el vagabundo de la carriola · los llevó a ese estado. sin duda es una renuncia a las...

1
60 SIGLO NUEVO Angélica López / / / / Twitter: @lopgan NUESTRO MUNDO El vagabundo de la carriola D esde hace algunos años, mínimo tres, a través de diferentes personas me llega la imagen de un va- gabundo que recorre las calles empujando una carriola en la que lleva un perro. Lo he visto dos veces, una vez en un crucero del bulevar Independencia y una ocasión en que mi familia y yo viajábamos por la carretera hacia Saltillo. Caminaba lento, empujando, evitándole el can- sancio a su pasajero. El animal que lleva se parece mu- cho a él; ambos están negros, llenos de suciedad y su olor fétido alcanza un perímetro de varios metros. En todas las ciudades hay habitantes de las calles. Inter- net dice que, en Torreón, existen doce. Eso significa que comen, duermen y defecan a la intemperie; su cuerpo sólo necesita realizar esas tres funciones primarias para sobrevivir. De la docena cuantificada, yo sólo he visto a cuatro, dos eran mujeres. Una de ellas, ciega, tendía sus harapos a la salida de la iglesia de Guadalupe en el cen- tro de la ciudad. La otra también andaba por el centro, pero ofendiendo a cualquiera que se le atravesara. A un caso masculino lo he visto por la calle Sicomoros en la co- lonia Torreón Jardín. Pasa muchas horas cortando papel y con eso se hace su colchón y el de la carriola. Me intriga mucho la vida de estas personas. Si no me dieran miedo, me gustaría preguntarles qué fue lo que los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones del dinero, la familia, el gobierno y, en general, de la sociedad. La pobreza como elección; una renuncia al fracaso. Unos dirán que es una renuncia al éxito, pero el éxito es una palabra tan abstracta y tan inexacta, que realmente no sabemos qué es. Los vagabundos nos recuerdan a Diógenes (412-323 a C), considerado un filósofo cínico. Cínico, proviene de la raíz griega kynikos que significa similar a los perros; uno de los rasgos de Diógenes era su amor por esos cuadrúpe- dos. Con frecuencia se le representa con una lámpara y un perro. El filósofo jonio se abstenía de todos los place- res y aunque se dice que dormía en un barril, al parecer pernoctaba en los pórticos de los templos. No dejó nada escrito, pero sus pensamientos y su vida fueron recogi- dos por otro filosofo llamado Antístenes. Antístenes cuenta la anécdota de cuando Diógenes vio que un niño comía lentejas y pan y tomaba agua de la fuente con sus manos, esto lo hizo prescindir de su cuenco mientras decía: “Este muchacho me ha enseña- do que todavía tengo cosas superfluas”. Así rechazaba toda vanidad y artificio de la vida humana. Como dije: nuestros vagabundos nos recuerdan a Diógenes y ya que no puedo conocer sus vidas se me ocurrió ponerle una historia al sujeto de la carriola. Les comparto un fragmento del cuento que inspiró este hombre: “¡Miren¡ ¡Ahí va Diógenes!”, gritó una voz proveniente de un grupo de jóvenes estudiantes de comunicación. Los cuatro amigos andaban de juerga por el centro de la ciudad. “Le falta la lámpara y le sobra la carriola”, dijo uno. “No, le falta cinismo. Mejor qué se bañe. ¡Qué asco!”, agregó otro. Envueltos en carcajadas, una mirada azul e infinita, los enmudeció. Sus ojos eran lo único que tenía color en él. Diógenes entregó unas hojas dobladas a uno de los muchachos y siguió hurgando en un bote de basura. Luego, el bulto negro siguió su camino empujando una carriola en la que llevaba un pequeño perro. No son pocos los que aseguran que Torreón es una ciudad de locos. “Se podría amurallar y ganar el ré- cord Guinness al manicomio más grande del mundo”, decían. Eso sí, jamás podría ser vomitada por Dios porque allí no hay lugar para los tibios. Es una ciudad exagerada. El verano es un infierno lleno de cucara- chas y mosquitos. Es un lugar que no necesitará alum- brado público cuando las amibas sean fosforescentes (y no falta mucho). ¿Basura? Por todos lados. Hay polvo por montones y contaminación ni se diga; eso provoca atardeceres de gran colorido, cada día la gente los ve maravillada como si sus ojos fueran vírgenes. Sus po- bladores, aunque locos, son muy trabajadores... Me intriga mucho la vida de estas personas. Si no me dieran miedo, me gustaría preguntarles qué fue lo que los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones.

