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RESPONSABILIDAD

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Sergio Sinay

ELOGIO DE LA RESPONSABILIDAD

Una vida que transforma nuestros vínculos y

da sentido a nuestras vidas

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Para Marilen por el amor, por la escucha,por el acompañamiento y por la guía.Para Iván, por su presencia, por la oportunidad de amar en él lo propio y lo diferente.Para mi madre, por las herramientas para vivir una vida elegida.Para Horacio, por la confianza, la historia y la presencia.Para mi padre, por haberme instalado en ese espacio nutricio, permanente y sutil.

Derechos exclusivos de esta edición reservados para Ediciones Pluma y Papel de Goldfinger S.A. A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires - ArgentinaTel/Fax: (54-11) 4773-3228 [email protected] www.plumaypapel.com

Director Editorial: Marcelo CaballeroCoordinadora de Edición: Mónica PiacentiniTraducción: Carlos W. Villazón Diseño de tapa: Sergio ManelaDiseño interior: m&s estudio

ISBN: 978-987-648-

Primera edición:

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publi-cación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Hechoel depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

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agradecimientos

a:Miguel Lambré por la fe, el entusiasmo y la

comprensión inmediata de la idea.

Mabel González, hermana del alma, que,

una vez más, apareció cuando era necesaria y

me permitió entender, cerrar un capítulo y

abrir otro

Víktor Frankl, porque lo que leí en sus libros

y lo que sé de su vida lo convirtieron para mí

en un Maestro sin que fuera necesario que nos

conociéramos

Ram Dass que llegó, como lo hacen los maes-

trosespirituales, en el momento preciso

Claudio Deschamps porque cada encuentro

es la oportunidad de una reflexión fraternal,

orientadora y, cuando se necesita, reparadora

Todos ellos han participado de este libro de un

modo constante, presente y esencial

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índice

IntroducciónEl elevado arte de responder . . . . . . . . . . . . . . 15

Responsabilidad y estilo de vidaHacia una ética de la coexistencia cotidiana . . 23

Responsabilidad, derechos y compromisos¿Por qué no la Declaración de los Deberes Humanos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

Responsabilidad y éticaCon el Otro y sólo con el Otro . . . . . . . . . . . . 39

Responsabilidad y políticaLa tragedia de los medios convertidos en fines . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

Responsabilidad y lenguajeSe vive como se habla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

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Responsabilidad y tiempoEl alma no usa reloj . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163

Punto de encuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

ÍNDICE

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Responsabilidad y negociosLa guerra que perdemos cada día . . . . . . . . . . 63

Responsabilidad, ciencia y técnicaUn tren hacia ninguna parte . . . . . . . . . . . . . . 73

Responsabilidad y valoresLa importancia de vivir con verbos y no con sustantivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

Responsabilidad, consumo y trabajoNingún ser humano es una isla . . . . . . . . . . . . 91

Responsabilidad y culpaLos peligros del sube y baja . . . . . . . . . . . . . . 103

Responsabilidad, éxito, poder y dineroNo todos los gatos son pardos . . . . . . . . . . . . 111

Responsabilidad, paternidad y maternidadLa autoridad que nace del amor . . . . . . . . . . . 119

Responsabilidad y felicidadNo es un derecho, nadie te obliga . . . . . . . . . 129

Responsabilidad y madurezEl aprendizaje de la sabiduria . . . . . . . . . . . . . 137

Responsabilidad y perdónErrar es humano, reparar también . . . . . . . . . 147

Responsabilidad y amorConciencia para el corazón hambriento . . . . . 155

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introducción

el elevado artede responder

Quiero decirlo desde el vamos. Este es un libro escritobajo el influjo de la indignación, del escepticismo ytambién, y sobre todo, de la esperanza. Desde que abroel diario de cada mañana hasta que termina cada unode mis días, se suceden las noticias, las escenas calleje-ras, los diálogos en los que intervengo o las conversa-ciones que escucho, los actos a los que asisto o de losque participo con mayor o menor incidencia, que merecuerdan que habito un mundo y una época en loscuales la intolerancia, el fundamentalismo, el mate-rialismo extremo, el egoísmo, la indiferencia, la vio-lencia, la pobreza del lenguaje, la incomunicaciónemocional (a despecho del brutal desarrollo de las tec-nologías comunicacionales), la manipulación de con-ciencias, de públicos y de información, el no reconoci-

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do automático, todo el tiempo. Lo hacemos ante estí-mulos variados. Conveniencia o inconveniencia, ga-nancia o pérdida, coima o comisión, premio o castigo,multa o promoción especial. Observemos el lenguajede la publicidad que nos atosiga desde que nos desper-tamos hasta que nos dormimos. Llame ya, compreahora, reserve, venga, póngaselo, no se lo pierda, ga-ne, mande, llegue, no espere, corra, busque, vote, diga,muestre, pague, pruebe, deje, tome. Órdenes, manda-tos, estímulos. Como cobayos de laboratorio, estamossometidos a una lluvia constante de órdenes, manda-tos y estímulos. Somos manipulados para reaccionar aellos. Y reaccionamos. Somos reaccionarios.

¿Somos también responsables? Ese es otro tema.Los cobayos reaccionan a los estímulos. ¿Son respon-sables? No. La palabra responsabilidad deviene del la-tín respóndere (responder). Es la capacidad de respon-der por los propios actos, realizados en libertad y conla conciencia de que todas nuestras acciones (incluyoomisiones y silencios en este concepto) tienen conse-cuencias que nos afectarán, que afectarán a otros, queafectarán a nuestro entorno, al ecosistema (físico y es-piritual) del que formamos parte. Repetiré esto una yotra vez a lo largo del libro, lo repetiré como un recor-datorio, como una letanía, como ayuda memoria, aca-so como una invocación y hay quien puede decir quecomo una obsesión. Desde que estamos en el mundo,vivimos entre otros seres y nada de lo que hagamos (odejemos de hacer) quedará al margen de la trama que

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miento del otro, la depredación ambiental, y la cruel-dad son “valores” hegemónicos y referenciales. Poreso la indignación, por la impunidad que rodea y pro-tege a los actos públicos y privados de individuos, deorganizaciones y de naciones que se orientan por aque-llos “valores” y los proclaman de un modo obsceno.Mi escepticismo nace al observar la desidia, la negli-gencia y el facilismo con que los seres humanos se de-jan seducir por las supuestas ventajas de esos “valo-res” y por su persistencia en reproducirlos.

Y, finalmente, la esperanza. Porque muchas de misvivencias personales e individuales, muchas de mis ru-tinas cotidianas en el mundo que habito, y de mis ex-periencias de trabajo con personas, me permiten tam-bién ver aquí y allá, a veces de modo imperceptible,pero cierto y constante, destellos en la oscuridad, acti-tudes alentadoras, seres que, con sus conductas, con elejercicio de su responsabilidad, con su amor, señalany nos orientan hacia otros modos posibles de vincu-larnos con nosotros mismos, con el prójimo, con el me-dio ambiente, con la totalidad.

En nuestra cultura, en la sociedad que compone-mos, hay muchas reacciones y pocas respuestas. Lospolíticos reaccionan según lo que les dicen las encues-tas o las elecciones. En la calle reaccionamos si otro au-to se nos adelanta. Reaccionamos cuando sentimosque se lesionó alguno de nuestros derechos. Reaccio-namos cuando sentimos que vamos a perder algo o quese afecta algún interés propio. Reaccionamos, de mo-

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mente porque todas nuestras acciones tienen conse-cuencias, el sentido del cual preñemos a nuestra vida,influirá en el mundo que contribuiremos a construir, aconservar o a transformar. Aunque nace en el centroesencial de cada uno de nosotros, la responsabilidad essiempre una cuestión transpersonal.

Evadir la pregunta por el sentido de la propia vidaes un primer acto de irresponsabilidad. Pero, desde mipunto de vista, nadie queda eximido, por ello, de lasconsecuencias de sus acciones. Somos seres concientes,por lo tanto somos seres responsables. Esto no se elige.Es así. Nuestras vidas y el mundo en el que las vivimos,no son productos del azar ni del capricho de los dioses.No somos los creadores de la vida, no controlamos susimponderables. Pero sí somos responsables de lo quehacemos con esa vida y con sus circunstancias. Por es-te motivo veo a la responsabilidad como un valor esen-cial para la especie humana, para sus vínculos, para lasalud del planeta y la de todos sus seres.

Vivimos tiempos oscuros, nos rodean seres tene-brosos, individuos siniestros conducen, casi sin ex-cepción, los países que hoy integran el planeta, perso-nas de energía tóxica están mayoritariamente al frentede las economías, de los negocios, de la política, decasi todos los espacios sociales determinantes (confrecuencia esto abarca a la cultura, a la ciencia, a latecnología, al deporte). La responsabilidad es, en eseescenario sombrío, una antorcha esencial. Tomémos-la en nuestras manos. Quizá haya llegado el momento

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nos vincula a ellos y a la vida. Recordar esto, registrar-lo y asumirlo es abrirse a una dimensión espiritual ytrascendente de la existencia. Es construir una vida res-ponsable. Olvidarlo, despreciarlo, es convertirse en ob-jeto de estímulos, reducirse al espacio y la función deun cobayo, hacerse reaccionario en el peor sentidodel término, uno que excede incluso a la clásica acep-ción política.

En una época de la historia humana signada poravances científicos y tecnológicos hasta no hace mu-cho no imaginados o inimaginables, el retroceso de laresponsabilidad, su olvido es también asombroso ypreocupante. El abandono de la responsabilidad equi-vale, en primer lugar, el bastardeo de la propia vida.Porque la responsabilidad inicial y fundacional de ca-da uno de nosotros se centra en el sentido, el conteni-do, el significado que le daremos a nuestra existencia.De eso somos responsables, antes que nada. Esa serála responsabilidad que nos reclamará cada vez conmayor intensidad, a medida que maduremos. Se tra-ta de un tema mayor, que exige presencia, compro-miso. Es un viaje que atravesará zonas oscuras, mo-mentos de tormenta, desvíos y extravíos. Es unaexperiencia que nadie puede vivir por nosotros, in-transferible. Con mayor o con menor conciencia, to-dos lo sabemos. Quien no, lo intuye, lo sospecha. O leteme. Responder al interrogante acerca de cómo nosproponemos estar en el mundo es abocarse a algo queva más allá de una simple cuestión personal. Precisa-

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de esta obra. La cuestión de la responsabilidad se mepresentó desde lo interpersonal y, a medida que me in-terné en ella, me encontré con que estaba explorandotambién, y cada vez más, un espacio espiritual.

Tengo esperanza en que las ideas y propuestas queincluyo en este libro puedan ser convertidas en herra-mientas de nuestra vida cotidiana y, unidas a otras, nospermitan construir existencias significativas en un mun-do trascendente. Cada uno de nosotros tiene un pasoefímero por esta vida y este planeta. Y tiene una herra-mienta poderosa para darle presencia y proyección aese tránsito. Esa herramienta es su responsabilidad.No sabemos, al principio de nuestra existencia, a quémundo venimos. Pero somos responsables por el que de-jamos. Entre ambos extremos podemos construir uncamino que mejore la marcha de los otros, de los quevendrán, de nuestros hijos, de nuestros hermanos, denuestros amigos, de nuestros prójimos semejantes. ¿Po-demos despreciar esa responsabilidad?

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de dejar de reaccionar para comenzar a responder. Yno hay otro lugar desde donde empezar a hacerlo que nosea el de nuestra vida cotidiana, nuestros vínculos, nues-tras actividades, nuestras realizaciones. No se necesitapermiso para esto. Y no hay excusas para la deserción.

El espíritu de esa invocatoria engendró a este libro.Acaso estas páginas sólo sean el germen de ideas queaún no se desarrollaron del todo en mí. Suele ocurrir-me. Cuando un libro está plasmado, lo que sentía comouna obra terminada se revela como el nacimiento de unrumbo a explorar. Entonces suelo descubrir que un li-bro es una pregunta abierta. Lo experimento cuandoleo y cuando escribo. Así lo presento. Como un inte-rrogante centrado en un tema que considero esencial ytrascendente.

Elogio de la responsabilidad puede ser leído en or-den cronológico o dirigiéndose de manera directa a loscapítulos más conectados a las preocupaciones presen-tes del lector. Como los rayos de una rueda, todos loscapítulos convergen en un mismo centro. De todas ma-neras, creo conveniente dar unos pocos datos orienta-dores. He ordenado los temas yendo desde los más so-ciales y externos a los más personales e internos. Heprocurado que sigan una línea que lleve desde lo másconceptual a lo más espiritual. Por ese motivo elegí ini-ciar el recorrido con el texto que dedico a Responsabi-lidad y estilo de vida y cerrarlo con el capítulo dondereflexiono sobre Responsabilidad y tiempo. De algúnmodo, esa secuencia se dio en mí durante la gestación

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responsabilidad y estilo de vida

hacia una ética de lacoexistencia cotidiana

Cada día los diarios, los noticieros, los distintos me-dios de comunicación nos recuerdan, para el caso deque lo olvidemos, que estamos en guerra, que, comolos entrañables personajes de Tolkien en El Señor de losAnillos, atravesamos una edad oscura. No es necesa-rio nombrar a Irak, a Palestina, a Afganistán para evo-car la guerra. Todos, acaso sin conciencia de ello, so-mos soldados de innumerables batallas cotidianas.Algunas son personales, otras colectivas. Lo denotannuestros diálogos, nuestras actitudes, las conversacio-nes que nos rodean.

Luchamos contra el cigarrillo, contra la obesidad,contra la pereza, contra la pobreza, contra la violen-cia, contra los impulsos, contra el cáncer, contra la ce-lulitis, contra ciertos deseos y compulsiones, contra eladversario deportivo, contra el aburrimiento, contrael frío, contra el calor, contra la depresión, contra el in-somnio, contra la inseguridad, contra los pensamien-tos negativos, contra el opositor político, contra el co-

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otro. Convertida en un modo de encarar la vida, nospredispone a una suerte de enfrentamiento perpetuo.¿Contra quién? Contra las circunstancias, contra eldestino, contra emociones, contra ideas, contra obs-táculos y, básicamente, contra otros.

El enemigo pasa a ser cualquiera que encarne, enesencia, lo diferente. Lo que no se pliega, en imagen ysemejanza, a mi deseo. Una actitud, una opinión, un sen-timiento, una elección, bastan para establecer dife-rencias y para manifestarlas. ¿Qué hacer con ellas?Nuestra vida es una vasta, rica y compleja trama devínculos. Existimos vinculados, esa es una condiciónesencial del ser. Y, en tanto así ocurre, habitamos un in-menso mar de diferencias. No hay dos personas igua-les, aunque compartan la misma sangre.

Ante esta evidencia podemos descalificar a lo dife-rente, podemos combatirlo, empeñarnos en cambiarlopara que sea semejante a nosotros. O podemos apren-der de la diversidad, integrarnos con lo distinto, reco-nocernos como expresiones disímiles de una mismamateria prima, ya sea lo familiar, lo comunitario, lo so-cial , lo humano, lo universal o lo eterno.

En nuestras declaraciones solemos presentarnos, engeneral, como tolerantes y aceptadores. Es lo “correc-to”, se lo observe desde donde se lo mire, ya sea desdelo moral, lo político o lo afectivo. Pero en la práctica,en la vivencia real de nuestros vínculos, con frecuenciaelegimos la opción “lucha”. Luchar contra, luchar pa-ra, luchar por.

RESPONSABILIDAD Y ESTILO DE VIDA

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propietario en la reunión de consorcio, contra el com-petidor comercial o profesional, contra la tentación.¿Cuántas veces por día nos ponemos en actitud de lu-cha? ¿Cuántas veces empleamos esta palabra? ¿Cuán-tas veces nos guía este concepto? Decimos: “Luchocontra mi miedo”, “Lucho contra mis fantasmas”,“Voy a pelear hasta lograrlo”. Y hasta despedimos aalguna persona querida con la frase: “Fue un lucha-dor”. Nos preguntan ¿”Cómo estás?” Y responde-mos: “Ya lo ves, en la lucha”. Por último, definimos ala vida como “una lucha”. Y, con ironía, agregamosque “es cruel y es mucha”.

Si la vida es, en efecto, una lucha, todo lo que laconstituye estará atravesado por el espíritu de pelea, deconfrontación, de disputa. También nuestros vínculos.Así, luchamos por un amor, peleamos para lograr quenuestros hijos crezcan en un camino recto, combati-mos por enderezar una amistad, batallamos para de-fender a nuestra familia (aunque no siempre tengamosen claro de qué).

quién es el enemigo

Lucha, dice el diccionario, es “la pelea entre dos, en laque, abrazándose uno al otro, procura cada cual darcon su contrario en tierra”. Se trata, entonces, de unapráctica que sólo termina cuando uno se impone sobre

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cultura de competencia, de lucha, de exclusión, desca-lificadora de lo distinto. Para vivir en la lucha, es pre-ciso crear, todo el tiempo y en todas partes, campos debatalla. Es necesario vivir como guerreros, matar pa-ra que no nos maten, excluir para que no nos exclu-yan, someter para que no nos sometan. Y, aún así, noalcanzamos la felicidad, vivimos infelices, sin encon-trar un sentido esencial al hecho de existir. Esto es loque vemos en el mundo que propone la lucha y niegalas diferencias: familias en conflicto, parejas en crisis,deportistas ventajeros, ejércitos aniquiladores, nego-cios en los que la especulación desplaza a la misiónsocial, políticos que anteponen la voracidad personalal bien común.

otra opción

Algo gravísimo de una existencia planteada como unacampaña bélica, es que, entre tantas cosas, aniquila laconciencia de responsabilidad. Una vez elegido el ene-migo, se traza la línea que nos separa. Todo lo que lepertenezca o lo que conecte con él, es malo, me amena-za. Todos quienes se acercan a él son mis enemigos. Enlo que va del siglo XXI un país (Estados Unidos) y unnombre (George W. Bush) sintetizan con claridad pas-mosa esta anomalía de la razón, este apagón de la con-ciencia, este colapso de la evolución humana. Cuando

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con o contra

Estoy convencido que en la base de los sufrimientos,las insatisfacciones, los sinsabores, las desilusiones, lasfrustraciones y demás variantes del malestar existen-cial que tiñe a nuestros tiempos, está la precaria con-cepción de la vida como lucha. Es una concepción dua-lista, que no consigue la integración ni la armonizaciónde lo diverso. Propone sesgar y dividir en dos: malo ybueno, amor y odio, blanco y negro, cuerpo y alma,hombre y mujer, cielo y tierra, sentimiento y pensa-miento. Luego de crear la división, esta creencia instaa elegir por uno o por otro, los enfrenta. Desalienta eimpide toda posibilidad de comprender a lo diferentecomo parte distinta y necesaria de una totalidad másvasta y trascendente.

Esta concepción nos mantiene en un estado preca-rio de evolución de la conciencia. Nos hace ignorantes,al no enseñarnos que somos parte de un todo mayor, ymás significativo, que la suma de sus partes. Nos su-merge en la angustia de percibirnos sólo como olas–siempre fugaces– y no como mar, como hojas (que du-ran una estación y viven angustiadas por la brevedadde su existencia) y no como árboles, como células ais-ladas y no como organismos integrados por ellas.

Vivimos en una cultura que dirime sus diferenciasen dirección de uno u otro término (hombre versusmujer, Oriente versus Occidente, pobres versus ri-cos, hijos versus padres, y así hasta el infinito). Una

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Es necesario crear espacios de aprendizaje y habitar-los. Hay formas de aprender y aplicar esto. Urge quenos dediquemos a aprender esas formas, a desarrollar-las, a transmitirlas, a compartirlas. Edward Said, un lú-cido intelectual palestino, decía: “Debemos dedicar-nos, sobre todo, a crear campos de comprensión enlugar de campos de batalla”. Los campos de compren-sión son aquellos en donde la responsabilidad, asumi-da, honrada y celebrada se plasma como materia pri-ma de la vida.

Tiziano Terziani, un hombre sabio, que duranteaños trabajó como periodista y hoy habita en la India,desde donde milita contra la guerra, recuerda que “laarmonía, como la belleza, está en el equilibrio de losopuestos, y la idea de eliminar uno de los dos es senci-llamente sacrílega”. Y propone reemplazar “la lógicade la competitividad por la ética de la existencia”. Ter-ziani es autor de un libro bello, profundo e imprescin-dible: Cartas contra la guerra. Una pequeña joya, deesas que a cada tanto alumbra el alma humana. Allí es-cribe: “Sólo si conseguimos ver al universo como untodo en el que cada parte refleja la totalidad y en el quela gran belleza está en su diversidad, comenzaremos aentender quiénes somos y en dónde estamos”. ¿Quémás agregar? Comencemos. Comencemos por dondecada uno pueda. Al tejer un vínculo responsable con elprójimo (iniciándolo con el más próximo) nos consti-tuimos en genitores de una ética de la coexistencia.

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se vive en guerra todo está justificado, no hay respon-sabilidades, sólo queda la culpa. La culpa es del enemi-go. Puedo depredar, destruir, romper, corromper, vio-lar, arrasar, porque soy el “Bien” y la presencia del“Mal” es la culpable. Esto se ve con claridad en las ciu-dades masacradas, en los niños y mujeres mutilados,en los hombres torturados. Allí es evidente. En otrasguerras (como las que enumeré en el inicio de este ca-pítulo) los efectos son más sutiles, a veces más abstrac-tos, pero nunca menos ciertos y devastadores.

Pero no es el único mundo posible. Se puede vivir deotra manera, podemos construir vínculos de coopera-ción, de integración. Podemos hacer de nuestras dife-rencias elementos de aprendizaje y de suma. Vivir conotros, entre otros, es el arte de armonizar las diferen-cias. Es el ejercicio cotidiano, constante y conciente dela responsabilidad. Ya no se trata de una simple decla-ración de principios. Hoy esto es una condición de su-pervivencia, de superación, de trascendencia. Hoy so-mos deudores de una materia fundacional: se llamaintegración de las diferencias. No hay amor posible sino se fundamenta en esto. Empezar a trabajar en ello,aprenderlo a través de experiencias y de vivencias, apli-carlo a la vida de cada día, al encuentro de cada instan-te con el amado con la amada, con el hijo y la hija, conel amigo, con el adversario, con el proveedor, con elcliente, con el vecino, con el copropietario, con el con-ciudadano, con el congénere, es una prioridad.

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responsabilidad, derechos y compromisos

¿por qué no la declaración de losdeberes humanos?*

Quizá dentro de algunas centurias cause asombro queal promediar el siglo XX los países que componían lasNaciones Unidas, es decir la mayoría de los estados delplaneta, hubiesen tenido que firmar una Declaraciónde los Derechos Humanos. Ese documento, aprobadoel 10 de diciembre de 1948, proclama los derechos ci-viles, económicos, sociales y políticos de “todos losmiembros de la familia humana”.

Acaso los humanos de ese futuro hipotético se pre-gunten cómo fue que tuvieron que transcurrir casi dosmil años de civilización cristiana y occidental, y mu-chos más de otras culturas, para que las personas tu-vieran que recordarse así mismas y entre ellas que, el

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* Una versión abreviada de este capítulo fue publicada en el dia-rio La Nación, de Buenos Aires, el 31 de siembre de 2004.

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no nos caben dudas de que ciertos derechos son indis-cutibles, básicos e inherentes a cada miembro de la es-pecie por el sólo hecho de existir.

Esto se ve en el mundo y se vive de manera palpableen nuestra propia vida cotidiana. El trabajo, la alimen-tación, el voto, la educación, la salud, el salario, la an-tigüedad, la indemnización, la identidad de genero, lasexualidad, la identidad, la paternidad, el propio ori-gen familiar, la información en todos los campos y entodas las formas, la libertad, el libre desplazamiento yun número creciente e indeterminado de tópicos soninvocados, con razón, como materia de derechos. Ycuando no hay una argumentación concreta para cier-ta reivindicación, se demanda, en último caso, el dere-cho al pataleo. Quizá su nombre más técnico y elegan-te sea el derecho a tener derechos.

Asombra, de veras, la cantidad de derechos quepueden ser exhortados. Asombra, también, que du-rante tanto tiempo y en tantas sociedades (en muchas,lamentablemente, aún hoy) no hayan sido conside-rados, nombrados, exigidos ni, mucho menos, res-petados. Asombra, e indigna, que haya hoy gobernan-tes, terratenientes, gerentes y directores de grandes ypequeñas empresas, policías, militares, ciudadanoscomunes en diferentes funciones de sus vidas cotidia-nas para quienes muchos de esos derechos de sus go-bernados, empleados, asalariados, labriegos, ciudada-nos o conciudadanos no merecen ser respetados. Y, sinembargo, hay en esta cuestión un aspecto paradójico e

RESPONSABILIDAD, DERECHOS Y COMPROMISOS

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sólo hecho de nacer como tales las hacía tenedoras deuna serie de prerrogativas inherentes a su condición y,todas ellas, vinculadas con la dignidad, la compasión,el respeto, la aceptación, la solidaridad. Con el concep-to mismo de vida, en fin.

¿Cómo fue que la especie sobrevivió durante tantotiempo olvidando estas cuestiones que, en verdad, ha-cen a la razón y a la posibilidad misma de su existen-cia?, se preguntarán nuestros sucesores. Sin duda, ten-drán razones para ese desconcierto. Un desconciertoque bien podríamos compartir desde el presente.

De alguna manera los adultos de hoy, quienes yaatravesamos la línea media de la vida, somos la prime-ra generación de nuestra especie que vivió bajo la co-bertura de una Declaración de Derechos Humanos. Ycon la fuerza exponencial con que se desarrollan cier-tos fenómenos sociales, aun cuando hace apenas me-dio siglo que esa Declaración existe, la noción de losderechos ha enraizado profundamente en nuestro len-guaje y en nuestras conductas.

lo que no se discute

Aunque el siglo XX haya sido declarado el siglo de losDerechos Humanos, es en estos primeros años del XXIcuando la reivindicación de los mismos parece cobraruna potencia y una perseverancia confirmatorias. Ya

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por llamarla así, secreta, natural que hace a la armoníadel árbol. Cada una de sus partes es el todo y el todo esmás que la suma de las partes.

En nuestros días y en nuestra sociedad, se percibeuna tendencia creciente a invocar derechos como losderechos de una parte desinteresada del todo. Hay uncreciente desinterés por cómo afecta esa invocación,según los medios que se utilicen para ella, sobre el res-to del cuerpo social o de la comunidad humana. Losderechos de parte empiezan a prevalecer sobre los dere-chos del todo bajo la creencia de que, en el árbol denuestra sociedad, los derechos de la rama que reclamason más importantes y prioritarios que los de los de-más gajos del mismo árbol y de que, si para lograr lareivindicación, otros brotes, la raíz o el mismo troncose ven perjudicados, poco importa. A la hoja no le im-porta la rama, a la rama no le importa el tronco. Estemodelo se ha instalado sin prisa y sin pausa en nuestrasinteracciones.

de la sabiduría a la ignorancia

Lo que en el árbol de la Naturaleza es sabiduría, en elárbol social es ignorancia. Cunde con inquietante faci-lidad, y es estimulada con colaboración mediática dediversos tipos, la idea de que se puede ser una hoja sa-na en un follaje enfermo. Las ciudades son paralizadas

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inquietante. Por una parte, la reivindicación y defensade los derechos humanos, nos conecta con nuestracondición humana, precisamente y con la dignidad deesta condición. Por otro lado, la manera en que dichareivindicación tiende cada vez más a expresarse, lasvías que con frecuencia se eligen para el reclamo nos di-socian de un aspecto esencial de lo humano.

Quizá la conciencia humana habrá alcanzado sumás alto grado de expansión y de expresión, cuandocada uno de nosotros pueda sentirse parte de un to-do antes que un todo aislado entre otros. Cuando lahoja de un árbol cae, en el otoño, el árbol permanece.Sin la hoja el árbol no habría sido el que es. Al morir lahoja, cesa una forma del árbol, no el árbol. ¿Qué es elárbol? ¿Su tronco, sus ramas, sus hojas, sus raíces? Escada una esas cosas. Es todas. No es ninguna de ellas.Es el conjunto que componen. Es imposible que una detodas esas partes se vea afectada sin que sea el árbol elperjudicado. Cuando una hoja enferma, el árbol estáenfermo. Cuando un fruto se gesta, es el árbol el quebrota. El vigor llega desde sus raíces, cuando el árboles debilitado ellas mueren.

El árbol no necesita aprender esto. Está en su semi-lla. Justamente porque es una sabiduría inherente a sunaturaleza, jamás una hoja conspira contra el árbol ennombre de su derecho al verdor perenne. Ni un troncose desentiende de las ramas en nombre de su derecho ano ser cargado. Ni una raíz se desprende del resto, porsu derecho a enterrarse a gusto. Hay una sapiencia,

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método. Pero ocurre que esa palabra forma parte de unárbol en el cual florecen, también, los deberes.

El momento en el que se corre detrás de los dere-chos olvidando que por cada uno de ellos hay un de-ber, o más, es un momento trágico. ¿De quién se pide,en definitiva, el respeto de los derechos que invoca-mos? De los demás. ¿Con quién tenemos deberes?Con los demás. Ese es, si se quiere, el costo del benefi-cio de vivir entre otros seres humanos. Que es, porotra parte, el único modo en que un ser humano pue-de vivir y trascender.

Jean Daniel, un maestro del periodismo y del pensa-miento contemporáneo, fundador de Le Nouvel Ob-servateur y compañero de ideas y experiencias de Al-bert Camus, decía hace poco, a sus lúcidos y vigentes84 años, que, en una sociedad democrática, los ciuda-danos tienen más deberes que derechos y que recordar-lo es lo que puede garantizar el desarrollo y la super-vivencia de esa sociedad. Por su parte, el filósofo ynovelista Jostein Gardner, reflexionaba, también re-cientemente, sobre el siguiente punto. Así como el si-glo XX, decía, fue el de los Derechos Humanos, ¿nodebería ser el siglo XXI aquel en el cual se proclame laDeclaración de los Deberes Humanos? Acaso sea éste elmomento de pensarlo y de actuar, comenzando para elloen nuestro propio entorno, en nuestro propio ámbi-to, en nuestros propios vínculos. En nuestro propio ár-bol. Si ello fuera posible, acaso habremos comenzadoa vivir en la Era de la Responsabilidad. Amén.

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por quienes reclaman sus derechos negando los deotros (a viajar, a comunicarse, a trabajar, a llegar a tiem-po a un hospital, a parir, a encontrarse con la familia).En esta encrucijada de derechos encontrados, los go-bernantes se definen, por sus actos, a favor de quienesrepresentan más votos, no mejores razones. El troncogobernante tronco gobierno, se cree parte de otro ár-bol. Un grupo de ciudadanos que invocan un derechoqueman basura, polucionan la ciudad, enferman a sushabitantes. No creen que son partes del mismo árbol,no sienten que respiran el mismo aire envenenado, nopiensan que la asfixia afecta al árbol. Sólo se miran co-mo rama. Ciclistas o motociclistas protestan. Quierenmás espacios para circular, mejor trato en la calle.Tienen ese derecho. Como lo tienen. peatones a no seratropellados en la vereda por ciclistas y motociclistasque circulan impunes por allí, y como los tienen los con-ductores a no enfrentarse a cada metro con ciclistas ymotociclistas que marchan de contramano, sin luces,sin señales. Hay gente que reclama, con justicia, poruna ciudad más limpia, pero no se agacha a levantar lacaca de su perro. Muchos de quienes reclaman dere-chos concretos y reales conducen luego sus coches porlas autopistas, calles y rutas a velocidades que excedentodos los límites. Me ha tocado viajar en sus vehículosy escuchar sus reclamos. No soy el único, por supuesto.

Esto se multiplica hasta el infinito en la vida diariade una sociedad donde la invocación de la palabra de-recho parece habilitar cualquier conducta y cualquier

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responsabilidad y ética

con el otro y sólo con el otro

Mi ética me lo impide. Si tuvieras ética no lo harías. Nolo considero ético. ¿Cuál es tu sentido de la ética? Esetipo carece de toda ética. La ética de los políticos. Laética en el deporte. La ética en los negocios. Ética poraquí, ética por allí y, al final, ética por ningún lado.Cuando un banco, un abogado, una marca, un candi-dato, quieren que los elijas invocan generalmente suética. ¿Sabes cuál es? ¿Lo saben ellos? ¿Saben de quéhablan cuando enuncian esta palabra? ¿Lo sé yo cuan-do los escucho? Sé de intelectuales, muy críticos de lasociedad en que vivimos, que cobran prebendas, comolas jubilaciones de privilegio, que se pagan con dinerospúblicos. Sé de empresarios que reclaman ética en los ne-gocios y evaden impuestos o no legalizan a sus traba-jadores. Sé de comunicadores que piden a los gritosuna sociedad más ética mientras construyen cada díanoticias falsas o tendenciosas. Sé de médicos que han

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lo yo conozco, por supuesto. Todos sabemos, todosconocemos. En caso de que preguntáramos a los suje-tos de esta serie si creen que la ética es importante,estoy convencido de que casi todos dirían que sí. Y has-ta sería posible que se ofendieran por la impertinenciade la pregunta. Y, en su cinismo, incluso podrían argu-mentar que todo lo legal es ético.

En nuestros días, en nuestra sociedad, con frecuen-cia me temo que la ética no es más que una etiqueta. Unmarbete, una estampilla que se pone en un envase va-cío, en un sobre sin contenido y sin destinatario. ¿Quécosas faltan de manera clamorosa en el mundo que ha-bitamos? Paz, alimentos para todos, justicia, libertadpara todos, salud. Desde mi punto de vista la madre deestas y otras carencias es la ausencia de ética.

diferencias que asemejan

Creo en la ética como en la facultad de registrar al otro,al prójimo, de aceptarlo como a alguien diferente de mípero hecho de la misma materia prima, hecho de la ar-gamasa de cuerpo, mente, alma y espíritu que nos con-vierte en humanos. Creo que la ética empieza a hacer-se presente cuando un individuo de nuestra especiepercibe al otro como a un semejante diferente. Nuncados palabras en apariencia tan opuestas resultan tancomplementarias, funcionales y necesarias la una a la

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hecho su juramento hipocrático pero a la hora de reci-bir dádivas de la industria farmacéutica prefieren serserviciales con ésta antes que con sus pacientes. Sé deabogados que estudiaron los fundamentos del derechosólo para violarlos, falsear pruebas, pagar sobornos uocultar datos en nombre de la defensa de asesinos, la-drones y criminales. Sé de padres que educan a sus hi-jos sobre la base de mentiras y se enojan con éstos y loscastigan cuando los hijos mienten. Sé de políticos quese llenan la boca con la palabra pueblo y hasta lucen lá-grimas de glicerina al pronunciarla y roban a la luz deldía las pertenencias de esa entelequia a la que nombrano se niegan a revelar el origen de sus súbitas fortunas.Se de sindicalistas que invocan la ética del trabajo y lasolidaridad mientras se embolsan los aportes de sus re-presentados o venden a éstos al mejor postor. Se de quie-nes se santiguan en nombre de una religión sólo parausarla a ella y al dios loado en beneficio propio mien-tras violan cada mandamiento Se de personas que po-nen como ejemplo de amor y de fidelidad a sus matri-monios mientras son adúlteros seriales Se de quienes,en tanto invocan la amistad e hinchan sus pechos consu eco, olvidan o traicionan a sus amigos. Hay hom-bres que dirigen naciones poderosas y creen fanática-mente que es ético invadir otros países y masacrar a sushabitantes para liberarlos de los demonios que sólo ha-bitan en sus malas conciencias de invasores. La lista demis ejemplos podría seguir hasta el hartazgo (ya me ago-bia esta breve enumeración). No son modelos que só-

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millones de sueños, de esperanzas, de actitudes amoro-sas y, en fin, de vidas. Hoy y aquí, esto duele, asusta ydesespera.

A esta altura de la reflexión podríamos regresar alpárrafo inicial de este texto y responder a la siguientepregunta: ¿En cuál de todos los casos enumerados, elOtro, el semejante, el prójimo es tomado en cuenta co-mo tal, aceptado como tal, respetado como tal? Cadauna de las situaciones mencionadas es un ejemplo de re-laciones humanas en las cuales alguien toma al otro o alos otros como objeto. Como simples herramientas oinstrumentos de un plan, de una ambición, de una es-peculación propia. Son relaciones de manipulación.Abundan en nuestra cultura. Están a la orden del día.Así nos venden automóviles, guerras, artefactos de to-do tipo y pelaje, así nos venden necesidades que no te-nemos de verdad y una satisfacción que no es tal. Así seforjan vínculos de pareja, de amistad, de padres e hijos.

flores en el desierto

Cada uno de nosotros puede, sin embargo, observaren su entorno y encontrar personas éticas que creanvínculos éticos, relaciones en las que el Otro es toma-do en cuenta y honrado como un diferente. Personascapaces de crear lazos entre sujetos, antes que relacio-nes sujeto objeto. He podido comprobar que estas per-

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otra. Mi semejante es diferente de mí. Nuestras dife-rencias nos convierten en semejantes. En la medidaen que veo, escucho y percibo al otro, descubro la di-versidad, es decir registro cómo se manifiestan en élaquellos elementos humanos que me constituyen amí. Empiezo a entender que somos diferentes olas deun mismo mar, que más allá de nuestras formas, de nues-tros colores, de nuestra ubicación, de nuestra exten-sión, de nuestra altura y de nuestra duración comoolas, somos, en definitiva, partes indivisibles de esemar. Estamos hechos de la misma agua. Lo que afectaal agua me afecta. Lo que me afecta, afecta al agua.

No puede haber ética sin la existencia del Otro, demi prójimo, de mi semejante. No existe la ética en don-de una ola se vive como ajena al mar. En ese mismo ins-tante empieza la degradación del océano Si cada unode nosotros es una ola y el mundo que habitamos es elmar, ahora es posible entender, quizá, la dramática de-predación de este mundo, sus niveles de devastacióncausada por el hombre, su iniquidad y su injusticia.

La ética no está por encima de los individuos. Es,pienso, resultado del modo en que se tejen las relacio-nes interpersonales. Cuando éstas se construyen conaceptación, respeto y registro habitaremos en una co-munidad humana ética. Se trata de proponer y usar he-rramientas para la transformación y la fecundidad enel día a día, en el cuerpo a cuerpo, en el cara a cara delos vínculos humanos. Es allí en donde la ausencia de éti-ca es como un agujero negro capaz de tragarse cada día

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somos porque nuestros actos tienen siempre conse-cuencias. El que pega, el que acaricia y el que no hacenada generan consecuencias. Como el corruptor y elcorrompido. Como el oprimido y el opresor. Los sereshumanos estamos siempre vinculados. El sólo hechode que, apenas al nacer o aún antes, recibamos un nom-bre nos señala un destino de vinculación. Seremosnombrados. Por otros, entre otros. Seremos un dife-rente entre semejantes, alguien cuya compleja gama dediferencias y singularidades será designada por esenombre propio. Todos tenemos nombre. Los altos ylos bajos, los ricos y los pobres, los creyentes y los ag-nósticos, los honestos y los corruptos, los asesinos y lasvíctimas. Y ninguno existe desvinculado.

Sólo podemos empezar a hablar de ética cuando, enestos vínculos, se instala y se impone la conciencia dela existencia del Otro como prójimo, como semejante,como ola del mismo mar. Repitámoslo una y mil veces.Esa conciencia ilumina al Otro y nos impulsa a cons-truir con él un vínculo de sujeto a sujeto. El Otro pasa-rá a ser un fin y no un medio, alguien que vale por susola existencia, tan sagrada como la mía.

En ese nivel de conciencia florece la ética tal comola concibo. Si volvemos una vez más a la lista inicial deeste texto y la comparamos luego con la de aquellaspersonas que llevan vidas y relaciones éticas, aparece-rá una diferencia fundamental. Los de la primera listaverbalizan la ética, la declaman, la vacían de significa-do, la mancillan. Los éticos genuinos raramente se pro-

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sonas no declaman su ética, simplemente la actúan, ha-cen de ella la materia prima esencial de los vínculos queestablecen. Estos individuos pueden ser médicos o te-rapeutas que, de veras, contemplan a sus pacientes yconsultantes como a personas, no como a casos o en-fermedades. Pueden ser abogados que defienden, a ve-ces sin fines de lucro, la causa de los olvidados por lajusticia. Pueden ser padres que guían y honran a sus hi-jos considerándolos, desde su misma concepción, co-mo seres con una vida propia. Pueden ser cónyuges queenaltecen su vínculo en actos cotidianos, simples y pe-queños, de mutua aceptación y nutrición amorosa.Pueden ser funcionarios menores que comprenden queestán en donde están para brindar un servicio a quie-nes lo necesitan y, sencillamente, lo hacen sin negligen-cias, ni mala voluntad ni miserables ejercicios de po-der, sin corromperse. Pueden ser personas que aman sutrabajo o su arte y se enorgullecen de ejercerlo.

Estos seres existen, y en buena cantidad. No son san-tos, no están iluminados. Están construidos del mismomaterial que los venales, de los corruptos, de los geno-cidas, de los egoístas, de los mentirosos, de los autori-tarios, de los arbitrarios, de los injustos, de los, llamé-mosles así, no éticos. Sólo que, con el mismo materialy el mismo instrumental básico, hacen elecciones dis-tintas, toman decisiones diferentes, realizan un ejer-cicio diametralmente opuesto de su responsabilidad.Repetiré en este punto algo que siempre es oportunorecordar. Somos siempre responsables. Siempre. Y lo

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responsabilidad y política

la tragedia de los medios convertidos en fines

Convivo con una antigua fantasía. Me imagino senta-do ante un presidente, un ministro o un político en cual-quier etapa de su carrera. Estamos solos, no nos debe-mos a ningún público, nada de lo que hablemos saldráde esas cuatro paredes que nos rodean, el diálogo es ab-solutamente privado. Entonces le haría esta pregunta:¿Para qué se dedicó a la política y para qué continúahoy en ella? Mi único requisito, previo a la respuesta,sería la total y completa sinceridad, juramentada aun-que sólo fuera por una vez en la vida, del interroga-do. Sé que mi pretensión suena ingenua, pero me per-mito sostenerla.

Por supuesto, he imaginado sus posibles respuestas.“Para mejorar el mundo en que vivimos”. “Para serfiel a mis ideales”. Para servir a la sociedad”. “Paratransformar las condiciones de vida de los menos favo-

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claman éticos: actúan con ética, hacen del verbo unaacción. Preñan a la palabra, sin pronunciarla, de uncontenido trascendente. Los no éticos son responsa-bles de la degradación de la vida en todas sus manifes-taciones. Los éticos la ennoblecen, la iluminan con laluz del sentido.

Queda claro, a mi entender, que la ética no es unaabstracción que nos sobrevuela y se evapora comouna nube, que no es una simple idea desmaterializada.La ética es algo concreto, un recurso en la vida, algoque se palpa, que se construye, que se experimenta ennuestros vínculos de cada día. Con el vecino, con elamigo, con el amado, con la amada, con el hijo, conlos padres, con el proveedor, con el cliente, con el pa-ciente, con el consultante, con el votante, con el cre-yente, con el servidor, con el servido, con el adversa-rio deportivo, con el oponente político, con el asesor,con el asesorado. Como todos existimos en una redinfinita de vínculos, cada uno, desde su punto en esared, puede seguir alimentando esta enumeración. Laética es, pues, una oportunidad cotidiana. Y una ne-cesidad impostergable.

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políticos. Las primeras respuestas remiten al decir y lassegundas al hacer de los políticos. La brecha, más queeso un verdadero cisma o precipicio, que se abre entreel discurso y la acción marca el grado de la irresponsa-bilidad que caracteriza a estos seres humanos.

el otro ignorado

“A los políticos les interesa el poder por el poder mis-mo”, escribió hace más de un siglo Federico Nietzsche.Ni antes de eso, ni en todo el tiempo que transcurriódespués, los aludidos han podido desmentir con actosal filósofo alemán. La política, sin embargo, bien po-dría describirse como una actividad destinada a poten-ciar y articular los recursos humanos, físicos y espiri-tuales de una sociedad, armonizando sus diferencias eintegrándolas en beneficio del bien común, con un pro-pósito trascendente para el cuerpo social y para cadauno de los individuos que lo compone.

En esta definición cada persona es considerada co-mo un sujeto valioso en sí. Es un fin en sí mismo y, a untiempo, se convierte en célula valiosa e irremplazablede un todo que lo comprende y lo trasciende. Por elcontrario, en los usos y costumbres de los políticos (es-tén o no en el poder) las personas son objetos de uso,instrumentos al servicio de fines ideológicos o materia-les propios, llámense conquista, acumulación o usur-

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recidos”. “Para resguardar los principios de la liber-tad”. Y muchas más por el estilo. Está claro que nopuedo dejar de imaginar a un político hablando comopolítico, aún en condiciones de privacidad absoluta yde sinceridad completa, como las que se garantizan enmi fantasía. Porque, a la luz de la realidad conocida,una respuesta de veras sincera sería: “Para gozar delpoder y sus privilegios”. O: “Para hacer buenos ne-gocios para mí”. O: “Para ganar dinero abundante yfácil con el esfuerzo de otros”. O: “Para acomodar lasleyes a mis necesidades personales y de grupo”. O:“Para sentir la sensación de la impunidad”. O: “Paraimponer mis creencias a toda una sociedad bajo laforma de leyes y decretos”. O: “Para usufructuar en for-ma personal los recursos de una sociedad entera”.

La primera serie de respuestas no es, siquiera, pro-ducto de mi imaginación sino de mi memoria o de mioído. Frases de ese tipo, tan almidonadas, tan huecas,tan cínicas, las he escuchado a lo largo de mi vida deboca de cientos de políticos, gobernantes y funciona-rios de todo pelaje: derecha, izquierda, centro, civiles,militares, de carrera u oportunistas. A las respuestas dela segunda serie jamás las escuché y descreo de llegar ahacerlo, al menos de boca de un político real, de carney hueso. Acaso sí en el cine, en la literatura o en el tea-tro, en esos ramalazos de cruda introspección que sue-len tener algunos personajes de ficción.

Sin embargo, aunque nunca dichas, las respuestas dela segunda serie son las que describen las acciones de los

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nes determina la calidad, los contenidos, la valoriza-ción del poder que las hace posibles. No es lo mismopoder enriquecerme que poder mejorar la vida de missemejantes, no es lo mismo poder eliminar a los que sondiferentes de mí y no piensan como yo que poder cons-truir un espacio en el cual nuestras diferencias se com-plementen, se integren y nos enriquezcan a ambos.

No está mal aspirar al poder. Sólo que cuando seconvierte en un fin en sí mismo, habilita al uso de cual-quier medio. Cuando el fin no es el otro, el otro pasa aser un medio. Cuando el otro es un medio, desapare-cen la ética, la solidaridad, la empatía y también la res-ponsabilidad entendida como un valor.

Es que cuando no tengo noción y conciencia delotro, pierdo la noción y la conciencia de mí mismo co-mo parte de un todo. Cuando soy ciego, sordo e indife-rente a la existencia del otro, ignoro que cada uno demis actos, de mis acciones y de mis omisiones, de misdecisiones e indecisiones, de mis directivas y de mis obe-diencias, de mis elecciones y de mis descartes, de mis pa-labras y de mis silencios, tienen consecuencias. Esasconsecuencias afectan a otro, y lo afectan siempre, aun-que yo no lo vea, no lo oiga o me resulte indiferente. Yafectan al medio ambiente en el que ambos (yo y el otro,cada otro) desplegamos nuestras existencias.

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pación de riqueza, de espacios de poder, de territorios.Así, para los políticos, según fuere el lugar del tableroque ocupen, los otros son soldados cuyas vidas se que-man en trincheras lejanas que ellos no pisan, o sonmuertos sin nombre, sin edad, sin sexo, sin féretro, sinderechos (por poner un solo ejemplo, no olvidemos aGeorge W. Bush, un genocida fundamentalista que es-capó fraudulentamente de sus propias obligaciones co-mo soldado). O son votantes a los cuales hay que adu-lar con promesas que serán volatilizadas ni bien dejende ser necesarios, ya sea porque está obtenida la victo-ria o la derrota electoral. O son contribuyentes, que de-ben aportar al fisco del cual ellos, los políticos gober-nantes, tomarán ventajas y riquezas. O son estadísticas,que mostrarán, ocultarán o manipularán a su antojo deacuerdo con diferentes necesidades o prioridades.

Quizá las palabras de Nietzsche sean hoy insufi-cientes para definir la actividad de los políticos. No só-lo les interesa el poder por el poder. En verdad aspiranal poder como una herramienta que les permita cum-plir cualquiera (o todos) de los designios que describíen párrafos anteriores. Porque el poder, en sí, no es na-da o es inabarcable. ¿Cuándo se está seguro de tener elpoder, cuánto poder es suficiente, cómo se está segurode tenerlo? Una cosa es el poder en sí y otra el poder pa-ra. El poder en sí es una entelequia, el poder para, setrata de una herramienta que posibilita realizaciones.La calidad, el contenido, el propósito de las realizacio-

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Dicho esto, cabe recordar algo más, no en defensade los políticos sino para rescatar la noción de respon-sabilidad. Los políticos no son seres extraterrestresque un día descendieron de una nave espacial y se apo-deraron de este planeta. Son humanos y, en tanto tales,resultan emergentes de la sociedad en la que actúan.Los políticos llevan a su grado más extremo y acasomás despreciable y obsceno (por las consecuencias queproducen, por las áreas a las que afectan) un modelode vínculo entre las personas. Cuando los culpamos alpunto en que parece que no pertenecieran a nuestra es-pecie, nos desligamos de la responsabilidad sobre nues-tras propias acciones y de nuestro propio rol y funciónen la vida cotidiana. Esa vida, en nuestras sociedades,está regida hoy por un modelo hegemónico que no va-loriza al otro como tal, que minimiza el respeto al se-mejante por el sólo hecho de serlo, que olvida la ideade que la sociedad es un todo y la de nuestra funcióncomo parte de ese todo, que privilegia y sobrevalora lasatisfacción de los propios deseos por encima de las ne-cesidades de los otros. Las relaciones de uso entre laspersonas prevalecen por sobre las relaciones de empa-tía y solidaridad. Vivimos en sociedades poco o nadasolidarias (hablo de las sociedades, no de las excepcio-nes individuales u organizacionales), depredadoras enlo físico, en lo ambiental y en lo emocional, espiritualy personal, vivimos en sociedades donde la espirituali-dad se nombra fácilmente y se ejerce excepcionalmen-te. Los políticos nacen, se amamantan, se forman, cre-

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males innecesarios

Tomar noción del otro es tomar noción de la historia(con y sin H) que compartimos, de la geografía quenos es común (la local y la planetaria), de la materiaprima (emociones, necesidades, potencialidades, carne,músculo, sentimientos) de la que estamos hechos. El de-sarrollo de mi conciencia del otro es, pues, el desarrollode mi propia conciencia. La conciencia nos hace huma-nos y es ingrediente esencial de la responsabilidad. Ungrado superior de nuestro desarrollo como individuosde la especie se da cuando asumimos nuestra responsa-bilidad de un modo conciente, y actuamos acordes conello. Cuando escapamos a nuestra responsabilidad, es-capamos a nuestra humanidad. En su práctica, en la detodos los días, en la que los define y de la cual somos des-tinatarios, perjudicados u objetos, los políticos desertandiariamente de su humana responsabilidad.

¿Es ésa la única manera de ejercer la política? Si re-leemos la definición que di anteriormente de lo queconsidero como política, la respuesta es no. Es el mo-delo político que se ha instalado en nuestra civiliza-ción. Quienes lo ejercen intentan hacernos creer que esel único y, como suele ocurrir cuando se instalan los mo-delos únicos, su resultado es trágico. La política no essucia, ni destructiva, ni vil, ni deshumanizada. Los po-líticos son, en su lamentable gran mayoría, irresponsa-bles y punibles por su irresponsabilidad. No son unmal necesario. Son innecesarios e insalubres.

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responsabilidad y lenguaje

se vive como se habla

Un poema de Mahatma Ghandi comienza con estosversos: Cuida tus pensamientos, porque se volveránpalabras*. A la inversa, se podría advertir: Cuida tuspalabras, porque revelan tus pensamientos. Más queeso, las palabras transparentan valores, sentimientos,visiones del mundo y de la vida. Las palabras nos per-miten trascender de la conducta instintiva y automáti-ca hacia la simbolización. El único ser viviente quepuede simbolizar es el hombre. Eso es la literatura, elarte, la conversación. Partimos de impulsos y, graciasa nuestra capacidad de simbolizar y al lenguaje (loslenguajes) creamos un mundo o miles. La palabra es laesencia viva de nuestra comunicación: la necesitamos

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cen y practican en esas sociedades. Para que ellos cam-bien, deberán cambiar, y mucho, los cuerpos socialesque los producen y los nutren. Y esta es una tarea coti-diana, impostergable de cada individuo. Verse a sí mis-mo como parte responsable de un todo, integrar al otrocomo parte diferente y complementaria de ese organis-mo, vivir de acuerdo con esa visión la vida y los víncu-los de cada día, es una manera de empezar a cambiar lapolítica aún cuando no nos dediquemos a ella. Porque,en cierto modo, somos responsables de los políticos quesufrimos. Ellos son, también, parte del todo.

La política, así como es ejercida hoy, resulta tóxicapara la especie y para su organización social. En unmundo en el que la responsabilidad sea un valor indecli-nable y su enseñanza a través de las acciones, una prio-ridad, la política será un arte y una ciencia humanista.

Estoy convencido de que si mi fantasía se cumplie-ra y me viera a solas con aquel gobernante, político ofuncionario y le dijera todo esto, él no tendría la menoridea acerca de qué le estoy hablando.

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* Agradezco a mis amigos Mercé Conangla y Jaume Soler su libroAplícate el cuento, que me permitió conocer este poema y otros be-llos y necesarios textos.

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dime cómo hablas

A la luz de estas premisas bastaría con escuchar cómohablan las personas, o leer como escriben, para vis-lumbrar aspectos significativos de ellas. Cuando digoescuchar y leer, apelo al ejercicio alerta, conciente yresponsable de estos verbos. No se trata de prestarsimplemente los oídos o de dejar resbalar los ojos porlos textos, sino de capturar la esencia de cada palabra,sus modulaciones y su ubicación en un texto o un par-lamento. Se trata de abrirse a las palabras, de estable-cer con ellas un contacto real. A esto llamo escucha,habla, lectura o escritura concientes y responsables.

Somos seres comunicados y comunicantes, seresvinculados por la palabra, seres escribientes y parlan-tes. La palabra es inherente a nuestra existencia. Untrato responsable de ella es mucho más que sofistica-ción o lujo superficial. Es una actitud ante la vida.

Según se dijo en el III Congreso Internacional de laLengua Española, efectuado en Rosario, Argentina, ennoviembre de 2004, el castellano cuenta con 84 milvocablos, de los cuales hoy se usan apenas mil. Si laspalabras son pensamientos, o los traducen, o los orga-nizan, esa pavorosa noticia estaría hablando de la mi-serable pobreza de los pensamientos, del paupérrimoestado de las ideas entre quienes usamos esta lengua.Cuida tus pensamientos, porque se volverán pala-bras. ¿Tan pocos pensamientos quedan en el territo-rio de los hispano parlantes, tan pocas ideas pugnan

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los escritores, los periodistas, los políticos, los drama-turgos, los cantantes, los médicos, los psicoterapeutas,los científicos, los tecnócratas, los economistas, los de-portistas, cada ser humano anónimo se vale de ella ensus interacciones diarias. Sólo la existencia de la pala-bra nos permite gozar de bellos y profundos silencios.El planeta entero es, en el espacio infinito, una esferaazul y susurrante. Con seguridad, en el silencio del uni-verso es posible escuchar el sonido incesante de las vo-ces de miles de millones de personas. Expresiones deamor y de odio, súplicas y órdenes, poemas y edictos,manifestaciones de dolor y de agradecimiento, oracio-nes e insultos, ideas y sentimientos, esas voces dan for-mas de cientos de maneras a las palabras, las articulanen múltiples idiomas, construyen el lenguaje. Luegoéste se consagra en la escritura.

Aún quienes descreen de la palabra, porque la en-cuentran pobre o temen a su polisemia, aún quienespugnan por deconstruir el lenguaje, aún quienes pres-cinden de ella para manifestarse, sin ser concientes deesto, sin saberlo o sin admitirlo, necesitan pensar paraencontrar sus vías alternativas de expresión, y esospensamientos se tejen con palabras, en este caso silen-ciosas, siempre omnipresentes.

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Ni hablemos de la creciente pauperización y mal-trato del lenguaje en los medios de “comunicación”(el lenguaje se venga sutilmente a través de denomina-ciones como ésta). Presentadores y conductores que semachucan la lengua y los labios con la herramientaque deberían conocer, enriquecer, explorar y honrar,cronistas que, en el lugar de los acontecimientos ofrente a protagonistas de diversos episodios, desnu-dan su pobreza de vocabulario (y, detrás de ello, dediscernimiento, de pensamiento propio, de empatía yhasta de compasión) aferrándose a muletillas como aun salvavidas. Cómicos de televisión que deshonransu oficio con un uso maloliente de cada palabra. Guio-nistas miserablemente pobres de imaginación, de lec-turas, de creatividad, que paren cada día y cada nocheparlamentos horrorosamente precarios para que losactores se conviertan en portadores de esos virus al de-cirlos y esparcirlos Palabras inexistentes en nuestroidioma se usan a mansalva, muchas veces sin registrarsi son o no funcionales a la frase en que se las embute.Libros, novelas, otras publicaciones y todo tipo detexto circulante se deslizan con dramática facilidadhacia la chatura, hacia la planicie más crasa y unidi-mensional. La metáfora, la imagen, la sintaxis muerende inanición, lenta y penosamente. Y para terminarcon ellas están Internet, los “chats”, el nuevo lengua-je del correo electrónico, donde la velocidad y elpragmatismo del medio se convierten en excusa paraocultar la pobreza de los contenidos, la pereza del pen-

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por expresarse y requieren de instrumentos para ha-cerlo? En un mundo “globalizado” (¿qué significa, alfinal de cuentas, este neologismo?) vale sospecharque lo mismo ocurre con todos los (grandes) idiomasuniversales.

La realidad de esta situación puede constatarse cuan-do se presta atención a las conversaciones que nos ro-dean o a menudo nos incluyen, en un restaurante, en lacalle, en una tienda, en una cafetería, en un transportepúblico, en nuestro intercambio cotidiano con los de-más. Abunda la onomatopeya, las frases truncas, el lu-gar común despojado de toda belleza (porque, segúncomo se use, puede llegar a tenerla), de significado y defuncionalidad. Palabras mal dichas y mal repetidas,por automatismo, ausencia de metáforas, literalidadramplona, pronunciación pastosa. Adolescentes queno han sido estimulados en el uso de la palabra, en eljuego con ella, en el contacto nutricio, terminan pormanejarla con torpeza y hasta con temor, son incapacesde articular un pensamiento, pasan todo a la acción,una acción que termina siendo a menudo destructiva oautodestructiva. Adultos perezosos (indolentes paraleer, para explorar el lenguaje, para comunicarlo porescrito) terminan huyendo del diálogo con cierta pro-fundidad, ya sea en la pareja, en la amistad, en el ám-bito social y construyen una peligrosa incomunicacióncotidiana. Muchos de esos adultos son políticos (escu-chémoslos, leámoslos), catedráticos, escritores, tera-peutas, científicos y demás.

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y sociales. Abandonar el lenguaje, deshonrarlo, es par-te de ese proceso.

Responsabilidad y conciencia van juntas. Un len-guaje conciente es un lenguaje responsable. Un lengua-je conciente es aquel en el que se eligen los términos, secomprenden los contenidos (los que emitimos y los querecibimos), se despliega la capacidad y la responsabili-dad de elegir los instrumentos (las palabras, las frases,los textos) con los que nos comunicaremos. Un lengua-je conciente se nutre de pensamientos, de indagacionesinteriores, de una escucha receptiva y sensible, de em-patía, de lecturas. El que lee puede escribir, el que leepuede hablar. ¿Sirve bajar índices de analfabetismo sino aumentan los índices de lectura? No leer es no pen-sar, es despreocuparse del mundo en que habitamos, esempobrecer el conocimiento de la experiencia huma-na. Que no lean los analfabetos es natural, es la conse-cuencia dolorosa y reparable una tragedia social. Queno lean los alfabetos es un ominoso síntoma de la irres-ponsabilidad de una sociedad. Es la confesión de quesus miembros han optado por incomunicarse, por de-sentenderse del otro, de los otros. Así como se dice quequien lee nunca está solo, puede sospecharse que quienno lee ha optado por una soledad en la cual los otrosson meros objetos o, en el peor de los casos, obstácu-los. Cuando se maltrata al lenguaje, cuando se lo des-precia, cuando no se lo atiende, eso mismo se hace conlos otros. Ellos son, al fin, a quienes van dirigidas nues-tras palabras.

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samiento, la miseria del vocabulario, la ignorancia dela ortografía.

síntomas y evidencias

Esto no es un lamento fatuo y melancólico. La pobre-za y el maltrato del lenguaje son, en mi opinión, sínto-mas y evidencias de irresponsabilidad. Atender al len-guaje es dar prioridad a una herramienta esencial parael vínculo con el otro. Y el vínculo con el otro es la ba-se de la existencia. El otro nos da identidad y comple-mento, el otro es referencia y posibilidad. Somos se-res vinculados, somos nuestros vínculos. Todo aquelloque enriquece, significa y hace trascendentes a losvínculos puede considerarse un acto de respeto, decooperación, de solidaridad y de amor. Aquello quelos empobrece atenta contra nuestra condición huma-na esencial. La responsabilidad nace de la noción deque todos nuestros actos y palabras tienen consecuen-cias en nosotros, en otros, en el entorno que habita-mos. Responsabilidad significa tener capacidad yconciencia para responder a esos efectos. A los desea-dos y a los indeseados. A los gratos y a los ingratos. Res-ponder es un verbo íntimamente ligado a comprender,a entender, a crear, a indagar, a registrar, a compade-cer, a compenetrar. De todo eso nos desentendemoscuando empobrecemos nuestros vínculos personales

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responsabilidad y negocios

la guerra que perdemos cada día

Acaso cuando escribió El Arte de la Guerra, hace si-glos, el chino Sun Tzu no imaginó que hacia finales delsiglo XX y comienzos del XXI su libro sería muy leídoen Occidente, pero no entre los militares, sino entre loshombres de negocios. No debería sorprenderse ni él, ninosotros, si observamos el entusiasmo que los juegosde guerra despiertan entre este tipo de personas. Se tra-ta de eventos que pueden durar entre un fin de semanay cuatro o cinco días, en los cuales los ejecutivos degrandes corporaciones se aíslan en un lugar retiradono para escuchar a un gurú que los iluminará sobre lasúltimas técnicas de mercadeo y administración, sinopara dividirse en dos ejércitos y combatir fieramentepor territorios previamente valuados. Usan armas, pe-ro no balas, sino bolas de pintura. La práctica se llamapaintball. Hombre pintado es hombre muerto. Quienlos escucha hablar de la experiencia los verá exaltados

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El poema de Ghandi se titula Caída y es éste: Cuidatus pensamientos/ porque se volverán palabras. Cui-da tus palabras/ porque se volverán actos. Cuida tus ac-tos/ porque se volverán costumbres. Cuida tus costum-bres/ porque forjarán tu carácter. Cuida tu carácter/porque formará tu destino. Y tu destino, será tu vida.

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no mezclar

¿Hay excepciones? Por supuesto que las hay. Y no lesresulta fácil vivir entre estos códigos. Julián, un direc-tor de finanzas a quien tuve oportunidad de asesorar,atravesó una profunda crisis emocional, cuando Da-niel1, empresario poderoso y amigo de él desde la ado-lescencia, destruyó el vínculo de amistad que los uníaal privilegiar el interés económico a las prioridadesafectivas en una operación de negocios para la que sehabían asociado. Daniel prefirió aumentar sus ganan-cias desprendiéndose de Julián mediante una manio-bra oscura, hecha a espaldas de éste, antes que preser-var el vínculo que los unía. En medio de su desazónJulián escuchó estas palabras de boca de dos familiaresde Daniel: “Para Daniel los negocios son los negociosy la amistad es la amistad, no los mezcla”. Sin duda, es-ta es la demoledora definición de lo que se suele llamar“ética de los negocios”. Los afectos, la piedad, la soli-daridad, la compasión, la empatía, no intervienen, es-tán vedadas, son riesgosas, “ablandan”, “humanizan”.Como en la guerra, quien se deja ganar por esos senti-mientos, pierde. Por supuesto, la esperanza está en laspersonas como Julián. Se hallan en minoría, pero nohan perdido contacto con su esencia humana, no se handesvinculado de los otros.

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mientras usan una jerga en la cual enemigo y compe-tidor significan lo mismo, así como territorio y merca-do, marca y bandera, publicidad y propaganda. Otraspalabras, como campaña, objetivo, alcance o conquis-ta se escriben igual y tienen significados mellizos en laguerra y en los negocios. Un gerente de ventas de unaimportante tarjeta de crédito cuenta lo siguiente en unreportaje periodístico (revista Veintitrés, de BuenosAires, 7 de abril de 2005): “Me encantó el paralelismoentre juego, guerra y mercado. Hoy está plagado deimprevistos: tratas de ganar un segmento, pero de atrásde los árboles siempre va a salir la competencia a sal-tarte al cuello”. En la cultura occidental contemporá-nea la guerra es un negocio, los negocios se encaran, demanera predominante, como batallas. Grandes cor-poraciones marchan detrás de ejércitos depredadoresy conquistadores (Irak no sólo es un país, resulta an-te todo, para sus invasores, un mercado, pero no es elúnico caso). Y, como escribí en el párrafo inicial, loshombres de negocios se entrenan, en primer lugarmentalmente y, cada vez más, físicamente para esaguerra. Para ser duros, impiadosos, para no dejarseganar mercados ni ser desplazados de sus puestos.Rentabilidad, profit, beneficios, ganancias son susmantras y su religión.

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1. La historia es real, he cambiado los nombres.

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en una economía capitalista no aumenta el dinero cir-culante, no habrá inflación. Y el dinero circulante au-menta por muchas causas: por las guerras, por las deu-das que contraen los países y sus empresas, por elclientelismo político, por la corrupción de los diri-gentes y mandatarios. Que aumenten los salarios dequienes viven de su trabajo no significa que habrá in-flación. Significa que la riqueza se distribuirá de unamanera diferente para que todos accedan a ella. “Siuno quiere ordeñar la vaca, debe alimentarla”, dijo alrespecto Peter Bofinger, integrante del Consejo de Ase-sores Económicos de Alemania. Un recordatorio paralos hombres de negocios de nuestros tiempos. Se tra-ta, en fin, de mirar la economía y los negocios de unamanera diferente. Se trata de incluir al otro como suje-to, de pensar en una sociedad de sujetos, no de merosobjetos, en una sociedad de semejantes.

la máscara y el rostro

Cuando nos relacionamos entre semejantes, emerge lanoción de responsabilidad. Si el otro es mi semejantedebo tomar conciencia de mis actos porque, de mane-ra más directa o más indirecta, influirán en él. Mis ac-ciones tienen consecuencias. Vivimos relacionados.Como suele decirse, aletea una mariposa en Beijing yse derrumba un edificio en Nueva York. Cada uno de

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Cuando los negocios se convierten en batallas, losejecutivos en generales y oficiales y los empleados ensoldados, es que se ha roto el vínculo humano. El otroya no es un congénere, una persona, alguien de mi es-pecie. El otro es un instrumento, un objeto. Si el otro esun empleado, lo mediré en términos de costo-beneficioy cambiaré la pieza cuando considere que ya no rindelo necesario, lo planificado. Si el otro es un competi-dor, lo trataré como a un enemigo y lo primero que seaprende en la guerra es a dejar de ver al enemigo comoun ser humano. Si no lo es, no tengo por qué respetar-lo, puedo disponer de su vida, no merece un trato igua-litario, no tiene emociones ni pasiones. Es, valga la pa-radoja, un no ente, carece de identidad. Además, élquiere mi vida, lo que me autoriza a tomar la suya. Unfamoso general que jamás combatió en alguna guerradijo cierta vez: “Al enemigo, ni justicia”. Si el otro esun consumidor, un cliente, su dinero es mi renta, im-porta menos el servicio que le presto que lo que lo quepuedo obtener de él. En el mundo de los negocios elcliente nunca tiene razón (porque no tiene identidad,es un objeto), pero hay que hacerle creer que sí.

En nuestra sociedad, los negocios se basan en la de-saparición del otro como prójimo, como congénere,como persona. Si aumentan los salarios, sobreviene lainflación, repiten los ministros de economía, los eco-nomistas, los hombres de negocios. Mienten. Será con-cientemente, será por necesidad, será por hábito, seráporque hablan sin pensar, lo cierto es que mienten. Si

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de los horizontes individuales, hacia una meta com-partida y trascendente. O se puede negociar buscandoel máximo beneficio para sí, aún a costa de los perjui-cios del otro o los otros.

Esta última es una concepción según la cual, todo loque no se gana se pierde. No hay medida para el bene-ficio propio. Así, las empresas destruyen el medio am-biente, porque cuidarlo, preservarlo y honrarlo seríaganar menos. Se prueban medicamentos distribuyén-dolos en sociedades desprotegidas (por sus leyes y susgobernantes) porque es una manera menos costosa deexperimentar y, simultáneamente, genera rentabili-dad. Un cobayo de laboratorio no compra el medica-mento que le inoculan, un habitante de Africa, Asia oAmérica Central o del Sur compra, paga, genera bene-ficios. Las grandes corporaciones cierran plantas y de-jan familias en la calle no porque pierden (nunca pier-den), sino porque ganan menos de lo proyectado. Secrean países-factoría porque se gana más si se explotaa niños y mujeres, pagándoles menos que una miseriapor días enteros de trabajo sin descanso, sin alimento,sin baños. Se fabrican y se venden armas porque conello se gana mucho (se trate de empresas estatales o pri-vadas) y para ganar con las armas es necesario que ha-ya guerras, por lo tanto se fomentan guerras. Los ban-cos lavan dinero del narcotráfico mientras miran haciaotro lado, porque con esas operaciones se gana másque prestándole a quienes quieren producir. Se cons-truyen más y más viviendas lujosas para quienes ya tie-

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nuestros actos, gestos, palabras, y aún de nuestras omi-siones y silencios, produce una vibración energéticaque influye en nuestro medio ambiente físico y emocio-nal y lo afecta, como nos afecta y como afecta a otros.A mayor conciencia de esto, mayor conciencia de laresponsabilidad y, también, mayor libertad. Cuantomás noción tengo de las consecuencias de mis actos,más dueño seré de mis elecciones y decisiones y, conello, más libre. Quien, sobreadaptado a códigos y amandatos, va de manera automática detrás de ciertosfines (rentabilidad, mercados, beneficios, ganancias o,como señalo en otro capítulo de este libro, éxito, fa-ma o dinero), no es libre, porque pierde contacto conlos propósitos trascendentes, con esos propósitos quetiñen de significado a la vida. Queda prisionero de unmedio que se ha desvirtuado hasta convertirse en fin.Puede ser rico, pero no libre. Poderoso, pero no libre.

