permitido. Trabajé mucho con Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey por entonces, con el fin de poner en condiciones la tumba de mi hijo. Finalmente se decidió colo­car únicamente tres flores de lis, algo poco pretencioso y muy elegante; quedaron tan bien que, más tarde, por desgracia, fue el motivo que elegí para la tumba de Gonzalo.

Con respecto a las tumbas de mis dos hijos en las Des­calzas, sí que he luchado, y mucho, para dejar las cosas, al menos, con un mínimo de dignidad. Sinceramente, creo que tenían derecho a ello. En la lápida de mi hijo mayor figu­ra «S.A.R. don Alfonso de Borbón», pero no «duque de Cádiz». El hubiera deseado que también estuviera inscrito su título, pero — repito— no lo permitieron. En la tumba de Fran, mi nieto mayor, puede leerse: «S.A.R. don Francisco de Borbón» y en la de mi otro hijo puede leerse «Gonzalo de Borbón y Dampierre».Yo hice todo lo que estuvo en mi mano para que a Alfonso no le pusieran el apellido Dam- pierre detrás de Borbón. Con ello quería evitar que en la lápida del niño figurara el apellido Martínez-Bordiú. Como ya he dicho, el barón Pinoteau quería que constaran todos

Page 302: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

y d e su l i r r m m i i i I i . un I ' " . .1.i . • I . ............... I I. I.< I | • I>I .• . i ...l a i ' l u l a s t r r s l l o r e s «1«> lis I i. I . I. . . . . .11.. . Ii <• • 11• . . I, ( ... |.

u c o n i p i i ñ m l o | > n r l . i ¡ m l i l i l í . . ) . . . . . . i . • • • # • .1. i i . i . i . . . . . . i •• i» •*

Page 303: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 304: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

apSfVt • «nii i i f i n i r «iv ni \ m i i i ' i i iii< iv iu i tn ,ilinl ' il |><i|>.■ |unn Pablo II. Im< in t't'Hi

Page 305: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 306: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren
Page 307: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Luis Alfonso de B orbón, duc d ’Anjoii, con el director del Hotel des Invalides y los caballeros de la O rden de Malta.

(Foto: SAO LA.)

Page 308: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I uis Alfonso con su abuela, doña Em anuela de D am pierre , duran te la misa de conm em orac ión de la fundación del H otel des Invalides.

París, 21 de sep tiem bre de 2003. (Foto: SAOLA.)

Page 309: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I I ¡lili il'/injoii con su abuela en la recepción que tuvo lugar tras la misa de . ..iim cm onu ión de la fundación del Hotel des Invalides. (Foto: SAOLA.)

Page 310: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Luis Alfonso, en el saludo a las banderas de los veteranos del Ejército francés.(Foto: SAOLA.)

Page 311: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Quejido l i o Juont

Antes de e s c r ib ir t e e s ta ca rta be .pensado rsucho, y muohou 1 vqoarj o i deb ía hacerlo y en cufi extensión y con cuál tono , Kazcnes hay do sob ra ,y la s coíicoes, para que con j u s t i c ia pueda quejarme d e l tr a to quo a lo largo de lo s años de t i hemos r eo ib id o . Ho n eco o ito hacer rn - ouer.to pues e l anncdotario e s largo, doloroso su recuerdo, y tu , ooiuo oauno in io ia l , p rin cip a l y constante de é l , lo conoces perfectam ente.

Habla llegad o a abrigar la esperanza de que e l tiempo y mi a c titu d habrían de l le v a r a tu dnimo la n ecesaria serenidad de e s p i - r itu y ponderación que te perm itieran, s i no reparar, a l a»enos r e c t i - fto o r una oonducta y proooder quo tanto daño y dolor eo s ha causado.Po 'o un heoho rec ien te ha venido a demostrarme que estab a - en mi vana unporousa - equivocado.

Con motivo do l a boda de tu h ij a y prima hormana o la Kar- (¡iiri tu han acordado in v ita r a la ceremonia do su en lace a l " fta o , Emba- Jndoi' do España en E stocoluo y Señora. Evidentemente no ha s id o , en e¿~ .U o.......... tampooo, un error de tu s e c r e ta r ía . Tiempo ha pasado y s ú f i - <o loutn para r e c t i f ic a r , s i hubiera habido voluntad de e l l o por tu p a r ió . J’oro no ha s id o a s i .

Bieh es verdad quo e l tratam iento de embajador me c o r r e s ­pondí. y lo tengo a gran honra y a lta estim a, puo3 s i o tros t í t u lo s os­tento por derecho de sangre, e s t e do ¿¡abajador me v iene por haber ir.erec_i ] do .1 u confianza de representar a España, S in encargo lo n atu ra l - pero tu no lo has querido a s í - e s que a tan grato acontecim iento fa m ilia r fuora in v ita d o tu sobrino 3.A .H . El P ríncipe Don A lfonso de Borbón, p r l- , mogflnito de tu henaano mayor, que es e l J e f e de la Casa de Borbón, y primo hermano d e l futuro Eey de España y de la con trayente. Por e l co:i- t r a io lo quo no se me a lcan za es qu¡5 tentfa que haoor e l A bajador de Es­paña en Estocolmo en tan f e l i z acontecim iento.

En tu inamoria debe e sta r una no lejan a s e r ie de a r tícu lo .! de un d ia r io de la mañana madrileña, que te es particu larícente a fe c to , y don.:o no ha dicho que yo había rechazado una in v ita c ió n por no v e n ir <n» ouri’tidu con e l tratam iento que ice es debido.

En aquella ocasión no era o ie r to , pero s i lo será realr .on- te en o s ta . A pesar de tu in ju s ta aotitu d hubiera a s i s t id o con a le g r ía a la boda de Margot no s o lo por e l verdadero entrañable a fe c to que n o l l a tongo, s in o tambiín para m?ntonor, n). mono» o ara a l e x te r io r , osa tan twd ooouria nnneaoiOn de unidad fam iliar - tan importante siempre en todan lau tern illas y man para la nui.ntru nn )n I .ipaíía do hoy — poro quo tu |.tt- runo no han querido o itabido vnlonir u io itu debido.

Page 312: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Uubldi’iii on mil iitillo, rop jto , no nolo por la a le a r la de e s ta r ►'argot ntio d ía , niño porquo on mi oonoionoia r en d ir la a s i un tr ib u to

Kii a osa unidad fa r d lio r nuo.no he quebrantado nunca.

Si me hubieras in v itad o coito a un fa m ilia r habría acudido i [uo n i a s is te n c ia e s t a r la ju o t if io sd a en eso s lazos fa m ilia r e s y por i >:i comprendida, pero e l Embajador de España en E stooolno debe perna- im it en su puesto on tina fech a tan señalada y g lo r io sa para nuestro paig ni i e s e l Día de la ?li:¡panidad.

Y perdonar,¡a que ar-a extenso y r e it e r a t iv o . Pero qu izás soa <3sta ln llt im a voz que considero ante t i e s te tana.

De nada v a len su b terfu g ios, n i n.aniobres privadas o a r b o la s |n io d is t ic a s . El t í t u lo y t r a t ^ io n to qua no son debidos lo s o sten to por i1< ho de sangre y nacim iento y no me puedon ser quitados por poraoaa a l - i ; i i : ;. Están por oncima do tu voluntad y la o la / putiu non horonoiu diroo ta ili la sangre da n uestros Antepasados y da nuoatra Hiu t-trin, lian 11 •■•/i lo i tul or laandato in p r e s c r ip tib le de la sangre y debo guardarlos y dot’ondnr- I como d il ig e n t e d ep o s ita r io para tra n sm itir lo s a miu h ijo » .

Y sobre e s to no puedo tra n s ig i r n i guardar ni laño tu unlu t 1 .Lo. t í t u lo s y tratam ientos que me correcpondon a traváa do una ni mui ¿angro, Hito os l a tuya, tu ores e l monos llamado a n egarlos, J'-V.to on «flii i/111 im u- lilicab le tratándose de lo s h ij0 3 de tu horaano mayor a l que, do puna non\ loho por la oportunidad d e l momento h is t 'o r ic o y de au enfermedad, doboo no to lo tu p o s ic ió n sin o una herencia por demás im portante.

En f in , p re fiero poner punto f in a l aquí y no dejar quo e l do­lí jo an ecdotario quo a l p r in c ip io q u ise o lv idar se imponga a mi vo lu ntad .

Por todo o l io esp9ro comprendan que, en e s ta o o a s iín y dadas es"o Ir:unstancia3 que tu has querido, non veaao3 obligados a e s ta r ausen tes de Win :;rato aoonteoimien^o fa m ilia r y con un abrazo muy fu er te para T ía I'i&ria tu .’uego transm itas a lo s fu tu ros esposos e l fe rv ien te deseo de F e lic id a d (iui para e l l o s formúlanos Carmeji y tu sobrino

Alfonso»

üopia de la carta que don Alfonso de Borbón y D am pierre dirige a su tío Juan, onde de Barcelona, con motivo de la boda de la hija de éste, doña Margarita, con Ion Carlos Z urita.

Page 313: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Quorido T ío Juun

Mu u on ib id o irioií altfrtri tiem po tu in v ltu o iO n para la boda do Mar¿;ot|l>firn la quo doooo la Mayor fo l i .o id a d .

Mu iiuisdo ooultarte mi tr is te z a a» vor como no do ja s en querex1 ciraoo- miHir ol Ir.'-.Umtonto quo por nacimiento y sangre nos oorrosponde; y..>i uní.' fu t id o i s t l f i o v j o l co n te n id o de l a c a r ta quo sfl quo n.i h......Ai formo te ha d lr i jid o .

Croo nin embargo, mi d eb er , dem ostrar an te e l pueb lo E spañ ol que nuon ■ i i i.m, H a i i ¿;uu m anteniendo cu unidad aun d esp u és d e l f a l l e o i m i o í,n

du Ctirigon ( q . o . p . d . ) ouya v id a nada f á c i l por c i e r t o , ha s id o pora to « i uii o jd i'iilo quo no podemos n i debemos nunca o lv id a r . Por e so , in d a r#

/i pouar do todo, cuitar p reocn to on <ísto d ía do f e l i c i d a d p ara todoo, (Mili ■ ■ ■ I ■tlMini.c para M argot, esp eran d o , por l o menos, que en l a oerejiionin i.oiri) ocupar o l p u esto que me corresponda como prim o hermano de J.a no» v í a .

Un ab raso iuu,v afeo tu o so para tod os,Cfontialo,

.>l>i.1 ilc l.i « art.i c|ue don Gonzalo de Borbón y D am pierre dirige a su tío |u.ni. rotule de Barcelona, con m otivo de la boda de la hija de éste,

doña M argarita, con don Carlos Z urita .

