el viejo sastre (comunicación social)

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“El Viejo Sastre” Basado en el cuadro “I giusti” de Ferrari Sintió que golpeaban la puerta. Dejó la costura y fue a abrir. Era el proveedor de telas. -“Don Olegario, le traigo los cortes que me pidió”. -“Mal momento”, pensó para sí y contestó: “No tengo un centavo para darle hoy”. -“Pero hombre!, ¡cuánto hace que nos conocemos?!, sabe bien que Usted tiene crédito”. -“Sí, lo sé y se lo agradezco sinceramente, pero me hubiera gustado poder pagarle algo, al menos”. -“Por favor, para qué están los amigos!. Cuídese Don Olegario, será hasta pronto”. -“Gracias de nuevo”. Cerró la puerta, y dejó las telas en un costado de la mesa de trabajo. Se sentó y reanudó la tarea. El cansancio se reflejaba en su rostro anguloso. Eran las últimas horas de la tarde. La luz era cada vez más escasa, -“tengo que terminar”, se dijo y apuró la costura de la solapa del saco que estaba confeccionando. Sus manos se movían con la decisión del que domina el oficio, pero sus ojos trasmitían el cansancio que lo agobiaba. -“Ya está, por fin”. Miró la obra terminada con satisfacción, -“le va a quedar bien”, pensó. Miró el reloj. Ya era tarde y decidió dejar para el otro día el corte de las telas que le habían traído. Se sacó el centímetro que colgaba de su cuello, apartó las agujas y las tijeras y apagó la luz. Ya en la cocina buscó qué prepararse. Había muy poco. -“Cada vez es más difícil llegar a fin de mes”, pensó. -“Bueno, será otra vez sopa”. Tomó un caldero en el que echó agua. Algunas verduras, una papa y un hueso ya blanquecino por tanto hervor fueron a parar a la olla. Mientras el fuego cumplía su cometido, preparó la mesa. Un vaso con agua, una cuchara, un cuchillo y una hogaza de pan. Mientras el aroma que salía de la olla le anticipaba la proximidad de la cena comenzó a mejorar su humor. Es que (en verdad) ese era el mejor momento del día.

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Cuento creado a partir de un cuadro

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Page 1: El Viejo Sastre (Comunicación Social)

“El Viejo Sastre” Basado en el cuadro “I giusti” de Ferrari

Sintió que golpeaban la puerta. Dejó la costura y fue a abrir. Era el proveedor de telas.-“Don Olegario, le traigo los cortes que me pidió”.-“Mal momento”, pensó para sí y contestó: “No tengo un centavo para darle hoy”.-“Pero hombre!, ¡cuánto hace que nos conocemos?!, sabe bien que Usted tiene crédito”.-“Sí, lo sé y se lo agradezco sinceramente, pero me hubiera gustado poder pagarle algo, al menos”.-“Por favor, para qué están los amigos!. Cuídese Don Olegario, será hasta pronto”.-“Gracias de nuevo”.Cerró la puerta, y dejó las telas en un costado de la mesa de trabajo. Se sentó y reanudó la tarea.El cansancio se reflejaba en su rostro anguloso. Eran las últimas horas de la tarde. La luz era cada vez más escasa, -“tengo que terminar”, se dijo y apuró la costura de la solapa del saco que estaba confeccionando.Sus manos se movían con la decisión del que domina el oficio, pero sus ojos trasmitían el cansancio que lo agobiaba. -“Ya está, por fin”. Miró la obra terminada con satisfacción, -“le va a quedar bien”, pensó.Miró el reloj. Ya era tarde y decidió dejar para el otro día el corte de las telas que le habían traído. Se sacó el centímetro que colgaba de su cuello, apartó las agujas y las tijeras y apagó la luz.Ya en la cocina buscó qué prepararse. Había muy poco. -“Cada vez es más difícil llegar a fin de mes”, pensó. -“Bueno, será otra vez sopa”. Tomó un caldero en el que echó agua. Algunas verduras, una papa y un hueso ya blanquecino por tanto hervor fueron a parar a la olla.Mientras el fuego cumplía su cometido, preparó la mesa. Un vaso con agua, una cuchara, un cuchillo y una hogaza de pan.Mientras el aroma que salía de la olla le anticipaba la proximidad de la cena comenzó a mejorar su humor. Es que (en verdad) ese era el mejor momento del día.-“Qué tipos estos Grimm”, pensó, -“como sabían entender la mente y los sueños de los chicos”. ¡Cómo disfrutaba él de sus cuentos!. No era sólo por la lectura sino que además le volvía el recuerdo de su casa natal, de su mamá y todo…resultaba acogedor. Todo empezaba a estar bien.Cómo le gustaba soñar que él era el héroe de esos cuentos. Cuántas aventuras había vivido en el teatro de su mente. Qué compañía eran esos personajes de ficción para su vejez solitaria.Cuando estuvo lista, se sirvió la sopa, cortó el pan y fue en busca de su bien más preciado. Volvió con un libro viejo y deshojado que desplegó ante sí y lo sostuvo con el vaso. Se quitó los lentes

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empañados. -“Qué tipos estos Grimm”, volvió a pensar mientras tomaba la sopa lentamente y volvía a releer por enésima vez “El Sastrecillo Valiente”.