Upload: others

Post on 30-Sep-2020

0 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: El vagabundo de la carriola · los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones del dinero, la familia, el gobierno y, en general, de la sociedad. La pobreza

60 • S I G L O N U E V O

Angélica López ///// / / Twitter: @lopgan

NUESTRO MUNDO

El vagabundo de la carriola

Desde hace algunos años, mínimo tres, a través de diferentes personas me llega la imagen de un va-

gabundo que recorre las calles empujando una carriola en la que lleva un perro. Lo he visto dos veces, una vez en un crucero del bulevar Independencia y una ocasión en que mi familia y yo viajábamos por la carretera hacia Saltillo. Caminaba lento, empujando, evitándole el can-sancio a su pasajero. El animal que lleva se parece mu-cho a él; ambos están negros, llenos de suciedad y su olor fétido alcanza un perímetro de varios metros.En todas las ciudades hay habitantes de las calles. Inter-net dice que, en Torreón, existen doce. Eso signifi ca que comen, duermen y defecan a la intemperie; su cuerpo sólo necesita realizar esas tres funciones primarias para sobrevivir. De la docena cuantifi cada, yo sólo he visto a cuatro, dos eran mujeres. Una de ellas, ciega, tendía sus harapos a la salida de la iglesia de Guadalupe en el cen-tro de la ciudad. La otra también andaba por el centro, pero ofendiendo a cualquiera que se le atravesara. A un caso masculino lo he visto por la calle Sicomoros en la co-lonia Torreón Jardín. Pasa muchas horas cortando papel y con eso se hace su colchón y el de la carriola.Me intriga mucho la vida de estas personas. Si no me dieran miedo, me gustaría preguntarles qué fue lo que los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones del dinero, la familia, el gobierno y, en general, de la sociedad. La pobreza como elección; una renuncia al fracaso. Unos dirán que es una renuncia al éxito, pero el éxito es una palabra tan abstracta y tan inexacta, que realmente no sabemos qué es.Los vagabundos nos recuerdan a Diógenes (412-323 a C), considerado un fi lósofo cínico. Cínico, proviene de la raíz griega kynikos que signifi ca similar a los perros; uno de los rasgos de Diógenes era su amor por esos cuadrúpe-dos. Con frecuencia se le representa con una lámpara y un perro. El fi lósofo jonio se abstenía de todos los place-res y aunque se dice que dormía en un barril, al parecer

pernoctaba en los pórticos de los templos. No dejó nada escrito, pero sus pensamientos y su vida fueron recogi-dos por otro fi losofo llamado Antístenes.Antístenes cuenta la anécdota de cuando Diógenes vio que un niño comía lentejas y pan y tomaba agua de la fuente con sus manos, esto lo hizo prescindir de su cuenco mientras decía: “Este muchacho me ha enseña-do que todavía tengo cosas superfl uas”. Así rechazaba toda vanidad y artifi cio de la vida humana. Como dije: nuestros vagabundos nos recuerdan a Diógenes y ya que no puedo conocer sus vidas se me ocurrió ponerle una historia al sujeto de la carriola. Les comparto un fragmento del cuento que inspiró este hombre:

“¡Miren¡ ¡Ahí va Diógenes!”, gritó una voz proveniente de un grupo de jóvenes estudiantes de comunicación. Los cuatro amigos andaban de juerga por el centro de la ciudad. “Le falta la lámpara y le sobra la carriola”, dijo uno. “No, le falta cinismo. Mejor qué se bañe. ¡Qué asco!”, agregó otro. Envueltos en carcajadas, una mirada azul e infi nita, los enmudeció. Sus ojos eran lo único que tenía color en él. Diógenes entregó unas hojas dobladas a uno de los muchachos y siguió hurgando en un bote de basura. Luego, el bulto negro siguió su camino empujando una carriola en la que llevaba un pequeño perro.No son pocos los que aseguran que Torreón es una ciudad de locos. “Se podría amurallar y ganar el ré-cord Guinness al manicomio más grande del mundo”, decían. Eso sí, jamás podría ser vomitada por Dios porque allí no hay lugar para los tibios. Es una ciudad exagerada. El verano es un infi erno lleno de cucara-chas y mosquitos. Es un lugar que no necesitará alum-brado público cuando las amibas sean fosforescentes (y no falta mucho). ¿Basura? Por todos lados. Hay polvo por montones y contaminación ni se diga; eso provoca atardeceres de gran colorido, cada día la gente los ve maravillada como si sus ojos fueran vírgenes. Sus po-bladores, aunque locos, son muy trabajadores...

Me intriga mucho la vida de estas personas. Si no me dieran miedo, me gustaría preguntarles qué fue lo que los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones.