eloy martín corrales

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  • 7/24/2019 Eloy Martn Corrales

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    Eloy Martn Corrales

    An hoy se admite con demasiada despreocupacin que el colonialismo espaol en el noroeste de frica se produjo como respuesta a la prdida en 1898 de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. A continuacin se aade que los sectores ms reaccionariosy conservadores, entre los que el ejrcito estara en primera fila, empujaron a Espaa a una nueva aventura colonial en frica del Norte que se sald, tras enormes prdids de vidas de espaoles y marroques, con la independencia de Marruecos en 1956, aunque an quedaron pendientes los asuntos de Tarfaya (1958), Guinea (1968), Ifni (1969) y Sahara (1975). Lo anterior es slo una parte de la verdad. En realidad, la intuicin de que la prdida de Cuba era inevitable comenz a manifestarse hacia mediados del siglo XIX, un sentimiento que se fortaleci tras la Guerra de los Diez Aos (1868-1878). A partir de ese momento, los esfuerzos coloniales espaoles se dirigieron a buscar unaalternativa a la previsible y temida prdida de la provechosa isla antillana. Enun primer momento las miradas se volvieron hacia Filipinas, cuya puesta en explotacin se pensaba que poda compensar la separacin cubana (Delgado, 1998). Sin embargo, no se dej de prestar atencin a otras zonas ms cercanas a la pennsula: el golfo dGuinea, la costa sahariana y Marruecos. Hacia estos lugares se dirigieron en exclusiva las miras colonialistas tras la prdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898. En las lneas siguientes centrar mi atencin en el norte del territorio marroqu, dejando de lado las otras zonas.

    El creciente inters espaol por Marruecos a lo largo del siglo XIX

    El inters hispano por el imperio marroqu vena de antiguo. Sin remontarnos a perodospretritos, conviene sealar que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se observa un estrechamiento de las relaciones entre ambos pases, especialmente a raz dela firma del Tratado de Paz, Comercio, Navegacin y Pesca de 1767 (Garca & Bunes,1992). Como consecuencia se produjo un importante aumento del comercio hispano-marroqu entre 1767 y 1830, aunque con un crnico dficit de la balanza comercial espaoa. Paralelamente fue en aumento la influencia espaola en el pas vecino: en Cdiz selleg a acuar la moneda marroqu, mientras que tcnicos, militares y aventureros espas jugaron un papel ms o menos relevante en la vida del sultanato (Martn Corrales,1988). A partir de 1830 la presencia hispana en Marruecos se hizo ms agresiva. Su

    influencia poltica aument notoriamente gracias a que un grupo de espaoles continu esempeando un papel de cierta importancia en puestos claves del pas. Paralelamente, el comercio sufri un cambio sustancial con motivo de la prohibicin espaola de importar trigo extranjero y el incremento, por modesto que fuera, de las exportaciones espaolas hacia Marruecos, con el resultado de que la balanza comercial entrelos dos pases pasara a saldarse positivamente para Espaa. Sin embargo, los conflictos no estuvieron ausentes de este panorama, especialmente el hostigamiento a los presidios espaoles en el litoral marroqu (Ceuta, Melilla, Pen de Vlez y Alhucemay los ataques de los crabos rifeos a las embarcaciones que se aproximaban en demasaa la costa del Rif (Castel, 1954; Fernndez Rodrguez. 1985; Pennell, 1991; Martn Corrales, 1996a). La combinacin de los deseos de aumentar la influencia espaola en Marruecos,as como los de acabar con los conflictos en el litoral rifeo, se enfrentaban con l

    a realidad de una Espaa polticamente dividida (absolutistas contra liberales, moderados contra progresistas, guerras carlistas) y empobrecida que, paralelamente,perda importancia en el conjunto de la sociedad internacional. Mxime cuando aumentaban sus problemas para controlar sus colonias antillanas y asiticas. De ah que sehaya hecho, justificada pero exageradamente, una lectura de la guerra de frica de 1859-60 en clave de poltica interior: bsqueda de la unin nacional ante los enemigos extranjeros (Lecuyer & Serrano, 1976). Sin embargo, y a pesar de esta afirmacin, no es posible olvidar que la aventura africana tambin hay que entenderla en funcin del creciente inters que despertaba el noroeste africano. No fue casual que previamente, en 1848, Espaa ocupara la