Desde mi punto de vista, los negocios son un medio,no un fin. Todos, las personas, los países, necesitamosalgo y todos tenemos algo para ofrecer. Esto es así por-que nadie es autosuficiente, nadie es perfecto. Esto de-muestra la perfección de la creación. El no ser autosu-ficientes ni perfectos, nos conduce a la vinculación.Tengo algo que no tienes y necesitas. Tienes algo queno tengo y necesito. Eso nos hace complementarios.Nuestra complementación sólo podrá consumarse através de una negociación. Negociar es consensuar, re-solver algo con el fin de obtener una mutua satisfac-ción. Se puede negociar de buena fe, mirando más allá

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Pero acaso así como a las leyes de Newton les llegósu Einstein y los humanos nos encontramos con otramanera de ver, comprender, explorar y vivir nuestrouniverso, puede llegar el momento en el que la respon-sabilidad desembarque en el mundo de los negocios yconvierta a éstos en un medio más de enaltecimientode los vínculos humanos. En un espacio en el que sepuedan forjar caminos trascendentes para nuestraexistencia. Necesitamos hombres de negocios fieles alo más trascendente de su condición humana, hom-bres de negocios que honren, con su actividad, a losvínculos humanos, antes que voraces soldados de unaguerra perdida.

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nen habitaciones en exceso, porque ellos pagan más ygeneran más ganancias que quienes de veras necesitandónde vivir. Esta es la verdadera “ética de los nego-cios” en nuestra sociedad. El otro no cuenta. A menu-do esto es tan escandaloso que, antes por hipocresíaque por responsabilidad, algunas empresas inviertenen “cultura” y objetivos “filantrópicos” o “sociales”.No reparan con ello nada de lo que dañan. Hablar de“capitalismo con rostro humano” (como algunos gu-rúes proponen para anestesiar conciencias) es un sofis-ma de cabo a rabo. A lo sumo podrá decirse que es uncapitalismo con máscara humana. Pero máscara y ros-tro no son sinónimos.

realidades mutables

Business are business. Negocios son negocios, dice unade las frases más cínicas y farsantes que circulan por elmundo. Una suerte de pasaporte al vale todo. Sobreideas como ésta se montan luego los economistas (ge-nerales de escritorio en la guerra de los negocios, inhá-biles para empuñar las armas que ellos mismos alaban)para decirnos que las leyes de la depredación económi-ca son similares a las de la física, eternas, inamovibles,infalibles. Las de ésta economía, por supuesto. Las deésta manera de hacer negocios.

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un tren hacia ninguna parte

¿Por qué es bueno y es deseable el progreso? Preguntaestúpida, si las hay, ¿verdad? Pero esto no la responde.¿Por qué es bueno y deseable, especialmente, el desa-rrollo científico y tecnológico? Se me responderá quelo es porque mejora la vida. Bien, pero esa respuestaautomática me suena como dictada por el departa-mento de marketing de ciertos científicos, tecnócratasy economistas. Y no anula la pregunta. ¿Por qué sondeseables los avances nucleares que permiten la exis-tencia, en la historia humana, de Hiroshima? ¿Por quées bueno y deseable que haya habido una pobre ovejaDolly? ¿Hay una diferencia de fondo entre su “crea-dor” y el doctor Mengele? ¿Es menos manipulador elque manipula ovejas o cobayos que quien lo hace conseres humanos? ¿Por qué es imprescindible para la hu-manidad un teléfono celular que saca fotos, toca músi-ca, filma, etc., etc.? ¿Por qué es bueno el sexo ciberné-

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Quizá cuando lo hayamos atrapado, podremos ser in-mortales, habremos gambeteado a nuestro temor an-cestral, la muerte.

¿Será por esto, entonces, que el progreso es buenoy que sus sostenes, la ciencia y la técnica, son santua-rios incuestionables? ¿Será que quien pone en dudasu ética, sus procedimientos y una parte importantede sus frutos es, en fin, un oscurantista, un aliado dela muerte?

avanzar, avanzar, avanzar

No deja de impresionarme la precariedad, la inocenciacasi patética de la idea positivista del progreso. Bastacon leer los diarios de cada día, con recorrer los innu-merables documentales que nos ofrecen las señales detelevisión, con leer las publicaciones de divulgacióncientífica y tecnológica. Todos los días un descubri-miento impresionante, todos los días la captura de ungen que resuelve misterios insondables, todos los díasun aparato que hace lo que los humanos hacemos des-de siempre o lo que no hicimos nunca (quizá porque nolo necesitamos), todos los días una teoría que rebate aotra, una ley definitiva que da por tierra con una ante-rior ley definitiva, una verdad que convierte en menti-ra a la perenne verdad que la precedió. Ya escucho amis amigos fanáticos del progreso: “Pero es que así

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tico? ¿Tienen trampa mis preguntas? ¿Son capciosas?¿Olvidan los avances de la medicina, de las comunica-ciones? No los olvidan. Los agradezco. Y recuerdo,aún así, la destrucción del medio ambiente, los efectoscolaterales graves de muchos avances médicos y far-macéuticos que nos suelen ser ocultados. Pero es muybueno que ya no nos extermine la viruela. Es buenoque tengamos una esperanza de vida de 80 años y no de40. Pero además de una esperanza de vida más amplia,¿hacen la ciencia y la técnica que la humanidad vivauna vida más esperanzada, más significativa y trascen-dente? Pregunto, sólo pregunto.

Y en plan de interrogar(me), agrego: ¿hacia dón-de progresa el progreso? ¿Todo desarrollo es buenoper se? Desde el positivismo, nacido a mediados delsiglo XIX, cuando el filósofo francés Auguste Comtepublicó los seis volúmenes de su Curso de filosofía po-sitiva, la respuesta es taxativa: sí. Somos hoy hijos delpositivismo, en nuestro ADN está inoculada la creen-cia de que la mente encontrará la razón última de to-dos los fenómenos, que desentrañará las leyes que losdeterminan y los unen y que, al hacerlo, como creíaComte, la humanidad alcanzará su felicidad. Así, la fe-licidad sería la resultante de la comprensión racionaldel mundo. La felicidad sería el fruto del final de losmisterios, del misterio último de la vida. Quizá cuan-do lo hayamos despanzurrado, desentrañado y desar-ticulado, dejaremos de ser frágiles criaturas que deam-bulan en la inmensidad del del especio y del tiempo.

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ta estupidez es necesaria para llamar inteligente a unedificio), ¿nos están haciendo sentir en armonía, enpaz, allí, en el centro esencial de cada uno de nosotros,o lo que encontramos allí es un angustioso vacío exis-tencial y espiritual que no se disimulará con toneladasde alplaxes u otros rellenos?

no es la vida, es tu vida

El psicoterapeuta y filósofo Víktor Frankl (a quienno conocí, pero considero uno de mis Maestros) fueuno de los más grandes humanistas del siglo XX. Y de-cía, con sencilla lucidez, que el 90 por ciento de las neu-rosis de nuestro tiempo no son endógenas sino noóge-nas. No tienen que ver con causas orgánicas ni mentales,sino con una enfermedad del alma: la ausencia de unsentido para la propia vida. No el sentido de la vida, si-no el de mi vida. ¿Qué visión, qué exploración, qué ac-titudes, qué vínculos, qué frutos, siempre relacionadoscon el otro, con los otros, hará que haya tenido unsentido vivirla? Esta es una pregunta para la cual ni laciencia ni la tecnología tienen respuesta. No es sufunción tenerla. Pero son responsables de la infelicidadhumana cuando se conciben a sí mismas como fuentesde esa respuesta y cuando entregan simulacros, place-bos, anestesias de las que despertamos con una angus-tia mayor. La ciencia y la técnica no tienen respuesta

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avanzan la ciencia y la técnica, tonto, rebatiendo ver-dades anteriores”. Sí, ¿pero podrían explicarme, sifueran tan amables, hacia dónde avanza? ¿Avanzar esun valor en sí mismo? ¿Retroceder es un disvalor en símismo? Es la idea del progreso entendida como untren que se desplaza sobre un riel recto e infinito la queme parece precaria y patética. Se trata, en mi opinión,de un riel que va a ninguna parte, aunque quienes via-jan en los vagones imaginan que llegarán a una termi-nal en la que los espera el dominio final de la vida y desus misterios.

Y mientras el tren avanza, descubrimiento tras des-cubrimiento, prestidigitación tecnológica tras presti-digitación tecnológica, ¿cómo es nuestra vida? ¿Se car-ga de sentido y trascendencia? ¿Es más solidaria? ¿Lapreñamos de un sentido (cada uno es responsable delsuyo) que nos permita convertirla en algo mucho másprofundo, sagrado y significativo que una simple y co-tidiana huída de la muerte? Nuestros plasmas de 65pulgadas (para mirar la vida desde afuera, sin contac-to real con ella), nuestros autos teledirigidos, nuestrascomputadoras de anteúltima generación (siempre se-rán de anteúltima generación), nuestros viagras, bo-tox y siliconas sin (¿sin?) efectos secundarios, nuestrostransplantes e injertos, nuestros satélites espías en Mar-te y en Saturno, nuestras guerras con soldados robots,nuestros aviones para 840 pasajeros, nuestros siste-mas de seguridad ultrasensibles, nuestros láseres para es-to y para aquello, nuestros edificios inteligentes (cuán-

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necesidad de un compañero sexual, o develar el secre-to de qué hubo antes del Bing-Bang o, incluso, de có-mo funciona la mente de Dios, siempre habrá un lími-te que no podrá traspasar: el de nuestra mortalidad.Somos mortales. Moriremos. A los 150, a los 200 o alos 700 años moriremos. Por lo tanto, siempre vuelvela pregunta que no pueden responder ni la ciencia ni latécnica sino cada uno de nosotros: ¿cuál es el sentidoque daremos a nuestra vida?

de límites y de mitos

El filósofo orientalista Alan Watts reflexionaba encuanto a esto: “¿De que le sirve al hombre dominar almundo entero si pierde su alma. La lógica, la inteligen-cia y la razón están satisfechas, pero el corazón estáhambriento, pues ha aprendido a sentir que vivimossólo para el futuro. La ciencia, lenta e inciertamente,puede darnos un futuro mejor…durante algunos años.Luego todo terminará para cada uno de nosotros. Se-rá el fin de todo. Por mucho que lo prolonguemos, to-do lo que está compuesto debe descomponerse”. Cla-ro que, admitir esto, es, bajo el paradigma positivistaaún predominante, admitir un límite, admitir la convi-vencia con algunos grandes misterios. Los misterios noson secretos, no se trata de algo que la naturaleza o larealidad, o el Todo, o como quiera llamárselo, nos

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para el vacío existencial, ni para la pregunta esencialque, aunque nos tapemos los oídos, se nos formula acada uno de nosotros: ¿qué vas a hacer con tu vida pa-ra que tenga un sentido, para que vivirla haya dejadouna huella (la tuya) en la infinitud del tiempo?

La ciencia y la técnica pueden mejorar la calidad denuestras vidas mientras nos ocupamos de la respuesta.Pero no nos eximen de responder. Y la pregunta valetambién para los científicos y los técnicos, para suspropias vidas, para el sentido de sus acciones. Cuandola ciencia y la técnica proponen sus resultados como fi-nes en sí mismos, cuando se plantean como producto-ras de respuestas infalibles para los misterios de la exis-tencia, deberán saber que los efectos de esos actosaparecerán en sus resúmenes de cuentas.

Cuando la ciencia y la técnica dejan de tener comofin al ser humano para plantearse la meta de vencer ala Naturaleza y dominar los secretos de la creación, ha-rán del ser humano un medio, un objeto, un instru-mento, y del mundo en el que vivimos un campo de ex-perimentación. Tranquilizarán momentáneamente ala lógica y a la razón, pero no contribuirán a que cadaquién cumpla con la misión de responder a su pregun-ta personal sobre la vida. Y aún así, aunque el marke-ting científico tecnológico del logro por el logro mismonos prometa vivir 150 años, tener un celular que lea lamente de nuestro interlocutor, volar a la luna en dos ho-ras, hacernos un trasplante de cerebro, tomarnos unapastilla que nos provoque un simulacro de orgasmo sin

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¿Hay otra forma de ciencia y técnica posibles? Ima-gino que sí. Aquellas que, al poner lo espiritual, lo tras-cendente, en el centro del escenario, acepten con sabiahumildad sus límites y acompañen las búsquedas espi-rituales de las personas, las búsquedas de propósito yde sentido, y lo hagan convirtiéndose en medios y ca-minos para las personas, antes que convertir a éstas enmedios para fines sin sentido trascendente. Es, claro,otro paradigma. Requiere de una ética y de un sentidomoral que se reflejen en actitudes y no en palabras o de-claraciones. Se trata de un paradigma que incluya, ensu aspecto más abarcador y profundo, la noción de res-ponsabilidad. Hay técnicos y científicos que lo saben ylo practican. Pero en la ciencia y en la técnica en su con-junto, esta es, hoy, una deuda abierta y creciente.

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oculta. El misterio es, simplemente, una zona inaccesi-ble de la experiencia humana. Un límite.

Como en el paradigma que hoy predomina entrenosotros la ciencia y la técnica no admiten límites, seven obligadas a crear mitos para evadirlos. El mito,por ejemplo, de que, en el futuro (preferentemente cer-cano), más y más cosas se sabrán, más y más cosas se-rán posibles y quizás también, ¿por qué no?, alcanza-remos la inmortalidad. Es decir, presa de su propialeyenda, la ciencia termina por ser una cuestión de fe.Suena paradójico, sin duda, para quien cree sólo en loverificable. Y la tecnología adhiere a ese mito creandotodos los artilugios que le permitan sostenerlo.

¿Por qué, vuelvo a preguntar, el progreso es buenoy deseable? ¿Sólo por qué progresar es ir hacia delan-te? ¿Hacia dónde, en busca de qué, con qué propósitoy sentido? ¿Por qué hemos de hacer de la ciencia y dela técnica símiles de una religión fundamentalista?¿Por qué hemos de tomar sus promesas como si fue-ran narcóticos que vienen a llenar nuestro angustiosovacío existencial? ¿Se hacen cargo los sacerdotes deestas religiones modernas de los efectos de sus actos?¿Hacen esos efectos que reflexionen sobre sus para-digmas y los transformen? ¿En esa transformaciónaparece el ser humano como el centro de la preocupa-ción, digo el ser humano con su dignidad y sus miste-rios, su finitud y su trascendencia, que no son otros si-no los de todos los seres vivientes?

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responsabilidad y valores

la importancia de vivir con verbos y no con sustantivos

“No podemos enseñar valores, debemos vivir valo-res. No podemos dar un sentido a la vida de los demás.Lo que podemos brindarles en su camino por la vida es,más bien y únicamente, un ejemplo: el ejemplo de loque somos”. En 1970 el médico y psicoterapeuta aus-triaco Víctor Frankl, uno de los más luminosos pensa-dores del siglo XX y fundador de la logoterapia, afir-maba esto al hablar de la voluntad de sentido. Franklllamaba voluntad de sentido a una forma de percep-ción que impregna a cada ser humano y que, cuando sehace conciente, le permite encontrar un propósito pa-ra cumplir más allá de sí mismo, en el encuentro conotro. Ese propósito justifica y da significado a la exis-tencia. Cada individuo, decía Frankl, debe encontrarel sentido de su vida porque solamente sobrevivir noes, ni puede ser, el máximo valor.

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pregunta tallada en la madera

Junior, un adolescente que, en 2004, en la ciudad deCarmen de Patagones, llegó un día al colegio con unapistola entre sus ropas y asesinó a balazos a varios desus compañeros, además de herir a otros, había escri-to en su pupitre, algunos días antes de la tragedia y tresdécadas después de las palabras de Víctor Frankl, la si-guiente frase: “Quien le encuentre sentido a la vida quelo escriba aquí, por favor”. Lo había tallado en la ma-dera con una cortaplumas, para que no se borrara. Lafrase estaba allí antes de la masacre y sólo fue vista des-pués. Junior, sumergido en un pozo oscuro, con su al-ma desgarrada, había gritado la pregunta que urgeresponder en un mundo que se hunde cada día en unpronunciado, inquietante y trágico vacío existencial.Después de ese drama, como luego de tantos episodiosvariopintos, de los cuales la sociedad hace su comidi-lla diaria, saltó a la palestra de la discusión pública lapalabra valores. Políticos encendidos, educadores preo-cupados, padres súbitamente despabilados, opinado-res de todo pelaje y origen, filósofos al paso, hombresy mujeres angustiados apelaron una y otra vez a viejasconsignas previsibles, descubiertas de pronto como sise acabaran de enunciar. “Hay que volver a los valo-res”. “Esto ocurre porque hemos perdido los valores”.“Hagamos un llamado a los valores”. “Urge recuperarlos valores esenciales”. “La escuela debe ser nueva-mente proveedora de valores”. “Debemos volver a ha-

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Vivimos en una época y en una sociedad en las que,cada vez más, y en muchos aspectos, “solamente so-brevivir” parece haberse convertido en el único valorconsiderable, en el propósito que orienta la existenciade millones de personas. Y no sólo sobrevivir en térmi-nos económicos. Vivir en la pobreza, marginado de loscircuitos del trabajo, del consumo, de las interaccionessociales no es, hoy y aquí, él único requisito para ser so-breviviente o para tener como horizonte excluyente ala supervivencia. Hay ladrones, asesinos y corruptosque completaron su educación, o que provienen de ca-pas económicas, sociales y culturales medias o altas.Desde el punto de vista económico no los guía la deses-peración por sobrevivir. La relación muchas veces sim-plista y facilista que se establece entre pobreza u origensocial, violencia y delincuencia, tiene un tufillo discri-minatorio y opera como tranquilizador de la concien-cia para quienes optan por no manchar sus zapatos enlos barriales del mundo real. Lo cierto es que no to-dos los pobres o marginados matan, roban o delin-quen (proporcionalmente es una minoría de ellos la quelo hace) y lo cierto es, también, que un alto porcentajede ladrones, asesinos y criminales no son pobres.

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para invadir y destruir a otro país, en un mundo don-de un candidato, ya convertido en presidente, puedeadmitir que mintió para ganar porque sino lo hubie-ran votado, en un mundo donde las leyes sólo se invo-can para que las cumplan los otros, en un mundo don-de los derechos se reclaman pronto y las obligacionesse olvidan rápido, en un mundo donde cualquierapuede creerse dueño de Dios y, en consecuencia, ma-tar a los “infieles”, en un mundo donde no tener es noser, en un mundo donde consumir se percibe como si-nónimo de vivir y se cree que la adrenalina es más im-portante que la sangre y por lo tanto hay que gene-rarla todo el tiempo y de cualquier modo, ¿de quéhablamos al hablar de valores? ¿Qué decimos, másallá de palabras bellas, o fuertes, o asertivas, cuandoproponemos valores?

En Calígula, la impresionante obra teatral de Al-bert Camus, cuando el emperador decide apoderarsede las herencias de todos los ciudadanos de Romaprevia ejecución sumaria y arbitraria de los mismos,lo justifica de una manera clara y brutal: “Si el Teso-ro tiene importancia, la vida humana no la tiene. Lavida no vale nada, ya que el dinero lo es todo”. Resul-ta estremecedor observar el paisaje cotidiano de nues-tra sociedad y los modelos que, cada vez más, preva-lecen en las relaciones interpersonales, porque, sindistinción de clase, de nivel cultural o económico, pa-reciera que la idea de Calígula se impone con cons-tancia, con prisa y sin pausa.

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cer de la familia un crisol de valores”. “Nuestra socie-dad ha extraviado sus valores tradicionales”. Y asíhasta el infinito.

Pocas veces la palabra valores ha de haber sido pro-nunciada, con tanta soltura y liviandad como en nues-tros días. Se habla de transmitir valores, de educar en va-lores, de recuperar valores, de vivir con ciertos valores,de establecer valores, de preguntarnos por nuestros va-lores y por los que les dejamos a nuestros hijos. Quizácada uno de nosotros, células del organismo social queintegramos, debiéramos preguntarnos, a la manerade Frankl, cómo estamos viviendo aquellos valoresque declamamos, que proponemos y que ensalzamos.

la gran trasnformación

Vivir es un verbo y valor es un sustantivo. Mientras losvalores sólo se enuncian y recitan siguen siendo sustan-tivos. Lucen bien en las frases, impresionan, generanefectos e ilusiones. Pero los valores no enriquecen yprofundizan efectivamente nuestros vínculos y nues-tra manera de sentir, percibir y actuar mientras no seconvierten en acto. En tanto son sólo palabras decora-tivas. El gran desafío a nuestra conciencia de responsa-bilidad consiste en transformar a los valores en verbos.

En un mundo donde basta una mentira mil veces re-petida por el presidente genocida de un país poderoso

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otras mujeres, afirmar la importancia de honrar loscompromisos mientras no le pago a quien hizo en tiem-po y forma el trabajo que le encargué y uso ese dineropara darme algún gustito (o gustazo) atragantado,manifestarme devoto del orden al tiempo que dejo mibasura en cualquier lugar, son sólo algunas formasconocidas y cotidianas de congelar a los valores comosustantivos. La mayoría de nosotros puede engrosaresta lista con aportes propios y ajenos.

Para transmutar los valores en verbos, para quesean una acción constante y palpable y para que así sevivan y se transmitan, es imprescindible la concienciade responsabilidad. Cada valor declamado y no vivi-do tiene una consecuencia. La responsabilidad es, aca-so, el primero de los valores que no puede ser sóloenunciado y que nada significa si no es vivido, si no esuna experiencia constante, palpable, transformado-ra. Cuando nos hacemos cargo de nuestras acciones,cuando respondemos por ellas, ponemos en acto va-rios valores simultáneamente: la honestidad, la since-ridad, la confianza, la aceptación, la reparación, laempatía, sin ir más lejos. Ningún valor va sólo. La vi-vencia cierta y real de uno de ellos desencadena, ine-vitable y afortunadamente, la activación de otros. Yuna vida en la cual los valores son verbos, es una vidaen la que empieza a florecer y a plasmarse el sentido.La presencia activa de los valores hace de nuestro estaren el mundo, antes que una simple sobrevida, una exis-tencia verdadera.

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Vuelvo a Frankl. Él sostenía que era la conciencia elórgano que podría guiar al hombre en la búsquedadel sentido, que en ella reside la capacidad “de perci-bir totalidades de sentido en situaciones concretas dela vida”. Para ello debe estar despierta. En estos díassombríos es importante no seguir adormeciendo a laconciencia bajo torrentes de declamaciones. Esto nosólo vale para políticos, educadores, profesionales yfuncionarios. También para cada uno, cada hombre,cada mujer, cada padre, cada madre, en su espacio máspropio, íntimo y cotidiano. Si no, trágicos gritos comolos de Junior (a esta altura seguramente olvidado, por-que el espectáculo mediático de la vida contemporá-nea debe continuar) habrán sido amordazados, comotantos otros (acaso menos sangrientos) para que no in-terrumpan el festival de sinsentido y vacío en el quebaila una sociedad que, dos mil años después, podríavolver a tener a Calígula como líder y mentor.

Si de veras creemos que vamos a enseñar valores,empecemos por vivirlos. Si de veras creemos que se im-pone instalarlos en nuestra vida de cada día, en nues-tros vínculos, en nuestro hacer y sentir en el mundo,comencemos por actuarlos. Hablar de valores mien-tras conduzco el auto con el que cruzo semáforos en ro-jo o excedo las velocidades permitidas, hablar de valo-res mientras evado mis impuestos, decirle a mi hijo queno debe mentir y pedirle que atienda el teléfono y digaque no estoy, declamar la importancia que la familiatiene en mi vida mientras mantengo relaciones con

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responsabilidad, consumo y trabajo

ningún ser humano es una isla

Entre esos tipos y yoHay algo personal

Joan Manoel Serrat

Imaginemos por un momento una sociedad en dondelas personas dedican una cantidad apreciable de tiem-po y de energía a sus vínculos –de pareja, de familia, deamistad, vecinales, comunitarios–, a profundizarlos, aenriquecerlos, a nutrirlos de interés de empatía, de com-prensión, de solidaridad, de cooperación. Permitámo-nos fantasear durante unos instantes con una comuni-dad humana abocada a mejorar la calidad espiritual,afectiva y emocional de la vida, una comunidad fuer-temente conectada y consustanciada con su entorno,preocupada por él, ocupada en él, un entorno que in-cluye a todo lo viviente. Soñemos un poco más (a na-die se ofende con ello) y vislumbremos una sociedad endonde cada individuo considera al otro como su pró-jimo, se ve a sí y ve al otro como seres hechos de la mis-ma materia y, por lo tanto, partes de un mismo todo.