Page 314: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

los títulos a los que tenían derecho, pero en Madrid no se lo permitieron. Son cosas demasiado mezquinas. Detrás de todo esto hay, por supuesto, razones que no puedo comprender, que no he comprendido nunca y que no comprenderé jamás. Pero yo sigo aguardando mi momento y no me importa que, cada día que pasa, tenga menos cosas que esperar.

Alessandro Torlonia y mi cuñada Beatriz tenían un hijo, Marino, que murió de sida hace ya algunos años. Era un ser sensible y cariñoso que venía a visitarme con frecuencia.Yo lo pasaba muy bien con él. Al parecer, tras la desaparición de mi hijo, Marino le comentó a un francés que el acciden­te de Alfonso había sido una tragedia para la familia y para España, así como una catástrofe para Francia.

Cuando Franco ofreció a Juan Carlos la Corona, lo pri­mero que éste hizo fue llamar a sus primos; entre otras cosas les pidió que acudieran a su juramento, ya que se temía lo que finalmente sucedió: de su familia no asistió nadie, excep­to mis hijos, Alfonso y Gonzalo. El resto se había posiciona- do, evidentemente, junto a Juan y no consideraron oportu­no asistir a semejante acto. Pero como se ha podido comprobar, cuando pasa el tiempo son estos detalles los que, precisamente, el ser humano tiende a olvidar.

Page 315: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

IIIAX

Page 316: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

diría que Gonzalo era un hombre bueno, amable, bien educado y sensible, que había aceptado, con toda natu­ralidad, que su figura permaneciese en un más que discre­to segundo plano. Su papel en España, de cara a la galería y como miembro de la Familia Real, no era nada fácil. En mi opinión, fue más inteligente de lo que muchos creen, porque consiguió moverse en la sencillez como pez en el agua.

Como pienso que lo que más valor tiene en el mundo es no sólo aceptar, sino querer a las personas tal y como son y no como a ti te gustaría que fuesen, pretendo hablar de mi hijo con honestidad y no inventándome una personali­dad que no tuvo. Me gustaría dejar claro que, pensando en su bienestar, yo habría preferido que su capacidad para ganar­se la vida hubiera sido más sólida y segura. Ahora bien, esto no fue así y acepté su filosofía de vida, que en otros aspec­tos estaba llena de valores.

Gonzalo fue un ser especial. En la medida de sus posibi­lidades, vivió como pudo y también como quiso, algo muy meritorio por lo infrecuente que es. Para conseguirlo, no tuvo

Page 317: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

el menor reparo en acoplarse .1 aquello que la vida le ofire cía en cada momento.

Así, podría decirse que inició su carrera profesional en Nueva York, trabajando como economista para una empre­sa norteamericana.Tras pasar una larga estancia en la ciudad de los rascacielos, fue enviado por esta misma compañía .1 su sede de Manila, primero, y de Madrid, después.

Pero este tipo de actividad no era, ciertamente, concilia­ble con su carácter, de modo que en un determinado momen to la abandonó. A partir de entonces, sus trabajos y ocupa­ciones fueron más acordes con su manera de ser bohemia y, en apariencia, despreocupada.Y es que Gonzalo, en esencia, era un amante de la vida, de las mujeres y de la noche. Ade­más, podía permitírselo, ya que ni social ni económicamen­te tuvo ambición alguna. Percibía un pequeño sueldo de un consejo de administración de alguna empresa que no recuer­do y así sufragaba sus gastos.

Sé, por ejemplo, que fue presidente de honor de la pri­mera boite que existió en Madrid con música en directo, Pica- dílly. Allí, sus socios y amigos fueron Juan y Vicente Olme- dilla; también Sumner Williams, sobrino de Nicholas Ray, el famoso director de cine.

En 1969,junto a Picadilly se abrió un local con un nom­bre tan peculiar que no olvidaré nunca: «Nido de Arte.» Otro lugar de reunión al que mi hijo acudía con muchísi­ma frecuencia.Al parecerse convirtió en un sitio muy diver­tido en donde la gente se reunía después de cenar. Según me dijeron, uno de sus grandes atractivos era que contaba con Jaime de Mora y Aragón, hermano de Fabiola, la que fue reina de los belgas, como pianista. Debía tocar el pía-

Page 318: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

n o m u y b ie n , y i . i m h i m i un h u i l l í n • u n ■ 1 n 11 m i n o i ' o m o

e x c é n t r i c o .

Con todo esto quiero decir que las ocupaciones de Gon­zalo no eran, sinceramente, como para presumir. Eran las de un vividor. Y es que se trataba de un ser que desconocía la pretensión. Bueno, a decir verdad, él siempre tuvo la «pre­tensión» de pasarlo bien y es a conseguirlo a lo que se dedi­có fundamentalmente.También debo decir que, a lo largo de mi vida, he conocido a pocas personas que supieran cuidar mejor de sus amistades. Así como en el amor fue un desas­tre, con el agravante de que parecía inasequible al desalien­to, en todo lo relacionado con la amistad fue un fenómeno, ya que se hacía querer por personas de todo tipo y condi­ción.

No es que yo diga esto de mi hijo desde mi pasión de madre. Sé porque lo he visto, y me lo han contado, que fue un magnífico amigo de sus amigos.También que, en la medi­da de sus cortas posibilidades, estuvo siempre dispuesto a pres­tar dinero a cualquiera que atravesara por un momento de apuro económico. Sus dos compañeros del alma fueron Juan Olmedilla y Tony Ricoder, afamado abogado catalán.

Pienso que la bondad de Gonzalo era innata. Todos los años, en primavera, se iba a Lourdes para ayudar a los enfer­mos que hacían la peregrinación. A estos viajes solía ir acom­pañado de otros buenos amigos, como Carlos Sueca y José Vicuña, que yo recuerde.

Page 319: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

( ion/.ilo, « ti i m ío nimio, se parecía .1 su padre. Los dos sufrían mucho. |aime poi su lor/ado aislamiento y nuestro hijo menor porque en su vida 110 existió una sola mujei que, 111 de lejos, colmara sus necesidades afectivas. Su bús­queda sin tregua en este sentido no era más que un deses­perado reflejo de su necesidad de cariño. Y por más que se negara a aceptarlo y mucho menos aún a dejarlo entrever, yo notaba que sufría. No se puede engañar a una madre.

4 * 4 *

Gonzalo se casó tres veces y yo lo pasé fatal ya que no había que ser muy lista para tener la certeza de que su intui­ción con las mujeres dejaba mucho que desear. Siempre se equivocaba. Su primer error en este sentido lo cometió en 1983, cuando decidió contraer matrimonio civil en Puerto Vallarta, México, con la periodista Carmen Harto, diez años más joven que él. Un ataque de pasión, una ficticia historia de amor y un matrimonio que, afortunadamente, en Espa- ña 110 tuvo validez. En otras palabras, una metedura de pata y una relación que a duras penas llegó al año.

La segunda vez que anunció su inminente matrimonio el fracaso estaba cantado, como si de un tonto acertijo se tratara. Tratando de evitarlo, le hice llamar a través de su hermano para que viniera a verme, ya que me parecía fun­damental hablar con él de una manera clara y sin tapujos. Pero 110 tuve éxito. Como sabía que sería muy dura con su proyecto, prefirió no venir. Así, llevó a efecto y cargó a sus espaldas — estoy convencida de que en muchos hombres

Page 320: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

podría cuan ti fu .use el piso de sus lt.it r.< >■. y mis dei lol.is i.m sólo fijándose en sus esp.ild.is este nuevo disparate que con sistió en contraer matrimonio con una tal Mercedes Licer, al parecer modelo de profesión, que contaba por aquel enton­ces solamente veintiún años de edad. Esta boda civil, o si se quiere esta nueva bajada a los infiernos, tuvo lugar en Madrid en 1984. Unos días más tarde se celebraría la cere­monia religiosa en el castillo de Olmedo, en Valladolid.

Por supuesto, a un acto tan irresponsable no asistimos ni su hermano ni yo. Más bien, y a pesar de nuestro intento de llevarlo con el mayor estoicismo, quedamos paralizados por la impotencia y, ¿por qué no decirlo?, también por la rabia que ésta siempre acaba produciendo.

Igual que en su matrimonio anterior, y tal como estaba cantado, este sueño de amor duró menos de dos años. Fue su hermano mayor, Alfonso, quien le ayudó a cortar aquella convivencia que, al parecer, debía de ser insoportable.

Gonzalo acudió a testar ante notario el día después de casarse con la Licer.Yo creo que fue la madre de ella quien le forzó a hacerlo y, después, él se olvidó de ese testamento. A mí no me lo dijo, porque si me llego a enterar... De todos modos, al parecer ese testamento no tiene validez alguna ya que el matrimonio fue anulado tanto civilmente como por la Iglesia.

La Licer puede decir lo que le dé la gana, pero además de una interesada es una mentirosa y siempre lo fue. Gon­zalo sabía que ella me ponía enferma y no permitió que la viera más que en dos ocasiones: una en Pamplona, tras el acci­dente que sufrieron Alfonso y sus hijos, y la segunda y últi­ma en una clínica donde la internaron porque, por lo visto,

Page 321: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

h.ihi.i im ido mi abono I loiiqu* iba metida en la cama y repelía I le pciilulo i mi lujo. lie perdido a mi hijo...» con una histérica insistencia t laro, era evidente que algún con tratiempo había sufrido, si no por qué razón íbamos a estar alli mirándole a la cara.

l.s muy probable que la Licer sintiera por mí la misma antipatía que su persona me inspiraba. Esos desencuentros irracionales son, por lo general, mutuos. Luego, cuando todo se fue al traste, como era previsible, vino a Italia y tuvo un hijo con un italiano.

El proceso de anulación matrimonial no sólo resultó cos­toso en el terreno económico, sino también en el psicológi- co, ya que desgastó mucho a Gonzalo. Por cierto, yo a Mer­cedes Licer nunca le comuniqué, como se ha escrito, su condición de heredera. No quiero ni verla. La detesto.Tam- poco es cierto que le ofreciera cuatro millones de pesetas para que renunciase a la herencia de Gonzalo. ¡Eso es difamación!Y difamar puede ser algo muy serio. Yo tengo una persona de toda confianza que es quien se ocupa de asuntos como éste, pero de momento no quiero emprender la vía judicial.

De la existencia del testamento de Gonzalo me enteré por la Licer. Cuando éste salió a la luz, sólo cabía pensar en ilos posibilidades: o el día en que lo firmó había bebido, o bien los asuntos crematísticos le importaban tan poco que, sencillamente, había olvidado que lo hubiera hecho. Mer­cedes Licer dice que, poco antes de su muerte, mi hijo rea­lizó cambios en sus inversiones. Nada de todo eso es cierto.