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    s islas Chafarinas situadas frente a la desembocadura del Muluya. Tampoco lo fuela citada guerra de frica. En realidad, ambos acontecimientos hay que considerarlos como los primeros y titubeantes pasos de un proceso que termin desplazando los intereses colonialistas espaoles del rea antillana a la africana. Significativa es al respecto la participacin de la naviera A. Lpez y Ca. (fua Compaa Trasatlntica) de Antonio Lpez (futuro Marqus de Comillas) en el conflictodiante el flete de sus barcos para transportar tropas y pertrechos a Ceuta. Comorecompensa, el Estado le concedi el correo oficial con las colonias antillanas,actividad a la que muy pronto uni el servicio postal entre la pennsula, el Marruecos atlntico y el golfo de Guinea (Rodrigo, 1996). Su actividad simboliza perfectamente a aquellos sectores econmicos firmemente anclados en la economa cubana peroque oteaban el horizonte en busca de otras zonas en las que aumentar sus beneficios y, en caso de que la desgracia llegase, reemplazar la perla antillana por elmercado africano, filipino y magreb. La deteriorada situacin poltica, econmica y social hispana de mediados del siglo XIX, juntamente con la supeditacin de la poltica exterior espaola a los designios de Francia e Inglaterra, explican que, a pesar de lo apuntado con anterioridad, los resultados obtenidos en lo que se refiere al reforzamiento de la influencia hispana en el pas vecino fueran escasos. Sin embargo, se suelen infravalorar algunos aspectos cuya importancia es mayor de la que generalmente se le concede.Primero, que la guerra de frica (guerra grande de la paz chica) se inscribe en el proceso incipiente del imperialismo europeo, en especial en la zona (Francia ocupArgelia en 1830). Segundo, Espaa consigui en la prctica la ampliacin de los lmitesrritoriales de Ceuta y Melilla, imprescindibles para que llegado el momento amba

    s plazas pudieran convertirse en la punta de lanza, y tambin en la retaguardia, de la penetracin espaola en territorio marroqu. Tercero, se consolid y se extendi led consular espaola. Cuarto, Espaa consigui el reconocimiento marroqu a sus pretensones de proteger (sustraer de la legislacin local y colocar al amparo legislativo espaol) a sbditos del imperio. Quinto, se arranc del sultn el derecho espaol sobre ignorado solar en el que en tiempos pretritos se haba erigido la factora-fortalezade Santa Cruz de la Mar Pequea de Berbera. Sexto, tambin se obtuvo el reconocimiento a la influencia espaola sobre las tribus de la costa sahariana frontera a las islas Canarias. Indudablemente, estos factores influyeron decisivamente (aunque no con lacontundencia que por parte espaola se deseaba) para que Espaa fuera incluida en elclub de los pases que deban repartirse Asia y frica en las siguientes dcadas. En oras palabras, Espaa consigui que se le admitiera, aunque con limitaciones, en las

    filas imperialistas en el momento en el que iba a celebrarse el festn colonial.

    El impulso colonial del africanismo econmico

    Teniendo en cuenta estos precedentes no debe sorprender que en la segunda mitaddel siglo XIX se produjera el surgimiento del africanismo espaol (corriente que abogaba por la penetracin pacfica basada en los intercambios mercantiles), que se concret en la celebracin de una serie de conferencias y encuentros: Conferencia deMadrid (1880), Congreso Espaol de Geografa Colonial y Mercantil (1883), Mitin delTeatro Alhambra de Madrid (1884), Congresos Africanistas de Madrid (1907 y 1910), Zaragoza (1908) y Valencia (1909). Se crearon diversos organismos colonialista

    s espaoles: Sociedad Geogrfica de Madrid (1876), Sociedad Espaola de Africanistas yColonistas (1883) y Liga Africanista Espaola (1913). Paralelamente, surgieron numerosas firmas para fomentar el comercio hispano-marroqu: Compaa Comercial HispanoAfricana (1885), Centros Comerciales Hispano-Marroques de varias ciudades, entreotros. Tambin se llevaron a cabo diversas expediciones a la zona de influencia reclamada por esta corriente (Rodrguez, 1996). Dentro del panorama citado es importante resaltar el papel de buque insignia del colonialismo espaol que jug la Compaa Trasatlntica (vinculada a la zona desla guerra de frica de 1859-60). En 1886, la compaa se benefici de la firma de un imortante contrato con el Estado por el que se establecieron tres lneas de navegacin

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    a vapor que unan diversos puertos peninsulares, entre ellos Barcelona, con varios africanos, entre los cuales figuraban Tnger, Larache y Ceuta. Su dedicacin a lasactividades comerciales, al transporte colectivo de viajeros, a la conduccin dela correspondencia oficial y a la prestacin, en caso necesario, de servicios auxiliares de guerra fue subvencionada generosamente. Los intereses de la Compaa fueron determinantes a la hora de la creacin, el mismo ao, de la Cmara de Comercio Espaoa en Tnger, cuyos miembros ms influyentes, el vicepresidente Francisco Torras y Riera y Rodolfo Vidal, fueron representantes de firmas catalanas. Al ao siguiente,la Compaa cre el Centro Comercial Espaol en la ciudad tangerina. Ambas institucionecontaron con varias sucursales en diferentes ciudades marroques, siendo uno de sus objetivos el de dar a conocer la produccin catalana. Desde 1887 la Trasatlnticase asoci a la mayor parte de las iniciativas comerciales en direccin a Marruecos,incluida su participacin en el Banco Hispano-Colonial. Cont con factora y taller en la ciudad y en 1891 cre la primera empresa tangerina de alumbrado pblico a travsde la firma Vidal y Compaa. A comienzos del nuevo siglo, en un departamento de laCompaa, y a su cuidado, estuvo el servicio de Cajas del Banco de Espaa. Asimismo, organiz diversas misiones comerciales (Bonelli, 1887 y 1889; Francisco Ruiz, 1888), la creacin de escuelas y la expansin misionera (con el encargo, que finalmente no se llev a cabo, dado a Gaud para erigir la sede de las misiones franciscanas enTnger) como medios para fomentar la influencia espaola, apoy ante la corte marroqu l proyecto de construccin en Tnger de un barrio europeo, de una banca marroqu y deuna fbrica textil. Igualmente, estuvo interesada la construccin del ferrocarril, lneas Tnger-Fez y Ceuta-Tetun, as como la colonizacin agrcola de la zona y, finalmenen la construccin del puerto de Ceuta (Martn Corrales, l996a y b).

    En definitiva, la expansin colonialista europea de la segunda mitad del siglo XIX, junto con la existencia de una slida tendencia africanista en el interiory la prdida de las colonias antillanas y filipina en 1898, actuaron como factores que legitimaron las aspiraciones de unos determinados y concretos sectores delcapital espaol interesados en participar, por muy modestamente que fuera, en elnuevo reparto colonial. Como en el caso de otras potencias europeas, las miradasse dirigieron hacia la explotacin de los recursos indgenas, las concesiones ferroviarias, la industria de armamento y los monopolios, tanto industriales como comerciales. De ah que fueran el capitalismo industrial financiero vasco, el industrialcataln y el financiero madrileo los ms decididos agentes de la nueva aventura colonial. Tambin se sumaron a la escalada expansionista numerosos comerciantes y modestos capitalistas levantinos y andaluces interesados en aumentar sus exportacione

    s y en obtener beneficios en su labor de intermediacin con el mercado marroqu, haciendo valer la ubicacin estratgica de sus puertos. El celo colonialista desplegadoen las salas de bandera de los cuarteles, en las redacciones de los diarios y en otros lugares fue alimentado y sostenido por los citados sectores econmicos. Aspues, la conjuncin de variados intereses, dbiles por separado, pero vistos como slidos en la amalgama vocinglera colonialista, colocaron a Espaa frente a una nuevaandadura colonial. Esta abigarrada conjuncin de motivaciones fue la que, a la postre, marc las caractersticas del dominio colonial espaol en Marruecos.

    El protectorado espaol (1912-1956)

    El marco exterior favorable a la expansin colonialista en Marruecos se concret enla celebracin de la Conferencia de Algeciras de 1906, en la que, al legitimarse l

    a proteccin europea sobre el citado pas, se dio luz verde a las aspiraciones espao, que fueron sin embargo recortadas debido a la pugna imperialista que enfrentaba a Francia, Inglaterra y Alemania. Finalmente, el protectorado espaol de Marruecos fue instaurado en 1912. Sinembargo, desde una fecha anterior, 1909, hasta 1927, su viabilidad estuvo seriamente comprometida por la resistencia de los marroques a aceptar el dominio espaolen la zona, lo que se tradujo en violentos enfrentamientos que produjeron innumerables bajas para la poblacin civil (Ayache, 1981). Para doblegarlos no se tuvocontemplaciones: bombardeo de poblados, quema de viviendas y campos de cultivo,etc. No fue la nica resistencia que hubo que vencer, ya que, como es bien sabido,