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extraña, no estaríamos inmersos en la angustia que és-te genera.

En una comunidad de ese tipo, en fin, consumiría-mos mucho, muchísimo menos. Porque el consumodesaforado, obsceno, depredador y adictivo que en-sombrece hoy a nuestra vida social, espiritual y men-tal, a nuestros modos de vincularnos, a nuestro pensa-miento, quiero decirlo pronto, es un resultado directoy continuo del vacío existencial, de la vida desnutridade significado y sentido.

la bolsa rota

El vacío existencial es mucho más que un enunciado fi-losófico o que un concepto intelectual. Es un dolorprofundo, es una oscura desazón. En la vida cotidianase manifiesta como insatisfacción constante, comouna ansiedad sin norte, como una pérdida de la percep-ción de sí mismo, como un apuro insaciable, como unresentimiento sordo que no ofrecen pausa ni reparo,que no se calman con metas alcanzadas ni con plazoscumplidos. Una Maestra para mi vida, de quien apren-dí mucho en su momento, lo solía definir como “un cu-chillo pequeño y muy afilado que corta al alma y al co-razón por la mitad”.

Cuando esa sombra nos cubre, nace la desespera-ción por disiparla. Allí acechan los pontífices del con-

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Marilen, mi mujer, habla, con belleza de las chispas deun mismo Sol, que aunque sean fugaces como chispasresultan eternas como sustancia del Sol. Evoquemos,en síntesis, un orden en el cual las relaciones humanasson vínculos de sujeto a sujeto.

Visualicémonos ahora como integrantes de ese pai-saje. Cada vez que propongo esta experiencia a al-guien, el comentario inmediato, entre suspiros, es:“¡Qué lindo!”. Pero hay personas a las que esta pro-puesta les eriza la piel y probablemente las hace entraren pánico. Para quienes, desde la publicidad, el marke-ting, las capillas económicas y financieras, los labora-torios del managment o los bunkers de los negocios,alientan el consumo en todas las formas posibles, ima-ginables e inimaginables, una sociedad humana de es-te tipo sería la mejor escenificación del infierno.

Es que, en una comunidad como la que describí, lasnecesidades espirituales, emocionales y afectivas esen-ciales estarían atendidas, habría para ellas una dedi-cación prioritaria. Cuando eso ocurre, se crea el eco-sistema apto para que cada individuo pueda explorarlos caminos que harían de su historia personal una vi-da trascendente, con un sentido que se proyecte de ma-nera nutricia en el espacio compartido y más allá deltiempo cronológico de su biografía. En una sociedadque apuntase a ese modelo, no habría una sola vidainadvertida, cada quien encontraría el significado úni-co, propio, necesario e intransferible de su ser. La delvacío existencial sería una experiencia desconocida,

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del consumismo es similar a aquel. Todo parte de unvacío y sigue con la ilusión de que algo provenientedel exterior (una sustancia, un electrodoméstico, unartefacto, un vehículo, un celular, ropa, alcohol, ta-baco, sexo, un ciber lo que sea, etc.) llenarán ese va-cío. Pero como es un vacío existencial, nada puedellenarlo salvo una vida responsable, significativa ytrascendente. De modo que es necesario aumentar lasdosis. Consumir más y más rápido. No nos horrori-cemos de los adictos a las drogas. Son el espejo másdescarnado de un modo de vida. No son extraterres-tres. Nos denuncian.

Los dealers del consumo siguen una metodologíarigurosa, según la cual hay que crear primero una ne-cesidad y luego satisfacerla (lo leen en sus libros de ca-becera y lo repiten casi con orgullo). Pero entonces yano es una necesidad, aunque la sintamos como tal. Esun deseo. Las necesidades básicas del ser humano sonde alimento, de aire, de agua, de techo, de abrigo y deamor. Esto fue definido hace tiempo (y, por supuesto,no ha cambiado) por Abraham Maslow. Alimento noes comida chatarra y cara, aire no es el humo contami-nado que respiramos cada día, agua no son las bebidasartificiales que se nos ofrecen como la chispa de la vi-da o la llave de la alegría, techo no son los pisos ex-clusivos y blindados que se nos prometen como dado-res de identidad y amor no es lo que predomina en losvínculos que se generan en una sociedad donde tenerremplaza a ser. Aprovechándose de las necesidades bá-

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sumo. Cantan como las sirenas. Nos prometen poder,satisfacción, placer, sentir, tener, alcanzar, llegar. Sere-mos fuertes, ricos, envidiados, temidos, admirados,queridos, inmortales, bellos. Se calmará la angustia deuna vida sin sentido. Viviremos en barrios cerrados yvigilados, conduciremos autos inalcanzables y si conellos aplastamos a alguien, no habrá problemas, por-que estaremos ocultos detrás de los vidrios polariza-dos. Nuestras computadoras nos harán dueños delmundo, de toda la información, de todo el saber, de to-dos los mercados, sin tener que salir al mundo, sin ro-zar nuestra piel con la del otro. Seremos espectadorespasivos de un mundo ajeno (que patéticamente soña-remos como propio) al que accederemos a través deuna pantalla de 65 pulgadas y sonido mega estereofó-nico. Nuestros celulares remplazarán a nuestros cere-bros, porque tendremos cerebros cada día más simplesy la última cámara digital ocupará el lugar de nuestraalma. Todo esto en 3, 6 o 12 cuotas sin intereses, coninstalación incluida. Cada vez que abramos una caja ytiremos el material contaminante del envoltorio a lacalle, se calmará durante unos segundos la angustia.Pero renacerá antes de que paguemos la última cuota.Y ahí estarán nuestros gurúes del consumo, prome-tiéndonos el próximo placebo.

Estos publicistas, mercadotecnócratas y economis-tas son, en verdad, dealers. Son traficantes. Nos ofre-cen drogas. Nos escandalizamos de las personas adic-tas a los narcóticos. Pero el mecanismo que está detrás

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un barrio inexpugnable, con los audífonos del walk-man colocados, con la lata de cerveza adosada a nues-tra mano como un apéndice, con el cigarrillo como unbrote de los labios, con el celular incomunicándonosde nuestros espacios interiores, conectados en bandaancha las 24 horas al chat, al mail, al ciber shopping oa lo que fuera, y, si no, pasando horas y horas de nues-tra vida en el centro comercial más cercano. Nos ne-cesitan aislados y solos, pero ilusionados, hipnotiza-dos por la creencia de que estamos comunicados.Ilusionados con la creencia de que estamos teniendoun romance con quien nos miente una identidad (y aquien mentimos una identidad) en un teclado distan-te, ilusionados con que nuestro auto o la magia de unbisturí rejuvenecedor nos darán identidad, mientrasnuestro vecino, de quien no sabemos el nombre, ni nun-ca nos preocupó saberlo, sufre y nos llama en vano, onos convoca a compartir su alegría aunque nuestrosoídos, llenos de ruido, no escuchen su voz..

Nos necesitan solos y aislados, convertidos en uni-dades de consumo, pasivos, sin alma. Como pollos quevivirán sesenta días, comiendo las 24 horas bajo lucesque nunca se apagan, para engordar rápido y dejar pa-so a la próxima tanda. Nos necesitan vacíos y angus-tiados. Nos necesitan adictos. También nos necesitanproductivos. Por eso, en la nueva “cultura” del traba-jo, es importante mantenernos activos las veinticuatrohoras. Nos dirán que nos aman y nos pondrán una sa-la para dormir unos minutos (diez) en la oficina. Lo

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sicas del hombre, cuidándose muy bien de no satisfa-cerlas, los dealers del consumo nos manipulan con téc-nicas que incluyen desde lo psicológico hasta la con-ductual, desde lo comunicacional hasta lo emocional,para que sintamos urgencias sobre las cuales no refle-xionamos. Cuando nuestra alma y nuestra concienciaestán presentes en la atención de nuestras necesidadesreales sabemos reconocerlas y honrarlas, les damos nu-trientes a nuestro cuerpo, agua a nuestro organismo,nos abrigamos con mesura y funcionalidad y abriga-mos a quienes lo necesiten sin devastar el entorno, nosprocuramos un techo que sea un hogar acogedor paranosotros y un lugar accesible para quienes nos rodean,antes que una fortaleza de lujo, y damos amor del mo-do en que el otro lo requiere, para recibirlo, a nuestravez, de la manera en que nos hace bien. El modelo conel que atendamos a nuestras necesidades, respetándo-las, reconociéndolas honrándolas, haciéndonos cargode ellas para que no sean bastardeadas por quienes nosincitan a consumir sin conciencia, será un modo de irdándole a nuestra vida orientación y significado.

islas humanas

Pero los dealers del consumo (ellos saben quiénes son,nosotros también) nos necesitan vacíos de sentidoexistencial y aislados. Aislados dentro de un auto, en

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un mundo feliz

Ellos, los gurúes del consumo (los que producen loque no necesitamos y los que nos lo venden sin escrú-pulos y sin ética) son responsables. Sus actos tienenconsecuencias. Las tienen aunque hayan cerrado condoble llave las ventanas y las puertas de sus concien-cias. También nosotros somos responsables. Nuestrosactos como consumidores tienen consecuencias. Sinos quedamos en un lugar pasivo, como pollos de se-senta días, el primer efecto será sobre nuestra vida per-sonal. A nadie podremos culpar de su vacío de sentido.Otra secuela caerá sobre el mundo que habitamos: elmedio ambiente depredado, prójimos hambreados,con sus habitats destruidos. Podremos tratar de esca-par a las consecuencias de nuestras acciones. Nos pro-veerán de puertas falsas para fugarnos por unos ins-tantes. Sabremos que son falsas, pero aceptaremos latragicomedia. Y a la salida de esa puerta habrá más deellos: los que nos prometerán la evasión química. Pas-tillas para dormir, para no sufrir, para olvidar, para nodormir, para erectarnos. Nada nuevo, nada que no ha-ya previsto Aldous Huxley en su premonitoria y lúci-da novela Un mundo feliz.

Otro escritor, el poderoso y descarnado Charles Bu-kowski, dice en su cuaderno de memorias (El capitánsalió a comer y los marineros tomaron el barco) acer-ca de esta vida “facilitada” por los espejos de coloresdel consumo: “Dentro de cuatro mil años no tendre-

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mostrarán como una prueba de la “humanización” delas empresas. Una sala para dormir la siesta. Los pre-sos también tienen un camastro para dormir la siesta(todo el tiempo que quieran) en sus celdas. Nos diránque es un trato “humano”, no lo llamarán presidio.Nos pondrán gimnasios “in company”, y clases de yo-ga en la oficina. Todo para que no nos vayamos, paraque estemos allí 24 horas, como los muebles, como lascomputadoras, como el edificio mismo, lejos de nues-tros hijos, de nuestras parejas, de nuestros amigos, deotros seres humanos, del afecto y del amor. Y, si no que-da más remedio, la compañía nos proveerá de celular,laptop, palm o todo lazo que impida que nos desconec-temos. Nos necesitan productivos. Hay que proveer alconsumo. Y. además, cuanto más prisioneros estemosde este modelo de trabajo, menos podremos pensar enel sentido y el significado de nuestra propia existencia,más hondo se hará el vacío y más hambrientos y deses-perados estaremos como consumidores. El poco tiem-po que permanezcamos fuera de la celda, lo usaremosen consumir desesperadamente. Este es un proceso de-mocrático: abarca al cadete y al presidente de la com-pañía, al accionista mayoritario y al director, a la re-cepcionista y al encargado de mantenimiento.

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formar al consumidor (a través de la comunicación, lapublicidad) es brindar un servicio. Pero hay diferen-cias éticas profundas entre brindar un servicio y mani-pular conciencias. Producir lo que de veras la gente ne-cesita e incluir en el concepto gente a todos los quenecesitan y no sólo a los que dejarán de ser personaspara convertirse en targets, equivale a una producciónresponsable (a propósito, target significa blanco, obje-tivo; quienes nos llaman target para vendernos algonos consideran, lisa y llanamente, una presa).

¿Es ingenua mi propuesta del comienzo de este tex-to? ¿Es de iluso imaginar una sociedad de seres queconviven, comparten, co crean, se comunican, se reco-nocen prójimos, son exploradores espirituales, culti-van las diferentes formas del amor? Creo que no es ilu-soria ni ingenua. Es peligrosa. Y aquellos para quieneses peligrosa, harán lo posible (tienen poder y medios)para desvirtuar, desalentar, descalificar ese propósito.Serán responsables de eso. Como cada uno de nosotroslo es del modo en que vive.

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mos piernas, nos menearemos hacia delante usandoel culo o quizá, simplemente, seamos rastrojos que lle-ve el viento. Cada especie se destruye a sí misma. Loque mató a los dinosaurios fue que se comieron todolo que había a su alrededor y luego tuvieron que co-merse los unos a los otros, y al final quedó uno y ese hi-jo de puta se murió de hambre”. ¿Por qué no habría deocurrirnos? ¿Somos acaso una especie privilegiada? Alo sumo somos una especie con conciencia. Que la ten-gamos no quiere decir que la usemos. Pero tenerla noscierra los escapes. No podemos huir de la responsabi-lidad. Como consumidores y como productores, somosresponsables del modo en que trabajamos, del modoen que consumimos, del modo en que producimos, delmodo en que nos vinculamos, del modo en que nos re-lacionamos con el medio ambiente, con la Naturaleza,con los otros seres vivos. Negar esto, buscar excusaspara no afrontarlo o postergarlo, sería, en mi opinión,habernos declarado simples objetos de esos sujetos.Nos habremos reducido a la categoría de meros me-dios puestos al servicio de los fines de otros. Y una re-lación sujeto objeto, no enaltece jamás a la condiciónhumana, la degrada.

No hay consumo inocente. Todo consumidor esresponsable. Y habla de una manera de vivir. Estosignifica que consumir no es un pecado. Un consumoconciente y responsable es aquel que se destina a lasatisfacción funcional de necesidades reales. Necesita-mos tener información para ello. Quiere decir que in-

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responsabilidad y culpa

los peligros del sube y baja*

No sé si existe alguna estadística al respecto, pero sos-pecho que una de las palabras más usadas en nuestroidioma y en nuestro tiempo es culpa. Basta con oírnosy con oír a los demás. “Vos tenés la culpa”. “La culpafue de José”. “Y todo por culpa de Juanita”. “Me sien-to culpable”. “Me hicieron sentir culpable”. “¿Quiéntuvo la culpa?”. “Quiero saber quién fue el culpable”.“Arrastro esta culpa desde…”. “Ojalá que la culpa note deje vivir”. “La culpa no me dejó dormir”. “Quieroque se sienta culpable”. “No puedo vivir con esta cul-pa”. Según la Ley, toda persona es inocente hasta quese demuestre lo contrario. Según la experiencia coti-diana, toda persona parece ser culpable hasta que se

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* Una versión de este capítulo se publicó en la revista La Nación,el 30 de octubre de 2004 con el título de Más responsables, menosculpables.

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refleja los modos en que pensamos y vivimos, parecieraque existe el culpable, pero no el adjudicador de la cul-pa. Es decir, cualquiera puede ser culpable o culpado.Da pie a suponer que hasta es posible la existencia de laculpa o el culpado sin necesidad de un culpador.

Muchas personas viven, así, en estado de culpa. Pa-dres que sienten, ante sus hijos, la culpa de ejercer susfunciones, de establecer normas y de fijar límites. Cre-en que, al hacer lo que les corresponde, limitan la liber-tad de aquellos y temen ser castigados con el retiro delcariño. Hombres que sienten la culpa de no ser tan exi-tosos (sobre todo en términos económicos) como losmandatos familiares o sociales exigen. Estos hombressienten que no están a la altura de su condición y queno les será reconocida su masculinidad. Mujeres que sesienten culpables de no querer tener hijos y temen queel futuro las castigue con el arrepentimiento, la infeli-cidad o la soledad. Personas que se sienten culpablesde no hacer felices a otras personas, aunque para esofuera necesario que se violentaran o postergaran a símismas. Hijos que se sienten culpables de no respon-der a las expectativas de sus padres, más allá de que és-tas sean arbitrarias o desmedidas.

El catálogo de culpables es tan amplio como varia-do, el virus de la culpa se regenera y muta con tanta ve-locidad que basta con que unos pocos desertores de laresponsabilidad estén atentos a esto para que nos en-contremos bajo la tiranía de la culpa y en el reinado dela irresponsabilidad.

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compruebe lo contrario. Pero para cuando esto ocu-rre, suele haber ya daños irreparables e irreversibles,tales como amistades perdidas, sociedades disueltas,parejas rotas, proyectos abandonados, vínculos fra-ternales, paternales o filiales quebrados, lazos familia-res destruidos, autoestimas arrasadas, almas ensom-brecidas, represalias tomadas y otras variantes.

Quien se atreve a culpar obtiene un lugar de poder.Se convierte en juez, determina castigos, exige repara-ciones. A causa de su herida, real o presunta, pasa alcentro de la escena. Su ofensa lo habilita a repartir pu-niciones, azotes y anatemas. Le da prerrogativa sobreel culpable. Pocos poderes pueden y suelen ser usadosde manera tan arbitraria como el que un ofendido tie-ne sobre su ofensor.

agarrando culpas al vuelo

Te señalo como culpable de mi pena, de mi dolor, de midesdicha, de mi frustración, de mi rabia, de mi desencan-to, de mi pérdida. Y, en el acto, eso me da derechos so-bre ti. El vínculo entre culpador y culpado es uno de losmás experimentados y arraigados en nuestra cultura.No obstante, si alguien busca en el diccionario (incluidoel de la Real Academia en su última versión) la palabraculpador, no la encontrará. Aparecen, en cambio culpa-do, culpable o culpabilidad. Si es cierto que el lenguaje

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de ser un hijo, un amigo, la pareja, un jefe, un emplea-do, un cliente, un proveedor, un maestro, el Estado, elestúpido que no miró, el tarado que se olvidó, el Dia-blo, el tiempo o hasta el mismo Dios; el irresponsablede este tipo siempre encontrará un culpable). Para él,dar con un causante significa trasladar su responsabi-lidad hacia la espalda de éste. Si tiene la “suerte” de en-contrarse con una persona permeable a la culpa, elirresponsable habrá logrado la ecuación perfecta. Suresponsabilidad “desaparece” y gracias a una mani-pulación habilidosa y vaciada de ética, se transformaen la culpa del otro. Hará pasar el gato de la culpa (aje-na) por la liebre de la irresponsabilidad (propia). Unasuerte de estafa moral.

cambiar el agua de la pecera

Nuestra cultura y nuestros vínculos están atravesa-dos por este fenómeno. Se explicita en las actitudes depolíticos, funcionarios, profesionales, padres, mari-dos, esposas, amantes, fabricantes, administradores,propietarios, conductores, peatones, militares, civi-les, inquilinos, amigos, hermanos, dirigentes, dirigi-dos, empleadores, empleados, dictadores, asesinos otorturadores que no se hacen cargo de las consecuen-cias de sus acciones y proponen rápidamente un culpa-ble. Si el pez se nutre del agua en la que flota, nosotros

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dos tipos de irresponsables

Donde florece la culpa escasea la responsabilidad. Es-to sucede con la regularidad de una ley. En efecto, ca-da culpado libera al culpador del ejercicio de la respon-sabilidad. Podríamos verlo de la siguiente manera. Entodo grupo social existe un monto energético que adop-ta la forma de la culpa o la de la responsabilidad. Co-mo son conformaciones opuestas de la misma materia,cada vez que varía el monto de una se modifica tam-bién el de la otra. Así, a mayor responsabilidad circu-lante, nos encontraremos con menos culpabilidad. Yviceversa.

Sostengo y repito a lo largo de estas páginas mi con-cepto de responsabilidad. Es la conciencia de que to-dos mis actos tienen consecuencias, la capacidad depreguntarme por cuáles serán esas consecuencias y laactitud de hacerme cargo de ellas. Cuando digo accio-nes, incluyo en esta noción también lo que no se hace olo que no se dice. Así, incluso puede ser responsablequien, en conocimiento de los resultados de no hacerciertas cosas, se haga cargo de tales consecuencias. Noes culpable de esas derivaciones: es responsable.

Frente a esto, hay dos tipos de irresponsables. Unoes el que ignora o pretende ignorar que toda acción tie-ne repercusiones y, por lo tanto se desliga de ellas. Al-guien se hará cargo. Otro es el que, cuando se produ-cen los rebotes, y estos son negativos, problemáticos odolorosos, busca de inmediato a un culpable (que pue-

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pables de tiempo completo son el plato favorito de losirresponsables. Juntos pueden generar vínculos de su-frimiento, de inequidad y de infelicidad. Por eso esimportante, para la transformación y el mejoramien-to de las relaciones entre las personas, una fervorosa,conciente y constante educación en la responsabili-dad. Esto se puede hacer como padre, como político, co-mo gobernante, como maestro, como empleador, comomédico, como terapeuta, como abogado, como entre-nador o como protagonista de cualquier vínculo. La he-rramienta educadora es muy simple. Lleva nombres co-mo actitud, conducta, acción o ejemplo. No hay queimportarla. Está en nosotros, se alimenta de la concien-cia y sólo necesita ser activada. El fruto de su acción se-rá nutricio y sanador: un mundo con más responsablesy menos culpables.

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somos habitantes de una pecera cuyo líquido esenciales el agua de la irresponsabilidad y la culpa. Sólo al tras-cender la pecera, al poder observar que otras aguas yotros medio ambientes son posibles, podemos empe-zar a transformar nuestra conducta y, con ella, la éticay la moral de nuestras relaciones.

Hacerse cargo es poner al día el propio equipajeexistencial. Se trata de viajar más liviano, de respon-der. De hecho, éste es el verbo que se encuentra en laetimología de la palabra responsabilidad. Es responsa-ble quien responde con su palabra, con su presencia,con su actitud, con sus gestos, con sus actos cuando sepresentan las consecuencias de sus acciones.

El responsable lo es, en primer lugar, de su propia vi-da. No la entrega en consignación a los demás paraecharles luego la culpa de lo que hacen o no hacen conella. El responsable no busca culpables y, por esa mis-ma razón, contribuye a hacer más clara la vida de quie-nes lo rodean y más fluidos y armoniosos sus vínculoscon ellos. Con su actitud mejora el mundo.

Viene al caso, a propósito, dejar sentado que el res-ponsable no es un sacrificado que carga sobre sus es-paldas las consecuencias para liberar a los otros. Nadade eso. Es responsable de sus actos y los ejecuta en es-tado de conciencia.. La responsabilidad es, en definiti-va, una cuestión de actitud, una manera de estar en elmundo y de vivir la vida. Como lo es la culpabilidad.

Hay quienes cargan con cualquier culpa que andesuelta, sea consecuencia, o no, de sus actos. Estos cul-

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responsabilidad, éxito, poder y dinero

no todos los gatos son pardos

Ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot, dicela letra de un tango que sintetiza en ese verso unacreencia sobre la que se han basado infinidad de nove-las, de telenovelas, de películas, de relatos barriales yfamiliares y de leyendas urbanas. Según esa creencia, elpoder, el dinero, la fama o el éxito transforman a laspersonas, las hacen egoístas, codiciosas, arbitrarias,autoritarias.

Como suele ocurrir con las creencias, también éstase manifiesta en frases, acciones, consejos y actitudes.Así, hay quienes no quieren ningún contacto con la po-lítica, porque el poder que proviene de ella, dicen, en-sucia las manos y las almas. Otros aconsejan a hijos,amigos y demás seres cercanos acerca de la convenien-cia de mantener un perfil bajo, de no apuntar a grandesobjetivos para evitar el inevitable mareo que los logrosimportantes traen aparejado. Están los que reniegande toda posibilidad de trascendencia pública conven-cidos de que ésta conlleva el peligro de olvidar o trai-

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nos y, como consecuencia, una enorme capacidad demanipulación de los demás concentrada en pocas y po-derosas manos..

