el valor de las pequeñas obras

2
Salvando Renacuajos (El valor de las pequeñas obras) Don Salustiano vivía en una linda casita, adornada por un cerco de ligustrinas en la entrada del pueblo. Esa privilegiada posición estratégica, le servía para conocer todo el movimiento del poblado. Casi una aduana de campo, diría, ya que tanto el paisano entrante como el que partía se deshacían en saludos a nuestro amigo del cuento. Pero conocer tanto a los vecinos le confería una especial responsabilidad sentida pues donde un problema salía a la luz, allí estaban sus manos prestas para ayudar. Y solo cuando el inconveniente era historia, pasaba calle abajo a las zancadas, casi bailando, camino a su casita, satisfecho y alegre mientras masticaba el verde tallo de un pastito arrancado al paso. Pero, siempre hay un pero, desde hace un tiempo, la sonrisa de Don Salustiano era cada vez más apagada, casi un esbozo de compromiso que apenas movían los gruesos bigotes tordillos. La causa era que un tropel de graves problemas empezaron a azotar al pueblo y este buen hombre se dio cuenta que no podía solucionar todo. Así que el bichito de la insatisfacción comenzó a picarle. Un día a pesar que el solcito se asomaba por la vieja cortina invitando a matear bajo la parra, don Salustiano no tuvo ganas de levantarse y se quedó todo el día en el catre meditando entre grises pensamientos. Al anochecer llegó a la conclusión de que se había convertido en un viejo inútil que no podía llegar a arreglar nada y por consiguiente sus agrietadas y bondadosas manos no irían más en ayuda de nadie. Se encerró en si mismo, se cubrió en su aparente frustración, y dejó de ser servicial y de interesarse por sus vecinos por que no servía para nada. Tanto había cambiado Don Salustiano que su esposa doña Peti estaba muy preocupada y pedía algo que le devolviera a su antiguo compañero las ganas de vivir. Esa noche vino una tormenta de la gran siete y el agua caida fue tanta que los zanjones de las calles rebalsaron y se anegó de vereda a vereda. Con las primeras luces del día, el agua empezó a bajar y una gran cantidad de pequeños renacuajos quedaron atrapados

Upload: sergio-afonso

Post on 12-Jul-2016

217 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Cuento

TRANSCRIPT

Page 1: El Valor de Las Pequeñas Obras

Salvando Renacuajos (El valor de las pequeñas obras)Don Salustiano vivía en una linda casita, adornada por un cerco de ligustrinas en la entrada del pueblo. Esa privilegiada posición estratégica, le servía para conocer todo el movimiento del poblado. Casi una aduana de campo, diría, ya que tanto el paisano entrante como el que partía se deshacían en saludos a nuestro amigo del cuento.Pero conocer tanto a los vecinos le confería una especial responsabilidad sentida pues donde un problema salía a la luz, allí estaban sus manos prestas para ayudar. Y solo cuando el inconveniente era historia, pasaba calle abajo a las zancadas, casi bailando, camino a su casita, satisfecho y alegre mientras masticaba el verde tallo de un pastito arrancado al paso.Pero, siempre hay un pero, desde hace un tiempo, la sonrisa de Don Salustiano era cada vez más apagada, casi un esbozo de compromiso que apenas movían los gruesos bigotes tordillos.La causa era que un tropel de graves problemas empezaron a azotar al pueblo y este buen hombre se dio cuenta que no podía solucionar todo. Así que el bichito de la insatisfacción comenzó a picarle.Un día a pesar que el solcito se asomaba por la vieja cortina invitando a matear bajo la parra, don Salustiano no tuvo ganas de levantarse y se quedó todo el día en el catre meditando entre grises pensamientos. Al anochecer llegó a la conclusión de que se había convertido en un viejo inútil que no podía llegar a arreglar nada y por consiguiente sus agrietadas y bondadosas manos no irían más en ayuda de nadie.Se encerró en si mismo, se cubrió en su aparente frustración, y dejó de ser servicial y de interesarse por sus vecinos por que no servía para nada.Tanto había cambiado Don Salustiano que su esposa doña Peti estaba muy preocupada y pedía algo que le devolviera a su antiguo compañero las ganas de vivir.Esa noche vino una tormenta de la gran siete y el agua caida fue tanta que los zanjones de las calles rebalsaron y se anegó de vereda a vereda.Con las primeras luces del día, el agua empezó a bajar y una gran cantidad de pequeños renacuajos quedaron atrapados en los charcos que se formaron en las calles. Cuando el sol salió y el calor “apretó” los charcos comenzaron a secarse y los pobres bichitos se empezaron a amontonar en los restos de agua con desesperación imaginando un destino negro.Don Salustiano por casualidad se asomó por sobre el cerco de ligustrina cuando vió a un pequeño de unos ocho años que cuidadosamente juntaba los renacuajos en un frasco con agua y luego los volcaba en el zanjón de donde habían salido. Observó que al hacerlo se quedaba unos instantes mirando con satisfacción su obra y luego volvia a su tarea.Salustiano encontró algo familiar en ese gesto del niño y sonrió con ternura pero al levantar la vista y ver la multitud de charcos a lo largo de la calle, su rostro volvió a oscurecerse y cruzando el cerco encaró al niño diciendo: ¿Qué hacés , pibe?.- Estoy sacando a los renacuajos de los charquitos.- ¿Pero no te dás cuenta que hay muchísimos en los charcos de la calle y no vas a dar

abasto a sacar a todos?. Dijo el hombre. - Eso ya lo se, don –contestó el niño- pero también sé que para cada renacuajo que

saco , lo que hago es la diferencia entre vivir y morir.Don Salustiano pareció sentirse apabullado por la respuesta y girando bruscamente desapareció de la escena.El niño quedó mirándolo un momento pero pronto retomó la labor.Al rato apareció don Salustiano con un frasco y una sonrisa en su cara que hacía rato que no lucía.

Page 2: El Valor de Las Pequeñas Obras

Rapidamente se arrodillo junto a un charco y comenzó a juntar renacuajos formando parte de un equipo que tenía claro sus objetivos de acuerdo a sus limitaciones.Sabían que quizás era poco lo que podían hacer pero ese poco les permitió (pasado el tiempo) disfrutar a todos los vecinos del simpático croar de las ranas que ponían música a las callecitas del pueblo. Don Salustiano aprendió la lección y volvió a caminar las calles del pueblo a las zancadas, casi bailando, mientras masticaba un tallito de pasto; pero no iba solo, lo acompañaba un sabio de ocho años, que con su audaz gesto lo habia ayudado a crecer y le había devuelto la alegría de sentirse útil.