Me enfada pensar que a mi edad, cuando a lo que aspi­ra una es a estar tranquila, aparezca una señorita de este tipo y me perturbe. ¡Con lo agradable y cómodo que resulta no

Page 322: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tener problemas con l.i ^.i-iitr1 I o qiu- 01 ni n < . qu« p.m • |n>

esto suceda deben il.itse, al menos, dos condiciones uncí l.i

clase que la Licer no tiene o contar con una educación seme­jante. Evidentemente la suya es opuesta a la que recibió Gon­zalo y, por supuesto, también a la mía. Así de sencillo. ¡Para qué darle más vueltas!

Es cierto que los disgustos que me dio Gonzalo a lo largo de los años fueron muchos. Por poner otro ejemplo, considero que también fue una irresponsabilidad por su par­te reconocer a una hija que una norteamericana decía haber tenido de él. Cuando mi hijo hizo público tal reconoci­miento en 1983, la joven ya era una adolescente de quince años. Podía algún día llegar a reclamar algo en España. Por eso, repito, odio a los bastardos. No lo puedo resistir. Siem­pre acaban acercándose a uno por interés. Cuando Gonza­lo me contó lo que había hecho, por poco me da un ata­que. En un intento de justificar lo injustificable, me dijo: «La he reconocido porque era una mujer. Si llega a ser un varón, ¡ni hablar!»

Sin embargo, de haberme consultado, yo le habría acon­sejado todo lo contrario: «Aunque sea tuya, no la reconoz­cas.» Y sin lugar a dudas, de haber vivido Alfonso también hubiera tratado de impedirlo. Jamás he mantenido el menor contacto con esta chica que, por lo visto, no es sólo gorda, sino obesa. Pero tampoco lo mantuvo Gonzalo. En cierta oca­sión, quedaron en París para verse. La madre no le pidió nada,

Page 323: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

asi que i'l no p.i(.'ó un i I i i i i i | u' 111 ni oí hh id ,i l.i liij.i de ambos

Ahor.i bien, quiero ilej.it i l.im qm ella mima heredará, y im

lo hará por varias razones: porque en Lis paña mi hijo no

dejó mucho dinero, porque lo que tenía fuera se lo gastó y

porque los objetos que hay son míos. No, no heredará.

lias aquel absurdo encuentro en París, Gonzalo no vol vio ,i hablar con la chica ni tan siquiera por teléfono. I )e todos modos, ella hizo unas declaraciones en las que decía habei ec hado en falta a un padre. Es muy fácil.Todo el mundo echa en falta aquello de lo que carece,pero ¡qué le vamos a hacer...!

I.stefanía, que es al parecer su nombre de pila, se casó con un norteamericano y tiene cuatro chicos. La Licer, que a mi |tiic 10 es una mujer malísima, viajó a Estados Unidos a ver­la y a animarla a reclamar lo que le correspondía. De momen­to, ya ha tomado el apellido Borbón. ¡Allá ella!

Iotlas y cada una de las relaciones que Gonzalo mantu­vo fueron 1111 auténtico disparate. Afortunadamente, su alo­cada vida tomó otro cariz cuando, en 1993, contrajo matri­monio con Emanuela Pratolongo, una buena mujer genovesa y. además, una señora. Este matrimonio tuvo lugar una ve7 que mi hijo consiguió la anulación de la Licer.Yo quería que celebraran una boda religiosa y, como ellos estaban de acuerdo, lo hicieron en 1996 en Rom a, en la iglesia que está frente a mi domicilio. La verdad es que me sentí alivia- da. Gonzalo fue siempre para mí una espina, pero, a la vez, la representación de la ternura.

Page 324: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

El día di* SU IM i l.u i , ni r II Ih < I II I I I lili .llllHli'1 /o .|I I |lh

asistieron, entre otros, mi » uñada t i isi.i y su Iiij.i ( ¡iovamw, quien había sido testigo de la boda. Para mí fue ésta la pri­mera y única boda de Gonzalo.

Mi nuera es cariñosa conmigo y yo le estoy agradecida por la tranquilidad que procuró a mi hijo. También por su paciencia, puesto que él era un hombre de una bondad ili­mitada, pero bebía demasiado.Y yo, que lo he vivido, sé has­ta qué punto es cansado convivir con una persona a la que le gusta el alcohol. Por fin, en sus últimos años de vida mi hijo menor disfrutó de un largo período de felicidad junto a su mujer.

4 *4 * 4 *

Aunque Gonzalo murió de una leucemia fulminante en mayo de 2000, yo creo que su salud se resintió a partir de la terrible desaparición de su hermano. Gonzalo sufrió una bar­baridad. Recuerdo que unos días después de la tragedia, íbamos hacia algún lugar en su automóvil y estuvimos a pun­to de sufrir un accidente por lo mal que se encontraba. Esta­ba como ido, apenas podía concentrarse en lo que hacía. Fue para él un golpe brutal del que, en realidad, nunca se recuperó.

Gonzalo falleció en el Hospital Cantonal de Lausanne, ciudad en la que fijó su residencia en 1990. Su salida de Espa­ña fue muy triste. Después de haber vivido durante tantos años en Madrid y haber soportado con ilimitada paciencia los desprecios, las bromas de mal gusto y otras cosas de natu-

Page 325: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

i.ilc/.i '.mu 11111 • iln ulio rmpreiiilei un.i nueva villa en Sin i I n l.is ilei l.ii.ii iones previas ,i mi p.mui.i llegó .i dei ii i|iu*

s r iba sin resentimiento, puesto que no era rencoroso, pero

si lleno de amargura y tristeza por el trato que a él y .i mi

familia se les había dispensado.I )esde entonces, la razón de sus escasas visitas a Kspan.i

tuvieron como objetivo su deseo de seguir manteniendo un

estrecho contacto con su sobrino Luis Alfonso. La última ve/ que estuvo en Madrid fue cuando falleció su tía María, con ilesa de Barcelona y madre del Rey, en enero del 2000.

Reconozco, cómo no, que tras la muerte de Gonzalo el ¡-esto de Juanito hacia Luis Alfonso fue enormemente ele­gante y cariñoso: se trasladó a la Bretaña francesa, donde se encontraba mi nieto, para hacerle conocedor a éste de tan triste noticia y compartir, así, su dolor. Debo decir que esta actitud me llegó a lo más profundo del alma y es algo por lo que siempre le estaré agradecida.

Gonzalo, que fue caballero de las Reales Órdenes de San Miguel y Santo Espíritu, había pedido ser enterrado jun­io ,i su hermano y su sobrino Fran en las Descalzas Reales de Madrid. Con motivo de sus funerales, el Rey no dio su conformidad para que asistieran tres importantes legitimis- tas, entre ellos el barón Pinoteau que, para mí, es una perso­na leal y de mi total confianza. Es más, fui yo quien tuvo que comunicarle a éste tal decisión real a pesar de que a mí no se me habían dado razones de ningún tipo. Fernando

Page 326: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Almansa, entontes )« I• ■ di l.i < r i <I«• 1 U cv, nif ii.riludo l.inegativa y, azorado al darse cuenta de mi contrariedad, me

recordó que él no era más que un mensajero y que, si yo que­ría, me pasaba con el Rey para que hablara con él por telé­fono. «Sí, páseme con él», le pedí, y hablé con Juanito, quien volvió a repetirme que los legitimistas no debían acudir a los funerales de mi hijo, pero tampoco me dio más explica­ciones.

Su postura, la verdad, me pareció muy extraña. Tengo la impresión de que en este tipo de ocasiones el R ey no pasa ningún mal rato, sino que se limita, simplemente, a ejer­cer su autoridad, aunque a veces ésta parezca injusta o arbi­traria. Algún día me gustaría preguntarle por qué se porta­ron de este modo con mis hijos. Que yo sepa mi nuera, Emanuela Pratolongo, no decidió con La Zarzuela quié­nes serían los asistentes a los funerales, como se afirma en un libro.

La esquela de Gonzalo aparecida en L e Fígaro rezaba así: «Monseñor el Príncipe Luis de Borbón,Jefe de la Casa de Borbón, acompañado por su abuela la Duquesa de Anjou y de Segovia y Su Alteza Real la Princesa Emanuela de Bor­bón, participan el fallecimiento en Lausanne, el 27 de mayo, de Su Alteza Real el Príncipe Carlos Gonzalo de Borbón, Duque de Aquitania.» Sin embargo, la del periódico A B C

fue bien distinta: «La Excelentísima Señora Doña Emanue­la Dampierre comunica la muerte y los funerales por el Exce­lentísimo señor Don Gonzalo de Borbón Dampierre.» Así, sin mis. En todo caso, Luis Alfonso no entró en el juego y retiró su nombre de esta esquela. Un gesto que le ennoble­ce y que, en medio de aquella dramática situación me con­

Page 327: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

soló; me consoló saber que 1111 nieto tenía eso que resulta tan difícil de encontrar: dignidad.

Se dijo que se había encargado al Instituto de la C lasa >l< llorbón organismo cultural fundado por Jaime para dai .1 conocer la Casa de Borbón francesa— la redacción de la esquela. Según ellos, la viuda además había aceptado que el féretro sólo fuese cubierto con una bandera, la española. No lo sé. I o que es casi seguro, aunque no puedo jurarlo, es que •i no se encontraban allí los representantes del legitimismo fue por decisión de la Casa Real, no por intervención de mi nuera.

lin los últimos años de su vida, Gonzalo estuvo algo ale­jado de Francia y los legitimistas lo sintieron. No sé si el moti­vo fue su último matrimonio, que le absorbió mucho, o tal ve/ que él ya no se encontrara bien. Mi opinión personal es que mi hijo ya no tenía ilusión por nada que no fuera su tran­quila vida cotidiana. No hay que olvidar que,si Alfonso había sufrido mucho como primogénito, Gonzalo como segundo hijo de 1111 infante de España no había sufrido menos, aun- que existía una diferencia importante a su favor: que él sí podía manifestar su desencanto, y 110 así su hermano.

Como Gonzalo era débil, bien podría ser que Emanue­la, ,il ver que cualquier cosa relacionada con la política le hacía sufrir, lo alejara de Francia; de hecho, en este país se celebró una misa por el eterno descanso de su alma a la que ella no asistió. Pero lo que en absoluto creo es que ella impidiera la

Page 328: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

presencia de* los lepjininsi i . en M u llid Alioi i I• n n. insisto

en que se trata de alpo qiu- no puedo jin.ii Ni me párete

extraño el título con el que se hace llamar, princesa Gonza lo de Borbón, y que a la vez admita que a mí, desde la Casa Real, no se me trate como duquesa de Segovia. Sé que tie­ne una estrecha relación personal con el Rey, con quien habla por teléfono de vez en cuando, y que es amiga de las hijas de Crista, a las que ve a menudo. No parece consciente de que todo esto puede sentarme mal a mí, pero sé que en su actitud no existe ninguna mala intención, ya que Emanuela es una buena persona. Sería lógico que se volviera a casar, puesto que se trata de una chica muy joven.