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    en la misma Espaa el rechazo a la expansin colonial estuvo a punto de dar por terminada la aventura: rebelin popular de la Semana Trgica en Barcelona y otras ciudades catalanas en 1909 (Connelly, 1972), movilizacin anticolonialista del movimiento obrero organizado (Bachoud, 1988; Prieto,1990; Serrano, 1998) y desacuerdos en el mismo seno del ejrcito (Sueiro,1993). La Dictadura de 1923 facilit (junto con las elevadas bajas causadas por losrifeos a los soldados espaoles) el silenciamiento de las citadas protestas. El nuevo clima de forzada unanimidad creada por la represin militar y el deseo de venganza tras Annual y Monte Arruit (por desgracia bastante extendido) facilitaron eldespliegue de las energas necesarias para imponerse a la recin creada Repblica delRif en el campo de batalla. El desembarco de Alhucemas supuso el principio del fin del sueo de independencia de los rifeos: las rudimentarias bases del aparato estatal rifeo, lideradas por Abdelkrim el Jatabi, fueron destruidas por el avance del ejrcito espaol, ante el silencio (en buena parte forzado) de las fuerzas de izquierda metropolitanas (AA.VV. 1976; Woolman, 1971; Martn, 1973). En 1927 el dominio espaol fue efectivo por primera vez en el conjunto del territorio que le toc proteger. La potencia colonial tard 15 aos (la tercera parte del tiempo que dur el protectorado) en pacificar y en controlar la zona que la Conferencia de Algeciras le haba asignado. La labor civilizadora y protectora (justificadora de la presencia de Espaa en Marruecos) se demostr mediocre, tal como hacan prever las escasas fuerzas del pas colonizador.

    Las condiciones materiales de la zona y su desconocimiento

    En realidad, en 1912 se desconoca casi todo acerca de Marruecos: ni siquiera se saba con exactitud la extensin de la zona sometida a la tutela espaola (unos 20.000km2, en los que las zonas montaosas y las ridas llanuras dejaban poco espacio paralas tierras cultivables). Se ignoraba el nmero de habitantes al que haba que proteger (las estimaciones oscilaban entre los 600.000 y una cifra superior al milln), aunque era conocido que se trataba de un poblamiento fundamentalmente rural con slo dos ciudades (Tetun con unos 20.000 habitantes y Larache con apenas 10.000,pues Tnger, internacionalizada, qued fuera del protectorado). No debe extraar que tampoco se supiera casi nada de las riquezas, reales o potenciales, que encerrabala regin. No exista una red de comunicaciones que facilitara la penetracin en el territorio y su posterior control. La explotacin de sus recursos agrcolas, ganaderos y pesqueros apenas si cubra las necesidades de la poblacin, por lo que era necesario importar diversos productos (especialmente cereales) para asegurar su alime

    ntacin, as como recurrir a la emigracin temporal a las llanuras argelinas en buscade trabajo en las explotaciones de los colonos europeos. La nocin de protectorado supona el mantenimiento de las formas de gobierno tradicionales de los marroques, aunque tuteladas por las instituciones polticas creadas por los colonizadores para desarrollar su correspondiente labor civilizadora). En la cspide de la estructura poltica indgena se encontraba el jalifa (representante del sultn de Marruecos en la zona), asistido por el Majzen (gobierno presidido por el gran visir). Paralelamente, las ciudades eran regidas por los bajs, mientras que los cades hacan lo propio en el mbito rural. Por su parte, la estructura colonial pivotaba en torno al alto comisario asistido de delegaciones (ServiciosIndgenas, Fomento y Hacienda) (Salas, 1992). En este esquema, la figura de los interventores, interlocutores coloniales ante los notables locales, tuvo una importancia extraordinaria (Mateo, 1997). La financiacin de este aparato poltico-admini

    strativo corri por cuenta de la potencia colonizadora, para la que supuso un continuo y oneroso esfuerzo.

    La explotacin econmica y sus protagonistas

    A medida que gegrafos, gelogos, naturalistas, ingenieros, militares, cientficos y empresarios fueron explorando la zona se puso en evidencia que las supuestas riquezas del territorio asignado a Espaa eran ms bien modestas (especialmente si tenemos en cuenta los medios disponibles para su explotacin en la poca) (Garca & Nogu, 195; Albet & Nogu & Riudor, 1997).

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    Entre dichos recursos hay que destacar la riqueza minera del Rif, basada en los yacimientos de hierro, plomo, manganeso y antimonio y disputada por los franceses y los alemanes, que pugnaban por hacerse con su control desde la segundamitad del siglo XIX. En 1908, poco despus de la Conferencia de Algeciras, se constituy la Compaa Espaola de Minas del Rif, que adquiri los derechos de las minas dixn y Axara y el derecho para construir un ferrocarril de 30 kilmetros desde los yacimientos hasta Melilla. En el accionariado de la empresa estuvieron presentesel capital vasco, especialmente el ligado a la siderurgia, las finanzas madrileasy la catalana Compaa Trasatlntica. Por esas fechas tambin se constituyeron la CompMinera Hispano-Africana, la Compaa del Norte Africano, la Compaa Minera Setolzar ycompaa Alicantina. Estas empresas estuvieron entre las quince ms importantes que operaron en Marruecos entre 1907 y 1952. Aunque la explotacin fue importante, especialmente en el caso de la primera firma (que extrajo unos 30 millones de toneladas de mineral de hierro entre 1914 y 1958, correspondiendo sus mejores resultados a los aos comprendidos entre 1927 y 1939), no fue el man que se esperaba. El mineral extrado fue exportado en su casi totalidad (sin apenas elaboracin) a Inglaterra, Holanda, Alemania, Francia, Italia y otros pases europeos (Morales, 1976 y 1984: Madariaga, 1987). Est por ver si los beneficios obtenidos por las compaas mineras se invirtieron en la industria espaola contribuyendo a su fortalecimiento. Paralelamente se crearon numerosas empresas para fomentar la explotacin agrcola, entre ellas la Sociedad Espaola de Colonizacin, que junto con otras iniciativas empresariales pusieron en cultivo la zona del Lucus, as como parte de la cuenca del Kert. Surgieron poblados fundamentalmente agrcolas en Zelun, Sengangan y Monte Arruit. Todo parece indicar que una de las actividades ms importantes fue el c

    ultivo del algodn, tal como lo indican las diversas empresas que se crearon al respecto (Algodonera Hispano-Marroqu, Algodonera Marroqu, Agrcola Textil Bilbao y Agrola de Kert). Sin embargo, las cifras conocidas de extensin de cultivos y de losvolmenes de la produccin no terminan por aclarar el verdadero peso de la agricultura colonial en el conjunto de la economa del protectorado (Morales, 1984; Gozalves, 1993). No deja de ser significativo que la granja creada por la Legin en su acuartelamiento de Dar Riffien fuera considerada como granja modelo del protectorado. Menos conocida es la evolucin de la explotacin de los recursos pesqueros dela zona, especialmente por el hecho de que la actividad llevada a cabo desde lospuertos de Ceuta y Melilla, especialmente desde el primero de ellos, contribuyera a ensombrecer el desarrollo de la actividad pesquera en puertos como el de Larache (Salas, 1992).

    El grueso de la actividad industrial estuvo enfocada a satisfacer las ms perentorias necesidades de las ciudades existentes en la zona y las de los ncleos urbanos creados por los colonizadores (en esta sntesis dejo deliberadamente de lado el caso de Ceuta y Melilla, puesto que jurdicamente no formaron parte del protectorado). En los primeros aos de la colonia destac especialmente la creacin de empresas elctricas (Elctricas Marroques, en Tetun; Elctricas del Rif, en Alhucemas) y la construccin. La depresin econmica de los aos treinta, que tambin tuvo sus reperiones negativas en el protectorado, explica el ritmo lento de la aparicin de empresas importantes en el citado periodo: Industrial Martima (del sector qumico, en 1927), Canariense Marroqu de Tabaco (en 1932), etc. El ritmo de la actividad industrial se agiliz a partir de la Guerra Civil espaola, sin duda alguna debido a laspenurias y escaseces creadas por el propio conflicto en la Espaa golpista. Posteriormente, el aislamiento internacional al que fue sometido el rgimen franquista f

    avoreci la aparicin de empresas en los sectores del textil (Textil Hispano-Marroqu,1945; Yanin Benarroch, 1950), del cuero (Industrias del Cuero, 1940; Sociedad Annima Marroqu de Industria y Comercio, 1948), de la construccin (Cementos Marroques1945) y otros sectores (Compaa Industrial del Norte de frica, 1944; Industrias Hispano-Marroques, 1950; Fbricas Reunidas de Crin Vegetal, 1952). Por su parte, la actividad conservera slo alcanz cierta importancia en Larache. Hay que destacar que la explotacin de los yacimientos mineros no favoreci prcticamente en nada el desarrollo industrial. Apenas hay que destacar la construccin de hornos de desulfuracin y de unos rudimentarios lavaderos en el caso de las empresas ms importantes, como ocurri con la Compaa Espaola de Minas del Rif. Aunque

