el viaje

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El Viaje Goterones cuajados golpeaban lentos de uno en uno formando un caminito sobre el piso de tierra. Tras las varas de bareque que servían de paredes, los machos de la familia hacían fila para entrar. El abuelo, los Tíos, los hermanos mayores, los primos. Todooos…. Taborda sintió de repente lo que significaba la imposibilidad. “Todo para esto”, se dijo. Recordó el momento en que decidió ser el guía de Rafael y embarcarse en la aventura de cruzar el Orinoco. Muchas veces había surcado el río pero no hasta donde se encontraban, sabía que la malaria y otras enfermedades cuando se iba río adentro, eran casi que seguras, hacia ya muchos días que habían dejado la región del Guaviare para entrar en los límites de Venezuela. Rafael Adolini, argentino de nacimiento, era descendiente de un emigrante italiano del mismo nombre que a principios de 1700 se embarco para América, en busca de aventura y de mejores oportunidades. Fue uno de los primeros que quiso poner un negocio de antigüedades por San Telmo. Rafael había vivido casi toda su vida en Argentina en el barrio Recoleta. Le gustaba ir a San telmo los domingos y perderse en la turbamulta. Pero un día vio un documental de NATIONAL GEOGRAPHIC y a pesar de la distancia del mundo que veía todo se le hizo claro, como si tuviera un prolongador óptico. La Amazonia y la intensa luz verde que emanaba de la tv le daba la posibilidad de ver lo que sucedía más allá, incluso de soñarlo al instante, eran árboles de verdad, ríos serpiente, gigantes reales, perspectivas naturales que se alzaban con colores propios. ¡Pero tengo que ir! ¡Qué estoy haciendo aquí! Se dijo.

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escrito por armando arboleda

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Page 1: El Viaje

El Viaje

Goterones cuajados golpeaban lentos de uno en uno formando un caminito sobre el piso de tierra. Tras las varas de bareque que servían de paredes, los machos de la familia hacían fila para entrar. El abuelo, los Tíos, los hermanos mayores, los primos. Todooos….

Taborda sintió de repente lo que significaba la imposibilidad. “Todo para esto”, se dijo. Recordó el momento en que decidió ser el guía de Rafael y embarcarse en la aventura de cruzar el Orinoco. Muchas veces había surcado el río pero no hasta donde se encontraban, sabía que la malaria y otras enfermedades cuando se iba río adentro, eran casi que seguras, hacia ya muchos días que habían dejado la región del Guaviare para entrar en los límites de Venezuela.

Rafael Adolini, argentino de nacimiento, era descendiente de un emigrante italiano del mismo nombre que a principios de 1700 se embarco para América, en busca de aventura y de mejores oportunidades. Fue uno de los primeros que quiso poner un negocio de antigüedades por San Telmo.

Rafael había vivido casi toda su vida en Argentina en el barrio Recoleta. Le gustaba ir a San telmo los domingos y perderse en la turbamulta. Pero un día vio un documental de NATIONAL GEOGRAPHIC y a pesar de la distancia del mundo que veía todo se le hizo claro, como si tuviera un prolongador óptico. La Amazonia y la intensa luz verde que emanaba de la tv le daba la posibilidad de ver lo que sucedía más allá, incluso de soñarlo al instante, eran árboles de verdad, ríos serpiente, gigantes reales, perspectivas naturales que se alzaban con colores propios.

¡Pero tengo que ir! ¡Qué estoy haciendo aquí! Se dijo.

Hasta ahora lo más verde para él era Córdoba y la Plaza Lezama. La idea de tomar un avión bastó para dejarlo al borde del vértigo.

Al llegar todo era cristalino y hermoso, un sueño traslucido, algo pintado al modo hiperrealista.

Al borde del caserío Rafael contemplo desde la canoa una turbamulta de hombrecitos de los que emanaba cierta belleza una en la que él no pudo describir los elementos únicos que de ella emanaba. Eran cuerpos construidos a pequeña escala y había rostros de rasgos más particulares pero lo que importaba era el efecto que lograban esos seres risueños e inquietos. Rafael preciso la idea de un Dios o de un molde perfecto.

Page 2: El Viaje

Al desembarcar el jefe de la tribu los espero a la entrada de la aldea, (ese hombrecito tenía que ser del tamaño de una uña) sonreía sin un solo diente y les hablaba en una lengua vernácula que ellos nunca comprendieron. Taborda contemplo a la distancia un anaranjado oscuro la visión de un incendio lejano. Rafael que no pudo contener menos el asombro sintió como una bandada de loros multicolores casi le peinaban su melena rubia. Las aves se transformaban en trazos fugaces, fustigadas verdes, rojos y amarillos que así eran una sola luz, semejante a las luces de neón donde a veces no se precisa su color.

Oscureció y se sentaron en unos troncos frente a los árboles lunares, esbeltos como damas de noche. Rafael estaba sudando, así que todos callaron un momento. Sonaba el ¡croac! De las ranas, y nada más. La luna se perdió por completo entre las nubes. Al cabo de un rato Rafael le pidió a Taborda algo con qué quitarse el sudor del rostro.

-Solo tengo este trapo.

-Dale, pásamelo.

Rafael lo mojo un poco con el agua de la cantimplora, se lo pasó por la frente, se frotó los ojos, y suspiró.

-Esto es…-Buscaba la palabra perfecta-.

-Esto es qué –interpuso Taborda.

-Esto es bárbaro dijo Rafael, ahogándose en la última o.

Puede ser malaria –aclaró Taborda-. Tiene los síntomas, yo ya los he visto antes.

-¿Cuáles son?

-Lo mismo que usted tiene –dijo Taborda despreocupado.

A la mañana fueron invitados a la ceremonia de la aldea. El jefe ofrecería a su nieta como la presa de una orgía sexual. Para Rafael fue como si la vida entera cambiara, como si todo se diera vuelta de arriba abajo. Entendió el automatismo de la vida. Y era horrible, un espectáculo atroz, una nostalgia que no puede describirse. Todos esos hombrecitos embelesados en una objetividad cultural, repitiendo ese ritual como se repiten los días y las noches. Vio al hombre desconociéndose así mismo por pura felicidad. Y la joven absorta en el sueño profundo de lo igual que sería violada sin darse cuenta…

-“Ceremonia” dijo Rafael.

Page 3: El Viaje

-Usted va después del jefe –le dijo Taborda.

El día era caluroso, todo estaba quieto, hasta las plantas. Rafael no podía negarse y entró, se recostó junto a ella sobre la estera y aun así sintió el frío del suelo. Miró lo alto de la choza, las hojas de palma entrecruzadas unas con otras, y entrecerró los ojos con sueño. A su lado estaba ella profundamente asombrada. Rafael se sintió infeliz, el calor de afuera entró en su cuerpo como el anticipo de una visión… Quizás ese día reservaba para él la desgracia que lo acompañaría siempre. Su cuerpo se dilataba con la soledad de la choza, brillos velados lo cegaban… Se quedó dormido.

Cuando Rafael despertó los edificios del centro estaban oscuros y silenciosos. Olía a licor y si hubiera otros le dirían que era un borracho. Le pareció una imaginación que no despertara donde se había dormido. Cruzó la calle, avanzó rápido pegado a las paredes, se detuvo ante una reja metálica, posiblemente la entrada de un banco. Bogotá era para entonces una ciudad muerta y los edificios eran como damas de noche…