Los egoístas, los arribistas, los impiadosos, los arbi-trarios, los corruptos y los autoritarios se convierten,así, en los beneficiarios directos de la creencia de que elpoder, el dinero y el éxito corrompen y arruinan a quie-nes toman contacto con ellos. Este es el efecto paradó-jico de una creencia errónea.

¿Cómo nace un mecanismo de este tipo? En mi opi-nión, existe un lazo muy fuerte entre la idea que acaba-mos de explorar y la ausencia o el desconocimiento dela responsabilidad. Quizá no esté de más recordar quées la responsabilidad. Se trata de la capacidad de asu-mir las consecuencias de los propios actos y de respon-der por ellas.

Vivimos en una cultura que confunde con frecuen-cia formalidad u obediencia con responsabilidad. So-lemos creer que alguien respetuoso de las formas y delos horarios (no importa si lo hace por convicción, portemor, por resignación o por conveniencia), es respon-sable. En el mejor de los casos podríamos decir que esapersona es cumplidora, pero habría que verla actuar endiferentes situaciones para saber si, además, es respon-sable. Porque la responsabilidad auténtica y esencialencuentra en la cultura contemporánea pocos ejem-plos y menos estímulos.

Es más común descargar en otros (ya sean personas,objetos o circunstancias) la propia responsabilidad.

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cionar a seres queridos, a lugares entrañables de la in-fancia y otros extravíos por el estilo.

Debido a que las creencias instalan verdades a prio-ri, quienes adhieren a esta convicción sobre el dinero,el poder y el éxito acaban por encontrar en la realidadcircundante las pruebas que avalan su prejuicio. En-tonces empiezan a demostrar cómo Pepe, Pepita, Juan-cho o Juanita, que eran personas humildes, sensibles ysencillas, han dejado de serlo para convertirse en de-monios ambiciosos, voraces e impiadosos desde que,ingenuos o desprevenidos, fueron inoculados con el vi-rus letal.

beneficiarios directos

Esta creencia, tan arraigada y difundida, al punto enque parece ser una ley sine quanon de la naturaleza hu-mana, parece haber sido creada y echada a rodar porlos voraces, los arbitrarios, los autoritarios, los egoís-tas, los desprovistos de empatía y de compasión, loscorruptos. Desde mi punto de vista, la ecuación es sen-cilla. Cuanto más gente se aleje de los espacios de po-der, cuántas más herramientas de poder estén vacan-tes, cuantas menos personas busquen trascender através de sus logros, cuando escaseen los que exijan suporción de la riqueza común existente, habrá menorcantidad de competidores, más para repartir entre me-

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no debemos gestionar que se nos pague lo que merece-mos o que poner los temas de dinero en lugares prio-ritarios es una muestra de ordinariez, codicia o insanaambición, quizá hablemos de la inseguridad acerca denuestra propia valía. Si creemos que aceptar el recono-cimiento público es una muestra de vanidad y de so-berbia, acaso nos sintamos, o nos sepamos, fáciles pre-sas de la inmodestia y de la fanfarronería.

Por otra parte, al desertar de esos temas dejamosque el poder, el dinero y el éxito queden a merced (ysean cuestiones privativas) de los autoritarios y arbi-trarios, de los corruptos, de los fatuos y soberbios.

el factor humano

Ni el poder, ni el dinero ni el éxito ponen en las perso-nas elementos o características que no hayan estado enellas desde siempre. Sólo que sin poder, dinero o éxitoesos aspectos no encontraban las condiciones propi-cias para manifestarse. Se puede ser autoritario sin po-der, se puede ser inescrupuloso y corrupto sin dinero,se puede ser soberbio y prepotente desde el anonima-to. Poder, éxito y dinero son reflectores que iluminan yponen en evidencia rasgos que estaban en el equipa-miento de las personas.

Poder, dinero y éxito son abstracciones. Se cargandel valor con que los significan los individuos que ac-

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Así lo hacen un presidente cuando dice que su inefi-cacia se debe a la pesada carga que heredó del gobier-no anterior, los padres que delegan en la televisión, enla computadora, en una hamburguesería o en la es-cuela la crianza de sus hijos, los futbolistas que acha-can su derrota al árbitro, el cónyuge que culpa a la apa-rición de una tercera persona por la crisis de su pareja,o aquel que se escuda en que su celular se quedó sinbatería para no hacer la llamada que otra persona es-peraba, y así casi hasta el infinito.

tres excusas

Cuando se le atribuyen al poder, al dinero y al éxito elatributo de cambiar a las personas para mal, se da piea un doble ejercicio de evasión de la responsabilidad.En primer lugar, aunque suene paradójico, quedan li-bres de responsabilidad aquellas personas que, en con-tacto con el dinero, el poder o el éxito, ponen en eviden-cia aspectos despreciables de sí. Y, en segundo término,se justifica el argumento de que hay que evitar los lu-gares de poder, despreciar el dinero o mantener perfi-les bajos aunque las propias realizaciones merezcan unreconocimiento público.

Si evitamos los lugares de poder por considerar que“el poder corrompe” estamos mostrando desconfian-za acerca de nuestra propia integridad. Si creemos que

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to se ven como recursos, como medios que son trascen-didos por un fin que los dignifica. Cuando se habla deresponsabilidad no todos los gatos son pardos. Nocualquiera se arruina con el dinero, el poder o el éxito.

Margot ya estaba en Margarita. Cada uno de noso-tros sabe su verdadera escala de valores y conoce quécosas dan sentido a su vida y la hacen trascendente. Ar-bitrariedad, deshonestidad y vanidad no son pócimasvenenosas capaces de convertir en sujetos desprecia-bles a quienes son personas responsables.

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ceden a ellos. Si una persona tiene proyectos que me-jorarán la vida de su comunidad, de otras personas,del mundo en que vivimos, si tiene fines altruistas ycompasivos, es deseable para el mundo que tenga po-der porque eso le permitirá transformar para bien elentorno humano. Y es deseable que también cuentecon dinero, con mucho dinero, para ello, que se atre-va a ganarlo, a defenderlo, a generarlo o a pedirlo. Porsupuesto, tendrá reconocimiento y su éxito podrá ser-vir de estímulo a otras personas para que se sumen aese emprendimiento.

Si esa persona tiene en claro sus prioridades, susprincipios y sus valores, no habrá ningún riesgo cuan-do entre en relación con el dinero, el poder o el éxito.Sólo habrá beneficiados. El poder no es avasallante, eldinero no es sucio, el éxito no es vano. Hay personasavasallantes y depredadoras que alcanzan poder. Hayindividuos deshonestos que acumulan dinero y lo ha-cen por medios sucios y hay seres superficiales y vanosque se envanecen aun más con el éxito. Son las perso-nas, no los conceptos, las determinantes.

Poder, éxito y dinero son símbolos carentes de con-tenido, hasta que las acciones humanas los cargan deél. Si dinero, poder o éxito fueran fines en sí mimos,¿qué cantidad de cada uno sería necesaria para alcan-zar el objetivo? Cuando eso ocurre no hay medida. Ola medida es todo. Cualquier monto que no sea la tota-lidad resulta insuficiente y genera insatisfacción, obse-sión o angustia. Distinto es cuando dinero, poder y éxi-

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responsabilidad, paternidad y maternidad

la autoridad que nace del amor

Un vínculo es la unión o ligazón que existe entre unapersona y otra. En ningún vínculo el contenido del mis-mo está dado de por sí, se construye a través de actos,palabras, gestos, actitudes. En la relación que une a pa-dres e hijos, los padres son creadores. Esto hace únicoa este vínculo porque, como en ningún otro, dos per-sonas deben crear a una tercera para que el lazo sea po-sible. Todas las otras relaciones que podamos enun-ciar, se dan entre individuos que ya existen y a quienesla vida pone en contacto. Pero para que haya un hijo (yuna relación padres-hijo) es necesario crear a ese ser.Engendrarlo.

Ser padre es, desde el mismo momento de la deci-sión de concebir un hijo, una tarea de tiempo comple-to. Ser padre es, vale la pena repetirlo, crear una vida yhacerse responsable de ella, instrumentándola paraque encuentre su propia autonomía y su cauce en el

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ello. No somos responsables sólo cuando nos damoscuenta o cuando decidimos serlo. Somos responsablessiempre. La responsabilidad es inherente a nuestra con-dición de seres humanos, no se elige, no se discute. Por-que somos responsables somos libres. Siempre, aun encautiverio, hay cosas que podemos hacer y cosas queelegimos no hacer. Y somos responsables de ello. Cuan-do tomamos conciencia de la responsabilidad avanza-mos en nuestra maduración, nos elevamos en el nivelde nuestra evolución.

La responsabilidad derivada de convertirse en ma-dre o padre significa hacerse cargo de guiar, de orien-tar, de limitar, de preguntar, de responder, de constatar,de proponer, y significa hacer un ejercicio conciente decada una de esas acciones. La responsabilidad es siem-pre un verbo, no un sustantivo. Los padres que estable-cen límites y orientación son tan responsables comolos que no lo hacen. Los padres que temen a las reac-ciones de sus hijos, eligen “comprar” el cariño de ellosa través de una permisividad carente de amor, y sonresponsables de las consecuencias provenientes del va-cío que producen con su actitud. Vacío de referencias,vacío de valores, vacío de contenidos. Los padres que,como consecuencia de sus decisiones, de sus actitudesorientadoras, de sus acciones limitadoras afrontan dis-cusiones y desencuentros dolorosos, se topan con loshoscos rostros queridos de sus hijos o con las a menu-do injustas y dolorosas reacciones de éstos, apuestan aque, si mantienen su posición con amor y con firmeza,

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mundo. Ser padre es construir una relación de presen-cia, respeto y autoridad (no de ausencia y desatenciónsuplidas por el autoritarismo tardío). Ser padre es unejercicio de amor continuo que se manifiesta, a menu-do, en postergación de los tiempos propios, de los de-seos propios y de los intereses propios para priorizarlas necesidades que garanticen el desarrollo nutriciode la vida creada. Ser padre no es ni jugar con muñecas,ni hacerse de un socio para ir a la cancha, ni tener unacompinche para salir de compras, ni convertirse en elmejor amigo de un o una adolescente, ni recibirse deídolo, ni transformarse en un titiritero que maneja agusto los hilos de un muñeco hecho a imagen y seme-janza del propio deseo. Los conceptos maternidad y pa-ternidad figuran, acaso, entre los más inflexibles, abar-cadores e ineludibles sinónimos de responsabilidad.

el lugar de la conciencia

Nunca está de más recordar qué significa responsabi-lidad. Se trata de la aptitud que tenemos las personaspara responder por las consecuencias de nuestros ac-tos. Todos nuestros actos tienen consecuencias, afec-tan a otras personas, a otros seres vivos, a nuestra co-munidad, a nuestro medio ambiente, al planeta (físicoy espiritual) que integramos y que nos contiene. No so-mos responsables sólo cuando tomamos conciencia de

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Cuando se deserta de la responsabilidad en el ejerci-cio de la paternidad, la cuestión se agrava. En ese caso,se mancilla la dignidad de una vida creada por nosotros.Insisto en esto: todos nuestros vínculos (el de hijos, pa-reja, amigos, socios, compañeros y todos los imagina-bles) se establecen con alguien que previamente existía,estaba, como nosotros, en el mundo. El vínculo con unhijo nos une a alguien que hemos creado expresamen-te. Lo hemos engendrado no para dejarlo a la deriva,náufrago en el mar de la existencia. Lo hemos hecho pa-ra guiarlo y educarlo. No es un juego. Es una responsa-bilidad, cuya deserción cobra precios altos.

El modo más habitual de desertar de la responsabi-lidad es echándole la culpa a otro. En el caso de la pa-ternidad, la responsabilidad desatendida suele ser des-viada hacia la escuela, la televisión, los padres delcompañerito, los organizadores del festival que termi-na en una tragedia criminal, el Estado en sus diferentesvariantes, el quiosquero impune que vende alcohol, eldealer criminal que provee droga, el publicista hipócri-ta que manda mensajes degradantes, sin ética ni moral,etc. Todos ellos tienen su cuota propia y específica,perfectamente identificable, de responsabilidad. Latienen, aunque miren para otro lado. A todos ellos, y aalgunos más, solemos envolverlos con la denomina-ción genérica de “la sociedad”. Hablamos de “la socie-dad en que vivimos”, y hasta preguntamos con rabiay desaliento: “¿Qué se puede pretender de esta socie-dad?”. “Sociedad” es una abstracción que tanto da pa-

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con respeto y con constancia, habrá un reencuentroposterior. Esos reencuentros suelen tomar su tiempo,sin embargo mi propia experiencia como padre y lasque he podido compartir y acompañar, me han enseña-do que efectivamente ocurren y que son iluminadoresy reparadores. Son verdaderos actos de amor, fruto delejercicio responsable de la paternidad.

una flor de invernadero

Vivimos en una sociedad en la cual la responsabilidadse ha convertido en una flor extraña, que sólo creceen algunos invernaderos, a la espera de una primave-ra posible. Una flor que es pisoteada por políticos,funcionarios, prestadores de servicios, comunicado-res, ciudadanos al volante, ciclistas, peatones, por lapublicidad irresponsable, por productores de tabacoy bebidas alcohólicas, por ciudadanos que ensucian ydegradan los espacios públicos y comunes, por fabri-cantes de medicamentos que enferman, por mani-puladores variados de esperanzas y necesidades. Esaflor se riega mucho menos de lo deseable, me arries-go a decirlo, incluso en los ámbitos privados, como lafamilia, la pareja o la propia individualidad. Cadairresponsabilidad cometida, por acción o por omi-sión, desvaloriza, daña y menoscaba la vida y la dig-nidad de otro.

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un padre autoritario como fue el mío, así que les doylibertad y de paso disfruto de ellos”. “Quiero quetengan todo lo que a mí no me quisieron o no pudie-ron comprarme”. En ideas de ese tipo anida un ries-go que Guillermo Jaim Echeverry, un educador deprofunda y necesaria lucidez, describió así en un tex-to titulado Como la hiedra (revista La Nación): “Poreso la absurda tolerancia actual, la cómoda resigna-ción ante la dificultad de enseñar, el horror ante lanecesidad de hacer respetar reglas, no oponen resis-tencia alguna a las personas, lo que las deforma has-ta lo monstruoso. Lo mismo que le sucede a la hiedraque carece de apoyo y de límites”.

No ser padres autoritarios es un buen punto departida para crear un vínculo de respeto. Pero, des-de allí hay un largo camino de responsabilidad. El au-toritarismo nace de la ausencia emocional, de la faltade empatía, del desconocimiento hacia el hijo comouna persona en sí. Cuando todo eso se ignora, la úni-ca forma de transmitir es a través de la imposición, elcastigo o el miedo. En el otro extremo se encuentra el pa-dre autorizado. Alguien que, transmite valores a tra-vés de actos, alguien cuya presencia se manifiesta engestos, en palabras, en actitudes, en preguntas que ha-cen sentir a los hijos registrados, percibidos en sussentimientos (aunque estos no sean compartidos). Es-te padre está autorizado a poner límites y fijar orien-taciones. Lo autoriza el respeto que genera en los hi-

ra un bordado como para un cosido. Pero “sociedad”es sólo el nombre de un conjunto de seres que la con-forman y que le dan uno u otro perfil, una u otra carac-terística según sean sus actos y sus actitudes. Los pa-dres somos, como todos, la sociedad. Y en el tema delos hijos, somos la primera referencia de “la sociedad”.Eso es indelegable. Para que todos los nombrados an-tes pudieran meter su cuchara, fue necesario que hu-biera un plato. Nosotros servimos el plato de nuestroshijos. Personas responsables crean sociedades respon-sables. Personas que llenan sus vidas de contenidostrascendentes, crean una sociedad espiritualmente fe-cunda. Las que no, abonan una sociedad en la que pre-domina el vacío existencial, el desinterés por el próji-mo, aún por el prójimo más próximo.

autoritarios y autorizados

Ser padre, insistiré, no es convertirse en ídolo delos hijos, ni en el mejor amigo (o cómplice) de ellos,no es ser el proveedor de sus deseos (ese celular, eseviaje, esa ropa, esa zapatilla de marca, ese auto, esafiesta, esa computadora para mí solo, ese DVD per-sonal), no es pretender ser tan joven como ellos. Lapaternidad y la maternidad no pueden remitirse a unasimple frase del tipo “yo no quiero ser con mis hijos

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grados de intensidad y cercanía, es necesario hacerlo ydebe ser resultado de una interacción que acompañe alos distintos momentos de evolución en la vida de am-bos. La ausencia muchas veces no tiene remedio. Ytampoco tiene culpables. Sólo responsables.

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jos, aun cuando haya desacuerdos. El padre autorita-rio produce miedo y resentimiento, no es responsa-ble, no enseña responsabilidad. El padre autorizadoproduce respeto y amor, es responsable, enseña res-ponsabilidad.

La tarea de ser padre encierra también momentosdifíciles, de desacuerdos profundos, de dudas, encie-rra también la confrontación con malas caras y malasrespuestas en lugar de abrazos, besos y elogios, en-cierra también momentos de hartazgo junto a los dealegría y satisfacción. Todo esto se elige al crear unavida y hacerse responsable de ella. Y en la elección hayuna apuesta amorosa a largo plazo. Si no se lo sabíaentonces, en el momento de engendrar, o si no huboconciencia de lo que se hacía, hay toda una vida pordelante para aprenderlo. En el aprendizaje concientey responsable de la paternidad y de la maternidad,existe un aspecto trascendente. El tipo de padres queelijamos ser conformará, desde nosotros y más allá denosotros, el tipo de mundo que dejaremos. Toda vidaes fugaz si se la observa en el contexto de la eternidad.Sin embargo, toda vida deja una huella en esa eterni-dad. Somos responsables de esa huella. La paternidady la maternidad (biológicas o adoptivas, de sangre o decorazón, porque las reflexiones que propongo aquí va-len para ambas) se abren como espacios especialmen-te sensibles de esa responsabilidad. La presencia de lospadres en la vida de sus hijos puede regularse, en sus

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responsabilidad y felicidad

no es un derecho, nadie te obliga

Hace un tiempo fui invitado a escuchar una confe-rencia en la cual un famoso orador iba a referirse a lafelicidad. Como el amor, como la muerte, éste es untema perenne, sin fecha de vencimiento. Otras cuestio-nes capturan a menudo nuestra atención y nuestraaflicción. Entre ellas la situación económica, los planespolíticos de nuestros gobernantes, la situación social,ciertos fenómenos y catástrofes naturales. Son temasurgentes. Pero lo urgente no es necesariamente lo im-portante. Cambia un factor económico, salta un mi-nistro como salta un fusible, se cierran las heridas deuna tragedia, perece una tendencia social, bajan los ín-dices de desempleo y aquello que era urgente se con-vierte en anacrónico. Pero la felicidad, el sentido dela vida, la muerte, el amor, no son asuntos urgentes, si-no cuestiones importantes, esenciales, que trasciendenlas coyunturas. Se trata de preguntas siempre abiertas,

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mento, podrían convertirse en fácil presa de la impo-tencia, de la decepción y, por qué no, de la depresión.Y para eso sólo bastaba con que creyeran al pie de la le-tra en el mandamiento.

felicidad, felicidades

En mi opinión, la felicidad no es ni un derecho ni un de-ber. Se trata de un estado de plenitud al que se llega pordiferentes circunstancias o caminos y en el que se per-manece durante periodos que a veces son efímeros y aveces se extienden durante varios tramos de la vida.Hay quienes se la fijan como una meta y jamás la alcan-zan. Esto se debe en buena medida a que se proponenser felices. ¿Pero se puede ser feliz?

En filosofía se llama ser a aquello que hace, valga laredundancia, que los entes sean. ¿Es la felicidad lo quenos da identidad, lo que hace de cada individuo al-guien idéntico a sí mismo, con una mismidad que lo ha-ce diferente de todos los otros? Si se pudiera ser feliz, sila felicidad nos diera identidad, si la felicidad fuese lomismo para todos, todos seríamos uno, sin diferen-cias. Sin embargo hay personas que se sienten felices yotras que no. Hay personas que se sienten felices pormotivos que no provocan la felicidad de otras. Haypersonas que se sienten felices en un momento de susvidas e infelices en otros.

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siempre inquietantes, que en definitiva, y aunque noseamos concientes de ello, fundamentan actitudes queasumimos en la vida, nos introducen en el meollo denuestra existencia.

De manera que allí estaba yo, en un auditorio col-mado, junto a cientos de personas, dispuesto a explo-rar, una vez más, esta cuestión. No viene al caso extra-polar aquí el contenido de la conferencia. Sólo quierorecordar las dos ideas centrales sobre las que giró elorador y a las que regresó una y otra vez para reforzar-las, recordarlas, impregnarlas en la mente de su públi-co. Una: la felicidad es un derecho que todos tenemos.Dos: aún más, la felicidad es un deber que se nos impo-ne. Tenemos el derecho de ser felices y es nuestro deberserlo, afirmó.

Vi rostros encendidos, aplausos entusiastas, cabezasque afirmaban contundentemente y un orador pocomenos que levantado en andas. Confieso que me ganóel estupor y una gran inquietud. Miré a aquella gente.¿Estaban dispuestos y en condiciones de reclamar suderecho a la felicidad? ¿Ante quién lo harían? Yo no hu-biera sabido a quién dirigirme con mi reclamo. ¿Esta-ban en condiciones de cumplir con su deber? ¿Quién selos demandaría y cuál sería la penalidad en caso de queno lo hicieran? Por último me pregunté qué númerode mandamiento llevaría el derecho y la obligación deser feliz y en las tablas de qué ley estaría inscrito.

Salí del colmado auditorio con una convicción.Muchas de aquellas personas, eufóricas en aquel mo-

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ción fraudulenta, el país más poderoso del mundo,decida invasiones de países, genocidios de niños y adul-tos, destrucciones masivas. Es injusto que, en un pla-neta que puede alimentar a todos sus habitantes, cien-tos de millones de ellos mueran de hambre cada añomientras otros, sensiblemente minoritarios, engordansus barrigas y sus cuentas bancarias, corrompen el me-dio ambiente, dilapidan alimentos y recursos no reno-vables. Todo eso genera mucha infelicidad. Lo injustono es la infelicidad, sino quienes la provocan y lo quehacen para causarla. Aún así, ¿es injusto que Hitler ha-ya muerto infeliz por no ver cumplido su sueño deli-rante de un mundo sin judíos? ¿O que Augusto Pino-chet haya vivido unos últimos años infelices a medidaque se descubría, por si hiciera falta, qué clase de ca-rroña era? En todo caso, quienes impidieron la felici-dad continua y completa de estos criminales (o deotros) hicieron justicia.

Si la felicidad fuera un derecho, tanto la podrían re-clamar un niño iraquí como un genocida. Y si fuera undeber, cualquiera podría destruir a otros invocando elcumplimiento del mismo. Los deberes devienen en lí-nea directa de valores que se adoptan y se actúan en lavida. Un gobernante tiene el deber de actuar con ho-nestidad. Un padre tiene el deber de velar por la vida desu hijo pequeño con responsabilidad. Un médico tieneel deber de velar por la salud de su paciente. Un juez tie-ne el deber de actuar con ecuanimidad. Dos personasque construyen juntas un vínculo de amor, de amistad,

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La felicidad es, pues, etérea, voluble, abstracta, in-definible. No se trata de un ente ideal (como los núme-ros, como la idea de igualdad, como se puede definir larelación entre dos sujetos u objetos). Tampoco es unente sensible, captable por los sentidos (como un ár-bol, una persona, una nube). Tampoco es un valor,que, como ocurre con los valores, genera reacciones deadhesión o de rechazo, ni marca una actitud ante la vi-da. La felicidad no se adopta, como se adopta un valor.Puede ser el resultado de cómo se viven y aplican losvalores, pero no es uno en sí.

De manera que la felicidad no es un tema ontológi-co (relativo a la identidad). Por lo tanto “ser” feliz re-sulta un cometido un tanto incomprensible. El derechoa ser feliz se torna inasible, difícil de fundamentar. Ca-si como exigir el derecho a volar. Probablemente a mu-chos nos gustaría volar, pero no cuaja con nuestraidentidad. ¿Tenemos derecho a volar? ¿Dónde se lo in-voca, quién nos lo otorga? ¿Tenemos ganas de volar?Yo, sin dudas, sí. ¿Pero mis ganas son un derecho? ¿Esinjusto que yo no pueda mover mis brazos y elevarmepor el aire? No es justo ni injusto, simplemente no esuna cuestión de identidad. ¿Tenemos deseos de ser fe-lices? Salvo los nihilistas acérrimos, podemos arriesgarque sí. ¿Nuestra aspiración a la felicidad es de por sí underecho? ¿Es injusto no ser feliz?

Lo injusto es, en muchos casos, aquello que provo-ca la infelicidad de las personas. Es injusto que la nece-dad y el fanatismo de quien preside, gracias a una elec-

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Y debido a que la felicidad es un estado hasta talpunto intransferible, cada persona es responsable dealcanzarlo para sí. Cuanto más conciente alguien seade sus elecciones, de sus decisiones, de sus acciones, y delas consecuencias, resultados, repercusiones y frutosque estos generan, estará creando condiciones aptaspara alcanzar con mayor frecuencia (y con mayor con-ciencia) momentos y estados de felicidad. Sabrá que noson otros los responsables de su felicidad. Cuanto me-nos responsabilidad demuestre alguien acerca de susactitudes en su vida y en sus relaciones, estará expues-to a más frecuentes instancias de frustración, de decep-ción, de conflicto, y su bajo nivel de auto conciencia lollevará a creer que son los otros quienes provocan suinfelicidad.

Observo una relación estrecha y directa entre felici-dad y responsabilidad. Una persona responsable, queasume la conducción de su vida y respalda sus actos,estará menos pendiente de lo que otros le “deben”. Sa-brá que su vida será, en esencia, el resultado de cómoeligió transitarla. Tendrá una menor inclinación a con-siderar sus esfuerzos o sus renunciamientos comoatentados contra su derecho a la felicidad. De hecho,muchos actos de amor (amor de pareja, de amistad, re-ligioso, maternal, fraternal, solidario) que son vistospor otros como sacrificios o sufrimientos, no son vivi-dos de esa manera por sus protagonistas. Ellos puedeny suelen sentirse felices.

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de fraternidad o de solidaridad tienen el deber de ac-tuar con sinceridad y con lealtad. Un periodista tieneel deber de comunicar la verdad que comprueba. To-dos estos deberes, como otros cientos que cada quienpuede registrar, son tales en la medida en que quien fal-ta a ellos afecta a otras personas. Las afecta de mane-ra directa, palpable. Los deberes son hacia otros, asícomo los derechos se demandan a otros. La infelici-dad de una persona no afecta los derechos de otra.Quien no se siente feliz, quizá viva con tristeza, condolor, con angustia, pero no falta a ningún deber por-que a nadie hiere, lastima o priva, de manera taxati-va, con su estado.

La pregunta en cuestión

¿Qué es, entonces, la felicidad si no es un derechoni un deber? Es una sensación, un estado del espíri-tu, una condición de la psiquis, el resultado emocionalde un acto, de un hecho, de una situación, o de una se-rie de ellos, que puede definirse por la agudización dela conciencia, por .el equilibrio de los sentidos, por laampliación y la profundización de los lazos de cone-xión con los espacios interiores y con el mundo exter-no. Esta es apenas una definición, la que propongo eneste momento. Pero cada persona puede apelar a la su-ya y, seguramente, será tan válida como ésta, ya que,en definitiva, sólo cada individuo sabe qué percibecuando se siente feliz.

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responsabilidad y madurez

el aprendizaje de la sabiduría

Un matrimonio de amigos míos tiene un hijo de cincoaños. Cierto día le prohibieron comer una golosina an-tes de su almuerzo, lo que provocó la santa ira del chi-quitín. “Ustedes nunca me dejan hacer nada de lo quea mí me gusta”, exageró con el ceño fruncido, la vozatiplada y los ojos llorosos. Incluso fue más allá. De-senvainó una amenaza: “Me voy a ir de casa”. La ma-má pregunto: “¿Ah, sí? ¿Y a dónde piensas irte?”. Elmuchachito dudó, emprendió la marcha hacia su cuar-to y gritó: “¡No sé!”. Era una rabieta más, típica de laedad, hasta que un buen rato más tarde a los padres seles dio por llamarlo y él no respondió. Lo buscaron portoda la casa y no estaba. ¿Se había ido? Era la pregun-ta más temida. Buscaron la mochila y el muñeco prefe-rido del niño. No estaban. ¡Se había ido! La angustiase derramó como el aceite. Hubo corridas, gritos, lla-madas telefónicas. ¿A dónde podía ir con sólo cinco

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Quien no se hace responsable de su vida tenderá amanifestar actitudes y a crear vínculos en los cuáles es-perará que se le proporcione felicidad. Los irresponsa-bles tropiezan más frecuentemente con la infelicidad ytambién provocan sufrimientos en otros.

Y si no es un derecho ni es un deber, ¿resulta posiblela felicidad? Si no es ni un derecho ni un deber, tiendoa pensar que la felicidad es una construcción. No setrata de algo que nos está destinado desde que nace-mos, algo que se nos prometió. Será el resultado, insis-to, de una actitud existencial. Se la podrá alcanzar ono. Es responsabilidad de cada quien.

Tenemos, sí, el derecho a ser respetados, a ser toma-dos en cuenta, a ser escuchados, a ser vistos, a no ser de-predados ni física, ni geográfica, ni psicológica ni espi-ritualmente. Tenemos el deber de escuchar al otro, deregistrarlo, de tomarlo en cuenta, de mirarlo, de noarrasarlo ni física, ni geográfica ni psicológica ni espiri-tualmente. El respeto y cumplimiento de estos derechosy deberes crean condiciones para que más personas sesientan felices con más frecuencia y por más tiempo.

Quizá ésta sea la pregunta que las personas que sa-lían eufóricas de aquel auditorio tendrían que hacerse:¿estoy defendiendo este derecho en mis vínculos, en mitrabajo, en mi vida social, en mi contacto cotidiano conel mundo? ¿Estoy cumpliendo con este deber? Según lasrespuestas, algunos se sentirán felices y otros no.

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zar, no pude cruzar porque ustedes no me dejan, no medejan cruzar la calle!”.

Cuando el protagonista tiene cinco años de edaduna experiencia como ésta, resulta cómica y entraña-ble. ¿Pero que ocurre cuando se trata de personasadultas? Por supuesto, será muy difícil encontrar adul-tos que no crucen la calle porque sus padres no los de-jan. Pero abundan aquellos que postergan proyectos,descartan prioridades, dejan de lado planes, abortanrelaciones, ignoran necesidades, desoyen llamados,malogran potencialidades con excusas que, si bienformalmente no son las que mencionó nuestro peque-ño héroe, tienen contenidos semejantes.

límites de afuera y de adentro

Así es posible detectar a hombres y mujeres que descar-tan trabajos, proyectos u oportunidades de desarrollopersonal porque se topan con objeciones, reales o ima-ginarias, de sus cónyuges o parejas, personas que quie-ren independizarse de sus trabajos en relación de de-pendencia pero no lo hacen por temor a la reacción delempleador que los considera imprescindibles, adultosque no toman decisiones importantes para ellos por te-mor a la opinión de sus padres o de su familia de ori-gen, mujeres que no compran ni el más simple artefac-to para el hogar sin el permiso de sus maridos, hombres

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años? Jamás, antes, había salido sólo de casa. Nacie-ron los reproches y auto reproches. ¿Cómo es que nohabían prestado atención a lo que el chico hacía? ¿Aquién se le ocurrió dejar la puerta sin llave? ¿Por quése habían burlado de él? Fueron más allá: ¿qué era,después de todo, un chocolate antes de la comida?¿No estaban siendo excesivamente rígidos con sueducación?

Llamaron a la casa de todos los amigos de su hijo,buscaron en los hogares de todos los vecinos. La alte-ración cundió con la velocidad con que suelen hacerlolas malas noticias. Hasta que en un momento, cuandoya sólo quedaba llamar a la policía (el último, indesea-ble y postergado paso), por la misma puerta de calle,aún sin llave, entró el pequeño. No importa cuántotiempo pasó. Para los padres fueron siglos. Su ceñoseguía fruncido, dos mocos lechosos colgaban de sunariz, sostenía su muñeco con una mano, apretándo-lo contra su propio cuerpo, y arrastraba su mochilacon la otra. Entre gritos, risas y lágrimas, sus padres yabuelos, que para el caso ya estaban allí, se arrojaronsobre él, lo estrujaron, lo levantaron por el aire, lo be-saron. “¿Dónde estabas?”. El mocoso bajó la mirada ymurmuró: “En la calle, ¿no les dije que me iba?”. El es-tupor crecía. “¿En la calle dónde? Te buscamos y no tevimos”. La voz de él seguía bajando sus decibeles: “Es-taba en la esquina, fui hasta la esquina para cruzar lacalle, yo me quería ir”. La siguiente pregunta sonó acoro: “¿Y?”. El los miró con fastidio: “¡Y no pude cru-

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si, además, culpa a esa reacción por su propia inacción,ese adulto pone en evidencia, más allá de lo que diga sufecha de nacimiento, su extrema inmadurez.

El niño no puede cruzar la calle por sí mismo apo-yándose en el argumento de que conoce las consecuen-cias de ese acto y de que, por lo tanto, se hace cargo (seresponsabiliza) por ellas. El adulto, en cambio, puedeelegir de qué lado de los límites impuestos por la presen-cia, la opinión o la reacción emocional de otro se ubica.De hecho, siempre elegimos, todas nuestras accionesson producto de una elección. La inacción (optar porhacer nada, no intervenir, dejar que otro elija en minombre) no es más que una forma de acción y, al igualque los actos asumidos, tiene consecuencias en noso-tros, en otros, en el ambiente que habitamos o compar-timos. Y dado que siempre elegimos, es un gran pasoadelante en nuestros proceso de crecimiento el hacerconcientes, tanto como se pueda, esas elecciones.

¿Qué significa ser conciente de las elecciones? Enprimer lugar, tomar nota de la situación que se vive,darse cuenta de las opciones que la misma presenta.Registrar nuestro propio estado emocional ante lasituación y sus opciones. ¿Estoy cómodo, tenso, en-tusiasmado? ¿Siento miedo, culpa, vergüenza? ¿Meprovoca interés, tristeza, desazón? ¿Despierta mi ima-ginación, mi voluntad, mi esperanza? ¿Es causa de miira, de mi confusión, de mi dolor? En segundo tér-mino, se trata de explorar las opciones de acción quese abren ante mí en la situación determinada. Y de

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que delegan en sus esposas la compra de sus propias ca-misas, suéteres o incluso ropa interior por miedo a ele-gir y recibir la reprobación de aquellas. Son sólo unospocos prototipos de numerosas situaciones en las quelas propias elecciones y decisiones son acotadas, im-pedidas o evitadas debido a que se teme no recibir laaprobación o el permiso de otro u otros a los cuales nosentimos subordinados. No se trata, en estos casos, desubordinaciones reales y naturales ni de acciones quepodrían subvertirlas con consecuencias penosas. Son,en realidad, formas de vínculo en las cuales una perso-na se considera, se registra y se ubica a sí misma, en tér-minos emocionales y psíquicos, por debajo del nivel, lacapacidad, el gusto o el poder de otra u otras.

Si un niño de cinco años, como el hijo de mis ami-gos, siente que está incapacitado, por su edad y por sulugar en la relación, para transgredir los límites im-puestos por sus padres, demuestra que tiene una per-cepción ajustada de la realidad. Esos límites han sidocolocados allí para protegerlo, encauzarlo y ayudarlea crecer (no discutimos aquí la calidad, la rigidez, laoportunidad o los contenidos de los límites, hablamosde su función).

Si un adulto no asume sus propias experiencias exis-tenciales, desde las nimias hasta las trascendentales,por temor a la opinión, el juicio o la reacción de otroadulto, si sólo se conduce en el estrecho territorio noafectado por la posible, justa o injusta, fundamentadao arbitraria, racional o emocional, reacción de otro, y

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alcance de todos los seres humanos, pero no todos laexperimentan. La conciencia creciente de nuestra viday de sus circunstancias, nos lleva hacia un ejercicioprogresivo de la responsabilidad. Y en esto consiste lamaduración de un individuo, en desarrollar su con-ciencia y asumir su responsabilidad. Digo asumir; estosignifica que la responsabilidad existe siempre y queasumirla es un paso hacia la maduración, hacia el de-sarrollo pleno de las propias potencialidades y valores.

¿Se pueden seguir siempre, para ampliar la con-ciencia, los pasos que mencioné en un párrafo ante-rior? ¿No propongo una organización excesiva de laconducta, un secuestro de la espontaneidad? ¿Nopierde parte de su misterio la vida cuando es sometidaa tanta lucidez? Tengo dos respuestas para estas pre-guntas. La primera nace en mi sospecha de que este ti-po de interrogantes son motivados a menudo por elfacilismo, por la tentación de la irresponsabilidad,por la inclinación a no posesionarse de la propia vida.Allí existirá siempre una brecha para descargar culpasa través de ella.

La segunda respuesta es taxativa. No se puede vivircada acto de la vida con fidelidad absoluta a los linea-mientos que propongo, es cierto. Pero no hablo de uncumplimiento literal, de la obediencia ciega a un dog-ma, ni de acciones automáticas que se cumplen antecada hecho de la vida según un patrón rígido y único,sino de una actitud, de una predisposición, de un mo-do de pararse ante la existencia y ante los lazos que nos

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evaluar las secuelas previsibles de cada acción posible.Aquí cabe la pregunta: ¿podré afrontar el desenlace olas derivaciones de la acción escogida? En estos casos,hay quienes creen que no, pero aún así siguen adelan-te y confían en que Dios, la suerte o el santo de su pre-ferencia los ayude. Esto, hay que subrayarlo, es de porsí una elección y ni Dios, ni la suerte ni los santos sonlos responsables de las consecuencias.

el lugar de la conciencia

Hacer elecciones concientes equivale, en fin, a sacar lapropia vida del automatismo, involucrarse en ella, noser un pasajero inmóvil de la misma, sino el conduc-tor. Aprender a hacer este tipo de elecciones es parteesencial del proceso de madurar. ¿Todos maduramos?No necesariamente. Sí, todos envejecemos, agrega-mos años a nuestras vidas, pero no necesariamentemaduramos. Suele decirse que los años no vienen so-los, sugiriendo así que a veces traen achaques y mu-chas otras sabiduría. De la misma manera se sospechaque el Diablo sabe por Diablo pero más sabe por vie-jo. Todo esto, como si sumar años fuera sumar madu-rez. Esto daría una relación directa entre calendario ymaduración. Nada más erróneo.

Hay, en cambio, una relación directa entre madura-ción, conciencia y responsabilidad. Esa relación está al

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pasivos, de comprender, de aceptar, de celebrar, de re-cibir, de acompañar y, sobre todo, de no participar enninguna loca carrera cuyo absurdo propósito sea sal-tearse las etapas de la vida ni, mucho menos, huirle a laetapa final.

Cuando tenemos cinco años, alguien que nos amanos hace parte de su responsabilidad. Cuando madu-ramos, no sólo asumimos la responsabilidad de nues-tra vida, también nos hacemos responsables ante quie-nes amamos. Si no es así, aunque nos veamos muyviejos o muy diablos seremos, simplemente, inmadu-ros e irresponsables.

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vinculan con el mundo y con los otros. Puedo teneruna conducta conciente o una inconciente. Una acti-tud responsable o negligente. Y esto, en sí, ya es unaelección. En definitiva, la conciencia aumenta nuestrodominio sobre los propios recursos, amplia el cono-cimiento de nuestras posibilidades y limitaciones, co-mo fruto de esto nos hace más autónomos, incremen-ta nuestra capacidad de optar y con ello el ejercicio denuestra libertad. En este contexto la libertad se expe-rimenta como la facultad de elegir nuestra respuesta acualquier situación (aún aquellas en las que nuestrosespacios y posibilidades están recortados). Ejercidaasí, la libertad nos hace maduros. Y responsables. Lalibertad que no reconoce límites aún donde los hay, essólo un disfraz de la inmadurez, de la prepotencia o dela irresponsabilidad.

Una vez manifestada nuestra madurez, acaso co-mience a expresarse también nuestra sabiduría. No lade los libros, no la de recetas heredadas, escuchadas ocreadas. La sabiduría de haber vivido, de haber esta-do presentes en los actos de nuestra experiencia, de nohaber sido meros espectadores pasivos, la sabiduríaextraída de los dolores padecidos, de las búsquedasemprendidas, de las mil y una muertes y mil un naci-mientos (muchos de ellos imperceptibles, fugaces) queexperimentamos en nuestra trayectoria vital. Una sa-biduría humilde, generalmente silenciosa, que ni si-quiera necesita anunciarse o vocear su nombre. Unasabiduría cuyos síntomas son la capacidad de ser com-

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responsabilidad y perdón

errar es humano, reparar también

Errar es humano, perdonar es divino. Sabe Dios, des-de cuándo circula esta máxima por el mundo. Y sabeÉl, y nadie más, cuántos humanos se han escudadodetrás de ella para echar tierra sobre sus errores, ca-lamidades, negligencias y crímenes. Errar es humano,perdonar es divino. Basta con detenerse y leer con aten-ción esas palabras, basta con dejar asomar de un mo-do pausado y conciente su contenido, para descubrirhasta qué punto atenta contra la responsabilidad, dequé modo la aniquila.

Pocas palabras han tenido tanto marketing en losúltimos tiempos como la palabra perdón. Y a pocas selas ha vaciado a tal punto de contenido. No hace mu-cho, en una mañana de primavera y en la plaza habi-tual, yo cumplía mi caminata diaria, a buen ritmo ycon mucha concentración. Ya me había cruzado variasveces con una mujer joven que conducía su bicicleta en

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dida, dijo “Yo ya pedí perdón”, arrancó y se fue. En lavuelta siguiente, y en las demás, continué cruzándomecon ella por la vereda.

Así es como suele usarse, en una abrumadora ma-yoría de casos, la palabra perdón en nuestros días y ennuestra cultura. Como una especie de rayo mágico quedebería paralizar al ofendido, enmudecerlo, mientrasel ofensor se evapora o mejora su imagen. Parecieraque ante la simple mención de las seis portentosas le-tras (p-e-r-d-ó-n), toda ofensa, dolor, herida, decep-ción, humillación o maltrato debiera ser olvidado deinmediato. Con frecuencia solemos ver cómo, cuan-do no ocurre así, el ofensor se transforma en ofendido.“Ya pedí perdón, ¿qué más quieres de mí?”. He aquíun curioso y muy repetido fenómeno de transferenciade responsabilidad, o de inversión de roles, en el cualel ofendido, con su perdón automático e inmediato,debe satisfacer al ofensor, so pena de quedar él comocausante de la persistencia del problema. De pronto, elofensor se escuda en su condición de humano falible(ésa es su virtud) y el ofendido demuestra carecer decondición divina (ése es su defecto).

Situaciones de este tipo se producen en las relacionesde pareja, en los vínculos de padres e hijos, entre ami-gos, entre socios y en casi todo el ancho escenario de lasrelaciones interpersonales. Y no hacen más que expo-ner un modo sutil y engañoso de evadir responsabilida-des. Si la palabra perdón se convirtiera, con su sola men-ción, en el mágico arréglalotodo que cierra heridas,

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dirección opuesta a la que yo llevaba. Yo iba por la sen-da peatonal. Ella también. En un momento vi que, unavez más, nos aproximábamos. Continué mi marcha yella la propia, sólo que su bicicleta venía directamen-te hacia mí y a una velocidad que superaba la de unsimple paseo. Pensé que iba a apartarse. Me preguntécuándo lo haría, porque era obvio que llevábamosrumbos de colisión inminente. Pues bien, no desvió sumarcha y, en el último instante, salvé mi integridadgracias a un salto casi olímpico. Cuando le recriminésu acción, su respuesta fue: “Es que creí que usted seiba a apartar”. Esto lejos de calmarme me enervó.“¿Yo debía apartarme?”, le pregunté. “Yo vengo ca-minando por la senda peatonal. O sea, ando por don-de me corresponde. Vienes por donde no debes y auna velocidad imprudente, ¿y soy yo quien tiene queapartarse?”. Me miró como si no entendiera mi argu-mento, hizo un gesto de fastidio y, con resignación,farfulló: “Bueno, está bien, perdón”. Quizá era unaoportunidad para sentirme divino, pero la dejé pasar.“¿Perdón y ya está?”, continué. “Yo creo que lo míni-mo que debieras hacer es bajar con tu bicicleta a la ca-lle, pedalear por donde te corresponde y dejar de ame-nazar a los peatones”. Ahora me miró desafiante: “Yale pedí perdón, casi gritó, ¿qué más quiere?”. Respon-dí: “Quiero que dejes de andar en bicicleta por estasenda, quiero que respetes mi derecho a caminar sin seratropellado. Quiero que andes por la calle, no por lavereda”. Montó su bicicleta con muestras de estar ofen-

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efectos han inferido un daño que estaba más allá denuestra intención o de nuestros cálculos, siempre estáabierta la posibilidad de la reparación. A la palabra per-dón le puede seguir, entonces, el acto reparador, que ledará consistencia y contenido, o puede ser pronun-ciada después de ese acto con iguales resultados. Cuan-do se ejecuta una acción reparadora hasta puede ocu-rrir, y ocurre, que la palabra perdón no necesite sersiquiera expresada. Se ha convertido en un verbo. Hasido conjugada. Yo reparo, tú perdonas.

Queda claro que quien pide perdón al hacerlo no dapor concluido un episodio desafortunado, sino queabre el momento más importante y trascendente de eseepisodio. Cuando quien pronuncia la palabra perdónlo hace como un acto de responsabilidad, está anun-ciando su disposición a cumplir una acción reparado-ra. Pero no será restaurador o sanador lo que él consi-dere como tal, sino aquello que la persona herida uofendida perciba como un hecho que remedia el daño.Lo contrario sería, una vez más, desconsiderar al lasti-mado y dar preferencia al ofensor.

En mi opinión, la mejor manera de transmitir la in-tención de restañar la herida se sintetiza en una simpley poderosa pregunta: “¿Qué puedo hacer para repa-rar, el daño, la ofensa o el dolor que te causé?”. Nos lle-va a la fuente. Nadie conoce mejor que el herido las ac-ciones que mitigan su dolor. Y podremos encontrarnoscon que la acción requerida es más simple y pequeña delo que imaginábamos (lo cual no la hace menos repa-

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clausura ofensas, elimina dolores y, sobre todo, lograque lo que ocurrió no haya ocurrido, podríamos andaralegremente por la vida lastimando, ofendiendo y hu-millando a nuestros prójimos sin mayores preocupacio-nes, consecuencias ulteriores ni cargos de conciencia.La palabra perdón, aplicada sin raíces ni fundamentos,facilita la existencia de un mundo en el que los indivi-duos no se hacen cargo de las consecuencias de sus ac-tos, no porque éstos no las tengan, sino porque aquellasson sorteadas con una sola palabra de seis letras.

conjugación del perdón

¿Debemos aceptar, entonces, que una vez cometidauna falta o una ofensa no queda reparación posible, yaque el vocablo perdón parece insuficiente?

La misma pegunta contiene la respuesta. Comoamor, como sinceridad, como honestidad, como amis-tad, como compromiso y como tantas otras, la palabraperdón deja de ser una simple suma de letras y se cargade significado y trascendencia cuando se acompaña deactos, cuando incluye verbos. Para pedir perdón sólose necesita la boca, para reparar el daño, la herida, lahumillación o la ofensa se requiere una acción repara-dora preñada de presencia y compromiso.

Cuando cobramos conciencia de lo que nuestra ac-ción provocó en otro u otros, y advertimos que esos

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dejar en claro que la disposición compensatoria estásiempre abierta. También puede encontrarse con unofendido que manipula su posibilidad de recibir unareparación hasta el punto de convertirla en una herra-mienta de poder sobre el ofensor. “El precio que te ha-ré pagar será tan alto, que quedarás en mis manos”. Es-to también es posible en el complejo entramado de lasrelaciones humanas. Y las empobrece, las desvirtúa.Lo que las enaltece, aquello que las carga de sentido esel respeto por el otro.

Ofrecerse a reparar el daño que uno causó, es unamuestra de respeto. Y de responsabilidad. No valersede la condición de ofendido para manipular ni humi-llar al ofensor es, también una prueba de que el otro estenido en cuenta. La responsabilidad es siempre unaautopista de dos vías. Por esto conviene descreer de lasfrases hechas y advertir que, en verdad, tanto errar co-mo perdonar son cuestiones humanas y que una expe-riencia responsable de esa secuencia contribuye a en-grandecer y dar trascendencia a nuestras vidas.

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radora). O acaso se trate de algo que no está a nuestroalcance, en cuyo caso siempre queda abierta la líneadel diálogo hasta encontrar una acción, un gesto, unapalabra que sea reparadora para el ofendido y tam-bién para el ofensor.

Hay vínculos que gracias a esta dinámica alcanzan,luego de un daño y su reparación, un grado mayor deintensidad, de profundidad y de trascendencia. Hay re-laciones que, gracias a un episodio resuelto de esta ma-nera, se cargan de sentido y fecundidad. Porque, unavez más, de lo que hablamos aquí es de la importan-cia del otro en nuestras vidas, del respeto por él, del va-lor de las diferencias y de cómo éstas contribuyen a cre-ar vínculos y a enriquecerlos. Muchos vínculos sanan apartir de un daño y de su reparación. Y como decía Vík-tor Frankl, maestro en la comprensión de la esenciahumana, cuando sanas un vínculo sanas a las personasque lo integran. Reparar es sanar el vínculo. Un perdónpedido sin fundamentos y sin responsabilidad, ahondala herida hasta profundidades irreversibles.

A pesar de todo lo escrito hasta aquí, conviene re-cordar que no estamos hablando de una fórmula auto-mática. Hay quienes creen que el sólo hecho de pedirperdón los hace acreedores al mismo. Nada más irres-ponsable que esa creencia. Sin embargo, tampoco laintención de reparar es mágica. No siempre el ofensorencontrará en el ofendido la recepción a su propuestareparadora. En ese caso nada puede hacer, salvo sentir-se en paz, dentro de lo posible, por su propio actitud y

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conciencia para el corazón hambriento

Es mágico. Es ciego. Es todopoderoso. Es brujo. Es lo-co. Es tirano. Es sagrado. Es impredecible. Lo rige eldestino. Es obra de los dioses. Es misterioso. Es capri-choso. Es eterno. Es irracional. Del amor se ha dicho yse dice esto, se ha dicho y se dirá mucho más. Casi to-do lo que se le atribuye tiene que ver con lo ingoberna-ble, con lo azaroso, con el arrebato emocional. Los se-res humanos nos hemos empeñado desde hace siglos,en especial desde el racionalismo que esperaba a la sa-lida de la Edad Media, en dominar todos los enigmasdel mundo que habitamos. Hasta hubo quien propu-so, como Francis Bacon (el filósofo inglés que en el si-glo XVII sentó las bases del empirismo) que a la Natu-raleza se la torturara hasta sacarle todos sus secretos.Vivimos, como nunca, atormentados por la necesidadde saberlo de todo, por la urgencia de la seguridad y de

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ría, pero sufren repetidas bancarrotas emocionales de-bido a que hacen que amor y azar sean sinónimos.

una deuda amorosa

Vivimos una vida en la que, como bien decía el lúcidofilósofo y orientalista Alan Watts, “la lógica, la inteli-gencia y la razón están satisfechas, pero el corazón estáhambriento”. Hemos creado la ilusión de un mundo ra-cional y explicable, pero sufrimos por amor, abunda lainsatisfacción sentimental, los desencuentros afectivos,la persistencia en modelos vinculares que nos dejan va-cíos o nos enferman. Nos hemos declarado en defaulten cuanto a la responsabilidad amorosa.

Si el amor es ciego, brujo, loco, irracional y todasesas cosas, si una media naranja (o alma gemela, o, sim-plemente, “gran amor”) nos está reservada y sólo setrata de que el destino haga lo suyo, si cuando estamosen pareja con alguien nos basta cualquier crisis parapensar en renunciar, si cuando el otro no está hecho aimagen y semejanza de nuestras fantasías sentimos quese acabó el encantamiento, y si podemos cambiar de pa-reja porque alguien se cruzó y nos enamoramos y con-tra el destino nadie la talla, ¿qué rendija le queda a laresponsabilidad para instalarse en nuestro vínculo?

Si la responsabilidad se manifiesta como nuestra ca-pacidad de hacernos cargo de nuestros actos y respon-

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la certeza. Somos presa fácil de quien se propongadarnos (quiero decir imponernos, vendernos, inyec-tarnos) respuestas que eliminen la incertidumbre, eltemor, la imposibilidad. Hemos construido, a costosaltísimos en materia de armonía existencial, de satis-facción, de salud mental y espiritual, una civilizaciónmarcada por el racionalismo, el pragmatismo, el mate-rialismo. Y en medio de todo esto sólo algo quedó li-brado al azar y a la superstición: el amor.

No nos permitimos la intuición ni la magia ni la in-certidumbre ni una pizca de irracionalidad en los ne-gocios, ni en la política, ni en las transacciones de todotipo en las que nos vemos involucrados. Hacemos y re-hacemos cálculos para controlar lo imprevisible, paraanticiparnos a los imponderables. Exprimimos a nues-tra razón para que nos de explicaciones y fundamen-tos de todo lo que acontece y para que nos prevenga delo que pudiera ocurrirnos en el futuro. Pero expulsa-mos a la razón y ponemos en fuga a la conciencia cuan-do merodean el espacio del amor. No las queremos allí.Del amor sólo pedimos magia, locura, adrenalina, ce-guera. Hay agnósticos que se vuelven creyentes en elaltar del amor. Hay cientificistas a ultranzas, que sólocreen en lo que ven, hasta que, en cuestiones de amor,se vuelven nigromantes. Hay quienes creen a pie junti-llas que todos los logros son producto del esfuerzo, dela constancia, del trabajo, pero cuando oyen hablarde “tareas amorosas” ponen un indignado grito en elcielo. Hay quienes no arriesgan un centavo en la lote-

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Esta no es una afirmación caprichosa. El amor noconvierte a nadie en objeto del destino. Toda relaciónde amor es una relación entre sujetos. Un sujeto es al-guien que ha tenido acceso a la conciencia. La concien-cia nos permite percibirnos y descubrirnos diferentes yúnicos, nos da el registro de nuestra singularidad. Nopodríamos ser diferentes ni singulares si no existieranlos otros. Cada uno de nosotros es único, diferente ysingular porque existen los otros. Al darnos cuenta deesa existencia y de lo que ella significa para que cadauno de nosotros sea el que es, podemos valorar al otro.Somos uno entre otros y existimos vinculados a él, aellos. Solo, cada uno de nosotros es nada. En un mun-do sin otros, ni siquiera tendríamos nombre (no seríanecesario, nadie nos nombraría) y careceríamos deidentidad. La identidad es fruto de una vida gregaria.Por esto nada duele tanto como la exclusión, la indife-rencia o el ser ignorado. Tener conciencia de mí es te-ner conciencia de ti. Yo y Tú son vocablos y conceptosque no pueden existir separados. Todo lo que hago,por lo tanto, repercutirá en otro, en otros, y en mi mo-do de estar en el mundo junto a él o ellos.

El amor es el vínculo más profundo, más trascen-dente, más sublime que une a las personas. No es cie-go, ni loco, ni brujo. El amor es amor a alguien, a quienestá conmigo. Lo veo. Cada una de mis acciones loafectan. Cada uno de sus actos me conciernen. Es asíen los acuerdos y en las discordias, en las convergen-cias y en las diferencias. Somos sujetos, somos con-

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der ante sus consecuencias, pocas cosas están más ale-jadas de ella que la concepción amorosa que, hegemó-nicamente, nos rige. El amor loco, ciego, brujo y mági-co es irresponsable. Quienes apuestan a amar así, sedeclaran objetos de una fuerza ajena a ellos, capaz dedominarlos y de incapacitarlos para ser actores de suselecciones, de sus decisiones, de sus acciones. Los pro-tagonistas de las grandes leyendas amorosas de nues-tra cultura (ahí están Romeo y Julieta, La forza delldestino, Casablanca, Titanic, Los puentes de Madisony centenares de hombres y mujeres sufrientes) no sonseres felices. Aunque lucen como marionetas de oscu-ros designios, nos empeñamos en ser como ellos, con-vencidos de que sufrir es amar. Y en verdad, sufrir essólo sufrir.

El amor no genera dolor, no lastima, el amor sana,repara, potencia, fecunda, crea, confirma, valoriza,nutre al corazón hambriento del que hablaba Watts. Yno lo hace por azar, ni por magia, ni por ceguera, ni porcapricho ni por carencia de razón. Todo lo contrario.El amor es una construcción que necesita de dos paraser posible. No existe en abstracto, no precede a quie-nes lo perciben, no es algo que tenemos preadjudicadoy sólo debemos reclamar. La energía amorosa capaz dehacer que dos personas se acepten y se reciban diferen-tes y que construyan, a partir de su sagrada unicidad,un espacio común y trascendente, que los suma y losintegra, pero que es más que ellos mismos, necesita ali-mentarse de la responsabilidad y de la conciencia.

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Los oídos permiten escuchar, sin darlo por escucha-do. Siempre podemos decir, y decimos, algo nuevo,siempre podemos decir lo mismo de otra manera, conotra carga, con otra modulación, con un nuevo signi-ficado. Darlo por oído, prestar la oreja en lugar deofrecer una escucha receptiva, es empezar a estar lejos,empezar a cerrar los canales de la comunicación, queson arterias femorales del amor.

La mente es una herramienta que permite construirpreguntas y explorar respuestas en torno del vínculo,en torno del otro, en torno de mí mismo y de mi modode estar en la relación, en torno de mis necesidades yofrecimientos, de mis razones para seguir en el víncu-lo. La mente es instrumento de la conciencia.

Y el corazón, por fin, debe estar abierto para podermantener activo el canal emocional, para no dar alotro por sentido, para actualizar, en el día a día de la re-lación, los sentimientos que el otro provoca en mí, lasavia afectiva que nos une. El corazón activo permiteque volvamos a tocarnos, a reconocer nuestras tex-turas y volúmenes, que podamos saber cómo necesi-tamos ser amados, para pedirlo, y como necesita seramado el otro, para ofrecérselo.

Nada de esto corresponde al territorio de la ma-gia, del azar, de la sinrazón, del destino ni, mucho me-nos, del capricho de un niño inmaduro, como Cupido.El amor responsable es un amor conciente. Quizánuestros corazones estarán menos hambrientos cuan-do dejemos que la magia, que lo inesperado, que lo

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cientes, la conciencia nos hace responsables. El víncu-lo que construyamos será fruto de esas simientes, nodel azar. La conciencia se amplia y se profundiza, se ex-pande, pero no duerme. Somos nuestra conciencia. Laconciencia es el yo que se percibe a sí mismo. La res-ponsabilidad no se elige ni se descarta. Somos respon-sables siempre, lo somos aun de nuestra irresponsabi-lidad. Y cuando pensamos que el amor es algo que nosocurre, un regalo que se nos da, un embrujo que nos en-vuelve, una magia que nos alcanza, una gracia que nostoca, estamos dejando de lado nuestra responsabili-dad. Eso es un acto. Y tendrá consecuencias.

materiales e instrumentos

¿Qué significa que el amor se construye? Justamente,que no es fruto del azar. Que se va armando a partir decierta materia prima (los amantes, sus diferencias, susrecursos emocionales, sus mapas existenciales) y de cier-tos instrumentos. Ojos, oídos, mente y corazón son he-rramientas esenciales. Ojos para no dar nunca al otropor mirado, para volverlo a ver cada vez como si reciénapareciera en el campo visual. Todos los seres vivos es-tamos en transformación constante, no somos, esta-mos siendo. No se nos verá igual dos veces. Dar al otropor visto es dejar de mirarlo.

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responsabilidad y tiempo

el alma no usa reloj

AL QUE madruga Dios lo ayuda. Estoy de acuerdo.Dios pone ante él algunos de las más bellas manifes-taciones de la Naturaleza, como el amanecer, el Solnaciente, el pasto humedecido por el rocío, las siluetasazuladas de las montañas, el verde grisáceo del mar, lasutil despedida de la Luna. Al que madruga Dios leofrece el canto de los pájaros, las voces todavía crista-linas y frescas de las primeras conversaciones, los la-dridos y cacareos lejanos, a veces el repiqueteo leve deuna llovizna o, sólo eso, un silencio diáfano, que aca-ricia. Al que madruga Dios le sirve un aire fresco, quese ha renovado durante la noche, y roza sedoso el ca-bello y la piel, bendiciéndolos para el día.

No por mucho madrugar se amanece más tempra-no. Estoy, otra vez, de acuerdo. Dios, la Naturaleza, laCreación o quien fuere, no tienen el propósito explíci-to de ayudar al madrugador. Simplemente hacen su ta-

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misterioso, circulen más por el mundo desangeladoque hemos creado (ese mundo de cifras, cálculos, ecua-ciones, resultados, acumulaciones materiales, prag-matismo desalmado, tecnología y cientificismo sinética) y la conciencia y la razón impregnen nuestrasrelaciones de amor. El amor sólo es posible con el otro.De la manera en que construimos el amor construi-mos todos nuestros vínculos. Y así construimos el mun-do. Y así vivimos en él.

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como citan los libros sagrados de las diversas religio-nes, la vida de una persona es apenas un parpadeo,una fugaz línea de luz en una oscuridad infinita quela precede y la sucede. El tiempo, nuestra creación,nos hace concientes de eso. El tiempo es nuestra crea-ción, porque tanto la nada que precede, como la quesucede, son expresiones de la eternidad. No hay tiem-po en la eternidad.

un parpadeo en la eternidad

Aunque no lo digamos, aunque evitemos hablar sobreesto, aunque huyamos del tema, aunque lo sepulte-mos en el último rincón de nuestra conciencia, sobreeste mantel se sirve el menú de nuestra vida. Está allí.Cruel ironía, está allí durante todo el tiempo. Creamosalgo que dura para siempre y, al crearlo, nos hici-mos concientes de nuestra finitud. Si la vida es sóloeso, un parpadeo en la nada, ¿cómo vivirla sin angus-tia? Cada segundo es un segundo menos. Ningún pla-cer atenúa la desesperante certeza de que el tiempo nose detiene. Ninguna riqueza alcanza. Ningún poder.Y, sin embargo, como el hamster que corre en la rue-da, seguimos galopando, desahuciados, con la ilusiónde ganarle la partida a nuestra criatura. Nos propone-mos ganar tiempo, no perder tiempo, hacer tiempo,ahorrar tiempo. No lograremos, nunca, nada de eso.Es imposible.

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rea y el madrugador se encuentra con ella. Por otrolado, el que no madruga amanece en su tiempo, aca-so después de haber recorrido hasta el final el caminode un sueño reparador o revelador, quizá pleno deenergía, en armonía consigo gracias al descanso ex-perimentado. El que no madruga amanece, es así, ensu tiempo

El que madruga no gana tiempo, el que duerme nolo pierde. Porque el tiempo ni se gana ni se pierde. Eltiempo, tal como lo conocemos y lo incorporamos anuestra vida, el de los calendarios y los relojes, no exis-te. Es una convención, una creación de los humanos, y,a esta altura del siglo XXI, nos ha dejado atrapados enella. Lo que nació para ordenar nuestra vida y nuestrodevenir acabó por convertirse en una trampa. Al crearel tiempo creamos, también, la angustia. Inventamosalgo que no podemos controlar ni orientar, que siguesu ritmo. Primero creamos el tiempo, luego nos dimoscuenta de que éste no sólo pone principio y fin a nues-tras actividades, que genera plazos y ciclos, que ubicaa los acontecimientos sobre una línea recta, sino quedetermina, también, nuestro propio fin y principio.Dice cuándo empieza y, sobre todo, cuándo terminanuestra vida física.

Al crear el tiempo cronológico, al inventar sus me-didas (segundos, minutos, horas, días, semanas,meses, años, décadas, siglos, milenios) nos hicimosconcientes de nuestra breve y limitada presencia físi-ca en el mundo. Como han dicho poetas y filósofos,

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por fechas y horas, por urgencias y emplazamien-tos, por metas efímeras y logros ilusorios y fugaces.Lo que Needleman nos recuerda es que aquellas exis-tencias en las que se confunde tener con ser, producircon existir, poder con acumular, orden con armonía,posesión con amor, silenciamiento con silencio, pen-samiento con sentimiento, ego con alma, estarán cons-truidas sobre cimientos falsos. Esos cimientos esta-rán hundidos en la ciénaga de la insatisfacción, de lainquietud, de la ansiedad.

el deseo que duele

La ansiedad es ese estado del ser, originado en la men-te, que impide reposar o desapegarse, que nos mantie-ne en la dolorosa espera de algo que nunca alcanza adefinirse. La ansiedad, un mal definitorio de nuestrostiempos, es la madre de la depresión. La depresión, asu vez, es el cese del deseo. Cuando desear sin saber quéo para qué, sin saber conectarse con la materia trascen-dente de ese deseo, se convierte en una experienciafrustrante y dolorosa, la depresión es el mecanismoque se activa para detener ese dolor. Aun así, no da res-puesta a la pregunta que está detrás de la ansiedad:¿para qué hago lo que hago? ¿Qué podría darle a mi vi-da un sentido que me permita advertir por qué es úni-ca y necesaria y por qué, más allá de la longitud que le

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Es imposible. ¿Pero qué ocurriría si no lo fuera?¿Para qué ganaríamos o ahorraríamos tiempo? ¿Parahacer más cosas, para tener más, para disfrutar más,para ir a más lugares, para trabajar más? “Para vivir”,contesta alguien a mi lado. ¿Pero si necesitamos ganar,ahorrar, aprovechar, conservar o detener el tiempo pa-ra sentir que vivimos, significa que no estamos vivos?¿O no nos satisface el modo en que vivimos? Si nos sen-timos conformes, ¿para qué salirnos de ese momentode satisfacción, el presente, el único cierto, y correr de-trás de algo abstracto? ¿Y si no estamos plenos, no se-rá que a nuestra vida no le falta tiempo sino sentido,trascendencia? De esto habla, creo, el filósofo JacobNeedleman en su bello libro El tiempo y el alma cuan-do dice: “La experiencia del tiempo depende por com-pleto de en qué grado uno es consciente de la verdad opersigue una mentira. ¡Es por culpa de nuestras menti-ras y autoengaños que el tiempo nos devora!”.

En términos simples esto quiere decir que mien-tras nuestra vida no tenga un sentido que vaya, valgael juego de palabras, más allá de los sentidos, sentire-mos que se nos escapa. Mientras no dejemos entraren ella el espíritu (no la falsa espiritualidad que se ba-sa en recetas y dogmas), mientras no la pongamos enuna sintonía amorosa con el otro, con el prójimo, conquien como nosotros experimenta su propio parpa-deo en la eternidad, esa vida estará atravesada por laangustia que chorrea de los calendarios y de los relo-jes. Será una vida azotada por plazos y vencimientos,

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actitud es la de explorar ese misterio. Otra es la de huirde él. La médica Elisabeth Kübler Ross, uno de los se-res que con más amor y sabiduría incursionó en estascuestiones, lo decía así: “Durante toda la vida se nosofrecen pistas que nos recuerdan la dirección que de-bemos seguir. Si no prestamos atención acabaremos enuna vida desgraciada. Si ponemos atención, aprende-mos las lecciones y llevamos una vida plena que inclu-ye una buena muerte”.

donde calla el tic tac

En este punto es donde encuentro la ligazón entretiempo y responsabilidad. En nuestros múltiples e in-fructuosos esfuerzos por escapar de la trampa del tiem-po, solemos tomar actitudes, tanto individuales comocolectivas, que tienen consecuencias negativas paranosotros, para las personas que queremos, para el en-torno, para el mundo físico y social que habitamos ycompartimos. Así como hay quien, para ganar tiempo,excede las velocidades máximas, cruza las luces rojas,provoca accidentes, mata o hiere, se mata o se hiere,destruye y se destruye, así provocamos otros acciden-tes (a veces en nuestros vínculos, a veces en nuestras fa-milias, a veces en nuestros ámbitos laborales o socia-les, a veces en nuestras parejas, a veces en nuestros

asigne el calendario, será eterna? Nadie puede respon-der por mí a estos interrogantes. Y acaso no hayan, noha habido y no habrá dos respuestas iguales. Porqueno existen, no existieron y no existirán dos personasiguales (más allá de las patéticas fantasías paranoicasde los clonadores).

Cuanto más postergamos estas respuestas, cuantomás evitamos iniciar la exploración interior y, al mis-mo tiempo, la conexión con el prójimo que ellas nosproponen, más prisioneros seremos de la trampa deltiempo, más objetos de la ansiedad. De nada valdránlas falsas puertas de escape, se llamen lifting, botox, si-liconas, bisturí, gimnasio, coche, computadora, celu-lar o plasma de última generación; a ninguna parteconducen, aunque se llamen jugosas cuentas bancarias(que no compran tiempo) o lugares de poder (que nopueden con el tiempo).

La vida de cada uno de nosotros, por breve que seao nos lo parezca, tiene un sentido y de cada uno de no-sotros depende desentrañarlo. Nadie más puede ha-cerlo. No es un sentido secreto, no se trata de un jue-go de adivinanza, no es, tampoco, un enigma. Creoque, de la forma en que elijamos vivirla, depende quepodamos entender el sagrado misterio de ese sentido.Y también puede ocurrir que, en definitiva, nunca losepamos y acabemos nuestro parpadeo en la ignoran-cia. En todo caso hay una cuestión de actitud que defi-ne nuestro modo de estar y sentirnos en el mundo. Una

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riencia. Cuando nos abocamos a esta tarea, según mipropia vivencia, nos envuelve un maravilloso silencioen el que no se escucha el menor tic tac. En un solo se-gundo de ese silencio, cabe la eternidad.

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sueños, a veces en nuestros cuerpos) producto de esemismo mecanismo. Hay quienes para ganar tiempopierden sus vidas o destruyen las de otros.

Ocurre en el tránsito callejero y ocurre en el trán-sito vincular. Como en tantos otros aspectos, aquítampoco hay culpas. Sólo responsabilidad. Se tratade hacerse cargo, de asumir las consecuencias, de res-ponder por ellas. Responder significa, con frecuencia,reparar. Reparar es una de las más delicadas, sensi-bles y profundas experiencias humanas. Reparar es,ante todo, reparar en el otro, en aquel a quien afecté.Sólo si reparo en él, si descubro quién es, si registro susentimiento, podré reparar. A veces, eso mismo debohacer conmigo. Reparar en mí para repararme. Estasexperiencias son difíciles, cuando no imposibles, pa-ra quien corre enloquecido por la carretera del tiem-po, ansioso por ganarlo, ahorrarlo, adelantarlo, re-trasarlo o no perderlo.

Sólo la Verdad conquista al tiempo, dice nuestroamigo Needleman, porque la Verdad es eterna. Y laVerdad de cada vida es única. Sólo yo puedo descubrirla razón y el sentido de mi parpadeo en la eternidad.Sólo tú puedes descubrir los del tuyo. Somos responsa-bles de esto. Es una responsabilidad que debemos asu-mir sin calendarios y sin relojes. Porque llegar a esepunto esencial es, en definitiva, acceder al contactocon nuestra alma. No podemos ponerle un plazo a labúsqueda de ese encuentro, ni una duración a su expe-

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punto de encuentro

El autor invita a los lectores que lo deseen a expresarsus sentimientos y opiniones, sus propias reflexiones,así como a formular las preguntas e inquietudes surgi-das de la lectura de este libro.

[email protected]

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colofon

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