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    explotacin fue pronta y ampliamente mecanizada, buena parte de la maquinaria utilizada fue adquirida en el extranjero. Algo similar ocurri con el trazado de la red ferroviaria de la zona: slo contribuy con los poco ms de 30 kilmetros de Melillahasta San Juan de las Minas, a los que hay que sumar la lnea ms corta entre Nadory Zelun. El nfimo desarrollo del ferrocarril en la zona oriental fue superado, aunque no espectacularmente, en el occidente del protectorado: la lnea Tnger-Fez con90 kilmetros, el trazado del ferrocarril Ceuta-Tetun con 41 y la lnea Larache-Alcazarquivir con 33 (Morales, 1976 y 1984). Sin ningn gnero de dudas el sector ms importante y activo fue el terciario, especialmente la actividad comercial. Del total de las 54 firmas ms importantes enel protectorado entre 1927 y 1952, 12 se dedicaron al comercio (5 entre las 25ms importantes), aunque es posible que su nmero fuera ms elevado, ya que algunas delas empresas ubicadas en los sectores primario y secundario casi con toda seguridad se dedicaron preferente o exclusivamente a actividades de importacin y exportacin. La relacin de las empresas ms importantes no debe hacernos olvidar que fueron muchsimas ms aquellas de menor entidad que se extendieron por todo el protectorado. La importancia del comercio, y de las firmas comerciales, nos indica cul fue el verdadero negocio del protectorado espaol de Marruecos: abastecer de los productos necesarios al ejrcito colonial y al conjunto de la poblacin civil espaola asentada en Marruecos. El abastecimiento de las tropas espaolas e indgenas (vestuario, calzado, armamento, alimentacin) fue la oportunidad para muchas empresas espaolas de conseguir jugosos contratos para proveer al ejrcito. Lo mismo hay que decirrespecto al contingente de colonos espaoles que se desplazaron a Marruecos, apos

    entndose preferentemente en las ciudades, dado que fueron continuamente abastecidos desde Espaa. Esta labor abastecedora de colonos y ejrcito se refleja claramente en la evolucin de la balanza comercial hispano-marroqu a lo largo del perodo estudiado. Uncontinuo desequilibrio basado en el hecho de que las exportaciones espaolas siempre superaron ampliamente a las importaciones procedentes de Marruecos: escasos productos marroques hacia la pennsula, mientras que los remitidos desde sta hacia tierras norteafricanas alcanzaban unos volmenes y valores sensiblemente ms elevados. La actividad del sector terciario se reforz con la incorporacin de una seriede firmas dedicadas a la hostelera, radiodifusin, seguros, transporte urbano (tranvas en Tetun) y por carretera (La Valenciana, que compagin el transporte de mercancas y viajeros) (Morales, 1976 y 1984). Respecto a este ltimo punto hay que sealarque no se avanz mucho en la construccin de carreteras modernas, aunque s se cre una

    red de pistas de tierras a travs de todo el territorio, ms con fines de control que con el nimo de fomentar la actividad mercantil y el desplazamiento de pasajeros. La ausencia de un moderno y eficaz eje viario este-oeste explica que las zonasoriental y occidental apenas estuvieran comunicadas entre s, por lo que no debeextraar que tras la independencia los marroques construyeran la Carretera de la Unidad. Detrs de las empresas ms rentables citadas (minera, ferrocarril, elctricas y e colonizacin en general) estuvo la oligarqua financiera espaola, representada porel capital vasco, madrileo y cataln, gracias a su control de la banca privada. Esta ltima, a medida que transcurrieron las dcadas, fue teniendo un papel cada vez msimportante en la economa marroqu (Bilbao, Urquijo, Vizcaya, Espaol de Crdito, Hispao-Americano, Hispano-Colonial, Unin Minera). El sector naviero tambin supo sacar provecho de las relaciones con la colonia, especialmente la Trasatlntica, la Trans

    mediterrnea y Sota y Aznar. Igualmente cabe citar llegadas ms tardas, aunque sumamente provechosas, como la de Juan March, gracias a la concesin del monopolio del tabaco. No obstante, no hay que perder de vista que se trat de una modesta penetracin financiera efectuada bajo la cobertura protectora estatal.

    El papel protagonista del ejrcito

    Llegados a este punto interesa destacar que los militares consiguieron hacerse con el control de la organizacin poltica y administrativa del territorio. De su seno surgieron los africanistas, quienes consiguieron un gran prestigio gracias a su

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    importante papel en la victoria contra los rifeos, a sus conocimientos de Marruecos y a las slidas posiciones que ocuparon en la burocracia colonial. Este grupo,que acept con reservas la instauracin del rgimen republicano, se mostr especialmentdescontento con las medidas introducidas por Azaa. Entre ellas, las que tenan como objetivo la reduccin de los efectivos del ejrcito marroqu y el propsito de colocalas riendas del protectorado en manos del elemento civil (primaca del alto comisario, civil, sobre el jefe militar de la zona, sustitucin de los interventores militares por otros civiles). A pesar de ello, la incompleta desmilitarizacin de losorganismos polticos y administrativos que regan la vida del protectorado no supusoun cambio espectacular. La burocracia civil que comenz a surgir en los aos treinta termin alindose coel ejrcito colonial para repartirse el poder y la participacin en los negocios que generaba la misma presencia espaola en el protectorado. No en balde se ha hablado del complejo burocrtico-militar en Marruecos. Este nuevo grupo se destac como el principal beneficiario de la proteccin dispensada por Espaa a la colonia. No debeextraar que de los gastos del Estado espaol en Marruecos la parte del len correspondiera al ejrcito. Ahora bien, si durante el perodo blico (1912-1927) se puede entender este desequilibrio, no ocurre lo mismo con los aos comprendidos entre 1927 y1935, cuando el presupuesto del Ministerio de la Guerra para Marruecos se mantuvo prcticamente inalterable, mientras que los desembolsos en concepto de Accin en Marruecos seguan una tendencia decreciente entre 1927 y 1935. En esta ltima fecha seredujo a aproximadamente un tercio de la cantidad desembolsada en 1927 (Morales,1976 y 1984). Los africanistas (aunque no unnimemente) terminaron por sublevarse contra l

    a Repblica. Su victoria, tras la cruenta Guerra Civil, se vio facilitada por el hecho de contar con la seguridad y los recursos que la retaguardia marroqu les proporcion a lo largo del conflicto. Especialmente importante fue la participacin decontingentes marroques (rifeos, yebalas, gomaras e, incluso, combatientes originarios de la zona bajo dominio francs) en el bando de los africanistas. Conviene recordar que no haca ni una dcada que el ejrcito espaol, base de la sublevacin antirrblicana, haba aplastado la resistencia marroqu. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, as como la poltica de neutralidady no beligerancia del rgimen franquista, favoreci el mantenimiento de un importante contingente militar en Marruecos (que contempl, entre otros episodios, la efmera ocupacin espaola de Tnger en 1940). Nuevamente, el ejrcito absorbi buena parte dpresupuesto espaol en el protectorado. Esta tendencia se mantuvo incluso hasta laindependencia de Marruecos en 1956.

    El escaso desarrollo econmico del protectorado explica que tampoco se convirtiera, a pesar de la labor propagandstica ejercida por los voceros del colonialismo espaol, en tierra de promisin para los campesinos espaoles que en buena medidatuvieron que seguir emigrando hacia tierras americanas (cuando tales desplazamientos fueron posibles en el primer tercio del siglo xx) y hacia Catalua y Madrid en su segunda mitad (Bonmat, 1992).