Én la ceremonia fúnebre por Gonzalo el protocolo bri­lló por su ausencia. Yo, su madre, estaba colocada después de su mujer, algo que me parece incorrecto por principio. A todo esto, Luis Alfonso tenía reservado un puesto junto a mí. A continuación, nos ofrecieron un almuerzo en La Zarzuela y por lo visto, como mi nieto no se entendió bien con Felipe, el Príncipe de Asturias, no apareció por allí. N i siquiera se enteró de que tras la misa tendría lugar esa comida. Reconozco que es un gran despistado y, ade­más, estaría aturdido.

Durante el almuerzo, que fue de pie, no percibí ningún tipo de tensión. Allí estaba Balkany, el antiguo marido de Gabriela de Saboya, muy amable como siempre; también las Marone,que viven en Madrid, y Olimpia Torlonia, cuya her­mana mayor, Sandra, sé que ha tenido algún conflicto con el Rey porque, como madre, ha defendido a Dado.Yo com­prendo que Juanito no quiera relacionarse con él, pero ella se porta bien conmigo.

Page 329: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Sii ni o un tl< tl< >i 1111114-11 • • iii mi .iIiii.i, porque pienso que, |kii uno ii otro iiioiivo, l.i viil.i d< mis dos hijos careció de felicidad. ( 'reo también que fueron víctimas de linas som­bras que, como redes de insatisfacción y desconfianza, gene­ramos sus progenitores ele manera más bien frívola e incons­ciente. I o peor fue que a ellos les dejamos como legado la parte mala, la dramática, aquélla con la que tuvieron que vivir durante toda su existencia.

Page 330: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Q)e/rea¿er¿/<? a /a ej/iera/iza

Page 331: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Luis Alfonso es lo único que me queda en la vida. Me gustaría verle más a menudo, pero, claro, es muy joven, trabaja, estudia, se divierte y, además, vivimos en paí­ses distintos. Si yo tuviera menos años, viajaría para visitarle, pero mis achaques no me permiten moverme todo lo que me gustaría. ¡Qué gran invento el teléfono! En estos momen­tos es lo que, sobre todo, me permite mantener el contacto con la gente que quiero.

Luis Alfonso nació en Madrid el 25 de abril de 1974. Para su bautizo, celebrado en la capilla del palacio de El Pardo, me llevé de Roma el faldón con el que, en su día, fueron tam­bién bautizados su padre, su tío y su hermano mayor. Su padri­no fue su abuelo paterno,Jaime, y su madrina, Carmen Polo de Franco, su bisabuela materna.

En la actualidad, mi nieto vive en casa de su abuela mater­na, Carmen Franco. Convive sólo con ella y con los cria­dos. Su tía Arancha, la última de los hijos de los marqueses deVillaverde, también se ha casado. Los demás, hace ya muchos años que abandonaron el domicilio familiar para vivir sus propias vidas, como es natural.

Page 332: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Su mi.mi i.i. en ,i|i ii le i ii 1.1 no lue diferente a la de mal quier otro ilm o de mi eil.nl »> condición. Sus estudios pn mai ios los realizó en el colegio Insp.mo-francés Moliere de Pozuelo, lugar situado a las afueras de Madrid, en donde vivió hasta el fallecimiento de su padre.

I le señalado que su infancia fue normal «en apariencia», ya que a este pobre chico le faltó la tranquilidad y el sosie­go con el que todo niño debería contar para conseguir un desarrollo normal de su personalidad. Lógicamente, el mun­do se le vino abajo cuando su madre, de un día para otro, lo abandonó.Y es que por aquel entonces Luis Alfonso no tenía más que cinco años.

A veces trato, y otras evito, imaginar hasta qué punto pue­de verse alguien de tan corta edad afectado por una situación semejante. Inevitablemente nene que partirle el alma y, para col­mo, su capacidad para entenderlas cosas es inexistente.Supon­go que la primera sensación que debe embargarte es la incre­dulidad. Me sobrecoge pensar que, mientras a otros niños de sus mismos años se les fomentaba la fantasía como algo que forma parte del patrimonio de la infancia — el Ratón Pérez, los Reyes Magos, el Capitán Garfio...— , mi nieto, por el con­trario, tuvo que enfrentarse al horror de asimilar la realidad: su madre se había ido de casa. Este acontecimiento es más brutal, en mi opinión, que perder a una madre a causa de una muerte inesperada, porque el halo que envuelve tal desaparición no deja resquicio para amortiguar el dolor. Con cinco años un niño sólo puede preguntarse: «¿Por qué esta persona, que en principio es quien más me quiere en el mundo, se va y me abandona?»

Hablo desde mi propia experiencia, ya que también yo fui, en su día, abandonada por mi padre. Ahora, estoy con­

Page 333: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

vencida de que .1 l.i rd.nl qm I ni'. AIIoiimi i» iii.i i u.1111 lo r ito

sucedió, la ausencia de una madre no tiene comparación posible con la de tu progenitor. Es absolutamente irreem­plazable. Porque una madre, por definición, tiene un papel equivalente al del ángel de la guarda: ese que siempre está junto a ti; el que te protege contra viento y marea y lo hace sin condiciones. Poco después, Luis Alfonso perdió a su her­mano y a su padre. Supongo que llegaría a pensar, no sin razón, que la vida no es sino un doloroso trayecto en el que a uno le van arrebatando todo lo que más quiere. Por eso, con frecuencia pienso que, de haberme encontrado yo en la piel de mi nieto, sería nulo el interés que por la exis­tencia sentiría. A veces imagino el dolor tan potente como una ametralladora que, enloquecida, dispara sobre ti hasta fulminarte.

¡Qué orfandad la de este pobre chico! Cada vez que su imagen viene a mi pensamiento no puedo evitar verlo con esa mirada suya que, en muchos casos, mira sin ver y tras la que, más allá del brillo que transmiten sus ojos tan jóvenes, se esconde un fondo de melancolía adquirida prematura­mente, a destiempo.

Ahora bien, a la vez creo que si hay algo en este mundo verdaderamente incombustible es sólo y únicamente la juven­tud. De hecho, cuando uno la deja atrás, es cuando se da cuen­ta de su inconmensurable fortaleza, aquella que nos preser­va de todo suceso maligno o destructivo que pretenda mermar nuestra existencia.

Page 334: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Mi nieto estudió más t.iulc m t i I u eo Francés de Madrid y también en esta ciudad se licenció en Ciencias Empresa­riales por el CUNEF, en donde luego realizó un máster en Imanzas.Tengo entendido que se trata de una excelente un i versidad privada, al parecer vinculada con la Asociación cil­la Banca Española. La asignatura que más le gustaba era I lis toria Económica, que entonces impartía el profesor Gonza­lo Anes, un prestigiosísimo catedrático español y, a la vez, director de la Real Academia de la Historia.

En la actualidad, Luis Alfonso trabaja como gestor de patrimonio para el BNP-Paribas de Madrid. Espero que este banco le envíe en algún momento a vivir a París, Londres o, i-n su defecto, a algún otro lugar de Europa. Me parece fun­damental que salga fuera y vea mundo. Existen pocas cosas peores que la cortedad de miras. Puedo comprender que él siga viviendo con su abuela en una magnífica casa, con la comida preparada, el servicio y todos los gastos pagados. Es una situación muy cómoda, pero pienso que ya está en edad de irse de allí para organizar su propia vida. Más tarde ya vere­mos hacia dónde quiere dirigir su existencia.

Me emocioné el día que leí en una revista que, según decía Luis Alfonso, había heredado de su padre la perseve­rancia y la tenacidad en todas y cada una de las cosas que emprende. Y es que yo esto lo valoro mucho, ya que cada vez más creo que para alcanzar alguna meta es más impor­tante que nada la fuerza de voluntad. También dice que ha heredado de su padre la capacidad de escuchar y compartir los problemas de los demás, algo que me hace sentirme muy orgullosa, dado el individualismo que hoy nos rodea. Estas reflexiones de mi nieto me hacen comprobar que, gracias al

Page 335: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Cielo, se tl'.it,t til* un t lin i» •.iim y Iturim, 1|IM Ii.i i ohm rui do superar los di.un.un n\ ,n oiiici límenlos i|iie '..h mlieioii su infancia y primera juventud.

Además, todo el mundo le encuentra guapísimo y muy atractivo. Tiene buen carácter y un fuerte sentido religioso. Alquiló la casa que mi hijo tenía en Pozuelo y, a cambio, per­cibe por ello una renta mensual. También me han comenta­do algo que me sorprendió sobremanera: le obsesiona que­darse de pronto sin dinero. Curioso, ¿eh? Es impresionante hasta qué punto puede nuestro subconsciente tendernos tram­pas. Seguro que este miedo que él siente tiene una explicación psicológica que, desde luego, yo no sé cómo interpretar.

En lo que se refiere al tema relacionado con los legiti­mistas, Luis Alfonso reacciona muy bien, con muchas tablas. Considero que cumple con sus compromisos de manera muy responsable y, seguramente, sin cuestionarse nada. Acepta todo y da cuenta de aquello que se le plantea con gran desenvol­tura. Huelga decir que los legitimistas franceses están encan­tados con él. Para ellos es su Rey, Louis X X de Borbón. Le costean una secretaria para que conteste toda la correspon­dencia que recibe, ya que solo no podría hacerlo. También me agrada saber que, entre los medios de comunicación, tiene fama de ser alguien muy asequible, amable y natural. Espero que en el futuro sepa desarrollar a la perfección su papel y sus obligaciones, que asumió en 1992 cuando cum­plió dieciocho años.

Page 336: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Mi lujo A liono t< nu un mino muy leal, pero .1 mí no me gust.i l.i influem 1,1 i|in < si<- Ilumine tiene sobre 1111 nie­to. Pienso, aunque es sólo una intuición, que cree que Luis Alfonso puede llegar a desempeñar algún día un papel rele­vante en España, algo que me parece imposible. El caso es que hace cualquier cosa para impedir que cambie su resi ciencia a otro país y lo malo es que mi nieto confía mucho en él y por eso le consulta todo. Éste es otro de los motivos por los que yo quiero que se vaya al extranjero.

Mi nieto y yo compartimos la afición a la lectura y tam­bién nos gusta estar al día de lo que ocurre en el mundo a través de todo tipo de diarios. A él le encanta seguir los acontecimientos deportivos, puesto que es un deportista nato. De hecho, formó parte del equipo de rugby del Liceo Francés de Madrid, que fue campeón de España en alguna competición. Aunque hoy le sigue gustando este deporte, ya no tiene tiempo para practicarlo — algo de lo que a veces se queja— , pues requiere mucho entrenamiento. Al pare­cer, en los últimos años también ha descubierto la vela y suele participar en la Copa Reina Sofía que se celebra cada verano en Palma de Mallorca. Desde que era pequeño le encanta el esquí y también monta a caballo desde que era niño.