    Repercusiones de la presencia espaola

    Tuvo aspectos positivos para Marruecos la labor civilizadora espaola? Sin duda, aunue hay que aadir que fueron escasos y modestos. Posiblemente, los ms importantes eincuestionables se refieran a la actuacin en el campo sanitario. Tambin se podra citar la incipiente, y an ms limitada, vertebracin del territorio gracias a la const

    ruccin de vas frreas (con un total que apenas lleg a los 200 kilmetros), carreterapistas, puertos (Larache y Alhucemas) y aeropuertos (Sania Ramel en Tetun). Sin embargo, y a pesar del pobre panorama presentado, las modificaciones introducidas por Espaa en el protectorado fueron importantes. El Marruecos rural,con su tradicional organizacin tribal, con la explotacin de tipo comunal y con suszocos, que continuaba presente en 1956 en el momento de la independencia, fue estando cada vez ms integrado en la economa de mercado. Aunque queda mucho por hacer acerca de la historia del mercado del trabajoen el protectorado, se puede avanzar que en algunos sectores ocupacionales se produjo la integracin de trabajadores marroques (minera, trabajos pblicos) (Aziza, 1

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    94). Sin embargo, conviene no olvidar que en el caso del colonialismo espaol se observa la competencia por el empleo entre colonos y colonizados en actividades que en otras experiencias coloniales nunca se produjeron, o se produjeron con unamenor intensidad, como consecuencia del rechazo de los colonos a ejercerlas (comercio, transporte) (Bonmat, 1992). En todo caso, es indudable que bajo el dominio espaol se form el proletariado de la zona norte que tuvo un papel importante enla lucha por la independencia. Igualmente hay que sealar el enrolamiento de algunos miles de marroques tanto en el ejrcito espaol (Regulares) como en las fuerzas del Majzen marroqu (Mehallas, Mejaznas), lo que integr a los citados individuos y susfamilias en una economa monetaria. Estos procesos tuvieron consecuencias de cierta importancia en lo que a ladistribucin espacial de la poblacin se refiere. Si a comienzos del protectorado la poblacin urbana (descontada la ciudad de Tnger) apenas llegaba al 5%, en 1945 alcanzaba el 18% (el 12% si excluimos al total de los espaoles que vivan en la ciudad o en el mbito rural) (Garca & Roda, 1950). El citado porcentaje se increment en la dcada siguiente, especialmente con el xodo hacia los centros urbanos espoleado por el abandono de los colonos espaoles a partir de la independencia. Paralelamente, se produjo el desplazamiento de numerosos rifeos hacia la zona occidental delprotectorado. El crecimiento de las ciudades existentes, Tetun y Larache, a las que se sumaron otras que alcanzaron este status (Chauen, Alcazarquivir, Alhucemas, Nador, Arcila) atestigua la progresin, aunque todava en proporciones modestas del porcentaje de la poblacin urbana. Los cambios econmicos introducidos, en especial el retroceso de la economa de subsistencia en beneficio de la economa de mercado, junto con el avance del fenm

    eno urbano, repercutieron en la renovacin de la resistencia marroqu contra el dominio espaol. Se pas de una lucha abierta con base rural a una lucha poltica de carctr urbano. La resistencia estuvo dirigida y articulada por una generacin de intelectuales y polticos marroques que supieron aglutinar en torno a sus ideales las aspiraciones de los diversos sectores de la sociedad: la burguesa con su doble componente reformista e innovadora, el proletariado emergente, las capas campesinas y, finalmente, los integrantes del gobierno jalifiano (representantes del Majzen). La fuerza liberada por la unin nacional termin por desalojar de Marruecos a la potencia colonial. Para concluir hay que valorar el protectorado desde el doble punto de vista del pas colonizador y del colonizado. En el caso de Espaa, la escalada militar,con la consiguiente sangra presupuestaria acumulada ao tras ao y el tremendo costeen vidas humanas, no pudo evitar desastres de la magnitud del de Annual y Monte

    Arruit. El deterioro de la situacin poltica que generaron tales hechos favoreci elsurgimiento de los militares africanistas y su ofensiva victoriosa contra el legtimo gobierno de la Repblica. La influencia de la aventura colonial en Marruecos en los destinos de la Espaa contempornea hasta 1975 no puede por tanto ser ms evidente. El modesto alcance de la tarea de modernizacin llevada a cabo por Espaa en el protectorado hipotec el futuro de la zona norte de Marruecos en el momento de la independencia. En efecto, la empobrecida zona norte qued irremediablemente supeditada a los intereses y necesidades del resto del pas, ms desarrollado gracias ala mayor potencia y recursos de la potencia colonial (Francia) que le cupo en suerte. Superar el desequilibrio regional resultante sigue siendo uno de los problemas que tiene planteados el pas vecino.

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    Edicin digital del Captulo V del libro editado por J. Nogu y J. L. Villanova Espaa Marruecos (1912-1956) Discursos geogrficos e intervencin territorial, Editorial Milenio, Lleida, 1999, pgs. 145-158.