Igualmente, compartimos la pasión por la música. Si vivié­ramos más cerca el uno del otro, estaría encantada de acudir con él a los conciertos, ya que ahora no voy porque no ten­

Page 337: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

go quien me .ii'omp.nu* l Ji ■ i -.11.111,1 un lu i/n. \ me p.urt 1

ría estupendo que fuera el suyu en el que pudier.i apoyarme para escuchar una buena ópera cantada por fantásticos teno­res como Pavarotti o Plácido Domingo. Lo que no compar­to con él es su gusto por la música que oyen los jóvenes. Por ejemplo, sé que le entusiasma una cantante canadiense lla­mada Céline Dion que, por lo visto, interpreta canciones melódicas.

Y hay otro aspecto en el que no puedo coincidir con él: como buen Borbón, es un gran aficionado a la caza.Yo espe­ro que en un futuro inmediato se dedique a «cazar» menos venados y más mujeres... Bueno, con una sería suficiente, lo que hace falta es que sepa elegir bien. Siempre dijo que no se casaría antes de los treinta años y le falta poco para cum­plirlos.

Espero que en este tema tenga más vista que la que tuvie­ron su padre y su tío, y que logre así ser feliz en su matri­monio. Con las chicas tan bien educadas, formadas y guapas que hay, ¿por qué será que todos los míos se fijan, precisa­mente, en quien no deben fijarse? Creo que hay que reco­nocer, a pesar de todos los años que una tiene o precisamente por eso, que es a la gente bien a la que se debe tratar, pero que la gente mal, seamos sinceros, en cierto período de la vida resulta mucho más divertida. Lo que me parece un sín­toma de inteligencia y sensatez es saber distinguir entre una y otra para que, cuando llegue el momento de tomar la deci­sión de casarse, uno se fije sólo en la gente bien y no en la otra.

Que quede claro que, cuando hablo de gente bien no me refiero en absoluto a su categoría social, sino a una cierta

Page 338: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

m.iiH i.i di sci y, poi i .m io ,«l< vivn I .1 convivencia es muy

difícil y conseguir que sea buena es l.i base de tocio matri

momo bien avenido.

Vivimos una situación alarmante cuando, en cierta oca sión, mi nieto planteó su deseo de contraer matrimonio. Su madre y ese amigo de Alfonso al que antes me he refe- rido mantuvieron con Luis Alfonso una larga y difícil reu nión para aconsejarle que no lo hiciera. Menos mal que lo consiguieron.

Su mujer debería ser alguien alegre que le compensar.i de todo lo que ha sufrido. Una chica de buena familia, edu cada e inteligente, que comprendiera a la perfección el com­promiso que su marido tiene contraído con Francia y, por tanto, su papel a desarrollar de cara a este país. Papel que pue­de sólo entenderse desde la generosidad y la entrega absolu la. Quizá sería mejor que no tuviese nacionalidad española, por muchas razones. Tal vez estaría bien una francesa. Una ve/ él habló de una florentina, de apellido Corsini, que es una familia estupenda de la ciudad. Hace poco supe que Luis Alfonso salía con una venezolana y por poco me da un ata­que, pero no parece una historia seria.

En una entrevista que hace un tiempo le hicieron a mi nieto, dijo que seguiría el camino de su padre. Quiero creer que siempre será así. Pero a mí me inquieta su madre, porque llegará un día que Luis Alfonso se dé cuenta de que no es nin­guna lumbrera. Cuando Carmen tuvo la niña con Rossi, su madre comentó a los medios: «Estoy encantada.» Podría haber dicho cualquier otra frase menos frívola y también menos hiriente. Su obligación como madre es, sin duda, defen­der a su hija.Todos hemos tratado de mantener el tipo cuan­

Page 339: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

do a lguno de m ir si !t >•, I|||> I 11 I II lll idi > II i il ' . ti 111 ............. I<

cara a la galería, I o n I i u i i o . d< li i i d u l n A l u h i I * h i i. < u 11 n i • 11.1.

ocasiones la mejoi defensa que una puede hacer pública

mente de 1111 hijo pasa por la discreción. O por el silencio. Fue muy feo de su parte hacer este comentario.Y es que yo insisto en que ni ella ni la madre de Luis Alfonso tienen cla­se alguna.

Más tarde, mi ex nuera volvería a dejar a la niña que tuvo con Rossi con su padre para irse con un italiano. De todos modos tiene suerte, porque ¡me cuentan unas cosas...! Parece que, hace mucho tiempo, conoció a una señora ame­ricana con quien estableció una relación de amistad. Ella murió y le dejó mucho dinero. La hija de la fallecida debió de pleitear contra Carmen, pero no ha podido hacer nada, porque en Estados Unidos uno testa y mejora a quien le vie­ne en gana, sin obligación de tener en cuenta los lazos de consanguinidad ni nada parecido. Es con este dinero con el que ella se compró una finca en Andalucía con caballos, ove­jas, olivos...

He visto hace poco tiempo una fotografía de Luis Alfon­so con su madre. No conozco bien la relación que existe entre ellos, pero lo que está claro es que se trata de su madre. Por eso hay ciertas cosas que a él jamás le diría. Me gustaría por su bien que alguien le hablara de ella con libertad, pero ¡resulta tan difícil! ¿Quién se atreve a decir a una persona algo sobre su madre? Yo. desde luego, a mi nieto, no. Supongo que él se da cuenta de que nuestro trato es inexistente.Y es que es tonta de remate; una mujer muy poco inteligente. Esta es la causa primordial por la que me inspira una enorme sen­sación de inseguridad en todo lo relacionado con el chico.

Page 340: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

K 1‘i iit iiln que un | 'inii H I" Ir i mugo de Alfonso, le rega lo mi cuadro suyo cuando se i .iso I lempo después, mi hijo acudió a una exposición y vio que su cuadro estaba en la sala, .1 l.i venta. Carmen lo había llevado para venderlo. El pintor al enterarse se enfadó mucho, como es comprensible,y estu vo años sin hablar a mi hijo. Cuando éste se vio obligado a explicarle la verdad de lo que había ocurrido, debió de pasar tan mal rato que su amigo le creyó a pies juntillas y le rega­ló uno nuevo.

También recuerdo que mi hermana, no sé por qué moti­vo, le regaló a Carmen una antigua mantilla de encaje puro que pertenecía a nuestros antepasados. Un día se la llevó y la vendió. Como a ella le gusta tanto el dinero... Además, el arquitecto italiano con el que vive, Federici, al parecer no tiene un duro. Me llegó el rumor de que van tirando de ese dinero que ella recibió en herencia de su amiga americana, l-o que les ha permitido, además de la finca que ya mencio­né, comprarse un piso en Sevilla que su madre, Carmen Fran­co, dijo en unas declaraciones que le había gustado mucho. Yo me hubiera callado. La verdad es que es una mujer cor­tísima.

4 » 4*

Luis Alfonso nunca será nadie importante en España, a menos que le ocurra algún percance al príncipe Felipe, que Dios no lo quiera, sin haber dejado descendencia.Y es que, si él no tiene hijos, yo veo la continuidad muy complicada. Como en la línea sucesoria le sigue la infanta Elena, ¿el pue­

Page 341: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

blo español accpt.111.1.1 M 111« 11.1I.11 «• >1 nt • I' • ■ \ ( mis< >1 ir Sumí ro quejuanito esu pieocup.ido por ello y deseando que I eli pe contraiga matrimonio. Pienso que el heredero debe hacer esto sin más demora.

Si el príncipe Felipe no se llegara a casar o si algo le ocurriera — repito que Dios no lo quiera, pero nadie esta­mos libres de nada— , habría muchas posibilidades de que en España volviera a proclamarse la República. En tan inde­seable caso, tal vez preferirían llamar a Luis Alfonso. Pienso que nada de esto ocurrirá, pero la repetición de la historia no sería más que el colmo de una burla macabra.Volvería entonces a ser mi nieto aquello que ya fuera su padre: el «recambio».

Luis Alfonso es un chico prudente y discreto. A día de hoy nada ha reclamado, ni siquiera el ducado de Cádiz. ¿Qué va a pedir? Le comprendo perfectamente. Sé que ya Alfon­so tuvo que protestar para conservarlo. En mi opinión, mi nieto debería tratar de solicitarlo, pero de verdad desco­nozco la razón por la que no lo hace. Probablemente, como se le ignora tanto, no tenga ningún interés en remover nada después de una vida tan llena de problemas, dramas y ten­siones.

A veces, aunque quiera evitarlo, el desaliento me puede. Sobre todo porque no veo una salida clara para lo único que me importa: mi nieto. Si pudiera, me iría a una playa a descansar y contemplar el mar para relajarme. Y tomaría el sol, porque considero que mitiga las penas. Pero mi estado físico no me lo permite; no estoy en condiciones de hacer esto ni en sueños. Confieso que estoy cansada, probablemente cansada de vivir. Noventa años son muchos años y mi vida,

Page 342: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

que duda cabe, ha sul«> extenuante. Me preocupa que la faini lia de Jaime no mantenga una relación más cariñosa y c.ili da con mi nieto. Por mí ya no me importa; lo que hagan con mi persona me da igual.

Como es lógico, las contadas ocasiones en las que veo .1 los Reyes les hago la reverencia, porque ellos son los monar cas y yo soy una persona educada. Ahora, la reverencia quo yo les hago es una reverencia peculiar, á petit plongeon, diga mos, por varias razones: en primer lugar, porque el estado de mi cadera y de mis piernas, así como mi inestabilidad física, no me permiten hacerla de otra manera; en segundo, porque si la hiciera con la misma entrega que la hace otra gente estaría traicionando mis principios, que son a la vez lo s

de mis hijos. Además, a mi edad, y después de lo que ha llo­vido, no creo que tenga que ser yo siempre quien demues­tre mi afecto hacia ellos. Un afecto que en muchos casos, y como una contradicción de la que no puedo escapar, varía de unos momentos a otros. Ellos 110 son cariñosos conmigo y pienso que les da igual mis circunstancias personales por­que, sencillamente, no me quieren. De ahí que salga del paso con un petit plongeon, que es una muestra de respeto que, como reyes que son, les debo.

Habría que recordar, no obstante, algo que por obvio no resulta menos duro: soy yo quien tiene noventa años y cada mañana, cuando abro los ojos y veo la luz del día, sé que de nuevo se ha producido un milagro; que quien ha perdido dos hijos y un nieto soy yo; que también fui yo quien pre­senció todas las injusticias de las que fueron víctimas mis hijos y que tanto les hicieron sufrir; y que sigo siendo yo la anciana que, muchas noches, no puedo conciliar el sueño de

Page 343: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tanto luchar conir.1 l.uit.i in r. >< 11 • 11«I.nI» . 1 |ii«' un ■ .uuduicomo puños de acero.,,

Siento que mi obligación es evitar que Luis Alfonso sulra como su padre lo hizo y, a la vez, la impotencia me paraliza. Ellos tratan a mi nieto sin cariño ni simpatía alguna; inten­tan, a estas alturas, arrebatarme a mí el ducado de Segovia y, sobre todo, han humillado a mis hijos hasta después de muer­tos. ¿Pretenden, tal vez, que desde mi indefensión me pon ga a sus pies al verlos? ¿Por qué lo quieren todo?

Soy una persona llena de defectos, lo sé; pero reconozco que me gustaría también que alguien hiciera el esfuerzo de ponerse en mi piel al menos por un momento.Yo me he sen­tido novia engañada, mujer humillada, madre dolida... Tam­bién llevo grabado en mi alma el fracaso de un amor baldío, la impotencia de la muerte cuando te arrebata, por tres veces consecutivas, a tus seres más queridos y, ¿por qué no decir­lo?, el dolor de sentirme injustamente arrinconada por razo­nes que, si en su día pudieron tener fundamento, hoy 110 son sino la causa de un silencioso y quizá inconsciente ren­cor del que, de verdad, no me siento acreedora.

Creo que me he excedido al explayarme mucho más allá de lo que mi timidez habitual me permite. Siento no haber controlado mis palabras, pero me he dejado ir y, si así me ha salido, que así quede. He hablado con el alma, algo que nor­malmente mi educación no me consiente hacer. Y es así, con el alma, como me gustaría hablar a solas con Luis Alfon­so para entablar un marco de confianza necesaria. Lo mejor sería encontrar unos cuantos días para convivir juntos. Yo estoy disponible siempre para él. A ver cuándo le es posible encontrar un hueco. Lo cierto es que nadie me ayuda a hacer

Page 344: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

esto deseo viable. Se trata de una situación delicada y ti" > bien cómo afrontarla, pero siento que mi obligación uitt <l> morir es conversar con Luis Alfonso con toda la sim ei itl.nl de la que sea capaz, con el corazón en la mano. Pienso <|u. mi nieto, como es normal, no se da cuenta, pero poi |»m n que yo pueda aportarle soy la única referencia de un intuído — el de su padre y también el de su abuelo- qur I.....pudiera decirse que le ha sido arrebatado.

Seguro que el día de mañana puede preguntarse niin li i cosas a las que ahora no da importancia y, entonces, no i< n drá quien le pueda responder a lo que él plantee con mm > cimiento de causa.Yo soy, para bien o para mal, el único (<?» tigo con el que cuenta.Tengo que hablar, como sea, con él Quisiera que viniese a Roma, a mi casa, al menos una sema na y así charlar tranquilamente. Son muchos los asuntos qm< planean sobre nosotros y que, al no verbalizarlos, quetl.ni latentes pero sin forma. Supongo que, si encontrase el tiein po, mi nieto me escucharía y también imagino que, de pi i meras, permanecería en silencio. Pero más tarde pensaría en todo lo dicho y daría vueltas a las cosas en su interior.

No he pensado aún cómo podría empezar. Luis Allonst > es poco expresivo, incluso tímido, como yo. Hay pocas c» tan cómicas como un encuentro íntimo entre dos tímidos Probablemente debería usar una especie de chuleta para im dejarme nada en el tintero. Creo que, cuando esta cita se pi< > duzca, le hablaré en francés porque a los dos nos resulta in.ts cómodo. Se lo tengo que contar todo. No me perdona 11.1 a mí misma morirme sin haber hablado con él en serio.

Sé muy bien que tener conocimiento de cosas que li.m ocurrido e, incluso, ser testigo de ellas no significa que yo sea

Page 345: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

•depositan;» de l.i verdad v mui lm un uní .mu, de lod.i l.i verdad. En mi opinión, m Ii.iv a le • dilii il en la villa es m i ei uánime.Yo, ciertamenu . n<> oy <1 paradigma de semejan te virtud. Aun así creo que sería sólo un acto de justicia reco­nocer que mi figura, en este período reciente de la historia de España en el que no he participado pero sí he sido testi go de excepción, no ha resultado fácil de encajar.

Page 346: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

XX

na/¿/e /a ai/e/ifam

Page 347: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

vida ha sido dura y, para poder sobrellevarla y no dejarme vencer por los acontecimientos, sólo he practicado tres cosas: la disciplinaba paciencia— que he procurado ejei citar continuamente— y el sentido del humor; no creo que exista nadie medianamente inteligente que no lo tenga. ( 'ada vez más me río de todo lo que puedo y trato, con todas mis fuerzas, de desdramatizar las cosas. ¿Qué sería este valle de lágrimas sin el sentido del humor? ¡No lo quiero ni pensar! Lo que no resulta fácil es encontrar gente con un sentido del humor parecido al de una para poder, así, compartirlo. Por eso la mayoría de las veces, cuando más y mejor me lie reído, ha sido estando sola.

Creo que a lo largo de tantos años he sido una mujer fuerte, pero no dura. Son muchas las personas que me con sideran antipática, pero se equivocan. Lo que soy es tímida, y es precisamente mi timidez lo que hace que pueda pare cerlo.

A pesar de haber vivido todo lo que me ha tocado vivir, nada ni nadie me consoló nunca. N o existe nada que sirva de apoyo cuando lo que te ocurre es tan terrible como la muerte de un hijo. Hubo gente, claro, que trató de conso-

Page 348: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

I.uine y yo se lo agradecí en el alma; pero las palabras son sólo palabras y muchos los golpes que, por desgracia, he recibi­do. IVse .1 ello, no he llegado aún a rozar el escepticismo y, mucho menos, la amargura. Dejo pasar los días y los meses tal y como vienen. Mi cotidianidad es solitaria y, a pesar de todo, me empeño en buscar el sosiego en el silencio que me envuelve. Y es que tengo algo muy claro: a estas alturas de mi vida no puedo, ni debo, ni quiero rendirme. Evidente­mente, mi actitud puede tener una cierta dosis de orgullo, de amor propio, pero sobre todas las cosas lo que intento es preservar ese mínimo de dignidad que las circunstancias, de manera azarosa y tal vez injusta, me han demandado como ser humano.

En la actualidad trato a pocos hombres, puesto que los que pertenecían a mi círculo de conocidos se han ido muriendo. Así que sólo me relaciono con viudas, que en algunos casos me resultan pesadísimas, pero me consta que no son malas personas. Eso sí, guardo un nítido recuerdo de todos aquellos que, a lo largo de mi vida, he considera­do amigos.

Casanova debió de ser el último hombre seductor y sim­pático. A partir de él, los hombres no sólo han sido feos, sino también egoístas y cobardes. Para colmo, no tienen ningún respeto por la mujer.Yo creo que deberían salir sólo con muje­res a las que pagaran por aguantarlos. Pensándolo bien, si hago un rápido repaso mental encuentro de inmediato muchas

Page 349: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

m u j e r e s interesal l.i*. e 111-.< >| m i 11.11 >1 • I n n .ilitl.itI, i m l u ellt • n< ■

es s i n o u n p r o b l e m a m í o s o y latí t rítu a a n u o a u t o c t itii a y

así n o se p u e d e v i v i r . P e r o . . . ¡ n o t e n g o la m á s m í n i m a p o s i

b i l i d a d d e c a m b i a r a estas alturas!

A mi edad, seamos realistas, ¿qué puedo hacer? Vivo en Roma, en una casa llena de recuerdos. Mi pasado es muy lar­go, mi presente limitado y carezco de futuro. Esto es algo muy triste, pero intento con todas mis fuerzas que la nostal­gia no me embargue. Jamás volvería atrás. La vejez es dura, pero no resistiría tener hoy dieciocho o veinticinco años. Nunca volvería a vivir la vida, ya que me parece más que sufi­ciente la que he vivido. Una amiga cariñosa y simpática me decía en una ocasión que, quizá, me habían pasado tantas cosas porque, en cierto modo, había sido elegida por Dios. Yo, francamente, hubiera preferido no ser alguien especial en este sentido. Es posible que la gente muy religiosa o cual­quier sacerdote me dijera: «¡Qué suerte la tuya!», pero la verdad es que yo... Si Dios cuenta con unos planes que los humanos no entendemos, una podría dar buena cuenta de ello. Dios está en todas partes, sí; está aquí, pero yo no lo he sentido nunca... He llegado a aceptar las cosas porque no tenía otra salida, pero a regañadientes. Lo cual carece — lo sé— de mérito alguno.

Lo que sí tengo es fuerza de voluntad. No sé en estos momentos para qué me sirve, pero digo yo que será algo bue­no. Lo cierto es que me debe servir para más cosas que las que en principio creo; por ejemplo, para leer cada mañana los periódicos en la cama y así estar al día de lo que ocurre en el mundo. Es la única manera de involucrarme en lo que acontece y la curiosidad, pienso yo, ayuda a retrasar la muer-

Page 350: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

ir, Nn r. c 111 r esto >.r.i p.n.i mi .spea.límente estimulante, prn> mr considero curiosa, no puedo evitarlo.También me sirve l,i fuerza de voluntad para levantarme cada mañana, bañarme y arreglarme, aunque sepa de antemano que pasa­ré el resto del día sola en el salón de mi casa.

«$•*$* 4 *

La importancia que le he dado a la amistad, la verdad, no ha podido ser mayor. De los pocos y buenos amigos que me quedan, es el matrimonio Abella — embajadores de Espa­ña en Roma— el que se comporta conmigo de una mane­ra que no merezco. Carlos coincidió en el C EU con Alfon­so e inmediatamente se hicieron amigos. En realidad, es para mí como el hijo que he perdido. En estos momentos, ade­más de ellos, sólo conservo amigos en Francia. Uno de ellos me telefonea cada domingo para charlar conmigo, ¿no es cariñoso? Su mujer murió hace poco tiempo y debe de sen­tirse muy solo. Me da mucha pena de él y le agradezco infi­nitamente sus atenciones. Es un buen conversador, un hom­bre culto e inteligente con el que me entretengo mucho.

De hecho, reconozco que lo que más valoro en las per­sonas es la inteligencia. Con demasiada frecuencia, quien es bondadoso resulta tonto. Lo ideal sería poder ser inteligen­te y bondadoso a la vez. No parece fácil creer en la bondad del ser humano; no hay más que ver todo lo que se oye: hijos que matan a sus padres,padres que matan a sus hijos... y noticias de este tipo que a diario leo en los periódicos. No somos buenos, no, aunque la educación y el sentimien-

Page 351: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

’ to religioso mui Le. m u i .1 . > • >■ i , m< m . inxi. i l >l< ■> i l.i > i |ii< |nxl i ­

mos agarr.unos p.n.1 111tr11i.11 .1 1 m i |o n . de lo que cu i> 1I1

dad somos.Yo creo en el pecado. Y matar, indudablemente, es 11110

de ellos. Por fortuna no se trata de algo habitual. I lay otros agravios que, no por haberse convertido en algo frecuente, han perdido importancia. A mí, por ejemplo, hacer daño .1 alguien me parece una falta grave. Nunca se debe hablar mal de la gente ni sembrar la duda sobre ella. Sin embargo, yo he sido testigo de todo el daño que puede llegar a hacci se sólo con comentarios frívolos. Y ¿para qué sirve? Si se

trata sólo de pasar el rato, me parece infinitamente mejor y más instructivo leer un libro. Sé que el comentario frívolo es tentador. He conocido a gente capaz de resistir a todo menos a la tentación, como diría Oscar Wilde. Sí, he cono­cido a muchas personas capaces de resistir a todo menos a la frivolidad.

Yo, por el contrario, comprendo casi todo aquello que con cierne al ser humano excepto la frivolidad. Puede haber una determinada edad en la que sea normal una pequeña o una gran dosis de ella, pero cuando el tiempo pasa, cuando la vida nos zarandea a todos de alguna manera, no cabe en mi cabeza que la gente siga siendo frívola.Tal vez se trate de una actitud que se transforma en modo de vida. No lo sé. Es un fenóme no socialmente aceptado que,sin embargo, a mí me resulta muy desconcertante. Además, aunque la frivolidad aparentemente parezca tonta y muy inocente, 110 lo es. Es dañina y cruel.

En mi opinión existen unos principios éticos que son consustanciales al ser humano y que, por tanto, deben ser enseñados ya en la escuela. Es cierto que mi educación con

Page 352: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

las monjas luí i.il ve/, demasiado severa,pero al mismo liein po me tyiuló a sabei discernir entre el bien y el mal. I loy en dia, la gente ni tan siquiera sabe qué es lo que se puede y no se puede hacer. ¡Qué menos! Otra cosa bien distinta es que, en un determinado momento, todos hagamos algo que no deberíamos, pero teniendo conciencia de ello. No siem pie consigue una ser virtuosa, por supuesto, pero al menos hay que procurar tener las ideas claras.

De todas las virtudes, yo valoro en especial la lealtad. Son pocas las personas leales que una tiene la suerte de encon­trar a lo largo de la vida. ¡Qué lástima! La lealtad es más ins­tintiva que la paciencia, que puede aprenderse a base de prac­ticarla. Considero que el solo intento de procurar ser cada día mejor ya es mucho.

También pienso que en el amor la amistad es un factor imprescindible, puesto que la pasión pasa. Me gusta la defi­nición que alguien hizo una vez del amor: «Una amistad con ratos de erotismo.» Si una lo piensa, es cierto. A mí me produce más ternura aquel que está enamorado que el que se deja querer. Ahora bien, si yo púdica, elegiría ser el más querido y no el que quiere más. ¿Que si me parece que el que más quiere es un perdedor? En esta vida todos lo somos. Perdedores de ilusiones, de inocencia, de bondad... Yo soy una gran perdedora, de eso no cabe duda.

El amor no debería ser algo pasajero, sino algo para siem­pre. Y si esto fuera únicamente una quimera, uno debería

Page 353: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

tener el i l c m hit .!* m u ..........I . . i (y m ||

fal ta. A VlM SI se V.l .I pi ir. II I| | | | I I l l l l l l l l 1 l i i t l l i l t t h 4 |si lo soy y nunca U» lie sahuloi'

Vuelvo a las virtudes, pon|iif 1111 hit .(•( ii 1 huí . . II1 exprime como a un limónparaquesiga finnn«.-i.111<I.. 1 I mi. la justiciaba prudenciaba fortaleza o la templanza, la pi imri.i es a mi entender la más importante. Existen muchas, dema­siadas injusticias era la tierra. Y entre la fe, la esperanza y la caridad, la última me parece capital. En la actualidad, las personas que somos creyentes quizá necesitemos más fe, por­que ¡cómo está el mundo! La educación que tuve la suerte de recibir era muy ortodoxa y católica, y cuando se me plan­tean estos temas m e sale, como si de un resorte se tratara, aquello que aprendí de pequeña. De todos modos, mi obse­sión siempre fue, y sigue siendo, la frívola maledicencia, la que muchas personas utilizan para salir airosas de un easy

talking. Es una tragedia que se haya convertido en algo habi­tual también en los medios de comunicación.

Yo no suelo hablar con los periodistas. No les atiendo por­que me inspiran una desconfianza total. Han sido pocas las veces que he aceptado una entrevista, porque me produce algo parecido al pánico. ¡Cuántas veces dices una cosa y ésta sale en la prensa como si, realmente, hubieras opinado lo contra­rio! Entresacan frasef úsladas, las recortan y, al final, lo único que buscan son titulares de infarto. Y es que, por desgracia, se sabe que hoy es eso lo que la gente quiere leer, lo que resul­ta un negocio rentable. ¡Qué pena y qué vergüenza!

Page 354: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

A menudo pienso m t o d o s los cambios que nos hemos v i s t o obligados a vivii la gente de mi generación.Y tengo una tesis al respecto: el mundo ha evolucionado tanto, han cambiado tantas cosas en un período objetivamente corto de tiempo, que son muchas las personas que han agotado su capacidad de adaptación. No es mi caso, pero en térmi nos generales creo que dicha capacidad se ha negado a dai más de sí. Sin duda,le hemos pedido demasiado.A lo mejor nadie debería vivir tantos años. Hemos abusado del tiem­po dilatándolo sin contemplaciones y éste nos ha pasado factura.

Yo, al menos, procuro comprender todas las actitudes y reacciones humanas. Para ello me ha venido fenomenal habla i diversas lenguas.Y no sólo porque no he necesitado leer los libros traducidos y he podido entender las películas o las can­ciones en su idioma original, sino fundamentalmente por­que he sido capaz de intercambiar impresiones con gente de otros países y otras culturas. De este modo, me he sentí - do cercana a muchas personas que me han aportado un importante capital humano.

A estas alturas sería muy preocupante que se me esca­pase la esencia de las personas, su autenticidad. Hay algu­nos guapos tan tontos que, ya de entrada, no merecen la pena; guapos que sólo son guapos. Y también hay feos encanta­dores o inteligentes que resultan muy atractivos. Pienso que lo mejor que puede sucederle a una persona es ser atrac­tiva.

Page 355: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Creo no U'iici mal i .11 tii ifi y li.ilu i -ul«• * .11 iho. i 1 tuno madre. No sabría det 11 1 11.il <l< mr. lujos Itu* mas 1.11 uioso conmigo. A su manera, lo fueron los dos, y mucho. Yo no hacía diferencias, pero me resultaba más fácil hablar con Alton so que con Gonzalo. Con ellos tuve una inmensa suerte, por­que si bien ambos tuvieron muchos problemas en sus vidas — aunque de muy diferente cariz— , puedo asegurar que nin­guno fue un ser a quien yo calificaría, en sí mismo, de pro­blemático. Es algo bien distinto. Por entonces yo era joven y sana, y podía con todo o así lo creía.

En cambio, hoy estoy llena de goteras, un poco de todo, aunque lo que más me limita la existencia es mi problema de equilibrio. Mi médico llevó a cabo las pruebas oportu ñas y descubrió el motivo de mi inestabilidad: según pare­ce, tengo un pequeño tumor benigno en la cabeza. En estos momentos me basta con contar con un brazo en el que apo­yarme. Para ser sincera, debo decir que éste me ha faltado siempre.

El declive, el hecho de envejecer — insisto— , es muy tris te y muy pesado. Sólo puede aliviarme ese dolor el calor y el cariño que, de vez en cuando, recibo de la gente. Es curio so pero cierto que las personas mayores solemos, por lo gene ral, tener frío. Un frío que nos llega mucho antes de nuestro interior, del alma, que de la baja temperatura que pueda hacer en la calle.

El verano es la estación del año que más me gusta, por­que siento más alegría, más ganas de vivir. Recuerdo muy bien todos y cada uno de los veranos que he pasado en la isla de Elba, junto al mar, en casa de mi hermana.Tampoco puedo olvidar otros estíos que viví con mi madre en la mon­

Page 356: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

taña, (lom o antes lie dn lio, para mí el mar es lina tío las eosas más bellas del mundo. Siempre que lie tenido oc.isión me lie acercado a la costa a disfrutar de semejante espec- t.'u tilo. I II mar es la representación de lo infinito, ese anhelo constante de todo ser humano, aunque no lo sepa. Y es que, i pesar de que no se alcance jamás, resulta mejor saberlo que ignorarlo. El mar es como un quitapesares. Cuando he vivido grandes sufrimientos he sentido la imperiosa necesi­dad de suavizar mi dolor o de verter en él, en su espuma, el desgarro que produce la pérdida de aquello que has creído tuyo y de pronto te ha sido arrebatado.

No sé por qué, pero hay cosas que a una le deberían durar toda la vida por larga que ésta sea. Me refiero a cosas varias que nada tienen que ver entre sí: el catecismo, el primer dibu­jo que pintas, el disco en el que se encuentra grabada la can­ción de tu vida, aquel crucifijo que perteneció a tu madre, el libro más bello que has leído...Y, por encima de todas las cosas, son los hijos aquello que una debería conservar mien- tr.is vive. Es terrorífico permanecer más tiempo que ellos en este mundo. No se puede ver morir a los hijos y que todo lo que una conserve de ellos sean los recuerdos.

¿Alguien que me crispe, a quien tenga manía? Bueno, manía tengo a aquellas personas que he visto actuar de mane­ra mezquina. Pero odiar... Francamente, nunca he odiado a nadie. Odiar es algo muy fuerte. Hay gente que no me gus­ta, pero entonces no la veo y ya está. Pienso que para odiar

Page 357: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

un.i debe siTinuy .ip.i'.ioiml.i y yomint ,i li > ln ndu I I * • > • i

en pensar que l.i m*nte qnr odi.i es I.i minina que, i mi ve/, puede querer mucho. Yo no lie tenido esa capacidad, a lo mejor debido a mi timidez. ¡Quién sabe! He querido mucho pero a pocas personas. Pero odiar supone mantener viva una llama candente y resulta cansadísimo, muy desgastante. A mis hijos les hicieron daño en muchas ocasiones, pero ya pasó. No soy capaz de guardar un fuerte rencor, tal vez porque no suelo permitirme a mí misma dar vueltas a aquellas cosas que duelen.Y también porque he procurado entretenerme con mis aficiones, a pesar de mi soledad.

Cuando mi biógrafa me preguntó en qué idioma me con­fesábale contesté: «Creo que no he entendido bien.» La últi­ma vez que lo hice fue porque una amiga me recomendó a un sacerdote cié una determinada iglesia. Entré, le vi senta­do en el confesionario con la cortinilla abierta, me arrodillé y le dije: «Padre, quiero confesarme.» Sin dejarme pronun­ciar ni una sola palabra, me dio la absolución. No recuerdo, pero me parece que ni siquiera me puso penitencia. Claro, debió de ver mi pelo tan blanco... Nunca me había ocurri­do algo así. Más tarde fui a otro más joven y me pasó algo muy parecido. Se deshizo de mí en dos segundos. Deben pen­sar que una señora mayor no puede haber matado a nadie.

En fin, creo que el confesor no sirve para nada. Uno va a la iglesia, suelta su rollo y, normalmente, escucha a su vez el rollo del confesor. Haría falta contar con un teólogo inte-

Page 358: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

pan piula 1i.tlil.ir, pao est.i figm.i es muy difícil de encon ti,ii Si yo diera ion uno le liaría muchas preguntas;me temo que muclias de ellas sin respuesta. La necesidad que el sei liiimaiio tiene de vivir mirando hacia arriba, de desarrolla! cierto sentimiento sobrenatural de la existencia, termina con i pensándose con cosas materiales que nunca van a llenarnos como uno espera. No pretendo pasar por alguien especial­mente espiritual o religioso, porque como he dicho no lo soy.

I )e hecho, con frecuencia me rebelo y me pregunto l.i razón por la que Dios nos habrá tratado tan duramente a mi y ,i toda mi familia.Todos han muerto antes de tiempo,inclu so mi hermana que era más joven que yo. De vez en cuan­do, lo confieso, me enfado con Dios y se lo hago saber. Poi todo esto pienso que lo mejor es no hablar. Lo mejor es creer sin preguntar.Tengo un amigo sacerdote, Georges Chai lesroux — un legitimista francés convencido— , que siempre se dirige o habla de mí como de la Reina Madre. La verdad es que esto me hace reír. Hijo de un antiguo embajador de I rancia en Roma, le conocí cuando su padre estuvo desti nado aquí.Teníamos los dos la misma edad y, por entonces, contábamos con diecisiete años,así que nuestra amistad vie­ne de lejos. Es un hombre muy inteligente, pero nunca habla - mos de religión. Como fue un gran deportista en su juven­tud, hablamos de deportes, sobre todo de golf.Y es que apenas tenemos temas de conversación sin traspasar la barrera de la mutua intimidad, porque ¿de qué habla una con un sacer­dote si 110 es de su intimidad?

•$**$**$*

Page 359: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

C i e r t a m e n t e , l.i*. ñ u • 1 1 1 1 «1 1 1 1 1 i i i n | > ,i . 1 1 1 11< * i i i i . i m. i l . i

racha en todas parles I ngtauu i ,i. Noi uega, Suecia. I*.ue- ce que aquel amina horribilis del que en su momento dio cuenta la Reina de Inglaterra ha sido como un virus que se ha extendido por Europa. Me parece que no es mucho pedir a unas personas de tan alto rango que se compor­ten comme ilfau t. ¡Es tan cómodo hacer lo que a uno le da la gana! No se pueden exigir derechos sin cumplir con las obligaciones.Y es ésta una premisa que todos ellos deberían conocer, a ser posible desde la cuna. Para col­mo, la absoluta discreción que en estas familias se mante­nía sobre los problemas privados ya no existe.Todo se airea y se cuenta públicamente. ¡Me parece lamentable! La ver­dad es que, si las monarquías siguen así, casi sería mejor la República. Al menos su presidente permanece unos cuantos años en el gobierno y si a la mayoría de la gente no le gusta como lo hace, pueden con toda tranquilidad prescindir de él.

Parece como si las personas que ya han subido al tronoo son herederos hubieran decidido mezclarse con todo el mundo y rodearse de gente inaceptable. Además, piensan que tienen derecho a casarse con cualquiera.

Si los futuros reyes van a actuar con la misma falta de com­promiso respecto a su país que cualquier otra persona, sería de agradecer que abandonasen la idea de ejercer; podrían abdicar, como en su momento hizo Edward, el Príncipe de Gales, para casarse con la Simpson.

Page 360: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Yo iiinit .1 lie tenido miK lio dinero, como lie coñudo, sino todo lo contrario; pero no me he preocupado poi el

I le podido vivir y pagar a una doncella, así que no me que jo. liso sí, me hubiera gustado viajar más, aunque jamás m< subiría a una nave espacial. Con mi mentalidad, esas cosas d.m mucho miedo. ¿Adonde quiere llegar el hombre? ¿Cuándo va a darse cuenta de que aquello que ansia está sólo dentio de sí mismo?

Menos mal que todavía conservo algunas migajas de foi

tale/a y también grandes dosis de sentido del humor. C I o n i o

además estoy sorda del oído izquierdo, vivo de impresiones visuales que he terminado por agudizar de manera incons cíente; impresiones visuales que con fuerza me llegan en cualquier momento y que constituyen para mí un gran divet timento. Me interesa interpretarlas y paso mucho tiempo haciendo cabalas sobre ellas. Es como querer ver más lejos, más allá del punto hasta el que alcanza mi vista. En ocasio­nes, una mirada o un determinado gesto de alguien puede resultar mucho más expresivo que mil palabras.Yo, de todos los sentidos, elijo la vista, porque ha sido el último en fallar­me. Confieso que el hecho de mirar y tratar de traducir en sentimientos aquello que miro pero no veo se ha converti­do en algo muy lúdico.Yo lo considero una fiesta. Una fies ta que contribuye a poner en marcha mi imaginación.

Y hasta aquí mis memorias que, naturalmente, y como era de esperar, son partidistas.Y lo son no sólo por ser mías,

Page 361: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

q u e ya para s iem pre guardará s ilencio .

Habría sido de una ingenuidad impropia de mi edad creer que, por exponer inis sentimientos a corazón abierto, se solucionarían malos entendidos o se liberarían rencores ancestrales. Ahora bien, si éstas pueden servir para que mi nieto Luis Alfonso tenga otra versión de todo lo sucedido, me daría una y mil veces por satisfecha.

Y si no también, porque considero que a día de hoy, a punto de cumplir noventa años, no puedo calificar sino de lujo asiático el hecho de sacarlas a la luz.Y ello a pesar de que no sean más que unas memorias inútiles.

En Roma, a 31 de julio de 2003, festividad de San Iñigo de Loyola.

Page 362: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

Almanach de G O T H A : annuaire généalogique, diplomatique et

statistique, años: 1912 y 1935.A r ó s t e g u i , J., Don Juan de Borbón, Arlanza, Madrid, 2002.B a l a n s Ó ,J . , L os Borbones incómodos, Plaza y Janés, Barcelo­

na, 2002.— , Los reales primos de Europa, Planeta, Barcelona, 1992.Blanco y Negro, años 1935 y 1972.B a r d a v í o ,J., La rama trágica de los Borbones, Plaza y Janés, Bar­

celona, 1989.B o r b ó n , E ., Memorias de doña Eulalia de Borbón, infanta de

España, Castalia-Instituto de la Mujer, Madrid, 1991.C i a n o ,E., Piquete de ejecución para un fascista, A.Q., Madrid, 1976.C a r d o n a , G., y O s o r \ o , A ., Alfonso X III, Ediciones B, Bar­

celona, 2003.D u q u e , A., y Z avala ,J. M., Don Juan de Borbón, Ediciones

B, Barcelona, 2003.E s p a ñ o l , L., Nuevos y viejos problemas en la sucesión de la Coro­

na española, Hidalguía, Madrid, 1999.Fo y e r , J., Titre et Armes du Prince Louis de Bourbon. Ainé des

Capétiens, Diffusion-Université-Culture, París ,1990.

Page 363: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

( i< >mi / SANTOS, M., La Urina Victoria Eugenia, 1 vsp.is.i ( ,il pe, Madrid, 1993.

¡Ilola!, años 1984 y 1989.M ai i os, R ., Los desconocidos Infantes de España: ('.asa de Hot

bón, Editorial Thassália, Barcelona, 1997.I ’inc > 1 1 au, 11., Nouuellesprécisions dynastiques, Sicre, París, .’( >< 11¿Quién es quién?, M adrid, ed ición 2002 .R a y ó n , K, Im boda de Juan Carlos y Sofía: claves y secretos de

un enlace histórico, La Esfera de los Libros, M adrid, 2002.I'usii i , J .Jn a n Carlos /, Arlanza, M adrid, 2002 .I u s i.i i , J .,y Q ueipo de Ll a n o , G ., Alfonso XIII. E l rey polé

/ma>,Taurus, Madrid, 2001./.avai A, J. M ., Dos infantes y un destino, Plaza y Janes, Barí e

lona, 1998. f

V V A A ., /itat présent de la Maison de Bourbon, Le Léopard d ’Or, París, 1991.

Page 364: Emanuela de Dampierre-Begoña Aranguren

«A lo largo de toda mi vida me he r .:: r.i: minación de defender a mis hijos d e to d sfa ft^ i

ron víctimas se convirtió en la tris?- excuü $ s á f e B a g i n <

Emanuela de Dampierre, esposa del iníantr e - f >.rvámf\do hijo varón del rey Alfonso XI11 y doña n i •

don Jaime al t rono de España hizo recaer los derrcii * ~-gy~ n m f e a a a t

infante donjuán, conde de Barcelona y padredei i i f i miC

De aquel enlace, llamado desde el primer momentí al fracasé s a a r a c Su* grar

don Alfonso y don Gonzalo. El mayor contrajo m i i n ^ r w ! 8i i Bordiú. nieta mayor y preferida del generalísimo Frar. $+-¿ n n

inquietud no sólo en el seno de los monárquicos, sino de s o c i -x et a r r i . Y

es que don Al fonso, duque de Cádiz, se convirtió en «el posible i©» é s »

sor nombrado por el Caudillo.

Doña Emanuela de Dampierre es. por tanto, no sólo miembro de la Fam ¿ f - i!

española, a la que acompañó en sus exilios de Roma y Lausanne. sin" tesiiec c rm - legiado de casi un siglo de la historia más reciente de España. En estas me mí r

que no son ni quieren ser un ajuste de cuentas, relata sus vivencias pero tamh -n

habla de su sentimiento de esposa decepcionada, de madre desgarrada por>:! i : le

dolor de ver a sus hijos injustamente tratados en este país y fallecidos prematura -

mente, y de abuela a la que el destino le arrebató a su nieto mayor, Francisco. V la

convirtió en depositaría de un legado histórico y familiar del que se siente respon­sable ante su único nieto, Luis Alfonso, reconocido por la Maison de Bourbon copió

heredero al trono de Francia, tras la trágica muerte de su padre en 1989.

la e/íera (P) de lo/ libro/